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COQUETEANDO CON EL

SCROOGE
SHAW HART
ÍNDICE

Want a free book?

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14

Want a free book?


Acerca del Autor
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en violación de sus derechos. Todos los personajes y las historias son propiedad del autor y su apoyo
y respeto son apreciados. Los personajes y eventos representados en este libro son ficticios.
Cualquier similitud con personas reales, vivos o muertos, es coincidente y no intencionado por el
autor.

Traducción por Athene Translation Services


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*

Va a ser una Navidad muy feliz...

Olive:

Mudarme a Wolf Valley ha sido la mejor decisión de mi vida.


Es el lugar perfecto para llevar mi panadería y también es donde
conozco a Xavier Grady, el hombre de mis sueños.
Es alto, gruñón y reservado, mi opuesto en casi todos los sentidos, pero
nada de eso me importa. Sé que tiene secretos y que está herido por su paso
por el ejército, pero eso solo hace que quiera derribar aún más sus muros.

Xavier:

Por fin empezaba a acostumbrarme a estar de vuelta en este pequeño


pueblo.
Entonces Olive Baker se muda al otro lado de la calle y pone mi vida
patas arriba.
Creía que me gustaba mi vida aburrida y mi pueblo soñoliento, pero
ahora no estoy tan seguro.
Hay algo adictivo en esa pequeña escupe fuego con curvas a lo que no
puedo resistirme.
Sé que no podría pasar nada entre nosotros porque ella nunca querría a
un cascarrabias gruñón como yo, pero eso no me impide desearla.
Cuando por fin le confiese lo que siento por ella, ¿acabará siendo
demasiado tarde, o estoy a punto de conseguir todo lo que siempre he
querido estas Navidades?
UNO

Xavier

—ELLA SE ESTÁ BURLANDO de mi —refunfuño mientras me deslizo


en el reservado frente a mi mejor amigo, Townes.
—¿Quién? ¿Olive? —Pregunta fácilmente mientras da un trago a su
café.
—¿A quién más conoces en esta ciudad que se metería conmigo? —Le
escupo y veo que intenta ocultar su sonrisa—. ¡No tiene gracia! —Le espeto
y él cambia sus facciones.
—Claro que no —dice condescendiente, y me pregunto por qué me
molesto en contarle nada. —¿Qué ha hecho ahora?
—Decoró —digo apretando los dientes.
Mi dentista se va a enfadar mucho cuando vea lo mucho que los he
afilado últimamente.
—¡Que horror! —exclama Townes, y lo fulmino con la mirada mientras
saco el móvil y busco la foto que hice esta mañana.
—Decoró así —le digo mostrándole la pantalla.
—¿Con renos? Bueno, ya casi es Navidad, así que... espera —dice,
inclinándose sobre la mesa mientras yo me acerco a dos de los renos de
plástico que he encontrado esta mañana en mi jardín—. ¿Ese grande está
montando a Rudolph?
—Sí —gruño, dejando caer el teléfono sobre la mesa.
Townes tiembla visiblemente de risa y yo lucho contra las ganas de
darle un puñetazo.
—¿Café? —pregunta Ruby, que ya está llenando una taza antes de que
pueda responder.
—Gracias. Yo también tomaré el desayuno lumberjack —le ordeno, y
ella niega con la cabeza.
—No puedo hacerlo. Tengo un regalo para ti en su lugar.
Frunzo el ceño cuando se esconde detrás del mostrador y vuelve con
una caja de bollos. La reconozco al instante y se me revuelve el estómago.
—Olive dejó esto para ti esta mañana. Recién hecho. Me hizo prometer
que no te traería nada más para comer —dice.
—¿Qué crees que dirá tu jefe al respecto? —le pregunto a Ruby.
—¡Me parece bien! —Ford, el dueño del restaurante, exclama mientras
se dirige a la caja registradora.
Ruby me sonríe mientras se da la vuelta y se dirige a llenar la taza de
café de otro cliente. Miro la caja y Townes suspira.
—¿No te vas a atrincherar? —Me pregunta, y niego con la cabeza.
—No.
—¿Puedo entonces? —Pregunta—. Sus tartas son mis favoritas. Espero
que sea la de cerezas reventadas.
Mi mirada se clava en la suya y parpadeo.
—No se llama así en serio —protesto, con la boca abierta, y Townes se
ríe.
—Estoy seguro de que es algo así —dice, y sé que tiene razón.
Olive se mudó a la ciudad hace cuatro meses con sus hermanas y, en ese
corto espacio de tiempo, han conseguido convertir mi somnolienta y
aburrida ciudad en algo que no reconozco. Antes tenía una rutina. Antes
casi me aburría. Ahora, cada día es algo nuevo.
Nunca se lo diría a ella ni a nadie, pero en secreto me encanta.
Las hermanas Baker llegaron a Wolf Valley y enseguida abrieron una
panadería, una tienda de libros románticos y un sex shop, todo al lado del
otro, en Main Street. Cuando vi por primera vez el rótulo de Masterbeaters,
supuse que se trataba de un error ortográfico o que el tipo de letra le daba
un aspecto extraño. Supuse que querían llamarlo MasterBakers.
Luego conocí a las hermanas Baker, y estoy seguro de que no es así.
A todas ellas parecen encantarles las insinuaciones sexuales y hacer
chistes verdes. Son mente abierta y libres de una forma que es imposible no
sentirse atraído por ellas, por mucho que lo intente, y créeme, lo intento.
Pero me lo pone difícil. No solo se está apoderando de mi ciudad, sino
que resulta que es mi nueva vecina de al lado. Se mudó al otro lado de la
calle y desde entonces intenta volverme loco.
Al principio, solo me dejaba productos de pastelería en el porche, pero
pronto empezaron a llegar libros románticos con hombres semidesnudos en
la portada. Pensé que eso era malo, pero entonces empezaron a llegar los
juguetes sexuales.
Como la Navidad está a la vuelta de la esquina, supongo que ha
decidido pasar a dejar adornos inapropiados en mi jardín delantero.
—¿Cuál es su objetivo final? —murmuro para mis adentros, y Townes
resopla.
—Eh, tú —dice, pero le ignoro.
Eso no puede ser verdad. Somos polos opuestos. No hay manera de que
un rayo de sol como ese vaya con un gruñón melancólico como yo.
—¿Por qué no la invitas a salir de una vez? —pregunta Townes
mientras da un bocado a su desayuno.
Miro su beicon con nostalgia y él aparta su plato de mí. Le fulmino con
la mirada y se ríe.
—No puedo permitir que Ford o Ruby se nieguen a tomar también mi
pedido, hombre. Uno de los dos debería poder comer —me dice, y pongo
los ojos en blanco.
—No voy a invitarla a salir —le digo.
—¿Por qué no? Es guapa.
Me dan retortijones en el estómago e intento ignorar los celos y la rabia
que me producen las palabras de Townes. No me paro a analizar por qué
siento eso de que Townes se fije en Olive.
De todas formas tiene razón. Olive es guapa. De hecho, es preciosa. Me
recuerda a una de las hadas del bosque que mi madre me contaba que vivían
en los bosques de los alrededores cuando era niño. Con su pelo rojo y sus
brillantes ojos azules, tiene un aspecto angelical. Y es lo bastante pequeña
para ser un hada, pues solo mide metro y medio.
—Alguien más lo hará entonces —me dice Townes.
—¿Quién? —Suelto.
Me aclaro la garganta, intentando controlar mis facciones, pero los dos
sabemos que me ve.
—Literalmente, cualquiera con ojos —me informa, y le fulmino con la
mirada.
—Ella dirá que no.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Me pregunta.
—Ella es un demonio. No se conforma con nadie.
—¿Crees que eres el único con el que se conformará? —Me pregunta, y
agarro mi tarta.
—No le gusto. Solo le gusta fastidiarme —le digo mientras me pongo
de pie—. Ahora, ya que no me han dejado pedir nada —digo, levantando la
voz mientras Ruby pasa. Ella me sonríe, y yo refunfuño mientras me vuelvo
hacia Townes: Y ya que me has disgustado, tú pagas mi café.
Townes se ríe mientras me dirijo a la puerta y frunzo el ceño al cruzar el
aparcamiento y subir a mi camioneta. Dejo la tarta en el asiento del copiloto
y suspiro. Me gruñe el estómago, pero no me atrevo a darle un bocado a la
tarta. No cuando estoy tan cerca de MasterBeaters. Con mi suerte, Olive
aparecería y me vería devorándola. Dios sabe lo que haría entonces.
Arranco el camión y el corazón se me atasca en la garganta cuando veo
un familiar destello de pelo rojo que se dirige calle abajo. Me relajo cuando
veo que no es Olive, sino su hermana, Maple, que se dirige hacia su hilera
de tiendas.
Salgo del aparcamiento y me dirijo a casa. Hay poco tráfico, como
siempre. Wolf Valley es un pueblo pequeño, enclavado entre las montañas
de Oregón. Como la mayoría de la gente que vive aquí, yo nací y me crie
aquí. Me marché en cuanto cumplí dieciocho años y me alisté en el Ejército.
Allí conocí a Townes. Fuimos juntos al campo de entrenamiento y luego
a la escuela de Rangers del Ejército. Cuando me dispararon, decidimos no
volver a alistarnos y nos mudamos aquí.
Paso por la carretera que lleva a la casa de mi infancia y me tenso al ver
las oscuras ventanas de la casa en la que crecí. Incluso desde fuera, parece
una pesadilla.
Aprieto el acelerador, paso deprisa y, unos kilómetros después, entro en
mi calle. No puedo evitarlo; aunque sé que probablemente esté en la
panadería, mis ojos siguen cruzando la calle hasta la casa de Olive.
La nostalgia me invade y la odio.
Odio quererla más que a nada. No debería; sé que cualquier relación que
tenga acabará en desastre.
«Nunca valdrás nada. No eres más que un asesino».
La voz de mi padre me invade la cabeza y parpadeo, apartándome de los
malos recuerdos. Agarro la tarta, se me ha quitado el apetito y entro.
Mi casa está en silencio y suspiro mientras miro a mi alrededor,
preguntándome qué debo hacer hoy. Me empieza a doler la cadera y sé que
hoy va a haber tormenta en algún momento.
Mi teléfono zumba y me dirijo al salón mientras lo saco y echo un
vistazo a la pantalla. Es un número desconocido, pero en cuanto leo el
mensaje, sé al instante de quién se trata.

DESCONOCIDO: ¿Te gustó mi cereza?


Xavier: ¿Cómo conseguiste mi número?

GUARDO su número en mi teléfono.

OLIVE: Townes me lo dio.


Olive: ¿No es genial? Ahora podemos hablar todo el tiempo.
Xavier: Genial.
Olive: ¿Qué tal la tarta?
Xavier: Aún no la he probado. Tenía muchas ganas de comer
tortitas y bacon.
Olive: Puedo hacer eso por ti. Invítame a tu casa.

VUELVO A METERME el teléfono en el bolsillo. Mis emociones están a


flor de piel. Sé que solo está jugando conmigo. Probablemente es así con
todo el mundo. Tiene sentido, ya que es tan segura de sí misma y descarada.
Todo el mundo en la ciudad ya la ama.
Aun así, no puedo evitar desear que lo dijera en serio. No puedo evitar
desear poder invitarla de verdad y no arruinarlo todo.
Suspiro, vuelvo a la cocina y miro la caja de tartas. Maldiciendo, tomo
un tenedor y le doy un mordisco. El azúcar y las cerezas ácidas se me
deshacen en la boca.
Intento ignorar la imagen de mí comiendo otra cereza, pero no lo
consigo. Mis ojos miran por la ventana hacia la casa de Olive, me trago el
bocado y aparto la caja de tartas y cualquier pensamiento sobre mi
curvilínea vecinita mientras me pongo a trabajar.
DOS

Olive

—NO ESTOY segura de que se me dé muy bien esto de ligar —les digo a
mis hermanas mientras entro en la panadería.
—¿No le gustaban los renos? —Saffron pregunta
—¿O el pastel de cerezas? —me pregunta Ginger, mi hermana, mientras
limpia el mostrador del fondo de la panadería.
—No estoy segura. Dijo que aún no lo había probado. No mencionó a
los renos.
—¿Tal vez no los vio? —dice Maple, y yo frunzo el ceño.
—Sería muy difícil no verlos.
—¿Quizá no sabía que eras tú? —Ginger sugiere, y yo resoplo.
—Nadie más interactúa con él. Tiene que saber que fui yo.
Suspiro mientras me apoyo en la encimera.
—Pensé que a estas alturas captaría la indirecta y me invitaría a salir,
pero supongo que no. Tal vez no está interesado en mí.
—¡Cómo no iba a estarlo! ¡Eres increíble! —Dice Saffron mientras saca
a hurtadillas algunos productos horneados del estuche.
—Tienes que decir eso porque eres mi hermana y me quieres.
—Aun así —insiste, y yo sonrío.
Maple y Ginger asienten con la cabeza y yo intento sonreír.
—Lo sé. No sé cómo puede pasar por alto lo increíble que soy. Tendré
que esforzarme más —digo, pero en el fondo sé que probablemente esa no
sea la respuesta.
Mis hermanas vuelven a limpiar y me ayudan a cerrar la panadería. Se
está haciendo tarde y los productos de la panadería están listos para
mañana, así que lo único que tenemos que hacer es limpiarlo todo y ya
podemos cerrar. La librería de al lado ya está cerrada y Wet and Wild, la
tienda de juguetes para adultos que hay al otro lado, está siendo atendida
por Mira, nuestra empleada a tiempo parcial.
Echo un vistazo a la pared donde se encuentra la librería. Como ávida
lectora romántica, he pensado mucho en cómo sería mi historia de amor.
Me gustaba imaginar que me tropezaría con el hombre de mis sueños y que
él quedaría prendado de mí al instante. Sería encantador y fácil hablar con
él, se enamoraría perdidamente de mí en el acto y me rogaría que le diera
mi número de teléfono para saberlo todo sobre mí. Sería un noviazgo rápido
y ya estaríamos en camino de ser felices para siempre.
En cambio, está ocurriendo lo contrario.
Aún recuerdo la primera vez que vi a Xavier. Estaba en la ciudad, en el
supermercado, y me llamó la atención. Todo el mundo a su alrededor
parecía evitarle, no le miraban y miraban a cualquier parte menos en su
dirección. Parecía acostumbrado, su rostro era una máscara estoica, pero yo
lo había visto.
Se sentía solo, tal vez incluso un poco triste.
Reconocí bien esa mirada. La había visto en mi cara todos los días
durante meses después de la muerte de mis padres. Por suerte, tenía a mis
hermanas para apoyarme en ellas y sacarme de mi depresión. Xavier no
parecía tener a nadie.
Me había prometido entonces conocerle e intentar hacerle sonreír, pero
ya han pasado cuatro meses y aún no lo he conseguido.
He probado todo lo que se me ha ocurrido. Le llevé brownies cuando
me di cuenta de que vivía enfrente de mi casa. Entonces había sido educado
pero distante, y lo único que supe fue su nombre y que había nacido y
crecido aquí, en la ciudad.
La siguiente vez que lo vi fue en la cafetería del pueblo. Me había
sentado frente a él y le había hablado de mis hermanas y de las tiendas que
íbamos a abrir. Le había invitado a la inauguración de la panadería, y mi
corazón se había acelerado cuando le vi entrar. Pero aquel día no me dirigió
la palabra. Se limitó a mirar la vitrina con el ceño fruncido y se escabulló.
Parecía incómodo entre tanta gente y me pregunté si tendría claustrofobia.
Sin embargo, no dejé que el hecho de que me ignorara ese día me
detuviera. He pasado los últimos cuatro meses aprendiendo todo lo que he
podido sobre mi gigante gruñón. Sé que estuvo en el ejército y que le
hirieron, aunque nadie habla de cómo ni dónde. A veces le he visto cojear
del lado derecho, así que supongo que fue en la pierna o en la cadera. Sé
que su mejor amigo es Townes, un hombre igual de gruñón, aunque no tan
melancólico. Sé que odia las nueces, le encanta estar al aire libre y, al
parecer, no tiene sentido del humor.
No sé en qué momento mis intentos de conocerle se convirtieron en
intentar tomarle el pelo o flirtear con él. Me gustaba verle reaccionar cada
vez que le llevaba uno de mis pasteles guarros o le decía alguna
insinuación. Esas parecían ser las únicas veces que veía un atisbo de vida
detrás de esa máscara que tan bien lleva.
En algún momento me enamoré de él. Tal vez lo hice aquel primer día
que lo vi en el mercado y no reconocí la emoción.
Suspiro mientras cierro la vitrina y estiro la espalda, rodando los
hombros mientras me dirijo al despacho para tomar mis cosas.
—¿Quieres venir a cenar a mi casa? —pregunta Saffron cuando nos
vamos.
Ginger y Maple se dirigen a Wet and Wild para relevar a Mira, y yo
sonrío, saludándolas con la mano mientras desaparecen dentro.
—No, estoy cansada. Me voy a casa a darme un baño. Tal vez leer un
poco antes de acostarme. ¿Lo dejamos para otro día? —pregunto, y ella
asiente.
—Por supuesto. Nos vemos mañana.
Me aprieta el hombro mientras ambas nos dirigimos en direcciones
opuestas hacia nuestros coches. Wolf Valley puede parecer un lugar extraño
para que nos establezcamos e intentemos abrir negocios, pero está
funcionando. Habíamos venido a este lugar por primera vez cuando éramos
niñas. Creo que yo tenía doce o trece años, y habíamos quedado con
nuestros abuelos para una acampada familiar. Me había enamorado del
pueblo e incluso después de irnos, lo recordaba como un lugar mágico.
Ninguna de nosotras quería quedarse en Seattle después de la muerte de
nuestros padres. Queríamos empezar de cero, y cuando sugerí Wolf Valley,
todas estuvieron de acuerdo. El negocio empezó un poco lento, pero se ha
ido animando desde que Maple y Saffron empezaron con el marketing. Las
dos son genias con las redes sociales, y no sé lo que están haciendo, pero
está funcionando. Parece que cada día tengo más pedidos de mis productos
horneados, y sé que a Shelf Indulgence y Wet and Wild también les ha ido
mejor.
Todas nos ayudamos, pero en realidad cada negocio es uno de los
nuestros. El mío es la panadería, Maple lleva la tienda de juguetes para
adultos y Saffron la librería. Ginger aún no ha decidido a qué quiere
dedicarse, pero parece que le gusta encargarse del marketing e ir de un sitio
a otro.
Paso junto al apartamento de Maple y giro por la carretera secundaria
que lleva a mi casita. Todas mis hermanas viven más cerca de la ciudad,
pero yo quería algo más apartado. Me enamoré de mi casa en cuanto la vi.
Me recuerda a la casa de un hada, con un jardín exuberante y un bonito
tejado curvado.
La calle está a oscuras y suspiro cuando miro hacia la casa de Xavier y
veo que todas las luces están apagadas.
—Solo son las ocho y media —refunfuño mientras aparco.
«Tal vez esté fuera».
Podría haber salido para encontrarse con Townes, pero lo dudo. Me
dirijo al interior, casi tropezando con las ristras de luces de Navidad que aún
tengo que colgar.
Se me ocurre una idea y sonrío al ver la oscura casa de Xavier al otro
lado de la calle.
«¿Debería? Tal vez es hora de que deje de molestarlo. Tal vez debería
dejar ir este enamoramiento. Claramente no está ayudando a las cosas».
Aun así... una imagen del rostro estoico de Xavier cambiando, sus ojos
recibiendo esa luz en ellos, como si estuviera secretamente feliz por mi
atención flota detrás de mis ojos, y sonrío mientras agarro la primera cadena
de luces y salgo de puntillas de nuevo afuera.
«Solo una vez más», me prometo.
TRES

Xavier

—¿HOY no hay orgía de renos? —pregunta Townes mientras baja de su


Jeep frente a mi casa.
Le miro con el ceño fruncido mientras sigo tirando de las cuerdas de
luces navideñas de mi jardín.
—No.
—¿Qué ha hecho hoy? —Pregunta, deteniéndose a mi lado.
—Escribió XOXO por todo mi jardín.
—Aw —me dice, y yo le miro fijamente.
—Es solo otra broma.
—Obviamente. Así se lo tomaría todo el mundo. Definitivamente, ella
no está coqueteando contigo y básicamente escribiéndote una nota de amor
con luces de Navidad —dice sarcásticamente.
Le ignoro a él y al apretón de mis tripas mientras envuelvo las luces en
otro lazo apretado.
Quiero creerle. Quiero que Townes tenga razón, pero sé que no la tiene.
«No mereces ni mi tiempo ni mi atención», resuena en mi cabeza la voz
airada de mi padre. Mi propio padre no podía quererme. ¿Cómo podría
amarme alguien más?
Townes suspira, sacándome de mis pensamientos, y miro hacia él para
verle enrollando otras luces.
—Realmente se compromete con las cosas, ¿eh? —Pregunta mientras
mira las otras dos hileras de luces que yo ya había envuelto.
Yo también echó un vistazo y algo parecido al orgullo me oprime el
corazón. Intento ignorar esa sensación mientras continúo envolviendo la
siguiente ristra de luces.
—Sí.
—Hmm —dice, y yo aprieto los dientes.
Sé que me está provocando, que no debería preguntar, pero me pica la
curiosidad.
—¿Qué? —le digo, y él sonríe.
—Bueno, quizá deberías devolvérsela —sugiere, y yo resoplo.
—¿Alentarla, quieres decir
—¿Preferirías que se detuviera? —Pregunta en voz baja, y se me cae el
estómago.
La verdad es que no, no quiero que pare. Me encantan las bromas de
Olive. Me encanta saber que estaba pensando en mí, probablemente porque
siempre estoy pensando en ella, y es bueno saber que no estoy solo en mi
enamoramiento.
—Admite que te gusta, hombre. Al menos a ti mismo —dice Townes, y
yo frunzo el ceño.
—Ella no me querría —digo, sintiendo las palabras como un puñetazo
en el estómago.
—Ella te quiere. No hace esto a nadie más en la ciudad. Además, los he
visto juntos. Es nauseabundo. Todas esas miradas de deseo cuando el otro
no está mirando. Los dos ruborizados.
Finge vomitar y yo pongo los ojos en blanco. La esperanza empieza a
crecer en mi pecho y trato de contenerla. Sé lo peligrosa que puede ser la
esperanza.
—Nunca funcionaría. Estoy mejor solo —le digo mientras termino con
mi parte y empiezo a recoger todas las luces.
Townes suspira y me sigue hasta la casa de Olive. Apilo las luces frente
a su puerta y, cuando me doy la vuelta, está allí de pie, mirándome
fijamente, con una mezcla de preocupación y lástima en los ojos.
—Sé lo de tu padre y tu madre, X. Está equivocado. Tienes que saberlo.
Tú no mataste a tu mamá. Eras un niño y ella te cuidaba como lo haría un
buen padre.
Trago saliva con dificultad, intentando no mostrar lo mucho que me han
afectado sus palabras. Siento que se me va el color de la cara y aprieto los
dientes.
Odio pensar en la muerte de mi madre o en cualquier cosa que tenga
que ver con mi padre, y Townes lo sabe. Le conté a Townes lo de la noche
en que mataron a mi madre, una noche en que los dos estábamos borrachos
después de graduarnos en la escuela de Ranger. Ambos nos despertamos al
día siguiente y parecíamos haber acordado que ninguno de los dos volvería
a mencionarlo. Si ahora saca el tema, es por algo.
—Y sé que te culpas por el accidente cuando nos desplegaron, pero eso
tampoco fue culpa tuya. Nadie te culpa. Nadie excepto tú mismo.
El sabor familiar del arrepentimiento me llena la boca e intento respirar
hondo, esperando que el aire frío lo ahuyente, pero solo parece amplificarlo.
En cuanto menciona el accidente, es como si volviera a estar allí. Casi
puedo sentir la arena soplando contra mi cara. Cuando respiro, noto el calor
agobiante, el sudor resbalando por mi espalda. Oigo los gritos de mis
amigos.
Townes fue el único que salió ileso de nuestra última misión. Bueno, esa
no es la palabra correcta. Sé que lo que pasó le afectó a él también. Solo
que fue el único capaz de salir sin ayuda.
—No estoy saliendo con ella —susurro, y luego me aclaro la garganta,
hablando más alto—. No funcionaría.
Townes suspira, aparentemente decepcionado, y en ese momento le odio
un poco a él y a mí mismo. Me conoce; debería saber que no soy capaz de
hacer lo que me está diciendo.
—Deberías intentarlo —dice, y abro la boca para discutir cuando me
interrumpe—. Hacerle una broma.
Cierro la boca y nos dirigimos a mi casa en silencio, solo el crujido de
nuestras botas sobre la nieve llena la quietud que nos rodea.
No estoy seguro de que lo que sugiere sea una buena idea, pero no
puedo negar que la idea de recuperar a Olive, de estar más cerca de ella,
aunque sea de esta pequeña manera, me acelera el corazón.
—No se me dan bien las bromas.
—No puede ser tan difícil —dice Townes encogiéndose de hombros—.
Hazle un postre con sal o llénale el jardín delantero de gnomos haciéndolo.
Diablos, búscalo en Google. Seguro que se te ocurren unas cuantas ideas.
Sonrío ante sus palabras y sonrío cuando se me ocurre una idea.
—De acuerdo.
Sus cejas se disparan, desapareciendo bajo su gorro de lana.
—¿En serio? —Me pregunta, y yo asiento con la cabeza.
—Sí, lo intentaré.
Sonríe, me da una palmada en la espalda y yo pongo los ojos en blanco.
—Ahora, ¿vas a ayudarme a palear mi entrada? —Le pregunto, y
empieza a retroceder.
—Sabes, creo que tengo que ir a un sitio —empieza, y yo me río,
lanzándole una pala.
Lo coge con facilidad y nos sumimos en un cómodo silencio mientras
empezamos a quitar la nieve que había caído la noche anterior.
—¿Y tú? —le pregunto una vez que hemos terminado.
—Ya hice mi entrada.
—No, idiota. ¿Cuándo vas a encontrar una buena chica y sentar cabeza?
—¿Es eso lo que estás haciendo?
—No —me apresuro a decir, pero él me dedica una sonrisa cómplice—.
Cállate —refunfuño.
Sonríe, apoyado en su pala, y yo le miro.
—¿Hay alguien en la ciudad? —le pregunto, y él parpadea.
«Eso es un sí».
—No —miente, y yo le miro fijamente.
—Townes.
—No, vamos a resolver tu vida amorosa antes de intentar añadir algo
más. Tengo la sensación de que vas a necesitar toda nuestra atención para
salir de esta —bromea, y yo lo rechazo.
—No estoy tan desesperado —le digo, y él no contesta, pero sé que los
dos lo estamos pensando.
«Sí, lo estoy».
—¿Cuál es tu plan? —Pregunta, y yo tomo su pala, colgando ambas en
el garaje.
—¿Vas a ayudar? —le pregunto, y él asiente.
—Por supuesto.
—¿Tienes zanahorias? —Le pregunto, parpadea y empieza a sonreír.
—No, pero vamos. Nos llevaré al mercado.
Subimos a su Jeep y sonrío mientras nos dirigimos a la ciudad. Los
nervios me invaden cuando entramos en la tienda y nos dirigimos a la
sección de frutas y verduras. No sé cuántas comprar, así que cojo tres bolsas
grandes de zanahorias y me dirijo a la caja.
Townes parece más confiado con este plan de lo que yo me siento, y
trato de relajarme mientras volvemos a mi casa.
—¿Cuántos vamos a hacer? —Pregunta mientras miramos el jardín
delantero de Olive.
—¿Cinco? ¿Seis? —le digo, y él asiente.
Nos dirigimos a extremos opuestos del patio y ambos empezamos a
rodar nieve. Horas después, cuando terminamos y admiramos nuestro
trabajo, no puedo evitar reírme.
—Creo que le gustará —dice Townes antes de tomar la botella de agua
y bebérsela de un trago—. Más le vale —murmura, y yo sonrío.
Los dos estamos agotados y doloridos de trabajar las últimas horas, pero
mientras estudio el jardín de Olive, tengo que estar de acuerdo. Creo que le
va a encantar.
—¿Cuándo llegará a casa? —Me pregunta, y miro mi teléfono.
—Mierda, pronto.
—Tengo ganas de quedarme a ver su reacción, pero seguro que luego
me lo cuentas. Necesito una ducha, y tú también.
Me lanza la botella de agua vacía y yo la agarro, saludándole con la
mano mientras se dirige de nuevo a su Jeep. Me saluda una vez antes de
darse la vuelta y alejarse por la carretera.
Me apresuro a entrar y me doy una ducha rápida. Quiero estar fuera
cuando Olive llegue a casa para ver su reacción.
Tomo una pala y hago como que quito más nieve de la entrada cuando
oigo el coche de Olive entrar en nuestra calle. Sonrío y el corazón se me
acelera en el pecho al verla frenar delante de nuestras casas.
Cuando levanto la vista, me está mirando, me sonríe y me saluda con la
mano antes de entrar en su casa. Entonces frena en seco y suelto una
carcajada al ver que se queda con la boca abierta y los ojos desorbitados.
Allí, en su jardín delantero, hay seis parejas de muñecos de nieve
diferentes, todos en diversas posturas sexuales. Sus mejillas se tiñen de rosa
al contemplar una en la que el muñeco de nieve masculino se inclina sobre
su pareja, y siento cómo mi pene empieza a endurecerse al imaginarnos a
Olive y a mí en la misma postura.
Entra en el garaje y se apresura a salir. Me mira desde el muñeco de
nieve y se le ilumina la cara.
Entonces sé que estoy en apuros, pero mientras me sonríe, no me atrevo
a preocuparme ni a prepararme para el inevitable choque.
CUATRO

Olive

—¿PARA mí? —Le pregunto a Xavier mientras cruzo la calle hacia donde
está parado.
—Pensé que ya era hora de responderte —dice con su voz ronca.
—Me encanta —le digo mientras lo miro, y él traga saliva.
—Bien, porque me ha llevado horas —refunfuña, y yo sonrío.
—Sabía que lo llevabas dentro —le digo, y él niega con la cabeza.
—Solo intentaba darte a probar de tu propia medicina.
Me quedo helada, con la duda cuajando en mi interior, pero cuando
miro a Xavier, veo que no lo dice en serio. Hay una luz en sus ojos como si
estuviera contento de haberme hecho tan feliz, como si incluso se hubiera
divertido gastándome una broma.
Parece casi... vulnerable mientras me observa ahora. Como si las reglas
entre nosotros hubieran cambiado y no estuviera seguro de cómo proceder.
—¿Sabes qué? —Le pregunto mientras tomo asiento en su porche.
—¿Qué? —Pregunta, sentándose a mi lado.
—Creo que en el fondo, estarías triste si alguna vez dejara de jugar
contigo.
—Podrías probarlo y ya veríamos —sugiere, pero no hay fuerza detrás
de sus palabras.
—¿Te han gustado las luces de esta mañana? —le pregunto, y él resopla
lo que voy a tomar como una carcajada.
—Tardé un segundo en leerlos.
—Sí, fue mucho más difícil escribir con luces de Navidad de lo que
pensaba.
Se levanta viento y tiemblo.
—Invítame a un chocolate caliente —le digo, y él vuelve a mirar hacia
su casa.
—No tengo chocolate caliente.
—Claro que no —suspiro, y él frunce el ceño.
—No todo el mundo tiene chocolate caliente —señala como si él no
fuera un defecto fatal.
—Claro, claro —le digo dándole una palmadita en la rodilla y él se
tensa—. ¿Has comido ya?
Parpadea ante ese cambio de tema y sacude la cabeza.
—Vale, vamos.
Me pongo en pie y atravieso su jardín hasta llegar a mi casa. Me abro
paso entre el muñeco de nieve y sonrío al ver cada pose.
—Muy creativo —digo cuando llegamos a la pareja que lo hace contra
el lateral de mi casa.
—Gracias. Townes ayudó.
Sonrío, le hago señas para que entre y él vacila antes de entrar. Es tan
alto y grande que ocupa todo el espacio de mi casa. Tengo que empujarlo
para quitarme el abrigo y se aclara la garganta.
—Debería irme —empieza, y le agarro la mano.
—Estamos comiendo, ¿recuerdas?
No dice nada mientras le conduzco a la cocina, pero noto que cuando le
suelto la mano, sus dedos se flexionan, como si echara de menos que le
toque.
Saffron se habría desmayado con ese movimiento. Me ha hecho ver
Orgullo y prejuicio una docena de veces y siempre tenemos que volver a
ver cuando el señor Darcy ayuda a Elizabeth a subir al carruaje.
—¿Está bien el chili? —Pregunto, sacando el tupperware de la nevera.
—Claro, suena bien.
Agarro una olla y caliento el chili, cogiendo queso de la nevera y
galletas saladas de la despensa.
—Siéntate —le digo a Xavier mientras tomo dos cucharas.
Hace una mueca de dolor al sentarse en mi mesita, y yo hago una pausa.
—¿Estás bien? —le pregunto, y él asiente.
—Estoy bien.
—No lo parecía —comento mientras cojo la leche y dos tazas.
—Es mi cadera. Siempre me duele un poco con el frío.
—¿Quieres un poco de Tylenol? —le ofrezco mientras le paso un vaso
de leche.
Sacude la cabeza y bebe un sorbo.
—¿Qué tal un baño? Podría acompañarte.
Tose, casi rocía leche por toda la mesa, y yo sonrío.
—¿Eso es un sí entonces?
Se aclara la garganta y yo sonrío mientras me dirijo de nuevo al ahora
caliente chili. Tomo dos cuencos y los sirvo con un cucharón antes de
reunirme con él en la mesa.
—Siempre me sorprendes —dice en voz baja mientras le pongo un
cuenco delante.
—¿Eso es bueno? —Le pregunto, y se me queda mirando un instante.
—Sí —admite finalmente, y el corazón casi me estalla en el pecho.
—Bien. Ahora, a cavar mientras todavía está caliente.
Toma su cuchara y yo le estudio. Hoy parece más relajado. Se le ha
caído un poco la máscara y puedo ver ese lado vulnerable que rara vez deja
ver. Hoy tampoco parece tan solo o triste, y sonrío.
—¿Cómo te has hecho daño en la cadera? —Pregunto, retomando
nuestra conversación de antes.
—Me dispararon.
—Mierda.
No me mira, solo asiente y yo trago saliva.
—Cuando te desplegaron —supongo, y eso le hace asentir de nuevo—.
¿Por eso saliste?
—Sí. La recuperación duró un tiempo y sabía que nunca podría volver a
funcionar al cien por cien. No quería defraudar a mi equipo quedándome.
—Estoy segura de que no les habrías defraudado —argumento, y él
niega con la cabeza.
—Los Rangers, cualquier escuadrón militar, depende de cada persona.
Todo el mundo tiene que estar a tope o la gente muere.
Hay algo en sus palabras y en el tono de su voz que me quita el apetito.
—Te culpas de que te dispararan —le digo.
Es una suposición, pero sé que estoy en lo cierto.
—Fue culpa mía.
—Lo dudo.
Se traga un bocado de chile y yo lo observo. Ojalá pudiera quitarle parte
de su dolor, pero no sé cómo. Aparte de ser yo misma.
—Conociste a Townes en el ejército, ¿verdad?
—Sí, en el campamento militar. Era mi compañero de litera y
congeniamos. Su padre era militar, y él estaba decidido a convertirse en un
Ranger, así que los dos fuimos allí después del entrenamiento básico.
—Parece un buen tipo.
—Lo es. Es el mejor.
Está relajado, y yo sigo con temas más ligeros mientras terminamos de
comer.
—¿Cuál era tu sitio favorito? —le pregunto mientras me ayuda a llevar
los platos al fregadero.
—Me gustó Italia. No estuvimos mucho tiempo, pero la comida era
buena. Alemania también estuvo bien.
—Me encantaría ir allí alguna vez —suspiro, y él casi sonríe.
—Estoy seguro de que lo harás. Algún día.
Yo cargo el lavavajillas y él vuelve a poner la leche en la nevera.
—Debería irme.
—Vale, te acompaño.
—Gracias por la cena —dice Xavier mientras se vuelve a poner el
abrigo y el sombrero.
—Claro, y escucha —le digo, apoyándome en la puerta mientras él baja
los escalones del porche. Se detiene y se vuelve hacia mí—. Ha sido una
buena primera cita, pero espero que planifiques la siguiente.
Se queda con la boca abierta y parece sorprendido mientras le sonrío y
cierro la puerta. Tarda un minuto, pero oigo sus pasos mientras vuelve a su
casa y sonrío mientras me doy la vuelta y me preparo para ir a la cama.
De repente, estoy deseando despertarme y ver qué nos depara el
mañana.
CINCO

Xavier

AL DÍA SIGUIENTE, Townes se presenta en mi casa muy temprano, con


dos tazas de café para llevar en la mano, y yo tomo la mía agradecido y me
bebo la mitad de la taza mientras él se acomoda en mi sofá.
—¿Y? ¿Cómo te fue con los muñecos de nieve? —Pregunta, y yo trago
saliva.
—Bien. Le gustaban de todos modos.
—¿Sí? —Pregunta, claramente insinuándome que continúe.
—Anoche cené con ella —admito, y él sonríe.
—Debería escribir un libro —bromea—. Cómo conquistar a una chica
que claramente ya está enamorada de ti. Podría dar charlas por todas partes.
—No está enamorada de mí —argumento, y él pone los ojos en blanco.
—Lo está, pero no te preocupes, parece que le gusta todo este rollo
despistado que tienes montado.
Le doy la espalda y él se ríe mientras levanta su taza de café y bebe un
trago.
—¿Cómo fue su primera cita? —Me pregunta, y frunzo el ceño.
—No fue una cita, fue solo... un accidente —termino dudando.
—¿Sí? ¿Y cómo se sale accidentalmente en una cita?
Abro la boca para decir... ¿Qué? ¿Que fue solo una coincidencia?
¿Conveniencia de que los dos comiéramos juntos? Nada de eso es
realmente cierto.
—Era una cita —me promete Townes.
«Ha sido una buena primera cita, pero espero que planees la siguiente».
Las palabras de Olive de anoche me golpean mientras me bebo el resto
del café. Llevo toda la noche pensando en lo que dijo. Es obvio que ahora la
pelota está en mi tejado, pero no tengo ni idea de qué hacer con ella.
—No puedo tener citas —le digo.
—X, ya lo estás. Verlos bailar el uno alrededor del otro fue bonito al
principio, pero vas a perderla. No hagas eso —me advierte.
—Me dijo que la próxima cita corría de mi cuenta —admito, y él sonríe,
dando una palmada de emoción.
—Bien. Invítala a salir. Esta vez de verdad —subraya.
—¿Y después qué?
—Entonces sales. Aprendes más sobre ella, tal vez la besas, tal vez...
Le interrumpo antes de que pueda continuar.
—Esto parece una mala idea.
—No lo es. Es la mejor idea que has tenido.
—Es idea tuya —protesto, y él se ríe.
—Soy un genio. Ahora, date prisa y prepárate para irte. Probablemente
estará entre prisas en la panadería, así que puedes invitarla a salir
tranquilamente antes de acobardarte.
Me hace señas con las manos hasta que me levanto y me dirijo a mi
dormitorio. Me lavo los dientes y miro mi reflejo en el espejo. El pelo
castaño oscuro se me está poniendo largo y me lo aparto de la frente. Las
ondas me sobresalen en algunas partes, pero como voy a llevar sombrero no
me molesto en arreglármelo.
La barba incipiente me cubre la mandíbula y me planteo afeitarme, pero
Townes tiene razón. Si quiero atraparla e invitarla a salir sin público, tengo
que llegar rápido a la panadería.
Me calzo las botas y cojo el abrigo y el sombrero. Townes ya está junto
a la puerta y sale.
—¿Quieres que te acompañe? —Me ofrece, y niego con la cabeza.
—Estaré bien.
Asiente, dándome una palmada en el hombro mientras se dirige a su
Jeep.
—Me dirijo a casa de Foster. La tormenta de anoche se llevó un árbol,
así que vamos a cortarlo lo mejor que podamos, quitarlo del camino y todo
eso. Deberías venir a ayudar.
—Lo haré —le prometo, y él me saluda con la mano mientras sube a su
coche y se dirige de nuevo a la carretera.
Respiro hondo mientras subo a mi camioneta, dejo que se caliente antes
de poner la marcha y dirigirme a la ciudad.
No puedo creer que esté haciendo esto, y esos sentimientos solo se
amplifican cuando conduzco por la casa de mi infancia.
Crecí oyendo que había matado a mi madre y que yo no valía nada. Era
la pesadilla de mi padre, y se suponía que alistarme en el ejército era mi
forma de demostrarle que estaba equivocado.
Me duelen las caderas y me remuevo en el asiento, frotándome el lugar
donde me dispararon. Sé que hoy debería tomármelo con calma, descansar,
pero tengo la sensación de que Townes me perseguirá si no voy a ayudar
con el árbol de Foster.
Veo la panadería y respiro hondo.
«Es solo una cita. Solo una cena. Solo intento equilibrar la balanza, ya
que ella cocinó para mí», me digo mientras aparco y entro antes de que
pueda convencerme de lo contrario.
Siento que voy a vomitar al entrar por la puerta. Se me hace la boca
agua con el aroma de su repostería y respiro hondo mientras me acerco al
mostrador.
—¡Ya voy! —Ella llama desde la parte de atrás, y yo me debato sobre
volver a mi camioneta.
«¡Aborta! Esto no es una buena idea. Cuando inevitablemente estropee
todo esto, entonces las cosas van a ser realmente incómodas. Tendré que
verla todo el tiempo y... »
Olive sale de la parte de atrás sonriendo a algo en su teléfono, y mi
corazón patea tan fuerte contra mis costillas que me sorprende que ninguna
se rompa.
«Mierda. La quiero».
Hace tanto tiempo que no quiero nada. He aprendido a arreglármelas
con lo que tengo, a no pedir demasiado, pero maldita sea, la necesito. De
alguna manera sé que si alguna vez me dejara, me arruinaría. Nunca sería
capaz de sobrevivir a esa pérdida. Aun así, la oportunidad de estar con ella
merece el riesgo.
—Xavier —dice con una sonrisa brillante mientras sus ojos verdes se
encuentran con los míos.
Parece un hada traviesa y quiero ver en qué líos nos podemos meter.
—Cena conmigo —suelto.
Mi voz suena grave y la veo estremecerse mientras su rostro se ilumina.
—¿Seguro? ¿Alguna ocasión especial? —Me pregunta, burlándose de
mí, y yo reprimo mi propia sonrisa.
—Es una cita.
Asiente con la cabeza y se queda un momento seria mientras me
estudia.
—De acuerdo —acepta en voz baja.
La miro fijamente. Siento como si algo enorme acabara de cambiar
entre nosotros. Ya no hay juegos ni bromas que ocultar. Ahora no es solo
una broma. Esto es real. Los dos acabamos de admitir que queremos esto
con el otro y ya no hay vuelta atrás.
—Te veré esta noche.
—Vale, hoy salgo a las cuatro.
—Pasaré por tu casa a las cinco para recogerte entonces.
Asiente con la cabeza y quiero acercarme a ella. Quiero apretarle la
mano o limpiar el rastro de harina de su mejilla, pero la puerta se abre
detrás de mí y, en lugar de eso, la miro por última vez y vuelvo a la
camioneta.
Me siento aliviado y ansioso a la vez mientras me pongo al volante y
me dirijo a ayudar a mis amigos.
«Al menos dijo que sí.
Ahora solo tengo que pensar qué hacer esta noche en nuestra cita».
SEIS

Olive

XAVIER APARECE en mi puerta exactamente a las cinco. Un zumbido de


excitación me recorre la piel mientras me aliso el pelo y voy a abrir la
puerta.
Había vuelto corriendo de la pastelería y me había metido en la ducha
para quitarme toda la harina, el azúcar y el glaseado. Tenía un vestido
especial que me compré para mi cumpleaños el año pasado. Era demasiado
dinero y nunca había tenido ocasión de ponérmelo, pero cuando Xavier me
invitó a cenar, supe que me lo pondría esta noche. El tejido de terciopelo
aplastado se ciñe a mis curvas y el color azul oscuro me recuerda a los ojos
de Xavier.
Abro la puerta de un tirón y el amor y la lujuria bullen en mi interior al
contemplar la imponente figura de Xavier. Está abrigado y sostiene un pino
de Norfolk entre las manos.
—Hola —digo después de mirarnos fijamente durante un buen minuto.
Xavier parpadea, apartando los ojos de mi cuerpo, y yo sonrío. Parece
que el vestido también le gusta.
—Oye —dice, aclarándose la garganta y me tiende el arbolito—. Te he
traído esto. Me pareció que duraría más que las flores —me explica, y
sonrío por lo práctico que es.
—Gracias. Es bonito. Tendré que decorarlo con algunos adornos más
tarde.
Él asiente, moviéndose sobre sus grandes pies, y yo dejo el árbol sobre
la mesa de la entrada y tomo mi abrigo.
—¿Adónde vamos? —pregunto mientras meto los brazos por las
mangas y tomo el bolso.
—Um, pensé que podría cocinar para ti. ¿Si te parece bien?
—¡Por supuesto!
Enhebro mis dedos en su brazo, en parte porque voy a necesitar ayuda
para sortear la carretera nevada y helada con mis tacones y también porque
quiero una excusa para tocarle.
—Puedo llevarte —dice al cabo de un rato, y yo lo miro.
—De acuerdo.
Nada más pronunciar la palabra, Xavier se inclina y me carga en sus
brazos. Me quedo con la boca abierta y enmudezco, pero Xavier no parece
inmutarse y cruza la calle a grandes zancadas hasta su casa.
En cuanto entramos, me pone en pie, me quito los zapatos y me encojo
de hombros para quitarme la chaqueta. Me quita el abrigo y desaparece un
momento.
—Me gusta tu casa —digo mientras miro a mi alrededor.
Está un poco vacía, sin efectos personales a la vista, pero sigue siendo
cálida. En el salón ruge el fuego. Una pantalla plana gigante cuelga de la
pared sobre la chimenea y un par de cómodos y mullidos sofás de cuero
están en cada pared.
—Gracias.
Se quita las botas y se quita el abrigo y el sombrero.
—¿Puedo ayudar con la cena? —Pregunto mientras le sigo a la cocina.
—No, quería cocinar para ti.
Sonrío mientras me acerca un taburete a la barra.
—¿Quieres algo de beber? Tengo una botella de vino... y chocolate
caliente —murmura, y yo escondo mi sonrisa.
—¿Para mí? —Pregunto, y veo que sus mejillas se calientan
ligeramente.
—Es que sonaba bien cuando lo dijiste ayer —murmura, y yo resoplo.
—Ajá. Vale, entonces tomemos los dos chocolate caliente.
Veo que intenta disimular su cara de asco, pero asiente, baja dos tazas y
las llena de leche. Mete las tazas en el microondas y coge el recipiente de la
mezcla para chocolate caliente.
—Oh, tú también tienes del bueno —digo al ver la etiqueta de
Ghirardelli.
Me ignora mientras abre el recipiente y coge dos cucharadas, pero
juraría que parece contento de que apruebe su elección de chocolate
caliente.
Se mueve rígido por la cocina, como si no pasara mucho tiempo en esta
habitación y no estuviera cómodo. Suena el pitido del microondas, coge las
tazas y las cubre con cucharadas colmadas de la mezcla de chocolate.
—Tiene buena pinta —le felicito mientras me pasa una taza.
Tomo un pequeño sorbo, me encuentro con sus ojos y él suspira
mientras se lleva la taza a los labios y se estremece al beber.
—¡Admítelo! Lo odias —digo riendo, y él hace una mueca.
—Es demasiado dulce —se queja, y yo suelto una risita.
—Bueno, me emociona que me lo hayas comprado. Significa mucho
que pensaras en mí.
Agacha la cabeza, pero puedo ver cómo el rubor se extiende por su
cuello mientras se vuelve hacia la cocina y toma unos cuantos cacharros.
—¿Estás seguro de que no puedo hacer nada? —le pregunto mientras
bebo otro trago de chocolate caliente.
—No, lo tengo.
Observo cómo llena una olla de agua y desenrosca un bote de salsa de
espaguetis, vertiéndola en la otra olla.
—¿Qué tal el día? —Le pregunto.
—Bien. Fui a casa de un amigo y le ayudé a cortar un árbol que se cayó.
—¿Sin camiseta? —pregunto, con voz entrecortada, y él niega con la
cabeza.
—No, hacía mucho frío, así que nos quedamos todos con la ropa puesta
—dice, sonriendo divertido ante mi mente sucia.
—Lástima. ¿Está bien si en mi cabeza, estaban todos sin camisa? —
pregunto, y entonces Xavier hace algo que me sorprende.
Echa la cabeza hacia atrás y se ríe. El sonido es profundo y oxidado, me
invade como una ola, y me quedo mirándolo atónita. Sus profundos ojos
azules se arrugan y brillan mientras me mira fijamente a través de la isla de
la cocina. Sus dientes brillan, blancos como el carbón sobre su barba
oscura.
Esta es. Mi primera sonrisa Xavier, y hombre, no decepciona. Este
hombre está hecho para sonreír. Para sonreír, y sonreír, y reír.
—Siempre me sorprendes —dice, su sonrisa se desvanece, y yo
parpadeo.
—¿Sigue siendo algo bueno?
—Sí —dice simplemente, y mi cuerpo se calienta.
—¿Qué has hecho? —Pregunta mientras añade la pasta al agua
hirviendo.
—Tenía un pedido de una tarta de penes y unas magdalenas —le digo, y
él asiente como si fuera normal—. Es para la despedida de soltera de Cindy.
—Ah, ya me imaginaba que era otro jueves para ti —dice, y yo me río.
—No, este era especial.
—¿Quién lleva la panadería ahora? —Pregunta mientras remueve la
pasta.
—Ahora está cerrado, pero Ginger ha cerrado hoy.
—Es la menor de tus hermanas, ¿verdad? —Me pregunta, y yo asiento
con la cabeza.
—Sí, primero yo, Maple, Saffron y luego Ginger.
—Todas tienen nombres de comida —comenta, apoyándose en la estufa
para estudiarme.
—Sí, mi madre estaba obsesionada con la cocina. Había ido a una
escuela culinaria, pero luego conoció a mi padre y se quedó embarazada de
mí, así que en realidad nunca trabajó en una cocina.
—¿No quería?
—No, las horas de chef son locamente largas. Ella siempre decía que
era feliz cocinando para nosotros. Además, se le daba bien —digo con una
sonrisa melancólica.
—Lo siento —dice en voz baja, captando mi tono sombrío, y yo asiento
con la cabeza.
—Tenía cáncer. Murió cuando yo tenía dieciséis años.
—Olive —dice, y yo me aclaro la garganta.
—Mi padre se consumió después de eso. Era el amor de su vida. Ni
siquiera me sorprendió tanto cuando falleció de un ataque al corazón
cuando yo tenía dieciocho años.
Nos quedamos en silencio y él me observa.
—Mierda, lo siento, no quería hacer las cosas tan pesadas en nuestra
cita.
—No, no pasa nada.
—Mi... mi madre también falleció cuando yo era niño —admite, y
puedo ver el dolor que aún le producen esas palabras.
—Lo siento mucho, Xavier.
Él asiente, mirándose los pies mientras traga saliva.
—Yo estaba enfermo y ella salió a buscarme la medicina. Había
tormenta, prácticamente una ventisca. Se salió de la carretera y chocó
contra un árbol —cuenta, y se me parte el corazón por él.
Me acerco a la isla, le agarro la mano y él se sobresalta de sus
recuerdos. Levanta la vista, sus ojos azul oscuro se encuentran con los míos
y se aferran. Nos miramos fijamente, sintiendo dolor y cierta comprensión.
Los dos estamos un poco rotos, pero eso no me asusta de él. Hace que
me guste aún más.
El humo me llama la atención y jadeo, soltando su mano y señalando
detrás de él.
—¡Mierda! —Grita, apresurándose a apagar los quemadores e intentar
salvar la comida.
Me pongo de pie, moviéndome para ver si puedo ayudar, y me muerdo
el labio mientras asimilo la comida ahora arruinada.
—La verdad es que no sé cocinar —admite con un suspiro, y yo
parpadeo.
—¿Intentabas asustarme ofreciéndote a cocinar para mí? —le pregunto,
y su cabeza se gira hacia mí.
—¿Qué? ¡No! Espera... ¿lo hice? —Pregunta con cara de pánico y yo
niego con la cabeza.
—No, pero deberías habérmelo dicho. Me habría encantado ayudarte.
—Quería que te relajaras. Te pasas el día haciendo comida para la gente
—me dice, y yo me derrito un poco.
—Me gusta cocinar. No me hubiera importado.
—Solo quería cuidarte un poco.
—Me salvaste. Me salvaste de ese camino traicionero —señalo, dando
un paso más hacia él.
Me mira con recelo y yo me río.
—¿Pedimos algo? O puedo salir corriendo y traernos algo.
—Veamos qué tienes aquí.
Abro la nevera y echo un vistazo a sus armarios. No tiene mucho y
acabo cogiendo pan y carne para el almuerzo.
—¿Qué tal un sándwich? —Pregunto.
—Suena bien.
Trabajamos codo a codo mientras montamos nuestros bocadillos.
Termino mi chocolate caliente y Xavier me pasa su taza sin decir palabra.
Sonrío mientras me la llevo a la boca y bebo del mismo sitio que él.
—¿Quieres ver una película? —Me pregunta.
—¿Una de Navidad? —pregunto, y él se encoge de hombros.
—Claro.
Nos acomodamos en uno de sus sofás y le doy un mordisco a mi
bocadillo. Me pasa el mando a distancia y empiezo a ver los canales,
buscando una película navideña.
—Siempre vemos Cómo el Grinch robó la Navidad todos los años —le
digo con una sonrisa—. ¿Y tú?
—No tengo muchas tradiciones navideñas —admite.
—¿De verdad? ¿Qué vas a hacer este año?
—Solo pasar el rato por aquí. Estoy seguro de que voy a pasar el rato
con Townes, tal vez ir a cenar a su casa o algo así.
Mi corazón se rompe una fracción. Tiene que ser tan solitario.
—Ven a mi casa. Estaremos todos juntos. Puedes traer a Townes.
—Puede ser. Le preguntaré a Townes —dice, y yo sonrío.
—Estarás allí. Deja de hacerte el duro —le digo, golpeando mi rodilla
contra la suya.
Suelta una carcajada y sonríe mientras muerde su bocadillo.
Ponen Cuento de Navidad y lo dejo, dejando el mando a distancia en el
sofá a mi lado. Nos acabamos rápidamente los bocadillos y sonrío al ver lo
tieso que está mientras se sienta a mi lado.
Por fin voy a tener mi primera cita, ver una película con un chico, y no
voy a dejar pasar esta oportunidad. No tengo experiencia con chicos, nada
en lo que basarme excepto mis libros románticos y las películas de comedia
romántica. Aun así, quiero esto, y no tengo miedo de ir tras lo que quiero.
—Brr, tengo frío —digo, acercándome a él en el sofá.
—Echaré más leña al fuego —dice mientras bebe un trago de su vaso de
agua.
—O —empiezo— podríamos abrazarnos. Incluso podría manosearte un
poco —sugiero, y él se atraganta, salpicando agua sobre la mesita.
Suelto una risita y se queda con la boca abierta mientras se gira para
mirarme.
—No es seguro beber cerca de ti —murmura, y entonces me río a
carcajadas.
—Me gusta mantenerte alerta.
—Tócame —dice en voz baja, soltando una carcajada—. Espera...
¿quieres? —pregunta incrédulo, y yo me río.
—Uh sí. Si pudiera convencerte de que te quitaras la camiseta mientras
lo hago, también te lo propondría. He estado soñando con ello desde la
primera vez que te vi. Aunque no quiero que pienses que solo voy detrás de
ti por tu cuerpo.
Se sonroja ante mis palabras y me pregunto cuánta experiencia tendrá
también en todo esto. Pone cara de asombro ante mis palabras, como si
pensar que alguien pudiera desearle fuera algo tan extraño. Por primera vez,
me pregunto cuánta experiencia tiene Xavier, si es que tiene alguna, con las
citas y las mujeres.
Hay algo en sus ojos cuando me mira que me recuerda a un cachorro
abandonado que tiene demasiado miedo como para esperar que alguna vez
le quieran. Esa mirada me rompe el corazón y, de repente, me alegro tanto
de habernos mudado a Wolf Valley y de haberlo conocido.
En ese momento juro que voy a demostrarle lo increíble que es. Ya
estoy consiguiendo que baje la guardia y se abra a mí, ¿tan difícil puede
ser?
Me inclino hacia él y me mira a los labios mientras cierro la distancia
que nos separa.
SIETE

Xavier

«SANTO CIELO».
Olive me besa con los labios y me palpa. Sus manos recorren mi cuerpo
con avidez y no consigo asimilarlo.
«Mierda. Me desea tanto como yo a ella. ¿Cómo es eso posible?»
Gime contra mi boca y yo le devuelvo el beso. Mis manos le acarician
la cara mientras ella se abre debajo de mí. No tardo en meterle la lengua en
la boca para enredarla con la suya.
Sus dedos se hunden bajo mi camisa y me estremezco cuando sus cortas
uñas rozan mi piel, dejando la piel de gallina a su paso.
Mi pene está duro y presiona contra la cremallera de mis vaqueros. Por
un momento, me preocupa que pueda atravesarla.
Mierda.
Coquetearon conmigo antes, pero nunca me interesaron. Ni siquiera
recuerdo sus caras. Solo está Olive. Ella es todo lo que veo.
Llevo meses soñando con ella, pero en mis sueños siempre era yo el
instigador. Por un segundo, me pregunto si tal vez finalmente he perdido la
cabeza. Tal vez todo esto es un sueño.
Levanto la mano, me pellizco y maldigo contra su boca por el escozor.
—¿Qué ha sido eso? —pregunta sin aliento.
—Me pellizqué —admito.
—¿Alguna razón en particular? —Pregunta, la risa bailando en sus ojos
verdes.
—Pensé que esto podría ser un sueño.
Sus ojos se suavizan y sonríe suavemente.
—Dices las cosas más bonitas —murmura, y mi corazón empieza a
retumbar con fuerza en mis oídos.
—¿Sí?
—Al menos para mí —dice, y yo asiento con la cabeza.
—Solo tú.
—Me gusta —admite, y sus labios se acercan a los míos.
Tiene el pelo rojo despeinado, enredado en una aureola alrededor de la
cabeza, y trago saliva.
—Nunca he... —Empiezo, y ella parpadea.
—Yo tampoco.
—¿Cómo es posible? —suelto, y ella se ríe.
—Nadie me ha llamado la atención.
«¿Pero yo lo hice?»
Quiero preguntárselo, pero mi pene me suplica que me calle y explore
esas curvas que llevamos meses imaginando.
Le acaricio la cara con las manos y ella se inclina hacia mí. Su boca se
encuentra con la mía y gimo cuando desliza su lengua en mi boca. Se
mueve a mi lado y yo la agarro instintivamente. Pasa una pierna por encima
de la mía y se sienta a horcajadas sobre mí.
—Olive —gimo, mis dedos se tensan en sus caderas mientras ella se
acomoda sobre mí.
—Me duele —gime, y yo me pongo en acción.
Necesito darle a esta chica todo lo que necesite. Es una necesidad para
mí, como el aire. Quiero ser su hombre. Quiero ser el único por el que ella
suspire. «Quiero quitársela tantas veces como ella me lo permita».
Le subo la suave tela del vestido hasta las caderas y ella se contonea
encima de mí. Aprieto los dientes, deseando no correrme mientras ella baja
la cremallera. Le tiro del vestido por la cabeza y cierro los ojos de golpe.
Pienso en que me disparen, en que me desplieguen, en cualquier cosa
menos en el cuerpo perfecto de Olive sobre el mío.
Cuando abro los ojos, me está mirando con la cara enrojecida. Lleva
encaje negro y quiero arrancárselo y enterrarle la lengua, los dedos y mi
pene hasta que grite.
—Xavier —me suplica, y arrastro su boca de nuevo a la mía mientras
mi otra mano explora su cuerpo.
Se arquea contra mí y sus dedos tantean los botones de mi camisa.
—Rómpela —le ordeno, y ella parpadea, con una sonrisa de
satisfacción en los labios mientras me mira.
—¿En serio?
—Sí.
Rasga ambos lados de la tela, haciendo volar los botones.
—Siempre he querido hacerlo —admite, y yo asiento con la cabeza.
—Puedes hacérselo a todas mis camisas —le prometo, y ella se ríe, su
boca sonríe mientras me aprieta un beso en la garganta.
Quiero decirle que no estoy bromeando, pero sus manos están sobre mi
piel desnuda y, en lugar de eso, me acerco a ella.
Le desabrocho el sujetador y gimo cuando se muestran sus senos. Me
caben perfectamente en las manos y paso los pulgares por sus duros
pezones hasta que jadea y se retuerce sobre mí.
Frunce el ceño al verme los vaqueros y me levanto, dejándola sobre los
cojines del sofá mientras me desabrocho y me bajo los vaqueros y los
calzoncillos.
—Mierda —respira, con los ojos clavados en mi miembro.
Me preocupa que haya ido demasiado rápido, que esté a punto de
cambiar de opinión. Me debato por alcanzar mis bóxers al menos, pero
antes de que pueda moverme, Olive se ha deslizado fuera del sofá y está
arrodillada ante mí.
—Puede que se me dé fatal —advierte, y yo trago saliva.
—Ya lo estás haciendo increíble.
Ella sonríe, envalentonada por mis palabras, y yo la observo, inmóvil
como una estatua, mientras envuelve mi miembro con sus dedos.
Me mira por debajo de las pestañas y juro que casi me corro solo con
esa mirada.
—Perfecto —susurro, y ella me recompensa con un solo bombeo.
Su piel cremosa está a la vista y no sé dónde mirar primero. Sus tetas se
balancean suavemente mientras avanza arrastrando los pies.
Se lame los labios y yo gimo. Cuando me rodea con los labios y su
lengua roza la punta de mi pene, me muerdo la mejilla con tanta fuerza que
siento el sabor de la sangre.
No voy a durar, pero cuando miro a Olive, parece tan feliz. Aprieto los
dientes, decidido a aguantar al menos un poco más.
Su cabeza se balancea sobre mi cuerpo y yo trago saliva, con la
respiración agitada mientras la observo.
—Mierda, Olive —gimo, y ella zumba a mi alrededor.
—Mierda. Me voy a correr. Tienes que parar —le advierto, y ella solo
chupa más fuerte.
—Olive.
Mis dedos aprietan su pelo y ella gime por la presión.
Al sentir sus gemidos de placer a mi alrededor, se me tensan las pelotas
y gimo mientras me corro en su boca. Ella traga a mi alrededor, y mis ojos
se ponen en blanco ante la sensación.
—Mierda —siseo, y ella se lame los labios.
Mi pene se sacude y jadeo.
—Túmbate en el sofá —le ordeno, y ella se echa hacia atrás sobre los
cojines—. Mírate —le digo mientras se estira ante mí—. Tan
condenadamente hermosa.
Me tiende una mano y yo me acerco al reposabrazos, la agarro de las
piernas y la arrastro hacia mí.
Se me hace la boca agua mientras la contemplo extendida ante mí.
Tengo que probarla. Quiero hacerla gritar mi nombre hasta que se quede
afónica. Quiero que sueñe conmigo como yo sueño con ella.
Levanto la mano y le pellizco un pezón, y ella jadea y se levanta del
sofá. Sonrío y le pongo las piernas sobre los hombros mientras me arrodillo
al final del sofá. Tiene el culo apoyado en el reposabrazos y le beso una vez
el interior del muslo antes de hundirle la cara en su centro.
—¡Xavier! Oh! —Grita, y yo sonrío.
Penetro con la lengua en su apretada abertura, lamo su clítoris y rodeo
el pequeño manojo de nervios. La devoro, la oigo gemir, gritar y suplicarme
más.
Sus jugos me cubren la cara y gotean por mi barbilla, y me encanta.
Quiero bañarme en ella. Quiero andar por ahí oliendo a su placer el resto de
mi vida.
Sus manos se enredan en mi pelo, sus piernas se cierran alrededor de mi
cabeza y deslizo la punta de mi lengua en su sexo mientras ella se corre.
—¡Xavier! —Grita, todo su cuerpo se tensa mientras se corre en mi
cara.
Me bebo su liberación, ávido de ella. Se estremece contra mí antes de
que su cuerpo se relaje, y beso su clítoris una vez más antes de ponerme en
pie, relamiéndome los labios.
Sonrío cuando la miro y veo que está profundamente dormida. Tiene un
aspecto tan dulce, con el pelo revuelto alrededor de la cara. Tiene los labios
hacia arriba, incluso dormida, y suelto una carcajada mientras la tomo en
brazos y la llevo a mi dormitorio. Se acurruca de lado mientras la arropo y
salgo a echar otro leño al fuego.
Recojo nuestra ropa, la llevo a mi habitación y la dejo sobre la cómoda.
Me pongo un par de calzoncillos, pensando qué hacer, pero no puedo
resistir la oportunidad de dormir a su lado.
Me meto en la cama y ella rueda hacia mí, acurrucándose a mi lado.
Sonrío y la rodeo con los brazos mientras cierro los ojos y dejo que el sueño
me reclame a mí también.
OCHO

Olive

ESTOY TAN acostumbrada a despertarme antes que el sol que, cuando


abro los ojos por primera vez, no es la extraña habitación lo que me
confunde. Es el hecho de que la habitación está soleada.
—¡Mierda! —Grito, levantándome en la cama.
—¿Qué? —grazna Xavier, levantando la cabeza de la almohada
mientras me arrastro sobre su cuerpo y empiezo a buscar frenéticamente mi
ropa.
—¡Llego tarde! Llego muy, muy tarde —explico mientras me subo el
vestido por la cabeza y lo meneo sobre mis curvas.
Ir así al trabajo no es lo ideal, pero si corro a casa y me cambio entonces
voy a llegar aún más tarde.
Xavier se sienta en la cama y yo tropiezo al ponerme un zapato, con los
ojos clavados en la amplia extensión de su pecho. Sus músculos están en
plena exhibición, y un secreto estremecimiento me recorre cuando recuerdo
que anoche mismo le toqué el cuerpo con las manos y la boca.
—Te llevaré. Toma, te presto algo de ropa.
Me pasa una camiseta, me quito el vestido y me pongo el suave tejido
por encima de la cabeza. Me pasa un pantalón de chándal y me lo pongo. El
conjunto me queda raro, ya que obviamente es dos tallas más grande. Los
tacones tampoco ayudan, pero no se puede pedir más.
—Gracias —le digo, y él me responde con un gruñido.
Se pone los zapatos y yo me dirijo a la puerta principal. Estoy a punto
de abrirla cuando una mano me agarra del codo y me doy la vuelta para ver
a un Xavier malhumorado.
—¿Qué? —Pregunto, y él coge su chaqueta de invierno.
—Hace mucho frío. No puedes salir solo con mi camiseta.
Me abre la chaqueta y me detengo.
—Anoche me puse el abrigo —le recuerdo.
—Lo sé, pero el mío es más cálido y como no tengo tiempo de
calentarte el camión —me dice, meneándome el abrigo.
Sonrío mientras me doy la vuelta y meto los brazos. Es muy dulce que
esté pendiente de mí, que quiera cuidarme. Hacía tiempo que no me pasaba
eso.
Me sube la cremallera hasta la barbilla y asiente.
—Vámonos.
Me agarra de la mano mientras nos dirigimos a la puerta principal y yo
sonrío, dejando que me lleve hasta su camioneta. Me abre la puerta y
aprovecho para ponerme de puntillas y acercar mi boca a la suya.
—¿A qué ha venido eso? —Pregunta mientras me agarra de las caderas
y me sube a su camioneta.
Tengo que decir que entiendo por qué a todas las heroínas de mis libros
románticos les encanta ser maltratadas por sus hombres.
—¿Necesito una razón para besarte? —le pregunto, y él sonríe
suavemente.
—No.
Me río cuando cierra la puerta y rodea el capó. Pone la camioneta en
marcha y yo hundo la cara en su camisa, respirando su aroma a bosque.
—¿Qué haces hoy? —le pregunto mientras nos dirigimos a la ciudad.
Aún es temprano y las carreteras están casi desiertas.
—Tengo que limpiar el desastre que fue la cena de anoche —dice, y yo
me río.
—Estoy segura de que habría sido genial. Solo te distraje.
—Llevas haciendo eso desde que llegaste a la ciudad —admite, y yo
sonrío, mirándole.
Lleva su propia combinación de camiseta y pantalón de chándal, pero
rellena la suya mucho mejor que yo.
Nos detenemos frente a la panadería un minuto después y, por primera
vez desde que abrí MasterBeaters, deseo no tener que ir a trabajar.
—¿Nos vemos luego? —pregunto, y él asiente.
—Sí.
Ojalá hubiéramos quedado, pero sé que tengo que entrar, así que saludo
con la mano y me apresuro a salir del camión. Xavier está a medio camino
de la parte delantera del camión y suspira cuando cierro la puerta de un
portazo.
—A partir de ahora te abriré la puerta —dice, y yo sonrío.
—¿Todas las puertas? —pregunto riendo, y él no me contesta.
En lugar de eso, se acerca en silencio a la puerta de la panadería y
agarra el picaporte. Le paso la llave, abre la puerta y me la deja abierta,
dejando caer las llaves en la palma de mi mano al pasar.
—Gracias —digo, y él asiente.
Casi resbalo con los tacones mientras me apresuro detrás del mostrador.
Por suerte, anoche preparé un montón de cosas, así que no debería llegar
demasiado tarde a la apertura.
Me pongo manos a la obra, lavo los platos y precaliento los hornos.
Preparo la primera hornada y empiezo a montar la vitrina cuando llaman a
la puerta. Frunzo el ceño, alzo la vista y mis ojos se abren de par en par
cuando veo a Xavier de pie, con un par de mis zapatillas colgando de los
dedos.
—¿Cómo los has conseguido? —Le pregunto mientras empuja hacia el
interior.
—Tu llave de repuesto está debajo del felpudo.
—Lo está —confirmo, y me pasa los zapatos.
—No podrías trabajar con eso todo el día. Te he recogido esto también.
Pensé que estarías más cómoda con tu propia ropa.
Me pasa una bolsa y sonrío al ver unos vaqueros y una camiseta limpia.
—¿Así que entraste en mi casa?
—Sí.
—Y dicen que la caballerosidad ha muerto.
Sus mejillas y la punta de sus orejas se enrojecen y creo que me
enamoro un poco más de Xavier en ese mismo instante.
—Gracias por hacer esto.
—No es gran cosa.
Quiero discutir con él, decirle que sí, que hace mucho tiempo que nadie
cuida de mí. Como soy la mayor, suelo ser la que se asegura de que todo el
mundo está bien y tiene lo que necesita.
En lugar de decirle nada a Xavier, le rodeo el cuello con los brazos y
aprieto los labios contra los suyos. Sus manos se posan en mis caderas y me
aprieta contra él hasta que noto cada línea dura de su cuerpo.
—Cena conmigo esta noche. Yo cocinaré —susurro contra sus labios, y
él asiente.
—De acuerdo.
El temporizador empieza a sonar y, de mala gana, me alejo de él y
vuelvo a la cocina. Cuando saco los cruasanes del horno, ya se ha ido.
Me cambio y me pongo a trabajar. Pronto empiezan a llegar clientes y
sonrío mientras tomo los pedidos y empiezo a preparar el día de mañana.
Ginger entra cuando estoy a punto de poner el cartel de cerrado, y
sonrío cuando se dirige a la parte de atrás para ver qué productos horneados
quedan.
—¿Qué tal hoy? —Pregunta mientras salta sobre el mostrador.
—Bien. Ocupada.
—¿Sí? ¿Algún invitado especial? —Me pregunta con un brillo malvado
en los ojos.
—Entonces, ya sabes lo de Xavier —supongo, y ella sonríe.
—Sí. Maple me llamó esta mañana para contarme todo sobre cómo te
dejó y luego volvió en cuestión de segundos.
Me río de sus palabras y ella se inclina hacia delante.
—Entonces, ¿tu cita fue bien?
—Lo hizo. Le haré la cena esta noche.
—Bien. Me alegro por ti, Olive.
—Gracias.
—¿Debería empezar a buscar vestidos de dama de honor?
—No, aún no hemos llegado. Ni siquiera cerca.
—No lo sé. Maple dijo que con la forma en que te miraba esta mañana,
no creía que las campanas de boda estuvieran lejos.
—Entonces Maple necesita que le revisen los ojos —le digo riendo—.
Está empezando a dejarme entrar.
—Le diré a Maple que pida cita para la vista entonces.
Me río y termino de limpiar la encimera. Todo está listo para mañana, y
tengo que ponerme en marcha si quiero ir a casa y ducharme antes de mi
cita.
—Te veré mañana —le digo a Ginger, que asiente con la cabeza y se
mete en la boca lo que queda de su magdalena de arándanos mientras salta
del mostrador.
Nos dirigimos a la puerta principal y saco las llaves del bolsillo,
buscando la de la panadería. Oigo a Ginger resoplar y se vuelve hacia mí.
—¿Estás segura de esas campanas de boda? —Susurra, y miro más allá
de ella hacia donde Xavier está de pie junto a su camioneta, con un ramo de
rosas en las manos.
—Tal vez no —susurro.
Me da una palmadita en el brazo mientras se dirige a la librería, y yo
sonrío mientras doy un paso hacia Xavier.
—¿Para mí? —pregunto, y él sonríe mientras me los pasa.
—Tuve que correr a la tienda y los vi.
Sonrío. Puede que no se sienta cómodo diciéndolo abiertamente, pero
parece que Xavier piensa bastante en mí.
—Ya estoy otra vez distrayéndote —suspiro, y sus ojos se encuentran
con los míos.
—Como dije, Olive. Me has estado distrayendo desde que llegaste a la
ciudad.
—Con mis travesuras —supongo, y él frunce el ceño.
—No. Con esos ojos siempre brillantes, como si te supieras un chiste y
te murieras por contárselo a alguien. Con ese cuerpo. Mierda con ese
cuerpo —susurra, sus ojos se calientan mientras me recorren—. Con esta
maldita panadería y tus tartas para follarme.
—No se llaman así —interrumpo, y él me lanza una mirada.
—Prácticamente lo son. ¿Pastel de cerezas? No me jodas —gime, y
trago saliva.
—Me encantaría.
Sus ojos se oscurecen aún más de deseo y siento que me quemo. Con
una mirada, este hombre es capaz de deshacerme por completo. Me dan
ganas de probar todas las posturas que he leído en mis libros románticos.
—Vamos —dice en voz baja, y yo parpadeo.
Me ofrece su mano, y no dudo en deslizar la mía en ella.
Me lleva hasta su camioneta y me abre la puerta. Sus manos se posan en
mis caderas mientras me ayuda a subir.
—Iba a llevarte a cenar —dice mientras se pone al volante, y yo trago
saliva al girarme para mirarle.
—No tengo hambre de comida —susurro, y él traga saliva.
—Vamos a por una pizza —me dice, dando marcha atrás para salir del
sitio—. Si no comemos ahora, me olvidaré de darte de comer más tarde.
—Puedo prepararnos algo —argumento, y él niega con la cabeza.
—Hoy me ocuparé de ti. Aunque solo sea con pizza.
Sonrío para mis adentros, y él me agarra de la mano mientras
conducimos una calle hasta la pizzería Manci's.
—¿Qué ingredientes te gustan? —Pregunta mientras aparcamos.
—Pepperoni y champiñones.
Asiente y salta del camión.
—No te muevas. Vuelvo enseguida.
Asiento con la cabeza y sonrío al verle entrar. Me suena el móvil, lo
saco y sonrío al ver el nombre de Maple en la pantalla.
—Hola —respondo, y ella chilla.
—¡Ginger me contó lo tuyo con Xavier! Vamos, chica. —Ella aplaude y
yo me río.
—Gracias. Ahora vamos a por pizza y luego a casa.
Suspira soñadoramente, como si fuera la cita de sus sueños, y yo sonrío.
Puede que lo sea. Maple siempre ha sido más hogareña.
—Diviértete. Estaré en la pastelería a primera hora para que me lo
cuentes todo —, me promete, y yo resoplo.
—Eso no es necesario.
—Así es. Traeré a Saffron y a Ginger conmigo.
—Genial —me río, y sé que ella también sonríe.
—Nos vemos entonces.
—Adiós —digo, terminando la llamada.
Xavier ya está pagando la pizza y, unos minutos después, se dirige hacia
mí. Me pasa la caja y respiro el aroma a ajo y tomate.
Conduce con confianza hacia nuestras casas y yo le estudio. Es tan
guapo, tan fuerte y capaz. La máscara que solía llevar ha empezado a
desaparecer. De hecho, ahora parece feliz y relajado.
Se me acelera el corazón y le tomo la mano cuando entra en nuestra
calle.
—¿En tu casa o en la mía? —pregunto, y él suelta una carcajada.
—¿Desde cuándo quieres preguntarle eso a alguien? —Me pregunta, y
me sonrojo.
Una parte de mí se sorprende de que me conozca tan bien. No sé por
qué. Ya me ha demostrado varias veces que me presta atención.
—Un rato —admito, y él sonríe al volverse hacia mí.
—¿Qué prefieres?
—La mía. Tengo que estar en la panadería mañana temprano.
—Tu lugar entonces.
Bajamos de su camioneta y él lleva la pizza mientras cruzamos la
silenciosa calle hasta mi casita. Abro la puerta y entramos.
El aire se vuelve tenso cuando me acecha en la cocina. Tira la caja de
pizza sobre la encimera y trago saliva cuando se acerca a mí.
—¿Algo más que te mueras por probar? —Susurra contra la concha de
mi oreja.
—Unas cuantas cosas —admito.
Sus labios encuentran los míos y me dejo llevar. Me agarra por las
caderas y me sube a la encimera. Cada vez que me manosea me recorre un
estremecimiento. A su lado, me siento pequeña y delicada.
Sus dedos inclinan mi barbilla hacia arriba para que pueda devorarme
mejor, y yo me inclino más hacia él, deseando que haga precisamente eso.
Mis dedos se dirigen a su abrigo y él lo desabrocha con impaciencia,
encogiéndose de hombros y dejándolo caer a sus pies. Agarro el bajo de su
Henley y juntos se lo pasamos por la cabeza. Gruñe, no parece gustarle
tener que dejar de besarme, y yo me apresuro a quitarme el abrigo y la
camisa.
Sus labios se posan en los míos y le rodeo el cuello con los brazos. Me
agarra el culo con las manos y jadeo contra su boca mientras me levanta.
—¿Dormitorio? —Pregunta, y señalo el pasillo corto.
—Última puerta.
Él asiente, tomando esa dirección, y yo aprieto las piernas alrededor de
su cintura. Le beso el cuello y él se estremece cuando meto entre mis
dientes el lóbulo de su oreja.
—Me vuelves loco —gime mientras caemos sobre mi cama.
—¿En el buen sentido? —Pregunto, y él asiente.
—De la mejor manera.
Me besa la turgencia de los pechos y mis dedos se enredan en su pelo,
estrechándolo contra mí. Siento sus dedos en el broche de mis vaqueros, y
entonces su mano se introduce en mis bragas, sus dedos encuentran mi
clítoris y se frotan sobre ese punto tan especial.
—¡Oh! —jadeo, y siento que Xavier sonríe contra mi pecho.
Me quito los vaqueros, necesitando más de él, y él se levanta, me baja
los pantalones y las bragas por las piernas y se los echa al hombro.
—Tú también —le digo con urgencia, y él se despoja de lo que le queda
de ropa antes de volver a subirse a la cama.
—Te necesito —gruñe, y yo asiento con la cabeza.
—Yo también te necesito.
Sus labios encuentran los míos y mis manos se deslizan por su espalda,
acercándolo. Quiero sentir su peso sobre mí. Quiero sentir cada centímetro
de él contra mí, dentro de mí.
—Tengo que prepararte —dice, y yo sonrío.
—Oh, lo estoy. Confía en mí.
Sonríe y me besa una vez más antes de bajar.
—Vale, entonces necesito tu sabor en mi lengua la primera vez que te
folle. Abre las piernas, nena. Bien abiertas.
Me encienden sus sucias palabras y me apresuro a hacer lo que me
ordena.
—Buena chica —elogia, y casi me corro al oírle decir esas palabras.
—Nuevo fetiche desbloqueado —murmuro, y él me mira.
—¿Qué? —Pregunta, sus pulgares separando los labios de mi coño.
—Dije nuevo fetiche desbloqueado.
Frunce el ceño y yo intento prestar atención a la conversación mientras
sus dedos juegan conmigo, volviéndome loca.
—Me ha gustado que me llames buena chica —le digo sin aliento.
Sus ojos se oscurecen y se calientan y me dedica una sonrisa perversa.
—¿Sí? —Pregunta, y yo asiento frenéticamente mientras un grueso
dedo frota mi abertura.
Engancha solo la punta del dedo dentro de mí y yo gimo, intentando
apretarme contra el dígito.
—¿Quieres ser mi niña buena? ¿Para complacerme? —Me pregunta.
—¡Oh Dios! —Jadeo.
—Anoche me chupaste mi pene como una buena chica. Tragándome tan
dulcemente.
—Xavier...
—Arrodillándote para mí tan rápido, envolviéndome con esos labios de
abeja sin ni siquiera tener que pedírtelo. Sí... puedes ser mi niña buena —
dice mientras mete el dedo un centímetro.
Estoy jadeando, ya al borde del orgasmo y él apenas me toca.
—¡Por favor! —Le suplico, y puedo oír la sonrisa en su voz cuando
responde.
—Buena chica. Suplícame que te haga venir.
—Xavier, por favor. Te necesito. Por favor, por favor, ¡haz que me
corra!
No estoy segura de cuándo empecé a gritar. Cuando la boca de Xavier
se posa sobre mí, me doy cuenta de que no me importa. Somos las dos
únicas casas aquí, así que no es que vayamos a molestar a nadie.
La lengua de Xavier me lame y me estremezco, retorciéndome bajo él
mientras me inmoviliza. Su dedo me penetra un centímetro más y, cuando
sus labios rodean mi clítoris, me corro.
—¡Xavier! —Grito, mis ojos se cierran mientras tengo el orgasmo más
intenso de mi vida.
—Buen trabajo, nena —elogia, y yo abro los ojos, con la vista nublada
mientras él trepa por mi cuerpo.
Me acerco a él y me agarra la mano, inmovilizándola contra el colchón.
—Te necesito —me dice, y yo asiento con la cabeza, abriendo más las
piernas.
La punta de su pene roza mi abertura goteante y le miro a los ojos
oscuros cuando empieza a empujar dentro de mí.
—Mierda. Tan malditamente apretada —dice entre dientes apretados.
—Eres muy grande —jadeo, y él asiente, con el sudor empezando a
salpicarle la frente.
—Puedes llevarme.
Engancho una pierna a su cintura y jadeo cuando me penetra otro
centímetro. Cierro los ojos mientras me besa y luego me penetra a fondo.
—¡Oh! —jadeo, mis ojos se abren de golpe.
Xavier me está dando besos por toda la cara, diciéndome lo increíble
que me siento y lo perfecta que soy.
Me siento tan llena, pero no es necesariamente una mala sensación. Me
aprieto a su alrededor, probando la nueva sensación, y Xavier maldice,
enterrando la cara en mi cuello.
—Intentando que me corra ya —gime, y yo contengo una sonrisa.
—Necesito que te muevas —le digo, y él asiente.
La primera vez que sus caderas retroceden y vuelven a penetrar, jadeo.
La segunda vez, mis caderas suben al encuentro de las suyas. A la tercera,
gimo y le insto a que me penetre más fuerte y más profundamente.
—Olive, Olive, Olive —canta Xavier, con su mirada clavada en la mía.
Siento cómo mi cuerpo se aprieta a su alrededor y otro orgasmo
empieza a crecer dentro de mí.
—Estoy cerca —le digo mientras empieza a machacarme.
—Lo sé. Ya puedo sentir este sexo tan apretado intentando chuparme la
leche. Qué chica tan golosa —dice, y casi me corro solo con sus palabras.
—Por favor, Xavier —le ruego, y él mete la mano entre nosotros, sus
dedos encuentran mi clítoris.
Un golpe, dos, y entonces estoy volando sobre el borde, gritando su
nombre mientras me lo llevo conmigo.
—Olive —gime, y le rodeo el cuello con los brazos, tirando de él para
besarle.
Noto cómo su orgasmo se propaga dentro de mí, y probablemente
debería preocuparme por no haber usado protección, pero ahora mismo no
me importa. No cuando aún estoy en mi subidón post-orgasmo.
—Eso fue... —empieza, y yo sonrío.
—¿Bien? —bromeo, y él sonríe.
—Perfecto.
—Y fue nuestra primera vez. ¿Crees que solo puede ir a mejor? —le
pregunto, y me besa el cuello.
—Solo hay una forma de averiguarlo —responde, y yo gimo cuando
empieza a moverse dentro de mí una vez más.
NUEVE

Xavier

—EXPLÍCAME por qué me despertaste y me arrastraste hasta aquí otra vez


—refunfuña Townes mientras nos dirigimos al centro comercial.
—Necesitamos regalos de Navidad.
—¿Y pensabas que esperar hasta dos días antes de Navidad era el mejor
momento para hacer esto? —pregunta, esquivando a una madre y un padre
que forcejean con dos niños gritones.
—Sí. Tú también necesitas cosas, ¿recuerdas? Tú también vienes a su
casa.
Asiente con la cabeza, parece que se dirige a la batalla mientras mira
fijamente las puertas principales del centro comercial. Entramos y nos
hacemos a un lado para echar un vistazo.
—De acuerdo. ¿A dónde nos dirigimos primero? —Townes pregunta.
—No lo sé. Quería comprarle algo a Olive.
—¿Qué tal un anillo? —Pregunta en voz baja, pero le oigo.
—Y sus hermanas —digo, ignorando su comentario.
—Vale... ¿y qué les vas a regalar?
—No tengo ni idea. Hace años que no le compro un regalo a nadie más
que a ti.
—Es un honor.
—Cállate.
Suspira y nos volvemos para mirar las tiendas abarrotadas.
—Empecemos por ahí —digo señalando la primera tienda.
Nos abrimos paso entre la multitud y entramos. Aquí hay un montón de
jabones y artículos de spa, así que cojo algunos con la esperanza de que les
gusten a las chicas. Townes coge algunas lociones y bombas de baño,
pagamos y nos dirigimos a la siguiente tienda. Compramos velas y sets de
regalo de chocolate caliente en las siguientes tiendas.
—Esto debería ser bueno, ¿verdad? —Townes pregunta.
Ambos estamos cargados de bolsas, pero no parece suficiente.
—¿Todo esto te parece un poco genérico? —le pregunto, y él suspira.
—¿Supongo? Pero creo que les gustará.
—Tengo que buscarle otra cosa a Olive —le digo, y él asiente hacia una
joyería—. No... Necesita nuevas bandejas para hornear.
—Qué romántico —refunfuña Townes mientras nos dirigimos a la
tienda de utensilios de cocina.
Lo ignoro. Sé que a Olive le encantará. Se le ilumina toda la cara cada
vez que digo o hago algo que ella menciona. Ha estado cuidando de todo el
mundo, prestando atención a lo que necesitan para poder dárselo, y yo
quiero hacer lo mismo por ella. Cuando ayer le llevé los zapatos, me miró
como si fuera su héroe. Quiero que siga haciéndolo.
Tomamos papel de regalo de camino a la caja y luego tenemos que
luchar para salir del centro comercial y volver a mi camioneta. Son otros
cuarenta minutos hasta Wolf Valley, y primero dejo a Townes en su casa.
—Hasta mañana —le digo mientras se baja.
—Nos vemos.
Coge sus bolsas y se va dentro, y yo sonrío mientras conduzco de vuelta
a mi casa. Aún es temprano, así que sé que Olive está en la panadería. Me
planteo ir hacia allí para verla, pero debería envolver los regalos antes de
que venga esta noche. Tengo la sensación de que Olive es el tipo de persona
que desearía ver lo que le has comprado.
Sonrío al pensarlo mientras aparco y empiezo a llevar todo dentro.
Estoy abriendo la puerta cuando un viejo camión entra en mi casa. Se me
revuelve el estómago en cuanto lo veo.
—Papá —digo, dejando las bolsas dentro de casa y girándome para
encontrarme con él en el camino de entrada.
No quiero que vuelva a pisar mi casa. Creía que lo habíamos acordado,
aunque en silencio. No lo he visto ni una vez desde que volví a la ciudad y
ha sido una bendición.
Hasta ahora. Sigue teniendo el mismo aspecto miserable que recordaba,
pero su pelo tiene más canas y su cara está curtida. Parece mucho mayor de
lo que es.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
—Yo también me alegro de verte, hijo —dice, con el mismo tono
amargo.
Quiero decir que no es agradable verle. Que sería más feliz si no lo
volviera a ver, pero me muerdo la lengua. No quiero empezar una pelea.
Quiero que diga lo que ha venido a decir y que me deje en paz.
—Estoy algo ocupado —empiezo, y él echa un vistazo a mi propiedad.
Siento que todos los músculos de mi cuerpo se tensan con solo estar en
su presencia. Todos los recuerdos de mi infancia se agolpan en mí y me
siento al límite. Oigo su voz en mi cabeza, llamándome inútil,
prometiéndome que nadie me querrá jamás, y empiezo a marearme.
Trago saliva, tratando de alejar los puntos negros que nublan mi visión.
—Lo sé. Por eso estoy aquí —dice, y yo parpadeo.
—¿Qué?
La boca de mi padre se aplana al oír eso y me transporto a todas las
veces que estuve cerca de mi padre mientras crecía. No importaba si había
sacado sobresalientes o si me había alistado. Siempre ha estado enfadado y
decepcionado conmigo.
El agotamiento me abruma y me apoyo en la barandilla del porche.
—Te he visto por el pueblo con esa chica que lleva la panadería.
Aprieto los dientes, esperando a que continúe, aunque ya sé lo que va a
decir.
—Tienes que dejarla en paz. Déjala ser feliz. Déjala vivir —me gruñe, y
me estremezco.
—Yo no maté a mamá. Fue un accidente —le digo, y él niega con la
cabeza.
—Hubieras estado bien hasta que pasara la tormenta, pero no, tenías que
ser egoísta.
—Estaba enfermo —recalco.
No sé por qué me molesto. Nada de lo que diga cambiará nada para él.
—Ojalá hubieras sido tú —susurro, y sus ojos azules furiosos se clavan
en los míos.
—Ojalá nunca hubieras nacido. Todo el mundo sería mucho más feliz
sin ti.
Le miro fijamente y veo cómo me mira con asco y se da la vuelta para
volver a su camioneta.
Le veo marcharse y entro en casa, entumecido. Tropiezo con las bolsas
junto a la puerta y de repente me siento tonto por haberme tomado tantas
molestias.
¿Qué creía que estaba haciendo? ¿Pensé que podría estar con Olive?
¿Que mi oscuridad no la tocaría? Debería haberme alejado de ella. Debería
haberla mantenido a distancia, haberla ignorado. Pero no pude. La dejé
entrar y ahora voy a tener que alejarla.
—Así que resulta que soy una mierda envolviendo regalos —dice
Townes al entrar en mi casa.
Salto, sobresaltado. Ni siquiera le oí parar.
Miro por la ventana y frunzo el ceño al ver que está oscureciendo. Debo
de haberme perdido en viejos recuerdos y me he quedado allí, congelado,
más tiempo del que pensaba.
—¿Qué has estado haciendo? —pregunta Townes mientras frunce el
ceño ante las bolsas.
—Ha venido mi padre —le susurro, y levanta la cabeza hacia mí.
Puedo ver la mezcla de furia y tristeza en su mirada. Townes es el único
que sabe lo que me provoca ver a ese hombre. Puede que tenga veintiséis
años, pero siempre que estoy cerca de él me siento como si volviera a ser un
niño.
—Me dijo que me alejara de Olive.
—Pero no vas a escucharle, ¿verdad? Porque es un borracho egoísta y
no sabe de lo que habla.
Oigo el veneno en su voz e intento sentir la misma rabia. Cualquier cosa
sería mejor que este dolor que me corroe por dentro.
—Xavier —suspira Townes, y yo trago saliva.
Miro hacia la casa de Olive y Townes gime.
—No, X. No sabotees esto. Es bueno. Te mereces cosas buenas.
Escucho sus palabras, pero no puedo aceptarlas. No cuando me han
dicho lo contrario toda mi vida.
—Vamos a tomar una cerveza —sugiere, pero niego con la cabeza.
—Solo quiero estar solo ahora.
Parece disgustado, pero asiente y se dirige de nuevo hacia la puerta.
—Solo... no hagas nada de lo que te vayas a arrepentir. No necesitas
alejarla —dice.
No me atrevo ni a asentir, y él suspira mientras vuelve a salir.
Me desplomo en el sofá y miro fijamente la chimenea vacía mientras
me debato sobre qué hacer ahora.
DIEZ

Olive

ESPERABA que Xavier viniera a verme ayer o incluso hoy, pero no fue así.
Anoche, cuando pasé por su casa, ya se había ido y yo debía de estar
profundamente dormida cuando volvió.
Intento que su ausencia no me moleste, pero no puedo. Se me revuelven
las tripas y, antes de llegar a la entrada de mi casa y verle sentado en el
porche, sé que algo va mal. Pero intento fingir lo contrario.
—¡Eh, tú! —Digo, pegando una sonrisa en los labios mientras salgo y
me dirijo hacia él.
—Eh —dice, poniéndose en pie.
Puedo verlo. El arrepentimiento y la resignación se reflejan en su rostro.
Por primera vez desde que le conozco, deseo que su estoica máscara esté en
su sitio.
—No lo hagas —suspiro y él parpadea.
—¿Qué?
—No hagas esto.
Odio estar suplicándole. Sé lo increíble que soy. Sé que Xavier o
cualquier hombre sería muy afortunado de tenerme.
—Éramos felices. ¿Qué podría haber pasado? —Exijo saber, y él se
mueve en la nieve.
—Simplemente no puedo hacer esto. No estoy hecho para ser el novio
de alguien. No estoy hecho para los felices para siempre.
—Lo estás haciendo. Estás siendo tonto. ¿Qué ha pasado? —Vuelvo a
preguntar, y él aparta la mirada de mí.
—Me recordaron quién soy.
—¿Quién? —Suelto.
—Mi padre —susurra y, aunque lo siento por él, estoy igual de cabreada
y, ahora mismo, me gana la rabia.
—No sabía que la opinión de tu padre significaba tanto para ti. Pensaba
que no estaban muy unidos.
—No lo estamos.
—¿Entonces por qué dejas que se interponga en esto?
—No es así. Tiene razón. No puedo hacer esto. Sabía que no podía estar
contigo ni con nadie. Es por eso que evité las citas. Por eso te evité durante
tanto tiempo.
—¿Entonces por qué has parado? —Grito, mis manos se cierran en
puños.
—No podía... no podía parar.
Parece tan desconsolado por un momento, y quiero ir hacia él y
abrazarle, pero entonces recuerdo que es él quien decide hacernos esto.
De repente, estoy muy cansada. Toda la rabia y el dolor me abandonan y
me siento entumecida y agotada.
—Bien, Xavier. No voy a discutir contigo, pero que sepas esto...
Sus ojos se encuentran con los míos y parece preocupado por lo que voy
a decir a continuación.
—Estaba dispuesta a perseguirte. Estaba dispuesta a luchar para hacerte
ver lo grande y adorable que eres en realidad. Pero no puedo seguir
luchando. No si tú no luchas también.
Traga saliva con fuerza, su mirada oscura clavada en mí.
—Te despertarás un día y te darás cuenta de que romper conmigo fue un
terrible error. Te vas a arrepentir.
Me doy la vuelta y vuelvo a mi casa, y mientras me voy, casi puedo
jurar que le oigo murmurar que ya se arrepiente.
Aunque probablemente sea solo mi imaginación, así que no me molesto
en darme la vuelta.
Entro en casa, paso por alto la cocina, voy directa a mi dormitorio y me
tumbo en la cama. Solo entonces dejo caer mi máscara de seguridad.
Las lágrimas se derraman sobre mis mejillas y lloro por todo lo que
perdimos y por todo lo que podríamos haber sido.
ONCE

Xavier

ESTOY OCUPADO LIMPIANDO la calzada cuando Townes llega y se


baja. Suspira al verme y yo aprieto los dientes sin apartar los ojos de la
calzada.
—Pues tienes tan mal aspecto como Olive esta mañana —dice, y yo
frunzo el ceño.
—Olive nunca tiene mal aspecto —refunfuño, y él se restriega las
manos por la cara.
—Supongo que hiciste lo que te dije que no hicieras y la apartaste
anoche en vez de decirle a Olive que estás enamorado de ella.
—Decidimos dejar de vernos —acepto, y él maldice en voz baja.
—Eres un imbécil.
Mi mirada se dirige a la suya y parpadeo.
—¿Qué? —pregunto, metiendo la pala en el banco de nieve para que no
se caiga.
—Ya me has oído. Eres un idiota. ¿Acabas de dejar a la chica por la que
estás loco porque qué? ¿Viste a tu padre?
—No es eso —exclamo, y él pone los ojos en blanco.
—Lo es. Estás dejando que se meta en tu cabeza y no deberías. Ese tipo
no ha sido un padre o un progenitor para ti desde que eras un niño. No
debería tener ningún control sobre ti.
—¡Ya lo sé! —Grito.
Me mira y siento que vuelvo a astillarme. Creía que haber terminado
anoche con Olive había sido el peor dolor, pero revivirlo ahora, cuando la
herida aún está fresca, duele tanto como eso.
—Lo sé, pero no consigo apagarlo.
—Así que, en vez de eso, vas a estar solo para siempre.
Me siento como si me hubieran dejado sin aire y me muevo sobre mis
pies.
—¿Cuál es el plan aquí, X? ¿Qué vas a hacer cuando Olive empiece a
salir con otro? ¿Qué vas a hacer cuando traiga a otro hombre a casa?
Mis manos se cierran en puños y me pongo rojo al pensarlo.
—Va a pasar —presiona, y yo chasqueo los dedos.
Me paso las manos por el pelo y empiezo a caminar.
—¿Qué pasa si le hago daño?
—X, piénsalo. Piensa en hacerle daño a Olive a propósito.
Me estremezco al pensarlo, con el estómago revuelto, y él asiente con la
cabeza.
—No le harás daño. Tienes esta idea sesgada de ti mismo en la que
pareces pensar que eres un mal tipo, pero no lo eres. No eres responsable de
la muerte de tu madre. No es culpa tuya que tu padre sea un idiota.
Trago saliva y él sigue.
—Eres mi mejor amigo. No puedo ver cómo te destruyes. Olive te hace
feliz. Ella te ha sacado de esa extraña depresión en la que estabas con todas
sus travesuras.
Sé que lo que dice es cierto. Me sentía aburrido, estancado en la rutina,
desde que salí del ejército. Incluso en el ejército, no estoy seguro de haber
sido feliz.
—Quizá deberías hablar con alguien. Ven conmigo a la VA —dice
Townes, y yo frunzo el ceño.
—¿Vas al VA? —le pregunto, y suelta una carcajada.
—Sí, hombre. Resulta que no me pueden disparar y casi volar por los
aires sin traerme algo de esa mierda a casa. Llevo dos meses yendo a
sesiones de grupo.
Me siento como un amigo de mierda por no darme cuenta de que estaba
luchando y no saber que se iba durante tanto tiempo.
—No lo sabía —digo en voz baja, y él asiente.
—Lo sé. Tú también te estabas instalando en la ciudad y no quería
agobiarte. Pero me ha ayudado. Creo que podría ayudarte a ti también.
Asiento con la cabeza y él sonríe ligeramente.
—Sí, lo intentaré.
—Bien. Ahora, mientras tanto, ¿qué vas a hacer para arreglar lo de
Olive?
Respiro hondo y miro hacia su casa vacía. Esta mañana se ha ido
temprano a la panadería. Lo sé porque estaba despierto y la he visto salir
por la ventana. Puede que también me haya colado allí mientras dormía
para quitarle la nieve del camino y cepillar su coche, pero eso no tiene por
qué saberlo.
—Necesito hablar con ella.
—Oh —dice Townes, haciendo una mueca, y yo frunzo el ceño.
—¿Qué? —le pregunto, y él se encoge de hombros.
—No eres bueno con las palabras, hombre.
—Gracias —le digo, y él resopla.
—A las mujeres les gustan los grandes gestos, ¿verdad? Tal vez intente
eso en su lugar.
Hago una pausa, intentando pensar en algo que hacer para recuperar a
Olive. Dijo que estaba dispuesta a perseguirme y demostrarme que merecía
la pena que me quisieran, pero que ella también quería que la persiguieran.
Supongo que debería tomar nota de su libro de jugadas entonces.
—De acuerdo... pero voy a necesitar tu ayuda.
Townes me sonríe mientras entramos en mi casa.
DOCE

Olive

ESTOY AGOTADA mientras cierro la panadería. Todas mis hermanas se


han pasado por aquí en algún momento para ver cómo estaba, pero me temo
que no he sido una gran compañía. Hicieron todo lo que pudieron para
animarme y ayudarme en la panadería, pero después de un rato, tuvieron
que volver a sus propios asuntos.
Lo único bueno de hoy es que la panadería ha estado a tope, así que no
he tenido tiempo de revolcarme en la angustia. Hoy había muchos pedidos
pendientes y me alegro de que cerremos los dos próximos días para poder
descansar un poco.
Bostezo mientras me dirijo a mi coche. Anoche no dormí mucho
después de que Xavier me rompiera el corazón. Tengo ganas de irme a casa,
darme una ducha y desmayarme. Mañana tengo que madrugar para
prepararme para la visita de mis hermanas por Navidad.
Mi corazón se rompe un poco más al preguntarme qué hará Xavier
mañana. ¿Lo pasará solo? ¿Con Townes?
Me lo quito de la cabeza mientras me pongo al volante y emprendo el
camino de vuelta a casa.
Cuando veo las luces por primera vez, lo primero que pienso es que
algo está ardiendo. Sin embargo, a medida que me acerco, me doy cuenta de
que son luces de Navidad que se extienden entre la casa de Xavier y la mía.
Me detengo en medio de la carretera y salgo para contemplar la escena.
Tardo un minuto en leer lo que está escrito en las luces.
Lo siento. Soy un idiota. Te quiero.
—Lo de idiota fue idea de Townes —dice Xavier detrás de mí, y yo doy
un respingo, girando para mirarle.
—Pues tiene razón —bromeo, y él sonríe.
—Lo sé.
Nos miramos fijamente, las luces proyectan sombras amarillas, verdes y
rojas sobre nuestros rostros. Hay tantas cosas que quiero decirle, tantas
cosas que quiero preguntarle, pero ya me he cansado de tanto trabajo.
Xavier metió la pata. Tiene que ser él quien lo arregle sin ayuda ni
empujones por mi parte. Es hora de que luche por mí.
—Olive, lo siento mucho —dice, dando un paso hacia mí.
—¿Por qué? —Pregunto, dando un pequeño paso atrás.
Parece herido por mi movimiento, pero no me dejo influir.
—Por alejarte. Fue un error.
Me callo y él traga saliva, balanceándose hacia mí, pero se detiene antes
de dar un paso más.
—Mi padre vino a verme ayer.
—Eso es bueno, ¿verdad? Quiero decir, dijiste que no estaban unidos.
—No lo somos. Dejó de ser mi padre cuando murió mi madre. Sin
embargo, verle es siempre un gran placer para mí —admite, y parece tan
vulnerable.
—Verle me hizo recordar todo lo que me dijo cuando murió mi madre.
Que era mi culpa. Que estaba maldito y que lastimaría a todos los que me
amaban.
—Se equivoca.
—Lo sé... o intento saberlo. Sigo pensando que estoy bien y luego pasa
algo y vuelvo a ser ese niño asustado que perdió a sus padres. Dejé que me
afectara ayer y debería haber hablado contigo o con Townes, pero no lo
hice. Lo siento. Siento haberte hecho daño, haber roto nuestros corazones.
Trago saliva y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Hablé con Townes esta mañana. Me ha regañado y me ha sugerido
que hable con alguien. Voy a ir a la VA con él una vez que estén abiertos de
nuevo después de las vacaciones. Voy a trabajar en mí mismo, en ser un
hombre digno de ti.
—Siempre has sido digno de mí —me ahogo, y él sonríe con tristeza.
—Entonces en ser la mejor versión de mí mismo para ti. Para no volver
a hacerte daño.
Da un paso hacia mí y esta vez no me alejo.
—¿Y lo otro? —pregunto, señalando por encima del hombro donde ha
escrito que me quiere.
—¿Soy idiota? —Me pregunta, y niego con la cabeza.
Sus ojos escrutan las luces, y puedo ver el momento en que se da cuenta
de lo que estoy hablando.
—Oh... eso.
Da otro paso hacia mí, acortando la distancia que nos separa, y le miro a
los ojos oscuros.
—Te quiero, Olive. Te quiero desde hace tiempo, pero tenía demasiado
miedo de admitirlo, incluso ante mí mismo. Me cansé de tener miedo o de
contenerme. Nunca tuve una oportunidad contigo. Siempre me iba a
enamorar perdidamente de ti.
Las lágrimas empiezan a derramarse por mis mejillas y Xavier parece
desolado mientras intenta secármelas.
—Lo siento, por favor, perdóname; te juro que no volveré a hacerte
daño —divaga mientras quita más lágrimas.
—Por favor, Olive —suplica—. Te necesito.
Se me hace un nudo en la garganta por las lágrimas, así que, en lugar de
decir nada, me pongo de puntillas y aprieto los labios contra los suyos.
Se queda helado debajo de mí y yo me apoyo más en él, instándole a
que me devuelva el beso. Entonces se mueve, me rodea las caderas con las
manos y me atrae más hacia su pecho. Su boca se mueve contra la mía,
lamiéndome la comisura de los labios hasta que me abro para él.
Sabe a frío, a nieve, y sonrío suavemente contra su boca.
—Lo siento —susurra contra mis labios y niego con la cabeza.
—No vuelvas a hacerlo —le advierto.
—Nunca —jura.
Los faros rebotan brevemente sobre nosotros y me doy cuenta de que
seguimos parados en medio de la carretera, con mi coche aparcado detrás de
nosotros y las ristras de luces formando un enredo por todo el jardín de
ambos.
—Deberíamos limpiar esto —digo, y él asiente.
—Yo puedo. Entra y caliéntate.
—Bueno, si te ayudo a limpiar entonces puedes ayudarme a calentarme.
Le dirijo una mirada sensual y él sonríe.
—Eres tan inteligente.
Me río y tomo la primera ristra de luces. Mi intención era intentar
desenredarlas y envolverlas, pero cuando miro a Xavier, se limita a tirar de
todo el lío hacia su jardín delantero.
—Bueno, esa es una forma de decorar —comento, y él se ríe.
El sonido sigue saliendo un poco oxidado, pero me alegro de que
parezca que cada vez es más fácil.
Puede que aún le quede camino por recorrer antes de dejar de ser tan
gruñón, pero me alegro de poder estar a su lado para ayudarle.
Una vez que las luces están todas en su jardín delantero, muevo mi
coche. Aparco y él me abre la puerta. Le sonrío y él se inclina para besarme
en un beso húmedo que ya me hace sentir más caliente.
—Entremos —susurro—. A menos que quieras llevarme contra el
lateral de mi casa como esa pareja de muñecos de nieve de allí.
Mira hacia donde siguen sus muñecos de nieve y sonríe.
—Podría, pero creo que ambos nos congelaríamos antes de terminar.
—Habla por ti —le digo, y se ríe.
—¿Quieres que te folle contra una pared? Está bien, pero lo haré dentro,
donde realmente puedo tomarme mi tiempo después de hacer que te corras
sobre mi pene.
Estoy a punto de quemarme y solo puedo mirarle un instante. Sonríe, se
inclina y me echa por encima del hombro.
Me río mientras se dirige a la puerta principal. Le paso las llaves, abre
la puerta y entra dando una patada.
—¿Alguna pared en particular? —Me pregunta, y yo sonrío.
—Empecemos con esta.
Señalo la puerta principal, y él me desliza por su cuerpo mientras se gira
y me aprieta la espalda contra la puerta.
—¿Con qué empezar? Ambiciosa.
—Te encanta —le digo, y él sonríe.
—Sí, me gusta. Ahora, ¿estás lista para ser mi niña buena? —El
pregunta.
Asiento, y entonces sus labios están sobre los míos y todo lo que puedo
hacer es sentir como me hace el amor en cada pared que le pido.
TRECE

Xavier

NUNCA PENSÉ que me gustaran mucho las fiestas. Antes apenas las
celebraba, pero ahora, estando aquí en casa de Olive, rodeado de gente,
puedo empezar a ver el atractivo.
Olive está radiante, riéndose de algo que dice su hermana Saffron, y yo
también sonrío. Hoy está en su salsa y, por primera vez en mi vida, me
imagino cómo será mi futuro con ella. Estoy seguro de que estará lleno de
risas y amor. En familia.
La bolita de pelo en mi regazo se estira y miro a mi nuevo cachorro. Me
quedé sorprendido cuando Olive salió a ver a sus hermanas y entró por la
puerta con el cachorro blanco y negro, y aún más cuando me lo entregó.
—¡Feliz Navidad!
—¿Un perro? —pregunté, y ella se rio.
—Todo Grinch necesita un fiel compañero.
Ella y sus hermanas se rieron, pero yo me emocioné. El pequeño me
lamió la nariz y allí mismo me enamoré de él. Decidí llamarlo Max en
honor a Cómo el Grinch robó la Navidad, y todo el mundo estuvo de
acuerdo en que era el nombre perfecto para él.
Max se ha pasado la mañana destrozando papel de regalo y peleándose
con los lazos. Pensaba que con Townes tenía toda la familia que necesitaba,
pero Olive me ha demostrado lo equivocado que estaba al respecto. No es
malo tener gente que te importe. Es algo bueno. Puede que me lleve algún
tiempo acostumbrarme a tener a tanta gente a mi alrededor, pero lo estoy
deseando.
Miro a Townes y le veo un poco desconcertado. Así es exactamente
como me sentí yo cuando empezaron a llegar todos. Hacía toda una vida
que ninguno de los dos tenía esto y me alegro de que Olive nos invitara a
los dos.
—Lo siento —dice Mira al tropezar conmigo.
Alargo la mano para sostenerla y ella sonríe agradecida.
—Una advertencia: parece que Maple ya ha echado el ponche de huevo
—me susurra, y yo sonrío.
—Entonces no creo que necesites más de esto —dice Townes mientras
le quita la taza de los dedos.
—¡Eh! —protesta Mira, y yo miro a Townes estupefacto.
Ni siquiera le he visto dirigirse hacia aquí. Tampoco le he oído hablar
así a nadie. Normalmente, evita a todo el mundo como yo.
—Voy a por otro —le dice.
Es la vez que más la he oído hablar, y me pregunto cuánto valor líquido
habrá tenido ya hoy para enfrentarse a Townes en este momento.
—No, no lo harás.
Se miran durante un rato y yo me aclaro la garganta, lanzándole a
Townes una mirada de qué mierda. Me ignora y vuelve a mirar a Mira con
los ojos entrecerrados mientras se dirige de nuevo a la cocina.
—Hombre, ¿te encuentras bien? —Le pregunto mientras se toma el
ponche de huevo.
—Sí, ¿por qué?
—Bueno, para empezar, estás mangoneando a chicas que apenas
conoces, y dos, odias el puto ponche de huevo.
Me fulmina con la mirada y parpadeo al ver lo que está pasando.
—Ah —digo, llevándome la taza de chocolate caliente a los labios para
ocultar mi sonrisa.
Apenas puedo digerirlo, pero está empezando a gustarme. Me recuerda
a Olive y a lo que sabía la otra noche. Me quito esos pensamientos de la
cabeza antes de avergonzarme a mí mismo empalmándome en plena cena
de Navidad.
—Ningún ah… —suelta Townes, y yo toso, intentando disimular la risa.
—¿Cuándo crees que será la boda? —me burlo de él, maldice en voz
baja y se va tras Mira.
—Eh, tú. ¿Te estás divirtiendo? —Olive pregunta mientras viene a mi
lado.
—Sí, lo soy. Townes también.
Asiente con la cabeza, observando cómo mi mejor amigo mira fijamente
a Mira desde el otro lado de la cocina. Él la observa como un halcón y ella
hace todo lo posible por fingir que no existe. Probablemente sería mucho
más fácil si Townes no midiera dos metros y medio.
—Bien —dice Olive con una sonrisa cómplice.
—¿En qué puedo ayudar? —Le pregunto por enésima vez hoy.
Intenté ayudarla en la cocina esta mañana, pero acabamos quemando los
rollos de canela. Debería haber sabido que algo así pasaría. Parece que no
podemos estar en la misma habitación sin querer arrancarnos la ropa.
Después de eso me desterraron de la cocina y me pasé la mañana
limpiando y reorganizando los muebles para que cupieran todos. Prometí
encargarme de la limpieza para que Olive pudiera descansar, y eso me había
valido un agradecimiento muy especial, que yo estaba encantado de
devolver.
Traje todos mis regalos mientras ella rehacía los rollos de canela y, para
entonces, todo el mundo empezaba a llegar.
A las hermanas de Olive y a Mira les encantaron sus regalos. Nos
habían regalado camisetas de franela a Townes y a mí, y todos nos
habíamos reído cuando se dieron cuenta de que todos nos habían regalado
lo mismo. Le di a Olive su bandeja para hornear y se le saltaron las
lágrimas, lo que le valió las burlas de sus hermanas, pero las ignoró. Yo le
sonreí a Townes y él puso los ojos en blanco.
—Nada. La cena está lista. Solo tengo que llevarla a la mesa —me dice
Olive.
—Townes y yo lo haremos.
Me sonríe y el corazón me da un vuelco en el pecho. Me inclino y
aprieto los labios contra los suyos, y siento cómo su sonrisa se ensancha
contra mi boca.
—Te quiero, Olive.
—Bien, porque yo también te quiero.
Me levanto y me dirijo a la cocina, llevando el primer plato a donde
hemos colocado algunas mesas juntas en el salón. Townes viene detrás de
mí y, en un santiamén, hemos traído la comida y todo el mundo está
tomando asiento.
Saco la silla de Olive y ella me sonríe en señal de agradecimiento.
Estoy tan enamorado de ella. Sé que si ella no se hubiera mudado a mi
ciudad y no hubiera empezado a molestarme, yo seguiría siendo ese
caparazón triste que se pasea por la ciudad. Ella vino aquí y me despertó.
Me hizo ver lo que me estaba perdiendo.
Estoy impaciente por ver qué nos depara el futuro a ambos.
—¡A comer! —Olive anuncia y yo sonrío mientras todos hacemos lo
que ella ordena.
Voy a casarme con esta chica.
Ese pensamiento me habría asustado, pero con Olive, me siento bien. Sé
que tengo que trabajar en mí mismo, en ser la mejor versión de mí mismo
para ella, pero luego le pondré un anillo en el dedo y la haré mía.
Imagino las próximas Navidades con Olive a mi lado, un anillo en el
dedo y el vientre hinchado con nuestro bebé.
De repente, no puedo esperar al futuro.
CATORCE

Olive

CINCO AÑOS DESPUÉS...

—DENTRO DE UNOS AÑOS, no vas a poder dejar a Elfie aquí en este


tipo de posturas —me advierte Xavier cuando entra en nuestro dormitorio y
me ve reorganizando nuestros Elfos en una estantería.
—Estos dos son solo para nosotros —le prometo, y él sonríe mientras se
acerca y me rodea la cintura con los brazos.
—¿Vamos a hacer esa postura esta noche? —Me susurra al oído, y yo le
sonrío por encima del hombro.
—¿Crees que te apetece? —Le pregunto y él gruñe en respuesta,
apretando su erección contra mi trasero.
—Siempre estoy a tu disposición.
Me besa el cuello y yo sonrío, apoyándome en él.
—Ya vienen los niños —le digo mientras oigo sus piececitos dirigirse a
nuestra habitación.
Suspira y me da un último beso mientras se gira para saludarlos.
—¡Papá! —dicen nuestras gemelas al unísono, y sonrío cuando Xavier
se arrodilla para levantarlos.
Las niñas aún tienen el pelo mojado del baño y me río cuando veo que
Brie lleva el pijama del revés.
—¿Listas para un cuento?— les pregunta Xavier, y ellos se alegran y
ríen mientras vuelven a su habitación.
Xavier y yo nos casamos hace cuatro Navidades y él me trasladó a su
casa justo después. Yo me quedé con mi casita y la hemos estado alquilando
por Internet. Xavier se encarga de todo el mantenimiento y las reservas y sé
que está contento de poder ocuparse de eso por mí.
Sigo llevando la pastelería, aunque he contratado a más gente desde que
tuvimos a las niñas. Brie y Hazel nacieron casi diez meses antes de nuestra
boda. Fue un shock para los dos cuando nos dijeron que íbamos a tener
gemelas, pero Xavier dio un paso adelante. Me apoyó e hizo mucho cuando
estaba embarazada y ha sido el mejor padre para las dos desde el momento
en que nacieron.
Sé que se preocupó cuando se enteró de que estaba embarazada y volvió
a ver a su terapeuta en la VA para hablar de algunas cosas. Estoy muy
orgullosa de él y de lo mucho que ha trabajado para olvidar las cosas
hirientes que su padre le dijo en el pasado.
Llaman a la puerta y Xavier frunce el ceño. Max se dirige al pasillo para
comprobarlo.
—¿Esperamos a alguien? —Me pregunta, y niego con la cabeza.
—No, tú ve a ver quién es y yo me encargo de arropar a las niñas y
prepararlas para su historia.
Él asiente y se dirige escaleras abajo, y yo sonrío mientras me dirijo a la
habitación de las niñas. Tener gemelas es muy duro, y tanto Xavier como yo
decidimos que habíamos terminado después de que las niñas cumplieran un
año. El embarazo había sido duro para mí y el parto lo había sido para
Xavier. Me tuvieron que hacer una cesárea de urgencia y creo que casi
perdernos a todas le asustó mucho.
—¿Qué vamos a leer esta noche? —Les pregunto a Hazel y Brie
mientras las cubro con las mantas.
—¡Buenas noches, Luna! —dice Brie, y yo sonrío.
Es su libro favorito, así que no me sorprende.
—¡Quiero un libro de Navidad! —anuncia Hazel y yo me río mientras
me dirijo a su estantería y cojo Cómo el Grinch robó la Navidad.
—¿Tenemos miel o limón? —pregunta Xavier, y yo frunzo el ceño.
—¿Para qué?
—Es Townes. Mira no se encuentra bien. Dice que le duele la garganta,
pero el mercado está cerrado.
Mi teléfono zumba y lo saco.

MIRA: ¡Lo siento mucho! Le dije a Townes que esperara hasta mañana.
Es solo un resfriado.
Olive: ¡No te preocupes! Ya sabes cómo son estos hombres.

LE ENVÍO un emoji de risa y le paso los libros a Xavier.


—Tomaré la miel y el zumo de limón para Townes. Tú empieza con la
hora de dormir.
Sonríe, mira los libros y le oigo reírse de la elección de Hazel mientras
me dirijo a la cocina.
—Hola, Townes. ¿Cómo te va?
—Bien. Siento interrumpir tan tarde.
—No te preocupes. Espero que Mira se recupere pronto —le digo
mientras le paso las botellas.
—Lo hará —dice como si solo él tuviera control sobre eso.
Xavier y él son muy parecidos. Ambos harían cualquier cosa por sus
familias; ambos siguen siendo luchadores.
Sonrío y le acompaño hasta la puerta.
—Nos vemos mañana. Avísanos si necesitas algo más.
—Lo haré. Buenas noches.
Se dirige a su camioneta, y yo cierro y atranco la puerta principal antes
de volver a la habitación de las chicas.
Xavier va por la mitad de Buenas noches, Luna, así que me escabullo
por el pasillo hasta nuestra habitación y me meto en ella. Me estoy
poniendo su regalo de Navidad anticipado cuando se abre la puerta y Xavier
se detiene en seco.
Sus ojos se ensanchan y se oscurecen al verme y hago un mohín.
—Arruinaste la sorpresa.
—Oh, me sorprende —me asegura, y yo sonrío, dando vueltas para que
pueda verme desde todos los ángulos.
—También había tacones altos y medias —digo mientras camino hacia
él.
—No los necesitas —me promete.
Ya me está alcanzando antes de que esté lo bastante cerca para que me
agarre y sonrío.
—Feliz Nochebuena —susurro contra sus labios y él sonríe.
—Ahora me siento mal —murmura, y yo le miro.
—¿Por qué?
—Porque no te he comprado nada —dice con una sonrisa diabólica.
Me río y le rodeo el cuello con los brazos.
—Oh, no te preocupes. Seguro que se te ocurre algo para darme.
Se ríe, me abraza con fuerza y me lleva a la cama.
Donde procede a darme dos regalos muy buenos.

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