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paso diversos actos de violencia verbal y material.

De acuerdo con el sumario


judicial, que contradijo la versión de las nuevas autoridades, el agente de Asalto hizo
uso de su arma cuando intentó detener el asalto al centro lerrouxista y después de que
sus autores intentaran agredirle. Tras dispararles, el agente huyó, librándose, por
poco, de ser linchado. Desde antes de ese suceso y durante horas, en Elche venían
ocurriendo lo que un historiador local ha llamado «los disturbios más graves de todo
el periodo republicano» en esa localidad. Los grupos de violentos siguieron una pauta
observada en otros lugares y que confirma que no se trataba de acciones de
incontrolados: primero la destrucción de las sedes de los radicales, del Círculo
Agrario, de la Derecha Ilicitana y las JAP, y después la del Juzgado Municipal, el
centro de Acción Cívica de la Mujer, la Cámara de la Propiedad Urbana, el asalto a
algunas casas particulares y el incendio de las iglesias de Santa María, El Salvador y
San Juan, además de los conventos de las Clarisas y el centro de la Juventud Católica.
«En vano fue», a decir del administrador apostólico de Orihuela, «que el mismo
alcalde socialista, don Manuel Rodríguez […] intentara disuadir a la turbamulta
enloquecida». Todas las fuentes indican que se vivieron horas de pánico en la ciudad
y que los guardias recibieron órdenes de dejar hacer durante al menos dos o tres
horas.
Los sucesos de Elche fueron demoledores para la imagen de las nuevas
autoridades y, en buena medida, agravaron los temores con que sus adversarios
recibieron la llegada del Frente Popular al poder. No solo hubo impunidad en la
acción de los violentos, pues no se practicó detención alguna, sino que las autoridades
tuvieron que prometer protección a las religiosas para que regresaran al Hospital de la
Caridad de donde habían sido expulsadas por los extremistas, pues, aunque sus vidas
corrían peligro, el servicio sanitario que prestaban resultaba imprescindible. Además,
la violencia se extendió por la comarca, y se incendiaron otras seis ermitas. El
Gobierno hubo de mantener el estado de guerra y enviar una compañía del ejército
desde Valencia para restablecer el orden. Tanto en este caso como en el de Santa Cruz
de Tenerife, donde también se declaró el estado de guerra el día 20, la tutela militar
no se tradujo en riesgo alguno para el Estado de Derecho, ni tenía por qué conducir a
un golpe de Estado contrarrevolucionario[540].
Aunque se buscó excusar los casos de Elche y Palma del Río en provocaciones
«antirrepublicanas», la violencia desatada contra los centristas, conservadores y
católicos se produjo en todo el país sin necesidad de ellas. Cabe decir, sin ánimo de
ser exhaustivos, que hubo episodios de extrema violencia parejas a los de Elche, en
lugares tan dispares como: Alicante; Monistrol de Monserrat (Barcelona); Castrojeriz
(Burgos); Cádiz y La Línea; Ciudad Real; Aguilar de la Frontera, Fernán Núñez, La
Rambla y Puente Genil (Córdoba); Granada; Huelva; Betanzos, El Ferrol y Santiago
de Compostela (La Coruña); Alcalá de Henares (Madrid); Málaga y Ronda; Melilla;
Murcia y Cartagena; Vigo (Pontevedra); Carmona, Marchena, Palomares y Peñaflor
(Sevilla). En estos casos la vanguardia de esa violencia fueron grupos organizados de

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anarquistas, socialistas y/o comunistas, que la hicieron coincidir con el momento en
el que sus correligionarios o los republicanos de izquierda se hacían con los
gobiernos provinciales y locales.
Los casos donde los ataques se prolongaron durante más tiempo y con notable
virulencia fueron los siguientes. En Aguilar de la Frontera, antes de que se autorizara
la intervención de la Guardia Civil, fue «totalmente saqueada» la Comunidad de
Labradores e incendiados el archivo, el juzgado, el registro de la propiedad, el local
de la CEDA y un convento. En Betanzos fue saqueado el Centro de Derechas y
apedreados varios afiliados derechistas. El acoso se enfocó posteriormente contra los
franciscanos y las monjas, desalojadas de sus conventos por orden del nuevo alcalde
de izquierdas mientras varios grupos encendían una hoguera con objetos religiosos.
En Cartagena, además de incendiarse la sede cedista, el nuevo alcalde, ligado a la
Casa del Pueblo, jugó un papel relevante animando las represalias contra los
conservadores. Murcia estuvo varias horas a merced de los violentos, que destruyeron
el Círculo Tradicionalista, incendiaron el periódico La Verdad y asaltaron los talleres
del Levante Agrario, todo esto sin que interviniera la policía. El Gobierno hubo de
autorizar la salida de los militares para controlar la situación, con un saldo de un
muerto y varios heridos. En Alicante, tras la manifestación organizada para tomar
posesión del consistorio, hubo una oleada de altercados con dos fallecidos y varios
heridos. Resultaron destruidos los locales de los radicales, los chapaprietistas, la
CEDA, el Círculo Católico y la Falange, además de la imprenta del diario El Día[541].
Los desórdenes se extendieron a la provincia de Sevilla. Muy graves fueron en
Carmona, donde, al tomar posesión del ayuntamiento el nuevo alcalde, grupos
desgajados de una manifestación que partió de la sede de UR asaltaron varios centros
recreativos, la sede de la CEDA y varias propiedades particulares. Más grave fue el
intento de abordar el cuartel de la Guardia Civil, que produjo dos heridos entre los
asaltantes y otro entre los guardias. En Peñaflor, un grupo de extremistas protagonizó
el asalto a la iglesia e hizo una pira con objetos e imágenes religiosas. Intentaron
luego quemar una fábrica de harina, pero en este caso la Guardia Civil lo impidió tras
un tiroteo y al precio de ocho detenidos. En Marchena, la violencia acompañó a otra
manifestación desde la que se disparó al conserje de la sede de la CEDA, se asaltó el
local y se hicieron destrozos en los centros radical y agrario, y en el domicilio
particular del jefe local cedista. Finalmente, en Palomares se hicieron disparos contra
los cedistas y se intentó asaltar la iglesia, aunque se desistió al interponerse el
párroco[542].
También fueron muy graves los sucesos ocurridos en otras capitales de provincia
andaluzas, especialmente en Cádiz, Granada, Huelva y Málaga, donde los asaltos a
las sedes y los periódicos conservadores llegaron a provocar muertos y heridos. En
La Línea la violencia se desarrolló, nuevamente, tras la toma de posesión de los
concejales «de elección popular», asaltándose el local de la CEDA, si bien aquí la
intervención de la Guardia de Asalto impidió su extensión. En Cádiz se saqueó el

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centro de Renovación y se intentó asaltar otros sin éxito. En Málaga, grupos de
violentos se tirotearon con la policía y acudieran también a los domicilios de
destacados derechistas para apedrearlas. Cuando el día 21 llegó el nuevo gobernador
se encontró con una ciudad paralizada por una huelga general declarada en protesta
por un muerto del día anterior, en un choque con la policía durante los asaltos de la
sede de la CEDA y de La Unión Mercantil. En Granada hubo el 20 una escenificación
similar, acompañada de actos de pistolerismo contra un simpatizante conservador.
Primero unas «trescientas personas» se manifestaron para festejar el triunfo electoral
y pedir la amnistía, y se organizó un grupo para atacar la sede de Falange y el
periódico Ideal, impidiéndolo la policía cuando ya ardía un coche delante de sus
oficinas. Finalmente, en Huelva, la violencia fue todavía mayor porque los guardias
permanecieron acuartelados más tiempo, el suficiente para que los extremistas
asaltaran impunemente los círculos del Partido Radical y la CEDA, y varios negocios
de derechistas. Fruto de la presión de esos grupos, el gobernador interino ordenó
registrar el local de Falange, sin encontrar armas en su interior[543].
Por lo que se refiere al norte del país, las situaciones más graves se vivieron en
Pontevedra, El Ferrol y Santiago de Compostela, donde el relato de los hechos fue
muy similar al de los episodios anteriores. En Pontevedra, se asaltaron las sedes de la
CEDA, Renovación Española y el Círculo Radical, además de saquear la fábrica de
alpargatas regentada por el presidente de la patronal. Los guardias solo salieron a las
calles después de los primeros asaltos. En cuanto a Santiago y El Ferrol, además de
las sedes derechistas, la violencia afectó a conventos y centros de asociaciones
religiosas, todo esto al tiempo que los representantes del Frente Popular tomaban por
la fuerza el control de los ayuntamientos. También hubo asaltos a centros
conservadores en La Coruña y Vigo. En esta ciudad, el vicecónsul británico vivió la
tarde del 19 una violenta manifestación delante de su casa para exigirle que izara una
bandera roja en el balcón, mientras varios elementos conservadores de la ciudad
huían a Portugal. En Monistrol de Monserrat, ya en Barcelona, se intentó quemar la
sede Acción Popular sobre la dos de la madrugada del día 20. En Valencia, las
manifestaciones del 19 incluyeron no poca violencia verbal ante las sedes derechistas,
simulaciones del entierro de Gil-Robles y el encarcelamiento de Lerroux, y gritos de
«asesinos» contra la Guardia de Asalto que protegía el Gobierno Civil. Pero al menos
no hubo asalto contra la sede de la DRV por el despliegue policial preventivo y la
actitud de algunos dirigentes obreros, que ordenaron a jóvenes socialistas formar un
cordón de seguridad para evitarlo[544].
Durante esas horas hubo también varios atentados. Muestras de pistolerismo hubo
en Granada, que dejó gravemente herido al hijo de un empresario, o en Santa Cruz de
Tenerife, contra varios jóvenes derechistas. Se registraron disparos en ajustes de
cuentas electorales en Almería, Santacara (Navarra) y Zamora. El alcalde radical de
Fuentes de Andalucía (Sevilla) quedó herido grave tras ser secuestrado y recibir una
paliza de un grupo de socialistas y comunistas[545].

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Finalmente, las fuentes revelan que los cedistas y los republicanos radicales o
conservadores, pese a ser objeto predilecto de las iras de los extremistas, no
respondieron habitualmente con violencia. La excepción, ya dicha, fue Hoyo de
Pinares (Ávila), con un afiliado progresista que mató a una socialista. En cuanto a los
falangistas, se pusieron en el punto de mira de las nuevas autoridades siempre bajo la
presión de los grupos de izquierdas, que sumaron a su lista de reclamaciones la del
cierre inmediato de sus sedes. Y es que, si no lo hacían los gobernadores, señalaba un
periódico santanderino de izquierdas, «lo hará el pueblo». Quizá por ello, y por los
constantes registros y asaltos a los centros falangistas, el Gobierno barajaría desde
finales de mes su clausura definitiva. Los medios socialistas, muy sensibilizados con
la cuestión, exigieron en su principal cabecera de prensa que esa medida se
extendiera a otras organizaciones «cuyo armamento fue amparado desde el Poder a
raíz del movimiento de Octubre[546]».

A por los ayuntamientos


Violentos o no, ya se ha visto como al cambio de gobierno sucedió, casi de
inmediato, el de las entidades provinciales y locales, a semejanza de cómo se había
hecho en Cataluña en los días posteriores al 16 de febrero. En Madrid capital la
corporación dimitida en 1934 volvió a hacerse con el ayuntamiento acompañada en
manifestación. En la provincia el proceso había comenzado antes incluso de
marcharse Portela, como se apuntó más arriba. De hecho, cuando el gobernador
saliente, Morata, se dirigió a los periodistas para anunciar su dimisión, declaró que ya
había recibido la renuncia de las autoridades de 39 ayuntamientos madrileños[547].
Esta fue la tónica general en las provincias donde las izquierdas eran fuertes.
Desde primeras horas del 20, numerosas manifestaciones tomaron los consistorios.
La falta de resistencia de los alcaldes y concejales salientes desalentó los choques,
aunque se vivieron escenas intimidatorias. Ya se ha visto que los cambios ocurrieron
en varios ayuntamientos después de que los edificios fueran invadidos por la
muchedumbre y hasta ocupadas las salas capitulares para forzar el inmediato
nombramiento de nuevas autoridades. En Alcira (Valencia), la manifestación paseó
además en procesión un féretro simulando la muerte de Lerroux. En Puente Genil
(Córdoba), la Guardia Civil hubo de intervenir en el momento en que se consumaba
el relevo de las autoridades municipales, porque grupos de manifestantes
aprovecharon para asaltar y destrozar el Círculo Agrario, liberar por la fuerza a un
detenido en la cárcel municipal y saquear propiedades de derechistas[548].
Mayor fue la sensación de impunidad en La Rambla, en la misma provincia. Si la
actitud general de los concejales de centro y derecha fue quedarse en sus casas o
ausentarse del pueblo, aquí los integrantes de la gestora, cedistas y radicales, fueron
obligados a comparecer en el ayuntamiento a primera hora de la tarde del 20 para

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proceder al traspaso de poderes. Varios concejales izquierdistas, armados y
respaldados por centenares de personas dentro y fuera del edificio, los agredieron a
«pedradas y tiros». Hubo seis heridos graves, todo ellos de la Gestora municipal
saliente, y el suceso terminó con el incendio del archivo municipal y el saqueo de la
iglesia. Azaña recibió un telegrama de los diputados electos por la provincia de
Córdoba, los progresistas Fernández Castillejo y Delgado Benítez, en el que
describían cómo un individuo que ni siquiera había sido concejal había liderado las
violencias y la «inhibición» de la autoridad durante varias horas. Los diputados
confiaban en que las «órdenes y consejos de templanza y legalidad» que «elogiaban»
de Azaña se traducirían en «urgentes y enérgicas órdenes que restablezcan la
legalidad perturbada». Aunque tarde, en este caso el nuevo gobernador ordenó una
investigación y hubo varios detenidos[549].
Las manifestaciones del Frente Popular solo buscaron la «reposición» de
ayuntamientos cuando eso implicaba el retorno de una mayoría de izquierdas. Si no
era el caso, se reclamaba el nombramiento de gestores para echar a los
«usurpadores», como los llamaba la prensa obrera pese a ser elegidos por sufragio,
del Partido Radical o la CEDA[550]. En Úbeda (Jaén), los líderes del Frente Popular
se pusieron al frente de una manifestación para tomar posesión del ayuntamiento,
asegurando que lo hacían por mandato del pueblo pese a la mayoría de centro-
derecha. En Burgos, donde los conservadores controlaban la mayoría de los
consistorios, las presiones al nuevo gobernador para que modificara esa situación a
favor de las izquierdas se incrementaron a partir del 22 de febrero. En Badajoz, la
manifestación del día 23 entregó una larga lista de demandas al gobernador que
incluía, además del cese de «varios jefes de la Benemérita y el inmediato reparto de
las tierras de la nobleza», el cambio de las autoridades en aquellos ayuntamientos
donde las izquierdas no fueran mayoría. En Yeste (Albacete), después de una protesta
de los republicanos de izquierdas y los socialistas, el nuevo gobernador apeló a
razones de orden público para destituir a la corporación radical por una gestora
controlada exclusivamente por el Frente Popular. Significativamente, en la provincia
de Albacete solo hubo una verdadera reposición de ayuntamientos del 14 de abril en
el 20% de los municipios, es decir, allí donde había mayoría de izquierdas. De
idéntica forma actuaron los nuevos gobernadores en Ciudad Real, Cuenca, Málaga o
Zaragoza. El de esta provincia reconoció que las gestoras eran necesarias por temer
«alteraciones de orden público», pero también porque era «manifiesta» la «hostilidad
del vecindario hacia los [concejales conservadores] elegidos el 12 abril». El cambio
fue aún más abrumador en las diputaciones provinciales. Refiriéndose a Álava, los
medios cedistas se preguntaban cómo era posible que el presidente de su gestora
afirmase representar la «voluntad popular» si el 16 de febrero el Frente Popular había
logrado 9000 votos frente a los 33 000 que habían sumado las diversas candidaturas
conservadoras[551].
Cierto que el nuevo ministro de la Gobernación, Amós Salvador, dio órdenes de

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