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ANTOLOGÍA DE CRONISTAS DE INDIAS

Relatos en torno al encuentro de Cajamarca.

Cristóbal de Mena (1534). La conquista del Perú llamada la Nueva


Castilla.

1ª versión del encuentro:

Y un fraile de la Orden de Santo Domingo con una cruz en la mano queriéndole decir
las cosas de Dios, le fue a hablar y le dijo que los cristianos eran sus amigos, y que el
señor gobernador le quería mucho y que entrase en su posada a verle. El cacique
respondió que él no pasaría más adelante hasta que le volviesen los cristianos todo lo
que le habían tomado en toda la tierra y que después él haría todo lo que le viniese en
voluntad. Dejando el fraile aquellas pláticas con un libro que traía en las manos, el
empezó a decir las cosas de Dios que le convenían, pero él no las quiso tomar y,
pidiendo el libro, el padre se lo dio pensando que lo quería besar; y él lo tomó, y lo echó
encima de su gente. Y el muchacho que era la lengua, que allí estaba diciéndole aquellas
cosas, fue corriendo luego y tomó el libro y diólo al padre; y el padre se volvió luego
dando voces, diciendo “Salid, salid, cristianos y venid a estos enemigos perros, que no
quieren las cosas de Dios; que me ha echado aquel cacique en el suelo el libro de
nuestra santa ley”.

* * *

Francisco de Xerez ([1534] (1985)). Verdadera relación de la conquista


del Perú. Madrid: Historia 16. pp.110-112

Viendo el Gobernador que el sol se iba a poner, y que Atabaliba no levantaba de


donde había reparado, y que todavía venía gente de su real, envióle a decir con un
español que entrase en la plaza y viniese a verlo antes que fuese de noche. Como el
mensajero fue ante Atabaliba hízole acatamiento, y por señas le dijo que fuese donde el
gobernador estaba. Luego él y su gente comenzaron comenzaron a andar y el Español
volvió delante, y dijo al Gobernador que ya venía, y que la gente que traía en la
delantera traían armas secretas debajo de las camisetas, que eran jubones de algodón
fuertes, y talegas de piedras y hondas y que le parecía que traían ruin intención. Luego
la delantera de la gente comenzó a entrar en la plaza; venía delante un escuadrón de
indios vestidos de una librea de colores a manera de escaques; estos venían quitando las
pajas del suelo y barriendo el camino. Tras estos venían otras tres escuadras vestidos de
otra manera, todos cantando y bailando. Luego venía mucha gente con armaduras,
patenas y coronas de oro y plata.
Traíanle muchos indios sobre los hombros en alto, tras desta venían otras dos
literas y dos hamacas, en que venían otras personas principales. Luego venía mucha
gente en escuadras con coronas de oro y plata. Luego que los primeros entraron en la
plaza, apartáronse y dieron lugar a los otros. En llegando Atabaliba en medio de la
plaza, hizo que todos estuviese quedos, y la litera en que él venía y las otras en alto: no
cesaba de entrar gente en la plaza. De la delantera salió un capitán, y subió en la fuerza
de la plaza, donde estaba el artillería, y alzó dos veces una lanza a manera de seña. El
Gobernador, que esto vio, dijo al padre frey Vicente que si quería ir a hablar a Atabaliba
con un faraute; él dijo que sí, y fue con una cruz en la mano y con la Biblia en la otra, y
entró por entre la gente hasta donde Atabaliba estaba, y le dijo por el faraute: “Yo soy
sacerdote de Dios, y enseño a los cristianos las cosas de Dios, y asimesmo vengo a
enseñar a vosotros. Lo que enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro. Y
por tanto, de parte de Dios y de los christianos te ruego que seas su amigo, porque así lo
quiere Dios; y venirte ha bien dello; y ve a hablar al Gobernador que te está esperando”.
Atabaliba dijo que le diese el libro para verle y él se lo dio cerrado; y no acertando
Atabaliba a abrirle, el religioso estendió el brazo para lo abrir, y Atabaliba con gran
desdén le dio un golpe en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mesmo a
abrirlo, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni del papel como otros indios, lo
arrojó cinco o seis pasos de sí. E a las palabras que el religioso había dicho por el
faraute respondió con mucha soberbia diciendo: “Bien sé lo que habéis hecho por ese
camino, cómo habéis tratado a mis caciques y tomado la ropa de los bohíos”. El
religioso respondió: “Los christianos no han hecho esto; que unos indios trujeron ropa
sin que él lo supiese; y él la mandó volver”. Atabaliba dijo: “No partiré de aquí hasta
que toda me la traigan”. El religioso volvió con la respuesta al Gobernador. Atabaliba se
puso en pie encima de las andas, hablando a los suyos que estuviesen apercebidos. El
religioso dijo al Gobernador todo lo que había pasado con Atabaliba, y que había
echado en tierra la sagrada Escriptura. Luego el Gobernador se armó un sayo de armas
de algodón, y tomó su espada y adarga, y con los españoles que con él estaban entró por
medio de los indios; y con mucho ánimo, con solos cuatro hombres que le pudieron
seguir allegó hasta la litera donde Atabaliba estaba, y sin temor le echó mano del brazo,
diciendo: “Santiago”. Luego soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y salió la gente
de pie y de caballo.

* * *

Miguel de Estete [1535]. Noticia del Perú.

A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su calzada adelante, derecho, a


donde nosotros estábamos; y a las cinco o poco más, llegó a la puerta de la ciudad,
quedando todos los campos cubiertos de gente; y así, comenzaron a entrar por la plaza
hasta trescientos hombres como mozos de espuela, con sus arcos y flechas en las manos,
cantando un cantar no nada gracioso para los que lo oíamos; antes espantoso, porque
parecía cosa infernal; y dieron una vuelta a aquella mezquita, amagando al suelo con las
manos, a limpiar lo que por él estaba, de lo que había poca necesidad, porque los del
pueblo le tenían bien barrido, para cuando entrase. Acabada de dar su vuelta, pararon127
todos juntos, y entró otro escuadrón de hasta mil hombres, con picas sin hierros,
tostadas las puntas, todos de una librea de colores: digo, que la de los primeros era
blanca y colorada, como las casas de un ajedrez. Entrado el segundo escuadrón, entró el
tercero, de otra librea, todos con martillos en las manos, de cobre y plata que es un arma
que ellos tienen; y así de esta manera, entraron en la dicha plaza muchos señores
principales, que venían en medio de los delanteros y de la persona de Atabalica; detrás
de éstos, en una litera muy rica, los cabos de los maderos cubiertos de plata, venía la
persona de Atabalica; la cual traían ochenta señores en hombros; todos vestidos de una
librea azul muy rica; y él, vestido su persona muy ricamente, con su corona en la
cabeza, y al cuello un collar de esmeraldas grandes; y sentado en la litera, en una silla
muy pequeña, con un cojín muy rico. En llegando al medio de la plaza paró, llevando
descubierto el medio cuerpo de fuera, y toda la gente de guerra que entraba en la plaza
le ceñían en medio128, estando dentro hasta seis o VII mil hombres; como él vio que
ninguna persona salía a él ni parecía, tuvo creído, y así lo confesó él después de preso,
que nos habíamos escondido, de miedo de ver su poder, y dio una voz y dijo: «¿Dónde
están éstos?», a la cual salió del aposento del dicho gobernador Pizarro, el padre fray
Vicente de Valverde, de la Orden de los Predicadores, que después fue Obispo de
aquella tierra, con la Biblia en la mano y con el Martín, lengua; y así juntos, llegaron
por entre la gente a poder hablar con Atabalica; al cual le comenzó a decir cosas de la
Sagrada Escritura y que Nuestro Señor Jesucristo mandaba que entre los suyos no
hubiese guerra ni discordia, sino toda paz; y que él en su nombre así se lo pedía y
requería; pues había quedado de tratar de ella el día antes, y de venir solo, sin gente de
guerra; a las cuales palabras y otras muchas que el fraile le dijo, él estuvo callando sin
volver respuesta; y tornándole a decir que mirase lo que Dios mandaba, lo cual estaba
en aquel libro que llevaba en la mano, escrito, admirándose, a mi parecer más de la
escritura que de lo escrito en ella, le pidió el libro y le abrió y hojeó, mirando el molde y
la orden de él, y después de visto, le arrojó por entre la gente, con mucha ira y el rostro
muy encarnizado, diciendo: «decidle a esos, que vengan acá, que no pasaré de aquí
hasta que me den cuenta y satisfagan y paguen lo que han hecho en la tierra». Visto esto
por el fraile y lo poco que aprovechaban sus palabras, tomó su libro y abajó su cabeza, y
fuese para donde estaba el dicho Pizarro, casi corriendo y díjole: «¿No veis lo que pasa?
¿Para qué estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno de soberbia,
que vienen los campos llenos de indios? ¡Salid a él, que yo os absuelvo!»; y así,
acabadas de decir estas palabras, que fue todo en un instante, tocan las trompetas, y
parte de su posada con toda la gente de pie que con él estaba, diciendo: «¡Santiago, a
ellos!», y así salimos todos a aquella voz, a una; porque todas aquellas casas que salían
a la plaza, tenían muchas puertas y parece que se habían hecho a aquel propósito. En
arremetiendo los de caballo y rompiendo por ellos, todo fue uno; que sin matar sino sólo
un negro de nuestra parte, fueron todos desbaratados y Atabalica preso, y la gente
puesta en huida; aunque no pudieron huir de tropel, porque la puerta por do habían
entrado era pequeña, y con la turbación no podían salir; y visto los traseros cuan lejos
tenían la acogida y remedio de huir, arrimáronse dos o tres mil de ellos a un lienzo de
pared y dieron con él en tierra; el cual salía al campo, porque por aquella parte no había
casas; y así tuvieron camino ancho para huir; y los escuadrones de gente que habían
quedado en el campo sin entrar en el pueblo, como vieron huir y dar alaridos, los más de
ellos, fueron desbaratados, y se pusieron en huida; que era cosa harto de ver, que un
valle de cuatro o cinco leguas, todo iba cuajado de gente; en esto vino la noche muy
presto y la gente se recogió y Atabalica se puso en una casa de piedra, que era el templo
del sol; y así se pasó aquella noche con gran regocijo y placer de la victoria que Nuestro
Señor nos había dado, poniendo mucho recaudo en hacer guardia a la persona de
Atabalica; para que no volviesen a tomárnosle. Cierto, fue permisión de Dios y grande
acertamiento, guiado por su mano; porque si este día no se prendiera, con la soberbia
que traía, aquella noche fuéramos todos asolados, por ser tan pocos, como tengo dicho,
y ellos tantos.

* * *
Francisco López de Gómara ([1552] (1979)). Historia General de las
Indias. Caracas: Biblioteca Ayacucho. pp.171-172

Tardó Atabaliba en andar una legua cuatro horas: tan de reposo iba, o por cansar
los enemigos. Venía en litera de oro, chapada y forrada de plumas de papagayos de
muchas colores, que traían hombres en hombros, y sentado en un tablón de oro sobre un
rico cojín de lana guarnecido de muchas piedras. Colgábale una gran borla colorada de
lana finísima de la frente, que le cubría las cejas y sienes, insignias de los reyes del
Cuzco. Traía trescientos o más criados con librea para la litera y para quitar las pajas y
piedras del camino, y bailaban y cantaban delante, y muchos señores en andas y
hamacas, por majestad de su corte. Entró en el tambo de Caxamalca, y como no vio los
de caballo ni menear a los peones, pensó que de miedo. Alzóse en pie y dijo: “Estos
rendidos están”. Respondieron los suyo que sí, teniéndolos en poco. Miró a la torrecilla,
y, enojado, mandó echar de allí o matar los cristianos que dentro estaban. Llegó
entonces a él Fray Vicente de Valverde, dominico, que llevaba una cruz en la mano y su
breviario, o la Biblia como algunos dicen. Hizo reverencia, santiguóse con la cruz y
díjole: “Muy excelente señor: cumple que sepáis cómo Dios trino y uno hizo de nada el
mundo y formó al hombre de la tierra, que llamó Adán, del cual traemos origen y carne
todos. Pecó Adán contra su criador por inobediencia, y en él cuantos después han
nacido y nacerán, excepto Jesucristo, que, siendo verdadero Dios, bajó de cielo a nacer
de María virgen, por redimir el linaje humano del pecado. Murió en semejante cruz que
esta, y por eso la adoramos. Resucitó el tercero día, subió desde a cuarenta días al cielo,
dejando por su vicario en la tierra a San Pedro y a sus sucesores que llaman papas; los
cuales habían dado al potentísimo rey de España la conquista y conversión de aquellas
tierras; y así, viene ahora Francisco Pizarro a rogaros seáis amigos y tributarios del rey
de España, emperador de romanos, monarca del mundo, y obedezcáis al papa y recibáis
la fe de Cristo, si la creyéredes, que es santísima, y la que vos tenéis es falsísima. Y
sabed que haciendo lo contrario os daremos guerra y quitaremos los ídolos para que
dejéis la engañosa religión de vuestros muchos y falsos dioses”. Respondió Atabaliba
muy enojado que no quería tributar siendo libre, ni oír que hubiese otro mayor señor
que él; empero, que holgaría de ser amigo del emperador y conocerle, ca debía ser gran
príncipe, pues enviaba tantos ejércitos como decían por el mundo; que no obedecería al
papa, porque daba lo ajeno y por no dejar a quien nunca vio el reino que fue de su
padre. Y en cuanto a la religión, dijo que muy buena era la suya, y que bien se hallaba
con ella, y que no quería ni menos debía poner en disputa cosa tan antigua y aprobada; y
que Cristo murió y el Sol y la Luna nunca morían, y que ¿cómo sabía el fraile que su
Dios de los cristianos criara el mundo? Fray Vicente respondió que lo decía aquel libro,
y dióle su breviario, Atabaliba lo abrió, miró, hojeó, y diciendo que a él no le decía nada
de aquello, lo arrojó en el suelo. Tomó el fraile su breviario y fuése a Pizarro voceando:
“Los evangelios en tierra; venganza, cristianos; a ellos, a ellos, que no quieren nuestra
amista ni nuestra ley”. Pizarro, entonces mandó sacar el pendón y jugar la artillería,
pensando que los indios arremeterían. Como la seña se hizo, corrieron los de caballo por
tres partes a toda furia a romper la muela de gente que alrededor de Atabaliba estaba, y
alancearon muchos.

* * *
Agustín de Zárate ([1555] (1995)). Historia del Descubrimiento y
Conquista del Perú. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. pp.74-
75

Luego otro día de mañana el Gouernador ordenó su gente, partiendo los sesenta de a
cauallo que auía en tres partes, para que estuuiessen escondidos con los capitanes Soto y
Benalcaçar, y de todos dio cargo a Hernando Piçarro y a Iuan Piçarro y Gonçalo
Piçarro, y él se puso en otra parte con la infantería, prohibiendo que nadie se mouiesse
sin su licencia o hasta que disparasse la artillería.
Atabaliba tardó gran parte del día en ordenar su gente, y señalando lugar por donde cada
capitán auía de entrar, y mandó que por cierta parte secreta azia la parte por donde auían
entrado los christianos se pusiesse vn capitán suyo llamado Rumiñahui con cinco mil
indios para que guardasse las espaldas a los españoles y matasse a todos los que
boluiessen huyendo. Y luego Atabaliba mouió su campo tan despacio que más de quatro
horas tandó en andar vna pequeña legua. El venía en vna litera sobre ombros de señores,
y delante dél trecientos indios, vestidos de vna librea, quitando todas las piedras y
embaraços del camino, hasta las pajas, y todos los otros caciques y señores venían tras
él en andas y hamacas, teniendo en tan poco los christianos que los pensauan tomar a
manos , porque vn Gouernador indio auía embiado decir a Atabaliba cómo eran los
españoles muy pocos y tan torpes y para poco que no sabían andar a pie sin cansarse, y
por esso andauan en vnas ouejas grandes que ellos llamauan caballos, y assí entró en vn
cerrado que está delante del tambo de Caxamalca. Y como vio tan pocos españoles, y
éssos a pie (porque los de a cauallo estauan escondidos), pensó que no osarían parecer
delante dél ni le esperarían, y, levantándose sobre las andas dijo a su gente: “Estos
rendidos están”. Y todos respondieron que sí.
Y luego llegó el Obispo don fray Vicente de Valuerde con vn breuiario en la mano y le
dixo cómo vn dios en trinidad auía criado el cielo y la tierra y todo quanto auía en ello y
hecho a Adam, que fue el primero hombre de la tierra, sacando a su muger Eua de su
costilla, de donde todos fuimos engendrados, y cómo por desobediencia destos nuestros
primeros padres caymos todos en pecado, y no alcançamos gracia para ver a Dios ni yr
al cielo hasta que Christo, nuestro redemptor, vino a nacer de vna virgen para saluarnos,
y para este efeto recibió muerte y pasión, y después de muerto resuscitó glorificado, y
estuuo en el mundo vn poco de tiempo hasta que se subió al cielo, dexando en el mundo
en su lugar a Sant Pedro y a sus sucesores que residían en Roma, a los quales los
christianos llamauan papas, y éstos auían repartido las tierras del todo el mundo entre
los príncipes y reyes christianos, dando a cada vno cargo de la conquista, y que aquella
provincia suya auía repartido a Su Magestad del Emperador y Rey don Carlos, Nuestro
Señor, y Su Magestad auía embiado en su lugar al Gouernador don Francisco Piçarro
para que le hiziesse saber de parte de Dios y suya todo aquello que le auía dicho, que si
él quería creerlo y recebir agua de bautismo y obedecerle, como lo hazía la mayor parte
de la cristiandad, él le defendería y ampararía, teniendo en paz y justicia la tierra y
guardándoles su libertades, como lo solía hacer a otros reyes y señores, que sin riesgo
de guerra se le sujetauan, y que si lo contrario hazía, el Gouernador le daría cruda guerra
a fuego y a sangre, con la lança en la mano, y que en lo que tocaua a la ley y creencia de
Iesuchristo y su ley evangélica, que si después dél bien informado della, él de su
voluntad lo quisiesse creer, que haría lo que conuenía a la saluación de su ánima, donde
no, que ellos no le harían fuerça sobre ello.
Y después que Atabaliba todo esto entendió, dixo que aquellas tierras y todo lo que en
ellas auía ganado su padre y sus abuelos, los quales las auían dexado a su hermano
Guáscar Ynga, y que, por auerle vencido tenerle preso a la sazón, eran suyas y las
posseya y que no sabía él cómo Sant Pedro las podía dar a nadie y que si las auia dado,
que él no consentía en ello ni se lo daua nada; y a lo que dezía de Iesuchristo, que auía
criado el cielo y los hombres y todo, que él no sabía nada de aquello ni que nadie criasse
nada sino el sol, a quien ellos tenían por Dios, y a la tierra por madre, y a sus guacas, y
que Pachamama lo auía criado todo lo que allí auía; que de lo de Castilla él no sabía
nada ni lo auía visto, y preguntó al Obispo que cómo sabía él ser verdad todo lo que
auía dico o por dónde se lo daría a entender. El Obispo le dixo que aquel libro estaua
escripto, que era escriptura de Dios. Y Atabaliba le pidió el breuiario o Biblia que tenía
en la mano. Y como se lo dio, lo abrió, boluiendo las hojas a vn cabo y a otro, y dixo
que aquel libro no le dezía a él nada ni le hablaua palabra y le arrojó en el campo. Y el
Obispo boluió adonde los españoles estauan, diziendo: “¡A ellos, a ellos!”.

* * *

Felipe Guamán Poma de Ayala ([1615] (1987)). Nueva crónica y buen


gobierno. Ed. de John Murra, Rolena Adorno y Jorge Urioste. Madrid:
Historia 16. pp.392-393

Don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro y fray Uisente de la horden del señor
San Francisco, cómo Atahualpa Ynga desde los baños se fue a la ciudad y corte de
Caxamarca.
Y llegado con su magestad y sercado de sus capitanes con mucho más gente doblado de
cien mil yndios en la ciudad de Caxamarca, en la plasa pública en el medio en su trono
y aciento, gradas que tiene se llama usno, se asentó Atahualpa Ynga.
Y luego comensó don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro a dezille, con la
lengua Felipe yndio Guanca Bilca, le dixo que era mensaje y enbajador de un gran señor
y que fuese su amigo que sólo a eso benía. Respondió muy atentamente lo que dezía
don Francisco Pizarro y lo dize la lengua Felipe yndio. Responde el Ynga con una
magestad y dixo que será la verdad que tan lexo tierra uenían por mensage que lo creyya
que será gran señor, pero no tenía que hazer amistas, que tanbién que era él gran señor
en su rreyno.
Después desta rrespuesta entra con la suya fray Vicente, lleuando en la mano derecha
una crus y en la esquierda el bribario. Y le dize al dicho Atagualpa Ynga que tanbién es
enbajador y mensage de otro señor, muy grande, amigo de Dios, y que fuese su amigo y
adorase la crus y creyse el evangelio de Dios y que no adorase en nada, que todo lo
demás era cosa de burla. Responde Atagualpa Ynga y dize que no tiene que adorar a
nadie cino al sol, que nunca muere ni sus guacas y dioses, tanbién tienen en su ley,
aquello guardaua.
Y preguntó el dicho Ynga a fray Uisente quién se lo auía dicho. Responde fray Uisente
que le auía dicho euangelio, el libro. Y dixo Atagualpa: “Dámelo a mí el libro para que
me lo diga”. Y ancí se la dio y lo tomó en las manos, comensó a oxear las ojas del dicho
libro. Y dize el dicho Ynga: “¿Qué, cómo no me lo dize? ¡Ni me habla a mí el dicho
libro!” Hablando con grande magestad, asentado en su trono, y lo echó el dicho libro de
las manos el dicho Ynga Atagualpa.
Como fray Uisente dio boses y dixo: ¡Aquí, caballeros, con estos yndios gentiles son
contra nuestra fe!” Y don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro de la suya dieron
boses y dixo: “¡Salgan, caballeros, contra estos ynfieles que son contra nuestra
cristiandad y de nuestro emperador y rrey demos en ellos!”
Y ací luego comensaron los caballeros y despararon sus arcabuces y dieron las
escaramusa y los dichos soldados a matar yndios como hormiga. Y de espanto de
arcabuces y rruydo de cascabeles y de las armas y de uer primer hombre jamás uisto, de
estar llieno de yndios la plasa de Caxamarca y se mataron entre ellos. De apretarse y
pizalle y tronpesalle los caballos, murieron mucha gente de yndios que no se puede
contar.
De la uanda de los españoles murió cinco personas de su voluntad, por ningún yndio se
atreuió de espanto asonbrado. Dizen que tanbién estaua dentro de los yndios muerto los
dichos cinco españoles; deue de andar tonteando como yndio, deue de tronpizalle a los
dichos caualleros.
Y ací cí le prendió don Francisco de Pizarro y don Diego de Almagro al dicho
Atagualpa Ynga. De su trono le le [sic] llevó cin hirille y estaua preso con preciones y
guarda de españoles junto del capitán don Francisco Pizarro. Quedó muy triste y
desconsolado y desposeýdo de su magestad, asentado en el suelo, quitado su trono y
rreyno.

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