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La novela corta.

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www.lanovelacorta.com Índice
colección
Novelas en Campo Abierto
México: 1922-2000
La historia que el primo de Raúl... 5
coordinación y edición

Gustavo Jiménez Aguirre


y Gabriel M. Enríquez Hernández
Cementerio de tordos
© Sergio Pitol

D.R. © 2012, Universidad Nacional Autónoma de México


Ciudad Universitaria, Del. Coyoacán
C.P. 04510, México, D.F.
Instituto de Investigaciones Filológicas
Circuito Mario de la Cueva, s.n.
www.filologicas.unam.mx

D.R. © 2012, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes


República de Argentina 12, Col. Centro
C.P. 06500, México, D. F.

Diseño de la colección: Patricia Luna


Ilustración de portada: D.R. © Andrea Jiménez

ESN: 1030212102933795407

Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro.


Hecho en México.
La historia que el primo de Raúl comenzó a es- 5
cribir en el barco y terminó en Italia no fue bien
acogida. Billie Upward lo desanimó de inmedia-
to. No tenía raíces, pontificó; era una historia
muy abstracta, imposible ubicar el lugar donde
la acción transcurría. Orión podía ser una edito-
rial pequeña, pero con exigencias inmensas. Re-
velar a un público cultivado aspectos del mundo
que el mundo desconocía, era la primera.
—Unos cuantos días atrás, añadió Billie, ha-
bía leído la traducción de un relato islandés lim-
pio de localismos y de folclore, sin necesidad de
glosarios especiales; el autor había elaborado un
drama moderno que cualquiera de nosotros po-
día protagonizar, pero que a la vez dejaba sentir
un olor a mar diferente a cualquier otro olor a
mar. Era posible concebir una luz que sólo los
nórdicos veían, paladear un arenque de sabor
distinto al habitual, sin que él (ese muchacho de vela, nada más. Pero él apenas conocía Nueva
pelo color de paja que asistía regularmente a las York, tenía una visión meramente turística de
reuniones, apenas hablaba y bebía inmoderada la ciudad, nunca había pasado en ella más de
6 y silenciosamente) mencionara en absoluto ese diez días seguidos, y por eso le era difícil lograr 7
olor, esa luz y esos sabores; todo estaba implícito que madre, hijo y demás personajes incidentales se
en una narración intimista que transcurría en un movieran con soltura. Seguir los consejos de Billie
departamento posiblemente igual a éste donde hubiera significado rehacer el texto por comple-
nuestra conversación tiene lugar; pero enclava- to, lo que de ninguna manera se le antojaba. Si en
do en un entorno absolutamente distante. aquel tiempo envidiable algo le sobraba eran his-
Terminó dándole a regañadientes la razón; la torias. Tenía cuadernos llenos de apuntes, de es-
protagonista de su relato vive una temporada en bozos, de proyectos más o menos desarrollados.
el extranjero, en Nueva York para ser más preci- Los vaivenes del viaje siempre le producían ese
so, ofrece una fiesta para celebrar la exposición efecto. En esos días de Roma, no se le ocurren
en esa ciudad de un viejo amigo mexicano con- nuevos temas, pero sí soluciones atractivas para
vertido en un pintor famoso, y a la vez recibir aquellos relatos que habían quedado a medias.
a su hijo, un adolescente a quien no había visto Un sueño fue decisivo para echar a andar los
desde varios años. Para que se planteara el con- mecanismos de la creación. Debe haberlo padeci-
flicto que le interesaba desarrollar era necesario do una noche no demasiado posterior a la muer-
que estuvieran en países distintos y que madre e te de su padre, en la que intentaba olvidar no
hijo apenas se hubieran tratado en los últimos estar acompañando a su madre en ese momento
años. Lo que ocurría en esa fiesta era toda la no- decisivo y los sueños lo agobiaban sin cesar.
Recuerda que escribió el nuevo cuento como cuando despertó sintió el efecto de haber pasa-
entre fiebre, en el interior de un café carente de do un tiempo infinito contemplando con estu-
gracia donde oía caer los chubascos de otoño; por los destrozos del casimir. Cualquier sueño
8 quedaba muy cerca de su departamento, un café puede aproximarse a la pesadilla debido a esa 9
bastante sórdido donde por las tardes se reunía duración desusada. Le angustia que aquello no
una clientela juvenil a oír una sinfonola, situado termine nunca, lo que puede convertir cualquier
casi en la esquina de la vía Vittoria y el Corso, situación cotidiana en una verdadera tortura.
la quintaesencia de cierta Roma de mal vivir. Lo En cambio el sueño al que parcialmente atri-
único parecido a ese pueblo mexicano en donde buye el nacimiento del relato estuvo colmado de
de pronto se sumió eran los chaparrones. movimiento y de contrastes. Soñó que era niño
En sus sueños hay apenas acción; a veces tie- y que vivía en el campo en una casa de amplios
ne la impresión de estar soñando en cámara len- tejados, una serie de espaciosas habitaciones
ta, tan estáticas así son las escenas. Alguien co- alineadas en torno a un patio interior, soleados
mienza a hablar, y aunque después sólo recuerda corredores con macetas de helechos y geranios.
una frase o unas cuantas palabras le queda la Hay mucho de abandono y descuido en aquella
impresión de que la persona habló durante ho- casona, donde vive acompañado de sirvientes y
ras enteras. Las reuniones no terminan nunca. peones del rancho. De vez en cuando aparece un
Hacía apenas unos días soñó que su pantalón anciano: su abuelo. A partir de cierto momento
nuevo, el del traje azul a rayas que le hizo com- comienza a presentarse en la casa disfrazado es-
prar Araceli Zambrano poco después de haber trambótica y caricaturescamente de millonario.
llegado a Roma, tenía un boquete en la rodilla; Ostenta una levita, sombrero de copa gris perla,
polainas, fistol en la corbata y guantes grises, yección donde chapoteaba era tal que cuando
atuendo que por fuerza contrasta con el sobrio un amigo le propuso ocupar una plaza bastante
y natural deterioro que reina en la casa. El nie- mediocre en Educación no dudó ni un instante
10 to observa regocijado las apariciones y transfor- en aceptarla). En el sueño, Valverde llegaba de 11
maciones de su abuelo y la opulencia cada vez visita casi siempre en ausencia de su abuelo e
más notoria de su atavío. De pronto la acción interrogaba a los sirvientes. A veces lo veía ano-
sufre un vuelco. Desaparece la casa y en su lu- tar en una libreta el nombre de los remitentes de
gar aparece un hermoso palacete situado en la la correspondencia acumulada en una mesa del
zona residencial de una capital europea, posi- despacho. El niño sabe instintivamente que debe
blemente París. Junto al niño viaja Panchito, un desconfiar de él y en su presencia es en extremo
antiguo sirviente de la casa, su amigo y confi- reservado. Algunas veces sale a pasear con su fiel
dente. A veces ese palacio es visitado, lo que no Panchito en uno de los automóviles del abuelo,
deja de sorprenderlo, por Vicente Valverde (en un Rolls Royce imponente. No puede menos que
la vida real Valverde era un antiguo compañe- comentarle que le intriga el origen de la fortuna
ro de trabajo, un tipo cuya capacidad de intriga que disfrutan. Los dineros que su abuelo gasta
le permitió crear en unas cuantas semanas tal a manos llenas no pueden ser legítimos. Ambos
desconfianza e incomodidad entre el personal de recuerdan la modestia con que originariamente
la oficina que si en verdad era policía, como se vivían en el campo, los problemas económicos
murmuraba, le debía resultar fácil obtener cual- del anciano, a veces sus apuros para pagar los
quier información que necesitara: todo el mun- sueldos y algunas cuentas elementales. ¿O acaso
do rastreaba a todo el mundo. El clima de ab- no había sido así su vida antes de que apareciera
con levita y sombrero de copa? No se había ga- una vasta organización criminal. Eso no le asus-
nado la lotería, realizado ningún negocio espec- ta tanto como tener que reconocer que por su
tacularmente afortunado, ni recibido una heren- culpa, por haber hablado delante de un soplón,
12 cia. Lo único que podía explicar esa bonanza... perseguían a su abuelo. De pronto, al asomarse 13
Y le revelaba a Panchito algunas sospechas sobre por la ventana del cuartucho que le han acondi-
actividades ilícitas que al día siguiente, cuando cionado como dormitorio, descubre que el taller
reconstruyó el sueño, sintomáticamente no logró está no situado en un barrio opulento de París
precisar. Recuerda que apenas manifestó sus sos- sino en los alrededores del ingenio donde siem-
pechas, el hipócrita Valverde, oculto en el asiento pre pasaba sus vacaciones infantiles.
trasero del coche, se levantó, abrió la portezuela, No deja de sorprenderlo la presencia recu-
y una vez dueño del secreto, saltó del automóvil rrente e incomprensible de ese ingenio en el sue-
aún en movimiento. A los pocos días el abuelo ño, como cuando intentaba recordar a su padre.
apareció muy sobresaltado, con el ropaje de gala La tarde siguiente al sueño la pasó hacien-
mal abotonado sobre su voluminoso cuerpo; dio do notas sobre aquellas lejanas vacaciones en el
órdenes para que empezaran a empacar los obje- local a donde bajaba todas las mañanas a de-
tos más valiosos. A él lo envió en el Rolls Royce sayunar y a leer el periódico, un café, ya lo ha
a un taller mecánico donde inmediatamente lo dicho, de muros desnudos por entero diferen-
desmantelaron y convirtieron en un coche pobre- te al Greco o al bar del Albergo d’Inghilterra,
tón de modelo anacrónico. Por las conversacio- desprovisto del prestigio de esos otros recintos,
nes de los mecánicos se enteró de que, tal como de sus antecedentes literarios, de las atmósferas
sospechaba, las actividades del abuelo encubrían concentradas y de esa especie de elegancia opa-
ca que tan bien suele mezclarse con las letras. En cula y segura y había tomado tantos cafés que
el suyo (ni siquiera recuerda el nombre... ya no sentía que los músculos faciales estaban a punto
existe, ha pasado varias veces por allí y ahora el de disparársele. El ruido de la sinfonola había
14 local lo ocupa un anticuario...) sólo se veía al- cesado, y un mesero, desatando las cintas de su 15
gún calendario manchado en las paredes, o las largo delantal blanco le avisaba que había llega-
tres o cuatro mesas de patas metálicas y superficies do la hora de cerrar el establecimiento. Advirtió
de baquelita color naranja, sobre una de las cuales que en efecto había pasado unas cinco horas en-
empezó a enumerar los elementos de aquel re- cerrado en aquel antro, que había dejado desde
moto pueblo tropical de su infancia: el ingenio hacía mucho tiempo de llover, que no había ido,
de El Potrero. Esa misma tarde vislumbró la tra- como todas las noches, al departamento de Raúl
ma de su cuento. y que tenía ya una idea más o menos clara de lo
Imaginó a un narrador sentado en un escuá- que se proponía escribir.
lido cafetucho de Roma lanzado a la reconquista En cierta forma se trataría de una investiga-
de algunos espacios donde transcurrió su niñez. ción sobre los mecanismos de la memoria: sus
Un escritor que a su vez imagina a un niño, a su pliegues, sus atolladeros, sus prodigios. El pro-
familia, vecinos y amigos, y describe el momento tagonista tendría su edad. Muy niño, a la muer-
en que por primera vez conoce el mal, o, mejor te de su abuelo, un ingeniero agrónomo, la fami-
dicho, el momento en que descubrió su propia lia se había dividido; una hermana de su padre,
flaqueza, su carencia de resistencia al mal. casada con el licenciado de la empresa, se ha-
Cuando salió del primer trance había llenado bía quedado a vivir en el ingenio. Sus padres y
varias páginas de su libreta con una letra minús- su abuela se habían instalado en México. Todos
los años pasaban juntos allí las navidades. Él y el tizne ardiente que intermitente desprendía la
su hermana llegaban con la abuela mucho antes alta chimenea lo potenciaba. Al inicio todo se le
y pasaban con sus tíos las vacaciones comple- confundía; no sabe con exactitud en qué viaje
16 tas. Los primeros recuerdos del lugar eran muy ocurrió tal o cual incidente. Las conversaciones, 17
confusos. De eso se trataba, de esbozar con la los hechos, todo se aglutina en una especie de
imprecisión de una mente infantil una historia tiempo único que suma esos meses de diciembre
donde el narrador quería ser testigo y a la vez se de los varios años en que fue y dejó de ser un
sabía cómplice. niño. Sobre todo porque desde hace mucho ha-
El autor, sentado en una mesa de un café de bía dejado de pensar en esa época, la tiene ente-
Roma, se proponía en primer lugar establecer rrada en la memoria, casi podría decir que ahora
aunque fuera a grandes rasgos la difusa crono- la detesta, no obstante haber sido en otro tiempo
logía de sus viajes al ingenio. Está casi seguro esa sumersión en el trópico lo más semejante al
de que comenzó a ir antes de entrar a la prima- paraíso que podía concebir. Se ve con el pelo casi
ria; debía haber pasado allí sus vacaciones de blancuzco de tan rubio, una camisa de manga
invierno durante seis o siete años. Pero hablar corta, pantalones también cortos, las piernas lle-
de invierno y referirse a ese lugar era ya en sí un nas de arañazos, raspaduras en las rodillas y en
desvarío, porque el calor era un tema que susci- los codos y unos pesados y espantosos zapatos
taba profundos lamentos, causa de sufrimientos de minero de punta chata. Se recuerda corrien-
constantes para su abuela, su madre y su tía, do entre huertos de naranjos, jardines perfecta-
comienzo y fin de cualquier conversación, tema mente cuidados con manchones de adelfas, bu-
siempre presente, aun en medio de la lluvia, y ganvilias, jazmines, plantas de nochebuena que
separaban entre sí las casas de los empleados im- a pesar de que figuran el gordo Valverde y los
portantes del ingenio. Un largo muro rodeaba la chinos, hijos de los empleados del restaurante, a
fábrica, la casa y los jardines que las rodeaban, quienes se trataba como gente de afuera.
18 así como los centros de esparcimiento: el hotel El protagonista piensa que si revisitara el in- 19
para huéspedes, el club de damas situado en los genio tal vez descubriría que todo era mucho más
altos del restaurante y las canchas de tenis cuyo modesto de como lo veían sus ojos infantiles.
objeto era separar aquel flamante oasis del res- Está seguro de que el jardín era menos especta-
to del pueblo. Del otro lado del muro vivían los cularmente hermoso que la visión conservada en
obreros, los peones y los pequeños comerciantes: su memoria, que las casas no eran tan amplias,
gente de otro color y otro pelaje. Las sirvientas ni tan modernas como la serie de artefactos en-
constituían uno de los pocos puentes entre am- tonces casi desconocidos se lo indicaban: las es-
bos mundos. Otro, las excursiones al río; a me- tufas y los calentadores de baño eléctricos, por
nudo un grupo de niños y adolescentes salía a ejemplo. Los idiomas extranjeros, en especial el
nadar en las pozas del río Atoyac ante la curio- inglés que oía constantemente, le imprimían al
sidad de los de afuera, quienes se aproximaban lugar otra nota de extrañeza, pues buena parte
para aconsejar tal o cual modo de bracear, de de los técnicos eran norteamericanos.
vadear la corriente o indicar los mejores lugares Anotó, anotó todo lo que la memoria le
para practicar clavados. Pero no es de la separa- arrojaba sin preocuparle la calidad de materia-
ción de esos dos grupos humanos y sus furtivos les que ese aluvión incontenible le ofrecía, sabe-
contactos de lo que iba a tratar el relato. La ac- dor de que sobre algunas de esas anécdotas en
ción sucedería pura y exclusivamente adentro, apariencia triviales se edificaría el relato cuyo
germen vislumbró al recordar el sueño en que vada de excursionistas la sensación de haber al-
por imprudencia, por descuido, traicionaba a su canzado la mayoría de edad. Escribió sobre los
abuelo revelando a su peor enemigo el carácter combates feroces que sostenían los jóvenes em-
20 criminal de sus empresas. pleados del ingenio convertidos en “aliados” y 21
Trazó, por ejemplo, a grandes rasgos, una “alemanes”, donde enardecidos por los rumores
crónica de aquella misa en memoria de su abuelo que circulaban de un peligro inminente, cuyos
que acabó en una riña entre el rústico sacerdo- primeros indicios los daba la presencia de sub-
te del pueblo y sus feligreses, quienes se sentían marinos alemanes cerca de Veracruz y la declara-
timados por supuestas anomalías en la colecta ción de guerra al Eje, que ninguno de ellos sabía
para comprar una campana, lo que le libró de bien a bien lo que significaba, sentían cercano
asistir a misa el resto de sus vacaciones, pues el espectáculo de carnicerías atroces que cada
su familia, muy ofendida, dejó de frecuentar la semana les proporcionaba el noticiero cinema-
iglesia. Anotó cosas más placenteras, las cace- tográfico. Anotó algunas conversaciones típicas
rías de pájaros a las que a veces acompañaba a de la época, los monólogos del esposo de su tía,
sus primos, los frecuentes paseos a los pueblos abogado de la empresa, ante una mesa cubier-
cercanos con un viejo velador del ingenio, un bo- ta de cascos de cerveza; imprecaciones violen-
rrachín impenitente que les daba a probar unos tas e incoherentes contra su enemigo principal,
refrescos cuya botella se tapaba con una canica el sindicato, que luego extendía al gobierrno en
engarzada en un aro metálico a la que hacía uno general y a la escuela de la localidad en parti-
girar con los dedos, refrescos a los que añadía cular, la demagogia de cuyos maestros, decía, le
unas gotas de ron para darle a la infatigable par- producía vómito. Y también las conversaciones
trémulas de las damas. Su añoranza de las cas- por la contienda que se entabló entre el sacer-
tañas sin las cuales ninguna cena de Navidad dote y los feligreses. Le extrañó la importancia
lo sería ya del todo, el horror ante la noticia de que en sus recuerdos tomaba aquella ceremonia
22 que las medias, y no sólo las de seda, serían re- religiosa atropellada por una riña surgida de la 23
tiradas del mercado; doña Charo, la inmensa compra de una campana. No era la anécdota
esposa del agrónomo en jefe, declaraba a voz misma, la misa terminada en forma tempestuosa,
en cuello que primero se envolvería las piernas se dijo, lo que le interesaba, sino el hecho de que
con vendas que salir a la calle al descubierto. en aquella ceremonia aparecía el elenco comple-
Los hombres hablaban de dificultades cada vez to de personajes de la historia que se proponía
mayores para obtener llantas de automóviles y relatar: él y su hermana; los chinos con quienes
temían que también se racionalizara la gasoli- construía ciudades de corcholatas a lado de pe-
na. Parecía como si los mayores penetraran de queños canales de riego; el gordo Valverde con
pronto en un mundo cuajado de aprensiones e su aire de santurrón, los ojos en blanco, las ma-
incertidumbres mientras que para los chicos el nos unidas ante el pecho; el ingeniero Gallardo,
estímulo de los riesgos por venir hacía sus jue- ese hombre seco de piel áspera a quien sus pa-
gos más plenos y salvajes y más amplias las ho- dres llamaban el Lobo Estepario; su mujer, a la
ras de permiso para las hazañas nocturnas. cual no le gustaba tratar con nadie, y sus hijos,
Anotaba todo aquello, pero de cuando en Felipe y José Luis, sus vecinos, quienes duran-
cuando volvía atrás para retocar algún párrafo te años fueron sus más adictos compañeros de
o añadir nuevos detalles referentes a la misa en juegos. En un rincón, a la entrada de la iglesia,
memoria de su abuelo, por ejemplo, estropeada se hallaba, y eso como una mera deferencia a la
misa para el abuelo, pues ella no acostumbraba medio de un jardín enmarañado correspondiera
ir a misa, Lorenza Compton, aquella muchacha a la realidad de las úlltimas vacaciones, después
que tanto había cambiado desde la muerte de su de la tragedia.
24 padre. Él y su hermana llegaban siempre antes que 25
Cuando piensa en esa época le parece que sus amigos; apenas terminadas las clases su
siempre estuvieron al lado de los Gallardo. Pero abuela los acompañaba al ingenio, sin esperar a
de pronto recuerda que durante los dos prime- sus padres que llegarían mucho después. Como
ros viajes que hizo al ingenio, el chalet vecino a los Gallardo, quienes se presentaban en vísperas
la casa de su tía Emma estaba vacío. Vislumbra de la Navidad, para, a diferencia de sus padres
una casa sombría en mal estado y un mínimo y que sólo pasaban allí las fiestas, quedarse has-
descuidado jardín. ¿No viviría aún allí el inge- ta finales de enero. Había veces en que Felipe y
niero Gallardo? José Luis ni siquiera pasaban la Navidad en el
Es posible que sea producto de la imaginación, ingenio. Recuerda una noche memorable, aque-
que se deje influenciar por los acontecimientos que lla donde por primera vez le permitieron beber
ocurrieron más tarde y que sean ellos los que ti- vino en la cena, y en que alguien, tal vez su ma-
ñan su imagen del lugar. No le cabe duda de que dre, al asomarse al balcón y ver iluminadas las
en el último año (había entrado ya a la secun- ventanas de la casa vecina comentó que habían
daria y fue la última vez que la familia se reunió sido poco generosos, que debían haber pensado
en casa de su tía para celebrar la Navidad) los en el pobre ingeniero. No era justo que aquel
Gallardo ya no fueron al ingenio. Es posible que hombre pasara solo la Nochebuena, seguramen-
la imagen lúgubre de un chalet deshabitado en te bebiendo, ¿pues qué otra cosa podría hacer a
esa hora? Su tío comentó que no tenía caso invi- siquiera permitirle una aproximación a la histo-
tarlo; les hubiera respondido con una aspereza, ria que pretende contar. Apenas se ha referido a
era el hombre más antisocial que había conoci- Lorenza, al lobo estepario, nada ha dicho aún
26 do, un verdadero Lobo Estepario. El comentario de su esposa, ni de los chinos o del villano Val- 27
debió haber sido hecho con mucha anticipación a verde fuera de menciones de paso. Lo que trata
la historia que se proponía narrar. Esa noche pa- de decir, para explicar por qué se intensificó su
saron a última hora por su casa todos los herma- amistad con los Gallardo, y de ahí la reflexión
nos Compton, incluida Lorenza, quien a la muerte sobre su ambivalente situación entre Roma y su
de su padre, y por breve periodo, se acercó mu- país, es que su infantil protagonista, por un pro-
cho a sus tíos. ceso indefinido y subterráneo, se fue convirtien-
Al autor en Roma, como a su protagonista, le do cada año más en un niño urbano que veía al
ocurre concebirse por momentos como un per- ingenio como un lugar exótico y divertido, to-
sonaje dividido por lealtades muy diferentes que talmente distinto a como lo podían concebir los
no le hacen sentirse del todo a gusto en los varios chicos que allí vivían. De pronto se descubrió
mundos que frecuenta, y aunque en apariencia diferente a ellos, desconocedor de las claves que
la sensación de que en ellos se mueve como un hacían al grupo de residentes un grupo cerrado,
pez en el agua tiene intermitentemente la certi- compacto y a momentos hostil.
dumbre de que sí, que es cierto, pero que se tra- Come un sándwich de huevo picado, toma
ta de un agua equivocada, no la de la pecera o su capuchino, trata de entender lo que unos gan-
el río que le corresponde. Se da cuenta de que a dules de pelo indeciblemente sucio que rodean la
momentos su relato trata de evadírsele antes de sinfonola le dicen a dos chicas esmirriadas, que
se hacen las muy finas, emiten una risa hueca, se comunicaban las diferentes dependencias del in-
llevan la mano, una a la cabellera espantosamen- genio, hablando con los fogoneros en una jer-
te rizada, otra a una falda de estambre, incon- ga a momentos incomprensible; bien podía ser,
28 gruente con el bochorno de esa tarde, como si pero también los hacía diferentes la amplitud 29
tratara de bajársela a las rodillas, y piensa en lo de sus casas, la holgura que ni él ni los Gallar-
que fue alejándolo de sus primos y los otros mu- do, empacados en departamentos del centro de
chachos del ingenio; desde luego su aire citadi- la ciudad, conocían, y también el hecho de que
no, cierta manera de ver, de actuar; movimientos tanto la familia de éstos como la suya carecían
distintos procedentes de las calles de Indepen- del elemento de extranjería que había en las del
dencia y Balderas, tal vez el hecho de conocer ingenio. Pero no piensa desarrollar esas líneas
las escaleras eléctricas de los grandes almacenes, en su cuento porque sabe que eso lo llevaría por
de pasar más de media hora en un autobús cada otros cauces cada vez más ajenos al tema que
vez que iba con sus padres de visita a Coyoacán se propone tratar, y que en cambio, se prestaría
o a San Pedro de los Pinos; el sosiego de una a largos e inoportunos interrogatorios de Billie, a
existencia transcurrida en interiores, mientras discusiones sin sentido el día que le entregara el
que Alfredo, Perico, Huberth, Johnny y también manuscrito, si al fin y al cabo lograba terminar-
Mirna, Mary y Mariana, renegridos por el sol, lo, y por eso ha preferido dejar fuera esas afinida-
sudorosos, no participaban de esa experiencia, des y discrepancias que paulatinamente lo hicie-
y podían en cambio pasar una mañana entera ron integrarse a un grupo y distanciarse de otro,
arriba de una carreta de caña, andar varios ki- el de los de más adentro, o sea los de adentro
lómetros a caballo, viajar en los furgones que stricto sensu.
Jamás podría ser un escritor de viajes en el hotel para los visitantes, el restaurante atendido
sentido clásico de la palabra. Tarda años en por los chinos, etc., más nuevamente jardines y
aprender la configuración y en entender las otras casas hasta llegar a las bardas que harían
30 coordenadas de una ciudad; las más simples re- la vez de la antigua muralla medieval. Dos por- 31
laciones entre un edificio y una plaza cercana, tones, perpetuamente custodiados por un grupo
entre un monumento y su propia casa situada a de porteros, daban acceso al otro mundo, el del
unas cuantas cuadras, le son a veces inaccesibles. pueblo. Las casas de los de adentro rodeaban
Describir eso le resulta extremadamente arduo, es el club de damas que fungía como eje social del
una labor para la que no ha nacido. En el caso del lugar; todos, en algún momento, grandes y chi-
ingenio, para los efectos del trazo que le resulta ne- cos, se encontraban en sus inmediaciones. Pero
cesario hacer, puede pensar, por más que el ejem- detrás de la fábrica y las oficinas de la admi-
plo tenga mucho de grotesco, en el mapa medie- nistración quedaba, aislado de todo lo demás,
val de un pequeño burgo crecido a la sombra de otro mínimo oasis, una arboleda, una casa de
un castillo. La inmensa fábrica del ingenio y sus dos pisos, la de sus tíos, con un amplio jardín
dependencias, los trapiches, la destilería de ron, y dos chalets al lado, en uno vivía el padre de los
equivaldría a la mole del castillo; a su alrededor Gallardo y en el otro un viejo matrimonio italia-
crecía un parque, donde se hallaban la casa del no que visitaba con mucha frecuencia a sus tíos.
gerente, los técnicos y empleados de confianza, Cuando don Rafael no hablaba de abonos y va-
el médico, el abogado, los administradores, los riedades de caña lo hacía de la situación en los
ingenieros químicos y otros técnicos, el lugar frentes europeos y asiáticos que parecía conocer
de las actividades sociales, la cancha de tenis, el de memoria. Ella, doña Charo, una mujer enorme
y bondadosa, hablaba de alcaparras. Bueno, de sino a la hora de comer y a veces la de cenar, de
cocina, de salsas y escabeches donde la alcapa- que salían muy temprano con sus raquetas, sus
rra parecía tener un lugar preponderante. De su rifles y dividían su tiempo en la cancha de tenis,
32 lejana juventud en Sicilia era el del corte de la al- en la cacería por el campo, en el río, o en casa 33
caparra que podía contemplar desde su ventana, de los Compton, donde por las noches oían dis-
y en el que, según decía, a veces solía participar. cos, bailaban, tomaban ron y enamoraban a las
Le parece, mientras redacta sus notas, que con muchachas de la casa o a sus amigas, eso ya te-
la edad aquella mujer confundía la planta de la nía más sentido porque acercaba a los Compton
alcaparra con los olivos. a la trama. Eran éstos una legión de hermanos
En un momento siente que su narrador corre y hermanas: su padre había sido un americano
el riesgo de sumirse horas enteras en trivialida- administrador del ingenio muerto de un infarto,
des, en recuerdos que nada contribuyen al desa- dejando a los hijos y a una viuda, una mexica-
rrollo de la anécdota y que tampoco creaba por na a quien había conocido en San Francisco que
sí una significación. Que don Rafael hablara de parecía no hablar bien el español ni el inglés,
fertilizantes y doña Charo de la manera de mo- una mujer a quien uno fácilmente podía tomar
ler unas cabezas de ajo con un pomo pequeño por muda, a la cual vio muchas veces sentada en
de alcaparras para después rociar los macarro- una mecedora, infinitamente frágil, delicada, de
nes, ¿a quién carajos podría importarle? O de enormes ojeras, envuelta en un chal, meciéndo-
que sus primos mayores, que estudiaban la se- se acompasadamente horas enteras, sin hablar,
cundaria en Córdoba y que como ellos pasaban sin fijar la mirada en parte alguna, emitiendo de
las vacaciones en el ingenio no pararan en casa cuando en cuando profundos suspiros. Tal vez,
si se lo piensa mejor fuera un caso de debilidad un tocadiscos. La gente entraba y salía sin cesar.
mental, una naturaleza que no había salido de la Doña Rosario, la madre, permanecía sentada en
infancia y que padecía de profunda melancolía. su mecedora con algunos periódicos y revistas
34 Era madre de un tropel de hijas e hijos perpetua- en el regazo o a los pies; nunca la vio leerlos; 35
mente bulliciosos, algunos de los cuales traba- suspiraba, se mecía, muy de cuando en cuando
jaban en el ingenio. Una vez los hijos de Víctor llamaba con voz que era casi un susurro a una
Compton, el mayor de los hermanos, lo llevaron sirvienta, a alguna de sus hijas, a sus nietos, y les
a su casa y él se quedó pasmado. No ha vuelto a pedía que mandaran a comprar queso, o refres-
ver un lugar parecido. Recuerda un inmenso sa- cos, que les encargaran a los chinos un pastel de
lón donde se hubiera podido hasta andar en bi- limón, que sacaran las macetas a la terraza y las
cicleta. Había libreros por todas partes, no ali- regaran. Daba la impresión de que nadie le ha-
neados a lo largo de las paredes como hubiera cía demasiado caso. Ella seguía meciéndose, ja-
sido lo normal, sino en medio del recinto, divi- deando; si la obedecían tampoco daba señales de
diendo el espacio, y, por todas partes, conatos satisfacción; apenas parecía enterarse de lo que
de salas que no lograban integrarse; en los sitios ocurría a su lado. Por eso su extrañeza cuando
más inesperados había macetones con helechos no una sino muchas veces le oyó a Lorenza, a
y plantas tropicales, baúles, un restirador donde Edna, o a cualquiera de los Compton comentar
algunas veces trabajaba Huberth, y, según le pa- que su madre estaba siempre en todo. Nunca la
rece, hasta camas. Alguien oía un radio en una vio fuera de casa, a no ser en el jardín, sentada
esquina de ese hangar mientras en el extremo en otra mecedora, suspirando, gimiendo, con los
opuesto un grupo se apelotonaba alrededor de ojos muy abiertos, como de lechuza, acentuados
por ojeras enormes cuya negrura posiblemente rizaba a sus otras hermanas y cuñadas. Lorenza
era artificial: le pedía al jardinero con voz inau- tendía a la obesidad, su ancha cara de niñota
dible que podara tal planta, que segara el pasto estaba cubierta de pecas; sus labios eran gran-
36 en tal o cual parte del jardín que se había con- des, abultados, y a pesar de ello nada sensuales. 37
vertido en algo peor que un monte, que bajara Era en cambio simpática y dicharachera, la con-
las guías de la buganvilia o de la copa de oro sentida de su padre, de sus hermanos, hasta tal
y las hiciera trepar a un lado de la escalera. Has- vez de doña Rosario, si es que ésta podía tener
ta para enunciar sus breves y monótonas peti- alguna preferencia. Le gustaba verla pasar a ca-
ciones parecía apenas abrir la boca. ballo como una ráfaga en dirección a un portón
Cuando conoció a los Compton debía vivir que comunicaba con el resto del pueblo. Había
aún su padre, pero no recuerda su aspecto. Lo- en ella algo loco, demasiado incontrolable, de-
renza acababa de llegar de un colegio de Esta- masiado provocadoramente opuesto al gimiente
dos Unidos donde había pasado algunos años. estatismo de su madre.
Se había convertido desde su regreso en el alma En una ocasión los visitó en México. Había
de cualquier reunión. No era una muchacha her- muerto su padre y no acababa de reponerse. Era
mosa, carecía de la belleza de las mujeres de su una Lorenza distinta, delgada, vestida de luto,
casa, no tenía, por ejemplo, ese aire perverso, de intranquila, que fumaba anhelantemente un ci-
carnívora orquídea tropical, de Edna, de quien garrillo tras otro.
después del divorcio todo el mundo decía ho- —Me parece que volveré al ingenio —anun-
rrores, ni la elegancia de Perla; tampoco poseía ció—; no porque mi madre me necesite, ustedes la
el atractivo natural de la juventud que caracte- conocen, su fortaleza es la de un roble. Pero estoy
convencida de que en México no tengo nada que tante nitidez a los personajes. Seguía sintiendo un
hacer. No sé cuánto tiempo me quedaré allá; creo odio visceral por el gordo Valverde. Le parecía
que les hago falta a mis hermanos. ¿Por qué no repugnante que las tragedias, tanto las grandes
38 podría trabajar en la gerencia, aunque sea tra- como las pequeñas, pudieran desencadenarse por 39
duciendo o contestando correspondencia? Sí, no gentuza de esa calaña. Llegó el momento en que
pongan esa cara, de quedarme en México, se los el narrador comenzó a ordenar sus materiales.
aseguro, buscaría también un empleo. Tres posibilidades se le ofrecían para iniciar
Comentaron que sus proyectos eran absur- el relato:
dos, que había envejecido por fumar demasiado, La primera: un niño desentierra una caja de
que no le sentaba haber adelgazado tan de gol- zapatos y contempla sorprendido cómo los pá-
pe. Ese diciembre en el ingenio sus tíos contaron jaros sepultados unos cuantos días atrás se con-
que para los Compton el choque había sido bru- vierten en una masa fétida y blancuzca, pues,
tal por lo inesperado, sobre todo para ella, tan para su estupor, no obstante haber cerrado la caja
dependiente de su padre. Además, en cuanto a con tela adhesiva, los gusanos habían penetrado
dinero no habían quedado nada bien, tanto que y hecho presa de los tordos cazados por sus pri-
Edna y ella trabajaban. Lo mejor para Lorenza, mos. En cierto momento advierte una presencia
pensaban, sería casarse con alguno de los técni- a su lado; ve unos zapatos cafés de suela gruesa
cos solteros que llegaban, de otro modo nunca y la parte inferior de unos pantalones; levanta la
iba a sentar cabeza. cabeza y encuentra el ceño hosco del ingeniero
Había llenado casi un cuaderno de notas. Gallardo, quien observa con curiosidad sus fun-
Tenía clara la historia y podía vislumbrar con bas- ciones de sepulturero.
—No sé por dónde pudieron entrar los gusa- el principio y la evolución de la amistad. Y de
nos —el niño explica el cuidado que tuvo en ce- ahí se desprendería el resto.
rrar la caja para que no le volviera a ocurrir lo de Otro comienzo podría arrancar de la noche
40 otras veces, y, sin embargo, los resultados esta- en que después de una función de cine Lorenza 41
ban a la vista—. Bajo una de estas piedras tengo y Huberth, su hermano menor, pasaron a cenar
enterrado un tordo —añade un poco cohibido. con ellos. Toda la familia había ido a ver La viu-
El ingeniero diría algo que el chiquillo no da alegre y regresado de óptimo humor. Lorenza
entendería del todo sobre la descomposición de estaba radiante, imitaba los movimientos de la
la materia: le explicaría que aunque la caja fue- viuda, tarareaba el vals, giraba con su hermano
ra de metal y no tuviera rendijas cualquier ani- por la sala, se soltaba, se deslizaba hasta el bal-
mal muerto se agusanaría, porque era el cuerpo cón, volvía a entrar cantando, olvidada ya del
quien contenía los gérmenes de putrefacción y luto, convertida de nuevo en la alegre muchacha
no el exterior quien los introducía. de un año atrás, sólo que no era ya la niñota
—Me gustaría que alguno de mis hijos estu- obesa de entonces, sino una joven delgada, y,
diara biología —añadió—. Tengo dos hijos que esa noche, hasta hermosa.
están por llegar. Vendrán a pasar las vacaciones De alguna manera Lorenza se las ingenió
conmigo. Esta misma semana estarán aquí. Van para que todos conversaran sobre los vecinos: el
a ser ustedes muy buenos amigos. Pero me gus- ingeniero y su familia. Él y su hermana habían
taría que no practicaran estos juegos. estado la tarde en casa de los Gallardo. Hojea-
Aquél era uno de los inicios posibles. Luego ban los libros que el ingeniero había comprado
seguiría la llegada de los Gallardo con su madre, hacía unos días en Córdoba y observaban con
fascinación las ilustraciones de unos volúmenes nes y siempre nos reserva a los de adentro tres o
de Julio Verne. Pudieron oír un diálogo entre su cuatro bancas. Uno no tiene que mezclarse con
padre y la mujer del ingeniero. Los Gallardo hijos los trabajadores.
42 se sonrojaron de vergüenza, desviaron la mirada —Ya lo sé; precisamente me refería a esas tres 43
y se concentraron en sus libros, para no mirar- o cuatro filas; ahí es donde me imagino todo muy
los, mientras su madre respondía a un comenta- revuelto... ¡Tres de espadas! —movió las cartas
rio de su padre sobre la película que exhibirían de toda una hilera, las dispuso en varios lugares
la noche siguiente, lanzaba los naipes, una carta para hacerle campo al tres de espadas—. Hay un
tras otra, sobre la mesa, y estudiaba las posibles tipo de gente a la que no trataría en México, no
simpatías y diferencias que establecían entre sí. veo por qué tendría que hacerlo aquí.
—Vamos poco al cine y nunca a ver ese tipo Y sin más pareció olvidarse de su interlocu-
de películas —recogió algunas cartas; formó un tor y se concentró en su juego.
nuevo mazo con ellas y empezó a barajarlo; lue- Su padre no reprodujo el diálogo. Dijo sólo
go, mientras las iba tendiendo sin separar de la que pocas veces había conocido a una mujer tan
mesa la mirada, añadió—: según me han dicho antipática y ridícula, que podía explicarse muy
el ambiente del cine no es nada alentador, todo bien por qué a aquel hombre se le había agria-
está allí muy revuelto. do el carácter. No era para menos. Lorenza co-
—No, no lo crea —dijo su padre, ya un poco menzó nuevamente a bailar, como si no oyera la
impaciente, arrepentido sin duda por haber ini- conversación que había provocado. Parecía que
ciado la conversación—. Rubén Landa, el her- el vals de La viuda no la dejara en paz, que se le
mano del jefe de bodegas, organiza las funcio- hubiera clavado en el cuerpo y la afiebrara…
La tercera posibilidad de un inicio de relato Sus juegos consistían en abrir pequeños ca-
podría desarrollar la idea de un niño que sin ser nales desde la toma de agua que servía para re-
consciente de las causas se va apartando de sus gar el jardín y construir en sus márgenes compli-
44 primos y antiguos compañeros de juego. Al co- cadas ciudades con corcholatas proporcionadas 45
menzar a intimar con los Gallardo se forma una por los hijos de los chinos o el gordo Valverde,
liga entre extraños al lugar, potenciada no sólo que luego dividían en ciudades del Eje y ciudades
por la vecindad y el hecho de que sus casas que- aliadas y bombardeaban por turnos desde una y
dasen relativamente aisladas de las otras, sino otra fortalezas, con saña a las del Eje y tal bene-
también por compartir un lenguaje urbano, cier- volencia y parcialidad hacia las aliadas que casi
tos puntos de referencia comunes; tal vez por un siempre resultaban ilesas después de los ataques
fastidio que las veces anteriores no percibió ante sufridos. La necesidad de corcholatas les llevó
la actividad de amos del mundo que asumían a admitir en sus juegos a los hijos de los chinos
los locales; comenzó a irritarlo, por ejemplo, la que atendían el hotel y a Vicente Valverde, quien
falta de curiosidad de éstos por todo lo que su- con su sonrisa estúpida y su palabrería infinita
cedería fuera de sus dominios. La separación se no cesaba de repetir sandeces sino hasta dejarlos
fue acentuando gradualmente, no porque el in- mareados. Parecía tener horror al silencio y una
tercambio de libros de Verne y Jack London o necesidad de atropellarlo siempre con relatos in-
la conversación sobre sitios de México que sólo terminables e incoherentes. Era impensable que
ellos conocían les confiriera un sentimiento de Valverde y los hijos de los chinos jugaran al te-
superioridad cultural. Se trataba de una volun- nis, al billar, al beisbol con los de adentro, mu-
taria marginación a secas. cho menos que pusieran los pies en casa de algu-
nos de ellos; sin embargo, tal vez por su carácter hondonada por donde corría el arroyo a buscar
de tránsito en el ingenio, resultaba normal que una especie de tomates silvestres. Soñaba en esos
él, su hermana y los Gallardo compartieran con momentos en realizar hazañas que lo pusieran al
46 ellos sus juegos. nivel de los hijos del capitán Grant o los peque- 47
Un año los Gallardo se retrasaron. Fue la vez ños marinos del Halifax, y sólo allí envidiaba la
que estuvieron tentados en su casa de invitar al vida aventurera de los otros chicos del ingenio.
ingeniero a compartir la cena de Navidad, cuan- A veces veían a Lorenza salir de su oficina.
do su tío comentó que no tenía caso hacerlo, La veían despedirse de los demás y seguir un ca-
que era un lobo estepario y únicamente lograba mino que conducía a la fábrica de ron. Horas
sentirse a gusto cuando estaba a solas. después, al salir de la hondonada, la encontra-
El jardinero había suspendido el riego y por ban ya de vuelta, sentada en una piedra, con una
lo tanto durante unos días ellos no hicieron ca- vara en la mano, golpeando el pasto, tratando
nales. Por las tardes comenzaron a explorar, de empujar un pequeño guijarro o de escribir
siempre con los chinos y el nefasto gordo, un algo en el suelo (es posible que la haya visto así
terreno que quedaba muy retirado de las casas sólo una o dos veces, pero ésa era la imagen más
y del centro social del ingenio, un arroyuelo si- precisa que conservaba de ella). Su expresión no
tuado al lado de las oficinas administrativas, en era de felicidad, sino más bien de preocupación,
cuyas orillas pastaban los caballos del gerente, de ausencia, mientras el ingeniero Gallardo daba
por supuesto dentro del muro que los separa- vueltas a grandes zancadas a su alrededor, y ha-
ba del pueblo. Cerradas las oficinas no se veía blaba en voz queda, también con un aire ausen-
un alma por aquellos lugares. Ellos bajaban a la te, igualmente preocupado y doliente, sin que ni
uno ni otro pareciera advertir la presencia del rios y menos riesgosos lo que los disminuía frente
grupo de chiquillos que salía del barranco. Él a los otros? Lo cierto era que ya para esas fechas
no hubiera reparado en el carácter excepcional no andaban en edad de tales pasatiempos infan-
48 de esos encuentros de no haber sido porque en tiles. En efecto, habían pasado varios años desde 49
cada ocasión el gordo Valverde no escatimaba el comienzo de su amistad con los Gallardo, y él
comentarios procaces. estaba ya por comenzar la secundaria.
Por fin llegaron los Gallardo. No volvieron De las tres posibilidades la segunda le resul-
a ir al arroyo. Comenzaron a jugar en un na- taba la más atractiva para iniciar su relato:
ranjal vecino a la cancha de tenis donde los jar- Tarará tarará tarará...
dineros habían transportado las mangueras de Su padre hablaba del toque Lubitsch expre-
riego. Para aquel entonces se trataba ya de dos sado en La viuda alegre. Lorenza seguía tara-
grupos por entero diferenciados. El de los loca- reando el vals, se acercaba a don Rafael, a sus
les, fundamentalmente deportistas, capitanea- sobrinos, a Huberth, daba vueltas en torno a él,
dos por Víctor Compton, chico, el sobrino de deslizándose, acercándose, alejándose hasta que
Lorenza, y el de quienes jugaban a “las ciudades le tendía los brazos y su hermano debía tomarla
de corcholatitas”. Y estos últimos comenzaron a por el talle y comenzar a hacerla girar.
recibir cada vez con mayor frecuencia muestras —“¡No cantes, no bailes! ¡Sobre todo, por fa-
de hostilidad de los primeros. ¿Los despreciaban vor, no te asomes a ese balcón!” —tenía ganas de
por haber admitido como compañeros a gente a gritarle, mientras angustiado la miraba manifestar
quienes difícilmente registraban como iguales, o ante todo el mundo su felicidad. Miró a su her-
era el hecho de haber ideado juegos más sedenta- mana y encontró en sus ojos la misma mirada de
temor que esa tarde le dirigió después de hablar Le repugnaba la maledicencia. Esa especie
con la madre de los Gallardo—. “¡Deja de cantar! de ejercicio permanente de defensa con que los
¡Vuelve del balcón si no quieres tu ruina!”. mediocres, los frustrados y los cerdos tratan
50 Su imploración pareció haber sido escucha- de encubrir la mentira que es su vida, su po- 51
da. Poco después vio a Lorenza, con el rostro breza íntima. Y en ese momento, desde el café
contraído, volver a la sala. Se había oído un dis- de Roma, le divierte imaginarse a Valverde niño
paro no lejos de allí, e inmediatamente después con su cara de luna, su culo enorme, su chácha-
otros dos. Al primero siguió un bullicio confuso, ra de loro, sus ojos que parecían concentrarse
un ruido abigarrado y espeso producido por el en algo con la expresión que en el cine adoptan
aleteo y los gritos de miles de pájaros enloque- los malos actores cuando pretenden una mirada
cidos que abandonaban las copas de los árboles inteligente, su tendencia a la obesidad que hacía
cercanos. Lorenza se vio de pronto rodeada por que sus camisas parecieran estar siempre a pun-
un halo de tordos que aleteaban y graznaban so- to de estallar, y la enorme capacidad de maledi-
bre su cabeza y que transformaron su papel de cencia que acumulaba y podía desgranar sobre
Viuda en la Reina de la Noche. Un pájaro enor- cada una de las personas que trabajaban en el
me, cegado por la luz de un reflector, se estrelló ingenio, sobre sus esposas, familiares y sirvien-
contra un vidrio, lo rompió y cayó sangrando a tas, y la estupefacción que sus revelaciones le
sus pies. Lorenza lo apartó asustada con un mo- proporcionaban a él, a su hermana, a los Gallar-
vimiento brusco del pie. Cuando volvió a la sala do, quienes un poco por inercia no se atrevían a
se dejó caer en un sillón y durante el resto de la romper su trato, y también por la necesidad de
noche apenas habló. corcholatas que acarreaba en grandes bolsas. En
cierto sentido Valverde les hizo perder una espe- zás fastidiados por la presencia de aquel gordo
cie de virginidad al darles a conocer muchos in- santurrón, atinaron a asestarle en el transcur-
fiernos personales, considerándolos como algo so de la tarde dos o tres dolorosos naranjazos.
52 del todo natural. Pero a la vez que la curiosidad Aquella vez, nuestra conversación se basó sobre 53
lo llevaba a tratarlo, percibía algo repugnante todo en cosas de México, de la escuela, de la
en él; se imaginaba a duras penas el medio pelo en última vez que habían hablado (porque para en-
que aquella criatura florecía, el resentimiento de tonces se llamaban de vez en cuando por telé-
sus padres, dueños de la tienda más importante fono), de películas y libros. Los chinos se reti-
del pueblo, por no ser invitados a ninguno de raron aburridos de que todo se fuera esa tarde
los festejos que tenían lugar en el club o en las en palabras, pero Valverde permaneció hasta el
casas que quedaban del otro lado de la barda final, tratando de vez en cuando de introducir
que marcaba el lugar que a cada quien le corres- en la charla sus comentarios sobre la avaricia de
pondía en el ingenio. la señora Rivas, una española acabada de llegar
Una vez delineado el personaje, regocijado al ingenio, o sobre Carmela, la antigua cocinera
por ese algo de esnobismo con que lo condena, del gerente, quien había sido despedida y no se
el autor vuelve a abrir el cuaderno y a recrear el había marchado por voluntad propia como de-
día posterior a la llegada de los Gallardo en que cía, pues se sospechaba que se había robado un
habían trasladado el espacio de sus juegos al na- par de gallinas de Guinea; decía saber muy bien
ranjal situado entre la cancha de tenis y la fábri- que no sólo se trataba de gallinas sino de botellas
ca, cerca de donde se reunía el otro grupo que de vino que le vendía después al jefe de la esta-
consideraba suyo aquel terreno, y donde, qui- ción del ferrocarril, y al final comentó que los
Compton vivían por encima de sus medios —ha- las tardes se encontraban cerca de las caballeri-
bía sido precisamente Víctor Compton quien la zas; todos los vimos. No había tarde en que no
había emprendido con él a naranjazos esa tarde—, lo hicieran; quién sabe hasta qué hora se queda-
54 que el caserón donde vivían no debía correspon- rían, quién sabe dónde pasarían las noches. 55
derles porque eran empleados de poco rango, y Felipe, el menor de los Gallardo, se levantó
esa casa era digna de un gerente, que andaban y le dio un puñetazo, luego otro y muchos más
tan mal de dinero que hasta Lorenza con todo y mientras el gordo manoteaba sin saber defen-
sus aires de grandeza se había visto obligada a derse ni cubrirse siquiera la cara. Hizo uno o
trabajar. dos intentos de lanzar patadas, pero Felipe le
—Igual que tu mamá. ¿No trabaja ella en la agarró un pie, lo tiró y luego a su vez comenzó a
tienda? —preguntó José Luis. patearlo. Lo tuvieron que detener porque la boca
—Sí, pero mi mamá no se enreda con nadie de Valverde había comenzado a sangrar. El gor-
—dijo con incongruencia Valverde—; mi mamá do salió de ahí casi arrastrándose; su hermana se
sólo usa las cosas que mi papá le compra; mi echó a llorar, y luego, sin transición comenzaron
mamá está casada. a hablar de las navidades que los Gallardo habían
—¿Y qué tiene eso que ver? —insistió José pasado con sus abuelos en Pachuca y los regalos
Luis Gallardo. que habían recibido. La respiración de Felipe era
—Que Lorenza perdió ya la vergüenza. Por muy agitada; todos fingían no advertirlo.
eso se volvió la querida de tu papá —dijo el gor- Esa misma tarde, la víspera de la fiesta de
do fingiendo no dar demasiada importancia a Año Nuevo, el día en que exhibirían La viuda
sus palabras—. Le regaló un anillo de oro. Por alegre, cuando él y su hermana pasaban frente al
chalet de los Gallardo, los llamó su madre; des- huevos de gusanos, y también nosotros; nos aca-
hizo todo el juego de cartas que tenía sobre la baremos pudriendo aunque nos entierren en cajas
mesa y dijo mientras con aparente concentra- fuertes. Un día hablé de eso con José Luis y Felipe.
56 ción volvía a tender los naipes: —¡No te pases de listo! —la mujer volvió a 57
—¡Al fin se me hizo conversar con ustedes! barajar el mazo de cartas, su tono era aterro-
—la voz quería ser amable, pero él recuerda o rizador, aunque la compostuura del rostro no
imagina recordar un sonido repelente entre metá- cambiaba, y las sílabas seguían desgranándose
lico y untuoso que parecía deleitarse en la dicción intactas, perfectas, con cada una de las vocales
de cada sílaba, en la enunciación de cada vocal—; en su sitio—. ¿Qué le dijeron a mis hijos sobre
me gustaría saber qué fue exactamente lo que le la mujer con quien veían a su padre?
dijeron a José Luis y a Felipe sobre su padre. —No dijimos nada —insistió su hermana—.
—Nosotros no dijimos nada —respondió de Vicente Valverde siempre cuenta cosas muy feas,
inmediato su hermana. por eso le pegó Felipe.
—Mis hijos no tienen secretos conmigo. —¿Cosas muy feas? ¿Quién es Vicente Valverde?
Felipe me lo dijo todo. ¿Qué le contaron sobre —Nosotros no dijimos nada —insistía ella
mi marido? un poco desesperada, como en espera de que él
Recordó la antiquísima conversación en el saliera en su defensa—. Su papá es el dueño de
cementerio de pájaros, cuando ella y sus hijos la tienda donde paran los camiones. Su mamá
no habían aparecido aún en el lugar. está siempre en la tienda…
—El ingeniero me dijo un día que los pájaros —Dijo que ustedes los veían…
tienen siempre gusanos; que llevan en su interior —Íbamos a comer tomates a un arroyo.
—¿Y era allí donde se reunía con la mucha- Los acontecimientos se produjeron con ra-
cha? ¿Quién era? pidez, en cadena. A todo el mundo le extrañó
—Sí, allí —dijo, y le pesó de inmediato la ver la noche siguiente al lobo con su loba en la
58 aceptación del hecho. Trató de atenuar su res- fiesta que ofrecía el gerente. Era la primera vez 59
puesta, diciendo que era el sitio por donde sa- que la pareja asistía a un acto social. Ella vestía
lían todos los que trabajaban en la gerencia, de como siempre falda y blusa, sin collares, adornos
modo que era casi obligatorio que se encontrara o afeites de ninguna especie, con un rostro que
en ese sitio con Lorenza. parecía recién lavado. No sabe junto a quién se
Al oír ese nombre la mujer echó la cabeza sentaron, si hablaron, si permanecieron juntos,
hacia atrás con un gesto teatral. Todo en ella ya que a los chicos los colocaron en un extremo
le pareció cruel, los huesos tan poderosamente del club. Al recordar en Roma aquel ambiente le
marcados, la boca de labios salientes como es- resulta de una extrañeza radical: al parecer nada
culpidos, el larguísimo cuello. Al fin concluyó: de eso tiene que ver con lo que él es, con lo que
—No quiero que mis hijos vuelvan a saber conscientemente está siendo.
nada de esto. Ni siquiera comentaré con ellos Y luego…
nuestra conversación. No se va a volver a hablar Ante la sorpresa de todos, el matrimonio
más del asunto. ¿De acuerdo? pareció entrar al orden como si al fin compren-
Se fueron cabizbajos, disgustados, humillados, diera sus obligaciones con la sociedad. Se les
cargados de culpa, sin comentar nada. Esa noche vio jugar en distintas reuniones a las cartas, él
no salieron; jugaron dominó con Víctor Compton, cada vez más lúgubre, ella muy conversado-
mientras esperaban que los demás regresaran del cine. ra, tanto que hasta parecía haber ablandado el
tono y condescendido a pronunciar menos per- cárselo, que nadie estuviera enterado de las rela-
fectamente las palabras. Lorenza, en cambio, ciones entre él y Lorenza si Valverde lo sabía y la
se eclipsó y durante una temporada apenas si tienda de sus padres era una especie de radioe-
60 apareció en público. misora local? ¿Estarían hasta tal punto incomu- 61
¿Sabrían los demás lo que ocurría? Trataba nicados los de adentro con los de afuera? ¿O era
de captar las conversaciones de los mayores, sin que el mundo de adentro se empeñaba en man-
el menor resultado. Preguntó un día con fingida tener las formas, proteger al matrimonio, hacer
curiosidad si Lorenza estaría enferma ya que no a un lado a la intrusa no obstante las simpatías
se la veía por ninguna parte. La respuesta fue de que ella gozaba y defender los derechos de la
del todo natural: no, no estaba enferma, tal vez mujer legítima por odiosa que fuera?
cansada. Parecía que trabajaba demasiado; qui- Unas tres semanas después de la fiesta tuvo
zás sus hermanos no lo advertían, ni su madre, lugar el día de campo anual. Decían que en
que era una déspota, pero el trabajo la estaba el lugar al que irían, el ojo de agua cerca de
matando. Paraje Nuevo, había nutrias. Se organizaría una
Un día (y él afinó de inmediato el oído) al cacería. Don Rafael, el agrónomo, comentó el
terminar de comer su abuela le comentó: día que se discutió el proyecto que debía ins-
—Ese hombre sufre horriblemente. Te digo peccionar unos cañales de esa región y apro-
que hay momentos en que parece estar a punto vecharía la ocasión para verificar el estado de
de volverse loco —pero de ahí no pasó el co- los caminos y los puentes y arreglar todo lo que
mentario. fuera necesario. El ingeniero Gallardo se ofreció
¿Cómo era posible, aún no acababa de expli- a acompañarlo.
—Está pésimamente informado de lo que talles insignificantes, describir, por ejemplo, las
ocurre en el mundo —comentó don Rafael a su grandes cestas cuadradas de mimbre que no ha
regreso—. No debe oír la radio, ni leer los pe- vuelto a ver desde la niñez, en que llevaban la
62 riódicos. Quién sabe cuáles sean sus ideas, pero comida. El movimiento del día fue inaudito. Los 63
no cree que el final de la guerra esté próximo. Ni Gallardo quedaron divididos. A él le tocó via-
siquiera el hecho de que Francia haya caído pa- jar en el mismo coche con Felipe pero apenas
rece convencerlo. Claro, estoy de acuerdo, con hablaron. No sabía si estaba enterado del inte-
los americanos no puede uno hablar a fondo, rrogatorio al que su madre lo había sometido.
pero entre nosotros es distinto. Cada vez que le Estaba furioso; no lograba entender cómo podía
preguntaba algo me salía con tales barrabasadas haberle repetido a su madre las palabras de Val-
que o no me oía o bien no entendía de qué ha- verde, aunque después, al recordar lo mal infor-
blábamos. ¡No saben cómo le gustó el campo! mada que ella estaba comprendió que más bien
No hacía sino fijarse en todo. Le dije que no se debía haber sorprendido una conversación entre
preocupara, que en los pasos difíciles cargaría- sus hijos.
mos a los críos. No, no hay por qué asustarse, Pensó en hacer, a partir de allí, una enume-
mis hombres conocen bien el camino. Claro, uno ración de hechos lo más breve posible, sin per-
de los puentes, es dificilillo, pero ya he mandado derse en reflexiones sobre cualquier elemento
reforzar los cables. exterior. El convoy de coches los llevó hasta un
Le da pereza escribir lo demás, hasta pensar lugar donde terminaban los cañales y comenza-
en ello. Más que establecer los materiales para ban las barrancas, de donde tuvieron que pro-
un relato y trenzarlos le complace recordar de- seguir a pie, y pasar dos puentes colgantes, uno
normal sobre un río ancho y sosegado, y otro Mientras los demás discutían, todos los chi-
menos tranquilizador, un puente seguramente cos del ingenio habían pasado ya, igual que va-
muy poco utilizado, un grueso tronco colocado rios empleados y técnicos jóvenes, las hijas del
64 sobre un abismo muy angosto, pero tan profun- gerente, las sirvientas, los cargadores con las 65
do que apenas podía verse el fondo: sólo se oía cestas y los cartones de cerveza; a él alguien se
el ruido terrible de los rápidos al golpear las pie- lo subió en los hombros y cuando lo advirtió ya
dras. Ellos pasaron montados a espaldas de los estaba del otro lado, compartiendo la excitación
cargadores; hubo muchos gritos, muchas pro- con su hermana, con todos los demás que se feli-
testas. Las voces estrepitosas y la confusión que citaban por haber corrido el riesgo y salido vic-
producían le creaban un aire total de diversión toriosos, mientras oían gritos advirtiéndoles que
al día de campo. Algunas mujeres desistieron no debían acercarse al desfiladero, que podría
de la excursión, pidieron regresar a los coches haber desprendimientos de terreno. Los gritos
aunque al final se dejaron persuadir y pasaron. se confundían con el ruido violento del agua,
Los maridos, obligados por la reacción de sus muy al fondo, al chocar con las rocas.
mujeres, comenzaron a protestar... Nadie les ha- Siguieron caminando, llegaron a los manan-
bía advertido sobre los riesgos de la excursión... tiales. Habían esperado encontrar las nutrias,
Don Rafael insistía con voz seca y cascada en los famosos perros de agua de la región, ver-
que no había ningún peligro, sólo había que te- las nadar, ahuyentar a sus crías ante la invasión
ner cuidado, cada persoona debía pasar atada, de sus dominios, quizás hasta combatir contra
aquel tronco era muy sólido, él mismo había he- ellos, pero no apareció ninguna. Abrieron las
cho cambiar el cable del cual podían sujetarse. botellas, tendieron los manteles, armaron una
mesa para los cocteles. Doña Charo, a quien le za y al ingeniero. Era la primera vez que los veía
había tocado la preparación del arroz, hablaba juntos desde la llegada de los Gallardo. El in-
de cómo podía mejorarse el sabor con una salsa de geniero tenía vendada la mano derecha con un
66 alcaparras. Él se echó a reír porque en su casa pañuelo. “Ese gato no cazará ratones”, pensó. 67
se había vuelto un motivo de broma la afición Nadaron un rato; algunos se alejaron en
culinaria de la obesa vecina; y ésta lo tomó del busca de las cuevas anunciadas por don Rafael.
brazo y con toda seriedad le dijo: Quiso acercarse a Víctor; pero éste se había gol-
—Debes recordar que un gato con guantes peado un hombro con una raíz oculta bajo el
no caza ratones —frase que aún le intriga. Tal agua y yacía tendido, quejándose e insultando a
vez lo estaba confundiendo con algún otro mu- todo el mundo. De pronto, Felipe preguntó por
chacho para quien esa frase tuviera un sentido, su madre y comenzó a buscarla. Nadie recorda-
o se refería a que aún no se había desnudado ba cuándo la habían visto por última vez, ni con
y quedado en calzoncillos como los demás. ¿Su quién. A todos les parecía que acababa de estar
ropa, los guantes? Tal vez. Los otros ya chapo- al lado. Había viajado en el coche de los Bowen.
teaban en el río. Víctor Compton, sin pérdida de —Al bajar del coche se separó de nosotros
tiempo se había subido a un árbol y desde una —declaró John Bowen—. Mi mujer y yo está-
rama situada a unos tres metros de altura, ante bamos seguros de que había pasado el puente y
la admiración de todos, realizó uno de sus per- hecho el resto del camino con su marido.
fectos clavados. El ingeniero y don Rafael salieron en su bus-
A él le extrañó ver juntos, hablando con ani- ca. Cuando volvieron la comida llegaba a su fin
mación, quizás con cierto falso énfasis, a Loren- y algunas personas se habían tendido a dormir
junto a la poza. Don Rafael se había enterado de casada, y que le hace pensar que algo le oculta,
que el camión en que transportaron las canastas que tiene miedo de él, de un descuido verbal, de
y las cajas había regresado a San Lorenzo, pero una delación.
68 que no tardaría en volver. El día siguiente y los que le sucedieron fue- 69
—Es probable que mi mujer haya regresado ron tan excepcionales que hasta los mayores ha-
en él. Es un poco nerviosa, aunque no le gusta blaban sin el menor cuidado ante los niños.
dejarlo ver. Lo más seguro es que haya vuelto El cadáver había sido encontrado. La muer-
a casa sin decir palabra. En Paraje Nuevo no le te se había producido por un desnucamiento.
debió ser difícil encontrar un medio de regresar La corriente había arrastrado el cuerpo varios
al ingenio. No es agradable que no nos lo haya cientos de metros y éste había quedado detenido
avisado. No es su modo de actuar. Es una per- entre unos troncos.
sona nerviosa, pero una cosa así no es habitual ¿Cuándo se produjo la caída? ¿Quién la
en ella, sobre todo porque preocuparía a los había visto por última vez? Las conversaciones
niños. giraban en torno a las relaciones del matrimo-
Y no fue sino hasta el día siguiente cuando nio. ¿Cuándo había cruzado el lobo el puente?
conocieron la verdad. ¿La había intuido él ya Nadie estaba seguro. Los testimonios fueron
ese mismo día? ¿La supo su hermana?, es po- de lo más contradictorios. Sí, en el camino el
sible. En algún momento se cruzó entre ellos ingeniero había hablado con varias personas a
esa mirada cohibida y acusadora que le cono- quienes apenas conocía, como si deseara hacer
ció el día del interrogatorio, una mirada que le notar su presencia. También su padre comen-
ha descubierto varias veces después, ya adulta, tó que habían hablado sobre algunas películas;
no era tan ajeno al cine como pensaba, pero su le había caído el bolso y luego al tratar de reco-
gusto era de lo más impredecible. gerlo se había desbarrancado, dejando esas co-
Rápidamente comenzaron a aparecer las vir- sas en el suelo? Don Rafael decía no haber visto
70 tudes de la occisa, su pulcritud, su inteligencia, nada de eso cuando llegó con el ingeniero hasta 71
su exactitud en el hablar; claro, era un poco ex- el barranco.
céntrica, tenía manías, como la de pasarse el día —Entre esos objetos estaba la carta que le
entero echando la baraja. Por cierto, había algo anunciaba la muerte —insistió su madre.
que resultaba muy extraño, ciertos objetos de su —¿Y la herida inexplicable en la mano del
bolsa de mano habían quedado desparramados ingeniero? —se preguntaron algunos.
a un lado del puente; un peine, unas monedas, Curiosamente nadie aludió a Lorenza. ¿Se-
algunas cartas de la baraja, ¿se trataría sólo de ría posible que los encuentros que había pre-
un rumor o de un hecho verídico? Era difícil sa- senciado se iniciaban apenas y por lo mismo
berlo con precisión. aún no habían sido advertidos? ¿Serían de tal
Recordó el comentario de su madre cuando modo inocentes que nadie los culpaba salvo el
se habló de aquello. inicuo Valverde y la occisa, quien podía ser víc-
—Allí debió haber quedado en el suelo el tima de arranques patológicos de celos?
siete de espadas, que significa muerte —dijo, Un día después llegaron unos familiares de
llevada por su afición a los efectos melodramá- los Gallarrdo para llevárselos a México. El in-
ticos. geniero, se decía, había tenido que ir ese día a
Todo resultaba muy confuso. ¿Un accidente? Atoyac para cumplir ciertas formalidades judi-
¿Qué hacían esos objetos junto al puente? ¿Se ciales. Nadie demostraba ninguna simpatía con
su duelo. Una sombra de desconfianza mancha- terizado a aquella casa.
ba todo el episodio. No echó de menos a los Gallardo. En Méxi-
Poco después se le atribuyeron ciertas irregu- co tampoco los llamó. Le preguntó alguna vez
72 laridades en el trabajo y fue despedido. por ellos a su tía y de lo único que se enteró 73
Nunca volvió a hablar con su hermana del fue del despido del ingeniero. Esas vacaciones se
interrogatorio al que los sometió la difunta. Mu- aburrió muchísimo. La ausencia de sus antiguos
cho menos con sus padres o sus tíos. Alguna vez aliados no mejoró las relaciones con los locales.
estuvo a punto de hacerlo con su abuela, porque Alguna vez jugó con ellos, pero demostró ser
aquel secreto le pesaba como lápida mortuoria. muy torpe en el beisbol. Fue un intento fallido.
Pero apenas había empezado a hablar intervino Lorenza Compton no vivía ya en el ingenio. En
su hermana, cambió con brusquedad el tema, su casa decían a veces que se había ido a vivir
como para recordarle que no tenía derecho a a México, otras que a Jamaica o a los Estados
volver a ser débil. Unidos donde los Compton tenían parientes.
Al año siguiente, cuando por última vez fue- Terminó el cuento; lo reescribió varias veces,
ron al ingenio, en el chalet en que vivieron los acentuó el aspecto esotérico: la mujer que leía las
Gallardo hallaron instalado a un técnico en al- cartas y que tal vez por ella se enteró de su muer-
coholes que trabajaba en la fábrica de ron, un te, las circunstancias totalmente casuales, el peso
hombre joven, soltero, rodeado siempre de gen- de la culpa. Estableció algunas relaciones entre
te; se oía música hasta la madrugada, bailaban, el sueño donde delataba a su abuelo y la confir-
bebían y discutían casi a gritos. Todo lo contra- mación a la mujer de las relaciones entre el inge-
rio al tono mortecino que siempre había carac- niero y Lorenza. Y un día, cuando lo consideró
adecuadamente terminado, se lo mostró a Raúl. rios del primer Conrad, pero encontraba el
Raúl opinó que era diferente a todo lo que mensaje cargado de un nacionalismo atroz, un
había escrito, mejor armado, lo que tal vez sig- rencor malsano hacia los extranjeros. ¿En qué?
74 nificaba que se estaba gestando en él un cambio ¿Cómo que en qué? En el hecho mismo de que 75
de estilo, que al fin abandonaba ciertas tentacio- el ingenio azucarero, un símbolo del mal, una
nes faulknerianas que se le habían endurecido especie de castillo de aire rarificado y ominoso,
como costras y que ese cuento podía abrir el era un enclave de extranjeros en el trópico.
camino que lo llevara a encontrar su verdadera Se inició una discusión absurda en la que
voz. Añadió que lo que más le había gustado era acabó, dado lo irreal de los planteamientos,
la descripción del sueño inicial, la historia del niño defendiendo posiciones que le eran incompati-
que sin advertirlo delata a su abuelo, y añadió que bles; hizo algunas concesiones, atenuó tal o cual
el tema onírico era mucho más suyo que el res- efecto que pudiera implicar una condenación al
to del relato. Aludió a una página del diario de medio de los Compton, y el relato fue publica-
Pavese que equiparaba el sueño a la vuelta a do. Veinte años después lo tenía en las manos
la infancia, pues en la literatura ambos elemen- y podía enseñárselo a su esposa, quien lo hojeó
tos no son sino un intento de evadir las circuns- durante unos minutos, sin mostrar demasiado
tancias ambientales, es decir, velar la realidad. entusiasmo por leerlo, elogió el formato y luego
Un elogio bastante ambiguo. Billie tuvo una lo dejó olvidado en cualquier parte.
reacción que no pudo sino sorprenderlo. Dijo Sí, piensa mientras revisita ese texto olvida-
que la atmósfera estaba mejor lograda que el do, fue un puente a otras cosas; allí se inició un
cuento anterior, le recordaba algunos escena- despojo de efectos barrocos que lo aprisiona-
ban demasiado. Gracias a él pudo pasar a otras
formas; pero por muy poco tiempo, desgra-
ciadamente, pues como es sabido, desde hacía
76 varios años no escribía sino ensayos, artículos
y ponencias. De cualquier manera escribir esa
historia le hizo sentirse despojado del terror de
su infancia, del agobio por no haber estado en
Xalapa durante el entierro de su padre. Y, sobre
todo, libre por fin del temor a Billie Upward.

Moscú-Lvov, junio de 1980


Cementerio de tordos, de
Sergio Pitol, se terminó
de editar el 21 de junio de
2012. En su composición,
a cargo de Patricia Luna,
se emplearon tipos Sabon
de 23 puntos.

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