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Domingues polemiza con las perspectivas posm odernas hoy
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dom inantes sostiene en cam bio la noción de una m odernidad
con tem po ránea caracterizada por la vigencia de los ideales
mo d ernos. qu e según su particular visión continúan presentes,
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una lúcida perspectiva crítica, lo que le perm ite construir una
¡nucí mi interpretación sociológica de la realidad latinoamericana:
'Ciertam ente, siem pre hablam os desde algún lugar. Yo hablo
desde .nmcrica Latina. desde Brasil, y considero apropiado
m ancar en un abordaje ciesde mi punto de vista (semi) periférico. — .....
pero ne coloni racto". r. CM
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jose maurício domingues
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ISBN: 978-987.629.090-6
m s ig lo v e in tiu n o
editores 789876 290906 m s ig lo v e in tiu n o
editores
CLACSO
COEDICIONES
Traducción de Carlos Figai
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LA MODERNIDAD
CONTEMPORÁNEA
en américa latina
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3a siglo veintiuno
editores
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siglo veintiuno editores
Guatemala 4824 (C 1425BUP), Buenos Aires, Argentina
sig lo veintiuno editores, s.a. de c,v.
Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México
siglo veintiuno de españa editores, s.a,
c/Menéndez Pidal, 3 BIS (28006) Madrid, España
Domingues.José Mauricio
La modernidad contemporánea en América Latina - la ed. - Buenos
Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2009.
272 p.; 21x14 cm.- (Sociología y política: Pensar desde el Sur)
1. Sociología. I. Título
CDD 301
isun 978-987-629-090-6
Agradecimentos
Introducción
America Latina y la modernidad
Multidimensionalidad y agencia, imaginario
e instituciones
Este libro
Conclusión 223
Una recapitulación de cuestiones básicas 223
Modernización, civilización y desarrollo 226
Límites del presente, posibilidades del futuro 235
Bibliografía 239
Agradecimientos
ESTE LIBRO
1 Véase jürgen Habermas, 1981a, así como 1992. Para una perspectiva
que podría ser considerada como algo más contingente, en la medida
en que la modernidad puede ser vista básicamente como un
“proyecto”, véase “Die Modeme - ein unvollendetes Projekt”, 1981,
en 1981b. Creo que está presente un punto de vista evolucionista, aun
cuando se sostiene la hipótesis de que solamente los aspectos
sistémicos de la modernidad fueron transferidos hacia la periferia, y
no los rasgos de su mundo de laridatal fin y al cabo, estamos (o
vendríamos a estar) moviéndonos en la dirección de aquel punto de
llegada evolucionista. Para este último punto de vista habermasiano,
consúltese Leonardo Avritzer, 1996.
32 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A .
EL PULSO DE LA LIBERTAD
í
36 LA M O D ER N ID AD C O N T E M P O R Á N E A
9 Para una re\isión de la literatura acerca de las dictaduras militems, véase 1 I L . A lrí:z ei; 2002, pp. 29-35, cap. 2, cita retirada de la p. 98; Frances
J 0sé L uis Fiori, 1995b.Volveré sobre ello en el cap ítu lo 3. ^ Hagop1an j- Scott p . M ainwaring (comps.), 2005. Véase también G.
10 Para u n a discusión com pleta en relac1on con Europa, vease OíFe, O D o n neIJ, p . C. Schiniu er y Laurence V\Thitehead (comps.), 1986.
ob. cit. ' ^ I k r q r n a " fue usada arn ba en el sentido de Robert D ahl, 1971.
44 LA m o d e r n id a d co ntem poránea
DESENCAJES Y LIBERTAD
Un primer e importante elemento que debe enfatizarse se refiere a los
formidables cambios que ocurrieron en el mundo rural latinoamericano
en las últimas tres décadas. Como ya se señaló, las formas de dominación
personal, especialmente en el campo, eran un aspecto preponderante
de la realidad del subcontinente. El desarrollo del capitalismo agrario
viene transformando esa situación de una forma que no tiene prece
dentes. Eso implicó poderosos procesos de “desencaje”, como les llamé
anteriormente, y por lo tanto una modernización profunda.
La mayoría de los campesinos ya no son el campesino ¡y sin em
bargo aún hay muchos! Comparten una pobreza generalizada, la ma
yor parte de ellos a esta altura se convirtieron en trabajadores libres,
asalariados, que tienen que lidiar con la contingencia de la vida so
cial e incluso con su subsistencia casi a diario. Otros se volvieron pe
queños propietarios sin recursos para el cultivo de la tierra ni para
una supervivencia decente.
D E R E C H O , D E R E C H O S Y JU S T IC IA 53
15 Diniz discutió con agudeza la cuestión hace algunos años. Véase Eli
Diniz, 1982.
D E R E C H O , D ER EC H O S V J U S T IC I A 5 J
CIUDADANÍA Y DERECHOS
Vimos antes que la idea de derechos sociales introdujo un contrapunto
con la desigualdad y diseñó un estatus universal que estuvo presente en
los fundamentos de los sistemas de seguridad social en Europa. Exami
namos cómo esa idea de ciudadanía social influyó, dentro de límites mu
cho menos generosos, las experiencias latinoamericanas. Hoy, en com
pensación, la pobreza extrema (de los llamados “excluidos”) se convirtió
en la piedra angular de la política social.
Inicialmente, en toda América Latina se implementaron políticas so
ciales focalizadas en públicos-meta, como consecuencia de los progra
mas compensatorios relativos a los esquemas de “ajuste” neoliberales.
Ellas se transformaron, sin embargo, en el patrón estándar de la polí
tica social, pues se alegaba escasez de recursos o se afirmaba que se tra
taba de esquemas provisorios hasta que las personas emergieran de la
pobreza, a contramano de las políticas sociales universalistas basadas
en la ciudadanía. Como analicé antes, esto puede vincularse a formas
D E R E C H O , D ERECHOS Y J U S T IC IA 6 l
19 Asa Cristina Laurel (coinp.), 1995; Kaufman y Haggard, ob. cit.; Sara
Gordon, 1995; René Millán, 1995; Philip Oxhom, 2001; Martín
Hopenhayn, 2001; Carlos Sojo, 2002; Bruno Lautier, ob. cit., pp. 184,
182 y ss. y 194-5; J. M. Domingues, 2002b. Algunos quieren prestarle
un ropaje filosófico e incluso rawlsiana a eso: Henio Millán
Valenzuela, 2001. Eso es más discutible aún y, de todos modos, la
ciudadanía como tal nada tiene que ver con el caso.
D ER ECH O , DERECH OS Y JU S T IC IA 63
CIUDADANÍA Y PARTICIPACIÓN
Durante la mayor parte del siglo XX, el sindicalismo fue el gran movi
miento social en América Latina, así como en otras regiones del
mundo. En la Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Chile y en México,
las clases trabajadoras urbanas desempeñaron un papel decisivo, mien
tras que en otros, como en Bolivia, esto ocurrió con el sindicalismo
campesino. Incluso las transiciones hacia la democracia a fines de los
años setenta e inicios de los ochenta fueron testigos de cómo fuertes
movimientos sindicales se pusieron al frente de las luchas sociales; el
D ER ECH O , D ER EC H O S Y J U S T IC I A 65
22 Véase A.J. Olvera, 2002 y Dagnino, Olvera y Panfichi, ob. cit.; para
perspectivas más teóricas, véanse Antonio Gramsci, 2001, vol. 2,
pp. 763-4, 865-6, vol. 3, pp. 2287-9; y JefFrey Alexander, 2000.
D E R E C H O , D ERECH OS Y JU S T IC IA 71
23 Véase Boa ventura de Souza Santos, 2005. Para la sociedad civil global
y la democracia cosmopolita, véase David Held, 1995.
72 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A
4 Furtado, 1967, caps. IV, X-XI; Thorp, 1986, vol. IV. La Primera Guerra
Mundial, particularmente, debido a la dificultad para llevar a cabo el
comercio exterior, fue un momento de rápido avance de la industria en
América Latina, que se concentró en bienes de consumo livianos y
simples.
5 Véase Peter Wágner, 1994, y, para una síntesis y argumentación
avanzada, Robert Boyer, 2002a.
9 6 LA M OD ERNID AD C O N T E M P O R Á N E A
6 Para los siguientes párrafos, véase Furtado, ob. cit., especialmente caps.
V, X-XII y XV-XVIII; Femando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, 1970;
José Serra (comp.), 1976; Carlos Ominami, "Chili: échec du
inonetarisme périphérique" y Ricardo Haussmann y Gustavo Márquez,
“Venezuela: du bon coté du choc pétrolier", ambos en R. Boyer
D C.SXRROLLO, G LO BM .V ZAC 1ÓN V BÚSQUEDA. D E A'LTERXA'TW AS Cp¡
15 Talha, 2002, pp. 452-3; Aboites, Miotti y Quenan, 2000, p. 467. Debe
observarse que, especialmente, Cardoso y Faletto (1979) enfatizaron
s.obrc el papel de las alianzas de clases internas en 1as vías quejiguic>_
cadajjaís latinoamericano.
16 Talha, 2002, pp. 454-5. Además, señala (p. 456) que la mayoría de los
estudios sobre el desarrollo privilegia la relación, ya sea salarial o de
régimen de acumulación (aquella siendo más fuerte en América
Latina). Véase también Alain Lipietz, 1986, y Francisco de Oliveim,
1977, esp. pp. 84-5.
108 LA M OD ERNID AD CO N T E M P O R Á N E A
18 Véase, por ejemplo, para los aspectos más técnicos y relacionados con
el trabajo, Jorge Waltery Cecilia Senén González, 1998.
110 LA M ODERNIDAD C O N T E M P O R Á N E A
jugadores cruciales en este juego, no eran los únicos: éste era tam
bién el caso del FMI, al que aquéllos le asignaron un papel destacable
como agente político en las renegociaciones de las deudas, y que ya
había tomado sus decisiones, siguiendo el camino trazado por la
nueva perspectiva neoliberal del gobierno de los Estados Unidos y
por la aplastadora influencia de la econom ía neoclásica. Esto signi
ficó una nueva agenda (que algunos países como Chile y la Argentina
ya habían incorporado, con resultados muy discutibles), que incluía
básicamente la demanda de “[ ...] reducción de déficit presupuesta
rios y una política monetaria ajustada; liberalización del comercio y
las tasas de cambio; y, de modo más general, expansión del papel de
las fuerzas del mercado y el sector privado” (incluyendo, por cierto, la
privatización de las empresas estatales, un proceso a menudo muy con-
troversial, financiado por el Estado, y corrupto) (Haggard y Kaufman,
1992, p. 3).
El “Consenso de Washington”, al definir lo que después se conocería
como la “primera generación de reformas”, encarnó la sabiduría de
aquel programa y se convirtió en el emblema del neoliberalismo para
los países latinoamericanos. Esas reformas alteraron considerable
mente la situación de sus economías. Se hizo retroceder al Estado,
hubo una revisión fiscal y se aplicaron políticas monetarias estrictas,
con un nuevo tipo de disciplina de contención, contra las medidas ex-
pansionistas keynesianas, para lo que se contó, durante algún tiempo,
con un anclaje directo en el dólar en algunos países, lo que especial
mente en el caso de Argentina tuvo efectos desastrosos en el largo
plazo (y que en el caso de Ecuador continúa en vigencia, con proble
máticos resultados en términos de déficit comercial). El mercado
abarcó una gran porción de la vida económ ica y se continuó con la
desnacionalización de gran parte de la economía, las políticas de sus
titución de importaciones encontraron su final y, en lugar de una eco
nomía interna, comenzaron a desarrollarse estrategias orientadas hacia
afuera bajo la premisa de que el comercio exterior sería beneficioso
para la modernización de la infraestructura económica del subconti
nente. La inflación fue finalmente dominada, después de la explo
sión de hiperinflación que asoló especialm ente a Brasil y la Argen
tina, y la deuda externa fue controlada, aunque se pagaron otros
precios (com o el aumento de la deuda pública interna y, a fin de
D E S A R R O L L O , G L O B A L IZ A C IÓ N Y BÚSQU EDA DE ALT ER N A T IV AS 11 5
24 Boriagaray y Tiffin, 2002. Para una visión más crítica, véase Dagnino,
2000.
128 LA M O D ER N ID A D C O N T E M P O R Á N E A
com o una meta posible-. Más allá del ejército industrial de reserva
en el sentido marxista, tenemos que manejar una población que no
tiene un papel significativo que desempeñar en la acumulación capi
talista. Es verdad que la distinción propuesta por Nun no puede ser
confundida con la que diferencia entre mercados de trabajo forma
les e informales. Y, además, que debe ser tomada, sobre todo, como
una construcción analítica antes que com o una descripción concreta
de procesos reales, aunque de hecho refleje desarrollos en la vida so
cial. En realidad, las personas pueden, en algunos momentos de sus
vidas, atravesar situaciones sin perspectivas claras y pasar a formar
parte de la población superflua, que algunos consideran “excluida”
en las sociedades contemporáneas, y pueden seguir así por el resto
de sus días. Pero no necesariamente tiene que ser así; a veces, algu
nos pueden superarse y llegar a otra situación, mientras que otros se
dirigen rumbo a una existencia menos afortunada. En términos de
las colectividades que com ponen el conjunto d é lo s mercados de tra
bajo nacionales e incluso internacionales, esto resulta de poca impor
tancia y no altera la segm entación y heterogeneidad, que es un as
pecto típico de las sociedades contemporáneas, algo que en la región
latinoamericana tiene una expresión particularmente dramática.
En el contexto de dicha discusión, puede ser útil introducir la cues
tión de la terciarización de la economía. En el mundo, todo el sector
de servicios crece a un ritmo más apresurado que la agricultura o la in
dustria. Lo mismo ocurre en América Latina. El primer problema a en
carar es que el sector de servicios es altamente heterogéneo e incluye
actividades que no pueden combinarse fácilmente: alta calidad y em
pleos extremadamente calificados, que requieren educación superior,
importantes en ese sentido (en servicios médicos y educacionales, com
pañías financieras y soporte a la alta tecnología, etc.), lo que frecuente
mente derira de la tercerización de tareas nuevas, especializadas, en un
extremo, y en el otro, trabajos muy mal pagos, mal calificados, de “su
pervivencia”, en general, tanto en el comercio com o en esquemas in
formales, a menudo por cuenta propia, con “barreras de entrada” muy
bajas, en tanto demandan muy poco capital.
Otro problema notable es que numerosos estudios argumentaron que,
encontraste con los países de mayor crecimiento, se registró una tenden
cia a la terciarización “espuria” de las economías latinoamericanas,
D ESARRO LLO , G LO B ALIZAC IÓ N Y B Ú SQ U ED A DE A LTER N ATIV AS I3 5
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144 LA m o d e r n id a d contem poránea
lasupe ración imaginaria, así como de cierto modo práctica, délas pro
fundas divisiones sociales en términos de clase, raza y etnia. La nación
corno construcción consistió, junto al mercado y el Estado como tal
-co n el cual a muchos les gustaría identificarla-, en la subjetividad co
lectiva por excelencia de la modernidad desde sus orígenes. El nacio
nalismo depende tanto de las selecciones de rasgos capaces de cons
truir aquella identidad como del olrido de otros, que podrían dividir y
fracturar repetidamente la colectividad así construida. En el subconti
nente, se destacó en los inicios de la era moderna y éste fue uno de los
primeros lugares en los que sus potencialidades fueron puestas a prueba.
En contraste con las formas chauvinistas de nacionalismo, con las inde
pendencias, su reclamo se refirió más bien a los giros emancipaíorios
contra la dominación colonial (Anderson, 1991).
En América Latina, el Estado tuvo un papel particularmente fuerte
que desempeñar en el esfuerzo por crear nuevas naciones. Este fue el
caso tanto en la inmensa área geográfica del imperio brasileño (cuyo
grupo central dominante había frecuentado la Universidad de Coim-
bra, por cuanto no se permitía ninguna otra universidad en la colonia,
y compartía una visión común del país) como én el mosaico de repú
blicas que emergió (en gran medida gracias a la presencia de universi
dades locales, y luego de grupos intele ctuales y de liderazgos) a través
de las subregiones del imperio colonial español. Si en Europa muchos
siglos de rida común y una infraestructura social y material, así como los
mercados nacionales que se constituían y los Estados absolutistas, ha
bían preparado un tejido más homogéneo, en América Latina las cosas
fueron más complicadas, ya que aquellos elementos estaban presentes
con menor intensidad. El Estado intervino para domesticar a las perso
nas, reprimir las tentativas regionales de secesión y crear una cultura
e identidades comunes. Los resultados variaron marcadamente.
A diferencia de lo que ocurriera en los países europeos, la guerra no
fue especialmente importante para el nacionalismo latinoamericano;
las guerras de independencia, que moldearon una forma defensiva de
nacionalismo, fueron lo máximo a lo que se llegó, aunque en algunos
casos, durante el siglo XIX y más tarde en el XX, esos Estados se hayan
enfrentado militarmente en disputas territoriales y geopolíticas. Las ra
zones que contribuyeron a que el papel de la guerra fuera menor para
el nacionalismo (¿deberíamos suponerla siempre necesaria?) fueron
154 LA M O D ER N ID A D contem poránea
8 Fernandes, op. eiL (b), pp. 58, 60-3, 69-/0, 73-4 y 105-8; Cardoso, 1971,
esp. pp. 201-5; Cardoso y Faletto, 1979, pp. 114 y ss; Oliveira y
Roberts, 1994; Portes, 1985. Como observó Fernandes hace algunas
décadas, las clases sociales eran -y siguen siendo- un fenómeno mal
estudiado en América Latina. En las asociaciones empresarias, podían
percibirse tensiones entre capital nacional y trasnacional. Véase
Schneider, 2004, pp. 46-9.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID ARID AD Y P R O Y E C T O S 16 1
áreas urbanas como en las rurales. Las luchas que atravesaron aquel si
glo y, en especial, más recientemente, el movimiento por la democra
tización que alteró la faz del subcontinente (como vimos en el capítulo 1)
no pueden siquiera empezar a ser entendidos sin esa dimensión de
clase y popular. Pero no lo hicieron de acuerdo con algún manual so
ciológico, en el cual la identidad de clase tiende a ser pura y concep-
tualizada ahistóricamente y de manera descontextualizada. El desarro
llo real y concreto de los conflictos, proyectos y concepciones de
mundo fue moldeado tanto por las clases trabajadoras y populares
-q u e en este caso concreto eran altamente heterogéneas- como por
las dominantes. El propio Touraine lo narra casi en detalle en su libro
panorámico, y deja de lado los elem entos de su narrativa por cuenta
de una construcción conceptual muy sesgada y, como yo lo veo, to
talmente equivocada de las clases sociales (Oliveira y Roberts, 1994,
esp. p. 315; de la Peña, 1994; Touraine, 1988).
En la política de las clases populares latinoamericanas, también fue
muy común el fenóm eno asociado a la tercerización de la econom ía y
a la urbanización, así como sus vastos mercados de trabajo informales,
lo que fue-visto como una gran novedad en las décadas de 1970 y 1980.
Me refiero a los llamados movimientos “comunitarios” de la región,
que tenían un papel importante en la lucha contra las dictaduras milita
res y se ubicaban en la vanguardia en ese período. Sin embargo, eran más
antiguos en toda América Latina y, contra una visión algo ingenua, eran,
una vez más, bastante heterogéneos, ya que contaban con la presencia de
actores “externos” para su movilización (Iglesias, profesionales, parti
dos), a pesar de su ideología en general igualitaria y de su fraseología
antiautoritaria (Portes, 1985; Correa L. Cardoso, 1987).
A partir de esa difícil interacción, dolorosa pero tam bién alta
m ente creativa, entre diferentes subjetividades colectivas, América
Latina emergió y viene modernizándose desde el siglo XIX. Todos
los elem entos imaginarios y las instituciones que hemos considerado
hasta el momento en este libro han tenido com o portadores moder
nizantes aquellas colectividades durante la primera, la segunda y la ter
cera fase de la modernidad. Nuestra principal tarea ahora es analizar
detenidamente cómo las subjetividades colectivas vienen moldeando
esta última fase. Antes de hacerlo, elaboremos el marco conceptual
necesario para dar cuenta de este fenóm eno empírico.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN ACIÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 16 3
11 Véanse, pata los principales textos, Marx y Engels, 1848, pp. 466-7 y 470-
4, y 845, pp. 60-2, en 1939, y Marx, 1963, p. 135, y 1960, p. 199. Este tipo
de perspectiva es claramente reproducido, por ejemplo, en V/right,
1997, pp. 3 y 379-88. La discusión más tardía de Marx en Das Kapilal,
especialmente en los vols. I y III (Berlín: Dietz, respectivamente Mega-Il
(1867] 1987, y Marx & Engels, 1964), podría ser leída de modo más
próximo a la discusión sobre la reflexividad plática tal cual fue
desarrollada anteriormente, en especial por ser una crítica ala
reificación economicista de la Economía Política. De esta manera quería
mostrar que las categorías empleadas por ella (principalmente en el
trabajo, el capital y la renta de la tierra) eran expresiones reificadas de
coletividades sociales y de la apropiación diferencial del valor
excedente. Asimismo, él no desarrolló la cuestión.
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , S O LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 16 5
14 Hasenbalg, 2005, cap. 3; Hall, 1992, pp. 120 y ss.; Wade, 2002, esp.
caps. 1-2. En cierta medida, es real que la etnicidad implica también
tonos raciales, como argumenta Wade (1997, pp. 37-9), aunque lo
opuesto no es necesariamente verdadero.
170 L A M O D ER N ID A D C O N TE M PO R Á N E A
las razas, las etnias y las generaciones, así com o la familia y la nación
-sacando a la superficie nuevas formas y proporcionando mayor in
tensidad a las cuestiones étnicas-, más allá de los movimientos socia
les. La nación, en particular, como una “comunidad imaginada”, se
vuelve menos homogénea, debido a procesos internos de pluralización
y a los impactos externos de la profundización de la globalización,
que multiplica posibles cursos de vida y tipos de identidad individual
y colectiva. Esto significa que las inversiones emocionales de las personas, su
vínculo y compromiso con subjetividades abarcativas, se pluralizan po
tencialmente, dado que las subjetividades colectivas son núcleos de soli
daridad (Domingues, 2002, cap. 6, y Hall, 1992). Analizaremos empí
ricamente este punto en los próximos apartados.
Un examen teórico del Estado cerrará el apartado conceptual de
este capítulo. Básicamente, quiero sugerir una com binación de las
dos principales perspectivas del tema, una marxista, pero creativa, y
otra que, siendo original en varios sentidos, debe bastante a Weber.
Poulantzas propone la idea clave de poder com o “relacional”, de
modo que.concibe al Estado como una “condensación de fuerzas en
tre clases y fracciones de clase". No es ni simplemente instrumental
para las fuerzas sociales, ni se encuentra por encima de la sociedad.
Los aparatos estatales están atravesados por las luchas sociales - la lu
cha política es por tanto también interna, y las clases están dentro del Es
tado de manera distinta en cada uno de sus aparatos-. Si Poulantzas no
niega la facticidad del Estado -y señala especialmente que sus aparatos
somos “nosotros y los foros de poder real” y que los funcionarios del
Estado constituyen una “categoría social”, con una unidad propia-,
ese “nosotros y los foros", así com o las diferentes categorías de em
pleados estatales, están vinculados a las clases en la sociedad. Ade
más, la propia división entre Estado y sociedad no es universal, ni
significa, bajo el capitalismo, una exterioridad con relación a la eco
nomía (Poulantzas, 1978, pp. 18, 143-4, 153-6, 161-2 y 170 y ss.). Mann,
por otro lado, en su anhelo por ir más allá del carácter unilateral de la
mayoría de las teorías del Estado, afirma que los Estados son tanto “lu
gares” como “actores”, y poseen diversos grados de cohesión (sin uni
dad final o consistencia) y autonomía de la sociedad, a pesar del hecho
de que siempre responden a la presión de los capitalistas y de otros acto
res poderosos. Tienen múltiples caías, con “cristalizaciones polimorfas",
174 LA M O D ER N ID A D C O N T E M PO R Á N E A
por las tensiones internas yla poca capacidad para controlarlas. Pero las
principales instituciones de la modernidad, transformadas en diversos
grados, continúan de pie, tanto como las colectividades que subyacen a
ellas. Los aspectos modíficables de la dimensión hermenéutica de la
vida social no bastan para defi nir una nueva civilización, ni siquiera el
desplazamiento radical de las preocupaciones modernas. En realidad,
creo que sobrevino una profundización de ciertos aspectos de la proble
mática moderna, junto con su complejización evolutiva subyacente,
mientras que otros no se modificaron tan profundamente en esta ter
cera fase de la modernidad. En realidad, lo que tiene lugar en esos
procesos de desencaje y reencaje es la superposición y el entrelazamiento
de diferentes tradiciones, incluidas las tradiciones modernas.19
Puede hacérsele un tipo diferente de critica a la perspectiva de Tapia,
que se ocupa especialmente de Bolivia, pero podrí a extenderse al menos
a algunos otros países del subcontinente con grandes comunidades indí
genas originarias (como Ecuador, México y Guatemala). Apoyándose en
el trabajo de su compatriota René Zavaleta habla de una sociedad “mul-
tisocietal”, “multicultural” y “pluricivilizacional”. Ello deriva del carácter
fragmentado (literalmente, “abigarrado”) de esa formación social, mer
ced al tipo de dominación colonial qüe decapitó políticamente a las co
munidades originarias, sin integrarlas plenamente en la sociedad domi
nante, y que nunca fue totalmente superada (Tapia, 2002, esp. pp. 9-19 y
57-72). Creo qUe es innegable que esa faceta fragmentada es típica de Bo
livia y, en cierta medida, de aquellos otros países. También me gustaría ar
gumentar que los otros elementos “civilizacionales” han sido remodela
dos y puestos al alcance de la modernidad, una civilización expansiva que
es capaz de arrastrar aspectos dé otras civilizaciones hacía su propia diná
mica dominante, y más aún si así se alcanza una mayor integración social.
Espero que las discusiones que siguen den sustento a esta afirmación.
Más dramáticó, y más discutible, és lo que postula Zerméñó, a saber, que
la fragmentación social -más allá de los procesos estructurales- deriva
del proyecto neoliberal y de su esfuerzo deliberado para deconstruir
Pero las familias, los géneros y las generaciones han asumido caracterís
ticas específicas en este espacio-tiempo concreto, por su estrecha vincu
lación a los más profundos desencajes en curso, así como a la pluraliza-
ción de la rída social en que se encuentran inmersas. Examinemos cada
una de ellas, teniendo en mente que la familia y las generaciones han
consistido en núcleos cruciales de solidaridad y vínculos emocionales.
Anteriormente argumenté que América Latina ya pasó por una
“transición demográfica”, lo que implica la disminución de la mortali
dad y de la fecundidad, así como del tamaño de la familia, además de
una duración más prolongada, o mucho más prolongada, de la propia
vida. Como ya he mencionado también, importantes autores sugieren
que se produce una “segunda transición demográfica” que, en parte,
se superpone a la primera; comparada con la de Occidente, supuesta
mente aún no ha concluido. Mientras que la primera transición des
cansaba en aspectos demográficos como tales (que en general se defi
nen como “transformaciones en los regímenes demográficos”), la
segunda está marcada por cambios culturales e institucionales. Entre
éstos, se destacan: la disminución del control de las instituciones sobre
los individuos (esto es, más individualización), la mayor aceptación de
la sexualidad fuera del casamiento, más autonomía para los individuos
y más simetría en las relaciones dentro de la pareja, con más igualdad
y emancipación de las mujeres. La transformación de los papeles en las
cuestiones de género, las crecientes tasas de divorcio, así como el con
trol de la reproducción y su separación de la sexualidad subyacen a
esos cambios. Los jóvenes expresan más directamente esos cambios de
estilo de vida -q u e atraviesan de modo desigual las clases sociales-.
Pero es preciso señalar que, si hay una fuerte controversia acerca de si
Occidente se encuentra o no atravesando dicha transición, más discu
tible aún es si ése es el caso de América Latina, en especial si tenemos
en cuenta la prevalencia de las uniones informales. Algunos disentirían
fuertemente de esta tesis. De cualquier manera, una mayor diversidad
de familias y configuraciones de cohabitación son rasgos visibles de la
sociabilidad latinoamericana moderna. En particular, un fenóm eno
que es muy problemático es que las mujeres, merced a la ausencia mas
culina o por propia elección, con frecuencia se convirtieron en jefas de
familia en todo el subcontinente, en especial en las clases populares,
con todo el beneficio de la autonomía pero también con todos los
IDENTIDADES Y DOMINACIÓN, SOLIDARIDAD Y PROYECTOS l 8 l
23 Ferranti, Perry, Ferreira, Walton el al, 2004, pp. 85, 87-9 y 104-5
(tabulaciones de los autores, utilizando diversas investigaciones). Las
estadísticas de género derivan directamente de los criterios de sexo
(p. 90), una decisión nada problemática, considero, hasta donde se
puede observaren su trabajo.
ID E N T ID A D E S Y D O M IN A C IÓ N , SO LID AR ID AD Y PR O YEC T O S 18 3
EL PLURALISMO Y LA NACIÓN
Como vimos anteriorm ente, las naciones latinoamericanas fueron
construidas en el siglo XX teniendo com o meta ideal su hom ogenei-
zación. Q ue las clases se colocaran en una posición más destacada y
fe cristiana que crece más rápido y que tiene muchas variantes; esta re
ligión es común en otros países también, frecuentemente en aquellos
con grandes poblaciones originarias, com o Guatemala, Bolivia, Ecua
dor y México. Estos son, en efecto, movimientos sociales. No sólo mo
vilizan a millones de personas, también implican cambios en los “esti
los de vida”, la individualización, la búsqueda de dignidad y progreso
personal, así como también la movilización colectiva, para lo cual se
apoyan en lazos locales y aprovechan oportunidades sociales y políti
cas. Es necesario reconocer que la institucionalización de estos movi
mientos religiosos y el papel nefasto de su liderazgo, en general un
clero autonominado, pueden tener efectos desastrosos para el carácter
democrático del movimiento. Del control que los pastores acaban ejer
ciendo sobre sus carenciados seguidores religiosos pueden derivarse
fácilmente la explotación y el clientelismo político. Es bastante impre
sionante observar cómo esas sectas operan como “iglesias electróni
cas”, y constituyen así una verdadera “revolución cultural” (y, para al
gunos, reintroducen la magia en la vida cotidiana), sea en Chiapas, en
México, o en las periferias de Brasil y de la Argentina. La concepción
de mundo de los participantes en esos movimientos tiende a alterarse
profundamente y esas religiones nuevas, o renovadas, de muchas formas
diferentes y a veces contradictorias producen cambios en el comporta
miento personal y colectivo, y una búsqueda de “cohesión social” - o so
lidaridad social- se encuentra, sin duda, presente en esos movimientos
religiosos.27
Es curioso que la teoría de los movimientos sociales no haya abor
dado estas sectas o que no haya movilizado su arsenal para abordar su
colosal impacto en la vida social. Ni Tarrow ni Melucci figuran en los
estudios sobre movimientos religiosos en América Latina; ellos tam
poco se ocuparon de ese fenómeno. Los movimientos sociales son con
siderados redes contemporáneas de individuos libres o estructuras po
líticas que movilizan personas y recursos gracias a condiciones políticas
específicas. La religión no tiene lugar ahí, en especial el protestantismo,
por qué los indígenas en Perú fallaron en alcanzar una verdadera con
ciencia étnica.29 El primordialismo y algunos ecos del marxismo se entre
lazan aquí. En compensación, la cuestión real es cómo y por qué diferen
tes identidades se desarrollaron en estos países. Aunque sea plausible, de
hecho, que en Perú emerjan con tágor identidades étnicas, no hay ra
zón para pensar que deberían hacerlo, y que, si no lo hicieron, hubo
alguna falta o patología en ese sentido. En verdad, incluso en los casos
de Ecuador, de Bolivia o de México, las identidades de campesinos e indí
genas (o pueblos originarios, como prefieren llamarse ahora) dependen
del contexto y de necesidades y estrategias específicas (Baños Ramírez,
2003, esp. pp. 266-7). Como sea, el Movimiento al Socialismo (MAS) en
Bolivia, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador
(CONAIE) o la guerrilla y el movimiento político zapatista en Chiapas
son testimonios elocuentes de la cuarta ola de movilización indígena en
América Latina.
Los movimientos sociales negros vivieron también una fase ascen
dente. Así ocurrió en Colombia, donde los movimientos por los derechos
civiles y la organización de las Panteras Negras inicialmente, en la década
de 1970, tuvieron influencia sobre las actividades de los negros, que se in
clinaron hacia símbolos más latinoamericanos, tales como los “cimarro
nes”, esclavos que se fugaban. Esto se dio también en Brasil. Desde la lu
cha por la abolición de la esclavitud, el tema estuvo de algún modo en la
agenda política del país, pero realmente empezó a adquirir importancia
en los años treinta, con el Frente Negro Brasileño. Desde entonces, si
guió siendo un tema relevante pero se convirtió en una cuestión ineludi
ble en los años setenta, a instancias de activistas de clase media, de orga
nizaciones populares, en medio de la lucha contra el régimen militar y,
finalmente, de muchas ONG dedicadas a luchar contra el racismo y la
discriminación. La cuestión en Brasil es complicada por la dificultad de
distinguir negros de mestizos, dado que la mezcla de “razas” fue bastante
real en las clases populares, y la ideología de la “democracia racial” sem
bró raíces profundas, oscureciendo el problema pero ofreciendo tam
bién un tete para la democratización social. Desde aquel último período
en particular, la tendencia de los activistas negros a buscar un patrón
a-
ID EN TID AD ES Y D O M IN A C IÓ N , SO LID A R ID A D Y P R O Y E C T O S 2O 5
EL ESTADO Y LA NACIÓN
Se puede observar cómo la esencia de las naciones se modificó decisi
vamente en el subcontinente. Trataré sobre dos nuevos aspectos de la
relación Estado-sociedad en la América Latina contemporánea: su dé
bil poder infraestructura! y las reformas que se han intentado para mo
dernizar su maquinaria, y su reducida capacidad de mediar y organizar
la sociedad en un proyecto nacional inclusivo.
He insistido en el primero de esos aspectos en varios momentos de
este libro. Aquí básicamente reiteraré la cuestión. Lamentablemente,
las cosas no han cambiado. Es verdad que la densidad social, la necesi
dad de monitorear las políticas sociales, en muchos casos bajo la in-
fl uencia de los organismos internacionales, y la integración del territorio
nacional conspiraron conjuntamente para profundizar el poder infraes
tructura! del Estado. Por otro lado, las poblaciones ya no aceptan sin
214 L A M O D E R N ID A D C O N T E M P O R Á N E A
mientras que los empleados de alto nivel son todos electos política
mente, y por eso mismo intrínsecamente inestables. En Brasil las refor
mas fueron más profundas y se implementaron en amplia medida los
esquemas gerenciales de Bresser Pereira (pensados, sin embargo, en el
marco de lo que él considera antes bien una perspectiva republicana y no
orientada a los consumidores). Se buscaba flexibilidad, responsabilidad
y resultados, antes que métodos burocráticos.38
De este modo, el personal del Estado en América Latina, con la ex
cepción de Brasil, no modificó realmente sus métodos y prácticas. En
sí mismos ésos serían giros modernizadores que buscarían preparar la
maquinaria del Estado y rehacer sus lazos con la sociedad, para que pu
diese relanzar sus propios giros modernizadores. Los procesos de crea
ción de agencias regulatorias no fueron, como vimos en el capítulo 2,
precisamente exitosos. De la privatización y de la subordinación del Es
tado a los nuevos patrones de acumulación financiera y de adaptación
pasiva a la globalización neoliberal que tuvimos oportunidad de discu
tir en este libro derivaron grandes transformaciones y un cambio en el
papel estatal. El hecho es que al agotamiento y al desmantelamiento
del Estado desarrollista no les siguió una verdadera reconstrucción.
Por el contrario, un Estado relativamente más débil sustituyó el ante
rior. Mientras que en otras regiones (América del norte y Europa) el
pasaje de la segunda a la tercera fase de la modernidad engendró una
verdadera reconstrucción del Estado en dirección de lo que se podría
llamar “Estado competitivo schumpeteriano de trabajo” (que puede o
no incluir un bienestar social generoso),39 en América Latina un estado
débil, ineficiente y subfinanciado muchas veces se desentendió de ta
reas de las cuales no puede dar cuenta, aun si la perspectiva de avance
í;|
¡1
Conclusión
una posición casi opuesta. Es en los, por así decir, giros modemizadores
episódicos llevados a cabo en el subcontinente, vinculados a la moder
nidad global, donde debemos concentrarnos teórica y metodológica
mente. Fue lo que hicimos en los capítulos precedentes para las dos
primeras fases de la modernidad y, sobre todo, para la tercera. Al
mismo tiempo, es menester ir más allá de la reificación de la moderni
dad desde una posición acrítica, tan común en la teoría sociológica en
América Latina de modo general y e n sus anhelos de modernización
(Ortiz, 1988, pp. 208-10). Debemos verla de m odo más contingente,
com o un proceso relativamente abierto, en el cual algunos temas son
orquestados, las instituciones persisten en ciertas formas básicas y el
imaginario retiene un número de características que definen si una
formación social se encuentra en los límites de la modernidad, con
cretamente o al menos como una aspiración y como su horizonte te-
leológico subjetivo. Así fue en el pasado, desde el siglo XX, cuando,
según he argumentado en todos los capítulos precedentes, la moder
nidad se estableció poco a poco en América Latina; así, es ahora
cuando deben encararse los desafíos vertiginosos de la tercera fase de la
modernidad.
Así podemos flanquearlo que puede llamarse, recurriendo a Marx,2
el “fetichismo de la modernidad”. O sea, su cosificación como una en
tidad supuestamente homogénea y universalmente ya da,da, que existi
ría como tal en Occidente (en Europa y en América del Norte) y se reali
zaría imperfectamente en América Latina. Éste es, obviamente, como
se argumentó a lo largo de este libro también, el abordaje de la teoría
de la modernización, pero con frecuencia el marxismo reprodujo la
misma perspectiva. En cambio, con giros modemizadores episódicos y
variablemente centralizados, que tienen en su base subjetividades co
lectivas, la modernidad se historiza, se vuelve más compleja y múltiple,
sus relaciones con otras tradiciones y herencias se hacen mucho más di
fíciles de predecir y entretejer y la cuestión de la agencia se reintroduce
alto precio que pagaron los gobiernos electos con una plataforma an
tineoliberal, que tienen que desistir de ella o se muestran incapaces
de implementar cambios en lo que concierne a las políticas económ i
cas (por ejemplo, Argentina y Ecuador),8 El proceso es, sin embargo,
más com plejo y todos los finales son realmente posibles. Las cosas
pueden ir en cualquier dirección y podemos asistir a un proceso so
cial trabado en que esas tendencias modernizadoras persistan lado a
lado, sin ninguna resolución de su contradicción. Así, pueden esta
blecerse ajustes y la energía popular puede disiparse, o puede ser su
ficiente para derrotar el neoliberalismo, al alzar vuelo en algún
punto. Lo más probable, en función de la fuerza de ambas corrientes
de giros modernizadores, es que una dialéctica tensa permee la vida so
cial. Las contradicciones entre esas corrientes serían reiteradas, en la
medida en que no emeijan alternativas, y el momento de la coerción
predominaría de arriba abajo, no obstante los acomodamientos que
quizá sean aceptados por las clases dominantes, mientras que la lucha
por el derecho, los derechos y la justicia sigue incansablemente, a pesar
de las mareas altas y bajas.
Esta es, en cierto sentido, una dinámica perenne de la moderni
dad, en la cual la libertad y la dominación, la igualdad y la desigual
dad, la solidaridad y la fragmentación están siempre en oposición
unas con otras, en una relación dialéctica. Esa dinámica encuentra
una expresión particular y es reelaborada concretamente en los pro
cesos democratizadores y creativos impulsados por los giros moder
nizadores de las masas populares y de sectores de las clases medias,
por un lado, y por los proyectos liberal-conservadores llevados a
cabo por las subjetividades colectivas dominantes, que tienen sus
propios giros modernizadores, por otro. Una peculiaridad que debe
ser tenida en cuenta es que tal tensión es tan grande en la América
Latina contemporánea que la inconsistencia de las prácticas sociales es
bastante \ásible, de allí el concepto de desarrollo combinado, desigual y
contradictorio.
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