Está en la página 1de 266

'Í-E -W S S -

Universidad Alberto Hurtado ganz1912


Bib ioteca

josé maurício domingues « O


9> ©
la m o d e r n i d a d c o n t e m p o r á n e a 3 C
Por eslai situada en la periferia geográfica, América Latina ha O
E a
íenclido a pensarse a sí misma, en térm inos políticos y sociales,
£
com o ui ia realización limitad a o degradada de la modernidad.
Contra esta visión, el sociólogo brasileño José Mauricio
&f
e
o
Domingues penetra en la realidad social latinoamericana y o
reveía q u e los principales tópicos de !a modernidad (libertad,
igualdad. justicio.. nacionalidad, ciudadanía, solidaridad) se
d esarrollaron en !<i región con una dinámica propia, m ultifacética
y creativa. Am érica Latina no sería una réplica im perfecta
de los países centrales, sino parte de la escena global.

■C3
Domingues polemiza con las perspectivas posm odernas hoy
o
dom inantes sostiene en cam bio la noción de una m odernidad
con tem po ránea caracterizada por la vigencia de los ideales
mo d ernos. qu e según su particular visión continúan presentes,
0
s1¿ L A M O D E R N ID A D
3
si s_Mo.il c o n nuevos rostros. Destaca, ad emás, las iniciativas de cq
c-a
los m ovim ientos sociales organizados, origínales y plurales,
Yn a : lacsr otactivos esos id eales.
c ra
' 0 x¡
CO-~
C O N TEM PO R Á NEA
O c
© en am érica latina
E1 a cto r co m bina teoría general e información empírica con
TJ
O
una lúcida perspectiva crítica, lo que le perm ite construir una
¡nucí mi interpretación sociológica de la realidad latinoamericana:
'Ciertam ente, siem pre hablam os desde algún lugar. Yo hablo
desde .nmcrica Latina. desde Brasil, y considero apropiado
m ancar en un abordaje ciesde mi punto de vista (semi) periférico. — .....
pero ne coloni racto". r. CM
6
jose maurício domingues
r.
1

ISBN: 978-987.629.090-6

m s ig lo v e in tiu n o
editores 789876 290906 m s ig lo v e in tiu n o
editores
CLACSO
COEDICIONES
Traducción de Carlos Figai
ganzl9l2 ^
u

LA MODERNIDAD
CONTEMPORÁNEA
en américa latina

josé maurício domingues

{[
H
h

ü h ív e r s s o a Q
alberto
'.-¡'J R T A p O
B iB L IO 'l EG A.

3a siglo veintiuno
editores
O
C LACSO

U / ^ 4 / - > _ ii « í f l 'H ) / )
siglo veintiuno editores
Guatemala 4824 (C 1425BUP), Buenos Aires, Argentina
sig lo veintiuno editores, s.a. de c,v.
Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México
siglo veintiuno de españa editores, s.a,
c/Menéndez Pidal, 3 BIS (28006) Madrid, España

CLACSO cuenta con el apoyo de la Agencia Sueca de Desarrollo


Internacional (ASDI)
wwutdacso.org / www.asdi.org

Domingues.José Mauricio
La modernidad contemporánea en América Latina - la ed. - Buenos
Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2009.
272 p.; 21x14 cm.- (Sociología y política: Pensar desde el Sur)

Traducido por: Carlos Figari


ISBN 978-987-629-090-6

1. Sociología. I. Título
CDD 301

© Lalin America and Cunlemporary Modemily. A Sociological Interjirvtalion.


Routledge, Nueva York, 2008.
Traducción al español de la traducción al portugués (2009).
© De esta edición: 2009, Siglo Veintiuno Editores S.A.

Diseño de colección: tholón kunst

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

isun 978-987-629-090-6

Impreso en GraFmor / / Lainadrid 1576, Va. Ballester,


en el mes de agosto de 2009

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina / / Made in Argentina
Indice

Agradecimentos

Introducción
America Latina y la modernidad
Multidimensionalidad y agencia, imaginario
e instituciones
Este libro

1. Derecho, derechos y justicia


El pulso de la libertad
Reflexiones intermedias. Abstracciones reales,
desencajes y reencajes
Las nuevas caras de los derechos,, de la ley y
de la justicia
Desencajes y libertad
La persistencia del clientelismo
Ciudadanía y derechos
Ciudadanía y participación
Un poder judicial más fuerte y plural
Una tendencia a la constitucionalización
Conclusiones parciales: abstracciones reales,
coordinación social y las (renovadas) relaciones
entre concretud y universalidad

2. Desarrollo, globalización y búsqueda de alternativas


El capitalismo y el proyecto moderno, los mercados
y eí Estado
Reflexiones intermedias. Acumulación, regulación
y desarrollo 102
Nuevas regulaciones, reestructuración económica
y los patrones de acumulación del capital 108
Políticas económicas, reformas, privatizaciones 113
La reestructuración de empresas y vías industriales 119
Los límites de la innovación científica y tecnológica 125
La evolución de los mercados de trabajo
y las calidades de consumo 130
El papel del agronegocio y de los commodities 137
Conclusiones parciales: ¿realmente un nuevo modo
de regulación, o más bien un nuevo régimen de
acumulación? 140

3. Identidades y dominación, solidaridad y proyectos 149


La constitución de una región 150
Reflexiones intermedias. Subjetividades colectivas
y núcleos de solidaridad 163
Subjetividades colectivas y giros modernizadores hoy 175
Familia, géneros y generaciones 179
El pluralismo y la nación 186
La aplastadora presencia de las clases 195
Los partidos políticos y los medios masivos
de comunicación 210
El Estado y la nación 213
Conclusiones parciales: giros modernizadores,
transformismo y cambio molecular 217

Conclusión 223
Una recapitulación de cuestiones básicas 223
Modernización, civilización y desarrollo 226
Límites del presente, posibilidades del futuro 235

Bibliografía 239
Agradecimientos

Quiero expresar mi especial agradecimiento a mis asistentes de


investigación del Instituto Universitário de Pesquisa de Río de Janeiro
(IUPERJ), donde realicé la mayor parte de este trabajo. Nadie me ayudó
tanto en esta tarea como María Maneiro, Fabrício Pereira Da Silva y
Thamy Pogrebinschi. Les agradezco muchísimo su colaboración, en el
sentido literal del término. Fabrício me ayudó además en la revisión de la
versión portuguesa de este libro. Alice Guimaráes también tuvo un papel
importante en lo que respecta a la situación boliviana. Con certeza, mu­
chas personas, estudiantes y colegas, me ayudaron en diferentes momen­
tos a salir de confusiones y errores en los que incurría todo el tiempo. Mis
breves estadías en la Argentina, donde enseñé en la Universidad de
Buenos Aires y en la Universidad Nacional de San Martín, al igual que el
breve período-que transcurrí en El Colegio de México, en la Ciudad de
México, fueron también extremadamente relevantes para mi investiga­
ción. Agradezco a esos compañeros de viaje latinoamericanos, aun
cuando no hayan sido plenamente conscientes de su papel en mi aven­
tura, así como también a mis colegas y estudiantes brasileños. En especial,
deseo expresar mi agradecimiento a César Guimaráes por las discusiones
que mantuvimos acerca de la evolución política reciente de América
Latina, así como a Frederic Vandenberghe, Manuela Boatca y Wolfgang
Knobl por su lectura cuidadosa de las versiones anteriores de este libro.
Sin el apoyo del Conselho Nacional de Pesquisa (CNPq) y de la Financia-
dora de Pesquisas e Projectos (FINEP), ambos pertenecientes al Ministe­
rio de Ciencia e da Tecnología (MCT), la finalización de este libro hu­
biese sido poco probable. Agradezco también la cuidadosa traducción de
Carlos Figari al español,
Introducción

AMÉRICA LATINA Y LA MODERNIDAD

El presente libro trata sobre una fase particular de la moder­


nidad en una región particular del mundo: lo que hoy se llama América
"Latina”, una denominación obviamente incorrecta, surgida de la ex­
pansión del mundo moderno, que en sus inicios se llevó a cabo por
medio de las aventuras mercantiles y colonizadoras de las monarquías
ibéricas. América Latina ha estado en el centro del proceso de desarro­
llo de la modernidad pero, paradójicamente, al mismo tiempo ha su­
frido sus impactos por hallarse en su periferia o semiperiferia. Es decir
que, pese a ser una parte integral de la modernidad, no ha tenido
acceso a las herramientas principales de poder que operaron en ese
proceso. Esa posición peculiar dio lugar a un rasgo característico del
subcontinente al considerarse a sí mismo, especialmente desde el punto
de vista de sus intelectuales, como una fonna incompleta o degradada de
la modernidad.
Abordar esa posición como si se tratase de una mera selección de ras­
gos de la civilización moderna ha sido otra manera de presentar la cues­
tión, que también implica perder de vista sus aspectos particulares (más
que incompletos). De esta forma, se supone erróneamente que la mo­
dernidad, en sus articulaciones concretas, reproduce un designio a
priori, y en consecuencia se sugiere una perspectiva según la cual ésta es­
taría aguardando en algún lugar en las nubes para ser bajada a la tierra.
Tomo, por lo tanto, los contornos de la modernidad en América Latina,
en el pasado y en el presente, como el resultado de procesos sociales
específicos que dependen de direccionamientos previos.
Un aspecto de ello es que la dinámica del centro de la modernidad -es­
pecíficamente dentro de los límites de Europa y de los Estados Unidos,
12 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

aunque ahora incluyendo también a Jap ón - tuvo un peso despropor­


cionado en aquella región, lo que no ocurrió en la dirección opuesta.
Esto no significa que la modernidad no desarrollase su propia diná­
mica en América Latina, sino que los desequilibrios de poder molde- |
aron, y siguen moldeando, el devenir de la vida social en el subconti­
nente. Ni Brasil, ni México, Bolivia o la Argentina tuvieron las 1
mismas posibilidades de definir la evolución de Gran Bretaña, Fran- i
cia, los Estados Unidos o Alemania que las que estos países han te­
nido de ejercer algún impacto sobre América Latina, ya sea de modo ,
intencional o no intencional. !
t;
Discrepo en cierta medida con el análisis contemporáneo y me man- |
f';
tengo fiel a la antigua noción de una división entre el centro y la peri- |
feria, que Raúl Prebisch introdujo en el pensamiento latinoamericano
y que fue adoptada luego en todo el mundo (y a la que se le adicionó j
la idea de una semiperiferia) -1No reduciré esta noción a la dimensión j
económ ica o política, dado que en su fundamento tiende a estructurar
una gama completa de sistemas sociales e interacciones en todo el pía- :
neta. Eso no quiere decir, por supuesto, que la dinámica interna de
aquellos países sea secundaria. Al contrario, es la combinación especí- ’
fica de impulsos internos y de factores externos la que ha definido los ;
caminos peculiares que cada uno ha tomado, además del elem ento j;
particular de las diferencias de poder, que no necesariamente genera
resultados negativos.
Tanto en el plano imaginario como en el institucional, América Latina |
abrazó la modernidad y sus desarrollos continuos para bien o para mal, |
los filtró a través de los intereses y las identidades particulares que allí
emergieron (y de las coaliciones que fueron capaces de tejer), e incluso ,í
proporcionó innovaciones, especialmente en el curso de los últimos dos
siglos, o sea, desde las independencias del siglo XIX. Claramente, en la í<
medida en que sus efectos se derraman sobre la vida social como un ;
todo, los desequilibrios de poder se hacen sentir con una intensidad
especial en los planos económico y geopolítico.1

1 Véase Ricardo Bielschowsly, 2000. Para una perspectiva más


reciente, véase Immanuel Wallerstein, 1984, pp. 14-7. Él prefiere
hablar de Estados nucleares (core States), periféricos y
semiperiféneos, lo que me parece bastante reduccionista. |¡
IN T R O D U C C IÓ N 13

La teoría de la modernización fue una forma particular de concebir


el impacto de “Occidente” sobre América Latina en lo que se refiere a
la modernidad. Según esta teoría, cuyo basamento evolucionista es evi­
dente, las sociedades de América Latina eran simplemente atrasadas,
inmersas en la tradición, que tenían que intentar alcanzar a los países
más avanzados de la civilización moderna. Un tópico especial de la
teoría de la modernización, o que fue planteado en paralelo a ella y
frecuentemente reprodujo algunos de sus dogmas básicos -d e allí sus
errores-, es la idea de que éstas serían “sociedades duales”, divididas
entre la tradición y la modernidad, o algo similar (lo formal versus lo
informal, por ejemplo).
La teoría de la dependencia fue una manera de plantear la cuestión
desde otro ángulo, al mostrar la gran importancia que en realidad te­
nían las relaciones de poder en el plano global. Sus versiones más inte­
ligentes también fueron conscientes del valor de las dinámicas internas
y de las coaliciones modernizadoras, aunque se detuvieron allí.2 Mi
abordaje procurará, básicamente, entender cómo tales procesos operan
en el plano interno. Por lo tanto, mi unidad de análisis es América Latina
sin pretender analizar sistemáticamente cada país. Sin embargo, encua­
draré aquellos procesos en las manifestaciones más generales de la mo­
dernidad contemporánea, que incluyen en varios puntos las tendencias
generales y las cuestiones de poder en el plano global. Mi meta es com­
prender cómo lo que he llamado “tercera fase de la modernidad” -en
términos de la teoría sociológica general, centro de este libro-ha venido
desarrollándose en América Latina desde mediados de los años ochenta,
con su dinámica contradictoria y multifacética.3

2 Véanse, respectiva y especialmente, Martin S. Lipset y Aldo Solari,


1967;Jacques Lambert, 1963 y Femando Henrique Cardoso y Enzo
Faletto, 1979. Para un abordaje analítico, véanse Wolfgang Knóbl,
2001, caps. 2-4 yjoáo Feresjr., 2005.
3 José Mauricio Domingues, 2002a, y, para una aplicación inicial de esas
tesis para América Latina, véase mi "A sociología brasileira, a América
Latina e a terceira fase da modernidade", 2005, en Domingues y
Maneiro (comps.), 2006. La idea de una tercera fase de la
modernidad se aplica también a Cuba. Autoritarismo, creciente
pluralismo social, reformas económicas que combinan una fuerte
presencia del Estado con una informalidad generalizada constituyen
algunas de las principales características de ese país hoy. Cuba tomó
14 L A M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Descarto, obviamente, los dogmas altamente “occidentocéntricos”


de la teoría de la modernización. La evolución como tal no debería ser
dejada totalmente de lado en la teoría social, en la medida en que la
contingencia y la historia estén en el centro de los abordajes recons­
tructivos que persigan su comprensión. Los gzYos modemizadores llevados
a cabo por los distintos tipos de colectividades durante los últimos si­
glos son estudiados aquí como un aspecto crucial de la modernidad y
como determinantes de su carácter actual, ya sea que estén más o me­
nos centralizados o descentralizados. En el primer caso, esos giros im­
plican a veces proyectos colectivos bien definidos, “ofensivas” modemi-
zadoras, por así decir, mientras que en el segundo tienen lugar sin tal
perspectiva teleológica de cambio social, pues ocurren de modo más
disperso y más o menos intencional desde un punto de vista colectivo,
con individuos y colectividades más restringidas que contribuyen a
ellos en la medida en que persiguen sus deseos e intereses, ya sea de
forma consciente o no, o con mayor o m enor amabilidad, pero sí al tanto
de las consecuencias de sus actos y movimientos.
Es posible trazar un continuo que va desde las “ofensivas” moderni-
zadoras (relativamente muy centralizadas) hasta los giros extremada­
mente descentralizados. Así surgen, como suele ser el caso en general,
colectividades dominantes, intermediarias y subordinadas que resultan
cruciales para la modernidad latinoamericana. Sucede que herencias y
tradiciones específicas -algunas incluso bastante modernas, no obs­
tante sus diferencias con Europa del norte y los Estados U nidos- se

un camino radical en la segunda fase de la modernidad, lo que


también era una tentativa desesperada de resistir a las presiones de
los Estados Unidos y producir una ruptura con el capitalismo -y con
la m odernidad- ofreciendo una variante del modelo soviético.
Numerosos cambios ha experimentado ese país y muchos elementos
de la vida social son hoy comunes a otros países de América Latina
-incluido el atraso económico-, pero su camino difiere del de ellos
en la medida en que los dirigentes estatales y el liderazgo del partido
intentan no rendirse a la democracia (con temoresjustificadosde
una nueva dominación norteamericana y de una contrarrevolución
radical), simplemente ajustándose a la situación que se diseñó
después de la caída de la Unión Soviética, al flexibilizar, de hecho, el
modelo centralizado en el Estado. Para un panorama al respecto,
véase Velia Cecilia Bobes, 2000 y J. M. Domingues, 2008a.
IN T R O D U C C IÓ N 15

combinan, modifican y modernizan en el transcurso del despliegue de


la modernidad en América Latina, fenóm eno que, en verdad, se en­
cuentra en otras partes con mayor o menor intensidad. Todos esos gi­
ros son contingentes, esto es, “episódicos”, aunque dependientes de
rutas previamente delineadas, com o veremos a lo largo del libro y
como pretendo elaborar en la conclusión.
Un postulado general de este estudio es que la modernización
asume distintos aspectos en aquellas áreas en que los procesos son im­
pulsados con mayor fuerza por dinámicas locales de aquellas cuyas
fuerzas dinámicas residen en grado significativo fuera de América La­
tina. Esto no quiere decir que no hayan ocurrido ciertos cambios y
adaptaciones importantes, o que pueda distinguirse claramente uno de
otro. Los procesos regulatorios vinculados a la ofensiva neoliberal y a
los cambios económicos, así como las identidades y los focos de solida­
ridad, estuvieron muy influidos por los procesos “exógenos”. Algunas
de las colectividades y prácticas ligadas a ellos se han modernizado rá­
pida y profundamente, algo que frecuentemente sucede de manera
bastante pasiva en lo que atañe a los elementos anteriores.
Entretanto, el Estado, basado en gran medida en la correlación interna
de fuerzas, a lo que deben agregarse tanto la influencia del puro poder
extem o como la de las “comunidades epistémicas”, no ahondó, más allá
de su reformulación neoliberal, en su modernización, en especial como
foco de movilización nacional y subcontinental y de construcción de soli­
daridad. En compensación, los procesos de modernización impulsados
desde América Latina han sido especialmente importantes en lo que con­
cierne a la ley, a los derechos y a la justicia, que se han desarrollado de
modo considerable desde los años ochenta. Esas direcciones de la moder­
nización implican, como veremos, un desarrollo dialéctico tenso, sin un
punto de llegada inequívoco.
Por modernidad entiendo una civilización global, multifacética y va­
riada; por modernización, la tendencia a realizar procesos concretos y es­
pecíficos, sin que intervenga en este punto ninguna teleología metafísica
o apriori, excepto aquella que está sostenida por las colectividades que la
llevan a cabo de manera más o menos intencional, en términos de lo que
se planteen para sí mismas como el horizonte del desarrollo social. Cier­
tamente, “exógeno” y “endógeno” son categorías relativas y con frecuen­
cia escapan al control del Estado, institución especialmente importante
16 LA M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

para la conformación de las “sociedades” modernas. No debemos dejar


de tener en cuenta que, en tanto el Estado-nación siga siendo un acumu­
lador de poder crucial en el mundo moderno (con la predominancia de
los Estados “nucleares”, más la existencia de una hegemonía exclusiva) y
la “dialéctica del control” entre él y sus ciudadanos sea fundamental en
términos de posibles desarrollos nacionales, esas categorías efectiva­
mente tienen un papel que cumplir.4 Eso no quiere decir, de forma al­
guna, que las “sociedades” así compuestas no estén atravesadas por ten­
dencias que surgen de diversas fuentes. Entonces, ¿qué significa
“globalización” en este libro? La concibo como un proceso de largo
plazo que abarca al mundo en su conjunto desde el siglo XVI y que se ha
acelerado en las últimas décadas.
Una consecuencia no intencional de los procesos sociales comenzó
recientem ente a ser buscada por cierto número de colectividades po­
derosas, y por otras no tanto, que, al intentar enfrentar sus efectos ne­
gativos, la impulsan en diferentes direcciones. La integración de los
mercados, eslabones productivos que atraviesan países, inclinaciones
políticas y culturales con fuerte impacto sobre la construcción de iden­
tidades, es el aspecto más destacado de tales procesos, así como tam­
bién los movimientos y las redes que atraviesan fronteras. El Estado-na­
ción, en verdad, perdió parte de su poder, o al menos su papel en la
arena global se modificó parcialmente, en cuanto a cómo regulaba su
territorio interno. Sin embargo, en modo alguno se convirtió en un ac­
tor débil. El capitalismo, como institución-clave de la civilización mo­
derna, con un empuje expansionista monumental, es evidentemente una
fuerza poderosa que actúa por detrás de los procesos de globalización.
Pero no es, de ninguna manera, su motor exclusivo. Así como no debe­
mos olvidar la dimensión nacional, tampoco debemos descuidar las con­
diciones locales, que varían dentro de los países hoy mucho más que en
las fases anteriores de la modernidad. El neologismo “glocalización”
parece útil para encuadrar esta situación.5

4 La cuestión está particularmente bien elaborada en Anthony Giddens,


1985.
5 A mi modo de ver, las ideas de Roland Robertson sobre el tema son
sumamente precisas. Véanse 1992 y R. Robertson, Scott Lash y Mike
Featherstone (comps.), 1995.
IN T R O D U C C IÓ N 17

Debemos mencionar aquí una cuestión de periodización, como una


forma de preparar el terreno para aventurarnos en el análisis de las tres
fases de la modernidad que perfilarán históricamente los argumentos
analíticos de cada capítulo. Algunos intelectuales sostienen que la m o­
dernidad se habría iniciado en el siglo XVI -o , simbólicamente, en
1492- Es verdad que el surgimiento de un mercado mundial y el prota­
gonismo que tuvieron algunos temas como el Renacimiento del norte,
italiano o ibérico -y por derivación americano-, esbozaron los caminos
que posteriormente tomaría la modernidad. Pero esos elementos ficti­
cios serían desarrollados y depurados en los siglos siguientes, especial­
mente en el área atlántica noroccidental. Además, y más importante
aún, es posible reconocer la existencia de “sociedades” modernas, desde
un punto de vista institucional, incluido el capitalismo como un “modo
de producción” y Estados realmente modernos con elementos “raciona­
les-legales”, aunque de forma muy restringida, recién desde el siglo XIX
en adelante. Anteriormente, en Europa y en América, había surgido un
torbellino de formas sociales que no alcanzaban a configurar mínima­
mente lo que podemos concebir como formaciones sociales modernas.6
Finalmente, es necesario advertir que, hasta ahora, buena parte del
debate acerca de la modernidad y de la globalización, como lo que sos­
tiene respecto de América Latina la poderosa tradición sociológica re­
presentada por autores tales como Gino Germani y Florestan Fernan-
des, no encontró todavía herederos, especialmente en términos de una
síntesis integral de la situación y en su ubicación en un contexto más
general. Espero haber avanzado en esa dirección.

MULTIDIMENSIONALIDAD Y AGENCIA, IMAGINARIO E INSTITUCIONES

Las concepciones desarrolladas en este trabajo suponen -aunque sin


tener para ello un argumento sistemático, pues creo que a esta altura
eso no es necesario- que la vida social es un fenómeno multidimensio-
nal, cuyas interpenetraciones y dialécticas concretas deben ser analizadas

6 Por ejemplo, Iinmanuel Wállerstein, ob. cit., y Enrique Dussel, 1994.


l8 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

de acuerdo con cada proceso en particular aun si se adopta una pers­


pectiva amplia en términos espacio-temporales (lo que implica una durée
histórica prolongada y un alcance geográfico dilatado, como es el caso
aquí). Pero más importante que esto es señalar la manera en que se
aborda la “agencia” en este libro y cóm o entiendo el imaginario y las
instituciones, especialmente en lo que se refiere a la modernidad.7
Rechazo tanto el punto de vista individualista como aquel que podría
llamarse “colectivista’’ (cuya definición es además poco precisa) en lo
que concierne al debate “actor-estructura”. En otras ocasiones, abordé
extensamente el papel de las subjetividades colectivas en la vida social, y eso
es lo que realmente me autoriza a referirme, en el plano teórico más
general, a los giros modernizadores más o menos centralizados.
Estados, clases, géneros, “razas” y colectividades étnicas, movimientos
sociales, pequeños grupos, empresas, agencias internacionales y muchas
otras comunidades, con niveles variables de centralización (identidad y
organización), tejen la vida social. Y lo hacen dentro de los límites estable­
cidos por sus relaciones -basadas en intereses diferenciados de poder—así
como por patrones sedimentados de interacción social. Comúnmente, se
habla del comportamiento de la “elite”, de las estrategias de las empresas
y de los movimientos sociales. Aunque muchos de los que utilizan el tér­
mino "elite” no comparten una visión “elitista”, éste es un término proble­
mático - e introduce en realidad las concepciones mosquianas-paretianas
o \veberianas-5 chumpeterianas, que implican importantes diferencias de
racionalidad-, por eso aquí se utilizarán nociones tales como “grupos do­
minantes”. Los otros dos conceptos tienen con certeza su lugar garanti­
zado en este libro. Pero otras colectividades, menos centralizadas y más
variadas, así como la noción de “consecuencias no intencionales de la ac­
ción”, permean sus páginas como un mecanismo clave de la vida social
cuya contingencia emerge, en gran medida, de la forma entrelazada e
inesperada con que los deseos, proyectos y.movimientos influyen en la
corta y larga duración de la vida cotidiana y de la historia.
El poder y el acceso privilegiado a la información, las facilidades y el
tiempo para elaborar estrategias, ciertamente se encuentran distribuidos

7 Para una exposición completa de los conceptos articulados, véase José


Mauricio Domingues, 1999, 2002a.
IN T R O D U C C IÓ N ig

de forma poco homogénea en las sociedades desiguales, pero creo que


todos los individuos que pertenecen a la especie humana, en este sub­
continente y en otras partes del mundo, poseen fundamentalmente los
mismos poderes reflexivos. No hay razón para suponer que ellos no los
activan permanentemente en la política o en cualquier otro campo en
que se hallen inmersos.
Por lo tanto, aquí consideramos la vida social como un proceso con­
tinuo de movimiento y cambio. Su estabilidad relativa no contradice
esto: en verdad, por intermedio de las relaciones y los modelos ante­
riormente mencionados, las colectividades reproducen la vida social,
lo cual nos permite explicar por qué puede considerársela estática (o
al menos, en muchos períodos históricos capturada por la “estasis”).
Las transformaciones son, sin embargo, omnipresentes, a pesar del
ritmo lento y de la fuerte resiliencia de muchos ordenamientos socia­
les clave. La creatividad social (que incluye y no prescinde de la creativi­
dad individual) realiza siempre su trabajo y, para evitar sus efectos, las co­
lectividades dominantes tienen que esforzarse, a veces adaptándose, o
bien aceptando cambios que no pueden, al fin y al cabo, controlar, a
menos que se aferren a tradiciones sin futuro. La creatividad no
opera, de todos modos, en el vacío: se encuentra siempre entretejida
con la memoria individual y social, que es un rasgo de la vida social que
se reproduce de manera más o menos recurrente y que asume una vasta
gama de expresiones.
Los ordenam ientos relativamente más estables, sedimentados, de
la vida social deben ser com prendidos como instituciones, esto es,
como los aspectos más permanentes y estructurantes de las relacio­
nes sociales, a pesar del modo en el que surjan y perduren. Institu­
ciones que se desarrollan lentam ente pueden generar efectos en el
universo herm enéutico de la vida social e influir en la cognición, los
valores y normas y los prototipos estéticos. Evidentemente, Marx en­
fatizó ese punto al señalar que el “ser social” condiciona la concien­
cia. En efecto, en muchos casos estaba en lo cierto. Pero también es co­
mún que suceda lo contrario. Las ideas pueden aparecer, consolidar un
imaginario (que implica memorias específicas o “magmáticas”, justifica­
ciones del presente y expectativas para el futuro) y así influenciar fuerte­
mente la praxis social. Al mismo tiempo, pueden ser estables y versátiles,
dependiendo también de los intereses y el poder en su evolución.Tal
20 L A M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

vez comúnmente se trate de un juego dialéctico entre instituciones e


imaginario -lo que de hecho ocurre- que incluya tanto a individuos
como a subjetividades colectivas en su construcción.
En este libro recurro a autores marxistas, weberianos y funcionalis-
tas. Sin embargo, debo aclarar que he intentado presentar un punto
de vista peculiar. Con certeza, a mis argumentos y posiciones no sub­
yace una perspectiva marxista. H e buscado incorporar muchas de las
ideas de Marx en la teoría de la subjetividad colectiva, en el plano teó­
rico más general y en sus expresiones específicas, y frecuentemente
modifiqué sus posiciones de manera radical. Incluso su teoría econó­
mica se presenta aquí mediada por la escuela francesa de la regula­
ción. Algunos análisis más concretos a menudo se basan en autores
marxistas cuando se muestran interesantes y sensatos. Pero no he
adoptado aquí (ni en ningún mom ento de mis escritos) la concepción
de Marx sobre la relación entre la infraestructura económica y las
superestructuras, ni su visión de las clases sociales (especialmente en lo
que se refiere a las bases cartesiano-hobbesianas de sus escritos), ni sus
esperanzas casi deterministas en el socialismo y en el comunismo, ni,
aún menos, su estrategia política en ese sentido. La democracia, que
en la mejor de las hipótesis es un tema opaco y con frecuencia una di­
ficultad real para el marxismo (a pesar de las proclamaciones retóri­
cas y las recientes soluciones ad hoc), goza, en contrapartida, de una
posición destacada en mis esfuerzos analíticos y en la perspectiva nor­
mativa que los acompaña. La teoría de la dependencia, además, está
presente en mis argumentos de m odo bastante exhaustivo. Esto se ar­
ticula con las cuestiones que acabo de mencionar, así com o con la
unilateralidad de varias versiones de ese tipo de abordaje.
Respecto de la teoría de la modernización, es necesario mencionar
otros puntos. La idea de que tradición y modernidad son opuestos es
rechazada aquí, de la misma forma que el papel que las “elites” en
cuanto tales desempeñan en esa perspectiva. Considero que la simple
unilinearidad de su punto de vista evolutivo es inapropiada, y rechazo su
concepción de la integración como el estado normal de la sociedad. La
modernidad y la modernización son cuestiones clave, por supuesto, pero
no deben ser reificadas. Para evitar que ello ocurra, apelo al concepto
de giros modernizadores, que pueden asumir el aspecto de ofensivas
modernizadoras (centralizadas).
IN T R O D U C C IÓ N 2 1

En trabajos anteriores, be tenido ocasión de elaborar mi perspectiva


teórica en un plano más general, por eso no la detallaré aquí. Las dis­
cusiones particulares incluidas en las siguientes páginas se expondrán
de manera sistemática y estarán empíricamente orientadas. Cuando lo
consideré necesario, he subrayado los elementos teóricos generales.
También filtré, en general sin indicarlo, los debates internos de los va­
riados campos de teorización que articulo aquí a través de las lentes
que me sugirió aquella perspectiva teórica. En ciertos párrafos me hu­
biera gustado profundizar en dichos debates, pero he tratado de evi­
tarlo pues ello me habría llevado a imbricarme en asuntos complejos, lo
que sobrecargaría y desequilibraría la exposición de los temas principa­
les que suministran el hilo conductor del argumento de este libro: las
características generales de la modernidad contemporánea en América
Latina.
El imaginario moderno tiene como centro la libertad, la igualdad, la
solidaridad y la responsabilidad (nociones contrarias, como la domina­
ción y la desigualdad, la fragmentación y la irresponsabilidad, están
siempre presentes y aparecen más o menos claramente formuladas). La
dominación de la naturaleza también ha sido central. Las principales
instituciones de la modernidad, que evidentemente poseen una diná­
mica de desarrollo histórico, continúan siendo la ciudadanía, el Estado
racional-legal, la nacionalidad, el capitalismo, el racismo, la patriarquía,
aunque mucho más debilitadas y modificadas, así como aquellas formas
más específicas en que se regulan hoy. Se incluyen la concretización de
elementos clave de aquel imaginario, los que a menudo permiten tam­
bién la dominación. Como sociólogo, no veo ninguna razón para defi­
nir la posmodernidad, ni siquiera en lo que atañe a una supuesta clau­
sura del imaginario social en relación con el futuro, algo que pareció
quizá más plausible durante los años que caracterizaron la más reciente
crisis general de la modernidad (en los años ochenta). Si hay algo que
debemos tener en cuenta en ese sentido, es que tendremos que aco­
modamos a la perspectiva más libre con que se contemplan la institucio-
nalización y las identidades que tejen la vida social, las cuales, en cierto
grado, abandonan el impulso homogeneizante que la modernidad evi­
denció hasta hoy, ahora bastante modificado.
La teoría de la modernización no fue capaz de entender la historici­
dad, así como tampoco el fuerte lazo con Occidente que la civilización
2 2 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

moderna siempre evidenció en América Latina. No es que la moderni­


dad estuviera simplemente “allá” y, entonces, fue trasplantada al sub­
continente. Por el contrario, prosperó simultáneamente en Occidente
y en América Latina. Las tendencias y los períodos son, en líneas gene­
rales, similares -O ccidente se encuentra también inevitablemente li­
gado a América Latina-y a veces puede parecer que los giros moderni-
zadores apenas intentan reproducir en los países latinoamericanos lo
que se convirtió en norma en Europa y en los Estados Unidos. Por
cierto, los agentes entienden algunos proyectos exactamente de esta
manera, pero a grandes rasgos, el espejo de Occidente siempre acom­
pañó el despliegue del imaginario moderno en América Latina. Esto
no es lo mismo que afirmar que lo que ocurrió fue la reproducción del
imaginario y el mero esfuerzo de replicarlo aquí. En gran medida, de­
bemos decir que el imaginario m oderno es tan latinoamericano y peri­
férico como occidental y arraigado en el centro: la modernidad ha estado
en el horizonte del subcontinente aproximadamente desde el mismo pe­
ríodo en el que se instaló en Europa y en los Estados Unidos. Una vez
más, no deben dejar de tenerse en consideración las especificidades y
dinámicas particulares.
Con las instituciones ocurre lo mismo y éste es un elem ento que
también define la modernidad. Desde los tiempos coloniales, las insti­
tuciones de la región latinoamericana -indisolublem ente ligada a los
desarrollos de O ccidente- han estado influidas por la modernidad, es­
pecialm ente en lo que respecta al Estado y a su contribución a la
“acum ulación primitiva” del capital. Con las independencias, mo­
m ento en que el imaginario moderno adquirió prominencia, emergie­
ron en América Latina las instituciones modernas, que alcanzaron su
maduración en el siglo XX. Una vez más, lo hicieron con característi­
cas peculiares y por caminos específicos. Si la teoría de la dependencia
tuvo la agudeza de introducir los procesos históricamente determina­
dos que llevaron a América Latina a una posición de dependencia y
subdesarrollo, y las relaciones de poder que en gran medida explican
esa situación, su foco fue demasiado estrecho y en varias oportunidades
estuvo matizado con tonos problemáticos y catastróficos.
Durante los tiempos coloniales, las enunciaciones eran controladas di­
rectamente por los circuitos de poder que mantenían los imperios por­
tugués y español. Después del fin del colonialismo las cosas cambiaron.
IN T R O D U C C IÓ N 23

Claro que se preservaron la relación de subordinación y el poder de


enunciar, aunque se lle\raban a cabo por medio de circuitos indirec­
tos de poder, en grados variables. Para ser precisos, éstos pueden incluir
colectividades internas relativamente independientes que no pueden ser
separadas de la visión hegemónica de las clases sociales globales, así
como intelectuales que, en virtud de su posición en la división del tra­
bajo (generando un espacio metafísico en que Occidente se vuelve la
medida de la realidad) y /o de sus vínculos con las colectividades domi­
nantes, externas o internas, abrazan una perspectiva “occidentalista”.
Así, respecto de los nuevos Estados-nación, deben tenerse en cuenta
tanto los aspectos externos como los internos. ¿Es útil llamar a esto "co-
lonialidad del poder”, como si hubiese una continuidad sin rupturas en
el proceso? Los problemas que Quijano (2007) puntualiza son sin duda
reales y, de hecho, cruciales. Pero los diferentes tipos de relaciones cen­
tro-periferia -dentro del desarrollo desigual y combinado de la moderni­
dad- deben ser examinados detenidamente, y no percibidos como algo
dado o tratados en lo que a mi juicio es un marco conceptual excesiva­
mente simplista, que tiende, además, a datar la modernidad muy tem­
pranamente y a desentenderse de su horizonte utópico, emancipatorio,
para concentrarse solamente en los elementos de dominación. Así, tam­
bién sería posible situar con mayor precisión la emergencia de concep­
ciones del mundo, de movimientos sociopolíticos y de prácticas sociales,
en la medida en que, en ese sentido, se produzca un corte con las con­
diciones periféricas, como en parte es el caso hoy. Es algo que espero
mostrar, al menos parcialmente, a lo largo del libro.
Finalmente, debe señalarse que la teoría social de Occidente -in ­
cluida la teorización de la modernidad- se encuentra aquí presente con
gran fuerza, porque sus contribuciones son muy importantes y porque
la conexión entre América Latina, Occidente y la modernidad son in­
soslayables. No significa, sin embargo, que yo intente encuadrar los pro­
cesos latinoamericanos en lo que sería una reproducción de Occidente,
o como casos desviados de él. Más bien, se trata de lo contrario: mí meta
es construir una interpretación teórica que, al colocar a América Latina
de modo general dentro de la civilización moderna, sea capaz de com­
prender sus procesos de modernización específicos y con frecuencia
históricamente determinados. De este modo, quizá podamos conseguir
una risión más abarcadora de la modernidad.
24 LA M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

ESTE LIBRO

Este estudio se propone desarrollar un tema empíricamente orien­


tado hacia la modernidad contemporánea en América Latina y, al
mismo tiem po, basado teóricamente en ella. De hecho, se sirve de un
vasto material secundario reunido entre 2003 y 2007, visible a lo largo
del texto, aunque transformado en una estructura conceptual. Dado
que la modernidad contemporánea es un objeto en movimiento, en
construcción, que se despliega a alta velocidad, la finalización y publi­
cación de este libro han estado acompañadas de cierto grado de an­
siedad. Es como si la vida social hubiese sufrido grandes modificacio­
nes entre el mom ento de su redacción y el de su publicación. Sin
embargo, las cosas no cambiaron tanto y, hasta donde puedo ver, las
tesis principales presentadas aquí me parecen válidas de m odo gene­
ral. He tomado, además, amplias áreas de teorías de alcance medio y
de datos empíricos. Esta es, en principio, una empresa arriesgada, de
la cual, de todos modos, hay algunos ejemplos muy buenos y respeta­
bles en las últimas décadas. Seguramente se me debe de haber esca­
pado algún material, y quizás haya comprendido otros de modo equivo­
cado, pero confío en que haya ocurrido en una mínima proporción.
Dicho esto, debo agregar que el resultado general, en términos de con­
tribución teórica,.supera las posibles limitaciones y fallas del proyecto.
Al menos podemos ver los contornos del bosque, así como muchos de
los árboles más tupidos.
Desde el punto de vista teórico y metodológico, acepto muchos de
los argumentos de los giros discursivos de las ciencias sociales, pero
permanezco vinculado a una concepción bastante directa de la rela­
ción entre la realidad de la vida social y las afirmaciones que de ella se
hacen. No podemos sostener una teoría de correspondencia simplista,
como la que amplia y correctamente critica Wittgenstein. Aún se cons­
truyen teorías, tanto generales como parciales, como conjuntos de afir­
maciones articuladas que son, más o menos, en tanto construcción
conceptual (sean sus autores conscientes de eso o no), adecuadas a la
vida social (y a la naturaleza). Es verdad que, hoy en día, nadie -salvo
los filosóficam ente ingenuos- cree en algo que se asemeje a una “fí­
sica social” como la que Parsons podía plantear a fines de la década
de 1930. Aquellas construcciones conceptuales no son exclusivas o
IN T R O D U C C IÓ N 25

absolutas, tampoco agotan la realidad.8 Con todo esto, espero haber


logrado avanzar en una perspectiva de América Latina que sea capaz
hoy de penetrar en su realidad social. Espero, también, haber articu­
lado un marco conceptual general, dentro del alcance de mis cono­
cimientos y mis capacidades, que se corresponda lo mejor posible a
la vida social de América Latina en la tercera fase de la modernidad
global. En este sentido, concuerdo con la idea de que el pensa­
miento poscolonial reproduce mucho de lo que afirmaron las filoso­
fías latinoamericanas pioneras de los años sesenta y setenta, aunque
esté más abierto que ellas al pluralismo de la vida social.9 Además,
resulta bastante problemático que la concepción que aquel pensa­
miento tiene de la modernidad y de la globalización sea sociológica­
mente pobre y unilateral, pese a que tal vez pueda hacer sugerencias
generales interesantes.10
En cambio, yo busco una construcción teórica que combine concep­
tos e información empírica en una perspectiva crítica, mientras que
aquella iniciativa va, en gran medida, en otra dirección. Planeo tratar
su contribución específica en un futuro próximo. Una efectiva combi­
nación de teoría general (y crítica) y de investigación empírica, además
de los resultados que puede generar, debería servir de patrón de medida
para juzgar la adecuación de cualquier obra. En la conclusión del pre­
sente libro, los resultados específicos de la investigación se insertarán en
una discusión que concibe la modernidad como una civilización. Ese tér­
mino y los efectos universalizantes de su expansión global, así como las
particularidades (o multiplicidades, si se quiere) refractarias del mundo
moderno, serán analizados de modo sistemático (también abordaré las

8 Para algunos aspectos de esa discusión, véase José Maun'cio


Domingues, 1999, cap. 2.
9 Véanse Cristina Reigadas, 2000, y Sérgio Costa, 2006. Sus esfuerzos se
justifican en la medida en que los estudios latinoamericanistas
norteamericanos aún suelen mantener una visión del “otro"
altamente distorsionada (próxima a la teoría de la modernización).
10 No puedo profundizar sus argumentos aquí, pero una visión
resumida en la cual éstos se exponen en detalle se encuentra en
Arturo Escobar, 2003. En la conclusión volveré, de todos modos, a
algunos temas relacionados con ese debate. Para una perspectiva
crítica, especialmente en lo que hace a Walter Mignolo, véase J. M.
Domingues, 2009.
20 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

obras de Eisenstadt y A m ason). Desde luego, siempre hablamos desde


algún lugar. Yo hablo desde América Latina, desde Brasil, y considero
apropiado avanzar en un abordaje de este subcontinente desde mi
punto de vista (semi)periférico -p ero no colonizado-. Debo agregar
que, a esta altura, probablemente sea útil afirmar de forma clara que
éste no es un libro de un latinoamericanista, sino una obra de teoría so­
ciológica de la modernidad con especial referencia a América Latina.
Para otorgar rigor y articular mi exposición, en cada capítulo he in­
troducido algunos ejes conceptuales, especialmente en las “Reflexio­
nes intermedias”. En el capítulo 1, se destacan las “abstracciones rea­
les”, más los aspectos “instituyentes” e “instituidos” de la vida social en
lo que concierne a la ciudadanía. La revisión de la economía política
contemporánea, en particular la teoría de la regulación francesa, com­
binada con abordajes tradicionales latinoamericanos (especialmente
el llamado “estructuralismo histórico”), cobra relieve en el capítulo 2.
El concepto de subjetividad colectiva -e n sus expresiones concretas en
familias y generaciones, clases sociales, géneros, razas y etnias, Estado,
partidos y movimientos sociales- organiza buena parte de la discusión
del capítulo 3. De manera más general, una distinción analítica intro­
ducida en otras de mis publicaciones desempeña un papel importante
aquí, a saber, la distinción entre mercados -coordinados por el inter­
cambio voluntario-, jerarquías -e n las que la coordinación se realiza a
través del m ando- y redes -q u e cuentan con la colaboración voluntaria
para alcanzar la coordinación- (Domingues, 2002a, cap. 9). Esos meca­
nismos de coordinación, combinados en grados variables, están pre­
sentes en todas las formaciones sociales y en todas las dimensiones del
proceso social. Recurriré a esas ideas generales para entender la mo­
dernidad, y en particular la modernidad a comienzos del siglo XXI lati­
noamericano. Luego, me inscribo explícitamente en una rama de la te­
oría crítica, entendida ecuménicamente, con su tradicional compromiso
ambivalente con la modernidad.

He aprovechado esta introducción para definir brevemente algunos con­


ceptos básicos y ofrecer así al lector un mapa de navegación, puesto que
no todos ellos aparecen formulados explícitamente a cada paso en mi ex­
posición. Lo sustancial del desarrollo teórico se encuentra en las reflexio­
nes intermedias que ya mencioné. No considero necesario resumirlas
IN T R O D U C C IÓ N 27

aquí, ya que es mejor tener acceso a ellas en forma paulatina. La conclu­


sión propondrá una rasión general y problematizada del tema com o un
todo aunque recién después de que hayamos atravesado el material
empírico que da contenido al argumento.
Esta versión en español difiere de la publicada originalmente en
portugués por Routledge en 2008 solamente en que aquí se introducen
pequeñas actualizaciones bibliográficas de mis trabajos. No tendría sen­
tido una reescritura en virtud de los recientes cambios producidos
(no obstante la crisis económ ica que se despliega con violencia). Ta­
les cambios no son tan relevantes, en la medida en que no alteran los
argumentos fundamentales aquí presentados.
Al lector le cabrá juzgar si he logrado presentar una visión integrada,
general y plausible del subcontinente contemporáneo. Todas las cues­
tiones clave que se relacionan con el tema han sido tratadas íntegra­
mente en las páginas que siguen, en tanto se encuentran incluidas en
la definición de la tercera fase de la modernidad tal cual se desarrolla
en este espacio-tiempo global específico.
1. Derecho, derechos y justicia

Uno de los elementos centrales de la civilización moderna,


tanto en el plano imaginario com o en el institucional, es su sistema de
derechos, principalmente en relación con los individuos (en este sen­
tido, las colectividades se presentan de modo casi residual). El derecho
corporizaesos derechos, y con el fin de darles sustento práctico se crea
otro elemento institucional: el sistema judicial, que participa de los
procesos más íntimos de la modernidad desde sus inicios y que, a lo
largo de toda su evolución, ha experim entado diversos cambios.
Luego fiie complementado por un cuerpo burocrático destinado a lidiar
especialmente con los derechos sociales.
Sin duda, el sistema político se vincula a un aspecto central del sis­
tema de derechos, y en gran medida es sobre el funcionamiento de
esos elementos donde descansa la justicia en la modernidad. Como as­
piración y como realidad, la ciudadanía ha sido la expresión máxima de
ese imaginario y el núcleo institucional de esa civilización. Ese con­
junto de elem entos imaginarios e institucionales, entrelazado con las
prácticas, ofrece la articulación concreta de la democracia. América
Latina comparte ese tipo de desarrollo.
La comprensión de esta cuestión, que por otro lado es bastante ge­
neral, nos permite una entrada interesante en el desarrollo de la civili­
zación moderna en América Latina y es crucial para entender algunos
de sus rasgos contemporáneos básicos.
¿Podemos aceptar la afirmación de Hartlyn de que la historia de
América Latina en los dos últimos siglos ha sido un esfuerzo incansa­
ble, aunque a veces interrumpido, en dirección a la realización de la
soberanía, de la democracia, de la ciudadanía, del pluralismo, del domi­
nio de la ley y de la transparencia pública, algo que él resumió como la
“búsqueda” de “ideas liberales”? (Hartlyn, 1994, p. 99) No exactamente.
30 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Pero ha)' cierto grado de verdad en su aseveración, por no decir que


percibe que esto ocurre más o menos de la misma manera en “ambos
lados del Atlántico”.
Es un hecho que los valores nucleares de la modernidad (en efecto,
más amplia que el liberalismo) orientaron, de forma específica, el ima­
ginario y la acción de los agentes sociales al sur de Río Grande. En par­
ticular, el sistema de derechos ha estado en el centro de esa disputa,
del mismo modo que las concepciones de justicia y, en cierta medida,
las formas y los contenidos del derecho. En la práctica, muchas veces
hay contradicciones entre los elem entos principales de ese imaginario
—la libertad, la igualdad, la solidaridad—, en especial cuando la institu-
cionalización está en cuestión. Sin embargo, en general, esos elemen­
tos tienden a reforzarse mutuamente a largo plazo, aunque la libertad
pueda, de algún modo, desplazar a la igualdad y sobre todo a la solida­
ridad. Además, siempre existe un lado oscuro, más embozado ideológi­
camente pero muy visible en la vida real, que expresa lo que podría lla­
marse un esfuerzo incansable para mantener la dominación, la
desigualdad y el privilegio -e l otro lado de la modernidad, menos ob­
vio y explícito en términos de su imaginario, y más explícito en lo que
concierne a las instituciones-, tema que se desarrollará con mayor pro­
fundidad en otras partes de este libro. Aquí es especialmente impor­
tante la idea de libertad igualitaria, o sea, un concepto unitario que
elim ina la dom inación, la desigualdad y el privilegio en las relacio­
nes entre los individuos y que, a pesar de las profundas dificultades,
contradicciones y fluctuaciones de sentido, ha constituido la princi­
pal innovación que la modernidad introdujo en la historia de la hu­
manidad com o algo a ser alcanzado en este mundo. La historia,
como proceso teleológico, se desarrolló en los últimos siglos, en es­
pecial en O ccidente y en América Latina, abrazando de algún modo
todas las áreas vinculadas a la m odernidad, y puede ser entendida,
en parte, com o la búsqueda y el esfuerzo de los individuos y de va­
rios tipos de colectividades en la realización de ese valor de orden
superior (Dom ingues, 2002, esp. cap. 2).
Una cuestión central a desenti-añar a lo largo de todo este capítulo es
la propia idea de democracia. Uno de los dogmas de la teoría de la m o­
dernización fue que la democracia era inherente a la modernidad, y
exactamente en la forma y con el contenido que adquirió en Occidente,
D ER EC H O , D ER ECH O S Y J U S T IC IA 3 1

más específicamente todavía, como se suponía que se encontraba vi­


gente en los Estados Unidos. Además, surgiría en el curso del paso evo­
lutivo de la sociedad tradicional a la moderna. La expresión de ese
cambio serían las normas racionales y universalistas, un consenso en
cuanto a valores y expectativas políticas, con elites fuertes, indepen­
dientes, y una ciudadanía participativa, (Scott, 1967). La noción de
Parsons de que la democracia sería un “universal evolutivo" era, en el
plano teórico más alto, una de las principales elaboraciones de ese tipo
de creencia (Parsons, 1967, 1971), presente también en autores como
Habermas, al menos en la medida en que la plena realización evolutiva
de la modernidad, por medio del florecimiento de la traducción política
de su “m undo de la vida” racionalizado, estaba en cuestión.1 No es
ésta la posición que aquí se asume. En cambio, concibo su surgimiento
y consolidación com o un acontecimiento contingente, y reconozco
que ciertos desarrollos sociales, analizados más adelante, constituyen
condiciones de posibilidad para la democracia.
Es verdad que, de manera general, el imaginario de la modernidad, al
atravesar “sociedades” y continentes, suministra parámetros y elementos
para la búsqueda de la democracia (el derecho, los derechos y lajusticia).
Cómo se desarrolló ese imaginario en cada formación social es, todavía,
algo contingente. Ocurre lo mismo en lo que atañe a su institucionaliza-
ción. Ambos procesos se encuentran estrechamente vinculados a giros
modemizadores específicos, que pueden en algunos casos asumir el as­
pecto de ofensivas modemizadoras, al implicar claros proyectos políticos
y un grado razonablemente alto de idealización en las colectividades
que los persiguen. Las aspiraciones y la lucha por la libertad igualitaria
se destacarán en esos giros, a los que de modo incansable se les oponen

1 Véase jürgen Habermas, 1981a, así como 1992. Para una perspectiva
que podría ser considerada como algo más contingente, en la medida
en que la modernidad puede ser vista básicamente como un
“proyecto”, véase “Die Modeme - ein unvollendetes Projekt”, 1981,
en 1981b. Creo que está presente un punto de vista evolucionista, aun
cuando se sostiene la hipótesis de que solamente los aspectos
sistémicos de la modernidad fueron transferidos hacia la periferia, y
no los rasgos de su mundo de laridatal fin y al cabo, estamos (o
vendríamos a estar) moviéndonos en la dirección de aquel punto de
llegada evolucionista. Para este último punto de vista habermasiano,
consúltese Leonardo Avritzer, 1996.
32 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A .

las tentativas de impedirles alcanzar sus metas, definidas con mayor


o menor claridad. Otras fuerzas modernas, vinculadas a sistemas de
dom inación y desigualdad, se encuentran en la base de estos giros
modernizadores antidemocráticos o democráticamente limitados.

EL PULSO DE LA LIBERTAD

Para comenzar nuestro análisis, necesitamos volver a la división inicial


de la modernidad, de modo general, en dos fases: la liberal restringida
y la organizada por el Estado. Una tercera, la contemporánea, concen­
trará nuestros esfuerzos en el resto del capítulo. Estas fases siguen de
cerca los desarrollos análogos en Europa y en los Estados Unidos, que
fueron los centros de donde vino el empuje para moverse en tal direc­
ción, aunque ciertamente introducen reelaboraciones locales a los
principios en los cuales ellas se basaron, así como también invenciones
propias. Cada una de estas fases fue seguida de una crisis.
Me apoyo aquí en la concepción de Wagner de esas dos fases (y sumo
a ellas mi concepción de la tercera). Para este autor la libertad -asociada
a la contingencia de las operaciones del mercado- y el Estado -que im­
pone disciplina- se destacan en aquellas dos fases. Desde mi perspectiva,
la libertad y la contingencia no descansan esencialmente en el mercado,
también un principio de organización, sino que dependen de la interven­
ción del Estado -que de modo general se basa en las jerarquías-, lo cual
puede aumentar la libertad y la contingencia para algunas colectividades
e individuos al darles alguna seguridad básica en áreas esenciales para su
supervivencia.
Por cierto, reducir la contingencia era en parte un objetivo del Es­
tado para organizar la modernidad. Sin embargo, aumentar los patro­
nes generales de bienestar, luego las condiciones para el ejercicio de la
libertad y de ese modo la contingencia, por agentes individuales y co­
lectivos, hasta que éstos fuesen .capaces de gozar de las promesas de la
modernidad, fue crucial también para la emergencia y la expansión de
las políticas sociales más allá de la filantropía. Como sea, todas las for­
maciones sociales están organizadas de alguna manera, aunque no ne­
cesariamente por medio del Estado (los mercados y las redes operan
D E R E C H O , D E R E C H O S Y JU S T IC IA 33

también en esa dirección) (Wagner, 1994; y Domínguez, 1999, cap. 7


y 2002, caps. 3 y 8).
Dentro de ese marco general, debemos tener en cuenta que la mo­
dernidad liberal restringida lo fue aún más en América Latina, en la
medida en que el Estado liberal y el mercado eran dominantes de
forma apenas muy aproximada, y la modernidad organizada estatal­
mente asumió básicamente la forma del Estado desarrollista. De he­
cho, a falta de una \dsión más general del proceso en la América hispá­
nica (aunque existe buena información histórica), podemos apoyarnos
en la visión de Fernandes acerca del siglo XIX en Brasil, dado que es
aplicable a sus vecinos de habla hispana. Fernandes se refiere a una
“revolución encapuchada” durante el proceso de independencia, en el
cual la utopía del liberalismo se realizó de manera imperfecta, aun­
que perm aneció como el horizonte ineludible del desarrollo social,
y justamente por esa razón (Fernandes, 1975, cap. 2). Así lo expuso
sintéticamente:

Por lo tanto, la independencia fue naturalmente solapada


como proceso revolucionario, gracias al predominio de in­
fluencias histórico-sociales que confinaban con la profundidad
de la ruptura con el pasado [...). Sin embargo, el elemento re­
volucionario era el componente verdaderamente dinámico y
propulsor. Por eso, aunque vedado aquí o deformado allí, se
convirtió en el “fermento histórico” del comportamiento social
inteligente. A corto plazo, alimentó y orientó las opciones que
delimitaron, en los planos ideológico y utópico, los ideales de
organización del Estado nacional. A largo plazo, en cualquier
nivel o esfera en que ocurriese estructuralmente, la integración
nacional producía efectos que sobrepasaban el mero despojo
de los caracteres heteronómicos del antiguo orden social, y
conducía de hecho a su disgregación y a la intensificación con­
comitante de la formación de caracteres autonómicos típicos
de una sociedad nacional. Eso redundaba en la reelaboración
constante de aquel elemento revolucionario, que retornaba
continuam ente, en condiciones sociodinámicas más o me­
nos favorables a su actuación com o factor histórico-social
constitutivo (p. 33).
34 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A
D ER ECI1O, D ER ECH OS Y J U S T IC I A 3 5

L o s d e re c h o s p e r m a n e c ie r o n así c o m o e l ielos im a g in a r io d e l d e s a rro llo


q u e p r o c u r a b a n e x p a n d ir e l h o iiz o n te de la m o d e r n id a d e in c o r p o r a r
social, y d e ta n to e n t a n to lo s m o v im ie n to s lu c h a r o n p a ra h a c e rlo s re a li­
m ás c o le c th id a d e s e n e l m o ld e bast;.n te re s trin g id o q u e p e r m itía la d o m i­
da d. L ib e ra le s m ás c o n s e rv a d o re s , h a c ie n d o uso d e l lib e ra lis m o de m a ­
n a c ió n o lig á rq u ic a . E n to n c e s tu v ie ro n lu g a r ofensivas m o d e rn iz a d o ra s así
n e ra id e o ló g ic a p a ra ju s tifí.c a r u n a s o c ie d a d a g ra ria q u e in c lu ía la esclavi­
c o m o g iro s m ° d e rn iz a d ° res m á s d esce ntralizad os, q u e fu e ro n a b a n d o n a ­
tu d y o tra s fo rm a s de d o m in a c ió n p e rs o n a l, m a n tu v ie ro n g ra n in flu e n c ia
d o s y re to m a d o s a lo la r g o de to d o ese p e río d o . L a re v o lu c ió n m e x ic a n a
s o b re la s o c ie d a d y la p o lí t ic a d u ra n te e l p e r ío d o in te r m e d io d e l s ig lo , ba-
y I a U n ió n C ív ic a R a d ic a l (U C R ) de Y rig o y e n en la A rg e n tin a , q u iz á m e­
s ic a m e n te de 1 8 30 a fin a le s de 18 80 . L a e s c la v itu d fu e a b o lid a de m o d o
j o r q u e c u a lq u ie r o tr o m o \ im ie n to en la re g ió n , e x p re s a ro n in ic ia lm e n te
p ro g re s iv o ; la t ie r r a se c o n v ir tió en u n a p r o p ie d a d a se r c o m p ra d a y v e n ­
ese e m p u je . E l “ d is c u rs o d e los f e c h o s ” , p a ra u s a r la e x p re s ió n de
d id a , y lo m is m o o c u r r ió c o n e l c a p ita l. Y, a llá p o r la d é ca d a d e 1870, re ­
St.ryclo m ( 2 0 0 ° ) , e ra m u c r e s si n o d o m in a n te , b a sta n te im p o r ta n te ,
n a c ió e l m o v im ie n to lib e ra l, b a jo u n a ta vío r e p u b lic a n o .y d e u n a m a n e ra
j u n t o a l “ d is c u rs o d e la ju s tic ia " d e l p er ío d o u lte rio r, q u e re fle ja b a lo s m o ­
ra d ic a lm e n te an tiesclavista, y su in flu e n c ia p e r d u r ó hasta Ia c o n s o lid a c ió n
v im ie n to s e u ro p e o s de sde las r e vo lu c io n e s sociales d e 1848. E n v e r d ad, es
d e la “ R e p u b lic a v ie ja ” , e l ré g im e n lib e r a l c o n s e rv a d o r d o m in a d o p o r
c la ro q u e h a y u n a fu e rte sup e rp o s ic ió n d e lo s discurso s so b re lo s d e re ­
g ra n d e s p r o p ie ta r io s d e t ie r r a q u e se m a n tu v o d u ra n te lo s p r im e r o s
ch o s y d e la ju s t ic ia - s o c ia l- e n ese p erío d o , c o m o a lo la rg o d e t o d a la
t r e in ta a ñ o s d e l s ig lo 1XX. b ra s ile ñ o . E n la d é c a d a d e 1920, la m o d e r n id a d
ya q u e la ju s tic ia e n c u e n tra e x p re s ió n en esa c iv iliz a c ió n en
y e l lib e r a lis m o e n t r a r o n e n u n a cris is p r o fu n d a p a ra le la m e n te a o tro s
el siste m a de d e re c h o s q u e se e rig ió y e x p a n d ió desde e l sig lo X V I í I.
d e s a rro llo s n a c io n a le s en o tra s ' p a rte s d e l g lo b o , d e la c u a l e m e r g ie r o n
M ie n tra s q u e an te s la lib e r ta d g a ra n tizaba la ju s tic ia , b a sad a e n las re a liz a ­
s o la m e n te c o n u n a p e rs p e c tiv a p o lític a e id e o ló g ic a re n o v a d a .
c io n e s in d iv id u a le s y e n la d o m in a c ió n y e x p lo ta c ió n de la n a tu ra le z a q u e
N o e x p o n d r é a q u í e l d e s a rro llo d e ca d a pa ís de A m é ric a i : t i n a , p e r o
e lla p e r m itía y q u e e ra n ca d a vez m a yores, m ás ta rd e e l p a p e l d e l E sta d o
p a r a este p a n o ra m a g e n e ra l, c u a lq u ie r p e rio d iz a c ió n n o s e n a m u y dis­
y de la s o c ie d ad p a ra asegura r q ue las person as tu v ie ra n lo q u e les e ra d e­
tin ta de la de B ra s il, s a lv a n d o la o b v ia d ife r e n c ia e n tre su r e g im e n m o ­
b id o a u m e n tó en g ra d o s v a ria b le s . D e to d o s m od os, a u n q u e la lib e r ta d en
n á r q u ic o h a s ta 18 90 y lo s re g ím e n e s r e p u b lic a n o s de o tro s pa íses.2 Las
in d e p e n d e n c ia s - p o d e ro s a s ofe nsiva s m o d e rn iz a d o ra s - o c u r n e r o n a c o ­ t é r m in o s civile s, es d e c ir, e n te n d id a c o m o la ausencia de d o m in a c ió n y c o ­
e r c ió n p e r s o n a l, fu e s e lim ita d a e n e l s u b c o n tin e n te , a p a r t ir d e los añ os
m ie n z o s d e l s ig lo X I X , y m u c h o s de sus p ro m o to re s a s u m ie ro n u n a p o s i­
1920, A m é ric a L a tin a c o m o u n to d o vivió la crisis d e l m o d e lo re s tr in g id o
c ió n m ás a b ie rta y ra d ic a l. E n tre las décadas d e 1830 y 1870, se h a b ía n es­
d e m o d e m id a d q u e e lla m is m a h a b ía c o n s tru id o e n e l p e r ío d o a n te r io r .
ta b le c id o re p ú b lic a s m ás co n s e rv a d o ra s (c o n c a u d illo s o n o ) . A esa
C o m o ya se a r g u m e n t ó , la lib e r t a d ig u a lita r ia se h a lla b a e n e l c e n t r o
a ltu r a , e n c ie r ta m e d id a , e l lib e r a lis m o r e to m a b a su fu e rz a u tó p ic a ; e l
de lo s v a lo re s m o d e r n o s , a p e sa r d e la d if ic u lt a d q u e las s o c ie d a d e s de
c o m ie n z o d e l s ig lo ' ^ X te s tim o n ió la c o n tin u a a p a ric ió n d e m o v im ie n to s
la é p o c a t u v ie r o n p a r a t r a n s f o r m a r ese v a lo r e n d is e ñ o s in s t it u c io n a -
^ e n la m e d id a e n q u e lo s s is te m a s de d o m in a c ió n y d e s ig u a ld a d s o ­
2 Para inform ación general sobre este período, véanse Leslie Bethell c ia l n e c e s a r ia m e n te f r u s t r a b a n su re a liz a c ió n . C a b e e n f a t iz a r q u e
(comp.) , 1984-1991; T ilio H alperin Donghi, 1993. Es claro que
m ie n t r a s q u e , e n E u r o p a y l o s E sta d o s U n id o s , esas lim it a c io n e s se
historiadores y sociólogos propusieron reconstrucciones m ucho más
deialladas pa¡a cada uno de esos países. Véase especialmente Carlos A. c o n s t it u i an d e sd e sistem a s d e d o m in a c ió n y d e s ig u a ld a d q u e ya e n c o n ­
Forrnent, 2003. Su tesis principal es que los ciudadanos blancos y de t r a b a n su e x p re s ió n f u n d a m e n t a l en e l c a p ita lis m o , en A m é r ic a L a tin a
sexo m asculino de América Latina eran extremadamente activos en la
h a sta las p r im e r a s d é c a d a s d e l sig jo x x a ú n e ra e l la t i f u n d io , c o n su s
creación de asociaciones del tip o de las que Tocqueville encontró en los
Estados Unidos en el periodo que he definido como la prim erafase de ( r a l a a m ^ p e r s o n a Jes d e d o m in a c ió n , y a m e n u d o , c o n tra b a jo s f o r -
la m odernidad. Su lenguaje estaría compuesto po r e l “ catolicismo í z a d c ^ d a n d o c u e r p o a ja d o m in a c ió n y la d e s ig u a ld a d . A esa f o r m a
cívico", que básicamente quiere protegerse de la concepcion autoritaria
de los gtu pos que controlaban el Estado. ' de P r o p ie d a d p r iv a d a p re s ta b a s o p o rte el siste m a d e d e r e c h o s - y eJ
d e re c h o a la p r o p ie d a d e n p a r t ic u la r - .

í
36 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

Es verdad que tuvieron que hacerse adaptaciones, especialmente


cuando se trataba de la subordinación personal y, sobre todo, de la es­
clavitud. Al mismo tiempo, eso preservó un horizonte utópico para el
liberalismo, que podría agotarse apenas se lo implementase más ex­
haustivamente o cuando sus principios pareciesen incapaces de hacer
florecer la igualdad igualitaria que la modernidad había prometido ini­
cialmente. En América Latina, una combinación de ambos quedó, en
algún grado, bajo la influencia de procesos extemos. Se ensayaron, así, gi­
ros y ofensivas modernizadoras -y a la vez conservadoras- que buscaban
mantener y adaptar tales elementos institucionales.
El sistema de derechos expresa en gran medida lo que la sociedad
cree que es justo para sus miembros -e n términos universales o más
particularistas-, pero el carácter específico y la extensión de tales dere­
chos dependen de cómo definimos colectivamente, y de forma conflic­
tiva, la justicia en distintos países y en diferentes períodos. En otras pa­
labras, depende de la ética concreta de cada sociedad, que en la
modernidad es una mezcla del discurso de los derechos y de la justicia
con nociones y prácticas, instituciones y construcciones imaginarias.
En América Latina, lajusticia encontró barreras en las limitaciones im­
puestas por la herencia de la esclavitud y otras formas de dominación per­
sonal entrelazadas con la falta de una tradición contractual (a diferencia
del Occidente feudal) .s También tuvo que lidiar con el duro carácter je­
rárquico que ellas representaban para las relaciones sociales y el cuño al­
tamente explotador de la colonización del subcontinente, por no hablar
del espinoso problema de la falta de reconocimiento de las minorías o in­
cluso de las mayorías étnicas (indígenas, negros, los pobres en general).
Éste es un problema que, como veremos, perdura e implica obstáculos
para la realización de las democracias modernas.
Una complejización de la sociedad, que tuvo mucho que ver con el
desarrollo del capitalismo (pero también con la inmigración, la eman­
cipación de las mujeres, la reducción de las formas personales de do­
minación, aunque aún limitada en muchos lugares), sobrevino en el
pasaje del siglo XIX al XX. Y, como en otros lugares, el liberalismo

3 Véase Reinhard Bendix, 1978. Para un contraste clásico, véae José


Medina Echevarría, 1964.
D E R E C H O , D ER EC H O S Y J U S T IC IA 3 7

demostró ser una doctrina demasiado estrecha para albergar el surgi­


miento de esas nuevas colectividades y sus demandas de inclusión y de­
rechos. Tanto los derechos sociales como el respeto por los derechos
políticos, avasallados por el fraude y los mecanismos oligárquicos en to­
das partes del subcontinente, se convirtieron en temas clave en las du­
ras disputas políticas. Se buscaba una modernización democratizadora.
Esas batallas, en general, fueron protagonizadas en varios de esos países
por las nuevas clases medias profesionales, las nuevas clases trabajado­
ras, los campesinos y las mujeres, y también, aunque más tímidamente,
por la población no blanca. En este último caso, no eran los derechos lo
que se reclamaba, sino la inclusión sin discriminación.
México, con su revolución de 1910, la primera del nuevo siglo, fue
pionero en producir los cambios. Por otra parte, durante las décadas
de 1930 y 1940, el subcontinente se tornó un área convulsionada. Algu­
nas nuevas soluciones, como el amplio proceso de cambio en Brasil ini­
ciado con la revolución de 1930, la movilización de masas que fundó el
peronismo en la Argentina y la revolución nacional de 1952 en Bolivia
(los ejemplos más prominentes de cambio), fueron realmente capaces
de alojar esos impactos. Por el contrario, países como Colombia y
Venezuela se quedaron atrás bajo una forma más estrecha, aunque
aparentemente más benigna, de dominación oligárquica. Es curioso
que sus sistemas partidarios liberales los hayan convertido en lo que
normalmente se consideraba como democracias consolidadas, en las
cuales por largos períodos dominaron la violencia sin trabas y los clien-
telismos, contando con el dinero del petróleo en el caso de aquella úl­
tima y con un comportamiento asesino en el caso de los grupos domi­
nantes de la primera (el período simplemente fue conocido como “la
violencia ” ) . 4 Una vez más, encontramos aquí giros modemizadores de
distinto tipo, algunos que buscaban la realización de ciertos aspectos
del imaginario emancipatorio moderno ligado a la libertad igualitaria,
otros que intentaban defender y adaptar los sistemas de dominación y
desigualdad que prevalecían en aquel momento.
En el proceso de cambio tuvo que tejerse una nueva forma de solida­
ridad social denominada “inclusión y reconocim iento”, en la que se

4 Véase Halperin Donghi, ob. cit., caps. IV-VI.


38 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

destacaban la atribución de derechos y de prerrogativas. Inicialmente,


el liberalismo la proyectó en términos del sistema básico de derechos
civiles y políticos establecidos por el pacto social entre individuos que
fundó el Estado. La inclusión y el reconocimiento plenos en la vida so­
cial en ese estadio, en el ámbito mundial y en América Latina, requería
más: de manera muy parcial, fragmentada y lenta, se introdujeron los
derechos sociales, como un modo de subsanar mínimamente las des­
igualdades típicas de las formaciones sociales modernas que se opo­
nían a la libertad igualitaria. Eso fue, en varias oportunidades, acom­
pañado por una reducción de la libertad política y de los derechos y
también, en particular, por la elaboración de un patrón especifico
de incorporación de las clases trabajadoras en la región: el corpora-
tivismo. Al paso que, en términos económ icos, el Estado desarrollista
fue el contrapunto latinoamericano del keynesianismo en Europa y
los Estados Unidos, como veremos en el capítulo 2, el corporati-
vismo o sus variaciones más tardías y diluidas de aquel m odelo origi­
nal hicieron lo mismo respecto de lo que en Europa se conoció como
neocorporativism o .5
El rasgo principal del corporativismo no fue tan sólo la definición pú­
blica y legal, por parte del Estado, de los cuerpos colectivos; implicó

5 Carvalho argumenta, respecto de Brasil y en referencia a la clásica


concepción de Marshall sobre el desarrollo de la ciudadanía, que los
derechos sociales fueron anteriores a los civiles en su implementación
efectiva. Aunque este punto no está totalmente equivocado, lo
exagera, en tanto lo que ocurrió en Brasil y en muchos países
latinoamericanos ha sido una débil e incompleta implementación
tanto de los derechos civiles como de los sociales -aunque ahora los
derechos políticos estén más asegurados que nunca-, lo que no
quiere decir que no hayan sido concretados (considérese, para
comenzar, la noción de jmjñcdad. pnvada...). Véasejosé Murilo de
Carvalho, 1995. Problemas semejantes pueden verse en Juan Méndez,
Guillermo O'Donnell y Paulo Sérgio Pinheiro (comps.), 2003; y G.
O'Donnell, “Notas sobre la democracia en América Latina”, en G.
O ’Donnell el ai, PNUD, 2004. Se debe tener en cuenta el carácter
ambiguo de los derechos civiles, en particular, cuando se discute este
tema (no solamente la libertad, sino también la dominación que a
ellos se vincula). La teoría de Marshall será mencionada más
adelante. Por supuesto, las trayectorias son variadas y contingentes;
sin embargo, creo que no tiene sentido hablar de la reversión de
secuencias en cualquier caso.
D E R E C H O , D ERECHOS Y JU S T IC IA 3 9

también una relación específica, bastante autoritaria, entre el Estado y


tales cuerpos, especialmente en el caso de las clases trabajadoras y sus
sindicatos. Abarcaba también las clases medias y sus sindicatos o asocia­
ciones profesionales, así como las clases altas, que sin embargo perma­
necieron en mucha menor medida bajo la tutela, del Estado, y mantu­
vieron varios vínculos informales con políticos y altos empleados. El
Estado ayudó a establecer o transformar la organización de las colectivi­
dades, respondió de alguna forma a sus demandas y, en grado variable,
incluyó su liderazgo en los procesos decisorios relativos a áreas especí­
ficas (desarrollo económico para las clases burguesas, seguro social y ju­
bilaciones para los trabajadores). El corporativismo era visto como un
mecanismo de mediación. Una idea básica era que la sociedad sería re­
presentada en el Estado a través de canales formales, junto o no (de­
pendiendo de la doctrina más o menos autoritaria que se implemen-
tase) al voto individualizado y los partidos. Esas colectividades formales
operarían en relación con la sociedad como un instrumento del Estado
(Schmitter, 1974; Spalding, 1987;yOffe, 1985).
Por otro lado, lo que podría ser visto como una reformulación de la
tradición neotomista, oriunda del período colonial, implicaba, en una
concepción “arquitectónica” de la sociedad según la cual los derechos
individuales estaban subordinados a la colectividad inclusiva, un pilar
imaginario que pudo facilitar la ampliación de la presencia del Estado
en la vida social, así como en cierta medida la concepción de los dere­
chos como una emanación del cuerpo político antes que algo pertene­
ciente de forma inmediata a los individuos como tales (Morse, 1982).
Eso no significa que el individualismo no haya gozado de una posición
destacada, tanto práctica com o ideológicamente. Al Estado, sin em­
bargo, en compensación, se le asignó el papel de agente responsable
de atribuir a cada individuo y colectividad su lugar adecuado yjusto en
la vida social. De modo general, una nueva dialéctica, o mejor, una
nueva forma de expresarla, entre la libertad y la igualdad, se desplegó
durante gran parte del siglo XX latinoamericano. La solidaridad y la res­
ponsabilidad pasan ahora del individuo al Estado, que asume más clara­
mente la tarea de crear cohesión social. Eso ocurre sin perjuicio de
que los individuos permanezcan com o la matriz de la vida social y, ade­
más, sean considerados como responsables de sus vidas y su destino. En
el fondo, en modo alguno abandonamos el mundo del liberalismo, no
40 LA M O D ER N ID AD CO N T E M P O R Á N E A

obstante las inevitables inflexiones que surgen con la expresión de


esas cuestiones. 6
Sea como fuere, paso a paso, comenzando por los funcionarios pú­
blicos, luego comprendiendo a los trabajadores de sectores exportado­
res clave y de los servicios financieros, hasta alcanzar las grandes em­
presas industríales, la seguridad social se difundió entre el proletariado
asalariado de los países latinoamericanos. Y como medio de incorporar
a las masas - o a gran parte de la población- de modo paulatino, confi­
riendo derechos sociales diferenciados y reconocimiento simbólico, el
corporativismo fue un instrumento poderoso en la creación de nuevas
formas de solidaridad en América Latina, aunque algunos países per­
m anecieron presos de la oligarquía, mientras que otros desarrollaron
m ecanism os más peculiares para construir alianzas e identidades
(por ejemplo Chile, a través de los partidos políticos, y Colombia,
que com binó esa unión con clientelas fuertes y generalizadas), y aun­
que el corporativismo como tal raramente alcanzara una instituciona-
lización com pleta en América Latina.
Pero si el neocorporativismo se basaba en la democracia liberal y
en la socialdemocracia, las configuraciones latinoamericanas de cuño
corporátivista fueron giros modernizadores calcados mucho más emi­
nentem ente sobre un patrón de “cooptación-represión” que impli­
caba menos derechos y más control político de parte del Estado so­
bre las organizaciones y los movimientos de los trabajadores. En
México, esto fue bastante más lejos (incluyendo la participación de
los líderes sindicales en los parlamentos y en la burocracia estatal), en
tanto en la Argentina hubo un movimiento de masas m ucho más movi­
lizado, y en Brasil, sobre todo, prevaleció un modelo legislado de rela­
ciones laborales, algo que en la práctica significó una juridificación

S Domingues, 2002a. Muchas ideas en ese sentido (aunque fuese un


exponente clave de la interpretación “populista”, véase el capítulo 3)
se encuentran en Gino Gennani, 1965, pp. 161, 234 y 240-244. Y, de
hecho, la Argentina fue el país de América Latina en el que los
derechos y la política social se aproximaron más a algo como la
socialdemocracia, en una matriz corporativista. Véase Rubén Lo
Vuolo, “¿Una nueva oscuridad? Estado de bienestar, crisis de
integración social y democracia", en Rubén Lo Vuolo y Alberto
Barbeito, 1998.
DERECH O, DERECH OS Y J U S T IC IA 4 1

pero poca participación de la clase trabajadora en los procesos deci­


sorios del plano estatal.7 Ésa fue la característica principal de la se­
gunda fase de la modernidad latinoamericana estatalmente organi­
zada, que algunos intelectuales, como Germani, originalmente, y
Touraine, después, denominaron movimiento y Estado “nacional-po­
pular”, una definición problemática que, en todo caso, capta el tema
de la solidaridad y de la inclusión popular típica de ese período de
desarrollos nacionales latinoamericanos (Lautier, 2004, pp. 168-9;
Germani, y Touraine, 1988, parte 3). Agréguese a eso que la justicia
y el bienestar social durante ese período se expresaron, más que
nada, en los regímenes corporativistas o no a través de la legislación la­
boral promulgada por el Estado, la cual otorgaba derechos, protección
y beneficios en grado variable a aquellas personas que se encontraban
en el mercado de trabajo formal.8
Al contrario de la sabiduría convencional, el Estado en América Latina
no es tan fuerte como en Europa, ya que no ha gozado del mismo “poder
infraestructura!” para gobernar por intermedio de la sociedad. De modo
paradójico, frecuentemente ha tenido capacidades que les faltaron a
otros agentes sociales o de las cuales éstos gozaban en menor grado, y a
la vez fue capaz de ejercer un “poder despótico” con menos constreñi­
mientos (Mann, 2005), cuestión que será.discutida más adelante. Dentro
de este cuadro, regímenes militares y variablemente violentos tomaron el
poder casi en todas partes de América Latina entre las décadas de 1960
y 1970 -con rasgos casi genocidas en Chile, la Argentina y Uruguay-. En
verdad, ellos mismos expresaban la imposibilidad de mantener la exclu­
sión social (o retornar abiertamente a ella) después de años de moder­
nización, complejización, y movilización social y política en América

7 Spaldingjr., ob. cit.; Domingues, 1999, cap. 7. El argumento contra la


tesis de que el modelo corporativista fue aplicado en Brasil al final de la
dictadura de Vargas fue sugerido recientemente por Adalberto Moreira
Cardoso, “Direito do tiabalhoe relacoesde dasse no Brasil", en Luiz
WemeckVianna (comp.), 2002.
8 Armando Barrientos, “Latin America: towards a liberal-informal
welfare regime", en Ian Gough y GeofWood (comps.), 2004. De
todos modos, eso no se aproximó nunca a la “desmercantilización" de
la fuerza de trabajo en la socialdemocracia europea avanzada. Véase
Goran Esping Andersen, 1985.
A. 1

42 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A B I B U O 'L r : C A D ERECH O, D ER ECH O S Y J U S T IC IA 4 3

L at i n a. S in e m b a rg o , éstos s ig u ie ro n a d e la n te e n e l c a m in o de la o r g a n i­ fa c to res: e l a g o ta m ie n to d e los m o d e lo s e c o n ó m ic o s (ya e n la dé cad a de


z a ció n estatal de la m o d e rn id a d d e m a n e ra m u y a u t ° n ta ria y c o n m uchas 19 7 0 o más ta rd ía m e n te , c o m o v e re m o s en e l c a p ítu lo 2 ), la a c e p ta c ió n
v a r i acio n e s e n tre sí (m u c h a s veces, c o m o re g ím e n e s “ c o r p o r a t iv a a u to - d e las p r in c ip a le s c o le c tiv id a d e s p o lític a s d e q u e u n n u e v o a c u e rd o er a
r í t a r io s 'j. U n o s po co s a n s ia b a n m o ve rse r u m b o a la in d u s tr ia liz a c ió n , e n ­ ne cesa rio (a u n e n e l caso de los m ilita re s , qu e fu e ro n d e rro ta d o s en t o d o
tre ell< i B ra s il e s p e c ia lm e n te , o p re te n d ía n ser s o c ia lm e n te p r o g resistas, e l s u b c o n tin e n te y e x p u ls a d o s d e l p o d e r de u n a u o tra m a n e ra ), la in t r o ­
c o m o Pe rú , c o n su p e rs p e c tiv a de u n a iz q u ie r d a “ r e v o lu c io n a r ia ", m ie n ­ d u c c ió n d e nuevas in s titu c io n e s y u n c a m b io en la lla m a d a “ c u ltu r a p o l í ­
tras q u e o tro s s o ñ a b a n c o n u n a v u e lta a l p a s a d ° p a ra d e s tru ir e l p o d e r de tic a ” . L o s g ru p o s d o m in a n te s tu v ie ro n q u e lid ia r c o n sujetos más lib re s y
las clases p o p u la re s , e n p a r tic u la r C h ile y la A r g e m h m .91
0 c o n m o v im ie n to s sociales, p o r lo q u e sus g iro s b u s c a ro n ad a p ta rse a l ca m ­
D esd e la d é c a d a d e 1960 e n a d e la n te , la m o d e r n id a d o rg a n iz ada esta- b io , d e s a rro lla r u n a c o n c e p c ió n lib e ra l-d e m o c rá tic a d e la p o lític a y cre a r
ta h n e n te at r a v esó u n a p r o fu n d a crisis e c o n ó m ic a , s o c ia l y p o lí t ic a (d u ­ algu nas n u e v a s in s titu c io n e s . A l paso q u e p o d ría n p r e f e r ir u n d e m o s m ás
ra n te la c u a l, a d em á s, la id e a de “ p o s m o d e r n id a d h iz o f u r o r , m ás c o m o t r a n q u ilo , lo q u e s o b re v in o n o f u e s ó lo u n a lle g a d a a l p o d e r d e n u evas
u n sí n t o m a , c re o , q u e c o m o u n d ia g n ó s tic o , p e ro de c u a lq u ie r m o d o c o n “ e lite s ” c o m p e titiv a s , c o m o a q u e llo s qu e s ig u e n las h u e lla s de M o sca y Pa-
m u c h o m e n o r im p a c to e n A m é ric a L a t in a q u e en ° c c id e n te ) . E l E stad o r e to o W e b e r y S c h u m p e te r p o d ría n a rg u m e n ta r. Si h u b o n u evo s g ru p o s
d e B ie n e s ta r S o c ia l e n E u ro p a , el k e y n e s ia n is m o , c o n fig u r a cio ne s de t ip o p o lític o s q u e to m a r o n e l p o d e r, eso o c u n ió ju n t a m e n t e c o n la e m e rg e n ­
de fo rd is ta y e l E stado d e s a rro llis ta p a re c ía n in a d e cu a d o s o in c lu s o desac­ cia d e las lla m a d a s in s titu c io n e s “ p o liá rq u ic a s ” (q u e e s ta b le c ie ro n re g las
t u a l i z a d os a n te lo s p r o fu n d o s c a m b io s s o c ia le s q u e se e s ta b a n p r o d u ­ d e c o m p e te n c ia y d e lib e rta d de o p in ió n ) , y c o n la p a r tic ip a c ió n d e las
c i e n d o e n e l to d o m u n d o , c o m o v e re m o s e n e l p r ó x im o c a p í t u lo . L a masas y a p a r t i r d e u n c a m b io e n el te jid o h e rm e n é u tic o de la v id a soci al.
c r i si s d e l a m o d e r n idad, o rg a n iz a d a e s ta ta lm e n te a lc a n z ó , p o r lo ta n to , E s to ú lt im o p ro y e c tó u n a f o r m a d is tin ta de v e r la p a rtic ip a c ió n y los d e re ­
n o s ó lo al E s ta d o s in o ta m b ié n , y en e s p e c ia l, a la clase tra b a j a d o r a o r ­ c hos, el c o n flic to y e l con se n so , d e s a rro lla d a d u ra n te e l sig lo X X y, espe­
g a n i z a d a, CUy o f u e r t e e sta tu s d e a g e n te r e c o n o c id o p ú b lic a m e n te (so ­ c ia lm e n te , e n la lu c h a c o n tra los re g ím e n e s d ic ta to ria le s . C o m o e n fat izó
b re t o d o e n E u r o p a ) d is m in u y ó , e n p a r tic u la r , d e b id o a u n c a m b io so­ AAvritz e r: [ . . . ] u n re s u lta d o c e n tra l [d e esos g iro s m o d e rn iz a d o re s ] fu e
c io e c o n ó m ic o s u b y a c e n te y a la c n si s d e l n e o c o r p orat1Vi s m o . JO A l u n a re n o v a c ió n e n la c o n s titu c ió n d e la esfera p ú b lic a ” . L a c o r r ie n te d e-
m i s m o t i e m p o , la tr a n s ic ió n h a c ia la d e m o c r a c ia e n A m é r ic a L a t in a m o c ra tiz a d o ra q u e b a r r ió e l s u b c o n tin e n te y e l m u n d o c o m o u n t o d o
e n la d é c a d a d e 19 80 , q u e im p lic ó la p le n a in c o r p o r a c ió n de los s in d i­ de sde los aiio s 1980 - q u e a lg u n o s h a n lla m a d o “ te rc e ra o la d e m o c ra tiz a -
c a t os y lo s m o v im ie n to s p o p u la re s a l o r d e n p o lí t ic o así c o m o la v g e n - d o r a ” - f u e m u y fu e rte y n o d e jó país sin to c a r e n A m é ric a L a tin a . E n
c i a d e los d e re c h o s sociale s, tra jo a p a re ja d a s n u e va s d e m a n d a s p o lític a s c ie rto i i ú m e ro de países, a m e na zado s p o r p o b re s re n d im ie n to s e co n ó m i ­
y so ci a l es. P o r lo ta n to , éstas t u v ie r o n q u e ser re s p o n d id a s e n u n m o ­ cos y u n a desig u a ld a d p e re n n e , p e r d u r a n va rio s p ro b le m a s q u e d ific u lta n
m e n to d e g r a n des tra n s fo rm a c io n e s en la f o r m a c ió n s o c ia l m o d e rn a , la p le n a c o n s o lid a c ió n d e la d e m o c ra c ia . E l n u e v o a m b ie n te p o lí t ico in -

c a d a vez m ás g lo b a l. te n ia c iona.I q u e s o b re v in o c o n e l f in d e la G u e rra F ría f u e p o s itiv o , a l m e ­


Es im p o r t a n te s u b ra y a r q u e la tra n s ic ió n y c o n s o lid a c ió n de los re g ím e ­ nos p a ra la d e m o c ra tiz a c ió n , e n la m e d id a e n q u e los Estados U n id os re ­
n es d e n io c r á tico s, c o n e l e s ta b le c im ie n to de d e re c h o s p o lític o s c o m p le ­ t ir a r o n su ap o y o a los g o lp e s m ilita re s (c o n la re c ie n te e x c e p c ió n d e u n
to s e i n c lu s o de n u e va s c o n s titu c io n e s , se ba só en u n a c o m b in a c ió n de g o lp e a n ti-H u g o C h áve z e n V e n e z u e la ).] i

9 Para una re\isión de la literatura acerca de las dictaduras militems, véase 1 I L . A lrí:z ei; 2002, pp. 29-35, cap. 2, cita retirada de la p. 98; Frances
J 0sé L uis Fiori, 1995b.Volveré sobre ello en el cap ítu lo 3. ^ Hagop1an j- Scott p . M ainwaring (comps.), 2005. Véase también G.
10 Para u n a discusión com pleta en relac1on con Europa, vease OíFe, O D o n neIJ, p . C. Schiniu er y Laurence V\Thitehead (comps.), 1986.
ob. cit. ' ^ I k r q r n a " fue usada arn ba en el sentido de Robert D ahl, 1971.
44 LA m o d e r n id a d co ntem poránea

Luego de la derrota de los militares en la década de 1980, a comien­


zos de los años noventa la ciudadanía, ahora con un aspecto político
claro, se estableció en todos los países del subcontinente. En algunos
de ellos, como Chile, había severas restricciones formales al ejercicio
de los derechos políticos -desechadas hace poco-, a la vez que los de­
rechos civiles seguían siendo un problema en muchas partes del sub­
continente. Los derechos sociales se vieron limitados y distribuidos de
manera desigual entre las distintas clases, profesiones y regiones. Al
mismo tiempo que el Estado evidenciaba problemas crónicos para
desarrollar su “poder infraestructural”, la incorporación de la pobla­
ción a la ciudadanía no llegó a ser completa, sino que en muchos ca­
sos mantuvo un carácter formal y fue implementada selectivamente,
lo que demostraba también la debilidad de ese Estado, que no podía
penetrar más en la sociedad ni contar con sus instituciones para imple-
mentar su propias políticas. Además, el impulso homogeneizador de
los Estados occidentales, en muchos casos, no se concretó, aunque, por
cierto, en varios de ellos fue perseguido al menos en el plano ideoló­
gico. Estos, entonces, tuvieron que trabajar solos, de arriba abajo, y por
supuesto, con menor legitimidad (Mann, 2005; Domínguez, 2007).
Puede decirse que el aspecto instituyente de la ciudadanía fue p e­
culiarmente interesante en este período de renovación democrática
y, no obstante sus limitaciones, el sistema democrático de derechos,
el aspecto instituido de la ciudadanía (D om ínguez, 1999, cap. 7 y
2002, caps. 1, 3 y 11), se estableció a fines del siglo XX. Ese carácter
instituyente de la ciudadanía corresponde a poderosos giros moder-
nizadores, que algunas veces produjeron subjetividades colectivas
bastante centralizadas que convergieron para generar un impacto
democratizador. En períodos anteriores, también sucedió, aunque pa­
reciese que, al conceder derechos, el Estado estaba actuando de forma
dadivosa. De hecho, durante todo el proceso de expansión de los dere­
chos y de desarrollo de la ley y de la justicia en la región, el aspecto ins­
tituyente de la ciudadanía desem peñó un papel decisivo, que a veces
encontraba una respuesta por parte del Estado en términos de los
procesos democratizadores, en algunas ocasiones de manera antici-
patoria y frecuentem ente a través del autoritarismo. Pero, final­
m ente, la emergencia de una ciudadanía que ya no podía ser simple­
m ente reprimida fue afirmándose mediante la movilización política
D E R E C H O , D E R E C H O S Y J U S T IC IA 4 5

y, en consecuencia, este sistema de derechos imperfecto y limitado ganó


espacio en el imaginario y logró algunos avances concretos e importan­
tes en términos de institucionalización .12 Incluso la izquierda, que en el
período anterior se inclinaba a rechazar el marco de los derechos (o al
menos a tratarlo de m odo instrumental), y a privilegiar en cambio la re­
volución socialista y el proletariado (o el campesinado, dependiendo
del país y de las fuerzas políticas en cuestión), abrazó de modo incisivo
el discurso de los derechos y de la justicia y los ciudadanos en general
como agentes del cambio. Apostó, así, al carácter instituyente de la ciu­
dadanía, ya fuese bajo la forma de discursos partidarios o como deman­
das de movimientos sociales. Es verdad, sin embargó, que algunas veces,
por razones que quiero desarrollar más adelante, esas demandas de de­
rechos tendieron a ser más fragmentadas y /o plurales (Castañeda,
1993; Dagnino, 1998).
Antes de continuar, es necesario abordar una cuestión. Como bien
se sabe, la tradición latinoamericana deriva del llamado civil lawocciden­
tal, en contraposición a la tradición del common law de los Estados Uni­
dos (Merryman, 1985; Pérez Perdomo y Friedman, 2003). La centralidad
del Estado, la codifi cación en constituciones y otros sistemas jurídicos
subordinados, el formalismo y el rechazo de la ley hecha por los jueces
son algunos aspectos clave de tal tradición. Desde la independencia,
éste ha sido el patrón dominante del sistema judicial en América La­
tina, que no es lo mismo que decir que lajuridificación y el Estado le­
gal efectivamente hayan sido operativos en esas naciones, en la medida
en que el poder político fue intrusivo y se lo usó para manipular la ley
y los tribunales (Peruzotti, 1999, retomaré esto más adelante). La tran­
sición democrática modificó esa situación; sin embargo, este proceso no
fire aislado. Junto a algunos aspectos del desarrollo del derecho, de la
justicia y de los derechos, ésta es una de las cuestiones que retomaremos
luego de la reflexión intermedia que sigue.

12 No debemos hablar aquí, en referencia a los siglos XIX y XX, de una


“positivización" de derechos, sino más bien de una creación social de
derechos y de ciudadanos, algo que va mucho más lejos que la mera
importación de valores a ser transformados en normas garantizadas
legalmente.
46 L A M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

REFLEXIONES INTERMEDIAS. ABSTRACCIONES REALES, DESENCAJES


Y REENCAJES

El concepto de “abstracción real” tiene una larga historia en el campo


de la teoría crítica, de Marx a Habermas, pasando por Lukács, Adorno
y Horkheimer. Lógicamente, fue utilizado de diferentes modos, pero
solamente Marx, en un texto de juventud, lo em pleó para hablar de la
ciudadanía. En Sobre la cuestión judía, Marx subrayó el carácter abstracto
(y engañoso) del ciudadano, en contraposición al individuo concreto,
que pertenecía a una clase específica y sostenía intereses específicos
(Marx, 1956). La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt fue un mo­
mento importante para la reproducción de esa perspectiva, que cul­
minó en el trabajo de Habermas, quien en Teoría de la acción comunica­
tiva vinculó, a mi juicio erradamente, las abstracciones reales a los
sistemas supuestamente autorregulados, para enseguida dejar de lado
la cuestión y encaminarse hacia a una concepción del derecho y del
Estado de cuño más liberal-democrático (basado, sin embargo, en la
intersubjetividad). Además, y lamentablemente, en ningún momento
perciben los lazos existentes entre las abstracciones reales y la ciuda­
danía (Habermas, 1981). N o realizaré aquí una reconstrucción de
esa tradición, pues ya lo h ice en detalle en otra parte (Domingues,
2002, caps. 1-2 y 4-). Quisiera entonces proponer algunas tesis en lo
referido a la ciudadanía com o una abstracción real, para luego encua­
drar el problem a en relación con esa construcción conceptual.
Como telón de fondo, un abordaje más orientado a la agencia (sin
negar el papel de las instituciones, no necesariamente reificador en
si) será operativo, y apuntará también al papel de las subjetividades
colectivas en todos los procesos sociales.
Antes de hacerlo, vale retomar la definición clásica de ciudadanía
de Marshall. Para éste, la ciudadanía introduce un estatus igualitario
universal, en contraposición a la estructura de clases de los sistemas capi­
talista?. Así, las políticas sociales universalistas constituyeron el eje
central de la ciudadanía. También, sólo en algunos casos, aceptó es­
quemas con “tests de m edios” (para confirmar situaciones de po­
breza), y lo mismo ocurrió con cierta priorización de los muy pobres
(por ejem plo, en temas como vivienda) o con la oferta de servicios
(principalmente, la educación superior) exclusivamente en términos
D E R E C H O , DERECHOS Y JU S T IC IA 4 7

de mérito, cuando lo que podría considerarse incluido dentro de los de­


rechos se volvía demasiado costoso (Marshall, 1964). Pero debemos
subrayar, también, que el universalismo tiene distintos significados
en lo que se refiere a la ciudadanía civil y política, por un lado, y a
la social, por otro. Éste es un punto bastante sutil. Aquéllas están en la
base del Estado constitucional o legal, mientras que ésta, al menos en
su forma concreta de funcionam iento, es producida por el aparato
burocrático de los sistemas de bienestar; aunque su universalidad es me­
nos sistemática y homogénea, por lo que deben afrontarse muchas situa­
ciones y, a m enudo, reticencia en el otorgamiento de beneficios
(Domingues, 2002).
La modernidad viene desarrollándose a través de poderosos proce­
sos de “desencaje”, que reorganizan las identidades y las coordenadas
espacio-temporales en las cuales vivían las personas al individualizarlas,
hacer sus vidas más contingentes y lanzarlas al plano nacional. Por lo
general, se “extirpó” a la gente de sus relaciones sociales anteriores,
que en el pasado tendían a evidenciar, en sus elementos fundamenta­
les, gran estabilidad; o sea, sufrían modificaciones a lo largo de la his­
toria antes que en el corto plazo, y esto se tornó más común en la mo­
dernidad, ya que “todo lo que es sólido se desvanece en el aire”
(Giddens, 1990; M arxyEngels, 1948).
El primer reencaje (individual y colectivo) fundamental de la mo­
dernidad, a través del cual las personas construyen nuevas identidades
y nuevas relaciones sociales, es ofrecido por la ciudadanía. Así, las per­
sonas son consideradas igualmente libres, a pesar de cualquier rasgo
específico que tengan como miembros de clases, géneros, grupos étni­
cos, etc. Para ser funcional, este .tipo de identidad debe ser tanto abs­
tracto como real, en el sentido en que el mundo en torno al individuo
se estructura de acuerdo con tales principios. Éstos tienen en su centro
el sistema de derechos civiles, políticos y, en fin, sociales, y la abolición
de las formas personales de dominación. Luego, mediante las “abstrac­
ciones reales”, se funden aspectos clave, imaginarios e institucionales,
de la modernidad. La identidad calcada en la ciudadanía, de todos mo­
dos, es excesivamente rala, aunque la mayoría de las instituciones mo­
dernas -incluido el capitalismo, por medio de los derechos de propie­
dad- repose sobre ella. Otras identidades son, por lo tanto, necesarias
para dar sentido a la vida, y la sociedad no se restringe a la ciudadanía
48 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

como un principio de organización. Aquellas otras relaciones e identi­


dades vinculadas a los sistemas de dominación -basadas en las clases,
los géneros, las razas o en otras subjetividades colectivas-son especial­
mente importantes, en la medida en que existen otros tipos de iden­
tidad individual y colectiva en la vida social que ensayan otras formas
de reencaje (que discutiré en el capítulo 3).
La ciudadanía, con su carácter abstracto, comparte ese aspecto deci­
sivo (“logocéntiico”) de la modernidad que delira de su vJtopía homogenei­
zante y demuestra una aguda inclinación a rechazar las particularidades.
Adorno era especialmente consciente de eso al hablar de la necesidad de
desviar el raciocinio de la “igualdad abstracta de los seres humanos”, una
“mala igualdad”, en dirección de las particularidades (das Besondere) y de
lo concreto de la existencia social, en el caso de que aceptásemos aquel
proyecto homogeneizante merced a una percepción equivocada y a la
falta de atención a ese problema crucial (Adorno, 1997, pp. 23 y 130).
Esa es la cuestión que debemos retener, a despecho de la filosofía de la
historia en la que reposa su teoría, y a pesar de que la modernidad con­
temporánea forzó algunos cambios en aquel impulso homogeneizante
de la ciudadanía.
La nación, en tanto subjetividad colectiva abarcadora, también se re­
laciona con la ciudadanía, con lo que esta última recibe com o configu­
ración positiva más allá de los “derechos del hom bre”. La nación, en
este sentido, fue particularmente relevante y central para la utopía uni-
versalizadora y homogeneizante de la modernidad, aunque haya con­
sistido en una expresión particularizada (que evidentemente siempre
supuso algún tipo de tensión). El desarrollo incansable de la moderni­
dad, que ha llevado crecientemente al pluralismo, produce tipos de
identidades cada vez más numerosos. Mientras que los derechos socia­
les evidencian problemas en términos de su universalización -e n con­
secuencia, en términos de su alto grado de abstracción, en especial,
aunque no de manera excluyente, en los sistemas de bienestar estatal
basados en regímenes corporativistas-, esas identidades tienden a
cre?.r una \id a social potencialmente fragmentada, en la cual la solida­
ridad se torna mucho más difícil de asegurar; problema que se vincula
mucho a la crisis del Estado de bienestar social en Europa. No obs­
tante, la ciudadanía continúa siendo el elemento básico en la articula­
ción imaginaria e institucional de la modernidad. Es verdad que, en
D E R E C H O , D E R E C H O S Y J U S T IC I A 4 9

primera instancia, la generalización del discurso que enfatiza la plura­


lidad y la adaptación de las instituciones a tal realidad refuerzan aún
más la propia pluralización que subyace a esos desarrollos. Una nueva
relación entre lo abstracto y lo concreto comienza a desarrollarse.
Debe subrayarse una última cuestión, que vincula las abstracciones
reales y la ciudadanía instituida. Al aparecer frente a sus productores
como productos dados y externos, las abstracciones reales, como lo se­
ñala Lukács, conrierten a los individuos y las colectividades en seres pasi­
vos, contemplativos, desprovistos de iniciativa (Lukács, 1977, pp. 271 y
ss.). Eso emerge en el carácter instituido de la ciudadanía toda vez que
los ciudadanos gozan de derechos que, al transformarse en ley, deben
ser asegurados y promovidos por el Estado, y a partir de entonces aque­
llos agentes quedan privados de actividad. Por otro lado, el aspecto ins-
tituyente de la ciudadanía ha sido muy importante en el subcontinente
en los últimos dos siglos (cuestión que Lukács probablemente tendría di­
ficultad en considerar). De este modo, las abstracciones reales expandie­
ron dialécticamente su papel en el curso de este proceso social más am­
plio. Eso continúa a pesar del esfuerzo del neoliberalismo por bloquear
desarrollos más allá de los derechos civiles y políticos. La tercera fase
de la modernidad ha traído aparejados cambios también en ese sentido.

LAS NUEVAS CARAS DE LOS DERECHOS, DE LA LEY Y DE LA JUSTICIA

Hasta aquí he construido mi argumentación a partir de un abordaje


histórico-desarrollista de la ley, los derechos y 1ajusticia en América La­
tina. Esto ha servido a mis propósitos en lo que se refiere a las dos pri­
meras fases de la modernidad. Quiero ahora modificar mi forma de
tratar la cuestión y llevar a cabo una discusión analítica de las principa­
les tendencias y giros modernizadores referidos a aquellos temas en la
actualidad. Antes de hacerlo, es necesario retomar brevemente los ele­
mentos propuestos al inicio de este capítulo, teniendo en cuenta las
cuestiones relacionadas con la conceptualización de las abstracciones
reales que acabo de introducir.
¿Qué decir de América Latina y de su desarrollo en los siglos XIX y XX
en ese sentido? Si el carácter restrictivo de la modernidad durante su
50 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

primera fase en Occidente significó que la ciudadanía no abarcara to­


talmente a la población de esos países, el carácter aún más limitado
de la modernidad en América Latina implicó un poder todavía más
débil para la ciudadanía en los dominios imaginario e institucional. Las
relaciones personales de dom inación siguieron siendo extremada­
mente importantes, los derechos eran apenas respetados de forma im­
perfecta e incompleta en la práctica, por lo que las relaciones sociales
y las identidades consideraban, si no que la ciudadanía era un ele­
mento menor, al menos que tenía un peso menor en la vida cotidiana.
Sin embargo, no solamente el elem ento utópico de la historia siguió
dependiendo de la ciudadanía y de la posibilidad de expansión del al­
cance del sistema de derechos, sino que, además, la propiedad privada
se basó en el derecho individual a la propiedad, y el sistema jurídico y
político se constituyó de forma tal que los tribunales, las elecciones,
etc., se articularon a través de la noción de ciudadano. Así también, las
abstracciones reales aún tenían sú peso, aunque desempeñaban un pa­
pel menos relevante. Por otra parte, no sólo la ciudadanía se mantuvo
al frente del desarrollo: ella, de manera combinada y desigual, se ex­
pandió al menos hasta los años sesenta, y avanzó más en algunos paí­
ses, para encontrar una posición y un papel totalmente renovados en
el proceso de lucha democrática contra las dictaduras militares y el auto­
ritarismo en general (cf. el régimen mexicano) en América Latina. Por
otro lado, la ciudadanía social, con sus propias contradicciones, tal como
se analizó en el apartado anterior, desempeñó una función importante,
como un horizonte pero también de forma práctica, en gran medida,
en la conform ación de la solidaridad en América Latina.
Veremos ahora cóm o esas cuestiones aparecen durante la tercera fase
de la modernidad en América Latina. Pero antes de abordar ese tema, es
necesario considerar un contexto negativo. La concepción de libertad
sufrió el impacto del neoliberalismo, sobre todo en lo que se refiere a sus
lazos con la igualdad y la ciudadanía. En algunos campos, emergió más
espacio para el ejercicio de la elección gracias a la declinación de las for­
mas personales de dominación y a la menor intervención estatal, pero
ello estuvo fuertemente contrabalanceado por el poder del mercado y
por las crecientes desigualdades producidas por las políticas económicas
y sociales en las últimas décadas. Las reformas neoliberales en la eco­
nomía y la tentativa de limitar el espacio político que las acompañó
DERECH O, DERECI-IOS Y JU S T IC IA 51

implicaron el empobrecimiento material de la población y el vacia­


miento de la vida política, )>a que desde el principio se desecharon otras
alternath'as posibles. El énfasis que el neoliberalismo puso en la libertad
indiridual en el mercado como la libertad a ser cultivada (contra la igual­
dad) no condujo a la expansión de los derechos sino que, por el contra­
rio, significó una batalla para reducirlos o reducir su eficacia política y
social para la mayoría de los ciudadanos de América Latina, y para susti­
tuirlos por políticas compensatorias destinadas a los “perdedores” crea­
dos precisamente por aquellas reformas. El subcontinente tiene que li­
diar aún con la hegemonía del neoliberalismo y con sus efectos, que
abarcó sobre todo la década de 1990 pero no se revirtió realmente. La
solidaridad tiende a encogerse o aplicarse a dominios más limitados, al
mismo tiempo que la responsabilidad o bien retoma formas liberales
antiguas o bien empieza a encontrar nuevas articulaciones.13
Eso no quiere decir que no ocurrieran cambios, y en una dirección po­
sitiva, en relación con la justicia, los derechos y el derecho, a pesar de la
hostilidad del medio. Para referimos a ello, primero debemos explorar
las principales formas de articulación entre el Estado y la sociedad en la
América Latina contemporánea (un tópico central del capítulo 3). Inten­
taré entonces extraer una concepción de justicia de esas formas. El foco
de la discusión será el papel de los derechos y de la ciudadanía, y luego
analizaré las transformaciones producidas en el poder judicial. Posterior­
mente, abordaré la situación de algunos países, lo cual suministrará ele­
mentos más concretos para la discusión. En las conclusiones, se retomará
una concepción más general de la tercera fase de la modernidad; se rea­
firmará la importancia de las “abstracciones reales”, pero el lugar central
estará dado por una orientación hacia lo concreto, es decir, por definicio­
nes que tendrán en cuenta de forma más directa a individuos y colectivi­
dades específicos. La declinación de la clase trabajadora como una colec­
tividad más o menos unificada y homogénea subyace a muchas de esas
articulaciones, e implica el fin o la reformulación -en el impresionante
caso mexicano- del corporativismo. La afirmación del pluralismo en la

13 Véanse Robert R. Kaufman y Stephan Haggard (coinps.), 1992; Atilio


Borón, 2003; y Néstor García Canclini, 1995, que busca una solución
democrática para la cuestión.
52 LA M O D ER N ID AD CO N T E M P O R Á N E A

senda de la creciente complejidad de la vida social -a la cual también


contribuyó la profundización de la globalización, en medio de las dificul­
tades y de tendencias contradictorias-, la lucha por la libertad y la igual­
dad, en otras palabras, la libertad igualitaria, se destaca en diferentes len­
guajes y situaciones en el estudio de la tercera fase de la modernidad en
esa región.
Sin embargo, distintos giros modernizadores se enfrentan por la di­
rección de la definición de la libertad y, de modo más general, de los
horizontes de desarrollo de la vida social moderna en las sociedades la­
tinoamericanas. Puede localizarse un “proyecto” progresista, si bien sería
mejor hablar del resultado de los giros modernizadores más descentrali­
zados, en los que pueden discernirse algunas ofensivas modemizadoras.
Una risión neoliberal o incluso liberal se preocupa por los derechos bá­
sicos y la filantropía, y presta la menor atención posible a la participación
y los derechos sociales. Una perspectiva autoritaria, que hoy acecha
casi silenciosamente, apenas se inclina por la dominación. No tiene, por
ahora, espacio para crecer (Dagnino, Olvera y Panfichi, 2005) en las pá­
ginas que siguen. Tendremos la oportunidad de analizar los distintos
aspectos de esas opciones.

DESENCAJES Y LIBERTAD
Un primer e importante elemento que debe enfatizarse se refiere a los
formidables cambios que ocurrieron en el mundo rural latinoamericano
en las últimas tres décadas. Como ya se señaló, las formas de dominación
personal, especialmente en el campo, eran un aspecto preponderante
de la realidad del subcontinente. El desarrollo del capitalismo agrario
viene transformando esa situación de una forma que no tiene prece­
dentes. Eso implicó poderosos procesos de “desencaje”, como les llamé
anteriormente, y por lo tanto una modernización profunda.
La mayoría de los campesinos ya no son el campesino ¡y sin em­
bargo aún hay muchos! Comparten una pobreza generalizada, la ma­
yor parte de ellos a esta altura se convirtieron en trabajadores libres,
asalariados, que tienen que lidiar con la contingencia de la vida so­
cial e incluso con su subsistencia casi a diario. Otros se volvieron pe­
queños propietarios sin recursos para el cultivo de la tierra ni para
una supervivencia decente.
D E R E C H O , D E R E C H O S Y JU S T IC IA 53

El fracaso de la reforma agraria o el desarrollo radical del agronego-


cio, que incluye el fin de la protección de la tierra comunal -e l ejido,
en México-, impulsó una subjetividad más moderna en los planos indi­
vidual y colectivo (Bengoa, 2003). Es cierto que la falta de recursos y de
información, así como el fracaso permanente del Estado en la garantía
de los derechos civiles básicos -contra las operaciones de sus propias
fuerzas policiales represivas o de milicias privadas o, incluso, contra las
explosiones de violencia-, limita el alcance de esta nueva libertad
(para no hablar de los derechos sociales, un posible antídoto para la
inseguridad en el mercado de trabajo). Pero el hecho es que, tanto in­
dividual como colectivamente, los nuevos pobres rurales-urbanos son
libres para escoger sus formas de vida y circular por el territorio nacio­
nal -e n busca de trabajo y nuevos reencajes-, persiguiendo nuevos giros
modernizadores y, otras veces, ofensivas políticas. Más adelante, veremos
cómo eso tiene impacto sobre las identidades étnicas.
Si existen pequeños propietarios esparcidos por América Latina y
perdura algún tipo de identidad neocampesina -com o el Movimiento
de los Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil, el único en el subcon­
tinente que realmente plantea hoy este tipo de cuestión-, una vez más
podemos ver que ellos encuadran sus- demandas de tierra y contra la
gran propiedad en el lenguaje de los derechos (Domingues, 2004; Gar­
cía, 2004). La libertad civil y las demandas de derechos claramente
apuntan hacia el desarrollo más amplio de la ciudadanía sobre bases
muy concretas. Además, el establecimiento de democracias liberales
luego de la derrota de las dictaduras, o de regímenes autoritarios como
en el caso de México, han significado derechos políticos más arraiga­
dos en toda América Latina. Muchas consecuencias derivan de eso,
como veremos.
En las ciudades, que concentran hoy la mayor parte de la población
latinoamericana, esa cuestión asume contornos más problemáticos, a
menudo directamente vinculados a la pobreza urbana y formas de pri­
vación, pero también a la violencia generalizada y al crimen común.
Sociedades históricamente violentas, como Brasil, y desigualdades agu­
das y crecientes, que son impuestas a personas formalmente libres, tu­
vieron el efecto de promover una situación de tensión social y descon­
tento que no siempre encuentra expresión en movimientos sociales,
sino en el crimen, en el tráfico de drogas y en la violencia gratuita.
54 LA m o d e r n id a d contem poránea

Hace algunas décadas, incluso en las ciudades, la dominación per­


sonal y el clientelism o funcionaban bien y la policía era capaz de
mantener a una pequeña población, las “clases peligrosas”, bajo control.
En ese momento, bastaba con el “poder despótico” del Estado o enton­
ces el corporativismo -d e un tipo más inclusivo, como en la Argentina, o
más restrictivo, como en Brasil- era eficaz en el monitoreo de las clases
trabajadoras mejor establecidas, en este caso mediante una forma más su­
til de poder infraestructura! basado en los sindicatos y en las asociaciones
profesionales.
Pero ahora que las formas de dominación personal desaparecieron casi
totalmente, que el corporativismo dejó de existir o tiene que encarar nue­
vos problemas y que el Estado necesitaría una forma más inclusiva de ciu­
dadanía para poder aumentar su “poder infraestructural”, tal combina­
ción no basta. Las limitaciones concretas de la ciudadanía demostraron
ser fatales en las últimas décadas (con la libertad maniatada y constantes
y profundas desigualdades, así como lo referido a ofrecer elementos para
un ejercicio más fuerte de la solidaridad y para la integración social)
(Mann, 2006). Si agregamos a eso el importante papel de los mercados y
su segmentación (véase capítulo 3), así como el sentimiento de exclusión
que emerge del hecho de ser arrojados al fondo del sistema de estratifica­
ción como perdedores, no es difícil comprender por qué esas sociedades
se han visto afectadas por niveles tan altos de inseguridad.
Finalmente, es importante notar que entre las poblaciones jóvenes y
abandonadas de esos países se ad\ierte una falta generalizada de respon­
sabilidad y la imposibilidad de la solidaridad más allá de bandos arma­
dos (Castells, 1997), p. 205). Ellas se articulan con la opción jerárquica,
carcelaria, dominante en los Estados Unidos y que sirve de ejemplo para
América Latina (Wacquant, 2001).

LA PERSISTENCIA DEL CLIENTELISMO


Esta cuestión se relaciona directamente con la declinación o el fin del
corporativismo, la principal forma de articulación de las clases trabajado­
ras con el Estado durante la fase de la modernidad organizada esta­
talmente, que implica control y autoritarismo, una forma moderna
de dominación estatal-burocrática, que fue completada por el cliente­
lismo, otra forma bien conocida de relación entre la población, por un
D ER ECH O , D ERECH OS Y J U S T IC IA 5 5

lado, y los políticos y el Estado, por otro, durante mucho tiempo en


toda América Latina. Vale enfatizar que, en ese sentido, México es to­
davía una excepción, en la medida en que el corporath'ismo y el con­
trol de la burocracia de los sindicatos (maculados al Estado y al partido
-e l Partido Revolucionario Institucional, PRI-) permanecen relativa­
mente fuertes. Eso muestra que, aunque el Estado retroceda y los cam­
bios sociales sigan su curso, las respuestas a ello no son ni automáticas ni
unívocas. Pero en la mayoría de los países donde el corporath'ismo fue
de alguna manera importante -en la Argentina y en Brasil en lo que se
refiere a la clase trabajadora urbana, con más movilización en el caso del
primero; en Bolivia en el del campesinado- éste declinó totalmente.
Son muchos los desarrollos que derivan de allí. En general, esto se ar­
ticula no sólo con las reformas neoliberales del Estado y de la legislación,
sino también con los cambios sociales que condujeron a la disminución
numérica y a la fragmentación de las clases trabajadoras. El pluralismo, ya
sea en términos de situaciones sociales, o en lo que toca a dar respuestas
a la nueva disponibilidad de las masas, fue la norma, incluyendo, como
podemos ver claramente en el caso de los piqueteros en la Argentina,
la organización de los “trabajadores” desempleados .14 La libertad en
relación con corporativismo sobrevino al mismo tiempo que los merca­
dos salvajes, la pérdida de puestos de trabajo y el empeoramiento de
las condiciones laborales y sociales alcanzaron a las clases populares.
Una respuesta, que remite a prácticas anteriores comunes en toda
América Latina, es el clientelism o, que permite algún tipo de inte­
gración y una forma de solidaridad, aunque sesgada, ya que la liber­
tad igualitaria se halla ausente en esta modalidad. La reiteración de
ese tipo de práctica significó un giro modernizador moderadamente
autoritario o, dicho de otra forma, el contrapunto conservador a las
reformas neoliberales del Estado. Se establece así un lazo renovado
por el cual puede articularse un mayor control de la sociedad (los
pobres) por parte del Estado, que de esta forma aum enta su poder
infraestructura!.

14 Para una discusión general, véase M. Maneiro, “Os moviinentos sociais


na América Latina. Urna perspectiva a partir das rela?6es do Estado
com a sociedade civil", en Doiningues y Maneiro (coinps.), 2006.
5G LA M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

¿Es el clientelismo una práctica “tradicional”, como muchos creen?


No me parece que éste sea el caso. En ausencia de otros mecanismos
de representación y canalización de demandas, sobre todo para las po­
blaciones más pobres, se habilita un espacio para la actividad de em­
prendedores políticos que establecen o bien se t'alen de clientelas que
les dan influencia entre las “comunidades” pobres (que de algún
modo tienen así atendidas sus demandas) y fuerza ante el sistema po­
lítico .15 Actualmente, sin embargo, respecto de las formas dominantes
del clientelismo, hay poco de “tradicional”, especialmente cuando se
habla de formas “finas” y “burocráticas”, en contraposición a formas
“densas” de clientelismo (o sea, más personales y que implican un cam­
bio más directo de beneficios por votos). Parece no haber duda de que
se ensayan entonces formas particulares de relación política -típicas de
lo que O ’Donnell llamó “democracia delegativa”- (O ’Donnell, 1994 y
1996). De todos modos, no hay nada de tradicional en esto. En verdad
somos testigos de una manera muy moderna de desdoblar algunas de
las posibilidades de los sistemas modernos de representación, cuyo
funcionamiento no es de ningún modo unívoco; de hecho es en ese es­
pacio donde el clientelismo surgió y prosperó. Eso no quiere decir que
deberíamos estimarlo, o que no deberíamos oponerle otros patrones nor­
mativos. Regresaré a eso más adelante. Por ahora, me gustaría explorar
más la cuestión del clientelismo.
La transformación del peronismo argentino abrió la oportunidad
para una reconsideración de la cuestión en un país latinoamericano en
el que -si bien estaba presente- no desempeñaba un papel tan promi­
nente. Con la declinación de los sindicatos y la pulverización de la
clase trabajadora, y el peronismo debiendo alterar sus bases de apoyo,
el clientelismo asumió un papel mucho más destacado que antes en el
Partido Justicialista (PJ), y de forma más burocrática, menos persona­
lista, también fue retomado en la Unión Cívica Radical (UCR). Por lo
tanto, a pesar de que eso ocurrió en medio de una profunda y dramá­
tica crisis, las ciencias sociales tuvieron que afrontar la emergencia del
clientelismo en un sistema político que se modernizaba velozmente.

15 Diniz discutió con agudeza la cuestión hace algunos años. Véase Eli
Diniz, 1982.
D E R E C H O , D ER EC H O S V J U S T IC I A 5 J

N o era un fenóm eno remanente del pasado, un testigo de otrora, sino


que expresaba la emergencia de un sistema político nuevo, más liberal
y democrático, que surgió del naufragio de la brutal dictadura militar
que había tomado el poder en la década de 1970.
En México el clientelismo se constituyó, también, en un importante
tópico de debate desde tiempo atrás, pero más recientemente en lo
que se refiere al Programa Nacional Solidaridad (“Pronasol”), con po­
líticas compensatorias que operarían como una amortiguación ante las
reformas neoliberales implementadas en los años noventa y facilitarían
aun la (al fin y al cabo frustrada) permanencia del PRI en el poder. Al­
gunos hablan incluso de un modelo “semiclientelista”, que combina
beneficios focalizados con el control de las organizaciones sociales crea­
das para operacionalizarlos y supervisarlos y la explotación electoral
de los resultados del programa, o de un acuerdo tenso -que, a falta de
cualquier otra solución, el Banco Mundial aceptó- entre programas ge­
nerales, casi universalistas, y la política social focalizada. Sea como
fuere, las políticas dirigidas a públicos-meta permanecieron en el cen­
tro de la política social mexicana de allí en más, tal cual estaba previsto
en los programas “Progresa” y, más tarde, en “Oportunidades”, que tu­
vieron niveles de alcance y gasto más bajos que los chilenos, y mostra­
ban claramente la centralidad de las perspectivas neoliberales (al ayu­
dar a los muy pobres sin “distorsionar” los mecanismos de asignación
del mercado) .l6
En Brasil, aunque el clientelismo fue un tema importante en la lite­
ratura de las ciencias sociales (Leal, 2001), desapareció recientemente.
De todos modos, perduran formas “tradicionales”, y en los últimos
tiempos ha emergido una nueva forma de clientelismo, exactamente
lo que me gustaría llamar clientelismo burocrático, representativo de una

16 Para la Argentina, 2001 y Pablo Torres, 2002; para México, véanse


Jonathan Fox, "The difficult transition from clientelism to citizenship:
Lessons from México”, en Douglas A. Chalmers el al (comps.), 1997 y
Fernando I. Salmerón Castro, 2002; MarcusJ. Kurtz, 2002 -que
incluye una discusión del caso chileno-; Jaime Ornelas Delgado,
2006. Para México también, pero desde un ángulo más general,
véanse B. Lautier, 2004, pp. 181-2, 187-90 y Mercedes González de la
Rocha, 2006. Un análisis más general focalizado en la política social
se encuentra en Julia Sant’Anna, 2007, Véase además Cepal, 2006.
58 LA M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

ingeniosa modernización de viejas fórmulas, que, al mismo tiempo,


puede corporizar promesas de ciudadanía en un plazo más largo. Em­
píricamente, no depende tanto de políticos individuales, ni de una
red socialmente organizada de agentes, que, claro está, a m enudo es
dependiente del acceso a los recursos del Estado, que básicamente la
articula. Desde el punto de vista conceptual esto es distinto, porque se
basa en un vasto aparato burocrático, que en el caso de Brasil es coor­
dinado centralmente y tiene en su vértice el Ministerio del Desarrollo
Social y Lucha contra el Hambre (MDS). Ello no implica que entre en
conflicto con usos clientelistas más directos en la punta del sistema de
asistencia social basado en la focalización y en un tipo de política so­
cial específica, supuestamente muy contemporánea y técnicamente
compleja. Esos programas no difieren mucho de las políticas compen­
satorias (tema que desarrollaré más adelante), mientras tengan como
objetivo modificar definitivamente las condiciones actuales de las per­
sonas y capacitarlas para que eñ el futuro puedan conducir sus vidas
en forma autónoma.
El corolario es que esas personas pueden ser seleccionadas de modo
arbitrario, en especial en el programa “Bolsa Familia”, en el cual los
participantes que se encuentran debajo de una línea muy baja reciben
una pequeña suma de dinero del gobierno federal para remediar el
hambre (de hecho, la única implementada hasta ahora, como parte
del Programa “Hambre Cero”) . Esto es así en la medida en que las in­
dicaciones técnicas deben ser mediadas políticamente -p o r los gobier­
nos m unicipales- para poder ser implementadas, aunque los comités
locales (con una mayoría de miembros oriundos de la “sociedad civil”)
sean en principio neutrales respecto de quiénes son seleccionados, que
deben ser los más pobres entre los pobres.
Una estrategia para beneficiarse puede ser la apertura de directorios
municipales por parte del o los partidos que estén en el gobierno y la
formación de líderes conectados con el programa en el lugar donde
éste es implementado, sin importar si es la municipalidad y su burocra­
cia o si son los comités locales basados en la sociedad civil los encarga­
dos de controlar la distribución de beneficios. La racionalización y la
burocraüzación pueden seguir unidas a la instrumentalización de los
programas sociales cuando se trata de poblaciones con recursos socia­
les y políticos muy escasos, que son más fácilmente cooptadas por las
DERECHO, DERECHOS Y JU S T IC IA 5 0

fuerzas políticas dominantes y s e convierten, así, e n bases electorales en


disputas subsiguientes. En la práctica, suele haber una mezcla entre for­
mas antiguas y recientes de clientelismo, a pesar del impacto que, de he­
cho, esos programas parecen tener en la reducción de la pobreza ex­
trema.Con espíritu más crítico, se podría argumentar que, antes que
eliminar la pobreza, esos programas buscan supervisarla, separarla y
confinarla como un medio de control social y político de una población
rista como amenazadora, y también como una forma de responder a una
cuestión problemática planteada en la agenda pública .17
Aparentemente, hay una gran distancia entre esa distribución de be­
neficios y las estrategias personalistas. ¿No es posible percibir, sin em­
bargo, un eslabón entre la manipulación dé la pobreza y de la indigen­
cia, por un lado, y ganancias político-electorales por otro? El tema se
complica más aún cuando gobiernos verdaderamente populares recu-
íren a este tipo de esquema de aludo de la pobreza, por ejemplo Bolivia,
con el “Bonojuancito Pinto”.
El problema aquí es que el clientelismo excluye una relación basada
en derechos, incluso en aquellos casos en los que parece ser imple-
mentado burocráticamente. Estamos más cerca del “favor” que de los
derechos, por cuanto, en gran medida, aún se trata de un beneficio
concedido de arriba abajo, a los más pobres, aunque de una manera
más impersonal y con alguna vaga referencia a la idea de derechos.
Experiencias como el presupuesto participativo implementado por el
Partido de los Trabajadores (PT) en varias ciudades brasileñas, o la
descentralización y la discusión pública de prioridades puestas en
práctica por el Frente Amplio (FA) en Montevideo, capital de Uruguay,
intentan romper con ese problema.
Las realizaciones concretas de esas innovaciones parecen más varia­
das que la evaluación celebratoria de sus virtudes, que es muy exagerada
(Avritzer, 2005). En la medida en que la ciudadanía se basa en dere­
chos universalizadores y el clientelismo es dirigido por el particularismo
-al menos en sus formas más antiguas- y por relaciones personales, las

17 Para la hipótesis f uerte de la mera administración d éla pobreza, véase


B. Lautier, ob. cit., p. 184. Una visión menos dura, que enfatiza los
aspectos universalistas, aunque fragmentarios, de la política social
brasileña, se encuentra en 200S-07.
Go LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

abstracciones reales no desempeñan un papel decisivo en tales arreglos.


Estos se presentan como alternativas reales y tentativas de democratizar
la política más profundamente, aunque de manera limitada. No obs­
tante, ello se altera, en cierto grado, con el clientelismo burocrático,
en la medida en que su forma más impersonal y racionalizada tenga si­
militudes con los derechos de que gozan los ciudadanos, aunque de
hecho éste no sea el caso toda vez que es la pobreza y no un estatus y
condición común y universal (esto es, la libertad igualitaria) aquello a lo
que apuntan las políticas sociales focalizadas.
Como fuese, debe decirse que el clientelismo es tan moderno como la
ciudadanía. En América Latina, a menudo, conforman un híbrido que
nada tiene que ver con la combinación de lazos “modernos” y “tradicio­
nales” entre pueblo y Estado (Néstor García Canclini, 1990; Avritzer, ob.
cit., cap. 3). Es una lucha normativa dentro de la modernidad, que por lo
tanto queda puesta en cuestión cuando optamos por uno o por otro. No
podemos investigar eso aquí, pero ciertamente existen otras situaciones
en la civilización moderna-incluidos sus países centrales originarios-que
reproducen, con rasgos distintos, exactamente este tipo de hibridización
y lucha.

CIUDADANÍA Y DERECHOS
Vimos antes que la idea de derechos sociales introdujo un contrapunto
con la desigualdad y diseñó un estatus universal que estuvo presente en
los fundamentos de los sistemas de seguridad social en Europa. Exami­
namos cómo esa idea de ciudadanía social influyó, dentro de límites mu­
cho menos generosos, las experiencias latinoamericanas. Hoy, en com­
pensación, la pobreza extrema (de los llamados “excluidos”) se convirtió
en la piedra angular de la política social.
Inicialmente, en toda América Latina se implementaron políticas so­
ciales focalizadas en públicos-meta, como consecuencia de los progra­
mas compensatorios relativos a los esquemas de “ajuste” neoliberales.
Ellas se transformaron, sin embargo, en el patrón estándar de la polí­
tica social, pues se alegaba escasez de recursos o se afirmaba que se tra­
taba de esquemas provisorios hasta que las personas emergieran de la
pobreza, a contramano de las políticas sociales universalistas basadas
en la ciudadanía. Como analicé antes, esto puede vincularse a formas
D E R E C H O , D ERECHOS Y J U S T IC IA 6 l

antiguas y nuevas de clientelismo. Un punto especialmente importante


en ese sentido fue la tendencia a la “flexibilización” de la legislación la­
boral, que vulnerabilizó a los trabajadores, disminuyó el peso de los im­
puestos y creó una situación más confortable aún para el capital. Tam­
bién implicó que, de acuerdo con el neoliberalismo, la justicia y el
bienestar fueran- entregados al mercado, supuestamente la mejor ma­
nera de distribuir recompensas entre los individuos, algo que significa
la liberación inmediata de los derechos de ciudadanía, cuando en
verdad éstos crean, en especial mediante los derechos sociales, condi­
ciones que liberan a los trabajadores de la presión inmediata de los
mercados capitalistas y del riesgo de la pobreza, y aumentan la solida­
ridad en general. La responsabilidad, hasta cierto punto dirigida al
Estado, retorna al individuo aislado, que ahora tiene que cuidar su
empleabilidad y su destino en la vida.
Al mismo tiempo, bajo los regímenes neoliberales o los gobiernos
cuya política era, al menos, bastante próxima de aquel modelo, el gasto
social creció una vez más en América Latina, durante la década de
1990, después de haber decrecido agudamente durante los años
ochenta. Fue así como de 1990 a 1999, en países con niveles medios
de gasto social en esa área (México, Colombia y Venezuela), creció
de 251 a 365 dólares, mientras que, en aquellos con mayores gastos
(Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Panamá y Uruguay), el aumento
fue de 796 a 1.055 dólares; en aquellos con niveles muy bajos (Bolivia,
El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y Repú­
blica Dominicana) las sumas fueron, respectivamente, de 58 a 113 dó­
lares. Eso ocurrió aun dentro de un marco general en el cual la asisten­
cia social y la idealización, antes que la seguridad y los derechos, se
volvieron el centro de la política social (aunque con excepciones). Más
dinero, que de todos modos no era bastante, no impidió que la pobreza
empeorara, a pesar de las mejoras recientes .58
Lo anterior es bien conocido. Menos claros resultan dos aspectos de
las tentativas contemporáneas de modernización, que de hecho tienen
en su centro ofensivas modemizadoras coordinadas por organizaciones17*

17 Véanse Lautier, 2004, p. 184; Barrientos, 2004; Hardy, 2003, en


especial p. 205; además, CEPAL, 2001.
62 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

internacionales (Domingues, 2002, caps. 3-4). Primero debemos pres­


tar atención a cómo ellas rompen con el proyecto moderno, reconfigu­
rado durante la segunda fase de la modernidad por medio de los dere­
chos sociales, de ofrecer al menos una igualdad de condiciones
aproximada que funciona como la presuposición de la libertad de todos.
Es decir, implican una ruptura con la libertad igualitaria.
Se puso, además, poca atención a los aspectos tutelares de esos pro­
gramas, que encajan bien con el clientelismo burocrático. De esta ma­
nera, el Estado decide quiénes son los pobres que merecen ayuda, es
decir, aquellos que, además ser muy pobres, siguen las reglas relativas
al trabajo y a la educación y salud de los hijos califican para recibir ta­
les beneficios, tomados no como un derecho de ciudadanía sino como
una dádiva benevolente y focalizada del Estado. Así, en lugar de la
igualdad, es la “equidad” la que se convierte en pieza central del credo
de la política social contemporánea. En lugar de servicios universales
que apuntan a la libertad igualitaria, cualesquiera que sean lds límites
de la ciudadanía y de las abstracciones reales, se realiza una focaliza-
ción selectiva de grupos.según la lógica de dar un poco más a aquellos
que tienen mucho menos. Eso separa a los pobres de los muy pobres
-aunque el proceso de separarlos y establecer quiénes son los que “me­
recen” suene bastante extraño en un continente en el que una pobreza
profunda y generalizada es una gran plaga-, produce una combinación
nebulosa de focalización con asistencia general, despolitiza, tiende a
congelar la cuestión de una igualdad progresiva y descarta el estatus
universal de la ciudadanía y su tensión con la estratificación de clase.19
Es posible confrontar lo anterior, y el funcionamiento de la mayor
parte de los servicios sociales en América Latina (a pesar de los mecanis­
mos constitucionales que establecen el derecho universal a la salud y a
la educación), con la clasificación de Esping-Andersen de los Estados
de bienestar social (Esping-Andersen, 1990). Claramente vemos que

19 Asa Cristina Laurel (coinp.), 1995; Kaufman y Haggard, ob. cit.; Sara
Gordon, 1995; René Millán, 1995; Philip Oxhom, 2001; Martín
Hopenhayn, 2001; Carlos Sojo, 2002; Bruno Lautier, ob. cit., pp. 184,
182 y ss. y 194-5; J. M. Domingues, 2002b. Algunos quieren prestarle
un ropaje filosófico e incluso rawlsiana a eso: Henio Millán
Valenzuela, 2001. Eso es más discutible aún y, de todos modos, la
ciudadanía como tal nada tiene que ver con el caso.
D ER ECH O , DERECH OS Y JU S T IC IA 63

América Latina se corrió de un sistema de bienestar de matriz corpora­


tiva hacia un Estado de bienestar débil, liberal, residual (principal­
mente en la educación básica y en el sistema de salud, con un sistema
de jubilaciones capitalizado o incluso privatizado) (Laurel, 1995; Abel y
Lewis, 2002; Tamez González y Moreno Salazar, 2000). Por cierto, exis­
ten en agenda desarrollos que apuntan en una dirección distinta, en ge­
neral gracias a la izquierda, y en la mayoría de los casos, retóricamente.
Se puede tener esperanza a partir del hecho de que, según las re­
construcciones históricas, un Estado de bienestar universalista en
modo alguno fue un proyecto claramente definido desde el inicio en
Europa. Más bien fue el resultado de los efectos disparatados, y muchas
veces contradictorios, de políticas sociales estatales y privadas que per­
seguían alivianar el sufrimiento de los pobres y buscaban su inclusión
solidaria. Pero al menos debemos ser claros en lo que se refiere a los
problemas y las limitaciones implicados en este tipo de política social, que
ha sido central en el gobierno de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil a par­
tir de 2 0 0 2 y que quizás haya sido el principal elemento que le garantizó
popularidad y su reelección en 2006 (Domingues, 2006-7).
¿Podemos simplemente criticar el enorme esfuerzo que implican
programas como “Bolsa Familia”? Hacerlo sería muy miope. Sin em­
bargo, este programa -e l más comprensivo en su tipo en América Latina
hoy, aunque el propio Brasil tenga otros programas de transferencia de
renta-se encuentra muy próximo a los programas de focalización del ne-
oliberalismo, y no debe olvidarse cuán lejos está de desarrollar una estra­
tegia orientada por la ciudadanía, sin mencionar los profundos proble­
mas de redistribución, que permanecen intactos, y los mecanismos de
dependencia de los beneficios que pueden asomar con él, que se convir­
tieron en un ejemplo para la política social en la región. El Estado asume
la responsabilidad y la solidaridad aumenta, pero esos programas conti­
núan colocándose en el nivel de la asistencia social y del alivio de la
pobreza.
Sea como fuere, el lenguaje de los derechos se diseminó en América
Latina. En esto, la idea de los poderosos giros modemizadores, en tanto
giros democratizadores, aunque descentrados, asume gran significado.
Su uso indiscriminado fue un problema, dado que pasó a referirse a dis­
tintas cosas y por lo tanto perdió su carácter (Lautier, 1995, pp. 23-24).
De positivo puede decirse que, a pesar de las limitaciones de un uso
6 4 LA M O D ER N ID AD C O N TE M PO R ÁN E A

tan débil, la cuestión fue colocada en el núcleo del imaginario nacional


y como un horizonte de desarrollo en todo el subcontinente. Fue así
como el último siglo terminó, y es así como comienza el nuevo.
Los derechos individuales en el plano civil, político y social tuvie­
ron evoluciones que no son convergentes, por cuanto en el segundo
plano evidenciaron un mejor desem peño que en los otros dos. Se
planteó una nueva dimensión para el debate, especialm ente en paí­
ses con vastas poblaciones “precolombinas” (Ecuador, Bolivia, México,
pero también Chile, Colombia, Venezuela, e incluso Brasil y Argentina).
Los derechos colectivos de los pueblos originarios de la región se coloca­
ron en el centro del debate, en términos culturales, en la dimensión le­
gal (véase más adelante), así como en lo concerniente a las demandas
territoriales.
Como en otros lugares, en América Latina se viene produciendo un
alejamiento de cuño individualista de los derechos de la ciudadanía mo­
derna (Dáralos, 2005). Todavía puede haber mayor continuidad en ese
sentido de lo que se podría en principio creer. Tomemos el caso del za-
patismo, para algunos una ruptura radical de la ciudadanía y un mori-
miento anti-Estado. Una lectura plausible de sus documentos y su acción
es que los zapatistas originalmente vienen reivindicando la ciudadanía
del indígena como tal, más allá de la ideología del mestizaje; fue ése el
punto en el cual el gobierno mexicano rompió las negociaciones, y no
ante la demanda de autonomía, que fue concedida a otras regiones indí­
genas (a saber, Oaxaca). Si no sostienen una visión individualista, tam­
poco es una concepción colectivista antimoderna y anticiudadana lo
que han apoyado (Saldaña Portillo, 2001).

CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN
Durante la mayor parte del siglo XX, el sindicalismo fue el gran movi­
miento social en América Latina, así como en otras regiones del
mundo. En la Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Chile y en México,
las clases trabajadoras urbanas desempeñaron un papel decisivo, mien­
tras que en otros, como en Bolivia, esto ocurrió con el sindicalismo
campesino. Incluso las transiciones hacia la democracia a fines de los
años setenta e inicios de los ochenta fueron testigos de cómo fuertes
movimientos sindicales se pusieron al frente de las luchas sociales; el
D ER ECH O , D ER EC H O S Y J U S T IC I A 65

propio PT en Brasil fue en parte el resultado de una renoración de las


clases trabajadoras y del sindicalismo.
Recientemente, esto cambió de modo profundo. Si el campo fue ba­
rrido por una ola capitalista y -en los dos sentidos que se plantean en
el marxismo- los pobres rurales crecieron en forma brusca, en las
áreas urbanas el cambio fue igualmente amplio. La reestructuración
industrial (que implicó desempleo permanente para muchos), la ter-
ciarización de la economía (como en Lima, capital de Perú), la seg­
mentación de los mercados de trabajo y la recesión económica tuvie­
ron efectos devastadores sobre el sindicalismo. Eso no quiere decir que
hoy no tenga ninguna importancia, sino que otros movimientos socia­
les, con o sin las clases trabajadoras, o que mantienen una relación más
perpendicular con ellas, ganaron importancia y que, en gran medida,
los giros modernizadores se originan en ellos. Eso es lo que los analis­
tas de los movimientos sociales subrayaron sistemáticamente de la última
década, y también lo que ha marcado la izquierda en todo el subconti­
nente (Álvarez, Dagnino y Escobar, 2008; Garavito, Barret e Chavez,
2005). Volveremos a ellos en el capítulo 3.
Por otro lado, en virtud de que el tejido social es más heterogé­
neo, pero también debido a las presiones que se han hecho en el
sentido de una pluralización, el Estado demostró ser menos capaz
de im poner una identidad nacional hom ogénea que, al m enos por
cierto tiempo, tuvo que ver con la hom ogeneidad de la clase trabaja­
dora. N i esto puede ya suministrar esas-bases ni el Estado puede blo­
quear las identidades alternativas que la profundización de la globa-
lización proporcionó a todas las colectividades que com ponen las
naciones latinoamericanas (proveyendo un poco más de libertad
ante el poder estatal). Eso favorece también la em ergencia del plu­
ralismo social en lo que atañe a las demandas de la ciudadanía, en la
m edida en que no es sólo una cuestión o un bloque de cuestiones
bien articuladas que la población en su conjunto se inclina a presen­
tar al Estado. El pluralismo todavía implica la pluralidad de demandas
y el debilitamiento relativo del Estado contribuye decisivamente a ello
(Domingues, 2007). Un cambio de la modernización se encuentra
en curso.
Ya sea movilizando a sectores específicos de la población (mujeres, pue­
blos originarios, negros, desempleados, comunidades de cuño territorial,
66 LA M O D ER N ID AD CO N T E M P O R Á N E A

etc.) u organizando sectores específicos de la clase trabajadora alrede­


dor de demandas específicas (tales como vivienda), los movimientos
sociales se tornaron mucho más plurales y descentrados que antes.
Dentro de la izquierda eso implica la necesidad de construir coalicio­
nes sin que exista ya la posibilidad de que la base sea la única y legí­
tima organización. Si alguien intentara aferrarse al patrón anterior, se
encontraría con el hecho de que las relaciones jerárquicas entre parti­
dos y movimientos, así como dentro de estos últimos y entre ellos, se
han vuelto más difíciles de alcanzar. De acuerdo con algunos enfoques,
esto ha conducido al desarrollo de redes -q u e me gustaría definir como
emprendimientos colaborativos- entre movimientos y partidos, espe­
cialmente en el plano local (con la advertencia de que debemos ser
conscientes del grado variable en que este diagnóstico se aplica y evitar
efectuar una derivación directa de las formas organizacionales de los
niveles de pluralización social) (Garavito, Barrety Chávez, 2005, p. 31;
Chávez y Benjamín Goldfíank, 2005. Véanse también Álvarez, Dagnino
y Escobar, 1998):

Sobre el telón de fondo de la izquierda que la precedió


-q u e, como vimos, hacía hincapié en la unidad teórica y la
centralización estratégica-, la nueva izquierda se distingue
por una marcada pluralidad. En cuanto a las estrategias orga­
nizativas, en lugar del sujeto político unitario del leninismo
-la vanguardia del partido o partido-Estado-, las formas pre­
dominantes son “los frentes amplios” de partidos y movi­
mientos, las “coordinadoras” de movimientos sociales o los
“encuentros” de organizaciones activistas. [...] [S]e trata de
coaliciones o de redes cuyas organizaciones integrantes con­
tribuyen a propósitos políticos comunes -p o r ejemplo, una
elección, una campaña o un ciclo de protestas- sin perder su
autonomía organizativa.

La solidaridad tiene que encontrar nuevas vías y formas, dado que ni


los derechos básicos del liberalismo original (para no hablar de cómo
el neoliberalismo plantea la cuestión) ni el antiguo proyecto de la clase
que todo lo abarcaba o que se basaba en el Estado pueden ya responder
a los desafíos modernos. Eso significa también que entre los miembros
D ER ECH O , D ER ECH O S Y JU S T IC IA 67

de aquellas coaliciones y redes debe tejerse un tipo de responsabilidad


compartida, colectiva pero no uniforme.
Algunos han indicado que, en el plano internacional, en el modelo
de crisis de la segunda fase de la modernidad, organizada estatal­
mente, se está desarrollando un nuevo tipo de relación con la socie­
dad. Incluso los Estados europeos deben lidiar con el pluralismo antes
que con el neocorporativismo. La gobernabilidad se ha tornado más
complicada en una sociedad más compleja, opaca 5' heterogénea
(Domingues, 2002, cap. 8 ) .Para construir puentes, canales de comuni­
cación y coordinación de programas, así como para contribuir a la in­
tegración
O
social sería necesario establecer nuevos vínculos entre el Es-
tado y la sociedad. Poco de ello ha ocurrido hasta ahora. Han sido
escasas las aperturas en curso en América Latina, como pueden ser las
relaciones entre el gobierno de Lula y el MST en Brasil, o entre el go­
bierno de Néstor Kirchner en la Argentina y el movimiento social de
los desocupados, los piqueteros (junto a la tentativa de aislar las corrien­
tes más radicales o divergentes dentro de él). Tímidamente, parecen
estar desarrollándose redes de colaboración. Los problemas que sur­
gen a partir de ello son bastantes obvios: ¿implica redes efectivas o, a fin
de cuentas, estamos en presencia de un intento de retornar al cliente-
lismo o al modelo anterior, altamente jerárquico, cooptativo-represivo,
típico del corporativismo, en una situación modificada?
Sea como fuere, una coordinación de este tipo parece ser necesaria si
no queremos que los morimientos sociales queden simplemente desco­
nectados del Estado, y que la solidaridad social sea considerada un fenó­
meno pasivo antes que una construcción de subjetividades colectiras ac­
tivas en colaboración con el Estado, que puedan prestarles un formato
universal a las demandas de los movimientos sociales. La cooptación es
un problema que todos los movimientos deben encarar cuando el Es­
tado y /o los partidos quieren (verdadera o falsamente, a fin de subordi­
narlos) crear puentes con los movimientos sociales. Estamos en el me­
dio de un proceso de cambio, por lo cual el problema regresa también
con colores distintos. El poder judicial, especialmente en Brasil, mu­
chas veces procura también establecer nuevos lazos con los movimientos
sociales. Más adelante vamos a detenernos en ese punto.
Otro desarrollo importante de esta pluralización de la \dda social ha
sido la emergencia de una esfera pública múltiple en toda América
GS L A M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

Latina, con “públicos alternativos” de varios tipos, incluyendo medios


de com unicación alternativos, lo que es posible en la medida en que
existe libertad política. La importancia de la esfera pública para el
desarrollo de la ciudadanía y de los derechos está bien establecida desde
que Habermas la estudió hace ya cuatro décadas. Como resultado de las
críticas que se le hicieron, la pluralidad de las esferas públicas y la existen­
cia de esos públicos alternativos se. convirtieron en temas ampliamente
compartidos en la bibliografía reciente sobre América Latina y también
sobre otras regiones.20
Empíricamente, este tipo de cuestiones surge como contrapunto al
estudio de los movimientos sociales y se conecta con el problema de la
ciudadanía como una subjetividad colectiva instituyente -o , en otras
palabras, con la así llamada “ciudadanía activa”- . Desde un punto de
vista teórico, cuenta con la ventaja detener mayor precisión que el uso
generalizado y débil de la idea de “sociedad civil”. Su origen responde
a una de las siguientes posibilidades: o bien deriva del uso gramsciano
tradicional, y por consiguiente un tanto estrecho (aunque, correcta­
mente, no separa Estado y sociedad de forma rígida y enfatiza los con­
flictos de clase que la estructuran); o es oriunda de la división tripartita
habermasiana entre la economía, el sistema político y la sociedad civil,
que de hecho es demasiado rígida y a mi criterio inadecuada; o entonces
es un sustituto pobre e innecesario de la idea de sociedad sin más.21
La modernidad se tornó más compleja (tema que, en parte, se ha ex­
puesto aquí y que se explorará en detalle en el capítulo 3); lo mismo
ocurre con la esfera pública. Sobrevino la multiplicación de los (ya plu­
rales) públicos alternativos, cada cual con sus propias características,
sus participantes y audiencias, además de temáticas propias. La multi­
plicación molecular de los giros modernizadores se vincula a esta plu-
ralización. Se forjan aquí opinión y demandas, así como orientaciones
concretas para la acción y los movimientos, en los planos local, nacional y
global. En esos públicos alternativos plurales, emergen la solidaridad en
planos diferentes y formas parciales de responsabilidad. Públicos jóvenes,

20 Véase especialmente L. Avritzer y S. Costa, "Teoría crítica, democracia


e esfera pública”, en Domingues y Maneiro (comps.), 2006.
21 Para tales usos, véase Dagnino, ob. cit.; L. Avritzer el al, 1997.
D ER EC H O , D E R E C H O S Y J U S T IC IA 6 9

públicos étnicos, radios comunitarias, preocupaciones ambientales son


esferas que se multiplican, se fragmentan muchas veces en direcciones
propias y pueden converger por medio de esferas públicas más poderosas
y abarcadoras, como aquellas que tienen en su núcleo los medios de co­
municación de masa o los procesos políticos. Como cualquier esfera pú­
blica, los públicos alternativos se articulan mediante una combinación de
principios jerárquicos, mercantiles y de red, y de sus mecanismos respec­
tivos de articulación (Domingues y Pontual, 2007). Ellos en general se ba­
san más en la colaboración voluntada (redes) que en el comando (jerar­
quía) y en el cambio voluntado (mercado). No es preciso decir que estos
dos últimos factores también desempeñan su papel en la articulación.
El sentido en que la noción de “sociedad civil” puede ser aceptada
aquí resulta meramente descriptivo para lo que es una gama hetero­
génea de organizaciones (a menudo vinculadas a ella) que no perte­
necen al Estado. Una visión tocquevilliana o pluralista de la sociedad
armoniza con tal perspectiva. El proceso de transición hacia la de­
mocracia en América Latina desde 1980 fue propicio parala prolife­
ración de organizaciones a través de las cuales se expresaron los mo­
vimientos sociales. Y el surgimiento masivo de organizaciones no
gubernamentales (ONG) desde la década de 1990 alteró el paisaje,
al formar lo que algunos llamarían “tercer sector”, una noción más
débil e ideológicam ente cargada que la de sociedad civil, o clara­
mente ligada a una versión neoliberal y despolitizada (y anticon­
flicto) de tal concepto. La ciudadanía se ve ciertamente fortalecida
por la proliferación de asociaciones a través de las que se expresa
una población de m odo directo y que crean una nueva camada más
o menos institucionalizada de organizaciones que se sitúan entre la
sociedad en general y el Estado.
En lo que sé refiere a las ONG, la situación es menos clara, en prin­
cipio porque e( término en sí mismo cubre una vasta variedad de enti­
dades. Pueden representar demandas y moldear agendas especial­
mente para los muy pobres y para aquellos que tienen problemas para
autoorganizarse, u ocuparse de cuestiones difusas y que, por consi­
guiente, no captan a nadie de manera directa (como los problemas
ambientales), a lo que debe sumarse que pueden consistir en fuentes
críticas independientes y ofrecer programas. Sin embasrgo, pueden
igualmente expropiar la opinión y la representación de las personas,
70 L A M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

así com o establecer una nueva burocracia, tan autoorientada como


aquella que pertenece al Estado, y menos controlable todavía en virtud
de su carácter, no republicano, por lo que es capaz de operar según
sus propios intereses y agendas o las de sus financiadores (especial­
mente agencias internacionales o estatales) (Fernández, 1994; Gideon,
1998; Dagnino, Olvera y Panfichi, 2005; Braig, 2005; So: j, 2005). No
siempre éste es el caso, pero de forma bastante crítica es posible afir­
mar que “[...) las expectativas referidas al potencial de las ONG para el
empoderamiento de las bases han sido exageradamente optimistas. Las
ONG fueron instrumentalizadas por el Estado y usadas para implementar
el modelo neoliberal” (Gideon, 1998).
Además, la ambigüedad y el carácter no necesariamente virtuoso de
la “sociedad civil” se expresa de forma inequívoca en las características
de algunas ONG, lo que significa que ellas pueden estar vinculadas a
giros y ofensivas modernizadores de todos los tipos. Ese no es el único
caso en el que “sociedades chiles reales” pueden evidenciar concepcio­
nes antidemocráticas y de exclusión, sin mencionar las clases y el carác­
ter conflictivo que Gramsci les atribuyó hace bastante tiempo, a pesar
de que esto haya sido olvidado recientemente, sobre todo en los aborda­
jes habermasianos. La heterogeneidad de las sociedades civiles, así com o
su interpenetración con los Estados - “sociedades políticas”- , deben
tenerse en cuenta en ese sentido.22
De todos modos, una ñ sión más positiva del papel de las ONG en
la democratización de América Latina considera su participación en
una de las principales actividades de lo que podría llamarse una so­
ciedad civil global, cosmopolita: la organización y el impacto global
del Foro Social Mundial, que por muchos años se reunió en Porto
Alegre, Brasil, y que presentó lo que inicialmente se pensó como un
“m ovimiento antiglobalización” y como una propuesta “antihegemó-
nica” para la nueva sociedad global, en favor de la democracia y con­
tra el m odelo neoliberal de globalización. En la medida en que, ac­
tualmente, es un fenóm eno menos importante (o al menos n o tan

22 Véase A.J. Olvera, 2002 y Dagnino, Olvera y Panfichi, ob. cit.; para
perspectivas más teóricas, véanse Antonio Gramsci, 2001, vol. 2,
pp. 763-4, 865-6, vol. 3, pp. 2287-9; y JefFrey Alexander, 2000.
D E R E C H O , D ERECH OS Y JU S T IC IA 71

ruidoso) y su organización y su presencia se esparcieron por el


mundo, tuvo un gran impacto como uno de los principales foros en
los que se cuestionó la globalización tal como realmente opera (esto es,
bajo la hegemonía neoliberal), lo que en gran medida es una invención
latinoamericana.23

UN PODER JUDICIAL MÁS FUERTE Y PLURAL


Las transformaciones del poder judicial son también un área impor­
tante en la cual vienen produciéndose cambios en la ciudadanía desde
la última década. Como garante de los derechos, el poder judicial es
un elemento clave en la articulación de laciudadaníay, por ende, de la
solidaridad, a través de las distintas fases de la modernidad. Como
Pérez-Perdomo y Friedman observaron sobre América Latina,

En todos esos países, el derecho creció en importancia -sea


como sea que queramos analizarlo o medirlo-. Los inversio­
nistas internacionales presionan el sistema y crean un clima
en el que se establecen los abogados y los derechos; la socie­
dad como un todo ejerce presión sobre el sistema para que
produzca resultados; las firmas emplean a millares de aboga­
dos; pero las personas comunes necesitan la ayuda de aboga­
dos para comprar casas, divorciarse y hacer otras cosas coti­
dianas. El crecimiento de la clase medía significa más trabajo
páralos abogados. La concienciadelos derechos genera más
litigios contra el gobierno y las reparticiones administrativas.
Hay una cultura de demandas legales en desarrollo (Pérez-
Perdomo y Friedman, 2003, p. 17).

Entre los cambios que experimentó el poder judicial -q u e implicaron


su modernización y le dieron el potencial de llevar adelante giros bas­
tante importantes- podemos distinguir tres bloques: 1) el apoyo per­
manente a la reforma de los sistemas judiciales por parte del Banco

23 Véase Boa ventura de Souza Santos, 2005. Para la sociedad civil global
y la democracia cosmopolita, véase David Held, 1995.
72 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A

Mundial y de otras agencias internacionales; 2) la tendencia a ampliar


el acceso de la población a la justicia, y 3) la emergencia (y caída) del
pluralismo.

1) Si la democratización es un aspecto capital de los desarrollos y los gi­


ros mencionados, el empuje del neoliberalismo es un aspecto clave de
otro amplio proceso de cambio legal y de giros que abarcan a América
Latina. Las reformas llevadas a cabo en el poder judicial fueron patro­
cinadas por el Banco Mundial y su grado de éxito varía mucho. Por
ejemplo, en Perú, fracasaron rotundamente, Brasil por un período se
quedó atrás, mientras que la Argentina (que parece haber sido más
exitosa en lo que se refiere a costos y oportunidades, así como a refor­
mas procesales) y Ecuador tuvieron resultados más positivos. América
central y Colombia, donde esas reformas fueron ensayadas durante un
período más largo y con más dinero, arrojan resultados mixtos.
Según un diagnóstico que vincula ese proceso negativa y críticamente
a la globalización económica neoliberal, la reforma del poder judicial en
América Latina sería parte del acuerdo conocido como “consenso de
Washington”, vendido e implementado en los países latinoamericanos
en la década de 1990 por los esfuerzos conjuntos del Banco Mundial y
del Fondo Monetario Internacional (FMI). En verdad, las vastas refor­
mas del derecho y del sistema judicial lleradas a cabo en esos países bus­
caban fortalecer el dominio del derecho, para así atraer la inversión ex­
tranjera. Como suele ocurrir, el Banco Mundial actuó en ese sentido
como un think tanhy patrocinador financiero de las reformas, que pue­
den compararse con los programas de “derecho y desarrollo” de la
década de 1960 (Carvalho Pacheco, 2000; Lawyers Committee for
Human Rights, 2000; Nailini, 1995; Banco Mundial, 1996; Hammergen et
al, 2005; Rodríguez Garativo, 2006; Uprimny, Garavito y García Villegas,
2006; Pogrebinschi, 2004).
Las príncipales sugerencias y propuestas contenidas en los documentos
del Banco Mundial, que ellos mismos llamaron de “segunda generación
de reformas” (véase capítulo 2), pueden resumirse en cuatro catego­
rías: en primer lugar, el acceso y la reducción de los costes y, por lo
tanto, el aumento de los beneficios económicos del funcionamiento
del poderjudicial; en segundo lugar, la unificación del proceso legal a
escala mundial; en tercer lugar, la promoción de formas alternativas de
D ER ECH O , D ER ECH O S Y J U S T IC IA 7 3

resolución de conflictos y del acceso a la justicia; y por último, la reno­


vación de la selección y del entrenamiento así como del incentivo a los
jueces, además de la reforma de la enseñanza del derecho y la descen­
tralización de la administración de la justicia.
La suba de los salarios judiciales, el aumento del número de tribuna­
les y la introducción de nuevas tecnologías y computadoras, así como
la creación de un consejo nacional de justicia para controlar el poder
judicial, son elementos suplementarios en la agenda propuesta por el
Banco Mundial. En términos sustantivos, las reformas buscaban crear
un medio adecuado para el sector privado, en particular para la inver­
sión extranjera, y fortalecer la democracia liberal por medio de un po­
der judicial fuerte y autónomo. Por otra parte, también se cuestiona­
ron la apertura del acceso a la justicia a la población y la capacidad de
losjueces para investigar crímenes (Shihata, 1995a; 1995b; 1998; y Banco
Mundial, 1996).
No hay dudas de que las reformas neoliberales -y la noción neolibe­
ral de libertad, basada en los negocios y en el m ercado- se encuentran
en la base de tales programas. Sin embargo, al tocar el tema del acceso a
la justicia, que mencionan sólo para suavizar sus objetivos principales,
apuntan hacia la cuestión de la libertad igualitaria anteriormente refe­
rida. A eso debe agregarse que la descentralización y el acceso a la jus­
ticia conllevan un problema adicional para el proceso de cambio legal
y de lajusticia en América Latina.

2) El movimiento global para ampliar el acceso a lajusticia a más y ma­


yores sectores de la población (Cappelletti y Garth, 1978) tuvo final­
mente impacto en los países latinoamericanos. Esto sólo podría tener
sentido en la medida en que esas poblaciones se liberasen al menos de
las formas personales de dominación. El fin de las dictaduras milita­
res, así com o la transición hacia un régimen político más abierto en
México, inauguró este tipo de giro. Brasil es el ejemplo más desta­
cado en el sistema formal de justicia, especialmente debido a que
creó tribunales especiales para lidiar con los problemas diarios de la
población. En ese caso, lo que se puede llamar “judicialización” de la
vida social y de la política -o sea, la influencia del poder judicial como
una corporaciónque se vale de legislación emanada del parlamento,
más allá de lo que losjueces hagan con ella -se estableció en contraste
74 LA m o d e r n id a d c o n t e m p o r á n e a

con lo que se llamó “juridificación” -u n a formación típica del Estado de


bienestar, que implica la aplicación por la burocracia de las reglas gene­
radas por ella misma-. En los países con un pasado “latino”, vale señalar
que esos desarrollos están vinculados, o son al menos paralelos, a la ate­
nuación de la distinción entre “civil law" y “common law’’. Eso ocurre por­
que el derecho producido por los jueces se tornó más importante, lo
que en sí mismo es un giro modernizador de profundo significado, que
tiene una corporación profesional com o sostén. Una vez que el poder
judicial es incitado a intervenir en muchas esferas y situaciones de la
vida social - y aquí encontramos el otro elemento que dispara este pro­
ceso específico de modernización-, no puede contar con códigos y la
mera repetición y reposición de situaciones anteriores. En lugar de eso,
los jueces deben ser activos, y terminan creando una vivaz jurispruden­
cia al intervenir con una actitud de cara al futuro en los conflictos de la
vida social (Merryman, 1985, p. 153 y Domingues, 2002, cap. 5).
En Brasil, esos nuevos tribunales se combinaron con la emergencia
de una nueva generación de jueces que tendían a mezclarla mera apli­
cación de leyes con consideraciones de cuestiones sustantivas relativas
a la justicia, y con el Ministerio Público, un cuerpo estatal específico
creado por la constitución de 1988 que proyectaba representar los in­
tereses de la sociedad con gran autonomía en relación con cualquier
colectividad estatal o societal, aunque a menudo tejía alianzas con
otros sectores. En una formulación polémica, hay quienes incluso han
llegado a hablar de una nueva forma de representación “funcional” en
el poder judicial, que iría mucho más lejos que aquella que proriene
del parlamento y la democracia representativa. Pero es muy discutible
si esas reformas realmente facilitaron el acceso a la justicia para la ma­
yoría de la población, esto sin mencionar el ritmo lento del sistema
judicial (Vianna el al., 1997 y 1999; Vianna, 2000; Macaulay, 2005).
En México, un proceso similar está en curso, con resultados más
ambiguos, del mismo modo que en Perú (López-Ayllón y Fix-Fierro,
2003; Carbonel, 2003; Conighan, 1986, p. 114). En la Argentina, un
aspecto de la reforma del poder judicial también fue la expansión de
los servicios a la población. Algunos, sin embargo, sostienen visiones
muy pesimistas en lo que atañe a las posibilidades de democratiza­
ción del sistema. También, en ese país, se habla de una “judicializa-
ción negativa”, esto es, represiva, especialmente en lo que concierne
DERECH O, D ERECHOS Y JU S T IC IA 7 5

a los conflictos y a las protestas sociales (Bergoglio, 2003; Fucito, 2002;


Maneiro, 2007).
En Colombia, una eridente politización del poder judicial y lajudi-
cialización de los conflictos lo colocaron en el centro del Estado, sobre
todo con la promulgación de la Constitución de 1991. Por otro lado, se
destaca la influencia del neoliberalismo en el curso de las reformas de
la justicia. Además, conflictos comunes y cuestiones penales que afec­
tan directamente a la población no son tan bien tratados. Es menester
mencionar la figura del ombudsman en un grupo de países del subcon­
tinente (como Bolivia, Perú, Colombia, El Salvador, con varios nom­
bres diferentes), que puede estar teniendo creciente influencia y ga­
nando la confianza de la población, no obstante las dificultades para
dar cuenta de su trabajo (Uprimny, Rodríguez Garavito y García Villegas,
2006; Ungar, 2004 y Uggla, 2004).
Sea como fuere, está clara la creciente importancia del poder judi­
cial en América Latina, a pesar de los problemas reales que dificultan
la implementación de aspectos básicos de los derechos civiles y la re­
serva introducida hace poco acerca de la “judicialización negativa”
(ciertamente no exclusiva de la Argentina). El imperio de la ley y la
multiplicación de cuestiones que demandan atención a las reglas le­
gales, que implican tanto la estabilidad política como la pluralización
de la vida social, están entrelazados en la reestructuración corriente de
las relaciones entre Estado y sociedad. La democratización, cuales­
quiera sean los límites de esos cambios, se ve de cierto modo fortale­
cida por las virtudes que, en general, ellos manifiestan. En cierta me­
dida, la libertad igualitaria, y por ende la solidaridad, se fortalece con
tales giros.

3) Por muchos años, en particular en algunos países con grandes po­


blaciones precolombinas (Bolivia y Ecuador, sobre todo) y /o un Es­
tado que no cubre todo su territorio o no posee gran legitimidad
(Colombia), se dieron fuertes ofensivas modernizadoras de parte de
sistemas alternativos de derechos, como los movimientos por el “plu­
ralismo legal” (y lo mismo ocurrió en México desde la década de
1990). Esos movimientos convocaron a sectores relevantes de la po­
blación y a muchos intelectuales, reunidos en particular en el impor­
tante periódico Otro derecho, editado en Bogotá. En otros países, como
76 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

Brasil, principalmente en el sur, ese movimiento también surgió


junto a lo que algunos llamaron “derecho hallado en la basura”, que
inspiró a muchos activistas y luchas populares contra los regímenes
autoritarios y /o excluyentes que por largo tiempo dominaron esas re­
giones. Para algunos analistas, el movimiento fue, lamentablemente,
expropiado por las reformas del poder judicial de la década de 1990.
De h ech o, la tendencia a la descentralización que implicaron era si­
milar a los puntos de la agenda del Banco Mundial para la reforma
legal y se la consideró parte del esfuerzo para proporcionar acceso a
la justicia a los pobres y a los étnicamente diferentes (Acosta, Burgos
y Flórez, 1994; Burgos, 1996).

En el terreno del derecho en América Latina, emergieron m olim ien­


tos pluralistas que combinaron lo que a menudo se denominó “sena­
dos legales alternativos” de varios tipos, en el contexto de la búsqueda
de una lógica y una práctica de los sectores populares y de intelectua­
les que podrían desafiar la hegem onía de los poderes instituidos en la
región. Estos movimientos operaron en una esfera no gubernamental.
A menudo, al apoyo de los sectores populares, le seguía la práctica pro­
fesional y la reflexión acerca del derecho y del cambio social más am­
plio. Éste es uno de los elementos que desaparece de la práctica y de la
reflexión orientadas por los proyectos dirigidos por el Banco Mundial.
Los movimientos sociales declinaron, y dejaron el reino de la teoría
y del pensamiento normativo para aquellos que miran de manera ses­
gada ciertos desarrollos contemporáneos. En la mejor de las hipótesis,
hay una colaboración en red entre los movimientos y el Estado, en una
concepción optimista, o la cooptación de aquéllos por éste, si la cues­
tión es vista de forma pesimista. Lo que ocurre es que aquellos movi­
mientos participan en la reforma de la justicia y el desarrollo de espa­
cios alternativos o extrajudiciales para la resolución de conflictos. Hay
variaciones de país a país. Mientras que en México la cooperación es
rara, en la Argentina y Brasil es más frecuente. De todos modos, la tecni-
ficación y la individualización resultan de esos cambios institucionales
(Burgos, 1996; Pogrebinschi, 2002).
Por otro lado, en el contexto de las reformas constitucionales en
países como Bolivia y Ecuador, así com o también Colombia, se implan­
taron muchas de las innovaciones que se relacionan con el pluralismo
D ERECH O, D ERECH OS Y JU S T IC IA 77

y el ejercicio autónomo de sistemas legales alternativos, lo que capacitó


a las poblaciones originarias para ejercer una versión transformada de
prácticas legales supuestamente tradicionales. Si ello fortaleció la liber­
tad -la democracia y la autonomía- para esos sectores, los procedi­
mientos y las decisiones arbitrarios, así como el alcance de esos siste­
mas alternativos, se tornaron un problema de resolución espinosa.
¿Debería el poder judicial principal, oficial, permitirla quema de “bru­
jas” realizada por poblaciones originarias (como en Bolivia) o la expul­
sión y la expropiación de una minoría de grupos protestantes en co­
munidades indígenas dominadas por el catolicismo popular y sus “usos
y costumbres” (como en México)? ¿No siendo éste el caso, qué es lo
que realmente se quiere decir con pluralismo legal en un Estado cons­
titucional? ¿Hay alguna posibilidad de que las reglas jurídicas indíge­
nas sean trasplantadas a la sociedad inclusiva y configuren lo que se se
podría llamar un proceso de “interculturalidad”? Ésta es una cuestión
problemática para la cual no parece haber respuestas, las cuales han
variado en términos de alcance y consistencia, para no mencionar los
conflictos planteados por los casos más difíciles (Yashar, 1998; Van
Cott, 2000; Walsh, 2002; Gross, 2003).
Así como la solidaridad puede incrementarse en el plano local, el al­
cance excesivo del ejercicio del pluralismo puede amenazarla en una
escala más amplia, nacional. El conflicto de responsabilidades entre
agentes legales locales y los tribunales nacionales se convierte en un
tema delicado.
Es necesario que m encionem os, también, otras manifestaciones
del pluralismo legal. En primer lugar, la difusión del “arbitraje” por
ju eces no profesionales y por fuera de los tribunales, lo que agiliza y
flexibiliza, sobre todo, las relaciones entre los agentes económ icos
(O Globo, 2003). Eso se cruza con la disem inación de un tipo de le­
gislación y procedimientos legales que se desdoblan por encima del
nivel estatal nacional, especialmente cuando las grandes corporacio­
nes transnacionales establecen negocios en América Latina, tal como lo
hacen en otras partes del mundo (incluidas las reglas de las agencias
reguladoras globales; véase capítulo 2). Para algunos esto se vincula­
ría a la declinación del Estado-nación y a la superación del “fordismo”
(véase capítulo 2), que demanda más flexibilidad en las transacciones
económicas y en la resolución de disputas (Faria, 1999; Palacio, 2000). Es
7S LA M O D ER N ID A D C O N T E M PO R Á N E A

así como la libertad y la responsabilidad neoliberales, incluso de un


tipo corporativo, se incrementan.24
Genéricamente, sin embargo, resulta bastante evidente que el plura­
lismo social se expresa en la institucionalización del pluralismo legal
con diferentes ropajes. Podría también argumentarse que emerge en
el acceso de la población a la justicia. Eso ocurre no sólo porque el ob­
jetivo y la variedad de cuestiones se amplían: los agentes legos y sus
perspectivas específicas también ganan espacio en el terreno institucio­
nal que, de forma general, estuvo dominado exclusivamente por profe­
sionales y fue muy formalista y excluyente (Boaventura de Sousa San­
tos, 1995). Lo que se hará con eso es algo que aún está por verse, en
principio porque se generan resistencias y abundan los problemas. La
participación popular plantea desafíos y es democratizadora así como
a menudo antiuniversalista, y pasa a quedar dominada -com o sucede
toda vez que el Estado se retira de su papel de agente universalizador-
por individuos o colectividades más poderosas, ya sea en lo que se refiere
a los conflictos locales y nacionales o en un plano más global.

UNA TENDENCIA A LA CONSTITUCIONALIZACIÓN


Una última cuestión a abordar es el papel reforzado de las constitucio­
nes en América Latina. El fin de las dictaduras militares y del régimen
del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México confirió una
importancia sin precedentes a los arreglos constitucionales en el subcon­
tinente. Se eligieron asambleas constituyentes o se retomaron y enmen­
daron constituciones anteriores. Evidentemente, la democracia liberal
se hallaba en el centro de tales procesos, aunque Chile, en particular
hasta 2004-2005, aún sintiese el peso del poder y de los arreglos cons­
titucionales derivados de la transición controlada por el general Pinochet
(Manuel A. Garretón, 2003, parte II). De modo general, sin embargo,
la democracia representativa, con grados variados de reglas participativas
o de democracia directa, se encuentra bien sedimentada.

24 El problema aquí es también en qué medida el modelo del individuo


-típicamente aplicado a las empresas en el esquema del “principal-
agente”- es aún válido, o si la firma en red viene a sustituirlo. Véase
Gunther Teubner, 1996,
D E R E C H O , DERECHOS Y J U S T IC IA 79

Además, un desarrollo que se produjo en la mayoría de los países del


civil lazo parece ahora operar en América Latina. Estaría ocurriendo un
alejamiento de la predominancia de códigos específicos (civil, penal,
laboral, entre otros), en favor de una norma constitucional de más alto
nivel. Serían necesarias más investigaciones para sostener un argu­
mento más fuerte y sustancial al respecto, pero lo anterior parece claro
en dos áreas. En primer lugar, las Cortes Supremas y la Constitución
comenzaron a desempeñar, en el continente, un papel análogo al que
desempeñan en los países del covimon latu, a pesar de las distorsiones y
la manipulación política (México es un caso en el que es patente una
terrible continuidad entre el período anterior del PRI y el presente)
(Merryman, 1985, p. 156; Vianna et al, 1999; Bergogli, 2003; Lopéz-Ay-
llon y Fix-Fierro, 2003 y 1999; Domingo, 2000; Pásara, 2003; Macaulay,
2005; Al Giordano, 2006). En cierta forma, esto contrasta con la flexi-
bilización del derecho hacia abajo; en otro sentido, posiblemente surja
como la otra cara del mismo proceso. En lugar de la rigidez de los có­
digos es la compatibilidad d é la legislación ordinaria con principios ge­
nerales y universales lo que está en pauta. Eso ocurre a pesar de los pro­
blemas que surgen en lo que atañe a la implementación, mayormente de
los derechos civiles, y a menudo a la violencia estatal.
En segundo lugar, las nuevas constituciones de América Latina, o los
textos constitucionales reformados, se encuadran en lo que puede deno­
minarse “constitucionalismo aspiracional”, que persigue el cambio social
antes que la preservación del orden. Eso es algo de lo que pueden apro­
piarse -y de lo que, en efecto, se han apropiado- los movimientos socia-
' les y los jueces para desarrollar políticas y proyectos específicos. El pro­
blema aquí es que existe el riesgo de un acomodamiento basado en
derechos supuestamente ya dados (esto es, aquello a lo que me he re­
ferido anteriormente como el aspecto instituido de la ciudadanía en
detrimento de su aspecto instituyente) (García Villegas, 2006).
Todo esto ofrece fuertes evidencias. Sin embargo, aún deben conso­
lidarse los desarrollos sociales en curso y, a la vez, realizarse investiga­
ciones más profundas y abarcadoras en América Latina para verificar
esta última hipótesis. La fl exibilización de la lógica jurídica y los nuevos
desarrollos del derecho tendrán lugar gracias a la creciente complejidad
y a las demandas que alcanzan al sistema judicial en América latina como
en otros lugares.
8o LA M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

En las páginas siguientes, situaré los desarrollos hasta aquí analiza­


dos dentro de la concepción ya introducida de la tercera fase de la
modernidad.

CONCLUSIONES PARCIALES: ABSTRACCIONES REALES, COORDINACIÓN


SOCIAL Y LAS (RENOVADAS) RELACIONES ENTRE CONCRETUD
Y UNIVERSALIDAD

Como se afirmó al com ienzo de este capítulo, el derecho, los derechos


y la justicia constituyeron elementos cruciales por medio de los cuales
el imaginario de lajnodernidad se expresó de rnaneras específicas_en
la América Latina contemporánea, cuestión que también se vincula
con formas institucionales^Hemos visto que los cambios que se produ­
jeron fueron numerosos, y que la ciudadanía, como una forma clave
de reencaje, fue el centro del proceso de democratización. En ese sen­
tido, el viraje consistió en una manera de construir juna población más
hom ogéneV con algunos elementos abstractos en común en.cada país.
Otras tendencias, sin embargo, presionan en la dirección d d plura­
lism o y privilegian una concepción más heterogénea de los derechos
en ía agenda política. HayTsin embargo, limUaciones y restricciones a
la expansión de esos derechos.
Los derechos civiles no fueron totalmente garantizados, en especial
a los pobres, y una concepción estricta, neoliberal, de la libertad, que
se expresaba en políticas sociales focalizadas, emergió en oposición a la
noción de libertad igualitaria. Si esto prevalece a largo plazo, la tercera
fase de la modernidad se alejará de uno de los valores fundamentales
de su imaginario. De esta forma, la riqueza del pluralismo emergente
quedaría minada por una concepción individualizante y degradada de
la libertad que atenta contra su carácter universalista y unitario. Si a
eso le agregamos las desigualdades generalizadas y las formas de domina­
ción capitalista y burocráticas que atraviesan América Latina, se vuelve pa­
tente que la institucionalización de la modernidad en la región podría
desembocar en un modelo unilateral y antidemocrático.
Ya he mencionado el carácter problemático de los partidos, rasgo que
constituye un límite para la participación. También, debe señalarse el
D ER EC H O , D ER ECH O S Y JU S T IC IA 8l

cuño jerárquico de la esfera pública, ya que los medios de comunica­


ción comerciales (basados en oligopolios) tienen enorme poder. Am­
bas cuestiones serán tratadas con detalle en el capítulo 3. El fin (o la
decadencia) del corporativismo fue difícil de superar, especialmente
en lo que se refiere a los acuerdos alternativos y más allá de los acuer­
dos electorales “poliárquicos” típicos de la democracia liberal. De
modo general, la participación y la representación (o sea, la lógica dis­
tinta y antagonista del “demos" y de la “polis”) esperan aún una solución
más avanzada en América Latina así como en otras partes (dos Santos,
1988, cap. 4). También, de modo negativo, el clientelismo, sobre todo en
sus formas más antiguas, se configuró com o m edio suplementario
por el cual el Estado atendía las demandas concretas de las poblaciones
marginadas, en conjunto o en paralelo con el papel que desempeñaban
las abstracciones reales.
Aun así, a pesar de las dificultades para encontrar su camino en la
tercera fase de la modernidad, América Latina fue capaz de plantear
cuestiones importantes sobre la ciudadanía y de construir coaliciones y
redes mediante las cuales podían articularse las demandas plurales y las
voces políticas en esa situación bastante alterada. A eso se suma el
enorme avance y consolidación de la participación de las masas en las
disputas y los debates electorales. De hecho, la política fue mucho más
sensible a la participación de las masas, que en otras partes (concreta­
mente, en los Estados Unidos y Europa). Por lo tanto, a pesar de lo
acertado de la crítica de O’Donnell a las democracias de “baja inten­
sidad” en América Latina, es dable reconocer, con Conighan, que el
subcontinente no está atascado en ese punto.
Al contrario, ha experimentado un gran movimiento (O’Donnell,
2004; Conighan, 1986). De ello derivó una perspectiva renovada para
la democracia, y emergieron y se afirmaron movimientos sociales y al­
ternativas institucionales, no sin mucho sufrimiento y luchas feroces.
Esa dialéctica entre la ciudadanía instituida y la instituyente vemos ope­
rar hoy en América Latina, que por otro lado significa que los dere­
chos como “abstracciones reales” aún tienen un lugar destacado en
esos países. Lo que aquí puede parecer como diferente, en ese exacto
momento, es que las expresiones a través de las cuales el lenguaje de
los derechos se mantiene vigente asumieron un cariz mucho más plu­
ral y concreto. Por otra parte, si dirigimos la mirada al funcionamiento
D ER EC H O , DERECHOS Y 'J U S T IC IA 8 3
82 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

í e sto es, tra n s p a re n te s , q u e e l E s ta d o . S o la m e n te cie rta s p re s u p o s ic io n e s


d e l p o d e r ju d i c i a l - u n a fu e rz a e n e x p a n s ió n , im p u ls a d a p o r d e m a n ­
id e o ló g ic a s m u y fu e rte s p u e d e n d a r esto p o r s e n ta d o .
das p o p u la r e s y p e rs p e c tiv a s p r o fe s io n a le s - , d e s c u b r im o s q u e t ie n d e
Es eso lo q u e b á s ic a m e n te im p o r t a c o n r e s p e c to a lo s m e c a n is m o s
a m a n e ja r d e m a n d a s p lu ra le s y casos e s p e c ífic o s c o n u n a o r ie n ta c ió n
, d e a r t ic u la c ió n d e la v id a s o c ia l, e n o tr a s p a la b ra s , a q u e llo s e le m e n to s
m e n o s a b s tra c ta y “ a p r io r í s t ic a ” q u e a n te s. U n a ve z m ás, lo c a liz a m o s
; q u e o r g a n iz a n la a c c ió n d e lo s in d iv id u o s y e l m o v im ie n to d e las c o le c -
u n a le ja m ie n to d e lo a b s tra c to y u n a a p r o x im a c ió n p o s itiv a a p ro ce so s
| tiv id a d e s en té rm in o s p rá c tic o s .
s o c ia le s y s itu a c io n e s c o n c re ta s . Si la h e t e r o g e n e id a d d e la v id a so­
c ia l y a s u r g ió e n este c a p í t u lo y e n d o a l e n c u e n t r o d e la c iu d a d a n ía y
i E n c u a n to a lo s p ri n c ip io s , d e b e sum arse a esta d is c u s ió n u n e le m e n to
| a d ic io n a l, q u e e xp re sa ta m b ié n , y e n este caso q u iz á d e m a n e ra m á s auspi-
p e n e tr a n d o in c lu s o e n su e s tr u c tu r a , e n las p á g in a s s ig u ie n te s ese as­
■ ciosa, el paso de ^ m é lic a L a tin a a la te rc e ra fase de la m o d e rn id a d . L a p lu -
p e c t o se t o r n a r á a ú n m á s e v id e n te . U n g i r o m o d e r n iz a d o r a b a rc a ­
; ra lid a d d e l d e re c h o y de la ju s tic ia , ta n to en lo q u e c o n c ie rn e a las in s titu -
d o r, in c lu y e n d o u n a va sta g a m a d e o tr o s m á s lim it a d o s , así c o m o
; c io n e s c o m o a las c o n c e p c io n e s , la o rie n ta c ió n m ás fu e rte d e l p o d e r
o fe n s iv a s e f e c tiv a m e n te c e n tra d a s , es r e s p o n s a b le d e esa d in á m ic a ,
j ju d ic ia l h a c ia lo c o n c re to d e las situ a cio n e s, las re d e s e m e rg e n te s e n tre el
e s p e c ífic a d e l im a g in a r io y d e la s in s t it u c io n e s m o d e r n a s e n A m é r ic a
1 Estado y las c o le c tiv id a d e s sociales, así c o m o la c o n s tru c c ió n de co a licio n e s
L a t in a h o y .
I e n t o m o a c ie rto s d e re c h o s , c o m p o n e n u n c o n ju n to de d e s a rro llo s q u e
E n té rm in o s d e las d in á m ic a s y las c a ra c te rís tic a s d e lo s m o v im ie n to s
tie n e u n c o n tra p u n to en los pro ceso s d e u n iv e rs a liz a c ió n e n e l p la n o cons­
so cia le s (e n cuyos c o n to rn o s p re c is o s n o s d e te n d re m o s en e l c a p ítu lo 3 ),
titu c io n a l. ¿ P o d ría m o s d e c ir q u e la g e n e ra liz a c ió n d e los va lo re s y de las
e m p e z a m o s a a d v e r tir q u e , d e a p o c o , v a n d e s c u b rié n d o s e nuevas fo rm a s
n o r m as e m e rg e e r r ia. c o n c ie n cia social y se e í q r r e r a e r m r r ^
de e n f r e n t a r c o n d ic io n e s sociales m o d ific a d a s , c o m o las d e scrita s
nales q u e p u e d e n , p o r eso, e n c u á d r a te ! p liir a lism o .so cia l y s u s c onsecuen-
c u a n d o d e lin e é la m o d e r n id a d c o n te m p o rá n e a e n e l s u b c o n tin e n te . Es­
das.en_un ré g jm e n ,im a rin .a iÍQ ,e ,u is titu c io n a l m ás a m p lio ? C re o q u e sí. L o s
p e c ia lm e n te , e n e l p la n o lo c a l, se h a in te n t a d o lle v a r a c a b o red es y
p rin c ip io s c o n s titu c io n a le s s o n s im u ltá n e a m e n te u niversales y m ás fle x ib le s
a lia n za s, a c u e rd o s m ás fu g a ce s y p ro y e c to s c o m p a rtid o s , a veces d e a l­
q u e las n o rm a s establecidas p o r los códigos. A q u í p o d ría observarse u n des-
ca n ce y d u r a c ió n lim ita d o s . S in e m b a rg o , en lo re fe r id o a la r e la c ió n e n ­
a iT o llo ^ rá le c tic o T s e 'p ro d u c e c ie rta d e b ilita c ió n de 1 ^ abstrae d o n e s reales
tre E s ta d o y s o c ie d a d h a y u n la rg o c a m in o p o r re c o rre r.
(so b re to d o en los d e re c h o s in d iv iduales) e n la m e d id a e n q u e se c o n sid e ra
L o s p r o b le m a s g e n e ra d o s p o r e l p a sa je a la t e r c e r a fase d e la m o ­
q u e los casos in d iv id u a le s e n c u e n tra n su fu n d a m e n to ta n to en las abstrac­
d e r n id a d im p lic a r o n u n a p r e s ió n p a r a A m é r ic a L a tin a , p e r o su des­
c io n e s reales c o m o é n la iñ te ^q p ré fa c io ñ ^d e 'lF C o ris S fu c ió n , lo q u e im p lic a
a r r o llo e n ese s e n tid o h a s id o d e s ig u a l, y e n m u c h a s á re a s c ru c ia le s se
u n tip o de d e re c h o p r o d u c id o p o r los ju ece s más sensible a cuestiones co n :
h a a f e r r a d o a s o lu c io n e s q u e h a n r e s u lta d o s e r in c a p a c e s d e l i d i a r
sus^ ü ^ fE r-p F a g m a ti'M d jú ríd ic o p u e d e re a lm e n te g a n a r te rre n o
c o n esos n u e v o s p ro b le m a s . L a d e m o c r a c ia re p re s e n ta tiv a , la m u l t i ­
e n ese p ro ce so d e u n iv e rs a liz a c ió n , fle x ib iliz a c ió n y d e re c h o (p o lític a ­
p lic a c ió n d e esferas p ú b lic a s , las f o im a s a lte rn a tiv a s d e g o b ie rn o lo c a l, la
m e n te ) p ro d u c id o en los trib u n a le s (E is e n b e rg y P o g re b in s c h i, 2 0 0 2 ).
a p e r tu r a d e l p o d e r ju d ic ia l: to d o s ésos son d e s a rro llo s q u e b u s c a n o rg a ­
Ésos s o n d e s a rro llo s e n c u rs o e n .A m é ric a L a tin a e n lo s cua le s e l d e re ­
n iz a r a la p o b la c ió n y c a n a liz a r sus “ in te re s e s ” y su m o v iliz a c ió n . E m e r­
c h o y la ju s tic ia está n a d e c u á n d o s e a la c o m p le jid a d c r e c ie n te d e la v id a
g e n n u e va s in s titu c io n e s , se re m o d e la n o tra s m ás a n tig u a s , p e ro p e r d u ­
, s o c ia l. E n _ e l . f o n d o , la s a b s tra c c io n e s re a le s e s ta ría n , así, v in c u la d a s a
r a n s e rio s p r o b le m a s . A u n q u e e n ese s e n tid o p u e d a n id e n tific a r s e las
m o v im ie n to s c o n c r e to s q u e re c la m a n d e re c h o s y r e c o n o c im ie n t o .25
re d e s - e s to es, la c o la b o r a c ió n v o lu n ta r ia e n tre lo s a g e n te s - a q u í y a llí,
h a s ta a h o r a s ó lo se h a n d a d o t ím id o s pasos p a ra re s o lv e r e l p ro b le m a ,
q u e n o es e x c lu s iv a m e n te la tin o a m e r ic a n o (D o m in g u e s , 2 0 0 6 ). P o r lo 25 Véase Axel H onneth, 1992. Pero con mucho más espacio para las
g e n e ra l, la c o la b o ra c ió n se e s ta b le c ió e n tr e e l E s ta d o y c ie rta s O N G , particularidades de lo que él percibe en 2001. Véase el capítulo 3 de
c o m o si éstas re p re s e n ta s e n a la s o c ie d a d o fu e s e n m ás “a c c o u n t a b l i ', este lib ro .
84 LA M O D ER N ID A D CO N TE M PO RÁN E A

Pero gntonces, en lugar de una comprensión kantiano-kelsiana del


proceso (no obstante sus renovados y más avanzados fundamentos
intersubjetivos, tal como los delineara Habermas, 1992), sería algo
más próximo a una perspectiva hegeliana lo que estaría subyacente
a este tipo de desarrollo normativo. Él “patriotismo de la Constitu­
ción", para u sarjaexpr esjón dpi propio Habermas (1998), no resul­
taría del deseo de contar con un marco abstracto general que sería
ahterioT "a la vfcfasodatcÉ ^ ser ía una respüestálTiá' di­
námica concreta de las reivindicaciones individuales, de las luchas
sociales y de la pluralizaciónjsocia]gefieral. que se profundiza y se
| expresa en otras instituciones en el Estado y en la sociedad, como
respuesta de los agentes sociales,(especial, aunque no únicam ente,
I jueces y constitucionalistas) a los problemas desatados por aquellos
elem entos.
En ese sentido, la ciudadanía y los derechos, cualesquiera que sean
sus problemas en todos los planos (civil, político, social), permanecen
como un ancla de la modernidad y de la modernización. Sin embargo,
de manera sutil, aparecen de forma distinta en las sociedades latinoa­
mericanas contemporáneas, en sus aspectos imaginario, institucional y
de coordinación, y expresan y contribuyena los cambios de largo al-
~ canee que caracterizan, en esa región, la tercera fase de la modernidad
ti ‘V*hC\

global aún en desarrollo.


Podemos relacionar y establecer algún proceso de difusión y conta­
gio en lo que se denominó tercera “ola” de democratización, pero más
bien circunscribiéndolo a la propia América Latina, aunque en algunas
dimensiones específicas (tal como la reforma del derecho bajo los aus­
picios del Banco Mundial), las agencias y los poderes internacionales
efectivamente desempeñan un papel muy relevante. Además, los valo­
res de la modernidad tuvieron un impacto decisivo y de gran alcance
sobre los países latinoamericanos. Pero conviene señalar, respecto de
esas cuestiones, que todos esos impulsos han sido filtrados por las con­
diciones sociales, las relaciones y las luchas que, desde el siglo XIX y,
especialmente, durante las últimas décadas en esta acelerada tercera
fase de la modernidad, han caracterizado al subcontinente. Es verdad
que eso ocurre en todas las dimensiones de la vida social, sin embargo
el núcleo compuesto por derecho, justicia y ciudadanía presentó esa
dinámica de modo contundente, (Eso se tomará más claro cuando en
D E R E C H O . D ER EC H O S Y J U S T IC IA S 5

los capítulos siguientes se expongan otras dimensiones, en términos de


contrastes y complementación.) Ello depende de la existencia de condi­
ciones sociales más libres y dejas perspecth>as de cambio de Jas poblacio­
nes latinoamericanas, la expresión vigorosa de sus demandas y su más o
menos permanente,'ávecesbmidÓsá, aveces casi silenciosa, movilización
en apoyo de sus valores, intereses y metas.
Si procuramos insertar la discusión en un campo conceptual aún
más amplio, podemos afirmar que este estudio muestra claramente
que la modernidad com o una civilización, se encuentra en proceso
de desarrollo. Dentro de esta civilización global moderna, que sigue
un patrón originalmente surgido en Occidente, se desdoblaron mu­
chas variantes, que a su vez se mezclaron con.otras formas de inter­
pretar aquella matriz básica. Así como en otras partes del mundo la
combinación de la modernidad con otras civilizaciones, bajo la hege­
monía de aquélla, dejó más espacio para éstas, en América Latina las
particularidades también abundan.
No me he referido aquí a los reencajes concretos en lo que eso es aún
más claro -tarea que queda reservada para el capítulo 3-, pero la posi­
ción original y las vías específicas que conducen a la modernidad para no
hablar del pluralismo legal, expresan la sumatoria de todo aquello en
forma directa. En este caso, sin embargo, debemos notar que esta hetero­
geneidad subyacente de la vida social es. de algún rhocfo, formalmente
superada ya sea por eFuniversalismo abstraed, presente desde sus oríge­ . ^ v
nes en eí concepto d é^ iú d 'á d ^ S ^ o ^ ls recientementej p ó f úna sóíú-
-Son^fqúíIecfom^pjueSusca una manera de conciliar ese úniversalismo
abstracto y la heterogeneidad concreta,, con problemas y, a veces, con fra-l
casos?Tan importante para el argumento aquí apuntado es el hecho de
que hoy la tercera fase de la modernidad asume aspectos distintos de
acuerdo con las regiones y los países, algo que, en una línea de continui­
dad, modifi ca los patrones originarios, imaginarios e institucionales, sin
romper con ella (en contraposición a concepciones posmodemas o pu­
ramente de “red" de las sociedades contemporáneas, tan comunes en la
literatura específica):. Fue una dimensión singular de este proceso en una
región específica lo que hemos estudiado en este capítulo.
Así pues, creo que la afirmación hecha al com ienzo fue confir­
mada: la libertad igualitaria ha estado desde siempre en el centro
del desarrollo de la historia de los últimos dos siglos en la vida social
S6 LA M O D ER N ID AD CO N T E M P O R Á N E A

y en las luchas populares latinoamericanas. En efecto, los círculos


dominantes locales, los grupos burgueses y los líderes democráticos
han desem peñado cierto papel en la lucha por la libertad en el sub­
continente, como ha sucedido también en otras partes. De forma
más radical, desde al menos la década de 1920, colectividades popu­
lares de distinto tipo han cuestionado la concentración del poder
-alocativo en lo que se refiere a la naturaleza, político frente a la orga­
nización general de la sociedad y del Estado y hermenéutico-simbólico
en lo que concierne a la cultura y a la identidad-y los privilegios de los
que gozan las colectividades dominantes.
La realización de la libertad igualitaria como el principal elemento
en el horizonte emancipatorio de la modernidad y una profundización
de las instituciones y prácticas democráticas, junto a formas renovadas de
solidaridad, se conrirtieron en temas clave, especialmente desde que el
socialismo se tornó un proyecto más complicado de implementar (lo
que como contrapartida implica la permanencia de formas cruciales de
dominación capitalista y límites para la realización de la libertad igualita­
ria en el marco de la modernidad, en la cual el capitalismo resulta ser un
eje institucional fundamental).26Esa renovación de la libertad igualitaria
y de la democracia se llevó a cabo en términos del establecimiento de
disposiciones formales, en las cuales las “abstracciones reales” evidencian
centralidad, en las dimensiones civil, política y social (al menos com o
aspiraciones y metas, cualesquiera que sean las limitaciones con que
efectivamente nos encontramos y la insidiosa inclinación a torcer el
propio significado de la libertad), pero también en términos de una
exploración de las potencialidades de las prácticas democráticas y de la
participación -e n ló que concierne al aspecto activo de la ciudadanía- en
muchas arenas y prácticas sociales específicas.
De las tres perspectivas que luchan por un espacio en las sociedades la­
tinoamericanas en el comienzo de esta tercera fase de la modernidad, el

26 Como se sabe, he ahí el punto de donde partió la “crítica inmanente”


a la modernidad: la comprensión de que hay una contradicción
fundamental entre las promesas de la modernidad y la imposibilidad
de realizarlas dentro de sus límites. El socialismo y el comunismo
tradujeron aquellas aspiraciones en un lenguaje diferente, al agregar
nuevos elementos a su articulación conceptual y de alguna manera, al
modificarlos. Véase Seyla Benhabib, 1986.
D E R E C H O , DERECH OS Y JU S T IC IA 87

“proyecto” progresista - o el resultado de sus componentes más descen­


tralizados- presta mayor soporte a aquel aspecto instituyente. En con­
trapartida, la concepción neoliberal, o incluso liberal, se contenta con
confinar la democracia a su marco institucionalizado, o busca hacerlo
activamente. El autoritarismo rechazaría totalmente o mantendría la
ciudadanía en el nivel mínimo, incluso en sus momentos instituidos
(garantizando los derechos necesarios al capitalismo, por supuesto).
Breguemos para que los giros modernizadores democráticos que pros­
peran en América Latina salgan victoriosos de esas batallas como los
portadores del avance de la civilización moderna a través de la actiridad
de su ciudadanía emergente.
2. Desarrollo, globalización
y búsqueda de alternativas

América Latina no ha tenido éxito en la remodelación de sus


sistemas productivos, en este fin de siglo, para reinsertarse en la nueva
economía globalizada y lanzarse a la búsqueda del desarrollo tanto en
el plano económico como en el social. Una vez másase pone en eviden­
cia que no puede haber una simple reproducción _dc los esjtadjosjgue
atravesaron los países centrales. Fueron numerosas las reformas econó­
micas, financieras y estatales que se llevaron a cabo: no hubo país lati­
noamericano, ni siquiera Cuba, que se negara a intentar nuevos cami­
nos económicos. Pero ninguno de ellos ha retomado los procesos de
acumulación de capital con suficiente vigor y con una clara dirección,
incluso luego de las terribles crisis financieras que golpearon el sub­
continente en los años noventa. Tampoco fueron capaces de aprove­
char la condición positiva, expansiva, de la economía global después
del cambio de siglo. La prolongada crisis y, finalmente, la muerte del
“desarrollismo nacional” no significaron que se encontrase un sucesor
que tuviese la misma fuerza y legitimidad. Las propuestas del neolibe-
ralismo en general han fallado, y generaron duras condiciones sociales
en términos de estancamiento económico y atraso.
Gran parte de la discusión acerca de la complicada situación de Amé­
rica Latina en las últimas décadas se concentró en las cuestiones denomi­
nadas “macroeconómicas”, lo que todavía de cierta forma reflejaba las
preocupaciones de los neoliberales, que imaginaban (o al menos así lo
argumentan públicamente) que la mera apertura de los mercados a la
competencia extranjera y la retirada del Estado resolverían la cuestión
del crecimiento y el desarrollo. Ciertamente, también se debatieron
oTroí tenias, tales como los mercados de trabajo, la reestructuración
go L A M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

industdalj la “reprimarizadoii1' y. cada vez más, la tecnología y la innova-


don, )'en menor escala, pero con argumentos más sustantivos, los mode­
los de regulación y acumulación. Me concentraré en las últimas cuestio-
iTer'a'úte's^que en las reformas de la década de 1990, aunque las vaya
presentando en sus elementos principales. Especial atención merecerán
las posibilidades de una emergencia postergada de nuevos modos de re­
gulación y de nuevos regímenes de acumulación. Las diferencias entre
los países latinoamericanos serán señaladas, aunque sus aspectos y pro­
blemas comunes, sus necesidades y posibilidades, así como su peculiar
inclusión en la civilización moderna global, demostrarán ser tan fuertes
como en el pasado.
El capitalismo es el “modo de producción” que ha organizado la vida
económ ica de la región especialmente durante el siglo XX. Por lo
tanto, en este análisis destacaré la dominación de clase, así como el
control y la dominación de la naturaleza, aunque en el capítulo 3 con­
sideraré detalladamente esta última. La teoría de la modernización -d e
hecho, una ideología liberal- tiene en el mercado un rasgo necesario
del progreso evolutivo. En él debían desarrollarse el “emprendedo-
rismo” y la racionalización de las prácticas económicas, contra otras,
tradicionales (basadas en la familia, en el particularismo, en la afectivi­
dad, en el nepotismo, en la aversión a la innovación y al riesgo). Se daba
mucha importancia a los valores y a su transformación (Lipset, 1967).
Una vez más, vale recordar que Parsons lo propuso como un “universal
evolutivo", oriundo de la diferenciación social (Parsons, 1967 y 1971). El
evolucionismo de Habermas lo llevó, desde una fuerte crítica a Marx, a
repetir la concepción de Parsons y a enfatizar que Iqsjnercados eran una
realización de la evolución, gracias a la complejidad de las sociedades mo­
dernas y a la necesidad de^aliviar la comunicación lingüísticamente me­
diada (que, supuestamente, los mercados excluirían). A eso hayjque_su-
marle que Habermas ve los mercados a través de un prisma muy
neoclásico, según el cual la estabilización de las expectativas individuales
genera equilibrio, una descripción absolutamente carente de sutilezas^

IJürgen Habermas, 1981. Para una crítica que se apoya en la fuerte y


reciente sociología económica, véasejosé Mauricio Domingues,
1999, cap. 6.
D ESA R R O L LO , G L O B A LIZA C IÓ M Y BÚSQU EDA DE ALT E R N A T IV AS g i

Los mercados-son realmente aspectos institucionales clave de la mo­


dernidad, pero son mercados capitalistas (estructurados por las clases,
y no simplemente mercacíos, en abstracto), al paso que su constitución
estatuaria e insütucíonal específica varía ampliame.nte en el,espacio-
tiempo, deb id o jil posicionamiento de las regiones según distintos
equilibrios de poder global. Cabe agregar que las economías capitalis­
tas incluyen otros elementos que no pueden, de modo alguno, ser re­
ducidos al intercambio voluntario entre individuos y colectividades.
Como veremos más adelante, otros mecanismos de coordinación están
presentes en los sistemas económicos modernos. Como esos sistemas
económicos son moldeados en los pla.nos local, regional, nacional y
globalTdependenjde los giros modernizadores de mdiyidu.o.s_y.,cQlectí-
vidades de diversa extracción, que poseen metas variadas. Resultados,
concretos, antes que mercados en abstracto, derivan de las interaccio­
nes económicas,^políticas y culturales, que cuentan, especialmente hoy¿
con actores muy poderosos y bien organizados, que frecuentemente
llevan a cabo agudas ofe n sivasm o de rn izad q ras, co m o l o s e lem e n tos
que disparan el cambio social.

EL CAPITALISMO Y EL PROYECTO MODERNO, LOS MERCADOS


Y EL ESTADO

La utopía de la m odernidad-que se sitúa en el corazón de muchas de


sus ofensivas modernizadoras- mantuvo, desde su comienzo, una pers­
pectiva de homogeneización radical de las condiciones sociales básicas
en las sociedades nacionales. Polanyi realizó una evaluación fuerte, aun­
que un tanto sesgada, de ese proyecto, el cual, habiendo capturado el Es­
tado, creó las condiciones para lo que llamó mercado “autorregulado”
(basado, por lo tanto, en instituciones). Éste debía recorrer el tejido so­
cial y establecer la predominancia de sus mecanismos de coordinación
-un cambio voluntario- sobre cualquier otro tipo de relación social. La
libertad era básicamente la libertad de vender y comprar. Elemento clave
en nuestro análisis en el capítulo 1, el sistema de derechos, y especial­
mente el aspecto civil de la ciudadanía, era crucial para eso, en la me­
dida en que garantizaba los derechos de propiedad así como el derecho
92 L A M O D ER N ID A D C O N TE M PO R Á N E A

de cada uno a vender su fuerza de trabajo. Las jerarquías tenían un pa­


pel que desempeñar en las relaciones entre el Estado y la sociedad, pero
aquél se convertiría en mero “perro guardián” que haría respetar los
contratos y evitaría que la libertad de uno se opusiese a la de otro. Sólo
en ese sentido limitado (y en los procesos penales que eran el amargo
fin de tales relaciones) el comando tenía una función que cumplir. Las
redes en particular eran rotundamente desechadas: incluso los sindica­
tos eran supuestamente una infracción a la libertad de los trabajadores
individuales y la libertad de contrato en general.
Las jerarquías tenían además otro papel, sobre todo en lo relacio­
nado con la fábrica y la familia, mediante los contratos de trabajo y de
matrimonio. De ese modo, los trabajadores y las mujeres renunciaban
a su soberanía y se convertían en subordinados al ejercicio del co­
mando en esos dos espacios. La propia pobreza n o sería totalmente su­
perada por este tipo de arreglo revolucionario (que era visto, sin em­
bargo, como la expresión más adecuada de la especie humana) y por
la homogeneización de las condiciones sociales, excepto para aquellos
que no asumiesen la responsabilidad por su destino individual y esco­
giesen permanecer en los márgenes de la sociedad, y quedasen, por lo
tanto, excluidos de la dirección de aquellos con luces superiores. En
suma, el mercado -capitalista en verdad, que incluía relaciones jerár­
quicas entre las clases sociales y los géneros- estaba en el corazón de la
primera fase de la modernidad en Occidente en el siglo XIX, si no total­
mente en términos de sus instituciones (toda vez que muchos países se
demoraron en la transición del sistema feudal al capitalista), al menos en
su imaginario, más allá de un proyecto socialm ente h egem ónico
(Polanyi, 1975; Domingues, 2002, caps' 2 y 8-10).
Durante esta tercera fase de la modernidad, cuya expresión y especi­
ficidades en lo que se refiere a la ciudadanía hemos analizado en el ca­
pítulo 1, el mercado fue también para América Latina su lelos de desarro­
llo. Paso a paso, en un proceso largo, difícil y dilatado, los mercados
capitalistas (y formas vinculadas de propiedad privada) lograron pro­
fundizar sus raíces bajo la presión de giros modernizadores tímidos u
osados, asociados a ofensivas modernizadoras (en general, cuidado­
samente calibradas) que se presentaban en términos de configura­
ciones institucionales. Para que eso sobreviniese, era necesario que
se superasen las múltiples formas de dominación personal y trabajo
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A LT E R N A T IV A S 9 3

forzado -esclavitud, peonada, e t c -q u e predominaron en el subconti­


nente a lo largo del siglo XIX (y perduraron durante gran parte del si­
guiente), aunque la lucha por la independencia llevase a la liberación
de los esclavos en muchos lugares (aunque no en todos), lo que afectó
gravemente el trabajo forzado, a la vez que en las minas el sistema ante­
rior )>a incorporaba básicamente a trabajadores asalariados en aquella
transición.
Es curioso notar que, desde sus inicios, América Latina estuvo conec-
tada al flujo global de commodüies primarias y metales preciosos (oro y
plata), que eran cruciales pata el proceso de acumulación del capital,
un_aspecto que marcó fuertemente esas formaciones sociales y, espe­
cialmente, sus clases dominantes. Gran Bretaña asumió una posición
destacada después de la independencia de los países latinoamericanos.
Sin embargo, los mercados capitalistas en sentido pleno tuvieron que
aguardar el fin de aquellas guerras para comenzar a desarrollarse.*2
La liberación del trabajo fue, entonces, paulatina, aunque genera­
lizada, así como la de la tierra (que estaba afectada por arreglos jurí­
dicos arcaicos y pertenecía a la Iglesia católica y a las comunidades
indígenas) y la del capital (inicialmente sumamente escaso, y su­
plido ahora por la inversión extranjera) (Fernandes, 1975, cap. 2;
Halperin Donghi, 1985; Glade, 1986yBauer, 1986). Especialmente
desde los años 1840, los mercados progresaron, las ciudades crecie­
ron, se desarrolló un pequeño mercado interno y sobre todo, a m e­
diados de siglo, se crearon o se retomaron fuertes lazos con el mer­
cado global. De todos modos, América Latina siguió perteneciendo
a los “terratenientes” y “hacendados”, cuya riqueza y poder eran ga­
rantizados por la exportación de productos primarios a los países
centrales del sistema capitalista, mientras que en algunos casos (tales
como la Argentina, Chile o México) los sistemas “modernos” de pro­
ducción en las minas y en la agricultura (en particular en lo que

2 No puedo tratar ese debate aquí, cuyas principales referencias se


encuentran detalladas en J. M. Domingues, “Global modernity,
civilization analysis, Latin American issues”, en Gerard Delanty
(comp.), 2005. Vale la pena señalar que las relaciones de producción,
antes que el comercio como tal, subyacen a mi comprensión de 1
capitalismo,)' se aproximan al marxismo, y luego en desacuerdo con
úna perspectiva wallersteiniana.
94 L A M O D ER N ID AD C O N TE M PO R Á N E A

concierne al mejoramiento básico y al comercio) estaban en manos


de firmas extranjeras.3
El “fetichismo de la mercancía”, en el sentido más tradicional de
Marx (1965, cap. 1) (en este caso, apenas indirectamente relacionado
a la ciudadanía, como se ha visto en páginas anteriores), tenía gran in­
fluencia en muchas áreas y situaciones, en tanto los eslabones moneta­
rio-mercantiles estuviesen generalizados en las ciudades y en los “mo­
dernos” sistemas de producción. Pero la mentalidad asociada a formas
de dominación personal -y a sus formas particulares de jerarquía y co­
mando, que además, como se afirmó en el capítulo 1, no se basaban en
el contrato- era también generalizada. Así, la homogeneización no po­
día tener lugar en una forma tan restricta de modernidad liberal, al
contrario de lo que proponían las utopías del mercado: el lado ideoló­
gico del mantenimiento de la propiedad privada y de diversos tipos de
racionalización psicológica e ideológica de esas formas de dominación
tenía prominencia.
En todo caso -volviendo ahora a algunas cuestiones planteadas en el
capítulo 1 -la responsabilidad fue atribuida exclusivamente al individuo
en tanto agente (libre) responsable por su vida, al menos en cuanto al
ideal a seguir en las economías de mercado como el principio de orga­
nización de la vida social, que entonces derivaría en crecimiento y ar­
monía. El “ferm ento” de la utopía del mercado, así com o el lento
aunque persistente cambio en las condiciones sociales por el desarrollo
capitalista, acabaron alterando esa situación. Comenzó a desarrolarse
un proceso de industrialización, especialmente en países como la Ar­
gentina, donde rápidamente se acumuló riqueza y emergió una fuerza
de trabajo libre en una situación de espacios vacíos y población escasa,
o incluso en situaciones en las que el simple desarrollo de productos más
avanzados para el mercado mundial creó una masa de trabajadores asala­
riados y un tímido mercado de consumo (como en el caso del estado
de Sao Paulo, en Brasil). Surgió una pequeña clase trabajadora (en ge­
neral fuertemente militante, de orientación anarquista o socialista),
que cuestionaba la modernidad en sus versiones liberales, aunque, por

3 Celso Fuñado, 1967, caps. IV y Vil. Especialmente en la exploración


(minevación), se creaban verdaderos “enclaves”.
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE A LT E R N A T IV A S 9 5

ejemplo, en la Argentina, inicialmente no desafió la posición que la


oligarquía agraria y sus compañeros extranjeros imponían al país, de
hecho con resultados muy positivos.'*
La crisis de la modernidad liberal fue en gran medida una crisis del ca­
pitalismo liberal. Económicamente, implicaba el achicamiento de los
mercados y un desempleo devastador. De todos modos, fue una crisis glo­
bal, que afectó duramente a la periferia, y a América Latina en particular,
ya que ésta era una de las principales áreas vinculadas al mercado mun­
dial. Al igual que en otras zonas, la intervención del Estado en la econo­
mía creció en este período en el subcontinente inicialmente para prote­
ger los precios de productos primarios exportados para tales países, pero
más tarde también para empujar a la industrialización. El keynesianismo
fue, evidentemente, el principal resultado del cambio radical de mentali­
dad que en el campo económico se alejó de la modernidad liberal, aun­
que también se ensayaban otras formas (por ejemplo, el proyecto nazi).
Por otro lado, el fordismo en los Estados Unidos fue una invención de
la década de 1920, aunque implicara sólo un cambio general en la regu­
lación, la distribución de los frutos del aumento de productividad tam­
bién para los salarios y, más genéricamente, la emergencia del Estado de
bienestar. En Europa occidental emergieron formas análogas de produc­
ción en masa como una solución estable para la ruptura del patrón de
acumulación que sobrevino entre 1890 y los años veinte. La modernidad
organizada estatalmente (con sus diversas formas específicas de regula­
ción, de acuerdo con cada país) se impuso en la economía y abrió ca­
mino a los así llamados “treinta años gloriosos”, que se extendieron
desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970. La
segunda revolución industrial (centrada en la química y en el acero),
nuevas tecnologías, medios de producción avanzados, consumo masivo
de bienes durables, fueron elementos clave de la nueva ecuación.45

4 Furtado, 1967, caps. IV, X-XI; Thorp, 1986, vol. IV. La Primera Guerra
Mundial, particularmente, debido a la dificultad para llevar a cabo el
comercio exterior, fue un momento de rápido avance de la industria en
América Latina, que se concentró en bienes de consumo livianos y
simples.
5 Véase Peter Wágner, 1994, y, para una síntesis y argumentación
avanzada, Robert Boyer, 2002a.
9 6 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A

Entretanto, la Primera Guerra Mundial y las restricciones a la impor­


tación que habían impuesto los mercados de Occidente a los produc­
tos latinoamericanos permitieron destellos de industrialización sustitu-
tiva en algunas de las principales ciudades de América Latina. Así, como
un resultado compuesto de giros y ofensivas modemizadoras, la segunda
fase de la modernidad se estableció y extendió por el mundo, articulada
a los cambios en Occidente y con características y ritmos específicos en
otras áreas.
Desde entonces dos nuevos rasgos pasaron a ser típicos de los países
occidentales centrales: como una forma social en la cual la generación
de “demanda agregada” y medidas “anticíclicas" eran un deber del Es­
tado, el keynesianismo, que implicó una nuevaforma de responsabilidad
por el desarrollo y el crecimiento ya no meramente individuales y espon­
táneos; y el fordismo, o sus formas análogas europeas, que dependían de
la producción y del consumo masvios. La homogeneización seguía es­
tando presente en el mercado, pero ahora las jerarquías estatales y la
firma oligopólica se ubicaban fuertemente en el centro de esta renovada
perspectiva económica moderna. No sólo se divisábala difusión de tecno­
logías de fonna más o menos homogénea por todo el tejido productivo y
se generalizaba la producción en masa (mediante unos pocos productos
estandardizados), sino que debía surgir una clase trabajadora homogé­
nea, organizada, además, en grandes sindicatos regulados públicamente
(que por otro lado se garantizaban el pleno empleo).
El neocorporativismo file, en términos políticos, la principal expresión
de la vida económica en los acuerdos mediados por el Estado entre traba­
jadores y compañías. La periferia tenía sus propias formas de moderni­
dad organizada estatalmente. Esbocemos la forma que ella asumió en
América Latina, donde, así como en otras partes, el “Estado desarrollista"
constituyó su expresión básica en el reino de la economía, liderando la
fase final y decisiva de lo que se conoció como la “industrialización susti-
tutiva de importaciones”, variablemente exitosa.6

6 Para los siguientes párrafos, véase Furtado, ob. cit., especialmente caps.
V, X-XII y XV-XVIII; Femando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, 1970;
José Serra (comp.), 1976; Carlos Ominami, "Chili: échec du
inonetarisme périphérique" y Ricardo Haussmann y Gustavo Márquez,
“Venezuela: du bon coté du choc pétrolier", ambos en R. Boyer
D C.SXRROLLO, G LO BM .V ZAC 1ÓN V BÚSQUEDA. D E A'LTERXA'TW AS Cp¡

Si la fase inicial de la industrialización surgió de un proceso de acumu­


lación y expansión del mercado centrado en los sectores exportadores
primarios y en la producción de bienes de consumo livianos, la segunda
fase tuvo que ver más con los límites con que los paí ses latinoamericanos
se enfrentaban para importar. El Departamento If-m edios de consumo
para los trabajadores (especialmente textiles y alimen tos), pues interna-
mente no se producían productos más sofisticados- fue desarrollándose
de a poco; también comenzaron a producirse bienes intermedios, tales
como productos de papel y goma. Eso siempre dentro de un paradigma
liberal, aunque la intervención del Estado para apoyar las exportaciones
primarias )rici:aravánzada7
Fue efectivamente e n la década de 1940 cuando emergió un nuevo pa­
trón, el cual dependía no sólo del proteccionismo, que realmente preva-
leció, sino fundamentalmente de la acción del Estado para crear su “in­
dustria básica", o sea, parte del Departamento I de la economía. Acero,
industrias mecánicas y productos químicos, además de petróleo y electri-
cidad, todas industrias clave de la segunda revolución industrial, com-
pusieron los principales aspectos de la intervención del Estado en la
vida económica,7 el núcleo de esta nueva ofensiva modérnizadora. En

(comp.), 1986b; R. Boyer yjulio C. Neffa (comps.), 2004;Jaime Marques-


Pereira y Bruno Théret, 2003, también Brasílio Sallumjr., 2003; Roben R.
Kaufman, “How societies change developmental models or keep them:
reflections on the Latín American experience in the 1930s and the Postwar
World"y René Villareal, "The Latin American strategy of import
substitution; failure or paradigm for the región?”, ambos en Gary Gereffi y
Donald L. Wyman (comps.), 1990. Véase también Larbi Talha "Théoiie de
la régulation et développement", yJaime Aboites, Luis Miotti y Carlos
Quenan, “Les approches régulationistes et l’accumulation en Amétique
Latine”, en Boyer y Saillard, ob. cit. Para una discusión suplementaria,
véase J. M. Domingues, “Modelos de desenvolvimento e desafios latino­
americanos", en 2007.
7 Los Departamentos I y II, respectivamente.de medios de producción y
^F m edTos”de coñsmño ^'(básicamente para rep roducir la fuerza de
trabajo deja clase trabajadora), fueron definidos como tales por Marx
en su estudio dé la teoritTdeí “equilibrio” y especialmente de la
dinámica de ^form aciones sociales capitalistas. Otros introdujeron
defmicioriésváruwlaTdériiri Departamento III (producción de armaso
de medios de consumo superfluos y de lujo para las clases dominantes).
Véase Karl Marx, 1867, 1885, 1984, Libro II, vol. 3, cap. XX, y Ernest
Mandel, 1975, caps. 1 y 4.
g8 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

términos generales, ésa fue la vía que en adelante siguió el proceso de


sustitución de importaciones Así el papel del Estado como generador de
demanda agregada se combinó con su participación en la construcción
de inf raestmctura para el desarrollo industrial. En verdad, la sustitución
de importaciones debe ser considerada como un proceso dinámico, toda
vez que la creciente sofisticación de la producción interna requiere la im­
portación de productos de alto valor agregado con una reducida innova­
ción endógena. En compensación, eso requiere una fuerza permanente
del sector exportador de la economía, ya sea basado en productos prima­
rios, cuyos precios sufrieron una declinación a largo plazo en el mercado
mundial, o cada vez más en productos manufacturados.
A fines de la década de 1950, la industrialización de América Latina
se desaceleró. La disparidad de la distribución del ingreso y por tanto
los límites de la acumulación interna, los problemas de la declinación
relativa del valor exportado y las dificultades para el acceso al crédito
externo, la baja tasa interna de formación de capital y los costos cre­
cientes que le demandaba al Estado hacer frente a las necesidades de
construcción del Departamento I eran impasses difíciles de superar. So­
lamente la Argentina se había aproximado a un modelo “intensivo” de
acumulación basado en la distribución del ingreso, que sin embargo fue
demasiado lejos para la fuerza de la economía. Mercados de trabajo con
bajos salarios y que tendían a la segmentación, así como grandes masas
rurales sin medios monetarios para consumir, creaban problemas para el
Departamento II.
El establecimiento de las corporaciones transnacionales en América
Latina -para muchos, un inesperado giro modernizador- dio nuevo
empuje a la sustitución de importaciones, en este caso, sin embargo, de
manera más perversa. Mientras que, en el centro del sistema global, los
bienes durables estaban disponibles para la masa de trabajadores asala­
riados, en el subcontinente estaban dirigidos a las clases medias y a una
pequeña fracción de los trabajadores de las industrias más avanzadas.
La implantación de ese patrón, que era un desarrollo extensivo en la
periferia del modo intensivo de acumulación prevaleciente en el cen­
tro, creó más desequilibrios en las econom ías latinoamericanas, pues
requería la expansión del Departamento II en una medida que ge­
neraba severas tensiones en aquellos países y tornaba más rígida la
distribución altamente desigual del ingreso en que se basaban.
D E S A R R O L L O , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQUEDA DE A L T E R N A T IV A S QQ

En el período de la sustitución de importaciones liderada por el Es­


tado, se tejía una alianza entre burocracias estatales y grupos oligárqui­
cos rurales, por un lado, y burguesías “nacionales” y clases populares,
por otro (y el corporativismo, que, como ya se señaló en el capítulo 1,
era un medio de incorporar, regular y controlar a las clases trabajado­
ras, y era implantado y mantenido en grado variable en los países más
avanzados en el proceso de industrialización). La última fase de la mo­
dernidad organizada estatalmente se sustentó en una nueva alianza en­
tre colectividades dominantes con el capital extranjero y se desarrolló
verdaderamente sólo en dos países: la dictadura militar en Brasil y un pe­
renne régimen autoritario, posrevolucionario, en México, respondían
políticamente por ella.
De esta forma, Brasil y México consiguieron seguir industrializán­
dose. El boom del petróleo en este último permitió progresos en in­
fraestructura, mientras que el primero avanzó con gran voluntarismo
para completar lo que en aquel momento eran los elem entos funda­
mentales de su industria de “bienes de capital” (química fina) y su
Departamento I, aunque deba enfatizarse que, a pesar de cierto es­
fuerzo, ni siquiera Brasil tuvo éxito en la implantación de una área de
microelectrónica, semiconductores e informática (Evans, 1995, esp.
pp. 109,149-60 y 167). La Argentina cayó presa de la disminución re­
lativa de la productividad agrícola, merced de la falta de inversión en
innovación, y pasó por recurrentes crisis de “stop-and-go” -ciclos cor­
tos e interrumpidos de crecim iento- desde la década de 1960 y, final­
mente, un proceso políticamente orientado de desindustrialización en
la de 1970. Como sea, los tres países lograron controlar las tecnologías
de la segunda revolución industrial.
Chile intentó, sin mucho éxito, moverse en la dirección de la
construcción del Departamento I, Colombia y Uruguay avanzaron
especialmente en el área de la industria liviana, mientras Venezuela
fluctuó en cuanto a su producción de petróleo, y se convirtió en una
sociedad “rentista” (y consintió así a sus clases medias y altas). Perú,
Paraguay, Bolivia, Ecuador y la mayoría de los países de América cen­
tral no superaron la angosta y dura combinación de dominación oli­
gárquica y agricultura atrasada. En varios países, las corporaciones
transnacionales instalaron sus plantas y abastecieron los mercados de
clase media y alta. Hasta hoy esos desarrollos marcan fuertemente el
100 LA M ODERNIDAD C O N TE M PO R Á N E A

carácter de esas economías nacionales.5 Hay, por último, otro rasgo


que merece ser singularizado aquí, ya que claramente contradice el
empuje homogeneizante de la modernidad organizada estatalmente
en su tentativa de reproducir, con la ayuda del Estado, aquel ele­
mento central de la utopía económ ica moderna. Los mercados de
trabajo tendían a la segmentación, por cuanto se hallaban dhididos
entre formales e informales y una parcela de la población estaba
ocupada en sectores “marginales” y difícilmente podría ser conside­
rada “un ejército industrial de reserva” en el sentido de Marx (Nun,
1969 y 1971; también Cardoso, 1970). Además, las tecnologías no
eran distribuidas igualmente en el tejido productivo, no sólo porque
las grandes corporaciones no transferían sus tecnologías, sino tam­
bién porque prolongaban sus ciclos de producto y de acumulación
al expandirlos en América Latina. Las mismas limitaciones se daban
en el funcionam iento de las industrias de propiedad estatal.89 Du­
rante todo ese período América Latina fue altamente heterogénea
en su tejido económ ico y social (incluso en México o en la Argen­
tina, que se aproximaron un poco más al patrón de sociedades ho­
m ogéneas), lo que constituía un problema para los ideólogos del
desarrollo y de la construcción nacional. En este caso, sin embargo,
cabe enfatizar (cuestión que será abordada más adelante en este ca­
pítulo) que esta forma de pluralismo social se originaba básicamente
en las dificultades del proceso de m odernización más que en su
éxito.
Todo este mundo se derrumbó, no de repente pero sí definitiva­
mente, a inicios de la década de 1970. Hay varias explicaciones para la
crisis del fordismo (desde la saturación de la norma de consumo hasta
el crecimiento del sector terciario y del trabajo improductivo, pasando
por las crisis de productividad y por la desconexión entre el espacio

8 Cuba, claramente, escogió un camino mucho más específico y


divergente, "socialista real" desde 1960.
9 Aníbal Pinto, 1976, y María da Conceicáo Tavares yJ. Serra, 1976, pp.
234-236. Estos dos últimos autores advierten, sobre todo, contra la
introducción de cualquier tipo interpretación dualista, en cuanto
haya conexiones dinámicas entre sectores. Ellos notaron también que
la heterogeneidad no fue un impedimento para la continuidad de la
expansión.
D ESA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚ SQ U E D A DE A L T E R N A T IV A S 101

nacional y 1a acumulación en el plano global, además de la pérdida de


hegemonía del capitalismo norteamericano). Terminaba, así, un ciclo
largo y expansivo basado en el oligopolio de la industria automovilís­
tica, en el sector electro-electrónico y en la construcción civil. La reno­
vación tecnológica estaba congelada (los sectores en los que ésta podía
ocurrir no eran capaces de empujar la economía) y un exceso de capi­
tal fijo (básicamente equipos) había sido recientemente inmovilizado.
Las tasas de inversión también estaban cayendo. Al mismo tiempo, la li­
quidez internacional se redujo repentinamente (Boyer, 1986, p. 102;
Castells, 1976; Coutinho y Gonzaga de Mello Belluzzo, 1982). En la pe­
riferia y en la semiperiferia, en América Latina en particular, la crisis se
superpuso a severas dificultades, tales como la introducción anterior de
un nuevo Departamento II en la economía, que suministraba productos
a las clases medias, sin un correspondiente Departamento I. Fue muy
duro para el Estado construirlo, debido a la siempre creciente falta de
recursos y a que las burguesías internas no tenían ni capital ni interés
en proveer esas soluciones. La vulnerabilidad de las economías latinoa­
mericanas se acentuó: cayeron los términos de intercambio, las impor­
taciones aumentaron (gracias también al propio éxito de la sustitución
de importaciones, que aumentó el valor agregado de los medios de pro­
ducción, que no necesariamente se producían internamente) y crecían
la deuda y la exportación líquida de capital.10
Mientras que esos cuellos “estructurales” impedían una mejor rela­
ción con un mercado cada vez más globalizado, la década de 1970 in­
trodujo la dramática variable de la crisis global, que continuó en los
años ochenta (la “década perdida”, durante la cual la región vio caer
su producto bruto interno per cápita a índice de treinta años atrás)
con la crisis de la deuda y la incapacidad del Estado para retomar el
desarrollo en aquellos patrones anteriores (Serra, 1976; Marques-Pereira
y Théret, 2003; Panigo y Torija-Zane, 2004^07; Miotti y Quenan, 2002;
Cepal, 1990, p. 889; y Domingues, 2007).

10 Bárbara Stallings, 1992, p. 58. Las respuestas de la crisis de la deuda


variaron de país a país, y cada vez más, los acreedores y el FMI
lograron mantener perspectivas y políticas uniformes.
102 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

REFLEXIONES INTERMEDIAS. ACUMULACIÓN, REGULACIÓN


Y DESARROLLO

La econom ía política fue central para la mayor parte de la sociología


latinoamericana en los años 1960 y 1970 -e n conexión con el mar­
xismo, derivado de la Comisión Económica para América Latina de las
Naciones Unidas (Cepal, incluyendo ahora el Caribe) o en conexión
con la teoría de la dependencia-. Con la derrota de los esfuerzos revo-
lucionarios y reformistas y la em ergencia de las dictadi\ras.^asf_c,oni_p
| conlallám ada'“crisisdelm aixismp”^J^p^ijió.nJiegemónica.a.sumida
| por la economía neodásica Jos^boridajes de^conomía^iolítica.11-desapa-
| recieron del paisaje de las ciencias sociale^subcontinentalgs. Sin em­
bargo, de a poco, parecen regresar a la escena. Al frente de ello está la
teoría de la regulación francesa. Este capítulo se vincula con tal des­
arrollo, aunque el marxismo y el “estructura!isrno histórico” latinoame-
ricano (cepalino o dependentista) también están presentes teorética (y
políticamente) en su construcción.*
El abordaje regulacionista surgió del estudio de Aglietta de las vicisitu­
des del proceso de acumulación capitalista en los Estados Unidos y simul­
táneamente como crítica y una alternativa a la teoría neoclásica del equi­
librio general. Aunque no era exactamente mgrxista,_cQXnpartía-muc-ho
con Marx y, en particular, subrayaba el papelde las ijnstit¡/£icwgr_en el des­
arrollo y la regulación dgl,.capitalismo. (aunque la pr blemática keyne-
siana estuviese igualmente presente) (Aglietta, 1976). Desde entonces, se
desarrolló un cuerpo de textos bastante significativo.
De acuerdo con Boyer, la teoría de la regulación tiene cierto nú­
mero de cuestiones centrales: 1) ¿por qué hay un pasaje del creci­
miento al estancamiento y a la inestabilidad?, 2) ¿por qué las crisis
asumen formas nacionales? A partir de allí trabaja una serie de “no­
ciones intermedias”, la principal de las cuales es el “régimen de acu­
m ulación”, que implica un conjunto de regularidades que asegura
una progresión general y relativamente coherente de la acumulación

11 Se puede decir que los institucionalistas hicieron una contribución a


contrapelo, aunque no exactamente en términos de economía
política.
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE ALT E R N A T IV AS IO 3

de capital, y reabsorbe así distorsiones y pequeños desequilibrios. Un


tercer paso en la construcción de la teoría conduce a la definición de
formas institucionales en cinco aspectos: a) las definiciones moneta­
rias, b) las configuraciones de la relación salarial, c) la competencia,
d) las modalidades de inserción en el régimen internacional, e) las
formas del Estado.
A su vez, el “modo de regulación” se refiere al conjunto de procedi­
mientos y comportamientos individuales y colectivos que reproducen
las relaciones sociales fundamentales, sostienen y “dirigen” el régimen
de acumulación, garantizando la compatibilidad dinámica de una serie
de decisiones descentralizadas. En conjunto caracterizan un “modo de
desarrollo”.12 Además, las crisis fueron desde siempre una cuestión
clave para los regulacionistas (en verdad, su punto de partida frente a
la crítica de la economía neoclásica). Entre ellas sobresalen aquellas
originadas en 1) perturbaciones internas o externas de nuevo tipo, 2)
luchas sociopolíticas -q u e cuestionan los compromisos que subyacen a
los arreglos institucionales-, 3) la profundización de la propia lógica
de la regulación. Pueden ser crisis focales, de ajuste, de régimen de
desarrollo y, por supuesto, del “modo de producción” (Boyer, 1986,
pp. 60-4).
Juillard elaboró algunas de esas tesis generales -e n las que enfatizaba
la importancia de Marx para la teoría- y notó que en el seno del régi­
men de acumulación anida una relación entre el progreso técnico y la
distribución de riqueza, así como entre el crecimiento per cápita y las
olas de surgimiento de nuevos productos. Observó, además, que la acu­
mulación puede ser intensiva o extensiva, dependiendo del aumento
de productividad del trabajo, o sea, de las “existencias de capital” por
trabajador (que en un lenguaje marxista más ortodoxo, pero quizá sin
la inevitabilidad que este abordaje implicaba, pueda traducirse como el
crecimiento de la “composición orgánica del capital”). Esa forma ex­
tensiva implicaba la colonización de nuevos mercados y el surgimiento

12 Boyer, 1986a, pp. 36-56. La teoría del valor, observa, no es realmente


un punto de referencia en la escuela, comprendida ampliamente. El
fordismo, por otro lado, estuvo en el corazón de su debate. Véase su
“Du fordisme canonique á une vatiété de modes de développement”,
en Boyer y Yves Saillard (comps.), 2002a.
104 LA M OD ER N ID AD C O N TE M PO R Á N E A

de nuevos productos. Además, el equilibrio - o desequilibrio- entre los


Departamentos I y II (véase nota 43) es crucial para la comprensión de
los procesos de acumulación (Julliard, 2002. Véase también Boyer,
1986, pp. 20-2). Así, en el abordaje de Julliard, el cambio y el progreso
técnico están claramente presentes, al igual que en la afirmación de
Amable de que la teoría da gran importancia a la cuestión (Amable,
2002; Boyer, 1986, p. 104).
En los abordajes marxistas o neoschumpeterianos también se des­
taca este tema. En la sociología, específicamente influida por esas co­
m entes, el mayor tour de forcé en lo que atañe al desarrollo contempo­
ráneo del capitalismo y del cambio tecnológico fue propuesto por el
estudio de Castells de la “sociedad en red” y de la revolución informa-
cional que, él asevera, desembocó en una nueva era.13 Quiero, por lo
tanto, introducirme más directamente en la discusión de la acumula­
ción y de la regulación, y centrarme en la innovación y el cambio tec­
nológico -o , como es más adecuado hoy: tecnocientífico- en el próximo
apartado. No pretendo reivindicar ningún expertise técnica de economista.
En cambio, intentaré realizar una síntesis general, específicamente desde
una perspectiva sociológica.
Necesitamos ser cuidadosos para no tomar la regulación como un
proceso institucional e institucionalizado que necesariamente deja de
lado la heterogeneidad y la contingencia. La utopía del mercado del si­
glo XIX y la modernidad organizada estatalmente del XX apostaron a
eso de distintas formas, aunque la primera hiciera profesión de fe en
los mercados autorregulados (y perfectos). La regulación puede ocu­
rrir en varias dimensiones y a través de múltiples instancias (en un
plano más estatal o más societal), como también permitir gran varia­
ción, flexibilidad y complejidad, y todas ellas implican un alto nivel de
contingencia. Y el keynesianismo, ciertamente, no es el único modelo
que provee a las personas “convenciones”, anticipaciones sobre el por­
venir e instituciones, contrariamente a lo que una visión arquitectónica
de la vida social podría suponer (Boyer, 1986, p. 19); el liberalismo y el

13 M. Castells, 1996b. No encuentro útil, sin embargo, esta distinción,


poco argumentada, entre “modo de acumulación” y “modo de
desarrollo” (pp. 13-8).
D ESA R R O L LO , G L O B A L 1Z A C 1ÓN Y B Ú S Q U E D A DE A LT E R N A T IV A S IO 5

nuevo “modo de desarrollo” que analizaremos a continuación han


suministrado tanto convenciones como instituciones.
De hecho, las instituciones recientes, por el momento mal prepara­
das para la creación y el mantenimiento de la solidaridad social, han
tendido a aceptar y lidiar con la heterogeneidad y la contingencia, e in­
cluso a promoverla. Ése es el significado preciso de lo que se llamó
“acumulación flexible”, en la cual a un ritmo veloz y desigual se des­
arrollaron la división del trabajo, el pluralismo de modo general (en la
producción y en el consumo) y patrones cambiantes de acumulación.
La acumulación flexible podría definirse por el fin de la producción en
masa, la segmentación de los mercados (además del “eclecticismo” en las
prácticas laborales), la limitación del taylorismo, que fue sustituido por el
toyotismo (el trabajo en equipo llevado a cabo por trabajadores polivalen­
tes, contra la realización de tareas repetitivas y sin calificación), la terceri-
zación, el sistema just in time (que implica existencias reducidas de merca­
derías adaptadas a gran velocidad a las necesidades de los clientes), junto
con el surgimiento de la leanproduction (y el vaciamiento de empresas) al
menos en el inicio de la dura reestructuración del mundo corporativo.
Con todo, en los países centrales y en otras partes, el fordismo y otros sis­
temas análogos no desaparecen necesariamente; súmese a eso que los
sxueat shops, basados en el uso extendido de trabajo barato y en su superex-
plotación, proliferaron no sólo en los países de la periferia, sino también
en las periferias internas de los países centrales.14
La innovación se convirtió, en el nuevo régimen de acumulación, en
un elemento cada vez más importante en la competencia entre las em­
presas capitalistas, ya sea para garantizar ganancias particularmente altas
como para no quedarse atrás en relación con la competencia (Mandel,
1975, cap. 6), en especial en una situación de cambio extremamente ace­
lerado. Pero, como sostienen ciertas reflexiones oriundas de la bibliogra­
fía neoschumpeteriana, gracias al carácter plural y a la complejidad
de los desarrollos tecnológicos, las empresas raramente han inno­
vado solas: se tomaron “más especializadas, y se concentarron en sus ca­
pacidades”, Para obtener conocimientos complementarios, recurren de
forma creciente a la interacción (a través de redes y proyectos comunes)

14 Véase David Harvey, 1989, parte II.


106 LA M ODERNIDAD C O N T E M PO R Á N E A

con una variedad de actores (otras empresas y universidades, en par­


ticular) (Cassiolato, Nogueira de Paiva Brito y Vargas, 2005, p. 518;
Castells, 2000, pp. 174-5).
Es verdad, sin embargo, que en los países centrales la innovación
está mucho más diseminada por el tejido socioeconómico. La informá­
tica y la microelectrónica han atravesado el conjunto de la economía
-algo que en América Latina es mucho más problemático, como vere­
mos-. En el primer caso, por lo tanto, hay una homogeneización al ser­
vicio de la complejidad, mientras que en el segundo, con una situación
menos favorecida, surge la heterogeneidad, en este particular aspecto,
de la falta de dinamismo del régimen de acumulación.
Debemos regresar aquí a algunas cuestiones introducidas al comienzo
de este capítulo. Mientras que para la modernidad liberal, así como para
la modernidad organizada estatalmente, era posible imaginar que el
mundo podía ser coordinado básicamente por el mercado así como por
el Estado y las jerarquías verticalizadas de las empresas, la actual condi­
ción de la vida económica no permite imaginar tal cosa. Castells ha enfa­
tizado precisamente d papel de las redes y su flexibilidad en esta era de
desarrollo científico-tecnológico altamente avanzado, aunque lo haya he­
cho de manera unilateral y con una definición oscilante de lo que es una
red (que a veces significaba colaboración y otras era meramente una no­
ción descriptiva de nosotros y nuestras relaciones). Lo mismo ocurre con
Boltanski y Chiapello, cuyo trabajo no define claramente si su retrato del
mundo contemporáneo es una descripción directa (en cuyo caso sería re­
almente una exageración) o una construcción analítica (lo que estaría
más próximo a la verdad). De hecho, he criticado a todos ellos y apunté
tanto a la particular importancia de las redes y de la colaboración volun­
taria (en “proyectos” comunes de duración más corta o más prolongada)
en una era de complejidad y pluralismo creciente, como a la importancia
permanente de los mercados y lasjerarquías (Castells, 2000, esp. pp. 500
y ss; Boltanski y Chiapello, 1999; Domingues, 2002, cap. 8). En la medida
en que las situaciones son obviamente diferentes, la condición perifé­
rica o semiperiférica de los países latinoamericanos no condice con la
centralidad de esas distinciones o con la creciente relevancia de las
configuraciones en red.
Esto nos lleva a la cuestión del modo en que Ia.teoiia.de la regulación
se^relaciona con las econom ías periféricas y semiperiféricas. Algunas de
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE ALT ER N A T IV AS 10 7

sus versiones tenderían a reamarla propia división entre centro y perife­


ria. _M^ás^?ú^ncfi_de sus autores argumentarían que, mientras que la
teoría de la dependencia (y la vieja Cepal) explicaba el subdesarrollo por
la dominación externa, los regulacionistas subrayan la primacía de la di­
mensión “nacional” o al menos que la permanencia del subdesarrollo de­
pende de las formas internas de regulación (y señalan especialmente el
caso de Corea).15 Dos temas conceptuales fueron centrales en su discu­
sión. En primer lugar, la validez y las distorsiones de los rótulos "for-
dismo” en tanto “deslocalizado” para la periferia, “subfordismo” (con re­
lación a la sustitución de importaciones) o "fordismo periférico” (más
comúnmente aplicado, referido a la falta de coherencia macroeconó-
mica) fueron las principales expresiones de esa problemática. En se­
gundo lugar, se pudo observar que el subdesarrollo se caracteriza por la
inexistencia o la debilidad del Departamento I de la economía.16A mi en­
tender, cualesquiera que sean las reservas que puedan hacerse en lo que
atañe a la transposición de conceptos, al desplazamiento y por consi­
guiente a la torsión del fordismo son tanto una necesidad conceptual
como una realidad empírica del régimen extendido de acumulación des­
arrollado en una escala global en los años 1950 en adelante por las corpo­
raciones transnacionales en todo el mundo. Lo mismo ocurre con la no­
ción de “posfordismo” y acumulación flexible: América Latina está
ubicada dentro de una economía global mucho mayor, y por eso tambi én
se encuentra bajo el impacto délos cambios en la tecnología y en los pro­
cesos productivos, aunquecte “modo desigual y.combinado”,,Así, integra
las nuevas formas y_ regulaciones del capitalismo en escala global, que
“...se está volviendo cada vez más organizado mediante la dispersión, la
moviiidadLgeogiáfica, y las respuestas flexibles en los mercados de trabajo,
losjprocesos de trabajo y los mercados consumidores, todo ello, acompa-

15 Talha, 2002, pp. 452-3; Aboites, Miotti y Quenan, 2000, p. 467. Debe
observarse que, especialmente, Cardoso y Faletto (1979) enfatizaron
s.obrc el papel de las alianzas de clases internas en 1as vías quejiguic>_
cadajjaís latinoamericano.
16 Talha, 2002, pp. 454-5. Además, señala (p. 456) que la mayoría de los
estudios sobre el desarrollo privilegia la relación, ya sea salarial o de
régimen de acumulación (aquella siendo más fuerte en América
Latina). Véase también Alain Lipietz, 1986, y Francisco de Oliveim,
1977, esp. pp. 84-5.
108 LA M OD ERNID AD CO N T E M P O R Á N E A

nado de fuertes dosis de innovación institucional, de productos y de inno­


vación tecnológica” (Harvey, 1989, p. 159). De todos modos, losjdesegui-
USnos"eniáre ios Departamentos! y.II pareceix.serun,taniino promisorio
para encuadrarla cuestión del subdesarrollo y el lugar de los países en ja.
divisfóñ internacional deHralj^oy en las relacippes centro-P.^ttferia.
En la evaluación de los cambios y las nuevas tendencias que atravie­
san las sociedades latinoamericanas, plantearé precisamente las cues­
tiones y sugerencias de los regulacionistas, a veces recurriendo directa­
mente a su trabajo, añadiendo un énfasis en la innovación y en el
cambio tecnológico. Este último punto no es abordado con la creencia
de que eso realmente sucede con frecuencia en las economías del sub­
continente, sino como un tema que ha concitado mucha atención y
preocupación en la búsqueda de soluciones. Debo decir, además, que
la dependencia y el lugar de los países latinoamericanos en la periferia
o en la semiperiferia permanecerán, en consonancia con las concep­
ciones cepalinas y dependentistas, en el centro o com o telón de
fondo de lo que será discutido más adelante.17 Finalmente, para lle­
var esto a cabo usaré una triple distinción analítica para referirme a
las nuevas regulaciones (algo implícito también en la discusión ante­
rior): el agente (subjetividad) colectivo de la regulación, las instituciones
que surgen en el proceso (que incluye la interacción con aquello que
es regulado) y los mecanismos de coordinación que prevalecen en el pro­
ceso de nuestro estudio.

NUEVAS REGULACIONES, REESTRUCTURACIÓN ECONÓMICA


Y LOS PATRONES DE ACUMULACIÓN DEL CAPITAL

El primer problema general que debe ser considerado cuando aborda­


mos las condiciones de la vida económica latinoamericana y sus profun­
das transformaciones deriva de los resultados de la larga crisis en la que

17 Véase R. Bielschowsly, ob. cit., vol. 1, que incluye unaesclarecedora


introducción dei editor, y piezas de Prebischi de las décadas de 1940 y
1950, especialmente “O desenvolvimento económico da América
Latina e alguns de seus principáis problemas” (1962).
D ESA RRO LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚ SQ U E D A D E A L T E R N A T IV A S 1 OQ

estuvo inmersa entre medidados de la década de 1980 y com ienzos


de la de 1990. El esquema de la regulación estatal cambió abrupta­
mente, acompañando e impulsando la vertiginosa transformación
que estaba ocurriendo en el plano social en aquel período como res­
puesta a la crisis.
Para comenzar, como ya afirmamos, el keynesianismo ya no funcio­
naba y era incapaz de arrancar a las economías nacionales de la “estan-
flación” de aquellos años. Además, la innovación tecnológica en la escala
en la que se presentaba demandaba capital.en cantidades desmesuradas
(y, por lo tanto, poderosos mercados financieros) y mercados con al­
cance mundial capaces de permitir ganancias compatibles con aquellas
enormes inversiones. La inversión extranjera directa (IED), en parte,
fue resultado de eso. Radicalizando una estrategia que emergió en las
derivaciones de la crisis de los años setenta, el gobierno de los Estados
Unidos asumió el liderazgo al “desregular” los mercados; de este modo
forzó a otros países, incluidos los europeos y, evidentemente, los latino­
americanos, a reproducir sus movimientos, gracias a su poder directo o
al poder de la competencia que sus empresas lanzaban en la arena glo­
bal (incluso aquel gobierno perdió así parte de.su poder). Esa ofensiva
modernizadora significó un corte real con los patrones anteriores y
marcó a fuego los inicios de la nueva fase de la modernidad en la eco­
nomía. Las telecomunicaciones fueron un ejemplo especial, aunque
no el único, de tal política, con implicaciones de gran alcance, inclui­
das las privadzaciones de las empresas de telecomunicación estatales
(América Latina se destacó estrepitosamente también en eso).18 Las
empresas de alta tecnología, en general innovadoras, así como los mer­
cados financieros, fueron los primeros y principales beneficiarios de
esos cambios, que desviaron la autoridad del Estado en dirección del
mercado y de las redes, corporizadas en una pluralidad de agencias en
un paisaje crecientemente global. Las ganancias ascendieron y sobre­
vino una recapitalización de las empresas y del capitalismo (Castells,
1976, p. 258, y 2000, pp. 95-6; Susan Strange, 1996, pp. 42-3 y 199, y
cap. 7).

18 Véase, por ejemplo, para los aspectos más técnicos y relacionados con
el trabajo, Jorge Waltery Cecilia Senén González, 1998.
110 LA M ODERNIDAD C O N T E M P O R Á N E A

En este nuevo modo de regulación global, no fue sólo, o no especial-


mente, en el plano del Estado nacional donde las institucionesj^los
agentes desempeñaron su papel. El Fondo Monetario Internacional
(FMI), la Organización para el Desarrollo Económico (OCDE), el
Banco Jríundial, el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles
(GATT) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) se convirtie­ •3
ron en los principales cuerpos reguladores. Éstos tuvieron una fuerte
posición de autoridad en el pasado y aún responden a los Estados más
poderosos, especialmente en los Estados Unidos. Pero su autoridad re- í
\i'
■/ gülatoria creció bastante y el poder jerárquico de que gozan hoy es ex­
y tremadamente amplio. A su lado, las agencias de evaluación de riesgo
T y los acuerdos entre las gigantescas transnacionales que dominan la
economía global constituyen otras instancias e instituciones de regula­
ción. Aquéllas, de hecho, se encuentran en el seno de los movimientos
coercitivos del capital financiero y de su poder de chantaje: comandan la
retirada en masa de vastas cantidades de dinero volátil cada vez que las
condiciones parezcan desfavorables desde el punto de vista de las altas
tasas de rentabilidad que esperan o cuando los gobiernos son percibi­
dos com o promotores de políticas que no favorecen sus intereses.
América Latina fue succionada por este remolino, con la particulari­
dad de que sus Estados, incluidos los más fuertes, no son de manera al­
guna tan poderosos como los de Occidente y el de Japón. Al contrario
de las expectativas teóricas de la teoría de la regulación, a pesar de que
la regulación continuó siendo parcialmente nacional (del mismo
modo que el régim en de acum ulación), se trasladó en gran medida
desde ese plano hacia el plano global, algo a lo que todos los países
tuvieron qué adaptarse. %
Eso es lo que observamos en América Latina, donde por muchos años
algunos tuvieron el sueño de regresar a lo que consideraban como la
era de oro del desarroll(ism)o nacional. Los años ochenta, la “década
perdida”, verían soluciones de crecimiento en esa dirección. Sin em­
bargo, en los años noventa, de manera más radical o más moderada, se
quedaron definitivamente rezagados. Sin excepción, aunque en ritmos y
períodos distintos, todos los países del América Latina cambiaron sus po­
líticas económicas, privatizaron casi todas las empresas en poder del Es­
tado -excepciones importantes fueron 1a brasileña Petrobras y la venezo­
lana PDVSA, así como Paraguay en general, un. caso extraño de casi
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚ SQ U E D A DE ALT E R N A T IV AS 11 1

confirmación de las teorías neoliberales sobre “rent-seefán{f (Nickson y


Lambert, 2002)-, “desregularon” sus mercados y se abrieron al comercio
internacional. Para detener la inflación, y muchas veces la hiperinfla-
ción, que asoló a todos estos países en los ochenta (en parte como re­
sultado de severos conflictos distributivos), se implementaron estrictas
políticas monetarias. De manera menos espectacular, aunque no tan
abarcadora y radical como en los países del centro, las características
de las empresas y de los mercados de U'abajo fueron modificadas drásti­
camente por los procesos de “reestructuración" capitalista. Las redes
avanzaron un poco, aunque no tanto, en particular teniendo en cuenta
que la reestructuración de los procesos productivos y la innovación tec­
nológica fueron, por un lado, el secreto a voces del atraso y, por otro, el
talón de Aquiles de la renovación de las economías nacionales latinoa­
mericanas. En compensación, los mercados de trabajo profundizaron al­
gunas de sus características originales en el subcontinente. Un aspecto,
además de su desarrollo, es la tristemente llamada “reprimarización” de
su tejido económico. A la vez que los cambios en el Estado fueron el re­
sultado de una ofensiva modernizadora explícita y ponderada, la rees­
tructuración fue principalmente más descentrada, y configuró giros de
intensidad variable. Por otro lado, ciertos resultados no premeditados
de esas transformaciones empujaron a la región a una situación que
se puede calificar como “regreso al futuro”, en el que se estableció un
tipo de especialización regresiva.
América Latina llega al comienzo del nuevo milenio con desafíos
intimidantes y una problemática situación económica y social.19 De
modo general sus países siguen siendo muy heterogéneos. Bolivia es
un buen ejemplo, aunque un tanto radical, con su economía abiga­
rrada (matizada, fragmentada) o ch’enko (palabra quechua que signi­
fica confusión), privada, incluso, de un mercado interno integrado.
Algunos países evidencian una gran di versificación de sus economías,
a pesar de los desequilibrios entre los sectores productivos y de que
existen procesos de desarrollo regional totalmente desiguales. Este es

19 Véase Domingues, 2007; Quenan, 1997; Ferrer, 2005; Ibarra, 2005;


Cypher, 2001; Santos y Silveira, 2004; Lasema, 2005; da Silveira
(comp.), 2005.
112 L A M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A

particularmente el caso de Brasil y de México, que (más allá de la ma­


crocefalia y la concentración económica de ciudades como Lima y
Buenos Aires, que reproducen lo que ocurre especialmente con la ciu­
dad de México y Sao Paulo) expresan de manera ejemplar dicha di­
versificación. Otros países sufrieron retrocesos cuando las dictaduras
militares decidieron desindustrializarlos y apostaron a una nueva era
de agroexportación; fue con ese límite como afrontaron la emergen­
cia de la nueva fase de la modernidad. Chile llevó esto aún más lejos
que cualquier otro país. Sin embargo, Uruguay y Argentina siguieron
el mismo camino por largo tiempo, a pesar de que Chile había tenido
un éxito razonable en su búsqueda de un nicho en el mercado mun­
dial para sus productos primarios, mientras que la Argentina enfrentaba
una declinación constante, también bajo la explotación brutal del capi­
tal financiero, con la ventaja de que había mantenido un considerable
sector industrial.20
Una vez acabado el modelo de sustitución de exportaciones, se inició
una búsqueda de alternativas, que finalmente acabó capturada en los
dogmas y las ofensivas neoliberales. Se ensayaron o reforzaron unas
pocas vías industriales, con resultados discutibles. En este último
caso, las ramas tradicionales y de bienes duraderos, sumadas a los
commodilies manufacturados, se mantuvieron en la cima en Brasil -u n
patrón tradicional, aunque algunos nichos de productos de alta tec­
nología fueron recortados incluso para exportación-, mientras que
las “maquiladoras” (o simplemente “maquilas”) dominan el paisaje
mexicano y centroamericano. Otros países latinoamericanos siguieron

20 La evolución de la industria automotriz en la Argentina, rama


ejemplar del período de la modernidad organizada estatalmente y del
fordismo, así como del período de "acumulación intensiva", expresa
esta tendencia dramáticamente, cuando se la compara con Brasil y
México. En 1970, Brasil produjo 416.000 vehículos; México, 193.000,
al paso que Argentina produjo 220.000, siendo la única en exportar
esos productos (1.000 en el mismo año). En 1989, Brasil produjo
914.000 vehículos y en 1990 exportó 254.000; mientras México, en
1990, llegó a la cifra de 821.000 y 279.000, respectivamente (aunque
la exportación de autopartes haya sido mucho más alta). En 1989, la
Argentina produjo solamente 100.000 vehículos y exportó el reducido
número de 2.000 en 1990. Véase Naeyoung Lee yjeífrey Cason, 1994,
p. 224.
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚ SQ U E D A DE A LT E R N A T IV A S 1 13

siendo mayoritariamente agranos y le dieron mucha menor importan­


cia a la industria. Esto, por supuesto, no significa que no exista: en mu­
chos de ellos existen industrias de bienes tradicionales así como dura­
deros, lo que fortalece los Departamentos II de la econom ía de corte
variable. En todas partes -y especialmente en los países más industria­
lizados- la importación de bienes de capital para el Departamento I de
la economía ejerce presión sobre sus balanzas de pagos. Algunos países
parecen reproducir su historia de “riqueza mágica", especialmente Ve­
nezuela, con sus vastas reservas de petróleo, al paso que otros intentan
seguir en la misma dirección, dado que ven en su petróleo y su gas el
porvenir de sus hi jos, una concepción hasta cierto punto correcta pero
bastante miope. Sin embargo, el problema agrario tradicional se trans­
formó por completo. El agronegocio emergió poderosamente por do­
quier, y en toda América Latina surgieron nuevas relaciones sociales y
novedosos productos asociados al proceso anteriormente mencionado
de “reprimarización”. Los aspectos analíticos tratados a continuación
expresan esa convergencia y diversidad de evoluciones recientes.
En los apartados siguientes, abordaremos dos giros modemizadores. El
primero, que implica la reestructuración de las empresas, sucede de
modo más o menos descentrado, en tanto no hay un plan general ni una
política industrial en ese sentido (aunque el simple tamaño de las corpo­
raciones transnacionales engendre un alto nivel de centralismo, al menos
para sus propios giros, y la apertura de las economías nacionales haya for­
zado esos procesos en muchas empresas, a veces de forma desesperada).
El segundo, que conforma un proyecto concreto en el cual las institucio­
nes financieras internacionales y el capital global son actores clave, em­
pujó despiadadamente la tercera fase de la modernidad dentro del mo­
delo neoliberal. Los restos del desarrollismo nacional no fueron capaces
de luchar convincentem ente contra esa ofensiva.

POLÍTICAS ECONÓMICAS, REFORMAS, PRIVATIZACIONES


En el plano que los economistas neoclásicos llaman “macroeconó-
mico”, podemos apreciar los primeros giros de los países latinoameri­
canos nimbo a una nueva fase. Esto ocurrió sobre todo en contra de la
voluntad de estos países, que, además, carecían de pistas acerca de
adonde los llevarían aquellos giros. Pero, si bien los acreedores eran
1 14 LA M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

jugadores cruciales en este juego, no eran los únicos: éste era tam­
bién el caso del FMI, al que aquéllos le asignaron un papel destacable
como agente político en las renegociaciones de las deudas, y que ya
había tomado sus decisiones, siguiendo el camino trazado por la
nueva perspectiva neoliberal del gobierno de los Estados Unidos y
por la aplastadora influencia de la econom ía neoclásica. Esto signi­
ficó una nueva agenda (que algunos países como Chile y la Argentina
ya habían incorporado, con resultados muy discutibles), que incluía
básicamente la demanda de “[ ...] reducción de déficit presupuesta­
rios y una política monetaria ajustada; liberalización del comercio y
las tasas de cambio; y, de modo más general, expansión del papel de
las fuerzas del mercado y el sector privado” (incluyendo, por cierto, la
privatización de las empresas estatales, un proceso a menudo muy con-
troversial, financiado por el Estado, y corrupto) (Haggard y Kaufman,
1992, p. 3).
El “Consenso de Washington”, al definir lo que después se conocería
como la “primera generación de reformas”, encarnó la sabiduría de
aquel programa y se convirtió en el emblema del neoliberalismo para
los países latinoamericanos. Esas reformas alteraron considerable­
mente la situación de sus economías. Se hizo retroceder al Estado,
hubo una revisión fiscal y se aplicaron políticas monetarias estrictas,
con un nuevo tipo de disciplina de contención, contra las medidas ex-
pansionistas keynesianas, para lo que se contó, durante algún tiempo,
con un anclaje directo en el dólar en algunos países, lo que especial­
mente en el caso de Argentina tuvo efectos desastrosos en el largo
plazo (y que en el caso de Ecuador continúa en vigencia, con proble­
máticos resultados en términos de déficit comercial). El mercado
abarcó una gran porción de la vida económ ica y se continuó con la
desnacionalización de gran parte de la economía, las políticas de sus­
titución de importaciones encontraron su final y, en lugar de una eco­
nomía interna, comenzaron a desarrollarse estrategias orientadas hacia
afuera bajo la premisa de que el comercio exterior sería beneficioso
para la modernización de la infraestructura económica del subconti­
nente. La inflación fue finalmente dominada, después de la explo­
sión de hiperinflación que asoló especialm ente a Brasil y la Argen­
tina, y la deuda externa fue controlada, aunque se pagaron otros
precios (com o el aumento de la deuda pública interna y, a fin de
D E S A R R O L L O , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE ALT ER N A T IV AS 11 5

cuentas, una deuda externa frecuentemente renovada, además de la


disem inación de la corrupción y nuevos monopolios privados, apenas
regulados en muchos casos, de empresas estatales privatizadas). En re­
alidad, los mercados deberían ser el núcleo de la vida social y garanti­
zar, libres del control y la exploración estatales, en particular la libre
circulación del capital financiero a través de las fronteras, el desarrollo
y el bienestar de la población (Haggard y Kaufman, 1992; Naím, 1994).
De todas maneras, América Latina jamás sería la misma. El Estado y
el mercado establecerían, de ahora en adelante, relaciones radical­
mente diferentes. Más adelante se impulsó la “segunda generación de
reformas”, pero su implementación fue mucho menos completa, entre
otras cosas porque eran más dispersas y, con frecuencia, tenían metas
contradictorias. Implicaban, básicamente, más privatización, la lucha
contra la pobreza, el fortalecimiento de los marcos legales para inver­
siones, nuevas formas de legislación, descentralización y la reducción
de la corrupción (como se analizó en el capítulo 1). La flexibilización
de la legislación laboral estaba también entre sus prioridades, pero su
implementación chocaba con la resistencia variablemente vigorosa del
trabajo organizado; quebrar el poder de los sindicatos de trabajadores era
decisivo. No sólo las condiciones inmediatas se modificarían profunda­
mente -como sucedió en alto grado en cierto número de países, como la
Argentina (Haggard y Kaufman, 1992; Naím, 1994; Pastor y Wise, 1999).
Además, debemos recordar (como se desarrolló también en el capítulo
1) que quizá la principal característica de las medidas de bienestar aplica­
das en América Latina haya sido, precisamente,la introducción de una
legislación laboral activa, con los beneficios a ella asociados.
De ese modo, la “desregulación” se convirtió en un fenómeno mun­
dial, incluso en América Latina. En realidad, los propios países centra­
les, especialmente los Estados Unidos, y varias organizaciones interna­
cionales, com o el FMI, el Banco Mundial, la OCDE y el GATT, entre
otras, introdujeron un nuevo tipo de regulación -entronizada por
organizaciones internacionales que funcionaron com o agentes, basada
en la creación de mercados abiertos como mecanismos de coordina­
ción, de algún modo “naturales”, y de nuevas instituciones, así como
de agencias reguladoras subsidiarias-. Las “condicionalidades” subya­
centes a los empréstitos de esas agencias se vinculaban estrechamente
a aquellos objetivos principales (Stallings, 1992; Kahler, 1992). En esta
11 6 L A M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A

nueva situación, se produjo una liberación y un crecimiento del flujo


de dinero hacia América Latina (y hacia otros países fuera de ella) du­
rante la década de 1990, sea como IED -con vastas sumas, en particular
relacionadas con los procesos de privatización, aunque concentradas en
productos no comerciales y no exportables: telecomunicaciones, infraes­
tructura, etc., pero que suelen consumir grandes volúmenes de bienes
de capital importados-, o bien como capital financiero, especulativo de
corto plazo, que se beneficiaba de las altas tasas de intereses que en gene­
ral se usaban para controlar la inflación (junto a los “planes de estabiliza­
ción”) y la nueva regulación liberal pro-mercado. Eso también significó,
obviamente, desnacionalización.
Ni siquiera la gran crisis de los años noventa en México, en Brasil y
en la Argentina sirvió para modificar la política de las tasas de cambio
y de intereses (en tanto el agotamiento de los procesos de privatización
fue uno de los factores que provocó la reducción aguda de la IED,
puntualmente en el cambio de siglo).21 Por otro lado, la competencia
externa, al menos al comienzo, representó un peso insoportable para
las empresas nacionales. Muchas perecieron, y otras sobrevivieron al
adaptarse a las nuevas condiciones. La reestructuración capitalista, ini­
ciada por compañías extranjeras o nacionales en su lucha por ajustarse
y sobrevivir, adoptó esta forma, que siguió el rumbo de los cambios
“macroecorjómicos”, al contrario de lo que aconteció en el centro del
moderno sistema económ ico global.

21 Entre 1970 y 1981, las transferencias líquidas de recursos para


América Latina, principalmente mediante préstamos,
alcanzaron un altísima tasa del 34% anual, interrumpidas por
la moratoria m exicanade 1982; entre 1982-1989, la
transferencia líquida de recursos en la dirección opuesta cerró
en 1,9%. La reestructuración de la deuda y la liquidez
internacional, así como un fuerte aumento en IED
(parcialmente concentrado en las privatizaciones), revirtieron
la tendencia: en la década de 1990, hasta la crisis asiática de
1998, las transferencias líquidas para América Latina saltaron la
media anual de 35,3%, con la IED respondiendo por un 44%
del flujo líquido de capital. Desde entonces, permanecieron
relativamente bajas, aunque los pagos de royallies subieron
fuertemente; Brasil, la Argentina y México concentraron cerca
del 75% de este tipo de inversiones extranjeras entre 1995 y
2000. Véase David Ibarra, 2005, pp. 196-207.
D ESA R R O LLO , G LO B A LIZA C IÓ N Y BÚ SQ U E D A DE A LT E R N A T IV A S 1 17

En cuanto a las grandes empresas estatales privatizadas, a veces se in­


trodujeron innovaciones importadas del centro: agencias regulatorias,
mayormente en telecomunicaciones, en los servicios básicos, en la pro­
ducción de petróleo y en otras áreas, con relativa autonomía y en las
que intervenían nuevas reglas, así como también el funcionamiento del
mercado. Las medidas de control de precios (anlitrusl) en unas pocas
áreas sociales (por ejemplo, seguros de salud y medioambiente) han
sido tratadas por medio de instrumentos análogos. Esas agencias clara­
mente representan una nueva forma de regulación capitalista (Gheven-
ter, 2005, esp. pp. 189-94; Jordana y Levi-Faur, 2005 y 200S; Jordana,
Levi-Faur y Gilard, 200S). Ellas se difundieron en varios sectores y países
y representan, en el plano institucional, y formalmente, una de las prin­
cipales ofensivas modemizadoras del período. En 1979, existían 43
agencias (incluyendo la banca central), 21 de las cuales eran formal­
mente autónomas. En 2002, ya existían 119. Chile -todavía sin conce­
derles autonomía-estableció agencias en las décadas de 1970 y 1980, y
la Argentina se unió a él, creando muchas de ellas a comienzos de los
años noventa. Brasil llegó relativamente tarde. Estos instrumentos de re­
gulación tuvieron su origen en los Estados Unidos durante el siglo XIX,
fueron revisados y fortalecidos por el gobierno de Reagan, y ulterior­
mente se expandieron por todo el mundo, incluida América Latina y
en especial Europa. Han sido recomendados por el Banco Mundial
como prácticas de “buena (besí) gobernabilidad”, probablemente de­
penden de comunidades de profesionales (sobre todo economistas en­
trenados en los departamentos neoclásicos de los Estados Unidos, con­
tratados en los sectores estatales y compañías privadas latinoamericanas,
o en las agencias internacionales), y funcionan para los inversionistas
como una señal de estabilidad institucional. Este distanciamiento del
Estado parece implicar cierto número de compromisos: entre su rama
ejecutiva (a través de las agencias) y las empresas, además de aquel que
existe entre el ejecutivo y las propias agencias.
En el primer caso, ese acuerdo significa que la autonomía de las
agencias asegura la no intervención del Estado, luego la protección
de las inversiones privadas, y la estabilidad, también aunque no exclu­
sivamente, en el plano legal, lo que garantiza, de modo particular,
una forma de “autoridad” racional-legal (concluyentem ente sin ser
“dom inación” en este caso).
11 8 LA M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

En cuanto al segundo aspecto, el grado de autonomía de la agen­


cia frente al Estado se halla en cuestión. Su burocracia debe ser, en
principio, controlada por las autoridades políticas en un orden de­
mocrático, pero ella es, al mismo tiempo, designada por períodos fi­
jos y no puede ser depuesta. De todos modos, en todo el subconti­
nente, esa nueva forma de regulación estatal com placiente con las
empresas funciona como una especie de compromiso del Estado de
defender a la sociedad de abusos, mientras se abstiene, en cierta me­
dida, de tomar decisiones concretas y mantiene un compromiso con
la libertad económ ica. Por supuesto, existe el riesgo de que esa bu­
rocracia quede presa de una o más corporaciones, lo que puede ser
realm ente un problema espinoso para otras empresas y para la ciu­
dadanía en general, cuya participación es, en la mejor de las hipóte­
sis, inexistente. De cualquier forma, el poder del ejecutivo estatal se
acentúa con relación a las agencias. Peor aún, com o lo demuestra el
ejemplo de la Telecom Mexicana, privatizada de manera apresurada,
de esos procesos frecuentem ente emergen m onopolios nuevos y
apenas regulados (Mariscal, 2004).
Finalm ente, un aspecto peculiar del cambio en América Latina
son los procesos de integración iniciados, en las últimas décadas, en
el círculo de lo que se denom inó “segunda ola de regionalismos” (la
primera tuvo lugar en las décadas de 1940-1950). Al contrario de la
mayoría de los giros hasta aquí discutidos, éstos representan genui-
nas ofensivas modernizadoras internas. El Mercado Común del Sur
(M ercosur), la Comunidad Andina (CAN) y la Comunidad Sudame­
ricana de Naciones (CSN) son las principales expresiones de ese
proceso y se han concentrado en la apertura de mercados mediante
el establecim iento de regím enes arancelarios comunes. Aunque se
alcanzó p o co , más allá de eso, este proceso debe ser visto com o un
gran paso, colm ado de posibilidades futuras. El bajo nivel de capaci­
dad “infraestructural” del Estado (véase capítulo 1) es, sin embargo,
reproducido en el caso de las instituciones regionales, que penetran de
manera superficial y no mo\ñlizan en forma relevante a las sociedades
de los países que supuestamente deben aproximar. Una vez más, la in­
tegración del mercado, algo especialmente visible en el caso de Brasil
y de la Argentina, ha sido una realización efectiva de los procesos en cues­
tión. Más discutible -e n realidad prejudicial para la economía mexicana,
D E S A R R O L L O , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE A LT E R N A T IV AS 1 lg

como veremos más adelante- fue el establecimiento de la Area de Libre


Comercio de América del Norte (NAPTA), para el cual se arrastró al país
ubicado más al norte de América Latina, junto con otros menores de
América Central.22

LA REESTRUCTURACIÓN DE EMPRESAS Y VÍAS INDUSTRIALES


Uno de los aspectos centrales del desarrollo capitalista en las últimas
décadas del siglo XX fue el proceso de reestructuración de empresas
conocido com o “posfordismo”, que abarcó una gran cantidad de si­
tuaciones. En los países del centro del sistema global, esos giros mo-
dernizadores tuvieron efectos de gran alcance, con implicaciones
tanto para los patrones de acumulación, para las formas de regula­
ción, para los mercados de trabajo, como para la inserción de esas
economías en el mercado global. Además, estuvieron estrechamente
asociados a la revolución tecnológica. La reestructuración fue muy
importante en América Latina también en las empresas industriales y
en las de servicio, pero tuvo sus propias especificidades. En primer lu­
gar, su impacto general fue menor. El fordismo como tal, o formas re­
lacionadas de producción (no el patrón de consumo, excepto, en
cierto grado, en la Argentina), jamás fue hegem ónico en el subcon­
tinente, y algunos de sus aspectos han sido efectivamente fortalecidos
actualmente.
El taylorismo puede haber tenido mayor impacto, pero las formas
anteriores de organización del trabajo siguen operando amplia­
mente, como lo hacían en el pasado, con gran verticalidad. Han pre­
valecido las industrias tradicionales, que a veces asumen el aspecto de
sweatshops (trabajo intensivo en pésimas condiciones). Como mencioné
anteriormente, el pensamiento de la Cepal enfatizó en la heterogeneidad

22 Ménica Herz y Andrea Ribeivo Hoffman, 2004, cap. 5; J. M.


Domingues, 2004. De todas fonnas, es un importante contrapunto
la asignatura de los Acuerdos de Libre Comercio (ALC) entre
muchos países latinoamericanos (Chile, Colombia, etc.) y los
Estados Unidos en la secuencia de la efectiva reinserción del Area
de Libre Comercio de las Amérícas (ALCA), tal como fue
impulsada por este último país.
120 LA M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

de la absorción tecnológica en América Latina y eso tiene una rela­


ción obvia y directa con los procesos de producción de las empresas.
Eso ocurre hoy en día también, aunque por vías específicas (Novick,
2000). De la Garza Toledo sintetizó conceptualmente el proceso de
reestructuración como:

[...] la transformación de la base sociotécnica de los proce­


sos productivos, en sus niveles tecnológico, organizacional,
de relaciones laborales, del perfil y la cultura del trabajo.
[...] el Estado, con su gasto, dejó de ser la palanca de la de­
manda agregada, con la apertura del mercado interno a la
competencia internacional. [...] las reestructuraciones pro­
ductivas han sido decididas directamente por las empresas,
ante las nuevas condiciones del mercado y la reorientación
económica del Estado; han estado también en relación con
el cambio específico de la política industrial, que ha pasado
del fomento de la industrialización, propio del período de sus­
titución de importaciones, a una nueva polídca que implica
menor intervención estatal y un intento de convertir al sector
exportador en un elem ento dinamizador de la econom ía
(De la Garza Toledo, 2000, p. 729).

En algunos sectores, la reestructuración incluyó procesos que se aseme­


jaban al toyotismo, esto es, como ya se señaló, el desarrollo de equipos
de trabajadores con gran autonomía, menor segmentación de tareas
(con lo cual los trabajadores calificados y polivalentes, por consiguiente,
se vuelven más comunes) y una responsabilidad mucho más compartida
colectivamente. Sin embargo, ésa no parece ser la situación más usual: la
reestructuración ha crecido, desde los años ochenta, a través de formas
“duras" más que “blandas”. Esto es, la modernización de equipamien­
tos, que con frecuencia implica un cambio en las condiciones de tra­
bajo, surge como la estrategia más utilizada por las empresas, antes que
los procesos de trabajo más flexibilizados, aunque en algunos países de
la región haya, de hecho, cambios organizacionales. Esta es la tenden­
cia tanto en el caso de las compañías nacionales como en el de las mul­
tinacionales. Pero también, las principales empresas se han confiando
y se han concentrado en las vinculadas al mercado mundial, lo que en
D ESA R R O LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A L T E R N A T IV A S 121

general no ha implicado cambios de última generación. No se ha in­


troducido una cantidad considerable de microelectrónica y control
computarizado (salvo algunos avances en el sector de servicios). Ocurre
que los cambios organizacionales, frecuentemente, han engendrado,
de modo paradójico, incluso cuando son implantados esquemas “justin
time", una profundización del taylorismo, sin que ello implicara dema­
siados cambios en la clase trabajadora como tal (que, en gran medida,
siguió siendo de sexo masculino, de edad madura y con cierto nivel de
experiencia en movilizaciones, aunque se han incorporado mujeres y
jóvenes trabajadores, que muchas veces representan una fuerza con
menor experiencia política).
De modo general, la flexibilización de la legislación y un debilita­
miento de los sindicatos -comandados por el Estado- estuvieron en el
centro del proceso de cambio de la economía en su conjunto (Novick
a y b, 2000), lo que desembocó en la vulnerabilidad de los trabajado­
res, en una mayor explotación del trabajo, en la acumulación “exten­
dida” (según el lenguaje de la teoría de la regulación), con relación a
la propagación de productos proyectados a la economía mundial, y en
un incremento de aquello que, en la terminología marxista, se deno-
mia “plusvalía absoluta”. Se lanzó una verdadera ofensiva moderniza-
dora contra el trabajo, que en la fase anterior de la modernidad había
alcanzado cierto progreso en términos de legislación.
Otro aspecto importante de la reestructuración industrial en particular
fue una inclinación a la desintegración vertical, aunque ésa no haya sido,
una vez más, una tendencia absoluta (pues ha acontecido en paralelo a las
fusiones y takeovers con las que no tiene, en principio, contradicción). Los
oligopolios salen fortalecidos de ese proceso, pero un vasto sector de em­
presas medianas y pequeñas, con frecuencia de propiedad familiar, es res­
ponsable de un gran porcentaje de empleos, que no son en general bien
pagos. En vez de buscar bajar los “costes de transacción” por medio de la
“intemalización” de los mercados extemos, típicos de la segunda fase de
la modernidad (Williamson, 1975), las empresas han tercerizado las tareas
y tejido redes con proveedores y consumidores. El control del mercado es
garantizado en parte por medio del design, la definición y la contratación
de productos antes que por medio de la mera producción.
Con certeza, la microelectrónica fue el foco principal de tales proce­
sos, que se han diseminado por todo el sector industrial de la economía
122 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

mundial. Los textiles, por ejemplo, una rama supuestamente tradicional,


se encuentra especialmente permeada por esas prácticas tanto a escala lo­
cal como global. Esa reestructuración de la producción se ha ampliado
por medio de lo que se ha llamado “cadenas globales de mercaderías”,
que pueden ser impulsadas por los productores (producer-dñven) o por los
compradores (buyer-driven). Una empresa puede localizar algunas partes
de su propio proceso productivo complejo en distintos países-lo que res­
ponde al aumento del comercio global en las últimas décadas: el comer­
cio intraempresas- o terceiizar a proveedores en el exterior. Ambos pro­
cesos pueden ser muy volátiles e implicar rápidos cambios en la
radicación de las empresas que, por distintos motivos, pueden simple­
mente mover sus plantas de un paisa otro (Korzeniewicz, 1994; Martina
Sproll, 2003; Hirst y Thompson, 1999, cap. 4).
La terciarización al mercado interno, e incluso a diferentes países,
suele implicar la contratación de empresas menores con U"abajadores em­
pleados informalmente para realizar parte del proceso de producción
para las que operan en el mercado de trabajo formal (Portes, Castells y
Benton, 1989). Examinemos el rendimiento de los principales países
industriales del subcontinente en este sentido.
La situación de la Argentina expresa estos cambios mezclados. El
m odelo intensivo de acumulación adoptado en las décadas de 1950 y
1960 fue destruido por una marcada tendencia a la desindustrialización,
fomentada por los últimos regímenes militares. La reestructuración se
acopló a ese proceso y no lo revirtió (una m oneda sobrevalorizada
durante toda la década de 1990 tampoco ayud ó ). La industria cayó del 31
al 17% del PBI, con una profunda desarticulación de la estructura
productiva y la disolución de sus cadenas.
La terciarización fue una estrategia que comúnmente adoptaron las in-
dustiias, pero no sobrevino realmente lo que podría llamarse la “especia-
lización flexible”, y también tuvieron lugar la “desregulación” de los mer­
cados de trabajo y tentativas de introducir formas “japonesas” de
relaciones laborales. En la industria automovilística, por ejemplo, se sub­
contratan numerosas empresas, que surgen con niveles variados de sofis­
ticación. Lo mismo ocurre en la industria privatizada de telecomunica­
ciones, que, por otro lado, se modernizó totalmente. Una fuerza de
U'abajo renovada surgió en ambos rubros. Sorprendentemente, en las in­
dustrias metal-mecánica y siderúrgica se aplicó el uso del conocimiento
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQUEDA DE ALT E R N A T IV AS 1 23

más tradicional y se introdujeron condiciones de trabajo más flexibles


(Ferrer, 2005; Kosacof'fy Ramos, 2002; Sano y Di Martino, 2003; Mira-
valles, Novick yS en én González, 1997; WalterySenén González, 1995).
En Brasil, el proceso de desindustrialización no se realizó de cual­
quier manera. En realidad, los militares modificaron el patrón de la
economía brasileña y profundizaron la sustitución de importaciones y
la modernización de la economía del país, al aumentar el coeficiente
de productos industriales en sus exportaciones y completar parte de lo
que era entonces el Departamento I de la economía nacional. De todas
formas, la liberalización del comercio y una moneda sobrevalorizada
en el comienzo de la década de 1990 pusieron la industria local bajo
una fuerte presión. Muchos sectores sufrieron brutalmente, varias ca­
denas productivas quebraron y la concentración en commodities indus­
triales (como el acero) se reforzó, lo que implicó una “especialización
regresiva”. La heterogeneidad se mantuvo como la norma de la econo­
mía. Sin embargo, en el mediano plazo, eso parece redundar en un au­
mento de la productividad de muchas empresas, bajo una fuerte com­
petencia externa, aunque no en la industria de bienes de capital:
especialmente, aquellos con altos niveles de valor agregado, aunque
no sólo ellos, incrementaron su coeficiente de importaciones (aun
cuando Brasil represente -junto con India- el único país en desarrollo
en el mundo con una rama considerable de “máquinas insuumento”). La
evolución desproporcionada de la producción en relación con el empleo
parece indicar que en el curso de la modernización industrial se han uti­
lizado equipos y procesos que ahorran trabajo; de hecho dicha evolución
consistiría, precisamente, en el área en que parecen estar concentradas la
modernización y la innovación.
La subcontratación se expandió en el momento en que se impusie­
ron las fusiones y la desnacionalización. El autoritarismo, la inseguri­
dad laboral, la fragmentación de la clase trabajadora y cierto tipo de
trabajo en equipo que hace que los trabajadores se controlen unos a
otros (en lugar de estimular la coresponsabilidad verdadera y volun­
taria), son otros resultados de este proceso, así como la dispersión ge­
ográfica de las áreas industriales, lejos de la antigua clase trabajadora
militante de Sao Paulo (Coutinho, 1997; Resende y Anderson, 1999;
Markwald, 2001; Ferraz, Kupfer y Iootty, 2004; Invernizzi, 2006; De
Negri y Salemo, 2005).
1 24. L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Sin embargo, si bien Brasil parece seguir a la mayoría de los países


latinoamericanos en cuanto a que la reestructuración modernizó su in­
dustria de forma autoritaria, han surgido algunas novedades reales. En
algunos pocos casos, que son paradigmáticos en América Latina, se fir­
maron con los trabajadores acuerdos mediados por los sindicatos, ya
en la antigua región automotriz del ABC o en otras partes. Este es, en
particular, el caso de algunas industrias más avanzadas, por ejemplo, el
nuevo distrito automotriz de Rezende, donde Volkswagen instaló una
planta extremadamente moderna, en red con sus proveedores y la ad­
ministración local, con nuevos métodos productivos y nuevas relacio­
nes de trabajo, y con empleados altamente entrenados y capacitados.
El hecho de que el país tenga una de las mayores economías de Amé­
rica Latina suministra el estímulo que sirve como base a las empresas
que se apoyan en el esquema de la mercancía global para explorar,
también, otros mercados del Cono Sur (incluida especialmente la Ar­
gentina, aunque exporte a Brasil más o menos la misma cantidad de au­
tomóviles que la que Brasil le exporta a ella).23
En México, la industria fue severamente transformada, principal­
mente bajo la égida de la privatización y el impacto de los nuevos lazos
económicos con los Estados Unidos.Junto a los efectos perversos de la
apertura comercial y la ruptura de muchas cadenas industriales tradi­
cionales, el cambio estuvo marcado, sobre todo, por la presencia de las
“maquiladoras” o “maquilas”, unidades de montaje, en especial en su
frontera norte. Una ofensiva modernizadora institucional abrió un es­
pacio para una multiplicidad de giros modernizadores. En verdad, se
atrajo un gran número de empresas norteamericanas y de otros países
(europeas, japonesas o coreanas), que han usado su mano de obra mu­
cho más barata para producir para los mercados vecinos de los Estados
Unidos y de Canadá dentro de marco del NAFTA Pero las “maquilado­
ras” no cumplieron sus promesas: aunque hubo algunas mejoras, la

23 Ramalho, 2006; Sproll, 2003; Ferraz, Kupfer e Iootty, 2004, p. 109. En


este sentido, las reflexiones de Lee y Cason (ob. cit.) son útiles para
dejar en claro que, especialmente en una industria como la automotriz,
en donde un automóvil está compuesto por más de 15.000 partes, la
tercerización y las redes fueron cordales hace años, y ciertamente lo
fueron también en América Latina desde la década de 1960.
D E SA R R O L LO , G LO B A LIZ AC IÓ N Y B Ú SQ U E D A D E A LT E R N A T IV AS 12 5

mayoría de las plantas está atrasada y monta partes producidas en otros


lugares, con salarios muy bajos, represión de la organización del tra­
bajo (también por parte de los sindicatos oficiales apoyados por el Es­
tado) y no posee innovación tecnológica. Debe sumársele a eso que estas
empresas evidencian un problema particular y grave en comparación
con otros tipos de industrias. En la medida en la que dependen de par­
tes importadas con altos niveles de valor agregado, generan excedentes
para la balanza comercial, pero pueden perjudicarla en tanto haya poco
valor agregado en la producción local exportada. Otro resultado nega­
tivo de las “maquiladoras” es un desarrollo regional distorsionado, que
no genera, por así decir, efectos de “arrastre” en la economía como un
todo, aunque aporte cierta cantidad de excedente a la balanza comer­
cial (Zapata, 2005, cap. 2; Fuli, Candaudap y Ganona, vol. LXIV, n3 254;
Ibarra, 2005, pp. 68-9,109 y 243-86).
Además, como parte de las “cadenas globales de mercaderías”, la si­
tuación de México es altamente volátil en términos de la movilidad de
las empresas y del capital, ya que pueden irse en cualquier momento
en que decidan que las condiciones son mejores en otros lugares. Eso
es lo que ocurrió, al menos en parte, con la industria microelectrónica,
que recientemente se fugó del país. De todos modos, se debe admitir
que muchos sectores se han caracterizado por una mayor estabilidad y
que hay otros tipos de “maquiladoras”, de tercera y cuarta “genera­
ción” -que, además, quizá no deban ser llamadas “maquilas”-. Esas em­
presas invirtieron en innovación tecnológica y emplearon ingenieros
altamente calificados en sus sedes en México. Este es el caso, por ejem­
plo, del Centro Técnico de la Delphi en Ciudad Juárez. Sin embargo, ese
ejemplo no refleja la mayor parte de la vasta industria “maquiladora”
(Sproll, 2003; Carrillo y Lara, 2003).

LOS LÍMITES DELA INNOVACIÓN CIENTÍFICA Y TECNOLÓGICA


Desde las últimas décadas del siglo XX el desarrollo del capitalismo se
basó, como vimos, en cierto número de avances tecnológicos cruciales,
especialmente en microelectrónica e informática. Se puede hablar de
giros y ofensivas modernizadoras que tendrán un efecto duradero en la
historia económica mundial, tal vez en aquellas áreas en que ocurrie­
ron los más poderosos de esos cambios, precisamente en las que América
12G l a m o d e r n id a d c o n t e m p o r á n e a

Latina salió perjudicada. De hecho, la generación de tecnología estuvo


ausente desde el establecimiento del capitalismo en el subcontinente.
Los niveles de inversión estatal y particularmente privados en Ciencia y
Tecnología (C&T) e Investigación y Desarrollo (I&D) han sido habi­
tualmente muy bajos, en contraste con lo que ocurre en los Estados
Unidos sobre todo, pero también en Europa, en Japón e, incluso, en
otras regiones de Asia. Por otro lado, si las firmas transnacionales pue­
den usar tecnologías avanzadas en América Latina (aunque con fre­
cuencia trasplanten allí unidades y productos que están un tanto desfasa­
dos, y raramente inviertan en I&D en el ámbito local), esas tecnologías,
generalmente, no se derraman en la economía como un todo, contribu­
yendo así a una persistente ‘‘heterogeneidad del tejido social”. En rea­
lidad, el agronegocio es una de las pocas áreas en las que -aunque sólo
en Brasil- hubo inversión local sistemática en I&D (pero no me deten­
dré en este punto ahora, sino que lo retomaré al realizar el análisis de
la modernización de la agricultura en el último apartado de este capí­
tulo). Como resultado de las reformas de los años 1990, se implemento
una baja protección arancelaria, las empresas privatizadas redujeron
los esfuerzos internos en I&D (ahora importan de sus matrices y prove­
edores globales o de multinacionales establecidas localm ente), tecno­
logías de informática aplicadas a la producción se diseminaron en las
grandes empresas, en general transnacionales, y no así en las empresas
pequeñas y medianas. Las cadenas productivas locales se volvieron me­
nos densas y sobrevino la privatización de universidades e institutos de
investigación. Mientras tanto, se fortalecieron los derechos de propie­
dad intelectual (Erber, 2006; Grobart Sunshine, 2002; Meló, 2001;
Katz, 2005).
Este tipo de limitación constituye una de las principales preocupa­
ciones de Castells, aunque él no la discuta directamente desde ese án­
gulo, al analizar la sociedad chilena contemporánea. Si bien es verdad
que, desde su punto de vista, Chile ha tenido éxito en su tentativa de
especialización en el mercado mundial y, en América Latina, mantiene
una población razonablemente bien educada, con un acceso a los me­
dios electrónicos de comunicación e Internet superior al promedio, el
país está lejos de haber alcanzado una buena situación en esos aspectos,
dados sus bajos niveles de productmdad y su retraso con respecto a las
sociedades desarrolladas (Castells, 2005).
D ESA R R O LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE ALTER N ATIV AS 1 27

Los datos generales para esta área, extraídos de la Red Interameri-


cana de Ciencia y Tecnología (RICyT), muestran que la mayoría de los
países dedica muy poco de su PBI a C&T y a I&D. En el período com­
prendido entre 1994 y 2003, los gastos globales en I&D tuvieron un im­
presionante crecimiento del 82%, es decir, de 470.000 millones a
860.000 millones de dólares. América Latina aumentó ligeramente sus
gastos en este rubro, pero hubo una disminución de su porción de la
tasa global, del 1,6 al 1,3%, en dólares corrientes; en términos de una
medición de acuerdo con la Paridad en Poder Adquisitivo, la situación
se muestra un poco mejor, aunque no satisfactoria: del 3,1% cayó al
2,5%. Mientras que Brasil logró mantener recientemente su gastos
cerca del 1,0% del PBI, México pasó de 0,29 a 0,45% entre 1994 y
2003. La Argentina mantuvo su tasa constante y baja del 0,44% del PBI.
Esos tres países concentran el 90% de las inversiones de la región en
esa área (RICyT, 2005). El sector privado se encuentra muy ausente de
este marco. Por otro lado, la ciencia -com o una actividad pura- fue el
emblema de América Latina, y eso llevó a una limitación de su articu­
lación con la producción de tecnología, que es una característica des-
tacable del desarrollo contemporáneo en los países capitalistas nucle­
ares. En términos de organización, el subcontinente se distingue,
también, por dos aspectos, cuya expresión más popular se halla en el
Silicon Valley norteamericano y en la industria microelectrónica e in­
formática, que, como ya se dijo, fue el principal foco de la “sociedad en
red” de Castells, discutida en páginas anteriores. El primer aspecto es
la ausencia de “clusters de innovación”, que han sido cruciales para la
mayoría de los avances del presente -Brasil concentra los pocos que
existen-; el segundo, com o si eso no bastara, es que el esquema de la
“triple hélice”, que articula empresas, universidades y financiación gu­
bernamental o contratos con agencias, avanzó muy poco en el terreno
latinoamericano.24 En ninguno de estos casos encontramos giros mo-
dernizadores sustanciales. Examinemos esto, una vez más, en un plano
más específico, es decir, los sistemas nacionales de innovación de los
países más avanzados económicamente.

24 Boriagaray y Tiffin, 2002. Para una visión más crítica, véase Dagnino,
2000.
128 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

La Argentina tiene ciertamente un sistema de ciencia, tecnología e


innovación. El primer punto a analizar es que el sector privado invierte
solamente un tercio de lo que es ya un promedio nacional muy bajo.
La mayoría de las actividades está concentrada en la capital, Buenos Ai­
res. Comparada con México y Brasil, que posee 0,7 y 0,8 investigadores
cada 1.000 personas, la Argentina está en una mejor posición -co n 1,7
por cada 1.000-. Pero eso es muy bajo para los patrones internaciona­
les -p o r ejemplo, los Estados Unidos tiene 9,0 y Francia, 6,9 cada 1.000
personas-. Además, los investigadores argentinos raramente se en­
cuentran en empresas privadas, no tienen un gran desempeño y pocos
poseen doctorado. Los derechos de propiedad intelectual no están es­
tablecidos com o deberían y no hay capital de riesgo para la investiga­
ción científica. De acuerdo con sondeos oficiales, la mayoría de las em­
presas argentinas no innova en absoluto. Como en otros lugares -y
teniendo en cuenta las empresas extranjeras- las grandes compañías
son las más innovadoras. Lamentablemente, hay muy poca construc­
ción de redes entre las empresas y las universidades, dado que ni las
universidades están adaptadas a los negocios, ni las empresas poseen
una estructura adecuada o interesada en colaborar (Thom, 2005).
Se podría esperar que en México la situación fuese más propicia, pero
no es el caso. Pata comenzar, parece claro que la industria “maquiladora”
no produce efectos de derrame en términos de tecnología hacia la eco­
nomía como un todo, aunque algunas empresas transnacionales han
establecido unos pocos centros de I&cD aquí y allí. Y, en términos del
sistema nacional de innovación, el cuadro es, en la mejor de las hipóte­
sis, tímido y similar al de la Argentina. No hay eslabones entre la uni­
versidad y las empresas, la financiación es baja, el crédito para la inno­
vación es escaso, y las nuevas y limitadas patentes que se originan en el
territorio mexicano se deben, llamativamente, más a extranjeros que a
nativos. Pero hay eridencias, aunque pocos estudios, de que las empre­
sas que exportan son las que más innovan - o viceversa- y de que el nú­
mero y la calidad de la producción de los investigadores mexicanos
mejoraron (Ibarra, 2005, p. 280; Parada y Murillo, op. cit.).
Para Brasil, los datos parecen ser más precisos; la situación, sin em­
bargo, es también preocupante. En el núcleo duro de la industria bra­
sileña, la de bienes de capital metal-mecánicos, la innovación es baja
en comparación con otras ramas aceleradas de la econom ía global -y
D ESA R R O LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A LT E R N A T IV A S 12g

anteriormente vimos que Brasil no tiene una buena posición en los


sectores avanzados de estas industrias-. El sector de la microelectró­
nica es aún pequeño (Furtado, 2004). Además, algunos estudios deta­
llados muestran que la cooperación es poco frecuente por varias razo­
nes: falta de capacidad interna y la pequeña escala de las compañías,
ausencia de interés, muy poca conexión con las universidades y baj a fi­
nanciación estatal, entre ellas. Guando hay cooperación, no es para in­
novación, sino para tareas menos nobles (tales como entrenamiento
conjunto). La innovación de productos no es común y ese proceso no
está difundido. La inversión pública se halla en el corazón de la C&cT
en Brasil, las universidades, en efecto, se expandieron y el dinero para
investigación aumentó; sin embargo, Brasil tiene un largo camino por
recorrer si quiere persistir en la tentativa de aproximarse, al menos en
cierto g ra d o -o no quedarse aún más atrás-, a los países centrales en
términos déC&cT e I&cD. De cualquier manera, como en México, hay
Una clara correlación entre el éxito en las actividades de exportación y
la inversión de las empresas en IScD - y mejor establecida a través de in­
vestigaciones empíricas-.25
La cooperación entre los países latinoamericanos ha sido práctica­
mente inexistente en ese sentido y sólo recientemente se vio influida
por los procesos de integración regional, a saber, el Mercosur, princi­
palmente entre Brasil y la Argentina. Hasta hace muy poco, la biotec­
nología -concentrada en ambos países en salud y agricultura- era una
de las pocas áreas de cooperación. N o hay, de hecho, muchas perspec­
tivas de evolución en tanto el tema ñ o esté realmente presente en el
debate público y pocos países aumenten SuS capacidades en G&cT, que
no tiene mucho peso en los procesos de integración (aun cuando los
gobiernos de Brasil y la Argentina estén haciendo cierto esfuerzo en
esa dirección) (Liados y Pinheiro Guimaráes, 1999; Domingues, 2005).
Estas cuestiones mal establecidas dejan a los países latinoamericanos
en una posición subordinada en la división global del trabajo, algo
que, si bien no es un resultado intencional, de todas maneras se torna
inevitable. Estos países parecen especializarse cada vez más en

25 Véase De Negri y Salerno (comps.), 2005, especialmente, Cassiolato,


Britó y Vargas.
130 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

commodities de bajo valor agregado con “ventajas comparativas es­


táticas’”, antes que en actividades “intensivas de conocim iento”. Eso,
obviamente, implica fragilidades en el largo plazo (Katz, 2005, p.
375). Si de modo general la situación no es buena en lo que se refiere
al trabajo y al consumo, las perspectivas tampoco serán auspiciosas.

LA EVOLUCIÓN DE LOS MERCADOS DE TRABAJO Y LAS CALIDADES


DE CONSUMO
Las sociedades latinoamericanas siempre tuvieron mercados de tra­
bajo cuyo dinamismo no era tan intenso com o el de los países cen­
trales. Nunca gozaron realm ente del pleno em pleo en el esquema
keynesiano. Las teorías de la “marginalidad”, que fueron bastante
com unes en el subcontinente, reflejaron este tipo de problema,
pero su falla fue simplemente desconectar gran parte de la fuerza de
trabajo de los procesos reales de la econom ía, al sostener que una
enorm e masa no cumplía ningún papel en el proceso económ ico.
Además, eso generaba una concepción altamente dualista de los
mercados de trabajo y de la sociedad, lo que implicaba la función de
los mercados de trabajo informales. Actualmente, casi de modo con ­
sensuado, se considera que esta posición es equivocada.26 Como vi­
mos anteriormente, en el debate también estaba presente un punto
de vista marxista que enfatizaba un fenóm eno que iba más allá del
“ejército industrial de reserva”, con resultados discutibles. Sin em­
bargo, estas teorías tocaron una cuestión real para las sociedades la­
tinoamericanas: en la medida en que una masa de gente era incluida
en el mercado capitalista apenas periféricamente y no tenía medios
efectivos, en el sentido tradicional, de reproducir su fuerza de tra­
bajo, era cuestionable qué papel desem peñaba en el esquema am­
plio de acumulación y desarrollo. Es cierto que podría argumentarse
que América Latina estaba integrada al proceso capitalista de des­
arrollo por medio de la “subsunción” de formas tradicionales de tra­
bajo (com o pequeños propietarios o mediante diversas formas de

26 Véanse, para una recuperación del debate, Quijano, 1998, cap. 2, y


para una discusión crítica contemporánea, Cortés, 2000.
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE ALT ER N A T IV AS 13 1

dom inación más personal) y de la disminución del precio de la


mano de obra, lo que produce medios de consumo a precios muy redu­
cidos, al llevar el precio del trabajo a niveles tan bajos. Los patrones de
consumo están estrechamente asociados a eso.
Actualmente, se viene desarrollando un debate complejo acerca del
“fin del trabajo” en las sociedades occidentales. Muchas de las posicio­
nes son ciertamente desorbitantes, pero de todos modos subrayan una
tendencia visible: el desarrollo de tecnologías que ahorran trabajo y el
papel del trabajo concreto en la acumulación de capital, así como el
que desempeñan las nuevas identidades, que no tienen el trabajo y la
clase como referentes. El “desempleo estructural” ha sido uno de los
principales puntos en cuestión, com o una consecuencia de los giros
modernizadores que apuntan a estrategias para ahorrar trabajo.27 No
puedo tratar un problema tan complejo como éste aquí. Basta plantear
la cuestión y pensar cómo ayudó a dar nueva vida a puntos de vista ya
olvidados en el debate latinoamericano.
En particular, Nun llamó la atención sobre la evolución del tra­
bajo en América Latina, para lo cual retomó sus antiguas contribu­
ciones (hoy consideradas demasiado “econom icistas”) y argumentó
que el subcontinente, con sus peculiares mercados de trabajo, fue
pionero en este tipo de cuestión que hoy preocupa a las sociedades
capitalistas avanzadas. Según él, hay una mezcla errada entre las no­
ciones de “ejército industrial de reserva” y “superpoblación relativa”.
Ésta puede, de hecho, producir efectos “disfuncionales”. Así, intro­
dujo la noción de “masa marginal”, que se vincula con el pasaje de la
fase competitiva del capital a la fase monopólica, a su internaciona­
lización y a cambios profundos en la estructura ocupacional, todo lo
cual conduce a la segmentación del mercado de trabajo. Ahora, Nun
enfatiza claramente que el fin del trabajo asalariado estable no es en
absoluto la cuestión, aunque sus antiguas tesis básicas son revisadas
y entendidas cóm o bastante próximas a la verdad, en contra del fun­
cionalismo de muchos autores marxistas de aquel período y de hoy.

27 Los principales autores con f uertes posiciones al respecto son OfFe,


Gorz y Rifkin. Para una discusión (excesivamente) crítica, con acento
latinoamericano, véase, “Fin del trabajo o trabajo sin fin", en De la
Garza Toledo, 2000.
132 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Reconoce también que cierto número de autores y la Organización


Internacional del Trabajo (OIT) creen en el restablecimiento de
esas tendencias. Admite, incluso, el papel de las estrategias y de las
instituciones regulatorias de la acumulación capitalista -p o r cuanto
no existe relación directa entre ganancias de productividad y desem­
pleo-. Sin embargo, no renuncia a la idea de que hay, a esta altura,
una superpoblación relativa y que no es mera casualidad que el de­
bate sobre la marginalidad haya comenzado en América Latina. Nun
no habla de “exclusión”, sino que plantea que el aspecto central de
los mercados de trabajo es la segmentación. Además, parece vincular
de forma muy directa ese fenóm eno a la informalidad. De todo mo­
dos, no considera que estos desarrollos sean inevitables, sin que haya
alternativas; en todo caso, para modificar la situación, serían necesa­
rios grandes cambios en los regímenes de acumulación y en las
alianzas sociales (Nun, 1999). Sería difícil dar sentido a todo eso y
discutir de manera plena las tesis de Nun y sus implicaciones aquí.
Sin embargo, creo que, a pesar de los problemas que presentan, sus
argumentos tienen bastante peso. El principal problema, según mi
percepción, al menos en los límites de este capítulo, es que él
mismo confunde la “masa marginal” con los mercados informales de
trabajo.
Parece evidente que una gran masa de gente tiene poca importancia
para los procesos de acumulación en esta instancia, y una gran porción
de ella se encuentra hoy en los recargados sectores de “servicios” de las
economías latinoamericanas y en pequeñas empresas, con débiles rela­
ciones entre capital y trabajo, así como también en el trabajo indepen­
diente y en el subempleo. Pero muchas de las personas que se encuen­
tran en el sector informal son absolutamente fundamentales para el
actual régimen de acumulación. La flexibilización de la legislación y la
fragilidad de los sindicatos permiten una sobreexplotación de los traba­
jadores, y lo mismo ocurre con la falta de observancia de las leyes exis­
tentes, algo frecuente en América Latina y que se encuentra en la raíz
de los vastos mercados informales de trabajo, especialmente en las prin­
cipales metrópolis y en el sector de servicios. Lima, la capital de Perú,
es un ejem plo particularmente vivido, y da espacio a una campaña
neoliberal bien orquestada y bien financiada que usa la informalidad
como una bandera para una “desregulación” total.
D ESA R R O LLO , G LO B A LIZA C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A L T E R N A T IV A S 1 33

La informalidad es también muy importante en la producción in­


dustrial, incluso mediante la tercerización de tareas -e n el nuevo régi­
men global de acumulación, por medio de redes internas o cadenas
de mercaderías globales-, algo que necesitan las grandes empresas
que emplean básicamente en el sector formal y subcontratan empre­
sas que suelen recurrir al mercado de trabajo informal. Los mercados
de trabajo informales y la informalidad en general minan el poder del
trabajo (los sindicatos sufren mucho) y descolectivizan los procesos,
especialmente al segmentar la fuerza de trabajo y merced a la cre­
ciente heterogeneidad de la situación laboral (con lo que se borran
las fronteras de clase).
En lo que atañe a una definición, es notorio que “econom ía infor­
mal” es una expresión vaga, difícil de precisar, ya que incluye tanto
el trabajo mal pago como el bien pago, así como el comportamiento
de grandes empresas en ciertos aspectos. Nos libramos así de nocio­
nes de dualismo y de marginalidad. Lo más interesante es la articula­
ción de las actividades formales e informales, según las “demandas de
la rentabilidad”. Los trabajadores, incluso durante el mismo día de tra­
bajo, pueden pasar de un sector a otro. Y las empresas con trabajo
intensivo e importante explotación no son sólo antiguas, también las
hay nuevas en el capitalismo. Este es el caso, por supuesto, de Amé­
rica Latina, donde el trabajo informal permaneció casi en el mismo
nivel, a pesar de la creciente industrialización entre las décadas de
1950 y 1980.
Ahora, casi en todas partes, la economía informal -y ésta es la nueva
tendencia que se debe subrayar- viene aumentando a expensas de la
formal. Su persistencia no puede ser explicada como un rasgo rema­
nente de las relaciones tradicionales, tales como, por ejemplo, las acti­
vidades de supervivencia de los pobres, sino como el resultado de nuevas
relaciones sociales que siempre se definen por su contexto.28
En términos de los mercados de trabajo, la utopía de la modernidad
no parece capaz de sostenerse -la homogeneización no se presenta

28 Cortés, 2000; Portes, Castells y Benton, 1989, así como Castells y


Portes, 1989, aparte de otros artículos contenidos en Portes, Castells y
Benton, ob. cit.; Cacciamali, 2004.
134 LA m o d e r n id a d c o n t e m p o r á n e a

com o una meta posible-. Más allá del ejército industrial de reserva
en el sentido marxista, tenemos que manejar una población que no
tiene un papel significativo que desempeñar en la acumulación capi­
talista. Es verdad que la distinción propuesta por Nun no puede ser
confundida con la que diferencia entre mercados de trabajo forma­
les e informales. Y, además, que debe ser tomada, sobre todo, como
una construcción analítica antes que com o una descripción concreta
de procesos reales, aunque de hecho refleje desarrollos en la vida so­
cial. En realidad, las personas pueden, en algunos momentos de sus
vidas, atravesar situaciones sin perspectivas claras y pasar a formar
parte de la población superflua, que algunos consideran “excluida”
en las sociedades contemporáneas, y pueden seguir así por el resto
de sus días. Pero no necesariamente tiene que ser así; a veces, algu­
nos pueden superarse y llegar a otra situación, mientras que otros se
dirigen rumbo a una existencia menos afortunada. En términos de
las colectividades que com ponen el conjunto d é lo s mercados de tra­
bajo nacionales e incluso internacionales, esto resulta de poca impor­
tancia y no altera la segm entación y heterogeneidad, que es un as­
pecto típico de las sociedades contemporáneas, algo que en la región
latinoamericana tiene una expresión particularmente dramática.
En el contexto de dicha discusión, puede ser útil introducir la cues­
tión de la terciarización de la economía. En el mundo, todo el sector
de servicios crece a un ritmo más apresurado que la agricultura o la in­
dustria. Lo mismo ocurre en América Latina. El primer problema a en­
carar es que el sector de servicios es altamente heterogéneo e incluye
actividades que no pueden combinarse fácilmente: alta calidad y em­
pleos extremadamente calificados, que requieren educación superior,
importantes en ese sentido (en servicios médicos y educacionales, com­
pañías financieras y soporte a la alta tecnología, etc.), lo que frecuente­
mente derira de la tercerización de tareas nuevas, especializadas, en un
extremo, y en el otro, trabajos muy mal pagos, mal calificados, de “su­
pervivencia”, en general, tanto en el comercio com o en esquemas in­
formales, a menudo por cuenta propia, con “barreras de entrada” muy
bajas, en tanto demandan muy poco capital.
Otro problema notable es que numerosos estudios argumentaron que,
encontraste con los países de mayor crecimiento, se registró una tenden­
cia a la terciarización “espuria” de las economías latinoamericanas,
D ESARRO LLO , G LO B ALIZAC IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A LTER N ATIV AS I3 5

concentradas en el extrem o degradado. América Latina tuvo su


cuota de terciarización avanzada-y sería posible argumentar que en
algunos períodos la productividad en el sector de servicios era ma­
yor que en otras áreas de la econom ía-. Además, la reestructuración
y el desarrollo económ ico en las últimas décadas tuvieron como
efecto buena parte de aquella tercerización positiva. Sin embargo,
incluso para aquellos que sostienen una concepción mixta, se puede
encontrar bastante apoyo para un mayor crecimiento, especialmente en
términos de empleo, en aquel tipo negativo de terciarización. Eso
muestra, en parte, su conexión con el débil crecimiento económico
y, quizá más importante, con la falta de demanda agregada por tra­
bajo (merced a los avances de productividad que dispensan activida­
des intensivas en trabajo), así com o con la gran cantidad de trabajos
informales y actividades de mera supexvivencia de personas que se
mantienen con dificultades en pequeños “negocios” por cuenta pro­
pia (que la campaña neoliberal ya mencionada quiere minimizar...).
Por ejemplo, en Brasil y e n México, en los años noventa, cerca del
15% (resultado que sería compartido por otros países de la región)
de todos los puestos creados correspondía a trabajos independientes
(excluyendo profesionales y técnicos) o informales en el comercio,
restaurantes y hoteles, el segm ento con el nivel educacional más
bajo de todo el sector terciario (Weller, 2004). Obviamente, eso pro­
porciona relevancia al abordaje de Nun, aunque no pueda validarlo
de por sí.
Esa estructura de los mercados de trabajo y del sector de servicios,
más indirectamente y debido al carácter más distorsionado que eviden­
cia en América Latina, está, por supuesto, asociada a enormes desigual­
dades, de las cuales esos países han mantenido el récord mundial año
tras año. Unagran cantidad de personas vive abase de un consumo mí­
nimo. Los años ochenta y noventa fueron, en general, muy malos en ese
sentido. Brasil gana con comodidad en ese apartado, y recientemente
ha ampliado el uso de “becas” en su política social (véase el capítulo 1)
para alivianar el problema. En tanto éstos sean datos cuya precisión es
muy problemática, ya que no revelan realmente la naturaleza de clase
de la sociedad ni cómo los estratos superiores poseen activos y propieda­
des, y tampoco son desagregados para el estrato más rico (el 0,5% más
neo, por ejemplo), una aproximación al problema es posible mediante
I3 6 L A M OD ERNID AD CO N T E M P O R Á N E A

los datos recolectados por el Banco Mundial. En una evaluación de fi­


nes de la década de 1990 y de comienzos de la de 2000, el 10% más rico
de la población acaparaba el 48% de la renta total de la región y el 10%
más pobre, apenas un 1,6% (al paso que en los “países desarrollados”
aquel decil superior recibía el 29% y el más bajo, el 2,5%, algo que re­
almente no debía servir de consuelo). Los coeficientes de Gini obtuvie­
ron un promedio del 0,52% en los años noventa en América Latina,
mientras que el mismo índice era del 0,34% pata los países de la OCDE
(y, com o bien se sabe, cuanto más alto el valor, p eorel nivel de desigual­
dad).29 Dentro de este patrón muy desigual de distribución, el con­
sumo es, por supuesto, también marcadamente estratificado.
La idea de reproducir los patrones de consumo de los países centra­
les se encuentra difundida en América Latina, especialmente en las
clases superiores y medias. Los “objetos” se distribuyen diferencial­
mente. Los más baratos (bebidas, comida, ropa y algunos electrodo­
mésticos) alcanzan incluso a las clases populares (a veces sutilmente y
con mala calidad); a las clases medias llegan objetos electrónicos y au­
tomóviles, pero los productos sofisticados, ya sea producidos interna­
mente o importados, se concentran en las clases altas. Lo mismo ocu­
rre con el consumo promedio de proteínas en las distintas clases
sociales, lo que no es, sin embargo, privativo de América Latina. Más
allá de muchas otras situaciones, el estilo de vida de referencia en el
subcontinente deriva de países -especialm ente los Estados U nidos-
que son cinco o seis veces más ricos. Éste es un problema antiguo, que
revela ciertos aspectos de lo que sería una “dependencia cultural” -e n
consecuencia, un puñado de giros modemizadores dependientes-, que
implica que los patrones son imitados por parte de los consumidores
antes que creados localmente. Los sociólogos latinoamericanos solían

29 De Ferranti, Perry, H. G. Ferreira, Walton el al, 2004, pp. 2-10 y cap. 2.


Mayor es la decadencia de la Argentina, rumbo a la polarización
social y a la aguda pobreza de largas camadas de la población,
tomando dramático el aumento de la desigualdad que afectó a toda
la región en los años noventa (con ganancias marginales en países
como Brasil). Ellos evitan la conclusión obvia, por lo tanto: las
refonnas “pro-mercado" de aquel momento fueron, en ese sentido,
para no hablar de otros, más devastadoras, asumiendo la posición
supuestamente más neutral (p. 10).
D ESA R R O LLO , G L O B A U Z A C IÓ N Y B Ú SQ U E D A D E A LT E R N A T IV A S I3 7

usar el término “efecto demostración” para caracterizar esa dinámica


(Fajnzynlber, 1990, pp. 863-6; Germani, 1965, pp. 102-3). Con tal seg­
mentación del poder adquisitivo y de los mercados de consumo (junto
a algunos aspectos del “posfordismo” en los mercados de consumo, que
serán examinados en el capítulo 3), parece bastante obvio que los regí­
menes de acumulación no puedan basarse en la acumulación intensiva y
en la generalización de los beneficios del aumento de la productividad.
Un proceso muy desigual de acumulación parece derivarse de estas pre­
misas; sin sustentabilidad ante el consumo masivo, de gran alcance en lo
que se refiere a los objetos más lucrativos consumidos por las clases que
se encuentran en la cima del mercado. Esto se conecta, y permite la re­
petida extensión de los ciclos de productos y la continuidad de la acumu­
lación en el plano global, con lo que los mercados centrales son amplia­
dos a través de la inclusión de segmentos de los mercados periféricos
latinoamericanos.

EL PAPEL DEL AGRONEGOCIO Y DE LOS C O M M O D 1 T U IS

Los sueños de modernizar América Latina se construyeron consisten­


temente en torno a la noción de que la industria debía convertirse en
la fuerza motriz del desarrollo. Eso implicaba respeto por la diversi­
ficación de la estructura social, pero también por la tesis según, la
cual en el largo plazo se registraría una tendencia al deterioro de los
términos de intercambio de los productos primarios. Algunos po­
drían incluso argumentar que esa tendencia no existe, pero el hecho
obvio es que los países centrales pueden tener una agricultura fuerte
-las exportaciones de los Estados Unidos en esa área superaron de
hecho a los productores mexicanos en su propia casa, dentro del
marco del NAFTA-, que no es, sin embargo, ni la fuerza impulsora de
su proceso de acumulación ni el núcleo de su comercio externo. Con
todo, las economías latinoamericanas fueron reprimarizadas en las
últimas décadas. Esto es especialmente cierto en lo que respecta al
comercio exterior, pero más centralmente para el proceso com o un
todo. Algunos países, como Chile, decidieron desindustrializarse y se
lanzaron de cabeza a la producción primaria, para revertir la indus­
trialización por sustitución de importaciones original, mientras que
otros nunca se industrializaron. Incluso en aquellos países en los que la
138 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

industria se desarrolló, la exportación de commodiíies primarios se vol­


vió extremadamente importante. Todo eso está asentado en la em er­
gencia de la agroindustria.30
Esta tendencia está asociada, en primer lugar y de manera radical, a
las transformaciones de la estructura social. América Latina fue hasta las
décadas de 1970 y 1980, con excepción de unos pocos países, una región
de campesinos. Éste ya no es el caso, en tanto que el trabajo asalariado se
diseminó aún más por el subcontinente. Hay vastos sectores de campe­
sinos en un mosaico cuya composición precisa está marcada por la hete­
rogeneidad, pero esos pequeños propietarios no son tan numerosos, lo
que no significa en modo alguno que la pobreza rural haya sido supe­
rada. De manera general, las agroindustrias, basadas en grandes propie­
dades productivas y mercaderías como la soja y otros granos, la celulosa
y también la carne, penetraron tan poderosamente sus sus economías y
sociedades que se convirtieron en un componente crucial de su vida so­
cial. Eso implicó una disminución o, alternativamente, un cambio de
forma y sustancia de los movimientos campesinos que luchan por la
reforma agraria y la distribución de tierras (Bengoa, 2003; Hay, 2002).
En la Argentina, luego de una larga declinación de sus poderosos re­
baños (sin recuperación por ahora) y de la agricultura, debido a la
falta de innovación tecnológica, los cultivos aumentaron su productivi­
dad y se volvieron cruciales para la balanza comercial del país. En Mé­
xico, los productores quedaron devastados tanto por el mercado libre
y las regulaciones de libre comercio del NAFTA, como por las reformas
que, persiguiendo el fin de las tierras del ejido en las comunidades in­
dígenas-campesinas, las convirtieron en una mercancía vendible. Los
grandes hacendados también sufrieron. Todos se tomaron víctimas de un
sistema de débito que enriqueció el capital financiero y dio origen a un
movimiento social mezclado: el Barzón. El agronegocio de exportación

30 Véase daSilveira, 2005. Para concepciones de laCepal (y


especialmente las de Raúl Prebisch), véase Bielschowsly, 2000, y,
especialmente para el marxismo, Mandel, 1975, cap. 11. Ambas
corrientes, a pesar de sus distintos aparatos teóricos y lincamiento
conceptual, enfocan la concentración del progreso técnico y las
formas de producción menos intensivas en trabajo en el centro, como
un medio por el cual éste drena la renta de la periferia, recusando la
teoría liberal de las ventajas comparativas.
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE A LTER N ATIV AS 13 9

apenas prosperó en la nuev'a situación. De hecho Chile encontró desde


los añ os setenta nichos para exportación, especialmente hacia los Esta­
dos Unidos, pero con baja tecnología y sin innovación, sosteniendo los
sistemas de agricultura y piscicultura, lo que hace que su economía
también sea vulnerable en el largo plazo. Las grandes compañías ex­
tranjeras controlan ahora las semillas y, en gran parte, la comercializa­
ción, con lo que crean un nuevo tipo de dependencia. Al paso que el
siglo XX fue escenario de la “revolución verde”, basada en el uso de los
químicos pesados (productos protectores y fertilizantes), en todo el
mundo y también en América Latina, los últimosdesarrollos están es­
trechamente asociados a la introducción de culturas transgénicas (en
especial a la soja y al maíz). En ese sentido también, tiempo atrás y
en la actualidad, las compañías transnacionales han tenido el con­
trol de la situación, por medio del capital, de las patentes y de los
productos (sobre todo semillas, aunque hayan desistido de introdu­
cir la variedad “temiina.107”, que no se reproduce). Sólo en Brasil, a tra­
vés de la Embrapa y de un sinnúmero de institutos de investigación es­
tatales y privados, las inversiones endógenas en tecnología realmente
se desarrollaron en una escala significativa (para la soja, el arroz, los
porotos, etc.).
De todas formas, el empuje para hacer que toda la economía se
mueva parece ser más poderoso en el caso del agronegocio que en la
industria “maquiladora”, aunque la comercialización suele ser reali­
zada por empresas extranjeras en el esquema de las cadenas de merca­
derías globales (Dom ingues, 2007; Arceo, 2003; Ferrer, 2001, pp.
341-2; Long y Roberts, 1994, vol. VI, parte I; Pengue, 2005; Zapata,
2005, pp. 26-8; Williams, 2001; Massieu Trigo et al., 2000; Goldfrank,
1994; Landerretche, Ominami y Lanzarotti, 2004; García Gasques el al.,
2004). Si eso vale para las culturas legales, también vale para las ilega­
les; particularmente en América Latina están bien distribuidas las áreas
de coca y cocaína para exportación, que proveen a un gran mercado
norteamericano de cocaína y crack. Colombia está al frente de la pro­
ducción, pero pequeños productores, campesinos que luchan para
sobrevivir, especialmente en la frontera agraria amazónica, han es­
tado en la línea de frente del cultivo, y están integrados, también, a
una cadena de mercaderías global, en la cual -com o de costumbre en lo
que concierne a otras mercaderías globales- las ganancias permanecen
140 LA M O D ER N ID AD CO N T E M P O R Á N E A

concentradas en los países en los que son vendidas. De todos modos,


en este tipo de cultivo los fuertes avances tecnológicos son constantes
(Wilson y Zabrano, 1994; Ortiz, 2003). Mientras tanto, el principal país
productor de petróleo en América Latina, Venezuela, ha vivido repi­
tiendo lo que hizo en los años setenta, en un estado de “encantamiento
mágico”, gracias a la fácil riqueza producida no tanto por la explotación
de la naturaleza, sino por el goce de un truco permitido por su “oro ne­
gro” (Coronil, 2002; Mommer, 2003). Eso puede o no durar, pero inevi­
tablemente se agotará. Lamentablemente, hasta ahora no hay desarrollo
efectivo que haya derivado de esa abundancia.

CONCLUSIONES PARCIALES: ¿REALMENTE UN NUEVO MODO


DE REGULACIÓN, O MÁS BIEN UN NUEVO RÉGIMEN DE ACUMULACIÓN?

América Latina viene experimentando una transformación de largo al­


cance
<__
en las últimas doscíecadas. El résim en preño de ■_
---- --- -
acumulación
^______
y•
el anterior modo de regulación -esto es, su modo de desarrollo, para
usar la expi^íorTHe la escuela de la teoría de la regulación—se modi­
ficaron profundamente. Pero, ¿podemos hablar de un relanzamiento
de la acumulación y del desarrollo, en el sentido tradicional? ¿Fueron
aquellos giros y ofensivas modernizadores exitosos en ese punto? ¿O se
introdujeron nuevos modos de regulación que no permiten, junto a
otra serie de factores, un proceso sostenido de crecimiento econó­
mico? Ésa es la cuestión planteada desde mediados de los años noventa
desde una perspectiva regulacionista, que señala debilidades en térmi­
nos de ahorro y acumulación, así com o falta de diversificación de las
estructuras productivas, y de este modo enfatiza que no hay econo­
mía latinoam ericana que pueda considerarse “avanzada” (Quenan,
1997, p. 51). El crecimiento económ ico ha sido débil, en comparación
con el de los países asiáticos, China e India en particular; dentro de ese
mundo en “desarrollo”, las tasas de crecimiento han sido menores en
América Latina que en otras partes: las sucesiones históricas de, más o
menos, los últimos diez años nos cuentan una historia tanto de pausas
y reanudaciones, como de un éxito limitado en las tasas de acumula­
ción. Incluso si la comparamos con el mundo desarrollado (OCDE),
D E SA R R O L LO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A L T E R N A T IV A S 14 1

la región no queda en una buena posición. Hubo mejoras e n las tasas


de crecimiento, en la deuda interna y en la vulnerabilidad externa
desde 2003; las políticas macroeconómicas aprovecharon la situación
global favorable. Pero el pulso general de la economía mundial y en es­
pecial la demanda asiática fueron fundamentales para su performance,
así como también para la evolución positiva de los términos de inter­
cambio de commodities y para el flujo de recursos en dinero provistos
por inmigrantes en América central.31 La sustentabilidad de ese patrón
en el largo plazo está cuestionada, para no hablar de su “estilo” peculiar
de desarrollo.
Las cosas, entonces, no se muestran auspiciosas, especialmente con
relación a las transformaciones de los procesos productivos como tales,
como se señaló anteriormente, que se desarrollaron de forma desigual
y con un desfase en los cambios tecnológicos, carentes de procesos que
pudieran ser favorables a los trabajadores y con la reiteración de mode­
los de exclusión en cuanto al consumo. El predominio y el poder de
presión del capital financiero han sido enormes, y la capacidad de chan­
taje que aún puede ejercer no fue puesta en jaque en el subcontineiite.
Parece claro que ni hay un patrón consistente ,dé acumulación, ni el ca­
pital financiero está llevando a un nuevo “régimen de crecimiento”.
Éste puede ejercer gran presión sobre la economía y el sistema polí­
tico, expresada en el esfuerzo concentrado para mantener la estabili­
dad “macroeconómica” en la cual se destacan bancos centrales fuertes
y muy independientes. Además, la fuerte penetración de los bancos ex­
tranjeros en la región y la alta concentración de los mercados bancarios
(la forma predominante de instituciones financieras que existe todavía
allí) no demostraron efectos positivos en las condiciones de crédito
(Boyer, 1986; Moguillansky, Studarty Vergara, 2004).
Para comprender mejor la cuestión, podemos repasar lo que se ha ana­
lizado en este capítulo y, retomando, sin pretensiones excesivas, el es­
quema conceptual de la teoría de la regulación introducido anterior-

31 De modo general, el crecimiento en 2006 fue un poco mayor que el


5%. México y Brasil, con menos del 3%, tuvieron performances
especialmente malas. Al menos los mercados internos demostraron
algo de fortaleza, a pesar de qué las exportaciones fueron cruciales
para el inodelo. Cepal, 2006, pp. 9-23; Domitigues, 2007.
142 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

mente, sugerir que el modo de desarrollo en América Latina parece es­


tar basado hoy en los siguientes elementos: a) tura disciplina moneta-
r a r o if una base ..con tractiva y tas as de cambio fluctúan tes, y un capital
financiero y bancas centrales con tur papel crucial (la Argentina, Ecua­
dor, pero también Brasil por un período más corto, pusieron la pari­
dad monetaria con el dólar-una decisión radical e indefendible- en la
cima de todas las formas institucionales de regulación de la economía,
lo que estuvo en el núcleo de la debacle de 2001 del primer país) (Co-
riat, 2004); b) una división aguda de los mercados de trabajo en forma­
les e informales, con una población superflua cada vez mayor y un ré­
gimen extendido de acumulación con una débil pauta de consumo, lo
que implica mercados muy segmentados para las masas trabajadoras y
las clases medias bajas, por un lado, y las ciases medias aítas j las clases
altas, por otro; c) empresas oligopólicas, derivadas de los procesos de
concentración y desnacionalización, con competencia en una segunda
camada de empresas pequeñas y medianas; d) economíais bastante
abiertas y una inserción dependiente del sistema económ ico global;
e) un Estado regulatqrio débil, sin mucha capacidad para implemen-
tar sus leyes y reglas, como veremos más adelante. A eso, debemos su­
marle (generalizando las conclusiones de Ferrer sobre la Argentina
para el subcontinente como un todo, quizá con menor severidad en al­
gunos países, a pesar de que esta reserva no se aplique) que en “[...]
ninguna región [...] se observan procesos de acumulación éñ sentido
amplio, es decir, un desarrollo abarcativo de'í'conjunto de la sociedad y
deX.sjstema económ ico” (Ferfér72005,’p. S55). América Latina parece
ruar atascada en sus patrones de bajo consumo y^bajo, desarrollo tec­
nológico, en su dependencia-del poder y de las decisiones de las em-
íresasjtransnaciqnales, de los mercados financieros y los gobiernos de
os países centrales, sin un porvenir claro por delante. Muchas de las
meras regulaciones son socialmente perversas y no puede conside-
arse que conduzcan al éxito, a despecho del hecho de que no puede
djudicárseles la responsabilidad exclusiva de los límites del presente,
os cuales deben ser asignados también otros factores, tanto externos
orno internos.
Vale señalar que, aunque la democracia y las olas democratizadoras
nantengan cierto tipo de vínculo con los desarrollos producidos en
itras partes del mundo, provienen de giros modernizadores endógenos
D ESARRO LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U E D A DE ALT E R N A T IV AS 143

de América Latina, que por fin articularon Estados y poblaciones de


manera menos despótica, (tema al que regresaré en la conclusión). Si
es posible hablar de procesos llamados de “difusión”, ellos ocurrieron
dentro de la región latinoamericana y contaron con la derrota de una
dictadura tras otra para solapar la solidaridad que los militares podrían
mantener en sus países y sustraer legitimidad a aquellos regímenes. Des­
pués de esto, se ensayaron reformas económicasy, si bien fueron imple-
mentadas y sedujeron a gran parte de los grupos y las clases dominantes
del subcontinente, esos giros y ofensivas modernizadores fueron en
buena medida impuestos por fuerzas externas a América Latina. Las
corporaciones transnacionales, que desembarcaron en la región desde
la década de 1960 y especialmente de la de 1970 y cuya presencia au­
mentó con fuerza en los años noventa, estuvieron al frente de la rees­
tructuración de las empresas (y no siempre de la peor manera). El capi­
tal financiero absorbió buena parte de la riqueza de la región en el
curso de sus flujos de entrada y salida durante la década de 1990. Las
agencias internacionales, el FMI, la OIC, el Banco Mundial, el GATT,
junto con el gobierno de los Estados Unidos-pero de no de manera ex­
clusiva con él-, impusieron agendas específicas, reformas de primera,
segunda e infinitas “generaciones”. Se importaron patrones de regula­
ción, a través de la difusión de ideas y prácticas compartidas por comu­
nidades profesionales, pero también mediante la creación forzada de
agencias tal como lo demandaban aquellos organismos internacionales.
De este modo, la globalización no es solamente eljesultado delpro-
ceso: está en sus propáFimcHW n'profunda intensidad, y moldea una
nuei^fáseriaTércéraVíá de la cirilizáción moderna en América Latina'
en ía di menstqn jsconómica.
"Algo que tristemente se suma a la presente y poco auspiciosa situa-
ción es que no hay un^pens^iem oalterM üyo^jrA^^rica Launa que
ptíeda llevar a una ofensiva modernizadora capaz de enfrentar las ac­
tuales dcriyadones de jajqrcera fase de Ía modernidad^ en 1a_esfera
económica de un modo más interesante para los pueblos de la región;
ciertamente nada que se parezca a la vieja.Cepal y su mezcla original
'de "un estructuralismo histórico en el plano analítico y unjnterven-
cionismo estatal peculiar en el programático. Los impasses abundan, y
fiacen falta nuevos caminos. No es claro cómo se resolverá la espinosa
situación actual de América Latina.

2
rn
V -'
\W ’
144 LA m o d e r n id a d contem poránea

En la década de 1970, Cardoso y Falleto diferenciaron analítica­


m ente entre: 1) desarrollo y subdesarrollo, este último referido al
grado de diferenciación de la econom ía nacional, que es relativo y
sólo puede ser determinado en comparación con otras economías, y
la posición subordinada de la econom ía nacional en la estructura in­
ternacional de producción y distribución; 2) la situación de “¡depen­
dencia” -q u e tuvo en cuenta este último aspecto, pero jmfatizó^ el
podex-de-decisión que aquellas situaciones implicaban, trayendo
luego a co la c ió n los aspectos políticos .del te m a -: v 51 la relación
centro-periferia, para la cual las funciones de la econom ía nacional
dentro del mercado mundial eran lo que importaba, sin mayores
consideraciones de los aspectos políticos de la dependencia. Ade-
más, introdujeron un punto de vista original y argumentaron que,
aun dentro de situaciones de dependencia en América Latina, en al-
gunos países había desarrollo de manera “dependiente y asociada”
(en Brasil, en fa Argentina, en México) (Cardoso y Faletto, 1979, pp-
25 ss.). Cardoso, más tarde, fue bastante cauteloso acerca del al­
cance de la “teoría”, que propuso entonces encuadrar dentro de ja
teoría del imperialismo, en el senddo_en gue Lenin hi definió, a pesar
de otros cambios en la articulación global del capital y del papel
cambiante del capital financiero (una vez más, transformado hoy) (Car­
doso, 1977; también Lenin, 1934). Si tenemos en cuenta su evalua­
ción y sus conceptos, la situación se mu estra muy desoladora en éste
m om ento. El subdesaryollo p areceser Ja norma toda vez que hoy de­
finimos el desarrollo en términos de la tercera revolución tecnoló­
gica, que permite una más amplia diferenciación de los sistemas pro­
ductivos y su papel de liderazgo en el proceso global de acumulación. A
ello se suma que los países latinoamericanos están o bien en laperiferia
(Ecuador, Venezuela, Perú, Boíivia, Colombia, Uruguay, Chile, El Salva­
dor, Guatemala, a Nicaragua) o en la semiperiferia (Brasil, México, la Ar­
gentina) de la civilización global en términos económicos, según su
nivel de diferenciación interna e industrialización. Todqs^exportan
básicamente commodiiiesjgn general, primarios) o bienes industriali­
zad o s,c o n pocas excepciones, de bajo valor agregado internamente
(a pesar del surgimiento de Brasil en unas pocas áreas de alta tecnología,
especialmente pequeños aviones). Recientem ente, el petróleo y el
gas se yplyieron fuentes de riqueza dudosa -com o el etanol promete
D ESARRO LLO , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U E D A DE A L T E R N A T IV A S 14 5

hacerlo también, tanto por razones ecológicas com o económ icas-,


lo que refuerza la reprimarización de la econom ía. Respecto de la
dependencia, hacía ya tiempo que los sistemas políticos y económ i­
cos de los paísesjatinoam ericanos se habían subordinado abierta-
mente a los dictámenes de las fuerzas extern as-el capital financiero
y las organizaciones internacionáles anteriormente mencionadas-. Y,
en lo que concierne al imperialismo, al poder que el capital finan­
ciero, las corporaciones transnacionales, los gobiernos occidentales
(especialmente jie los Estados Unidos) y las organizaciones interna-
'cioháles adquirieron sofrre las econom ías latinoamericanas, junto a
un coiuinuadojaroceso de subdesarrollo dependiente, p one la cues­
tión en posición análoga a la que Cardoso subrayó. Volveremos a
esté punto en el capítulo siguiente y en la conclusión. De cualquier
manera, se puede decir que se ha recorrido un largo camino y se
han realizado enorm es esfuerzos, pero también que, en un sentido
relativo, el subcontinente está nuevamente en el punto en el que co­
menzó sus esfuerzos para modificar el subdesarrollo y su posición en
el capitalismo global, a pesar de los avances absolutos logrados du­
rante el siglo XX en algunos países. Y si el imperialismo no es exac­
tamente el mismo de los años setenta, perdura con un papel renovado
para el capital financiero y las corporaciones tiansnacionales.
Además, es necesario introducir una cuestión que hasta ahora no he
mencionado en este capítulo: la tensión entre la naturaleza y el desarro­
llo, entre el medioambiente y el capitalismo, que es una marca de los
'debatéTglobales hoy, y tiene una peculiar expresión en América La-
tina. La crítica al capitalismo y a su estilo predatorio de desarrollo fue
muy fuerte en los años sesenta. Se ensayaron varias respuestas, y los
molimientos sociales y las ONG latinoamericanas desmepeñaron un
pápériinportante en el debate como portadores de verdaderas ofensi-
"vasTnodernizadoras que desafiaban uno de los pilares de la moderni-
dádT’Eso culminó en una triste resolución en lo que respecta a los fo­
ros mundiales y a las relaciones entre los países “desarrollados” y “en
desarrollo”, en la medida en que los primeros huían de cualquier
compromiso efectivo que los obligase a introducir cambios relaciona­
dos con la deuda o con el estilo de vida. La solución fue una categoría de
compromiso-la de desarrdb sostenibie~ desacuerdo con la cual los dos ele­
mentos del par eran compatibles. No se profirió ninguna traducción
14 6 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

precisa de esa compatibilidad, y desde entonces el énfasis se puso en


uno u otro elem ento de la expresión. De ese modo, mientras que los
ambientalistas pusieron el acento en la sustentabilidad, los gobier­
nos, especialm ente bajo la presión del público y de la “comunidad
de negocios” para modernizar sus eco n om ías-esto es, para crecer-,
obviamente enfatizaron el desarrollo (Nobre, 2002; y Domingues y
Pontual, 2007; García-Guadilla, 2001). En un continente en el que
imperan la pobreza y la desigualdad, con hambre de mejorías en la
vida de las personas com unes, cuyas pautas de consumo tienden a
reflejar muy fuertemente las del centro y donde los grupos empresa­
riales tienen amplia influencia, la situación difícilm ente podría ser
dif erente.
La tercera fase de la modernidad, en América Latina como en otros
lugares, no puede sino mantener en su núcleo un aspecto central de
esa civilización, esto es, la dmiinación de la naturaleza, lo que implica el
uso intensivo de las condiciones naturales y la^.estrttccióri gn gianes-
cala, y es clara la multiplicación de riesgos, de significado local, nacio­
nal y global (Adorno y Horkheimer, 1984; Beck, 1992). Estafase ates­
tigua la consolidación, incluso en condiciones de privación material
de vastos sectores de su población, del fetichismo de la mercancía,
que el neoliberalismo llevó lo más lejos posible, en la medida en que
consideró a las sociedades como mercados y se planteó el consumo,
fundamentalmente de acuerdo con los patrones occidentales, como
meta para los ricos y com o un dulce sueño para la mayoría de la po­
blación, sin mucho espacio para valor es alternativos (García Canclini,
1995). El capitalismo se encuentra, obviamente, en el centro de am­
bas cuestiones, y al mismo tiempo se relaciona directamente con la
existencia y las identidades cambiantes de las clases sociales, cuestión
que examinaremos en el próximo capítulo. Este es hoy, como desde el
inicio, un aspecto crucial de la civilización moderna, y sus articulacio­
nes se volvieron cada vez más globales. Pero, ahora, es su heterogenei­
dad la que parece marcar, más allá de la generalización de las condi­
ciones de mercado, el establecimiento del capitalismo en la tercera
fase de la modernidad. Eso tiene, por supuesto, consecuencias impor­
tantes para el imaginario moderno y para los proyectos que pueden divi­
sar el desarrollo, en sentido amplio, en la situación latinoamericana
contemporánea.
D E S A R R O L L O , G L O B A L IZ A C IÓ N Y B Ú SQ U E D A DE ALT ER N A T IV AS 14 7

No obstante esto, América Latina no creció a tasas constantes, a pesar


de todas las reformas y promesas del neoliberalismo, de la reestructura­
ción económica, etc., y del compromiso con una acumulación que im­
plica un alto precio social y ambiental. Eso contrasta notoriamente con el
florecimientode la democracia, cualesquiera que sean sus limitaciones,
como se examinó en el capítulo 1, e incluso ha atentado contra ella: la
combinación de una “estanflación” a veces relativa, a veces absoluta, y de
algunos desastres preocupantes en el plano económico, con la democra­
cia electoral y algunas veces participativa, no podría dejar de lastimarla.
Eso es especialmente cierto si tenemos en cuenta que, durante la década
de 1990 y ya en los primeros años del 2000, lo que algunos denominan
“pensamiento monolítico” consagró la hegemonía del neoliberalismo y
no dejó espacio para el debate democrático. Es un imperativo retomar a
debates y disensos, en busca de alternativas reales.
3. Identidades y dominación,
solidaridad y proyectos

Los conquistadores ibéricos que llegaron a las costas del sur


del Nuevo Mundo se encontraron con una enorm e cantidad de pobla­
ciones de distintos orígenes étnicos. Lenguajes y religiones, costum­
bres y prácticas, se multiplicaban. Como si eso no bastase, trajeron a
sus nuevas colonias millones de esclavos negros de África, también de
diferentes orígenes religiosos, lingüísticos y étnicos. De esta mezcla re­
sultó un tejido social altamente heterogéneo en el cual convergían la
estratificación de clase, étnica y “racial”.1 La explotación era dura.
Como cuerpo político, el Estado de las monarquías ibéricas tenía una
misión que cumplir, a saber, civilizar e integrar dentro de la comuni­
dad política cristiana a los nuevos pueblos del subcontinente; la Iglesia,
como cuerpo místico, debía realizar su evangelización. Esta perspectiva
nacía directamente de la visión neotomista que sostenían los principa­
les teólogos ibéricos de aquella era (Morse, 1982). El período final de
la vida colonial comenzó a atestiguar los cambios, pero la modernidad se
estableció con las independencias. Se puede, sin embargo, discernir
continuidades en medio de rupturas.
En este capítulo, examinaremos la vida social de modo general en
el siglo XIX y en la mayor parte del XX. ¿Qué relaciones de domina­
ción y explotación prevalecían?, ¿qué formas de solidaridad se foca­
ron?, ¿qué identidades reconocían las personas en sí mismas y en los
otros?, ¿cómo interactuaba el Estado con esas sociedades y cómo las
moldeaba?, ¿cómo fueron tratados la heterogeneidad y el pluralismo

1 Se puede argumentar que la clasificación y la estratificación racial


fueron una invención de los europeos, precisamente en los inicios de
la colonización, que ha quedado en desuso. Véase Quijano, 1993.
150 LA M O D ER N ID A D C O N TE M PO R Á N E A

de varios de esos países por el proyecto homogeneizante de la moder­


nidad?, ¿qué colectividades llevaron a cabo giros modernizadores? Ini­
cialmente, como en capítulos anteriores, enfocaré la primera y se­
gunda fases de la modernidad. Luego buscaré analizar con mayor
detenimiento los rasgos de la tercera fase, que, como en otras partes,
está marcada por una creciente heterogeneidad social, aunque en la
región que estudio aquí presenta características peculiares. En este re­
corrido, ni las “elites”, tema que buena parte de la teoría de la moder­
nización (al menos en su versión latinoamericana) incluye en su análi­
sis del pasaje de la sociedad “tradicional” a la “moderna”, ni las clases,
los “grupos” y las “elites” tal como son abordadas en la teoría de la de­
pendencia (Lipsety Solari, 1967; Cardoso y Faletto, 1970), serán toma­
das como las únicas subjethddades colectivas que importan para la mo­
dernización y los giros modernizadores. La teoría de la subjetividad
colectha deberá permitir un entendimiento más amplio de esos procesos
y de su carácter cada vez más plural.

LA CONSTITUCIÓN DE UNA REGIÓN

Gracias a los procesos de desencaje ya definidos en el capítulo 1,1a mo­


dernidad presenta a los individuos, en tanto subjetividades o ciudada­
nos, con características bastante inespecíficas, com o seres abstractos.
Por ello se tornan necesarios reencajes más consistentes. Algunos nú­
cleos de identidad colectiva y solidaridad han desempeñado un papel
clave en ese sentido en América Latina.
La familia ha sido decisiva. Su carácter heterogéneo, herencia del
período colonial, se mantuvo. Algunas veces una perspectiva análoga
abrigaba contenidos diferentes. De modo general, podemos distinguir
tipos de lo que se ha llamado la familia “criolla”; blanca, no blanca (in­
dia y negra) y mestiza. En la secuencia de las independencias, el código
civil napoleónico francés-con su énfasis en el liderazgo masculino y en
el deber y la obediencia de la esposa, así en como su incapacidad civil-
suministró el modelo para las relaciones de género y casamiento en
América Latina. Planteado esto, las uniones informales, excepto para las
clases dominantes, eran la norma antes que una excepción. Predominaba
IDE N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 15 1

el legado colonial de la informalidad. Las familias d é l a clase domi­


nante evidenciaban una tendencia inflexible hacia la “patriarquía”
(esto es, la dominación de las mujeres y de los niños por el jefe mascu­
lino de la familia). Las familias indias frecuentemente practicaban la
poligamia y eran en general informales, basadas en costumbres “tradi­
cionales” (bastante modificadas, en verdad, a esa altura). En la región
andina, el “casamiento tribal” (tüatanaki o servinakuy, en quechua) se
desarrolló a partir de la costumbre antigua, que permitía la experimen­
tación sexual, la posibilidad de disolución y una tendencia a postergar
la formalización. Mientras que anteriormente a los esclavos negros se
les prohibía casarse (no así procrear), los negros libres y los mestizos
ahora mostraban el mismo patrón de casamiento informal. La matrifo-
calidad y el ausentismo masculino eran comunes. Las clases dominantes,
por otro lado, tenían un ethos masculino en que la predación sexual de
las mujeres de las clases populares subordinadas era fuerte, de modo es­
pecial cuando se trataba de esclavas. De acuerdo con Therborn, “en la
década de 1890, América Latina y el Caribe tenían el orden socio-sexual
más complejo y multif'acético del mundo” (Therborn, 2004, pp. 18-9,
34-7, 90-1 y 157-60, cita extraída de las últimas páginas). No nos engañe­
mos: todavía había un patrón de familia de orden superior en esos nue­
vos países. Basado en la gran propiedad agraria, pero con la ciudad como
foco más amplio de acción, el patriarca se conectaba con una familia más
extensa y forjaba alianzas con otras familias a través de la dominación
personal, más allá de los lazos de amistad, nepotismo, paternalismo y
autoritarismo (Echevarría, 1964, pp. 33-4 y 38 ss.).
Durante el siglo XX, la tendencia a casarse creció. Alrededor de 1960,
Brasil, Chile y Uruguay tenían el “orden conyugal” más formal de la re­
gión. En esto puede discernirse la tendencia moderna a la homogenei-
zación, con un vasto control del Estado y de la Iglesia. Desde 1910, la
revolución mexicana dio los primeros pasos importantes para la eman­
cipación de las mujeres y la debilitación de la patriarquía, un movi­
miento que atravesó el siglo XX. A medida que esta inclinación se for­
taleció, el movimiento en dirección de la formalización de las uniones
se revirtió en los años 1970. Desde entonces, la informalidad se difun­
dió, a lo que le siguió una aguda declinación de las tasas de fertilidad
(junto al control de la natalidad por parte de las familias y del Estado).
Tuvo lugar, así, un profundo cambio -q u e los especialistas llaman
152 LA M OD ERNID AD CO N T E M P O R Á N E A

“primera transición demográfica”-, que acompañó la urbanización, el


ascenso de las clases medias y la proletarización, junto a una disminu­
ción de las tasas de mortalidad y, un poco más tarde, de fertilidad, de
modo análogo a lo que aconteció en los países centrales de la moder­
nidad global en un estadio un poco anterior. Sin embargo, este cambio
requirió un período más prolongado, dado que presentó rasgos espe­
cíficos prominentes y variaciones de un país a otro, por lo que recién
se consumó en la década de 1970. En seguida comenzó la segunda
transición demográfica, lo que algunos consideran una novedad. La
pluralidad de la vida familiar en el subcontinente, que siempre incluyó
unidades extensas y liderazgo femenino en los hogares más tradicional­
mente nucleares y caracterizados por el dominio masculino (que son
prevalecientes), se mantiene (Therborn, 2004, pp. 90, 169-70 e 282-3;
Arriagada, 2002 y 2006; Merrick, 1994).
Esos aspectos múltiples de la familia tienen relación directa con la
estructuración social plural de América Latina. En las nuevas ciudades
independientes una “elite" paisana ejercía el poder sobre los blancos
pobres, los mestizos, los indios y los negros, que conformaban un te­
jido social “barroco”, en realidad, una herencia colonial. Esas ciudades
al poco tiempo se masificaron y, a comienzos del siglo XX, algunas
abrazaron grandes olas migratorias, principalmente de los países de
Europa septentrional. El campo estaba aún más inclinado a la rebe­
lión, mezclado y frecuentemente fragmentado de acuerdo con la raza,
la etnia y la condición social, aunque el control sobre esas masas rura­
les estuviese en manos de los grandes propietarios agrarios y de “caci­
ques”. La incorporación de esas masas, su fusión o la tentativa de volver
a esos países más “blancos" por medio de la inmigración europea y la
contraposición entre “civilización y barbarie" son temas siempre pre­
sentes en la vida cotidiana, en los proyectos intelectuales y en la política
de Estado en América Latina (Rama, 1984; Romero, 2004).
La nación, una forma fundamental de identidad moderna, más allá
del nivel de abstracción y aislamiento individual, y más allá de la fami­
lia como una subjetividad colectiva también, era igualmente un medio
de superar el patente y problemático pluralismo que caracterizaba la
vida social en toda la región. En el siglo XIX, la nación emergió como
una construcción de vital importancia. Al igual que en otras partes,
funcionaba a modo de foco principal de solidaridad social al permitir
ID E N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 1 5 3

lasupe ración imaginaria, así como de cierto modo práctica, délas pro­
fundas divisiones sociales en términos de clase, raza y etnia. La nación
corno construcción consistió, junto al mercado y el Estado como tal
-co n el cual a muchos les gustaría identificarla-, en la subjetividad co­
lectiva por excelencia de la modernidad desde sus orígenes. El nacio­
nalismo depende tanto de las selecciones de rasgos capaces de cons­
truir aquella identidad como del olrido de otros, que podrían dividir y
fracturar repetidamente la colectividad así construida. En el subconti­
nente, se destacó en los inicios de la era moderna y éste fue uno de los
primeros lugares en los que sus potencialidades fueron puestas a prueba.
En contraste con las formas chauvinistas de nacionalismo, con las inde­
pendencias, su reclamo se refirió más bien a los giros emancipaíorios
contra la dominación colonial (Anderson, 1991).
En América Latina, el Estado tuvo un papel particularmente fuerte
que desempeñar en el esfuerzo por crear nuevas naciones. Este fue el
caso tanto en la inmensa área geográfica del imperio brasileño (cuyo
grupo central dominante había frecuentado la Universidad de Coim-
bra, por cuanto no se permitía ninguna otra universidad en la colonia,
y compartía una visión común del país) como én el mosaico de repú­
blicas que emergió (en gran medida gracias a la presencia de universi­
dades locales, y luego de grupos intele ctuales y de liderazgos) a través
de las subregiones del imperio colonial español. Si en Europa muchos
siglos de rida común y una infraestructura social y material, así como los
mercados nacionales que se constituían y los Estados absolutistas, ha­
bían preparado un tejido más homogéneo, en América Latina las cosas
fueron más complicadas, ya que aquellos elementos estaban presentes
con menor intensidad. El Estado intervino para domesticar a las perso­
nas, reprimir las tentativas regionales de secesión y crear una cultura
e identidades comunes. Los resultados variaron marcadamente.
A diferencia de lo que ocurriera en los países europeos, la guerra no
fue especialmente importante para el nacionalismo latinoamericano;
las guerras de independencia, que moldearon una forma defensiva de
nacionalismo, fueron lo máximo a lo que se llegó, aunque en algunos
casos, durante el siglo XIX y más tarde en el XX, esos Estados se hayan
enfrentado militarmente en disputas territoriales y geopolíticas. Las ra­
zones que contribuyeron a que el papel de la guerra fuera menor para
el nacionalismo (¿deberíamos suponerla siempre necesaria?) fueron
154 LA M O D ER N ID A D contem poránea

una base reducida de impuestos y burocracias débiles, además de la in­


capacidad de los Estados latinoamericanos para movilizar a la pobla­
ción y los recursos. El problema más complicado era cómo homogenei-
zar a las poblaciones bajo su dominio. La educación cumplía ahora un
papel análogo al de la evangelización durante el período colonial. El
mosaico de etnias y colores de piel era un tema especialmente difícil,
en el cual los Estados coloniales no se interesaban, dado que su con­
cepción no se basaba en la cuestión de la homogeneidad (en verdad, la
segmentación de las formaciones sociales sobre las cuales ejercían su
dominio era un dato que ni siquiera se tematizaba). Pero eso era posi­
ble en la medida en que el control social básico y la dominación eran
ejercidos a través de lazos más personales, y los señores de la tierra te­
nían el poder necesario y las condiciones sociales para garantizar el or­
den. Con sujetos más libres y una identidad más abierta, era imperativo
incorporar a las personas a un marco común, generar una identidad y
solidaridad en un espacio común, y ofrecer un porvenir compartido, de
modo que se produjesen reencajes que no amenazasen al Estado y a la
posición de las colectividades dominantes que eran favorecidas por las
independencias, y desempeñaban también la tarea de asegurar el bienes­
tar psíquico de aquellos que ocupaban un nuevo lugar en el mundo. Un
reencaje nacional y la homogeneización de la identidad social eran bus­
cados teóricamente, pero con poco alcance práctico, dado que la nación
era en gran medida una abstracción (Domingues, 2007; Murilo de
Carvalho, 1980; Rama, 1984; Centeno, 2002; Whitehead, 1994).
Con la paulatina incorporación de las masas populares a la nación y
los esfuerzos del siglo XX para liberarse de la dependencia económica,
en la mayoría de los países latinoamericanos emergió un tipo de nacio­
nalismo más movilizador. Así, sustituyó una perspectiva más suave, más
liberal y cosmopolita, que predominó durante el siglo XIX y las prime­
ras décadas del XX. Ese nacionalismo anunció los comienzos de la se­
gunda fase de la modernidad (“organizada estatalmente”, como se de­
finió en los capítulos 1 y 2), en un giro expansionista interno que fue
más allá de sus rasgos anteriores, altamente restrictos, y retomó el pro­
yecto emancipatorio de las independencias. La educación y las políti­
cas culturales fueron prominentes en esta coyuntura, en la medida en
que reforzaron el proyecto anterior de construcción de la nación por
medio de la acción del Estado, ahora ante poblaciones más libres. Esto,
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YECTO S I5 5

frecuentemente, se entretejió con los proyectos orientados a crear o


profundizar lo que las ideologías del mestizaje divisaban como una
raza mestiza, “cósmica”, o com o “democracias raciales”, conformando
nuevos proyectos modernos de reencaje, asimilación y homogeneiza-
ción de la sociedad. Esto podía implicar un lelos de igualdad para la
problemática racial, pero, en la práctica, esos proyectos no pusieron
fin al racismo contra negros, indios y todos los tipos de personas mes­
tizas. Aun así, en Brasil y en Cuba, la cultura negra recibió un lugar
destacado en la concepción de la nación. Al realizar una nueva valora­
ción general, con frecuencia la alabanza y una visión “asimilacionista”
de los indios, el “indigenismo” también apareció en toda América Latina.
Sin embargo, especialmente en la región andina, los problemas de co­
municación, la falta de interés del Estado frente a esquemas locales de
dominación personal y la persistencia de idiomas precoloniales no lle­
varon de manera alguna a la realización de la construcción de la na­
ción, que México superó con su revolución de largo alcance (Domingues,
2006; Wade, 1997, cap. S; Ortiz, 2000).
México, Cuba, Brasil, la Argentina, Bolivia, Chile, entre otros, vieron
los movimientos nacional-populares crecer en importancia y fuerza
reuniendo a trabajadores y a masas campesinas: el desarrollo econó­
mico, la inclusión social y la independencia política (en una relación
más complicada con la democracia) fueron cuestiones clave de los
años treinta a los ochenta. Esto se desplegó, sin embargo, de forma en­
trelazada con tentativas de control sobre aquellas mismas masas popu­
lares que a veces amenazaban romper con los límites impuestos por so­
ciedades y polis aún en gran medida oligárquicas. El corporativismo,
que analizamos conceptualmente en el capítulo 1, fue el principal ins­
trumento de esa incorporación regulada y autoritaria que incluyó la
nación y la construcción del Estado intermedio en su definición. Como
se observa, el corporativismo implicaba la incorporación de colectivi­
dades organizadas, legal y formalmente definidas dentro del marco es­
tatal, que representaban a la sociedad a través de canales diferentes de la
capacidad individual de voto y que, en parte, funcionaban como un ins­
trumento del Estado. Probablemente haya sido el mecanismo mediante
el cual los Estados latinoamericanos llegaron a desarrollar un mayor po­
der “infraestructural” a lo largo de toda su historia (tema al que regresaré
más adelante). Así, también, todos encontrarían un lugar-idealmente
156 LA M ODERNIDAD C O N T E M PO R Á N E A

domesticado- en los marcos de la nación y del Estado por medio de un


patrón de “cooptación-represión” de las clases trabajadoras. Los em­
presarios estaban formalmente incluidos en el régimen corporativista,
sobre todo en los países donde acontecía lo mismo con las clases traba­
jadoras. El sistema era, en general, más endeble y ellos tendían a rete­
ner más independencia, gracias, obviamente, a su mayor poder social
en relación con el Estado si se lo comparaba con el de las clases traba­
jadoras, pero se mostraba muy distinto en términos de la capacidad va­
riable de reunir y dirigir a las clases burguesas de esas organizaciones.
Puesto en práctica, el corporativismo difícilmente alcanzó, con la ex­
cepción de México, una institucionalización completa y pulida, por
ejemplo en la Argentina y en Brasil, mientras que otros países, como
Chile, nunca tuvieron ese sistema, o lo tuvieron tardíamente y de
forma mucho más débil, como en el caso de Venezuela y Colombia.2
Los partidos crecieron, ya sea a la sombra de ese arreglo coiporativo,
como en México, en Brasil, en la Argentina, o como un medio alternativo
de conexión entre el Estado y la sociedad, o bien como organizaciones
más efectivas, especialmente en Chile, o como instrumentos neooligár-
quicos y clientelistas, como en Venezuela y Colombia. A veces, como en el
caso del peronismo o de los partidos de izquierda chilenos y uruguayos,
fueron capaces de producir grandes movilizaciones masivas. En aquellos

2 La bibliografía para ese tema, especialmente en lo que refiere a las


clases trabajadoras, es verdaderamente amplia. Véase Spaldingjr.,
1987; Roxborough, 1994, y (para el corporativismo campesino en
Bolivia) De la Peña, en Bethel, 1984. Para los empresarios, véase
especialmente Boschi, 1994, en Domingues y Maneiro, 2006; y
Schneider, 2004. Desde una perspectiva diferente, un par de décadas
atrás, algunos argumentaron que América Latina, infectada por su
herencia ibérica, eraanti-individualista, autoritaria, teniendo así al
corporativismo como, digamos, su expresión “natural". Para un claro
panorama, véase Feresjr., 2005, cap. 6. Los textos tardíos de Morse
(1982), culturalmente orientados, me resultan, a pesar de las
tendencias hacia el esencialismo, realmente interesantes en la medida
en que se detiene antes de incurrir en aquellos errores y, en cambio,
subraya un punto realmente importante de la matrizibérica: no había
conuadicción entre otorgarle al Estado un papel predominante en la
organización de la sociedad, y el individualismo extremo en la
subjetividad y la responsabilidad en lo que se refiere a los intereses de
cada uno.
IDEN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , SO L ID A R ID A D Y P R O Y E C T O S I5 7

regímenes neooligárquicos, la estabilidad, sin embargo, se alcanzó contra


la participación popular efectiva. De todos modos, estos regímenes esta­
ban profundamente enraizados en la vida social y conformaron sistemas
partidarios inestables, especialmente cuando la movilización masiva im­
plicaba autoritarismo y soluciones que llevaban a cabo los militares con­
tra los procesos efectivos de cambio social.3 Las dictaduras militares, bu-
rocrático-corporativas, al proveer canales específicos a las diferentes clases
dominantes en los diversos países (la burguesía industrial en Brasil, prin­
cipalmente los grandes terratenientes en la Argentina, Uruguay y Chile y,
como una excepción pasajera, intentando llegar a las masas campesinas
en Perú), no alteraron los principales aspectos del poder del Estado en
América Latina (excepto en lo que respecta a unas pocas reformas del
funcionalismo público), lo que acentuó su carácter despótico.4
El Estado en América Latina ha sido un elemento crucial en las ofen­
sivas modernizadoras, incluso al impulsar políticamente el capitalismo
y en la formación de las clases capitalistas. Sin embargo, no hizo un
corte claro con algunos de sus aspectos originales. El patrimonialismo
o patrimonialismo burocrático (con orígenes societarios o estatales),
así com o un Estado “feudalizado” o de “prebendas”, con un “capita­
lismo asistido”, han sido rasgos generalizados de América Latina. Los as­
pectos burocráticos pero (neo)patrimoniales de esos Estados-sin perjui­
cio de su carácter modernizador, ni de las prácticas inf ormales e ilegales,
corruptas, que ese aspecto implica- han sido también reconocidos por
muchos autores con diversas perspectivas ideológicas y políticas. Al
mismo tiempo, los intereses burgueses han encontrado canales privile­
giados a través de los cuales han ejercido influencia sobre el liderazgo
estatal y sus principales operadores.5 Sin embargo, contrariamente a

3 Para tener un panorama al respecto, véanse Mainwaring y Scully,


1995; Cavarozziy Abal Medina, h, 2002.
4 Para una revisión de la literatura sobre los regímenes militares, véase
Fiori, 1995. El principal clásico acerca de dichos regímenes es G.
O’Donnell, 1988.
5 Portantiero, 1989; Femandes, 1975, pp. 60 y 73 4. a pesar de que lo
encuentro empíricamente equivocado en sus perspectivas en cuanto a
América Latina y a pesar de una falsa oposición entre
(neo)patñmonialisnno y Estado-nación, se pueden encontrar algunas
pistas en Eisenstadt, 1973.
1 58 LA M O D E R N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

la sabiduría convencional o a lo que sostienen ideologías recientes,


esos Estados nunca han sido realmente fuertes (o al menos no tanto
com o sus pares occidentales). De hecho, tenían medios para integrarse
al mercado internacional, para promover el capitalismo y dar apoyo a
los poderes y privilegios de las clases dominantes, pero siempre tuvie­
ron problemas para penetrar en sus “sociedades” e implementar políti­
cas y decisiones por intermedio de ellas, y ganar así legitimidad y esta­
blecer lazos más estrechos con sus ciudadanos. Estos Estados, con
frecuencia, se caracterizaron por el poder “despótico" antes que “in­
fraestructura!”, lo que significaba que no poseían mucho poder para mol­
dear sus sociedades (cuyos contornos precisos se escrutaron tardíamente
por medio de la estadística). Obviamente, eso no impidió que los milita­
res llevasen ese carácter despótico al máximo, en particular durante las
décadas de 1960 y 1970. Una vez que la dominación oligárquica prevale­
ció en algunos países importantes, como Venezuela y Colombia, no fue
necesario recurrir a las dictaduras (Mann, 2006).
Asimismo, el control territorial del Estado en América Latina recién
se alcanzó plenamente en la segunda mitad del siglo XX (una cuestión
que atormenta en particular a Colombia). Además, la máquina estatal
ha sido bastante ineficiente y por largo tiempo tuvo dificultades para
lograr que sus sociedades pagaran impuestos. Los legados coloniales si­
guen vigentes también en ese sentido. Hubo tentativas frecuentes de re­
formar el Estado en América Latina, especialmente durante el siglo XX:
en la década de 1930, en Brasil, en Colombia y en la Argentina; en la
de 1940, en Paraguay y en Panamá; mientras que, en los años sesenta,
el acento en el desarrollo económico trajo una vez más el tema a la luz.
Los resultados fueron parcialmente exitosos y los gobiernos militares
en el Cono Sur mostraron su eficacia al respecto, lo que ocurrió tam­
bién con la ocupación de Estados Unidos de algunos pequeños Estados
en América central.
De todos modos, recién con la segunda fase de la modernidad el nú­
mero de funcionarios públicos realmente creció, incluyendo a los que se
desempeñaban en las empresas del Estado y en 1a educación y la salud
(un proceso muy desigual en distintos países). Por otro lado, si bien
hubo países (la Argentina, Chile, Uruguay) y regiones dentro de países
(especialmente en lo concerniente a las clases trabajadoras urbanas)
donde el Estado y otras agencias sociales impusieron el disciplinamiento
ID EN TID A D ES Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YE C T O S 159

de la población por medios políticos y burocráticos y patrones claros de


lo que se consideraba un comportamiento apropiado y civilizado, no
podemos hablar de una difusión de las “convencionalizaciones", al me­
nos no con la misma magnitud que fue típica de la segunda fase de la
modernidad en Europa y los Estados Unidos. La falta de poder infraes­
tructura! e incluso la continuada subordinación de grandes fragmentos
de la población a formas de dominación personal en el campo impi­
dieron este tipo de desarrollo. La violencia directa fue el principal me­
dio de control de la mayoría de las clases populares.6
También fueron actores cruciales en todos estos países, bajo la pro­
tección del Estado y a veces teniéndolo como su demiurgo, las burgue­
sías industriales (comerciales y financieras), que se aliaron, a través de
relaciones políticas y personales, a los poderosos propietarios de las tie­
rras, que emergieron como las clases dominantes en la secuencia de las
independencias y predominaron hasta mediados del siglo XX, y cuya
influencia, sin embargo, declinó desde entonces. Algunos, de hecho,
se refirieron a la mayoría de los bloques de poder modernizadores en
la región al comienzo de lo que he definido como la tercera fase de la
modernidad, como tejiendo un compromiso y alianzas dentro del Estado
entre distintas colectividades -propietarios de tierra, burguesía y clase
media-, lo que delineó los límites para las políticas desarrollistas en la
región: mientras más predominasen los elementos oligárquicos, menos
probable era la industrialización.7 Esos lazos y el espacio restricto que
esas burguesías encontraron, merced a la presión del imperialismo y a
la posición subordinada de dichos países en el sistema global, les propor­
cionaron aspectos defensivos. Recusaron su “popularización” y los resul­
tados democratizadores engendrados por el desarrollo de un “orden

6 Wliitehead, 1994; O’Donnell, 2004, especialmente pp. 175-7; Spinx,


1999. Y, para una discusión de las “convencionalizaciones" en la
segunda fase de la modernidad, véase nuevamente W&gner, 1994.
7 De Oliveira y Roberts, 1994, pp. 71 y ss. y 91 y ss. Cuando el
, planeamiento permaneció abstracto y desvinculado de dichos
intereses, la acción del Estado pareció haber sido bloqueada. Cf. de
Mattos, 1987. Una visión más equilibrada se encuentra en Hirschman,
1965. De todas formas, el desarrollismo extremadamente voluntarista
del Estado Brasilero bajo la presidencia del General Geisel en los
años setenta no fue de ninguna manera ineficaz. Véase José Luís
Fiori, 1979.
l6o LA M O D ER N ID AD C O N TE M PO R Á N E A

competitivo”, y apoyaron así una fuerte diferenciación de estatus en esas


sociedades contra los sectores populares. También buscaron aliados ex­
ternos en lugar de internos. Fernandes habló incluso de una “plutocra­
cia” para caracterizar a las clases dominantes latinoamericanas de la se­
gunda mitad del siglo XX: oligarquías, burguesías internas y socios
externos (como los niveles más altos de las clases medias) se fundieron
en una colectividad marcada por el “superprivilegiamiento” de clase, en­
raizado “[...] en el poder fundado en la riqueza, en la disposición de
bienes y en la capacidad de especular con dinero”, y manifestaban un
carácter altamente autoritario y exclusivista. Desde los años sesenta, la
asociación con firmas extranjeras y con el capital internacional garanti­
zaba el desarrollo continuado de algunos países en el subcontinente, es­
pecialmente México y Brasil, como una respuesta al cambio en el m o­
delo de sustitución de importaciones y a un desarrollo dependiente en
algunos países, com o se analizó en el capítulo anterior. De modo gene­
ral, sin embargo, las burguesías latinoamericanas parecían manifestar
una actitud bastante adaptativa -y no una vocación hegem ónica-, de­
pendiendo de su posición frente a los sectores económicos y de las po­
sibilidades de expansión del mercado, que, de acuerdo con los datos
recopilados a comienzos de los años ochenta, eran muy pequeñas.8
Al mismo tiempo, lógicamente esto implicaba una identidad de clase
fuerte y cerrada (aunque no necesariamente expuesta de forma pú­
blica) para aquellos que se ubicaban en la cima, mientras que la situa­
ción para los que se encontraban en los estratos más bajos era más
complicada. No era solamente una profunda explotación lo que es­
taba enjuego. Algunos, como Touraine, no creen siquiera que su iden­
tidad de clase como tal se haya desarrollado de modo adecuado al
unirse a movimientos multiclasistas, nacionales y populares y a consignas
“populistas”, en deuimento de sus intereses (imputados por el analista,

8 Fernandes, op. eiL (b), pp. 58, 60-3, 69-/0, 73-4 y 105-8; Cardoso, 1971,
esp. pp. 201-5; Cardoso y Faletto, 1979, pp. 114 y ss; Oliveira y
Roberts, 1994; Portes, 1985. Como observó Fernandes hace algunas
décadas, las clases sociales eran -y siguen siendo- un fenómeno mal
estudiado en América Latina. En las asociaciones empresarias, podían
percibirse tensiones entre capital nacional y trasnacional. Véase
Schneider, 2004, pp. 46-9.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID ARID AD Y P R O Y E C T O S 16 1

en verdad). El principal problema en su caracterización consiste en una


preocupación liberal por la división entre lo público y lo privado, el Es­
tado y la sociedad, especialmente con relación a la creación de identidad
y a la movilización política. Mientras que en Europa las clases trabajado­
ras se basaban en los dominios privado y de la sociedad civil, en América
Latina un tipo de bloqueo patológico impidió eso: su identidad se cons­
truyó en los dominios público y del Estado, con las limitaciones políticas
de los trabajadores, lo que originó esa distorsión. En realidad, al estable­
cer esa conexión, Touraine reproduce una visión marxista radicalmente
economicista.9 Súmese a ello que, más que un eco de las teorías de lamo-
demización, así como una narrativa de la “falta”, antes que una visión ca­
paz de enfrentar realmente los términos con lo que efectivamente acon­
tece, pueden localizarse en su punto de vista, en contraposición a una
comprensión concreta y no previamente cerrada de la realidad específica
latinoamericana. Más adelante me referiré a los dogmas neomaixistas y
neoweberianos que subyacen a esa concepción de clase social.
Basta por ahora señalar que, de modo opuesto a esa concepción, los
fuertes movimientos de las clases trabajadoras, y más ampliamente,
populares, fueron un elemento crucial de la dinámica política y social
de América Latina, especialmente a lo largo del siglo XX, tanto en las

9 Touraine, 1988, pp. 447-51. Esto se contrapone, considero, a las ¡deas


contenidas en Le Relour de Vadear (1984). El concepto de “populismo"
tiene un lugar destacado en Gennani, 1965. Sin embargo, a diferencia
de aquellos que lo utilizaron más tarde (incluyendo algunos autores
marxistas), el concepto tenía mucha mayor claridad en referencia al
papel de los movimientos “nacional-populares" para las clases
trabajadoras en términos del aumento de su libertad concreta. Véase
Domingues y Maneiro, 2004, en Domingues, 2007. No emplearé aquí
este concepto de “populismo" de ninguna forma, puesto que no veo en
él fuerza analítica. De hecho, operó como una tentativa de encuadrar
la modernidad latinoamericana en un modelo teleológico; el
populismo representaría así un giro meramente distorsionador en,la
transición hacia la modernidad. Permitiría la descalificación de los
gobiernos de orientación popular por encima de la demagogia
ocasional, ciertamente algo que no significa un privilegio de la realidad
del subcontinente. Una risión más cuidadosa, que apunta a la
yuxtaposición de elementos con diferentes orígenes de clases en su
discurso, se encuentra en Ladau, 1977. Para una combinación de
ambos, que enfantiza la naturaleza múltiplede clase del “populismo” y
el papel manipulador del nuevo liderazgo político, véase Ianni, 1975.
16 2 l a m o d e r n id a d contem poránea

áreas urbanas como en las rurales. Las luchas que atravesaron aquel si­
glo y, en especial, más recientemente, el movimiento por la democra­
tización que alteró la faz del subcontinente (como vimos en el capítulo 1)
no pueden siquiera empezar a ser entendidos sin esa dimensión de
clase y popular. Pero no lo hicieron de acuerdo con algún manual so­
ciológico, en el cual la identidad de clase tiende a ser pura y concep-
tualizada ahistóricamente y de manera descontextualizada. El desarro­
llo real y concreto de los conflictos, proyectos y concepciones de
mundo fue moldeado tanto por las clases trabajadoras y populares
-q u e en este caso concreto eran altamente heterogéneas- como por
las dominantes. El propio Touraine lo narra casi en detalle en su libro
panorámico, y deja de lado los elem entos de su narrativa por cuenta
de una construcción conceptual muy sesgada y, como yo lo veo, to­
talmente equivocada de las clases sociales (Oliveira y Roberts, 1994,
esp. p. 315; de la Peña, 1994; Touraine, 1988).
En la política de las clases populares latinoamericanas, también fue
muy común el fenóm eno asociado a la tercerización de la econom ía y
a la urbanización, así como sus vastos mercados de trabajo informales,
lo que fue-visto como una gran novedad en las décadas de 1970 y 1980.
Me refiero a los llamados movimientos “comunitarios” de la región,
que tenían un papel importante en la lucha contra las dictaduras milita­
res y se ubicaban en la vanguardia en ese período. Sin embargo, eran más
antiguos en toda América Latina y, contra una visión algo ingenua, eran,
una vez más, bastante heterogéneos, ya que contaban con la presencia de
actores “externos” para su movilización (Iglesias, profesionales, parti­
dos), a pesar de su ideología en general igualitaria y de su fraseología
antiautoritaria (Portes, 1985; Correa L. Cardoso, 1987).
A partir de esa difícil interacción, dolorosa pero tam bién alta­
m ente creativa, entre diferentes subjetividades colectivas, América
Latina emergió y viene modernizándose desde el siglo XIX. Todos
los elem entos imaginarios y las instituciones que hemos considerado
hasta el momento en este libro han tenido com o portadores moder­
nizantes aquellas colectividades durante la primera, la segunda y la ter­
cera fase de la modernidad. Nuestra principal tarea ahora es analizar
detenidamente cómo las subjetividades colectivas vienen moldeando
esta última fase. Antes de hacerlo, elaboremos el marco conceptual
necesario para dar cuenta de este fenóm eno empírico.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN ACIÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 16 3

REFLEXIONES INTERMEDIARIAS. SUBJETIVIDADES COLECTIVAS


Y NÚCLEOS DE SOLIDARIDAD

Como se mencionó en la introducción, el concepto de subjetividad co-


lectiva es crucial para lo que hemos denominado giros modernizadores.
En términos de teoría general, tiene mayores implicancias. Original­
mente, lo propuse para desestimar cualquier visión de las “estructuras”
como poseedoras de un carácter sustantivo -ellas tienen una utilidad
sólo heurística, pues son elaboradas por el investigador como una “ins­
tantánea” de una formación social de cualquier magnitud en un mo­
mento dado-. Pero la teoría de la subjetividad colectiva puede ir tam­
bién más allá de una perspectiva individualista, reductiva. De este modo,
se concibe que la vida social está tejida por la interacción entre indivi­
duos, así como -y aquí descansa la novedad de la construcción concep­
tual- por la interacción entre subjetividades colectivas. Es decir que así
como los individuos ejercen un impacto causal unos sobre otros, lo
mismo ocurre con las colectividades -a través de lo que he llamado “cau­
salidad colectiva”- . No debe considerarse que las subjetividades colecti­
vas reproducen el modelo tradicional de subjetividad individual. En
cambio, propongo pensarlas como relativamente (descentralizadas, esto
es, gozando de niveles diferentes de identidad y organización. Esto signi­
fica que su “movimiento” -ya sea modificar o mantener causalmente
cualquier configuración social dada-es también variablemente intencio­
nal dependiendo de su nivel de centralización. Ese concepto no supone
una conciencia clara, en términos cartesianos, de las colectividades, aun­
que puede ocurrir que ellas tengan conciencia de sí mismas y de su im­
pacto, así como puede acontecer que estén organizadas lo suficiente
como para actuar en conjunto, ya sea mediante la colaboración de indi­
viduos y subcolectividades o a través de estructuras jerárquicas. Es nece­
sario agregar que las subjetividades colectivas tienen varias dimensiones
que podemos definir analíticamente como del tejido hermenéutico, de
pertenencia material a la naturaleza, de las relaciones de poder y de la
configuración espacio-temporal.10 En lugar de intentar elaborar la teoría

10 La teoría de la subjetividad fue elaborada especialmente en Domingues,


1995. Véase también mi "Integragáo social e sistémica" (2000), en 2003c.
1 6 4 L A M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

en detalle aquí, veamos cómo, en términos de las subjetividades colectivas


tratadas en este capítulo, podemos desplegar esas ideas básicas.
Lo lógico es comenzar por el concepto de clase social, que ha sido una
cuestión fundamental por antonomasia en la historia conceptual de la
subjetividad colectiva (junto a, en menor medida, el de Estado y de na­
ción). Marx es, obviamente, el principal referente en ese sentido, para
quien las clases y su lucha eran los motores de la historia. Sosteniendo in­
tereses opuestos, las clases se enfrentaron desde que la humanidad aban­
donó la comunidad original. Pero algunas serían capaces de identificar
sus intereses y actuar en función de ellos de forma muy cartesiano-hege-
liana, yendo de la “clase en sí” a la “clase para sí”, mientras que otras no.
Si el campesinado era totalmente incapaz de alcanzar algún nivel de con­
ciencia de clase, y la burguesía podía hacerlo de forma apenas parcial (de
lo contrario trascendería su propia ideología -d e todos modos podía ac­
tuar políticamente de manera clara y organizada-), las clases trabajadoras
eran las subjetividades colectivas que podían realizar aquel pasaje, produ­
cir la revolución e inaugurar la verdadera historia humana con el adveni­
miento del comunismo. Los primeros pasos implicaban la organización
para la defensa de los intereses materiales en el plano local, que también
se abría al plano nacional y, en definitiva, el pasaje de los intereses mate­
riales estrechamente definidos a la identidad y a la lucha política. Por lo
tanto, la clase existía en términos de estructuras y relaciones económicas
sin tener, en un principio, conciencia, que se alcanzaba paulatinamente
recurriendo a la comprensión racional de la situación de cada uno,
para luego politizarse. En este proceso, también emergían ideologías y
contraideologías.11 En términos de la teoría de la subjetividad colectiva1

11 Véanse, pata los principales textos, Marx y Engels, 1848, pp. 466-7 y 470-
4, y 845, pp. 60-2, en 1939, y Marx, 1963, p. 135, y 1960, p. 199. Este tipo
de perspectiva es claramente reproducido, por ejemplo, en V/right,
1997, pp. 3 y 379-88. La discusión más tardía de Marx en Das Kapilal,
especialmente en los vols. I y III (Berlín: Dietz, respectivamente Mega-Il
(1867] 1987, y Marx & Engels, 1964), podría ser leída de modo más
próximo a la discusión sobre la reflexividad plática tal cual fue
desarrollada anteriormente, en especial por ser una crítica ala
reificación economicista de la Economía Política. De esta manera quería
mostrar que las categorías empleadas por ella (principalmente en el
trabajo, el capital y la renta de la tierra) eran expresiones reificadas de
coletividades sociales y de la apropiación diferencial del valor
excedente. Asimismo, él no desarrolló la cuestión.
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 16 5

desarrollada anteriormente, para Marx algunas clases, en especial la


clase trabajadora, eran capaces de alcanzar un alto nivel de centra-
miento -luego, de intencionalidad-.
Es aun más curioso notar que la teoría de Weber reproduce algunos
aspectos esenciales de la de Marx, a pesar de su concepción bastante
más pluralista de las clases en el mercado. Para Weber, la “posición de
clase” implica compartirlas posibilidades de vida en lo que concierne
a la disponibilidad de los bienes, a la posición de vida externa y al des­
tino de vida interno, lo que significa intereses compartidos. Las “clases
sociales” surgen de eso, en la medida en que las situaciones persona­
les y generacionales son compartidas, y de esta forma se establece
cierto grado de conciencia de clase. A partir de eso, pueden desarro­
llarse “sociaciones” {Vergesellschaftangen), que llevan a la formación de
asociaciones de clases. Las clases no son una “comunidad” como tal;
establecen, antes, las bases posibles para la formación y la acción de la
comunidad. Esto se diseña, en su argumento, en agudo contraste con
las “posiciones de estatus”, que dependen de evaluaciones específicas
de honor y de patrones de consumo y estilo de vida. Las clases perte­
necen al orden económ ico, el estatus al social (mientras que los par­
tidos están cómodos primariamente en la esfera del poder) (Weber,
1980, pp. 177-9 y 531-9).
Así, comenzando con una posición, por así decir, estructural, mera­
mente pasiva, inconsciente (aunque Weber en principio tenga una
concepción individualista de la vida social), las cosas pueden darse de
modo que emeija algún tipo de conciencia de clase y, finalmente, se
desarrollen la organización de clase y una acción común. En compen­
sación, los grupos de “estatus” son, desde el principio, colectividades
conscientes de sí y organizadas.
Poulantzas hizo algún avance en la teoría marxista de las clases, aun­
que la retórica que comúnmente atribuye todas las virtudes de las correc­
ciones al padre fundador, en el caso en cuestión mediante el supuesto
rechazo del “historicismo”, ocultó su propia formulación como tal. Pou­
lantzas aseveró, correctamente, que la situación de clase y la conciencia
de clase no pueden ser separadas (y afirmó que Marx mismo abandonó
su visión juvenil, hegeliana), y sin embargo reintrodujo a ésta a través
de una distinción estructuralista (analítica) entre estructura de clase,
relaciones sociales y prácticas de clase. De todas maneras, estaba en lo
l6 6 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

correcto al subrayar que la clase no es un fenóm eno meramente eco­


nómico, sino que pertenece a todas las dimensiones de la \dda social
(Poulantzas, 1975, vol. 1, pp. 66 y ss.).
Pero en cuanto a lo que estamos discutiendo aquí, las formulaciones
de Giddens se aproximan a una solución más adecuada al proponer
el concepto de “estructuración de clase”, la manera por la cual las
“relaciones económ icas” se convierten en “estructuras sociales no
económicas” y llevan a las clases como “agrupamientos sociales iden­
tificadles”. Los elem entos de “proximidad” que impulsan la estructu­
ración son la división del trabajo y la autoridad, los patrones de con­
sumo, la segregación comunitaria o de vecindad; las chances de
movilidad -c o n mayor o m enor identificación entre las generacio­
n e s- funcionan como factores de “m ediación”. Más importante es su
distinción entre “percepción (awareness) de clase” y “conciencia de
clase”. La primera implica la mera “aceptación común” de actitudes y
creencias análogas, ligadas a un estilo de vida común, sin el reconoci­
miento de una “afiliación de clase” particular -lo que significa a veces
la negación de la existencia de clase (fenóm eno ordinario en el caso
de las clases m edias)-. Por su parte, la segunda se basa en el recono­
cimiento de las clases (la de la propia persona y la de los otros), lo
que quizá implique una identificación de oposiciones de intereses, y
por lo tanto clarifica ideas latentes. La conciencia de clase revoluciona­
ria es solamente un caso particular de la conciencia de clase (Giddens,
1975, pp. 101-13).
Antes de continuar exam inando la cuestión de la subjetividad co­
lectiva, me gustaría agregarle un elem ento menos controvertido, fun­
damental en la teoría de las clases, con el cual tampoco estaremos en
desacuerdo aquí: la existencia de las clases medias es un aspecto clave
de períodos anteriores del capitalismo y del presente también. Ge­
rentes y expertos, así com o la antigua pequeña burguesía, con grados
variados de poder, apropiación de renta y lealtad a las clases superio­
res, no pueden reducirse ni a las clases trabajadoras ni a la burguesía.
Por otro lado, la llamada “revolución de los gerentes”, que fue el foco
de un amplio debate en los años sesenta, no engendró cambios en el
control efectivo de la propiedad bajo el capitalismo corporativo. Ape­
nas la hizo más compleja y mediada al delegar más las posiciones de
autoridad (ibid., pp. 160 ss. y 173 ss.; Wright, 1997, esp. pp. 19-26).
ID EN TID AD ES Y D O M IN AC IÓ N , SO LID ARID AD Y PR O YEC TO S 16 7

Las intuiciones de Poulantzas, especialmente su concepción de las


clases como un fenóm eno social total, y de Giddens, en particular su
perspectiva de un autorreconocimiento de las clases presente desde
siempre (aun si eso ideológicamente implica negación), nos llevan,
más allá de una combinación curiosa, presente tanto en Marx como en
Weber, de estructuralismo descriptivo y, también más o menos explícita
en ambos, una suerte de racionalidad demiúrgica que engendra con­
ciencia y acción concertada de modo cartesiano-hegeliano, en general
en una traducción utilitarista. El nivel de percepción de las clases socia­
les varía, por lo tanto, de acuerdo con todas las dimensiones en las que
están envueltas -económ ica, social, política, cultural o sea cual fuere
que se pueda proponer-. Evidentemente, la defensa de Marx realizada
por Poulantzas ha de ser descartada por inapropiada; debemos ir tam­
bién más allá de la deuda de Giddens con ambos autores, cuando él
piensa el pasaje de las estructuras sociales económicas a las no econó­
micas. Es menester dejar atrás aquellas presuposiciones de fases. De he­
cho, en sus variados niveles de centralización y en sus diversos conteni­
dos, las clases como subjetividades colectivas evidencian lo que está en
discusión aquí. Para refmar esas ideas, quiero introducir una distinción
tripartita entre las reflexividades práctica, racionalizada y no identitaria.
En las prácticas sociales, especialmente en la vida cotidiana, la reflexi-
vidad opera frecuentemente de forma asistemática. Las personas tie­
nen en cuenta las situaciones sociales, movilizan conocimiento, recu­
rren a memorias y las reelaboran creativamente, sin poner una
atención muy minuciosa o una intencionalidad muy aguda. Un desarro­
llo de esa reflexividad básica y general se origina en su racionalización. En
otras palabras, un segundo plano de reflexividad -com o pensamiento
“racional”- emerge de la aplicación concentrada de la atención y de la
sistematicidad enfocada e n sí mismas y en los otros, en la acción social y
en la interacción. La mayoría de las teorías de la acción percibe la refle­
xividad como sinónimo de la racionalidad, pero en el marco teórico que
propongo esa ecuación no es aceptable. Sumado a esto, para componer
un cuadro más completo del tema, es necesario tener en cuenta un tipo
de reflexividad más profunda, que se vincula a los trabajos del Ello en tér­
minos freudianos, y por lo tanto, no obedece a la lógica de la identidad
(no puedo explorar la cuestión aquí, pero vale notar que ese aspecto de
la reflexividad es especialmente relevante para el funcionamiento de la
l6 8 LA M OD ERNID AD C O N TE M PO R ÁN E A

creatividad). Cuando Giddens diferencia percepción {amarmess) de


conciencia, está introduciendo implícitamente una distinción entre re-
flexividad práctica y racionalizada (cuestión que retomó más tarde, de
manera fallida, mediante la oposición entre conciencia práctica y dis­
cursiva).12 Veremos luego cuál es la relevancia de esa distinción, espe­
cialmente al articularla al concepto de subjetividad colectiva, cuando
yo proponga una concepción renovada de las clases, pero también del
género, de la etnia y de la raza. Antes de hacerlo, quiero explorar las
principales expresiones de estos tipos de colectividades tal cual apare­
cen en las ciencias sociales, algo mucho menos elaborado de lo que fue
el caso con las clases.
Comencemos con la etnia. El propio Weber propuso una perspectiva
de alguna forma próxima a su concepción de las clases. Para él, los gru­
pos étnicos tienen bases indefinidas, aunque existan realmente. Pero
com o las elaboran, tales bases necesitan ser “mediadas consciente­
mente”, lo que implica una creencia en la comunidad de sangre, las
costumbres, el lenguaje, la religión y la cultura. Cierto tipo de comuni­
dad política (que implícitamente funcionaría com o una entidad orga­
nizadora, racionalizadora) facilita el proceso. Esto es, al pasar de la ex­
periencia vivida a una cultura en la cual se reflejan sistemáticamente,
en especial si cuentan con la fuerza impulsora del poder político, los
grupos étnicos pueden alcanzar un nivel más alto de centralización
(Weber, 1980, p. 240). Otras perspectivas ponen más peso explicativo o
bien en la existencia de lazos primordiales subyacentes a cualquier et­
nia viable -con una ligazón emocional más profunda de parte de los
miembros individuales-, o bien en las relaciones instrumentales -e n cuyo
caso la etnia significa meramente un recurso a ser movilizado en la bús­
queda de otros fines-.13 Esas teorías no son incompatibles con la pers­
pectiva original de Weber, pero separan de forma extrema una perte­
nencia étnica pasiva, no reflejada (o reflejada prácticamente, en la
mejor de las hipótesis), con un grado variable de centralización, de
una m odización de la etnia racionalizada y centralizada, en términos
tanto de identidad como de organización.

12 He tratado estos conceptos en Domingues, 1999, caps. 1-2, y en 2003.


13 Véase, para una exploración completa de esas cuestiones, Trejo, 2000.
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 16 g

Los problemas de la teoría de clase, aunque mitigados, son reprodu­


cidos en todas esas versiones. Lo mismo se puede aplicar a los análisis
de la raza, que son aún más infrecuentes conceptualmente (las razas
no se han mostrado como un objeto al cual se le pueda dar una defini­
ción final, clara). Es evidente que las “razas” (puras o mezcladas) no
poseen bases biológicas: son construcciones sociales estrechamente
vinculadas al racismo y a sus “operaciones de rotulación”. Pero se
asientan en las interacciones sociales y, en general, en la identificación
de ciertos rasgos físicos como marcas simbólicas así como en factores
genéticos (“hereditariedad”) para dar soporte a ideologías, u operacio­
nes “discursivas”, además de hacerlo en las distinciones biológicas y cul­
turales.14 Entonces surgen a la luz potencialidades latentes, que con
frecuencia están presentes desde siempre; aunque la racionalización
de dichos rasgos, a pesar de su carácter altamente arbitrario, les presta
una apariencia admisible.
Si la raza se plantea como algo intrínsecamente arbitrario, en el caso
del género el sustrato biológico es demasiado fuerte para ser ignorado,
lo que no quiere decir que debamos caer en algún tipo de biologismo.
La “conciencia de género” o, más neutralmente, el “discurso de género”
(que implica la construcción de masculinidades y femeneidades),
emerge de las interacciones sociales, de operaciones simbólicas y de pa­
trones de distribución de poder (Walby, 1990, pp. S, 103-6 y 111-2). Sin
embargo, la defi nición del género -u n a categoría cultural que ganó te­
rreno a comienzos de los años setenta, en oposición al sexo como bioló­
gicamente dado -sugiere interrogaciones: ¿hay una mujer o un hombre,
desde siempre, que entonces se vuelven conscientes? ¿O se trata de una
construcción, en términos de contenido, realizada discursivamente? ¿O
sería necesario desestimar esa perspectiva de fases del desarrollo de la
subjetividad colectiva marcada por el género? Lo mismo podría decirse
con relación a las categorías generacionales, biológicamente arraigadas,
es obtdo, pero social y culturalmente construidas con una gran gama de
variación y plasticidad (Mannheim, 1952 y Domingues, 2002).

14 Hasenbalg, 2005, cap. 3; Hall, 1992, pp. 120 y ss.; Wade, 2002, esp.
caps. 1-2. En cierta medida, es real que la etnicidad implica también
tonos raciales, como argumenta Wade (1997, pp. 37-9), aunque lo
opuesto no es necesariamente verdadero.
170 L A M O D ER N ID A D C O N TE M PO R Á N E A

Me encuentro ahora en la posición de proponer más explícita y sinté­


ticamente una concepción renovada de las clases, etnias, razas, genera­
ciones y géneros que, al articular la teoría de la subjetividad colectiva con
aquel concepto tripartito de reflexividad, será, creo, capaz de superar las
limitaciones enfatizadas anteriormente. Las identidades colectivas suelen
estar tejidas por la reflexhddad práctica, por memorias compartidas y por
rutinas y usos de la vida cotidiana, así como por su constante reinven­
ción. Muchas de ellas (como las clases o los géneros), a través de \arias,
si no todas, las dimensiones de la vida social. Pueden ser racionaliza­
das, con lo que se reorganizan algunos elementos específicos, se enfa­
tizan algunos aspectos y se recobran viejos recuerdos, mientras que
otros elementos no reciben atención o son desechados.15
Más allá de eso, puede haber una politización de la subjetividad co­
lectiva que puede adquirir contenidos distintos (siendo la inclinación
revolucionaria una entre otras posibles, y nunca un desarrollo nece­
sario). Una organización y, en general, un movimiento social son ne­
cesarios para operar esa transición. En todas esas formas, las identida­
des pueden tener intersecciones, superponerse, en la medida en que
no son exclusivas. La racionalización y la politización de las subjetivi­
dades colectivas dependen, sin embargo, de la plausibilidad de su re­
construcción, que descansa en la constitución reflexivo-práctica de
aquella identidad colectiva más generalizada. Es verdad que el poder
político y social, así como la capacidad de rotular a las personas, es
también crucial, especialmente cuando la construcción de la subjeti­
vidad colectiva es un proceso conducido desde afuera y con orienta­
ciones negativas. Podemos comprender esto con facilidad en el caso
de las razas socialmente construidas, cuya plausibilidad tiende a ser,
por sí misma, bastante baja, pero que se institucionalizan gracias a los
poderosos intereses que guían su imposición a las colectividades sub­
ordinadas. Obviamente, la rotulación externa, negativa, puede com­
binarse, y con frecuencia lo hace, con autodefi niciones por parte de
las subjetividades colectivas, a veces defensivamente, como resistencia

15 La racionalización de una subjetividad colectiva que ya existía -los


“tradicionalistas" alemanes convertidos en “conservadores"- fue
analizada teóricamente por Mannheim, 1953.
ID E N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YEC T O S 171

o contraofensivamente, lo que consiste e n una cuestión empírica en


cuanto aquélla tiene impacto sobre éstas (Tapia, 2002, pp. 101-14).
Al igual que las clases, las razas, las etnicidades y los géneros atraviesan
las dimensiones sociales, es decir que las relaciones entre diferentes razas,
grupos étnicos y géneros implican un acceso diferenciado a los recursos
materiales y a la explotación, distribución desigual de poder y pautas
geográficamente distintas de distribución, subordinación cultural y visio­
nes hermenéuticas diferentes de la vida social, bajo la hegemonía de las
colectividades dominantes en cada relación. No es necesario decir que
un entendimiento de las identidades de acuerdo con una definición
esencialista es totalmente incompatible con la concepción aquí analizada.
A esta altura debo introducir otra distinción: aquella que existe entre
las identidades casi adsaiptivas y las más opcionales; esto se vincula al nivel
de plausibilidad que demandan las nueras identidades colectivas. Las pri­
meras se refieren a los reencajes que dependen de las colectividades que
ya existen y demandan un alto grado de plausibilidad. Las últimas se re­
fieren a construcciones más libres, que no dependen de colectividades
preexistentes, no obstante las noticias recurren a recuerdos presentes en
ellas. En la realidad, se nos presenta un continuo, con una fuerte adscrip­
ción a una elección radical. En la medida en que ésta deja más espacio
para la creatividad y aquélla bucea a fondo en la memoria, ambas están
atravesadas por esos dos elementos.
Los movimientos sociales (políticos, culturales o religiosos) conec­
tan la historia y la vida cotidiana de las personas involucradas en ellos y
de ese modo les infunden sentido, delineando así el “horizonte de po­
sibilidades” de determinada formación social más allá de lo dado.
Cuando las identidades de los movimientos sociales están arraigadas,
debido al carácter del movimiento, en colectividades que ya existen, y
con frecuencia son experimentadas a través de la reflexividad práctica,
hay una demanda natural de una mayor plausibilidad, al tiempo que lo
opuesto es verdadero en el caso de aquellos movimientos cuya consti­
tución es más contingente y no están tan asentados en colectividades
anteriores. De todas maneras, los movimientos sociales suelen eviden­
ciar un alto grado de centralización, con una identidad fuerte a pesar
de que su organización regular dependa más o menos de jerarquías o
redes. En la sociedad contemporánea, podemos ver la multiplicación
de los movimientos sociales, de las cuestiones de que se ocupan, de las
172 L A M O D ER N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

identidades que tallan y de las formas de organización por medio de las


cuales em ergen y que les permiten continuar. Las motivaciones de
las personas para establecer fines y metas, o bien para reunirse, amén
de suministrar ocasiones para la movilización, son tan importantes
para su surgimiento como su capacidad de movilizar recursos externos
e internos y lazos ya existentes, cotidianos, entre las personas. Los mo­
vimientos de la clase trabajadora, de hecho, siguen siendo importantes
y asumen distintas formas, pero han dejado de ser el movimiento social
de la modernidad. Han surgido otros, y mientras que la política no per­
dió centralidad para muchos de ellos, la “cultura” —incluso contra el sis­
tema político o de espaldas a él-, así com o la religión, regresaron a la
línea de frente de los movimientos de nuestro tiempo.16
Otras subjetividades colectivas se suman así al cuadro ya presen­
tado, lo que hace la vida social más heterogénea. La familia y la na­
ción -n ú cleos originales de reacomodamiento en la primera y en la
segunda fase de la modernidad, junto a las clases-1atraviesan fuertes
mutaciones que se vinculan estrechamente a ese proceso de pluralidad
de la vida social. La primera va tomándose más plural y descentralizada,
en la medida en que el patriarcado pierde parte de sus poderes y formas
alternativas de organización, gracias a la multiplicación de casamientos y
uniones, especialmente cuando producen una prole y abandonan el
m odelo de la célula familiar unitaria. Mantienen, sin embargo, un ni­
vel razonable de centralización, al menos con relación a las unidades
compuestas por los padres (o uno de ellos) y los hijos —aunque las se­
paraciones, las nuevas uniones informales e incluso los nuevos casamien­
tos impliquen un empuje centrípeto que inevitablemente reduce el nivel
de centralidad de la familia en términos de organización pero tam­
bién de identidad-. La pluralización de los reencajes atraviesa, además,
todas las otras subjetividades colectivas, tales como las clases, los géneros,

16 Para los movimientos sociales, véanse Tarrow, 1994; Melucci, 1996;


Domingues, 2003b y 2007. La idea de "costos'’ (y beneficios), sóbrela
que Tarrow se apoya én Olson, es por demás apriorística y
difícilmente da cuenta de mucho de lo que se observa
empíricamente; lo mismo acontece con la postura de hecho de
Melucci de la política formal y su absolutización de la cultura como
una meta de los movimientos sociales contemporáneos.
IDENTID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S íy g

las razas, las etnias y las generaciones, así com o la familia y la nación
-sacando a la superficie nuevas formas y proporcionando mayor in­
tensidad a las cuestiones étnicas-, más allá de los movimientos socia­
les. La nación, en particular, como una “comunidad imaginada”, se
vuelve menos homogénea, debido a procesos internos de pluralización
y a los impactos externos de la profundización de la globalización,
que multiplica posibles cursos de vida y tipos de identidad individual
y colectiva. Esto significa que las inversiones emocionales de las personas, su
vínculo y compromiso con subjetividades abarcativas, se pluralizan po­
tencialmente, dado que las subjetividades colectivas son núcleos de soli­
daridad (Domingues, 2002, cap. 6, y Hall, 1992). Analizaremos empí­
ricamente este punto en los próximos apartados.
Un examen teórico del Estado cerrará el apartado conceptual de
este capítulo. Básicamente, quiero sugerir una com binación de las
dos principales perspectivas del tema, una marxista, pero creativa, y
otra que, siendo original en varios sentidos, debe bastante a Weber.
Poulantzas propone la idea clave de poder com o “relacional”, de
modo que.concibe al Estado como una “condensación de fuerzas en­
tre clases y fracciones de clase". No es ni simplemente instrumental
para las fuerzas sociales, ni se encuentra por encima de la sociedad.
Los aparatos estatales están atravesados por las luchas sociales - la lu­
cha política es por tanto también interna, y las clases están dentro del Es­
tado de manera distinta en cada uno de sus aparatos-. Si Poulantzas no
niega la facticidad del Estado -y señala especialmente que sus aparatos
somos “nosotros y los foros de poder real” y que los funcionarios del
Estado constituyen una “categoría social”, con una unidad propia-,
ese “nosotros y los foros", así com o las diferentes categorías de em­
pleados estatales, están vinculados a las clases en la sociedad. Ade­
más, la propia división entre Estado y sociedad no es universal, ni
significa, bajo el capitalismo, una exterioridad con relación a la eco­
nomía (Poulantzas, 1978, pp. 18, 143-4, 153-6, 161-2 y 170 y ss.). Mann,
por otro lado, en su anhelo por ir más allá del carácter unilateral de la
mayoría de las teorías del Estado, afirma que los Estados son tanto “lu­
gares” como “actores”, y poseen diversos grados de cohesión (sin uni­
dad final o consistencia) y autonomía de la sociedad, a pesar del hecho
de que siempre responden a la presión de los capitalistas y de otros acto­
res poderosos. Tienen múltiples caías, con “cristalizaciones polimorfas",
174 LA M O D ER N ID A D C O N T E M PO R Á N E A

centros de poder, lo que implica instituciones, tareas y bases sociales de


apoyo y demanda. Dentro del Estado, encontramos diferentes grupos
de “elite". Siguiendo a Weber, Mann considera que el Estado es un
conjunto diferenciado de instituciones y funcionarios que tiene un
centro, cubre un área territorialmente acotada, y goza de legitimidad y
de la fuerza física organizada. Súmese a esto que su poder sobre la so­
ciedad tiene dos facetas: “despótica”, ejercida meramente de arriba ha­
cia abajo, e "infraestructural”, que es mediada por la sociedad. Obvia­
mente, las relaciones, pacíficas o no, con otros Estados son igualmente
cruciales para su conformación (Mann, 1993, pp. 53-9 y 75-81).
Aquí quiero abarcar apenas el núcleo d el argumento de Mann,
con un énfasis derivado de Poulantzas en el carácter socialm ente
arraigado del Estado, su modelado por medio de las relaciones de
poder que operan tanto fuera com o dentro de él. Capitalistas y tra­
bajadores, razas, géneros y etnias, así como movimientos sociales y
grupos de presión, com o por ejemplo los ambientalistas, contribu­
yen todos a ese modelado de la sociedad. Pero, más allá de esa pluraliza-
don, un “bloque histórico” (que es hegemónico y combina distintas sub­
jetividades colectivas e implica alianzas políticas y configuraciones
institucionales, estrategias y políticas culturales y económicas, y el posible
y efectivo ejercicio de la fuerza) retiene los principales mecanismos
de poder, y m oldea y controla el Estado, no obstante la influencia
que ejercen otras colectividades en planos menos relevantes y decisi­
vos. En la m odernidad, las burguesías y las clases de grandes propie­
tarios agrarios, sobre todo blancas y dominadas por hombres (a pe­
sar de los cambios en curso en ese último aspecto), son las que han
dom inado, articulándose con colectividades análogas basadas en el
Estado, con las cuales com únm ente tienen estrechos lazos, a veces
incluyendo a la pequeña burguesía o a las clases medias, e incluso a
algunas fracciones de las clases trabajadoras, dentro del bloque d o­
minante. Distintos “bloques de poder”, en los que predom ina un
grupo o fracción, atraviesan lo que puede concebirse a grandes ras­
gos com o “bloques históricos” (por cuanto incluyen la “cultura” en
un sentido amplio, más allá de los intereses económ icos y de las es­
trategias políticas, si logran alcanzar la hegem onía junto a la coer­
ción, los dos mom entos del “Estado ampliado”) (Poulantzas, 1975,
vol. II, cap. 4, incluye una crítica de lo que él ve como el “historicismo"
IDENTIDADES Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 175

de Gramsci); Gramsci, 2001, vol. 2, pp. 1051-2,1211-35; vol. 3, pp. 1559-


66, 1569 y 2010-11). El Estado es, por consiguiente, una subjetividad co­
lectiva, que en su funcionamiento concreto puede alcanzar un alto nivel
de centralización, pero al estar entrelazado con otras subjetividades co­
lectivas tiene que controlar tensiones internas e inclinaciones centrífu­
gas por mucho tiempo. Hablando genéricamente, el Estado no goza de
inversiones emocionales, a no ser que sea visto como la representación
concreta de la comunidad nacional.

SUBJETIVIDADES COLECTIVAS Y GIROS MODERNIZADORES HOY

A medida que América Latina ingresa en la configuración modificada de


la tercera fase de la modernidad, las subjetirídades colectivas que han lle­
vado adelante esos procesos de modernización, vinculados a procesos
que se despliegan en otras regiones del globo, también se modernizan
como producto de aquellos procesos mismos modemizadores. Tiene lu­
gar una espiral de desarrollo, dado que cada paso refuerza el proceso
como un todo, y es necesario que se tenga en cuenta el peso del pasado
y los límites que se presentan a algunas rías en el subcontinente, dentro
del despliegue general de la modernidad contemporánea (Domingues,
2002, caps. 1 y 2).
Debido a la expansión y la profundización d élo s procesos de desen­
caje que figuraron sistemáticamente en nuestros análisis, las identi­
dades se han tornado mucho más pluralizadas en esta fase avanzada
de la modernidad. Si bien la ciudadanía permanece, su reencaje bá­
sico es excesivamente débil para brindar soluciones para la cons­
trucción identitaria y para las prácticas sociales. La tercera fase de la
modernidad se caracteriza por la profundización de los procesos de
desencaje, así com o por una creciente complejidad que antecede a
la modernidad. Sin embargo, se mantiene en su seno gracias a la di­
ferenciación de la vida social en todas sus esferas y dimensiones
(esto es, no solamente en términos de la llamada “división del tra­
bajo”). Luego, una más amplia gama de “elecciones” caracteriza a las for­
maciones sociales contemporáneas. Los procesos privados de constitu­
ción de la subjetividad, por un lado, y la organización de movimientos
176 L A M O D ER N ID AD C O N TE M PO R Á N E A

sociales, culturales y religiosos, por otro, están en la raíz de esa pluraliza-


ción, algunas veces se apoyan en colectividades ya existentes y otras veces
dan origen a colectividades que son casi enteramente nueras. Esas elec­
ciones pueden depender de la reflexividad racionalizada; sin embargo,
frecuentemente están supeditadas a la reflexividad práctica, o a desplaza­
mientos entre esos dos aspectos, así como, por supuesto, al funciona­
miento de la reflexividad no identitaria y de su decisira contribución a
la creatividad,
Disiento aquí de la tesis expuesta por García Canclini en su cono­
cido libro.17 Para él (á pesar del carácter elusivo de sus formulacio­
nes), estaríamos viviendo en la posmodernidad no exactamente por
haber superado la modernidad, sino debido al hecho de que la pro­
blemática posmoderna se ha generalizado. En otras palabras, la hete­
rogeneidad, el pluralismo, la fragmentación, el hibridismo han venido
para quedarse y desplazaron la preocupación anterior de la moderni­
dad por una homogeneización y una superación unilineal del pasado
(la tradición), que ahora perdura no com o una reliquia a ser des­
echada, sino más bien como un elem ento vivo a ser integrado sin dejar
a un lado su aspecto diferencial. No es casualidad que el hibridismo
haya sustituido al mestizaje, por ejemplo. Así como éste implicaba una
inclinación a la homogeneización, aquél puede ser pensado como el ori­
gen de una nuera entidad en la cual los componentes no necesariamente
desaparecen; al contrario, pueden convivir en un estado de tensión
creativa.18
Es verdad que algunas “sociedades” en América Latina hoy tienden
a la fragmentación, en parte porque el Estado-nación tiene dificultades
para integrar identidades plurales y aspiraciones divergentes, así como

17 García Canclini, 1990. Él es más claro en cuanto al significado del


hibridismo en "Antropología y estudios culturales: una agenda de fin
de siglo”, en ValenzúelaArce (comp.), 2003, pp. 42 y 48-9. Habla ahí
de la hibridación en más de ún registró: en relación a la
“heterogeneidad temporal" de fórmas Sociales subsistentes y en
términos dé Una yuxtaposición de “de lo tradicional y de lo moderno,
dél culto, dé lo popular y de lo masivo”; ello consistiría en una
cátegóría descriptiva que puede ser útil tanto para explicaciones,
cómo para recurrir a la hermenéutica. Se interesa por procesos de
hibridación antes que por la hibridez en sí.
18 Véase Pieterse, 2004,
IDE N TID AD E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 177

por las tensiones internas yla poca capacidad para controlarlas. Pero las
principales instituciones de la modernidad, transformadas en diversos
grados, continúan de pie, tanto como las colectividades que subyacen a
ellas. Los aspectos modíficables de la dimensión hermenéutica de la
vida social no bastan para defi nir una nueva civilización, ni siquiera el
desplazamiento radical de las preocupaciones modernas. En realidad,
creo que sobrevino una profundización de ciertos aspectos de la proble­
mática moderna, junto con su complejización evolutiva subyacente,
mientras que otros no se modificaron tan profundamente en esta ter­
cera fase de la modernidad. En realidad, lo que tiene lugar en esos
procesos de desencaje y reencaje es la superposición y el entrelazamiento
de diferentes tradiciones, incluidas las tradiciones modernas.19
Puede hacérsele un tipo diferente de critica a la perspectiva de Tapia,
que se ocupa especialmente de Bolivia, pero podrí a extenderse al menos
a algunos otros países del subcontinente con grandes comunidades indí­
genas originarias (como Ecuador, México y Guatemala). Apoyándose en
el trabajo de su compatriota René Zavaleta habla de una sociedad “mul-
tisocietal”, “multicultural” y “pluricivilizacional”. Ello deriva del carácter
fragmentado (literalmente, “abigarrado”) de esa formación social, mer­
ced al tipo de dominación colonial qüe decapitó políticamente a las co­
munidades originarias, sin integrarlas plenamente en la sociedad domi­
nante, y que nunca fue totalmente superada (Tapia, 2002, esp. pp. 9-19 y
57-72). Creo qUe es innegable que esa faceta fragmentada es típica de Bo­
livia y, en cierta medida, de aquellos otros países. También me gustaría ar­
gumentar que los otros elementos “civilizacionales” han sido remodela­
dos y puestos al alcance de la modernidad, una civilización expansiva que
es capaz de arrastrar aspectos dé otras civilizaciones hacía su propia diná­
mica dominante, y más aún si así se alcanza una mayor integración social.
Espero que las discusiones que siguen den sustento a esta afirmación.
Más dramáticó, y más discutible, és lo que postula Zerméñó, a saber, que
la fragmentación social -más allá de los procesos estructurales- deriva
del proyecto neoliberal y de su esfuerzo deliberado para deconstruir

19 No podría elaborar esta cuestión. Basta decir que por tradición


moderna me refiero a los elementos imaginarios e institucionales de
la modernidad como tal. Véase Domingues, 1999, cap. 5.
178 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

identidades colectivas. El Estado neoliberal mexicano estaría desempe­


ñando un papel fundamental en ese sentido. El desvanecimiento de lo
“social” emerge de esa esmategia (Zermeño, 2001).
Ahora bien, aunque haya un elemento real para su argumento, espe­
cialmente en el caso de México, el hecho es que, como veremos adelante,
el corporativismo y el mantenimiento de identidades colectivas (superfi­
ciales) sigue siendo mucho más central para el Estado mexicano que para
otros países latinoamericanos. La fragmentación se relaciona con proble­
mas de solidaiidad social, como argumentaré, y se origina mayormente
en la complejización social y de la falta de dinámicas sociales y políticas,
así como también de instituciones capaces de responder a ese desafío.
El individualismo, además, ha sido un elem ento clave de las ideolo­
gías liberales modernas y es responsable en parte de esa ruptura en el
tejido reciente de la solidaridad en América Latina. Podemos verlo an­
terior de m odo positivo -si hay mecanismos que permitan a las perso­
nas lidiar productivamente con ello - o negativo -e n especial cuando el
individualismo se abate sobre las clases populares que están ahon­
dando en la pobreza, arrastradas por el remolino de las reformas neo­
liberales y de la reestructuración económ ica-. También, podemos su­
gerir que se trata de un proceso contradictorio que puede llevar,
dependiendo de las condiciones sociales y de las respuestas políticas, a
diversos resultados. Debería adoptarse una posición ambivalente res­
pecto de ellas, cuyas fuerzas propulsoras son los desencajes y la paraliza­
ción (Svampa, 2000; Grompone, 1999, esp. pp. 1S-4, 65-8, 299-302 y 311;
Lechner, 2004; Castells, 2005, cap. 4).
Ni la individualización y el individualismo, ni la identificación de
mayor pluralismo y'complejidad deben, sin embargo, empañar la im­
portancia predominante de la distribución del poder, así como la de la
explotación, en la vida social (Domingues, 1995, cap. 1). Las colectivida­
des dominantes y subordinadas son hoy un factor tan esencial en las di­
námicas sociales como solían serlo en fases anteriores de la moderni­
dad. Las clases en particular, así como los géneros, las razas y las euiias,
conservan una relevancia permanente como elementos estructurantes
de la América Latina contemporánea; son colectividades cruciales en los
giros modernizadores que se iniciaron en esta reciente configura­
ción espacio-temporal. La mayor complejidad de la vida social, de to­
dos modos, se tornó disfuncional a las viejas configuraciones -esto
IDEN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , SO L ID A R ID A D Y PR O YE C T O S 179

es, el corporativismo- por medio de los cuales su poder y sus deman­


das fueron canalizados por el Estado. La conjunción del surgimiento
de clases populares más plurales con la internacionalización de las cla­
ses dominantes, ante un Estado que no se recobró aún de la crisis del
desarrollismo, se encuentra en la base del desarrollo desarticulado de
la región. Ya identificamos esta cuestión en los capítulos 1 y 2, especial­
mente en lo que se refiere a las dinámicas contradictorias de la demo­
cratización y de la adaptación de la economía a los requerimientos de
la tercera fase de la modernidad bajo la égida del neoliberalismo. ¿Qué
tipo de solidaridad compleja pueden tejer los agentes sociales con miras a
superar ese impasse? Para dar una dirección programática a este capítulo,
abordaremos este tema en sus últimas páginas.
Es curioso que las colectividades más poderosas hoy en América La­
tina apenas hayan sido objeto de estudio. Ello es particularmente ex­
traño teniendo en cuenta que muchos científicos sociales en el subcon­
tinente adhieren de modo explícito a una perspectiva “crítica”
(aunque con frecuencia vagamente definida), pero se han negado a
examinar esas relaciones de dominación y explotación. Además de
mencionar que los ricos realmente se “esconden”, y de destacar la falta
de interés de las agencias financieras y también de los organismos ofi­
ciales globales, regionales y nacionales en el tema (incluyendo por
ejemplo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal)
(Pochmann et aL, 2004, esp. cap. 2; Portes y Hoffman, 2003, p. 42), me
basaré en el material existente, esperando que en un futuro no muy
distante los investigadores busquen superar sistemáticamente esas lagu­
nas en nuestro conocimiento. A lo largo de toda la exposición, destacaré
el papel de movimientos sociales originales y plurales.20

FAMILIA, GÉNEROS Y GENERACIONES


La reproducción social y biológica (incluyendo elementos de clase, ra­
ciales y étnicos) ha sido un factor crucial de la vida social de la América
Latina contemporánea, como suele serlo en otros períodos y latitudes.21

20 Para una perspectiva anterior, véase Domingues, 2007.


21 Véase Saraceno, 1976.
l 8 o LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Pero las familias, los géneros y las generaciones han asumido caracterís­
ticas específicas en este espacio-tiempo concreto, por su estrecha vincu­
lación a los más profundos desencajes en curso, así como a la pluraliza-
ción de la rída social en que se encuentran inmersas. Examinemos cada
una de ellas, teniendo en mente que la familia y las generaciones han
consistido en núcleos cruciales de solidaridad y vínculos emocionales.
Anteriormente argumenté que América Latina ya pasó por una
“transición demográfica”, lo que implica la disminución de la mortali­
dad y de la fecundidad, así como del tamaño de la familia, además de
una duración más prolongada, o mucho más prolongada, de la propia
vida. Como ya he mencionado también, importantes autores sugieren
que se produce una “segunda transición demográfica” que, en parte,
se superpone a la primera; comparada con la de Occidente, supuesta­
mente aún no ha concluido. Mientras que la primera transición des­
cansaba en aspectos demográficos como tales (que en general se defi­
nen como “transformaciones en los regímenes demográficos”), la
segunda está marcada por cambios culturales e institucionales. Entre
éstos, se destacan: la disminución del control de las instituciones sobre
los individuos (esto es, más individualización), la mayor aceptación de
la sexualidad fuera del casamiento, más autonomía para los individuos
y más simetría en las relaciones dentro de la pareja, con más igualdad
y emancipación de las mujeres. La transformación de los papeles en las
cuestiones de género, las crecientes tasas de divorcio, así como el con­
trol de la reproducción y su separación de la sexualidad subyacen a
esos cambios. Los jóvenes expresan más directamente esos cambios de
estilo de vida -q u e atraviesan de modo desigual las clases sociales-.
Pero es preciso señalar que, si hay una fuerte controversia acerca de si
Occidente se encuentra o no atravesando dicha transición, más discu­
tible aún es si ése es el caso de América Latina, en especial si tenemos
en cuenta la prevalencia de las uniones informales. Algunos disentirían
fuertemente de esta tesis. De cualquier manera, una mayor diversidad
de familias y configuraciones de cohabitación son rasgos visibles de la
sociabilidad latinoamericana moderna. En particular, un fenóm eno
que es muy problemático es que las mujeres, merced a la ausencia mas­
culina o por propia elección, con frecuencia se convirtieron en jefas de
familia en todo el subcontinente, en especial en las clases populares,
con todo el beneficio de la autonomía pero también con todos los
IDENTIDADES Y DOMINACIÓN, SOLIDARIDAD Y PROYECTOS l 8 l

costos emocionales y materiales que ello implica (Arriagada, 2002 y


2006; Ariza y de Oliveira, 2001; García y Rojas, 2002; Quilodran, 2003;
Rodríguez Vignoli, 2004).
Es necesario determinar si esa identificación de tendencias no equi­
valdría a un resurgimiento de la teoría de la modernización. Más allá
de las particularidades, ¿la modernización de la vida social en general
(urbanización y creciente división del trabajo) implicaría en sí cambios
demográficos y la transformación de la estructura de la familia? Un es­
tudio sugiere que en parte sí, pero no enteramente. De hecho, los países
más pobres y menos desarrollados se han quedado atrás en la transición
demográfica. Un grupo que incluye Bolivia y Haití está más atrasado, se­
guido por otro que incluye El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua
y Paraguay. Mientras que la Argentina, Chile, Cuba y Uruguay, así
como algunos países del Caribe, se encuentran al frente del cambio de­
mográfico, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Panamá, Perú, la Repú­
blica Dominicana, Venezuela y otros países del Caribe están a medio
camino en el proceso. La heterogeneidad de situaciones e incluso de
regímenes sociales es patente en esta lista, pero la modernización pa­
rece tener una correlación al menos parcial con los cambios demográ­
ficos.22 Además, las relaciones de género se vinculan a ello de forma
compleja: mientras que en algunos países-la Argentina, Uruguay, Bra­
sil- se han producido cambios, aunque sin una completa transforma­
ción de las cosas, en otros -com o México, económicamente desarro­
llado, de acuerdo con los patrones latinoamericanos- el patriarcado
parece seguir siendo muy fuerte. En verdad, algunos incluso recha­
zan la idea de que en aquel país estaría surgiendo una mayor "refle-
xividad” (Vaitsman, 1997; Arriagada, 2002; Ariza e Oliveira, 2001;
Guevara Ruiseñor, 2005).
Es cierto que mientras que los hombres están cuidando con más fre­
cuencia de los niños, mantener la casa en orden continúa siendo un
deber femenino: ellas siguen con su doble jornada. De modo general,
predomina la familia “tradicional” nuclear -estén o no los hombres

22 Celad, 2000. De todas formas, el tamaño de la familia no pareciera


modificarse significativamente si se tienen en cuenta variables étnicas
o raciales. Véase de Ferranti, Perry, Ferreira, Walton el ai, 2004, p. 90.
18 2 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

presentes-, pero la pluralización de las configuraciones familiares es


evidente: la familia nuclear con un hombre que gana el sustento, una
esposa y niños corresponde a apenas el 36% del total en la América La­
tina contemporánea (Cepal, 2004, p. 35). En contraste con eso, la
fuerza de trabajo formal sigue siendo predominantemente masculina,
mientras que es más habitual que las mujeres tengan empleos informa­
les; antes que en la industria, ellas se desempeñan más frecuentemente
en el sector de senados (donde llegan al 60%, con un alto porcentaje
de em pleos domésticos, y además constituyen solamente el 40% de la
fuerza de trabajo). Las mujeres reciben salarios más bajos que los hom­
bres, a pesar de que el grado de educación es más o menos el mismo
en toda América Latina para hombres y mujeres. Los datos sugieren
además que, en los niveles más altos de gerencia, las diferencias entre
hombres y muj eres no reproducen aquellas encontradas en las clases
populares en lo que se refiere a la renta.23
Lo que puede destacarse es que la familia sigue siendo un núcleo
crucial de inversión em ocional, al m antener su papel en la repro­
ducción biológica y social. Las desigualdades y la rigidez de los roles
dism inuyeron, pero de ninguna manera desaparecieron, y lo mismo
ocurre con los patrones de ingresos y desigualdad de género. Es in ­
dudable que los conflictos de género se han vuelto más severos. No
obstante, la familia ha sido objeto de poderosos giros modernizado-
res. Estos son impulsados de modo bastante descentralizado, por
cuanto la política d e los estilos de vida de forma explícita no ha sido
particularm ente fuerte en América Latina (aunque es verdad que
ésta participó de la revolución cultural de los años sesenta). Los m e­
dios masivos de com unicación desem peñan un papel difuso en rela­
ción con esos giros modernizadores. El cambio social interviene en
todos sus aspectos, y los procesos de m odernización no son una ex­
cepción en este sentido, lo que de ningún m odo significa que haya
una correspondencia necesaria entre cada de ellos. Por el contrario,

23 Ferranti, Perry, Ferreira, Walton el al, 2004, pp. 85, 87-9 y 104-5
(tabulaciones de los autores, utilizando diversas investigaciones). Las
estadísticas de género derivan directamente de los criterios de sexo
(p. 90), una decisión nada problemática, considero, hasta donde se
puede observaren su trabajo.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 18 3

los desarrollos desiguales, combinados y contradictorios son siempre


una fuerte posibilidad. Volveremos a esta cuestión en la conclusión
de este libro.
Así, no hay nada de extraño en la asociación de variables tales como
transición demográfica, urbanización y desarrollo económ ico. El he­
cho de que no haya una asociación simple entre estas variables nos in­
dica que aquí no encontraremos eslabones mecánicos y automáticos.
En cambio, debe esperarse la mediación de las subjetividades indivi­
duales y colectivas por sobre los exigentes procesos de desencaje, cada
vez más fuertes, que se despliegan en el subcontinente, acompañados
de una creciente diferenciación social. Plasticidad social y moral resul­
tan de esta conjunción. En algunos países, podemos encontrar giros
modernizadores que asocian esos cambios sociales cruciales con “tran­
siciones demográficas”. En otros, no sucede así, o de manera menos in­
tensa. Sea com o fuere, de modo general, los giros modernizadores es­
tán presentes en todo el subcontinente, y los roles de género, el
divorcio, la edad reproductiva, la relación entre sexualidad y reproduc­
ción, las nuevas identidades, etc., cambiaron rápidamente. Los indivi­
duos intentan avanzar con sus intereses y valores, negociar cambios,
aceptar la relativa reiteración de viejos patrones. Familias, en tanto uni­
dades, tienen también sus metas, y la vida social se moderniza de
acuerdo con ellas; por ejemplo, el progreso económico de la unidad fa­
miliar puede impulsar, dadas las condiciones apropiadas, el crecimiento
económico en general.
Pero también las familias se han descentralizado, ya que la división
de muchas unidades anteriores y la sucesión de uniones y casamien­
tos, con niños de distintas parejas viviendo juntas o al menos compar­
tiendo el lugar parcialmente, es una consecuencia natural de la plura-
lización de los modelos familiares y de la difusión de las separaciones.
El patrón “tradicional” de informalidad en América Latina contribuye
a esta situación en la medida en que, socialmente, este tipo de unión
es aceptado más fácilmente y los nuevos proyectos de familia podrían
apo),arse en viejas modalidades. A ello debe sumarse que las relaciones
de autoridad, cuya jerarquía se vuelve fragmentada, asumen contornos
distintos y plurales. Como he mencionado antes, el alto número de fami­
lias con una mujer como jefa de hogar -lo que significa que ella tiene
que sostener a su prole por sí misma- es un aspecto específico y en
1S 4 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A

cierta medida perverso de estos patrones modificados de familia y gé­


nero en América Latina. De modo paradójico, aunque pueda represen­
tar pobreza para mujeres y niños, la independencia en lugar de la con-
\wencia con compañeros agresivos puede implicar gran libertad
personal, especialmente para las primeras, dado que les permite evitar la
violencia doméstica y los efectos del patriarcado.
Los motimientos sociales organizados de mujeres, que emergieron
con particular fuerza en las décadas de 1970 y 1980 bajo las dictaduras
militares, implicaron giros modernizadores consistentes y centralizados
con respecto a los roles y al poder de género, y ayudaron a impulsar los
giros modernizadores más descentralizados. Esos movimientos han
sido muy activos en muchos campos y han propuesto cambios sociales
de todo tipo. En verdad, como parte de una revolución cultural real
que apunta a la democratización de la vida social, los movimientos fe­
ministas han hecho una graii contribución en la cambiante cara de la
“sociedad civil" latinoamericana, lo que ha implicado nuevas posicio­
nes de poder, prácticas e identidades, así como tensiones originales. De
ello han surgido nuevos horizontes históricos durante el siglo XX; la
memoria social de los roles de género se vio obligada a cambiar. De
forma menos auspiciosa, aunque compatible con tendencias que pode­
mos localizar en otros movimientos sociales, el feminismo experimentó
una fuerte “onguización" en las últimas décadas, la que en cierto modo
le sustrae su capacidad de movilización, al aportar a sus giros moderni­
zadores una perspectiva profesionalizada, al paso que la participación
popular decreció (Saporta Sternbach, Navarro-Aranguren, Chuchryk y
Álvarez, 1992; Álvarez, 1998).
En ningún lugar esos cambios y la plasticidad de las transformacio­
nes demográficas se muestran más explícitamente que en el signifi­
cado mudable de la juventud (un concepto social cuyo significado se
ha expandido en términos de cohortes etarias, pero que ha dismi­
nuido demográficamente en términos absolutos) y, menos glamorosa-
mente, de la vejez (o “tercera edad", com o se dice habitualmente, y
que aumenta a medida que las personas viven más) (Cepal, 2004,
pp. 14, 27). Maffesoli habló de las nuevas “tribus" estéticamente defi­
nidas e inestables creadas, sobre todo, por los jóvenes (Maffesoli,
1992). Su perspectiva se inclina al irracionalismo, pero señala un punto
que s e puede discernir en toda América Latina. Es posible signularizar
IDENTIDADES Y DOMINACIÓN, SOLIDARIDAD Y PROYECTOS 1 S 5

algunas características en estos giros modernizadores, lo que puede ayu­


darnos a avanzar más allá de la extremadamente amplia variación de
casos empíricos e identidades -algo que, por sí mismo, subraya la
cuestión teórica de la pluralización social-.
En estas coordenadas se destaca la rapidez del cambio simbólico,
que conlleva la idea de un “nomadismo", sea en sentido literal o figu­
rativo; la sociabilidad afectiva, además de los lazos y las identidades
múltiples y cambiantes, es crucial; también está presente el tiempo
retardado, esto es, la demora para ingresar en el mercado de trabajo
y en la vida “adulta", en especial en el caso de los jóvenes de clase me­
dia y alta; la vulnerabilidad en lo que concierne a la violencia (y a ve­
ces una inclinación hacia ella) y el desem pleo en particular son te­
mas clave; también es común el rechazo de la política institucional
(por otro lado, la acción “molecular", redes informales y movimien­
tos culturales son escogidos como caminos para algún tipo de partici­
pación, especialmente en lo que atañe a nuevos tópicos, com o el me-
dioam biente); igualmente puede detectarse la concentración en el
presente, con lo que se impone firmemente un cierre del horizonte
utópico, junto a algún tipo de rechazo del pasado; y, finalmente, es
preponderante la importancia de los medios masivos de comunica­
ción, pero también de un sinnúmero de otros medios de comunicación
electrónicos.24
Una vez más, los desencajes están presentes, incluyendo la exposición
a influencias globales de gran alcance y nuevas fuentes de memorias para
reencajes. Las nuevas identidades son, por lo tanto, extremadamente ne­
cesarias para poder responder a la disponibilidad práctica y simbólica de
lajuventud tal cual se define socialmente. La música ha desempeñado un
papel particularmente fuerte en estos nuevos reencajes de los jóvenes, al
mostrar en qué medida la sensibilidad estética es importante para ellos, y
una multiplicidad de “ [... ] gustos y preferencias musicales coadyuvan a la
fragmentación simbólica [...] y a su propia fragmentación identitaria”
(Urteaga Castro-Pozo y Feixo Pámpolis, 2006, p. 285).

24 Nómadas, (2005); Margulis y Urresti, 1995; Cepal, 2004, pp. 25-34.


Para más elaboraciones conceptuales, véase Martín-Barbero, 2001,
pp. 197-201 y 232 y ss.
1 86 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Una vez más, los giros modernizadores se encuentran en el centro de


estos reencajes, con lo que los individuos y las colectividades contingen­
tes redefinen su presencia en el mundo. El hip hop, el rap, el samba, la
cumbia villera, vanados tipos de salsa, el grafiti, nuevas orientaciones re­
ligiosas, las artes marciales y el fútbol, las intervenciones simbólicas en
el cuerpo y un número infinito de construcciones identitarias particu-
larísticas se pueden hallar en el desarrollo de las “tribus" de jóvenes.
Debe enfatizarse un aspecto en esa conexión: las nuevas identidades
que emergen - e incluso los giros modernizadores que subyacen a ellas-
son frecuentemente mediadas por el mercado (aunque a veces se busca
un duro rechazo de forma sistemática). El posfordismo, con sus produc­
tos diseñados para responder a las necesidades más variadas, cuya plurali­
dad refuerza, así como la adopción de modos y modas importadas, mar­
cas simbólicas, el culto del cuerpo y estilos de vida estéticos, en los cuales
la negiitud norteamericana es predominante, pueden detectarse fácil­
mente allí.25 El consumismo, aspecto clave del capitalismo contemporá­
neo, también está entallado aquí, del mismo modo que en otras dimen­
siones de la \ida social, lo que implica el fetichismo de la mercancía. Falta
decir que el consumo hoyes tanto homogeneizante -en sufetichización-
como heterogeneizante -a través de la segmentación del mercado- y que
el consumismo es un aspecto de formas más concretas de reencaje, dado
que diferencia fuertemente a las personas por estilos de vida. Estos
tienden a volverse más pluralizados y fragmentados en esta tercera fase
de la modernidad y, por supuesto, están marcados indeleblem ente por
los contenidos de clase.

EL PLURALISMO Y LA NACIÓN
Como vimos anteriorm ente, las naciones latinoamericanas fueron
construidas en el siglo XX teniendo com o meta ideal su hom ogenei-
zación. Q ue las clases se colocaran en una posición más destacada y

25 Martín-Barbero, 2006. Prefiero hablar de giros modernizadores


vinculados a la disponibilidad y a los reencajes. Vale notar que la
"posmodernidad” fue en gran medida definida originalmente
dentro de esta conexión ocio y consumo, en contraposición al
perfeccionamiento de la ética protestante. Cf. Bell, 1976.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YE C T O S I 87

organizada en esos proyectos, en particular debido a la ideología cor-


porathdsta, significaba que, en términos raciales, étnicos y también re­
ligiosos, esas naciones perderían sus elementos internos de diferencia­
ción. Contemporáneamente, esto se volvió un proyecto imposible. La
pluralización de la vida social y los agudos procesos de desencajes que
se produjeron en las últimas décadas abrieron espacio para una multi­
plicación de identidades sociales. La nación adquirió así características
hasta entonces inauditas (Domingues, 2006a). Vemos que el consumo
y los estilos de vida jóvenes se pluralizaron. Esos giros modernizadores
tienen muchas influencias extranjeras. La globalización comparece
aquí en su plenitud. Lo mismo ocurre en lo que concierne a otros gi­
ros que estudiaremos más adelante, que operan como una fuente adi­
cional de pluralización de la vida social, como un nuevo reservorío de
memorias, de influencias materiales, así como de frustración y ausencia,
dando espacio a la creatividad.
La religión es un aspecto de esto. El catolicismo fue, al menos oficial­
mente, la devoción de las poblaciones latinoamericanas. Es verdad que
siempre han estado presentes elementos precolombinos y africanos en la
religiosidad de las clases populares, así como de las clases medias e in­
cluso de las dominantes. Sin embargo, gozaban de una posición bastante
subordinada. Además, no se permitían otros cultos cristianos, o tenían
pocos seguidores. Recientemente, las cosas cambiaron de forma rápida:

El fin del siglo XX fue testigo de cambios radicales en el campo


religioso en América Latina. Esos cambios incluyeron el as­
censo, la crisis, y la rearticulación de la teología de la libera­
ción y de las comunidades basadas en el cristianismo, la rá­
pida expansión del protestantismo evangélico, el crecimiento
del movimiento católico carismático, el resurgimiento y la re-
africanización de las religiones de base africana [...], y la
emergencia entre las clases medias urbanas de las religiones
de la “Nueva Era”. Estos procesos demuestran que el campo
religioso en América Latina se volvió altamente pluralista.
Además, a pesar de la modernización y la secularización, esos
procesos apuntan a una continuidad de la religión en la \ida
pública en América (Vásquez y Williams, 2005).
188 LA M OD ERNID AD C O N TE M PO R Á N E A

Éste es un campo en el que debemos ser cuidadosos. La diversidad re­


ligiosa, las variaciones dentro de las denominaciones, la racionaliza­
ción y la politización de las religiones de base africana y de las religio­
nes de los pueblos originarios, el papel de las sectas pentecostales
(comunidades que creen en el Espíritu Santo) o de la Iglesia Universal
del Reino de Dios, nacida en Brasil y en expansión (con su teología de
la prosperidad y del progreso personal, con “afinidades electivas” indi-
simulables con el neoliberalismo), son todos elementos específicos que
deben ser tenidos en cuenta cuando se trata el tema. Pero debemos ser
cuidadosos desde el inicio, especialmente cuando hablamos de “secu­
larización”. Muchos creen que pueden demostrar que la influencia de
la religión en la vida social decrece con la modernidad, con datos pro­
venientes principalmente de Europa. De hecho, esto parece ser ver­
dad, pero no en un sentido absoluto: la religión se vuelve una forma,
entre otras, de construcción identitaria. En un sentido, el énfasis en la
secularización es, todavía, realmente equivocado, en especial si retoma­
mos a Weber para desarrollar nuestro argumento. Es menester despe­
gar la secularización, en una perspectiva más restricta, del “desencan­
tamiento” del mundo, del papel decreciente de la magia en la vida
social. Además, ya sea que eso ocurra o no, lo que implica la declina­
ción o no -n o obstante su contenido mágico específico- de la religión
en la vida de manera general, la secularización se referiría exclusiva­
mente a la separación entre elEstadoy la religión?6 Bajo este ángulo, a pe­
sar de alguna referencia amplia a Dios y al obvio papel de la religión en
los movimientos políticos y los partidos, el Estado en América Latina
fue secularizado hace ya mucho tiempo (básicamente desde el paso del
siglo XIX al XX, como máximo).
La secularización, en ese sentido, contribuyó a la pluralización d é l a
filiación religiosa y a los patrones variables del compromiso a lo largo
del tiempo. Si los católicos aún son mayoría en América Latina-variando
de acuerdo con el país, del 75 al 90%-, nadie debería temer por los resul­
tados sociales, o aun menos políticamente, por su compromiso con otras
creencias. Brasil, en particular, tiene un gran número de protestantes, la25*

25 Esto es, obviamente, un amplio debate. Véase sobre todo Hadden,


1987; Bruce, 1996; Pierruci, 1998.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 18 9

fe cristiana que crece más rápido y que tiene muchas variantes; esta re­
ligión es común en otros países también, frecuentemente en aquellos
con grandes poblaciones originarias, com o Guatemala, Bolivia, Ecua­
dor y México. Estos son, en efecto, movimientos sociales. No sólo mo­
vilizan a millones de personas, también implican cambios en los “esti­
los de vida”, la individualización, la búsqueda de dignidad y progreso
personal, así como también la movilización colectiva, para lo cual se
apoyan en lazos locales y aprovechan oportunidades sociales y políti­
cas. Es necesario reconocer que la institucionalización de estos movi­
mientos religiosos y el papel nefasto de su liderazgo, en general un
clero autonominado, pueden tener efectos desastrosos para el carácter
democrático del movimiento. Del control que los pastores acaban ejer­
ciendo sobre sus carenciados seguidores religiosos pueden derivarse
fácilmente la explotación y el clientelismo político. Es bastante impre­
sionante observar cómo esas sectas operan como “iglesias electróni­
cas”, y constituyen así una verdadera “revolución cultural” (y, para al­
gunos, reintroducen la magia en la vida cotidiana), sea en Chiapas, en
México, o en las periferias de Brasil y de la Argentina. La concepción
de mundo de los participantes en esos movimientos tiende a alterarse
profundamente y esas religiones nuevas, o renovadas, de muchas formas
diferentes y a veces contradictorias producen cambios en el comporta­
miento personal y colectivo, y una búsqueda de “cohesión social” - o so­
lidaridad social- se encuentra, sin duda, presente en esos movimientos
religiosos.27
Es curioso que la teoría de los movimientos sociales no haya abor­
dado estas sectas o que no haya movilizado su arsenal para abordar su
colosal impacto en la vida social. Ni Tarrow ni Melucci figuran en los
estudios sobre movimientos religiosos en América Latina; ellos tam­
poco se ocuparon de ese fenómeno. Los movimientos sociales son con­
siderados redes contemporáneas de individuos libres o estructuras po­
líticas que movilizan personas y recursos gracias a condiciones políticas
específicas. La religión no tiene lugar ahí, en especial el protestantismo,

27 No podría hacer justicia sobre la completa gama de literatura que hay


sobre este tópico. Véase, principalmente, para mejores panoramas:
Parker Gumucio, 2000; Le Bot, 1999 y Gros, 1999; Gross, 2003;
Bastían, 1997. Y también, Martín-Barbero, 2001, pp. 178-80.
190 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

que además es considerado políticamente conservador. Pero obvia­


mente ésta es una perspectiva equivocada; además, ¿Weber no se de­
dicó particularmente a los movimientos religiosos en relación con la
emergencia de la modernidad? (Weber, 1988).
Esto se comprendería quizá mejor si hacemos una comparación en­
tre evangelistas y kataristas en Bolháa, en la región del Alto, en las cer­
canías de La Paz. A primera vista, son “enteramente distintos”. Sin em­
bargo, si miramos más de cerca podemos discernir temas y conjuntos
similares de miembros, que ellos a veces comparten consecutivamente,
aunque las personas que pasan en especial del primero al segundo se
sientan incómodas con sacar eso a la luz. Ambos movimientos coinci­
den en que hoy existe un déficit moral, ambos buscan reforzar "el or­
gullo, la dignidad y la autoestima entre los indios aimaras". Los protes­
tantes se centran en la cultura y miran al porvenir para encontrar
soluciones, con impactos políticos colaterales; los kataristas (y sus suceso­
res) son políticamente militantes y reconstruyen un pasado idealizado.
Ambos enfrentan los desafíos de la modernidad, el cambio social, el in-
dnidualismo y la integración de los pueblos originarios en el Estado
nacional multiétnico de Bolhda (Canessa, 2000).
A esta altura avanzamos en dirección de más de un elemento de pluia-
lización en las "sociedades" nacionales latinoamericanas y en la concep­
ción de nación que solía delinearse ahí. Mientras que puede percibirse la
realidad de elementos mezclados en esas poblaciones, cultural y política­
mente somos testigos de la emergencia de nuevas subjetividades colecti­
vas. Éstas poseen aspectos raciales y étnicos, y persiguen proyectos que
responden a cuestiones que surgen de esa condición. La plausibilidad de
los mo\imientos religiosos antes mencionados no depende tanto de ras­
gos pre\ios, aunque haya obvias continuidades con prácticas religiosas an­
teriores. Ellos se caracterizan por lo que he definido como identidades
"más opcionales”. Lo mismo ocurre, en cierta medida, con las identida­
des diferenciadas moldeadas por las generaciones de hoy-dentro de los
duros límites establecidos al final por la edad biológica-. Las colectivida­
des entrelazadas que analizaremos ahora, a pesar de las variadas maneras
en que puedan ser construidas, están más próximas a las identidades de
género también ya discutidas. En un continuo, ellas se encuentran más
próximas a las “casi adscripth'as”, ya que sus demandas de plausibilidad
implican fuertemente aspectos previos que no pueden ser desechados.
IDENTIDADES Y DOMINACIÓN, SOLIDARIDAD Y PROYECTOS í g i

La cantidad de los "afrodescendientes” (que incluyen a los negros y


a personas mezcladas racialmente) o de la población “originaria" en
América Latina varía mucho de país a país (cuando la autodefinición
es aceptada, ocurre un “emblanquecimiento" de los números, en con­
traste con la perspectiva de los entrewstadores; como sea, la atribución de
estas categorías es obviamente bastante complicada). Bolivia tiene el 2%
de afrodescendientes y el 71% de indígenas ; Ecuador, el 10 y el 38%;
Perú, el 9,7 y el 47%, respectivamente. Brasil muestra el 44,7 y el 0,4%, y
Colombia, el 20,5 y el 1,8% de cada raza. Mientras que Nicaragua tiene el
13 y el 5%, Venezuela llega al 10 y el 0,9%. Mayoritariamente blanca, la
Argentina no posee una población afrodescendiente significativa, y
tiene un mero 1% de indígenas. En compensación, Chile presenta el
8%, El Sabedor el 7% y Guatemala un llamativo 66% de pueblos indí­
genas, y ninguno de estos países incluye una población de origen afri­
cano. Los pequeños países de Uruguay y Costa Rica tienen una pequeña
población indígena -0,4 y 0,8%- pero el 5,9 y el 2% de afrodescendien­
tes. Paraguay muestra patrones similares: 3,5 de afrodescendientes y
1,5% de población indígena. México y Honduras demuestran un au­
mento en esos porcentajes: 0,5 y 14%, y 5 y 15%. Cuba y la República
Dominicana no tienen población indígena -que fue tempranamente
masacrada por los conquistadores españoles- pero sí vastos porcenta­
jes de afrodescendientes, respectivamente el 62 y el 84%. Panamá man­
tiene aquel nivel para los afrodescendientes -7 3 ,5 -y agrega el 10% de
indígenas. Estos datos demuestran la importancia de distintas heren­
cias poblacionales y culturales; una ruptura completa con tales catego­
rías evidencia el alto nivel de mezcla -d e mestizaje, probablemente in­
cluso de algunos grupos “originarios”- . Otros datos (no necesariamente
consistentes con los que ya fueron presentados) muestran esto con ma­
yor claridad en lo que se refiere a los afrodescendientes: Brasil posee así
un 4,9% de negros y el 40,1 % de mestizos, Colombia el 5 y el 71%, respec­
tivamente, mientras que Cuba muestra el 12 y el 21,8% para aquellas rú­
bricas (Ferranti, Perry, Ferreira, Walton el ai, 2004, pp. 78-84. Tabulacio­
nes de los autores utilizando una serie de investigaciones nacionales). Ése
es un hecho real de la vida social latinoamericana y no sólo una ideo­
logía de los grupos blancos dominantes, que, por supuesto, no signi­
fica la ausencia de racismo y de creencias y prácticas discriminatorias
similares.
192 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Sin embargo, un análisis de los datos de las razas y etnias en América


Latina también muestra las desigualdades asociadas a tales definiciones
y distribución poblacionales. En efecto, en lo que concierne a la renta,
las diferencias entre las razas y los grupos étnicos tienen más impacto
que el género. En promedio, en Guatemala, en Bolivia, en Chile, en
México y en Perú, hombres y mujeres indígenas ganan del 40 al 65%
menos que hombres y mujeres blancos, mientras que en Brasil se regis­
tra una tasa parecida -48% - cuando se compara la renta de los afrodes-
cendientes con la de los blancos. Estas diferencias, además, se suman al
género, lo que implica que las mujeres afrodescendientes e indígenas
son el grupo en peor situación en el conjunto de la población latinoame­
ricana.28 Pero la movilización social de los grupos subordinados en lo
que se refi ere a la etnia y a la raza ha sido muy poderosa recientemente.
Esto se evidencia en el caso de la “cuarta ola” de movilización indígena
en el subcontinente, lo que vale también para los afrodescendientes.
La mayoría de las poblaciones indígenas de América Latina, como ya
lo mencionamos, fueron consideradas campesinas desde la segunda
mitad del siglo XX. Todo esto parece haber cambiado súbita y radical­
mente. Hay muchas interpretaciones de esta nueva ola de movilización
indígena, pero, sin perjuicio del reconocimiento de este aspecto, no
debemos perder de vista que muchos elementos sumamente prácticos
y materiales permanecen en el núcleo de los movimientos en cuestión:
tierra, crédito, educación, lógicamente además de autonomía, recono­
cimiento (de sus particularidades, además de los derechos de ciudada­
nía, para regresar a la categoría de Honneth —1992—) y así sucesiva­
mente. Ya hemos visto, al discutir las subjetividades colectivas, que hay
cierto número de interpretaciones generales acerca de la identidad ét­
nica en la literatura de las ciencias sociales, que a veces se hicieron pre­
sentes en la interpretación de América Latina. También, se destacaron

28 Ferranti, Perry, Feneira, Walton ei al, 2004, pp. 92-6 y 104-5


(tabulaciones de los autores utilizando diversas investigaciones
nacionales). Hasta donde sé, no hay estadísticas comprensivas parala
composición racial y étnica de las clases de América Latina. Sin
embargo, algunos análisis producidos anteriormente, así como
interpretaciones históricas {Ídem, cap. 4), evidencian la
preponderancia opresora de los blancos en las clases altas.
ID E N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 19 3

concepciones más específicas que explicaron dicho fenóm eno en el


subcontinente recientemente. Esas interpretaciones se dividen, con
muchas variaciones, en dos: una que enfatiza la adopción de políticas
neoliberales para el campo en América Latina, llevando “al colapso de
las identidades de clase”, y otra que lo ve como “el resultado involunta­
rio de la penetración del mundo indígena por actores externos”, que
se acompañaría de la caída del “socialismo real”. Por otro lado, es posi­
ble reconocer el papel de las estructuras sindicales anteriores (y de las
estructuras étnicas originales, como los ayllus de cuño comunitario ai-
niara o quechua, que subyacían a los sindicatos rurales), así com o la
evaporación de los esquemas de financiación del Estado desarrollista
en la marginación de los campesinos que, entonces, privados de seña­
lizaciones de clase merced de la declinación general de tal perspectiva
en la escena política global, recurren a sus antiguas memorias étnicas.
A esto se suma el papel de las Iglesias, sea la católica o las múltiples va­
riantes protestantes, la adopción de la educación multilingüe y la crea­
ción de un liderazgo indígena bilingüe y, a veces, de clase media, las re­
formas que en los años noventa implicaron la descentralización del
Estado y la construcción de una administración y una justicia autóno­
mas, así como cambios y la modificación de la ley del ejido en México
y, más genéricamente, el fracaso o la derrota de la reforma agraria. El
hecho es que, de a poco, apoyándose en movimientos y organizacio­
nes con una larga historia, en Guatemala, en México y, en especial,
en Ecuador y en Bolivia, fuertes movimientos indígenas florecieron en
el traspaso del último siglo, en parte catalizados por el pasaje de lo que
ellos defi nieron, a contrapelo de las celebraciones oficiales, como la “con­
quista de América” (Trejo, 2000; Wade, 1997, caps. 6-7; Bartra, 2004),
Si bien parece bastante claro que estas identidades no son fijas y no
deberían ser pensadas de forma esencialista, esto es lo que ocupa gran
parte del debate. Albo, uno de los autores probablemente más conoci­
dos vinculados al tema, es capaz de señalar elementos que contribuye­
ron al surgimiento de las identidades étnicas en Bolivia, por ejemplo.
Éstos estuvieron, reconoce él, ausentes en Perú, que, en cambio, se ca­
racteriza por la macrocefalia de Lima, su capital, porque allí las perso­
nas se mezclan y no mantienen lazos fuertes con sus familias en el
campo, o bien por la situación política específica y por la modalidad de
la reforma agraria. Sin embargo, en su perplejidad, no puede entender
1Q4 la m od ern id ad c o n te m po r á n e a

por qué los indígenas en Perú fallaron en alcanzar una verdadera con­
ciencia étnica.29 El primordialismo y algunos ecos del marxismo se entre­
lazan aquí. En compensación, la cuestión real es cómo y por qué diferen­
tes identidades se desarrollaron en estos países. Aunque sea plausible, de
hecho, que en Perú emerjan con tágor identidades étnicas, no hay ra­
zón para pensar que deberían hacerlo, y que, si no lo hicieron, hubo
alguna falta o patología en ese sentido. En verdad, incluso en los casos
de Ecuador, de Bolivia o de México, las identidades de campesinos e indí­
genas (o pueblos originarios, como prefieren llamarse ahora) dependen
del contexto y de necesidades y estrategias específicas (Baños Ramírez,
2003, esp. pp. 266-7). Como sea, el Movimiento al Socialismo (MAS) en
Bolivia, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador
(CONAIE) o la guerrilla y el movimiento político zapatista en Chiapas
son testimonios elocuentes de la cuarta ola de movilización indígena en
América Latina.
Los movimientos sociales negros vivieron también una fase ascen­
dente. Así ocurrió en Colombia, donde los movimientos por los derechos
civiles y la organización de las Panteras Negras inicialmente, en la década
de 1970, tuvieron influencia sobre las actividades de los negros, que se in­
clinaron hacia símbolos más latinoamericanos, tales como los “cimarro­
nes”, esclavos que se fugaban. Esto se dio también en Brasil. Desde la lu­
cha por la abolición de la esclavitud, el tema estuvo de algún modo en la
agenda política del país, pero realmente empezó a adquirir importancia
en los años treinta, con el Frente Negro Brasileño. Desde entonces, si­
guió siendo un tema relevante pero se convirtió en una cuestión ineludi­
ble en los años setenta, a instancias de activistas de clase media, de orga­
nizaciones populares, en medio de la lucha contra el régimen militar y,
finalmente, de muchas ONG dedicadas a luchar contra el racismo y la
discriminación. La cuestión en Brasil es complicada por la dificultad de
distinguir negros de mestizos, dado que la mezcla de “razas” fue bastante
real en las clases populares, y la ideología de la “democracia racial” sem­
bró raíces profundas, oscureciendo el problema pero ofreciendo tam­
bién un tete para la democratización social. Desde aquel último período
en particular, la tendencia de los activistas negros a buscar un patrón

29 Albo, 2004. Para un retrato vivido de Lima, véase Grompone, 1999.


ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YE C T O S 1 Q5

birracial, reflejo de los Estados Unidos, fue fuerte en la esfera pública y


constituyó un objeto de feroz controversia; lo mismo ocurrió con las po­
líticas de acción positiva que intentaban corregir las desigualdades origi­
nadas en el pasado y en el racismo hoy. En realidad, el movimiento pa­
rece haberse tornado más sensible en este sentido, en la medida en que
amplió sus concepciones para incluir a los “afrodescendientes” de ma­
nera general. Pero, tanto internamente como en el exterior, hubo una
fuerte resistencia a las posiciones del morimiento, de portavoces de la de­
recha a otros más próximos a la izquierda, como Bourdieu y Wacquant,
que acusaron a la Fundación Ford de imponer una agenda y perspectivas
externas por medio de financiaciones y de la cooptación.
Si bien esa influencia no siempre es positiva, ese debate está mal
planteado: al fin y al cabo, no debería importar quién está financiando
qué y a quién, sino los resultados efectivos de esas políticas. De todas
maneras, esa posición política ayudó a poner la cuestión del racismo
en el centro del debate político y de las políticas públicas. Al mismo
tiempo, la ascensión del orgullo negro, la multiplicación de las identi­
dades relacionadas con la negritud y un cambio general, que es sin em­
bargo aún muy tímido, parece ser inminente en lo que se refiere a ese
tema hoy en Brasil. Esto demuestra que una identidad que tiene ele­
mentos “casi adscriptivos”, aunque más débil y menos convincente que
la etnia, puede asumir aspectos políticos distintos y transformarse a lo
largo del tiempo (Wade, 1997, caps. 6-7; Sansone, 2003; Bourdieu y
Wacquant, 1988; Costa, 2002, cap. 7).
N o todos los movimientos que he presentado aquí están especial­
mente centralizados, y ciertos aspectos de esos cambios se encuentran
bastante descentralizados en la vida cotidiana. De todos modos, cons­
tituyen poderosos giros modernizadores, de los cuales las ofensivas mo-
dernizadoras reales son elementos clave. Las sociedades latinoamerica­
nas se volrieron más complejas que nunca, quizá con excepción, en
cierto grado y en un sentido particular, del período colonial.

LA PRESENCIA APLASTADORA DE LAS CLASES


Si en el pasado las clases sociales no fueron objeto de un estudio minu­
cioso en América Latina, hoy la situación no se ha revertido, y no es de
modo alguno positiva. Unas pocas contribuciones nos pueden ayudar
i g6 la m od ern id ad c o n t e m po r á n e a

a trazar los contornos de los sistemas de dominación de clase. Un pro­


blema que surge de inmediato es que esos abordajes se basan fundamen­
talmente en la descripción de la estratificación socialj'en la distribución
deda rentaTLas rafees en la. propiedad, las relaciones con el poder polí­
tico y el estilo de vida en genera] son menos estudiados. Eso significa que
las clasés’cómo subjetividades colectivas que ejercen una causalidad co­
lectiva unas sobre las otras y sobre la vida social como un todo están no­
toriamente ausentes de dichos estudios. A lo sumo, de forma útil aunque
limitada, se exam ina la influencia de las asociaciones empresariales
sobre el gobierno y la política (Hernández Romo, 2006, p. 216).
Aquí comenzaremos con el análisis de la contribución de Portes y
Kelly, la única visión abarcadora de que disponemos en este momento.
Uno de sus puntos de.partida es la especificidad de las clases trabajado­
ras de América Latina, ya que no pertenecen a la econom ía capitalista
regulada -vastos sectores están en la econom ía inform al-y no son, por
lo tanto, tan hom ogéneos como en las “sociedades desarrolladas”. La
clasificación que estos autores hacen de las clases descansa, siguiendo
ese norte, en el acceso a los “activos”, lo que da a su concepción un
tinte bastante weberiano, y sus datos se refieren al año 2000.
Los capitalistas serían la primera clase en su lista: com o propietarios de
los medios de producción y gerentes con acciones en grandes y medianas
empresas, controlan el capital y aquellos medios de producción, una
fuerza de trabajo organizada de forma impersonal, así como los puestos
técnico-administrativos subsidiarios, para lo que cuentan con regulacio­
nes legales. Su remuneración consiste en sus ganancias y abarcan el 1,8%
de la “población económicamente activa” (PEA). Los gerentes y burócra­
tas de las grandes y medianas empresas controlan casi lo mismo que los
capitalistas y grandes gerentes, excepto el capital y los medios de pro­
ducción. Además, son remunerados con salarios y dividendos relacio­
nados con las ganancias, y llegan al 1,6% de la PEA Los trabajadores de
elite, que abarcan el 1,6%, y los trabajadores asalariados con formación
universitaria en administración pública y privada controlan casi lo
mismo que los gerentes y burócratas, excepto la fuerza de trabajo; su
renta deriva de su conocimiento de tipo escaso y tienen empleos den­
tro de la econom ía formal. La pequeña burguesía comprende el 8,5%
de la PEA. Bastante heterogénea, está compuesta por técnicos inde­
pendientes y profesionales, así como por pequeños empresarios que
ID E N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 1 Q7

supervisan personalmente a los empleados. Esta burguesía controla los


medios de producción y los puestos técnico-administrativos subsidiarios,
pero no una fuerza de trabajo impersonal, y apenas parcialmente, puestos
escasos y altamente valorados y legalmente reguladas. Su remuneración
proviene de las ganancias. Un proletariado no manual formal constituye
el 12,4% de la PEA, y posee entrenamiento vocacional, técnico. No po­
seen nada, aunque trabajan dentro de la economía fonnal, pues son ti ba­
jadores asalariados. Una segunda camada de trabajadores, que constituye
el 23,4% de la PEA, especializados o no, son trabajadores con contrato, y
también están legalmente regulados. Finalmente, Portes y Kelly distin­
guen otro grupo: los trabajadores asalariados sin contrato, vendedores am­
bulantes cuentapropistas, sin regulaciones legales con relación al salarió y
con ingresos irregulares provenientes del comercio, que llegan a un im­
presionante 45,9% de la PEA (o sea, el proletariado del sector informal).
Es importantejaotar que las dos^ principales tendencias que dife­
rencian los_años ochenttTdénos noventa son el aumento de la pe­
queña burguesía y, en especial, ¡del proletariado informal (que obvia­
m ente deriva de las reestructuraciones económ icas discutidas en el
capítulo 2), así como la concentración de la renta en las tres capas su­
periores. El caso de la Argentina h~os~cu eñYáriiña’tíiste' his toria de in-
formalización y empobrecimiento.30 Por otro lado, cabe señalar que,
usando datos y metodología distintos, Pochmann y sus colaboradores
llegaron a la conclusión de que 5.000 de las familias más ricas de Brasil
(esto es, el 0,001% del total), ubicadas en el estado de Sao Paulo,

30 Hernández Romo, 2006, en especial pp. 45-65. Estos números son


extraídos de un promedio de ocho países latinoamericanos -Brasil,
Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, México, Panamá,
Venezuela- que totalizan tres cuartos de la PEA. de la región; ellos
utilizan datos de la Cepal (cuadro 1). El problema evidente aquí es
que sus estructuras de clases, de niveles muy distintos de
industrialización, deberían diferenciarse. Igualmente, resulta extraño
que esto no aparezca cuando Portes y Kelly presentan los datos de
cada país (cuadro 2). Los datos para los otros países, como la
Argentina (Gran Buenos Aires), Bolivia, Uruguay, Paraguay
(Asunción), Honduras y Ecuador presentan básicamente el mismo
perfil (cuadro 3). En efecto, su definición sustancialista del
proletariado informal -así como del formal- ha de ser criticada por
inadecuada; también he desarrollado en el capítulo 2 una propuesta
para tratar estas dos dimensiones en términos analíticos.
1 9 8 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

principalmente en su capital, concentran el 40% de la riqueza (PBI)


producida anualm ente, y m antienen un alto grado de control sobre
la vida social y la política.31

1) Las clases alias


Sólo en la Argentina (contrastando con el carácter más restricto de las
fuentes disponibles para la reconstrucción de su sistema de estratifica­
ción de clase) se realizó un análisis en términos de la diferenciación
del estilo de vida. Apoyándose en autores como Basualdo y en su pro­
pia investigación, Svampa presenta una visión general de la situación
en ese país. Uno de los elementos fundamentales del período fue la
conformación de una “comunidad de negocios", que incluyó especial­
mente grupos económicos y corporaciones transnacionales asociadas a
los procesos de privatización de las empresas estatales. La desnaciona­
lización del capital también se detectó fácilmente.
Social y políticamente, la Argentina pasó por un proceso probable­
m ente muy peculiar en comparación con sus vecinos. Al paso que el
peronismo fue siempre una fuerza plebeya y las clases dominantes le
tenían aprehensión y se le oponían, la inflexión de esa fuerza política
en dirección del neoliberalismo e n los años noventa proporcionó una
inesperada aproximación entre ellas. Esto significó que los nuevos ri­
cos de las privatizaciones, los nuevos políticos y empleados de los altos

31 Pochnnann, el ai, 2004. Para Brasil y México se encuentra disponible


un análisis adicional sobre las clases. El modelo de Olin Wright sirvió
para un abordaje de la “estructura” de clase de aquel país (que, por lo
tanto, se restringe a eso). Santos encontró, en Brasil, un muy bajo
porcentaje de capitalistas (0,5 a 0,7), mientras las clases trabajadoras
totalizan la mitad de la población, con un gran número de camadas
intermedias (pequeños empresarios, pequeña burguesía, clases
medias, trabajadores por cuenta propia) entre medio. Si bien los
datos no son del todo comparables, sus conclusiones no difieren
mucho de las de Portes y Kelly de modo general. En México, la
posición de muchos ricos fue estudiada de manera aproximada por
More, así como por de la Torre García, con datos muy parciales. Este
último afirma que el número de millonarios en México excede a los
que se encuentran en otros países; este país se concentra en activos
físicosy financieros, que son todavía más concentrados que las rentas.
Véase Santos, 2002, cap. 2; Moreno, 2006 y de la Ton e García, 2006.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YEC T O S 199

círculos peronistas y las clases dominantes tradicionales se mezclaron


con la misma intensidad con que lo hicieron sus marcos simbólicos.
Una actitud supuestamente iconoclasta, pero en verdad bastante cí­
nica, se originó como resultado: “[...] un estilo de vida marcado por el
consumo ostentoso, la frivolidad, los gestos excesivos, que abrazó el
conjunto de la clase dominante argentina, en el cual coincidieron no
sólo empresarios exitosos y representantes de la clase política, sino
también gran parte de la elite más tradicional”. Esto no quiere decir,
sin embargo, que se hubieran abandonado las marcas de “distinción”:
por el contrario, una “nueva ruralidad", en especial lejos de Buenos Ai­
res, nuevos clubes y villas prh'adas con fuertes esquemas de seguridad
en los suburbios ricos, resultaron de este esfuerzo por dejar atrás los
cada vez más numerosos sectores de una clase media decadente y las
bastantes empobrecidas clases trabajadoras. El vaciamiento de los espa­
cios públicos fue crucial en estos desarrollos (Svampa, 2005, caps. 4-6.
Cita extraída de la p. 119).
Otros estudios muestran que la internacionalización del capital en
América Latina fu e muy fuerte, lo que significa que los gerentes, mu­
chos de los cuales vienen del exterior, se convirtieron en un pilar de
las clases dominantes subcontinentales. Ciertamente, esto es así en el
caso del sector de servicios de modo general (telecomunicaciones,
energía, agua, saneamiento, carreteras), pero en muchos casos en del
petróleo también) (Arceo y Basualdo, 2006, pp. 18 y 20-22; Aspiazu y
Basualdo, 2004; Borón y Thvvaites Rey, 2004; y Saxe-Fernández y Rey,
2004). Éste es en particular el caso de los sistemas bancarios y de ju­
bilación, baluartes de un actor mayor en el m odelo reciente de acu­
mulación: el capital financiero. Estos sistemas fueron ampliamente
desnacionalizados. Caputo (utilizando datos de 2000 del Banco Inter-
americano de Desarrollo - BID) estimó los activos bancarios en ma­
nos extranjeras en un 76,5% en México, el 54,5% en la Argentina, el
53,8% en Perú, un 43,7% en Chile, el 42,3% en Venezuela, el 30,6%
en Brasil y el 21,4% en Colombia. Los fondos de pensión pertenece­
rían al capital extranjero en los siguientes porcentajes: 73,6 en la Argen­
tina, 85,3 en Bolivia, 54,1 en Chile, 47,4 en Colombia, 66,6 en México,
78,5 en Perú y 29,5 en Uruguay (Caputo Leiva, 2006). Otros autores pro­
ponen datos similares, y aún más dramáticos, basados, por ejemplo, en
informaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI): de 1990 a
200 LA M ODERNIDAD CO N T E M P O R Á N E A

2001, los porcentajes de activos bancarios controlados por bancos ex­


tranjeros en la región variaron de la siguiente manera: de 10 a 61 en
la Argentina, 6 a 49 en Brasil, 19 a 62 en Chile, 8 a 34 en Colombia, 0
a 90 en México, 4 a 61 en Perú y 1 a 59 en Venezuela (Moguillansky,
Studart y Vergara, 2004). Usando datos de la Cepal, también pueden
señalarse porcentajes increíbles en otras áreas empresariales. En lo
que se refiere a las 200 empresas exportadoras más importantes de
América Latina, se destaca un constante y rápido aumento de la pre­
sencia de capital extranjero: de acuerdo con Caputo Leiva, en 1996, el
capital extranjero controlaba 76 de esas empresas, ya en 1997 contro­
laba 92, en 1998 llegaba a 97 y, finalmente, en 2000, a 98. En lo que se
refiere a las inversiones en empresas manufactureras, durante el período
que va de 1990 a 1992, 48 de 100 pertenecían al capital extranjero, con
el 53,2% de las ventas. En 1994r-96, el crecimiento fue de 53 de 100, y
las ventas alcanzaron el 59,3% del total. En fin, en 1998-2000, llegaron
a 59 de 100, y las ventas ascendieron al 61,7% (Caputo Leiva, 2006). In­
cluso en Brasil, país con una autonomía relativamente mayor y una
econom ía razonablemente diferenciada, ocurrió lo mismo de modo
general:

La extensión de la desnacionalización de la economía vía


la privatización de las empresas estatales puede determi­
narse por el grado de propiedad extranjera adquirida por
el capital externo de esta forma. Entre 1995 y 1998 la In­
versión Externa Directa (IED) com prendía el 42,1% del va­
lor acumulado de las privatizaciones. Las cifras serían aún
más altas si se incluyeran las ventas subsiguientes de accio­
nes por parte de los socios brasileños [...]. Las fusiones y
adquisiciones de empresas privadas han sido igualmente
centrales para la reestructuración de la econom ía brasileña
promovida por [Fernando Henrique] Cardoso, y han ope­
rado com o el otro mecanismo de desnacionalización. Estu­
dios recientes muestran que, entre 1995 y 1999, hubo
1.233 fusiones y adquisiciones en las cuales las corporacio­
nes multinacionales adquirieron el control o participación
en industrias brasileñas [...]
IDEN TID AD ES Y D O M IN ACIÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O Y E C T O S 2 0 1

Esta última tendencia atravesó muchos campos de la economía brasi­


leña. Si bien es cierto que una porción de grandes grupos nacionales
logró sobrevivir e incluso ellos mismos se convirtieron en corporacio­
nes transnacionales (en un escala menor y frecuentemente asocián­
dose al capital extranjero), éstos son, por lejos, la excepción antes que
la regla en el desplazamiento del capital nacional hacia el extranjero
(Rocha, 2002, cita extraída de la p. 22).
Un doble resultado deriva de este mapa de las relaciones y comporta­
miento de las clases altas de América Latina. Si bien aún es necesaria
más investigación para fundamentar mejor esos argumentos, podemos
aseverar, apoyándonos en los estudios ya disponibles, que se configuró
una “estructura” de clase capitalista, concentrada e internacionalizada;
que sus lazos con el poder político pueden y deben ser tenidos en
cuenta; y si nos tomamos la libertad de extrapolar los hallazgos de
Svampay cruzarlos con otras concepciones fragmentarias que encontra­
mos aquí y allá en la literatura sobre el subcontinente (por ejemplo, la
correlación entre la desigualdad creciente, el alto consumo para algu­
nos sectores y la expansión de la violencia en las últimas décadas) (Por­
tes y Kelly, 2003, pp. 66 y ss.), que emergió una sociedad muy dividida y
aún más polarizada desde que se inició la década perdida de 1980.
En términos de estrategias sociales y estilo de vida, eso es demos­
trado en el estudio de otras ciudades de América Latina, con patrones
de espacialidad y segregación similares a los de Buenos Aires, como
por ejemplo, la ciudad de México o Caracas.32 En términos de la rela­
ción entre política y clase, en lo concerniente a las clases dominantes
de América Latina, podemos servirnos de los estudios acerca de la cri­
sis del corporativismo para elaborar un poco más la cuestión. En otras
palabras, podemos trabajar con fuertes suposiciones, en función de los
datos presentados anteriormente, sobre la “reflexividad práctica” de las
clases capitalistas en la América Latina contemporánea, en la cual los
vínculos con el capital extranjero son robustos y por lo tanto implican un
entrelazamiento de personas de ambos lados del capital, que se mez­
clan sin mayores problemas. Los estilos de vida evidencian un patrón

32 Véanse los estudios recopilados en Perfiles latinoamericanos, año 10, ns 19,


2001.
202 LA M O D E R N ID A D CO N T E M P O R Á N E A

semejante y permiten una evaluación más concreta y colorida del com­


portamiento práctico de clase pero también de un patrón más raciona­
lizado de interacción social y de estrategias de reproducción. Si avanza­
mos un poco más y recurrimos a los estudios que abordaron el
comportamiento racionalizado y politizado de los sectores capitalistas,
nuestro retrato adquiere contornos más precisos.
Puede plantearse una correlación no unívoca entre la mayor capaci­
dad de las organizaciones empresariales de erigir a la burguesía de un
país dado en capitanes de la industria, de los servicios, del comercio o
de las finanzas - e n especial en la cim a- y la facilidad con que se lleva­
ron a cabo las reformas neoliberales. A pesar del carácter limitado de
esas conclusiones, son bastantes útiles para una concepción que pro­
cura poner a las clases latinoamericanas en la perspectiva de los giros
modernizadores. Se podría pensar que las reformas neoliberales en­
frentarían más dificultades donde los grupos empresariales nacionales
están organizados; esto es, las asociaciones nacionales de empresarios
serían más resistentes a la liberalización del comercio, a la apertura de
los mercados nacionales a los productos importados y a la com peten­
cia extranjera. Evidentemente, muchas ramas de la ind u stria-y aso­
ciaciones vinculadas- son controladas por corporaciones transnacio­
nales (por ejem plo, automóviles y, en parte, la banca). Aun así,
aquella hipótesis podría ser válida. Pero no lo es. ¿Por qué?
Primero, el retroceso del Estado y el ataque a los derechos de los tra­
bajadores han ganado de modo general la simpatía de las burguesías
en todo el subcontinente desde la crisis de su formato desarrollista. Se
suma a esto, y de manera decisiva, que solamente si imaginamos que
hay intereses divergentes entre las comunidades empresariales internas
y el capital extranjero, debería esperarse una correlación opuesta o bien
distinta. De hecho, fuertes asociaciones empresariales (en las que el capi­
tal extranjero suele ser muy influyente) facilitaron las reformas neolibera­
les en los años ochenta y noventa, generando acuerdo y quizá la hegemo­
nía de un sector capitalista. Esto aconteció sin perjuicio de los vínculos
informales y directos con el personal estatal de la cima y con los políti­
cos de que gozan especialmente las grandes corporaciones económicas
(Boschi, 2006; Minella, 2002).
Además, podemos considerar que el agotamiento del modelo desarro­
llista, ju n to a una inflación galopante, a las falencias bancadas y a la
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YECTO S 2O 3

falta de perspectivas para la mayoría de las empresas en el contexto


que precedió de inmediato a las reformas neoliberales, empujaron esas
asociaciones empresariales y las clases burguesas de América Launa
como un todo -sin distinción de tamaño, de las relaciones con el capi­
tal extranjero y de la posición en el mercado- en dirección a una acep­
tación de las reformas neoliberales, incluso en modalidades brutales,
de modo semejante a lo que ocurrió con la mayoría de la población.33
Las consecuencias no fueron ni deseadas ni previstas. Así, una conjun­
ción de factores tuvo como consecuencia no intencional un cambio de
gran alcance en las estructuras de las clases altas y en las relaciones in­
ternas que reiteraron y prestaron nuevos significados a los patrones
que regían desde, al menos, la década de 1970.
El hecho básico, sin embargo, es que las contradicciones entre los ca­
pitalistas locales y las corporaciones transnacionales no son cruciales
desde que Cardoso y Faletto señalaron el establecimiento del patrón de
“desarrollo asociado” a mediados de los años sesenta en algunos países34
Eso perdura bajo un modelo que se podría llamar “subdesarrollo aso­
ciado” en la mayoría de ellos, merced de la falta de diferenciación de la
estructura económica nacional (comparada con la de los países centra­
les) y al retomo de los productos primarios por medio del agronegocio a
la línea de frente del “crecimiento” económico, como ya se sugirió al final
del capítulo anterior. La dependencia no es una preocupación para la
mayoría de las burguesías “nacionales”, meramente intemas. En especial,
las fracciones constituidas por el gran capital, en la industria, en los sena­
rios y en el agronegocio -buena parte de ellas oriunda de los procesos
de privatización-, están a esta altura profundamente entrelazadas -en
una posición subordinada- con las clases capitalistas globales basadas
en los países centrales de la modernidad contemporánea. A lo sumo,

33 Recurriendo a la “teoría prospectiva” (en efecto, una variación de la


teoría de la elección racional, que predica que las ganancias son
buscadas de forma moderada, aunque se resistan tenazmente a las
pérdidas), éste es el argumento sugerido para los gobiernos y la
población en su conjunto en Weyland, 1996.
34 Cardoso y Faletto, 1979, cap. 6. El primero terminó apostando a la
profundización de ello. En realidad la “globalización" se convirtió en
algo común en su discurso y en el de otros, para el proceso que se
imponía efectivamente a América Latina.
2 0 4 LA M OD ERNID AD C O N TE M PO R ÁN E A

los sectores que abastecen a las clases populares podrían manifestar


cierta oposición más importante, pero todavía no tienen, para ello, sufi­
ciente fuerza económica, social y política. Además, el capital financiero
ha estado en el núcleo de los “bloques de poder” en América Latina, más
aún que en los Estados Unidos y Europa. Si aquí y allá pueden discernirse
algunas contradicciones en algunas situaciones y en lo que incumbe a te­
mas menores, eso no implica en absoluto una ruptura o la proposición de
un proyecto alternativo -ya difícil de por sí en la actualidad- o siquiera la
voluntad política de reorientar la economía y la sociedad. Estas burgue­
sías se contentan con una integración subordinada en la economía glo­
bal, así como en el “bloque de poder” interno.
Al fin y al cabo, junto a una tendencia a una estrategia nacional y pri­
vadamente enraizada en la reprimarización económ ica y la domina­
ción del capital financiero, la mayoría de los grupos empresariales lo­
cales acepta las restricciones al desarrollo y renuncia a cualquier
proyecto o proceso civilizador más amplio. Sus giros y ofensivas moder-
nizadores se reducen y se muestran necesariamente limitados. Esto no
se altera cuando los grupos empresariales aceptan, auque intenten por
todos los medios limitar sus posibilidades, gobiernos en principio
orientados más a la izquierda, la mayoría de los cuales no tuvo la fuerza
o la visión para romper, en grado razonable al menos, con la manera
neoliberal de manejar las demandas de la tercera fase globalizada de la
modernidad. En el límite, si bien son políticamente incapaces y están
desprorístas de cualquier proyecto nacional real más allá de subordi­
nar las políticas económicas a sus intereses corporativos inmediatos,
esas burguesías pueden recurrir a la dominación meramente en el plano
local, como ocurre en Ecuador. En otros países, com o Brasil, pueden in­
tentarse cierta resistencia tenue y una búsqueda de cambios de menor
tenor. De modo genérico, subjetiva y objetivamente, lo que se desprende
de esas estrategias y proyectos limitados es más bien una adaptación pa­
siva a la globalización neoliberal (Arceo y Basualdo, 2006, pp. 19 y 23-4;
Boito Jr., 2006 y Burlano de Lara, 2006; Domingues, 2006-07).
Esto rale también para los sectores rurales. Las reformas agrarias no
fueron exitosas en las décadas de 1960-1970. Además, f ueron desarticula­
das desde que el neoliberalismo se tomó el credo dominante en la polí­
tica económica y social. Reformas basadas en el mercado, la certificación
de tierras, la reorientación del crédito y el cambio hacia a la exportación

a-
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 2O 5

de granos comerciales componen el cuadro completo. Al mismo tiempo,


los trabajadores sometidos a formas tradicionales de explotación se volvie­
ron una minoría en América Latina; de la reforma emergió un gran nú­
mero de pequeños campesinos, pero siempre al borde del colapso. Tam­
bién se generalizó la proletarización; aquellos que en el largo plazo se
beneficiaron de la reforma agraria y, en especial, de las políticas neolibe­
rales fueron los empresarios rurales, o propietarios de lalifundiosy de ha­
ciendas convertidos en capitalistas. Los elementos que se encuentran bajo
su control son el capital la pericia técnica, los lazos comerciales y financie­
ros, amén de influencia política. En efecto, los poderosos capitalistas
rurales son un elem ento fundamental en la adaptación pasiva a la
globalización neoliberal (Kay, 2002, esp. pp. 40-3).

2) Las clases populares y medias


Ya señalamos que, desde hace mucho tiempo, América Latina se carac­
teriza por un vasto mercado informal, que recientemente se ha robus­
tecido. Eso ha sido también un problema para la organización de los
sindicatos en particular, aunque no ha impedido que ésta se produjera;
el otro aspecto de la movilización popular, como ya se señaló, fueron
los movimientos comunitarios. A lo anterior se le sumó la reestructura­
ción de las empresas, que junto a los cambios en la legislación laboral
tuvo efectos desastrosos sobre los sindicatos y el trabajo organizado. En
la medida en que la fuerza de trabajo formal se retraía, la inestabilidad
laboral aumentaba, el desempleo se agravaba, especialmente en países
que atravesaron crisis específicas y profundas (por ejemplo, la Argen­
tina) y la organización de las clases populares se alteraba. Los movi­
mientos comunitarios, sea de habitantes (vecinos) o de personas sin tra­
bajo, florecieron en muchos países. En algunos se ensayaron políticas
casi insurrecionales. En otros ocurrieron profundos cambios políticos,
en otros estos cambios fueron, en la mejor de las hipótesis, parciales. En
algunos lugares, el sistema político resistió ferozmente. Examinaremos
estos temas a continuación. Pero resaltemos también la movilización
agraria, otro aspecto de los giros modemizadores étnicos. Esto es algo a
tener en cuenta, al igual que las cuestiones raciales, como un elemento
de la estructura y de los movimientos de las clases populares. Tampoco
deben olvidarse los movimientos religiosos, con su carácter multifacético.
206 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

En los últimos diez años, la Argentina y Bolivia tuvieron las más


fuertes olas de movilización en el subcontinente. En el primero, su
clase trabajadora -otrora uno de los principales protagonistas de un
régimen de acumulación intensivo, casi fordista- tuvo que encarar un
cambio caótico en lo que atañe a su inserción en la economía, en tér­
minos de estilos de vida, de expectativas, de debilitamiento de los sin­
dicatos y de aumento del desempleo. En el marco de la crisis de 2001
y de la debacle financiera que se abatió sobre el país, emergió una
enorm e cantidad de movimientos. La movilización de las clases me­
dias, la organización comunitaria y algo más autónoma de los desem­
pleados y m i cambio en el repertorio de las protestas caracterizaron
ese período. Los desempleados piqueteros -bloqueando calles y cor­
tando el tránsito- se convirtieron en su principal expresión. El pero­
nismo, sin embargo, consiguió mantener el control del sistema político
y su influencia sobre los principales molimientos. No casualmente, la
fragmentación de esos movimientos destacó la expresión “protesta so­
cial”, mostrando cóm o las metas y estrategias de largo plazo no gozan
de prominencia en ellos. Bolivia vio también a los movimientos comu­
nitarios aliarse con los campesinos con identidad indígena y con lo
que quedó de la antigua y poderosa clase obrera de las minas (des­
truida por la reestructuración) y consecutivamente derribar los go­
biernos hasta lleguar al poder. México fue testigo de una organización
popular de gran alcance, pero el sistema dominante logró evitar que
la oposición real accediera al gobierno nacional. En verdad, mientras
que en otros países la estructura corporativista no es más efectiva (sea
en la Bolivia rural o en el Brasil y la Argentina urbanos), en México,
aún mantiene un fuerte control sobre los sindicatos, aunque no sea ca­
paz de representar los trabajadores. De todos modos, algunos tienden a
atribuir el problema meramente a las políticas neoliberales y apuestan
a la fuerza continuada del sindicalismo en América Latina como en
otras partes, como en el caso de Brasil, donde los movimientos sociales
declinaron durante la década de 1990.35

35 Hay una vasta literatura aquí. Me contentaré con una selección de


títulos: Farinetti, 1999; Auyero, 2002; Svampay Pereyra, 2003;
Svampa, 2005, caps. 6-9; A!me)ta, 2004; Maneiro, 2007; Cardoso,
2003; QuirozTrejo, 2004; Zapata, 2005, cap. 4 y 2003.
ID E N TID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y PR O YEC T O S 2 0 7

En el campo, emergieron movimientos renovados de trabajadores


sin tierra o campesinos. En Brasil, el Movimiento de los Trabajadores
sin Tierra (MST) ha sido capaz de movilizar grandes masas. Si tendrá
éxito o al menos mantendrá su em puje en un país que es predomi­
nantemente urbano, donde el agronegocio es muy poderoso y su mi-
litancia se com pone en amplia medida de proletarios, es una cues­
tión abierta. En muchas otras áreas, que se mezclan o no con
cuestiones étnicas, las luchas agrarias no dejaron de estar presentes
en América Latina, muchas veces reuniendo a todos los que perdie­
ron con la globalización neoliberal, como en el caso de México y su
gran movimiento llamado El Barzón, en el cual campesinos y agricul­
tores de medio o gran porte se juntaron para intentar sobrevivir a las
políticas de integración con los Estados Unidos. En Bolivia, especial­
mente entre los cocederos (plantadores de coca de la región de Cocha-
bamba), la democratización de las organizaciones de los pueblos ori­
ginarios -consideradas meramente como “instrumentos políticos”- ha
sido de gran importancia y promete reinventar la relación entre el lide­
razgo y la base popular, un tema fundamental (Kay, 2002; Domingues,
2007; Williams, 2001).
Algunos cambios afectan también a las clases medias. Muchos movi­
mientos sociales han tenido su origen en estos estratos intermedios, en
términos del ambientalismo, en el proceso de democratización, en el
feminismo y en muchas otras áreas menos “convencionales” de movili­
zación social (Viola, 1997; Garretón, 2003, cap. 7; Domingues y Pon-
tual, 2007; Sternbach, Navarro-Aranguren, Chuchryk y Alvarez, 2002;
Alvarez, 1998). En ninguna parte, sin embargo, el impacto de los cam­
bios debidos a las políticas neoliberales y a la debacle del país fue más
severo que en la Argentina, donde la polarización entre sectores de las
clases medias ascendentes y descendentes (las más tradicionales, vincu­
ladas al Estado de bienestar) se hizo dramática, y los llevó a una fuerte
participación, al menos hasta cierto punto, por medio de protestas,
asambleas barriales y revueltas sociales. Pero el “riesgo de empobreci­
miento" ha sido generalizado desde que se inició el nuevo modelo de
acumulación en los años 1990 (Svampa, 2005, cap. 5; Salas y Pérez
Sáinz, 2006).
Ahora es preciso abordar dos conjuntos de cuestiones. En primer lu­
gar, si éstos deben ser considerados “nuevos movimientos sociales”; y
208 la m odernidad c o n tem po r á n ea

en segundo lugar, si esos movimientos han sido o serán capaces de


construir una nueva agenda y luchar por la “hegem onía” en sus países
específicos, para no hablar de fonnar una coalición subcontinental.
Parece no haber duda de que los movimientos más “tradicionales”,
especialmente los sindicatos, aún cumplen un papel importante en la
política contemporánea. Los movimientos comunitarios “tradiciona­
les” también siguen siendo fuertes. De todas maneras, la política de la
identidad, la democratización, las cuestiones vinculadas al estilo de
\ida, el cambio de género y las preocupaciones ambientales han estado
a la vanguardia de la política latinoamericana en las últimas décadas.
En cierto sentido, como observa Santos, no podemos identificar aquí
un quiebre entre la política de los intereses y la política de la identidad
(De Sousa Santos, 1995, pp. 256-69). En efecto, una aguda separación
es siempre problemática -pues, ¿qué son “identidades” y en especial
“intereses” en términos conceptuales, si no aspectos de la misma cosa?-.
Pero incluso si suponemos que los intereses se refieren a deseos materia­
les e identidades de construcciones simbólicas, difícilmente pueda de­
cirse que hubo un corte entre ellos y América Latina, por el contrario.
Incluso el ambientalismo -e l origen de muchos propulsores del “des­
arrollo sostenible”- asumió el aspecto del “socio-ambientalismo”. Sin em­
bargo, el carácter de red de los movimientos emergentes parece ser más
fácilmente detectable. ¿Cuáles son los rasgos principales de esas redes?
Chalmers, Martin y Piester sugieren lo siguiente:

■ Primero, la forma de cualquier red asociativa singular se caracte­


riza por una diversidad de organizaciones, individuos, y otros par­
ticipantes.
• Segundo, cualquier red en particular se reconfigura a lo largo del
tiempo en lo que concierne a temas, reglas de toma de decisiones,
participantes y cambio de oportunidades.
• Tercero, la red asociativa implica un fuerte énfasis en lo que llama­
mos política cognidva, que implica debate y discusión de preferen­
cias, entendimientos y demandas, que se suman a las negociaciones
más convencionales sobre demandas e intereses y potencialmente
las transforman.
■ Finalmente, si bien las redes asociativas pueden implicar, y fre­
cuentemente implican, actores con recursos altamente desiguales,
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 2 0 g

suele haber más chances de escapar o cambiar de terreno para


evitar medir fuerzas con un com petidor desigual (Chalmers,
Martin y Piester, 1997, pp. 157-8, véase además Álvarez, Dagnino
y Escobar, 1998b, pp. 9 y 14-6).

Si nos remitimos a discusiones anteriores, hay dos cuestiones en boga.


En primer lugar, las redes tienden a volverse más presentes cuando la
complejidad es mayor. Es eso precisamente lo que está ocurriendo en
la vida social latinoamericana, y los sectores populares no podrían sino
verse afectados por ese aspecto, lo que implica más pluralismo, nuevas
identidades, divergencias de interés, jerarquizaciones variadas de me­
tas, diferentes historias, memorias y proyectos. Pero debemos recordar
una segunda cuestión, que fue abordada en detalle en los capítulos 1
y 2: el concepto de red debe ser considerado un instrumento analítico y no
en términos sustantivos. Eso significa que esos molimientos, aunque cuen­
tan en gran medida con la coordinación por red, esto es, con la colabora­
ción voluntaria, tienen elementos vinculados a la jerarquía -otro meca­
nismo importante de coordinación, basado en el comando (Cf.
Domingues, 2002, cap. 8)-. La novedad es que el mecanismo de red ad­
quinó proyección, o al menos ganó más espacio. Internamente, éste ha
sido crucial para la articulación de los nuevos movimientos sociales lati­
noamericanos, en tanto no opere solo. Ese giro les permitió varias ve­
ces, como en el caso de los zapatistas, desarrollarse y avanzar constru­
yendo redes verdaderamente globales (Johnston y Laxers, 2003). Esto
es también muy importante para las alianzas entre ellos, en tanto no
haya más movimientos capaces de imponerse como todopoderosos por
razones ideológicas o prácticas, o por sus lazos con el sistema político y
el Estado. Es precisamente esto lo que examinaremos en los dos aparta­
dos siguientes, donde también se tratará la cuestión de un proyecto po­
pular de hegemonía. De todas maneras, si bien el progreso ha sido difí­
cil y la moidlización de las clases populares nunca ocurre sin altos costos,
el hecho en sí de que no ha sido inercia o apatía lo que viene acompa­
ñando necesariamente la emergencia de la tercera fase de la moderni­
dad y la implementación de las políticas neoliberales sugiere nuevos
horizontes utópicos, nuevas posibilidades históricas.
210 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN


Los partidos políticos nacieron como instrumentos al servicio de gru­
pos de “notables”. En el curso del siglo XIX, en Europa, pero sobre
todo en el siglo XX en todo el mundo, se convirtieron instrumentos
para la participación de las masas y para su incorporación al sistema
político. U n desarrollo negativo de esto fue el surgimiento de lo que
Michels llamó la “ley de hierro de la oligarquía”. Unos pocos miem­
bros, burócratas o personas aliadas a ellos, terminaron controlando los
partidos, con lo que su carácter democrático se perdió o se distorsionó.
Para algunos, el siglo XX fue, de hecho, el “siglo de Michels” en Amé­
rica Latina. Y, en efecto, no es difícil identificar muchos elementos de
rigidez y de falta de participación en los partidos políticos latinoame­
ricanos contemporáneos, de modo semejante a lo que acontece en
otras partes del mundo.
Como ya se mencionó, originalmente los partidos latinoamericanos
pueden dividirse en dos grupos: aquellos para los que el corporati-
vismo fu e un importante elemento en su constitución -e n México, en
la Argentina y en Brasil- y aquellos que organizaron el poder oligár­
quico por medio de las clientelas populares -Venezuela y Colombia-,
mientras que Chile es una excepción, al construir un sistema con iden­
tidades y compromisos fuertes. Bolivia, de algún modo, se aproximó a
un sistema partidario bien definido, en el cual el Movimiento Nacional
Revolucionario (MNR) era central, aunque la Confederación Obrera
Boliviana (COB) quedase por fuera; en cambio, Perú jamás logró un
sistema partidario adecuado. Hoy los analistas reconocen una pro­
funda crisis de representación de los partidos en América Latina, a pe­
sar de que muchos de ellos son muy recientes y de la renovación por la
que muchos pasaron desde las transiciones democráticas de los años
ochenta y del cuasi monopolio de que goza el Partido Justicialista (PJ),
actual nombre del peronismo. Otros partidos surgieron después, a ve­
ces con proyectos bastantes diferentes e intentando operar como parti­
dos-movimiento. Fue notable la caída de las “partidocracias” tradiciona­
les en Venezuela y en Colombia, al igual que en Ecuador. En México, el
Partido Revolucionaho Institucional (PRI) consiguió, en alianza con el
Partido Acción Nacional (PAN), bloquear (mediante repetidas estafas) un
cambio más profundo del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
En Brasil, surgieron nuevos partidos -e l Partido de los Trabajadores (PT)
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID ARID AD Y PR O YEC T O S 211

se proponía como un nuevo tipo de organización, sin ser realmente ca­


paz de realizar un quiebre más fuerte con el pasado-. Muchos partidos,
que incluyen el Partido del Movimiento Democrático Brasileño
(PMDB), el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el Par­
tido del Frente Liberal (PFL), componen el sistema. Chile parece ofre­
cer un sistema partidario particularmente estable y tradicional, en el que
han resurgido la Democracia Cristiana y el Partido Socialista (PS) y a
los que se ha sumado el Partido por la Democracia (PPD). En otras
partes, surgieron nuevas organizaciones (véase más adelante). Perú y
Ecuador mantienen sistemas partidarios inestables (Michels, 1959;
dos Santos, 1988, cap. 4; Cavarozzi y Medina, 2002; Garretón, 2003,
cap. 6; “Balance de las democracias latinoamericanas: incertidumbres
y procesos de consolidación”, Política, nB42; Rodríguez Garavito, Barret
y Chávez, 2005).
Un problema adicional consiste en algunos aspectos salientes de los
sistemas partidarios latinoamericanos, cuestión frente a la que las opi­
niones se dividen. Para Mainwaring, América Latina sufre de inestabi­
lidad institucional debido a la “explosiva” combinación de un régimen
presidencial, un sistema multipartidario con frecuencia fragmentado y
una representación proporcional. Otros ven más virtudes en el sistema,
aunque identifiquen una compensación entre estabilidad y transparen­
cia (Véase, respectivamente, Mainwaring y Scully 1995; Anastasia, Meló
y Santos, 2004). Sin embargo, los sistemas funcionan y no ha habido
rupturas en la democracia política en América Latina, a pesar de que
los sectores de derecha con frecuencia mantienen una inclinación a
los golpes de Estado, que fueron derrotados recientemente, cuando,
tentados o no, apenas tuvieron espacio para ocurrir.
Más complicada fue la capacidad de los partidos políticos de atraer a
las masas hacia el sistema político desde el fin del corporativismo (pro-
crastinado en México, vale subrayar). La izquierda a veces lo logró, ori­
ginalmente con el PT en Brasil -q u e pagó el precio de desarrollar oli­
garquías dentro de sí m ism o- o en Uruguay, con el Frente Amplio, por
ejemplo. En Bolivia se consiguió con el MAS, al paso que en México las
cosas están más mezcladas dentro del PRD y, en Venezuela, las organi­
zaciones se encuentran subordinadas a lo que podría considerarse el “ce-
sarismo progresista” que emergió con Hugo Chávez y su partido boliva-
riano. En la mayoría de los casos exitosos, parece haber estado presente
212 LA M OD ERNID AD CO N T E M P O R Á N E A

una sutil combinación de construcción de redes para formar movimien­


tos y partidos, mientras que, por otro lado, la vitalidad de tales coalicio­
nes sociopolíticas es probablemente mayor cuando los movimientos
mantienen un grado razonable de autonomía.35 Esto ocurre posible­
mente también porque los cambios en el aparato del Estado, al llevar a
la dispersión de las tomas de decisiones y a la política en el plano local,
aumentan la complejidad y requieren organizaciones políticamente
más flexibles. En los casos menos democratizados, el clientelismo no es
totalmente dislocado, como lo demuestran las situaciones argentina y
mexicana (sin embargo, la multiplicación de la filantropía estatal por
la izquierda no está muy lejos de eso) (Chalmers, Martin y Piester,
1997, pp. 543-62; véase también el cap. 1).
Una capacidad limitada para 1a mediación entre 1a sociedad y e 1 Es­
tado y la representación ciudadana, una tendencia al autocentralismo
y a la burocratización, así como el recurso a prácticas clientelistas tradi­
cionales y poco compromiso con sus propios programas, son aspectos
que están en el núcleo de gran parte de la política partidaria en América
Latina. Pero otros son mucho más optimistas, al menos con respecto a su
propia experiencia, y creen que los procesos políticos tales como el que
se desarrolla en Bolúia serán capaces de crear una nueva voluntad colec­
tiva “nacional-popular” e iniciar un avance más radical en el truncado
proceso político latinoamericano, bajo el liderazgo de Evo Morales.3637
Los medios masivos de comunicación -la televisión, la radio, los
grandes diarios, la industria editorial-deben ser vistos como otro pilar

36 Garavito, Barrety Cliávez (comps.), 2005; Mirza, 2006; Domingues,


2006 07. Paraelcesarismo, como derivado de un impasse en la
correlación de fuerzas sociales, con perspectivas "catastróficas", véase
Gramsci, 2001, vol. 3, pp. 1619-20. Tal vez no sea exactamente lo que
ocurre en Venezuela, pero la falta de bases sociales organizadas
contra oponentes poderosos aproxima la situación a la analizada por
Gramsci. Una preocupación adicional fue la participación de las
mujeres en la política, que se vio limitada en particular en lo que
atañe a los partidos políticos. Véase Pinto, 2004 y Bareiro, López, Soto
y Soto, 2004.
37 García Linera, 2006. Esto incluye la reconstrucción del Estado en una
dirección multinacional, con lo que las instituciones no occidentales
se constitucionalizan, permitiendo cambios y autonomía. Véase Tapia,
2002, pp. 15-9
IDE N TID AD E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y P R O Y E C T O S 2 1 3

del poder y de la mediación entre la sociedad y la política en todo el


globo y, en particular, en América Latina, donde comandan vastos re­
cursos. Las redes de televisión se han privatizado, concentrado y a ve­
ces desnacionalizado. La Red Globo, en Brasil, y Televisa, en México, se
muestran como las más poderosas corporaciones latinoamericanas en
esa área, junto a Cisneros en Venezuela y Telefé en la Argentina; esta
última es claramente, como es común en relación con este país, un pa­
radigma de sistema televisivo desnacionalizado. Los negocios editoria­
les fueron en amplia medida desnacionalizados en los países de habla
española, en tanto que en Brasil, la radio perdura, en alto grado, como
una reserva nacional. Los resultados de esto aún no son claros. En
compensación, podemos decir con confianza que el empeoramiento y
la desnacionalización del contenido son procesos en curso en las tele­
visoras. Más problemático, en verdad, es el hecho de que las corpora­
ciones de la comunicación, que no están sometidas a ningún tipo de
regulación estatal, mantienen estrechos lazos con los políticos y una
enorme influencia sobre ellos. El poder de las redes de televisión es
aún mayor en América Latina que en otras regiones del mundo; ellas
se encuentran en el núcleo de los actuales bloques de poder y de los gi­
ros modernizadores neoliberales (Véase Rama, 2003, cap. 5; Rey, 2006;
Sinclair, 1999; Fox y Waisbord, 2002; Cruz Brittos y Bolaño, 2005).

EL ESTADO Y LA NACIÓN
Se puede observar cómo la esencia de las naciones se modificó decisi­
vamente en el subcontinente. Trataré sobre dos nuevos aspectos de la
relación Estado-sociedad en la América Latina contemporánea: su dé­
bil poder infraestructura! y las reformas que se han intentado para mo­
dernizar su maquinaria, y su reducida capacidad de mediar y organizar
la sociedad en un proyecto nacional inclusivo.
He insistido en el primero de esos aspectos en varios momentos de
este libro. Aquí básicamente reiteraré la cuestión. Lamentablemente,
las cosas no han cambiado. Es verdad que la densidad social, la necesi­
dad de monitorear las políticas sociales, en muchos casos bajo la in-
fl uencia de los organismos internacionales, y la integración del territorio
nacional conspiraron conjuntamente para profundizar el poder infraes­
tructura! del Estado. Por otro lado, las poblaciones ya no aceptan sin
214 L A M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

más el poder despótico. Las transiciones hacia la democracia y la lucha


por los derechos, como señalamos en el capítulo 1, son una firme indi­
cación de ello. Los Estados en América Latina siguen siendo relativa­
mente débiles. El tráfico de armas y drogas, la existencia de vastos espa­
cios territoriales que siguen siendo “tierra de nadie”, e incluso el
carácter perenne o nuevo de algunas fuerzas guerrilleras en un pu­
ñado de países, lo expresan claramente. Colombia es el ejemplo más
acabado, con grandes franjas del país controladas por traficantes de
drogas, guerrillas de izquierda y fuerzas paramilitares de derecha. A su
propia manera radical, ese país simplemente lleva al extremo lo que es
más o menos común en el subcontinente (Mann, 1993; véase también
Restrepo, 2002).
El tan culo con la sociedad ha sido abordado recientemente en los
marcos importados de los estudios norteamericanos de “política social”.
El conocimiento de la sociedad y la pericia técnica están en el centro de
este abordaje (Meló, 1999). Los aspectos burocráticos del Estado han
sido una vez más objeto de algunas tentativas de reforma. De modo ge­
neral, la reducción de gastos fue una preocupación primordial, de
acuerdo con la mentalidad neoliberal. En la Argentina, esto se destacó
en la primera fase de las reformas de la década de 1990, aunque refor­
zar la recaudación de impuestos y reestructurar el Banco Central fue­
ron también estrategias importantes. Más tarde, se hicieron otros ajus­
tes que revirtieron levemente la dimisión de los funcionarios públicos,
manteniendo, sin embargo, la descentralización de los servicios, que pa­
saron a las provincias, con una financiación insuficiente por parte del
centro. En Chile, ocurrió lo mismo bajo la dictadura militar. La dem o­
cracia heredó un Estado débil pero reforzado en sus núcleos decisorios
y agencias de política social; profundizó y democratizó la municipaliza­
ción, poniendo a disponibilidad más recursos. La racionalización del
Estado, con pasos inestables, fue llevada a cabo por el “gerencialismo”,
según el cual los ciudadanos deberían ser tratados como consumidores
(alternativa prevista pero ausente en el caso argentino). Curiosamente,
muchas de estas reformas fueron impulsadas por elementos burocráti­
cos endógenos, supuestamente recalcitrantes. En México, como contra­
partida, las reformas no llegaron siquiera a iniciarse, en un Estado, pri­
vado incluso de una carrera civil, a pesar de la imposibilidad de despedir
a empleados de bajo escalafón (que están fuertemente sindicalizados),
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y P R O Y E C T O S 2 1 5

mientras que los empleados de alto nivel son todos electos política­
mente, y por eso mismo intrínsecamente inestables. En Brasil las refor­
mas fueron más profundas y se implementaron en amplia medida los
esquemas gerenciales de Bresser Pereira (pensados, sin embargo, en el
marco de lo que él considera antes bien una perspectiva republicana y no
orientada a los consumidores). Se buscaba flexibilidad, responsabilidad
y resultados, antes que métodos burocráticos.38
De este modo, el personal del Estado en América Latina, con la ex­
cepción de Brasil, no modificó realmente sus métodos y prácticas. En
sí mismos ésos serían giros modernizadores que buscarían preparar la
maquinaria del Estado y rehacer sus lazos con la sociedad, para que pu­
diese relanzar sus propios giros modernizadores. Los procesos de crea­
ción de agencias regulatorias no fueron, como vimos en el capítulo 2,
precisamente exitosos. De la privatización y de la subordinación del Es­
tado a los nuevos patrones de acumulación financiera y de adaptación
pasiva a la globalización neoliberal que tuvimos oportunidad de discu­
tir en este libro derivaron grandes transformaciones y un cambio en el
papel estatal. El hecho es que al agotamiento y al desmantelamiento
del Estado desarrollista no les siguió una verdadera reconstrucción.
Por el contrario, un Estado relativamente más débil sustituyó el ante­
rior. Mientras que en otras regiones (América del norte y Europa) el
pasaje de la segunda a la tercera fase de la modernidad engendró una
verdadera reconstrucción del Estado en dirección de lo que se podría
llamar “Estado competitivo schumpeteriano de trabajo” (que puede o
no incluir un bienestar social generoso),39 en América Latina un estado
débil, ineficiente y subfinanciado muchas veces se desentendió de ta­
reas de las cuales no puede dar cuenta, aun si la perspectiva de avance

38 De todas formas, la corrupción aparentemente sigue en alta. Véanse


las contribuciones en Schneider y Heredia (comps.), 2003; o bien
Pereira y Spinx (comps.), 1999. Véanse también Ozlak, 2003 y los
números de ia Revista del CIAD.
39 Jessop, 2002. Algunos trazos de ese Estado renorado serían: la
subordinación de la política social ala económica (con varios
regímenes siendo aún posibles) y su carácter posnacional, más allá
del cambio de la primacía de la intervención estatal contra las fallas
del mercado por un énfasis en las porciones público-privadas y en la
gobernabilidad autoorganizada en una economía en red.
2 16 LA M OD ER N ID AD C O N TE M PO R ÁN E A

de las sociedades latinoamericanas está incluida en la agenda más allá de


la retórica fácil.
Si eso es así, y las condiciones no se modificaron, ¿puede el Estado re­
tomar su lugar anterior -con su autonomía cuasi weberiana- en los pro­
cesos de desarrollo y articulación de las sociedades latinoamericanas?
¿Puede el Estado impulsar la economía más allá de esa adaptación pasiva
al mismo tiempo que genera y organiza la solidaridad social? Ese es un
problema que abruma al principal teórico de la llamada “sociedad en
red”. Castells parte del análisis del Chile contemporáneo, afirmando que
sus desafíos principales son reformar su Estado y alcanzar mayor produc­
tividad. No cuestiona el carácter agrario del país; tampoco, para sorpresa
del lector, introduce la necesidad de construir redes dentro de la econo­
mía chilena. Resolver el problema de la incorporación de los indígenas
mapuches fue importante, pero lo mismo no vale para los cambios en la
política económica. Castells reconoce que durante los años noventa el
Estado se volvió el agente de la globalización, con lo que “[...] se des­
pegó de sus bases sociales tradicionales", lo que derivó en “una crisis de
la identidad nacional como principio de cohesión social". El cree, sin
embargo, que, basada en el modelo más inclusivo desarrollado por los
gobiernos democráticos chilenos posdictadura, puede establecerse una
nueva “identidad de proyecto" con miras a alcanzar el desarrollo social
y el alance tecnológico. Implícitamente, sugiere que esto podría extra­
polarse al conjunto del subcontinente (Basualdo y Arceo, 2006, p. 20).
Si tenemos en cuenta lo que ya se señaló sobre el Estado, su propuesta
es un tanto fantasiosa o, al menos, no es muy posible concretarla. Estos
proyectos no parecen estar en la agenda, y el Estado tampoco tiene una
maquinaria que lo capacite para llevarlos a cabo; peor aún, parece no
haber colectividades que podrían apostar a esos cambios y perspectivas,
o al menos hay pocas. Así pues, para realizar una transformación tan ra­
dical en las sociedades latinoamericanas modernas en dirección al
desarrollo y la reconstrucción de la solidaridad social, tendría que for­
marse un nuevo bloque histórico. ¿Es eso posible? ¿Podría sobrevenir
un giro como ése, y proporcionar la base para giros modernizadores
de alcance aún mayor? La situación realmente es un interrogante.
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 2 17

CONCLUSIONES PARCIALES: GIROS MODERNIZADORES,


TRANSFORMISMO Y CAMBIO MOLECULAR

En los dos capítulos anteriores construimos un análisis horizontal de la


América Latina contemporánea, abordando aspectos imaginarios e ins­
titucionales específicos de la modernidad en su multidimensionalidad.
El elemento dinámico del cambio social estaba ciertamente presente,
pero de modo mucho más limitado. En este capítulo, hemos realizado
un análisis perpendicular, que atravesó aquellos elementos imaginarios
e institucionales al destacar las subjetividades colectivas. Mientras que
los giros modernizadores se refirieron a estos elementos en los capítu­
los precedentes, en éste fueron los propios productores y portadores
de esos giros modernizadores los que sobresalieron. Clase, raza, etnia,
explotación de género, así como partidos y Estados, fueron temas esen­
ciales, junto a otros en los cuales colectividades tales como la familia y
las generaciones fueron pacientes y agentes en esos giros moderniza­
dores, como es habitual que ocurra.
De todos modos, tratamos con cierto detalle las colectividades que
están en la base de la lucha por el derecho, los derechos y la justicia,
aquellos que son los portadores de los tres proyectos societales posi­
bles que singularizamos como autoritario, neoliberal y progresista
en lo que concierne a la construcción de la democracia hoy. Tam­
bién discutimos aquellas que dan soporte a la mercantilización neo­
liberal de la mayor parte de las dim ensiones de la vida social, a la
globalización económ ica y a la reestructuración de las empresas, así
como las otras que presentan desafíos a su implementación, aunque
con menos poder. Las clases populares han estado en la línea de
frente del proyecto democrático como portadoras de la ciudadanía
en su mom ento dialéctico instituyente. Como vimos, sus redes y mo­
vimientos impulsaron el proceso de democratización y el estableci­
miento de derechos hacia un nivel superior, mientras que los gi-upos
burgueses y el capital extranjero, los funcionarios y políticos más po­
derosos fueron la base de giros democráticos más limitados, al insis­
tir precisamente en políticas que, aun manteniendo en general el
sistema democrático liberal y la ciudadanía como una abstracción
real confinada a los sistemas civil y político, son asistidas por el clien-
telismo, por el poder de los medios de comunicación y por nuevos
218 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

giros de una filantropía anclada en el Estado y en políticas sociales


focalizadas.
Debemos explorar dos cuestiones en esta conexión. En primer lugar,
es importante examinar la relación entre proyectos económicos y po­
líticos, y cómo las subjetmdades colectivas se posicionan frente a ellos,
especialmente en lo que respecta a la hegemonía y al llamado bloque
histórico. En según lugar, necesitamos preguntarnos respecto de la po­
sibilidad y de la forma de una solidaridad reconstruida y ajustada a la
tercera fase de la modernidad.
Comencemos con una evaluación bastante severa de las perspecdvas
de la burguesía —industrial y agraria en América Latina-. Basualdo y Ar-
ceo (2006, p. 20) sugieren que la subordinación inmediata del Estado a
sus intereses y el simple freno a la emergencia de proyectos populares al­
ternativos es todo aquello por lo que luchan hoy las burguesías latinoa­
mericanas. Para evaluar lo acertado de sus concepciones, es necesario
tratarlas propias perspectivas de'Gramsci con mayor detalle. El “transfor­
mismo” implicó, durante el Risorgimenlo italiano, cambios muy limitados;
el liderazgo de las colectividades subordinadas fue cooptado durante
todo el proceso por el conservadurismo, sin que las clases decapitadas
que se expresaban se beneficiasen de ello. De manera general, el pro­
greso de Italia fue tímido, en tanto las clases dominantes tuviesen como
meta principal evitar la democratización de la vida social que prestaría
centralidad a la cuestión de la hegemonía (consenso y construcción de
un nuevo bloque histórico), en detrimento del momento puro de la do­
minación. Para manejar esta nueva situación, las clases dominantes, en­
tre las cuales no había una burguesía fuerte, tenían que tejer un “com­
promiso de equilibrio”. Para que eso fuese posible, los que estaban en la
cima tendrían que tener en cuenta los intereses y las inclinaciones de
quienes estaban debajo, algo que fue recusado en el caso en cuestión.
Una “revolución pasiva” (“revolución-restaüración”) y un mero “cambio
molecular” derivaron de eso (Gramsci, 2001, vol. 2, pp. 962-4 y vol. 3, p.
2011). En lo que sigue, el transformismo y la revolución pasiva se distin­
guirán claramente, desde un punto de vista analítico, del cambio mole­
cular, que será considerado bastante activo y a veces transformador de
manera radical, aunque no de la forma altamente centralizada que sub­
yace a la definición negativa de Gramsci sobre la cuestión (esto es, la
ausencia de un liderazgo de “partido” y una real revolución).
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YE C T O S 2 l g

Vemos, por lo tanto, que el argumento de Basualdo y Arceo dene que


ser refinado y modificado. Por un lado, está claro que una gran transfor­
mación bando América Latina e implicó, en vasta medida, la reiteración
de su posición en el orden global, una vez más, como una región subde-
saiTollada, como vimos en el capítulo 2. Sin embargo, económicamente,
no fue de modo alguno un proceso “molecular” lo que se conformó. En
su inicio, además, parecía ser capaz de construir un nuevo bloque histó­
rico genuino basado en la democracia liberal y en mercados liberalizados,
abriendo un período de hegemonía para el nuevo bloque de poder co­
mandado por las corporaciones transnacionales, el agronegocio y, por úl­
timo, pero no menos importante, el capital financiero, por un lado,
junto, con los funcionarios graduados del Estado y los políticos más im­
portantes, el FMI y el Banco Mundial, por otro. Esto se agotó hace algu­
nos años, desde que se volvió obvio que, más allá de algunos momentos
relativamente cortos de bienestar (la pandad entre el dólar y el peso en la
Argentina, el Plan Real en Brasil), y a pesar de los dolorosos “efectos cola­
terales” de los “programas de ajuste” para las clases populares, e incluso
para vastas franjas de las clases medias, la adaptación pasiva a la globaliza-
ción neoliberal significaba, en el largo plazo, un porvenir sin mucha espe­
ranza. Podemos decir, por consiguiente, que el momento de la dominación, en
el cual el Estado y la coerción timen un papel central a cumplir, se volvió predomi­
nante para el bloque del poder a i los desarrollos recientes de las sociedades
latinoamericanas. Además, no emergieron, por ahora, alternativas. Sin
embargo, cultural y políticamente, en términos de las ofensivas modemi-
zadoras en la búsqueda de más democracia, en especial después de que
se dieran los principales pasos de las transiciones de las dictaduras, fue de
hecho un proceso “molecular", bastante descentralizado, aunque muyac-
tivo, que se viene desplegando, con luchas populares, compromisos pro­
fesionales (en el sistema judicial, a veces en ONG) y realizaciones especí­
ficas, y que ha sobrevenido en diversas coyunturas y por intermedio de
diferentes colectividades y giros. Es en la larga duración, antes que en
los impactos a corto plazo de la historia, donde su influencia debe ser
identificada.40

40 Para el caso brasileño, véase Vianna, 1997. Para la historia y los


movimientos sociales, apoyándose en la fenomenología, véase
Domingues, 2003b.
2 20 L A M OD ER N ID AD C O N TE M PO R Á N E A

¿Podría Brasil, con el gobierno del Partido de los Trabajadores, ser


considerado un caso típico de transformismo? No parece ser el caso. Mo­
liéndose dentro de los límites muy estrictos de las políticas económicas,
la regulación de los medios de comunicación, la democratización y las
políticas sociales, etc., Luíz Inácio Lula Da Silva y sus colaboradores no
fueron asimilados por los escalafones superiores de la sociedad brasi­
leña. Asimismo, el momento de la coerción parece tener mayor peso
que la construcción de consenso -ellos fueron chantajeados para mante­
ner los pilares básicos del neoliberalismo- (Domiñgues, 2006-07). ¿Se
podrá decir lo mismo del Frente Amplio en Uruguay en un futuro? Es
bastante probable. En este sentido, el proceso boliviano puede ir más
lejos, pero difícilm ente abriga una promesa mayor para los países
más complejos de la región, al paso que el proceso cesarista venezo­
lano no puede ser considerado un faro para el cambio democrático
y socialmente efectivo.
¿Podría el Estado, de manera demiúrgica, dar cuenta de eso? No pa­
rece ser tampoco el caso, a pesar del grado razonable de autonomía
que le podemos atribuir, el cual es mayor que el que admiten los aná­
lisis marxistas. Pero en América Latina, últimamente, un Estado ya dé­
bil tuvo sus capacidades aún más reducidas y no hay proyecto que
pueda hoy moverlo en una nueva dirección. Para hacerlo, tendría que
encarar, al mismo tiempo, la cuestión de la solidaridad social para ga­
nar legitimidad para un nuevo proyecto nacional. He argumentado en
otras partes que en la primera fase de la modernidad los derechos y un
Estado supervisor respondían por la solidaridad social, y la responsabi­
lidad les era confiada básicamente a los individuos. La segunda fase de
la modernidad, con un Estado mucho más cental, implicó responsabi­
lidad para éste y destacó a la ciudadanía social en la construcción de la
solidaridad social. En ambos casos, una homogeneización de la socie­
dad fue el punto de partida; esto se consideró posible y necesario. En
esta tercera fase de la modernidad, con mayor pluralismo social y la li­
bertad de individuos y colecdvidades ampliada por procesos más pro­
fundos de desencaje, que dio como resultado una sociedad mucho más
compleja, en la cual además la participación se volvió una necesidad vi­
tal, tan sólo una Jornia compleja de solidaridad podría generar integración
social (o sea, un sentido efectivo de pertenencia y vínculos prácticos)
en extensión comparable a lo que aconteció en aquellas primeras fases
ID EN TID A D ES Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y PR O YEC TO S 221

(Domingues, 2006b, partes III-IV). Los elementos de democracia libe­


ral serían preservados, así como las lecciones del corporativismo y la
necesidad de manejar colectividades, permitiendo su participación
concertada, en una situación poscorporativista y bastante plural. Esto
fue ensayado en algunos dispositivos constitucionales y en otras inven­
ciones populares (consejos, nuevos diseños judiciales, democracia di­
recta, redes, etc.) que analizamos aquí y en el capítulo 1, sin embargo
está lejos de haber sido efectivamente realizado o incluso delineado.
De hecho, esto implicaría demandas de las clases populares y la necesi­
dad de responder a ellas en términos de un “balance de compromiso”,
con desarrollo y ciudadanía. En este momento es improbable, o al me­
nos difícil, pues depende de que se produzca un enorme cambio en la
correlación actual de fuerzas, y de que las tendencias políticas tengan
esto en cuenta, lo que dista mucho de ser el caso. A esta altura, las dispu­
tas parecen tener éxito en algunas “cristalizaciones” estatales (bancos
centrales y ministerios de finanzas están, sin embargo, fuera de cues­
tión). Además, existe una contradicción absoluta entre el tipo de “mo­
delo de desarrollo” actual y las demandas de derechos y una forma radi­
calizada de democracia que requeriría tal solidaridad compleja. Volveré
a esto en la conclusión general del libro.
Si la falta de programas alternativos sigue siendo un problema, lo
mismo ocurre con las subjetividades colectivas. Aparentemente, no
avanzamos en relación con el momento en el que Touraine se refirió
a la búsqueda de “actores” que podrían transformar América Latina
(Touraine, 1988, p. 474).
Después del análisis realizado en este capítulo, creo que podemos
decir, sin mayores dudas, que en América Latina se han llevado a cabo
intensos giros modernizadores más descentralizados, así como ofensi­
vas modernizadoras. Aunque hubo avances, no parecen ser realmente
capaces de establecer un bloque histórico progresista que pueda hacer
justicia con los problemas históricos que la población de esa región
multifacética ha soportado y abrir, así, los horizontes de su moderni­
dad contemporánea.
.1
••3

í;|

¡1
Conclusión

La mayoría de los argumentos de este libro están contenidos


en sus capítulos. No tendría sentido revisar todos los temas en detalle en
esta conclusión. En lugar de eso, recapitularé brevemente las principa­
les cuestiones tratadas para avanzar así hacia una discusión que pondrá
aquellos elementos dentro de una teoría general de la modernidad
como una civilización, en especial en la época actual. Este apartado in­
troducirá nuevas cuestiones o tratará de modo más sistemático aque­
llos temas abordados en las páginas anteriores. Finalmente, diré algu­
nas palabras respecto de la condición presente de América Latina y de
sus posibilidades futuras.

UNA RECAPITULACIÓN DE CUESTIONES BÁSICAS

1) En el capítulo 1 analizamos la lucha multif acética por los derechos y la


justicia en el subcontinente, especialmente desde los años ochenta los tra­
bajos de la ciudadanía instituyente. Giros modemizadores múltiples,
tanto descentralizados como centralizados, fueron divisados en el núcleo
de esas iniciativas creativas, en las cuales las clases populares, los pueblos
originarios, los negros y las mujeres han venido luchando para hacer
avanzar la civilización moderna en una dirección democrática, haciendo
efectivos, por lo tanto, algunos de los elementos clave de su imaginario.
Hay un avance sistemático del derecho y de la ciudadanía que encuentra
expresión en las abstracciones reales, que de esta manera incorporan una
perspectiva universalista. En las conclusiones parciales del capítulo 3, he
sugerido que, en cierta medida, este morimiento como un todo podía ser
considerado una revolución molecular (en la que se lanzan giros más po­
tentes y centralizados, a veces como verdaderas ofensivas llevadas a cabo
224 LA M OD ER N ID AD CO N TEM PO RÁN EA

por movimientos sociales, partidos políticos o “instrumentos”). Pero ve­


mos también que hay otros giros modernizadores que son disparados por
fuerzas neoliberales y que hacen que la alternativa moderna más autorita­
ria quede actualmente en posición defensiva. Por otro lado, notamos que
la ciudadanía ha tenido que dar cuenta del tema de la pluralidad, con lo
que las abstracciones reales tuvieron que abrirse, sin por ello disolverse,
a las particularidades y a lo concreto. Aunque sea parte de un movi­
miento más amplio de democratización de la modernidad en el siglo XX
y especialmente desde la década de 1980, sus fuerzas propulsoras son
fundamentalmente internas. Los derechos sociales no avanzaron tanto,
a pesar del aumento del gasto social.

2) En el capítulo 2, los procesos de reestructuración económica y los


cambios del capitalismo en una dirección globalizada y caracterizada
por la alta tecnología fueron abordados en su dimensión mundial, pero
particularmente en América Latina. El otro aspecto crucial de los des­
arrollos globales y regionales recientes al que nos referimos fue el papel
desempeñado por el capital financiero. Los giros modernizadores, in­
cluyendo las ofensivas centralizadas de parte de grandes empresas, orga­
nizaciones financieras internacionales y gobiernos nacionales pasaron a
basarse en el punto de vista neoliberal. Los trabajadores, así como las
pequeñas y medianas empresas, quedaron desbaratados en ese proceso
de transformación radical. En este sentido, si no podemos hablar de un
proyecto verdaderamente hegemónico, en especial porque el neolibe-
ralismo probó ser una alternativa fallida, no podemos considerar tal
proceso como una revolución “pasiva”. De hecho, el momento de la co­
erción pre-raleció y las alternativas han sido violentamente descartadas
por las organizaciones internacionales y las agencias de “evaluación de
riesgo" del capitalismo global. La adaptación pasiva al capitalismo glo-
balizado, que implica incluso la reprimarización y la reintroducción del
subdesarrollo, han estado en el centro del modelo de desarrollo (acu­
mulación más regulación) en todos los países como resultado general
de los giros y las ofensivas modernizadoras en América Latina. Si en el
futuro ocurrirá una cooptación del liderazgo popular es incierto, pero
improbable, ya que eso requeriría que las clases dominantes renunciasen
a algunas de sus ganancias en favor de las clases subordinadas.
C O N C L U SIÓ N 225

3) La pluralización de 1a vida social atraviesa las sociedades latinoame­


ricanas contó el resultado de tendencias evolutivas que multiplican to­
dos los tipos de actividades en todas las dimensiones. Procesos profun­
dos de desencaje, que se vinculan al capitalismo, a la ciudadanía y a la
globalización, y los procesos subsiguientes de reencaje que éstos impo­
nen, han segregado nuevas y variadas identidades, que pueden asumir
así aquella faz plural. La complejización de la vida social deriva de esa
combinación y está vigente en la actualidad en América Latina, donde
sujetos individuales y subjetividades colectivas más libres emergen a la
vida social y política, aun cuando padezcan una situación social de
“riesgo” y marginación. Ésta es la base subyacente dé los giros moder­
nizadores en América Latina y de la revolución democrática molecular
que se despliega. Sin embargo, las divisiones de clase, étnicas, raciales
y de género siguen siendo profundas, y afectan decisivamente la vida
económica, cultural y política. Los movimientos sociales vinculados a
tales divisiones, así como a otras que tienen una constitución más con­
tingente (los movimientos religiosos, en particular), lanzan a veces po­
derosas ofensivas modernizadoras. De modo general, su reproducción
así como su cambio -e l cual, cuando ocurre, lo hace solamente en
grado m enor-, son llevados a cabo por giros modernizadores más des­
centralizados. Son también pacientes y agentes de la modernización.
Argumenté también que, supuesta la radical pluralización de la vida so­
cial y los cambios subsiguientes en la propia idea de nación, es necesa­
ria una modificación en la integración social en dirección a una forma
de solidaridad compleja y necesaria.

4) He identificado una contradicción entre la evolución democrática


del subcontinente y el proyecto neoliberal que fue absolutamente do­
minante en la dimensión económica. He sugerido que una y otro es­
taban en campos opuestos, aunque sin profundizar en la cuestión.
He argumentado, además, que una reconstrucción del Estado, que
tendría entonces en su núcleo un nuevo bloque histórico que podría
retomar el desarrollo en conjunto con la democratización, es también
improbable. Una solución para este choque contradictorio de tenden­
cias modernizadoras a través del Estado como tal es, por lo tanto, un
espejismo, a pesar de la autonomía relativa de que goza como subjeti­
vidad colectiva. Es hora, así, de elaborar la cuestión recurriendo a los
220 L A M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

puntos sintetizados e introduciendo algunas precisiones conceptua­


les. Ello se hará dentro del marco de una teoría civilizacional de la
modernidad.

MODERNIZACIÓN, CIVILIZACIÓN Y DESARROLLO

América -incluyendo sus regiones ubicadas más al sur- tiene un claro


comienzo, a diferencia de la mayoría de las regiones en la historia:
1492, el año de su “descubrimiento” - o “conquista”, desde otro ángulo,
y obviamente “invención”, com o cualquier fenóm eno social-p or la co­
rona española, formalmente completada por los portugueses en 1500.
En ese momento, la modernidad abría sus alas lentamente en Europa,
y la expansión hacia el “Nuevo Mundo” desem peñó un papel clave en
el salto cualitativo del proceso,' que no puede ser entendido mera­
m ente en términos estrictos de la m etodología “nacionalista”, que la
confina a la limitada configuración espacio-temporal de los Estados-na­
ción que se estaban foijando en Europa en los siglos XVI y XVII. Así, la
emergencia “episódica” (contingente y no necesaria en términos evo­
lutivos) de la modernidad tiende a ubicarse dentro de procesos globa­
les más amplios, de los que Portugal y España fueron finalmente des­
plazados. Eso no equivale en modo alguno a afirmar que los orígenes
de la modernidad descansen fundamentalmente en los sistemas colo­
niales de América, es decir, que la “racionalidad” occidental haya na­
cido ahí, en la construcción de máquinas administrativas para supervi­
sar las áreas coloniales ibéricas y en el “ego conguito” que precede al “ego
cogito", aun cuando esas afirmaciones puedan ser perfeccionadas por el
reconocimiento de procesos originarios internos a la propia Europa.1
Si realmente se desarrolló en las Américas una variante específica dada,
digamos, la “protom odernidad” de origen ibérico, fu e oriunda de
Europa, en su encuentro con otras civilizaciones variadas que existían

1 Dussel, 1996, cap. 7. Para una discusión de las concepciones


“neoepisódicas" de la historia (Gellner, Mann, Giddens), en
oposición a las teorías evolucionistas, véase Domingues, 1999, cap. 4.
CO N C LU SIÓ N 2 2 7

previamente en el “Nuevo Mundo” y en África. El centro dinámico del


sistema global se localizaba en Occidente - y permanece allí hasta hoy
en gran medida, sólo que los Estados Unidos sustituye a los países eu­
ropeos como potencia hegemónica mundial, aunque ciertos giros mo-
demizadores y procesos dinámicos, especialmente emancipatorios, emer­
jan con frecuencia en la periferia, como argumentaré a continuación en
relación con América Latina.
Hasta entonces una región periférica en el mediterráneo dominado
por el Islam, Europa experimentaba múltiples modificaciones intemas
(económicas, políticas y culturales) que también aumentaban decisiva­
mente su poder en relación con el mundo com o un todo (y permitie­
ron los exitosos “descubrimiento” y colonización de América). Esto im­
plicó, en las “formas de conciencia” y las instituciones, un imaginario
que tenía como protagonistas a individuos y colectividades que se vol­
vieron responsables por los que fueron los primeros giros moderniza-
dores de la historia. Aquellos cambios y esos agentes fueron influidos
por los procesos que ocurrían en las márgenes occidentales del Atlán­
tico, y bebieron de ellas y de otras áreas que fueron arrastradas hacia
adentro del sistema global que emergía; sin embargo, al paso que
aquellos cambios estaban siendo elaborados y se desplegaban en el
centro de la civilización moderna global que despuntaba, era precisa­
mente en el espacio-tiempo de Europa donde los agentes ponían en
práctica sus giros principales. Es verdad que conviene criticar y revertir
el hecho de que, en relación con la gestación de la modernidad, el
punto de mira sea exclusivamente el “viejo continente”; no hay razón,
sin embargo, para descartar la colosal cantidad de obras sobre el tema,
que se renueva continuamente. Apenas más tarde, los países de Amé­
rica Latina fueron objeto de giros efectivamente modemizadores, en la
medida en que tejieron un imaginario, eligieron instituciones, estable­
cieron prácticas y moldearon “formas de conciencia” que eran típicas y
regionalmente modernas, estaban conectadas con las de Occidente
y, al mismo tiempo, eran distintas de ellas, aun cuando las continuida­
des societales y el despliegue de aquel encuentro fundador de civiliza­
ciones pudiese y todavía pueda observarse en todo el subcontinente
(Nelson, 1977; Domingues, 2003a).
La teoría de la modernización y su “occidentalismo” ofrecen, en reali­
dad, un mal consejo evolucionista. No obstante, en nada ayuda asumir
228 LA M OD ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A

una posición casi opuesta. Es en los, por así decir, giros modemizadores
episódicos llevados a cabo en el subcontinente, vinculados a la moder­
nidad global, donde debemos concentrarnos teórica y metodológica­
mente. Fue lo que hicimos en los capítulos precedentes para las dos
primeras fases de la modernidad y, sobre todo, para la tercera. Al
mismo tiempo, es menester ir más allá de la reificación de la moderni­
dad desde una posición acrítica, tan común en la teoría sociológica en
América Latina de modo general y e n sus anhelos de modernización
(Ortiz, 1988, pp. 208-10). Debemos verla de m odo más contingente,
com o un proceso relativamente abierto, en el cual algunos temas son
orquestados, las instituciones persisten en ciertas formas básicas y el
imaginario retiene un número de características que definen si una
formación social se encuentra en los límites de la modernidad, con­
cretamente o al menos como una aspiración y como su horizonte te-
leológico subjetivo. Así fue en el pasado, desde el siglo XX, cuando,
según he argumentado en todos los capítulos precedentes, la moder­
nidad se estableció poco a poco en América Latina; así, es ahora
cuando deben encararse los desafíos vertiginosos de la tercera fase de la
modernidad.
Así podemos flanquearlo que puede llamarse, recurriendo a Marx,2
el “fetichismo de la modernidad”. O sea, su cosificación como una en­
tidad supuestamente homogénea y universalmente ya da,da, que existi­
ría como tal en Occidente (en Europa y en América del Norte) y se reali­
zaría imperfectamente en América Latina. Éste es, obviamente, como
se argumentó a lo largo de este libro también, el abordaje de la teoría
de la modernización, pero con frecuencia el marxismo reprodujo la
misma perspectiva. En cambio, con giros modemizadores episódicos y
variablemente centralizados, que tienen en su base subjetividades co­
lectivas, la modernidad se historiza, se vuelve más compleja y múltiple,
sus relaciones con otras tradiciones y herencias se hacen mucho más di­
fíciles de predecir y entretejer y la cuestión de la agencia se reintroduce

2 Éste es el núcleo de su crítica general a la economía política, aunque


el “fetichismo de la mercancía” y la “fórmula trinitaria” concentren
eso intensivamente (Marx, 1965 y III, en, respectivamente, Mega II-5 y
Werlte, vol. 37, 1967). Subjetividades colectivas y lucha de clases eran
sus alternativas conceptuales.
CONCLUSIÓN 229

en el debate, sin perjuicio de algunos elementos institucionales e ima­


ginarios que tienen una poderosa pulsión directiva.
Además, otros elementos, que derivan de otras constelaciones civili-
zacionales, han sido traídos a la esfera de la modernidad gracias a en­
cuentros civilizadores y a la capacidad de la modernidad de poner todo
a su servicio, aunque muchas veces de manera destructiva —frente a lo
cual sólo el recurso a nuevos medios para modernizar tradiciones ante­
riores es una respuesta eficiente-, a merced de los procesos sociales
subyacentes que ella desencadena. Por último, pero no menos impor­
tante, eso acontece como una consecuencia de su poder de atracción,
en tanto sus promesas y al menos algunas de sus realizaciones emanci-
patorias (centradas en la cuestión de la libertad igualitaria, incluso
desde el punto de vista colectivo) han suministrado un horizonte se­
ductor a poblaciones que podrían, en principio, intentar resistir a su
reclamo (lo que de hecho hicieron en algunos momentos, Domingues,
2003a). Mientras que de otras influencias civilizadoras emergen otras
cosmologías, que algunos llaman “pensamiento fronterizo” (y yo visua­
lizaría como estar del lado de adentro así como del de fuera o pertene­
cer sin el desear y de modo ambivalente, con otros recursos emociona­
les e intelectuales, otras tradiciones y memorias), modos diferentes de
entender la vida social y la naturaleza, ya se encuentran en un diálogo,
y ya están articuladas por el imaginario de la modernidad y sus institu­
ciones.3 Y, aunque puedan efectivamente sugerir nuevos horizontes
-locales o más am plios- a la modernidad - o incluso más allá de sus
presupuestos-, es dentro de ella donde deberán operar prácticamente.
No se deben aceptar aquí dualismos. En compensación, las cuestiones
de “reconocimiento” e “interculturalidad” (que implican un verdadero
diálogo de ida y vuelta) son centrales para esa discusión. Es necesario,
sin embargo, que seamos también cuidadosos con la posibilidad de
que se introduzcan otras formas de dominación (posmodernas, dirían

3 Éstas son las contribuciones, y los límites que se encuentran en


Mignolo, 2000 y 2005. A este autor se le eseapa'enteramente el
carácter multifacético de la modernidad, y su actual tejido
heterogéneo. Antes que una interpretación precisa de la modernidad
contemporánea, se puede decir que sus trabajos son una expresión de
ella en el plano cultural-académico.
23O LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

algunos, típicas de la heterogénea tercera fase de la modernidad, pre­


fiero argumentar -Walsh, 2000-), basadas en la fragmentación social y
en barreras entre las subjetividades populares.
Para plantear de manera ligeramente diferente lo que ya he afir­
mado en pasajes anteriores, podemos decir que, en cierto sentido, ala
vez que la expansión de la modernidad significó haber absorbido y
subordinado formaciones sociales bastante amplias de diverso origen
civilizacional, también implicó que el imaginario moderno y sus ele­
mentos utópicos fueran encajados en el horizonte de esas nuevas áreas
incorporadas. En América Latina, éstas estuvieron en general arraiga­
das en tiempos y tradiciones precolombinos, con la presencia de pobla­
ciones indígenas. Eso quiere decir que aquello que algunos autores te­
orizaron (de modo poco específico y dualista u oscuro) com o una
forma de “colonialismo interno” después de las independencias del si­
glo XIX (González Casanova, 1965; Stavenhagen, 1965; Sanjinés C.,
2001, pp. 104,281-2 y 313) llevó a que la modernización segregase una
dinámica de más modernización. Eso tenía entonces que hacerse en
una dirección integrativa y democrática, en dirección de la inclusión
plena-y del reconocim iento, aunque fueran inevitables las tensiones y
las colectividades dominantes frecuentemente se resistieran a ese giro.
Las cosas transcurrieron así en las dos primeras fases de la modernidad
y están destinadas a pasar del mismo modo en esta tercera. La diferen­
cia es que, a esta altura, muy poco se encuentra fuera de la moderni­
dad, si es que todavía se encuentra algo, sin perjuicio de la irreductibi-
lidad de las diferencias de formaciones sociales y colectividades, en su
particularidad. Los problemas para la integración nacional que gene­
raron aquellas resistencias son notorios, pero tenemos testimonio de
grandes cambios hoy en esa dirección, capitaneados, obviamente, por
la revolución democrática molecular. Además, la presente fase de la
modernidad muestra una dificultad mucho menor en absorberlo dife­
rente, lo heterogéneo, a pesar de los problemas remanentes, como el
racismo y la explotación.
La teoría de 1a civilización ha resurgido en los últimos años, especial­
mente con los trabajos de Eisenstadty Arnason. Estos autores han suge­
rido interesantes formas de manejar los procesos históricos de largo al­
cance. Algunas de sus principales limitaciones están, sin embargo,
asociadas a una definición de civilización que reproduce la “metodología
CONCLUSIÓN 231

nacionalista” de la sociología tradicional. Eso es verdad en particular


en lo que atañe a las religiones mundiales que se convierten, en los tex­
tos de Eisenstadt, en algo análogo a las culturas nacionales o, de cual­
quier modo, cerradas. A veces, esto se vuelve un problema en la me­
dida en que esa operación lo obliga a multiplicar las modernidades,
que podrían en efecto bajar a regiones, ciudades, etc., en el caso de
que llevásemos lo argumentado a sus implicaciones radicales.4 Aquí
quiero rechazar este punto de vista y, desestimando también la idea de
modernidades “múltiples", “alternativas” o “cruzadas” (entangled), com­
prender la modernidad como mía civilización global heterogénea, que atrajo
hacia sí, transformándolas, otras civilizaciones o elementos civilizacio-
nales, gracias a su poder de atracción.5 Pero, además, a la vez que ese
carácter global tiende a acentuarse aquí -y a lo largo de todo este libro
vimos cómo funciona eso en América Latina-, debemos dar cuenta
también de su expansión heterogénea.
Un concepto importante a introducir es el “desarrollo desigual y
combinado”. Trotsky lo formuló originalmente para abordar el camino
de Rusia rumbo a la civilización capitalista, integrada al mercado mun­
dial, pero a la vez tan heterogénea internamente como lo era en el
mismo sentido el capitalismo occidental. Yo lo supuse, implícitamente,
durante todo este libro, en relación con la posición de América Latina
en el mundo, a sus desarrollos internos -sean nacionales o infranacio-
nales- desiguales y en lo que concierne a las diversas dimensiones de
su vida social. El desarrollo desigual de la modernidad debe evaluarse
respecto de lo que sucede en Occidente y en otras partes, pero tam­
bién en lo que atañe a los países y las regiones, así como a las dimensio­
nes de la vida social. Trotsky usó el concepto para mostrar que desarro­
llos particulares del capitalismo, regionales o nacionales, en un país
atrasado como Rusia no llegaban a evidenciar aspectos “primigenios”;
ellos engendraban estructuras y actores más avanzados (lo que, para su

4 Los textos principales son: Eisenstadt, 2000 y 2001; Arnason, 1997


y 2001. Para una discusión general y detallada de las teorías de la
modernización y de la sociología histórica, véase Knóbl, 2001,
caps. 5, 7 y 9.
5 Una visión similar de la totalidad social se encuentra en Quijano,
2000.
232 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

narrativa histórica, implicaba especialmente la imposibilidad política


de la burguesía del país y la frescura y el carácter avanzado de su prole­
tariado). He ahílas raíces de muchas de las paradojas rusas y del proceso
revolucionario liderado por los bolcheviques en 1917.6
El desarrollo desigual y combinado de la modernidad es el otro as­
pecto de la unificación de la historia que esta civilización alcanzó. Eso
tuvo lugar por medio de procesos concretos que nada tienen a ver con
la concepción de Hegel de la "Historia Universal” y tampoco significan
que no haya una configuración espacio-temporal hom ogénea de la
vida social global y de la evolución social. Al contrario, hay construccio­
nes espacio-temporales regionalizadas, con sus propios ritmos, configu­
raciones, densidades, procesos de intercambio con la naturaleza, rela­
ciones de poder y calidades simbólico-hermenéuticas, en un proceso
evolutivo multilineal en el que las subjetividades colectivas ejercen su
creatividad. Aquellas configuraciones espacio-temporales pueden man­
tenerse en tensión unas con otras, y ahora, sin embargo, se encuentran
irremediablemente imbricadas y subordinadas a los centros dinámicos
que impulsan la modernidad. América Latina, atravesada por la hetero­
geneidad desde su surgimiento, es una de esas construcciones espacio-
temporales.7
Para continuar con este argumento, quiero sumar a la expresión
“desarrollo desigual y combinado” el término contradictorio. La posición
de América Latina, antes y hoy, en el sistema global, así como la dispa­
ridad de configuraciones regionales a través del subcontinente, se li­
gan al uso que Trotsky hacía de su concepto (aunque su optimismo es­
tuviese probablemente ahora dislocado). La dirección en la que se
viene desarrollando la tercera fase d éla modernidad en América Latina,
con características específicas y de forma subordinada en muchos as­
pectos, además de los cambios que se produjeron y las diferentes regio­
nes que se desarrollaron con aspectos específicos e incluso opuestos,

6 Trotsky, 1967, cap. 1. Este concepto ya fue utilizado de manera


sociológica para el análisis del desarrollo de América Latina en las
décadas de 1950 y 1960. Véase Costa Pinto, 1970, pp. 21-3 y 31 yss.
7 Para la concepción poskantiana y posnewtoniana del espacio-tiempo
aquí supuesta, véase Domingues, 1995, cap. 8. Para la evolución y la
creación, véase 1999, esp. caps. 2 y 4,
CONCLUSIÓN 233

y que se vinculan a veces directamente a sistemas “exógenos”, en ver­


dad encajan bien en esta categorización, como hemos visto a lo largo
de todo este libro. Pero aquella cuestión adicional tiene también rele­
vancia aquí. De hecho, entre las varias dimensiones de la vida social
contemporánea podemos detectar fuertes tensiones y oposiciones,
contradicciones, que generan serios problemas y posibilidades de rup­
tura, en esta región y en otras partes. Para Germani, un intérprete
clave de América Latina, éstos resultaban de un desajuste entre las
“partes” (y grupos) del sistema social y eventualmente se armonizarían
una vez que la transición de la sociedad adscriptiva a la moderna se alcan­
zase enteramente aquí o dondequiera. Este desajuste temporal, expre­
sado en lo que él llamó “asincronía del cambio social”, sería ciertamente
superado en términos teleológicos fuertes y mecánicos (Germani, 1965,
pp. 16-7 y 98-109). Eso es, sin embargo, un argumento funcionalista que
era admisible en su momento, pero que hoy no se sostiene, a pesar del re­
ciente retorno ideológicamente fuerte de versiones aún más precarias
de la teoría de la modernización. No hay razón para pensar que la ar­
monía sea necesariamente un resultado de procesos sociales específi­
cos, menos aún en América Latina. Sin embargo, no hay razón tam­
poco para suponer que las contradicciones entre las dimensiones
sociales y las subjetividades colectivas, como soportes de giros moderni-
zadores opuestos que moldean aquellas dimensiones, tienen que llevar
a algún tipo de resolución, catastrófica, neutra o benigna.
He subrayado una contradicción entre los giros modernizadores
democratizantes, que apuntan a los elementos nucleares del imagina­
rio de la modernidad, y el tipo de proyecto neoliberal que ha sido
hasta ahora predominante en esta tercera fase de la modernidad en
el subcontinente. He intentado profundizar esta tesis con el análisis
detallado de un amplio cuerpo de obras, Ha habido quienes hicieron
algo análogo, aunque de forma mucho más breve y con una visión
más catastrófica, casi prediciendo la falencia de la democracia y la de­
rrota de los movimientos populares, en el caso de no ser capaces de re­
vertir aquellas tendencias económicas y directivas de política social, y
entonces sería la marea alta de tales movimientos la que vencería las
imposiciones capitalistas. Frecuentemente, sólo se señala un aspecto
de ese desarrollo doble. Aun más común ha sido el reconocimiento de
los efectos peijudiciales del neoliberalismo sobre la democracia y el
234 LA m o dern idad co n tem po r án ea

alto precio que pagaron los gobiernos electos con una plataforma an­
tineoliberal, que tienen que desistir de ella o se muestran incapaces
de implementar cambios en lo que concierne a las políticas económ i­
cas (por ejemplo, Argentina y Ecuador),8 El proceso es, sin embargo,
más com plejo y todos los finales son realmente posibles. Las cosas
pueden ir en cualquier dirección y podemos asistir a un proceso so­
cial trabado en que esas tendencias modernizadoras persistan lado a
lado, sin ninguna resolución de su contradicción. Así, pueden esta­
blecerse ajustes y la energía popular puede disiparse, o puede ser su­
ficiente para derrotar el neoliberalismo, al alzar vuelo en algún
punto. Lo más probable, en función de la fuerza de ambas corrientes
de giros modernizadores, es que una dialéctica tensa permee la vida so­
cial. Las contradicciones entre esas corrientes serían reiteradas, en la
medida en que no emeijan alternativas, y el momento de la coerción
predominaría de arriba abajo, no obstante los acomodamientos que
quizá sean aceptados por las clases dominantes, mientras que la lucha
por el derecho, los derechos y la justicia sigue incansablemente, a pesar
de las mareas altas y bajas.
Esta es, en cierto sentido, una dinámica perenne de la moderni­
dad, en la cual la libertad y la dominación, la igualdad y la desigual­
dad, la solidaridad y la fragmentación están siempre en oposición
unas con otras, en una relación dialéctica. Esa dinámica encuentra
una expresión particular y es reelaborada concretamente en los pro­
cesos democratizadores y creativos impulsados por los giros moder­
nizadores de las masas populares y de sectores de las clases medias,
por un lado, y por los proyectos liberal-conservadores llevados a
cabo por las subjetividades colectivas dominantes, que tienen sus
propios giros modernizadores, por otro. Una peculiaridad que debe
ser tenida en cuenta es que tal tensión es tan grande en la América
Latina contemporánea que la inconsistencia de las prácticas sociales es
bastante \ásible, de allí el concepto de desarrollo combinado, desigual y
contradictorio.

8 Esto es maso menos generalizado en la literatura-en español,


portugués, inglés o francés-, y es defendido con distintas
concepciones; una muestra, se encuentra en la mayoría de los escritos
reunidos en O’Donnell el aL, 2004.
CONCLUSIÓN 235

LÍMITES DEL PRESENTE, POSIBILIDADES DEL FUTURO

La tercera fase de la civilización moderna en América Latina está atra­


vesada por tales tensiones. Esta etapa se basa, en parte, en realizaciones
alcanzadas en otras áreas, así como es combinada y las combina no sólo
con elementos anteriores a la modernidad sino también con procesos
generados internamente o que fueron absorbidos antes; ofrece avances
creativos dentro de los marcos de la modernidad y está en tensión con­
sigo misma en lo que se refiere a dimensiones y giros. Una disputa per­
manente la marca, como también la marcó las otras fases de la moder­
nidad en el subcontinente y en otras partes. Si pueden identificarse
caminos fuertemente condicionados y éstos deben tenerse en cuenta
en los rumbos del desarrollo y de las colectividades que nacieron y son
transformadas así como reforzadas por ellos, deben entonces recono­
cerse y, creo, celebrarse las rupturas que la creatividad social puede
aportar a esas condiciones, refractando así la dirección del desarrollo
social, incluso de modo radical. Si los países latinoamericanos, como
argumento en el capítulo 2, han de ser considerados parte de la pe­
riferia o de la semiperiferia de la civilización moderna en términos
económicos, en lo que concierne a la democracia y la justicia, éste no
es exactamente el caso.
No quiero resucitar la idea de “ventajas del atraso", que se encuentra
presente en la formulación original de Trotsky y tuvo éxito en todo el
planeta. Sin embargo, en la medida en que no hay ajuste necesario y, en
el caso en cuestión, efectivo entre las dimensiones de la vida social, pode­
mos sugerir que la dinámica política y cultural de la modernidad en
América Latina, que está cargada de posibilidades creativas, las despla­
zan hacia una posición más favorable y activa en la escena global. Sería
demasiado afirmar que Améiica Latina se sitúa así en el centro del sis­
tema global, en tanto el poder institucionalizado permanece en ma­
nos de las fuerzas neoliberales orientadas hacia formas de democracia
de baja intensidad y a la adaptación pasiva al nuevo subdesarrollo de
la región. Además, los Estados de la región manifiestan muchas limita­
ciones. Pero, en términos de los movimientos emancipatorios, se en­
cuentra en el mismo plano que otras regiones, especialmente Europa, o
incluso en la línea de frente de la civilización moderna. El imaginario de
la modernidad encuentra aquí formas creativas que, en lo referente a
236 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

las configuraciones institucionales internas, como a la propia inserción


periférica global de América Latina, avanzan para ampliar y actualizar
sus horizontes axiológicos y normativos en una dirección emancipatoria,
individual y colectiva.
Expuesto esto, aún es necesaria otra reflexión, ya que América Latina
ha sido objeto de muchas esperanzas gracias a sus movimientos sociales
creativos y su ebullición cultural, al surgimiento del Foro Social Mundial
ya una tradición de lucha contra la dominación extranjera que jamás se
extinguió.9 ¿Son esperanzas justificadas, teniendo en cuenta especial­
mente lo argumentado acerca de los movimientos emancipatorios men­
cionados antes? No es la intención finalizar este libro con un tono pesi­
mista. Aun así, una respuesta positiva no es fácil. Las razones para ser
cauteloso, junto a cuestiones teóricas sobre la “posiblemente desmem­
brada” estructura de la vida social, son políticas e intelectuales. La corre­
lación de fuerzas no es favorable hoy, a pesar de que se han logrado
avances reales, y de que las posibilidades para el desarrollo de alternati­
vas económicas, políticas o culturales son por lo menos dudosas, más allá
del cambio molecular. El horizonte para que lleguen al poder fuerzas ge-
nuinamente transformadoras, más allá del transformismo, parece re­
moto, no obstante el proceso boliriano reciente. Las burguesías internas
no deben considerarse ya -si es que lo fueron algún d ía- como copartí­
cipes de un movimiento de emancipación, de la implementación de la li­
bertad igualitaria y de la búsqueda de una mejor posición en el sistema
global. Sin embargo, tampoco las clases populares parecen capaces de
reunir fuerzas, forjar un programa político y movilizarse y de movilizara
otras colectividades, para desarrollar en la práctica una alternativa hege-
mónica que les permita construir una solidaridad compleja y reforma-
tear el Estado para operar como una máquina orientada a la superación
de la adaptación pasiva a la globalización. Esta limitación puede persistir
a pesar de la importancia continua de la revolución democrática mole­
cular que se tiene desarrollando. Debe, de todas formas, admitirse que
ésta no es una dificultad solamente latinoamericana.
En ninguna parte del planeta la dirección neoliberal de la tercera
fase de la modernidad ha tenido que encarar un desafío verdadero, en

9 Un resumen figura en Boatca, 2006.


CONCLUSIÓN 2 3 7

especial uno que tuviese en su centro la emancipación en sentido am­


plio101-nacionalmente, en lo que corresponde a las clases e indnidual-
ínente-. Esperemos, sin embargo, que la creatividad de la revolución
molecular intensa engendrada por las fuerzas populares, en particular
desde la década de 1980, consiga producir una gama de organizacio­
nes políticas que no abandonen sus ideas originales al llegar al poder
estatal y se vuelvan capaces de llevar a cabo un avance efectivo.11 La
modernidad contemporánea podría así recorrer un nuevo camino en
el cual los elementos emancipa torios del imaginario d é l a modernidad
-la libertad igualitaria, la solidaridad y nuevas formas de responsabili­
dad colectiva, en su oposición a la dominación, a la desigualdad y a
una concepción simplemente autointeresada de la responsabilidad-
pudiesen superponerse a las instituciones y los giros modemizadores
que traen aparejado lo que surgió como una de las grandes invencio­
nes de la humanidad en su rica y atormentada historia hasta hoy. Amé­
rica Latina parece tener un papel particular que desempeñar en ese
proceso.

10 Los movimientos sociales son débiles en Occidente, como la social-


democracia; los movimientos islámicos radicales obviamente plantean
otras cuestiones que no pueden ser discutidas aquí.
11 No quiero entrar en esa discusión con mayores detalles, pero
considero bastante evidente que, si no debemos asumir una visión
ingenua de los partidos políticos -que se inclinan naturalmente a una
estructuración oligárquica-, tampoco deberíamos embarcamos en
ideas “autonomistas" radicales, que con frecuencia mezclan
extrañamente una visión totalitarista del poder con una recusa radical
de la institucionalización, a la par de una apología exagerada de la
espontaneidad de la acción y de una perspectiva políticamente
peligrosa y revolucionariamente vacía.
Bibliografía

Abel, Christopher y Lewis, Colín M. (2002), “Exclusión and


engagement: a diagnosis of social policy in Latin America in the
long run", en Christopher Abel y Colin M. Lewis (comps.), Exclusión
& Engagement. Social Policy in Latin America (Londres: Institute of
Latin American Studies).
Aboites,Jaime; Miotti, Luis; y Quenan, Carlos (2000), “Lesapproches
régulationistes et l’accumulation en Amérique latine”, en Roben
Boyer e Yves Saillard (comps.), Théoríe de la régulation. L’Etat des savoirs
(París: La Découverte).
Acosta, Gladis; Burgos, Germán; y Flórez, Margarita (1994), “Los
servicios legales y las campañas de fin de siglo: preguntas y
respuestas", en El otro derecho, vol. 5, nc 3.
Adeal Mirza, Christian (2006), Movimientos socialesy sistemas políticos en
América Latina (Buenos Aires: CLACSO).
Adorno, TheodorW. (1945-47), Mínima Moralia (Fráncfort del Meno:
Suhrkamp, 1997). Ed. cast.: Mínima moralia (Madrid: Taurus, 1999).
Adorno, TheodorW. y Horkheimer, Max (1944), Dialektih rferAufklárung
(Fráncfort del Meno: Fisher, 1984). Ed. cast.: Dialéctica de la Ilustración,
(Madrid: Trotta, 2002).
Aglietta, Michel (1976), Régulation el crises du capilalisme: l'experience des
Etats-Unis (París: Calmon-Levy).
Albo, Xavier (2004), “Ethnic identityand politics in the Andes. The cases
ofBolivia, Perú and Ecuador", enJo-Marie Burt y Philip Mauceri
(comps.), Politics in the Andes. Identity, Conflict, Reform (Pittsburgh,
PA: University of Pittsburgh Press).
Alexander.Jeffrey (2000), “Contradictions: The uncivilizing pressures of
space, time, and function”, Soundings, vol. 16.
Almeyra, Guillermo (2004), La protesta social en la Argentina (1990-2004)
(Buenos Aires: Continente).
Álvarez, Sonia E. (1998), “Latin America feminisms 'go global’: trends
ofth e 1990s and challenges for the New Millennium”, en Sonia E.
Álvarez; Evelina Dagnino; y Arturo Escobar (comps.), Culture of
Politics, Politics of Culture. Re-visioning Latín American Social
Movements (Boulder, CO: Westview).
24O LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Alvarez, Sonia E.; Dagnino, Evelina; y Escobar, Arturo (covnps.) (1998a),


Cultures of Pditics, Polilics of Cultura. Re-envisioning Latín American Social
¡Movements (Boulder, CO: Westview).
Álvarez, Sonia E.; Dagnino, Evelina; y Escobar, Arturo (1998b),
"Introduction: the cultural and the political in Latin American
social movements", en Sonia E. Alvarez; Evelina Dagnino; y Escobar
Arturo (comps.), Cultures of Polilics, Polilics of Culture. Re-envisioning
Latin American Social Movements (Boulder, CO: Westview).
Amable, Bmno (2000), “Lathéorie de la régulation et le changement
technique", en Roben Boyer e Yves Saillard (comps.), Titearle de la
régulation. L’Etat des savoirs (París: La Découverte).
Anastasia, Fátima; Meló, Carlos Ranulfo; y Santos, Fabiano (2004),
Governabilidade e re¡/resenta(ao política na América doSul (Río de Janeiro:
Konrad Adenauer y San Pablo: Editora da UNESP).
Anderson, Benedict (1991), Inuigined Communilies. Reflections on the
Original Spread of Nationalism (Londres: Verso).
Arceo, Enrique (2003), Argentina en la periferia próspera. Renta
internacional, dominación oligárquica)’ modo de acumulación
(Bernal: Universidad Nacional de Quilmes).
Arceo, Enrique y Basualdo, Eduardo M. (2006), “Los cambios en los
sectores dominantes en América Latina bajo el neoliberalismo. La
problemática propuesta", en Eduardo M. Basualdo y Enrique Arceo
(comps.), Neoliberidismo y sectores dominantes. Tendencias globales y
experiencias nacionales (Buenos Aires: CLACSO).
Ariza, Marina y Oliveira, Orlandina de (2001), "Familias en transición y
marcos conceptuales en redefinición”, Papeles de Población, n2 28.
Arnason.Johann (1997), Social Theory and theJapaneseExperience. The
Dual Civilization (Londres y Nueva York: Kegan Paul International).
Arnason.Johann (2001), "Civilizational Pattems and Civilizing
Processes", International Sociology,\'o\. 16 (2001).
Amagada, Irma (2002), "Cambios y desigualdad em las familias
latinoamericanas", Revista de la Cepal Review, n2 77.
Amagada, Irma (2004), ‘Transforma?óes sociais e demográficas das
familias latino-americanas", en José Mauricio Domingues y María
Maneiro (comps.), América Latina boje Conceitos e iiUerprelafóes (Río de
Janeiro: Civilizado Brasileira, 2006).
Aspiazu, Daniel y Basualdo, Eduardo (2004), “Las privatizaciones en la
Argentina. Génesis, desarrollo y los impactos estructurales”, en James
Petrasy HenryVeltmeyer (comps.), Las privatizacionesy la
desnacionalización de América Latina (Buenos Aires: Prometeo).
Auyero, Javier (2001), La política de los pobres. Las prácticas clientelistas
del peronismo (Buenos Aires: Manantial).
Auyero,Javier (2002), “Los cambios en el repertorio de la protesta social
en Argentina", en Desarrollo económico, vol. 42.
Avritzer, Leonardo (1996), A moralidazle da democracia (San Pablo:
Perspectiva e Belo Horizonte: Editora UFMG).
BIBLIOGRAFÍA 24I

Avritzer, Leonardo (2002), Dtnnocracy and the Public Space in Latin America
(Princeton: Princeton University Press).
Avritzer, Leonardo (2005), “El ascenso del Partido de los Trabajadores en
Brasil: la democracia y la distribución participativas como alternativas
al neoliberalismo", en César A. Rodríguez Garavito; Patrik S. Barret; y
Daniel Chavez (comps.), La nueva izquierda en América Latina. Sus
orígenesy trayectoriafutura (Bogotá: Nonna).
Avritzer, Leonardo y Costa, Sérgio (2004), “Teoria crítica, democracia e
esfera pública", en José Mauricio Domingues y María Maneiro
(comps.), América Latina boje. Concálos e inteipretcgóes (Río de Janeiro:
Civilizado Brasileira, 2006).
Avritzer, Leonardo el al (1997), “Special section on dril society in Latin
America", Conslellalions, vol. 4
Banco Mundial (1994), World Bank Technical Paper, n2 280.
Banco Mundial (1996), World Bank Technical Pajjer, n2 350.
Baños Ramírez, Othón (2003), Modernidad, imaginario e identidades rurales.
El caso de Yucatán (México: El Colegio de México).
Bareiro, Line; López, Oscar; Soto, Clyde; y Soto, Lílian (2004), "Sistemas
electorales y representación femenina en América Latina", Cepal —Serie
Mujer y Desarrollo, n254.
Bardemos, Armando (2004), “Latin America: towards a liberal-inforinal
welfare regime", en Ian Gough y GeofWood (comps.), Insecurily and
V/rifan Regañes inAsia, Africa and Latin America (Cambridge:
Cambridge University Press).
Bartra, Armando (2004), “Los apocalípticos y los integrados. Indios y
campesinos en la encrucijada", Memoria, n2 190.
Bastían,Jean-Pierre (1997), “Le Monopole de l’Église Catholique
menacé", en Georges Coufíignal (comp.), Amérique latine, loumant de
siéde (París: La Découverte).
Bauer, Amold (1986), “Rural Spanish America, 1870-1930", en Leslie
Bethel (comp.), The Cambridge Hislory of Latin America, vol. IV
(Cambridge: Cambridge University Press).
Beck, Ulrich (1986), Rish Society (Londres: Sage, 1992).
Bell, Daniel (1976), The Corning ofPosl-Induslrial Society (Nueva York: Basic
Books). Ed. cast.: El advenimiento de la sociedad post-induslrial (Madrid:
Alianza, 2006).
Bendix, Reinhard (1978), Rings orPeople. Power and the Mándate to Rule
(Berkeley: University of California Press).
Bengoa,Jorge (2003), “25 años de estudios rurales", Sociologías, n2 10.
Benhabib, Seyla (1986), Critique, Narmand Utopia (Nueva York: Columbia
University Press).
Bergoglio, Inés (2003), "Argentina: The effects of democratic
institutionalization", en Rogelio Pérez-Perdomo y Lawrence Friedman
(comps.), Legal Culture in the Age of Globalizalion. Latin America and
Latin Europe (Stanford: Stanford University Press).
242 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Bethell, Leslie (conip.) (1984-1994), The Cambridge Hislory of Latín


America, vols. I-VI. (Cambridge: Cambridge University Press).
Ed. cast.: Historia de América Latina (Madrid: Alianza, 2002).
Bielschowsly, Ricardo (comp.) (2000), Cinqüenla anos depensamenlo na
CEPA!*, vols. 1-2 (Río dejaneiro: Record, Cepa! e Cofecon).
Boatca, Manuela (2006), “Semiperipheries in the world-systein:
Rellecting Eastem European and Latín America Experiences”,Journal
of World Systems Research, vol. 12.
Bobes, Velia Cecilia (2000), Los laberintos de la imaginación. Repertorio
simbólico, identidades y actores del cambio social en Cuba (México: El
Colegio de México).
Boitojr., Armando (2006), “A burguesía no governo Lula", en Eduardo
M. Basualdoy Enrique Arceo (comps.), Nediberalismoy sectores
dominantes. Tendencias globales y experiencias nacionales (Buenos
Aires: CLACSO).
Boltanski, Luke y Chiapello, Eve (1999), Le NouvelEspril du capilalisme
(París: Gallimard).
Borón, Atibo (2003), Estado, capitalismo y democracia en América Latina
(Buenos Aires: CLACSO).
Borón, Atibo y Tlwaites Rey, Mabel (2004), “La expropriación
neoliberal: el experimento privatista en Argentina”, en James Petras y
Henry Veltmeyer (comps.), Las privatizaciones y la desnacionalización de
América Latina (Buenos Aires: Prometeo).
Bortagaray, Isabel y Tiñin, Scott (2002), “Innovation clusters in Latín
America", en M. Heitor; D. Gibson, D.; y M. Ibarra (comps.),
Technology Policy and Innovation, vol. 1 (Nueva York: Quorum Books).
Boschi, Renato R. (1994), “Democratizado e reestruturagáo do setor
privado na América Latina", en José Mauricio Dominguesy María
Maneiro (comps.), América Latina hoje. Conceitos e interpretares (Río
dejaneiro: Civilizado Brasileira, 2006).
Bourdieu, Pierre y Wacquant, Loic (1988), “Surles ruses de la raison
imperialiste”, Acles de la Recherche en Sciences Socials, n2 12T-122.
Boyer, Robert (1986a), La Théorie de la régulalion: une analyse critique
(París: La Découverte).
Boyer, Robert ( 1986b), “Introduction. Les crises ne sont plus ce qu’elles
étaient”, en Robert Boyer (comp.), Capilalismesjin de siécle (París:
Presses Universitaires de France).
Boyer, Robert (2000a), “Du fordisme canonique á une variété de modes
de développement", en RobertBoyere Yves Saillard (comps.), Théorie
de la régulalion. L’Etat des savoirs (París: La Découverte).
Boyer, Robert (2000b), “Is finance-led growth a viable alternative to
Fordism? A preliminar)’ analysis", Eccnomy and Sodely, vol. 29.
Boyer, Robert y Neffa.Jubo C. (comps.) (2004), La economía argentinay sus
crisis (1976-2001): visiones inslilucionalislasy regulaáonislas (Buenos Aires:
Miño y Dávila).
BIBLIOGRAFÍA 243

Braig, Marriane (2005), “Zwischen Menschenrechten und


Rechtsstaatlichkeit. Zivile Frauenorganizationen und
Demokratisierung des Staates in Lateinamerika", en Sérgio Costa y
Hauke Brunkhorst (comps.),Jenseils vori Zenlntm und Peripherie. Zur
Verfassung der fragmentierten Weltgesellschaft (Mering*. Hampp).
Brittos, Valério Cruz y Bolaño, César Ricardo (comps.) (2005), Rede
Globo. 40 anos de poder e hegemonía (San Pablo: Paulus).
Bruce, Steve (1996), Religión i n íhe Módem World From Cathedrals toCult
(Oxford: Oxford University Press).
Burgos, Germán (1996), “Los servicios legales populares y los extravíos
de la pregunta por el político”, El otro derecho, vol. 7, n° 3.
Burbano de Lara, Felipe (2006), “Estrategias para sobrevivirá la crisis del
Estado. Empresarios, política y partidos en Ecuador”, en Eduardo M.
Basualdo y Enrique Arceo (comps.), Neoliberalismo y sectores dominantes.
Tendencias globales y experiencias nacionales (Buenos Aires: CLACSO).
Cacciamali, María Cristina (2003), “Régime d’accumulation et processus
d’informalité: le Brésil et le Mexique á l’unisson de l’Amérique
Latine”, en Bruno Lautier yJaime Marques-Pereira (comps.) (2004),
Bresil, Mexique. Deux trajectories dans la mondialisation (París:
Karthala).
Canessa, Andrew (2000), “Contesting hybridity: Evangelistas and
Kataristas in Ilighland Bolivia”, en Journal of Latín American Slurlies,
vol. 32.
Cappelletti, Mauro y Garth, Bryan (1978), TheJudicialPmcess in
Comparalive Perspeclive (Oxford: Clarendon).
Caputo Leiva, Orlando (2006), “La economía mundial a inicios del siglo
XXI”, en Globalhaciones, enero (http://www.rcci.net/globalizacion).
Carbonel, Miguel (2003), “El poder judicial: ¿el tercero ausente?”,
Metapolílica, na 230, vol. 7.
Cardoso, Adalberto M. (2002), “Direito do trabalho e rela?6es de classe
no Brasil", en LuizLVemeck Vianna (comp.), A democracia eos tris
poderes no Brasil (Belo Horizonte: Editora UFMG).
Cardoso, Adalberto M. (2003), A década neoliberal e a crise dos sindicatos no
Brasil (San Pablo: Boitempo).
Cardoso, Fernando Henrique (1970), “La crítica de Cardoso
(Comentarios sobre los conceptos de sobrepoblación relativa y
tnarginalidad)", en Marginalidady exclusión social (Buenos Aires y
México: Fondo de Cultura Económica).
Cardoso, Fernando Henrique (1971), Política e dcsenvolvimenlo em sociedades
departientes. Ideologías do empresariado industrial argentino e brasileiro
(Río dejaneiro: Zahar).
Cardoso, Fernando Henrique (1975), “Teoría da dependencia ou análise
concreta de situagóes de dependencia?", en O modelo político brasileiro
(San Pablo: Difel, 1977).
Cardoso, Fernando Henrique y Faletto, Enzo (1970), Dependencia e
deseiivolvimenlo na América Latina (Río dejaneiro: Zahar, 1979).
244 LA MODERNIDAD contem poránea

Cardoso, Ruth Correa L. (1987), "Movimentos sociais na América


Latina", Revista Brasileñ a de Ciencias Soñáis, n5 3, vol. 1.
Carrillo,Jorge y Lara, Arturo (2004), “Nuevas capacidades de
coordinación centralizadas. ¿Maquilas de cuarta generación en
México?", Estudios soáológicos, vol. XXII, n2 66.
Carvalho.José Murilo de (1980), A construido da ordem. A elilepolítica
imperial{Río dejaneiro: Campus).
Carvalho.José Murilo de (1995), Desenvolvimiento déla ciudadanía en
Brasil (México: Fondo de Cultura Económica).
Carvalho Pacheco, Cristina (2000), “Directrices del Banco Mundial para
la Reformajudicial en América Latina", El otro derecho, vol. 25.
Cassiolato.José Eduardo; Brito,Jorge Nogueira de Paiva; y Vargas,
Marcio Antonio (2005), “Arranjos cooperativos einovagáo na industria
brasileira", enjoáo Alberto deNegri y SérgioSalemo (comps.),
Inovagocs, padrñes tecnológicos e desempenho dasfirmas industriáis (Brasilia:
IPEA).
Castañeda,Jorge (1993), Unarmed Utopia. The LalinAmerican Lefl afler the
Coid War (Nueva York: Vintage). Ed. cast.: La utopia desarmada; intrigas,
dilemas y promesas de la izquierda en América Latina (Barcelona: Ariel,
1995).
Castells, Manuel (1976a), La Crise économique el la sodélé américaine (París:
Presses Universitaires de France).
Castells, Manuel (1996b), The Rise of the NetWork Sodely. The Information
Age: Economy, Sodely and Culture (Oxford: Blackwell, 1996, 21 ed.
2000).
Castells, Manuel (1996), The NetWork Sockly. The Information Era:
Economy, Society and Culture, vol. 1 (Oxford: Blackwel, 2000, 21 ed.).
Castells, Manuel (1997), ThePower of Identily. The Information Era:
Economy, Society and Culture, vol. 2 (Oxford: Blackwell).
Castells, Manuel (1998), End of Millennium. The Information Era:
Economy, Society and Culture, vol. 3 (Oxford: Blackwell).
Castells, Manuel (2005), Clobalhación, desanvlloy democracia: Chile en el
contexto mundial (México y Santiago: Fondo de Cultura Económica).
Castells Manuel y Portes, Alejandro, "World undemeath: tire origins,
dynamics, and effeets ofthe informal economy", en Alejandro Portes;
Manuel Castells; y Lauren A. Benton (comps.) (1989), The Informal
Economy. Sludiesin Advanced andLessDcvclopcd Countries (Baltimore y
Londres: Thejohn HopkinsUniversity Press).
Cavarozzi, Marcelo y Abal Medina (h) Juan (comps.) (2002), El asedio a
lapolilica. Los partidos latinoamericanos en la era neoliberal (Rosario:
Homo Sapiens).
Celad (2000), La transición demográfica en América Latina
2(www.wdac.d./Celade/SitDem/DE).
Centeno, Miguel Ángel (2002), Blood and Debí. War and the Nation State
in Latin America (University Park, PA; Pennsylvania University Press).
BIBLIOGRAFÍA 245

Cepal (1990), "Transformadlo produtiva com eqüidade: a tarefa


prioritaria do desenvolvimenio da América Latina e do Caribe nos
anos 1990", en Ricardo Bielschowsly (comp.), C'mqücnla anos de
pensamenlo ira Cepal vol. 2 (Río dejaneiro: Record, Cepal y Cofecon).
Cepal (2001), Panorama social de América Latina, 2000-2001.
Cepal (2004), Panorama social de América Latina, 2004.
Cepal (2006a), Panorama social de América Latina, 2006.
Cepal (2006b), Balance preliminar de las economías latinoamericanas 2006.
Chalvners, Douglas A.; Martin, Scott B.; y Piester, Kerianne (1997),
"Associative networks: New structures of representatíon for the
popular sectors?", en Douglas A. Chalmers el al (comps.), The Neto
Polilics of Inequalily in Latín America. Rellánking Participalion and
Representation (Oxford: University of Oxford Press).
Chávez, Daniely Goldfrank, Benjamín (cornps.) (2005), La izquierda en la
cuidad. Participación en gobiernos locales en América Latina
(Barcelona: Icaria).
Conighan, Catharine (2004), “Más allá del minimalismo: una agenda
para unir democracia y desarrollo”, en Guillermo O’Donnell el al.. La
democracia en América Latina. Hada una democracia de ciudadanos y
dudadanas. El debate conceptual sobre la democracia (PNUD).
Coriat, Benjamín (2004), "Régimen de convertibilidad, acumulación y
crisis en la Argentina de los años noventa. Un enfoque en términos de
formas institucionales", en RobertBoyeryJulio C. Neffa (comps.), La
economía argentina y sus crisis (1976 2001): visiones institucionalistas y
regulacionistas (Buenos Aires: Miño y Dávila).
Coronil, Fernando (2002), ElEslado mágico. Naturaleza, dinero y
modernidad en terrezuela (Caracas: Nueva Sociedad).
Cortés, Fernando (2000), “Las metamorfosis de los marginales: la polémica
sobre el sector informal en América Latina", en Enrique de la Garza
Toledo (comp.), Tratado latinoamericano de soáología del trabajo (México: El
Colegio de México, FLACSO, UAM y Fondo de Cultura Económica).
Costa, Sérgio (2002), As cores deEnilia (Belo Horizonte: Editora UFMG).
Costa, Sérgio (2006), “Desprovincializando a teoría sociológica: a
contribuidlo pós-colonial", Revista brasileira de ciencias sociais, vol. 21,
na 60.
Costa Pinto, Luis (1970), Desenvolvimenlo económico e transigió social (Río
dejaneiro: Civilizadlo Brasileira, 2a ed.).
Cott, Donna Lee Van (2000), “A political analysis of legal pluralism in
Bolivia and Colombia", Journal of Latín American Sludies, vol. 32.
Couffignal, Georges (comp.) (1977), Amérique Latine loumant de siécles
(París: La Découverte).
Coutinho, Luciano (1997), "Especializadlo regressiva: um balando do
desempenho industrial pós-estabilizaclo”, en Jolo Paulo dos Reis
Velloso (comp.). Brasil: clesa/ios de umpaís em transfonnafüo (Río de
JaneirotJosé Olympio).
246 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Coutinho, Luciano y Belluzzo, LuizGonzagade Mello (1932), “O


desenvolvimento do capitalismo avanzado e a reorganizagao da
economía mundial no pós-guerra", en Luiz Gonzaga de Mello Belluzzo
y Renata Coutinho (comps.), Desenvolvimento capitalista e crise no Brasil
(San Pablo: Brasiliense).
Cypher.Jaines M. (2001), "Developing desarticulation within the
Mexican econoiny”, Latin AuunicanPersfiectives, vol. 23.
Dagnino, Evelina (1998), “Culture, citizenship, and deinocracy:
Changing discourses and practices of the Latin American left", en
Sonia E. Álvarez; Evelina Dagnino; y Arturo Escobar (comps.), Cultures
of Polilies, Politics of Culture. Rc-envisioning Latin American Social
Movements (Boulder, CO: Westvievv).
Dagnino, Evelina; Olvera, Alberto J.; y Panfichi, Aldo (2005), “Para urna
outra leitura da disputa pela construgao democrática na América
Latina", en Evelina Dagnino; Alberto J. Olvera; y Aldo Panfichi
(comps.), A ilisjmla fíela construirlo democrática na América Latina (San
Pablo: Paz e Terra).
Dagnino, Renato (2000), “A relagáo universidade-empresa e o
'argumento da tripla hélice'”, Convergencia, vol. 11, ns 35.
Dalil, Robert (1971), Poliarchy-. Participaron and Opposilion (Nueva Haven:
Yale University Press).
Dávalos, Pablo (comp.) (2005), Pueblos indígenas, Estado y democracia
(Buenos Aires: CLACSO).
Delanty, Gerard (comp.) (2005), European Handboolc of Social Theory
(Londres: Rontledge).
De N egrijoao Alberto y Salerno, Sérgio (comps.) (2005), Inovafáes,
padroes tecnológicos e desempenho dasfirmas industriáis (Brasilia: IPEA).
Diniz, Eli (1982), Voloe máquina política. Patronagem e clientelismo no
Rio dejaneiro (Río de Janeiro: Paz e Terra).
Domingo, Pilar (2000), ‘Judicial independence: The politics of Supreme
Court in México”, Journal of Latin American Sludies, vol. 32.
Domingues.José Mauricio (1995), Sodohgical Theory and Collective
Subjeclivity (Londres: Macinillan y Nueva York: Saint Martin’s Press).
Dotninguesjosé Mauricio (1999), Criatividadesocial, subjetividade coleliva
e a modemida brasileira de contemporánea (Río dejaneiro: Contra Capa).
Publicado en inglés como Social Crealivily, Collective Sxéjeclimly and
Conlemporaty Modemity (Londres: Macmiilan, y Nueva York: Saint
Martin's Press, 2000).
Doiningues.José Mauricio (2000), “Integragáo social e integragáo
sistémica", en Estudos de sociología (Belo Horizonte: Editora UFMG,
2004).
Domingues.José Mauricio (2002a), Inleipretando a modemidade.
Imaginario e instituigóes (Río dejaneiro: FGV Editora). Publicado en
inglés como Modemity Rcconstrucled (Cardiff: University ofWales Press,
2006).
BIBLIOGRAFÍA 2 4 7

Domingues.José Mauricio (2002b), “Amartya Sen, a liberdade e o


desenvolvimento’’, en Do ocidente &modernidctrle. Intelectuais e mudanga
social (Río dejaneiro: Civilizagño Brasileira, 2003).
Domingues.José Mauricio (2002c), "Adialética da modernizagáo
conservadora e a no\a historia do Brasil”, en Escudos de sociología (Belo
Horizonte: Editora UFMG, 2004).
Domingues.José Mauricio (2002d), “Reflexividade, individualismo e
modemidade”, en Estudos de sociología (Belo Horizonte: Editora UFMG,
2004).
Domingues.José Mauricio (2002e), “Para urna teoría das geragóes”, en
Estudos de sociología (Belo Horizonte: Editora UFMG, 2004).
Domingues.José Mauricio (2003a), "Modemidade global e análise
civilizacional”, en Do ocidente a modemidade. Intelectuais e mudanga
social (Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira).
Domingues.José Mauricio (2003b), “Vida cotidiana, historia e
movimentos sociais” en Estudos de sociología (Belo Horizonte: Editora
UFMG, 2004).
Domingues. José Mauricio (2003c), “Integragáo social e sistémica”, en
Ensaios de Sociología (Belo Horizonte: Editora UFMG).
Domingues.José Mauricio (2004), Regionalismos, poder de Estado e
desenvolvimento", en Aproxima^Ses á América Latina. Desafios
contemporáneos (Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira, 2007).
["Regionalismos, poder de Estado e desenvolvimento”, Río dejaneiro,
OPSA, n2 7, junio de 2005.]
Domingues.José Mauricio (2005a), “Social theory, Latin America and
modemity”, en Gerard Delanty (comp.), Handbook ofEuropean Social
Theory (Londres: Sage).
Domingues.José Mauricio (2005b), “A sociología brasileira, a América
Latina e a terceirafaseda modemidade”, enjosé Mauricio Domingues
y María Maneiro (comps.), América Latina hoje. Conceitos e
interpretagóes (Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira, 2006).
Domingues.José Mauricio (2006a), “Nacionalismo na América Central e
do Sul", en Aproximares a América Latina. Desafíos contemporáneos
(Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira, 2007).
Domingues.José Mauricio (2006b), “Instituigóes formáis no Brasil do
sáculo XXI”, en Afiroximafoes a América Latina. Desafíos
contemporáneos (Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira, 2007).
Domingues.José Mauricio (2006c), “Modelos de desenvolvimento e
desafios latino americanos”, en Aproxima(des a América Latina. Desafios
contemporáneos (Río dejaneiro: CivilizagáoBrasileira, 2007).
Domingues.José Mauricio (2006-07), “O primeiro govemo Lula. Um
balango crítico”, en Aproximados a América Latina. Desafios
contemporáneos (Río dejaneiro: Civilizagáo Brasileira).
Domingues.José Mauricio (2007), “Os movimentos sociais latino­
americanos: características e possibilidades”, en Aproxima^úes a América
248 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Latina. Desafios contemporáneos (Río dejaneiro: Civilizado


Brasileira).
Dominguesjosé Mauricio (2008a), “A revoludo cubana entre o passado
e o futuro’’, Análise de conjuntura OPSA, n5 3.
Dominguesjosé ¡Mauricio (2009), “Global modernizaron, ‘coloniality’
and a criticalsociology for latín America", Thcmy, Culture Of Sociely,
vol. 26, n 5 I.
Dominguesjosé Mauricio y Maneiro, María (2004), "Revisitando
Germani: a interpretado da modemidade e a teoría da acao",
Ajiroximnyoas a América Latina. Desafíos contemporáneos (Río de
Janeiro: Civilizado Brasileira, 2007).
Dominguesjosé Mauricio y María Maneiro (2006), América Latina Hoje
Conceitos e interpretacoes (Río dejaneiro: Civilizado Brasileira).
Dominguesjosé Mauricio y Pontual, Andrea C. (2007),
“Responsabilidade ambiental e esfera pública na América Latina”, en
Apmximafdes a América Latina. Desafios contemporáneos (Río de
Janeiro: Cirilizado Brasileira).
Dussel, Enrique (1993), The Underside of Modcmity: Apel, Ricoeur, Rorty,
Taylor, and the Philosophy ofLiberation (Atlantic Highlands, NJ:
Humanities Press, 1996).
Dussel, Enrique (1994), 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen
del “mito de la modernidad" (La Paz: Plural Editores, Universidad
Mayor de San Andrés).
Eisenberg Jo sé y Pogrebinschi, Thamy (2002), “Pragmatismo, direito e
política", Neraos Esludos CEBRAP, vol. 62.
Eisenstadt, Shmuel (1973), Tradilional Patrimomalism and Módem
Neopalrimonialism (Sage Research Papers in the Social Sciences, vol. 1 -
Beverly Hills, CAy Londres: Sage, 1973).
Eisenstadt, Shmuel (2000), “Múltiple modernities”, Daedalus, vol. 129.
Eisenstadt, Shmuel (2001), “The civilizational dynamic of modemity:
modernity as a distinct cmlization”, International Sociology, vol. 16.
Enrique Ortiz, César (2003), “Cultivos ilícitos y nueva ruralidaden
Colombia", Cuadernos de Desarrollo Rural n2 50.
Erber, Fabio S. (2000), “Perspectivas da América Latina em ciencia e
tecnología", en José Mauricio Domingues y María Maneiro (comps.),
América Latina hoje. Conceitos e interpretares (Río dejaneiro:
Civilizado Brasileira, 2006).
Escobar, Arturo (2003), “The Latín American Modernity/Coloniality
Research Program”, en Guillermo O’Donnell el ai, Cruzandofronteras
en A mírica Latina (Ámsterdam: CEDLA).
Esping-Andersen, Goran (1985), Polilics againsl Marhels. The Social-
Democratic Road to Power (Princeton. NJ: Princeton University Press).
Esping-Andersen, Goran (1990), The Three Worlds ofWdfare Capilalism
(Princeton, NJ: Princeton University Press).
BIBLIOGRAFÍA 249

Evans, Peter (1995), Embedded Aulonomy. States and Industrial


Transformation (Princeton, NJ: Princeton University Press).
Fajnzynlber, Fernando (1990), “Industrializacáo na América Latina: da
‘caixa preta’ ao conjunto vazio”, en Ricardo Bielschowsly (comp.),
Cinqüenla anos depensavtento na CEPAL, vols. 2 (Río dejaneiro: Record,
Cepal y Cofecon, 2000).
Faria, José Eduardo (1999), O direilo na sociedade globalizada (San Pablo:
Malheiros).
Farinetti, Marina (1999), “¿Qué quedá del ‘movimiento obrero’? Las
formas del reclamo laboral en la nueva democracia argentina", Trabajo
y Sociedad, n2 1.
Feresjr., Joáo (2005), A historia do conceito de América Latina nos Estados
Unidos (Bauru: EDUSC/ANPOCS).
Fernandes, Florestan (1975a), A revohicáo burguesa no Brasil (Río de
Janeiro: Zahar).
Fernandes, Florestan (1975b), Capitalismo dependente e classts sociais (Río
dejaneiro: Zahar).
Fernandes, Rubem César (1994), Privado porém público. O terceiro setor
na América Latina (Río dejaneiro: Relume Dumará).
Ferranti, David de; Perry, Guillermo; Ferreira Francisco H. G.; Walton,
Michael el ai (2004), Iner/ualily in Latín America. Breaking vith History?
(Washington, D.C.: World Bank).
Ferraz, Joáo Carlos; Kupfer, David; e Iootty, Mariana (2004),
"Competitividad industrial en Brasil 10 años después de la
liberalizacíón”, Revista de la Cepal, n! 82.
Ferrer, Aldo (2005), La economía argentina (Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica).
Fiori.José Luís (1995a), “Para urna crítica da teoría latino-americana do
Estado", en Errt busca do dissenso perdido (Río dejaneiro: Insight).
Fiori.José Luís (1995b), “Para urna economía política do Estado
brasileiro", en Em busca do dissenso perdido (Río dejaneiro: Insight).
Forment, Carlos A. (2003), Democracy in Latín America, 1760-1900, vol. 1
(Chicago: The University of Chicago Press).
Fox, Elizabeth y Waisbord, Silvio (comps.) (2002), Latín Polilics, Global
Media (Austin: University ofTexas Press).
Fox.Jonathan (1997), “The diff icult transition from clientelism to
citizenship: Lessons from México", en Douglas A. Chalmers el ai
(comps.), (1997), The Neto Polilics of lnequalily in Latín America.
Rethinking Participation and Representation (Oxford: Oxford
University Press).
Fucito, Felipe (2002), ¿Podrá cambiar lajusticia en la Argentina? (Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica).
Fuji, Gerardo; Candaudap, Eduardo; y Ganona, Claudia (2005),
“Exportaciones, industria maquiladora y crecimiento económico en
25O LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

México a partir de la década de los noventa”, Investigación Económica,


vol. LXIV, nB254.
Furtado, Celso (1967), Formando económica da América Latina (Río de
Janeiro; Lia, 2* ed.).
Furtado,Joáo (2004), "O comportamento ¡novador das empresas
industriáis no Brasil”, Esludos e pesquisas, nB88, INAE.
García, Afránio (2004), "A sociología rural no Brasil: entre escravos do
passado e parceiros do futuro”, Sociologías, nB 10.
García, Brígida y Lorena Rojas, Olga (2002), "Cambios en la
formación y disolución de las uniones en América Latina”, Papeles de
población, n B32.
García Canclini, Néstor (1990), Culturas híbridas. Estrategias para entrar y
salir de la modernidad (México: Grijalbo).
García Canclini, Néstor (1995), Consumidores e cidadüos. Conílitos
multiculturais daglobalizagao (Río dejaneiro: Editora UFI^).
García-Guadilla, María Pilar (2001), "El movimiento ambientalista y la
constitucionalización de nuevas racionalidades: dilemmas y desafíos”,
RevislavenezoelanadeEconotníay Ciencias Sociales, vol. 7.
García Linera, Alvaro (2006), “El evismo: lo nacional-popular en acción”,
Revista del OSAL, nB19.
García Villegas, Mauricio (2006), "El derecho como esperanza:
constitucionalismo y cambio social en América Latina, con algunas
ilustraciones a partir de Colombia”, en Rodrigo Uprimny, César
Rodríguez Garavito y Mauricio García Villegas (comps.), ¿Justiciapara
todos? Sistemajudicial, derechos sociales y democracia en Colombia
(Bogotá: Norma).
Garretón, Manuel A. (2003), Incomplele Dcmocmcy: Political
Democratization in Chile and Latín America (Carolina del Norte y
Londres: University ofNorth Carolina Press).
Gasques.José García el al (2004), "Desempenho e crescimento do
agronegócio no Brasil”, Textos/tara Disctessáo, nB1009 (Río dejaneiro:
IPEA).
Garza Toledo, Enrique de la (2000a), “Las teorías de la
restructuración productiva y América Latina”, en Enrique de la
Garza Toledo (comp.), Tratado latinoamericano de sociología del trabajo
(México: El Colegio de México, FLACSO, UAM y Fondo de Cultura
Económica).
Garza Toledo, Enrique de la (2000b), "La flexibilidad del trabajo en
América Latina", en Enrique de la Garza Toledo (comp.), Tratado
latinoamericano de sociología del trabajo (México: El Colegio de México,
FLACSO, UAM y Fondo de Cultura Económica).
Garza Toledo, Enrique de la (2000c), "Fin del trabajo o trabajo sin fin”,
en Enrique de la Garza Toledo (comp.), Tratado latinoamericano de
sociología del trabajo (México: El Colegio de México, FLACSO, UAM y
Fondo de Cultura Económica).
BIBLIOGRAFÍA 25I

Gereffi, Garyy Wyman, Donald (cotnps.) (1990), Manufacturing Mímeles.


Palhs of Induslrializalion in Latín America and East Asia (Princenton; NJ:
Princenton University Press).
Gereffi, Gary y Korzeniewicz, Miguel (cotnps.) (1994), Commodity Chains
and Global Capitalista (Westport, CT: Praeger).
Germani, Gino (1965), Política y sociedad en una ifoca de transición
(Buenos Aires: Paidós).
Gheventer, Alexander (2005), Autonomía versus controle. Origens do novo
marco regulatório antitruste na América Latina e seus efeitos sobre a
democracia (Belo Horizonte: Editora UFMG).
Giddens, Anthony (1973), The Class Slruclure ojAdvanced Socielies (Nueva
York: Harper & Row, 1975). Ed. cast.: La estructura de clases en las
sociedades avanzadas (Madrid: Alianza, 2000).
Giddens, Anthony (1985), The Ntilion State caví Violence (Cambridge:
Polity Press).
Giddens, Anthony (1990), The Consequences ojModemity (Cambridge:
Polity' Press). Ed. cast.: Consecuencias de la modernidad (Madrid: Alianza,
1997).
Gideon.Jasmine (1998), “The politiesof social Service provisión through
NGOs: A study of Ladn America", Bullelin of Latín American Research,
vol. 17.
Giordano, Al (2006), “México presidencial swindle", NewLefl Review, nB41.
Glade, William (1986), "Latin America and theintemational economy,
1870-1914”, en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge Hisloty of Latín
America, vol. IV (Cambridge: Cambridge University Press).
Goldfrank, Walter L. (1994), “Fresh demand: the consumption of
Chilean produce in the United States", en Gary Gereffi y Miguel
Korzeniewicz (comps.), Commodity Chains and Global Capilalism
(Westport, CT: Praeger).
González Casanova, Pablo (1965), "Intemal colonialism e national
development”, Sludies in Comparolive International Developmenl, vol. 1.
González de la Rocha, Mercedes (2006), "Familias y política social en
México. El caso de oportunidades", trabajo presentado en la conferencia
Welfare Regime and Social Actors in Inter-Regional Perspective. The
Americas, Asia and Africa (University ofTexas atAustin).
Gordon, Sara (1995), "Equidad social yjusticia social”, Revista Mexicana
de Sociología, vol. 2.
Gough, Iany Wood, Geof (comps.) (2004), Insecurily and Wdfare Regimes
in Asia, Africa and Latín America (Cambridge: Cambridge University
Press).
Gramsci, Antonio (1929-1935), Quademi del Carcere, vols. 1-3 (Turín:
Einaudi, 2001). Ed. cast.: Carlas desde la cárcel (Buenos Aires: Nueva
Visión, 1998).
Grompone, Romeo (1999), Las nuevas reglas dejuego. Transformaciones
sociales, culturales y políticas en Lima (Lima: IEP).
2¿2 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

Gros, Cristian (1999), “Evangelical Protestantism and Indigenous


populations”, BuUelin of Latín American Sludies, vol. 18.
Gross, Toonias (2003a), “Community and dissent: Religious intolerance
¡11 rural Oaxaca”, Finisli Anlhropotogisl vol. 26.
Gross, Toomas (2003b), “Protestantism and modemity: the implications
of religious change in contemporary rural Oaxaca”, Sociology of
Religión: A Quartely Revietv, vol. 64 (2003).
Guevarra Ruiseñor, Elsa S. (2005), “Intimidad y modernidad.
Precisiones conceptuales y su pertinencia para el caso de México”,
Estudios Sociológicos, vol. 33.
Gumucio, Cristián Parker (2000), “¿América Latina ya no es católica?
Pluralismo cultural y religioso creciente”, Aiubica Latina Hoy, vol. 41.
Habermas, Jürgen (1981a), Theoric des Kommuniltalivcn Handclns, vols. 1-2
(Fráncfortdel Meno: Suhrkamp). Ed. cast.: Tecnia déla acción
comunicativa (Madrid: Cátedra, 1989).
Habermas,Jürgen (1981b), “Die Moderne - ein unvollendetes Projekt",
en Kleine polilische Schriften 7-/V(Fráncfort del Meno: Suhrkamp).
Habermas, Jürgen (1992), Fahzilat und Gellung (Fráncfort del Meno:
Suhrkamp).
Habermas,Jürgen (1998), “Die postnationale Konstellation und die
Zukunft der Demokratie”, en Die postnationale Konstellation (Fráncfort
del Meno: Suhrkamp).
Hadden.JefFrey (1987), “Totvard desacralizing secularization theory”,
Social Forces, vol. 65.
Hagopian, Francés y Mainwaring, Scott P. (comps.) (2005), The Third
Wave ofDemocratization in Latín America. Advancements and Setbacks
(Cambridge: Cambridge University Press).
Hall, Stuart, “The question of cultural identity” (1992), en Suart Hall;
David Held; y Tony Magrew (comps.), Modemity and its Futures
(Cambridge: Polity).
Halperin Donghi, Tulio (1969), Historia contemporánea de América Latina
(Madrid: Alianza, 1993).
Halperin Donghi, Tulio (1985), “Economy and society”, en Leslie Bethell
(comp.), The Cambridge History of Latín America, vol. III (Cambridge:
Cambridge University Press).
Hammergen, Linn elal (2005), América Latina lioy, vol. 30.
Hardy, Clarisa (2003), “Una nueva generación de reformas sociales en
América Latina”, en Rolando Cordera; Leonardo Lomelí; y Rosa Elena
Montes de Oca (comps.), La cuestión social■superación de la pobreza y
política social a 7 años de Copenhague (México: UNAM, IETD e
INDS).
Hartlyn.Jonathan (1994), “Democracy in Latín America since 1930”, en
Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History of Latín America, vol. VI,
Parte II (Cambridge: Cambridge University Press).
BIBLIOGRAFÍA 253

Harvey, David (1989), The Poslmodem Condición (Oxford: Blackwell).


Ed. cast.: Condición <lela posmodernidad (Buenos Aires: Amorrortu, 1998).
Hasenbalg, Carlos (1979), Disciiminafdo e desigualdades rociáis no Brasil
(Belo Horizonte: Editora UFMG, 2005).
Haussmann, Ricardo y Márquez, Gustavo (1986), “Venezuela: dubon
coté du choc pétrolier”, en RobertBoyer (comp.), CapitalismosJin de
siéck (París: Presses Universitaires de France).
Held, David (1995), Democraty and Che Global Order: From the Modem
State to Cosmopolitan Governance (Cambridge: Polity).
Hernández Romo, Marcela A. (2006), “Perspectiva sociológica de los
actores empresariales", en Enrique de la Garza Toledo (comp.),
Tratado latinoamericano de sociología (Rubí, Barcelona: Anthropos y
México: UAM).
Herz, Mónicay Hoffinan, Andréa Ribeiro (2004), Organizares
intemacionais. Historia e práticas (Río dejaneiro: Campus).
Hirschman, Albert O. (1965), Joumeys lowardProgress. Studies of
Economic Policy-Making in Latín America (Nueva York: Anchor
Books).
Hirst, Paul y Thompson, Grahatne (1999), Globalizalion in Question
(Cambridge: Polity, 2a ed.).
Hopenhayn, Martín (2001), “Viejas y nuevas formas de ciudadanía”,
Revista de la Cejial Review, n“ 73.
Honneth, Axel (1992), Kamjif um Anerf<ennimg.(Fráncfort del Meno:
Suhrkamp).
Honneth, Axel (2001), Leiclen an Unbeslimmtheit. Eine Reaktualisierung
der Hegelschen Rechtsphilosophie (Stuttgart: Phillip Reclam).
Ianni, Octávio (1975), A formar;áo do Estado populista na América Latina
(Río dejaneiro: Civilizaqáo Brasileira).
Ibarra, David (2005), Ensayos sobre economía mexicana (México: Fondo de
Cultura Económica).
Invemizzi, Noela (2006), “Disciplining the tvorkforce. Controlling workers
in the restructuring process”, Latín American Perspeclives, vol. 33.
Jessop, Bob (2002), TheFuture of the State (Cambridge: Polity Press).
Johnston.Josée y Laxers, Gordon (2003), “Solidarity in the age of
globalization: lessonsfrom the Zapatista struggle", Theory and Sociely,
vol. 32.
Jordana.Jacinty Levi-Faur, David (2005), “The diffusion ofregulatory
capitalism in Latin America: sectoral and national channels in the
making of a new order”, Annals ofAmerican Political e Social Sciences
Academy, n9598.
Jordana.Jacinty Levi-Faur, David (2006), “Totvards a Latin American
regulatory State? The diffusion of autonomous regulatory agencies
across countries and sectors”, InternationalJournal of Public
Administración, vol. 29.
254 LA m o d e r n id a d co ntem poránea

Jordana.Jacint; Levi-Faur, David; y Gilard, Fabrizio (2006), "Regulation


in the age of globalization: the diffusion of regulatory agencies across
Europe and Latin America”, IBEI WorhingPapers, 2006/1.
Julliard, Michel (2000), “Regimes d'accumulation", en Robert Boyer e
Yves Saillard (comps.), Théoiie de la régulalion. L'Etat des savoirs (París:
La Découverte).
Kahler, Miles (1992), “External adjustment, conditionality, and the politics
ofadjustment", en Stephan Haggard y Robert R. KaufFman (comps.), The
Polilirs of Economic Adjustment. International Constraints, Distributive
Conflicts, and the State (Princeton, NJ: Princeton Universitj' Press).
Katz,Jorge (2005), “Reformas estruturais orientadas para o mercado,
globalizagáo e transforma gao dos sistemas de inovagáo latino­
americanos”, en Ana Célia Castro; Antonio Licha; Helber Queiroz; y
Joáo Sabóia (comps.), Brasil em DesenvolvimenLo, vol. 1 (Ríodejaneiro:
Civilizagáo Brasileira).
Kaufman, Robert R. (1990), “How societies change developmental
models or keep them: reflections on the Latin American experience in
the 1930s and thePostwar World”, en Gaiy Gereffi y Donald L. Wyman
(comps.), Manufacluring Mirarles. Paths of Industrialization in Latin
America and EastAsia (Princeton: Princeton University Press).
Kaufman, Roben R. y Haggard, Stephan (1992), “Introduction:
institutions and economic adjustment", en Stephan Haggard y Robert
R. Kaufman (comps.) (1992), The Polilics of Economic Adjustment.
International Constraints, Distributive Conílicts, and the State
(Princeton, NJ: Princeton University Press).
Kay, Cristóbal (2002), “Agrarian reform and the neoliberal counter-
reform in Latin America", enjacquelyn Chase (comp.), 'The Spaces of
Neoliberalism. Land, Place and Family in Latin America (Bloomfield,
Connecticut: Kumarian).
Knóbl, Wolfgang (2001), Spielrüume derModemisierung. Das Ende der
Eindeutigkeit (Weilerwist: Velbrück).
Kosacoíf, Bernardo y Ramos, Adrián (2002), "Transfoi-maciones
estructurales de la producción industrial”, en Cambios contemporáneos en la
estructura industrial argentina (1975-2000) (Bemal: Universidad de
Quilmes).
Kurtz, MarcusJ. (2002), “Understanding the Third World Welfare State
after neoliberalism", Comparalive Polilics, vol. 24.
Laclau, Ernesto (1977), "Towards a theory of populism", en Polilics and
hleology in Marxisl Theory. Capitalism, Fascism, Populism (Londres: New
LeftBooks). Ed. casi.-. Política c ideología en la teoría rnarxisla. Capitalismo,
facismo, populismo (Madrid: Siglo XXI, 1986).
Lambert.Jacques (1963), Amérique Latine. Structures sociales et
institutions politiques (París: Presses Universitaires de France).
Landerretche, Oscar; César P. Ominami; y Mario Lanzarotti (2004), “El
desarrollo de Chile en la encrucijada: o cómo viejas controversias
impiden abordar nuevos problemas", Faro 21, n° 34.
BIBLIOGRAFÍA 255

Laserna, Roberto (2005), "Bolivia: la crisis de octubre y el fracaso del


ch’enko. Una visión desde la economía política", Anuario socialy
político de América Latina y el Caribe, vol. 7.
Lawyers Committeefor Human Rights (2000), Builclingin Quichsancl. The
Collapse of the World Bank'sjudicial Reform Project in Perú (Nueva
York y Washington: Lawyers Committee for Human Rights).
Laurel, Asa Cristina (comp.) (1992), Estado e políticas sociais no
neoliberalismo (San Pablo: Cortez 1995).
Lautier, Bruno (1995), "Citoyenneté etpolitiques d ’ajustement", en
Bérengére Marques-Pereira e Ilán Bizberg (comps.), La citoyenneté
sociale en Amérique latine (París: L'Harttman).
Lautier, Bruno (2004), “Les politiques sociales au Mexique etau Brésil:
l'assurance, l'assistance, l'absence", en Bruno Lautier y Jaime Marques
Pereira (comps.), Brésil, Mexique. Deux trajectories ilans la monilialisalion
(París: Karthala).
Lautier, Bruno (2006 07), "Les politiques sociales au Brasil durant le
gouvernement de Lula: aumóne d’Etat ou droits sociaux", Problémes
il'Amérique latine, n° 63.
Leal, Víctor Nunes (1948), Coronelismo, enxaila e voto (San Pablo: Alfa
Omega, 1976).
Le Bot, Yvon (1999), “Churches, sects and communities: social cohesión
recovered?", Bullelin of Latin American Sluilies, vol. 18.
Lechner, Norbert (2004), “Os desafios das mudanzas culturáis sob a
democracia", Novas esluclos CEBRAP, nQ68.
Lee, Naeyoung y Cason.JefFrey (1994), “Automobile commodity chains
in the NICs: a comparison ofSouth Korea, México, and Brazil", en
Gary Gereffi y Miguel Korzeniewicz (comps.), Commodity Chains and
Global Capilalism (Westport, CT: Praeger).
Lenin, Vladimir I. (1917), ímperialism, theHigherStage of Capilalism. A
Popular Outline, en Collecled Works, vol. 22 (Moscú: Progressive
Publishers, 1934). Ed. cast.: Imperialismo, fase superior del capitalismo
(Madrid: Fundamentos, 1974).
Long, Nonnany Roberts, Bryan (1994), “The agrarian structure ofl.atin
America", en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History of Latin
America, vol. VI, Parte I (Cambridge: Cambridge University Press.
Lipietz, Alain (1986), “Le kaléidoscope des 'Sud"’, en Robert Boyer
(comp.), Capitalismosfin tlesiecle (París: Presses Universitaires de
France).
Lipset, Martin S. (1967), “Valúes, Education, and Entrepreneurship", en
Seymor M. Lipset y Aldo Solari (comps.), Elites in Latin America
(NueváYork: Oxford University Press, 1967).
Lipset, Martin S. y Solari, Aldo (comps.) (1967), Elites in Latin America
(NueváYork: Oxford University Press).
Liados,José Mariay Guimaráes, Samuel Pinheiro (comps.) (1999),
Perspectivas Brasil y Argentina (Brasilia: IPRI).
256 LA MODERNIDAD CONTEMPORÁNEA

López-Ayllón, Sergio yFix-Fierro, Héctor (1999), “Legitimidad contra


legalidad. Los dilemtis de la transición jurídica y el Estado de derecho
en México”, Política y golnerno, vol. 3 (1999).
López-Ayllón, Sergio y Fix-Fierro, Héctor (2003), Farav’ay, so dosel’
The rule oflaw and legal change in México, 1970-2000”, en Rogelio
Pérez-Perdomo y Latvrence Friedman (comps.), Legal Culture in lite Age
of Globalhalion, Latin America and Latin Europe (Stahford: Stanford
Univeisity Press).
Lo Vuolo, Rubén (1998), “¿Una nueva oscuridad? Estado de bienestar,
crisis de integración social y democracia", en Rubén Lo Vuolo y
Alberto Barbeito (1998), La nueva oscuridad. Del estado populista al
neoconservádor (Buenos Aires: Miño y Dávila).
Lukács, Gyorg (1923), Geschickle und Klassenbewusstsein (Berlín: Hennan
Luchterhand, 1977). Ed. cast.: Historia y conciencia de clase (Madrid:
Grijalbo, 1978).
Macaulay, Fiona (2005), “Democratización y poderjudicial: agendas de
reforma en competencia”, América Latina hoy, vol. 39.
Makoto, Sano y Di Martillo, Alberto (2003), “Tres casos de ‘japonización’
de la relación de empleo en Argentina”, Revísta déla Cepal ns 80.
MaífeSoli, Michel (1992), Lelemp des tribus. LeDéclin du individualisme
dans les sociélés de másse (Patís: Grásset).
Maimvaring, Scotty Thin'ioty R. Scully (comps.) (1995), Building
Democratic Inslilulions (Stanford, CA: Stanford University Press).
Mandel.Ernest (1972), Late Cajñtalism (Londres: NewLeftBooks, 1975).
Maneiro, María (2006), “Os mon'mentossociais 11a América Latina. Urna
peispectiva a partir das relagóes do Estado com asociedade civil”, en
José Mauricio Dónliiigues y María Maneiro (comps.), Améñca Latina
boje, Conceitos e interpretacóes (Río dejaneiro: Civilizacáo Biasileira).
Maneiro, Mana (2007), Encuentros y deseiicuenlros. Estado y movimientos
de trabajadores desocupados del Gran Buenos Aires (1996-2005), Tese
de Dóiitorado, IUPERJ, 2007.
Mann, Michael (1993), The Sources ófSocial Power, vol. 2. ThéRiseof Classes
andNalion-Slales, iyÉO-ipyy (Cambridge: Cambridge University
Press).
Man'n, Michael (2004), “A crise do Estado-nacáo latino-americano", enjosé
Mauricio Dortiingues y Malla Maneiro (conipS.), América Latina hoye.
Conceitos e interpretacóes (Río dejaneiro: Civilizacáo Brásileha, 2006).
Mantiheirti, Karl (1925), "Conservativé Thought", eil Éssays on Sociology
and Social Psychology (Londres: Roútledge & Regan Paúl, 1953).
Mailnhei m, Iíarl (1'928)> “The probíen» óf generad óhs\ en Essays on lite
Sociology ■ofRívotdedge (Londres: Roútledge & Kegan Paúl, 1952).
Margúlis, Mario y thresti, Marcelo (1995), “Buenos Aíres y losjóvenes:
las tribus Urbanas”, Estudios SóáijtágiCóS, vol. 46,
Mariscal,Juditli (2904), ’TelecommünicationS reform in México froni a
coinpálative perspectivé”, Latin American PolilieS and Sóciety, Vol. 46.
BIBLIOGRAFÍA 257

Markwald, Ricardo (2001), "O impacto da abertura comercial sobre a


industria brasileira”, en Joño Paulo dos Reis Velloso (comp.) (2001),
Como vao o desenvolvhnento e a democracia no Brasil (Río de Janeiro:José
Olympio).
Marques-Pereira, Bérengére y Bizberg, Ilán (comps.) (1995), La
ciloyemrelésacíale enAméritjue latine (París: L'Harttman).
Marques-Pereira,Jaime y Therét, Bruno (2003), “Regime politiques,
médiation sociales et trajectoires économiques. Á propos de la
bifurcation des économies brésilienne et mexicaine depuis les années
1970”, en Bruno Lautier yjaim e Marques-Pereira (comps.) (2004),
BresiL, Mexitpxe. Deux trajectories dans la mondiaíisat'ion (París:
Karthala).
Marsliall, T. H. (1950), “Citizenship and social class", en Class, Citizenship
and Social Development (Garden City, NY: Double'Day & Co, 1964).
Martín-Barbero,Jesús (2001), Al sur de la modernidad. Comunicación,
globalizacióny multiculturalidad (Pittsburgh, PA: Instituto
Internacional de Literatura - Pittsburgh University).
Martín-Barbero, José (2004), “Projetos de tnodernidade na América
Latina”, en José Mauricio Domingues y Marta Maneiro (comps.),
América Latina boje. Conceitos e interpretacóes (Río dejaneiro:
Civilizacáo Brasileira, 2006).
Marx, Karl (1847a), Zurjudenfrage, en Marx &: Engels, Werlte, vol. 1
(Berlín: Dietz, 1956). Ed. cast.: La cuestiónjudia (Madrid: Santillana,
1997).
Marx, Karl (1847b), Misére de la Philosophie, en Oeüvres, vol. 1 (Patas:
Gallimard, 1963). Ed. cast.: Miseria de lafilesojia (Madrid: Aguilar, 1973).
Marx, Karl (1852), Der ISte Bruñíame Luis Pomparles, en Marx & Engels,
Werite, vol. 8 (Berlín: Dietz, 1960). Ed. cast.: E l decimoctavo bnimario de
Luis Bonaparte (Buenos Aires: Alianza, 2003).
Man:, Karl (1867,1885, 1894), DasKapilal libros I, II (Berlín: Dietz,
1965), en Mega ÍI-5; y III, en Marx & Engels, Werhe, vol. 37 (Berlín:
Dietz, 1967). Ed. cast.: Elcajnlal (Buenos Aires: Siglo XXI, 2002-2006).
Marx, Karl y Engels, Friedrich (1845), Die deutsche Icleologie, en Marx &
Engels, Werhe, vol. 4 (Berlín: Dietz, 1939). Ed. cast.: La ideología alemana
(Buenos Aires: Nuestra América, 2004).
Maix, Karl y Engels, Friedrich (1848), “Mauifesc der komtnunistischen
Partei", en Marx & Engels, Werhe, vol. 4 (Berlín: Dietz, 1939).
Ed. cast.: Manifiesto del Partido Comunista (Buenos Aires: Anteo, 1974),
Massiéu Trigo, Yolanda el al. (2000), “Consecuencias de la
biotecnología eri México: el caso de los cultivos transgénicos ,
Sociológica, año 15, n* 43.
Mattos, Carlos A. de (1987), “Estado, procesos de decisión y planificación
én América Latina", Revista de la Copal n* 31,
Medina Echevarría, José (1964), Consideraciones sociológicas sobre el
desarrollo económico de América Latina (Buenos Aires: Solar y Hachette).
258 L A M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Meló, Alberto (2001), “The innovation systems of Latín America and the
Caribbean", Working Paper, ns640, Interamerican Development Bank,
Research Department.
Meló, MarcusAndré (1999), “Estado, govemo e políticas públicas", en
Sérgio Miceli (comp.), O que lerna ciencia social brasileña (1970-1995).
Ciencia política, vol. III (San Pablo: Sumaré e Anpocs).
Melucci, Alberto (1996), Challenging Codes. Collective Action in the
Information Age (Cambridge: Cambridge University Press).
Méndez,Juan; O'Donnell, Guillermo; y Pinheiro, Paulo Sérgio
(comps.) (1997), La (inefectividad da ley y la exclusión en América
Latina (Buenos Aires: Paidós, 2003).
Merñck, Thomas W. (1994), “The population of Latín America, 1930-
1990", en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History of Lalin America,
vol. 6, parte 2 (Cambridge: Cambridge University Press).
M entirían, John Henry (1985), The Civil Lato Tradition. An Introduction
to the Legal Systems of Western Europe and Latín America (Stanford:
Stanford University Press, 2J ed.).
Michels, Robert (1915), PolilicalParlies (Nueva York: Dover, 1959).
Mignolo, Walter D. (2000), Local Histories/Global Designs. Coloniality,
Subaltern Knowledges and Border Thinking (Princeton: Princeton
University Press). Ed. cast.: Historias locales, diseños globales. Colanialidad,
conocimientos subalternos y pensamientosfronterizos (Madrid: Crítica, 1978).
Mignolo, Walter D. (2005), The Idea of Lalin America (Oxford: Blackwell).
Ed. cast.: La idea de América Latina (Barcelona: Gedisa, 2007).
Millán, René (1995), “Cultura de la justicia y cultura política", Revista
mexicana de sociología, vol. 2.
Millán Valenzuela, Henio (2001), “Política social y fundamentos del
combate a la pobreza extrema en México", Economía, Sociedady
Territorio, vol. 3, n5 9.
Minella, Ary (2002), “Globalizagáo financeira e as associagóes de bancos
na Améiica Latina”, Cariemos de pesquisa PPGSP/UFSC, n5 30.
Miravalles, Martina; NovickMarta; y Senén González, Cecilia (1997),
“Vinculaciones interfirmas y competencias laborales en la Argentina.
Los casos de la industria automotriz y de las telecomunicaciones", en
Marta Novicky María A. Gallart (comps.), Competitividad, redes
productivas y competencias laborales (Montevideo: OIT/CINTRFOR-RE).
Moguillansky, Graciela; Studart, Rogerio; y Vergara, Sebastián (2004),
“Comportamiento paradójico de labancaextranjera en América
Latina", Revista de la CEPAL, n. 82.
Mommer, Bernard (2002), “Petróleo subversivo”, en Steve Ellnery
Daniel Hellinger (comps.), La polilica venezolana en la época de Chávez
(Caracas: Nueva Sociedad).
Monasterios, Karin; Stefanoni Pablo; y do Alto, Hervé (comps.) (2007),
Reinventando la nación en Bolivia. Movimientos sociales, Estado y
poscolonialidad (La Paz: CLACSO y Plural).
BIBLIOGRAFÍA 259

Moreno, Héctor (2006), "Riqueza y niveles de vida de los hogares en


México", Comercio Exterior-Revista de análisis económico y social,
vol. 56.
Morse, Richard (1982), El esjxjo de Próspero (México: Siglo XXI).
Nailini.José Renato (1995), ‘Judicial reform in Brazil”, en Judicial Reform
in Lalin America and the Caribeean. Proceedings of a World Bank
Conference (Washington: The World Bank).
Naím, Moisés (1994), “Latín America: the second stage of reform",
Journal o/Democracy, vol. 5.
Nelson, Benjamín (1977), Der Urjirung der Modenie. Vergleichende
Studien zum Zivilisationsprozess (Fráncfort del Meno: Suhrkamp).
Nickson, Andrew y Lamben, Peter (2002), “State refonn and the
‘privatized State' in Paraguay", Public Adminislralion and Development,
vol. 22.
Nobre, Marcos el al (2002), Desenvolvimenlo Sustentável: a
institucionalizagáo de um conceito (Brasilia y San Pablo: IBAMAy
CEBRAP).
Alómadas (2005), ns 23.
Novick, Mana (2000), “La transformación de la organización del
trabajo", en Enrique de la Garza Toledo (comp.), Tratado
latinoamericano de sociología del trabajo (México: El Colegio de México,
FIACSO, UAM y Fondo de Cultura Económica).
Novick, Marta y Gallan, María A. (comps.) (1997), Competitiuidad, redes
productivasy competencias laborales (Montevideo: OIT/CINTRFOR-RE).
Nun, José (1969), “La teoría de la masa marginal (Superpoblación
relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal", en
Marginalidad y exclusión social (Buenos Aires y México: Fondo de
Cultura Económica).
Nun,José (1971), “La respuesta a la crítica (Marginalidad y otras
cuestiones)", en Marginalidad y exclusión social (Buenos Aires y México:
Fondo de Cultura Económica).
Nun, José (1999), “El futuro del empleo yla tesis de la masa marginal",
en Marginalidady exclusión social (Buenos Aires y México: Fondo de
Cultura Económica). También en José Mauricio Domingues y María
Maneiro (comps.), América Latina boje. Conceitos e interpretagóes (Río
de Janeiro: Civilizagáo Brasileira, 2006).
O’Donnell, Guillermo (1988), Bureaucratic Aulhorilarianism. Argentina,
1966-1973 in Comparative Perspective (Berkeley y Los Angeles:
University of California Press).
O'Donnell, Guillermo (1994), “Delegative democracy", Journal of
Democracy, vol. 5.
O'Donnell, Guillermo (1996), “Illusions about consolidation",/ou>7iííí of
Democracy, vol. 7.
O' Donnell, Guillermo, (2004a), “Notas sobre la democracia en América
Latina”, en Guillermo O 'Donnell el ai. La democracia en América Latina.
260 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas. El debate


conceptual sobre la democracia (PNUD).
O’Donnell, Guillermo, (2004b), "Acerca del Estado en América Latina
contemporánea: diez tesis para discusión", en Guillermo O’Donnell el
al, La democracia enAvtéríca Latina. Hacia urna democracia de ciudadanas
y ciudadanos. Contribuciones para el debate (PNUD).
O’Donnell, Guillermo; Schmitter, Philippe C.;y Whitehead, Laurence
(cornps.) (1986), Transilions/rom Aulhorílnrian Rule (Baltimore: The
Johns Hopkins University Press).
O’Donnell el ai (2003), Cruzadandofronteras en América Latina
(Ámsterdam: CEDLA)
Offe, Claus (1985), "The attribution of public status to interest groups”,
en Disorganised Capilalism. Contemporary Transfonnations ofWork and
Politics (Cambridge: Polity).
O Globo (05/10/2003), "Arbitragem: confusáocom ajustiqa”.
Oliveira, Francisco de (1977), "Padróes de acumulafáo, oligopólios e
Estado no Brasil (1950-1976)”, en A economía da dependencia imperfeila
(Río dejaneiro: Graal).
Oliveira, Orlandina de y Roberts, Bryan (1994), "Urban growth and the
social structure in Latin America, 1930-1990", en Leslie Bethell
(comp.), The Cambridge Hislory of Latin America, vol. IV (Cambridge:
Cambridge University Press).
Olvera, AlbertoJ. (2002), “Sociedade civil e governabilidade no México”,
en Evelina Dagnino (comp.), Sociedade civil e espatos públicos no Brasil
(San Pablo: Paz e Terra).
Ominami, Carlos (1986), "Chili: échec du monetarisme périphérique”,
en Robert Boyer (comp.) (1986), Capilalismesjin de siecle (París: Presses
Universitaires de France).
Ornelas Delgado, Jaime (2006), “La política de combate a la pobreza en
México, 1982-2005"¡Papeles de Población, n5 47.
Ortiz, Renato (1988), A moderna tradifüo brasileira (San Pablo:
Brasiliense).
Ortiz, Renato (2000), "From incomplete modernity to world modernity”,
Daedalus, vol. 129.
Ozlak, Oscar (2003), "El mito del Estado mínimo: una década de
reforma estatal en la Argentina”, Desarrollo Económico, n° 168, vol. 42.
Oxhom, Philip (2001), "Desigualdad social, sociedad civil y los límites de
la ciudadanía en América Latina”, Economía, Sociedady Territorio, vol. 3,
n5 9.
Palacio, Germán (2000), “Pluralismojurídico, neoamericanismo y
postfordismo: notas para descifrar la naturaleza de los cambios
jurídicos de fines de siglo”, CríticaJurídica, vol. 17.
Panigo, Demian y Torija-Zane, Edgardo (2004), "Une approche
regulationiste des crisis de l'économie argentine: 1930-2002”, Documenl
de travailn* 2004-07, CEPREMAP (http://www.cepremap.cnrs.fr).
B IB L I O G R A F Í A 2 6 1

Parsons, Talcott (1964), "Evolutionary universals in society”, en


Sociological Theory and Modera Socicly (Nueva York: Free Press, 1967).
Parsons, Talcott (1971), The System of Modera Socicly (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice Hall).
Pasara, Luis (2003), “justicia, régimen político y sociedad en América
Latina”, Polilicay Gobierno, vol. 10.
Pastorjr., Manuel y YVise, Carol (1999), "The politics ofsecond
generation r e f o r m Journal of Demoeracy, vol. 10.
Peña, Guillermo de la (1994), "Rural mobilizations in Latin America
since c. 1920”, en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History ofLalin
America, vol. IV (Cambridge: Cambridge University Press).
Pengue, Walter A. (2005), Agricidlura industrial y transnacionalización en
América Latina (México: UACMy PNUMA).
Pereira, Luiz Carlos Bresser y Spinx, Peter (comps.) (1999), Rcfonning thc
State. Managerial Public Administration (Boulder, CO: Lynne Rinner).
Pajiles latinoamericanos, n 519 (2001).
Pérez-Perdomo, Rogelio y Fiiedman, Lawience (2003), "Latin legal cultures
in the age of globalization”, en Rogelio Pérez-Perdomo y Lawrence
Friedman (comps.), Legal Culture in thcAge of Globalization. Latin America
and Latin Europe (Stanford: Stanford University Press).
Peruzzotti, Enrique (1999), "Modernization andjuridification in Latin
America: A reassessment of the Latin American developmental
path”, Thesis Eleven, vol. 58.
Pierruci, Flávio (1998), "Secularizadlo em Max Weber. Da
contemporánea serventía de voltarmos a acessar aquele velho
conceito”, Revista Brasileira de Ciencias Sociais, n° 37.
Pieterse.Jan Nederveen (2004), Globalization Gf Culture (Laham,
Maryland: Rowman &: Littlefield).
Pinto, Aníbal (1976), "Heterogeneidade e padráo de desenvolvimento
recente", en José Serra (comp.) (1976), América Latina. Ensaios de
interpretadlo económica (Río dejaneiro: Paz e Terra).
Pinto, Celiajardim (2004), "Ciudadanía y democracia: los aportes de una
perspectiva de género", en Guillermo O’Donnell el ai, La democracia en
América Latina. Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas. El
debate conceptual sobre la democracia (PNUD).
Pochmann, Marcio el ai (2004), Atlas da exclusáo social no Brasil, vol. 3. Os
ricos no Brasil (San Pablo: Cortez).
Pogrebinschi, Thamy (2004), "Law and society in Latin America:
Brazil, Argentina and México in a comparative perspective", 24th
Annual ILASSA Conference on Latin America, Universidad de
Texas, Austin.
Polanyi, Karl (1944), The Grcal Transfonnalion (Boston: Beacon, 1975).
Ed. cast.: La gran transformación (Buenos Aires: FCE, 2007).
Política, nfl 42 (2004).
262 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Portantiero.Juan Carlos (1989), “La múltiple transformación del Estado


latinoamericano", Nueva Sociedad, n° 104.
Portes, Alejandro (1985), “Latín American classstructures: Their
composition and change during the last decades", Latín American
Research Review, vol. 20.
Portes, Alejandro y Hoffman, Kelly (2003), “Latín American class
structures. Their composition and change during the neoliberal era",
Latín American Research Review, vol. 38.
Portes, Alejandro; Castells, Manuel; y Benton, Lauren A. (1989a),
“Conclusión: the policy implications of informality", en Portes, A.;
Castells, M.; y Benton, L. A. (comps.) (1989), The Informal Economy.
Studies in Advanced and Less Developed Countries (Baltimore y
Londres: T hejohn Hopkins University Press).
Portes, Alejandro; Castells, Manuel; y Benton, Lauren A. (comps.)
(1989b), The Informal Economy. Studies in Advanced and Less
Developed Countries (Baltimore y Londres: T hejohn Hopkins
University Press).
Poulantzas, Nicos (1968), Pcuvoirpolitiijue et classes sociales (París:
Maspero, 1975). Ed. cast.: Poder político y clases sociales en el Estado
capitalista (Madrid: Siglo XXI, 1978).
Poulantzas, Nicos (1978), L'Elal, lepouvoir, le socialisme (París: Presses
Universitaires de France). Ed. cast .-.Estado, podery socialismo (Madrid:
Siglo XXI, 1980).
Prebisch, Raúl (1962), “O desenvolvimento económico da América
Latina e alguns de seus principáis problemas", en Ricardo Bielschowsly
(comp.) (2000), Cim¡üenla anosdepensamenlo na CEPAL, vol. 1 (Río de
Janeiro: Record, Cepal e Cofecon).
Quenan, Carlos (1997), “Peut-on parler d’économies émergentes en
Amérique latine?", en Georges Coufíignal (comp.), Amérique latine,
lovmanl desiicle (París: La Découverte).
Quijano, Aníbal (1989), “Coloniality and modernity/rationality",
Cultural Studies, vol. 21 (2007).
Quijano, Aníbal (1993), “Colonialidad del poder, eurocentrismo y
América Latina", en Edgardo Lander (comp.), La colonialidad del saber:
eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas
(Buenos Aires: CLACSO).
Quijano, Aníbal (1998), La economía populary sus caminos en América
Latina (Mosca Azul, Lima).
Quijano, Aníbal (2000), "Colonialidad del poder y clasificación social",
Journal ofWorld-Syslems Research (Special Issue. Festschriftforlmmanuel
Wallerstein, part I), vol. XI.
Quilodran, Julieta (2003), “La familia, referentes en transición", Papeles
de Población, n8 37.
QuirozTrejo.José Othón (2004), "Sindicalismo, núcleos de agregación
obrera y corporativismo en México: inercias, cambios y reacomodos",
Cotidiano, vol. 128.
BIB LIOGR AFÍA 2 6 3

Rama Ángel (1984), La duclacl letrada (Montevideo: Ediciones del Norte).


Rama, Claudio (2003), Economía de las industrias culturales en la
globalización digital (Buenos Aires: Eudeba).
Ramalho, José Ricardo (2005), "Novas conjunturas industriáis e
participacáo era estratégias locáis de desenvolvimento”, en José
Ricardo Ramalho)' Marco Aurélio Santana (comps.), Trabalho e
desenvolvimento regional. Efeitossociaisda industria automobilística no
Brasil (Río dejaneiro: Mauad).
Ramalho,José Ricardo y Santana, Marco Aurélio (comps.) (2006),
Trabalho e desenvolvimento regional. Efeitos sociais da industria
automobilística no Brasil (Río dejaneiro: Mauad).
Restrepo, Darío I. (2002), "Luchas por el control territorial en
Colombia", Economía, Sociedady Territorio, vol. 3.
Reigadas, Cristina (2000), “Modernización e identidad en el
pensamiento argentino contemporáneo: revisando el argumento de la
inferioridad", Revista Latinoamericana de Filosojíay Ciencias Sociales,
segunda época, año XXV, n2 22.
Resende, Marco Flávio C. y Anderson, Patricia (1999), "Mudanzas
estruturais na industria brasileira de bens de capital", Textos para
Discussüo, n5 658 (Brasilia: IPEA).
Revista del CLAD, varios números.
Rey, Germán (2006), “Asituacáo dojornalismo na América Latina",
Observatorio da imprensa, 16/05/2006
(http://observatorio.ultimosegundo.ig.com.br).
RICifT (2005), El estado déla ciencia 2004 (Buenos Aires: RICYT),
(http://www.ricyt.edu.ar).
Robertson, Roland (1992), Globalizalion. Social Theoty and Global Culture
(Londres: Sage).
Robertson, Roland; Lash, Scott; y Featherstone, Mike (comps.) (1995),
GlobalModeniities (Londres: Sage).
Rocha, Geisa María (2002), “Neo-Dependency in Brazil", NcwLefl Review,
n° 16.
Rodríguez Garavito, César A.; Barret, Patrik S.; y Chavez, Daniel (comps.)
(2005), La nueva izquierda en América Latina. Sus orígenes y trayectoria
futura (Bogotá: Norma).
Rodríguez Garavito, César (2006), “Globalización, reforma judicial y
Estado de derecho en Colombia y América Latina: el regreso de los
programas de derecho y desarrollo", en Rodrigo Uprimny; César
Rodríguez Garavito; y Mauricio García Villegas (comps.), ¿Justicia para
lodos? Sistemajudicial, derechos sociales y democracia en Colombia
(Bogotá: Norma).
Rodríguez Vignoli, Jorge A. (2004), “¿Cohabitación en América Latina:
modernidad, exclusión o diversidad?", Papeles de Pobladón, n5 40.
Romero,José Luis (1976), Latinoamérica. La ciudad y las ideas (Buenos
Aires: Siglo XXI, 2004).
264 LA M OD ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Roxborough, Ian (1994), “The urban working dass and labour


movement since 1930", en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge
Hislmy of Lalin America, vol. IV (Cambridge: Cambridge University
Press).
Salas, Minor Mora y Pérez Sáinz,Juan Pablo (2006), “De la
vulnerabilidad social al riesgo de empobrecimiento de los sectores
medios: un giro conceptual y metodológico", Estudios Sociológicos,
vol. 24, n s 70.
Saldaña-Portillo.Josephina (2001), “Who's the Indian ¡n Aztián? Re-
writing mestizaje, indianism, and chicanismo from the Lan.cadón", en
Ileana Rodríguez (comp.), The Lalin American Suballem Sludies Reader
(Durham y Londres: Duke University Press).
Salluinji'., Brasílio (2003), “Crise éconoinique et changeinent politique
au Brésil et au Méxique: une critique de l'analyse comparative des
héritages institutionnels", en Bruno Lautieryjaime Marques-Pereira
(comps.), Bresil, Méxique. Deux trajectories dans la mondialisation
(París: Karthala).
Salmerón Castro, Fernando I. (2002), “Modernidad y prácticas políticas:
democracia, eslabonamientos y mediaciones en la sociedad civil",
Revista Mexicana de Sociología, vol. 1.
Sanjinés C.Javeir (2001), “Outside ¡n and inside out: Visualizing society
¡n Bolivia", en Ileana Rodríguez (comp.), The Lalin American Suballem
Sludies Reader (Durham y Londres: Duke University Press).
Sansone, Livio (2003), Blackness wilhoul Elhnicily. Constructing Race ¡n
Brazil (Londres y Nueva York: Palgrave Macmillan).
Sant’Anna,Julia (2007), “Governos de esquerda e o gasto social na
América Latina", Observador on-line, vol. 2. na 2 (2007)
(www.opsa.iupeij.br).
Santos, José AlcidesF. (2002), Eslrulura deposites de classe no Brasil.
Mapeamento, mudangas e efeito na renda (Belo Horizonte: Editora
UFMG).
Santos, Milton y Silveira, Maria Laura (2004), O Brasil, territorio e
sociedades no inicio do sáculo XXI (Ríodejaneiro: Civilizagáo
Brasileña).
Santos, Wanderley Guilherme dos (1988), Paradoxos do liberalismo: teoria
e historia (Río dejaneiro: IUPEiy y San Pablo: Vértice).
Saraceno, Chiara (1976), Anatomía dellafamiglia (Bari: De Donato).
Saxe-Fernández,John y Thwaites Re)', Mabel (2004), “La
desnacionalización integral de México”, en James Petras y Henry
Veltmeyer (comps.), Las privatizaciones y la desnacionalización de América
Latina (Buenos Aires: Prometeo).
Schmitter, Philippe C. (1974), “Still the century of corporatism?", Reviera
ofPolilicalSludies, vol. 36.
Schneider, Ben Ross (2004), Business Polilics and the State in Twenlielh
Century Lalin America (Cambridge: Cambridge University Press).
B IB L I O G R A F Í A 2 6 5

Schneider, Ben Ross y Heredia, Blanca (comps.) (2003), Reinvenling the


Levialhan. The Politics of Administrative Reform in Developing
Countries (Miami: North-South Center Press at the University of
Miatni).
Scott, RobertE. (1967), “Political elites and political modernization: the
crisis of transition", en Martin S. Lipset y Aldo Solari (comps.), Elites in
Lalin America (Nueva York: Oxford University Press).
S errajosé (comp.) (1976), América Latina. Ensaios de interpretagáo
económica (Río dejaneiro: Paz e Terra).
Shihata, Ibrahitn E I. (1995a), “Legal fratnework for developinent: The
World Bank's role in legal andjudicial reform", en Judicial Reform in
Lalin America and the Caribeean. Proceedings of a World Bank
Conference (Washington, DC: The World Bank).
Shihata, Ibrahim F. I. (1995b), “Judicial reform in developing countries
and the role of the World Bank”, en Judicial Reform in Lalin America and
the Caribeean. Proceedings of a World Bank Conference (Washington,
DC: The World Bank).
Shihata, Ibrahim F. I. (1998), “The World Bank", en E.Jarquín y F.
Carrillo (comps.), juslice Delayed:Judicial Refonn in Latín America
(Washington, DC: Inter-American Bank of Development).
Silveira, Maria Laura da (comp.) (2005), Continente em chamas.
Globalizagáo e territorio na América Latina (Río dejaneiro:
Civilizagáo Brasileira).
Sinclair, John (1999), Lalin American Televisión. ÁGlobalView (Oxford:
Oxford University Press).
Soares, Glaucio A. Dillon (2001), A democracia interrompida (Río de
Janeiro: FGV Editora).
Sojo, Carlos (2002), “La idea de ciudadanía en el debate
latinoamericano", Revista de la Cepal, n° 76.
Soij, Bernardo (2005), “Civil societies North-South relations: NGOs
and/beyond dependency", The Edelslein Centerfor Social Research,
Working Paper, na 1.
Sousa Santos, Boaventurade (1995), Toward a New Common Sense (Nueva
York: Routledge).
Sousa Santos, Boaventura de (1995b), Pela máo dcAlicc. O social e o
político na pós-modernidade (San Pablo: Cortez).
Sousa Santos, Boaventura de (2005), O Pónan Social Mundial: manual de
uso (San Pablo: Cortez). Ed. cast.: Foro Social Mundial. Manual de uso
(Madrid: Icaria, 2005).
Spaldingjr., Hobart (1987), Otganized Labor in Lalin America (Nueva York:
Harper & Row).
Spinx, Peter (1999), “Possibilities and political imperatives: seventy years
of administrative refonn in Latín America”, en Luiz Carlos Bresser
Pereira y Peter Spinx (comps.), Reforming the State. Managerial Public
Administration (Boulder, CO: Lynne Rinner).
266 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

Sproll, Martina (2003), "Las redes transnacionales de producción.


América Latina, Asia y Europa del Este en la manufactura por
contracto en la industria electrónica", Memoria, n* 176.
Stallings, Barbara (1992), “International influence on economic policy:
Debt, stabilization, and structural refonn", en Stephan Haggard y
RobertR. KaufFman (comps.), The Polilics ofEconomic Arljustmenl.
International Constraints, Distributive Conflicts, and the State
(Pvinceton, NJ: Princeton University Press).
Stavenhagen, Rodolfo (1965), “Classes, colonialism and acculturation",
Sludies in Comjjaralive International Developrnem, vol. 1.
Sternbach, Nancy Saporta; Navarro-Aranguren, Narysa; Chuchryk,
Patricia; y Álvarez, Sonia E. (1992), “Feminisms in Latin America: from
Bogotá to San Bernardo", en Arturo Escobar y Sonia E. Alvarez
(comps.), TheMakingofSocialMovemenlsin Latin America. Identity,
Strntegy, and Democracy (Boulder, CO: Westview).
Strange, Susan (1996), The Reinal of ihe State. The DifFusion of Power in
the World Economy (Cambridge: Cambridge Universitp Press).
Strydom, Piet (2000), Discourse and Knowle/lge. The Making of
Enlightenment Sociology (Liverpool: Liverpool University Press).
Sunshine, FabioGrobart (2002), “Situación actual en América Latina
respecto de la innovación y la competitividad”, V Encuentro
Latinoamericano de estudios prospectivos, Guadalajara, México.
Svampa, Maristella (2005), La sociedad excluyeme. La Argentina bajo el
signo del neoliberalismo (Buenos Aires: Taurus).
Svampa, Maristella (comp.) (2000), Desde abajo: la transformación de las
identidades sociales (Buenos Aires: Bibtos).
Svampa, Maristella y Pereyra, Sebastián (2003), Enlmlarutay el barrio
(Buenos Aires: Biblos).
Talha, Larbi (2000), “Théorie de la régulation et développement”, en
Robert Boyer e Yves Saillard (comps.), Théorie tlela régulation. L’Etat
des savoirs (París: La Découverte).
Tamez González, Silvia y Moreno Salazar, Pedro (2000), “Seguridad
social en América Latina”, en Enrique de la Garza Toledo (comp.),
Tratado latinoamericano (le sociología del trabajo (México: El Colegio de
México, FLACSO, UAM y Fondo de Cultura Económica).
Tapia, Luis (2002), La condición nmllisocielal. Mulliculluralidad, pluralismo,
modernidad (La Paz: Muela del Diablo).
Tarrow, Sidney (1994), Power in Movenwnt. Social Movements, Collective
Action and Politics (Cambridge: Cambridge University Press).
Tavares, Maria da Conceicáo y Serra.José (1976), “Além da estagna?áo.
Urna discussao sobre o estilo de desenvolvimento recente do Brasil”,
en José Serra (comp.), AméricaLalina. Ensaios de i nterpretafáo
económica (Río dejaneiro: Paz e Terra).
Teubner, Gunther (1992), “La coupole invisible: de l’attribution caúsale
á la l’attribution collective de la responsabilité ecologique”, en Droil el
B IB L IO G R A F ÍA 2 6 7

rejlexivilé. L’Auto-reference dans l’organisation (París: L.G.D.J y


Bruyant, 1996).
Therborn, Góran (2004), Belween Scx aml Power. Family in the 'World
(Londres y Nueva York: Routledge).
Thorn, Kristian (2005), "Ciencia, tecnología e innovación en Argentina.
Un perfil sobre temas y prácticas", World Bank Document, Latin
American and Caribean Región
(www.si tesources.worldban k.org/in targentinaspanish/).
Thorp, Rosemary (1986), “Latin America and the international economy
from the First World War to the World Depression", en Leslie Bethell
(comp.), The Cambridge Hislory of Latín America, vol. IV (Cambridge:
Cambridge University Press).
Torre García, Rodolfo de la (2006), “Los ricos en México”, Comercio
Exterior - Revista de análisis económico y social, vol. 56.
Torres, Pablo (2002), Votos, chapas yfideos. Clientclismo y ayuda social (La
Plata: De la Campana).
Touraine, Alain (1988), La Parole el la sangre (París: Odilejacob, 1988).
Trejo, Guillermo (2000), “Etinicidade e mobiliza?áo social. Urna revisáo
teórica com aplicagóes á ’quarta onda’ de mobilizagóes indígenas na
América Latina", enjosé Mauricio Domingues y María Maneiro
(comps.), América Latina hoje. Conceitos e interpretacoes (Río de
Janeiro: Civilizagáo Brasileira, 2006).
Trotsky, León (1932-33), Hislory of lite Russian Revolulion, vol. 1
(Londres: Sphere Books, 1967). Ed. cast.: Historia de la revolución
rusa (Buenos Aires: Antídoto, 2006).
Uggla, Fredrik (2004), "The Ombudsman in Latin America”,Journal of
Latin American Sluilies, vol. 36.
Ungar, Mark (2004), “The defensoría del pueblo”, enJo-Marie Burty
Philip Mauceri (comps.), Politics in iheAniles. Identity, Conflict, Reform
(Pittsburgh: Pittsburgh University Press).
Uprimny, Rodrigo; Rodríguez Garavito, César; y García Villegas,
Mauricio (2006a), “Introducción. Una nueva aproximación al
debate sobre la justicia, los derechos sociales y la democracia en
Colombia”, en Rodrigo Uprimny; César Rodríguez Garavito; y
Mauricio García Villegas (comps.), ¿Justicia para tofos? Sistema
judicial, derechos sociales y democracia en Colombia (Bogotá:
Norma).
Uprimny, Rodrigo; Rodríguez Garavito, César; y García Villegas,
Mauricio (2006b), “Las cifras de lajusticia”, en Rodrigo Uprimny;
César Rodríguez Garavito; y Mauricio García Villegas (comps.),
¿Justicia para lodos? Sistema judicial, derechos sociales y democracia en
Colombia (Bogotá: Norma).
Uprimny, Rodrigo; Rodríguez Garavito; César; y García Villegas,
Mauricio (2006c), "Justicia para todos o seguridad para el mercado?
El neoliberalismo y la reforma judicial en Colombia”, en Rodrigo
Uprimny; César Rodríguez Garavito; y Mauricio García Villegas
68 LA M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A

. (comps.), ¿Justicia para todos? Sistema judicial, derechos sociales y


democracia en Colombia (Bogotá: Norma).
Urteaga Castro-Poío, Maritza y Feixo Pámpolis, Carlos (2006), "De
jóvenes, músicas y las dificultades de integrarse", en Néstor García
Canclini (coinps.), La antropología urbana en México (México: Siglo
XXI).
Vaitsinan.Jeni (1997), “Pluralidade de mundos entre mulheres urbanas
de baixa renda", Esludos Feministas, vol. 5.
Valenzuela Arce, José Manuel (comp.) (2003), Los estudios culturales en
México (México: Conaculta y Fondo de Cultura Económica).
Vásquez, ManuelA. y Williams, PhilipJ. (2005), "Introduction. The
power of religious identities in the Americas", Lalin American
Perspectives, vol. 32.
Vianna, Luiz Werneck (1997), “Caminhos e descaminhos da revolugáo
passiva á brasileira", en A revolugüo passiva. Iberismo e ameñcanismo
no Brasil (Río dejaneiro: Revan).
Vianna, Luiz Werneck el al (1997), Corpa e alma da magistratura brasileira
(Río dejaneiro: Revan).
Vianna, Luiz Werneck et al (1999), A judicializa^ao da política e das relafóes
sociais (Río dejaneiro: Revan, 1999).
Vianna, Luiz Werneck (2002), “Revolugáo processual do direito e
democracia progressiva”, en Luiz Werneck Vianna (comp.), A
democracia e os tres poderes no Brasil (Belo Horizonte: Editora UFMG).
Villareal, René (1990), "The Latin American strategyof import
substitution: failure or paradigm for the región?", en Gary Gereffi y
Donald L. Wyman (comps.), ManufacturingMiracles. Paths of
Industrializaron in Latin America and East Asia (Princeton, NJ:
Princeton University Press).
Viola, Eduardo (1997), "The environment movement in Brazil:
Institutionalization, sustainable development, and crisis of governance
since 1987”, en GordonJ. MacDonald; Daniel L. Nielson; y Marc A.
Stern (comps.), Latin American Envirvnmental Policy in International
PerspectiveXBoulder, CO: Westviexv).
Wacquant, Lote (2001), As prisaes da miseria (Río dejaneiro: Zahar). Ed.
cast.: Cárceles de la miseria (Buenos Aires: Manantial, 2000).
Wade, Peter (1997), Race and Etlinicity in Lalin America (Londres: Pluto).
Wagner, Peter (1994), A Sociology of Moderrnty. Liberty and Discipline
(Londres: Routledge).
Walby, Sylvia (1990), TlieorizingPatriarcliy (Oxford, Blackwell).
Wallerstein, Immanuel (1984), The Politics o/World-Economy. The States, the
Movemenls and the Civilizations (Cambridge: Cambridge University Press
y París: Éditions de la Maison des Sciences de l'Homme).
Walsh, Catherine (2000), “Políticas y significados conflictivos", Nueva
sociedad, n2 165.
B IB L I O G R A F Í A 269

Walsh (2002), Catherine, "Interculturalidad, reformas constitucionales y


pluralismo jurídico”, Bolelim ICCl-Rimai, airó 4, n° 36.
Walter,Jorge y Senén González, Cecilia (1995), "Cambio tecnológico y
redes formales e informales en la industria argentina”, Perfiles
Latinoamericanos, año 4, n s 7.
Walter,Jorge y Senén González, Cecilia (comps.) (1998), La privatización
de las telecomunicaciones en América Latina (Buenos Aires: Eudeba).
Weber, Max (1920), Gesammelte Aufsálze zur Rnligionssoziologii: (Túbingen:
Mohr, 1988). Ed. cast.: Sociobgía de la religión (Buenos Aires: Leviatán,
2008).
Weber, Max (1921-22), Wirlscliaji und Gesellscliaji (Túbing.'J. C. B. M ohr-
Paul Siebeck, 1980).
Weller.Jürgen (2004), "El empleo terciario en América Latina: entre la
modernidad y la sobrevivencia", Revista déla Cejml, n* 84.
Weyland, Kurt (1996), “Risk-taking in Latin American economic
restructuring", International Studies Quarterly, vol. 40.
Whitehead, Laurence (1994), “State organization in Latin America since
1930", en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge Hislory of Lalin America,
vol. IV (Cambridge: Cambridge University Press).
Williamson, Oliver (1975), Markels and Hierarcliies (Nueva York: Free
Press).
Williams, Heather L. (2001), Social Movements and Economic Transilion:
Markets and Distributive Conflict in México (Cambridge: Cambridge
University Press).
Wilson, Suzane y Zabrano, Marta (1994), “Cocaine, commodity chains,
and drug politics: a transnational approach”, en Gary GereSi y Miguel
Korzeniewicz (comps.), Commodity Chains and Global Capitalista
(Westport, CT: Praeger).
Wright, ErikOlin (1997), Class Counts (Cambridge: Cambridge
University Press y París: Maison des Sciences de l'Homme).
Yashar, DeborahJ. (1998), "Indigenous politics and democracy:
Contesting citizenship in Latin America", Comparative Politics, vol. 31.
Zapata, Francisco (2003), “¿Cñsis en el sindicalismo en América Latina?",
University ofNotre Dame, Kellog Institute, WotüingPafjer, n° 302.
Zapata, Francisco (2005), México. Tiempos neoliberales (México: El
Colegio de México).
Zenneño, Sérgio (1996), La sociedad denotada. El desorden mexicano del
fin de siglo (México: Siglo XXI, 2001).

También podría gustarte