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LA MUTILADA, de TENNESSEE WILLIAMS


La mutilada fue estrenada el 22 de febrero de 1966.
PERSONAJES:

CELESTE

HENRY

TRINKET

SLIM

BRUNO

MAXIE

MUCHACHA PÁJARO

POLICÍA

BERNIE

MUJER DEL BAR

REINA PIADOSA

TIGRE

POLICÍA NAVAL

Los decorados son delicados como dibujos lineales japoneses; tendrían que ser tan
abstractos, tan arácnidos, salvo el dormitorio de Trinket Dugan, como para hacer
aceptar al público el estilo no realista de la obra.
El primer decorado representa el Hotel Silver Dollar en la calle South Rampart de
Nueva Orleáns con la pared frontal quitada excepto un marco de puerta que da al
vestíbulo, que sólo incluye el mostrador y el conmutador, a izquierda de escena, un
viejo sofá desgarrado por los resortes, y un árbol de Navidad al que se le han caído
casi por completo las agujas. Unos pocos escalones doblan tras la pared del fondo
del vestíbulo indicando una escalera hacia los pisos superiores. El nombre del hotel
aparece en pálidas letras de neón azul sobre la esquelética estructura por unos
instantes, después de levantarse el telón.
Los versos que aparecen antes de la obra, después de varias escenas, y al fin de la
obra serán musicalizados y cantados (probablemente a cappella) como "rondas"
por un grupo de cantores de villancicos. Este grupo debería incluir a todos los
personajes de la obra y se le dará k señal mediante un silbato guía. Trinket y
Celeste deberían cantar en el cuarto de Trinket o mientras bajan por las escaleras
externas hacia el proscenio.
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ESCENA I
El Hotel Silver Dallar de la calle South Rampart: en el antiguo Barrio Francés de
Nueva Orleáns. Ante el escritorio está sentado el empleado nocturno, BERNIE, en una
silla giratoria que se inclina hacia atrás, permitiéndole apoyar los pies sobre el bajo
mostrador. Está leyendo una revista de historietas. Si llama el conmutador, puede
hacer una conexión con un levísimo cambio de posición. Hay una estrecha escalera
externa de madera gris que llega a un rellano del piso superior. Por algún motivo, tal
vez porque antes era una residencia privada de madera, este rellano da acceso a un so-
lo cuarto. El cuarto así favorecido es el de TRINKET DUGAN, Cuando se alza el telón,
oímos a los cantores de villancicos cantando los primeros versos.
CORO:
Creo que los raros, los locos y extraños
Obtendrán su festividad este año
Y por un momento, un breve momento.
Habrá piedad para todos los violentos.
¡Milagro, milagro!
Un refugio para todos los violentos.
Creo que los mutilados serán ahora
Tocados por manos casi curadoras.
Por la noche los agónicos sentirán
Un alivio que casi llegará a ser real.
¡Milagro, milagro!
Un alivio que casi llegará a ser real.
La estrella constante de los errantes
Iluminará el bosque donde caerán
Y ellos, ellos verán y ellos oirán
Una radiación, un llamado distante.
¡Milagro, milagro!
Una visión y un llamado distante.
Por fin alguien tal vez llegue a todos
Y aunque pueda tal vez no quedarse,
Tal vez se suavice el lugar donde esté.
Tal vez se ablande el lugar donde descanse.
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¡Milagro, milagro!
Tal vez cedan las piedras allí donde descanse.

(Los cantores terminan y se dispersan. CÉLESETE y su hermano, HENRY, aparecen ante


el hotel. CELESTE es una mujercita baja y rolliza con un amplio busto por el que siente
un orgullo excesivo, que le hace llevar vestidos escotados noche y día. Tiene cabello
castaño rojizo con flequillo y descubrió su chaqueta de pieles un día de suerte en el
escaparate de una tienda de saldos. Le apasionan las prendas de raso porque se
adhieren al cuerpo y atrapan la luz, y no hay perlas lo bastante grandes para
conformarla. Lleva una cartera muy grande, para robar en las tiendas. Tiene cincuenta
años; su carácter es indomable.)
CELESTE. — Entra conmigo, Henry.
HENRY. — No.
CELESTE. — Vamos, sólo un minuto. Quiero que conozcas al magnífico muchacho que
atiende por la noche. (Lo dice con una cordialidad ansiosa que es rechazada por su
sombrío hermano.)
HENRY. — Mira. (Ha extraído una libreta de notas y una pluma Waterman que le
regalaron para Navidad cuando era un niño de diez años.) Voy a anotarte la dirección
de la Panadería Rainbow y el nombre del hombre con el que debes hablar cuando vayas.
CELESTE. — ¡Oh, bien, hazlo, querido Henry! (Aprieta el brazo rígido del hermano
contra sí.) ¡No hay muchacha que haya tenido un hermano más bueno que tú! ¿Lo
sabías, Henry? ¿Lo mucho que lo aprecio?
HENRY. — Sé por experiencia lo mucho que servirá esto. Tienes tan poca idea de cómo
ganarte la vida honestamente como sobre volar a la luna.
CELESTE. — Te voy a dar una sorpresa, Henry.
HENRY. — ¿Tienes ropa decente para ir a trabajar?
CELESTE. — La sangre es más espesa que el agua, ¿verdad, Henry?
HENRY. — No estoy hablando de la sangre. Te pregunté si tenías ropa adecuada para
cuando vayas a k panadería el lunes siguiente a Año Nuevo.
CELESTE. — Sé dónde puedo conseguir unos lindos vestiditos de andar por casa a menos
de cinco dólares cada uno, y te pagaré al cobrar mi primera semana de salario, Henry.
HENRY. — ¿Me crees tan idiota como para adelantarte dinero para vestidos de andar por
casa cuando en este mismo instante estás mirando por sobre mi hombro el bar de la
esquina? Ahora mete la dirección en esa maleta que llevas de cartera. ¡Carajo! El
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tamaño de esa vieja cartera te denunciaría como ladrona de tiendas aunque todos los
negocios de la ciudad no supieran ya que lo eres. (Le tiende la dirección de la
panadería.)
CELESTE. —;No tengo mis "cuatrojos". ¿Qué dice?
HENRY. — Dice Carondelet 820. Queda en una esquina, en Carondelet y Dauphine.
CELESTE. — Panadería Rainbow, Carondelet y Dauphine, temprano y despejada, el
primer lunes siguiente a Año Nuevo. ¡Dios te bendiga, Henry, terroncito de azúcar!
HENRY. —- Veré si el cocinero tiene algún uniforme blanco viejo para ti. Supongo que
en una panadería tienes que vestir de blanco. Bueno... Ah, ¿qué nombre le daré a este
hombre cuando le telefonee avisándole que irás?
CELESTE. — ¡Qué nombre, caramba, pues mi propio nombre, desde luego: Celeste
Delacroix Griffin! No me avergüenza trabajar en una panadería, Henry, no tengo falso
orgullo en ese sentido.
HENRY. — No tienes orgullo verdadero ni falso en ningún sentido. No es ése el asunto.
El asunto es que no quiero que sigas usando mi apellido. Ni allí ni en ninguna parte.
Tengo hijos que crecen aquí. No quiero que uses nuestro apellido. Así que dame un
nombre inventado para darle al señor Noonan.
CELESTE. — ¡Oh! Bueno, dale el nombre... Agnes Jones...
HENRY. — Perfecto. Agnes Jones. (Parte bruscamente, luego se detiene antes de salir y
le grita.) ¡También le diré al señor Noonan que retenga diez dólares por semana de tu
salario para mí, hasta que recobre todo lo que me costó sacarte de la jaula!
CELESTE (gritándole). — ¿Nos vemos mañana para la cena de Navidad, Henry?
HENRY. — ¡No quiero volver a verte en mi vida, así que consíguete una cena de
Navidad con otro!
CELESTE. — Henry, no lo dices en serio.
HENRY (gritando desde cierta distancia). — ¡Sí, en serio!
CELESTE. — Sí, en serio. Sí, supongo que es en serio... (Se levanta un viento frío:
CELESTE se lleva las manos al pecho, cruzando los brazos.) Bueno, el año pasado en
esta época, vísperas de Navidad, Trinket Dugan y yo estábamos arriba, en su
dormitorio.
(Ante estos palabras, se ilumina tenuemente el dormitorio de TRINKET DUGAN y vemos
a TRINKET en kimono japonés, de color rosa pálido, sentada en el borde de una canuta
de hierro blanca, descascarada, sosteniendo un cuaderno escolar en la falda,
mordisqueando un lápiz, a punto de hacer una anotación en su diario íntimo. El
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gramófono suena muy suave junto a la cama. Sobre una mesita hay un porrón de
cuatro litros de California Tokay: el vino atrapa la luz con un resplandor delicado,
como de joya.)
TRINKET (en voz alta). — ¡Querido diario! ¡Querido diario! No tengo nada que decir...
(Cierra el cuaderno con un suspiro y se sirve una copa de tokay.)
CELESTE. — En este mismo instante ella está arriba y jugaría cinco dólares contra
cincuenta, si tuviera cinco, a que tiene un porrón de cuatro litros de California Tokay.
Es una borrachína terrible: puede pagarse gin, toma vino... Bueno. Es rica y egoísta.
Orgullosa de su billetera. Pero mutilada, oh, sí, ja ja, es una mujer mutilada. Lo sé, soy
la única que lo sabe., Ése es mí as en la manga. Ahora voy a subir por esta escalera
lateral y ofrecerle la pipa de la paz, decirle que en vísperas del nacimiento de Cristo
hasta un par de putas viejas como Trinket y Celeste deberían enterrar el hacha de
guerra; olvidar las heridas que cada una le ha hecho a la otra, y brindar por el
nacimiento del Niño en el Pesebre con un dulce vino dorado, con tokay... (Se oyen
marineros borrachos que cantan.) ¡Un momentito! Los negocios antes que el placer.
(Pasan BRUNO y SLIM: ella se abre el sarnoso abrigo de piel para exhibir el busto pero
pasan a su lado, cantando, como si CELESTE fuera invisible aunque ocupa casi toda la
acera.) ¡Borrachos hasta la ceguera! De lo contrario habrían reparado en mi busto. De-
monios, hasta el sargento del escritorio donde firmé al salir de la leonera le echó un
buen vistazo a mi busto, no dejé de notarlo. Bueno, tengo la gran suerte de contar con
pechos firmes cuando muchas mujeres que pasan de los cuarenta o incluso de los treinta
tienen tetas como un par de muías con la cabeza colgando sobre el listón de una cerca.
(Comienza a subir por la escalera externa pero la vuelve a distraer un ruido de la
calle.)
Voz. — ¡La Muchacha-Pájaro, vean a la Muchacha-Pájaro, cincuenta centavos, cinco
monedas para ver a la Muchacha-Pájaro!
CELESTE. — Oh-oh, oh-oh, Maxie y la Muchacha-Pájaro. (Suelta una risita maligna.)
¡Puedo desquitarme si juego bien mis cartas, él va a juntar una multitud en esta misma
esquina, ah-jaja!
Voz (estridente, acercándose). — ¡Vean a la Muchacha-Pájaro, dos monedas para ver a
la Muchacha-Pájaro!
CELESTE. — ¡Oh-oh! ¡Bajó el precio! (Un hombre gordo, MAXIE, aparece ante el hotel
con una acompañante embozada y encapuchada que se mueve con paso arrastrado,
como de paloma.) ¡Hola, Maxie! ¡Feliz Navidad, Muchacha-Pájaro!
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MAXIE (rencorosamente, a CELESTE) — ¡Piérdete, atorranta! ¡Vean a la Muchacha-


Pájaro, dos monedas para ver a la Muchacha-Pájaro al descubierto, sin máscara, la
curiosidad más grande del mundo! (Unos pocos transeúntes se detienen en la acera. Un
borracho sale tambaleante del hotel Silver Dallar, buscando una moneda de veinticinco
en el bolsillo.)
CELESTE (al ver que el borracho está interesado). — Baah, esa no es una Muchacha-
Pájaro, la conozco personalmente. Es Rosa de la calle Rampart con plumas de pollo
pegadas con cola. Es algo doloroso, peligroso, lo sé por experiencia, señor. (Se vuelve
otra vez hacia la MUCHACHA-PÁJARO.,) Eh, Rosa, ¿cuánto te paga Maxie, cuánto te está
pagando, Rosita? (MAXIE alza una mano amenazante. La MUCHACHA-PÁJARO emite
fañosos ruidos de pájaro.) ¿Maxie? ¿Maxie? (Se acerca rápidamente a él.) No voy a
desenmascararte, sólo tienes que darme cinco dólares, Maxie. Acabo de salir de la
leonera, dame cinco dólares, ¿quieres? ¿Para una botella de Navidad? ¿Eh, Maxie?
¿Para mantener la boca cerrada, Maxie?
(EL DIÁLOGO QUE SIGUE SE DIRA SUPERPUESTO Y MUY RÁPIDO)
MAXIE. — ¡Voy a cerrar tu gorda boca por menos de cinco dólares!
CELESTE. — ¡A mí no vas a levantarme la mano, Maxie!
E MAXIE. — ¡Vamos, vamos, piérdete!
CELESTE. — ¡Caramba, yo misma fui Muchacha-Pájaro! ¿Te has olvidado que fui
Muchacha-Pájaro? ¿Que quedé con dos quemaduras de segundo grado cuando me
pusiste aquella goma ardiente encima?
MAXIE. — ¿Quieres problemas? ¿Problemas, es lo que quieres?
MUCHACHA-PÁJARO. — ¡Auk-auk-auk!
CELESTE. — No, quiero dos dólares veinte para comprar dos litros de California Tokay.
(Entra un policía. La MUCHACHA-PÁJARO silba y grazna locamente mientras escapa
aleteando.)
POLICÍA. — Circulen.
MAXIE. — ¡Ella espantó a la Muchacha-Pájaro!
MUCHAJCHA-PÁJARO (fuera de escena). — ¡AUK AUK AUK!
P MAXIE (corriendo tras ella). — ¡Muchacha-Pájaro, eh, Muchacha-Pájaro! (Silba
vacilante. Ulula el viento)
CELESTE (alzando una pluma suelta). — Pobre Rosa, perdió algunas plumas. ¡Ah,
bueno, así es la vida, psh, psh! Si ella fuese un pájaro, la sociedad humana se interesaría
por su situación, pero como es un ser humano, no podría importarle menos. (Se vuelve
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hacia el POLICÍA.) ¿Qué le parece? Quiero decir la ironía del asunto. (El viento gime
fríamente.)
POLICÍA. — ¿Dónde vive usted?
CELESTE. — ¿Mi dirección? ¡Aquí, justamente aquí! Hotel Silver Dollar.
POLICÍA. — Despeje la calle...
CELESTE. — ¡Oh, vamos, realmente!
POLICÍA. — La conozco del tribunal nocturno, entre y manténgase fuera de k calle.
(Sigue su camino. Aparece otro marinero; CELESTE se abre el abrigo, exhibiendo
esperanzada el busto.)
CELESTE. — ¡Hola, hola, feliz Navidad!
MARINERO (empujándola para pasar). — Piérdete.
(La sonrisa vivaz de CELESTE se esfuma; se cierra el abrigo como si fuera un libro con
final triste.)
CELESTE. —Lo estoy... (Quiere decir perdida.) Cuando se está perdida en este mundo se
está perdida y no encontrada, el Departamento de personas perdidas y encontradas es
sólo el Departamento de personas perdidas, pero voy a entrar a ese vestíbulo como si
acabara de llegar del mayor acontecimiento social de la maldita temporada, sin broma...
(Se dirige hacia la puerta pero se queda helada a punto de entrar.) Bueno, contaré
hasta cinco y entraré. Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cuatro y medio... Cuatro y tres
cuartos... (TRINKET pone un disco vibrante y animado en el fonógrafo en compás de
cuatro por cuatro: "Vals de Santiago".) Humm. Suena como si la dama estuviese
tratando de levantarse el ánimo ahí arriba. Yo solía levantarle el ánimo. Le decía todos
los días: olvida tu mutilación, no es el fin del mundo ni para ti ni para el mundo.
Demonios, le decía, todos tenemos nuestras mutilaciones, algunas de nacimiento, otras
de mucho antes del nacimiento, y otras de más tarde, y algunas se quedan con nosotros
para siempre. Bueno, no hay nada como pasar una semana en la leonera para sacarte el
filósofo que llevas dentro.
TRINKET (poniéndose de pie con un salto salvaje). — ¡Vete, vete, vete, vete monstruo
implacable, antes de que llame a la policía!
CELESTE. — ¡Alcahueta, contrahecha! ¡Me las pagarás, tarde o temprano, ah, me las
pagarás, Trinket Dugan! ¡Alias Agnes Jones! (Se precipita escaleras abajo y entra en el
vestíbulo con actitud bravia. BERNIE, el empleado nocturno, aún tiene los pies sobre el
escritorio y la revista de historietas sobre las piernas. CELESTE es tan audaz como
desfachatada.) ¡Hola, Bernie, feliz Navidad! ¡Adivina lo que pasó!
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BERNIE. — Sí, te largaron para Navidad.


CELESTE. — ¿Me qué, Bernie, qué, criatura?
BERNIE. — Que te dejaron salir de la leonera para Navidad, ¿no?
CELESTE. — Bernie, Bernie, estás perdido en el mundo de las historietas. Dios te
bendiga y déjame besarte, cosita sexy, podría saltar por encima del mostrador y
engullirte. Oh, criatura, hagámoslo rápido ahora mismo, en un cuarto desocupado.
BERNIE. — Tengo un mensaje para ti.
CELESTE. —- ¡Muchacho, oh, criatura, yo tengo un mensaje para til
BERNIE. — Sí, puede ser, pero el mensaje que tengo para tí es que tus cosas están bajo
llave, y van a quedar en depósito hasta que pagues la cuenta.
CELESTE. — No entiendo ese mensaje.
BERNIE. — Repítelo para tus adentros un par de veces y tal vez lo entiendas.
CELESTE. — Dijiste que mis cosas están... ¿bajo llave? Mis cosas personales, no, no
capto el mensaje, es un mensaje tan extraño que podría repetirlo una y otra vez y
seguiría confundida.
BERNIE (haciendo conexiones en el conmutador). — Vamos, no digas tonterías, todos
los que te conocen saben que estuviste en la cárcel, porque el lunes te sorprendieron ro-
bando en el bazar de Goodman. Estás cayendo bajo, solías robar en los negocios de
Canal Street y...
CELESTE. — Qué mentira, ¿quién te lo contó?
BERNIE. — Salió en los diarios. El Picayune, el Item y el States.
CELESTE. — Muéstrame el artículo para llamar a mi abogado.
BERNIE. — No guardo recortes, recortes de diario, para las cleptómanas, hermana.
CELESTE. — Para empezar fue una falsa acusación. Mi hermano, Henry Delacroix
Griffin, puso las cosas en claro y, además, me consiguió un empleo, ésas son las
noticias, el mensaje, me apuré a entrar para qué fueras el primero en enterarte.
BERNIE. — Va siendo hora de que dejes de ser una buscona, no porque tú lo creas así
sino porque los tipos a los que encaras por el precio de una botella o un par de tragos
tienen ojos para verte, hermana, y lo que ven es una borracha, que empina el codo desde
hace rato.
CELESTE. — ¿Es ése el modo de hablarle a una muchacha en Navidad?
BERNIE (con una sonrisa amistosa). — Oh, no, acéptalo, no puedes lograrlo, Celeste, ni
siquiera puedes salir bien librada de un pequeña ratería en Navidad.
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CELESTE (majestuosa). — Dame la llave de mi cuarto, no quiero permanecer en este


vestíbulo.
BERNIE. — Ya no tienes cuarto aquí. Te han echado y tus cosas están bajo llave en el
sótano por orden de Katz.
CELESTE. — Katz no podría hacerme esto. ¿Cuándo me lo hizo?
BERNIE. — Cuando apareció en los diarios que una dama que se identificó como
señorita Agnes Jones había sido arrestada robando en un negocio.
CELESTE. — ¿Quién es Agnes Jones? ¡Yo no!... suena a nombre inventado. Mi nombre
es Celeste Delacroix Griffin.
BERNIE. —- Sí, pero nos pasaron el dato de que diste un nombre inventado cuando los
polizontes te llevaron y que el nombre era Agnes Jones.
CELESTE. — ¿Quién les contó una historia tan falsa?
BERNIE. —Trinket, tu vieja amiga, Trinket, vio el artículo del diario sobre tu triste
ratería y dijo: "¿Agnes Jones? ¡Es Celeste!"
CELESTE. — ¿Yo? ¿Agnes Jones? ¡Yo no! Agnes Jones i-s el nombre que dio ella en el
Mercy Hospital cuando... nunca hablé antes de eso. Usó el nombre de Agnes Jones para
su operación secreta. (Hay una pausa: meditación.)Tengo que subir, tengo que ir al
baño de mujeres un minuto.
BERNIE. — Usa el lavabo de abajo.
CELESTE. — ¿Para pescarme ladillas en Navidad? No quiero ladillas en Navidad. El que
quiera quedar infestado de ladillas que lo use, pero yo voy al baño de arriba. (Se dirige
a las escaleras que salen del vestíbulo y sube. BERNIE contesta un llamado del
conmutador.)
BERNIE. — Hotel Silver Bollar. No, se fue. Dije SE FUE. ¡La gente se val Pagó la
cuenta y no dejó dirección. Lo siento, feliz Navidad... (Vuelve a sonar el conmutador
mientras BERNIE desconecta la línea. Contesta el segundo llamado.)
TRINKET (en el teléfono de su cuarto). — Bernie, ¿ella está ahí abajo? Quiero decir
Celeste.
BERNIE. — En este momento no está en el vestíbulo.
TRINKET. — ¡Bien! Entonces puedo bajar. No quiero toparme con ella. (BERNIE
desconecta. Desenvuelve una tableta de chocolate y empieza a mascarla lentamente
con perezoso deleite. CELESTE regresa al escritorio con una sonrisa extrañamente
satisfecha, más de lo que una simple visita al baño podría justificar.)
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CELESTE (excitada-mente maliciosa). — Veo que ha habido una fiesta de Navidad. ¿La
organizó Trinket Dugan? ¿Se puso su traje de Santa Claus y sacudió un cencerro bajo
ese árbol lamentable? Nunca ví un árbol peor decorado, con adornos rotos y las agujas
ya cayéndose, se ve triste, ya lo creo. ¿Muestras gratuitas de perfume barato para las
damas y corbatas de diez centavos para los caballeros? ¡Ja ja! La Navidad es algo que
hay que celebrar en grande o no hacerlo. (Hay una pausa. BERNIE masca su tableta.
CELESTE se abraza el busto como si aún estuviese en la calle ventosa. Observa a BERNIE
mascando lentamente la tableta de chocolate mientras lee un libro de tiras cómicas.)
¿Qué comes, Bernie, una tableta de chocolate? (BERNIE apenas gruñe.) ¿Qué marca es?
¿O Henry? ¿Baby Ruth? (Tomando el papel de la tableta.) ¡Oh, Un Mr. Goodbar.
Nunca los probé. Prefiero los Hershey de chocolate con leche. Lo único mejor que una
tableta de chocolate con leche Hershey es una tableta de almendras Hershey, Bernie.
Antes venían en el tamaño de cincuenta centavos, cuando iba a la escuela de monjas.
Una amiga mía y yo comprábamos la tableta de cincuenta centavos y la íbamos
comiendo durante toda la tarde. Déjame el último mordisco, Bernie. ¿Eh? ¿Me dejas el
último mordisco, Bernie? En la leonera me dieron un tratamiento duro, y ese, ese...
tratamiento te... te deja con unas ganas espantosas de comer dulces... ¡Se me hace agua
la boca, Bernie!
BERNIE. — Sí, bueno, entonces traga y escupe... (Termina la tableta y se inclina hacia
atrás en la silla giratoria; se le cierran los ojos.)
CELESTE. — En verano el chocolate queda pegado al papel pero en invierno el papel
sale limpio... (Lame un pequeñísimo trozo de chocolate de la envoltura.) En invierno
sale limpio...
BERNIE (soñoliento). — ¿Por qué no abandonas?
CELESTE. — ¿Abandonar, dijiste? Es fácil aconsejarlo pero difícil aceptarlo. (Se dirige
otra vez al sofá destripado bajo el árbol de Navidad, saca del árbol una guirnalda de
maíz tostado, y la masca mientras habla.) ¿Abandonar? ¿Mi vida? Oh, no. Sigo
teniendo deseos, y mientras uno tiene deseos la satisfacción es posible. ¿Apetitos? La
satisfacción siempre es posible, Bernie. ¿Ansiedades? ¿Como la ansiedad por dulces o
bebida o amor? La satisfacción sigue siendo posible, Bernie, y sobre una base de toma y
daca. Caramba, justo hoy un hombre me hablaba. No me miraba a los ojos. Mantenía
los ojos fijos en mis pechos. Al fin me reí, dije: "Tócalos, no van a romperse, no son
burbujas de jabón ni un buñuelo relleno". ¿Bernie? ¡Bernie! ¿Qué te parece hacerlo
rápido en mi viejo cuarto? No sería la primera vez, ¿verdad, Bernie?
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BERNIE. — Abandona.
CELESTE (mientras vuelve a sentarse). — Abandonar es algo en lo que ni siquiera he
pensado. Seguiré adelante: no hacia la Panadería Rainbow después de Año Nuevo, eso
no es para mí. Tengo demasiada imaginación como para andar tonteando con pan. El
pan es algo que debería ser partido con amistad, con bondad o comprensión como fue
partido entre los Apóstoles en la Última Cena de Nuestro Señor. Caramba, el
tratamiento duro sí que te deja hambrienta, y con tal ansiedad por las cosas dulces que si
estuviera empleada ahora mismo en la Panadería Rainbow, las roscas y los pasteles y el
pan dulce, las bombas de crema y... el año pasado Trinket Dugan había puesto unos
vistosos cucuruchos rellenos de caramelo en el árbol, no sólo maíz tostado rancio.
Cómo demora Katz.., Cuándo crees que él...
(TRINKET entra en el vestíbulo por la escalera interna, tiene los ojos muy abiertos,
está conmocionada. CELESTE ha arrebatado un viejo ejemplar del Saturday Evening
Post; lo levanta para ocultar el rostro pero espía por sobre la sucia portada.)
BERNIE (haciendo una conexión en el conmutador). — Silver Dollar.
TRINKET (en voz baja). — ¿Bernie?
CELESTE (riendo tontamente). — ¡Qué chiste gracioso! ¡Los chistes del Saturday
Evening Post son insuperables!
BERNIE (en el teléfono). — No, esa persona no está aquí. No, no está. (Desconecta.)
TRINKET (más alto). — ¡Bernie! ¿Puedo hablar contigo, por favor?
BERNIE. — Claro. ¿Qué?
TRINKET. — Ven un segundo afuera. Es algo privado, Bernie. BERNIE. — No puedo
abandonar el conmutador, señorita Dugan.
TRINKET. — Creo que sería mejor que lo hicieras. Es algo
grave. No puedo hablarlo contigo frente a esa mujer.
CELESTE. — ¡Qué chiste gracioso, es una bomba, ja ja ja!
TRINKET. — Se trata de algo que podría requerir acción legal.
CELESTE (volviendo una página).- — ¡Acá hay otro comiquísimo, ja, ja, ja!
TRINKET. — En varías ocasiones encontré rastros de que habían entrado en mi
dormitorio mientras yo no estaba. No por la puerta del hall sino por la entrada externa,
por la escalera de afuera. La cerradura no estaba forzada. Quien entró tenia llave para
esa puerta. Sólo una persona la tenía. En consecuencia yo sabía quién había entrado. Sin
embargo me abstuve de informar a la policía: por lástima, Bernie, no informé nada, ni
presenté quejas, aunque el ratero se había estado bebiendo mi vino y tomando el dinero
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que yo dejaba deliberadamente sobre la cómoda, por lástima. Es una persona, Bernie,
que he amparado durante mucho, mucho tiempo. Hasta podríamos decir mantenido.
Bernie, sabes que podría costearme un hotel de primera categoría pero me he quedado
aquí por lealtad y amistad. Preparé ese árbol de Navidad. Compré un regalo para todos
los registrados aquí y los puse bajo el árbol. Tengo compasión de los viajeros en tránsito
en Navidad. Este hotel está lleno de abandonados, Bernie, perdidos, solitarios, sin hogar
en Navidad. (La voz es aguda y temblorosa.) ¡Sólo el cielo sabe las penas secretas que
llevan consigo! ¡Y a muy pocos les importan!
CELESTE (arrojando la revista a un lado). — ¡Bernie, pon música para acompañar esa
perorata!
TRINKET (alzando la voz). — He sido afortunada, financieramente. No estoy alardeando.
Me siento humildemente agradecida en ese sentido. Mi papito me dejó tres pozos de
petróleo al oeste de Texas; ahora uno está seco como un hueso, otro funciona de vez en
cuando pero el tercero es un chorro, un chorro continuo. Ahora bien, Bernie. No tengo
orgullo por mi dinero. ¿Ves esto? (Extrae un gran rollo de billetes de la cartera.) Nunca
salgo del Hotel Silver Dollar sin un rollo de dinero con el que se podría atragantar a un
caballo. No es eso lo que hago, sin embargo. Tengo una horda de amigos con problemas
económicos. Mientras me sean fíeles, me dedico a ellos. Les hago regalos llamados
préstamos, sin esperar que me paguen, salvo con amistad, Bernie. Bernie, sube al
rellano y mira lo que alguna persona malvada ha raspado en la pared. Tiene que
desaparecer de inmediato.
BERNIE. — ¿Alguien ha escrito algo allí?
TRINKET. — No, escrito no, raspado, dije, raspado, probablemente con una lima para
uñas.
BERNIE. — Bueno, iré a echar un vistazo.
TRINKET (jadeante). — Sí, por favor hazlo, gracias, Bernie.
(BERNIE sube los escalones que doblan tras la pared del fondo del vestíbulo.)
CELESTE (en un susurro feroz). — Te dije que me las pagarías. Esto es sólo el principio.
TRINKET. — Sí, sabía quién lo hizo.
CELESTE. — ¡Desperdicié cada día durante años, años!
TRINKET. — ¡Viviendo a costillas mías!
CELESTE. — ¡Alegrándote, sacándote de la depresión, distrayéndote de tu mutilación,
bien lo sabes! (BERNIE regresa al vestíbulo.)
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BERNIE. — Señorita Dugan, lo ví pero no sé cómo quitarlo porque está raspado en la


pared.
TRINKET. — Cúbrelo con algo, con un, con un... con un cartel de "prohibido fumar".
BERNIE. — El único cartel que tenemos dice "no sea perezoso", en el cuarto de limpieza
de abajo, y en el rellano no tendría sentido.
TRINKET. — Cúbrelo con este almanaque. (Señala un almanaque ilustrado que hay
sobre el escritorio.)
BERNIE. — No tengo chinches aquí.
TRINKET. — Usa cinta adhesiva, entonces.
BERNIE. — Tampoco tengo.
TRINKET (poniéndole dinero en la mano). — Corre a la farmacia de al lado y compra un
poco de cinta adhesiva, lo más pronto que puedas. Nadie debe subir o bajar esas
escaleras hasta que quede oculta esa mentira depravada sobre mí. Apúrate. De lo
contrario el hotel Silver Dollar perderá el único huésped que da buenas propinas. ¡Y
pienso entregar regalos otra vez en Año Nuevo!
BERNIE. — Está bien, está bien.
TRINKET. — Yo te vigilaré el conmutador. (Sale BERNIE. Hay un silencio mortal en el
vestíbulo. TRINKET habla sin mirar a CELESTE. ) Si estuviera en tu lugar, no me quedaría
sentada allí mucho más.
CELESTE. — El almanaque no durará.
TRINKET. — Si es así, sabré quién lo hizo y entraré en acción.
CELESTE. — ¿Qué acción?
TRINKET. — ¡Acción!
CELESTE. — ¿Cómo sabes que eso no aparecerá en otros sitíos? Hay otros sitios, podría
difundirse como una epidemia.
TRINKET. — ¡Sí, en la cárcel! ¡Estámpalo en la cárcel, cubre las paredes de la prisión
con eso!
BERNIE (regresando). — Ya conseguí.
TRINKET. — ¡Aquí tienes el almanaque: apúrate! (BERNIE sube el breve tramo de
escaleras y desaparece tras la pared del fondo del vestíbulo. Las dos mujeres quedan
en silencio.)
CELESTE (poniéndose de pie). — ¿Qué descuento te hacen por un árbol de Navidad del
año pasado? Estoy cubierta de agujas. (Se sacude cuidadosamente la ropa con la
mano.)
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TRINKET. — Me gustaría que me devolvieras la llave de la entrada externa. Te


agradecería que me la entregues ahora mismo así no tengo que colocar candado y
alarma para ladrones en esa puerta.
CELESTE. — Me desprendí de ella hace tiempo.
TRINKET. — Sabes que sé que es mentira, y déjame advertirte que si esta noche
descubro la menor evidencia de que has estado en mi cuarto mientras yo estoy afuera,
volverás a encontrarte en la cárcel, sí, otra vez allí esta misma noche.
CELESTE. — Esta noche estaré en casa de mi hermano tomando ponche con huevo y pan
dulce. Estará presente Huey P. Long. 1 Me gustan los líderes y él parece encontrarme
divertida.
TRINKET. — ¡Quién no te encuentra absurda!
CELESTE. — Uy-uy, bueno, al menos no estaré a solas con un chorro continuo de celos
en el corazón, esta noche y todas las noches, por los siglos de los siglos, Amén. (BERNIE
regresa al vestíbulo.)
BERNIE. — Bueno, lo cubrí.
CELESTE. — Adiós, Agnes Jones. (Sale a la calle.)
TRINKET (a BERNIE). — ¿No lo creíste, verdad? ¿Esa mentira malvada sobre mí?
BERNIE. — Demonios, señorita Dugan, tengo otras cosas de qué ocuparme.
TRINKET. — Yo... ¡No me lo puedo imaginar! Es imposible imaginarlo, ¡una maldad
como ésa! (El vestíbulo se oscurece mientras sale a la calle y se oye a los cantores de
villancicos.)

ESCENA II
Sobre el proscenio hay un banco en el Jackson Park. Detrás, en una pantalla, una
proyección de la estatua ecuestre de Andrew Jackson. Entra TRINKET y se sienta en el
banco, rígidamente.
TRINKET. — Me va a costar un poco recobrarme de ese choque. Todavía estoy
temblando. Sí, casi me da un ataque de pánico, pero ahora me controlaré. ¿Por qué me
importa tanto? No hay nada vergonzoso, nada criminal en una desgracia, una...
mutilación... (Enciende un cigarrillo con mano temblorosa.) No soy Agnes Jones, soy
Trinket Dugan, ¡y no tengo la menor intención de darme por desahuciada, por nada del
mundo, no me atrevería ni... me importaría! Esta noche expulsaré a Agnes Jones, lo haré
ahora mismo. ¿Cómo? ¡Caminaré alrededor del banco y cuando lo haya rodeado, Agnes
1
Lider político que murió asesinado
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Jones habrá salido de mí vida para no volver jamás! (Se pone de pie de un salto. La
brusca acción le provoca un vahído; cae otra vez en el banco y jadea para recobrar el
aliento. Después se levanta y empieza una lenta marcha alrededor del banco.) Fuera,
Agnes Jones, fuera, Agnes Jones, fuera Agnes Jones. (Ha regresado ante el banco.) Eso
es. Es una noche tan diáfana, helada, puedo ver mi aliento en el aire y, sí, ahora me
estoy calmando. Sabía que me calmaría y me calmó. (Se tambalea un poco y cae otra
vez en el banco. Ahora habla con una voz distinta: áspera de furia y autodesprecio.)
Por la tarde la gente vieja que no tiene nada que hacer viene aquí y se queda y se queda
hasta que el sol va desapareciendo. Cuando ellos se van, llego yo. Soy la ocupante
nocturna del banco de Jackson Park. Cierran las puertas a medianoche. Es casi media-
noche. Me siguen temblando las manos. Es hora de que vaya al Café Bohéme y tome mi
ajenjo frappé en la mesa de un rincón con una silla vacía frente a mí. Y dé una propina
excesiva como si fuera necesario disculparse por sentarse a solas en una mesa para dos.
¡Dos! ¡En la vida tiene que haber dos! La vieja voz invernal de Agnes Jones sigue den-
tro de mí. ¡Dije FUERA, Agnes Jones, fuera, fuera, fuera y no vuelvas! Otra vuelta
alrededor del banco. (Marcha alrededor del banco otra vez.) Aunque, desde luego,
tengo que prepararme para la posibilidad de que Celeste esté en el Café Bohéme esta
noche y cuando yo entre es probable que haga algún tipo de observación maligna. ¡Oh,
yo... me hundiría en el piso, no sería capaz de entrar otra vez a ese sitio! ¡FUERA,
AGNES JONES! (Llega a la parte delantera del banco.) Una noche tan diáfana, helada.
Andrew Jackson está todo húmedo, verde brillante como si acabara de salir cabalgando
del mar. Oh, con tanta belleza a mi alrededor, sí, aún así, incluso ahora, por qué tiene
que haber espacio en mí para la voz cobarde y horrible de Agnes Jones. La excesiva
soledad puede corregirse, sí, debe corregirse. Corregiré la soledad con... ¿qué? Por qué
no entrar esta noche al Café Bohéme como un gladiador, gritando: "¡Aquí estoy, la
mutilada Trinket Dugan, alias... Agnes Jones!" ¡No! ¡Imposible! ¡No podría! ¡No es
necesario! Ella no puede probar la mutilación a menos que yo la revele a alguien. Ah,
pero no atreverme a revelar k mutilación ha hecho que viva sin amor desde hace tres
años, y es la falta de lo que más necesito lo que me hace hablar conmigo misma con la
voz vieja y amarga, fría e invernal de... Agnes Jones: ¡AMOR!... una mano sobre mi
pecho ... (Suelta un sonido como el que soltaría un pez enganchado en el anzuelo si
pudiera. Se pone de pie, después vuelve a sentarse: se entrega no a la desesperación
sino a una convulsión interna que la obliga a producir esos terribles gritos ahogados.
Son acompañados por movimientos abruptos, indecisos de levantarse o tender las
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manos o... Poco a poco se apaciguan: recobra el control de sí misma.) No. Basta de
pensamientos negativos. Esta noche me haré el regalo navideño de un amante y él será...
¡hermoso! ¡Perfecto! Tal vez hasta sea bondadoso, tan bondadoso como para contarle
acerca de mi... mutilación. (Representa el reconocimiento.) "Hay algo que siento que
debería contarte antes de que yo... antes de que nosotros..." ¡NO PODRÍA ... articular
las palabras! Ah, pero pensaré en algo, si lo encuentro esta noche, si ese milagro ocurre
esta noche en el Café Boheme!
Voz (fuera de escena). — ¡Se cierran las puertas!
TRINKET. — Cierran las puertas, debo irme...
(Sale mientras la zona del banco se oscurece. Entran los cantores de villancicos.)
CORO:
Los perdidos hallaran un público lugar
Donde sus nombres olvidados no serán
Y allí, oh, allí un acto de gracia
Podrá alzar el peso de piedra sobre piedra.
¡Milagro, milagro!
El encuentro de un amor desconocido.
Oh, pero para amar necesitan saber
Cómo caminar sobre la fresca nieve
Y no dejar huellas donde pasen
Caminando sobre la reciente nieve.
¡Milagro, milagro!
Sin huellas sobre la reciente nieve.
Los heridos, también los fugitivos.
Los solitarios van a conocer
En algún punto un lugar apartado
Un lugar sereno y fresco como nieve.
¡Milagro, milagro!
Un lugar que calme el corazón humillado.
Puede estar en algún parque público
Que tenga algún banco apartado,
Y no a la luz del día, en la oscuridad.
Con el parque cubierto de niebla invernal.
¡Milagro, milagro!
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Una niebla que vela un parque invernal.

ESCENA III
Se ha quitado el banco del parque y el decorado se convierte en el interior del Café
Bohéme. El mostrador tiene forma de herradura; dentro de él está TIGRE, el
propietario, antes boxeador y marinero, y que ahora tiene más de cincuenta años.
Alrededor del mostrador hay varios parroquianos. Se oye la sirena de una ambulancia
perdiéndose a lo lejos. Aparece TRINKET DUGAN en la zona iluminada.
TRINKET. — ¡Feliz Navidad! (No obtiene respuesta. ¿CELESTE ha estado allí, hablando
contra ella? No sabe si quedarse en el bar, ¿pero a qué otro sitio puede ir? Ninguno.
Se desliza en silencio, entonces, hasta una mesa solitaria, junto al mostrador... Hay una
leve pausa.)
MUJER DEL BAR. — ¡No puedo creerlo! ¿Y tú? ¡Vivo y riéndose un segundo, muerto al
siguiente!
REINA PIADOSA {en el mostrador). — Contó un cuento muy sacrílego.
TIGRE. — Demonios, ¿acaso creen que Dios no tiene sentido del humor? Ted se rió
demasiado y se le reventó un vaso sanguíneo, eso es todo. Tal vez Dios también se rió.
MUJER DEL BAR. — ¿Y también se le "reventó un vaso sanguíneo"?
TIGRE. — No es mala manera de irse.
TRINKET (irguiéndose rígida en la süla en un grito agudo). — ¿QUIÉN MURIÓ?
¿MURIÓ ALGUIEN?
TIGRE. — Sí, murió alguien, así que él murió. Siempre muere alguien, ¿verdad? ¿Qué te
sirves, Trinket? Digan lo que quieren tomar todos, corre por cuenta de la casa en
memoria del finado. (Murmuran sus pedidos. TRINKET lo hace en voz tan alta que
parece furiosa por algo: se ha llevado una mano al pecho mutilado.)
TRINKET. — ¡Ajenjo frappé, por favor, Tigre! (Vuelve a sonar la vieja pianola
eléctrica: pasa otra melodía de ragtime o unos fragmentos variados de canciones, que
empiezan con "Bajo el árbol de bambú", mientras entran dos marineros. Uno es bajo,
se llama BRUNO, el otro alto, se llama SLIM. Todos se vuelven para mirarlos: es el alto
a quien miran, porque resplandece como una estrella. De pronto, TRINKET grita
agudamente.) "¡Tigre, Tigre, despierta!" ¡Necesito mi ajenjo frappé!
SLIM. — ¿Éste es el lugar?
BRUNO. — Sí, sí, éste es.
SLIM. — ¿Dónde está él?
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BRUNO. — ¿Por qué gritas?


SLIM. — ¿Por qué voy a susurrar, qué motivo hay para susurrar?
BRUNO. — No te hagas notar en este sitio.
SLIM. — ¿Por qué? ¿A ellos les molesta?
BRUNO. — No. No les molesta, salvo que hay algo especial. ¿No notas lo apagada que
está la gente?
SLIM. — Sí. El lugar es espectral. ¿Por qué está tan poco animado en Nochebuena?
BRUNO. — Sentémonos junto al mostrador.
SLIM. — ¿Dónde está tu amigo rico, está aquí o no? Si no está quiero irme.
BRUNO. — Llegamos diez minutos adelantados.
TIGRE. — Muchachos, no pueden quedarse aquí. Este bar queda fuera de los límites de
la Marina.
BRUNO. — Sólo estamos buscando a alguien.
TIGRE. — ¿A quién buscas, Mac?
BRUNO. — A un... un... tipo que encontré aquí en mi último permiso.
TIGRE. — ¿Cómo se llamaba?
BRUNO. — Se llamaba Ted.
TIGRE. — Si te refieres a Ted Dinwiddie, Ted Dinwiddie está muerto.
BRUNO. — No bromee.
SLIM. — Jesús, vamos, disparemos. Sabía que había muerto alguien aquí.
MUJER DEL BAR. — Murió aquí esta noche. Gritó y se cayó de ese taburete hace una
hora.
REINA PIADOSA. — Éste, el que está a mi lado.
MUJER. — El forense dijo que probablemente estaba muerto cuando llegó al piso...
TRINKET (poniéndose de pie y dirigiéndose al mostrador). — ¡Ese no es el modo de dar
la noticia de una muerte!
SLIM. — Murió y está muerto, vámonos.
BRUNO. — Demonios, necesito tomar algo, antes.
TRINKET. — La noticia de una muerte es chocante para cualquiera que esté vivo y
debiera ser dada con más suavidad.
BRUNO. — Déme una Coca y una Seven.
TIGRE. — Le dije que aquí está fuera de límite.
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REINA PIADOSA (apartándose del taburete). — Muchachos, muchachos, tengo un cuarto


al lado y puedo darles traje de civil a los dos. De civil pueden ir a cualquier parte de la
ciudad, saben.
TRINKET. — Tus prendas no les sentarían a estos muchachos. Tengo una sugerencia
mejor. (Toma a BRUNO por los codos.) Saca afuera a tu compinche, yo esperaré junto a
la puerta. (Sale del bar. La pianola eléctrica se pone en marcha de pronto y las voces se
apagan cuando parte TRINKET. Espera tensa en el proscenio, después corre de pronto
de regreso al bar, entra gritando): ¡Viene la Policía Naval!
SLIM. — No tengo pase de permiso.
TIGRE. — Sal por atrás.
BRUNO. — Yo tengo pase de permiso, saldré por adelante. Slim, ahueca el ala. (La luz
de la zona del bar se apaga mientras los marineros corren en direcciones opuestas.
BRUNO, el marinero bajo, sale y se para Junto a TRINKET. )
TRINKET. — Ahí vienen. (Se refiere a la Policía Naval: avanza para interceptarlos
mientras la luz decrece.) Feliz Navidad, muchachos.

ESCENA IV
Mientras la pantalla se oscurece y se ilumina el proscenio, el POLICÍA NAVAL ignora a
TRINKET. Pide ver el pase de permiso de BRUNO, que éste saca muy lentamente.
TRINKET. — Tiene el pase: es mi hermano menor, justamente estábamos discutiendo
dónde ir ahora.
POLICÍA NAVAL. — Sí, bueno, no entren aquí, este bar queda fuera de límite.
TRINKET. — Oh, no vamos a entrar a este bar, vamos a la... la catedral para la misa de
medianoche. ¿No es verdad, Buddy?
BRUNO. — Sí, señora... hermana. (La POLICÍA NAVAL "chequea" el bar; miran fuera de
escena y después parten.)
TRINKET. — Listo. Ahora trae a tu compinche.
BRUNO. — No quisiera insultarla, pero no estamos buscando putas.
TRINKET. — Oh, no me siento insultada, me siento... halagada, pero no podría estar más
equivocado. Mire, fíjese. (Abre su cartera y extrae un rollo de grandes billetes.) ¿Ve
este rollo de verdes? Podría atragantar a un caballo con él, si quisiera atragantar a un
caballo, pero quién quiere atragantar a un caballo. Así que no es el dinero mi problema,
mi problema no es económico, mi problema es... (Alza una mano temblorosa a su pecho
izquierdo.)
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BRUNO. — ¿Es qué?


TRINKET. — Humano, un problema humano. Sólo una persona lo conoce aparte de mí.
Sólo esa otra persona en el mundo lo conoce fuera de mí.
BRUNO. — ¿Cuál es su problema?
TRINKET. — La otra persona que lo conoce era alguien en quien confiaba, pero ahora,
justo esta noche, me traicionó: de un modo tan horrible, ella... (Cierra un puño enguan-
tado en el aire.)
BRUNO. — ¿Le asusta contarme el problema?
TRINKET. — Es una cosa, una cosa, una... (No puede obligarse a confesarlo.)
BRUNO (riendo entre dientes). — Todo es una cosa.
TRINKET. — Es una cosa que...
BRUNO. :— Tiene usted un lindo cuerpito: ¿alguna vez lo hizo al aire libre?
TRINKET. — ¿Qué? ¡No!
BRUNO. -— Yo lo he hecho al aire libré en el barrio. Basta con deslizarse entre dos
edificios, lejos de k luz, y es tan privado como lo sería en su cuarto.
TRINKET. — Usted habla de gatos de callejón, y no comprende: me atrae su amigo,
estoy aquí afuera esperándolo. Sáquelo del bar antes de que los lobos se lo lleven.
BRUNO. — ¿Él? ¿Slim? Es ignorante como un bebé. Yo tengo experiencia en el asunto.
TRINKET. — ¿Slim, se llama Slim?
BRUNO. — Olvídese de él.
TRINKET (llamando). — ¡Slim! ¡Slim! (BRUNO hace otro esfuerzo por meter la mano
bajo la capa corta de ella. Ella grita aterrada.) ¡Deténgase! ¡Soy mutilada! (En ese
preciso instante se oye la voz intensa y ebria de CELESTE. )
CELESTE. — ¡Jingle bells, jingle bells, jingle bells, jingle... bells... (Parece ser todo lo
que recuerda de la canción.)
TRINKET. — ¡Oh, Dios, es ella, es Celeste, póngase delante de mí, ocúlteme! (Aferra
las solapas de la chaqueta azul marino de BRUNO y lo atrae hacia ella, apretando el
rostro contra su pecho mientras CELESTE aparece y cruza taconeando el proscenio, aún
cantando desentonada.)
CELESTE. — Jingle bells, jingle bells, jingle bells, jingle bells, jingle all the... ¡jingle all
the... wayyyy! (Con la palabra "wayyyy", llega al poste de alumbrado y se vuelve de
frente, abriéndose el abrigo, con los ojos redondos, en una especie de farsa de la
lascivia. Debe de estar tratando de atraer la atención de alguien al otro lado de la
calle. Después reanuda el canturreo ronco, desentonado y sale taconeando.)
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TRINKET. — Ahhh, Dios, ¿se ha ido? Esa espantosa criatura demente sé la pasa
cantando por la noche en el barrio para llamar la atención de los borrachos miopes, y
cuando la oyen en el Café Bohéme, todos ríen, todos dicen: "Ahí va la vieja Madame
Cabra." ¿Me vio? ¿No me vio, verdad? Si me hubiese visto, habría gritado una calumnia
criminal contra mí por la que la habría hecho arrestar. ¡Vamos! ¡Pronto! ¡Encuentre a su
compinche! ¡Es a él a quien quiero para Navidad! (Se aparta unos pasos de BRUNO, de
modo qué el resto del parlamento parecerá dirigido a sí misma, rapsódico.) ¡Alto,
coronado con un oro tan dorado que es como si tuviera la cabeza incendiada, y
conozco, recuerdo la piel que va con el cabello llameante, es como nieve, como sol
sobre la nieve, la recuerdo, la conozco! (Aparece SLIM con CELESTE, entrando por la
izquierda. Sostiene con vigor el cuerpo alto y oscilante.
TRINKET (gritando).- ¡Oh, Dios, lo ha secuestrado una vieja borrachína, apártenlo de
ella, rápido! ¡Esa mujer es criminal, ladrona de tiendas, cleptómana convicta,
desahuciada, va con viejos aJ callejón por el precio de un trago!
CELESTE. — ¡Oí esa observación, Agnes Jones! (Se prepara como un toro a punto de
embestir. Tendría que haber relámpagos de luz blancoazulada en escena como si un
soplete de acetileno, silencioso, estuviese perforando la calle, proyectando sombras
fantásticamente largas, altas sobre las fachadas. Dentro del bar, la pianola eléctrica
hace sonar un paso-doble.)
TRINKET. — ¡Recién sale de la cárcel, hace menos de una hora, lo juro, lo juro!
¡Apártenlo de ella pronto, pronto! ¡Está plagada de bichos, de ladillas, LADILLAS!
CELESTE. — ¡Oí esa observación! (Patea como un toro que rasca la tierra antes de
embestir.)
BRUNO. — ¿Slim? ¡Eh, Slim! (Pero BRUNO no se acerca a CELESTE que está
custodiando a SLIM.)
TRINKET (en un arrebato, un éxtasis de furia). — ¡No se limite a llamarlo, vaya a
BUSCARLO!
CELESTE. — Inténtalo. ¡Me tocó el pechol ¡Me tocó los senos, los dos!
TRINKET (enloquecida). — ¡Cállate, por el amor de Dios, cálmate! (CELESTE le escupe
desde lejos.) ¡ESCUPE! ¿Dónde está el sapo? ¡Cada vez que una bruja escupe produce
un sapo! (Ahora BRUNO se divierte, con una risita ebria. SLIM se apoya contra el
proscenio con una sonrisa débil, incierta.)
SLIM. — Pelea de gatas.
BRUNO. — Vamos, ésta tiene dinero.
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SLIM. — Bah, vamos a pegársela a las dos.


TRINKET. — Oh, yo... ¡tengo una advertencia para ti! ¿Celeste? ¡Déjame advertirte! ¡He
contratado al mejor abogado de la ciudad, un abogado penal, que nunca pierde un caso y
no repararé en gastos, no repararé en gastos... para hacer que te encierren en el State
Hospital como DEMENTE CRIMINAL! ¡A pan y agua, no vino! Eso es lo que.,. (De
pronto CELESTE embiste contra ella y arrebata la cartera de TRINKET.) ¡Ladrona,
ladrona, a la ladrona! (Con un grito de guerra indio, CELESTE ha escapado fuera de
escena. SLIM se desliza hacia abajo por el borde del proscenio hasta que queda sentado
contra él. Hay un cambio de luz y de música. La pianola eléctrica empieza un número
como "Por favor no hablen de mí cuando me vaya.") ¡Ja! ¡Se llevó una cartera vacía!
¡Saqué el dinero, miren, aquí lo tengo, en la mano! (Alza el rollo de billetes.) ¡Ahora,
pronto, consigan un taxi antes de que me muera en esta esquina!
('BRUNO está poniendo a SLIM de pie, con murmullos afectuosos, mientras los cantores
de villancicos se reúnen en el proscenio y cantan.)
CORO:
Habrá una noche para los soñadores
Que parecerá más radiante que el día,
Y ellos olvidarán, tendrán que olvidar,
Que la luz es algo que no durará.
¡Milagro, milagro!
Soñamos durante la eternidad y un día.
Y ahora alrededor, adentro y afuera
Nosotros giraremos y gritaremos.
Alrededor y adentro y afuera
Otra vez giramos, otra vez gritamos.
¡Milagro, milagro!
Un juego mágico jugado por niños.
(Se oscurece el proscenio mientras los cantantes se dispersan.)

ESCENA V
El dormitorio de TRINKET está iluminado, mientras sube por la escalera externa con
SLIM, que se apoya pesadamente sobre ella.
TRINKET. — Bueno, aquí estamos. ¿Creías que lo lograríamos?
SLIM. — Sí, pensé, que lo lograríamos.
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TRINKET. — Yo no estaba tan segura. Quiero decir de que lo lograríamos juntos. Pero
aquí estamos, juntos. Este es mi pequeño hogar...aqui es.
SLÍM. — No es gran cosa.
TRINKET. — No, no es gran cosa, pero es... familiar, es... hogareño. Vivía aquí antes de
la buena fortuna de mi padre con los yacimientos petrolíferos, y llegué a sentirme tan
unida a este cuarto que me sigo quedando, quedando. Sabes, puedes amar el cuarto
donde vives como a una persona con la que vives, si es que vives con alguien. Yo no
vivo con nadie. Vivo sola aquí. Tengo la ventaja de una entrada privada, externa, y es
una ventaja importante, sobre todo si yo, si tú... traes a un invitado por la noche. Yo, eh,
tú... no siempre deseas tener que pasar por el vestíbulo del hotel, cosa que tendrías que
hacer en cualquier hotel importante ...
SLIM. — ¿Con detectives de la casa en el vestíbulo?
TRINKET. — Con cualquiera, con todos en él.
SLIM (desconfiado). — Hummm.
TRINKET. — Eres tan alto que haces que el techo parezca
bajo. Quítate el abrigo y siéntate.
SLIM. — No hasta que decida si quiero quedarme aquí o no.
TRINKET (nerviosa). — Ah.
SLIM. — "Ah." Puedo cuidar de mí mismo en esta situación o cualquier otra maldita
situación en la que me haya metido ese rufián de Bruno. La semana pasada me arrastró
a lo de una vieja rica y chiflada que tenía un departamento de dos pisos en el Crescent
Hotel. Me di vuelta y estaba a solas con esa chiflada. Le dije a la chiflada: "Aquí hay
algo que no es natural" y la chiflada me dijo: "¡Soy tu esclava! ¡Soy tu esclaaava!" Dije:
"¡Está bien, esclava, muéstrame el color de tu dinero!"
TRINKET (con tristeza). — Ah.
SLIM. — ¿Qué quieres decir con "ah"?
TRINKET. — Sólo quiero decir ah.
SLIM (pensativo). — Ah. Entonces la chiflada rica dice: "Amito, soy tu esclava. Mi
dinero es verde como la lechuga y bueno como el oro". Dije: "Esclava, olvida la
descripción, déjame verlo. ¡Muéstrame el color de tu dinero!"
TRINKET. — ¿Me estás hablando a mí, o...?
SLIM. — Te estoy contando algo que pasó la semana pasada que me costó el permiso
para ir a casa en Navidad. Este personaje, esta chiflada, cayó de rodillas y dijo: "Me
golpeaste, oh, buuu-buuu, me golpeaste." No la había tocado a la chiflada. Pero
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entonces pesqué la idea. La chiflada quería que la golpeara. "Está bien, esclava, estate
quieta." La chiflada se paró y la lancé tan fuerte contra un espejo con marco de oro que
se partió el cristal. "Ahora, esclava, no quiero oír una descripción de tu dinero, quiero
verlo." ¿Con qué estás jugueteando ahí atrás?
TRINKET. — ¿Yo?
SLIM. — Tú.
TRINKET. — Estoy hirviendo agua para hacerte un poco de café instantáneo. (Sale de
detrás de un biombo o cortina decorativa.)
SLIM. — ¿Estás teniendo un ataque al corazón?
TRINKET. — ¡Oh, no! ¿Por qué? ¿Por qué?
SLIM. — Mantienes una mano sobre el pecho. (Se estira para apartarle la mano. Ella
respinga y retrocede.)
TRINKET. — ¡No, no, no, no, no! (Espantada, para distraerlo, arrebata una fotografía
del tocador.) ¡Mira esto! ¿Me reconocerías? En esta foto de periódico estoy parada entre
el Alcalde y el presidente del Emporio de Comercio Internacional. En ese entonces
estaba en el campo de las relaciones públicas. Me llamaban el Tornado de Texas.
Planifiqué y organicé el funeral del señor Depresión, sí, tuve la idea de enterrar al señor
Depresión, montando una imitación exacta de un funeral para él. Me respaldaron todas
las fuerzas vivas. Hubo un desfile, quiero decir una procesión fúnebre... ¡no, no, no, no,
no! (SLIM ha vuelto a estirar su mano para quitarle la mano del pecho.) ¡Una procesión
fúnebre para!…¡¡ para el señor Depresión!! (Debería hacerse evidente que ese ha sido
el climax de su vida.)
SLIM. — Aquí hay algo que no es natural.
TRINKET. — ¿Oh? ¡No! El señor Depresión fue transportado por Canal Street y Saint
Charles arriba con grandes lirios de papel sobre el ataúd de tres metros y medio y había
una banda tocando una marcha fúnebre y yo dirigía la banda, caminaba frente a ella
vestida como una viuda sollozante, de velo negro. (SLIM vuelve a acercarse a la mano
de Trinket, que aún permanece crispada por el pánico sobre su pecho.) ¡No, no, no, no,
no! La procesión siguió, siguió, sin parar hasta Audubon Park: ¿y puedes adivinar lo
que pasó entonces? (SLIM, balanceándose, no le presta atención.) ¡Cayó una lluvia
como nunca había caído antes sobre la tierra! ¡A cántaros, baldes, toneles... MARES!
¡La procesión se deshizo, la banda se fue, todo se disolvió, se dispersó bajo el aguacero!
Silba el hervidor... (Se precipita tras el biombo o cortina.)
SLIM. — ¡Morboso!
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TRINKET (regresa precipitadamente). — Toma, pero déjalo enfriar antes de... (El toma
la taza y la vacía en el piso.) Oh, lo has tirado, iré... (Entra otra vez precipitadamente
tras el biombo y vuelve a salir con una toalla, limpia el café derramado.) Ahora ya no
me dedico a las relaciones públicas en absoluto, para mí es como otra vida en otro
mundo. Es difícil imaginar la energía, la confianza, el empuje que tenía cuando llegué
por primera vez a esta ciudad. Las personalidades sufren cambios tan radicales cuando
pasa algo que cambia el curso de sus vidas. ¿No es cierto? ¿No lo notaste? (Hay una
pausa entre ellos. Aparece CELESTE ante el hotel. Lleva dos carteras: la de TRINKET y
la suya. Se detiene al pie de la escalera externa que conduce al cuarto de TRINKET y
golpea con el pie dos veces.) SLIM. — Hay algo condenadamente equívoco aquí,
extraño, antinatural, morboso.
TRINKET. — No sé qué podría ser salvo que no quieres sentarte ni tomar café. ¿Es algo
respecto a mí? Soy una persona sencilla, común, y tú eres mi invitado y yo tu amiga, no
tu esclava. Siempre he sostenido que esta ciudad es dura para las personalidades sin
formar de los jóvenes que llegan, sobre todo si ellos, ¡oh, vamos, siéntate por favor!
¡Hazlo! ¡Me alegraría tanto!
SLIM. — No me siento ni me quedo en ningún lugar morboso hasta saber si quiero
quedarme. Sé mi esclava. Y muéstrame tu dinero color lechuga. Bueno como... el oro...
(CELESTE sigue al pie de la escalera. Golpea con el pie dos veces más.)
TEINKET (con voz avergonzada). — Es verde como la lechuga y... bueno como el chorro
continuo de mi padre en Texas... (CELESTE golpea con el pie dos veces más y arroja la
cartera de TRINKET a la acera. La pisotea.)
CELESTE (en una extraña voz canturreante, separando cada sílaba). — Sa-rah Bern-
hardt tenía sólo una pierna. La o-tra era una pierna de madera. ¡Pero se arreglaba, sí, se
las arreglaba, Sal-tando con una gran MUÑÓN DE MADERA!
(Echa atrás la cabeza y ríe hacia el cielo.)
TRINKET. — Es una pena que tanta gente elija la noche del nacimiento de Nuestro
Salvador para comportarse de modo tan... (CELESTE patea la cartera de TRINKET al foso
de la orquesta mientras entra un POLICÍA. )
POLICÍA. — Circule.
CELESTE. — Es lo que estoy haciendo. (Se va en una dirección, el POLICÍA en otra.)
SLIM. — ¿Qué tienes para beber?
TRINKET. — No necesitas beber más, Slim.
SLIM. — No discutas conmigo o te arrastro por todo el suelo de tu casa y...
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TRINKET. — Oh, Slim, no lo dices en serio. Sólo lo dices porque me temo que tu amigo
te ha dado una compañía equivocada, Slim. Oh, tu pelo es oro rojo, oro rojo, tu piel es
como... el sol sobre la nieve…
SLIM. — ¡Un trago! ¡Trae algo! Rápido, antes de que...
TRINKET. — Sólo tengo vino aquí.
SLIM. — ¡Sácalo, tráelo, rápido, antes de que... te rompa un... espejo!
TRINKET. — Nadie puede asustarme, Slim, pero (sirve una copa de vino de la garrafa
de cristal) ... ¡toma!
SLIM. — Toma un trago antes, no quiero arriesgarme.
TRINKET. — Bueno, gracias, lo haré, puedo soportarlo. (Toma un sorbo, después le
tiende la copa.)
SLIM. — Sírveme en un vaso limpio. No quiero beber del tuyo y pescarme algo
malsano.
TRINKET. — No tendrías que hablarme así, aunque no lo hagas en serio. ¿Sabes cuánto
hace que no hay un hombre en este cuarto? Varios años. Y pareció toda una vida: toda
una muerte. (CELESTE entra otra vez dentro de la zona de luz, se detiene al pie de la
escalera, y hace sonar los pies dos veces como a punto de empezar la parada formal de
una guardia palaciega.)
SLIM (dejándose caer en la cama). — Estoy aquí paralizado en una situación...
morbosa...
(CELESTE abre su enorme cartera y saca una llave: después sube las escaleras,
diciendo: "¡Clamp!" en cada escalón. TRINKET respinga y se abalanza a pasarle el
cerrojo a la puerta externa. CELESTE prueba en la puerta con llave sin suerte, entonces
echa atrás la cabeza como un perro aullándole a la luna y grita:)
CELESTE. — ¡Agnes JOOOO-OOOnes!
TRINKET. — ¡Sí, es esa perdida que me arrebató la cartera en la calle! (Retrocede y
apaga la luz como si eso fuera a protegerla del asedio maniático de CELESTE.)
CELESTE. — ¡Encontrarás tu cartera vacía en la zanja adonde la pateé, ALCAHUETA!
Adentro tiene tu rosario y una foto de tu padre parado junto a su CHORRO DE
PETROLEO! ¡Mejor que salgas a buscarla antes de que el basurero la barra a la cloaca!
TRINKET. — Celeste, vuelve a la cárcel y pide ayuda médica allí. ¡Has perdido la
cabeza, aullando como un perro loco en mi escalera!
CELESTE. — Le contaste a Bernie y a Katz que había estado en la cárcel, alcahueta.
TRINKET. — ¡Tú rayaste una mentira espantosa sobre mí en la escalera!
27

CELESTE. — ¡Rayé la verdad sobre ti! ¡Tienes dos mutilaciones, no una! ¡Tu peor
mutilación es un crimen contra los mandamientos cristianos: TACAÑERÍA,
VULGARIDAD, ORGULLO DE RICA! ¡Tu rosario está en la zanja con tu CHORRO
DE PETROLEO! ¡Maldición, me hiciste echar, echar, echar!
(Golpea con el pie a cada "echar".) ¡Y todo lo mío bajo llave en un sótano!
TRINKET. — Tú sabes lo que hiciste, no necesito recordártelo, y ahora baja de la escalera
antes de que... ¡Tengo el teléfono en la mano! (Ha descolgado el teléfono.)
CELESTE. — ¡ALCAHUETA, ALCAHUETA MUTILADA!
TRINKET (en el teléfono). — ¡BERNIE! (CELESTE baja la escalera corriendo. Al llegar
abajo, se detiene y alza la cabeza sollozando, llorando como un niño perdido. Hay una
pausa, un silencio. CELESTE se acerca al foso de la orquesta, se agacha, con la mano
tendida. Le alcanzan la cartera; saca el rosario de la cartera de TRINKET y empieza a
"pasar las cuentas", sollozando.) Creo en la...
SLIM. — Estaría en casa para Navidad y no le habría roto el corazón a mamá si no me
hubiese largado sin avisar la semana pasada, pero en vez de estar en casa estoy aquí,
paralizado en una situación morbosa con una buscona morbosa ¿y el maldito Bruno
dónde se ha ido?
TRINKET (en el teléfono). — ¿Bernie? ¡Trinket! ('BERNIE es iluminado débilmente en el
teléfono del vestíbulo.) Sé bueno, Bernie, y tráeme dos hamburguesas del White Castle
y un vaso grande de café negro, y date prisa. Esta es una noche con propina de cinco
dólares para ti, Bernie.
(CELESTE está temblando bajo un reflector azul al pie de la escalera externa.)
CELESTE. — En todo caso, no soy una mutilada. Ella sí. (BERNIE pasa junto a ella
dirigiéndose al White Castle.) ¿Bernie? ¿Queridito?
(Él la ignora y sigue. SLIM vuelve a caer en la cama. TRINKET le desata los zapatos.)
SLIM (durmiéndose). — Morboso, antinatural: esclava...
TRINKET. — ¡Oh por favor quédate despierto conmigo!
(Rueda apartándose de ella y empieza a roncar.)
TRINKET. — Bueno, de todos modos tengo alguien aquí, conmigo. Celeste está sola,
pero yo no, no estoy sola… pero ella sí.
CELESTE (dejándose caer en el último escalón de la escalera externa). — No. No soy
una mutilada. Ella sí.
(TRINKET enciende la radio: no se oyen sonidos.)
28

TRINKET. — La misa de medianoche terminó. El Santo Niño ha nacido en el pesebre.


Ahora está bajo el manto azul estrellado de Su Madre. Sus manos ciegas y suaves
tantean en busca del pecho de ella. Ahora Él lo ha encontrado. Sus labios dulces,
hambrientos están sobre el pétalo de rosa del pezón. ¡Oh, son tan ansiosos esos labios, y
tan generosos los pechos!
(Los cantores de villancicos se han reunido en silencio ante el hotel. Cuando la escena
del dormitorio se apaga, empiezan a cantar.)
CORO:

Yo creo que por una vaga razón


Habrá misericordia en esta estación
Para los descarriados y deformados.
Para los solitarios e inadaptados.
¡Milagro, milagro!
Los abandonados protegidos y abrigados.
SOLISTA (apartándose del grupo:)
Creo que serán protegidos y abrigados
Y alimentados y consolados un momento.
Aunque todavía no, no por un momento
La palabra taimada, la sonrisa forzada.
CORO:
¡Milagro, milagro!
La oscuridad detenida un momento.
(Se dispersan.)

ESCENA VI
Llega el día. CELESTE está en el sofá bajo el árbol de Navidad, roncando y suspirando,
con la enorme cartera sobre la falda. Después se ilumina el dormitorio de TRINKET.

Ella está en quimono, sentada sobre la cama. Entra SLIM desde el hall.
TKINKET. — Buenos días. Pensaba que te habías ido.
(Él gruñe desdeñoso y se aparta de ella para peinarse.)
SLIM. — Te hicieron un poco de publicidad gratis en la pared del baño del hall. Dice
que si no te importa tener relaciones con una mujer mutilada, llames a la puerta del
cuarto N° 307, que es el número de este cuarto.
29

TRINKET. — Oh. Qué cosa horrible. Creo saber quién fue el monstruo que lo hizo.
SLIM. — ¿Dónde está mi billetera?
TRINKET. — Sé quién lo hizo, el monstruo de anoche.
SLIM. — Tú hablas de una cosa, yo de otra. Que estés mutilada es asunto tuyo salvo que
es un truco hediondo llevar a un tipo a la cama sin hacerle saber antes que está yendo a
la cama con alguien mutilado. (Ella empieza a suspirar con unos "Ah" al principio muy
suaves, que después crecen hasta el grito. Él le tapa la boca con una mano en el
momento en que BRUNO irrumpe en el cuarto. SLIM suelta a TRINKET.) ¡Eh, Bruno, esta
maldita lunática me limpió! (TRINKET se zambulle hacia la puerta abierta del cuarto.
Los marineros la arrastran otra vez adentro. TRINKET se retuerce grotescamente entre
sus manos, después se derrumba al piso.) ¡Tiene mi billetera con ochenta y siete
dólares!
BRUNO. — ¿Tienes pajaritos en la cabeza?
SLIM. — No tengo pajaritos en la cabeza, ella tiene mi billetera.
BRUNO — Señora, ¿está usted bien? (TRINKET gime acurrucada junto a la cama.
BRUNO le susurra con violencia a SLIM.) ¡Careces de sentimientos humanos! Careces de
decencia... (Alza a TRINKET y la coloca sobre la cama.) ¿Se encuentra bien? ¿Se
encuentra bien? ¿Eh, señorita?
TRINKET (débilmente). — Sí...
BRUNO. — ¿Está segura de que se encuentra bien?
TRINKET. — Sáquelo de aquí, ¿quiere?
BRUNO (a SLIM). - Sal al hall, cabeza de alcornoque
SLIM. — ¡No tengo pajaritos en la cabeza, tiene mi billetera esa prostituta mutilada tiene
mi billetera, oculta en algún lugar de esta ratonera!
BRUNO. — Esa mujer no tiene tu billetera, me la diste a mí para que te la cuidara, cabeza
de alcornoque.
SLIM. — Contaré el dinero que queda.
(Han empezado a irse.)
BRUNO. — ¡Es la última vez que salgo de licencia contigo nunca más, nunca, bajo
ningún concepto, jamás!
(Durante esto, TRINKET se ha ido llevando una mano temblorosa al pecho.)
TRINKET. — ¡Ahhhh! (Abre su diario.) Querido diario, el dolor ha vuelto.
(Entran los cantores de villancicos desde los laterales. Suena el silbato guía pero
nadie canta. Están esperando a alguien, que entra por la puerta del fondo del vestíbulo,
30

en traje negro de cowboy, con brillos como de diamantes delineando los bolsillos de la
camisa, el cinturón, la funda del revólver y el borde del sombrero de ala ancha. Vuelve
a sonar el silbato guia.)
CORO.-

Creo...
(Hay una larga pausa: suena el silbato.)
Creo...
(Larga pausa; el guía sopla una nota prolongada e intensa en el silbato.)
Creo...
(El guía arroja el silbato al piso. Entonces el cowboy vestido de negro “JACK DE

NEGRO”2, se adelanta y canta solo con una mano apoyada en la funda del revólver.)
JACK DE NEGRO:

Creo que los que tengan el tiempo medido


Antes de que repique la campana
Encontrarán y le dirán a un amigo
Que nada anda mal, que todo anda bien.
CORO:

¡Milagro, milagro!
Nada anda mal, todo está bien.
JACK DE NEGRO:
Lo dirán una vez y otra vez lo dirán
Hasta que a sí mismos se lo digan,
Y casi creerán que puede ser cierto.
Que la campana no repique a muerto.
CORO:
¡Milagro, milagro!
¡Nada anda mal, todo está bien!

ESCENA VII
2
Jack de Negro. Llamado en inglés Jack in Black, es el joker de la baraja francesa y
simboliza a la Muerte. Para los franceses, en cambio, cubre esa función la Dama de
Pique. (N. del T.)
31

Más tarde, ese mismo día: es un crepúsculo plateado; se oye el murmullo de la lluvia.
TRINKET está en su dormitorio tenuemente iluminado, BERNIE otra vez ante el teléfono.
CELESTE sigue en el sofá.
TRINKET (en el teléfono). — ¿Ella sigue ahí, Bernie?
BERNIE. — ¿Ella? (Se inclina hacia adelante en la silla giratoria para mirar.) Sí...
TRINKET. — ¿Qué está haciendo, Bernie?
BERNIE. — Nada. Sentada.
TRINKET. — No puede estarse ahí sentada para siempre, ¿no te parece, Bernie?
BERNIE. — No. A Katz no le gusta. Me dijo que la saque y le dije entonces déme un
cartucho de dinamita, ¿quiere?.
TRINKET. — Esta tarde he estado pensando, Bernie, Celeste es alguien que no ha crecido
mentalmente. Es mentalmente retardada. ¿Te das cuenta, Bernie? Irresponsable. Infantil.
No analiza sus actos, no puede distinguir entre lo malo y lo bueno, actúa por impulso,
Bernie, como los niños. Ya sabes cómo actúan los niños. Por impulso, sin pensar,
Bernie. Sus raterías, por ejemplo, son el acto de un niño. Ve algo, lo desea, se lo lleva.
Como un niño que arranca una flor...
CELESTE (despertando levemente). — ¿Qué está diciendo de mí?
TRINKET. — Bernie, no se puede seguir malhumorado con un niño por sus malas
acciones. Por más que te duela, conoces sus limitaciones y perdonas. Bernie: díle que
suba a mi cuarto y tome una copa de vino conmigo. Quiero enterrar el hacha de guerra.
CELESTE (parándose pesadamente). — ¿Qué está diciendo, eh, Bemie?
BERNIE. — Disculpe, señorita Dugan. (Se vuelve hacia CELESTE.) Tienes una invitación.
La señorita Dugan quiere que tomes una copa de vino con ella, arriba.
CELESTE. — ¡Nunca! ¡Aún conservo mi orgullo!
BERNIE. — Sí, ya sube, señorita Dugan.
CELESTE. — Jamás! ¡Prefiero morir!
BERNIE. — Adiós, señorita Dugan. (Cuelga y se inclina otra vez hacia atrás con su
revista de historietas.)
CELESTE (se envuelve en su ratonil abrigo de piel y sale taconeando. No vacila. Se
dirige directamente a la escalera externa que lleva a las habitaciones de TRINKET. Al
oír los pasos que se acercan, TRINKET le quita el cerrojo a la puerta externa. CELESTE

entra con una actitud digna.) Subí sólo a decirte que mi amistad no está en venta. (Pero
sus ojos gravitan hacia una garrafa de vidrio tallado con tokay que hay sobre la mesa.
Deja de hablar, le brillan los ojos y las mandíbulas le cuelgan entreabiertas...)
32

TRINKET. — Debe de estar lloviendo afuera. Tu abrigo está mojado. Déjame colgarlo
junto al radiador para que se seque.
CELESTE. — Oh, sí. Gracias. (Sus ojos centellean, fijos en el California Tokay.)
TRINKET. —Toma asiento, querida. ¿Te servirías una copa de tokay?
CELESTE. — ¡Oh, sí! ¡Gracias!
TRINKET. — Sírvete, por favor. Llené la garrafa de vidrio tallado. Hay más en el porrón.
CELESTE. — ¿Dónde está el porrón?
TRINKET. — Bajo la mesa.
CELESTE. — Oh, sí: ¡gracias!
TRINKET. — Bueno, parecen los buenos tiempos.
CELESTE. — Acostumbrabas tener guardados unos bizcochitos dulces, ya sabes, los...
TRINKET. — ¿Aquellas galletítas con crema de vainilla? ¿Nabiscos?
CELESTE. — ¡Sí, sí, Nabiscos!
TRINKET. — Es posible que aún me quede alguno.
CELESTE (casi abalanzándose de excitación). — Los guardabas en una caja de lata,
redonda...
TRINKET. — Sí, en esta lata redonda. Déjame ver si queda alguno. ¡Caramba, sí!
CELESTE. — ¡Oh! ¡Fantástico! En lo que se refiere a tortas o galletitas es difícil superar
a un bizcocho de vainilla Nabisco.
TRINKET (con un tembloroso gritito de horror). — ¡Hay una cucaracha muerta en la
caja!
CELESTE. — ¡Bueno, bueno, bueno, bueno, no es más que un bicho muerto en una caja,
dámela, me libraré de ese insecto! (CELESTE saca el insecto de la caja.)
TRINKET. — ¡En el cuarto no, afuera!
CELESTE. — ¡Está bien, está bien, afuera! (Arroja el insecto por la puerta y empieza a
masticar de inmediato un bizcocho. )
TRINKET (con tristeza, implorante). — ¡Oh, Celeste! ¡No deberías comer dónde ha
habido una cucaracha! ¡Por favor, no comas dónde ha habido una cucaracha!
CELESTE. — ¡Querida, la gente come junto a las cucarachas en los mejores restaurantes!
¡Eh! ¡Salgamos a vagar por la ciudad mañana! ¿Eh? ¿Eh? Sí, saldremos de parranda y
almorzaremos juntas en Arnaud's. ¿Ostras a la Rockefeller? ¡Sí, sí, para empezar!
Después una sopa de camarones y…
TRINKET. — ¡HOY ENCONTRÉ!
CELESTE. — ¿Qué? ¿Dijiste que encontraste algo hoy?
33

TRINKET. — ¡Hoy encontré!... Un escorpión en la cama...


CELESTE. — ¿Es un insecto eso? Olvídalo. Bueno, entonces, después de Arnaud's: ¿una
película? Una tarde en el cine con una barra Hershey tamaño gigante, una gran barra
Hershey de almendra, ¿eh? Después de vuelta a casa las dos. Trinket, tenemos que
recobrar el ritmo de nuestra antigua vida juntas. ¡Es esencial, necesario, debemos
hacerlo! ¡Y seguir, seguir y seguir, como antes! Porque éramos felices juntas antes de
que nos hiciéramos daño mutuamente y todo eso ha terminado, no volveremos a
hacemos daño mientras vivamos, ¿verdad, querida? ¡Eh, eh! ¿Música? ¿Un poquito de
música en la radio?
TRINKET. — Creo que dentro de un momento deberíamos salir a oír el coro de
muchachos que canta en la catedral. La misa vespertina de Navidad.
CELESTE. — Tengo la ropa muy mojada como para salir esta noche, Trinket. Pon el coro
de muchachos por la radio, querida.
TRINKET. — El servicio en la catedral es tranquilizador.
CELESTE. — Bueno, enciende una vela y deja que el coro de muchachos cante por la
radio, querida.
TRINKET. — No, no es lo mismo. Cristo está presente, Cristo y Nuestra Señora están
presentes en la catedral, pero aquí...
(Un borracho sube tambaleando los escalones. Al oír las voces, se detiene, trata de
abrir la puerta y golpea.)
CELESTE. — Alguien llama a la puerta, Trinket... (Ya tiene la voz empastada por el
tokay.)
TRINKET. — El hotel está lleno de marineros borrachos de licencia. No lo dejes entrar,
nos beberá todo el vino.
CELESTE. — Sólo me asomaré.
TRINKET. — No, tú no, déjame a mí. No admitiré a un marinero borracho después de lo
de anoche. (Se asoma pero el marinero se ha alejado tambaleando. Cierra la puerta.)
Nadie.
CELESTE. — Pero abriste la puerta para alguien que llamó, ¿y cómo sabes que ese
alguien no entró?
TRINKET. — No digas tonterías, por favor. ¿Cómo podría? ¿Dónde se metería?
Habríamos visto a cualquiera que entrara.
CELESTE. — No necesariamente, Trinket. Siempre he creído en la invisibilidad.
¡Siempre he tenido fe en la presencia invisíii-ble! (Se pone de pie y enfrenta al público
34

con aire misterioso.)


TRINKET (escéptica). — Oh, Celeste, yo...
CELESTE. — No tan alto.
TRINKET. — Recuerdo cuando solías ver aureolas coloreadas alrededor de la cabeza de
la gente, y...
CELESTE. — Aureolas no, auras.
TRINKET. — Sí, auras, auras de distinto color y adivinabas el destino y el carácter por el
color del aura. Decías que la mía era purpúrea.
CELESTE. — Deja de charlar. Quédate quieta. Actúa con naturalidad. Dale a la presencia
oportunidad de manifestarse. Lo hará. Aún está en el cuarto. Sírvete un poco de vino,
querida. (Vuelve a llenar las copas. JACK DE NEGRO entra al vestíbulo de abajo por la
abertura del fondo. Se apoya indolente, sonriendo, en la entrada del frente. Empieza a
sonar una campana distante. La voz y los gestos de CELESTE se hacen aún más
misteriosos.) Había una vieja hermana en la Escuela del Sagrado Corazón que recibía la
visita de presencias invisibles, y en una ocasión me dijo que si alguna vez estaba aislada
y olvidada por los de mi propia sangre y me encontraba desamparada y sola en el
mundo, recibiría la presencia invisible de Nuestra Señora en el cuarto donde estuviera.
Dijo qué sentiría olor a rosas. Siento olor a rosas. Dijo que sentiría olor a velas
ardiendo. Siento olor a velas ardiendo. Dijo que sentiría olor a incienso. Siento olor a
incienso. Oiría sonar una campana. Oigo sonar una campana. (Aparecen más cantantes
desde los laterales.) ¡La siento, sí, la siento, lo sé! Nuestra Señora está en el cuarto con
nosotros. Entró invisible al cuarto cuando abriste la puerta. ¡Abriste la puerta de tu
corazón y Nuestra Señora entró! (Cae de rodillas.) ¿MARÍA? ¿MARÍA? ¿NUESTRA
SEÑORA? (Después, en un susurro intenso.) ¡Trinket, arrodíllate junto a mí!
(TRINKET vacila sólo un instante, después se arrodilla junto a CELESTE. Ha habido un
cambio gradual de la luz en el cuarto: ahora parece llegar a través de un vitral:
fenómeno subjetivo del trance que va invadiendo a las mujeres. CELESTE tiende una
mano como buscando al tacto la presencia invisible. De pronto grita y la retira como si
hubiese tocado la presencia.)
TRINKET. — ¿Qué, qué?
CELESTE (sollozando y balanceándose sobre las rodillas).— ¡Toqué su manto, toqué el
manto de Nuestra Señora!
TRINKET. — ¿Dónde está, dónde está el manto de Nuestra Señora?
CELESTE. — ¡Aquí! (Toma la mano de TRINKET y la lleva hacia adelante.)
35

TRINKET (invadida por el trance). — ¿Aquí?


CELESTE. — ¡Sí, ahí! ¡Besa el manto de Nuestra Señora!
(Ambas mujeres tienden las manos y luego se las llevan a la boca como si besaran el
manto.)
TRINKET (con un grito violento). — ¡El dolor ha desaparecido de mi pecho!
CELESTE. — ¡Milagro!
TRINKET. — ¡Finalmente!
CELESTE y TRINKET (juntas). — ¡Finalmente, oh finalmente!
JACK DE NEGRO (cantando solo):
¡Y finalmente, oh, finalmente
El son de una campana fantasmal
Grita adiós, a la carne adiós.
Adiós a la carne, a la carne adiós!
OTROS CANTANTES (con él):
¡Milagro, milagro!
El son de una campana fantasmal.
(CELESTE y TRINKET empiezan a cantar con ellos)
CORO (sin el solista):
¡El son de una campana fantasmal
Nos llamará de donde hayamos caído
Y, oh, nos alzaremos tan livianos
Con tanta maravilla en nuestros ojos!
¡Milagro, milagro!
La luz maravillosa en nuestros ojos.
(JACK DE NEGRO se pasea entre ellos, sonriendo y alzando el sombrero.)
Pero es un sueño, porque soñar debemos
Que de polvo mortal no estamos hechos.
¡Ahí va Jack, Jack, ahí va Jack de Negro!
JACK DE NEGRO:

¡Espérenme, pero aún no, aún no!


CORO:

¡Milagro, milagro!
Sonríe y eso quiere decir aún no.
(La campana deja de sonar.)
36

JACK DE NEGRO (cantando solo):


Soy Jack de Negro, el que baraja las cartas.
Trampea con la rueda y los dados carga.
Porque sonreí se ha detenido la campana.
Significa que pueden olvidarme un momento.
CORO:

¡Milagro, milagro!
Olvídenlo por un breve momento.
(JACK DE NEGRO mueve el sombrero alzado de izquierda a derecha como un matador
que dedica la lid al público.)

CAE EL TELÓN

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