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PERSONAGES
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La Ratonera, o algo así.
ESCENA PRIMERA
La mansión ha perdido el lustre que tuvo en otro tiempo y ofrece el aspecto de haber servido de hogar a
generaciones de una familia venida a menos. Al fondo se ve una ventana alargada y a su derecha un
amplio arco que conduce al recibidor, la puerta principal y la cocina; a la izquierda hay otro arco por el
que se accede a la escalera que conduce a los dormitorios de arriba. En el primer rellano de la escalera se
halla la puerta de la biblioteca. A la izquierda del salón también se ve la puerta de una salita y a la
derecha la puerta del comedor, que está abierta. En ese mismo lado hay una chimenea francesa, y bajo la
ventana, un radiador y un banco.
La decoración es la típica de un salón de hotel. Parte del mobiliario es de roble antiguo e incluye una
mesa alargada, como la del refectorio de un convento, frente a la ventana, un viejo baúl en el recibidor y
un taburete al lado de la escalera. Las cortinas y el tapizado del mobiliario (un sillón en el centro, un
sofá a su izquierda y otro gran sillón de cuero a su derecha, además de un pequeño sillón victoriano
frente a ellos) se ven muy deslucidos y pasados de moda. A la izquierda del sofá hay un escritorio con una
silla y, sobre él, una radio y un teléfono. A la derecha de la mesa hay otra silla, sobre la chime- nea un
estante lleno de periódicos y revistas, y detrás del sofá un velador con una lámpara, una caja de
cigarrillos y un cenicero. A ambos lados de la chimenea hay dos apliques con doble brazo y otros varios
repartidos por las paredes del salón y el recibidor, con sus correspondientes interruptores.
Antes de levantarse el telón, la luz se va atenuando
hasta apagarse por completo y se oye la música de «Los tres ratones ciegos».
Cuando se levanta el telón el escenario está a oscuras. La música se va apagando, relevada por un
silbido muy agudo que entona el mismo tema: «Los tres ratones ciegos». Se oye entonces el escalofriante
chillido de una mujer y a continuación una mezcla de voces masculinas y femeninas que exclaman: «Dios
mío, ¿qué ha sido eso?», «¡Viene de allí!», «¡Dios mío!». Se escucha después una sirena de policía seguida
de otras muchas sirenas, que se van apagando hasta quedar en silencio.
Voz radiofónica: Y según Scotland Yard, el asesinato ha tenido lugar en el 24 de la calle Culver, en
Paddington. (Se encienden las luces, iluminando el salón de la mansión Monkswell. Está anocheciendo.
A través de la ventana se ve caer una fuerte nevada. La chimenea está encendida. Apoyado contra el
arco de las escaleras, hay un cartel recién pintado que anuncia con grandes letras: CASA DE
HUÉSPEDES MONKWELL.) La víctima se llamaba Maureen Lyon. La policía está muy interesada en
interrogar a un sospechoso visto en las inmediaciones, con abrigo oscuro, bufanda clara y sombrero
de fieltro. (MoLuE RALSTON entra por el arco del recibidor. Es una joven alta y guapa, bien entrada en
los veinte pero de aspecto ingenuo. Deja el bolso y los guantes en el sillón del centro, se acerca luego al
escritorio y guarda un paquetito en uno de los cajones. Apaga la radio al concluir la noticia que sigue.) Se
advierte a los conductores de la formación de placas de hielo. Se espera que continúen las fuertes
nevadas y que las tempe-raturas se sitúen por debajo de cero en todo el país, sobre todo en puntos de la
costa norte y noreste de Escocia.
MOLLIE. ¡Señora Barlow! ¡Señora Barlow! (Al no obtener respuesta, se dirige al sillón, recoge el bolso y
un guante, y a continuación sale por el arco del recibidor. Se quita el abrigo y regresa.) ¡Qué frío hace!
(Enciende los apliques de la chimenea y a continuación se acerca a la ventana, toca el radiador y corre las
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cortinas. Después se dirige al velador para encender la lámpara de mesa. Mira a su alrededor y repara en
el enorme cartel dejado a secar en las escaleras. Lo recoge y lo cuelga junto a la ventana. Retrocede unos
pasos mientras asiente con la cabeza.) La verdad es que ha quedado muy bien... ¡Vaya! Este Giles es un
despistado, se le ha olvidado una «S». (Mira su reloj de muñeca y luego el de pared.) ¡Qué tarde es!
(MolliE sube apresuradamente las escaleras. GILES entra por el arco del recibidor. Es un joven de entre
veinte y trein-ta años un tanto arrogante pero apuesto. Se sacude la nieve de los zapatos, abre el baúl de
roble y mete dentro el estuche grande de cartón que trae consigo. Se quita el abrigo, el sombrero y la
bufanda, y los arroja sobre un sillón. A continuación se acerca a la chimenea para calentarse las manos.)
GILES. ¿Mollie? ¿Mollie? ¿Monje? ¿Dónde estás? (MoLLIE entra por el arco de la escalera.)
MOLLIE. (De buen humor.) Haciéndolo todo yo sola, so gandul. (Se acerca a GILES.)
GILES. ¡Conque estabas ahí...! Deja, que ya lo hago yo. ¿Quieres que cargue la estufa?
MOLLIE. Ya está hecho.
GILES. (Dándole un beso.) ¿Qué tal estás, cielo? ¡Traes la nariz helada!
GILES. ¿Y eso? ¿Dónde has estado? ¿No habrás salido con este tiempo?
MOLLIE. He tenido que bajar al pueblo a buscar unas cosas que se me olvidaron. ¿Has conseguido la
alambrera para el gallinero?
GILES. He estado en varias tiendas y en ninguna tenían la que queremos. (Se sienta en un brazo del
sillón del centro.) No he hecho más que perder el tiempo y pasar frío. Y encima el coche me patinaba
continuamente. Cada vez cuaja más la nieve. ¿Qué te apuestas a que amanecemos incomunicados?
MOLLIE. ¡No lo digas ni en broma! (Se acerca al radiador y lo toca.) Espero que no se hielen las
tuberías.
GILES. (Levantándose del sillón y acercándose a MOLLIE.) Hay que tener la caldera bien cargada.
(Toca el radiador.) Los radiadores están tibios: espero que nos traigan más carbón porque se nos está
acabando.
MOLLIE. (Sentándose en el sofá.) No nos podemos permitir empezar con mal pie: la primera
impresión es la que cuenta.
MOLLIE. No, gracias a Dios. Creo que lo tenemos todo a punto. La señora Barlow se fue antes de la
hora. Me imagino que le asustó la nieve.
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MOLLIE. (Poniéndose en pie.) No, no, eso es cosa mía. De todas formas, si nos quedamos
incomunicados, tenemos conservas de sobra...y he avisado a un par de chicas del pueblo para que
vengan a hacer de asistentas mientras la señora Barlow se ausenta. Giles, cariño, ¿crees que todo saldrá
bien?
GILES. Y eso? Y a que chicas has avisado? (misterioso)No sé tú, pero yo tengo los pies congelados.
MOLLIE. No se si las conoceras… Giselle y Reille Dawson. És que necesitamos dar buena impresión y
para eso necesitamos algo de servicio.
GILES. Pero si ellas no son asistentas!!! (Fuera de si) Ademas nosotros podemos con todo!
GILES. Ehh.. no me pongo de ninguna manera cielo…¿No te arrepentirás ahora de esta locura de
montar un hotelito, en lugar de vender la casa en cuanto la heredaste de tu tía?
MOLLIE. No, me encanta la idea. Y hablando de hotelitos: ¡fíjate en esto! (Señala el letrero de forma
acusadora.)
MOLLIE. ¡Menuda chapuza...! ¿Es que no lo ves? Te has comido la «S». Pone MONKWELL en lugar de
MONKSWELL.
GILES. ¡Vaya por Dios! ¿En qué estaría yo pensando? Aunque tampoco es que importe mucho, ¿no?
Monkwell no queda tan mal.
GILES. ¡Y salir ahora al patio, con lo que resbala! ¡Menuda gracia! ¿Quieres que la deje cargada ya
para la noche?
MOLLIE. No, no la cargues del todo hasta las diez o las once.
MOLLIE. Sí. (Recoge un papel del escritorio y toma asiento.) La señora Boyle y su hijo, en la habitación
Rosa, el comandante Metcalf en la habitación Azul, la señorita Casewell en la habitación Este y el señor
taren en la habitación Caoba.
GILES. Me pregunto cómo serán nuestros huéspedes. ¿No deberíamos haberles cobrado por
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adelantado?
MOLLIE. Traen equipaje, así que, si no pagan, nos lo quedamos. Tan simple como eso.
GILES. Sigo pensando que deberíamos haber hecho un curso de gestión hotelera por
correspondencia. A ver si alguno nos la va a jugar. Su equipaje bien podría estar lleno de ladrillos
envueltos en papel de periódico, y entonces, ¿qué hacemos?
GILES. De eso mismo se sirven a veces los criados para falsificar sus referencias. ¿Y si luego resulta
que uno de los huéspedes es un delincuente fugitivo? (Se acerca al cartel y lo descuelga.)
MOLLIE. Que obsesión te ha dado con el servicio! No me importa lo que sean mientras paguen las
siete guineas semanales.
(GiLEs sale de escena por el arco del recibidor con el cartel, mientras MOLLIE enciende la radio.)
//LOCUTOR RADIOFÓNICO: ... y según Scotland Yard, el crimen tuvo lugar en el 24 de la calle Culver,
en Paddington. La víctima se llamaba Maureen Lyon. La policía... (Moun se levanta y se acerca al sillón
del centro.) ... está muy interesada en interrogar a un sospechoso visto en las inmediaciones, con abrigo
oscuro... (MOLLIE recoge el abrigo de GILES.) ... bufanda clara... (MoLLIE recoge la bufanda de GILES.) ... y
sombrero de fieltro. (MOLLIE recoge el sombrero de su marido y sale por el arco del recibidor.) Se advierte
a los conductores de la formación de placas de hielo... (Llaman al timbre.) Se espera que continúen las
fuertes nevadas y que las temperaturas... (MOLLIE regresa, se acerca al escritorio, apaga la radio y sale
apresuradamente para abrir la puerta.)
MOLLIE. (Fuera de escena.) Ah.. ya estáis aquí! Menos mal los huéspedes están a punto de llegar!
GISELLE. Hola Mollie. Hemos llegado cuanto antes pero hace tan mal tiempo…
REILLE. Si, es cierto con las ganas que teníamos de venir… Que ilusión nos hizo cuando nos avisaste..
(Irónica y misteriosa )
MOLLIE. Me alegro. Gracias por venir. Espero que todo salga bien, de esto dependen muchas cosas.
MOLLIE. Deben ser los huéspedes.. Rápido en la cocina os he dejado unos uniformes de alquiler, os lo
ponéis y empezada a poner orden a esta casa de locos por favor…(Se va a abrir la puerta, desde fuera)
¿Cómo está usted?
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CHRIsToPHER. (Fuera de escena.) Muy bien, gracias. (Christopher WREN entra en el salón con toda
confianza seguido de MOLLIE y deja su maleta junto a la mesa. Es un joven de aspecto un tanto alocado y
neurótico. Lleva el pelo largo y revuelto y luce una corbata de punto muy original.) Vaya tiempecito. E!
taxista me ha dejado en la verja. (Se acerca al velador y deja encima su sombrero.) No se ha atrevido a
llegar hasta la casa. Se ve que los deportes de riesgo no le van. (Acercándose a MOLLIE.) ¿Es usted la
señora Ralston? ¡Encantado! Soy el señor Wren.
CHRISTOPHER. ¡Uy!, no es en absoluto como la había imaginado. Pensaba que me encontraría con la
viuda de un general retirado del ejército indio. Creía que sería la típica generala, una de esas mujeres
ceñudas que tienen la casa entera atiborrada de figuras de bronce de Benarés. Y sin embargo, todo es
ideal. (Se pasea por el salón.) Sencillamente divino. ¡Qué proporciones! (Señalando al escritorio.) ¡Eso es
una imitación! (Señalando después al velador.) ¡Ah!, pero ésta sí es auténtica. Este lugar me va a
encantar. ¿No tendrán flores de cera o aves del paraíso?
CHRISTOPHER. Es una pena. Bueno, ¿y un aparador? ¿Uno de esos pretenciosos aparadores de caoba
maciza con grandes frutas talladas?
CHRISTOPHER. ¿Ahí dentro? (Se dirige a la puerta del comedor y la abre.) Tengo que verlo.
(CHRISTOPHER sale de escena seguido de MOLLIE. GILES entra por el arco del recibidor, mira a su
alrededor y examina la maleta entonces ve a Reille que limpia en el salón, intenta acercarse a ella però
entonces oye voces procedentes del comedor y sale por donde ha entrado.)
MOLLIE. (Fuera de escena.) ¿Por qué no se acerca a la chimenea? Vendrá usted helado. (MOLLIE
regresa a escena seguida de CHRISTOPHER.)
CHRISTOPHER. Ese aparador es de una perfección absoluta. Inspira verdadero respeto. ¿Pero por qué
han prescindido de una buena mesa de comedor? (Mirando fuera de escena hacia el comedor.) Esas
mesitas que han puesto estropean el conjunto.
MOLLIE. Nos pareció que los huéspedes preferirían tener cada uno su mesa... Por cierto, le presento
a mi marido.
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de diferentes edades, institutriz ceñuda, y alguien conocida como «la pobre Harriet», esa pariente infeliz
que se deja tratar como un felpudo por todo el mundo y que está muy, pero que muy agradecida de
haber sido acogida en un hogar tan respetable.
GILES. (Mirándole con desprecio.) Subiré las maletas a su habitación. (Coge la maleta y se dirige a
MOLLIE.) Me dijiste la habitación Caoba, ¿verdad?
MOLLIE. Sí.
CHRISTOPHER. Espero que tenga allí una de esas camas con dosel y cretonas de flores.
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MOLLIE. (A GilEs.) ¿Te importaría encargarte del calentador de agua? (Mollie y CHRISTOPHER salen de
escena, mientras GILES tuerce el gesto. Llaman al timbre. Tras unos instantes, el timbre vuelve a sonar de
manera insistente. GILES sale deprisa en dirección a la entrada, abre la puerta y se oye el rumor de la
ventisca.)
SRA. BOYLE. (Fuera de escena.) Ésta es la mansión Monkswell, supongo.
GILES. (Fuera de escena.) Si... (La SRA. BOYLE entra en escena acompanyada de su hijo. Lleva guantes
y una maleta, además de algunas revistas. Es una mujer corpulenta e imponente y está de muy mal
humor.Su hijo es un joven con características especiales y con apariencia de mucha bondad)
SRA BOYLE. Soy la señora Boyle y este es mi queridísimo hijo George. (Deja la maleta en el suelo.)
GEORGES Hola, mi nombre es Georges Boyle, vivo en la calle Runkier esquina derecha y estoy
encantado de estar aquí con mi mama
GILES. Yo soy Giles Ralston. Pasen ustedes, señora, caballero y acérquese a la chimenea. (La SRA.
BOYLE se acerca al fuego.)
GEORGES Yo no soy caballero, soy Georges Boyle y vivo en…
SRA BOYLE. Ya esta cariño… Buen chico…
GILES. ¡Menuda nevada! ¿Éste es todo su equipaje?
SRA. BOYLE. Un tal Metcalf, que al parecer es comandante del ejército, se está encargando del resto.
GILES. Le dejaré abierta la puerta.
GEORGES. El taxista tenia miedo… El taxista no se ha atrevido a llegar hasta la puerta. (GILES regresa
y se acerca a la SRA. BOYLE.)
SRA. BOYLE. Nos ha dejado al comienzo del camino de entrada. Hemos tenido que compartir taxi
desde la estación porque apenas había taxis. (Acusadoramente.) Al parecer no se ha enviado a nadie a
recogernos.
GILES. Lo lamento muchísimo. No sabíamos en qué tren llegarían; de lo contrario, habríamos enviado
sin falta a recogerles...
SRA. BOYLE. Alguien tendría que haber estado allí a todas las horas de llegada, por si acaso.
GILES. Permita que me ocupe de su abrigo. (La SRA. BOYLE le entrega a GILES el abrigo, los guantes y
las revistas, y se acerca al fuego para calentarse las manos.) Mi esposa les atenderá enseguida. Yo me
voy a ausentar un instante para echarle una mano al señor Metcalf con el equipaje.
SRA. BOYLE. (A GILES, mientras sale de escena.) Por lo menos podían haberse molestado en despejar
de nieve el camino de entrada a la casa. (Tras la salida de Giles.) ¡Qué falta de previsión y formalidad!
(Mira a su alrededor con desaprobación.)
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MOLLIE. Sí, soy... (Se acerca a la SRA. BOYLE, tiende tímidamente la mano y seguidamente la retira,
insegura sobre cómo habría de comportarse la dueña de una casa de huéspedes.) (La SRA. BOYLE la mira
de arriba abajo con desagrado, Giles se lanza a sus brazos a abrazarla mientras su madre lo regaña con
un gesto)
GEORGES Hola, mi nombre es Georges Boyle, vivo en la calle Runkier esquina derecha y estoy
encantado de estar aquí con mi mama (Mollie lo abraza confusa)
MOLLIE. joven?
SRA. BOYLE. Muy joven para un establecimiento así. Debe de tener muy poca experiencia.
MOLLIE. (Retrocediendo unos pasos.) Tiene que haber un principio para todo, ¿no cree?
SRA. BOYLE. Ya veo... Bastante inexperta. (Mira de nuevo a su alrededor.) Desde luego es una casa
muy vieja. Espero que al menos no tenga carcoma. (Mira de un lado a otro con recelo.)
GEORGES. ¿Está enfadada? ¿Mama esta señora se ha enfadado? ¿Porqué mama? ¿Yo no he hecho
nada, eh mama?
SRA. BOYLE. Tranquilo Georges cariño… Tu eres bueno, esta mujer no tiene tus modales…La gente no
suele darse cuenta de que tiene carcoma hasta que es demasiado tarde.
SRA. BOYLE. ¡En fin! A lo mejor se puede arreglar con una capa de pintura. Lo digo porque ese roble
parece carcomido.
GILES. (Fuera de escena.) Por aquí, comandante. (GILES y el COM. METCALF entran en escena. El
COM. METCALF es un hombre ya maduro, de espaldas anchas y porte y modales de marcado aire militar.
El recién llegado deja su maleta en el suelo; MOLLIE se acerca para presentarse.) Le presento a mi
esposa.
Com. METCALF. (Estrechándole la mano a MOLLIE.) Encantado. Menuda está cayendo. Por un
momento pensé que no llegábamos. (Ve a la SRA. BOYLE.) ¡Oh!, le ruego me disculpe, señora. (Se quita el
sombrero educadamente y con cierto aire coqueto. La SRA. BOYLE sale de escena por la puerta del
comedor, Georges se queda charlando con Giselle.) Si sigue así me temo que mañana tendremos más de
metro y medio de nieve. (Se acerca al fuego.) No había visto nada igual desde que estuve de permiso en
el año 40. (mirando por donde ha salido la Sra Boyle)
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GILES. (Sonriendo) Subiré las maletas. (Cargando con las maletas. Se dirige a MOLLIE.) ¿Qué
habitaciones me has dicho? ¿La Azul y la Rosa?
MOLLIE. No... He acomodado al señor Wren en la habitación Rosa. Le gusta mucho la cama con dosel
que tenemos allí. Así que a la señora Boyle le he asignado la habitación Caoba y al comandante Metcalf,
la Azul.
GILES. (Con voz firme.) ¿Me sigue, comandante? (Se dirige hacia la escalera principal.)
(El COM. METCALF sigue a GILES por la escalera principal. La SRA. BOYLE regresa a escena y se acerca
a la chimenea mirando con desprecio a Reille y a Giselle que limpian.)
(CHRISTOPHER WREN entra en silencio procedente de la escalera principal y se acerca a MOLLIE por la
espalda.)
CHRISTOPHER. (Cantando.) Del norte sopla el viento que anuncia las nieves, ¿y qué hará el petirrojo,
pobre pajarillo? Volar hasta el granero en busca de abrigo y acurrucarse bajo el ala, ¡pobre pajarillo!
Adoro las canciones de cuna, ¿y usted? Siempre tan trágicas y macabras... Por eso les gustan tanto a los
niños.
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GILES. No tiene obligación de quedarse si las cosas no son de su agrado, señora Boyle.
SRA. BOYLE. No, no me siento en absoluto obligada.
GILES. Si ha habido algún malentendido por nuestra parte, quizá sería mejor que se hospedara en
otro lugar. Puedo llamar enseguida al taxi para que vuelva a buscarla. Las carreteras no están cortadas
todavía. Hemos recibido tantas solicitudes de reserva que no habrá problema en cubrir su vacante. De
todas formas, el mes que viene tenemos pensado introducir algunas mejoras.
SRA. BOYLE. No tengo intención de irme sin haber comprobado antes lo que este sitio puede
ofrecer. No se creerá que va a echarme a estas alturas. (Volviéndose hacia MOLLIE.) ¿Le importaría
mostrarme mi habitación, señora Ralston? (Se dirige hacia la escalera principal con aires de grandeza.
GILES se hace a un lado del arco.)
MOLLIE. Por supuesto, señora Boyle. (Acompaña a la SRA. BOYLE. Al pasar junto a GILES, se dirige a él
en voz baja.) Has estado muy bien, cariño...
GEORGES. Hola!
GISELLE. Hola…
GISELLE. Aii.. que cielo! Eres una monada… (le acaricia el brazo)
GISELLE. Uhhh..(Se rie) Que me suben los colores Georges! Que reloj más bonito!
CHRISTOPHER. (En tono pueril.) Me ha parecido una mujer muy desagradable. No me gusta nada. Me
habría encantado ver cómo la ponía de patitas en la calle. Le habría estado bien empleado.
GILES. Creo que es un placer al que tendré que renunciar, además pobre de su hijo, ya tiene bastante
con aguantar a su madre. (Suena el timbre.) ¡Vaya por Dios, otro más! (Fuera de escena.) ¡Pase, por
favor! (CHRISTOPHER se acerca al sofá y toma asiento. La SRTA. CASEWELL entra en escena seguida de
GILES. Es una chica joven de aspecto varonil. Trae consigo una maleta y lleva un abrigo negro largo y una
bufanda clara, pero no lleva sombrero.)
SRTA. CASEWELL. (Con voz grave y varonil.) Mi coche se ha quedado atascado a un kilómetro de aquí.
Me salí de la carretera por culpa de la nieve.
GILES. Permítame que me ocupe de su maleta. (Recoge la maleta y la pone junto a la mesa.) ¿Se ha
dejado algo en el coche?
SRTA. CASEWELL. No, suelo viajar ligera de equipaje. (Repara en la chimenea.) ¡Ay!, menos mal que
disponen de un buen fuego. (Se acerca a la chimenea con paso hombruno.)
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SRTA. CASEWELL. No hay prisa. (Se quita el abrigo.) Tengo que sacudirme este frío de los huesos.
(Saca el periódico vespertino del bolsillo del abrigo.) Según el parte se esperan fuertes nevadas, se ha
advertido a los conductores y todo eso. Mucho me temo que nos vamos a quedar aislados. ¡Espero que
al menos estén bien surtidos de provisiones!
GILES. Puede estar bien segura. Mi esposa es muy previsora. De todas formas, si la cosa se pone fea,
nos podemos comer las gallinas.
SRTA. CASEWELL. Claro, mejor que comernos los unos a los otros.
(Suelta una sonora risotada y le lanza el abrigo a GILES, que lo atrapa al vuelo. Se sienta luego en el
sillón del centro.)
CHRISTOPHER. ¿Un crimen? (Se vuelve hacia la SRTA. CASEWELL.) ¡Me encanta!
REILLE. Yo no tengo nada que hablar con el señorito… Hable con su esposa que seguro que le
escucha.
CHRISTOPHER. Pues, la verdad, no cuenta mucho. (Se sienta en el sillón victoriano y lee en voz alta.)
«La policía está muy interesada en interrogar a un sospechoso visto en las inmediaciones de la calle
Culver en el momento del asesinato. Estatura media, abrigo oscuro, bufanda clara y sombrero de fieltro.
Se han estado emitiendo por radio partes de búsqueda durante todo el día.»
CHRISTOPHER. Cuando se dice que la policía está muy interesada en interrogar a alguien, ¿es una
manera sutil de decir que se trata del asesino?
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SRTA. CASEWELL. (Se pone en pie.) Mucho gusto. (Le da a MOLLIE un enérgico apretón de manos
mientras GILES recoge su maleta.)
MOLLIE. Hace una noche espantosa, ¿verdad? Me imagino que querrá usted subir a su habitación.
Hay agua caliente por si le apetece tomar un baño.
(MOLLIE y la SRTA. CASEWELL salen por la escalera principal. GILES las acompaña con la maleta. Una
vez solo, CHRISTOPHER se levanta y curiosea un poco por la casa. Abre la puerta de la salita, echa un
vistazo dentro y luego sale de escena. Momentos después reaparece por la escalera principal. Se acerca
al arco del recibidor y mira fuera de escena. Canturrea una cancioncilla y se ríe para sí, dando la
impresión de estar algo pirado. Se acerca entonces a la ventana. GILES y MOLLIE bajan en ese momento
por la escalera, hablando entre ellos, y entran en el salón, al tiempo que CHRISTOPHER se esconde detrás
de las cortinas.)
MOLLIE. Tengo que irme volando a la cocina. El comandante Metcalf me ha parecido muy agradable.
No creo que cause problemas. Es la señora Boyle la que me preocupa. Mañana tienen que quedar
contentos con el almuerzo. Había pensado abrir dos latas de albóndigas y acompañarlas de puré de
patata con guisantes. De postre, haré higos confitados y natillas. ¿Qué te parece?
GILES. Bueno..., supongo que estará todo muy rico. Aunque quizá les parezca demasiado típico.
CHRISTOPHER. (Sale de su escondite y se sitúa en medio de la pareja.) Permita que la ayude. Me encanta
la cocina. ¿Por qué no hacer una tortilla? Supongo que habrá huevos.
MOLLIE. Por supuesto, hay de sobra. Tenemos un montón de gallinas. No ponen tantos como nos
gustaría, pero hemos recogido bastantes.
CHRISTOPHER. ¿No tendrá una botella de vino, de la marca que sea, para añadírselo a la salsa de las
albóndigas? Le dará un regusto muy francés. Enséñeme la cocina y los ingredientes de que dispone, y ya
se me ocurrirá algo.
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MOLLIE. Sígame. (MOLLIE y CHRISTOPHER salen de escena. GILES frunce el ceño y suelta un
improperio sobre CHRISTOPHER, para luego sentarse en el sillón victoriano. Abre el periódico y se queda
absorto en la lectura. MOLLIE regresa y comienza a hablar; GILES se pone en pie de un salto.) ¿No es un
cielo? Ha cogido un delantal y se ha puesto manos a la obra. Me ha dicho que ya se encarga él de todo y
que no me asome por allí en media hora. Si nuestros huéspedes quieren cocinar ellos mismos, ese
trabajo que nos ahorramos.
GILES. ¿Se puede saber por qué le has dado la mejor habitación?
GILES. (Con retintín.) ¡Le gusta la camita con dosel!... ¡Será imbécil!
MOLLIE. ¡Giles!
GILES. No soporto a la gente así. (Con segundas.) Tú no has cargado con su maleta; yo sí.
GILES. No pesaba nada. Si quieres mi opinión, creo que estaba vacía. Seguro que es uno de esos
jovenzuelos que van de hotel en hotel estafando al propietario.
MOLIE. No lo creo. No me da esa impresión... ¿No te parece muy rarita la señorita Casewell?
MOLLIE. Ya es mala suerte que nuestros huéspedes sean impertinentes o raros. El comandante
Metcalf, al menos, parece normal.
GILES. No me hagas caso. Es que ya me espero cualquier cosa. Bueno, por lo menos no habrá más
sorpresas. Ya han llegado todos.
(Suena el timbre.)
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MARIOLA. Bona nit! No coneixereu un lloc per acampar per ací? Collins quin fred que fa!! Ahhh…
Perdoneu.. Soc Mariola i estes són les meues amigues Aitana i Altea.
ALTEA. Açò ho arregle jo!! Hola… nosotras… somos… valen”s”ianas i estem…estamos dando la vuelta
al mon…
MARIOLA. (Mirant a Giles que fa cara de no entrendre res) Pues no sé que dir-te!
AITANA. Calleu chiques que estem comunicant-se! Nosotras querer dormir en algún puesto…
que..que… la temperatura… ¡xe! hace un frio de collons!
GILES. Ahhh… que quieren una habitación para alojarse que hace mucho frio? Pues ahora se lo
pregunto a mi esposa.
MARIOLA. Veus no falla! Jajaj… els collons son universals! (Riuen les tres)
GILES. Molie! Molie! Hay unas jovencitas que necesitan dormir creo que son extranjeras.. indias o
algo así…
MOLIE. Pues acompáñenme les mostraré una habitación. No las esperamos así que no la teníamos
preparada. (salen de escena)
SRTA FLECHER. Eso es… la mujer de la tienda del pueblo, estamos de visita y nos ha dicho que aquí
podríamos alojarnos que lo han inaugurado hace poco.
MOLIE. Y tan poco! Madre mía… estamos llenando el primer día de apertura.
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MOLIE. Calla y no seas gafe! Piensa que hemos empezado con muy buen pie. Pasen por aquí y
buscaremos como alojarlas a todas(Suena el timbre)
(El señor PARAVICINI entra tambaleándose con un maletín. Tiene aspecto de extranjero, piel oscura y
bigote extravagante. Es una versión ligeramente más alta de Hércules Poirot, lo que podría dar una
impresión equivocada. Lleva un pesado abrigo de piel. Se apoya en el arco del recibidor y deja la maleta
en el suelo. Entra GiLEs.)
PARAVICINI. ¡Qué afortunado he sido, señora mía! (Se acerca a MOLLIE y le besa la mano.) ¡La
respuesta a mis plegarias! Una casa de huéspedes..., y por si fuera poco, unos anfitriones encantadores.
He tenido la desgracia de estrellar mi Rolls-Royce contra una acumulación de nieve. No se veía nada con
tanta nieve. No tenía ni idea de dónde estaba y llegué a pensar que iba a morir congelado. Luego cogí un
maletín del coche y me abrí paso como pude a través de la nieve. Fue entonces cuando me topé con una
gran verja de hierro. «¡Una casa habitada! —pensé--, ¡estoy salvado!» Hasta dos veces me he caído por
el camino antes de llegar a su puerta (Mira a su alrededor.) y la desesperación se ha tornado en alegría.
(Cambia el tono.) Espero que puedan alojarme.
GILES. Pues...
MOLLIE. Me temo que las únicas habitaciones disponibles son algo pequeñas.
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La Ratonera, o algo así.
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ESCENA SEGUNDA
Cuando se levanta el telón ha cesado la ventisca, pero tras la ventana se ve la nieve apilada contra el
cristal hasta una altura considerable. El Com. METCALF lee un libro en el sofá y la S. BOYLE, sentada en el
sillón de cuero frente a la chimenea, escribe en una libreta apoyada sobre su rodilla.
SRA. BOYLE. Los Ralston han demostrado muy poca honestidad al no advertirme de que acababan de
inaugurar el establecimiento.
COM. METCALF. Bueno, todo tiene que tener un comienzo, ¿no cree? Esta mañana el desayuno fue
estupendo: buen café, huevos revueltos, mermelada casera. Y además, muy bien servido. La buena
mujer no lo hace mal.
SRA. BOYLE. Son unos principiantes. Deberían tener personal en condiciones.
COM. METCALF. Y el almuerzo ha sido excelente.
SRA. BOYLE. ¡Albóndigas en lata!
Com. METCALF. Pero muy bien disimuladas. Llevaban vino tinto. Y además, la señora Ralston
prometió hacer un pastel para esta noche.
SRA. BOYLE. (Se pone en pie y se acerca al radiador.) Los radiadores están algo tibios. Tendré que
quejarme.
COM. METCALF. ¡Y qué camas tan cómodas! Por lo menos, la mía. Espero que la suya también.
SRA. BOYLE. Pasable. (Regresa al gran sillón de cuero y se sienta.) No entiendo por qué le han dado la
mejor habitación a ese jovencito tan raro.
Com. METCALF. Llegó antes que nosotros. Al que madruga, Dios le ayuda.
SRA. BOYLE. Cuando leí el anuncio me hice una idea muy distinta de este lugar: me lo imaginaba
mucho más espacioso y con una buena sala de lectura, además de juegos de mesa y otros
entretenimientos.
(MoLiE sale de escena por donde entró en ese momento entran la Sra FLECHER y la Sra RAKMON.)
COM. METCALF. Voy a echarle una mano (Se levanta y se dirige al arco del recibidor.) Me vendrá bien
un poco de ejercicio. Tengo que moverme.
(El COM. METCALF sale de escena. MOLLIE regresa con el trapo del polvo y la aspiradora, cruza el
escenario y sube por la escalera principal. Se da de bruces con la SRTA. CASEWELL, que en ese momento
baja.)
(MOLLIE desaparece. La SRTA. CASEWELL se dirige con paso lento hacia el centro del salón.)
SRA. BOYLE. ¡Hay que ver! ¡Esta jovencita es de lo que no hay! ¿Acaso no sabe limpiar con
discreción? ¡Cruzar por el medio del salón con la aspiradora! ¿Es que no hay escalera de servicio?
SRTA. CASEWELL. (Saca un cigarrillo de un paquete que tiene en el bolso.) Claro que sí, hay una
estupenda. (Se acerca a la chimenea.) Muy útil en caso de incendio. (Enciende el cigarrillo.)
SRA. FLECHER. ¿Y entonces por qué no la usa? De todas formas, tenía que haber limpiado antes del
almuerzo.
SRTA. CASEWELL. Imagino que estaría ocupada preparándolo.
SRA. BOYLE. Cómo se nota lo improvisado que está todo y lo mucho que les queda por aprender. Les
falta un servicio en condiciones.
SRTA. CASEWELL. No debe de ser muy fácil encontrarlo en los tiempos que corren, ¿no cree?
SRA. BOYLE. Sí, desde luego, hoy en día las clases bajas parecen ignorar sus obligaciones.
SRTA. CASEWELL. Es como si los pobres de toda la vida quisieran sacudirse el yugo de la
servidumbre...
SRA. RAKMON. Deduzco que es usted socialista.
SRTA. CASEWELL. Yo no diría tanto. Más que roja, creo que soy rosa pálido. Pero la política no me
interesa gran cosa. Además, resido en otro país.
SRA. FLECHER. Supongo que la vida es mucho más llevadera en el extranjero.
SRTA. CASEWELL. Por lo pronto no tengo que cocinar ni fregar, como parece ser la obligación de casi
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La Ratonera, o algo así.
SRA. BOYLE. (Molesta, sin dejar de escribir.) ¡Le importaría bajar un poco eso! No puedo
concentrarme en escribir mis cartas con la radio puesta.
SRTA. CASEWELL. Es que están poniendo mi canción favorita. Ahí dentro puede usted escribir
tranquila. (Señala con la cabeza hacia la puerta de la biblioteca.)
SRTA. CASEWELL. Mucho más, estoy de acuerdo. (Baila al son de la música. La SRA. BOYLE, tras
observarla irritada unos instantes, se levanta y entra en la biblioteca. La SRTA. CASEWELL sonríe, se
acerca al velador les tira el humo a la cara a las otras mujeres y apaga el cigarrillo en el cenicero. Éstas
salen maldiciendo. Se acerca luego al estante que hay sobre la chimenea y coge una revista.) ¡Viejas
cotorras! (Se acerca al sillón de cuero y se sienta.)
CHRISTOPHER. (Señalando a la biblioteca.) Vaya donde vaya no me quito a esa mujer de encima, ¡y
menudas miradas me echa!
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La Ratonera, o algo así.
CHRISTOPHER. Te has deshecho de ella. Me parece genial. Esa señora no me gusta ni un pelo. Vamos
a ver cómo podemos chincharla, ¿te parece? A ver si se marcha de una vez.
SRTA. CASEWELL. De aquí a que se derrita esa nieve pueden ocurrir muchas cosas...
CHRISTOPHER. Sí.,., tienes razón. (Se acerca a la ventana.) ¿No te parece maravillosa la nieve?
Transmite tanta paz y tanta pureza..., que le hace a uno olvidar todas sus penas.
CHRISTOPHER. ¿Pero qué cosas son ésas? (Se sienta junto a la ventana.)
SRTA. CASEWELL. El agua helada en el lavabo..., sabañones sangrantes y en carne viva..., una sábana
hecha jirones..., un niño temblando de frío y miedo.
CHRISTOPHER. ¡Por Dios, qué macabro suena todo eso! ¿De qué se trata? ¿Es una novela?
SRTA. CASEWELL. Lamento decepcionarte. La verdad es que no. (Se tapa la cara con la revista.)
(CHRISTOPHER la mira con curiosidad, se acerca luego a la radio y la pone a todo volumen. A
continuación sale de escena por la puerta de la salita. Suena el timbre)
MOLLIE. (MOLLIE baja corriendo las escaleras, bayeta en mano, para abrir.) Quien será? No hay Dios
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La Ratonera, o algo así.
que pueda viajar con esta nieve… (Aparecen las Hermanad del viento del sur abrigadísimas con raquetas
en los pies)
ADELE. Buenos días somos las hermanas del viento del sur que llevamos nuestra palabra a todos los
hogares..
SOCORRO. Por recóndito que sea el lugar, allí llegaremos… No esta su marido? O su hijo? O su
hermano, vecino, amigo…
MOLLIE. Buenos días, la verdad es que no tenemos demasiado tiempo para atenderlas, acabamos de
inagurar el hostal y…
ADELE. Oh! Pues no se preocupe nos quedamos hasta que pueda atendernos.
MOLLIE. Ohh.. disculpen.. es que no tenemos demasiado espacio…
SOCORRO. No se preocupe en cualquier rinconcito nos esperamos, donde ha dicho que esta la
habitación de su marido..
MOLLIE. Perdone?
SOCORRO. Uii. Lo siento! Lo digo por no acercarnos!
MOLLIE. Disculpen però no puede ser…
ADELE.Ohh… Nos va a echar a la calle… con este temporal… (Caritas de pena)
MOLLIE. Madre mia… que inauguración! No por favor… pasen… por allí esta la cocina. Las asistentas
les preparan algo caliente.
SOCORRO. No si ya estamos! (Mollie la mira con gesto incrédulo)
ADELE. Quiere decir que estamos calentitas con estos abrigos pero no rechazaremos su hospitalidad.
El viento del sur se lo pague.
MOLLIE. ( Suena el teléfono. Descuelga el auricular.) ¿Dígame? (Apaga la radio.) Sí..., ésta es la casa de
huéspedes Monkswell... ¿Qué?... No, me temo que el señor Ralston no puede ponerse en este momento.
Habla usted con la señora Ralston. ¿Quién...? ¿La policía de Berkshire...? Oh, sí, sí, comisario Hogben,
pero me temo que no va a poder ser: resulta del todo imposible llegar hasta aquí. Estamos
completamente aislados por la nieve. Las carreteras están impracticables... (La SRTA. CASEWELL se
levanta y se acerca al arco de la escalera.) No hay manera de llegar hasta aquí... Sí, muy bien... ¿Pero
qué...? ¡Oiga... oiga...! (Cuelga el auricular.) (Giles entra por el arco del recibidor con el abrigo puesto. Se
lo quita para colgarlo.)
GILES. Mollie, ¿sabes dónde hay otra pala?
MOLLIE. (Acercándose a él.) Giles, acaba de llamar la policía.
SRTA. CASEWELL. ¿Algún problema con la justicia? ¿No estarán sirviendo alcohol sin licencia? (La
SRTA. CASEWELL sale de escena por la escalera.)
MOLLIE. Van a enviar a un inspector, o sargento, o algo parecido.
GILES. Pero le va a resultar imposible llegar hasta aquí.
MOLLIE. Eso mismo dije yo, pero no pareció importarles.
GILES. Tonterías: ni un jeep podría abrirse paso con tanta nieve. De todas formas, ¿a qué viene esto?
MOLLIE. Eso mismo pregunté yo, pero no me respondieron. Sólo me pidieron que le dejara bien claro a
mi marido que tendría que cooperar en todo con la sargento Trotter creo que se llamaba, y le
obedeciera sin rechistar. ¿No te parece muy raro?
GiLES. (Se acerca al fuego.) ¿Qué tripa se les habrá roto?
MOLLIE. (Se sitúa junto a Giles.) A lo mejor es por aquella ropa que traje de Gibraltar sin declarar en
la aduana.
GILES. Yo creo que he pagado la licencia por la radio...
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La Ratonera, o algo así.
SRA. BOYLE. Ah, por fin la encuentro, señora Ralston. ¿Sabe usted que el radiador de la biblioteca
está frío como un témpano?
SRA. BOYLE. Pago siete guineas por semana, ¡siete guineas!, y no estoy dispuesta a pasar frío.
(GILEs sale por el arco del recibidor. MOLLIE le sigue hasta el arco.)
SRA. BOYLE. Señora Ralston, si me permite que se lo diga, el joven que se aloja aquí es muy raro.
¡Qué modales! ¡Qué corbatas! ¡Yo creo que ni se peina!
GISELLE. Es un arquitecto muy prometedor.
SRA. BOYLE. ¿Cómo dice?
GISELLE. Christopher Wren es arquitecto...
SRA. BOYLE. ¡Por Dios, jovencita! Sé muy bien quién es sir Christopher Wren (Se acerca a la
chimenea.), el célebre arquitecto que diseñó la catedral de San Pablo. ¡Ni que los jóvenes fuerais los
únicos que tenéis cultura!
REILLE. Se refería a este Wren. Se llama Christopher. Sus padres le bautizaron así porque querían que
fuera arquitecto. Y lo es... o casi, así que no erraron del todo el tiro.
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La Ratonera, o algo así.
SRA. BOYLE. Me suena a cuento chino. (Se sienta en el sillón de cuero.) Yo no me fiaría mucho: Al fin
y al cabo, ¿qué saben ustedes de él?
MOLLIE. Lo mismo que sé de usted, señora Boyle: que ambos nos pagan siete guineas por semana. Es
lo único que necesito saber, ¿no cree? Lo demás no me incumbe. No entro en si los huéspedes son de mi
agrado... (Con segundas.) O no.
SRA. BOYLE. Es usted joven e inexperta, y debería agradecer los consejos de alguien más curtido en
la vida. ¿Y qué me dice de ese extranjero? O de las hippis esas? O de las monjas?
MOLLIE. Negarle asilo a quien lo solicita de buena fe va contra la ley, señora Boyle. Debería usted
saberlo.
MOLLIE. (Se pasea por el escenario.) ¿No fue usted juez en su día, señora Boyle?
SRA. BOYLE. Sólo digo que ese Paravacini, o como se llame, me da la impresión de ser...
PARAVICINI. Cuidado, mi querida señora, que hablando del rey de Roma, por la puerta asoma. Ja, ja,
ja!
PARAVICINI. He entrado de puntillas, así... (Hace una demostración.) Si no quiero que nadie me oiga,
nadie me oye. Lo encuentro de lo más divertido.
PARAVICINI. (Se sienta en el sillón del centro.) De hecho, hubo una vez una joven...
SRA BOYLE. (Se levanta.) Bueno, debo seguir con mis cartas. Veré si en aquella salita hace menos frío.
PARAVICINI. Mi encantadora anfitriona parece disgustada. ¿Qué le pasa, mi querida amiga? (La mira
con picardía.)
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La Ratonera, o algo así.
PARAVICINI. Si, desde luego, la nieve complica las cosas... (Se levanta.) O tal vez las facilite. (Se
acerca a la mesa y se sienta en una silla.) Si, tal vez sí...
MOLLIE. No le entiendo.
PARAVICINI. Claro, porque usted ignora muchas cosas. Para empezar, diría que no tiene mucha idea
de cómo llevar una casa de huéspedes.
MOLLIE. (Acercándose al velador y apagando el cigarrillo en el cenicero.) Puede que no, pero
tenemos intención de ganarnos la vida con ello.
PARAVICINI. (La mira otra vez con picardía.) Es usted, sin duda alguna, una cocinera excelente. (Se va
detrás del sofá y toma la mano de MOLLIE, pero ella lo rechaza y se aparta de él.) ¿Me permite que le
haga una advertencia, señora Ralston? Usted y su marido no deben ser tan confiados: ¿Tienen alguna
referencia de sus huéspedes?
MOLLIE. ¿Deberíamos tenerlas? Siempre pensé que a la gente se la hospeda sin pedir explicaciones...
PARAVICINI. Conviene saber algo de quien va a dormir bajo su mismo techo. Fíjese en mí, por
ejemplo: me presento aquí diciendo que mi coche ha volcado. Pero ¿qué saben de mí? ¡Nada de nada!
Podría ser un atracador, o un ladrón (Se acerca lentamente hacia MOLLIE.), o un fugitivo de la justicia, o
un loco, puede que hasta un asesino...
PARAVICINI. ¿Comprende ahora? Y quizá sepa tan poco de los demás huéspedes.
SRA. BOYLE. Ahí dentro no hay quien pare de frío. Voy a seguir aquí con mis cartas. (Se dirige hacia el
sillón de cuero.)
(El COM. METCALF entra en escena por el arco del recibidor y se dirige a MOLLIE.)
COM. METCALF. Señora Ralston, ¿dónde podría encontrar a su marido...? Mucho me temo que las
cañerías del baño se han helado.
MOLLIE. ¡Vaya por Dios, menudo día! Primero la policía y ahora las cañerías.
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La Ratonera, o algo así.
COM. METCALF. (Alzando la voz con incredulidad.) ¿La policía, dice usted?
MOLLIE. Sí, acaban de llamar diciendo que van a enviar a un agente (Mira por la ventana.), pero dudo
mucho que consiga llegar.
GILES. ¡El poco carbón que queda no es más que piedras! ¡Y encima está carísimo...! Pero ¿a qué
vienen esas caras?
COM. METCALF. Al parecer la policía está de camino: ¿sabe usted por qué?
GILES. ¡Ah!, ya lo sabía, pero les va a ser imposible llegar: debe de haber más de un metro de nieve, y
todas las carreteras están cortadas, así que dudo mucho que vengan hoy. Permítame, señor Paravicini,
que deje ahí este cesto.
(PARAVICINI se hace a un lado. Se oyen entonces tres golpes secos en la ventana, al tiempo que la
sargento TROTER aprieta el rostro contra los cristales para asomarse a la sala. MOLLIE da un grito y
señala al desconocido. GILES se acerca a la ventana y la abre de par en par. La sargento TROTTER, que
lleva puestos unos esquís, parece una joven campechana y animosa.)
GILES. Sí.
TROTTER. Tanto gusto. Soy la sargento Trotter de la policía de Berkshire. ¿Puedo pasar y quitarme
estos esquís?
GILES. (Señalando a la derecha.) Rodee la casa hasta la puerta principal. Allí le espero.
SRA. BOYLE. ¡Habrase visto! Ahora la policía se dedica a esquiar por ahí con nuestros impuestos.
PARAVICINI. (Se acerca a la mesa y le habla a MOLLIE en voz baja, pero con tono brusco.) ¿Por qué ha
avisado a la policía, señora Ralston?
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La Ratonera, o algo así.
CHRISTOPHER. ¿Quién era ésa? ¿De dónde ha salido? He visto pasar por la ventana esquiando a una
mujer cubierta de nieve.
SRA. BOYLE. Lo crea o no, la mujer en cuestión es policía. ¡Una policía... esquiando! (GILEs y TROTTER
entran en escena. TROTTER trae los esquís en la mano.)
GILEs. Les presento a la sargento Trotter.
TROTTER. (Acercándose al sillón de cuero.) Buenas tardes.
SRA. BOYLE. Es imposible que sea sargento. ¡Tan joven!
TROTTER. No tanto como pudiera parecer, señora.
CHRISTOPHER. ¡Pero muy guapetona!
GILES. Deje que ponga los esquís en el trastero. (Giles y TRoTTER salen por el arco del recibidor.)
COM. METCALF. Disculpe, señora Ralston, ¿me permitiría hacer una llamada?
MOLLIE. Desde luego, mayor. (El COM. METCALF se dirige al teléfono y marca un número.)
CHRISTOPHER. (Tomando asiento en el sofá.) ¿No les parece muy guapa? Las policías siempre me han
resultado muy atractivas.
SRA. BOYLE. Se ve a la legua que tiene pocas luces.
COM. METCALF. (Al teléfono.) ¡Hola! ¡Hola...! (A MOLLIE.) Señora Ralston, se ha cortado la línea.
CHRISTOPHER. Pues hace media hora funcionaba...
COM. METCALF Supongo que será culpa de la nieve.
CHRISTOPHER. (Riéndose histéricamente.) De modo que ahora nos hemos quedado incomunicados.
Incomunicados del todo. ¿No lo encuentran divertido?
COM. METCALF . Yo no le veo la gracia.
SRA. BOYLE. Yo tampoco, desde luego.
LOS DEMAS. Ni yo!!
CHRISTOPHER. No importa, son cosas mías. Silencio, que vuelve la sabueso. (TROTTER regresa al
salón acompañado de GILES.)
TROTTER. (Sacando su libreta.) Ya podemos empezar. ¿Señor Ralston? ¿Señora Ralston? (MOLLIE se
acerca a él.)
TROTTER. No es necesario, caballero. Tardaremos menos si todo el mundo está presente. Con su
permiso, voy a tomar asiento. (Se sienta al centro de la mesa y adopta una actitud inquisitiva.)
MOLLIE. (Acercándose al policía.) Nos tiene a todos en vilo. ¿Le importaría decirnos de una vez qué
hemos hecho?
TROTTER. (Sorprendido.) ¿Que qué han hecho? Oh, no, no se trata de nada de eso. El asunto que me
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La Ratonera, o algo así.
TROTTER. Este asunto está relacionado con el asesinato de la señora Maureen Lyon, que vivía en el
número z4 de la calle Culver, en el distrito oeste de Londres. El crimen se cometió ayer día 15. Tal vez
hayan oído o leído algo sobre el caso en los periódicos.
TROTRER. Exactamente, señora. (A GILES.) Lo primero que me gustaría saber es si alguno de ustedes
conocía a la señora Lyon.
TROTRER Puede que la conocieran con otro nombre. Maureen Lyon no era el verdadero. Tenía
antecedentes penales y en su ficha constan sus huellas dactilares, por lo que resultó fácil identificarla. Su
verdadero nombre era Maureen Stanning. Su marido, John Stanning, era propietario de la granja
Longridge, que no está muy lejos de aquí.
SRTA . RAKMON. ¡La granja Longridge! ¿No es el lugar donde aquellos niños...?
SRTA. CASEWELL. Aquellos tres niños... (Cruza hacia el sillón victoriano y se sienta, mientras todos la
observan.)
TROTRER. Así es, señorita. Los Corrigan, dos niñas y un niño. Quedaron bajo custodia judicial
mientras se les buscaba una familia adoptiva. El señor y la señora Stanning se hicieron cargo de ellos.
Uno de los niños murió a consecuencia de los malos tratos. El caso fue muy sonado.
MOLLIE. (Muy conmovida.) ¡Fue un caso horrible!
TROTTER. Los Stanning fueron condenados a prisión. El señor Stanning murió en la cárcel y ella
recobró la libertad tras cumplir su condena. Ayer, como digo, apareció estrangulada en el 2.4 de la calle
Culver.
MOLLIE. ¿Se sabe quién lo hizo?
TROTTER. A eso voy, señora. Se encontró un cuaderno cerca de la escena del crimen. En ese
cuaderno había anotadas dos direcciones. Una era el 2.4 de la calle Culver, y la otra... era de la mansión
Monkswell.
TODOS. ¿Qué?
TROTFER. Así es. (Mientras el policía habla, PARAVICINI se aleja poco a poco de la mesa y se apoya en
la pared.) Por eso, al recibir esta información de Scotland Yard, el comisario Hogben consideró
inaplazable enviarme hasta aquí para investigar cualquier posible conexión entre esta mansión, o
cualquiera de sus ocupantes, y el caso de la granja Longridge.
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La Ratonera, o algo así.
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La Ratonera, o algo así.
MOLLIE. No tenernos personal de servicio solo un par de chicas que nos ayudan, Reille y Giselle
Dowson. Lo que me recuerda... ¿Podría, sargento Trotter, retirarme a la cocina? Estaré allí si me necesita.
TROTTER. Por mí no hay problema, señora Ralston. (MoLliE sale de escena y todos la siguen por
distintos sitios, pero se detiene al hablar TROTTER.) Un momento: ¿pueden decirme todos ustedes cómo
se llaman, por favor?
SRA. BOYLE. Esto es absurdo. Somos meros huéspedes de este hotel, por llamarlo de algún modo. Y
llegamos ayer mismo. No tenemos nada que ver con este asunto.
TROTTER. Pero habían planeado la estancia de antemano. Ya tenían habitación reservada.
SRA. BOYLE. Eso es cierto. Todos menos... (Mira a PARAVICINI.)
PARAVICINI. Paravicini. (Se acerca a la mesa) Sufrí un accidente por culpa de la nieve però hay mas
visitantes inesperados.
ADELE Y SOCORRO. Adele y Socorro, hermanos del viento del sur. (Señalando a Aitana…)
AITANA, ALTEA Y MARIOLA. Holaaa… (Disimulant) Elles també!
Funch, FLECHER i RAKMON. Nosotras? Pero nosotras somos…
TROTTER. Entiendo. A lo que voy es que cualquiera que haya estado tras sus pasos sabrá a ciencia
cierta que iban a acudir a este lugar. Y ahora, sólo me interesa una cosa y quiero que me respondan al
instante: ¿Alguno de ustedes tiene relación con el caso de la granja Longridge? (Silencio sepulcral.) No
son conscientes de la gravedad del asunto, ¿saben? Uno de ustedes corre peligro..., grave peligro. Y debo
saber quién es. (Silencio sepulcral otra vez.) Muy bien, les preguntaré a uno por uno. (A PARAVICINL)
Primero usted, ya que al parecer ha llegado aquí por accidente. ¿Señor Parí...?
PARAVICINI. Para, Paravicini. Pero, amiga mía, no tengo ni la más remota idea de lo que está
preguntando. Soy extranjero y no sé absolutamente nada de unos sucesos acaecidos hace tantos años en
un país que ni siquiera es el mío.
TROTTER. (Poniéndose en pie para acercarse a la SRA. BOYLE.) ¿Señora...?
SRA. BOYLE. Boyle. No entiendo a qué viene esto... y además me parece una impertinencia... ¿Por
qué habría de tener algo que ver con... ese penoso asunto?
SRTA. CASEWELL. (Muy despacio.) Casewell. Leslie Casewell. Ni he oído hablar de la granja Longridge
ni sé nada del asunto.
COM. METCALF. Metcalf... Comandante del ejército. Leí la noticia en el periódico por aquel entonces.
Estaba destinado en Edimburgo. No tengo relación personal con el asunto.
CHRISTOPHER. Christopher Wren. No era más que un crío cuando todo aquello sucedió. Ni siquiera
recuerdo haber oído nada del caso.
TROTTER. ¿Eso es todo lo que tienen que decir? (Se produce un silencio. TROTTER se sitúa en el
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La Ratonera, o algo así.
centro.) Muy bien, si uno de ustedes aparece muerto, habrá sido culpa suya. Y ahora, señor Ralston,
¿puedo echar un vistazo a la casa?
(TROTTER sale de escena acompañado de GILES. PARAVIciNI toma asiento en el banco junto a la
ventana.)
CHRISTOPHER. (Poniéndose en pie.) ¡Menudo melodrama! Desde luego esa policía es muy apuesta,
¿no les parece? ¡Cómo admiro a los policías! Tan impasibles y tan serias. ¡Qué emoción! «Los tres
ratones ciegos». ¿Cómo es la canción? (La silba o tararea.)
SRA. BOYLE. Haga el favor, señor Wren.
CHRISTOPHER. ¿No le gusta? (Se acerca a la SRA. BOYLE.) Pero si esa canción lleva su firma..., la firma
del asesino. Imagine lo que se debe de estar divirtiendo ahora a cuenta de la cancioncita.
SRA. BOYLE. ¡No me venga con tonterías! No me creo ni una palabra.
CHRISTOPHER. (Se acerca a ella.) Ya verá, señora Boyle, ya verá cuando me acerque a usted por la
espalda sin hacer ruido, y sienta cómo mis manos le aprietan el cuello...
SRA. BOYLE. ¡Basta ya! (Se pone en pie.)
COM. METCALF. Ya está bien, Christopher. Es una broma de muy mal gusto. Y de hecho, no tiene
ninguna gracia.
CHRISTOPHER. ¡Oh, pero es que de eso mismo se trata! De eso exactamente: es la broma de un
demente. Y por eso mismo resulta tan deliciosamente macabra. (Se dirige hacia el arco del recibidor,
mira a su alrededor y se ríe tontamente.) ¡Menuda cara se les ha quedado!
(CHRISTOPHER desaparece por el arco.)
SRA. BOYLE. Además de ser un grosero, este chico está como una cabra...
COM. METCALF. ¿De verdad? Pues me da la impresión de que usted está a punto de perderlos,
señora Boyle.
COM. METCALF. (Acercándose a la SRA. BOYLE.) Creo que era usted uno de los magistrados de la sala
de audiencias cuando sucedió todo aquello. De hecho, usted fue la responsable de enviar a esos tres
niños a la granja Longridge.
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La Ratonera, o algo así.
SRA. BOYLE. Vamos, comandante Metcalf. Nadie puede hacerme responsable. Teníamos informes
muy positivos de los servicios sociales. Los granjeros parecían idóneos y estaban deseando tener niños.
Todo era perfecto: huevos frescos, leche recién ordeñada y aire puro.
SRA. BOYLE. Una trata de servir a la comunidad y lo único que obtiene son insultos.
PARAVICINI. Tendrán que perdonarme, pero es que encuentro todo esto de lo más divertido. Me lo
estoy pasando en grande.
SRTA. CASEWELL. Me parece un vivales. Además, se maquilla: se empolva la cara y usa colorete. ¡Qué
asco! Y encima debe de ser un vejestorio.
MOLLIE. Son las cuatro de la tarde y ya está oscureciendo. Voy a encender las luces. (Enciende los
apliques que hay sobre la chimenea.) Ahora vemos mejor.
(Hay una pausa mientras la SRA. BOYLE mira con incomodidad primero a MOLLIE y después a la SRTA.
CASEWELL, que la están observando.)
SRA. BOYLE. (Reuniendo sus útiles de escritura.) ¿Dónde me habré dejado el lapicero? (Se levanta y
cruza el salón hacia la biblioteca.)
(La SRA. BOYLE entra en la biblioteca. Alguien toca el piano en la salita. Se trata de la canción «Los
tres ratones ciegos» tecleada nota a nota con un dedo.)
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La Ratonera, o algo así.
MOLLIE. Según dicen, las experiencias que se tienen en la infancia te marcan de por vida.
SRTA. CASEWELL. Pues mejor para usted. No dicen más que tonterías. Cada uno es dueño de su vida.
Hay que mirar siempre adelante y no volver la vista atrás.
SRTA. CASEWELL. No tiene por qué ser así. Es cuestión de fuerza de voluntad.
SRTA. CASEWELL. (Llena de convicción.) Lo digo por experiencia. (Se acerca a MOLLIE.)
MOLLIE. Ojalá tuviera razón... (Suspira.), pero a veces pasan cosas que te hacen volver la vista al
pasado.
MOLLIE. No estoy muy segura de que ésa sea la mejor actitud. A lo mejor usted se equivoca. Quizá
debamos enfrentarnos de lleno a esas cosas.
MOLLIE. (Con una ligera risa.) A veces ni yo misma sé de qué hablo. (Se sienta en el sofá.)
SRTA. CASEWELL. (Acercándose a MOLLIE.) No voy a dejar que nada del pasado afecte a mi presente.
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La Ratonera, o algo así.
TROTTER. Bueno, arriba todo está en orden. (Mira hacia la puerta abierta del comedor, cruza la
estancia y entra en el comedor. Reaparece por el arco del recibidor.)
(La SRTA. CASEWELL entra en el comedor, dejando la puerta abierta tras de sí. MOLLIE se levanta y se
pone a ordenar el salón. GILES se acerca a MOLLIE mientras TROTTER se dirige a la puerta de la salita.)
(Al abrir la puerta, el piano se oye con mayor claridad. TROTTER entra en la salita y cierra la puerta.
Reaparece enseguida por la puerta de la biblioteca.)
SRA. BOYLE. (Fuera de escena.) ¿Le importaría cerrar esa puerta? Hay mucha corriente.
TROTTER. Disculpe, señora, pero tengo que explorar el terreno. (TROTTER cierra la puerta y sube la
escalera.)
TROTTER. Bueno, ya puedo dar por terminada la inspección. No hay nada sospechoso. Creo que es
hora de informar a mis superiores. (Se dirige al teléfono.)
MOLLIE. Pero no va a poder llamar: no tenernos línea...
TROTTER. (Volviéndose bruscamente.) Qué? (Levanta el auricular y escucha.) ¿Desde cuándo?
MOLLIE. El comandante Metcalf intentó hacer una llamada poco después de llegar usted.
TROTTER. Pero antes de eso había línea. Recibieron bien la llamada del comisario Hogben...
MOLLIE. Por supuesto. Supongo que luego se cortó la línea por el temporal.
TROTTER. Y yo me pregunto: ¿no la habrá cortado alguien a propósito? (Cuelga el auricular y se
vuelve hacia ellos.)
GILES. ¿Cortar la línea? ¿Y por qué iba alguien a cortarla?
TROTTER. Señor Ralston, ¿puede decirme qué sabe usted de los huéspedes?
GILES. Yo..., nosotros..., la verdad es que sabemos más bien poco.
TROTER. ¡Vaya! GILES. La señora Boyle nos escribió desde un hotel en Bournemouth, el comandante
Metcalf desde... ¿dónde era?
MOLLIE. Leamington.
GILES. Wren escribió desde Hampstead y Casewell desde un hotel de Kensington. Paravicini, como ya
le hemos dicho, apareció anoche de la nada. Bueno, y las excursionistas, las hermanas y…tampoco las
esperabamos. De todas formas, supongo que todos tendrán documentos que los identifiquen.
TROTER. Lo comprobaré más adelante, no lo dude. Pero no podemos fiamos mucho de la
documentación.
MOLLIE. Pero aunque este..., este maníaco quiera venir a matarnos a todos, o a alguno de nosotros,
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La Ratonera, o algo así.
de momento la nieve nos mantendrá a salvo. Aquí no podrá llegar nadie hasta que se derrita.
TROTTER. A menos que ya se encuentre aquí...
GILES. ¿Aquí?
TROTER. ¿Y por qué no, señor Ralston? Todos los huéspedes llegaron ayer por la tarde, horas
después del asesinato de la señora Stanning. Tuvieron margen de tiempo suficiente.
GILES. Pero la mayoria habían hecho reserva.
TROTTER. Bueno, ¿y qué? Estos asesinatos ya estaban planeados.
GILES. ¿Asesinatos? Sólo ha habido un crimen, el de la calle Culver. ¿Por qué está tan seguro de que
habrá aquí otro?
TROTTER. Espero que no ocurra aquí..., si es que yo puedo impedirlo. Pero tengo la certeza de que
alguien lo va a intentar.
MOLLIE. ¿Tiene usted una descripción del atuendo que ese individuo llevaba en Londres?
TROTIER. Estatura media, constitución indeterminada, abrigo oscuro, sombrero de fieltro y el rostro
oculto tras una bufanda. Hablaba en susurros. (Se acerca al sillón del centro y hace una pausa.) Hay tres
abrigos oscuros colgados. Y uno de ellos es suyo, señor Ralston... También hay tres sombreros de fieltro...
TROTTER. ¿Sabe? Es el teléfono lo que de verdad me preocupa. Si lo han cortado... (Cruza hacia el
teléfono, se agacho y examina el cable.)
(MOLLIE sale de escena. GILES recoge el guante que MOLLIE había olvidado sobre el sillón del centro
y lo manosea distraídamente. Saca entonces del guante un billete de autobús de Londres y se queda
observándolo. Mira luego en la dirección por donde se ha retirado MOLLIE y vuelve a mirar el billete.)
(GILEs sale de escena, con el guante y el billete de autobús. Parece desconcertado. TROTTER sigue el
cable del teléfono hasta la ventana, descorre las cortinas y la abre. Es prácticamente de noche. Saca del
bolsillo una linterna y salta a continuación por la ventana, perdiéndose de vista. La SRA. BOYLE entra
desde la biblioteca, se pone a tiritar y observa que la ventana está abierta.)
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La Ratonera, o algo así.
SRA. BOYLE. ¿Quién se habrá dejado la ventana abierta? Georges! Por donde andas! Georges!(La
cierra y corre la cortina para acercarse enseguida a la chimenea y añadir un leño. Se dirige luego a la
radio para encenderla. Coge una revista de la mesa y se pone a leerla. Se escucha un programa de
música. La SRA. BOYLE frunce el ceño y cambia de emisora.)
Voz RADIOFÓNICA. ... para entender lo que he dado en llamar la mecánica del miedo, se ha de
estudiar qué efecto tiene exactamente sobre la mente humana. Imagínense, por ejemplo, que se
encuentran a solas en una habitación. Está anocheciendo. Una puerta se abre lentamente a sus
espaldas...
(La puerta del comedor se abre. Se oye a alguien silbando la tonada de «Los tres ratones ciegos». La
SRA. BOYLE se da la vuelta sobresaltada.)
SRA. BOYLE. (Aliviada.) ¡Vaya, es usted! No encuentro ninguna emisora que merezca la pena. (Se
acerca a la radio y vuelve a sintonizar el programa musical. Sale una mano por detrás de la puerta que
acciona el interruptor. Se apagan las luces.) Pero... ¿qué está haciendo? ¿Por qué ha apagado la luz?
(Se oyen gritos ahogados y un forcejeo con la radio de fondo a todo volumen y al poco se escucha
caer al suelo pesadamente un cuerpo. MoLLIE entra por el arco del recibidor y se detiene perpleja.)
MOLLIE. ¿Quién ha apagado la luz? ¿Y por qué está tan alta esa radio?
(Enciende la luz y se dirige a la radio para apagarla. Enseguida ve a la SRA. BOYLE estrangulada en el
suelo frente al sofá y grita mientras cae el telón.)
TELÓN
SEGUNDO ACTO
Cuando se levanta el telón, el cadáver de la SRA. BOYLE se ha retirado del escenario y todo el mundo
está congregado en el salón. TRoTTER preside la reunión sentado ante la mesa. MOLLIE está de pie y
todos los demás sentados: el COM. METCALF en el sillón de cuero, CHRisTopHER en una silla, GILES en un
peldaño de la escalera, y la SRTA. CASEWELL y PARAVICINI en el sofá.
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La Ratonera, o algo así.
MOLLIE. No estoy muy segura, pero ahora que lo menciona, creo haber oído el chirrido de una
puerta al cerrarse, nada más salir yo de la cocina...
TRoTTER. ¿Qué puerta?
MOLLIE. No lo sé.
TROTTER. Piense, señora Ralston... concéntrese: ¿en esta planta o en la de arriba? ¿Cerca o lejos de
usted? ¿A la izquierda o a la derecha?
MOLLIE. (A punto de romper a llorar.) No lo sé, ya se lo he dicho. Ni siquiera estoy segura de haber
oído nada. (Se dirige al sillón de cuero y toma asiento.)
GILES. (Poniéndose de pie furioso.) ¿Puede dejar de presionarla? ¿No ve que está destrozada?
TROTTER. (Bruscamente.) Estamos investigando un asesinato, señor Ralston. Hasta ahora nadie se ha
tomado en serio este asunto. La señora Boyle no lo ha hecho. Me ha ocultado información. Y todos han
hecho lo mismo. Pues bien, la señora Boyle está muerta. Si no llegamos al fondo de este asunto, y rápido,
claro, podría haber otro asesinato.
FLECHER. ¿Otro? Tonterías. ¿Por qué?
TROTTER. (Con gravedad.) Porque había tres ratones ciegos.
RAKMON. ¿Tres ratones, tres asesinatos?
REILLE. Pero entonces tendría que haber alguna persona..., es decir, otra persona relacionada con el
caso de la granja Longridge.
TROTTER. Sí, así es.
GISELLE. Pero ¿por qué tiene que cometerse aquí el último asesinato?
TROTTER. Porque sólo había dos direcciones en el cuaderno que encontramos. Y en la calle Culver
sólo había una posible víctima. Y está muerta. Pero aquí, en la mansión Monkswell, el abanico de
posibilidades es más amplio. (Mira con gesto insinuante a todos los presentes.)
SRTA. CASEWELL. Tonterías. Sería demasiada casualidad que dos personas reunidas aquí por azar
estuvieran relacionadas con aquel caso.
TROTTER. En determinadas circunstancias, no sería en absoluto casual. Piénselo bien, señorita
Casewell. (Se levanta.) Ahora quisiera saber exactamente dónde estaba cada uno de ustedes cuando la señora
Boyle ha sido asesinada. Ya he tomado declaración a la señora Ralston. Usted se hallaba en la cocina, salió y
recorrió el pasillo hasta el salón: la radio estaba a todo volumen, y el salón a oscuras porque habían apagado
las luces. Ha encendido usted la luz, ha visto a la señora Boyle y ha gritado.
MOLLIE. Si, he gritado y gritado. Y al rato ha llegado todo el mundo.
TROTTER. En efecto. Como usted dice, ha llegado todo el mundo... y cada uno desde un punto
diferente de la casa. Todos más o menos al mismo tiempo. Así que, cuando yo he saltado por la ventana
siguiendo el recorrido del cable del teléfono, usted, señor Ralston, ha subido a su dormitorio a probar el
teléfono supletorio. ¿Dónde se hallaba usted cuando ha oído gritar a la señora Ralston?
GILES. Seguía en el dormitorio. Arriba tampoco había línea. Me he asomado por la ventana para ver si
el cable estaba cortado, pero no he visto nada. Nada más cerrar la ventana, he oído los gritos de Mollie y me
ha precipitado escaleras abajo.
TROTTER. Para hacer algo tan sencillo ha necesitado usted bastante tiempo, ¿no cree, señor Ralston?
GILES. En mi opinión, no.
TROTTER. Hay que reconocer que... se ha tomado usted su tiempo.
GILES. Tenía la cabeza en otra cosa.
TRottER. Muy bien. Y ahora, señor Wren, su declaración.
CHRISTOPHER. (Se pone en pie.) Estaba en la cocina por si la señora Ralston necesitaba ayuda. Me
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La Ratonera, o algo así.
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La Ratonera, o algo así.
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La Ratonera, o algo así.
pasando.
SRTA. CASEWELL. ¿No me diga? Pues qué bien.
TROTTER. (Acercándose al COM. METCALF.) Bueno, y usted, comandante Metcalf, ¿dónde se
encontraba?
COM. METCALF. En la bodega.
TROTTER. En la bodega..., ¿y puede saberse qué le ha llevado hasta allí?
COM. METCALF. (En tono amable.) Simple curiosidad, eso es todo.
TROTTER.. Estamos investigando un asesinato. La señora Ralston ha dicho que oyó el chirrido apenas
perceptible de una puerta al cerrarse. Y precisamente la puerta del trastero chirría al cerrarse. Verán
ustedes, podría ser que, tras matar a la señora Boyle, el asesino haya oído a la señora Ralston salir de la
cocina y haya decidido colarse en el trastero, cerrando la puerta tras él.
COM. METCALF. Podrían ser muchas cosas.
(MOLLIE se levanta y se acerca al pequeño victoriano para sentarse. Se produce un silencio.)
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La Ratonera, o algo así.
GILES. Yo me quedo.
(GILES sale por la puerta del comedor y la deja abierta. MOLLIE se encarga de cerrarla. TROTTER se
sitúa junto al arco del recibidor.)
MOLLIE. Eso todavía no lo puede asegurar. Puede que sólo sea culpa de la nieve.
TRoTrER. No, señora Ralston, alguien lo ha hecho a propósito: encontré el cable cortado a la altura
de la puerta principal.
MOLLIE. (Pasmada.) Entiendo.
TROTTER. Tome asiento, señora Ralston.
MOLLIE. (Sentándose en el sofá.) Pero, de todas formas, no sabe...
TROTTER. (Dando vueltas alrededor del sofá.) Es cuestión de probabilidades: desequilibrio mental,
personalidad infantil, deserción del ejército, además del informe del psiquiatra. Todo apunta en una
misma dirección.
MOLLIE. Sí, ya sé que todo apunta a Christopher. Pero no creo que haya sido él. Tiene que haber
otras posibilidades.
TRoTrER. (Volviéndose hacia ella.) ¿Se le ocurre alguna?
MOLLIE. (Dubitativa.) Pues..., ¿los niños no tenían ningún pariente?
TRoTTER. La madre era alcohólica y murió poco después de perder la custodia de los niños. MOLLIE.
¿Y el padre?
TROTTER. Era sargento del ejército y servía en el extranjero. Si todavía vive, lo más seguro es que ya
esté retirado.
MOLLIE. ¿Conocen su paradero actual?
TROTTER. Lo ignoramos. Dar con él podría llevar algún tiempo, pero le puedo asegurar, señora
Ralston, que la policía está teniendo en cuenta hasta el detalle más mínimo.
MOLLIE. Pero no tienen idea de dónde puede estar en este momento, y si el hijo está desequilibrado,
el padre también podría estarlo.
TROTTER. Bueno, es una posibilidad.
MOLLIE. Entonces el asesino podría ser más bien una persona madura, o incluso anciana. (Hace una
pausa.) Cuando he dicho que había telefoneado la policía, el comandante Metcalf parece haberse
alterado mucho... No me cabe ninguna duda: se le veía en la cara.
TROTTER. (Considerándolo.) ¿El comandante Metcalf? (Se sienta en el sillón del centro.)
MOLLIE. Un hombre entrado en años, militar... Parece muy amable y perfectamente normal, pero si
ha cometido ese crimen no tiene por qué notársele, ¿no es verdad?
TROTTER. Efectivamente, eso es algo que no se suele notar.
MOLLIE. Así que Christopher no es el único sospechoso: también está el comandante Metcalf.
TROTTER. ¿Alguna otra sugerencia?
MOLLIE. Bueno, al señor Paravicini se le cayó el atizador al suelo cuando dije que la policía había
llamado.
TROTTER. El señor Paravicini. (Parece considerar la posibilidad.) Pone usted mucho empeño en
demostrar la inocencia del señor Wren,..
MOLLIE. No sé por qué, pero me parece tan... indefenso... (Girándose hacia TROTTER.), y tan
desdichado...
TROTTER. Señora Ralston, permítame que le diga algo. He barajado todas las posibilidades desde el
principio: Georgie, el mayor de los tres niños, su padre... y una tercera persona. ¿Recuerda que había una
niña?
MOLLIE. ¡Es cierto, la hermana!
TROTTER. (Se levanta para acercarse a MOLLIE.) El asesino de la señora Maureen Lyon bien podría
haber sido mujer: recuerde que se ocultaba tras una bufanda y un sombrero bien calado, y además
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La Ratonera, o algo así.
hablaba en susurros. Hombre o mujer, sólo la voz podía delatarle. Como ve, no descarto ninguna
posibilidad.
MOLLIE. ¿Está pensando en la señorita Casewell?
TROTrER. (Dirigiéndose hacia las escaleras.) Resulta un poco mayor para encajar con el perfil. (Sube la
escalera hasta el descansillo de la biblioteca, abre la puerta para asomarse dentro y luego la cierra.) En
todo caso, señora Ralston, hay un amplio abanico de posibilidades: (Baja las escaleras.) usted, sin ir más
lejos.
MOLLIE. ¿Yo?
TROTTER. Su edad encaja. (MoLLIE se dispone a protestar. Conteniéndola.) No, no. Me diga lo que
me diga sobre usted, no voy a tener manera de comprobarlo en este momento. En todo caso, tampoco
puedo descartar a su marido.
MOLLIE. Giles... ¡eso es absurdo!(Volviéndose bruscamente.) ¡Debería darle vergüenza...!
TRoTTER. ¿Cuánto duró su noviazgo con Giles Ralston?
MOLLIE. Sólo tres semanas, pero...
TROTTER. ¿Entonces no sabe nada de él?
MOLLIE. Eso no es cierto. ¡Lo conozco muy bien! Sé perfectamente la clase de persona que es. Es...
mi Giles. (Volviéndose hacia la chimenea.) Y debería darle vergüenza sugerir que pueda ser un loco
homicida. Pero si ni siquiera estaba en Londres ayer cuando se cometió el asesinato.
TROITER. ¿Y dónde estaba? ¿Aquí?
MOLLIE. Se fue a comprar alambrera para el gallinero.
TROTTER. ¿Y la compró?
MOLLIE. No, porque no encontró la que queríamos.
TROTTER. Desde aquí sólo hay cincuenta kilómetros a Londres, ¿no es verdad? Veo que tienen aquí
una guía de carreteras (Abre la guía y lee.) Sólo una hora de tren..., y poco más en coche.
MOLLIE. (Da una patada de rabia en el suelo.) ¡Le digo que Giles no estuvo ayer en Londres!
TROTTER. Un momento, señora Ralston. (Va al recibidor y regresa con un abrigo oscuro.) ¿Es éste el
abrigo de su marido?
MOLLIE. (Mira el abrigo y responde con recelo.) Si.
(TROTTER saca del bolsillo del abrigo un periódico.)
TROTTER. Un periódico londinense con fecha de ayer. Salió a la venta hacia las tres y media de la
tarde.
(TROTTER sale para devolver el abrigo a su sitio. MOLLIE se sienta en el sillón y clava la mirada en el
periódico. La puerta del comedor se abre lentamente. CHRISTOPHER se asoma al salón y, al ver que
Mollie está sola, entra.)
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La Ratonera, o algo así.
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La Ratonera, o algo así.
MOLLIE. No sé lo que piensa el sargento, pero consigue hacerte desconfiar de todo el mundo.
(CHRISTOPHER se acerca a MOLLIE y le aparta las manos del rostro. GILES entra entonces por la puerta
del comedor y se detiene al verlos. MOLLIE se aparta y CHRISTOPHER toma asiento en el sofá.)
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La Ratonera, o algo así.
GILES. ¿Qué está pasando, Mollie? ¿Te has vuelto loca? Si me descuido, te encierras en la cocina con
un loco homicida.
MOLLIE. No es ningún loco.
GILES. Basta mirarle para ver que está chalado.
MOLLIE. No lo está. Lo único que le pasa es que no es feliz. Créeme, Giles, es totalmente inofensivo.
Si fuera peligroso, yo lo sabría. Y además, sé cuidarme yo solita.
GILES. ¡Eso mismo pensaría la señora Boyle!
MOLLIE. ¡Por favor, Giles...! (Se aparta del escritorio.)
GILES. (Va tras ella.) Vamos a ver, ¿qué hay entre ese desgraciado y tú?
MOLLIE. ¿Qué insinúas? Me da pena..., nada más.
GILES. ¿O acaso ya os conocíais de antes? Quizá le propusiste tener un encuentro aquí fingiendo no
conoceros de nada. Lo teníais muy bien pensado, ¿me equivoco?
MOLLIE. Giles, ¿has perdido la cabeza? ¿Cómo te atreves siquiera a pensar algo así?
GILES. (Se aleja de ella.) Me resulta tan raro que haya decidido alojarse en un lugar tan apartado
como éste.
MOLLIE. No lo es tanto, si tienes en cuenta que la señorita Casewell, el comandante Metcalf, la
señora Boyle y todos los demás hicieron lo mismo.
GILES. Una vez leí en un periódico que a los psicópatas se les da de maravilla embaucar a las mujeres.
Y por lo que se ve es cierto. (Se pasea por el escenario.) ¿Dónde os conocisteis? ¿Cuánto tiempo hace
que os veis?
MOLLIE. ¡Estás haciendo el más absoluto ridículo! (Se aproxima a él.) Nunca en mi vida había visto a
Christopher Wren hasta ayer.
GILES. Eso dices ahora, pero quizá hayas hecho alguna escapada a Londres para verle a escondidas.
MOLLIE. Sabes perfectamente que llevo varias semanas sin pisar Londres.
GILES. (Con retintín.) Así que llevas semanas sin pisar Londres...
MOLLIE. ¿A qué viene ese tonillo? Es la pura verdad.
GILES. ¿Ah, sí? Y entonces, ¿qué significa esto? (Saca el guante de MOLLEE del bolsillo y le muestra el
billete de autobús que hay dentro. MOLLEE da un respingo.) Cuando volviste ayer, te dejaste olvidado
este guante en el sillón. Me di cuenta esta tarde mientras hablaba con Trotter. Y mira lo que había
dentro un billete de autobús de Londres.
MOLLEE. (La culpa se refleja en su rostro.) Bueno, eso...
GELES. (Dándole la espalda.) Por lo que se ve, además de ir al pueblo, ayer también fuiste a Londres...
MOLLEE. Está bien, fui a...
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La Ratonera, o algo así.
GILES. ¿Y entonces para qué fuiste? (MoLuE cambia de actitud. Esboza una sonrisa soñadora.)
MOLLIE. No..., no pienso decírtelo. Quizá.. .lo haya olvidado.. .(Se dirige al recibidor.)
GILES. (Se acerca a ella extrañado.) ¿Qué te pasa? De pronto, no te reconozco. No pareces la misma
Mollie de siempre.
MOLLIE. Tal vez nunca llegaste a conocerme....Llevamos casados, ¿cuánto, un año? Y sin embargo, no
sabes nada de mi, por lo que he pasado, o lo que he sentido, o lo que he sufrido antes de conocerte.
GILES. Mollie, te estás volviendo loca.
MOLLIE. ¡Pues quizá sea eso! ¿Por qué no? ¡A lo mejor la locura es divertida!
PARAVICINI. Vamos, vamos, espero que no se estén diciendo cosas de las que podrían luego
arrepentirse. ¡Si sabré yo cómo son estas riñas entre enamorados!
GILES. «Riñas de enamorados»! ¡Lo que me faltaba por oír! (Se aparta hacia la mesa.)
PARAVICINI. (Acercándose al sillón.) Pues así es, y sé bien lo que se siente, pues yo pasé en su día por
lo mismo. «Juventud, juventud...», como dice el poeta.. .Supongo que llevan poco tiempo casados.
GILES. (Se acerca a la chimenea.) No es asunto suyo, señor Paravicini.
PARAVICINI. (Se pasea por el escenario.) No, por supuesto. Sólo venía a decirles que el sargento no
encuentra sus esquís y parece muy enfadado.
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La Ratonera, o algo así.
PARAVICINI. (Volviéndose hacia GILES.) El sargento quiere saber si por casualidad los han puesto
ustedes en otro sitio.
(El sargento TROTTER entra por el arco del recibidor, rojo de ira.)
TROTTER. Señor y señora Ralston, ¿han guardado ustedes mis esquís en otro lugar?
TRoTrER. Las carreteras siguen cortadas y necesito buscar refuerzos. Me disponía a ir a la comisaría
de Market Hampton para informar de la situación.
PARAVICINI. Y claro, ahora no puede. ¡Menudo inconveniente! Alguien se ha asegurado de que así
sea. Pero quizá sea otra la razón.
GILES. (Se acerca a MOLLIE.) Te acabo de preguntar qué querías decir cuando te referiste a
Christopher.
PARAVICINI. (Riéndose entre dientes.) Con que ha sido nuestro joven arquitecto...
CHRISTOPHER. (Sorprendido.) ¿Sus esquís, sargento? No, ¿por qué iba yo a tenerlos?
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La Ratonera, o algo así.
MOLLIE. Al señor Wren le gusta mucho esquiar. Pensé que quizá había salido para... hacer un poco de
ejercicio.
GILES. ¿Ejercicio?
TROTrER. Ahora escúchenme bien, porque esto es muy serio: alguien me ha dejado sin posibilidad de
ponerme en contacto con el exterior. Quiero a todo el mundo aquí abajo ahora mismo.
(GILES sale de escena por el arco del recibidor. MOLLIE baja por la escalera acompañada de la SRTA.
CASEWELL y los demas. MOLLIE se sitúa a la derecha de la mesa y la SRTA. CASE^ WELL a la izquierda. El
COM. METCALF entra en escena procedente de la biblioteca.)
(GILEs aparece por el arco del recibidor y se queda allí. PARAVICINI regresa y toma asiento en el sillón
victoriano.)
TROTTER. ¿Quién de ustedes dos ha cogido mis esquís del trastero que hay junto a la cocina?
SRTA. CASEWELL. ¡A mí no me mire! ¿Para qué los iba a querer yo?
COM. METCALF. Yo no los he tocado.
TROTTER. El caso es que han desaparecido. (A la SRTA. CASEWELL.) ¿Por qué escalera ha subido a su
habitación?
SRTA. CASEWELL. Por la de servicio.
TROTTER. Entonces ha pasado por el trastero.
SRTA. CASEWELL. Ya sé adónde va a parar, pero yo no tengo ni idea de dónde están.
TROTTER. (Al Com. METCALF.) Usted sí ha estado hoy en el trastero, ¿no es así?
COM. METCALF. Sí, así es.
TROTTER. Precisamente cuando la señora Boyle ha sido asesinada.
COM. METCALF. Cuando la señora Boyle ha sido asesinada yo estaba en la bodega.
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La Ratonera, o algo así.
TROTTER. ¿Estaban los esquís en el trastero cuando usted pasó por él para ir a la bodega?
COM. METCALF. No tengo la menor idea.
TROTTER. ¿Los ha visto o no los ha visto?
COM. METCALF. No lo recuerdo.
TRoTrER. ¡Pues haga memoria!
Com. METCALF. No va a conseguir nada levantándome la voz, joven. No he prestado atención a los
dichosos esquís. Mi único interés era visitar la bodega. (Se sienta en el sofá.)
TROTTER. (Se acerca al COM. METCALF.) ¿Se da cuenta de que ha tenido usted la oportunidad
perfecta de hacerse con ellos?
COM. METCALF. Si, sí, eso no se lo discuto. Si hubiera querido, claro.
TROTrER. La pregunta es ¿dónde están ahora?
COM. METCALF. No costará mucho encontrarlos si nos ponemos todos a ello. Esto no es como buscar
una aguja en un pajar. Al fin y al cabo, los esquís son bastante más grandes. Pero, eso sí, todos debemos
colaborar. (Se levanta y se dirige a la puerta del comedor.)
TROTTER. No tan deprisa, comandante Metcalf. Puede que eso sea precisamente lo que se espera
que hagamos.
COM. METCALF. ¿Cómo? No le sigo.
TROTTER. En este momento tengo que ponerme en la mente fría y calculadora de un psicópata. Y
debo preguntarme qué espera que hagamos ahora y cuál será su siguiente paso. Tengo que anticiparme
a sus intenciones porque, de lo contrario, se va a producir otro crimen.
SRTA. CASEWELL. ¿No lo dirá en serio?
TROTTER. Sí, señorita Casewell, muy en serio. Tres ratones ciegos: dos ratones ya han caído..., y aún
queda el tercero. (Se pone frente al grupo.) Tengo xpersonas frente a mí... y entre ellas un asesino. (Se
produce un silencio, mientras con gesto inquieto se miran unos a otros.) Sí, el asesino es uno de
ustedes...Todavía no sé quién, pero lo voy a averiguar. Y entre ustedes se encuentra también la próxima
víctima. Es a ella a quien ahora me dirijo. (Se acerca a MoLLIE.) La señora Boyle no me lo contó todo... y
ahora está muerta. (Paseándose por el escenario.) Ustedes... quienes-quiera que sean... también me
ocultan algo... Pues bien, cometen un terrible error, porque se están ustedes poniendo en peligro. Nadie
capaz de asesinar dos veces vacilará en hacerlo una tercera. (Se acerca al COM. METCALF.) Y como nadie
dice nada, no sé a quién debo proteger. (Se produce otro silencio.) Si alguno de los aquí presentes tiene
algo de lo que arrepentirse sobre aquel asunto, por insignificante que le parezca, más vale que hable
ahora. (Se reproduce el silencio.) Ya veo que todos callan. Pero yo voy a desenmascarar al asesino... no
les quepa duda alguna.., aunque para uno de ustedes podría ser ya demasiado tarde. Y dejen que les diga
algo más; somos simples juguetes en manos de un asesino que se está divirtiendo a costa nuestra..., ¡y
quizá se divierta hasta el final! (El silencio se hace de nuevo en la sala, mientras el sargento se acerca a la
ventana, retira la cortina y se asoma pensativo, para luego ocupar el banco que hay junto a ella.) Está
bien, ahora pueden retirarse.
(El COM. METCALF desaparece por la puerta del comedor, mientras CHRISTOPHER se va escaleras
arriba. La SRTA. CASEWELL se acerca a la chimenea y se apoya en la repisa. GILES se dirige al centro del
salón y MOLLIE le sigue. GILES parece rehuirla y MOLLIE le vuelve entonces la espalda. Al verlo,
PARAV1CINI se levanta para acercarse a ella.)
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La Ratonera, o algo así.
GILES. (Tomando a MOLLIE del otro brazo.) A mi mujer la ayudo yo, Paravicini.
PARAVICINI. Dadas las circunstancias, no le hará ninguna gracia que nos quedemos a solas. Es lógico
que su marido tema por usted, Mollie. (MoLLIE rechaza también el brazo de PARAVICINI.) No crea que su
marido desconfía de mí porque pueda hacerle a usted proposiciones deshonestas, sino porque me
considera un sádico. (La mira con picardía.) En fin, los maridos siempre son un estorbo. (Le besa la
mano.) Arrivederlá...
PARAVICINI. Su marido es muy listo y no quiere correr riesgos... ¿Cómo puedo demostrarle a usted, o
a su marido, o a ese sargento tan obstinado, que yo no soy ningún psicópata asesino? Resulta tan difícil
deshacerse de la sombra de la sospecha. Pero podrían no estar equivocados... (Tararea la musiquilla de
«Los tres ratones ciegos».)
PARAVICINI. Hay que ver qué cancioncilla tan alegre, ¿no le parece? «Pues la cola les cortó con
cuchilla de afeitar...» Chas, chas... Me parece genial. (Inclinándose hacia ella.) Haría las delicias de
cualquier niño. ¡Qué criaturas tan crueles, los niños! Algunos se niegan a crecer...
PARAVICINI. Lo sé. Algunas cosas no se olvidan fácilmente, ¿verdad? Y usted no es de las que
olvidan.
MOLLIE. (Hablando de forma incoherente.) Debo irme... la las espinacas... cortar las patatas... por
favor, Giles.
(GILES y MOLLIE salen de escena. PARAvicINI les sigue con la mirada, mientras esboza una sonrisa
burlona. La SRTA. CASEWELL sigue de pie junto a la chimenea, ensimismada.)
TROTTER. Le gusta este jueguecito ¿verdad? Veo también que está muy seguro de sí mismo. Yo no lo
estaría tanto. No olvide que está usted implicado en un caso de asesinato. Y un asesinato no es
precisamente un juego.
PARAVICINI. ¿Ni siquiera éste? (Echa una risita y mira de reojo a TROTTER.) ¡Válgame Dios!, qué serio
se pone usted, sargento Trotter. Siempre he dicho que la policía carece de sentido del humor. (Se pone
en pie.) ¿Ha terminado por ahora con el interrogatorio?
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La Ratonera, o algo así.
PARAVICINI. Muchas gracias. Iré a ver si encuentro sus esquís en la salita, por si alguien los ha
escondido en el piano de cola.
(PARAVTCINI sale de escena. TROTTER le sigue con la mirada y, con el ceño fruncido, se acerca a la
puerta de la salita y se asoma dentro. La SRTA. CASEWELL se dirige silenciosamente a la escalera
principal. TROTTER cierra la puerta.)
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La Ratonera, o algo así.
SRTA. CASEWELL. La verdad, no creo que tenga por qué responder. Es un asunto que sólo me
compete a mi. Algo estrictamente privado.
TROTTER. Sabe, señorita Casewell, me cuesta mucho hacerme una idea de quién es usted.
SRTA. CASEWELL. ¿Acaso importa?
TROTTER. No lo sé. (Se sienta en el sillón del centro.) ¿Qué hace usted aquí?
SRTA. CASEWELL. Parece interesarle mucho.
TROTTER. Me interesa mucho._ (La mira fijamente.) ¿Dice usted que salió del pais con trece años?
SRTA. CASEWELL. Ya se lo he dicho: Leslie Margaret Katherine Casewell. (Se sienta en el sillón
victoriano.)
TROTTER. (Levantándose.) ¿Katherine?... (Se inclina sobre ella.) ¿Se puede saber qué demonios hace
aquí?
SRTA. CASEWELL. Yo... ¡Dios mío...! (Se levanta, camina hacia el sofá y se deja caer. Empieza a llorar
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La Ratonera, o algo así.
(TROTTER, sorprendido, se acerca a ella. CHRISTOPHER entra desde el comedor y se acerca también
al sofá.)
CHRISTOPHER. Pues a mí me parece que se le ha ido la mano. (A la SRTA. CASEWELL.) ¿Le ha hecho
algo?
SRTA. CASEWELL. No, nada. Es que... todo esto del asesinato... me desborda. (Se pone en pie frente a
TROTTER.) De repente se me ha venido el mundo encima. Me voy a retirar a mi habitación.
TROTTER. (Acercándose a las escaleras sin apartar la vista de la joven.) ¡No es posible...! ¡No puedo
creerlo...!
CHRISTOPHER. ¿Qué le resulta imposible de creer? «Seis imposibles antes del desayuno», como
decía la Reina Roja.
TROTrER. (Recuperando la compostura.) Me he dado cuenta de algo que debí figurarme mucho
antes. (Camina al centro del escenario.) ¡Qué ciega he estado! Pero creo que ya he encontrado la clave.
CHRISTOPHER. (Con tono impertinente.) ¡La sargento tiene una pista!
TROYFER. (Con voz un tanto amenazadora.) Si, señor Wren... por fin la tengo. Quiero a todo el
mundo aquí abajo otra vez. ¿Sabe dónde está el resto?
(Nadie se sienta. MOLLIE y GILES se quedan junto a la mesa y CHRISTOPHER se sitúa entre ellos.)
MOLLIE. ¿No podría ser en otro momento? Tengo las cazuelas al fuego.
TROTTER. Hay cosas más importantes que una comida, señora Ralston. Para la señora Boyle, por
ejemplo, se han acabado los placeres de la mesa.
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La Ratonera, o algo así.
Com. METCALF. Demuestra usted muy poco tacto al decir eso, sargento.
TRorrER. Lo siento, pero necesito que colaboren, y colaborarán. Señor Ralston, ¿podría pedirle a la
señorita Casewell que baje? Está en su habitación. Dígale que será cosa de un momento.
(GILES va en su busca.)
CHRISTOPHER. ¿Está seguro? Pues yo creo que en eso se equivoca. En realidad, se trata de un
juego... de caza... para uno de nosotros.
PARAVICINI. ¿Cree usted que el asesino se divierte con todo esto? Puede ser, puede ser... (Toma
asiento en la silla del escritorio.)
SRTA. CASEWELL. No necesariamente. Alguien podría haber mentido por cualquier otro motivo.
TROTTER. Lo dudo mucho.
GILES. Pero ¿qué se propone hacer? Acaba de decir que no tiene forma de verificar nuestras
declaraciones.
TROTTER. Si puedo, siempre y cuando todos ustedes repitan los mismos pasos que daban mientras se
cometía el asesinato.
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La Ratonera, o algo así.
TROTTER. No es una reconstrucción del escenario, señor Paravicini, sino de los pasos concretos que
estaban dando personas presuntamente inocentes.
CHRISTOPHER. (También receloso.) Pero no entiendo, de verdad que no entiendo qué espera
descubrir con todo eso. Me parece una solemne tontería.
TROTTER. De aquí no se mueve nadie. (Se levanta también y les mira.) Por su gesto, se diría que
todos son culpables. ¿Por qué se niegan a colaborar?
GILES. No se preocupe, sargento, haremos lo que nos pide. Todos, ¿verdad, Mollie?
GILES. ¿Paravicini?
GILES. ¿Metcalf?
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La Ratonera, o algo así.
PARAVICINI. (Poniéndose en pie.) Pues yo regreso al piano de la salita. Volveré a tocar la firma
musical de ese asesino. (Hace ademán de tocar con un dedo mientras tararea la canción camino de la
salita.)
TROTTER. No tan deprisa, señor Paravicini. (A MOLLIE.) ¿Sabe tocar usted el piano, señora Ralston?
MOLLIE. Sí.
TRorrER. Entonces haga el favor de teclearla como hacía Paravicini. (MOLLIE asiente.) Bien. Por favor,
vaya a la salita, siéntese al piano, y empiece a tocar cuando yo le diga. (MOLLIE se dispone a seguir sus
instrucciones.)
PARAVICINI. Pero, sargento, ¿no decía que cada cual tenía que repetir su papel?
TROTTER. Repetiremos lo que cada uno de ustedes han hecho, pero habrá un intercambio de
papeles. Gracias, señora Ralston.
TROTTER. Pero la tiene. Es una forma de verificar lo que declararon en un principio, especialmente
uno de ustedes. Y ahora, presten atención, por favor: Les voy a asignar el nuevo lugar que les
corresponde. Señor Wren, tenga la amabilidad de ir a la cocina a echar un ojo a las cazuelas de la señora
Ralston. Por lo que he oído le gusta a usted mucho cocinar. (CHRISTOPHER se dirige a su puesto.) Señor
Paravicini, suba a la habitación del señor Wren, pero hágalo por la escalera de servicio. Comandante
Metcalf, suba usted a la habitación del señor Ralston y compruebe si el teléfono tiene línea. Señorita
Casewell, ¿le importaría bajar a la bodega? El señor Wren le mostrará el camino. Necesito que alguien
reproduzca mis movimientos y lamento tener que pedírselo a usted, señor Ralston, porque va a pasar
mucho frío, pero con su constitución es el que mejor puede aguantarlo. Tenga la bondad de saltar por la
ventana y seguir el cable del teléfono hasta la puerta principal.
TRarrER. (Cruzando hacia la radio, comprueba que funciona.) Yo desempeñaré el papel de la señora
Boyle.
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La Ratonera, o algo así.
(La SRTA. CASEWELL, GILES y el COM. METCALF se dirigen a sus puestos. TROTTER le indica a
PARAVICINI que también puede retirarse al suyo.)
MOLLIE. Sí, ¿qué quiere? (TROTTER cierra la puerta de la salita y se apoya en el marco.) Parece usted
muy complacido. ¿Ya tiene lo que buscaba?
TROTTER. Justo lo que quería.
MOLLIE. ¿Sabe quién es el asesino?
TROTTER. Sí.
MOLLIE. ¿Cuál de nosotros?
TROTTER. Usted debería saberlo, señora Ralston.
MOLLIE. ¿Yo?
TROTTER. Sí, usted. Aunque la verdad, no ha demostrado mucha inteligencia y casi consigue que la
maten por no contármelo todo desde un principio. Su insensatez la ha puesto en grave peligro.
MOLLIE. No le entiendo.
TRorrER. (Paseándose por el salón con aire todavía natural y amable.) Vamos, señora Ralston, la
policía no es tonta. Me he dado cuenta enseguida de que usted conocía muy de cerca el caso de la granja
Longridge. Sabía que la señora Boyle había sido la juez del caso. De hecho, estaba usted al corriente de
todo. ¿Por qué no se ha atrevido a contado?
MOLLIE. (Muy afectada.) ¡Por qué me hace esto!... Yo sólo quería olvidar... olvidarlo todo_ (Torna
asiento en el sofá.)
TROTTER. ¿Su apellido de soltera es Waring?
MOLLIE. Sí.
TRorrER. Señorita Waring, usted era maestra de la escuela a la que asistían los tres hermanos.
MOLLIE. Es cierto.
TROTTER. ¿Y no es cierto también que Jimmy, el niño que después murió, le hizo llegar una carta? ¿Y
que en esa carta le pedía ayuda desesperada a su... bondadosa maestra? ¡Pero usted nunca llegó a
contestar aquella carta!
MOLLIE. No pude hacerlo. Ni siquiera llegué a abrirla.
TROTTER. Más bien, ¡ni siquiera se molestó en abrirla!
MOLLIE. Eso no es cierto. Caí gravemente enferma aquel mismo día y la carta quedó amontonada
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La Ratonera, o algo así.
con otras muchas sin leer. Pasaron las semanas hasta que un buen día la descubrí entre ellas. Y para
entonces ese pobre niño ya había muerto... (Cierra los ojos.) ¡muerto... muerto...! Aguardaba
esperanzado mi ayuda... pero mi ayuda no llegaba... y aquel niño poco a poco abandonó toda
esperanza... ¡Oh, ese recuerdo me ha perseguido desde entonces...! Si no hubiera caído enferma... Si
hubiera leído aquella carta... ¡Oh, cómo puede Dios permitir que algo así ocurra!
TROTTER. (Su voz se torna de repente grave.) Sí..., es una injusticia inaceptable. (Saca entonces una
pistola del bolsillo.)
MOLLIE. Creía que la policía inglesa no lleva pistola... (De pronto mira a los ojos de TROTTER y,
horrorizada, da un grito ahogado.)
TROTTER. La policía no. , pero yo no pertenezco a la policía, señora Ralston. La engañé al ponerme
en contacto con usted desde una cabina diciendo que llamaba desde la comisaría para anunciarle que un
tal sargento Trotter se dirigía hacia aquí. Y luego corté el cable del teléfono antes de entrar en esta casa.
¿Sabe quién soy en realidad, señora Ralston? Soy Georgie. Georgie, ¡la hermana de Jimmy!
MOLLIE. ¡Dios mío! (Mira con desesperación a su alrededor.)
TROTIER. Será mejor que no grite, señora Ralston, de lo contrario no dudaré en disparar. Quiero que
hablemos. (Se aleja de ella.) Quiero contarle algo: Jimmy murió. (Empieza a comportarse como si fuera
un niño.) Esa mujer mala lo mató. A ella la metieron en la cárcel, pero la cárcel fue poco castigo para lo
que ella merecía. Me prometí que algún día le daría su merecido..., y lo hice. Había niebla. Y fue
emocionante. Espero que Jimmy lo haya visto desde donde esté. «Cuando sea mayor, los mataré a
todos», fue lo que me prometí. Porque los mayores pueden hacer lo que les da la gana. (Alegremente.) Y
ahora estoy a punto de matarte a ti también.
MOLLIE. Es mejor para ti que no lo hagas. (Se esfuerza en convencerle.) Nunca lograrás escapar,
piénsalo bien.
TROTTER. (Muy agresivo.) ¡Me han robado los esquís! No los encuentro por ninguna parte. Pero no
importa. Me da igual si consigo escapar o no. Ya no puedo más. Pero he disfrutado tanto haciéndome
pasar por policía mientras os observaba a todos como a cobayas...
MOLLIE. El disparo hará mucho ruido.
TROTTER. Es verdad. Será mejor hacerlo como otras veces: ¡te retorceré el pescuezo! (Se acerca
lentamente a ella, silbando «Los tres ratones ciegos».) El último ratoncito ha caído en la ratonera. (Deja
caer la pistola en el sofá, y se abalanza sobre la joven tapándole con una mano la boca y tratando de
asfixiarla con la otra.)
SRTA. CASEWELL. Georgie, Georgie, ¿no me reconoces? ¿No te acuerdas de la granja, Georgie? Los
animales, aquel cerdo tan regordete, y el día que el toro nos persiguió por el campo. Y también los
perros. (Se acerca a él.)
TROTTER. ¿Kathy?
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La Ratonera, o algo así.
TROTTER. ¡Kathy, eres tú! Pero ¿qué haces aquí? (Se aparta de MOLLIE.)
SRTA. CASEWELL. Vine a Inglaterra en tu busca. No te reconocí hasta que te vi juguetear con el pelo
como siempre solías hacer. (TROTTER juguetea con el pelo.) Sí, siempre lo hacías. Georgie, acercáte. (Con
firmeza.) Vas a venir conmigo.
SRTA. CASEWELL. (Amablemente, como si le hablara a un niño.) No pasa nada, Georgie. Voy a
llevarte a un sitio donde cuidarán de ti para que no vuelvas a hacer daño a nadie.
(La SRTA. CASEWELL sale de escena llevando a TROTTER de la mano. El Cont. METCALF enciende las
luces, cruza el escenario y, al llegar al pie de la escalera, mira hacia arriba.)
(El COM. METCALF sube por la escalera. GILES entra en-tonces por el arco del recibidor y
rápidamente va hacia el sofá donde se encuentra MOLLIE. Se sienta junto a ella y la estrecha entre sus
brazos, mientras deja la pistola de TROT-TER sobre el velador.)
MOLLIE. Estuve involucrada en todo aquel asunto. Yo era maestra de aquella escuela. No fue culpa
mía..., pero él creía que yo podría haber evitado la muerte de su hermano.
(El COM. METCALF aparece por la escalera y se sitúa en el centro del salón.)
GILES. Supongo que registrarán su coche de arriba abajo. No me sorprendería nada que encontrasen
cientos de relojes suizos dentro de la rueda de repuesto. Seguro que se dedica al estraperlo... Mollie, creí
que pensabas que yo era...
GILES. Cariño, fui a comprar un regalo por nuestro aniversario. Hoy hace un año que nos casamos.
MOLLIE. ¡Qué coincidencia! A eso mismo fui yo a Londres, pero no quería que lo supieras.
(MOLLIE se levanta, se acerca al escritorio y saca el paguetito que había guardado en un cajón. GILES
se levanta también y se acerca a ella.)
MOLLIE. ¿Y mí regalo?
GILES. ¡Vaya, ya me olvidaba de tu regalo! (Se va rápidamente hacia el baúl del recibidor, saca el
paquete que había guardado allí y regresa orgulloso.) Es un sombrero.
GILES. Pruébatelo.
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La Ratonera, o algo así.
(MoLLIE se prueba el sombrero, mientras el COM. MET-CALF entra a toda prisa por el arco del
recibidor.)
COM. METCALF. ¡Señora Ralston! ¡Señora Ralston! ¡Huele mucho a quemado. ¡Y viene de la cocina!
(MOLLIE sale corriendo hacia la cocina.)
MARIOLA: Anem a fer-se millonaries!!! Hem viscut una historia d’Agatha Cristie en directe!!
FUNCH: Ahora si se han descubierto, quedan arrestadas por un delito de viaje no autorizado en el
tiempo. Llevamos tiempo bajo su pista y ahora ya las tenemos. Seran juzgadas en el Ministerio del
tiempo en su año vital 2015.
Rellotge
HERMANAS DEL VIENTO DEL SUR salen por el patio de butacas repartiendo estampitas.
FUNCH: I vosaltres on es cregueu que aneu??? Al vostre temps!! Açò es una casa de botjos.
AGATHA CRISTIE: No, es la vida, o es teatro? Por favor mantengan el secreto del final para que los
misterios de Agatha Cristie sigan siendo esto…
CAE EL TELÓN