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Me bajo del autobús, contenta de que sea la última vez que tenga
que utilizarlo. Soy la única estudiante de último curso de mi instituto
que viaja en autobús porque mi padre no me deja conducir ni que me
lleve una amiga. No es que tenga amigas a las que pueda pedírselo. Es
difícil estar con un grupo de amigas cuando no puedes quedar ni
enviarte mensajes de texto.
Mis padres son muy estrictos y no lo entiendo. Tengo dieciocho
años, y estaba segura de que cuando cumpliera años la semana
pasada las cosas cambiarían para mejor. Pero no. Rogué y supliqué
que al menos me dieran un teléfono, pero me dijeron que no. Si quería
uno tendría que comprármelo yo. Puede que sea adulta, pero sigo
viviendo bajo el techo de mi padre, lo que significa que él manda en
nuestra casa y en mi vida.
Lo odio.
Estaría más que feliz de conseguir un trabajo si eso me sacara
de esta casa. Cuando le dije que lo conseguiría, me dijo que lo
pensaría. Ahora empiezo a sentirme atrapada sin salida. ¿Puede
alguien huir a mi edad? No tengo adónde ir y odio la desesperanza que
me invade.
Con cómo me siento, me pregunto cómo lo hace mi madre. A ella
también la tiene bien atada. Se ha convertido en un robot, pero
supongo que siempre ha sido así. Intento buscar en mi mente
recuerdos de mi infancia mientras me dirijo hacia la casa.
Cuando veo un todoterreno negro estacionado en la acera, me
pregunto si habrá alguien de visita. Estoy segura de que mi padre sabe
que está aquí porque siempre es muy paranoico. Tiene cámaras por
todo el exterior de la casa. Demonios, no me sorprendería que
estuvieran adentro también.
Fin…