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SIPNOSIS
Ella vino aquí en busca de protección, pero eso es lo
último que encontrará.
Bienvenido a la Universidad Corium, donde los
criminales más peligrosos del mundo envían a sus hijos.
Asesinos, líderes de la mafia, traficantes de armas y
ladrones de arte.
No importa quienes sean. Esta Universidad los
alberga.
Aquí nada puede tocarlos.
Al llegar supe que Aspen estaría aquí, era la hija de
nuestro enemigo, una serpiente en la hierba como su padre.
No tenía intención de pelear con ella. Eso fue hasta que
abrió su linda boquita. Una frase y se convirtió en mi
próximo objetivo, y en una mujer por la que haría cualquier
cosa para verla de rodillas a mis pies.
Sin pensaba que la universidad era la única pesadilla
que tendría que afrontar, estaba equivocada.
Yo era el rey, y este era mi reino.

Corium University: Libro Uno


Advertencia
King of Corium es un libro de romance oscuro.
Contiene contenido gráfico de abuso y agresión al
que algunos lectores pueden ser particularmente
sensibles. Si usted tiene factores desencadenantes o
está remotamente inseguro, por favor preste
atención a la nota del principio de este libro.
CAPITULO UNO
Quinton
Es curioso cómo un día todo puede ser normal en tu
vida, y al siguiente, la alfombra es arrancada, y te quedas
tanteando, tratando de recuperar el equilibrio. Hace un año,
yo era una persona diferente. Feliz, normal y contento con
mi vida. No podía pensar en una sola cosa que hubiera
cambiado de mi vida, pero ahora, si pudiera, lo cambiaría
todo.
Todo, carajo.
No era que mi padre me hubiera protegido de nuestro
nombre o de las cosas violentas y peligrosas que hacíamos.
La sangre que corría por mis venas era sangre mafiosa; mi
padre había sangrado por nuestro nombre, y sé que yo haré
lo mismo algún día.
Cuando crecí, no pensé que habría un momento en el
que eso cambiaría o que querría escapar de la vida en la
que nací y esconderme del resto del mundo, pero ese día
llegó hace un año, y desde entonces, todo ha ido en una
espiral descendente.
La felicidad que había en mi interior se hizo añicos y
se evaporó en el aire, convirtiéndome en un vil pozo de ira y
odio. No necesitaba esta patética universidad, pero era esto
o estar sentado en esa gigantesca casa, un recordatorio de
todo lo que quería dejar atrás cerniéndose sobre mi cabeza.
Al menos ahora podría escapar de la constante
preocupación de mi madre y de los vigilantes ojos de mi
padre.
—¿Listo? —pregunto, mirando a Ren.
Se encoge de hombros, con las manos aún metidas
perfectamente en los bolsillos de sus vaqueros negros.
Incluso con todo el dinero que tiene su familia, sigue
optando por llevar la ropa menos cara. Ren es modesto en
el mejor de los casos, nunca muestra ni presume de lo que
tiene. Parece que no le importa nada, pero la verdad es que
simplemente no le importan las cosas materiales. Lo más
importante del mundo para él no es una cosa, sino una
persona. Su hermana.
A veces pienso que la única razón por la que he
estado tan cerca de mis hermanas es porque veo cómo es
Ren con Luna. Mi padre me dijo una vez que es por cómo
han crecido, y que solo se han tenido el uno al otro durante
mucho tiempo, por eso es tan protector con ella.
Ren siempre ha sido su protector, y dudo que eso
cambie.
—Si quieres mi sincera opinión, preferiría saltar de un
acantilado, pero... —Su voz se interrumpe.
Tú y yo, quiero decir, pero me guardo las palabras
para mí. Lo último que necesito es que lo que he dicho le
llegue a mi padre y que piense que soy un suicida. Entonces
realmente no tendré opción de ir o venir.
—Si no querías ir, no tenías que hacerlo. Estoy seguro
de que tu padre te habría permitido tomarte un tiempo libre
o hacer otra cosa.
Ren entiende mi vida más que nadie, pero eso no
significa que sepa lo que es tener un padre que nunca
acepta un no por respuesta o recibir el golpe que acabamos
de recibir.
—Créeme, hice la mejor elección —Hablo entre
dientes, mirando a la nada.
No es como si fuera a una universidad normal, donde
me aburriría como una ostra.
No, la Universidad Corium es el lugar donde los
criminales de alto nivel de todo el mundo envían a sus hijos.
Mientras que los padres normales envían a sus hijos a las
universidades estatales, esperando que obtengan una
educación decente y un buen trabajo, nuestros padres
envían a sus hijos a Corium, una escuela que les enseñará a
ser los mejores criminales.
No necesito entrenamiento ni orientación, pero quiero
ir de todos modos. Por eso, en un futuro imprevisible, la fría
Alaska será mi hogar. Quiero que haya tantos kilómetros
como pueda entre mi familia y yo. Sólo puedo esperar que
cuantas más millas ponga entre nosotros, menos sangrará
el dolor palpitante de mi pecho.
El sonido de las hélices de un helicóptero invade mis
oídos, devolviéndome al presente. Levanto la vista justo a
tiempo para ver el avión de mi padre —que nos trajo a este
pequeño aeropuerto de Alaska— despegando en la
distancia. El avión privado nos dejó aquí, y el helicóptero de
la escuela nos llevará a la universidad.
El viento me azota el pelo y me protejo los ojos
mientras las rocas y los restos de polvo se arremolinan a
nuestro alrededor. Ren está de pie a mi lado, quieto como
una estatua. Hemos sido los mejores amigos desde que sus
padres los adoptaron a él y a su hermana, Luna, cuando
eran niños. La mayoría de la gente cree que somos primos,
pero yo siempre lo he visto como mi hermano.
Es un poco irónico que la mayoría de la gente ni
siquiera conozca a mi prima real porque mi tío decidió
mantener a su única hija oculta del mundo.
Metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta,
exhalo y me dirijo hacia el helicóptero. No tengo que mirar
atrás para saber que Ren me sigue. Acordamos hacer esto
juntos. Bueno, más bien le dije que tenía que venir conmigo.
Sorprendentemente, no me costó mucho convencerlo. Me
imaginé que se resistiría ya que irse significaba estar lejos
de Luna, pero a diferencia de mí, Ren viajará a casa para
visitar a sus padres y a su hermana. Llamará y hablará con
ellos.
Mientras que yo haré todo lo posible para fingir que
los míos no existen, e intentar mantener una relación con mi
hermana, Scarlet.
Me dejo caer en mi asiento y Ren se sienta a mi lado
mientras el rugido del motor llena el espacio.
Es sólo un corto vuelo a la zona aislada que solía ser
una antigua base militar antes de ser recientemente
convertida en una universidad de alta tecnología. El lugar es
tan clasificado que no hay fotos de él en ningún sitio de
internet. Mi padre, por supuesto, ayudó con la financiación.
Otro recordatorio de que ir aquí no es más que una falsa
sensación de evasión. Sin embargo, para mí, es mejor que
nada.
Dejo que mis ojos se cierren con un suspiro, el peso
en mi pecho ya disminuye con cada respiración que hago.
Sin embargo, la oscuridad en mi interior se arremolina,
creciendo lentamente. Durante meses, las pesadillas me
han atormentado, dificultando mi sueño nocturno. Dejo
escapar un bostezo y vuelvo a hundir la cabeza en el
reposacabezas. Intento no pensar en lo jodida que se ha
vuelto mi vida en el último año, en lo falso que ha sido todo,
o peor aún, en lo mucho que he perdido, que hemos
perdido. Apartando todo eso del fondo de mi mente, me
permito desconectar. Debo de haberme quedado dormido,
porque poco después abro los ojos y veo a Ren inclinándose
sobre mi asiento para mirar por la pequeña ventanilla algo
en la distancia.
—¿Cuánto tiempo he dormido? —grito por encima del
fuerte rugido del motor, moviéndome hacia delante en mi
asiento.
—El tiempo suficiente para darme cuenta de lo lejos
que está este lugar. Si quisieras cometer un asesinato y
salirte con la tuya, este sería el lugar para hacerlo.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, con el ceño
fruncido.
Ren señala por la ventana y me inclino hacia delante
para ver qué demonios está mirando. Observo la zona que
tenemos debajo. Cientos de kilómetros de árboles se
extienden desde donde estamos y en todas las direcciones.
No hay carreteras, ni casas, sólo la nada, hasta que veo lo
que parece ser una antigua fortaleza, semiconstruida en la
ladera de una montaña cubierta de nieve.
Por lo poco que he podido investigar sobre este lugar,
sé que solía ser un castillo, que quedó cuando los rusos
eran dueños de estas tierras antes de que Estados Unidos
las tomara a finales del siglo XIX1. Sin embargo, nunca
hubiera imaginado que estuviera tan aislado. Por otra parte,
eso es probablemente lo mejor si se trata de albergar a los
hijos de miles de criminales.
—¿De quién fue la idea de construir una puta
universidad aquí? —Hago la pregunta en voz alta sin darme
cuenta.
—Estoy bastante seguro de que alguien que quiere
torturarnos. Es la única señal de vida que he visto en todo el
vuelo.
Mi padre me dijo que el lugar estaba aislado, pero
nunca había imaginado esto. Ren tiene razón; estamos en
medio de la nada. La mayoría de las universidades son
estructuras enormes, elaboradas y de aspecto caro, que
atraen la atención de todos los estudiantes que se gradúan
como un faro, pero este lugar parece un castillo
abandonado. Por supuesto, eso es por diseño. Una única
carretera aparece aparentemente de la nada y serpentea
por la ladera de la montaña, y un gran muro de piedra
separa el exterior del interior.
—Nos estamos preparando para aterrizar —La voz del
piloto llega por el sistema de intercomunicación.
—¿Estás listo? —Ren pregunta.
Me doy la vuelta en mi asiento, la finalidad de todo
esto finalmente se hunde en mí. Por fin soy libre, o al menos
un poco libre. Sonrío, sabiendo que, en este lugar, mis
deseos y necesidades más oscuras pueden salir a la luz.
Aquí no tendré que ocultar el dolor. No tendré que fingir que
existo. Cualquiera que se interponga en mi camino se
convertirá en un objetivo.
Aspiro una bocanada de aire en mis pulmones, mi
pecho se siente repentinamente más ligero.
—Estoy preparado, pero dudo que este lugar esté
preparado para nosotros.
—Probablemente no —Ren me regala una sonrisa
igualmente oscura.
Cuanto más bajamos, mejor es la vista de la
universidad. Me doy cuenta de lo enorme que es el lugar
cuando finalmente aterrizamos y salimos del helicóptero.
Las estructuras que parecían tan pequeñas son más
grandes de lo que parecían a tanta altura. El corazón se me
acelera en el pecho y el sonido retumba en mis oídos.
Desde el helipuerto2, bajamos por un pequeño camino
que conduce a un túnel, y el hecho de que este lugar fue
reconstruido para ser una base militar se hace evidente.
Después de un corto paseo, terminamos en una enorme
puerta que parece que podría soportar la explosión directa
de una bomba. Varios puestos de control y casetas de
vigilancia conducen a la entrada, y todo el mundo nos hace
un gesto con la barbilla al pasar.
Se rumorea que el gobierno tenía grandes planes para
este lugar. Utilizando y ampliando los túneles subterráneos
ya construidos, estaban preparados para trasladar sus
tropas. No estaban muy contentos cuando los miembros
fundadores lo compraron delante de sus narices.
Nadie se mueve ni un centímetro de sus puestos ni
nos pide identificación. Supongo que cuando tu padre es
quien es, recibes un trato especial. Mi padre no sólo es uno
de los criminales más poderosos, sino que también invierte
mucho dinero en esta escuela.
—¿Así que esto es una universidad, o estamos
entrando en alguna mierda de sociedad secreta? —Ren me
da un codazo con el hombro.
—Ambas.
En cualquiera de los casos, se ha invertido mucho
dinero en este lugar para hacerlo seguro. Lo que, por
supuesto, lo hace perfecto para el tipo de actividades que
ocurren en las profundidades.
Sería incluso difícil conseguir que un satélite enfocara
aquí. No es que el gobierno lo vaya a hacer. Este lugar
probablemente ya no existe más para... ellos.
Un guardia nos acompaña hasta la entrada a través
de las grandes puertas a prueba de bombas. Justo en el
interior hay un conjunto idéntico de puertas metálicas con el
escudo de la universidad grabado en ellas.
Las puertas dobles que tenemos delante se abren
automáticamente y Ren y yo nos miramos. No es una
mirada de asombro la que nos dirigimos el uno al otro, sino
más bien una de en qué demonios nos hemos metido. Mi
padre nos proporcionó la información sobre nuestra
habitación y el horario de las clases antes de salir, así que
no hace falta que nos detengamos en ningún sitio ni que
preguntemos a dónde ir después. Nos adentramos en el
edificio, caminando por el largo pasillo. Los suelos son de
mármol pulido, y la tenue iluminación da al lugar una
sensación única, como si nos estuvieran llevando a la
integración en lugar de a nuestros dormitorios.
Delante hay tres ascensores. Ren pulsa el botón y las
puertas se abren inmediatamente. Entramos y pulso el
botón C que brilla, que es el nivel en el que se encuentra
nuestra habitación.
Cuando las puertas del ascensor se abren con un
pitido, Ren me da un empujón con el hombro y me tiende su
teléfono. Miro hacia abajo y veo que hay un mapa en la
pantalla.
—Al final de este pasillo, giramos a la derecha, y
nuestra habitación debería estar a mano izquierda.
Me encojo de hombros.
—Estudié el mapa antes de salir. Tengo la mayor parte
de este lugar en mi mente.
Ren sacude la cabeza. Sabe que me gusta estar
preparado.
Nos dieron a cada uno una tarjeta llave para entrar en
nuestra habitación antes de salir, y fue un espacio que
decidimos compartir. Los dos tuvimos la oportunidad de
tener nuestras propias habitaciones, pero rechazamos la
idea. Ren no es del tipo de chico que tiene novias, así que lo
único que me preocupaba era un ligue al azar aquí o allá.
Ninguno de los dos está interesado en otra cosa que
no sea el sexo sin sentido.
Mientras caminamos por el pasillo, me fijo en otros
estudiantes, pero no reconozco a ninguno. Cuando nos
cruzamos con ellos, puedo sentir sus ojos sobre nosotros, y
lo odio. Odio sentir que pueden ver a través de mí, como si
me conocieran simplemente por mi padre. Todos saben mi
nombre y quién es mi padre, pero no me conocen a mí.
Nadie aquí conoce, el verdadero yo, y va a seguir siendo así.
Puede que haya toneladas de vástagos de criminales de alto
nivel en este lugar, pero nadie es más poderoso que mi
padre, y si eso no los asusta, entonces ciertamente yo lo
haré

CAPITULO DOS
Aspen
Me duele la espalda, el culo y las extremidades por
estar tanto tiempo sentada Me muero por salir de este
coche y hacer un buen estiramiento. Desplazándome en el
asiento, hago lo posible por ponerme cómoda, pero el
desgastado asiento no se ablanda.
Llevamos casi cinco horas en la carretera sin una sola
parada, no es que haya ningún lugar donde parar o que
incluso estemos técnicamente en una carretera. No he visto
ninguna señal de vida, al menos no humana, desde que
salimos de Takotna, y la mayor parte del tiempo no estoy
segura de cómo sabe el conductor dónde estamos, y mucho
menos a dónde vamos.
Me pregunto si ha estado aquí antes. Según su
paquete de bienvenida, la mayoría de la gente vuela a
Corium, pero, por supuesto, cuando llamé para conseguir un
asiento, no había sitio en ninguno de sus helicópteros, lo
que no me dejó otra opción que hacer el agotador viaje en
coche hasta la aislada universidad.
El Jeep rebota con fuerza y el cinturón de seguridad se
clava en mi hombro cuando pasamos por encima de un
árbol caído. Miro fijamente la nuca del conductor, que ni
siquiera me ha dicho su nombre. Es lugareño de mediana
edad, con el pelo negro y despeinado y una poblada barba,
parece estar tan contento de hacer el viaje como yo. Al
menos le pagan.
—Lo siento, señorita —gruñe el conductor desde su
asiento.
Vaya, es lo máximo que me ha dicho desde que
subimos al vehículo. Ya que ha abierto las líneas de
comunicación, me imagino que es un buen momento para
asegurarme de que seguimos el mismo camino.
—Está bien. ¿Ya casi llegamos?
—Faltan veinticinco millas —responde, y me hundo de
nuevo en mi asiento. Conducir veinticinco millas por un
camino de tierra a través del bosque puede llevar unos
buenos cuarenta minutos, o incluso más. Ese pensamiento
apenas sale de mi mente cuando el Jeep se detiene
bruscamente, y me deslizo hacia adelante en mi asiento al
presionar los frenos.
Confundida, miro a mi alrededor, inspeccionado la
zona en busca de cualquier signo de civilización u otra razón
por la que nos hayamos detenido tan repentinamente. Todo
lo que veo son árboles, árboles y más árboles. Desde luego,
no se ha detenido por un árbol en la carretera, no cuando
acaba de pasar por encima de uno a menos de un kilómetro.
—Me quedé sin gasolina, tengo que rellenar el
depósito o no llegaremos a la base —explica el conductor
antes de desabrochar y abrir la puerta. Ha estado llamando
base a la Universidad de Corium, lo que no me sorprende,
ya que la mayoría de la gente no tiene ni idea de lo que es
realmente ese lugar.
Como no quiero perder la oportunidad de estirar las
piernas, sigo su ejemplo y salgo del jeep. Mis piernas
protestan al principio, pero en cuanto saco los brazos por
encima de la cabeza y alargo las extremidades, mis
músculos me lo agradecen.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal ante la fría
brisa que sopla entre los árboles. Aquí hace mucho más frío
del que estoy acostumbrada en North Woods, pero el aire
fresco y el paisaje tranquilo lo compensan.
Ahora que me he levantado y me muevo, me doy
cuenta de que tengo la vejiga bastante llena y me pregunto
si debería buscar un árbol para hacer mis necesidades o
esperar. Luego pienso en el viaje lleno de baches y en el
hecho de que realmente no sé cuánto tiempo más va a
durar.
—Umm, voy a ir a orinar. Por favor, no te vayas sin mí
—bromeo, bueno, medio bromeo. Una parte de mí se
pregunta si se iría sin mí.
El conductor se acerca al vehículo, con la lata de
gasolina en la mano y el ceño fruncido.
—Apúrate —suelta. Por un momento, contemplo la
posibilidad de aguantar y volver a subirme al asiento, pero
entonces continúa—: Bueno, vete a orinar. No voy a parar
de nuevo hasta que lleguemos a la base.
No estoy segura de por qué es tan grosero, pero
ignoro su tono desagradable, me doy la vuelta y salgo a
toda velocidad hacia el bosque para encontrar un lugar lo
suficientemente lejos como para no estar a la vista, pero no
tan lejos como para arriesgarme a perderme. Rápidamente,
me desabrocho los vaqueros y me los bajo junto con las
bragas.
El aire fresco baña mi piel desnuda mientras me
acuclillo detrás de un gran árbol y hago mis necesidades.
Cuando termino, saco un pañuelo viejo del bolsillo y me
limpio antes de volver a enderezarme.
Me doy la vuelta para volver al coche, pero me quedo
paralizada antes de dar un solo paso. A menos de tres
metros detrás de mí está el conductor... mirándome
fijamente. Una sonrisa traviesa baila en sus labios mientras
su mirada se oscurece. Tiene los pantalones desabrochados
y la mano alrededor de su polla, con la orina salpicando el
suelo.
Ese pervertido me estaba observando. El miedo se
desliza por mi espina dorsal como el viento que se abre
paso entre las hojas que nos rodean. Estoy sola, en medio
de la nada, con un hombre que no conozco. Un hombre que
acaba de observarme mientras orinaba. Podría dominarme
fácilmente y llevarse lo que quisiera, y ni un alma
escucharía mis gritos. Correr entra en mi mente, pero ¿a
dónde carajo corro? No tengo ni idea de dónde estoy, y no
hay forma de que sobreviva una noche aquí por mi cuenta.
Así que hago lo único que sé hacer. Endurezco mi
columna vertebral, hincho el pecho y lo miro directamente a
los ojos.
—¿Era necesario?
—¿Qué? Yo también quería orinar —dice
inocentemente, metiendo sus manos de nuevo en los
pantalones.
Se me revuelve el estómago, y mi desayuno amenaza
con aparecer cuando me doy cuenta de que no solo este
imbécil acaba de verme medio desnuda, sino que además
voy a tener que volver a subirme al Jeep con él. Esto me
parece muy mal, y me pregunto cómo se sentirían mis
padres si supieran lo mal que está el hombre que me lleva a
Corium.
Vuelvo al Jeep y me abrocho el cinturón, en un
santiamén, deseando tener más ropa además de los
vaqueros y el grueso jersey que llevo. Por otra parte,
probablemente no importaría la cantidad de ropa que
llevara. Seguiría sintiéndome expuesta en su presencia.
Joder. Es un idiota por hacerme sentir así.
Paso el resto del trayecto aún más incómoda que
antes. Ahora, no es sólo mi cuerpo el que protesta, sino
también mi mente. Todos mis instintos me dicen que me
aleje de este hombre, pero estoy dentro de este Jeep
todoterreno sin ningún lugar a donde ir. Es este hombre o la
naturaleza, y ninguna de las dos opciones parece buena.
Al cabo de un rato, los árboles se vuelven más finos y
el camino de tierra se vuelve menos complicado a medida
que el terreno se abre. El bosque se adelgaza cuando nos
acercamos a la ladera de la montaña. El pico está cubierto
de nieve, lo que me recuerda que estoy muy lejos de casa.
Sé que debemos estar cerca, pero no veo la
universidad en la montaña mientras nos acercamos. En
cambio, lo primero que veo es un gran muro gris.
El camino que seguimos nos lleva directamente a él, y
por lo que veo, no hay forma de evitarlo.
Un enorme portón metálico aparece a la vista, y no
puedo evitar suspirar con alivio. Ya hemos llegado, y una
vez fuera de este coche, no tendré que volver a ver a este
imbécil.
Los neumáticos apenas han dejado de rodar sobre la
grava, y pone el Jeep en el aparcamiento.
—Fuera —ordena.
Desconcertada, lo miro fijamente durante un largo
segundo.
—Se supone que me llevas a Corium. Esto sólo es... —
Señalo la estructura que tenemos delante—. Una puerta.
—Hasta aquí llego —La impaciencia se desprende de
sus palabras—. El maletero está abierto. Coge tus cosas.
Tengo ganas de decirle que al menos saque mis
maletas ya que antes le he dado un espectáculo gratuito,
pero me muerdo la lengua, no quiero tentar mi suerte.
Al salir, aspiro una enorme bocanada de aire fresco en
mis pulmones. Parece que ha bajado al menos veinte grados
desde que habíamos paramos. Mis pulmones punzan
cuando el aire helado los llena, haciendo que todo mi
cuerpo se estremezca, la temperatura fría se filtra en mi
piel.
Me apresuro a sacar las dos maletas y la mochila del
maletero. Ni siquiera pasa un segundo, después de cerrar el
maletero, cuando el Jeep arranca, dando marcha atrás por
la ladera de la montaña antes de dar la vuelta y volver a
bajar. Los neumáticos lanzan tierra al aire, cayendo sobre
mí. ¡Mierda! Toso y entierro mi cara en mi codo hasta que la
nube de polvo desaparece. Es como si el mundo me odiara y
quisiera ver cuánto más puedo soportar.
Con la mochila colgada al hombro, tiro de las maletas
y me acerco a la puerta. Sólo cuando estoy a un metro de
distancia me doy cuenta del escudo de la escuela grabado
en el metal. Las letras U y C de la Universidad de Corium
están en cada lado, con una calavera y una daga
atravesadas. En la parte superior está la palabra refugium, y
debajo peccatorum.
Levantando la mano, la acerco al metal helado y paso
las yemas de los dedos por las palabras.
Refugium peccatorum: refugio de pecadores.
No sé a quién se le ocurrió el nombre, pero no se me
ocurre una denominación más apropiada para este lugar. Al
fin y al cabo, somos hijos de nuestros padres.
—¿Nombre? —Una voz retumbante sale de la nada,
rompiendo el silencio con fuerza. Me sobresalto tanto que
doy un salto hacia atrás. Mi tacón se engancha en el fondo
de mi maleta, y caigo al suelo.
Estupefacta, me siento en la gélida grava y miro
fijamente la puerta.
—¿Cómo te llamas, niña? —La misma voz vuelve a
hablar, y esta vez, noto la ligera distorsión como si viniera
de un altavoz. Sigo el sonido y localizo que viene de la
esquina superior de la puerta. Sólo entonces me doy cuenta
de la pequeña cámara gris que me devuelve la mirada.
—Aspen Mather —anuncio, quitándome el polvo de las
manos en los leggings.
El hombre del otro lado no responde, pero un
momento después, un fuerte zumbido llena el espacio y la
puerta se abre lentamente.
Me pongo de pie y cojo las maletas. El portón se abre
a centímetros, revelando otro camino más. Y para empeorar
las cosas, es todo cuesta arriba.
Ugh, ¿acabará ya este día?
Apretando los dientes, empiezo a subir la montaña
arrastrando las pesadas maletas. Me duelen los brazos por
el esfuerzo, pero al menos ya no me duele el trasero. Al
cabo de un rato, aparece la parte aérea de la universidad,
que desde fuera no es más que un viejo castillo.
Cuando por fin llego a la entrada, el sol se está
poniendo y mis piernas arden. Sé que mañana voy a estar
muy dolorida. Básicamente acabo de correr una maratón,
mi pecho se agita y una fina capa de sudor me cubre la
frente incluso con estas temperaturas. La única ventaja es
que ya no tengo frío.
El edificio que tengo delante no tiene ventanas y sólo
hay una gran puerta de madera. Empiezo a buscar algún
tipo de timbre, pero antes de encontrar nada, la puerta se
abre sola. Rápidamente me doy cuenta de que la madera
era sólo una fachada, y que la puerta real es de metal lo
suficientemente grueso como para detener un camión.
—Ya has tardado demasiado —se burla el hombre que
aparece al otro lado. Va vestido con ropa militar, y
reconozco la voz como la misma de la puerta al pie de la
colina.
—Lo siento, intentaré ser más rápida la próxima vez —
digo en voz baja mientras paso por delante de él.
El espacio se abre a una gran sala con un suelo
pulido, el escudo de la escuela incrustado en el piso. Un
extraño olor persiste en el aire, como el de un viejo sótano
polvoriento mezclado con la cera del suelo. Al final del gran
espacio, se exponen varias estatuas y cuadros muy
grandes. Encima, en letras doradas y gruesas, se lee:
MIEMBROS FUNDADORES.
Reconozco una de las caras como la de Julian Moretti,
la de Lucian Black, Adrian Doubeck, Nicolo Diavolo, y luego
está Xander Rossi... sólo su imagen me produce un
escalofrío. No sólo es una de las personas más despiadadas
que conozco, sino que además guarda un rencor muy
personal con mi familia.
A la derecha y a la izquierda del santuario de los
criminales más poderosos hay más puertas. Mi
acompañante me lleva a la que está etiquetada como
primer y segundo año. Al cruzar la puerta, entramos en un
largo pasillo que parece no tener fin. La iluminación es
escasa, lo que dificulta la visión.
Caminamos durante un minuto más o menos antes de
detenernos frente a un gran ascensor. El tipo saca un mapa
doblado y me lo entrega. Suelto mi maleta, nunca me
ofreció ayuda, y le quito el mapa.
—Estás en el nivel C, habitación 3001. Buena suerte
—Antes de que pueda hacer una de las doce preguntas que
tengo en mente, el tipo se da la vuelta y sale corriendo.
Dejo escapar un suspiro de derrota. Bueno, supongo que
vuelvo a estar sola.
Pulso el botón del ascensor y espero a que llegue. Las
maletas que tengo en la mano y en el hombro son cada vez
más difíciles de soportar, y no veo la hora de deshacerme
de todas ellas y descansar finalmente. Este ha sido el viaje
más largo sobre la faz de la tierra, y necesito una ducha
caliente y dormir un poco para poder volver a empezar
mañana.
El ascensor se abre con un pitido y entro en un
espacio sorprendentemente grande. El panel solo tiene
cuatro botones: A, B, C y T. Pulso el C y veo cómo se cierran
las puertas.
Sabía que la mayor parte de esta escuela —incluido
los dormitorios— era subterránea, pero no sabía hasta qué
punto lo era hasta ahora. El ascensor sigue descendiendo
hasta que me pregunto cuándo vamos a llegar al centro de
la tierra.
Entonces se detiene tan bruscamente que pierdo el
equilibrio y tengo que apoyarme en la pared para
estabilizarme o corro el riesgo de caerme. Las puertas se
abren, salgo del ascensor y entro en otro pasillo.
Al mirar el mapa, mi habitación parece estar al final
del pasillo. Lo cual puede que no sea tan malo. Cuento cada
paso, el único pensamiento en mi mente es la cama dentro
de mi habitación y el colchón en el que voy a caer cuando
llegue.
Estoy tan jodidamente cansada. Ni siquiera me
importa que mi estómago esté rugiendo, exigiendo comida.
Tengo que dormir. Estoy demasiado cansada para levantar
un tenedor, y mucho menos para caminar por este laberinto
para encontrar la cafetería.
Me duelen las piernas por la protesta, pero sigo
adelante hasta que estoy de pie justo delante de la
supuesta puerta de mi dormitorio. Levanto la vista del
mármol pulido y veo tres grandes letras rojas brillantes
pintadas en la madera. Al verlas se me hunde el corazón en
el estómago.
RATA
Debería haber sabido que no había escapado de lo
ocurrido. Todo el mundo sabe quién soy ahora. Este lugar va
a ser incluso peor de lo que fue el instituto. Allí, la gente
dejaba de hablarme y se apartaba de mi camino. Me
evitaban como si fuera la peste. La inscripción en la puerta
me dice que aquí no me descartarán tan fácilmente. Sacudo
la cabeza y miro el pomo de la puerta.
Saco la tarjeta llave del bolsillo, la paso y la puerta se
abre con un clic.
Vacilante, entro a la habitación que llamaré mi hogar
durante el próximo año.
Observo el lugar, mi mirada recorre el pequeño
espacio. Lo primero que noto es el olor a polvo y moho. Lo
segundo es la gran mancha marrón en el techo. Lo tercero
es la cama. Estoy agradecida por tener un lugar donde
dormir, pero de alguna manera, siento que esto es una
broma.
Estoy casi segura de que hace tiempo que nadie vive
en esta habitación. Probablemente ha sido condenada,
viendo su estado, pero ahora mismo, lo único en lo que
puedo pensar es en la cama. ¿Es lamentable que a estas
alturas esté dispuesta a dormir en cualquier sitio? Meto mi
equipaje dentro y cierro la puerta tras de mí y apoyo mi
espalda en ella, cerrando brevemente los ojos.
Puedes hacerlo. Una pequeña voz susurra en mi
mente, dándome la fuerza suficiente para creer que puedo
hacerlo.
Todavía no sé cómo, pero superaré este año.
Empujando la puerta, empiezo a desvestirme y a colocar mi
ropa sobre la maleta. Saco mi pijama de la mochila y me
visto rápidamente para ir a la cama. El colchón está vacío,
pero una gran bolsa sobre la cama contiene un edredón,
una almohada y sábanas.
Estoy demasiado agotada por el viaje como para
esforzarme en algo más, así que extiendo las sábanas sobre
el colchón y me arrastro sobre ellas. Ni siquiera me molesto
en apagar la luz. Simplemente me cubro con el edredón y
meto la almohada bajo mi cabeza.
Al minuto siguiente estoy fuera de combate, y lo único
que puedo pensar es que espero que mañana sea un día
mejor.
Alerta de spoiler: no lo será.
CAPITULO TRES
Quinton
Como de costumbre, a las cuatro ya estoy despierto,
aunque no me haya dormido pasada la medianoche. Dormir
unas pocas horas es algo normal en mí. Desde que tengo
uso de razón, me cuesta mucho conciliar el sueño. Los
acontecimientos del último año no han hecho más que
intensificar mi insomnio
Me levanto de la cama, e ignoro la sensación de
cansancio que me invade y me visto con unos pantalones
cortos de gimnasia y una sudadera negra.
Salgo en silencio del dormitorio y me dirijo a la cocina,
cogiendo una botella de agua de la nevera. Ren tiene el
sueño ligero. Así que no quiero despertarlo, porque si lo
hago, me seguirá, y no necesito que me siga a donde vaya.
Con pasos silenciosos, salgo del pequeño
apartamento y me dirijo al gimnasio de la casa. Me
encantan las mañanas porque a esta hora todo el mundo
sigue durmiendo y no tengo que preocuparme de que nadie
me observe o me obligue a ponerme una máscara para
tapar el dolor. Puedo ser simplemente yo.
El sonido de mis Nikes rebota en las paredes del
pasillo. Más adelante, hay una chica solitaria que mantiene
la cabeza lo suficientemente baja como para que no pueda
verle la cara, pasa corriendo junto a mí, girando hacia una
de las habitaciones de la izquierda.
El edificio alberga a los trescientos estudiantes que
asisten a esta escuela. Aquí los chicos y las chicas no están
separados por dormitorios. Supongo que cuando los padres
son una panda de delincuentes, la dirección del colegio no
se preocupa por las virtudes de los alumnos. No es que la
separación vaya a impedir el sexo a pesar de todo. Supongo
que podría ayudar, sin embargo.
Doblo la esquina al final del pasillo y localizo el
gimnasio. Con mi tarjeta de acceso, espero a que la puerta
se abra automáticamente y entro.
Me esperaba encontrar a alguien tan dedicado a su
salud como yo a estas horas, pero me sorprendió
gratamente encontrar el espacio vació.
Sin perder tiempo, me subo a la cinta de correr y
empiezo a correr seis kilómetros. Aprovecho el tiempo para
despejar mi mente y concentrarme en mis tareas del día.
Aquí, las tareas se limitan a asistir a las clases, pero
después de eso, quién sabe lo que puede pasar. Sólo estoy
aquí para alejarme de mi padre, no para entrenar, ni porque
necesite saber qué hacen mis padres o quiénes son. Este
lugar es más o menos una niñería para mí hasta que decida
que estoy listo para enfrentarme a lo que pasó. Y
honestamente, no estoy jodidamente seguro de cuándo
será.
Cuando termino de correr, las gotas de sudor me
resbalan por la cara.
Los latidos de mi corazón se escuchan en mis oídos y
el ardor de mis músculos es intenso. Correr me da un
subidón que me lleva a lo largo del día. Paso de la carrera a
las pesas y a las flexiones. Me arden los músculos y me
siento rejuvenecido mientras me quito la camiseta y la uso
para limpiarme el sudor de la cara.
Compruebo mi teléfono y me doy cuenta de que he
estado fuera durante dos horas. Estoy seguro de que Ren
podría averiguar a dónde me he escapado si se despierta,
así que no tengo prisa por volver a la habitación.
Me tomo el resto del agua, tiro la botella a la basura y
salgo del gimnasio.
He estudiado el mapa, pero la mejor manera de
conocer los alrededores es familiarizarse con ellos, lo que
significa caminar cada centímetro de este lugar.
El largo pasillo está casi vacío, excepto por unas
pocas personas que mantienen la cabeza baja. Apuesto a
que es porque no quieren causar problemas, o porque
quieren pasar desapercibidos para mí. No saben que me fijo
en todo y en todos. Agachar la cabeza y fingir que no
existes no te va a proteger. Seamos sinceros: la gente
siempre va a por los más callados primero.
Mis pasos se detienen en seco cuando llego a la
última puerta al final del pasillo. Hay grandes letras rojas
pintadas en la madera, que deletrean la palabra: RAT. No
tardo ni una fracción de segundo en averiguar quién reside
en esa habitación.
Aspen Mather.
Pensar en su nombre me hace apretar los puños, y en
el fondo de mi mente, brota un recuerdo.
Todas las miradas están puestas en nosotros cuando
entramos en la gran sala de banquetes. Como siempre,
cuando mi padre entra en una multitud, la gente se aparta,
haciendo sitio para que pasemos sin que nadie esté
demasiado cerca. Es como un rey para toda esta gente.
Como una bandada de pájaros, mi hermana y yo
vamos un paso detrás de él, a cada lado, y detrás de
nosotros hay dos guardias más. Miro a Adela, que camina
con la cabeza ligeramente inclinada y los ojos en el suelo,
como se supone que debe hacer cuando estamos en
público.
Muy poca gente sabe que mis hermanas tienen a mi
padre envuelto en sus deditos, y cuando estamos en la
seguridad de nuestra casa, son todo menos mansas y
obedientes. Esto es para mostrar y nada más.
Como jefe del imperio Rossi, mi padre tiene una
imagen que mantener, una imagen que no tiene piedad. Es
conocido por ser despiadado y cruel —como es con sus
enemigos—, pero nunca con su mujer y sus hijos. Mostrar
en público que tiene debilidad por sus hijas sería visto por
muchos como una debilidad porque, en nuestro mundo, las
mujeres siguen siendo vistas sólo como un medio para un
fin.
Tal vez eso cambie en nuestra generación, pero en el
reinado de mi padre, tenemos que jugar con las reglas del
reino.
—Xander, me alegro de verte, viejo amigo —Un
hombre que no conozco se acerca a saludarnos.
—Clyde, han pasado unos cuantos años —Mi padre se
detiene para estrechar la mano del hombre, y yo ocupo mi
lugar junto a él, con mi hermana al otro lado. Algún día
seremos nosotros, estrechando manos, haciendo tratos y
derramando sangre.
—Recuerdas a mi hijo, Quinton —me presenta, pero
no a Adela.
—Por supuesto, sí —Me hace un gesto con la cabeza,
tragando saliva mientras me mira. Sólo tengo dieciséis
años, pero ya soy más alto que la mayoría de los presentes
—. También he traído a mi hija. Aspen, saluda a mi amigo
Xander.
Una pequeña figura sale de detrás del hombre. Es tan
pequeña. Ni siquiera la vi de pie detrás de su padre hasta
que dio la vuelta.
—Hola —saluda a mi padre en voz tan baja que casi
no la oigo. Una sonrisa tímida, casi asustada, aparece en
sus brillantes labios.
Entonces su mirada se posa en mí. Sus ojos color
avellana se estrechan mientras me estudia con interés. No
es nada a lo que no esté acostumbrado. Las miradas
embobadas y el relamerse los labios, queriendo ser la
próxima reina del reino. Todos saben que, en unos años, el
legado de mi padre —el dinero y los enemigos— se
convertirá en el mío.
El atractivo del peligro y la idea de que yo pueda
protegerles de él les hace adularme.
Sin embargo, este manso ratoncito no me mira así.
Está interesada pero insegura. Dejo que mis ojos recorran la
longitud de su cuerpo.
Lleva un vestido azul bebé que abraza sus curvas
apenas perceptibles. Mis ojos se detienen demasiado
tiempo en sus pechos, preguntándome si lleva un sujetador
push-up3 o si esa es su talla real. Cuando salgo de mi trance
con sus tetas, levanto la vista y la encuentro mirándome
como si estuviera a punto de darme una patada en los
huevos.
Sorprendentemente, cuando miro a su padre, parece
satisfecho. Qué raro. Normalmente, tendría la reacción
contraria.
A las chicas les gusta que las mire, y a sus padres no.
Salgo de ese recuerdo y la mandíbula se me tensa
hasta el punto de dolerme. Debería haber sabido entonces
que había algo raro en ellos. Sólo que era demasiado joven
y estúpido para darme cuenta en ese momento. Es curioso,
incluso entonces Aspen era una serpiente que se deslizaba
por la hierba y, si es inteligente, se mantendrá alejada de
mi camino, sobre todo porque no hay nadie que la proteja
de mí.

CAPITULO CUATRO
Aspen
Gimo en la silenciosa habitación y me doy la vuelta en
el colchón para mirar a la pared de ladrillo. El marco de la
cama chirría con el movimiento.
Es todo lo que he escucho toda la noche mientras
daba vueltas en esta cama antigua, tratando de encontrar
una posición cómoda. Me pregunto si la cama de alguien
más es tan horrible como ésta. Algo me dice que no, pero
¿cómo voy a saberlo? No es que me hayan recibido muy
bien. No con la palabra RATA escrita en mi puerta para que
lo vean todos.
Aunque estamos a quién sabe cuántos metros bajo
tierra, es como si pudiera sentir el aire frío de Alaska
filtrándose en los ladrillos. Me aferro a la fina sábana en la
que me he envuelto, preguntándome si volveré a entrar en
calor.
Cada aspecto de este lugar me hace querer gritar.
Odio este lugar. La cama, esta habitación, todo este puto
lugar puede tirarse a un contenedor y prenderse fuego. Me
doy la vuelta una vez más, grito mi creciente frustración en
la pequeña almohada y golpeo el colchón con el puño. No sé
por qué mis padres insistieron en que viniera aquí.
Podría haber ido a cualquier universidad; mis notas
son altas, y mi promedio perfecto. Soy muy inteligente y,
hasta hace un año, también era popular. Ahora soy un don
nadie, un punto débil del que todo el mundo se mantiene
tan lejos como puede. Se me llenan los ojos de lágrimas, mi
ira aumenta con cada respiración que hago, cuanto más
pienso en lo mucho que he perdido.
¿Por qué tuvo que hacerlo?
Sé que cuando mi padre eligió trabajar con los
federales, lo hizo por egoísmo. Pensó que podría protegerse
a sí mismo, consiguiendo tal vez menos tiempo en prisión.
Lo más inteligente habría sido no vender nunca armas
ilegales, pero ¿qué sabía yo?
En su declaración, entregó información sobre la
familia Rossi. Una cosa que mi padre no se dio cuenta fue
que Xander era un criminal más inteligente, y fue capaz de
darle la vuelta a todo y culpar a mi padre. Todo lo que hizo,
cada gramo de información que dio. Al final, no sólo se
perjudicó a sí mismo, sino que mi madre y yo también nos
vimos arrastradas con él.
Ahora esta cumpliendo su condena en la cárcel, y mi
madre y yo estábamos asumiendo las consecuencias. He
perdido a todos los amigos que tenía. Nadie quiere ser visto
conmigo.
Mi padre puede ser la rata, pero por asociación,
también lo soy. En la clandestinidad criminal, una rata es lo
peor que puedes ser. La gente que es enemiga trabajará
junta para derribarte porque una rata es un cabo suelto, y
los cabos sueltos pueden poner de rodillas a los imperios.
Suspirando, miro al techo, preguntándome qué voy a
tener que hacer para sobrevivir en este lugar. Xander se ha
vuelto más despiadado y cruel desde el encarcelamiento de
mi padre. Todavía no ha enviado a nadie a hacernos daño a
mi madre o a mí. Pero él es la razón por la que nadie quiere
tener nada que ver con nosotros. Francamente, no tiene que
hacer mucho de todos modos, no con la tormenta de mierda
que dejó mi padre.
La gente nos quiere muertos simplemente por las
decisiones de mi padre. Al hablar con los federales,
perjudicó más que a los Rossis; perjudicó a todos los
implicados en los tratos que hizo, y eso es un montón de
puta gente.
Muchos criminales me persiguen, y aquí podrían llegar
a mí fácilmente. La razón por la que mi madre me envió
aquí, de entre todos los lugares, sigue siendo un misterio,
pero no me dio ninguna opción al respecto.
No me cabe duda de que Quinton, el hijo de Xander,
está aquí. Nos habíamos visto algunas veces de pasada en
eventos de recaudación de fondos y demás, pero nunca
conversamos a menos que fuera forzado. Aunque nuestros
padres trabajaban juntos, nos movíamos en círculos
diferentes. Quinton estaba destinado a convertirse en el
heredero del imperio Rossi, y yo iba a ir a la universidad a
convertirme en uun médica. Es un cliché, pero es la verdad.
Sabía qué tipo de persona era mi padre, así que quería ser
lo contrario. Pensé que ser médica equilibraría la balanza.
Ayudaría a la gente, salvaría vidas en lugar de acabar con
ellas. Al menos, eso es lo que había planeado.
No quería tener nada que ver con esta vida mientras
él naciera y se criara en ella. Sólo podía imaginar el número
de personas que ya había matado, la sangre en sus manos.
El pensamiento me hace temblar, y me obligo a pensar en
otra cosa.
Salgo de la cama chirriante y jadeo cuando mis pies
descalzos tocan el frío suelo. Otra razón para odiar este
lugar. Me va a costar acostumbrarme al frío constante. Cojo
el móvil de la mesita de noche y cruzo la habitación, que es
más pequeña que la que tengo en casa. Estoy segura de
que me han dado el viejo armario de alguien. Intento
ignorar lo negativo y pensar un poco más en positivo.
Es sólo un año. Si puedo permanecer fuera del radar
de Q, entonces estaré bien. Incluso si tengo que atravesar el
fuego todos los días aquí, mientras no llame la atención del
hijo de la bestia, debería estar bien.
Mirando mi teléfono, compruebo la hora. 7:30. El
pánico surge al darme cuenta de lo que significa esa hora.
Llego tarde. Se supone que debo asistir a la orientación de
los estudiantes de primer año en el atrio cerca de la
cafetería.
¡Mierda!
Parece que no puedo hacer que mis pies se muevan lo
suficientemente rápido mientras me escabullo por la
habitación, rebuscando en mis maletas en busca de ropa.
Me pongo unos leggings negros y un jersey ligero, y luego
me calzo unas zapatillas para correr. Anoche estaba tan
cansada que no tuve tiempo de revisar mi horario ni el
mapa de la escuela, cosa que lamento ahora mientras miro
el papel medio arrugado. Dios sabe que, si me pierdo, lo
último que voy a hacer es pedir ayuda.
Lo más probable es que me lleven al borde del
precipicio más cercano de todos modos.
Encuentro la cafetería en el mapa y hago una línea de
ruta de dónde tengo que ir y qué tengo que pasar para
llegar allí. Como está en otro edificio, tengo que salir de los
dormitorios y atravesar otra serie de puertas dobles. El
atrio4 está justo fuera de la cafetería. No es un paseo tan
largo ni difícil de encontrar, pero si he aprendido algo, es
que las cosas más fáciles pueden convertirse en las más
difíciles en un instante.
Mantendré la cabeza baja, la boca cerrada y estaré
bien. Quiero decir, no es que los profesores vayan a dejar
que otro alumno me haga daño, ¿verdad? No quiero ni
pensar en la respuesta a esa pregunta. Me recojo mi largo y
rebelde pelo rubio en un moño. Antes era la chica que se
peinaba y maquillaba todos los días. Ese barco ya ha
zarpado. Peinarme o maquillarme llamaría la atención, algo
que no quiero.
Asegurándome de tener mi tarjeta de acceso y mi
teléfono en la mano, salgo de la protección de mi habitación
y me deslizo hacia el pasillo. No me sorprende encontrar el
pasillo vacío y silencioso, especialmente cuando todos los
estudiantes de primer año probablemente estén en la
orientación. Aun así, aunque llegue tarde, me hace sentir
más segura estar sola.
Vuelvo a echar un vistazo al mapa y obligo a mis pies
a que me muevan en la dirección correcta. Antes de darme
cuenta, he llegado al final del pasillo. Miro hacia abajo para
comprobar que voy en la dirección correcta y miro hacia
arriba justo cuando choco con otra persona. El impacto me
deja sin aire en los pulmones y tropiezo hacia atrás,
agarrándome a la pared para apoyarme.
La persona —un tipo de pelo corto y rubio y ojos
amenazantes— me empuja y golpea su hombro contra el
mío a propósito. La maldita audacia, lo juro. Lo único que
puedo hacer es apretar los dientes y mantenerme erguida.
—Rata —Se ríe en voz baja.
El tipo que está a su lado se ríe y se alejan
alegremente mientras yo me quedo de pie tratando de
recuperar la cordura. Debería estar acostumbrada a los
insultos, los comentarios sarcásticos y el odio, pero no lo
estoy. No creo que una persona se acostumbre a ser odiada.
Simplemente aprende a lidiar con ello.
El corazón me golpea en el pecho y aspiro una
respiración entrecortada en los pulmones. El sudor se
adhiere a mis palmas como una segunda piel y la
preocupación se enciende en mis entrañas.
Realmente no quiero seguir por este pasillo. Podría
girar a la derecha e ir a la cafetería, pero eso se
consideraría saltarse, y no quiero hacerlo hasta que
realmente lo necesite.
Las puertas dobles que hay delante son como mirar
las puertas del infierno. Lo único que puedo hacer es
esperar que nadie se fije en mí una vez dentro, lo cual es
dudoso. Sin ninguna otra opción, aspiro una bocanada de
aire en mis pulmones y la retengo mientras agarro el pomo
y abro la puerta. Un murmullo de conversaciones llena mis
oídos tan pronto como se abre la puerta. La sala ya está
repleta de estudiantes, y tengo que obligarme a entrar y
maniobrar contra la pared del fondo con la cabeza gacha,
con la vista puesta en mis pies, y a cada paso que doy para
no hacer algo estúpido y tropezar, atrayendo toda la
atención de la sala hacia mí.
Lentamente, como si mis pulmones fueran globos,
dejo salir el aire de su interior e inspiro aún más despacio.
Siento que el pánico aumenta, punzando mis sentidos,
haciendo que quiera salir corriendo de esta habitación y
volver a los dormitorios.
—Traidora —me susurra alguien al oído, pero no me
atrevo a mirar hacia arriba o hacia atrás para ver quién ha
sido. No me importa lo que digan de mí ni los nombres que
me pongan. Voy a seguir.
—Maldita rata sucia —dice otra persona, esta vez un
poco más fuerte. Obligo a mis pies a moverse más rápido y
sólo me detengo cuando encuentro un lugar vacío contra la
pared. Tardo un segundo en levantar la vista, pero cuando lo
hago, me siento intimidada.
Filas y filas de estudiantes se sientan ante mí. El
instinto se apodera de mí y mis ojos recorren la sala. Me
odio por hacerlo, pero ahora mismo sólo busco al hijo de un
criminal en esta sala. Los músculos de mi estómago se
tensan y me muerdo el labio inferior con nerviosismo
mientras examino cada cabeza.
Está aquí. Lo sé. No hay razón para que no esté. Mi
ansiedad aumenta con cada persona que no es él hasta el
momento en que lo veo, y la bilis de mi estómago sube
hasta mi garganta. Alguien sube al escenario, pero toda mi
atención se centra en el hombre de pelo oscuro y ojos
azules penetrantes. No me fascina, ni mucho menos.
Sí, es atractivo, de una forma oscura y misteriosa,
pero mi principal objetivo no es la atracción. Sólo me
gustaría saber dónde está mi enemigo en todo momento.
Aparto mi atención de Quinton y me dirijo al escenario
donde habla un hombre con un traje oscuro. No tiene
chaqueta y lleva el pelo revuelto sobre la cabeza. Incluso
desde la distancia, puedo ver los tatuajes de sus manos.
A primera vista, no lo reconozco, pero luego los
puntos conectan en mi mente.
Lucas Diavolo.
Tiene sentido. Se sabe que la familia Rossi y los
Diavolos tienen vínculos. No es una sorpresa que Lucas esté
aquí, probablemente este haciendo todo el espionaje para
Xander. Es sólo otro recordatorio de que nadie aquí me
ayudará. No estoy tan segura como mi madre me dijo que
estaría.
—Las reglas aquí son muy simples. No se maten entre
ustedes y no hagan que los envíen a mi oficina. Hagan el
trabajo y aprendan todo lo que puedan. Tienen una
oportunidad con lo que muchos sueñan con tener —Casi me
burlo de las palabras que salen de la lengua de Lucas.
Como si la oportunidad de matar fuera algo especial.
Ja. Estoy segura de que la mayoría de la gente en esta sala
ya lo ha hecho cinco veces.
Lucas sigue hablando y mis ojos vuelven a centrarse
en Quinton. Agradezco que no pueda verme, aunque estoy
segura de que siente mis ojos sobre él.
Reconozco que el tipo sentado a su lado es su mejor
amigo, Ren. Los dos a los que más tengo que vigilar porque
donde está uno, el otro no estará muy lejos.
Mi estómago ruge con fuerza, el sonido interrumpe
mis pensamientos y atrae la atención de la persona que
está a mi lado. Por el rabillo del ojo, veo que la chica susurra
algo al oído de la persona que está a su lado.
No voy a esperar a que esto estalle en mi cara.
Apretando los dientes, me alejo de la pared y me dirijo hacia
la salida. Esta vez, no pierdo de vista mis pies, lo que es un
error que lamento haber cometido cuando alguien pone su
pie delante de mí y tropiezo con él.
—Maldita rata —La persona que me puso la zancadilla
se ríe—. Nadie te quiere aquí.
Es un milagro que evite plantar mi cara en el suelo,
pero de alguna manera lo consigo. Me detengo en seco, me
giro y miro con desprecio al imbécil, que, por suerte, no es
nadie a quien reconozca. Su arrogante sonrisa me hace
desear darle un puñetazo en la cara, pero ni siquiera me lo
planteo.
Dando media vuelta, continúo mi camino hacia la
salida y doy un silencioso suspiro de alivio una vez que
atravieso las puertas dobles y salgo al pasillo.
Más adelante está la cafetería, justo al otro lado de un
par de puertas dobles. Puedo oír el tintineo de los cubiertos
y el zumbido de las conversaciones. Un grupo de chicas está
delante de las puertas. Puedo sentir sus ojos en mí y
prácticamente oír sus susurros.
De nuevo, el corazón me golpea en el pecho.
¿Realmente quiero entrar ahí? Tal como lo veo, no
tengo muchas opciones; es esto o morir de hambre. Me
pregunto brevemente cuánto tiempo podría aguantar sin
comer. La respuesta no es algo que crea, especialmente con
el hambre que siento en este momento. Pasa un segundo, y
no quiero ni admitir la cantidad de fortaleza mental que me
hace falta para cruzar el espacio y entrar en la cafetería. Se
me revuelve el estómago y se me humedecen las manos.
Realmente odio este lugar. Lo odio.
Atrapo la puerta cuando salen dos tipos. No me
molesto en levantar la vista y avanzo como si me dirigiera a
una batalla en lugar de ir a desayunar. Alzo la vista una vez
dentro, las luces brillantes me hacen entrecerrar los ojos, y
me sorprende un poco el tamaño del local. Hay muchas
mesas con bancos. Pensar que hace un año habría estado
pensando en dónde me iba a sentar en esta sala. Ahora lo
único que quiero hacer es comer mi comida y escapar a mi
habitación.
Siguiendo la fila de otros estudiantes, me acerco a la
barra de comida y cojo una bandeja. Toda la comida se sirve
en forma de buffet, pero el cocinero pone la comida en su
bandeja. Hay una gran variedad de productos, desde
galletas, salsa, hasta tostadas de aguacate y huevos.
El olor del tocino llega a mi nariz y se me hace agua la
boca. Me desplazo por la fila y miro a la persona que está al
otro lado, sirviendo el tocino.
Sé que pasa algo en cuanto nuestras miradas se
cruzan. El rostro del hombre es frío como una piedra, sin
expresión alguna.
—¿Puedo tomar un poco de tocino, por favor? —digo,
preguntándome si tal vez por eso no me ha puesto nada en
la bandeja todavía, pero otra estudiante se acerca a mi
lado, empujando su bandeja hacia delante.
—Quítate del medio. Estás retrasando la cola —se
burla, pero ignoro su comentario. Como si yo no existiera,
coloca dos tiras de tocino en su bandeja. Me quedo con la
boca abierta durante medio segundo ante su descaro antes
de cerrarla de golpe. Parpadeo lentamente, mi ira
aumentando con cada tictac del reloj.
Tengo hambre, y ahora hay comida delante de mí,
pero este hijo de puta quiere jugar conmigo. No lo creo.
—¿Cuál es tú problema? —gruño.
Siento ojos sobre mí, y ahora estoy haciendo lo único
que no quería hacer: llamar la atención. Pero, ¿cómo diablos
voy a comer si no me sirven la comida? El tipo del otro lado
del buffet se encoge de hombros.
—Si quiere comer algo, podemos servirle huevos,
tostadas y fruta —Estoy completamente desconcertada por
lo que este hombre acaba de decir y casi golpeo mi bandeja
en señal de frustración.
—¿Por qué? —pregunto.
Ya sé por qué, pero tengo que preguntar de todos
modos para sentirme mejor. Por primera vez, realmente me
siento señalada, pero esto es diferente porque el personal
también está involucrado.
—Yo no hago las reglas. ¿Quieres la comida o no?
Se me tuercen los labios y tengo la intención de
decirle que no, pero en lugar de eso asiento con la cabeza.
Tengo demasiada hambre como para no comer. Tocino largo,
al menos he podido olerte. Me pone la comida en la bandeja
junto con un vaso de leche, y escaneo mi tarjeta al final de
la cola. Encuentro una mesa sin nadie en ella y me siento a
disfrutar de mi comida. ¿Qué mierda es que ni siquiera
pueda decidir lo que voy a comer? Me pregunto qué
intentarán elegir para mí después. En realidad, no. No
quiero pensar en eso ahora mismo.
Me como toda la comida en menos de diez bocados,
pero sigo teniendo hambre. Vuelvo a mirar la cola. Si no me
hubiera sentido tan humillada mientras recibía la comida,
podría considerar la posibilidad de conseguir más, pero he
terminado con el día de hoy y con la gente que he
encontrado. He terminado con todo. Estoy enojada y
molesta, y sólo quiero ir a casa.
Llevo mi bandeja al lavavajillas y salgo de la cafetería.
Apenas he empezado a recorrer el pasillo en dirección a mi
dormitorio cuando el corazón se me mete en el estómago y
la comida que acabo de comer amenaza con volver a subir.
El miedo me recorre la espina dorsal cuando alguien me
agarra por la espalda de la sudadera y me tira hacia atrás.
Alcanzando cualquier cosa que pueda proporcionarme
algún tipo de equilibrio, mis dedos se encuentran con aire.
Mi garganta se contrae. Esto no va a terminar bien.
Un segundo después, mi espalda choca con la parte
delantera de un pecho muy firme. Me quedo parada durante
medio segundo antes de darme la vuelta y me veo obligada
a estirar el cuello hacia atrás para mirar a los dos hombres
que se apiñan en torno a mí.
—Me preguntaba cuándo te veríamos —Ren Petrov se
ríe—. Pero parece que la rata nos encontró más rápido de lo
que esperaba.
Mi mirada se desplaza entre Quinton, que permanece
inmóvil como una estatua, con su mirada penetrante
atravesando mi alma, y Ren, que sonríe como si alguien le
hubiera contado un chiste divertidísimo.
Los dos son como Adonis, tan guapos como
peligrosos. Intento no fijarme en lo atractivo que es Quinton,
con su afilada mandíbula, sus penetrantes ojos azules y su
rebelde pelo negro. Su ropa abraza su cuerpo cincelado, y
doy un paso atrás, tratando de poner algo de distancia
entre los tres. Me dije a mí misma que me mantendría bajo
el radar, que me protegería y que mantendría la boca
cerrada. El problema es que todo ha empezado a agravarse,
y la razón de todos mis problemas, o al menos de una parte
de mis problemas, está delante de mí.
—¿No tienen nada mejor que hacer que
atormentarme? Mi vida ya es una mierda, y no necesito que
ustedes dos le echen más leña al fuego con sus
estupideces.
Nunca he sido de los que se sientan y se callan, pero
algo me dice que ahora mismo debería ser uno de esos
casos. Lástima que, en este momento, no haya nadie que
me detenga o me diga que básicamente estoy cavando mi
propia tumba. El objetivo era alejarse de él y de su familia,
no poner una X roja en mi espalda.
—¿Perdón? —Quinton parpadea, su mirada se vuelve
feroz en un instante.
Lo único que oigo es el silbido de la sangre en mis
oídos. Quinton da un paso hacia mí, y al instante, estoy en
trance, como un conejo atrapado en una trampa. No estoy
seguro de dónde viene el coraje para decir lo que hago a
continuación, pero es algo que llegaré a lamentar. Lo sé.
—Ya me has oído. Yo soy a la que se llaman rata, soy
la que tiene un padre en la cárcel. Tu vida sigue siendo
perfecta, como siempre lo ha sido y lo seguirá siendo —
gruño, mi propia ira por el último año rivaliza con cualquier
cordura dentro de mí.
El labio perfectamente esculpido de Quinton se curva
en señal de disgusto, y noto cómo su cuerpo se tensa y su
puño se aprieta a su lado. Debería estar asustada, en mi
interior estoy aterrorizada, pero también me siento
poderosa. Siento que, por una vez, me escuchan y me ven.
Da un paso amenazante hacia mí, ese único paso se come
todo el espacio que queda entre nosotros, y puedo sentir la
rabia que desprende. Amenaza con sepultarme por
completo, y en este punto, como que deseo que lo haga.
Ren debe ver algo que yo no veo, porque se desliza entre
nosotros y agarra a Quinton por los hombros mientras lo
empuja hacia atrás.
—Es una rata. No dejes que nada de lo que diga te
moleste —dice Ren mientras lo aleja de mí. Tengo las
piernas como si fueran gelatina, y es un misterio cómo he
conseguido mantenerme de pie todo este tiempo. La
promesa de violencia y dolor se refleja en los ojos de
Quinton y en los míos, y de alguna manera, sé que acabo de
cometer el mayor error de mi vida.

CAPITULO CINCO
Quinton
Hasta hace cinco minutos, no tenía intención de
meterme con ella. Sabía que estaría por aquí y que nuestros
caminos podrían cruzarse, pero eso no importaba porque
nunca le eché la culpa de lo ocurrido. Mi odio estaba
reservado únicamente a su padre y a las personas
implicadas en el ataque a mi familia en casa.
Pero todo eso se fue a la mierda, y la rabia cambió en
el momento en que sus palabras rencorosas llegaron a mis
oídos.
—Tu vida sigue siendo perfecta y lo seguirá siendo.
No tenía ni puta idea, ni idea de lo que ha sido el
último año para mi familia y para mí. Lo que hizo su padre
fue simplemente la cereza en el pastel. Si quiere jugar la
carta de la inocencia y fingir que no ha hecho nada,
entonces se va a llevar un duro despertar.
—Es una rata. No dejes que nada de lo que diga te
moleste —La voz de Ren adquiere un tono tranquilizador, y
soy muy consciente de sus manos sobre mis hombros. Me
asomo por encima de su hombro y mi mirada se dirige al
lugar en el que Aspen estaba hace unos momentos.
Ya se ha ido, pero su presencia aún perdura. Sus
palabras siguen dando vueltas en mi cabeza. Mi rabia hacia
ella se aplana y mis músculos arden, la necesidad de
expulsar el odio y la rabia arden como un fuego abrasador
en mi piel. Ya sé que ninguna cantidad de tiempo en el
gimnasio va a ayudar. Sólo será una gota de agua sobre una
piedra caliente.
No, necesito una nueva forma de calmar la tormenta
dentro de mí, y esa forma va a implicar a Aspen Mather.
Una sonrisa de satisfacción se forma en mis labios
mientras imagino todas las cosas que puedo hacerle, las
formas en que puedo hacerle pagar y causarle dolor. Nunca
me había considerado un sádico, pero los sentimientos que
despierta en mí me hacen dudar. Sé que voy a disfrutar
cada minuto de ponerla de rodillas.
—¿Por qué mierda sonríes? —pregunta Ren, quitando
las manos y dando un paso atrás. Parece tan confundido
como yo.
—Creo que acabo de encontrar un nuevo pasatiempo
—Ren levanta una ceja.
—¿Sí? ¿Cuál?
Ignoro su segunda pregunta, ya que es obvia.
—Voy a ir a la oficina de administración a buscar
información sobre Aspen. Quiero saber qué clases está
tomando.
No lo digo en voz alta, pero en realidad quiero saber
todo sobre ella.
Cuanto más sepa, más fácil será herirla donde más le
importa.
Ren ni siquiera cuestiona mi petición. Me conoce lo
suficiente como para saber que cuando me obsesiono con
algo, nada se interpone en mi camino. Le guste o no a
Aspen, convertir su vida en un infierno acaba de volverse en
mi nueva obsesión.
—¿Qué tal si te consigo su horario de clases y vas a
educación física? Un poco de ejercicio va a hacer más por ti
que tratar de encantar las bragas de alguna secretaria,
especialmente cuando pareces tan cabreado.
Le clavo una mirada severa.
—Ambos sabemos que no tendré que encantar a
nadie. Me lo darán por miedo y simplemente porque se lo
pido.
—Cierto, pero a veces se cazan más moscas con miel.
Además, mi clase no es hasta dentro de una hora. Deja que
yo me encargue de las bragas y tú de la maquinación.
—Bien —Asiento con la cabeza—. Te veré después del
almuerzo.
Ren me pone la mano en el hombro y se apoya en mi
costado.
—No mates a la chica. Ya conoces la regla. No puedes
acabar con ella mientras estemos aquí.
—Matarla es lo último que quiero hacer. Eso le daría
una salida fácil. Lo que he planeado hará que tenga miedo
de poner un solo pie fuera de su habitación.
—Me gusta tu forma de pensar —Sonríe y se aleja.
Hago lo que puedo para sacudirme la rabia
persistente y me dirijo a Educación Física. El edificio que
alberga el centro recreativo principal está más cerca de la
superficie. Subo en el ascensor con otros estudiantes y me
dirijo al gran gimnasio. El interior es del tamaño de un
campo de fútbol, el techo es alto y ligeramente inclinado, lo
que hace que parezca más un hangar5 que un gimnasio real.
Lo único que delata para lo que está destinado este lugar
son las marcas de campo en el suelo y los diversos equipos
deportivos dispersos por el lugar. Me acerco a la pequeña
multitud de estudiantes que se juntan, trato de entender
qué están haciendo. Es entonces cuando me fijo en las
alfombras del suelo y veo al profesor que reparte vendas
para las manos. Es más o menos de mi altura, pero más
corpulento, con el pelo negro y la piel aceitunada. Es de
origen asiático, pero cuando habla, lo hace sin acento.
—Bienvenidos a la clase. Yo seré su instructor por hoy.
Lo primero que deben saber sobre mí: Odio repetir. Así que
presten atención la primera vez porque no les enseñaré dos
veces. Puedes llamarme Quan. Vamos a empezar con el
combate básico cuerpo a cuerpo. La mayoría de ustedes
probablemente son expertos, pero necesito ver cómo están
todos, así que vamos a empezar despacio.
Todo lo que puedo hacer es poner los ojos en blanco.
No necesito esta clase. No hay nada que pueda enseñarme
que no sepa. Estoy a punto de girar sobre mis talones y
salir, pero entonces el destino hace que la vea sentada en el
suelo con la espalda apoyada en la pared.
Aspen.
En mi pecho se forman chispas de excitación al ver su
pequeño cuerpo, justo cuando se empuja para ponerse de
pie. Se coloca un mechón de pelo rubio suelto detrás de la
oreja, con la mirada fija en el instructor. Todavía no se ha
dado cuenta de mi presencia, así que me acerco lentamente
a ella, asegurándome de permanecer oculto detrás de otros
estudiantes.
Quan sigue hablando, pero ahogo el sonido de su voz
y presto toda mi atención a Aspen. Estudio su delicado
rostro, memorizo cada curva de su cuerpo, las
contracciones de sus músculos y el pelo de su cabeza.
Cuanto más sepa de mi enemigo, mejor.
—Muy bien, todos, busquen un compañero —La voz
de Quan retumba en el espacio, y los estudiantes
comienzan a emparejarse inmediatamente.
Ninguno de los chicos ni siquiera me mira. Todos
mantienen las distancias conmigo. Una chica menuda pero
valiente se atreve a acercarse a mí. Lleva el pelo rubio
recogido en un moño en la parte superior de la cabeza. Su
mirada azul hielo me mide.
—¿Quieres que nos juntemos, grandullón? —pregunta
con un marcado acento ruso.
—En cualquier otro momento, me encantaría, pero
hoy tengo a alguien más que necesita una patada en el culo
—Miro más allá de la chica hacia Aspen. Todavía no se ha
fijado en mí, aunque está buscando activamente un
compañero.
La chica rusa se aleja sin decir nada más mientras yo
me acerco a mi presa. Al igual que yo, la gente no quiere
asociarse con ella, aunque por razones totalmente
diferentes. Todos saben lo que hizo su padre, y si los
criminales odian una cosa, es una maldita rata.
—¿Necesitas un compañero? —pregunto
despreocupadamente, acercándome a su lado.
Al oír mi voz, se gira tan rápido que creo que le va a
dar un latigazo. Sus ojos, ya de por sí grandes, se abren aún
más al mirarme. Es medio metro más baja que yo y tiene
que estirar el cuello hacia atrás para mirarme.
Parpadea lentamente como si estuviera
desconcertada de que le haya hablado.
—Eso no sería justo. Tienes el doble de mi tamaño.
—¿Acabas de llamarme gordo? —No puedo evitar
sonreír.
—Qué gracioso —Pone los ojos en blanco como si no
tuviera ni idea del peligro que corre.
Cruzando los brazos sobre el pecho, observa la sala,
dándose cuenta de que todo el mundo ha encontrado una
pareja, y nosotros somos los únicos que quedamos.
—Supongo que estás atrapada conmigo —
Prácticamente puedo oírla tragar saliva.
Su descaro se evapora mientras busca frenéticamente
una salida. Sus cejas se arquean y el miedo se apodera de
sus facciones. No estoy seguro de si no estaba asustada
hasta ese momento o si simplemente sabe ocultarlo. En
cualquier caso, su máscara ha desaparecido y veo que el
pánico empieza a salir.
—Vamos, ustedes dos —nos dice Quan. Todos los
demás ya están practicando los movimientos que él
demostró, y nosotros somos las únicas dos personas que
están de pie sin hacer nada—. Empiecen a luchar.
Aspen lanza una mirada suplicante al instructor, como
si pudiera salvarla de mí. Para que nos demos cuenta, en
realidad se aparta de nosotros, dándonos la espalda.
—Ya lo oíste, no te quedes parada —Me río, y luego
estoy sobre ella.
Nunca he luchado con alguien más pequeño que yo,
así que cuando la tiro al suelo, lo hago con mucha más
fuerza de la necesaria. La delgada alfombra no es un gran
amortiguador para su pequeño cuerpo al caer sobre ella, así
que el aire pasa por sus labios en un resoplido. Gruñe
claramente de dolor y aprieta los ojos. Casi me da pena...
casi.
Un suave gemido sale de sus labios y trata de alejarse
de mí, pero ambos sabemos que las cosas no van a terminar
tan fácilmente. Me subo encima de ella y me pongo a
horcajadas sobre sus caderas. Sus ojos se abren y sus
manos empiezan a moverse. Intenta apartarme, pero le
agarro las muñecas con facilidad y las inmovilizo en la
alfombra. Si creía que iba a dejar pasar lo que dijo y lo que
hizo su familia, es más estúpida de lo que pensaba.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Combate cuerpo a cuerpo —Guiño un ojo.
—Esto no es lo que debemos practicar —Echa un
vistazo a la sala y yo sigo su mirada. Nadie nos presta
atención. Quan sigue de espaldas a nosotros, ignorando lo
que ocurre como el resto de la clase.
—No creo que a nadie le importe lo que te estoy
haciendo.
Inclinándome, pongo la mayor parte de mi peso
corporal sobre ella, inmovilizándola por completo. Con mi
pecho presionado contra el suyo, puedo sentir su corazón
latiendo furiosamente contra mi piel.
Su pelo rubio se abanica contra el suelo y sus mejillas
se han vuelto de un suave tono rosado. Su pecho sube y
baja tan rápido que puedo ver su pulso en la garganta.
Bajando aún más la cabeza, rozo con mis labios a su
oreja. El miedo mezclado con su singular aroma floral
invade mi nariz, y lucho contra el impulso de respirar más
profundamente. Todo su cuerpo se estremece y mi polla
cobra vida.
—Déjame que te lo aclare, ya que es obvio que aún no
te has dado cuenta. Estás en lo más bajo de la escalera
social. Eres la suciedad bajo los pies de todos los demás. No
significas nada para nadie. Apuesto a que podría bajarte los
leggings ahora mismo, follarte en esta alfombra, y ni una
sola persona me detendría, por mucho que suplicaras.
¿Quieres demostrar que me equivoco?
Mi amenaza la lleva a forcejear y tratar patéticamente
de apartarme, pero lo único que hace es frotarse contra mi
polla ya medio tiesa.
Me río entre su pelo, y es entonces cuando ella hace
algo que no vi venir.
Gira la cabeza hacia mí, de modo que su mejilla se
aprieta contra la mía y sus labios se posan en mi cuello. Su
aliento caliente se extiende por mi piel y me hace sentir un
escalofrío.
Por un momento, creo que va a besarme. Sin
embargo, en lugar de la suavidad de sus labios, recibo el
agudo mordisco de sus dientes.
Me mordió, y no sólo un poco. La perra me mordió con
fuerza.
—Joder —siseo, sorprendido por el inesperado dolor.
Me alejo de ella de un empujón, dándole el tiempo
suficiente para apartarse de mí y rodar.
Aturdido, me pongo de rodillas y me llevo la mano al
lado del cuello para tocar el punto sensible.
Me mordió de verdad.
La veo levantarse y ya conozco su próximo
movimiento. Va a salir corriendo. Es lo que hacen las presas
débiles que no pueden defenderse. No consigue dar ni un
solo paso antes de que le arrebate el tobillo y la tire de
nuevo a la colchoneta. Su cuerpo aterriza en el suelo con un
ruido sordo y deja escapar un aullido. Me da una patada con
el pie libre, pero evito su ataque con facilidad.
La agarro por detrás, arrimo su cuerpo a mi pecho y le
rodeo la garganta con el brazo para estrangularla. Ahora
lucha en serio, dándome codazos en las costillas e incluso
tratando de echar la cabeza hacia atrás, probablemente con
la esperanza de conectar con mi cara. Ninguno de sus
movimientos me perturba. Lo único que importa en este
caso es el control.
Ignorando mi entorno y su lucha, la agarro con fuerza.
Como una boa constrictor6, la atraigo hacia mí, acercándola
con cada respiración.
Su culo rechina contra mi entrepierna mientras lucha
con más fuerza por zafarse, y sus dos manos arañan mis
brazos encadenados a ella. Sus afiladas uñas me atraviesan
la piel, provocando un siseo. Ya sé que me va a dejar más
que esa marca de mordisco.
Una vez más, la aprieto, arrancando un gemido
derrotado de sus labios. Un momento, todo su cuerpo está
rígido, luchando contra mí con todas sus fuerzas, y al
siguiente, se relaja completamente en mi agarre.
Su cabeza se echa hacia atrás y se apoya en mi
hombro, y sus brazos caen inútilmente a su lado.
La sala se queda en un silencio espeluznante y,
cuando levanto la vista, me doy cuenta de que toda la clase
ha dejado de pelear. Todos los ojos están puestos en mí, en
una Aspen desmayada en mis brazos.
Mi primer instinto es soltarla del todo y dejar que su
cuerpo inconsciente caiga a la colchoneta, pero algo me
hace dudar. Suelto el brazo de su garganta, pero continúo
sosteniéndola, soportando su peso por completo. El
concepto tiene un encanto que no sabía que estaba
deseando. No sé por qué, pero me gusta acunarla contra mi
pecho cuando está desmayada y no puede defenderse.
Una extraña sensación de calma me invade. Hay algo
en tener este tipo de control sobre ella. No sólo tengo su
cuerpo entre mis brazos, sino que tengo toda su vida en la
palma de mis manos.
Durante el último año, todo a mi alrededor ha sido un
caos. No podía proteger a la gente que quiero. Estaba tan
indefenso. No tenía poder sobre nada, pero ahora, en este
mismo momento, estoy al mando. Yo, y sólo yo decido lo
que sucede a continuación.
La única pregunta es: ¿qué voy a elegir?

CAPITULO SEIS
Aspen
Un fuerte pinchazo en la mejilla me saca de la
oscuridad de mi mente. Mis ojos se abren de golpe cuando
alguien vuelve a abofetearme la cara.
Esta vez, es lo suficientemente fuerte como para que
mi cabeza se sacuda hacia un lado.
¿Qué demonios? Tardo un momento en entender lo
que está pasando.
Mi visión se centra en el rostro de Quinton, que frunce
el ceño hacia alguien a mi derecha. Siguiendo su mirada,
encuentro a Quan, el instructor, arrodillado en el suelo a mi
lado. Tiene la mano levantada, a escasos centímetros de mi
cara. Entonces me doy cuenta de que los dedos de Quinton
rodean la muñeca de Quan como si acabara de evitar que
me abofeteara por tercera vez.
Debo haberme golpeado la cabeza porque es
imposible que esté viendo bien esta situación.
Quinton aparta la mano del instructor y el hombre que
se supone que nos está enseñando se pone en pie como si
tuviera miedo de su alumno.
—Hay que llevarla al médico para que la revisen —
dice Quan.
—Está bien —responde Quinton como si estuviera al
mando.
—Sí, pero todavía tengo que llevar su culo al médico.
Responsabilidad civil y esas cosas. No voy a perder mi
trabajo por algo pequeño.
—Está bien, de acuerdo. Yo la llevaré —ofrece
Quinton.
—No —grazno, intentando incorporarme. Siento la
garganta como si alguien me hubiera metido un cristal
aplastado—. No necesito ir al médico. Estoy bien —En
realidad no lo estoy, pero la idea de estar a solas con
Quinton me hace ser consciente a través de mi mareo. No
puedo imaginarme lo que podría hacer si estuviéramos a
solas después de lo que acaba de pasar en una habitación
llena de gente. Mi mejor opción es poner toda la distancia
posible entre nosotros.

—No tiene sentido. Estaré encantado de llevarte —


Quinton me guiña un ojo.
Imbécil.
—He dicho que no —Me muevo para ponerme de pie,
todavía un poco desorientada. Me tambaleo sobre mis pies,
y Quinton tiene la audacia de agarrarme del brazo. Casi
como si fuera un buen samaritano ayudándome a
levantarme del suelo y no el que acaba de ahogarme hasta
la inconsciencia. Me quito el brazo de encima en cuanto me
levanto, pero el rápido movimiento me hace girar la cabeza
y me hace balancearme de un lado a otro como una hoja en
una tormenta.
Quinton me rodea la espalda con su brazo y me atrae
hacia su lado para estabilizarme. Sea cual sea el juego que
está jugando, quiero salir de él.
—Sí, definitivamente me la llevo —anuncia Quinton.
Quiero protestar y pedirle al profesor que me
mantenga aquí, pero él hará todo lo que Quinton le pida.
Aprieto los labios en una fina línea y me trago las palabras
que quiero decir. Como si fuera una niña, Quinton me
acompaña fuera del gimnasio y hacia uno de los pasillos
vacíos.
—Yo me encargo a partir de aquí —le digo
bruscamente en cuanto nos quedamos a solas.
—No lo creo. Tienes que ir a ver a un médico y que te
revise la cabeza, y yo necesito que la enfermera me mire el
cuello donde me mordió una gata salvaje y los brazos donde
me arañó ese mismo animal.
—El único animal aquí eres tú. Lo único que hice fue
protegerme —gruño, queriendo hundir mis uñas en su cara.
—¿Estás segura? Podría jurar que estabas frotando tu
culo en mi entrepierna como una gata en celo.
—Estás alucinando.
—Y tú eres fuerte —contesta—. Me pones la polla un
poco dura, pero no tanto como cuando te desmayas. Me
gustas más cuando no hablas ni te mueves. Eres como una
muñeca con la que puedo jugar —No puedo creer que haya
dicho que era atractiva de alguna manera. Sabía que la
oscuridad acechaba en el interior de los hombres como él,
pero nunca preví que se dirigiera a mí.
—Sabes que fabrican muñecas hinchables para tipos
como tú que no consiguen gustarle a una chica. Creo que
incluso tienen un agujero para meter la polla —No sé por
qué sigo antagonizando con él. Tal vez me dejaría en paz si
mantuviera la boca cerrada. Por otra parte, ya estoy harta
de que mis compañeros me traten como una mierda.
—Prefiero meter la polla en algo caliente —Su brazo
sigue rodeando mi espalda, y cuando me acerca, aprieto los
dientes y presiono mis pies en el suelo, intentando que me
suelte—. He oído que el pastel de la cafetería se sirve
caliente.
—¿Alguna vez te callas? —Sacude la cabeza.
—Hablar será la perdición de toda tu familia. Tu padre
no sabía cuándo callar, y resulta que tú tampoco.
No puedo evitar una mueca de dolor ante sus
palabras. El dolor me atraviesa al recordar todo lo que mi
familia ya ha perdido, y no tengo ninguna respuesta
ingeniosa para ello.
—¿Estás seguro de que este es el camino hacia el
edificio médico? —pregunto cuando me doy cuenta de que
llevamos un rato caminando por este pasillo.
Quinton no responde, pero acelera el paso, haciendo
que mis piernas más cortas no puedan seguirlo. Una
sensación de incomodidad se apodera de mis entrañas y me
obligan a dejar de caminar, clavando de nuevo los talones
en el suelo.
Me recuesto en el abrazo de Quinton, giro la cabeza y
lo miro. Las luces de los pasillos son tenues, por lo que me
resulta difícil distinguir sus rasgos, pero lo que veo me
perseguirá en sueños durante la próxima semana. La forma
en que me mira ahora, como si fuera su presa en lugar de
un ser humano con sentimientos y necesidades, me hace
temblar. La oscuridad de su mirada aumenta y sus labios se
curvan a los lados, sus rasgos se vuelven toscos.
—No me vas a llevar al médico, ¿verdad? —Intento
ocultar el miedo que me produce la respuesta, pero el
escaso temblor de mis palabras delata mi temor.
—Inteligente y divertida. Serías el paquete completo
si no fuera por tu maldita boca. Tal vez si encuentro un
mejor uso para ella, no serias tan insoportable.
No sé por qué, pero siento la necesidad de
disculparme. Tal vez eso le haga cambiar de opinión sobre el
lugar al que me lleva.
—Mira, lo siento. Por lo que dije esta mañana.
Me sujeta con más fuerza, sus dedos se clavan en mi
carne con una fuerza contundente, y me obliga a dar un
paso adelante, básicamente arrastrándome a su lado.
—Me importa un carajo lo que dijiste esta mañana. No
quiero tus disculpas. Eso no te salvará de mí —Me suelta y
me empuja de nuevo contra la pared, y el dolor se irradia
por mi columna vertebral tras el impacto. Su enorme
estructura me encierra, sin dejarme escapar. Puedo sentir el
calor que su cuerpo desprende de él.
Me estremezco ante la frialdad de su mirada, y los
pequeños pelos de mi nuca se erizan ante su siguiente
frase.
—Lo que quiero son tus gritos, tus lágrimas. Te quiero
débil e inmóvil. Quiero que me ruegues que pare mientras
tomo y tomo hasta que no quede nada mas que tomar.
Estaba segura de que ya había sentido un miedo real,
verdadero, como en el gimnasio cuando me estranguló,
pero nada se puede comparar con este momento.
—Por favor, Quinton, déjame ir. Te dejaré en paz. Me
mantendré fuera de tu camino. No volveré a acá. Será como
si nunca hubiera estado aquí. Como si nunca hubiera
existido —Ahora estoy divagando al máximo, agarrándome
a un clavo ardiendo en busca de cualquier cosa que pueda
sacarme de esta situación.
Quinton echa la cabeza hacia atrás y se ríe como si le
hubiera contado un chiste. El sonido rebota en las paredes y
resuena en mis oídos. Es tan amenazante como burlón.
Opto entonces por salir corriendo. Puede que no sea lo
suficientemente fuerte como para luchar contra él, pero si
consigo una ventaja, puedo dejarle atrás. La adrenalina se
dispara en mis venas y me lanzo por debajo de su brazo,
poniendo hasta la última gota de energía que tengo para
escapar de él.
—No lo creo, Aspen —Su voz me acaricia el oído un
momento antes de que su mano rodee mi muñeca. Un grito
se me atasca en la garganta cuando me hace girar,
empujándome contra la pared y rodeando con su mano la
delgada columna de mi cuello.
—No lo hagas. No quieres hacerlo —grazno, apenas
logro pronunciar las palabras cuando su agarre se hace más
fuerte. Se inclina hacia mí; las duras crestas de su cuerpo se
adaptan perfectamente al mío. Dejo escapar un jadeo
cuando su dura polla me presiona el estómago.
—Ese es el problema. Quiero hacerlo. Quiero hacerlo
más que nada —El aire de mi pecho traquetea, y tengo
miedo de lo que pueda pasar a continuación.
Aprieto los ojos, preparándome para sumergirme en
mi mente, cuando de repente, el agarre de Quinton en mi
garganta desaparece.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Una voz joven y
femenina llega a mis oídos. Abro los ojos y me giro en
dirección a la voz.
A unos seis metros se encuentra una mujer con el
pelo azul brillante, gafas de montura negra y un ceño
fruncido que podría rivalizar con el de Quinton. Parece
joven, pero no tanto como para ser estudiante. Se ajusta la
chaqueta y sigue mirándonos.
—Bueno... —Golpea el suelo con el pie
impacientemente, esperando una respuesta. Tengo la
lengua pegada al paladar, así que aunque quisiera decir
algo, no podría.
—Estábamos hablando, ¿no? —La mandíbula de
Quinton se aprieta ante el esfuerzo que le supone expulsar
las palabras.
—Estoy segura de que eso es lo que estaban
haciendo. ¿Por qué no te vas de aquí, y yo fingiré que no he
visto ni oído toda la conversación?
Inclinándose hacia mi oído, susurra:
—Esta vez has tenido suerte. La próxima vez, serás
mía.
Se me contrae la garganta y no me atrevo a mirar a
Quinton. Tengo miedo de lo que veré si lo hago. El calor
abrasador de su cuerpo se desvanece cuando da un paso
atrás y luego otro, dejando suficiente espacio entre nosotros
para que pueda respirar. El embriagador olor a hombre y a
colonia de madera se aleja y yo sigo mirando a la mujer,
con el corazón golpeando contra mis costillas, amenazando
con liberarse.
Los pasos de Quinton desaparecen en la distancia, y
suelto una respiración agitada, casi colapsando contra la
pared. Ni siquiera era consciente de lo tensa que estaba
cada pulgada de mi cuerpo hasta ahora. Supongo que el
miedo te hace eso.
—Ven, vamos a la biblioteca. Te haré una taza de
cacao caliente y podrás calmarte un poco —ofrece la joven.
—¿Quién es usted? —pregunto, con la voz quebrada.
—Soy Brittney, la bibliotecaria —La biblioteca. Sólo de
pensarlo me tranquilizo un poco. Me alejo de la pared, mis
miembros tiemblan mientras doy un paso vacilante hacia
ella. No quiero llamarla mi salvadora, pero en cierto modo,
me ha salvado—. Pareces un poco conmocionada —dice lo
obvio, y me giro para mirar por encima del hombro y ver si
Quinton se ha ido realmente o si se esconde en algún lugar
detrás de mí.
Quiero entrar en la biblioteca y esperar un poco antes
de intentar volver a mi dormitorio, pero ni un solo profesor o
alumno ha sido amable conmigo desde que llegué. Esta
mujer, aunque sea la bibliotecaria, podría ser tan mala y
odiosa como las demás. Esto podría ser un truco, o no.
No tengo muchas opciones, pero sé que todo lo que
esta profesora podría hacerme es poco en comparación con
lo que pasaría si Quinton me agarrara ahora mismo.
Empiezo a caminar hacia ella, y cuanto más me acerco, más
me doy cuenta de que está de pie en el arco de dos
enormes puertas dobles. Una vez que estoy lo
suficientemente cerca, se gira sobre sus talones y entra en
la biblioteca.
Siguiéndola, me detengo en la entrada para mirar el
interior. En cuanto lo hago, me doy cuenta de que se trata
de uno de los túneles que conectan con la parte del castillo.
Los techos son mucho más altos y arqueados, lo que da al
espacio una sensación de amplitud. Numerosas ventanas de
cristal en el lado derecho de la sala dejan entrar una gran
cantidad de luz. Mis pies se mueven por sí solos, y me
adentro en la sala. El espacio es cálido y acogedor, con
lámparas de araña colgantes que seguro tienen un aspecto
mágico por la noche.
No quiero admitir lo mucho que me gusta este lugar.
Las mesas están situadas a ambos lados de la sala,
mientras que delante de mí hay filas y filas de libros. En el
centro de la sala está el mostrador de circulación, al que se
dirige Brittney, la bibliotecaria. Un paraíso para los ratones
de biblioteca, eso es lo que es esta biblioteca. La más
pequeña de las sonrisas se dibuja en mis labios, pero hundo
los dientes en él para evitar que la sonrisa se manifieste.
Como una tímida ratona, la sigo. Se dirige detrás del
mostrador de circulación y me acerco lentamente, casi
esperando que empiece a reírse en mi cara o algo así.
—Allí hay una zona para sentarse. Ve a sentarte y te
traeré tu bebida.
—No hace falta —Intento que mi voz suene fuerte,
pero sale en una especie de susurro.
Levanta una de sus oscuras cejas y me mira
fijamente. Decido hacerle caso y camino alrededor del
escritorio hasta el espacio abierto. Hay sofás y sillas de
cuero, y el espacio está rodeado de estanterías, lo que lo
convierte en el lugar perfecto para sentarse a leer tu libro
favorito. Me hundo en uno de los sofás de cuero; el olor a
libros, cuero y chocolate impregna el aire.
Miro fijamente al espacio, sin estar preparada para
digerir lo que casi ha sucedido.
—Toma —dice Brittney, entregándome la taza. Su voz
me sobresalta y doy un salto en mi asiento, llevándome la
mano al pecho.
Tartamudeo para decir “gracias” y le quito la taza,
mirándola fijamente.
—De nada —dice, y observo con el rabillo del ojo
cómo se sienta en una silla grande y cómoda frente a mí.
Vacilante, me llevo la taza a los labios y bebo un sorbo del
humeante líquido caliente—. Normalmente, no permito que
los estudiantes coman o beban en la biblioteca, pero por ti,
me saltaré un poco las reglas.
Levanto la vista de la taza, el vapor que sale de ella, y
veo que Brittney está sonriendo, y aunque parece una
sonrisa genuina, no puedo estar segura. Aunque parece
agradable, no quiero deberle ningún favor a nadie ni cavar
un agujero más profundo. La amenaza de Quinton todavía
está en el aire, y sé que si realmente escuchó y vio lo que
pasó, tiene el poder de decírselo a alguien, y eso podría
hacer que mi tiempo aquí sea mucho más difícil. Necesito
acabar con esto, necesito decirle que estoy bien, que no me
hacía daño ni me molestaba. Debería haber dicho algo en el
pasillo, pero estaba demasiado asustada, demasiado
sorprendida de que alguien lo hubiera detenido.
La otra opción sería confiar en ella, contarle la verdad,
pero parece una mala idea, podría explotarme en la cara.
Me decido por la primera idea por ahora.
—Lo que sea que hayas visto u oído... —Empiezo, pero
ella agita su mano delante de ella, deteniéndome en mi
camino.
—Cuando quieras hablar de ello, podemos hacerlo,
pero por ahora, siéntete libre de sentarte aquí y disfrutar de
tu bebida.
—Sólo quiero que sepas que no me hizo daño ni nada
—continúo.
La mentira se me escapa de la lengua con tanta
facilidad que da miedo.
Se inclina en la silla hacia delante y se sube las gafas
negras por el puente de la nariz. Su mirada es pensativa
mientras me estudia. La luz se refleja en algo plateado, y es
entonces cuando me doy cuenta del anillo en su nariz.
—Como he dicho, podemos hablar de ello más tarde.
No deja ver si me cree o no. Simplemente termina la
conversación y sigue adelante, casi como si me diera una
salida. Dándome la oportunidad de hablar con ella cuando
esté preparada para decir la verdad.
—¿Por qué no me dices cómo te llamas?
Tomo un poco más de cacao caliente, maldiciéndome
mientras me quema un camino de fuego por la garganta.
—Aspen —resoplo, medio ahogada.
Brittney se ríe.
—Se llama cacao caliente por una razón. Es caliente, o
si no se llamaría cacao tibio. Se bebe a
sorbos, no a tragos.
Esta vez, le devuelvo la sonrisa y bajo la taza de mi
boca lentamente.
—Lo siento. Me da un poco de vergüenza no haber
venido antes. Me encantan los libros, y esta biblioteca es
como el paraíso de los ratones de biblioteca —Miro
alrededor de la sala y me quedo con la grandeza de la
misma.
Suspira.
—Ojalá más estudiantes sintieran lo mismo, pero no
es así.
—Son estúpidos —digo sin palabras—. Podría vivir
aquí —Es una broma, bueno, algo así. Esta biblioteca ya es
un lugar al que podría verme viniendo a diario.
El silencio se instala a nuestro alrededor, y doy un
sorbo a mi bebida caliente, dejando que me calme por
dentro. Durante un breve instante, me olvido de Quinton, de
que mi padre está en la cárcel, de que mi vida se
desmorona. Dejo que todo quede en el atrás y me relajo en
la comodidad que me rodea.
Frunzo el ceño una vez que llego al fondo de mi taza y
miro a Brittney, que me ha estado observando todo el
tiempo.
—Muchas gracias por... el cacao, y... —Me quedo sin
palabras. No estoy realmente preparada para explicar lo
que estaba pasando en el pasillo.
—No te preocupes, y quiero que sepas que eres
bienvenida aquí cuando quieras. De hecho, ya estoy
deseando volver a verte.
No puedo evitar sonreír, sobre todo porque es la
primera profesora que me habla, la primera persona que me
trata como a un humano en este retorcido lugar. Le doy la
taza y me levanto del sofá de cuero. Siento las piernas
como gelatina, estoy agotada, tanto mental como
físicamente. Sólo puedo esperar que cuando salga de aquí,
Quinton no me esté esperando.
—Gracias, Brittney. Definitivamente volveré, y la
próxima vez, traeré un libro.
—Lo estoy deseando —Sonríe, y puedo sentir sus ojos
sobre mí mientras salgo de la biblioteca. Y así, creo que he
encontrado el único refugio que tendré en Corium.
En cuanto salgo al pasillo, saco mi teléfono y miro el
mapa para saber a dónde demonios voy. Llego a mi clase de
la tarde justo a tiempo, que, por algún milagro, transcurre
sin ningún incidente.
Cuando por fin termino el día, lo único que quiero
hacer es correr a mi dormitorio y encerrarme. Pero el pasillo
está lleno de gente que intenta entrar en su habitación.
Entonces mi estómago gruñe, recordándome que no he
comido nada desde el desayuno. Ignoro los gruñidos y uso
mi tarjeta de acceso para entrar en mi habitación.
Sacrificaré la cena de esta noche si eso significa que no
tengo que preocuparme de volver a encontrarme con
Quinton.
CAPITULO SIETE
Quinton
No tardé en descubrir quién era la mujer de pelo azul.
No estoy seguro de cómo la extravagante mujer de unos
veinte años acabó en este lugar, pero algo me dice que va a
ser un problema, al menos en lo que respecta a Aspen.
Fue pura suerte que se me escapara de las manos el
otro día.
Podría haber forzado la mano de la bibliotecaria. Al fin
y al cabo, era mi palabra contra la suya, y sabiendo quién
es mi padre y cuánto dinero ha invertido en este lugar, era
seguro que cerraría la boca a riesgo de perder su trabajo,
pero algo en hacer sentir a Aspen que se había escapado de
mí aumentaba la emoción. Aumentaba lo que estaba en
juego.
Estoy jodido, pero jugar con ella fue un subidón del
que nunca quise bajar. Un golpe resuena en el apartamento,
y no me molesto en moverme del sofá para abrir la puerta.
Ren ya está al otro lado de la habitación, listo para organizar
nuestra primera reunión con un par de chicos que
conocemos. He pasado demasiado tiempo estudiando las
redes sociales de Aspen, que son muy escasas. No ha hecho
ni un solo post en meses, e incluso antes de eso, no hay
nada que pudiera usar en contra de ella.
—He traído cerveza —grita Nash mientras atraviesa la
puerta abierta.
—¡Gracias a Dios! —Me levanto del sofá y deslizo mi
teléfono en el bolsillo.
El padre de Nash es un colega cercano de mi padre,
pero no es un criminal del mismo calibre. Salvo algún robo
menor, el tipo nunca ha matado ni herido a nadie. No, sus
crímenes incluyen el lavado de dinero, fraude y sobornos.
Sin embargo, puedo ver por qué su padre lo envió aquí. No
sólo quiere que se forme conexiones, está claro que Nash
necesita algo de ayuda para convertirse en un mejor
criminal, que es exactamente para lo que sirve este lugar.
No puedes proteger tu imperio si no sabes cómo hacerlo.
Ren cierra la puerta, y un momento después, se abre
de nuevo. Matteo entra caminando como si fuera el dueño
del lugar.
—Claro, entra, siéntete como en tu puta casa —dice
Ren, con el sarcasmo goteando de su voz. Matteo, que es un
oso de hombre, simplemente se encoge de hombros. Es tan
alto como yo y tan musculoso como Ren y yo juntos. Gruñe
y pasa por delante de Ren.
Matteo es el hijo de Dick Valentine, un asesino que
trabaja para mi padre. Como yo, dudo que esté aquí para
entrenar. No sé nada sobre la relación de Matteo y Dick, así
que no puedo decir por qué está aquí, pero su padre lo ha
estado preparando para ser un asesino entrenado desde
que era un niño. Nada en esta escuela puede enseñarle más
que su propio padre.
Después de que Ren me pase una cerveza y le quita
el tapón a la suya. La acepto con gusto, le quito el tapón y
me trago la mitad de la cerveza en dos tragos.
Nash se sienta en la pequeña mesa del comedor,
proporcionada tan amablemente por la universidad.
—¿Alguien más está de acuerdo en que la oferta de
chicas aquí es jodidamente escasa? Pensé que la
universidad se suponía que era de colegialas calientes
follando entre sí. Todas las chicas de aquí quieren sacarme
los ojos.
—La rusa parece tener ganas de pasarlo bien —digo
entre sorbos de cerveza.
—No, gracias. Está loca de remate como su madre.
Prefiero masturbarme que preocuparme de que me mate
mientras duermo.
Matteo se encoge de hombros, su mirada oscura sin
emoción.
—¿Y Aspen Mather?
La mera mención de su nombre me produce un
escalofrío. Casi quiero que sea un secreto, mi secreto que
nadie más conoce, algo que puedo atormentar y tocar
siempre que me plazca.
—No tocaría a esa perra ni aunque me pagaras para
hacerlo.
—No necesitas dinero, gilipollas, así que nadie te paga
por tocarla.
Resoplo y doy un trago a mi cerveza, intentando no
pensar en lo territorial que ha sonado esa afirmación. La
verdad es que Aspen no significa una mierda para mí, no en
el sentido de que realmente me importe, pero curiosamente
tampoco quiero que nadie más se interese por ella.
—Su padre le ha causado un montón de problemas a
la gente. No puedo decirte cuántas ofertas de asesinato ha
recibido mi padre —admite Matteo con indiferencia.
Nash da un largo trago a su cerveza antes de hablar.
—He oído que ayudó a su padre, se hizo amiga de la
gente, se convirtió en toda una socialité para su padre.
Espiaba a la gente y todo eso.
¿Una socialité? Inclino la cabeza hacia atrás y los
escucho hablar. He visto a Aspen en algunos actos de
recaudación de fondos, pero nunca parecía que estuviera
allí para hacer amistad con nadie. Siempre tuve la impresión
de que odiaba estar allí.
Ren interviene en la conversación.
—Incluso si ella no le ayudó, es una rata simplemente
por asociación. Ya sabes la mierda que su padre hizo a la
familia de Quinton. La manzana nunca cae lejos del árbol.
No se puede confiar en ella.
—Ha sacudido la mierda, eso es seguro. He oído
rumores de que la gente ha tenido que mudarse,
esconderse, y ni hablar de la mierda de dinero que se ha
perdido por culpa de ese imbécil. En mi opinión, se merece
la penitencia que le toque —explica Matteo con un tono
extraño, casi como si quisiera ser él quien repartiera la
penitencia. Lástima para él que otro lo haga —yo—. Más
vale que Matteo no se interponga en mi camino.
Sigue hablando y dice algo que hace reír a Ren y a
Nash. Por un momento, me quedo sin palabras. Lo que sea
que esté diciendo se convierte en ruido de fondo.
No es hasta que el tema cambia que el agarre de mi
botella de cerveza se hace más fuerte, y mis propias
frustraciones salen a la superficie.
—La bebida que tienen aquí apesta...
—Necesito un club de striptease y una prostituta que
me haga lo que quiera por cincuenta dólares...
—Sólo quiero una puta hamburguesa doble con
queso...
Estar sentado aquí escuchando los supuestos
problemas de los demás me hace estallar. Sus quejas son
superficiales.
No tienen ni la más puta idea de lo que es perder,
estar perdido y no ser encontrado nunca. La cerveza se me
escapa de las manos y cae al suelo. El líquido marrón sale a
borbotones por la parte superior, recordándome lo cerca
que estoy de romper, de sucumbir a la presión. Quién sabe
qué demonios haré si no me alejo ahora mismo, pero no
quiero averiguarlo.
Ignorando la cerveza derramada, me doy la vuelta y
salgo furioso en dirección a mi dormitorio para estar a solas
con mis pensamientos.
—Quinton, ¿qué mierda? —La voz preocupada de Ren
llena mis oídos y, un segundo después, su mano me aprieta
el hombro.
Me quito la mano de encima y me vuelvo hacia él,
clavándole la mirada.
—He terminado de socializar por esta noche. Déjame
en paz, joder.
La advertencia en mi tono es clara, y las cejas de Ren
se disparan, con la sorpresa grabada en sus rasgos. Da un
paso atrás, levanta las manos y me doy la vuelta, de camino
a mi habitación. Una vez dentro, cierro la puerta tras de mí
y echo el cerrojo.
Es tan estúpido, especialmente cuando una puerta no
va a impedir que Ren entre aquí. Una parte de mí sabe que
una de las razones por las que ha venido conmigo es porque
tiene miedo de que me rompa. Teme que me cierre y no
vuelva a aparecer.
En cuanto mi culo toca el colchón, mi móvil empieza a
sonar. Es una llamada FaceTime de Scarlet. Me pican los
dedos por rechazarla, pero una pizca de culpa me atraviesa.
Si no hablo con ella, se enfadará, y mi hermana pequeña
me importa demasiado como para ignorar su llamada.
Además, soy yo quien la ha dejado con todos los problemas
en casa. Lo menos que puedo hacer es mantener mi
relación con ella. Se lo debo.
Sin pensarlo más, pulso la tecla de respuesta y, en el
momento justo, su rostro sonriente se refleja en mí y me
obligo a sonreír.
—Por una vez, me gustaría que sonrieras de verdad.
Pareces tan enfadado todo el tiempo.
—No lo hago, y si lo hago, no es mi intención.
Los labios rosados de Scarlet se forman en un
puchero.
—Ya te echo de menos.
—Yo también te echo de menos. No falta mucho para
las vacaciones de invierno. Volaré a casa para verte —Me
estremezco al pensarlo. Quiero ver a mi hermana más que
nada, pero mis padres son otra cosa. No puedo soportar una
visita de ellos mismo ahora. Es demasiado pronto,
demasiado.
—Lo sé, pero está tan lejos. Me gustaría que
estuvieras aquí. Mamá y papá me están volviendo loca. Son
como dos madres gallinas, siempre comprobando cómo
estoy y preguntando si estoy bien.
Odio la tristeza que se refleja en sus ojos y en mí. A
veces, siento que Scar es todo lo que me queda, y yo soy
todo lo que ella tiene. Tenemos que estar juntos, aunque yo
esté a kilómetros y kilómetros de distancia.
—Puedes llamarme cuando quieras, aunque sea para
hablar. Sigo estando aquí para ti —La luz de sus ojos se
ilumina y lo que he dicho parece animarla un poco. La
puerta detrás de ella se abre con un chirrido y mamá asoma
la cabeza dentro de la habitación. En cuanto me ve en la
pantalla, cierra la puerta.
Scar mira por encima del hombro hacia la puerta que
ahora está cerrada. Sacude la cabeza y vuelve a centrar su
atención en mí.
—Mamá está muy disgustada, y papá, sabes que es
bueno para enmascarar sus emociones, pero ni siquiera él
puede ocultar que se siente miserable. Sé que te echan de
menos y también quieren hablar contigo.
Puedo sentir que mi presión sanguínea sube ante la
mención de que quieren hablar conmigo. No es mi culpa que
me haya ido con tantas cosas sin decir.
—No voy a hablar con ninguno de los dos, no después
de lo que hicieron y de todos los secretos que guardan —Es
difícil ocultar mi enfado a Scar, pero consigo mantener la
voz uniforme y el veneno fuera de mis palabras.
—Lo único que quieren es hablar —responde Scarlet.
—Y yo aún no estoy preparado —suelto, pero me
arrepiento en cuanto lo hago. Scarlet frunce el ceño,
frunciendo las cejas como si la hubieran regañado—. Mira, lo
siento, Scar. No pretendía atacarte, pero aún no estoy
preparado —Mi voz se vuelve más suave, y eso alivia parte
de la tensión de la cara de Scarlet.
—Lo entiendo. Sólo echo de menos ser normal —Odio
lo deprimida que suena y que no hay nada que pueda hacer
al respecto.
—Las cosas no volverán a ser como antes, pero cada
día pueden mejorar —No me importa lo que me pase ni
cómo me sienta. Lo único que me importa es que Scarlet
esté feliz, sana y contenta con la vida. No le voy a fallar.
Un golpe resuena en el teléfono y ella vuelve a mirar
por encima del hombro.
—Tengo que irme, pero volveré a llamar pronto.
Pórtate bien, hermano —Sonríe, y entonces la pantalla se
oscurece, la llamada termina antes de que pueda
despedirme.
Tiro el teléfono sobre el colchón y me tumbo, mirando
al techo. Vuelvo a entrar en una espiral, y cada día estoy
más cerca de perder los últimos resquicios de mi control.
Necesito algo que me ancle, algo que pueda controlar.
No, no algo, alguien. El enemigo. Aspen. Necesito
tenerla bajo mi control de nuevo, a mi merced, porque tan
enfermo como es, tan equivocado como es, es el único
momento en que me siento como mi antiguo yo. El único
momento en que me siento en control de mi vida.
CAPITULO OCHO
Aspen
Los días comienzan a mezclarse en este agujero
infernal. El único respiro es que de alguna manera me he
mantenido fuera del radar de Quinton. Me las he arreglado
para ir toda una semana entera sin tener un solo encuentro
con él. Por supuesto, me salté la clase de esta mañana, para
no tener que verlo.
Entre el miedo a que me pille y el hecho de estar sola
y ser señalada dondequiera que vaya, es un desastre. Hasta
los profesores parecen no quererme. Estoy atrapada en este
lugar sin ningún otro sitio al que ir. Por no hablar de que no
he podido hablar con mi madre. Cada vez que intento
llamarla por Skype, está ocupada. Lo único que quiero hacer
es desahogarme con ella sobre este lugar, aunque no le
importe. Ella fue la que más abogó por que fuera aquí.
Dejo de lado la fiesta de lástima que estoy montando
en mi mente para más tarde y recojo toda mi ropa en la
bolsa de lavandería que me proporcionaron al llegar. Tengo
que bajar a la planta baja para dejar mi ropa para que la
limpien. Por lo visto, los estudiantes de aquí tienen
demasiada clase como para manejar una lavadora y una
secadora. Me burlo de la tontería y me pongo la bolsa al
hombro.
Sí, la mayoría de nosotros crecimos ricos, pero esto
sigue siendo una universidad. La gente debería al menos
saber lavar su ropa.
Mi única ropa limpia es la que llevo puesta: un par de
sudaderas, una camiseta y una sudadera de gran tamaño.
Llevo tanto tiempo posponiendo bajar a lavar la ropa que
literalmente no tengo nada más que ponerme. Por lo
general, postergo cualquier cosa que me obligue a caminar
por los dormitorios o por cualquier otro lugar.
De hecho, dudé con la idea de dejar de asistir a las
clases por completo, pensando que si suspendía,
seguramente me enviarían de vuelta a casa. ¿Pero qué
pasaría entonces? Perdimos la mayor parte de nuestro
dinero cuando mi padre fue condenado. Los únicos bienes
que conservamos fueron la casa y mi fondo fiduciario. Ni
siquiera sé cuánto cuesta asistir a este lugar, pero dudo que
me devuelvan la matrícula.
Deseando acabar rápidamente con esto, camino a
toda velocidad por el pasillo, esperando pasar por delante
de la gente antes de que se den cuenta de que soy yo. Lo
consigo la mayor parte del camino. Sólo unos pocos golpes
de hombro, insultos y miradas sucias me lanzan mientras
bajo las escaleras.
Por suerte, no hay cola cuando me acerco al
mostrador. La camarera que se encarga de la colada levanta
la vista del libro que lleva en la mano con una sonrisa. Esa
sonrisa se borra inmediatamente de su rostro cuando
reconoce quién soy.
Deben tener una puta foto mía colgada en la sala de
descanso de los empleados o algo así. ¿Cómo es que todas
las personas me conocen?
—Lo siento, señorita. No puedo llevarle la ropa —me
dice, con un ceño triste en los labios. Al menos no se está
burlando de mí—. Lo siento —repite, y puedo decir que su
disculpa es real, lo que significa que no es ella. Alguien le
está diciendo que no me ayude. Aunque me siento
derrotada, no voy a dejar que me moleste. Sé cómo usar
una lavadora y una secadora.
—Entiendo. ¿Puede indicarme la dirección de una
lavadora que pueda usar?
Su cabeza baja y sus hombros se hunden.
—Los estudiantes no pueden usar las lavadoras.
Estoy tan sorprendida que casi se me cae el bolso.
—¿Qué quieres decir?
—No puedo dejarte entrar en la lavandería. Está
prohibido para los estudiantes.
—¿Pero tampoco puedes lavar mi ropa? —aclaro, y
ella niega con la cabeza—. Entonces, ¿cómo se supone que
voy a lavar mi ropa?
Suspira y me da un pequeño encogimiento de
hombros. Sé que no es cosa suya, pero me resulta difícil no
dejar salir mi ira contra la persona que tengo delante.
—Gracias por nada —digo con desprecio y me voy.
Básicamente, vuelvo corriendo a mi habitación con la
bolsa de ropa rebotando en mi hombro. Ya me duele el
brazo por tenerlo en un ángulo extraño durante tanto
tiempo, pero le doy la bienvenida al dolor. Dejo que
alimente mi ira.
Al pasar mi tarjeta de acceso, abro mi habitación lo
suficiente como para meter la bolsa dentro, luego cierro la
puerta de golpe y me dirijo al edificio de la administración.
Para cuando llego al despacho del director, mi fuerza
disminuye lentamente, pero sé que tengo que hacerlo.
Tengo que defenderme en algún momento. ¿Qué mejor
momento que éste?
—¿Puedo ayudarle? —pregunta la secretaria de la
recepción con una sonrisa falsa pintada en sus brillantes
labios rojos.
—Necesito hablar con alguien.
—¿Alguien? —me responde como un loro.
No, no alguien, sino al hombre que tiene el control.
—Quiero hablar con el señor Diavolo —digo,
manteniendo la voz firme.
—¿Segura?
—Sí —respondo antes de cambiar de opinión.
—Muy bien, querida —Pulsa algunos botones en el
teléfono y hace un gesto con la mano hacia la puerta que
hay junto a su escritorio.
Respirando profundamente para calmarme, me dirijo
al despacho del director y abro la pesada puerta de madera.
Lo encuentro sentado en su escritorio, con los pies
apoyados y recostado en su silla de cuero. Sus ojos están
pegados a una gran pantalla de televisión que parece una
ventana a un bosque. En el fondo suenan suaves sonidos de
la naturaleza.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta, sonando
aburrido. Ni siquiera me mira hasta que empiezo a hablar.
—Lo entiendo, me odias. Todo el mundo lo hace. Pero
necesito ropa limpia, y ya que los servicios de lavandería se
niegan a lavar mi ropa, lo haré yo misma, pero tienes que
darme al menos acceso para lavarla.
—Tienes un baño. Lava tu ropa en el fregadero.
—Mi fregadero está roto y el conserje no lo arregla.
Simplemente se encoge de hombros, como si no
pudiera importarle el estado de mi habitación.
—Eso parece un problema personal. Estoy seguro de
que puedes resolverlo.
—Sabes que pago la misma matrícula que los demás,
¿verdad? No puedes quitarme las cosas.
Golpeando las palmas de las manos sobre la mesa, se
sienta tan rápido que apenas le veo moverse. Asustada, doy
un salto hacia atrás, chocando con una mesa lateral detrás
de mí.
—Vamos a dejar una cosa muy clara, tú no vienes aquí
a exigir nada. Me importa una mierda tu comodidad o cómo
te lavas tu puta ropa. Alégrate de que te hayamos dado una
habitación en los dormitorios, porque en la superficie hay
una bonita choza sin agua corriente ni calefacción.
¿Prefieres quedarte ahí?
Sacudo la cabeza con furia, en el signo universal del
no, con la lengua repentinamente pesada en la boca. El
tranquilo sonido de la escena del bosque que proviene del
televisor queda ahogado por el fuerte golpe de mi corazón
que late con fuerza en mis oídos.
—Si eso es todo, ya puedes irte a la mierda —Va por la
mitad de la frase, pero yo ya me dirijo a la puerta. No puedo
alejarme de él lo suficientemente rápido, y venir aquí fue
definitivamente un error.
Derrotada, vuelvo a los dormitorios, ahogando los
comentarios sarcásticos de la gente con la que me cruzo.
De vuelta a mi habitación, recojo la bolsa de ropa y la tiro
sobre la cama. Más tarde tendré que lavarla de alguna
manera en la ducha con mi champú, pero de momento, elijo
la ropa más limpia y me la pongo.
La camisa está arrugada y el olor es poco agradable.
Me ahogo en perfume y me paso el peine por el pelo hasta
que me veo y huelo medianamente presentable. Al salir,
cojo mi bolso y me dirijo a mi clase de historia, que me
perdí la semana pasada gracias a Quinton.
Sorprendentemente, encuentro el aula enseguida y,
por suerte, llego un poco antes. Tomo asiento al fondo,
escondida en un rincón del aula. Quizá nadie se fije en mí.
De hecho, logro pasar la mayor parte de la clase sin
que nadie me moleste. El profesor Brush repasa la Guerra
Fría, el espionaje y otras tácticas de guerra. No es hasta que
toca el tema de la traición que me convierto en el centro de
atención.
—Probablemente sepas que oficialmente Julius y Ethel
Rosenberg fueron las únicas dos personas ejecutadas por
traición, tras ser declarados culpables de conspiración para
cometer espionaje. Por supuesto, muchas más personas
fueron ejecutadas, pero sus libros de historia de la escuela
secundaria no tienen esa información. Por suerte para
ustedes, los nuestros sí. Abran sus libros y echen un vistazo
a la página sesenta y nueve.
Desbloqueo mi ordenador y hojeo el libro electrónico
hasta la página en dicha. Se me revuelve el estómago
cuando veo la imagen. Es una mujer desnuda, colgada por
los brazos en el centro de la habitación. Su cuerpo sin vida
está ensangrentado y golpeado.
—La ejecución de los Rosenberg en la silla eléctrica
pudo ser calificada de inhumana, pero sus muertes no
tuvieron nada que ver con las de algunos traidores menos
conocidos. Como se puede ver en la imagen, Clara Morris
sufrió durante días antes de tener una muerte lenta y
dolorosa.
—¿Te refieres a Mather? —susurra alguien, y una ola
de risas recorre la clase. El profesor continúa como si no
hubiera pasado nada.
—Como decía, Clara fue violada y torturada durante
toda una semana hasta que finalmente murió. Los vídeos de
su castigo se distribuyeron por la red oscura para que todo
el mundo supiera lo que les ocurre a los que traicionan a los
suyos.
—Quizá deberíamos hacerle esto a Aspen —dice otro
chico, sin molestarse en susurrarlo. Mantengo los ojos fijos
en la pantalla que tengo delante e ignoro más risas que
estallan en el aula.
—¿Estás escuchando, Mather? —Un trozo de papel
hecho bola me golpea en un lado de la cabeza, haciéndome
levantar la vista.
—¿Era realmente necesario? —Miro fijamente al tipo
que claramente me odia.
—No hables en clase, Aspen —advierte el profesor
Brush.
Sé que replicar sólo empeorará las cosas, pero mi
estúpida boca se mueve sola.
—¿Hablas en serio? Todos los demás están hablando.
Me ha tirado algo —Señalo al tipo e inmediatamente
escucho la palabra soplona murmurada por algunas
personas.
Los ojos del profesor se vuelven asesinos y el tono de
su voz es amenazante.
—Marcel sólo intentaba llamar tu atención, ya que
estás claramente distraída —defiende el tipo—. Todos los
demás están contribuyendo a la clase. Tú no.
—Conozco una forma en la que podría contribuir...
Las risas me parecen como clavos en una pizarra. No
solo me duelen los oídos, sino también el alma, y sé que no
puedo pasar ni un minuto más en esta habitación sin perder
la cabeza.
Sin levantar la vista, recojo todo lo que tengo delante,
lo meto en el bolso y salgo furiosa de la clase. La puerta se
cierra tras de mí y empiezo a correr en cuanto mis pies
tocan el suelo de mármol. Que le den a esta clase. Que se
jodan todos.
Empujo mis piernas para correr más rápido, sintiendo
que no me alejo de esta gente lo suficientemente rápido.
Doblo la esquina de los ascensores y corro fuerte chocando
con alguien. Al rebotar, caigo de culo con un fuerte golpe. El
dolor me sube por la espalda, haciéndome gemir de dolor.
En el proceso, mi bolso se me escapa de la mano y sale
volando por el pasillo.
—¿Qué mierda estás haciendo? —retumba una voz
enfadada desde arriba.
Levanto la cabeza y veo que Quinton y Ren me miran
fijamente.
Por supuesto, maldita sea.
CAPITULO NUEVE
Quinton
Siento un cosquilleo en el pecho donde su pequeño
cuerpo choca con el mío. Con la palma de la mano, froto el
lugar y miro a Aspen, que está sentada en su culo delante
de nosotros.
—¿Siempre corres sin mirar? —pregunto.
No responde con palabras, simplemente sacude la
cabeza y empieza a recoger el contenido de su bolsa. Está
de rodillas arrastrándose por el suelo, y mis ojos se centran
en su culo en forma de manzana. Mi polla se estremece
contra la cremallera y odio lo que me hace sentir su cuerpo.
Odio no poder controlar mi lujuria.
Está a punto de coger uno de sus libros cuando Ren lo
aparta de su alcance de una patada y lo pone delante de
mis pies.
—Muy maduro —murmura ella y le mira fijamente.
—Vamos, Ren —gruño y piso a propósito su libro.
Algunas páginas se rompen bajo la suela de mi zapato y
Aspen lanza un grito de sorpresa. Sus ojos se abren de par
en par y corre hacia mis pies, agarrando el libro como si
fuera un artefacto precioso. Se arrodilla a escasos
centímetros de mis pies, pero no me presta la más mínima
atención. Lo único que le preocupa es su estúpido librito, y
lo odio.
Odio que me ignore.
Odio que mi polla se ponga dura sólo con mirarla.
Odio todo lo relacionado con Aspen Mather.
—Sí, vamos. Tenemos mejores cosas que hacer — Ren
asiente y pasa junto a mí. Lo acompaño, dejando a Aspen
atrás para que recoja sus cosas.
Deseando que desaparezca de mi mente, camino más
rápido con la esperanza de que la distancia entre nosotros
aleje también mis pensamientos, pero como un cáncer, la
imagen de ella arrodillada frente a mí no hace más que
crecer.
—¡Joder! —me grito más a mí mismo que a cualquier
otra persona.
—¿Qué? —me pregunta Ren, totalmente ajeno a la
batalla que se libra en mi cabeza.
—Nada —respondo—. Me voy a saltar esta clase.
Tengo otra cosa que hacer.
—De acuerdo —dice Ren.
Me doy la vuelta, vuelvo por donde he venido y cojo el
ascensor para bajar a los dormitorios. La puerta se abre con
un pitido y avanzo por el pasillo, en dirección contraria a la
que suelo ir.
La palabra rata todavía está pintada en su puerta. No
parece que nadie haya intentado limpiarla. Levanto la mano
y golpeo la puerta con los nudillos. Me alegro de que no
tenga mirilla, porque estoy seguro de que no abriría si
supiera que estoy al otro lado.
En cuanto veo girar el pomo de la puerta, la abro de
un empujón y me introduzco en la habitación.
—¿Qué demonios...? —Aspen grita, retrocediendo a
trompicones.
Sonriendo, entro y cierro la puerta tras de mí,
encerrándonos juntos en el pequeño espacio de su
habitación. Ya puedo respirar un poco más tranquilo, mi
mente se tranquiliza lentamente mientras contemplo su
cuerpo tembloroso frente a mí.
Ahora, tengo toda su atención, y aquí, tengo el
control.
—¿Qué quieres? —pregunta, bajando los hombros
como si no estuviera asustada, pero el ligero temblor de su
voz la delata. Sé que tiene miedo, y probablemente debería
tenerlo.
—Sólo vengo a ver cómo está —Me encojo de
hombros—. Parecías molesta en el pasillo.
—Vete a la mierda. ¿Qué es lo que realmente quieres?
—¿Quiere la verdad? Bien. Realmente quiero
estrangularte de nuevo, para poder hacer con tu cuerpo lo
que quiera sin que luches o hables.
Su respiración se entrecorta y toda la sangre se le
escapa de la cara. Lentamente, empieza a alejarse de mí
hasta que sus piernas chocan con el borde de la cama y se
ve obligada a detenerse.
—Hay algo muy malo en ti.
—Probablemente, sí —Doy un paso hacia ella—. No
parece que te guste mucho esa idea... así que tal vez podría
conformarme con otra cosa.
—¿Cómo qué?
Todavía no he pensado tanto, así que me lleva un
momento pensar en algo.
¿Qué me satisfaría? Quiero controlarla, quiero que se
someta a mí, pero sé que no se entregará a mí sin más, por
muy asustada que esté.
Tengo que empezar de poco a poco, dar un poco para
poder tomar mucho.
—Quiero que me dejes tocarte.
—No —Ella sacude la cabeza antes de que termine de
hablar—. No voy a tener sexo contigo.
—¿Quién ha hablado de sexo? Sal de tu burbuja,
Aspen.
—Sea lo que sea que quieras, la respuesta es no.
—Quítate la camiseta y túmbate en la cama.
Envolviéndose con los brazos como si eso pudiera
protegerla de mí, sacude la cabeza con furia.
—Hazlo tú, o lo haré yo por ti —Dejo la amenaza en el
aire mientras miro a mi alrededor. Su dormitorio es más
pequeño que mi armario, y las paredes parecen estar
condenadas. Ignorando la condición de su espacio, entro en
el baño.
Hay una ducha en un rincón, un retrete y un lavabo
con una pequeña estantería encima. Joder, este lugar es
más espantoso que la celda de una prisión.
—Cuando vuelva a esa habitación, más vale que estés
en la cama sin camiseta —le grito por encima del hombro
mientras rebusco entre los artículos de aseo de la
estantería. Cuando encuentro lo que busco, cojo el frasco
pequeño y vuelvo a entrar en su habitación.
Una sonrisa triunfante se dibuja en mis labios al verla
tirada en el colchón sólo con sus leggings y su sujetador.
Está tumbada boca abajo, con los brazos pegados al cuerpo.
Me sorprende su posición ya que al darme la espalda
la hace más vulnerable, pero no me quejo.
Me quito las botas, las dejo junto a la puerta y me
subo a la cama con ella. El colchón cede con un chirrido
cuando me muevo sobre ella y me pongo a horcajadas
sobre sus muslos. Cuando me acomodo encima de ella, los
muelles metálicos se clavan en mis rodillas y trato de
moverme, rozando mi entrepierna contra su culo en el
proceso. Tiene todo el cuerpo rígido y las manos cerradas
en pequeños puños a su lado.
Al desabrochar su sujetador, lo dejo caer y se desliza
hacia un lado, dejando al descubierto cada centímetro de su
delicada espalda. Al abrir la tapa del frasco de loción en mi
mano, aprieto una generosa cantidad en la palma de la
mano y dejo caer la botella al suelo.
Con la mano que tengo libre, le aparto el pelo de los
hombros, dejándolo caer alrededor de su cabeza. Le
tiemblan los hombros, y no sé si es porque tiene frío, está
enfadada o tiene miedo.
Me froto las palmas de las manos, asegurándome de
no derramar la loción, antes de poner las dos manos sobre
su espalda. Ella respira profundamente al primer contacto,
pero no protesta cuando empiezo a frotarle la loción con
aroma a vainilla.
Tardo unos cinco minutos en masajearle la espalda
antes de que se relaje un poco. Paso los pulgares por su
columna vertebral y toda la mano hacia arriba,
preguntándome cuánta fuerza haría falta para romper los
huesos que hay bajo su piel. Presto especial atención a sus
hombros, que están tan tensos que hacen que me duelan
los dedos.
—¿Por qué lo haces? —Ella rompe de repente el
silencio.
—No hables —le advierto—. Sólo relájate.
Ella no escucha, por supuesto. Aunque no dice nada
más, su cuerpo no se relaja del todo. Sigo masajeando su
espalda, sus hombros e incluso sus brazos hasta que toda la
loción se ha impregnado en su piel y mis manos se han
secado.
Todo este tiempo, mi polla ha estado tan tiesa como
sus hombros, y sé que no me costará mucho correrme ahora
mismo. Colocando mis manos al lado de su cuerpo, cambio
mi peso de ella.
—Date la vuelta —le ordeno, y para mi total sorpresa,
accede.
Gira su cuerpo sobre la espalda con torpeza, con las
manos agarrando el sujetador que le cubre el pecho.
Cuando se ha girado del todo, me empujo hacia arriba y me
acomodo en sus muslos.
—Quítate el sujetador —exijo mientras abro el botón
de mis vaqueros a toda prisa. Sus ojos bajan hasta donde
mis manos ya están desabrochando la cremallera, y sin
duda puede ver el bulto que se esconde debajo.
—Te dije que no voy a hacer esto contigo. Sólo...
La interrumpo en medio de la frase rodeando su cuello
con una mano. De repente, sin preocuparse por el sujetador,
sus manos suben para agarrarse a mi muñeca. No la estoy
ahorcado, mi agarre simplemente la mantiene en su sitio,
pero la amenaza está ahí.
—Sométete a mí... baja los brazos y deja que te haga
lo que quiera.
—No —Ella sacude la cabeza tanto como se lo
permito.
—¿Por qué tienes que ser tan jodidamente terca?
Si las miradas pudieran matar, su mirada de muerte
me enviaría directamente a las puertas del infierno. No
cederá a menos que le ofrezca algo.
—Sométete a mí y te dejaré en paz durante unos días
—Miro la manta delgada y rasposa—. Y tal vez incluso te
consiga una manta y una almohada nuevas.
Estudia mi cara, probablemente buscando cualquier
señal de que este mintiendo, pero en realidad estoy
diciendo la verdad. Si me sirve para salirme con la mía, lo
haré.
—Sabes que mantendré mi palabra. Sólo dame lo que
quiero. Puede ser nuestro pequeño secreto; nadie tiene que
saber que cediste ante mí. Tu orgullo no será dañado.
—No es mi orgullo lo que me preocupa —Su voz es
baja, y de alguna manera, parece aún más pequeña cuando
suelta sus manos de mi muñeca y las coloca junto a su
cuerpo.
Su pecho sube y baja rápidamente cuando la suelto
del cuello y le quito el sujetador por completo. Le cojo el
pecho con la palma de la mano y paso los pulgares por sus
sonrosados pezones, haciéndola temblar.
Como si el universo se burlara de nosotros, sus tetas
encajan en mis manos como si estuvieran hechas para mí.
¿Cómo podemos encajar tan bien físicamente cuando no
hay manera de que podamos pertenecer el uno al otro?
Somos enemigos, y eso nunca, nunca cambiará.
Sacudiendo el pensamiento, me enderezo y libero mi
polla palpitante.
—La semana pasada me marcaste —Señalo la débil
mancha roja en mi cuello donde incrustó sus malditos
dientes en mi piel—. Es mi turno de marcarte, y por suerte
para ti, mi marca no duele.
Envuelvo mis dedos alrededor de mi dolorosa longitud
y empiezo a acariciarla. Sus ojos están clavados en mi polla,
como si nunca hubiera visto una en su vida. Su inocencia
me excita aún más, y no tardo en sentir el cosquilleo en la
base de mi columna vertebral.
Agarro mi polla con una mano, y con la otra me agarro
a su cadera, imaginando cómo sería que su estrecho coño
se tragara mi polla y no mi mano. Mis embestidas se
vuelven furiosas, y echo la cabeza hacia atrás con un
gruñido cuando mis bolas se juntan.
Y entonces exploto. Salen de mi polla chorros de
semen pegajoso que caen sobre su estómago y su pecho. Mi
orgasmo parece durar una eternidad, y solo cuando la
última réplica ha recorrido mi organismo abro los ojos y miro
lo que he hecho.
Ella me mira como si estuviera en trance, hipnotizada
por lo que acabo de hacer.
Como una pintura brillante, mi semen salpica toda su
piel blanca y cremosa.
Soltando mi polla, uso ambas manos para frotar mi
semen en ella, masajeando sus pechos y su estómago como
hice antes con su espalda.
—Tú me marcaste; ahora yo te he marcado a ti.
Estamos en paz.
Parpadea lentamente como si no estuviera segura de
que esto sea real. No me molesto en decirle que lo es. En su
lugar, me bajo de la cama y me vuelvo a poner los
pantalones. Me limpio las manos en una toalla que cuelga
sobre la silla de su habitación y me pongo las botas antes
de salir por la puerta.
—Nos vemos en unos días —digo, justo antes de
cerrar la puerta tras de mí.
Si voy a mantener mi palabra, tengo que irme ya.
CAPITULO DIEZ
Aspen
¿Conoces el dicho de que sólo se puede evitar algo
durante un tiempo? Mientras Quinton se mantuvo fiel a su
palabra y me dejó en paz durante los dos últimos días, no
puedo evitar precisamente al resto del alumnado, que
resulta que también me odia tanto como él.
Estaba segura de que iba a hacerme daño esa noche.
Cuando me dijo que me pusiera en la cama, escondí mi cara
para que no viera lo asustada que estaba. Me imaginé que
me iba a torturar como a la mujer del libro. Las imágenes de
él con un cuchillo en la mano, tallando en mi piel como si no
fuera más que un trozo de carne, pasaron por mi mente.
Ni en un millón de años pensé que me daría un puto
masaje en la espalda. Todavía no entiendo de qué iba todo
eso. Si quería masturbarse con mis tetas, podría haberme
obligado a hacerlo de inmediato. No había ninguna razón
para masajearme de esa manera, a menos que lo único que
quisiera hacer fuera jugar a juegos mentales.
Mientras sigo tratando de entender a Quinton, no hay
duda de cuál es mi posición con el resto de la escuela. A
cada paso, la gente se mete conmigo.
Esta mañana, alguien me ha tirado su zumo de
naranja y me ha llamado basura. Porque aparentemente, las
ratas y la basura van de la mano. Todos los días tengo que
luchar para pasar por el pasillo. No importa a qué hora del
día, siempre me encuentro presionada contra la pared, mis
compañeros me empujan y me empujan como una muñeca.
Aliviada de que mis clases hayan terminado por hoy,
me dirijo a mi dormitorio para coger mis libros de la
biblioteca. Ni siquiera he llegado a la puerta cuando me doy
cuenta de que algo cuelga del pomo. Mi estómago se
hunde, mi mente inmediatamente yendo al peor de los
casos, que probablemente alguien me esté gastando una
broma o tratando de humillarme de alguna manera.
Me acerco a la bolsa como si fuera una amenaza de
bomba. Al acercarme, me doy cuenta de que es una bolsa
como la que traía mi ropa de cama. Enganchando la punta
del dedo en el borde de la abertura, tiro lentamente de ella
para poder mirar dentro.
Todo lo que veo es un edredón enrollado, pero dudo
que eso sea todo lo que hay ahí. Esto tiene que ser un truco.
Algo va a saltar de la bolsa en cualquier momento.
Cuando pasan unos segundos y no ocurre nada,
empiezo a sentirme estúpida por quedarme parada.
Haciendo uso de todo mi coraje, finalmente arrebato la
bolsa del pomo de la puerta y me meto en la habitación.
Dando la vuelta a la bolsa, dejo el contenido en el suelo y
veo cómo se despliegan una almohada y la manta
enrollada.
Extrañamente, parecen normales... limpias, como si
alguien las hubiera cogido de la lavandería y las hubiera
metido en la bolsa.
Agarrando la esquina de la manta, me la llevo a la
nariz. El fresco aroma del detergente llena mis fosas
nasales.
Mmm, también huele normal.
¿Podría ser? ¿Existe la posibilidad de que Quinton
realmente me haya conseguido una manta?
Inspecciono el interior de la bolsa vacía y cada
centímetro de la manta una vez más antes de decidir que
debe ser así. No sé cómo ni por qué, pero no voy a
quejarme por ello. Por primera vez en mucho tiempo, siento
alegría, y casi me da miedo permitirme disfrutar de este
momento porque sé que en cualquier instante las cosas
cambiarán. Aun así, me tomo un momento para deleitarme
con la alegría y, con una sonrisa en los labios, cambio las
viejas sábanas y la rasposa manta por la nueva.
Si Brittney no me estuviera esperando, y no tuviera
libros que devolver, me acurrucaría en la cama ahora
mismo. El nuevo confort me llama como una sirena.
No, no puedo. Tengo cosas que hacer. Mientras recojo
mis libros, mis ojos se posan en mi ordenador y decido
intentar hablar rápidamente por Skype con mi madre antes
de irme.
Quizá por fin responda a una de mis llamadas. Llevo
intentando hablar por Skype con ella desde que llegué, pero
nunca contesta, y estoy cansada de esforzarme, pero ¿a
quién más tengo que llamar? A nadie más.
Abro el portátil, abro Skype y hago clic en el nombre
de mi madre. El extraño tono de llamada que suena como
una invasión alienígena llena la habitación. Después de tres
timbres, el sonido se interrumpe de repente y la cara de mi
madre aparece en la pantalla.
—¿Mamá? —La palabra sale como una pregunta. Así
de sorprendida estoy de que ella haya contestado.
—Aspen, cariño. ¿Cómo has estado? —La cara de mi
madre está perfectamente pintada, como un lienzo raro, y
su pelo rubio está peinado como siempre.
Parece la misma, aunque sé que es falsa.
—Terrible —admito, sin ahorrarle mi verdad—. Este
lugar es lo peor. Odio todo lo relacionado con esta escuela
—Trato de no parecer irritada, pero es muy difícil. Ella no
tiene ni idea de lo que estoy pasando aquí.
—Estás exagerando —Pone los ojos en blanco.
—No, lo estoy exagerando. Esto es una pesadilla. Todo
el mundo, y me refiero a todo el mundo, me odia. No puedo
caminar sin que la gente me choque a propósito, o me
empuje contra las paredes y me tire el desayuno encima.
Para colmo, no tengo dónde lavar mi ropa, y Quinton Rossi
está aquí. Viviendo aquí, atormentándome.
—No puede tocarte —dice ella, examinando sus uñas.
—Puede, y lo ha hecho.
—No pareces herida —señala, restando importancia a
todo lo que digo.
—Me asfixió en la clase de gimnasia el otro día —
Durante una fracción de segundo, los ojos de mi madre se
abren de par en par, y la preocupación parpadea en ellos.
—Probablemente no era su intención —Se recupera
rápidamente—. Además, eso es mejor que estar muerta,
¿no crees?
—Cualquier cosa es mejor que estar muerta, pero en
este momento, no creo que sea seguro o incluso inteligente
que me quede aquí —Ni siquiera quiero tratar de explicarle
lo que creo que podría pasar a continuación.
Quinton no tiene límites, es el jaguar y esta es su
selva. No tengo ni tendré nunca una oportunidad contra él.
En los ojos azules de mi madre, unos ojos que
recuerdo haber admirado cuando era niña, se dibuja la
duda. A lo largo de los años, mi relación con ella se ha
vuelto cada vez más tensa. Sólo empeoró cuando lo
perdimos todo, y cuando papá fue a la cárcel.
—Mamá, tienes que creerme. Lo estoy intentando. Lo
estoy intentando de verdad. Me he mantenido al margen de
todo, agachando la cabeza, pero todos me persiguen. Hasta
los profesores me odian.
La incertidumbre de mi madre se convierte en miedo.
Verla así hace que mi estómago se retuerza y se anude de
una manera diferente. Una forma que me dice que estoy en
más peligro de lo que pensaba.
—Escúchame, Aspen. Aquí fuera, estás muerta. Hay
gente que persigue a tu padre, gente que lo quiere muerto,
y por extensión, a nosotras. Así que, entiendo que la gente
sea una mierda allí, pero cualquier cosa es mejor que estar
aquí fuera. Te lo prometo.
Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza. Ella no
tiene ni idea de lo que estoy experimentando, del miedo
que siento cada noche cuando cierro los ojos. Algunas
noches, me pregunto si será la última vez que cierre los
ojos.
—Realmente odio estar aquí —Juego con la idea de
contarle lo que pasó anoche, lo que me hizo Quinton, pero
el hecho es que podría haber hecho algo mucho peor.
En nuestro mundo, las mujeres suelen recibir un trato
inferior al de los hombres. Muchas hijas son casadas o
vendidas al mejor postor en cuanto cumplen los dieciocho
años. Un destino del que, por suerte, me he librado.
Sus labios rosados se aprietan en una fina línea.
—Es hora de madurar. Todos tenemos que hacer cosas
que odiamos a veces. Mira a tu padre; fue a la cárcel, lo
sacrificó todo por nosotras.
Pongo los ojos en blanco.
—Todo lo que hizo fue culpa suya.
—Estás a salvo allí.
—¿Incluso con el hijo del enemigo pisándome los
talones? Él me odia, y también todos los demás. Tengo
miedo de que una noche ocurra algo malo —Odio decir las
palabras en voz alta, pero es la verdad, y me hace
preguntarme, ¿estoy realmente más segura aquí que allá
afuera?
—La escuela tiene reglas estrictas, que ni siquiera los
Rossis pueden romper. Nadie muere. No puede tocarte. Por
favor, confía en mí. No hay lugar más seguro que esa
escuela.
—Me gustaría poder creerlo.
—Lo siento, Aspen. Me tengo que ir, pero te llamaré
en unos días para ver cómo va todo, ¿vale?
—De acuerdo —acepto, aunque lo único que quiero
hacer es tirar el estúpido portátil al otro lado de la
habitación, subirme a un avión y volar a casa.
—Adiós —dice, y la llamada termina antes de que
pueda responder.
La pantalla se queda en negro y cierro el portátil con
más fuerza de la necesaria. No me permito ni un segundo
para revolcarme en la autocompasión. En su lugar, recojo
mis cosas una vez más y me dirijo a la biblioteca. Es el
único lugar del que puedo escapar, donde la gente me deja
en paz. Es donde puedo hundirme en mi trabajo y leer.
Donde no tengo que preocuparme de que nadie me humille
o me empuje.
Mi refugio.
***

Después de pasar el resto de la tarde en la biblioteca,


regreso a mi dormitorio justo después de la cena. Me paso
por la cafetería a la vuelta y cojo un bocadillo envasado.
Está caducado desde hace un par de días, pero es todo lo
que me permiten comer. La mayoría de los días tengo que
mendigar la comida, lo que me hace sentir como una
completa mierda, y cuando me dan algo, ya está caducado,
como la leche del desayuno del otro día. La abrí para
comerla con unos cereales y casi vomito por el olor.
Después de eso, sentí que era más seguro beber agua.
En cuanto llego a mi puerta, sé que algo no va bien y
se me erizan los pelos de la nuca. La puerta está
entreabierta y estoy segura de que la cerré antes de salir.
Me acerco lentamente a la puerta, esperando que algo o
alguien salte. Tras un minuto de espera, y al no oír risas ni
movimiento, abro la puerta de un empujón y enciendo el
interruptor de la luz.
Nadie salta ni empieza a gritar, así que entro y cierro
la puerta tras de mí. Un nudo de preocupación me aprieta el
estómago. Debería haber supuesto que alguien intentaría
sabotear mi habitación. Después de todo, es el único lugar
donde puedo escapar de todos.
Colocando mi mochila en el suelo y mis libros en el
escritorio, examino la habitación, buscando cualquier cosa
que pueda faltar o estar fuera de lugar.
Quienquiera que haya sido vino sabiendo lo que hacía;
no se arriesgaría a entrar en mi habitación sin un propósito.
Mi mirada pasa por la mesita de noche y luego por la
cama, donde noto algo rojo en el edredón blanco. Al apartar
el edredón, suelto un grito de terror porque sobre mi
colchón hay una rata muerta, con un cuchillo clavado en el
cuerpo.
Mi apetito se evapora en el aire y lo único que puedo
hacer es quedarme mirando el animal muerto y la sangre en
mis sábanas blancas. Cierro las manos en puños apretados,
y la rabia se impone al miedo. No necesito pensar mucho
para saber quién ha hecho esto.
Quinton. Lo hizo para meterse conmigo, para herirme.
Al darme las mantas, me dio una falsa sensación de
esperanza. Me hizo creer que, si le dejaba hacer lo que
quería, me ayudaría, pero lo que realmente quería era
hacerme daño, hacerme parecer una idiota.
Me arde la lava en las venas, arranco las sábanas de
la cama, las arrojo con rabia al pasillo. Las lágrimas se
llenan en mis ojos, pero las reprimo, negándome a dejar
caer una sola. No voy a llorar por él. No le mostraré lo débil
que soy porque eso es lo que él quiere. Agotada mental y
físicamente, me acurruco en el suelo en posición fetal y
miro fijamente la puerta, preguntándome cómo puedo
vengarme de alguien que es más grande que esta
universidad, más grande que mi padre y mucho más
peligroso que cualquiera de los que conozco. Si quiere
guerra, lo tendrá. Puede que sea yo contra todos los demás,
pero si lo que dijo mi madre es cierto —que nadie puede
matarme aquí—, entonces al menos estoy a salvo de eso.
No importa lo que haga para vengarse, él no puede
matarme.
Dejo que mis ojos se cierren con ese pensamiento en
mi mente. Tengo que encontrar la manera de recuperar mi
vida.
CAPITULO ONCE
Quinton
Mirando al techo desde mi cama, me pregunto
cuántos días han pasado.
He permanecido lejos de Aspen durante tres días, y
las ganas de ir a buscarla aumentan por momentos. Todavía
no estoy seguro de lo que voy a hacer con ella. Todo lo que
sé es que la necesito a mi alcance.
Mi teléfono vibra en el bolsillo, interrumpiendo mi
diálogo interior. Al sacar el pequeño aparato, encuentro la
cara sonriente de Scarlet iluminando la pantalla. Deslizo el
dedo para responder al videochat y aparece la imagen en
directo de Scarlet en su habitación.
—¡Hola! —Me saluda como si verme fuera lo más
emocionante que le ha pasado en todo el día.
—Hola, ¿qué estás haciendo? —pregunto, entablando
conversación.
—Oh, lo de siempre, siendo salvaje y revoltosa.
Anoche me emborraché hasta las trancas y me invitaron a
un grupo de chicos... creo que eran moteros.
Se golpea el dedo en la barbilla y frunce la nariz como
si estuviera pensando.
—Sí, claro —resoplo—. Estoy seguro de que los
guardias los dejaron entrar.
—¡Oh, ellos festejaron con nosotros, y teníamos una
stripper saliendo del pastel!
—Tu imaginación no tiene límites. Deberías escribir un
libro o algo.
—Hmm, tal vez lo haga. Aunque primero tengo que
pasar por el instituto.
—Estarás bien. Probablemente te graduarás muy
pronto —Scarlet tiene solo quince años, pero ya se ha
saltado dos cursos, y no me sorprendería que empezara a
estudiar aquí antes de que yo terminara. La idea de tener a
mi hermana pequeña aquí conmigo me emociona y me
aterra a la vez.
—Sí, tienes razón. Lo haré totalmente. ¿Y tú? ¿Cómo
va la escuela? ¿Cómo está Ren? ¿Han hecho ya amigos?
¿Los profesores son amables? —continúa, bombardeándome
con preguntas.
—Cálmate. Te lo contaré todo —Me recuesto contra la
cabecera y empiezo a contarle sobre la escuela, cómo son
las clases, hasta lo que se sirve en la cafetería. No
menciono a Aspen, y no pienso hacerlo en el futuro.
—Quinton, realmente deberías hablar con mamá...
—No —Sacudo la cabeza—. Hablaré con ella cuando
esté preparada para decirme la verdad sobre mi madre
biológica.
—Quinton... —Scar me pone sus mejores ojos de
cachorro y ya sé que voy a ceder—. No la hagas sufrir solo
porque eres terco. Sabes que no puede ir en contra de los
deseos de papá. No quiere que lo sepas. Por favor, Quinton.
Mamá está muy dolida y odio verla así.
—Muy bien, déjate de culpas y ponla al teléfono —Las
palabras apenas han salido de mi boca cuando Scarlet ya se
ha levantado y sale corriendo de su habitación. Tengo que
apartar la vista de la pantalla, ya que el vídeo rebota hacia
arriba y hacia abajo, haciendo que me duela el cerebro.
—¡Mamá! ¡Mamá! Es Quinton —anuncia Scar
emocionada—. Quiere hablar contigo.
Scar empuja el teléfono en la mano de mamá y su
cara llena la pantalla. Su pelo rubio fresa está recogido en
un moño en la parte superior de la cabeza y sus ojos azules
chocan con los míos. Me recuerda al instante por qué decidí
no hablar con ellos todavía.
Sólo mirarla —la única madre que he conocido— es
como echarle sal en una herida abierta.
—Quinton —susurra, casi como si no pudiera creer
que estoy aquí.
—Mamá —A mis ojos, ella es mi mamá y siempre lo
será; aunque no compartamos el mismo ADN, compartimos
cosas más importantes. El amor. Recuerdos: risas, tristezas,
alegrías y dolores.
Sus labios rosados forman una sonrisa.
—¿Cómo estás? ¿Cómo va la escuela?
—Todo va bien —Intento no sonar tan tenso como me
siento.
Ella asiente.
—Eso es bueno. Aquí todo sigue igual —Hace una
pausa antes de añadir—: Tu padre y yo te echamos de
menos.
—Dudo que lo haga —digo. Si me echara tanto de
menos, no me habría enviado tan lejos sin decirme la
verdad.
—Lo hace... y yo... desde que te fuiste, siento que he
perdido dos hijos. —Sus ojos azules se empañan, y es como
si un cuchillo se clavara en mi pecho ante la imagen de la
pantalla que tengo delante.
Joder, ahora me siento como una mierda, y encima,
culpable. He estado posponiendo hablar con ellos, la rabia y
la tristeza siguen tan frescas como el día que descubrí la
verdad, bueno, la verdad parcial.
—Lo siento. Debería haberte llamado y hablado antes.
No quiero que te preocupes por mí. Yo sólo... —Me quedo sin
palabras. De repente, evitarla no parece más que una
rabieta. Fui tan jodidamente egoísta al hacerla sufrir sólo
por lo que hizo mi padre.
—Está bien. Sé que tú también estás de duelo, y
encima lo otro. No debió ser fácil que todo tu mundo se
pusiera patas arriba. Sólo quiero que sepas que nunca me
importó. Te quise igual, y siempre serás mío ante mis ojos.
—Siempre serás mi madre —murmuro y desvío la
mirada de la cámara, incomodándome por la avalancha de
emociones—. ¿Podemos hablar de otra cosa ahora? —Me
aclaro la garganta, que de alguna manera se siente
ahogada.
—Sí —Mamá se ríe, y el sonido es como una manta
cálida en una noche fría y oscura.
—Háblame de las clases. ¿Estás aprendiendo algo?
Le doy la misma respuesta reservada que le di a
Scarlet, que parece satisfacerla igualmente. Tras unos
minutos más de conversación, el brazo se me pone rígido de
tanto sostener el teléfono frente a la cara.
—Me alegro de que hayamos podido hablar.
Realmente te extraño, Quinton.
—Yo también te echo de menos, mamá. Hablamos
pronto —Me lanza un beso y yo pongo los ojos en blanco
antes de terminar el videochat con una sonrisa en la cara.
Ya me siento mejor, más ligero ahora que he hablado con mi
madre. Podría darme una patada en el culo por no haberlo
hecho antes.
Guardando mi teléfono en el bolsillo, estoy a punto de
salir por la puerta cuando ésta se abre. Ren aparece al otro
lado, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Acabo de oír la voz de tu madre aquí?
—Sí, he hablado con ella —Paso por delante de él y
entro en el espacio que compartimos.
—Me alegro de que lo hayas hecho. ¿Cómo están?
¿Cómo está Scarlet?
—Bien. Hoy incluso ha bromeado conmigo como solía
hacerlo.
—Bien, sé que debe estar pasándolo mal con tu
ausencia. Tantos cambios.
—Sí, pero ella es resistente y fuerte —A veces pienso
que es más fuerte que yo, pero no lo digo en voz alta—.
¿Quieres ir a comer?
—Sí, claro —Ren asiente a la puerta y salimos juntos.
Cuando llegamos a la cafetería, está llena. Sé que la
escuela tiene unos trescientos estudiantes. Tengo la
impresión de que todos están aquí. Después de coger la
comida, no hay ninguna mesa libre a la vista, pero en
cuanto nos acercamos a una, cuatro chicos cogen sus
bandejas y se levantan para hacernos sitio.
—A veces, ser quien eres tiene ventajas —señala Ren
mientras nos sentamos.
—No puedo negarlo —digo, cogiendo el tenedor.
Estoy a punto de comer cuando una voz que atraviesa
la multitud me hace detenerme. Observo la sala y mis ojos
se posan en una chica menuda con el pelo rubio recogido en
una cola de caballo suelta. No puedo distinguir lo que está
diciendo por encima del parloteo de la cafetería, pero puedo
oír sus partes agudas.
Agita los brazos como si estuviera gritando a la
persona que está detrás del mostrador. De repente, gira y
se aleja como si estuviera a punto de atacar a alguien. Su
rostro está enrojecido, con la ira grabada en sus rasgos, y
sus manos están cerradas en pequeños puños, listas para
dar un puñetazo.
Un tipo la empuja por el camino y aprieto el tenedor.
Ella ni siquiera reconoce al tipo, simplemente se estabiliza y
sigue caminando. Ya casi ha llegado a la puerta cuando otra
persona la empuja con el hombro. Esta vez es una chica de
pelo corto y castaño. Mueve la nariz hacia Aspen,
desafiándola a decir algo.
Aspen se aleja de la chica y empieza a caminar a su
alrededor. Es entonces cuando su mirada furiosa se posa en
mí. Nunca había visto sus ojos tan llenos de odio y rabia.
Como un volcán a punto de entrar en erupción, se dirige
hacia mí como una especie de escudera preparada para la
batalla.
—¿Estás contento ahora? —grita una vez que está
más cerca. Hay tanto veneno en su voz que apenas parece
ella misma.
Se detiene justo delante de la mesa y, antes de que
pueda comprender lo que está ocurriendo, arranca mi
bandeja de la mesa. Sólo soy vagamente consciente de los
gritos de asombro de la gente que me rodea mientras veo
cómo la bandeja, junto con mi plato, la bebida y el postre,
vuelan por el aire y aterrizan con un fuerte golpe en el
suelo.
Toda la cafetería se queda en silencio, el único sonido
es la respiración agitada de Aspen.
—Yo. Jodidamente. Te. Odio —Cada palabra sale de
sus labios con una rabia venenosa. Su pecho se agita y me
echa una última mirada fulminante antes de marcharse
lejos. La observo, aturdido por toda la situación. Esta vez
nadie pasa por delante de ella empujándolo. En cambio, se
apartan de su camino como si tuviera algún tipo de
enfermedad que les preocupara.
—¿Tiene un maldito deseo de morir?
Oigo la pregunta de Ren, pero no consigo responder.
Aturdido, miro alrededor de la habitación.
Todas las miradas están puestas en mí. La misma
conmoción que siento se refleja en mí dondequiera que me
gire. Todavía con el tenedor en la mano, miro la mesa ahora
vacía y luego el desorden en el suelo. Algunos miembros del
personal ya están empezando a limpiar la comida
derramada y el plato roto. Hacen lo posible por arreglar todo
y hacer que parezca que no ha pasado nada, pero sé mejor
que nadie que hay cosas que no se pueden arreglar. Miro
fijamente los trozos rotos del plato mientras un recuerdo se
abre paso en mi mente.
Sentado en la cama de Adela, acuno el marco de fotos
entre mis manos como si fuera un artefacto de valor
incalculable. Su rostro sonriente me devuelve la mirada. En
ese momento, no tenía ninguna preocupación en el mundo.
Sus grandes ojos azules estaban llenos de vida, su sonrisa
jubilosa, su pelo suave.
Tenía toda una vida por delante, y ahora se ha ido.
Muerta. Mi hermosa hermana se ha ido. La habitación
todavía huele a ella, y tal vez por eso me gusta sentarme
aquí. Me hace sentir más cerca de ella. Como si no se
hubiera ido realmente.
Mi agarre en el marco de la foto se hace más fuerte.
Han pasado dos semanas y mis padres aún no han hecho
ningún anuncio. Nadie más que nosotros sabe que se ha ido.
Tres días después de su muerte, tuvimos un pequeño
funeral privado por el que estoy agradecido. Me alegro de
que fuéramos sólo nosotros y no cientos de personas a las
que, de todos modos, no les importaba una mierda. No
quería su compasión ni sus disculpas fingidas. La gente sólo
se preocupaba cuando les beneficiaba, y alguien acabaría
utilizando la reunión como una forma de formar una alianza
o hacer un trato.
Me alegro de que no lo haya permitido, pero sigo sin
entender por qué lo mantiene en secreto. Supongo que no
debería sorprenderme sabiendo que ha estado ocultando
todo tipo de verdades. Pero no reconocer que se ha ido me
enfurece más que nada.
¿Tan poco le importaba ella? ¿No quiere honrar su
memoria?
Por mi mente pasan tantas preguntas sin respuesta, y
lo peor de todo es que no creo que vaya a obtener nunca
respuestas a ellas.
Vuelvo a colocar el cuadro en la mesilla de noche y
me levanto, dispuesto a salir de la habitación, cuando se
oye un fuerte estruendo en el piso de abajo. En un
momento, la casa está en completo silencio; al siguiente, se
desata el infierno.
Los hombres gritan, hay disparos, mi hermana y mi
madre gritan, y a mí me entra el pánico y salgo corriendo al
pasillo, necesitando llegar a ellas. No puedo perder a nadie
más. Moriré antes de hacerlo.
No consigo dar más que un paso fuera de la
habitación de Adela antes de que me aborden y me
empujen al suelo de cara.
—¡Quítate de encima! —Lanzo el codo mi atacante,
pero no se mueve.
Tengo la cara vuelta hacia la puerta abierta, una
rodilla me aprieta la espalda mientras me veo impotente al
ver a cuatro hombres con equipo táctico entrar en la
habitación de mi hermana muerta. Las letras FBI están
escritas en la parte trasera de sus chalecos antibalas.
¿Qué demonios hacen los federales aquí?
Esa pregunta se desvanece en el aire cuando los
cuatro hombres empiezan a destrozar la habitación de
Adela.
—¡No! ¡Dejen sus cosas en paz! —grito por encima del
ruido, pero nadie me escucha. Le arrancan las sábanas y le
dan la vuelta al colchón, derribando el marco de la foto en el
proceso. Sin cuidado, caminan por encima de sus cosas, sin
mirar dónde caen sus pesadas botas. Siento que se me
llenan los ojos de lágrimas. Mi ira es tan profunda que es lo
único que puedo sentir.
Puede que sea hijo de mi padre, pero tengo un
corazón, y late con orgullo por mi familia. Uno de ellos pisa
su cuadro, el cristal cruje bajo su pie, y el sonido penetra en
mi corazón. En una bruma de desesperación y furia, veo
cómo destruyen su habitación. Manchando todas sus
cosas... lo único que me queda de ella.
—Oye, ¿estás bien? —La voz de Ren me hace volver a
la realidad. Me sacudo el recuerdo, pero no puedo sacarme
de encima los sentimientos que me produjo. La pérdida de
control, el dolor, la agonía de ver cómo se hacen pedazos
los últimos recuerdos que tienes de alguien.
El dolor resuena en mi pecho con cada latido de mi
corazón. ¿Estaré bien alguna vez?
Pienso en Aspen, y eso sólo intensifica mi rabia. Sé
que no es su culpa, sé que es de su padre, pero eso no
cambia nada, no en mi mente.
Para mí, ella es el enemigo, y la maniobra que acaba
de hacer le pone una X roja en su espalda. Aspen sufrirá las
consecuencias de sus acciones porque no sólo no seré vista
como débil frente a mis compañeros. No dejaré que piense
ni por un segundo que tiene una oportunidad de recuperar
el control de su vida.

CAPITULO DOCE
Aspen
Estoy tan jodidamente hambrienta que podría llorar.
No soy una aficionada de comer comidas viejas, pero la
comida caducada es mejor que no comer. Cuando el tipo
que estaba detrás del mostrador me dijo que no había
restos de comida y que no podía conseguir nada, me perdí.
La mezcla de hambre dolorosa, falta de sueño, ira
ardiente y humillación era demasiado tóxica como para
aguantarla. Lo único que lamento es haberme desahogado
con Quinton. No es que no se lo merezca, pero sé que hacer
una escena delante de toda la escuela me costará. No lo
dejará pasar. Va a tomar represalias, y no estoy segura de
estar preparada para ello.
Ignorando el vacío de mi estómago, me pongo la
capucha de mi sudadera sobre la cabeza y me dirijo al único
lugar de esta universidad en el que realmente me siento
segura.
En cuanto entro por las grandes puertas que dan
acceso a la biblioteca, me relajo un poco. Me quito la
capucha, camino y miro entre todos los pasillos hasta
encontrar a Brittney. Finalmente la veo en la sección de
ficción con la nariz metida en un libro.
—¿Revisando los libros románticos de nuevo?
Mi voz la saca del universo que estaba visitando y sus
ojos se dirigen a mí.
—¡Oh, hola! —Cierra bruscamente el libro que tiene
delante y lo empuja rápidamente a la estantería—. Sólo
estoy haciendo un control de calidad rutinario. Es parte de
mi trabajo —dice inocentemente.
—Claro que sí —Me río, sintiéndome ya un poco más
ligera. Brittney se ha convertido en una amiga, mi única
amiga, haciendo que la biblioteca sea el único lugar en la
que soy realmente bienvenida. Mi sonrisa se desvanece al
pensar en lo sola que estoy realmente. Incluso aunque
tengo a Brittney, sólo la veo en el lugar donde trabaja.
Probablemente ni siquiera sería mi amiga si no trabajara
aquí.
—¿Qué pasa? Estás un poco pálida —Brittney se
acerca, con la preocupación grabada en su rostro. Me da
unas palmaditas en el hombro como si le importara.
—Oh, no es nada. Es que hoy no he comido nada —O
ayer, añado en mi mente.
—Bueno, entonces estás de suerte. Porque he traído
el almuerzo, y hay suficiente para las dos.
—¿Estás segura? No quiero...
—Te he dicho que hay suficiente para las dos —
interrumpe—. Ahora, vamos a alimentarte antes de que te
caigas. Ya estás muy flaca.
Cogiéndome del brazo, básicamente me arrastra por
la biblioteca hasta su despacho.
—Siéntate —Me empuja a la silla y desaparece en otra
habitación. Oigo el tintineo del microondas y, a
continuación, el maravilloso aroma de la comida llena el
aire. Tengo que ahogar un gemido. Mi estómago ruge tan
fuerte que me sorprende que Brittney no pueda oírlo desde
la otra habitación.
Un momento después, reaparece, llevando dos platos
llenos en sus manos.
—Aquí tienes, querida —Me pone un plato delante y
me da un tenedor. Intento no comer como una salvaje, pero
es difícil no meterme comida en la boca como si no hubiera
comido en días.
Para que sea menos incómodo, intento entablar una
pequeña charla entre los grandes bocados que doy.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?
—Este es sólo mi segundo año, pero este año es
mucho más divertido ya que realmente tengo una
estudiante que viene a la biblioteca —Se ríe.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto mientras me
meto en la boca trozos de pollo marinado.
—¿Qué edad crees que tengo? —replica, clavando un
trozo de lechuga romana en su tenedor. Inclino la cabeza
hacia un lado y examino su rostro. Aparte de algunas líneas
de expresión alrededor de los ojos, nada más muestra su
edad.
—Si tuviera que adivinar, diría que a finales de los
veinte años.
—Tu suposición es correcta —Ella sonríe, y su sonrisa
es tan contagiosa que me hace sonreír a mí también.
Conozco a Brittney desde hace poco tiempo, pero me da
una sensación diferente a la de cualquier otro personal con
el que me he cruzado aquí. Todos han sido odiosos y
despectivos, incluido el maldito director.
No puedo evitar preguntarme cómo ha acabado
trabajando aquí, y aunque sé que es un poco grosero
preguntarle, no puedo evitarlo.
—Perdona si esta pregunta parece sobrepasar la línea
que separa al alumno del profesor, pero ¿cómo has acabado
consiguiendo un trabajo aquí? No pareces una criminal.
Quiero decir, tal vez lo eres, pero eres buena en ocultarlo.
Brittney suelta una carcajada y sus mejillas se
enrojecen. No sé si la he avergonzado o si he hecho algo
malo.
—Bueno, es una historia un poco larga... y un poco
personal — Sus mejillas están ahora muy rojas, y me mira
como si no estuviera segura de sí debería contármelo.
—Entiendo perfectamente si no quieres decírmelo.
Sólo tenía curiosidad.
Brittney sacude la cabeza.
—No, no. Está bien, es que... —Sus ojos se desvían por
un momento antes de volver a encontrarse con los míos, y
entonces deja escapar un suspiro—. Pasé por una fase un
poco salvaje en mis días de universidad. Salía con un
informático por aquel entonces y me enseñó todo lo que
sabía sobre la piratería informática y sobre cómo meterme
en cosas en las que no tenía nada que hacer.
Me quedo con la boca abierta, y no voy a mentir. Me
sorprende su respuesta.
—¿Te enseñó a hackear los ordenadores de la gente?
—Quiero decirle lo genial que es eso, pero no lo hago ya que
tengo la sensación de que esta historia no va por buen
camino.
Ella asiente.
—Phoenix me enseñó todo.
—¿Se llamaba Phoenix?
—Sí, a mí también siempre me gustó su nombre. Su
nombre de usuario era Firebird —Suelta una risita, y una
chispa que nunca había visto antes destella en sus ojos,
pero se desvanece más rápido de lo que aparece.
» Parecía un tipo tan normal. Todo empezó
inocentemente, como un juego, pero luego el juego se
volvió serio. Me volví muy buena, y lo peor es que lo
disfrutaba —Puedo oír la vergüenza en su voz y me quedo
aún más absorta mientras continúa su historia—. Al ser
estudiantes universitarios, teníamos poco dinero, así que
empecé a piratear. Al principio, era por pequeñas
cantidades y nada atroz, sólo aquí y allá, pero como todo, se
salió de control. Antes de que me diera cuenta de lo que
estaba haciendo, me hizo hackear la base de datos de la
CIA.
—Vaya, eso es... bueno, es una locura.
—Lo sé, y casi fui a la cárcel por ello, pero pude llegar
a un acuerdo con Julián Moretti. Él vino a mí y, básicamente,
dijo que, si hago mi piratería para él exclusivamente, me
ayudaría a mantenerme fuera de la cárcel. Por supuesto, lo
hice. La cárcel no me habría sentado bien —Se ríe—. Me ha
puesto este trabajo, y siempre que necesita hackear algo,
soy su chica.
—No tenía ni idea. De hecho, dudo que alguien haya
sospechado que eres un hacker.
—Es de los silenciosos de los que hay que cuidarse —
Me guiña un ojo y las dos nos echamos a reír. El mero hecho
de hablar con otro ser humano me hace sentir mucho mejor,
y cuando terminamos de comer, me siento completamente
satisfecha.
—Entonces, ¿qué pasó con Phoenix y contigo?
—Bueno... resulta que era algo más que el dulce
informático que yo creía. El trato con Moretti incluía
asegurarse de que Phoenix acabara en la cárcel, pero se
escapó cuando lo estaban trasladando, que es una de las
razones por las que estoy aquí.
—Oh.
—Sí, oh tiene razón. Phoenix me está buscando, pero
dudo que me encuentre aquí —Brittney se encoge de
hombros—. Sin embargo, no es un mal trato. Este lugar
sigue siendo mucho mejor que la prisión, y he hecho una
amiga bastante impresionante aquí.
—Yo también he hecho una amiga impresionante —
Sonrío—. Este lugar sería casi soportable si no fuera por
Quinton.
—Ahora, ¿cuál es tu historia? —pregunta, su pregunta
me pilla desprevenida. ¿Estoy preparada para contarle lo de
mi padre? Estoy segura de que ya lo sabe, así que ¿qué
estoy ocultando realmente?
—En realidad no tengo ninguno. Mi padre era
traficante de armas; ahora está en la cárcel, seguro que lo
has oído —Intento no sonar tan asqueada como me siento al
hablar del odio que me envían cada día por su culpa. No fui
yo quien dio la espalda a la familia Rossi. No les clavé el
cuchillo en la espalda, y sin embargo estoy pagando las
mismas consecuencias que mi padre... quizá peores.
—Se habla de rumores entre el personal, pero yo no
creo en esas tonterías. Yo juzgo a una persona en base de lo
que conozco de ella y de cómo me trata. No me importa lo
que otros piensen de ti. Mientras te portes bien conmigo,
me parece bien.
Eso explica por qué no me dio la espalda aquella
noche en el pasillo. Había oído los rumores y sabía lo que la
gente decía, pero se formó su propia opinión de mí al pasar
tiempo conmigo. Era algo que deseaba que hicieran más
miembros del personal de aquí. No era una mala persona, y
tampoco era la rata.
—Gracias por no juzgarme y asumir porque soy una
persona de mierda desde el principio. Cada día desde que
llegué aquí ha sido un infierno, y el único respiro que tengo
es este lugar.
—Eres bienvenida en la biblioteca cuando sea.
Siempre estoy aquí, haciendo algo. Ya casi no duermo por la
noche.
La noche... oh, Dios. Miro por la ventana y me doy
cuenta de que ya es de noche. ¿Cómo ha pasado el tiempo
tan rápido?
—Mierda, tengo que volver a mi habitación. Tengo que
ducharme, estudiar un poco y luego irme a la cama —Me
levanto de la silla, pero me detengo antes de dar otro paso
—. Gracias por la cena y por estar conmigo y compartir un
poco sobre ti.
—Por favor, no es un gran problema. Me gusta pasar
tiempo contigo. Es agradable que los estudiantes usen la
biblioteca, aunque no sean tantos como yo preferiría.
Sonrío y digo:
—Volveré mañana.
—Ya estoy deseando que llegue.
Le hago un pequeño gesto con la mano antes de
darme la vuelta y empezar a caminar hacia la salida que
lleva de nuevo a la parte subterránea de la escuela.
El gran pasillo está vacío, cosa que normalmente
agradezco, pero hoy hay algo en el aire que no me gusta.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral, casi como si
el universo quisiera advertirme de algo.
Debería haber escuchado, joder.
Tomo el ascensor para bajar al nivel inferior, sin que
mi miedo irracional me abandone. La puerta se abre con un
ping, y casi espero que alguien salte al interior del pequeño
espacio. Cuando no ocurre nada, salgo y miro a ambos lados
del pasillo.
Vacío. Me dirijo a mi habitación, nerviosa me paso las
palmas de las manos por la parte delantera de la camisa. Mi
corazón se acelera, pero no sé por qué. ¿Tal vez debería
volver a la biblioteca? No, eso es ridículo. Estoy bien. En
lugar de dejarme ganar por el miedo, sigo adelante como la
chica tonta que soy. Ignorando el sexto sentido, ignoro todas
las señales hasta que es demasiado tarde.
—Pero miren a quién tenemos aquí —la voz de Matteo
retumba detrás de mí. Me doy la vuelta, lista para empezar
a correr, pero dos tipos me agarran—. Aspen Mather... He
estado esperando mucho tiempo para ponerte las manos
encima.
Trato de liberarme, pero sólo hace que me aprieten
más, y cuando giro la cabeza para mirarlos, me doy cuenta
de que conozco a los dos. Uno es Marcel, de la clase de
historia, y el otro es Nash, uno de los amigos de Quinton.
—¿Qué quieres? —Aprieto los dientes. Marcel está a
un lado y Nash al otro. Sus dedos carnosos se clavan
dolorosamente en mis brazos, pero me obligo a no
reaccionar.
—Me debes una mamada, ¿sabes?
—No te debo nada.
—Si lo haces. Si no fuera por ti, me habría mojado la
polla aquella noche en la recaudación de fondos de los
Belmonte. ¿O te has olvidado de eso?
No podría olvidarlo, aunque quisiera.
—¡Para! —En cuanto salgo del baño de mujeres, oigo
una voz aguda procedente de algún lugar del pasillo. Es sólo
una palabra, pero puedo decir que quien la dice, está
asustada. Me doy la vuelta para encontrar su origen, pero el
pasillo está vacío.
Por un momento, me quedo ahí, escuchando,
preguntándome si mi mente me está jugando una mala
pasada. Estoy a punto de volver al salón de baile cuando
vuelvo a oír la misma voz.
—¡He dicho que no!
Esta vez, soy capaz de localizar mejor de dónde viene
la voz, y me pongo en marcha en su dirección. Justo detrás
de una gran columna, encuentro un pequeño pasillo. Me
hierve la sangre cuando veo una figura grande que presiona
a otra mucho más pequeña contra la pared. Su espalda es
tan ancha que no puedo ver realmente a la chica que está
acorralando hasta que me acerco.
—¡Oye! Suéltala —exijo, la ira me hace más valiente
de lo que probablemente debería.
La gran figura se gira para mirarme, con sus ojos
oscuros desorbitados por la rabia.
—Sólo estamos hablando. Piérdete.
—Déjala ir —repito. Cuando las palabras no parecen
registrarse en su pequeña mente, continúo—: Iré a llamar a
seguridad si no lo haces.
—Maldita soplona —gruñe el tipo y pasa por delante
de mí.
Me precipito hacia la chica apoyada en la pared. Tiene
la cabeza inclinada, el pecho agitado y se rodea el torso con
los brazos, como si intentara mantenerse firme.
—Oye, ¿estás bien? —Pregunto, frotando suavemente
la parte superior de su brazo. Ella levanta la vista, con los
ojos llenos de miedo.
—Gracias —susurra, y sólo entonces me doy cuenta
de quién es.
—¿Adela? —Sólo la he visto una vez, pero la recuerdo
como
La hija mayor de Xander Rossi.
—Tenemos que decírselo a tu padre. Se asegurará de
que ese tipo no vuelva a tocar a nadie.
—No, no, no. Por favor, no se lo digas a nadie. Matteo
no volverá a hacer eso.
—¿Conoces a ese tipo?
—Sí, es un amigo de la familia.
—¿Amigo? —Eso no parecía en absoluto amistoso.
—Bueno, su padre es amigo de mi padre, pero eso no
importa. Por favor, no se lo digas a nadie. Mi padre no me
dejaría salir nunca más si se enterara.
—Pero no has hecho nada.
—Por favor, Aspen. No lo entiendes. Por favor... toma,
coge esto —Me pone algo en la mano. Me miro los dedos y
encuentro una fina pulsera de oro rosa con un colgante
brillante que me envuelve los dedos.
—No puedo aceptarlo —Vuelvo a mirar hacia arriba
justo cuando Adela se desliza junto a mí.
—Quédatelo. Es un agradecimiento y un amuleto de
buena suerte.
He tenido esa pulsera conmigo durante mucho
tiempo, e incluso ahora, la tengo cerca de mí. Quizás no lo
suficientemente cerca. Porque la suerte me ha abandonado
por completo al encontrarme en las garras de estos
imbéciles.
—No eres más que un sucio cerdo. ¿Tienes que forzar
a todas las chicas porque no puedes encontrar a alguien
que realmente te quiera?
—Podría, pero no sería tan divertido —Matteo se ríe
antes de ordenar—: De rodillas.
—No... —Uno de los chicos me da una patada en las
piernas mientras el otro me empuja hasta ponerme de
rodillas. El dolor irradia por mis muslos cuando hago
contacto con el implacable suelo de hormigón.
—Ahora, vamos a ver cuántas veces puedo meter mi
polla en tu garganta antes de que te desmayes.
Estoy a punto de empezar a gritar cuando la sombra
de una figura aparece detrás de Matteo.
—¿Qué mierda estás haciendo? —La voz de Quinton
llega a mis oídos momentos antes de que mis ojos puedan
enfocar su rostro. Se da cuenta de toda la situación, su
mirada va de un lado a otro entre Matteo, yo y los otros dos
chicos. Por una fracción de segundo, siento alivio.
Realmente creo que me ayudará, que los detendrá y me
dejará ir.
—Por fin vamos a darle un buen uso a su boca.
¿Quieres unirte? —Matteo ofrece. El espacio se convierte en
un silencio ensordecedor. Una vez más, creo que Quinton
detendrá esto y me protegerá de ellos como yo protegí a su
hermana aquella noche en la recaudación de fondos.

Los ojos de Quinton se clavan en los míos, con un


millón de palabras no dichas en el aire entre nosotros.
—¿Qué quieres hacer, Quinton? —presiona Matteo.
Sin romper el contacto visual, Quinton dice:
—Sólo si yo lo hago primero.
CAPITULO TRECE
Quinton
Está de rodillas, mirándome con incredulidad antes de
que el miedo se apodere de ella. Nash y Marcel están
arrodillados junto a ella, sujetando un brazo cada uno,
inmovilizándola por completo. Ambos observan con
excitación cómo me desabrocho los pantalones. Matteo se
mueve alrededor de Aspen y se detiene justo detrás de ella.
Parece menos excitado y más molesto. Lástima para él que
me importe un carajo cómo que siente. Todo lo que importa
ahora es Aspen de rodillas frente a mí.
Mi polla está tan dolorosamente dura que tengo que
tragarme un gemido cuando la saco. A través de sus
pestañas, me lanza otra mirada suplicante, rogándome que
no lo haga, pero es demasiado tarde. Estoy demasiado lejos
para detenerme.
—Abre la boca, y ni se te ocurra morderme. Si siento
el más mínimo roce de tus dientes en mi polla, te follaré el
culo en su lugar, y ¿adivina qué? No he traído lubricante, así
que puedo garantizar que será una experiencia
desagradable para ti. ¿Entendido?
—¿Por qué no hacerlo de todos modos? —Matteo se
ríe, inclinándose para agarrarle el culo.
—No me toques, joder —le escupe a Matteo,
intentando liberarse de su agarre. Él simplemente se ríe de
sus débiles intentos y le da una palmada en el culo, cuyo
sonido rebota en las paredes.
Apretando los dientes, contengo la ira que no
entiendo. ¿Y qué, si quiere follársela? Debería dejarle.
Debería dejar que todos se la follaran. Debería, pero no lo
haré.
—He dicho que la mantengas quieta, no que la
manosees para que pelee más —le digo. Matteo asiente con
la cabeza, aunque está claramente descontento con mi
orden.
Con una mano, agarro la barbilla de Aspen y con la
otra inclino su cabeza hacia mí.
—Sé una buena chica y abre la boca.
Sus ojos siguen siendo desafiantes, pero sabe que
esta es una batalla que no puede ganar, y que la
cooperación va a ahorrarle dolor. Su boca se abre
lentamente, su labio inferior tiembla mientras su mirada se
vuelve borrosa.
La misma calma que sentí antes me invade una vez
más. Tengo el control.
Todo sucede porque yo lo digo. Este es mi juego, mis
reglas.
La punta de mi polla gotea cuando la acerco a su
boca. Siseo de placer cuando la cabeza entra en contacto
con su suave lengua. Los chicos mantienen a Aspen
completamente inmóvil mientras yo empujo más
profundamente en su caliente boca. Ella cierra sus gruesos
labios alrededor de mi polla y casi me corro.
Sin romper el contacto visual, empiezo a follarle la
boca con empujones superficiales, notando cómo intenta
cerrar la garganta para que no llegue demasiado profundo.
Dejo que se salga con la suya durante unos minutos antes
de que llegue el momento de hacerlo yo.
—Abre la garganta —le exijo, observando cómo el
pánico recorre sus rasgos. No se habrá creído que le voy a
follar la boca con movimientos lentos y perezosos, ¿verdad?
Usando mis dos manos, acuno su cabeza entre ellas y
la mantengo en su sitio.
—Abre la boca y relaja la garganta.
Hace lo que le ordeno. Un gemido sale de sus labios y
deja que su boca se abra. Por primera vez desde que
empezamos, cierra los ojos. Una parte de mí quiere que me
mire, para mantener esa conexión, pero la otra parte se
alegra de no tener que ver esa súplica desesperada en lo
más profundo de su melancolía.
Le meto la polla hasta el fondo de la boca y veo cómo
le entran arcadas cuando la punta le presiona la garganta.
La mantengo ahí un momento, observando cómo se
esfuerza por asimilarme antes de sacarla para dejarla
respirar.
Sólo le doy unos segundos, y luego repito la acción,
forzando mi polla tan profundamente que mis pelotas están
presionadas contra su barbilla. Aun sosteniendo su cara
entre mis manos, utilizo mis pulgares para limpiar las
lágrimas de las comisuras de sus ojos mientras empiezo a
follarle la cara en serio.
Perdiendo el último hilo de control que mantenía,
introduzco mi polla en su garganta sin piedad. Una y otra
vez, me introduzco en su cálida boca, haciendo que le den
arcadas por la intrusión. Una espesa saliva cubre mi polla,
goteando sobre mis pelotas y su barbilla.
—Joder, sí, haz que se atragante —Matteo gruñe, y yo
hago lo posible por ignorarlo—. No puedo esperar a follarla
después.
—Después sigo yo —dice Nash.
—Váyanse a la mierda, chicos —gime Marcel.
Aspen mantiene los ojos cerrados, probablemente
deseando que esto termine. Lo que no sabe es que
acabamos de empezar.
Todo lo que nos rodea se desvanece y sólo quedamos
ella y yo. El sonido de sus náuseas se mezcla con mis
gruñidos de placer, y puedo sentir el orgasmo creciendo en
la base de mi columna vertebral. Me meto en ella una
última vez y me mantengo ahí. Me corro con tanta fuerza
que las estrellas danzan por mi vista. Cuando mi orgasmo
por fin termina y salgo de su garganta, ella aspira con
pánico y empieza a toser furiosamente.
Le suelto la cara y los chicos le sueltan los brazos. Ella
se desploma hacia delante, intentando controlar su
respiración. Todo su cuerpo tiembla, y mi conciencia ruge al
ver su pequeño cuerpo acurrucado en el suelo frente a mí.
—Date prisa y recupera el aliento —Matteo se ríe,
dándole una palmadita en la espalda—. Soy el siguiente, y
tampoco voy a ser suave —Empieza a desabrocharse el
cinturón.
Aspen sigue jadeando cuando me hago a un lado y
vuelvo a meter mi polla, ahora desinflada, dentro de los
pantalones. Matteo se pone delante de ella, ocupando mi
lugar. Agarrando un puñado de su pelo rubio, le levanta la
cabeza, obligándola a mirarle.
—Chúpala bien porque tu saliva será el único
lubricante que tendrás —advierte.
Sus ojos llorosos se llenan de ira y luego le escupe a la
cara.
—¡Vete a la mierda!
—¡Puta estúpida! —Matteo se limpia la cara con el
dorso de la mano antes de volver a girarla hacia ella.
Sin pensarlo, le agarro del brazo, impidiendo que la
golpee.
—Es suficiente. Suéltala.
—¿Hablas en serio? No hemos terminado con ella —
interviene Matteo. En cuanto las palabras salen de su boca,
sabe que ha cometido un error al contestarme.
En lugar de soltarle el brazo, se lo retuerzo hasta que
grita de dolor. Nash y Marcel sueltan a Aspen y se alejan con
las palmas hacia arriba en señal de rendición. Un
movimiento inteligente.
Suelto a Matteo de un empujón y Aspen no pierde el
tiempo. Tan pronto como se libera, se pone en movimiento,
pero en lugar de simplemente hacer una carrera se levanta
y lanza su puño al riñón de Matteo. Él gruñe y se desploma
de dolor mientras ella se va antes de que pueda
recuperarse.
—¡Maldita perra! —dice tras ella—. Te vas a arrepentir
—Le lleva un momento recuperarse. Cuando se endereza de
nuevo, se dirige a sus chicos—. Voy a hacerla pagar por eso.
La próxima vez, tendrá algo más que una rata muerta en su
cama.
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunto.
—Ayer dejamos una rata muerta en su cama —explica
Nash con orgullo—. La clavamos en su colchón con un
cuchillo.
—Fue genial —Matteo se ríe—. Pero nada comparado
con lo que viene ahora.
—¿Cómo mierda has entrado en su habitación?
—Fácil —Marcel se encoge de hombros—. El conserje
nos hizo una copia de su tarjeta de acceso. Podemos entrar
cuando queramos.
—Dámela —exijo, extendiendo la mano.
Marcel parece un poco aturdido, pero vuelve a meter
la mano en el bolsillo y saca la cartera. Encuentra la tarjeta
y me la entrega.
—¿Sólo tienes este? —Miro a los tres rostros. Cuando
todos asienten, continúo—. Nadie entra en su habitación
aparte de mí. Nadie la toca aparte de mí. Nadie la
atormenta aparte de mí. Es mía y sólo mía. Si descubro que
alguno de ustedes le está haciendo algo, les cortaré las
pelotas y las meteré por la garganta. ¿Está claro?
Nash y Marcel asienten con la cabeza furiosamente.
Matteo no es tan inteligente. Estudia mi cara por un
momento, con la mandíbula apretada y los ojos brillantes.
Sé que quiere mandarme a la mierda, pero consigue
contenerse y asentir levemente. Será a él que tenga que
vigilar.
—Bien —Deslizo la tarjeta llave en mi bolsillo—. Nos
vemos por ahí.
Me alejo con una sensación inquietante en lo más
profundo de mis entrañas. Que no hace más que extenderse
como un reguero de pólvora a medida que todo lo que ha
sucedido hoy se repite en mi mente. Es como ver una
película por segunda vez, pero ahora tienes más
información. Conoces el final, detalles que antes
desconocías.
Entraron en su habitación y destruyeron su cama justo
después de que le diera una manta nueva. Todas las piezas
encajan. Ella cree que fui yo, y no puedo culparla por esa
conclusión. Pensó que yo la engañé, y por eso hizo la
escena en la cafetería.
Aun así, hizo una escena, haciéndome parecer débil
delante de toda la escuela. Tuve que hacer algo para
vengarme, sin importar su razonamiento.
No me siento culpable por lo que le hice hace un
momento, pero sí me siento incómodo por Matteo. No va a
dejar pasar esto. No sé cuándo ni cómo, pero devolverá el
golpe. Lástima por él, lo que dije fue en serio. Ella es mía
para atormentarla, sólo mía para controlarla, y no dejaré
que nadie me quite eso.
La gravedad de mi afirmación sólo empieza a calar
cuando llego a la puerta de mi dormitorio. La abro y entro.
El lugar está oscuro y silencioso, lo que me hace saber que
Ren ya está durmiendo. Al comprobar la hora, me doy
cuenta de que ya es más de la una de la madrugada.
En silencio, me dirijo a mi habitación. Pienso
brevemente en ducharme, pero eso significaría alejar a
Aspen de mi cuerpo. La idea de que su saliva seca se quede
en mi polla hace que el cabrón se retuerza en mis
pantalones. Dios, estoy jodido. Mi mente es retorcida y
depravada, pero en lugar de disculparme por ello, lo acepto.
Abrazo la oscuridad que corre por mis venas.
Nací en esta vida y no pienso luchar contra ella. Me
quito las botas y me desvisto rápidamente, pero renuncio a
la ducha.
Al caer en la cama, miro el techo, sabiendo que no
hay manera de que me duerma pronto. Así que, en lugar de
eso, dejo que lo anterior se repita en mi mente...
La forma en que su lengua se sentía en mi polla, sus
suaves gemidos, las lágrimas en sus ojos. Su impotencia y
el poder que me daba a cambio. Joder. Es como una droga
de la que no puedo saciarme. Mi polla ya está dura de
nuevo, y la saco de mi ropa interior.
Envolviendo mi mano alrededor de la longitud,
empiezo a acariciarme e imagino que voy a su habitación.
Con la llave-tarjeta, podría entrar sin que nadie se diera
cuenta, meterme en su cama y aprisionarla bajo mis pies
antes de que se despertara. Cierro los ojos y me la imagino
tumbada, con un pantalón corto para dormir que puedo
bajar fácilmente antes de hundir mi polla en su estrecho
coño. La empujaría contra el colchón con cada empujón...
Mi pequeña fantasía se detiene abruptamente cuando
me pregunto si ella está ahora en su habitación. Matteo dijo
que habían jodido su cama. Seguramente no dormirá en ella
después de haber puesto una rata muerta.
¿Pero dónde más podría dormir? ¿Consiguió una
nueva cama? ¿Nuevo cuarto?
El no saber me está volviendo loco poco a poco, y por
mucho que me acaricie la polla, no puedo volver a hacerlo.
—Mierda —Salgo de la cama, me arreglo los
calzoncillos y me pongo la ropa que me he quitado antes.
Palmeo el bolsillo para asegurarme de que su tarjeta-llave
sigue ahí mientras salgo de la habitación y me dirijo al otro
lado del dormitorio.
Son casi las tres de la mañana y los pasillos están
completamente vacíos de estudiantes y de ruido. El único
sonido que perturba el silencio del dormitorio es el de mis
pisadas.
Cuando me acerco a su habitación, al final del pasillo,
me doy cuenta de que el colchón y la ropa de cama
ensuciados de sangre están abandonados en un rincón.
Frunciendo el ceño, saco la tarjeta de la llave y la paso por
la ranura que hay sobre el pomo. La cerradura se abre y
empujo la puerta sin hacer ruido.
Su habitación no está a oscuras, la luz del cuarto de
baño está encendida y la puerta de éste se ha quedado
abierta. Mis ojos se posan en la cama vacía. El colchón ha
desaparecido y lo único que queda son las barandillas de
hierro que hay debajo. Al examinar el resto del pequeño
espacio, descubro rápidamente que ella no está aquí.
Compruebo el baño y lo encuentro también vacío.
Sólo cuando salgo del cuarto de baño me doy cuenta
del pequeño par de pies que asoman de la esquina
sombreada. Me acerco hasta llegar a la cabecera de la
cama, y es entonces cuando la veo. Está acurrucada detrás
de la cama, con las piernas recogidas hacia el pecho y la
cabeza apoyada en el respaldo del cabecero.
Tiene los ojos cerrados, pero su cara sigue pareciendo
pellizcada, como si estuviera teniendo un mal sueño, o tal
vez sólo tenga frío, ya que lo único que tiene para cubrirse
es una toalla.
No debería preocuparme por su comodidad o por
dónde diablos duerme, pero algo en el fondo de mi mente
me dice que debería hacerlo. Tal vez sea la parte de mí que
anhela el control, o tal vez sea algo que aun no entiendo. De
cualquier manera, tengo que encontrar una manera que se
detenga. No puedo permitirme tener conciencia.
Ni ahora, ni nunca, y especialmente no hacia Aspen.
CAPITULO CATORCE
Aspen
Mis ojos se abren de golpe y me sacan del sueño
cuando oigo el sonido de la puerta al cerrarse.
Inmediatamente, mi corazón se acelera, y estoy
completamente despierta a pesar de estar tan agotada que
podría quedarme dormida de pie. Presa del pánico, busco el
cuchillo que se me debe haber caído cuando me dormí.
Deslizando la mano por el suelo, busco en el espacio que
hay a mi lado y suelto un suspiro de alivio cuando mis dedos
se deslizan sobre el metal.
Envolviendo mis dedos alrededor del frío mango,
sostengo el cuchillo frente a mí. Es solo un cuchillo de
mantequilla que cogí de la cafetería, pero es mejor que
nada.
Me niego a caer sin luchar.
Conteniendo la respiración, escucho atentamente al
intruso, pero sólo me encuentro con el silencio. Agarrando
con fuerza el cuchillo, asomo con cuidado la cabeza por el
cabecero de la cama para examinar la habitación.
Está vacío. Tal vez me imaginé el sonido. Mi mente
está empezando a jugarme malas pasadas, ya sea por falta
de sueño, por falta de comida o por ambas cosas.
Respirando profundamente unas cuantas veces, me
vuelvo a tumbar en mi rincón detrás de la cama. Es
incómodo, pero me da una extraña sensación de comodidad
y seguridad. Ya sé que la gente puede entrar en mi
habitación, pero si duermo así, no me verán hasta que yo
esté preparada para que me vean.
Apoyo la cabeza en la madera. Tirando de la toalla
con fuerza alrededor de la parte superior de mi cuerpo,
trato de encontrar un atisbo de comodidad, lo suficiente
como para dejarme dormir un rato. Estoy tan jodidamente
cansada. Cansada de esta escuela, de esta habitación, del
acoso... Estoy cansada de mi vida.
Apretando los ojos, obligo que la oscuridad que me
lleve, que me permita olvidar todo durante un par de horas.
Empiezo a dormirme cuando algo me despierta de nuevo,
pero esta vez no es un sonido que haya imaginado lo que
me despierta. Es algo que tira de mi toalla.
El pánico me agarra por la garganta y, sin pensarlo,
empiezo a agitarme a mi alrededor, dando patadas con las
piernas, esperando que una de mis extremidades conecte
con algo que me duela. Tengo los ojos muy abiertos, pero la
habitación está bastante oscura: sólo se filtra algo de luz del
baño.
—Cálmate. Soy yo —La voz de Quinton rompe la
niebla del pánico, pero no me impide luchar. Me hará daño y
me romperá si se lo permito.
Tengo las manos vacías y no tengo ni idea de dónde
ha ido a parar el cuchillo, así que tengo que usar los puños
para intentar luchar contra él.
No llego muy lejos, y lo siguiente que sé es que
Quinton me agarra por los tobillos. Me empuja hacia él, de
modo que estoy en el suelo, con la parte posterior de mi
cabeza casi golpeando el suelo.
Luego se sube encima de mí, con su enorme cuerpo
cubriendo el mío, presionándome contra el suelo y
dejándome completamente inmovilizada. Giro la cabeza
hacia un lado y Quinton hunde su cara en el pliegue de mi
cuello.
Mi espalda está fría por el suelo de cemento, pero mi
frente está caliente por el calor del cuerpo de Quinton. Sólo
pasa un momento hasta que todo lo que puedo sentir es a
él, el peso de su cuerpo, la presión de sus muslos contra los
míos.
—Sólo cálmate —repite Quinton, su voz baja, suave, y
es sólo entonces que las palabras que dijo se hunden.
Cuando me desperté, me dijo—: Cálmate. Soy yo —Como si
el hecho de que sea él quien me visite y no otra persona
fuera a calmarme.
¿Es realmente tan delirante?
Incapaz de moverme ni un centímetro, hago lo único
que puedo y me concentro en mi respiración. Para mi
sorpresa, Quinton no se mueve ni deja que todo su peso se
apoye en el mío. Sus brazos están a ambos lados de mí,
aprisionándome, pero también soportando parte de su peso
para no arriesgarse a aplastarme.
—Estoy tranquila —le susurro en el hombro, haciendo
todo lo posible por no respirar su varonil aroma en mis
pulmones. Es picante y embriagador, y no quiero admitir ni
por un segundo la forma en que me hace girar la cabeza.
Se queda quieto unos instantes más antes de
apartarse de mí. Sigo sus movimientos y me siento,
apoyando la espalda en la pared.
—¿Qué quieres? —Finalmente logro preguntar, aun
tratando de entender por qué está aquí.
En sus ojos parpadea la incertidumbre mientras busca
algo a su lado. Me llevo las piernas al pecho para
protegerme. Me aterra lo que pueda hacer a continuación.
Después de lo que me hizo en el pasillo, no creo que vuelva
a confiar en él.
—Te he traído esto —Coge un edredón y me lo
entrega. Lo miro, deseando desesperadamente cogerlo,
pero no soy tan estúpida como para hacerlo. No otra vez.
—No, gracias.
—Sólo tómalo.
—¡No! ¿Crees que soy tan estúpida? Esto sólo puede
ser una de dos cosas. O me estás dando algo para jugar a
tus jodidos juegos mentales conmigo, o esto es algún tipo
de pago. ¿Es este tu regalo de “lo siento”?
—No lo siento —Se encoge de hombros. Por supuesto,
no lo siente. Alguien como él no siente remordimientos—. Y
esto no es un juego mental. Te dije que te conseguiría una
manta nueva, y estoy cumpliendo mi palabra. No puse esa
rata en tu habitación.
—Genial, ¿así que todos en esta escuela tienen una
llave de mi habitación?
—Ya no. Sólo yo tengo una llave ahora.
—¿Se supone que eso me hace sentir mejor? —
Mientras digo las palabras, ya sé que lo hace, y lo odio. Odio
que, de todas las personas de ese grupo de chicos, Quinton
me haga sentir que es el menor de los males.
—Realmente no me importa cómo te sientes. Ahora,
toma la maldita manta y vuelve a dormir.
—No —Sacudo la cabeza y envuelvo mis brazos
alrededor de las piernas para poder apoyar mi mejilla en las
rodillas—. Déjame en paz —Las palabras salen a medias,
sabiendo que de todas formas no me va a escuchar. Aun así,
cierro los ojos y espero lo mejor.
Por supuesto, tenía razón. No me va a dejar en paz. En
cambio, me tira la manta encima. Asustada, intento quitarla
de un puntapié, pero antes de que lo consiga, me levanta
del suelo y me sube a su regazo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —protesto, pero
dejo de forcejear inmediatamente porque froto
involuntariamente mi culo sobre su entrepierna con cada
movimiento que hago.
—Cállate y duérmete.
Aturdida por el silencio, permanezco callada mientras
él me envuelve con la manta y me estrecha contra su
pecho, acunándome como a un niño pequeño. No me doy
cuenta de lo rígido que está mi cuerpo hasta que empiezan
a dolerme los músculos, que tiemblan de agotamiento, y me
veo obligada a relajarme un poco.
En cuanto lo hago, me hundo más en su abrazo, y me
maldigo interiormente por dejar que esto ocurra. Sé que es
un truco, un juego que está jugando, pero no puedo no
puedo evitar aferrarme a esta pequeña cantidad de
consuelo. Aunque no sea real. Estoy tan jodidamente
cansada. Mi cuerpo está agotado, y todo lo que quiero hacer
es dormir.
Mis ojos se cierran sin mi permiso y dejo que mi
mejilla se apoye en el pecho de Quinton. Es tan cálido y
huele bien. Sin embargo, sigo odiándolo. Le odio por lo que
es y por lo que me ha hecho hoy. Lo odio.
—Espero babear toda tu estúpida camiseta —
murmuro contra su pecho, arrancando una risa baja. Es lo
último que recuerdo antes de caer en un sueño profundo y
sin sueños.

***

Por primera vez, desde que llegué aquí, me despierto


algo cómoda. Tardo un momento en orientarme y darme
cuenta de dónde estoy. Sigo acurrucada en el suelo,
escondida detrás de mi cama, pero en lugar de estar fría e
insoportablemente incómoda, estoy envuelta en un capullo
de manta gruesa, con la cabeza apoyada en una almohada
blanda.
Todavía ligeramente desorientada, miro alrededor de
la habitación y la encuentro vacía. Si no fuera porque la
almohada y la manta huelen a él, diría que lo de anoche fue
un sueño. Todavía no sé por qué apareció y fingió que le
importaba, pero ya sé que nada bueno saldrá de ello.
Él mismo lo dijo. No se arrepiente de haberme
obligado a hacerle una mamada delante de sus amigos. El
recuerdo de aquello invade mi mente y se me revuelve el
estómago. Antes me utilizó para excitarse, pero nadie lo vio.
Era más fácil retorcerlo en mi mente y convertirlo en algo
que no era.
No se puede endulzar nada de lo que me hizo delante
de esos tipos. No fue más que degradante y violento. Nunca
me he sentido tan utilizada e indefensa en mi vida. También
nunca experimenté tanto alivio como cuando los hizo parar.
Que Quinton me haga lo que me hizo ya es bastante malo,
¿pero Matteo? No creo que hubiera sobrevivido a su cruel
toque.
Intento no asumir nada en ello, sabiendo que Q
simplemente no quiere compartir su nuevo juguete. Ya sé
que eso no va a durar siempre. Puede que me haya
protegido de Matteo anoche, pero no lo hará por mucho
tiempo. Tendré que encontrar una forma de protegerme si
quiero aguantar otro año, mes o día aquí.
Abro el cajón de la mesita de noche y deslizo la mano
hacia el fondo. Cuando mis dedos tocan el frío metal, los
envuelvo alrededor de la fina cadena y tiro de la pulsera
fuera.
Lo puse allí nada más llegar. A lo largo de los años, lo
he llevado a menudo conmigo, esperando el momento en
que pudiera devolvérselo a Adela. Como esa oportunidad
aún no se ha presentado, lo he utilizado como un faro de
esperanza. Un recordatorio de que soy fuerte y no necesito
conformarme. Ella me dio esa pulsera durante uno de sus
momentos de debilidad, y yo la he utilizado como fuerza en
algunos de los míos. Fuerza. Ese pensamiento me recuerda
que llego tarde a Educación Física.
Mierda. Vuelvo a meter la pulsera en su escondite. La
clase de educación física que se supone que me enseña el
combate cuerpo a cuerpo. Uf. Quiero volver a acurrucarme
en esta manta e irme a dormir, pero no puedo. No puedo
saltarme esa clase porque eso es lo que quieren. Quieren
destrozarme y hacer que me quede encerrada en mi
habitación para lamerme las heridas.
Que se jodan. Ese pensamiento me da la fuerza
suficiente para levantarme del suelo y tirar la manta y la
almohada sobre las barandillas vacías de la cama.
Levantando los brazos por encima de la cabeza, doy un
buen estiramiento a mi cuerpo antes de entrar en el baño y
prepararme para la clase.
Lo primero que noto al quitarme la camiseta de la
cama son los moratones en forma de dedos que tengo en la
parte superior de los brazos. Presiono la tierna carne, que ya
se está poniendo morada. Me duele, pero he experimentado
cosas peores. Estos moratones desaparecerán, pero los
recuerdos de anoche no. Permanecerán en los rincones más
oscuros de mi mente para siempre.
Al comprobar la hora en el reloj, me doy cuenta de
que llego tarde y pongo en marcha mi rutina matutina. Saco
la ropa que lavé a mano ayer de la barra de la ducha, donde
está colgada para secarse. Me visto y me calzo las zapatillas
de deporte, me recojo el pelo en una coleta y salgo
corriendo de la habitación.
Tengo tanta prisa que ni siquiera me doy cuenta de las
extrañas miradas que recibo al cruzarme con la gente.
Todos deben de haberse enterado de la escena de ayer en
la cafetería, porque no quiero pensar en la alternativa.
Por lo menos, nadie choca conmigo a propósito, lo que
supone un avance respecto a mi día normal.
Tomo el ascensor hasta el nivel superior y entro
rápidamente en el gimnasio, donde el instructor ya ha
empezado a dar clases.
La mayoría de los estudiantes están de pie alrededor
de Quan en un círculo, prestando atención a lo que les dice.
Todos menos Quinton, a quien veo apoyado
despreocupadamente contra la pared, con cara de
aburrimiento.
Sin siquiera pensarlo, camino alrededor de los otros
estudiantes y me acerco a él.
Gira la cabeza hacia mí, levantando una ceja cuando
me acerco. Obligo a mis pies a detenerse, preguntándome
qué demonios estoy haciendo. ¿Por qué estoy caminando
hacia él, como una polilla a la llama? Sé que no debo
acercarme a la bestia, pero aquí estoy, marchando hacia su
trampa.
Se le dibuja una sonrisa en la cara y me hace un gesto
para que me acerque. Sacudiendo la cabeza, miro alrededor
de la habitación justo cuando Quan anuncia:
—De acuerdo, busquen compañeros.
Mierda.
Al examinar la multitud, espero el milagro de
encontrar una chica dispuesta a formar pareja conmigo. Por
supuesto, todos se limitan a sacudir la cabeza. No tardan en
encontrar pareja, lo que nos obliga a Quinton y a mí a estar
juntos de nuevo. Me acerco trotando a él con la cabeza bien
alta.
—No sé por qué lo intentas siquiera. Nadie se va a
asociar contigo.
—Eso no lo sabes. Alguien podría cambiar de opinión
un día.
—No lo harán —dice, sonando nada más que seguro
de sí mismo—. Me sorprende que hayas venido.
—No te tengo miedo —miento. Estoy aterrorizada,
pero haré lo que sea para fingir que no lo estoy—. Y no
puedes controlarme —añado, eso es menos mentira.
—La segunda puede ser cierta. No puedo controlar tu
mente, pero voy a intentarlo de todos modos. —Me guiña un
ojo como si acabara de hacer una broma o dijera algo
coqueto—. Ahora, ven hacia mí.
—¿Eh?
—Atácame. Has venido a clase, ¿vas a quedarte
parada las dos próximas horas o vas a entrenar conmigo?
—Esperaba entrenar con alguien más de mi tamaño.
No contigo de nuevo —Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Tienes que ser capaz de luchar contra cualquiera
que sea una amenaza, no sólo contra gente de tu tamaño.
¿Crees que un tipo en un callejón no te atacará porque
pesas menos que él?
Maldita sea, tiene razón.
—Bien, hagamos esto. Preferiblemente sin la parte de
asfixiarme.
—No puedo hacer ninguna promesa. Parece que sacas
lo peor de mí —Sonríe, lo que me da el empujón de ira que
necesito. Usando esa energía, cargo contra él y le tiro el
hombro al estómago. O al menos lo intento. Él fácilmente
me agarra y me empuja como un insecto molesto antes de
que pueda hacer contacto con él.
Me rodea con sus brazos, me abraza como un oso por
detrás y su olor me invade la nariz. Huele tan bien como
anoche, como cuando me dormí en sus brazos.
—Suéltate —dice despreocupadamente como si fuera
algo fácil de hacer. Empiezo a contonearme, pero su agarre
alrededor de mis brazos es fuerte, inmovilizando mis inútiles
miembros a un lado de mi cuerpo. Finalmente, dejo de
luchar y me tomo un momento para recuperar el aliento.
—No puedo soltarme —digo, derrotada.
—Sí, puedes. Sólo tienes que saber cómo. Soy más
fuerte que tú, así que los dos sabemos que nunca me vas a
dominar. Lo siguiente es ser más inteligente que yo.
—¿Cómo me ayuda eso a escapar? No puedo usar el
poder mental. No soy un Jedi7.
—Tienes que usar la mecánica de mi cuerpo contra
mí. Además de agitarte, prueba esto. Deja caer tus caderas
en cuclillas como si fueras a orinar en el bosque. Al mismo
tiempo, pon tus manos en el pecho como si fueras un
vampiro. Sube los brazos y los hombros simultáneamente.
Luego gira hacia mi cuerpo y dame un codazo tan fuerte
como puedas en las costillas. Hazlo todo a la vez y serás
libre.
Lo miro por encima del hombro con incredulidad.
Estoy segura de que esto es un truco. Algún juego que está
jugando para que haga lo que quiere. Estoy a punto de
mandarlo a la mierda, pero ¿entonces qué?
Sinceramente, mi mejor opción es seguirle el juego.
Esto es mejor que me amenace y me agreda.
—Está bien, como sea. Lo probaré.
Hago lo que me indica. Tardo dos intentos en ser
capaz de coordinar todo el movimiento, pero cuando lo
hago, funciona. Me libero y le doy con el codo en las
costillas, arrancándole un gemido. Conmocionada, observo
con la boca abierta cómo se dobla y se acuna el costado.
Lo dejé sin aliento.
—Joder. No sabía que podías golpear tan fuerte.
—Yo tampoco lo sabía.
Se recupera rápidamente, enderezándose de nuevo.
—Muy bien, otra vez.
Repasamos este movimiento dos veces más antes de
que me muestre tres más. No puedo quitarme de encima la
idea de que esto es una especie de broma, pero a estas
alturas, no tengo ni idea de por qué se ofrecería a ayudarme
a defenderme, más aún cuando sabe que podría usar estos
mismos movimientos con él.
Para cuando Quan nos deja salir de la clase, he
acumulado una buena cantidad de sudor, y mis músculos se
tensan, diciéndome que mañana voy a estar dolorida.
Quinton sale de la clase sin decir nada ni despedirse,
aunque no esperaba que dijera nada.
Agarro una botella de agua al salir, me la bebo y lleno
otra. Todavía me encuentro caminando a toda velocidad de
vuelta a mi habitación. Tengo que darme una ducha rápida
antes de ir a mi próxima clase para evitar estar apestosa.
Estoy sola en el ascensor y agradezco el momento de
soledad. Cuando se abren las puertas, salgo con la cabeza
gacha. Eso resulta ser un error, porque si hubiera mirado a
mi alrededor, habría visto a Anja y a Marcel esperándome.
Cuando los veo, ya es demasiado tarde. No hay forma
de evitarlos, y en lugar de agachar la cabeza, la alzo y los
miro fijamente. Marcel es el primero en reaccionar, con una
sonrisa viscosa en los labios.
—Oh, mira, es la rata que se escabulle, lista para
contar otra mentira sobre alguien.
—¿No tienes nada mejor que hacer que acosarme? —
Me reafirmo, negándome a dejarme pisotear.
—¿Es acoso si es verdad? —Anja añade, y ambos
rompen a reír. Mis mejillas se calientan y decido golpear a
Anja donde más le duele.
—Sólo estás celosa porque Quinton me presta más
atención que a ti —Es una respuesta estúpida y no es la
mejor, pero sé que da en el blanco cuando Anja arruga la
nariz y levanta los labios en un gruñido.
—No le gustas. Le gusta atormentarte. Hay una
diferencia.
No miente, pero eso no cambia el hecho de que él
muestre más interés por mí que por ella.
Me encojo de hombros.
—Lo que sea que te haga más fácil dormir por la
noche.
Anja parece querer darme un puñetazo, y Marcel le
pone una mano reconfortante en el hombro, impidiéndole
seguir con su idea.
Me doy la vuelta y sigo caminando hacia mi
habitación. Apenas he recorrido unos metros cuando oigo a
Marcel gritar:
—Eso es, vuelve corriendo al cubo de basura de tu
habitación, maldita rata sucia.
No hay mucha gente en el pasillo, pero sí la suficiente
como para atraer algunas miradas, lo que provoca una
atención no deseada. Siento sus ojos sobre mí, así que me
obligo a ir más rápido.
En menos de un minuto estoy en el pasillo y me
encierro en mi habitación. Me quito la ropa sudada y me
meto en la ducha, poniendo el agua al máximo. Al menos
puedo dejar que mis músculos se relajen durante unos
minutos antes de tener que dirigirme a mi siguiente clase.
Cuando estoy fuera, no tengo el lujo de relajarme. En esta
casa de los demonios, tengo que vigilar mi espalda en todo
momento. La gente me quiere muerta, y como no pueden
matarme, harán cosas mucho peores. Tengo que estar
preparada para todo.
CAPITULO QUINCE
Quinton
Los días pasan borrosos y me sumerjo en mi rutina.
Desayuno, clases y llamadas a casa. Hago lo posible por no
pensar en Aspen o el ligero tiempo de unión que
compartimos en educación física. No me importa en ningún
sentido, y no necesito que piense que sí. Sin embargo, no
voy a mentir. Su presencia me afecta de una manera más
profunda de lo que jamás creí posible.
Acabo de tumbarme en la cama cuando se abre la
puerta de mi habitación y Ren entra. La cierra tras de sí
como si hubiera alguien más en el apartamento o algo así.
—¿Qué pasa? —pregunto, con una ceja levantada.
Ren se pasa una mano por el pelo, casi como si
estuviera nervioso.
—Matteo me acaba de enseñar un vídeo. Es del otro
día...
Mis cejas se juntan en confusión.
—Sí, ¿sobre qué?
—Lo que hiciste con Aspen. La mamada forzada.
Matteo grabó un vídeo y lo guardó en su teléfono.
Joder. Mi primer pensamiento es ir a buscar al
bastardo y darle una paliza, pero alejo ese pensamiento por
ahora. Ya habrá tiempo para eso.
—Mira, sabes que me importa un carajo lo que hagas,
y casi nunca hago comentarios de mierda. Quiero decir,
nuestros padres son unos putos criminales, pero ¿no crees
que...? —Ren arrastra los pies, y mi frustración hacia él
aumenta.
—Estás siendo raro como la mierda. Si tienes algo
más que decir, entonces escúpelo. ¿Cuándo hemos tenido
que decir algo?
Ren sacude la cabeza como si se sacudiera lo que le
molesta.
—Nunca, por eso te digo que creo que lo has llevado
demasiado lejos.
Lo único que puedo hacer es parpadear mientras le
miro fijamente.
¿Dijo... dijo que lo llevé demasiado lejos?
—¿Qué diablos? —arremeto, sin saber por qué de
repente hay con simpatiza con ella. Hablaba de torturarla
cuando llegamos, ¿y ahora una mamada es demasiado?
—No quiero joderte, pero el vídeo lo llevo al límite
para mí —Me sorprendo, casi en completo silencio. No
entiendo a qué quiere llegar.
—Tienes treinta segundos para explicarte.
La mandíbula de Ren se tensa y sus ojos se alejan de
los míos. Sea lo que sea que vaya a decir, sabe que no me
va a gustar, e incluso menos que lo que ha dicho antes.
—Vi el video, y luego Luna me llamó un poco después,
y me hizo pensar si alguien alguna vez le hicieran eso. Me
llenaría de rabia asesina. No habría nada que me impidiera
masacrar a esos cabrones.
—Si estás tratando de hacerme sentir como una
mierda, no está funcionando. Sabes lo que su familia le hizo
a la mía. Sabes el dolor que causaron.
Ren frunce el ceño.
—Lo sé, pero como tu mejor amigo, es mi trabajo
mantenerte controlado con la realidad. No puedo dejar que
te desvíes demasiado del camino —Hace una pausa, y
aunque tiene un punto válido, no es lo suficientemente
válido como para decirme que no tengo motivos para lo que
hice. No me siento culpable por poner a Aspen de rodillas y
follarle la garganta. Lo único que odio es que hubiera otras
personas allí para verlo, pero eso es lo que se necesitaba
para dejar claro que ella sigue siendo inferior a mí—. ¿Qué
pasaría si algo así le ocurriera a Scarlet? ¿Si alguien le
hiciera eso? ¿Cómo te sentirías?
El rostro angelical de mi hermana llena mi mente. La
idea de que alguien le haga daño o la toque de una manera
que la haga sentir degradada o menos que ella enciende un
fuego en mis venas. Sin embargo, toda la rabia de esa
declaración se dirige a Ren.
—¿Qué demonios te pasa? —gruño—. Scarlet y Aspen
no están ni siquiera en el mismo campo de juego, y esa es
mi maldita hermana. No vuelvas a mencionar que le puede
pasar algo así —La ira se precipita hacia la superficie, y es
del tipo incontrolable. Del tipo que necesito sacar en el
gimnasio, para evitar golpear la cara de Ren.
Ren sacude la cabeza, una mirada de disgusto llena
sus rasgos.
—¿Qué me pasa? ¿Por qué no te lo preguntas? Le has
follado la cara a una chica delante de a todos tus amigos y
lo grabas. Luego dejaste que los otros chicos tuvieran su
turno. Si me preguntas, parece que el problema eres tú, no
yo.
—No dejé que nadie hiciera una mierda.
—Eso no es lo que parece en el video. Te apartaste y
dejaste que Matteo ocupara tu lugar.
—Lo aleje justo después —me defiendo.
—El vídeo se corta después de que hayas terminado
con ella. Lo último que vi fue a ti alejándote, y a Matteo
poniéndose delante de ella. No parecía que estuvieras
haciendo que se alejaran.
Mi mano se cierra en un puño sin pensarlo. Sería tan
fácil golpear a Ren ahora mismo, pero un puñetazo no sería
suficiente para mí. Necesito algo más profundo, y pelear con
mi mejor amigo sobre lo que está bien y lo que está mal no
va a sedar a la bestia que late con vida en mis venas.
—Como sea, me voy al gimnasio —Me bajo de la cama
y cojo mis Nikes antes de pasar por delante de él y salir de
la habitación.
Me meto los pies en los zapatos y salgo del
apartamento, cerrando la puerta tras de mí. Normalmente,
iría andando al gimnasio, pero corro hasta allí, con la
esperanza de liberar parte de la tensión.
Eso no parece funcionar y, en cuanto entro en el
gimnasio, me dirijo al saco de arena y golpeo mi puño
contra él hasta que me duelen los nudillos. Luego me dirijo
a la cinta de correr. Me agotaré antes de entrar en una
pelea con Ren, aunque se merezca un gancho de derecha
en la nariz.
Corro durante la siguiente hora. El sudor se desprende
de mí y mis pulmones arden, pero es exactamente lo que
necesito.
Con cada paso que doy, considero más y más lo que
dijo Ren. Sobre cómo me sentiría si alguien le hiciera eso a
Scarlet.
Casi al final de mi carrera, empiezo a pensar en una
forma de mejorar las cosas. No puedo retractarme de lo que
hice, no es que lo haría si pudiera, pero podría manejar las
cosas con Matteo. Podría ir a verlo y obligarle a borrar el
vídeo, pero el mensaje que transmite ese vídeo merece la
pena de la reacción de Ren.
Aunque me haga sentir un poco culpable, ese vídeo
hará que los demás me teman. Les dirá que, si se meten
conmigo, pueden ser los siguientes. Cuando termino de
correr, hago abdominales, flexiones de brazos y
levantamiento de pesas.
Incluso después de pasar dos horas y media en el
gimnasio, sigo sintiendo rabia. Aunque la sensación ha
bajado, sigue ahí, cocinándose a fuego lento como un guiso
en la estufa a la espera de ser servido.
Salgo del gimnasio y me dirijo de nuevo hacia mi
apartamento, pero después de unos pasos, me detengo y
me doy la vuelta para empezar a caminar hacia la
habitación de Aspen.
Es tan jodidamente estúpido lo atraído que estoy por
ella. No de una manera que la haga especial, pero siento
que se está formando un vínculo entre nosotros, una
conexión que es meramente física.
En este lugar, ella es mi desahogo, y yo soy su
salvador, su protector de algún modo, aunque también sea
el matón. La rata sigue pintada en su puerta, y me planteo
decirle a alguien que se la arregle. Puedo usarlo como
táctica para conseguir que haga algo que yo quiera. Busco
en mi cartera la tarjeta de acceso a su habitación y la
introduzco en la ranura, sonriendo cuando se pone verde.
Giro la manilla y vuelvo a meter la cartera en los
pantalones cortos mientras entro en su habitación. Todavía
no puedo creer lo pequeño y estrecho que es el espacio. En
cuanto entro, levanta la cabeza de donde está sentada en
su pequeño escritorio, con un libro que tiene un tipo
semidesnudo en la portada sujeto en las manos, titulado
Pretty Little Savage.
—¿Qué estás leyendo? —pregunto, cerrando la puerta
detrás de mí.
—Creo que la pregunta más importante es ¿qué
demonios estás haciendo aquí? Sabes que esta no es tu
habitación, ¿verdad?
Me encojo de hombros.
—Es lo que yo quiera que sea. Ahora, ¿qué estás
leyendo? ¿Y por qué estás sentada en tu escritorio?
—Estoy leyendo un libro y me siento encima de mi
escritorio porque no me gusta dar la espalda a la puerta por
si entra algún psicópata sin avisar.
—Te lo dije, soy el único que tiene una llave.
—La persona a la que me refiero como psicópata eres
tú.
—Hoy estás muy bocazas. ¿No has aprendido nada de
tu lección de la otra noche?
—Lo único que aprendí es que eres un monstruo.
—¿Te traería un monstruo una manta para que no te
mueras de frío por la noche?
Deja escapar una risa sin humor.
—¿Crees que, porque me das ropa de cama, de
repente eres una buena persona? ¿O que eso compensa que
tú y tus amigos me agredan?
—Nunca he dicho que sea una buena persona...
diablos, tal vez tengas razón. Soy un monstruo. Así que,
¿por qué no aceptarlo? —¿Quiere un monstruo? Bien, le
daré uno.
—¿Qué quieres? —pregunta ella, con la voz
ligeramente temblorosa al final.
—Quiero que te quites la ropa...
—No. No va a pasar. —Se baja del escritorio y se aleja
de mí.
—Puedo hacer que lo hagas —Me acerco a ella. Ella
retrocede dos pasos hasta que se encuentra junto a la pared
y no tiene dónde ir.
—Entonces hazlo —se burla—. Pero nunca lo haré de
buena gana.
Su afirmación me hace rechinar los dientes. Tiene
razón. Puedo controlar su cuerpo, pero no su mente, y eso
me molesta más de lo que puedo decir.
—¿Qué tal un trato? Te compraré un colchón nuevo.
—¿Así que no tienes que cogerme en el suelo? No,
gracias. Prefiero que tú también estés incómodo —Cruza los
brazos delante del pecho a la defensiva, pero lo único que
veo es que se le suben las tetas.
—Tienes razón. El colchón sería para los dos. ¿Qué
más quieres?
—Me importa una mierda un colchón nuevo. Seguiré
durmiendo detrás de la cama —Se mordisquea el labio
inferior, pensando—. Lo que realmente quiero es que me
quites a Matteo de encima. Si me prometes eso, haré lo que
quieras... durante una hora.
Disimulo mi diversión. No tiene ni idea de que ya le he
dicho a Matteo que la deje en paz, pero de ninguna manera
voy a admitirlo en voz alta y perder que me dedique una
hora de su tiempo.
—Entonces, ¿quieres que te quite a Matteo de encima
indefinidamente? ¿Pero sólo me darás una hora de tu
tiempo? Eso no parece justo.
—Los dos sabemos que sólo te llevaría dos minutos
decirle que me dejara en paz, y te haría caso. Dejar que me
hagas lo que quieras no sólo va en contra de todo lo que
soy, sino que tendré que vivir con eso el resto de mi vida,
igual que tengo que vivir con lo que ya me has hecho.
—Bueno, cuando lo pones de esa manera, supongo
que estoy saliendo bastante bien en este trato —Levanto mi
brazo, extendiendo mi mano hacia ella—. Lo mantendré
alejado de tu espalda, y tú me darás una hora de control
total.
Por un momento, examina mi mano como si fuera un
objeto extraño antes de poner su delicada mano en la mía
con vacilación.
—Trato.
—¿Cualquier cosa que quiera? ¿Una hora? —aclaro,
sujetando su mano con fuerza.
Vacila, y puedo ver que su mente está elaborando
todo tipo de escenarios.
—No me harás daño... no habrá torturas extrañas,
¿verdad?
Mis labios se estiran en una sonrisa.
—No. No me gusta el dolor ni infligir dolor. Nada de lo
que estás pensando.
—De acuerdo, una hora —confirma, y mi sonrisa se
amplía. Soltando su mano, cruzo el pequeño espacio que es
su habitación y tomo la silla frente a su escritorio.
La endeble silla de madera cruje bajo mi peso y, por
un momento, considero la posibilidad de sentarme en el
escritorio en su lugar, pero ya tengo planes para esa
superficie plana, así que mantengo el culo plantado donde
está.
—Desnúdate para mí. Te quiero completamente
desnuda... y tómate tu tiempo. Tenemos una hora, después
de todo. Vamos a disfrutarlo.
Aspira un poco de aire en sus pulmones y se lleva
lentamente la mano al dobladillo de su sudadera. Se la sube
y se la pone por encima de la cabeza, revelando que no
lleva nada más debajo. Ya había visto sus tetas cuando
estaba tumbada en la cama, pero ahora que está de pie, se
ven aún mejor. Alegres, del tamaño adecuado, con
pequeños pezones rosados que exigen atención.
Cuando sus dedos se introducen en la cintura de sus
leggins, mis ojos se dirigen a su estómago. Siempre ha sido
una cosita delgada, pero ahora que ya no lleva el jersey
holgado, me doy cuenta de que está aún más delgada de lo
normal. Tiene el estómago hundido, los huesos de la cadera
son más pronunciados y, cuando se inclina para quitarse los
leggins, veo que le sobresalen las costillas.
¿No está comiendo? Me viene a la cabeza su imagen
gritando al personal de la cafetería y me pregunto si le
están dando suficiente comida. Seguramente, le darán algo
de comer. En cualquier caso, guardo esa información,
sabiendo que puedo utilizarla a mi favor en un nuevo trato
en otro día.
—Hace demasiado frío aquí para estar desnuda —
murmura enfadada mientras se quita las bragas de algodón
blanco. Caen al suelo y se endereza, mirándome como si
quisiera matarme.
—Tal vez debería haber incluido una cláusula de no
quejarse en nuestro trato —digo mientras contemplo cada
centímetro de su cuerpo.
Su pelo cae por sus hombros en ondas doradas y me
muero de ganas de envolverlo en mi mano. Mientras dejo
que mi mirada recorra su cuerpo, me fijo en los desvaídos
moratones que rodean sus delgados brazos, y me alegro de
haber decidido ya que Matteo no vuelva a tocarla.
Mis ojos se posan finalmente en la unión entre sus
muslos. Para mi sorpresa, su coño está afeitado.
—Ven aquí —le digo con rudeza, haciendo un gesto
para que se acerque a mí—. Te voy a calentar.
Sus pasos son pequeños, cada uno más inseguro que
el anterior. Se detiene justo antes de chocar con mis
rodillas. Su aroma floral me llena las fosas nasales, y lo
respiro profundamente en mis pulmones como una droga,
dejando que nuble mi mente.
Ahora que está más cerca, veo que está temblando.
Teniendo en cuenta la temperatura de la habitación,
supongo que debe ser por el frío.
—¿Vas a quedarte embobado mirándome durante una
hora? —Dobla su brazo sobre su estómago, no cubriendo
sus tetas, sino para mantenerse caliente, supongo.
—Oh, no te preocupes. Haré mucho más que mirarte,
y como sigues hablando como una mocosa, creo que te
trataré como tal también.

CAPITULO DICISEIS
Aspen
¿Por qué no puedo mantener la boca cerrada por una
vez?
Por otra parte, Quinton no utilizaría una hora libre
para tener una charlar sobre mi libro. Vino aquí para
herirme y jugar sus fantasías enfermizas. No importa lo que
haga o diga, siempre terminamos aquí con Quinton
mirándome como si fuera un cordero listo para el matadero.
—Date la vuelta —ordena, con la voz más áspera que
de costumbre.
En contra de todas las fibras de mi cuerpo, giro
lentamente hasta darle la espalda por completo. Al menos
puedo dejar que se me caiga la máscara
momentáneamente. Es agotador fingir que no tengo miedo.
Por mucho que me diga a mí misma que esta es la mejor
opción, saber que estoy entregando mi virginidad a alguien
que me detesta no es lo que quería.
Y menos aquí, en esta mierda de habitación que ni
siquiera tiene una cama de verdad. Lo que significa que no
sólo será mi primera vez con Quinton, sino que también
será en un piso sucio de una escuela que odio. Las lágrimas
se me clavan en los ojos, pero las aparto con un parpadeo.
No voy a llorar por esto. Al menos es mi elección, y no es
Matteo quien me obliga.
Estoy tan absorta que me sobresalto cuando Quinton
me toca la espalda.
—Relájate —gruñe, como si ordenarme que me relaje
fuera a funcionar de verdad.
Me agarra de las caderas y me acerca aún más a él
hasta que mis piernas quedan atrapadas entre las suyas. Se
me corta la respiración cuando sus manos se dirigen a mi
culo, masajeando cada mejilla antes de separarlas como si
me estuviera inspeccionando. Me siento tan expuesta y
humillada que podría llorar, y me alegro mucho de estar de
espaldas a él, porque no hay forma de ocultar lo que siento
en este momento.
—Siéntate en mi regazo —me indica Quinton mientras
me tira hacia él.
Mi piel fría y desnuda se encuentra con el calor
acogedor de su cuerpo completamente vestido, y me inclino
hacia atrás por instinto, tratando de acercarme.
Me rodea con sus brazos desde atrás, ahuecando mis
pechos en sus palmas mientras entierra su cara en mi pelo.
—Mueve tus caderas, aprieta tu culo sobre mi polla.
Cerrando los ojos, empiezo a mover el culo,
arrastrándolo sobre su ya dura polla. Él gime, dejando que
sus manos caigan de mis pechos, y me agarra las caderas
en su lugar, guiándome para que me mueva como él quiere.
—Así —dice, volviendo a jugar con mis tetas mientras
yo mantengo el ritmo que él marcó.
Hace rodar mis dos pezones entre las puntas de sus
dedos, haciéndome jadear de asombro. Es casi doloroso,
pero no del todo. Se me pone la piel de gallina y, por
primera vez, no es por el frío. Un calor bajo se acumula en
lo más profundo de mi corazón, y es uno que nunca había
sentido antes.
Ese calor se evapora en el aire cuando Quinton vuelve
a abrir la boca, arruinando el momento.
—Te voy a follar tan fuerte que mañana no podrás
caminar.
Mi cuerpo se pone rígida, lo que hace que se ría.
—No te preocupes, me aseguraré de que estés bien
mojada. Incluso haré que te corras siempre que hagas lo
que te digo —Sé que me está tratando con decencia, pero
sus palabras provocan un enjambre de mariposas en mi
vientre. Nunca nadie me ha hecho correrme, y si me deja
disfrutar de esto también, no será tan malo. Quizá pueda
fingir que no he vendido mi virginidad, aunque sea por
seguridad.
—Abre tus piernas y engánchalas sobre las mías.
Siguiendo las instrucciones, dejo que mis piernas se
abran y cuelguen sobre sus rodillas abiertas. El aire frío
inunda mi centro expuesto, provocando un escalofrío en mi
columna vertebral. Me cambia de posición ligeramente, de
modo que su dura polla queda encajada entre mis nalgas.
Una vez más, me alegro de estar de espaldas a él para que
no pueda ver mi cara enrojecida por la vergüenza.
Su mano derecha se mueve desde mi pecho hacia
abajo, sobre mi estómago, y luego más y más abajo. Sus
dedos rozan mis pliegues abiertos y me paralizo, mi cuerpo
vuelve a ponerse rígido mientras las yemas de sus dedos
recorren mi clítoris lentamente.
—No he dicho que dejes de moverte —susurra en el
lóbulo de mi oreja mientras dibuja tranquilamente pequeños
círculos sobre el pequeño manojo de nervios.
—Lo siento... yo... —¿Yo qué? No puedo pensar con él
haciendo eso. Mi cerebro parece estar frito en este
momento. Intento seguir rodando las caderas como me ha
enseñado, pero mis movimientos son entrecortados y
descontrolados ahora.
Su hábil dedo desciende y empieza a rodear mi
entrada. Me pregunto brevemente si debería decirle que soy
virgen, pero estoy segura de que ya lo sabe. No hace falta
ser un genio para darse cuenta. Además, no creo que
cambie nada, así que simplemente mantengo los labios
sellados y espero que no sea demasiado brusco.
Me penetra lentamente, y yo me quedo quieta una
vez más, incapaz de moverme un centímetro más. Mi
respiración es agitada, como si acabara de correr una
maratón, aunque lo único que he hecho ha sido menear un
poco el culo.
—Relájate —gruñe, acercándome a su pecho al mismo
tiempo que empuja su dedo más adentro.
—Eso intento —digo, pero me sale más un gemido.
Saca un poco el dedo para volver a introducirlo un
poco más, provocando un gemido en mis labios. Entonces
se detiene de repente.
—¿Eres virgen? —pregunta como si le sorprendiera la
posibilidad.
—Sí —digo con un resoplido.
Durante un largo momento, se queda callado. Su dedo
sigue enterrado en mi coño, pero no se mueve. No sé por
qué, pero siento que tengo que dar explicaciones.
—¿Es realmente una sorpresa para ti? Sólo tengo
dieciocho años y mi vida ha sido un poco loca durante el
último año —susurro la última parte, sin querer recordarle la
traición de mi padre mientras su dedo está enterrado dentro
de mí.
—¿Así que vas a dejar que me folle este coño virgen?
—pregunta, empezando a moverse de nuevo.
—S-sí —tartamudeo mientras sigue introduciendo su
dedo en mí.
La saca brevemente, para volver a entrar con dos
dedos. Intento permanecer relajada, pero los dos dedos
están estirando mi apretada abertura y tardo un momento
en superar la incomodidad. Para adaptarse a la intrusión,
Quinton empieza a frotar su palma sobre mi clítoris mientras
me mete los dedos.
Ante la nueva sensación, echo la cabeza hacia atrás,
dejándola descansar sobre su hombro. Sigue
estimulándome con la palma de la mano y los dedos,
llevándome al borde del orgasmo. De repente, ya no tengo
frío. Estoy caliente, siento que mi piel arde y estoy a punto
de estallar.
Ya casi estoy ahí, tan cerca de la liberación que puedo
saborearla. Me empuja hasta el precipicio, pero justo antes
de que vaya a explotar, se detiene y saca su mano. Un
gemido de decepción se escapa de mi boca, y me
arrepiento inmediatamente.
Su pecho retumba con una risa mientras me empuja
de su regazo.
—Ve a por la almohada.
Con pies inseguros, atravieso la habitación y cojo la
almohada de mi lugar de descanso. Cuando me doy la
vuelta, encuentro a Quinton bajándose los calzoncillos, su
ya durísima polla se libera, y automáticamente me agarro a
la almohada, sosteniéndola frente a mí como una barrera.
—Pon la almohada aquí —señala el suelo entre sus
pies—, y ponte de rodillas.
Es el menor de los males… Me recuerdo a mí misma,
pero mi cuerpo protesta cuando dejo caer la almohada y me
pongo de rodillas. Los recuerdos de la otra noche vuelven a
aparecer, y toda la calidez que sentí antes se desvanece,
dejando atrás una frialdad glacial.
—No voy a obligarte a usar la boca, ya que fui al
gimnasio justo antes de venir aquí, pero quiero que me
masturbes —Quinton me agarra la parte superior de los
brazos con sorprendente suavidad y me coloca justo como
él quiere. Cierra las piernas lo suficiente como para que
queden presionadas contra mis costados, dándole a mi piel
fría un poco del calor que tanto necesita.
—Oh —digo, algo sorprendida. Me pregunto cuánto
tiempo ha pasado desde que empezamos, lo que me hace
darme cuenta de que ni siquiera sé a qué hora empezamos
—. ¿Qué hora es? Quiero decir... no he comprobado... —
Tropiezo con mis palabras, más nerviosa que antes ahora
que puede verme la cara.
—No te preocupes por el tiempo. No te retendré más
de una hora.
—¿Esto es todo lo que quieres que haga? —Echo un
vistazo a la habitación, tratando de mirar a cualquier parte
menos a él.
—Todavía no lo sé. Depende de lo bien que lo hagas.
—Nunca he hecho esto antes —Casi espero que se ría
de nuevo, o que al menos haga un comentario sarcástico,
pero simplemente me agarra la muñeca y la sostiene.
—Empieza por escupir en la mano.
—¿Qué? —Le echo un vistazo a su cara para
asegurarme de que no se está burlando de mí—. ¿Hablas en
serio?
—Sí, escupe en la palma de la mano. —Juntando saliva
en mi boca, mantengo la mano abierta y escupo en ella
mientras él me mira con ojos hambrientos—. Ahora
envuelve tu mano alrededor de mi polla y acaríciala hacia
arriba y hacia abajo.
Aunque me siento rara haciéndolo, sigo sus
indicaciones y uso mi mano húmeda para agarrar su
longitud. La saliva empieza a tener sentido cuando me doy
cuenta de cómo fácilmente mi mano se desliza hacia arriba
y hacia abajo, y ahora me siento estúpida por no haberlo
sabido antes.
Mi inexperiencia nunca me había molestado. Tenía
tantas cosas en mi vida que el sexo y los novios eran lo
último en lo que pensaba.
—Eso es bueno —elogia—. Un poco más rápido —
Aumento la velocidad y observo con gran curiosidad cómo
la cara de Quinton se contorsiona de placer. Tiene los ojos
cerrados, y aprovecho ese momento para asimilarlo
realmente. Es tan hermoso como malvado. Un disfraz
perfecto para un depredador.
Como si me oyera pensar en él, sus ojos se abren de
golpe y miro hacia otro lado, sintiéndome atrapada, aunque
no haya hecho nada malo.
—Abre la boca —me ordena, poniendo su gran mano
sobre la mía—. Abre —vuelve a gritar mientras empieza a
sacudirse aún más rápido, apretando su agarre alrededor de
mi mano y de su polla.
Dejo que mi boca se abra. Quinton levanta la mano
que tiene libre y me agarra por la nuca, sujetándome justo
delante de él.
—Joder... mantén la boca abierta —me gruñe.
Enhebrando mi pelo con sus dedos, tira ligeramente de él
mientras hilos de semen empiezan a salir disparados desde
la punta de su cabeza hacia mis labios, mi cara y mi boca.
Un líquido espeso y salado golpea mi lengua, y el gemido de
placer de Quinton resuena en la habitación.
—Trágatelo.
Cerrando la boca, me trago el amargo semen,
tratando de no encogerme por el sabor.
—Buena chica. Ahora no te muevas —Echa la silla
hacia atrás y se levanta, dejándome arrodillada encima de
la almohada con las manos en el regazo como una especie
de esclava sexual. Se me revuelve el estómago. ¿Es eso lo
que soy? ¿Una esclava sexual?
Quinton desaparece en el baño. Lo oigo intentar abrir
el agua del lavabo, pero lo único que sale son los chirridos
de las tuberías.
—El lavabo está roto. Tienes que usar la ducha —le
digo, y un momento después oigo cómo se abre la ducha.
No sé qué está haciendo hasta que vuelve con una
toalla húmeda en la mano. En lugar de dármela, se inclina,
me acuna la nuca con una mano y utiliza la otra para
limpiarme la cara de su semen.
Cuando estoy limpia, tira la toalla sucia al suelo, cerca
de la puerta del baño. A continuación, me agarra por debajo
de los brazos y me levanta del suelo como si no pesara
nada. El pánico vuelve a aflorar cuando coloca mi culo
desnudo sobre el escritorio y empuja mi cuerpo hacia abajo.
—Recuéstate y abre las piernas.
Hago lo que me dice y abro las piernas, dándole una
vista cercana y personal de mi coño. Mis dedos se aferran a
la madera, y sé a dónde va esto incluso antes de que llegue.
Quinton mira mis partes más íntimas, y parece que me está
inspeccionando.
No debería importarme lo que piensa de mí, pero una
parte de mí lo hace, y en el fondo me pregunto qué estará
pensando.
—Que haga esto no significa que me gustes. No
significa que seas algo para mí. ¿Lo entiendes?
—S-sí —Mi voz se quiebra al hablar, y un pequeño
escalofrío recorre mi columna vertebral al ver cómo su
oscura mirada recorre mi cuerpo.
Sus dedos se hunden en mis muslos y me abre las
piernas para acomodar su tamaño.
—Déjame adivinar, ¿tampoco has dejado nunca un
tipo te coma?
Puedo sentir el calor de la vergüenza en mis mejillas.
—Como he dicho, he estado ocupada con la vida y... —
Lo que iba a decir, no lo recuerdo porque, como una bestia
hambrienta, Quinton se inclina hacia delante y se aferra a
mi clítoris, con su lengua lamiendo el pequeño manojo de
nervios.
El placer empieza a crecer en mi columna vertebral
casi inmediatamente. Trabaja en mi clítoris con su lengua de
una forma que nunca podría hacer con mis propios dedos,
alternando entre los golpecitos y la succión. El fuego se
enciende en lo más profundo de mi vientre, avivando las
llamas de mi deseo, y puedo sentir que me mojo más. Por
un momento fugaz, soy valiente y lanzo mis dedos a través
del cabello oscuro de Quinton. Las hebras son suaves como
la seda, y tiro ligeramente de su pelo, disfrutando del breve
gemido que emite contra mis pliegues. Se aparta un
segundo después, y yo suelto un leve gemido de
desaprobación.
Dejando escapar una carcajada, me mira desde mis
muslos.
—Estoy deseando reclamar este coño, llenarlo con mi
semen y ver tu sangre virgen en mi polla.
Nada de lo que ha dicho debería excitarme, pero lo
hace. Me excita tanto que me aterra.
—Quinton... —gimoteo, deseando correrme, con el
placer aferrado a cada poro de mi cuerpo. Una sombra
oscura se dibuja en su rostro, y un grito ahogado se escapa
de mis labios cuando hunde su dedo corazón dentro de mí
en un rápido movimiento. Estoy tan húmeda que no hay
molestia, pero me sorprende el movimiento repentino y el
cambio en su comportamiento.
—Suplícamelo. Si quieres venirte, entonces ruega por
ello.
—No estás hablando en serio —No estoy segura de
cómo consigo sacar las palabras, no con su dedo entrando y
saliendo de mí a un ritmo delicioso.
Quinton sonríe, y juro que es como mirar al diablo a
los ojos y rogarle que no te mate.
—Oh, hablo jodidamente en serio, tan en serio que te
dejaré atada al marco de la cama hasta mañana sin poder
hacer tus necesidades. Ahora suplica, y hazlo creíble
Joder… Siento que subo cada vez más alto, que mis
paredes se tensan y que no tardaré en derrumbarme. Como
si de un subidón se tratara, persigo el orgasmo, pero está
fuera de mi alcance.
—Por favor... —suplico, con la lengua saliendo sobre
mi labio inferior.
—Por favor, ¿qué? —Parece que no le afectan mis
ruegos, pero puedo ver su polla creciendo en sus
pantalones, y el poder de la excitación me hace sentir como
si fuera una reina. Aunque él no quiera creerlo, una parte de
mí tiene un pequeño control sobre él.
—Por favor, deja que me corra —Vuelvo a jadear
cuando añade un segundo dedo; un poco de dolor se mezcla
con el placer de la intrusión, pero el dolor en mi interior se
intensifica.
Me apresuro hacia la meta, y él lo sabe, sus propios
movimientos se vuelven más rápidos, y cuando su pulgar
roza mi clítoris, saltan chispas.
Apretando los dientes, me mira, el azul de sus ojos es
intenso.
—Tu coño está muy descuidado. Me está ensuciando
la mano.
—Oh, Dios —Inclino la cabeza hacia atrás, el placer
aumenta. Mis pezones se fruncen y todo mi cuerpo tiembla
como si estuviera caminando por la cuerda floja.
—Quiero que recuerdes quién es tu dueño aquí.
Quiero que recuerdes que puedo hacer lo que quiera
contigo, cuando quiera. Dilo. Dime que es verdad.
Incapaz de detenerme, atrapada entre el placer y la
necesidad de que continúe, suelto un “sí" estrangulado, y
como el imbécil que es, sus ojos brillan y bombea dentro de
mí más rápido hasta que retuerzo por la ola de placer.
La luz me ciega los ojos y todo mi cuerpo queda
suspendido en el tiempo. Mis músculos se crispan, mi
núcleo se tensa y mi canal se aprieta alrededor de sus
dedos. Todo mi cuerpo tiembla mientras desciendo
lentamente del cielo y vuelvo al infierno, mi realidad actual.
Para cuando he bajado de la euforia del orgasmo, soy
un desastre, y Quinton se apresura a envolverme en una
manta, envolviéndome como a un bebé, antes de colocarme
en el suelo junto a la cama. Mi cabeza golpea la almohada y
me desmayo casi de inmediato.

***

Me despierto desorientada. Tanto que tardo un


momento en darme cuenta de dónde vienen los fuertes
golpes. Me zafo de la manta que envuelve mi cuerpo
desnudo y miro alrededor de la habitación. Los fuertes
golpes aumentan y sé que vienen de mi puerta.
Mi primer pensamiento es que esto sólo puede ser
Quinton, pero tiene una tarjeta llave, por lo que no tocaría.
—Espera —grazno, levantándome, obligando a mis
miembros rígidos a moverse.
En cuanto me pongo de pie, la habitación empieza a
dar vueltas y tengo que poner la mano contra la pared para
estabilizarme.
Hay otro golpe en la puerta, y es como si el sonido
tuviera línea directa con mi cerebro, haciendo un traqueteo
dentro de mi cráneo.
—Jesús, aguanta. Ya voy —Dejo caer la manta que me
rodea por completo y me apresuro a buscar mi ropa y
vestirme. Abro la puerta de un tirón, dispuesta a gritar a
quienquiera que interrumpa mi sueño, pero me detengo
cuando veo al conserje al otro lado, con un colchón nuevo a
su lado.
—Se supone que tengo que dejar esto —dice antes de
deslizar el colchón en mi habitación. Sólo está a mitad de
camino cuando se da la vuelta y se marcha, dejándome de
pie y sin saber qué hacer.
Volviendo a mis cabales, tiro de la pesada cosa hacia
dentro y cierro la puerta con el pie. Necesito todas mis
fuerzas para empujarla sobre la cama y dejarla reposar
sobre las barandillas. Me quedo sin aliento y me invade otra
oleada de mareos. No sé por qué estoy tan jodidamente
débil hasta que mi estómago gruñe, recordándome la falta
de nutrición en mi vida. Supongo que la carencia de
alimentos por fin me está alcanzando.
Comprobando el tiempo, juego con la idea de ir a la
cafetería y ver si tienen algo que pueda comer, pero incluso
eso parece un desperdicio de energía. Lo único que quiero
es tumbarme y volver a dormir. Tal vez aún tenga algunas
sobras que me sirvan de ayuda.
Todavía medio dormida, empiezo a buscar en mi
habitación cualquier cosa, cualquier comida que haya
podido olvidar. Interiormente, grito cuando encuentro un
sándwich de queso envuelto a medio comer. Intento
recordar cuándo lo cogí y cuántos años tiene. Pero el
pensamiento se evapora cuando lo desenvuelvo y el olor a
comida podrida me saluda.
Inmediatamente, mi estómago pasa de estar
hambriento a estar enfermo. Con arcadas, me pongo la
mano delante de la boca y corro al baño. Llego al retrete
justo a tiempo para empezar a vomitar y a arrojar todo lo
que comí ayer, que no es mucho. Aun así, sigo vomitando
hasta que me duele la garganta y los músculos de la
espalda. Tengo la sensación de estar vomitando durante
diez minutos, y todo lo que sale es ácido estomacal.
Me desplomo junto al lavabo y recupero el aliento.
Cuando siento que por fin puedo levantarme, me pongo en
pie, pero tengo que aguantar el lavabo un rato para poder
llegar a mi habitación. Me bebo una botella de agua que
tenía al lado de mi cama, luego cojo la manta y la almohada
del suelo y me subo a mi nuevo colchón, acurrucándome en
posición fetal. Espero que esto se me pase rápido y pueda
comer algo de verdad hoy.
Tal vez debería haber negociado por comida en lugar
de por la seguridad de Matteo. Comida... esa será
definitivamente la próxima cosa que pida. ¿Si es que hay
una próxima vez?
Entonces las palabras de Quinton de la noche anterior
resuenan en mi oído...
—Estoy deseando reclamar este coño, llenarlo con mi
semen y ver su sangre virgen en mi polla.
Ya está planeando hacer esto de nuevo, haciendo
tratos conmigo para cualquier fantasía que quiera llevar a
cabo. La próxima vez, estaré mejor preparada. Utilizaré sus
necesidades en mi beneficio, para satisfacer las mías.
Cerrando los ojos, hago todo lo posible por calmar mi
estómago y dormirme, al menos un poco más. Pero las
constantes náuseas mezcladas con el dolor del hambre
hacen que sea difícil encontrar descanso.
Durante las siguientes horas, lucho en una batalla
perdida entre el sueño, el hambre y el dolor. Una parte de
mí sabe que se sentiría mejor si comiera y bebiera algo,
pero no puedo reunir las fuerzas para levantarme e ir a la
cafetería. De repente, empiezo a sentir mucho frío, incluso
con una gruesa manta envolviéndome, y empiezo a temblar
tan fuerte que mis dientes tintinean. Lo siguiente que
recuerdo es que el frío desaparece y es reemplazado por un
calor tan fuerte que las llamas bailan sobre mi piel. Me quito
la manta de encima y, a pesar de llevar sólo una camiseta
fina y unos leggins, siento mucho calor. Cuando me paso las
manos por la ropa, me doy cuenta de que está empapada
de sudor.
Mierda, debo tener fiebre. Intento levantarme, pero
las piernas me fallan en cuanto mis pies tocan el suelo y me
derrumbo como si no tuviera huesos. Mientras me tumbo en
el suelo, el único consuelo que encuentro es que el frío del
cemento me resulta agradable en mi piel ardiente.
Ni en un millón de años habría pensado que desearía
que Quinton entrara en mi habitación sin avisar, pero ahora
sí. Creo que me llevaría al médico. Después de todo, no
puede atormentarme si estoy muerta, y ahora mismo, estoy
segura de que me siento como si estuviera muriendo.

CAPITULO DIECISIETE
Quinton
Han pasado casi cuarenta y ocho horas desde que
dejé el cuerpo acurrucado de Aspen en su habitación.
Aunque me he duchado dos veces desde entonces, juro que
aún puedo olerla en mí. Su dulce aroma floral me pone la
polla dura.
Debería haber sabido que era virgen. No debería
haberme sorprendido tanto como lo hice. El conocimiento
de saber que voy a ser su primera vez es tentador. Tenía
muchas ganas de ir a follarla anoche, pero también quiero
saborear el control que tengo sobre ella. Quiero alargarla y
prepararla para el evento principal.
Además, me encanta tenerla de rodillas, mirándome
con esos inocentes ojos de ciervo que tiene. Una inocencia
que voy a apagar. Mi polla se pone dura pensando en ello, y
un plan se forma en mi mente. Voy a visitarla en su
habitación esta noche y hacerle otra oferta. Está
desesperada, y voy a utilizar eso en mi favor.
—¿Alguna vez duermes? —pregunta Ren, con la voz
ronca. Está tumbado en el otro sofá con los ojos
semicerrados.
—A veces —Me encojo de hombros.
—Bueno, algunos lo hacemos todas las noches. Así
que eso es lo que estoy haciendo ahora —gime, poniéndose
de pie.
—Antes de que te vayas a la cama, ¿ha dicho Matteo
algo más sobre Aspen
—¿Qué quieres decir?
—Le dije que se alejara de ella. Sólo quiero
asegurarme de que está escuchando y no va a mis espaldas
a decir un montón de mierda.
Las cejas de Ren se disparan.
—¿En serio? ¿Por qué ese repentino cambio de
opinión?
—No ha habido ningún cambio. Uno, Aspen es mía
para atormentarla. Dos, Matteo necesita aprender su lugar.
—Lo único que le he oído decir es que hoy no se ha
presentado a clase y que probablemente se haya escondido
en su habitación o algo así —Se encoge de hombros.
—Muy bien.
Ren asiente y desaparece en su habitación.
Espero unos minutos más antes de levantarme y
ponerme los zapatos. Sonrío para mis adentros. Es hora de
hacer una visita a mi pequeño juguete. Con su tarjeta de
acceso en la mano, me dirijo a su habitación. Mientras
camino, pienso en que hoy no la he visto ni he oído a nadie
hablar de ella.
Normalmente, hay al menos un poco de charla sobre
la rata, pero no hubo nada ni hoy ni ayer.
¿Podría realmente estar escondiéndose? Tal vez se
avergüence de cómo la hice correrse, de lo mucho que le
gustó. La idea me hace sonreír con alegría.
Cuando llego a su puerta, deslizo la tarjeta
rápidamente y entro en su habitación. Antes de llegar a la
habitación, sé que algo va mal. En lugar del aroma floral
normal de Aspen, el espacio apesta a vómito y sudor.
Arrugando la nariz, entro en la habitación y me
detengo. Mis ojos se posan en el pequeño cuerpo tendido en
el centro de la habitación. Por un momento, mi corazón se
detiene y me quedo congelado en el tiempo. En mi mente,
me precipito hacia la chica inconsciente, pero mis miembros
no funcionan. Todo lo que puedo hacer es quedarme ahí y
mírala.
Está boca abajo con la mejilla apoyada en el suelo de
cemento, mirando hacia mí. Los mechones de su pelo rubio
se le pegan a la frente como si estuviera sudando, tiene los
ojos cerrados y los labios ligeramente separados. Su piel
está muy pálida; básicamente blanca. La única coloración es
el púrpura alrededor de sus ojos.
La habitación está completamente en silencio; lo
único que oigo son los rápidos latidos de mi corazón y mi
respiración superficial. Solo cuando oigo el sonido áspero de
una respiración dificultosa, mi cuerpo parece volver a
funcionar.
Me meto en la habitación y me arrodillo junto a ella.
Con el dorso de la mano, le toco la mejilla, esperando que
eso la despierte. Retiro la mano rápidamente, como si me
quemara un hierro candente, porque así es como se siente.
Está tan jodidamente caliente. Está ardiendo.
Deslizando mis brazos bajo ella, levanto su cuerpo del
suelo, notando lo ligera que se siente. Demasiado ligera.
Es medianoche y no hay nadie en el pasillo, así que
corro casi todo el camino hasta el servicio médico. La
sostengo contra mi pecho con fuerza, asegurándome de que
su cabeza no rebote como un loco, pero ni siquiera el trote
continuo la despierta. Con cada paso apresurado que doy,
me preocupa más.
¿Cuánto tiempo lleva ahí tirada así?
El edificio médico de la escuela es básicamente un
pequeño hospital de última generación, así que no me
preocupa que no puedan ayudarla. Sólo espero que haya
alguien allí. Al acercarme, veo que la luz del interior está
encendida, y suelto un suspiro de alivio.
Usando mis hombros, empujo para abrir las grandes
puertas dobles. Como en una pequeña sala de urgencias,
hay un puesto de enfermeras delante, y justo después, el
espacio abierto de las secciones para los pacientes. El
sonido de las puertas al abrirse hace que una de las
enfermeras se apresure a saludarme. En cuanto me ve, su
rostro palidece y sus ojos se abren de par en par.
Me hace señas para que me acerque a una cama.
—Aquí, ponla aquí.
La coloco con cuidado en la cama y la enfermera
empieza a atenderla inmediatamente, tomando sus
constantes vitales y haciéndome preguntas.
—¿Sabe qué le ha pasado? ¿Cuánto tiempo ha estado
inconsciente? ¿Es alérgica a algo? ¿Tiene antecedentes
familiares de enfermedades? ¿Desde cuándo tiene fiebre?
—Señora, no tengo ni puta idea. No sé nada de esto.
—Bien —Sigue trabajando en ella, y entonces una
máquina empieza a pitar—. ¡Joder!
—¿Qué?
—Su temperatura. Es casi de 40°. Tenemos que
bajarle la fiebre antes de hacer nada más. Si ha estado así
por un tiempo, está en serios problemas. Tienes que
conseguir algunas toallas húmedas. Allí, en el armario. Coge
todas las toallas, mójalas y tráelas aquí —ordena mientras
prepara el brazo de Aspen para una vía.
Me pongo en marcha y me dirijo al armario. Al abrirlo,
cojo todo lo que puedo y lo tiro en el fregadero para
recuperarlo, antes de llevarlo a la cama en la que está
Aspen.
—Sólo tienes que cubrirla con ellos.
Cuando vuelvo con las toallas húmedas, empiezo a
extenderlas sobre el cuerpo de Aspen mientras la enfermera
le saca sangre del otro brazo.
—Está deshidratada. Apenas puedo encontrar una
vena.
—No te ofendas, pero ¿no deberíamos llamar a un
médico?
—Soy la doctora —afirma sin siquiera mirarme. La
miro un poco más.
Parece demasiado joven para ser médico. De hecho,
parece demasiado joven para ser enfermera.
—¿Hay algo más que pueda hacer?
—No, ahora mismo no. Apártate un poco y déjame
trabajar.
Doy un pequeño paso atrás, pero no me atrevo a
poner más distancia entre Aspen y yo. En silencio, observo a
la doctora trabajar, conectando a Aspen a las máquinas,
tomando muestras y corriendo de un lado a otro de su
mesa.
Odio los hospitales. El olor, las luces brillantes, las
máquinas. Lo odio todo porque me recuerda a Adela. De su
estancia en el hospital, una época en la que aún teníamos la
esperanza de que se recuperara, de que se pusiera bien.
Los médicos nos dieron esperanzas, pero la perdimos
igualmente.
—Su oxígeno es normal, pero el hierro en su
organismo es extremadamente bajo. Fiebre alta,
deshidratación... —La doctora sigue murmurando para sí
misma, algunas cosas que apenas puedo entender—. Muy
bien, su fiebre está empezando a bajar un poco. Déjame
hacer algunas llamadas.
Vuelve a acercarse a su escritorio y coge el teléfono.
No le presto mucha atención hasta que oigo su voz
retumbando en la habitación.
—Necesito que vengas a la enfermería ahora mismo...
No, no estoy bromeando... He dicho ahora mismo, y no, no
puede esperar hasta mañana. He dicho ahora mismo —grita
en el teléfono antes de colgarlo de golpe, y me pregunto a
quién demonios acaba de llamar.
Durante los siguientes treinta minutos, me quedo
mirando cómo la doctora sigue haciendo todo tipo de
pruebas. Aspen ni siquiera se mueve, permaneciendo
inmóvil y en completo silencio. Los únicos sonidos que nos
rodean son los bajos pitidos del monitor cardíaco y de otras
máquinas.
De repente, se abre la puerta de entrada y entra un
Lucas Diavolo muy enfadado y con aspecto todavía
somnoliento.
—Más vale que esto sea bueno —refunfuña, y
entonces sus ojos se posan en Aspen tumbada en la cama,
muerta para el mundo—. ¿Qué le pasa?
—La encontró así antes y la trajo aquí. Está muy
deshidratada, tiene mucha fiebre y está desnutrida —
explica el médico.
Lucas me mira, levantando una ceja en forma de
pregunta, pero por suerte no me pregunta dónde la he
encontrado ni por qué la he traído aquí. En su lugar, dirige
su atención de nuevo a la doctora.
—Pues dale medicina.
—Sí, pero su fiebre era de más de 107 cuando llegó
aquí, y no sé cuánto tiempo estuvo así. Tienes que llamar a
sus padres y traerlos aquí.
Al mencionar a sus padres, se me forma un mal sabor
de boca. Sé que su padre está en la cárcel, así que no
vendrá, pero sé que su madre jugó un papel en la traición
también, y si viene aquí, no sé si podré mantener la calma.
—No queremos padres que vengan porque sus hijos
están enfermos. ¿Qué clase de lugar crees que es este?
—No creo que entiendas la gravedad de la situación.
—Lo entiendo. Está enferma. Así que dale algunas
medicinas y envíala de vuelta al dormitorio. La excusaré de
las clases durante unos días —Lucas le hace un gesto para
que se vaya, intentando pasar por delante de ella y volver
por donde ha venido, pero la doctora le detiene con una
mano en el pecho.
—Lucas —le regaña la doctora, y me sorprende que le
llame por su nombre de pila—, déjame que te lo aclare bien,
para que lo entiendas... No sé si va a pasar la noche.
Lucas se pone rígido, se levanta un poco más, y yo
también. Sus ojos se abren de par en par, todo el sueño que
había en ellos ha desaparecido.
—¿Cómo que no va a pasar la noche?
Suelta la mano del pecho de Lucas y se acerca de
nuevo a la cama de Aspen.
—He dicho que no estoy segura de que vaya a
sobrevivir, no que no lo vaya a hacer. Está muy enferma,
Lucas. Su cuerpo está débil, pero ya me conoces. Haré todo
lo que pueda. He conseguido que la fiebre baje, así que eso
es bueno. Estoy haciendo pruebas de su función hepática y
renal, pero por lo que puedo decir sólo examinándola,
parece que sus órganos están fallando.
—¡Joder! Está bien, llamaré a sus padres —Lucas
asiente con la cabeza, con la cara repentinamente pálida—.
Mantenme informado.
Se va, y la doctora se sienta junto a la cama de
Aspen, tomando su mano entre las suyas y simplemente
sosteniéndola.
—Vamos —susurra—. Tienes que luchar. Eres
demasiado joven para morir —Las palabras se hunden
lentamente. Aspen podría... podría realmente morir...
No soy ajeno a la muerte, pero esto es diferente. La
mayoría de la gente piensa que, siendo yo quien soy, debo
haber matado a gente antes. Pero la verdad es que no lo he
hecho. He visto morir a gente. He golpeado a gente, los he
torturado para obtener información, pero nunca he matado
a nadie.
Si Aspen muere, será en parte culpa mía. Sabía que
no había estado comiendo, o al menos no bien. La vi salir de
la cafetería con las manos vacías. Vi lo delgada que estaba,
pero en lugar de ofrecerle comida, me aferré a esa
información como moneda de cambio.
Si ella muere hoy, su sangre estará en mis manos.

CAPITULO DIECIOCHO
Aspen
Abro los ojos y al instante deseo no haberlo hecho.
Luces amarillas brillantes brillan desde arriba. El mundo que
me rodea gira, haciendo que mi el estómago se revuelve.
Señor, no dejes que vuelva a vomitar. Se me escapa un
gemido mientras me pongo de lado y me doy cuenta de que
estoy en una cama, bueno, en un catre, y ya no en mi
dormitorio.
Desorientada, me obligo a incorporarme un poco más
rápido de lo necesario y casi caigo.
—Más despacio. Te vas a lastimar —Una voz llega a
mis oídos, y giro la cabeza en dirección a la voz, sólo para
descubrir a una mujer joven y a Quinton en la pequeña
habitación que definitivamente no es mi dormitorio.
—¿Dónde estoy? —Lo último que recuerdo es que
tenía tanto calor que parecía que mi piel ardía. Ahora no
tengo tanto calor, pero mis pensamientos son lentos, lo que
me hace difícil armar el rompecabezas.
—¿Cómo te sientes? —La joven se acerca, sus ojos
examinan mi rostro.
—Muerta —bromeo. Luego añado—. Como si me
hubiera atropellado un camión.
La mujer asiente, pero no responde. Miro a Quinton y
siento sus ojos sobre mí. La forma en que me mira, como si
hubiera muerto y vuelto a la vida, me eriza la piel. No quiero
ser el centro de su atención, ni ahora ni nunca.
La enfermera se afana en comprobar mis latidos y mi
temperatura, y luego me pide que siga su bolígrafo con los
ojos. Hago lo que me pide y, cuando me da un vaso de
papel con agua, me lo trago, dejando que el líquido fresco
me cubra la garganta.
—¿Ahora puedes decirme qué ha pasado y dónde
estoy? —pregunto una vez que da un paso atrás y parece
estar contenta con sus hallazgos.
—Estás en la sala de emergencias de la escuela, y
estoy segura de que no tengo que decirte esto, pero tienes
que dar muchas explicaciones.
Mis cejas se fruncen en confusión, y miro a Quinton,
cuyo rostro está quieto y vacío de toda emoción, sin dar
nada.
—No lo entiendo. No sé cómo he llegado hasta aquí ni
de qué estás hablando —Mi cabeza late con fuerza. Estoy
confundida y lo único que quiero es volver a dormirme.
—Te ha traído aquí —La enfermera o la doctora, sea
quien sea, engancha su pulgar en dirección a Quinton. Debe
haber ido a mi habitación sólo para encontrarme medio
muerta en el suelo, arruinando cualquier plan que tuviera
para mí.
—¿Ahora explícame por qué no has estado comiendo?
—¿Comiendo? —Casi me burlo.
—Sí, comiendo. Tus análisis de sangre revelaron que
estás desnutrida, tienes muy poco hierro y múltiples
deficiencias vitamínicas, y muy probablemente un caso
grave de intoxicación alimentaria. Deberías estar
agradecida de no muerto —Bueno, eso explica muchas
cosas. Levanto la mano y noto la vía intravenosa en mi
brazo, líquidos claros bombeados en mi cuerpo, y la
importancia de la situación comienza a pesar sobre mis
hombros. ¿Por qué no has comido? Su pregunta se repite en
mi mente, y puedo sentir cómo su mirada se estrecha aún
más, quemando en mi piel.
Está esperando una respuesta, y casi me da
vergüenza decirle... casi.
—Nada de esto es culpa mía. El personal de la
cafetería no me da comida, y... —Quinton interviene antes
de que pueda continuar.
—Ella tiene un desorden alimenticio. Sólo miente para
encubrirlo. Está súper avergonzada de ello y no quiere
admitir que tiene un problema.
En un instante, me pongo al rojo vivo de ira. No tengo
un puto trastorno alimentario, y se lo digo con la mirada. Me
devuelve la mirada, con la mandíbula apretada y una
mirada gélida que se clava en mis ojos.
La mirada de la mujer pasa entre nosotros, y tengo
que preguntarme si realmente le creerá. Juro por Dios que si
ella está de acuerdo con él...
Ella asiente, y su mirada se suaviza un poco.
—Eso no es tan inusual para una chica de tu edad —
Mirando a Quinton y volviendo a mí, dice—. Haremos que te
cuide la salud, y luego realmente tienes que considerar
alguna forma de terapia. Podrías haber muerto... Realmente
espero que lo entiendas —Quiero decirle que está
equivocada, pero no hay manera de que lo haga, no con
Quinton en la habitación.
—Tengo que hacer algo de papeleo, así que volveré en
unos minutos con otra bolsa de líquidos. Recuéstate y
descansa —Me da unas palmaditas en la pierna y me
muerdo el interior de la mejilla hasta sentir el sabor de la
sangre. Estoy muy cerca de explotar sobre Quinton.
En cuanto sale de la habitación y la puerta se cierra
tras ella, estoy dispuesta a dar un vuelco por la habitación.
—¿Qué demonios? No tengo un trastorno alimenticio,
y ambos lo sabemos.
Su mandíbula se aprieta más y habla entre dientes.
—¿Aprenderás alguna vez a mantener la boca
cerrada?
—No tengo ninguna razón para mantener la boca
cerrada —gruño—. De hecho, mantener la boca cerrada es
la razón por la que estoy aquí en primer lugar. Si hubiera
hablado antes sobre la falta de comidas adecuadas, tal vez
no estaría aquí, medio muerta para el mundo.
Las discusiones hacen que me duela la cabeza, y me
recuesto en el catre y cierro los ojos, cortando cualquier
conexión que mantuviéramos al mirarnos.
—Un agradecimiento es suficiente. No hay necesidad
de que hagas un berrinche. Ya eres una soplona a los ojos
de todos los estudiantes y miembros del personal de aquí.
¿Ahora te das de soplón con el personal de la cafetería
diciéndole al doctor que no te dan comida?
—No es mentira.
—Es un movimiento de una soplona. Mantén tu boca
cerrada. Porque esa es tu mayor perdición —El sonido de la
silla raspando contra el suelo de baldosas me obliga a
arrastrar los ojos para abrirlos de nuevo, y veo a Quinton
empujando fuera de la silla.
—¿A dónde vas? —pregunto, tratando de no sonar
como si me importara. Es obvio que ha estado aquí un
tiempo, y estoy bien ahora, así que ¿qué importa si se va?
—Si quieres saberlo, me voy a mi habitación a dormir
unas horas. Llevo horas aquí asegurándome de que tu culo
no se me muera antes de poder sacarte todo el partido.
Tengo clase en unas horas y no he dormido nada.
Lo único que puedo hacer es poner los ojos en blanco.
—Por supuesto, lo único que te importa es mi utilidad
para ti.
—Cállate y acuéstate antes de que te ponga a dormir.
—No tienes que ser tan agresivo.
—Duérmete, Aspen —ordena, metiendo las manos en
los bolsillos de sus vaqueros.
Le veo caminar hacia la puerta y luego cierro los ojos,
fingiendo que me importa una mierda lo que haga. En
realidad, no me importa. Simplemente no me gusta lo
despectivo que es conmigo ni el hecho de que la cafetería
sea la razón por la que estoy actualmente hospitalizada. No
soy una soplona por decir la verdad, y no me he hecho esto,
que es lo que él quiere que crea el médico.
El silencio se instala a mi alrededor y permanezco en
un estado temporal entre medio dormida y medio despierta,
cada pequeño sonido me sobresalta. Me siento mucho
mejor, que es lo único que me importa en este momento.
No estoy segura de cuánto tiempo ha pasado ni de cuándo
me he dormido, pero la siguiente vez que abro los ojos,
encuentro a Brittney sentada en el lugar donde estaba
Quinton la primera vez que me desperté.
—¡Hola! —saluda, con la preocupación grabada en sus
rasgos.
—Hola —murmuro.
—¿Qué ha pasado? Parece que alguien te pasó por el
procesador de alimentos.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.
—Eso es porque lo hicieron. Al parecer, tengo una
intoxicación alimentaria, y estoy deshidratada por falta de
minerales.
Brittney me mira con severidad.
—Si quieres contarme lo que pasa, puedes hacerlo. No
diré nada. Sólo que no quiero que te hagas daño o que
alguien te haga daño —Tengo la sensación de que se refiere
a aquella noche en el pasillo, que nunca le expliqué del
todo.
—Si te preguntas si me lo he hecho yo misma, la
respuesta es no. También es una situación muy complicada,
así que lo dejaré en que la cafetería no me ha ofrecido
buena comida, y cuando digo buena, no quiero decir
deliciosa. —Brittney arruga la nariz—. Siempre que voy a
buscar comida, está caducada o a punto de caducar. A
veces, no hay nada en absoluto, y en esos días, no como.
Quinton me dijo que me callara cuando fui a decírselo a la
médica...
Me doy cuenta demasiado tarde de lo que he dicho y
aprieto los labios para que no se me escape el resto del
vómito de palabras.
Ajustándose las gafas, pregunta:
—Quinton, ¿el chico con el que te vi en el pasillo la
noche que nos conocimos?
Asiento con la cabeza y una parte de mí quiere decirle
que en realidad no es un tipo tan malo, que es muy
inestable y que, como mucho, es un maniático del control,
pero me detengo a hacerlo porque me parece mal. Parece
que estoy permitiendo su comportamiento, y no quiero
hacerlo. No importa lo jodido que esté alguien, eso no
significa que pueda tratar a la gente como quiera.
—Es una historia muy larga, y estoy demasiado
agotada para contar algo, pero sí, así es como acabé aquí.
—No me gusta. No me gusta que no te den la comida
adecuada —La rabia sube a sus facciones, sus mejillas se
enrojecen y sus cejas se fruncen. Comprendo muy bien su
enfado, pero no le he contado nada de esto porque quiera
su compasión o su ayuda.
—A mí tampoco me gusta, pero no hay mucho que
pueda hacer al respecto —Sacudo la cabeza, sintiéndome
una mierda por lo que voy a decir—. Tampoco quiero que te
sientas mal por mí o que intentes ayudar. Ya tengo
suficiente atención sobre mí por cosas que están fuera de
mi control.
—¿No crees que tu salud es lo suficientemente
importante como para hablar de ella? —me pregunta
tranquilamente.
—Sí, pero te estoy confiando esto como amiga, no
como profesora, así que, por favor, no conviertas esto en un
problema más grande de lo que es. Hablaré con la cafetería.
Lo arreglaré.
Y lo haré, o al menos, lo intentaré.
—Ahora me voy a preocupar aún más por ti —Las
palabras que salen de su boca me dejan inmóvil. Hacía
tanto tiempo que no oía a alguien decir que estaba
preocupado por mí o que incluso le importaba mi existencia.
—No te preocupes. Estoy bien. En cuanto salga de
aquí, volveré a la biblioteca a molestarte.
Asiente con la cabeza y se mira las manos que
descansan en su regazo antes de volver a mirarme. La
forma en que me mira con una expresión tan sombría y
abierta es más de lo que puedo soportar, y desvío los ojos
para mirar la manta que me cubre.
—Si necesitas algo, Aspen, no dudes en pedirlo. Estoy
aquí para ti, como amiga y maestra. Ayudaré como pueda,
siempre que pueda.
No quiero admitir lo mucho que me calman sus
palabras, lo mucho que me hacen sentir mejor, porque
tengo miedo de despertarme y descubrir que todo esto ha
sido un sueño. Es decir, los vómitos y la fiebre podrían ser
un sueño.
—Gracias, y gracias por venir. Por cierto, ¿cómo sabías
que estaba aquí? —Casi dudo en saber la respuesta a esa
pregunta, pero si toda la escuela ya lo sabe, entonces tengo
que prepararme para cuando me dejen volver a los
dormitorios.
—Rumores. Escuché a un par de profesores hablar
esta mañana y tuve que comprobarlo por mí misma. Llamé
aquí y la enfermera me dijo que estabas aquí, pero
durmiendo. He esperado un poco para que pudieras dormir.
No quería molestarte.
Vaya, ¿cuánto tiempo he estado entrando y saliendo
del sueño?
Obviamente más de lo que pensaba.
—Bueno, al menos sólo lo saben los profesores.
Brittney frunce el ceño.
—No creo que sea así por mucho tiempo, pero no te
centres en eso. Concéntrate en sentirte mejor.
Asiento con la cabeza. Es lo único que puedo hacer
ahora.
Ya me ocuparé de las consecuencias más adelante. Al
menos no voy a morir de deshidratación ni de ninguna otra
locura, todavía no.
CAPITULO DIECINUEVE
Quinton
Aunque no vuelvo a visitarla, estoy al tanto de Aspen
a través de la médica que la ayudó a volver a la vida. He
llamado a la doctora todos los días, y me ha dado un breve
resumen de cómo está. Me hace sentir menos idiota por no
visitarla, pero no tengo nada que demostrarle. No es nada
para mí, ni una novia, ni siquiera una amiga. Sólo un
juguete que no quiero que se rompa.
La cafetería está llena de gente hoy, y para cuando
llegamos a una mesa, estoy listo para tirar mi almuerzo a la
basura y salir. Toda la gente y el alboroto me ponen
nervioso. Ren entabla una conversación con un chico
sentado frente a nosotros. Se llama Sillas y parece el típico
americano, hasta la camiseta de polo que lleva.
Su pelo rubio está cortado al estilo militar, y lleva
caquis8. ¿Quién mierda lleva caquis? Supongo que, si su
aspecto general no es lo suficientemente impactante, su
siguiente frase me hace escupir mi refresco sobre la mesa.
—Estoy bastante seguro de que mi padre me envió
aquí para hacerme amigo de otros criminales. Soy un
hacker, pero realmente no he hecho nada grande. Quiere
que salga de mi zona de confort y me meta en lo oscuro.
—¿Hacker? —Me ahogo con el líquido que queda en
mi garganta.
—Sí, es algo familiar —Se encoge de hombros como si
no fuera gran cosa, y realmente no lo es. Los hackers no son
algo nuevo, pero para mí es algo importante. Una idea echa
raíces en mi mente, cobrando vida ante mis ojos, y no
puedo detenerla.
Ren me da una palmada en la espalda mientras se ríe.
—¿Vas a lograrlo?
—Sí, estoy bien —Me inclino sobre la mesa y miro a
Sillas a los ojos. Parece un hombre recto, pero no se puede
juzgar a alguien por su apariencia. Aun así, no tengo miedo.
Mi padre sabe que quiero respuestas. No estoy ocultando
nada ni haciendo mal en pedirle a alguien que me busque
información.
—Necesito que hagas algo por mí, y aunque
probablemente no lo necesites, endulzaré el asunto
echando también algo de dinero.
El rostro de Sillas se vuelve serio en un instante, y se
desprende de la imagen de niño americano ante mis ojos.
—¿Qué necesitas que haga?
Mantengo la voz baja mientras digo:
—Necesito que me ayudes a encontrar a alguien... a
mi madre.
Sillas traga visiblemente, y parece que podría estar
enfermo.
—¿Tu madre ha desaparecido? Tu padre no...
—Ella Rossi no es mi madre biológica. Quiero que
encuentres a mi madre biológica —le explico y observo
cómo en sus facciones se dibuja el más puro asombro.
—Puedo intentarlo. Necesitaré todos los detalles que
puedas darme, y luego me pondré en contacto con mi
padre.
Sacudo la cabeza.
—No. Quiero que lo hagas tú. No involucres a nadie
más. Esto es entre tú y yo. Demuéstrame tu valía y no
tendrás que preocuparte por nada en este lugar —Agrego lo
último por efecto, aunque sea cierto. Nadie se meterá con él
aquí, no si está caminando a mi lado.
Terminamos de almorzar y le comunico a Sillas que le
enviaré por mensaje de texto los detalles que conozco sobre
mi madre. Que no son muchos. Al salir del comedor, Ren me
da un codazo en el hombro.
—¿Estás seguro de esto? ¿Ir a espaldas de tu padre?
Me detengo en seco y le clavo la mirada.
—Nada de lo que hago aquí es un secreto, y no es que
él no sepa que quiero respuestas. Se niega a dármelas, así
que encontraré otro camino, el mío —El veneno de mis
palabras debe impedir que Ren siga adelante con cualquier
otra pregunta, porque en lugar de continuar la
conversación, pasamos a hablar de Luna y de lo
emocionada que está por visitar a Ren.
—La echo de menos como un loco, pero me gustaría
poder pasar tiempo con ella en otro lugar.
—Vendrá aquí cuando se gradúe, ¿verdad? ¿Por qué
no dejarla venir y que conozca la escuela? Así no se queda
en medio de la nada como nosotros.
Ren se encoge de hombros.
—Si soy sincero, no quiero que venga aquí. No quiero
que tenga nada que ver con esta vida. Quiero que vaya a la
escuela, consiga un buen trabajo, viva su mejor vida y se
case y tenga hijos si es lo que quiere.
Casi me río.
—¿Vas a dejar que tu hermana tenga citas? —Ya lo
veo, Ren asesinando a tantos tipos que nuestra familia ya
no podrá encubrirlo.
—No. Tendrá que ser una especie de matrimonio
arreglado. Tengo que asegurarme de que es perfecto para
ella y de que no la va a herir ni a hacerla llorar. Quiero decir,
probablemente será lo mismo con Scarlet.
La mención de su nombre me recuerda que pronto
será adulta, y dentro de poco, estará aquí junto a mí.
—No me importa que Scarlet venga aquí porque será
más seguro que cualquier otro lugar. Además, aquí puedo
vigilarla. Al menos hasta que nos graduemos.
Los chicos se interesarán y ella podrá tomar sus
propias decisiones.
Decisiones que podrían hacerle daño o incluso
matarla.
La falta de control que tengo sobre las personas que
quiero me aterra. Bloqueo el resto de la conversación, y
cuando llegamos a nuestro dormitorio, es justo cuando una
de las criadas está saliendo. Se aparta del camino y
empieza a empujar su carro hacia la siguiente habitación.
Me acuerdo del estado en que encontré a Aspen y del
aspecto de su habitación. Sé que pronto le darán el alta, y al
asegurarme de que su habitación está limpia, me deberá
una hora de su tiempo. Deteniéndome frente al carro, obligo
a la criada a detenerse o a golpearme. Por suerte, en el
último momento, me mira a través de sus pestañas y deja
de moverse.
—Necesito que limpies la habitación de Aspen Mather.
Ella sacude la cabeza, con su cola de caballo marrón
oscura balanceándose.
—No puedo hacer eso. El Sr. Diavolo nos dio
instrucciones de no limpiar su habitación. Lo siento.
Algo dentro de mí se rompe y me agarro al borde del
carro con las dos manos, dispuesta a arrojarlo por encima
del hombro.
—No me importa lo que te haya dicho. Te estoy
diciendo que vayas a limpiar su habitación. Ahora ve a
hacerlo, o me aseguraré de que mi padre sepa que
intentaste robar algo de nuestra habitación y que te pillé
haciéndolo. Imagino que la ira de mi padre rivalizará con la
del señor Diavolo.
Las mejillas de la joven se ponen rojas como un
tomate y su mirada se vuelve sumisa.
—Por supuesto, Sr. Rossi. Me aseguraré de limpiar su
habitación por usted.
Asiento con la cabeza y me aparto de su camino,
dejándola pasar sin incidentes. Siento que Ren me atraviesa
con la mirada.
—¿Qué demonios estás mirando?
—¿Sólo trato de entender por qué tener la habitación
de Aspen limpia significa tanto para ti?
No tengo que sumergirme en el trato que Aspen y yo
hicimos entre nosotros.
Eso no es asunto suyo, así que hago lo que mejor sé
hacer. Pongo otro muro.
—No te preocupes por eso.
—Odio decirlo, pero estás actuando raro —Pongo los
ojos en blanco.
—No, no lo estoy.
—Sí, lo estas, y no me gusta.
Ren y yo siempre hemos estado unidos, y aunque
todavía lo estamos, y puedo confiar en él para cualquier
cosa, no necesito divulgar todas las cosas que hago con
otras personas, y menos con Aspen.
—Lo siento, pero te equivocas, y realmente no me
importa lo que te gusta —digo mientras atravesamos la
puerta y entramos en el apartamento. El olor a antiséptico
flota en el aire. El salón está limpio y las encimeras de la
cocina están limpias.
Ren cambia de tema.
—¿Quieres tomar un par de cervezas y tal vez invitar
a los chicos a un rato?
La idea de pasar una noche entera con Matteo me
hace hervir la sangre. No me gusta la forma en que mira a
Aspen, como si fuera un trozo de carne o como si le
perteneciera.
—No, tengo deberes.
La decepción llena los rasgos de Ren, haciendo que
parezca más mi padre que mi mejor amigo.
—Lo que haya en esos libros no es nada que no
hayamos aprendido. Tú mismo lo has dicho —Y lo dije, pero
eso fue antes de darme cuenta de que Matteo era un
imbécil. Si se presentaba aquí esta noche, habría sangre, y
no sería la mía.
—Sí, bueno, no me importa. Voy a pasar el resto de la
tarde en mi habitación.
Ren sacude la cabeza y se va, y yo entro en mi
habitación y cierro la puerta tras de mí, haciendo clic en la
cerradura. Me siento un poco mal por haber rechazado a
Ren, pero no voy a salir con Matteo, de ninguna manera.
Abro mi portátil y me conecto, queriendo revisar un
poco mi correo electrónico y las redes sociales. Nada más
abrir mi cuenta, veo un correo electrónico de Scarlet. Mis
dedos se detienen en las teclas mientras miro fijamente la
pantalla, leyendo el mensaje.

¡HEY! Tengo la invitación oficial al baile de los


fundadores. ¡Estoy tan emocionada de verte! Será
mejor que estés preparado para que te abrace. Mamá
y papá también están emocionados por verte. Falta
poco para que podamos visitarte. Te echo mucho de
menos. Ah, y no puedo esperar a conocer a tu cita.

¿Mi cita? ¿De qué diablos está hablando? No consigo


que mis dedos escriban una respuesta, así que miro la
pantalla con desconcierto. ¿Cita? No tengo ninguna cita.
Diablos, ni siquiera quería ir al baile de los
fundadores, pero no parece que tenga muchas opciones, y
parece que mi padre no está tramando nada bueno, ya que
estoy seguro de que es él quien ha seleccionado mi cita. La
idea de volver a ver a mi padre me da ganas de apuñalar a
alguien. Sólo puedo esperar que la noche no termine en un
derramamiento de sangre.

CAPITULO VEINTE
Aspen
Los días pasan, y Quinton no vuelve a la consulta
médica para ver cómo estoy, y no estoy segura de cómo me
siento al respecto. Por un lado, estoy feliz, pero, por otro
lado, estoy confundida. ¿Por qué iba a hacer el esfuerzo de
traerme aquí y asegurarse de que estoy bien, para luego no
volver a ver cómo estoy?
No me molesto en intentar darle sentido. Lo que
Quinton y yo compartimos a puerta cerrada no importa, y el
hecho de que me traiga aquí no tiene nada que ver con que
realmente le importe. Tiene todo que ver con que se
asegure de que su pequeño juguete no se rompa hasta el
punto de que ya no sea útil.
Así es como me siento, como un juguete que ha sido
colocado en la estantería y que sólo se saca cuando se
presenta la ocasión. No es que quiera ser nada para él.
Preferiría que ignorara mi existencia por completo, pero
nunca tendría tanta suerte.
—Asegúrate de comer y de tomar muchas vitaminas y
minerales. Si vuelves a estar aquí con el mismo problema,
pediré una evaluación psicológica. No tendrás opción de
buscar terapia, porque te obligaré.
Intento no poner los ojos en blanco ante la doctora,
que ha sido mucho más amable conmigo que la mayoría del
personal. Aun así, cree que me estoy muriendo de hambre,
lo que me cabrea.
—Entendido —digo.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien,
probablemente desde que llegué. No miro hacia atrás
cuando salgo del centro médico y regreso a los dormitorios
lentamente. Algunos estudiantes se quedan en los pasillos,
pero ninguno me presta atención. En cuanto estoy dentro de
mi habitación, suspiro, casi feliz de estar de nuevo en mi
propio espacio.
Me sorprende ver que el suelo ha sido limpiado, el olor
a lejía me hace cosquillas en las fosas nasales. Me fijo en el
colchón de la cama y recuerdo que lo han entregado, pero
todo lo que viene después es un poco borroso. Sobre el
colchón hay una sábana nueva y una bolsa. Me pregunto
brevemente si Quinton tuvo algo que ver con la limpieza de
la habitación. No quiero deberle nada más.
Curiosa, me acerco a la cama y miro dentro de la
bolsa. Su contenido incluye un par de barras de granola,
pequeñas bolsas de frutos secos y dos barras de caramelo.
Hay una pequeña nota en el fondo, y realmente odio que
esta bolsa me haga sonreír.
Una persona no debería estar tan emocionada por
algo tan mundano, pero lo estoy. Al abrir la nota, la leo para
mí.

ME DEBES OTRA HORA.


La cobraré cuando me dé la gana.
-Q

Pongo los ojos en blanco. Por supuesto, esperaba algo


a cambio de limpiar la habitación y conseguirme una
pequeña bolsa de comida. Casi con aprensión, abro una de
las barritas de granola y la huelo. Después de comer comida
mala y caducada, he desarrollado un poco de trastorno de
estrés postraumático hacia la comida. No hay nada extraño
en mis fosas nasales, así que doy un mordisco a la barrita,
masticándola lentamente antes de tragar.
Espero que ocurra algo malo, que mi estómago se
rebele de alguna manera, pero nada lo hace, así que sigo
comiendo, devorando cada bocado como si fuera lo último
que voy a comer.
Una barrita de granola no me servirá, así que tendré
que hacer un viaje a la cafetería esta mañana. La idea de
pelearme con uno de los empleados es agotadora, pero no
voy a permitir que acabe de nuevo en el hospital.
Quitando el polvo de las migas de mi regazo, me
pongo de pie. Tengo que volver a la rutina. Mientras me
dirijo a la cafetería para desayunar, me pregunto si la
escuela habrá llamado a mi madre cuando estuve enferma.
Ella nunca intentó llamarme, pero sospecho que, si lo
supiera, habría llamado. La cafetería está casi vacía cuando
llego, y me acerco al bufé, con la boca hecha agua y el
estómago rugiendo.
—No sé quién está al mando ahí atrás, pero...
—Tenemos su desayuno listo —El tipo ignora lo que
iba a decir y desaparece un momento en la parte de atrás.
Cuando vuelve, tiene un vaso de espuma en la mano, y lo
miro, extrañada de que todo mi desayuno pueda estar en
ese único vaso.
—¿Qué es esto? —pregunto, tomando la taza.
—Desayuno. Tiene un montón de verduras y frutas
diferentes, así como algunas vitaminas y minerales. No
estoy seguro de cómo va a saber, pero es súper saludable y
te dará todos los nutrientes que necesitas.
Basándose en todo lo que acaba de decir, alguien
debe haber hablado ya con la cafetería, cosa que no quería
ni necesitaba. Dudo que haya sido Brittney; si hubiera
hablado con ellos, estoy seguro de que ahora mismo tendría
una comida real en mis manos, no una versión líquida.
Todos los dedos apuntan a Quinton o quizás incluso a la
doctora.
—¿Esto es todo lo que puedo comer?
—No necesitas nada más. Lo que hay ahí debería
servirte hasta el almuerzo.
Aprieto los dientes para no arremeter. Estoy cansada
de que la gente me diga lo que necesito y lo que no
necesito.
—Bien —refunfuño, en lugar de discutir con el
hombre, y tomo mi vaso de espuma. Es fácil encontrar una
mesa vacía a estas horas de la mañana. Saco la tapa del
vaso de espuma y miro dentro de él. Un líquido verde
brillante me devuelve la mirada y me dan arcadas.
No pueden esperar que me tome esto, ¿verdad?
Aparto la mirada del contenido de la taza, encogiéndome
ante la idea de beberlo. ¿Qué otra opción tengo? Ninguna.
Tengo que tomarlo, o acabaré de nuevo en la enfermería, y
quién sabe qué pasará la próxima vez.
Tragándome el reflejo nauseoso, me acerco el vaso a
los labios y lo vuelvo a inclinar. El líquido verde salpica hacia
delante y entra en mi boca. Hago todo lo posible por no
concentrarme en su sabor, sino por forzarlo a pasar por mi
garganta, pero eso no funciona del todo bien.
El sabor amargo de las verduras es lo primero que
noto, así como el espesor del batido, si es que se le puede
llamar así. Personalmente, me encantaría tirarlo al cubo de
basura, pero no lo hago, ni lo haré. Necesito cada gota de
nutrientes de esta taza.
Tengo un nuevo objetivo que añadir a mi lista, y que
incluye no volver a la medicina de nuevo. Si tomar este
horrible y nada delicioso batido hace que no lo haga,
entonces lo beberé.
De alguna manera, me trago la taza entera sin
vomitar. Me recuerdo a mí misma que tiene que ser así y
tiro mi taza a la basura y le doy una sonrisa al hombre que
me dio la taza antes de salir. Supongo que los mataré con
amabilidad, aunque técnicamente intentaron matarme.
Vuelvo a mi habitación y, nada más al cerrar la puerta,
mi teléfono empieza a sonar. Sentada en el borde del
flamante colchón, saco el teléfono del bolsillo y encuentro el
número de mi madre iluminando la pantalla. Está llamando
por Skype, así que pulso la tecla de respuesta y espero a
que su cara llene la pantalla.
—¿Aspen? —dice, como si no pudiera creer que se
haya puesto en contacto conmigo cuando he estado
esperando que me llamara todos los días desde que me
hospitalizaron.
—¿Sí, mamá?
—Oh, gracias a Dios, estás bien. Acabo de enterarme
por Lucas de tu hospitalización. Lo siento mucho, cariño. No
tenía ni idea de que tenías un trastorno alimenticio.
Tengo que evitar que se me escape toda mi rabia
hacia ella. Sobre todo, porque, por primera vez en mucho
tiempo, parece realmente preocupada por mí.
—No tengo un trastorno alimentario. Intenté decírselo,
pero nadie me escuchó. Me enfermé por la comida que me
daba la cafetería. Estaba caducada la mayoría de los días, y
otros no me daban nada de comer, así que no me sorprende
que enfermara.
La expresión facial de mi madre no cambia.
¿Realmente cree que intento ocultarle que tengo un
trastorno alimentario?
—No importa cuál sea el problema, tu padre y yo
hablamos y decidimos que sigue siendo mejor que te
quedes allí. Estás más segura, independientemente de las
circunstancias que estés atravesando. —Sus palabras son
una patada en el estómago. Odio este lugar, pero odio más
el hecho de no tener elección—. Lucas nos ha asegurado
que ahora se te proporcionará comida sana y fresca.
Mis pensamientos se dirigen al vaso de espuma con el
espeso líquido verde que contiene. Sabía a hojas cubiertas
de mantillo y al lugar donde los sueños van a morir.
—Seguro que sí —murmuro en voz baja.
Suena a tópico, pero realmente no entiende cómo es
esto. El peligro, el odio y el miedo que me invade. Es como
si todo el mundo me persiguiera por algo con lo que no
tengo nada que ver, por una elección que hizo mi padre.
—No seas tan negativa. Las cosas mejorarán. Te
prometo que estarás mucho más segura allí que aquí —No
me lo creo ni por un segundo, pero no es que yo tenga una
forma de salir.
—Bueno, estoy viva, así que no tienes que
preocuparte más.
—Por favor, Aspen, no seas así. Tu padre tiene muchas
cosas en su plato ahora mismo, y yo estoy atrapada en la
clandestinidad. El resto de nosotros no estamos viviendo
una gran vida.
Quiero decirle que quizá no está viviendo una vida
grandiosa, despertándose con el desayuno servido y una
criada a su disposición, pero al menos no tenía que
despertarse todos los días con miedo a lo que pudiera pasar.
No había un miedo permanente que la asfixiara y le
dificultara dormir por la noche. No tenía sentido discutir con
ella porque, pasara lo que pasara, haría parecer que su
situación era mucho peor que la mía.
—Mira, mamá. Tengo que irme. Los deberes y esas
cosas.
Sus cejas se fruncen y su boca se abre como si fuera a
decir algo más, pero pulso la tecla de finalización antes de
que tenga la oportunidad. No puedo soportar otra discusión.
Mientras apago el teléfono, me invade un sentimiento de
culpa. Odio tener que dejarla fuera así, pero por mi propia
salud mental, tengo que hacerlo.
Observo mi escritorio y miro la pila de libros. Estar
enferma me ha retrasado mucho con los deberes. Supongo
que pasaré el resto del día terminándolos y esperando que
Quinton no aparezca sin invitación. Eso sería mi suerte.

CAPUTULO VEINTIUNO
Quinton
Hace una semana que Aspen salió de alta y todavía
no he ido a verla. Sigo diciéndome que es porque la
necesito sana para lo que he planeado para ella. No puedo
follarla si está desmayada, pero en el fondo, sé que no es
esa la razón. No me importa si está medio muerta; seguiría
disfrutando follándola... quizás incluso más.
No, la verdadera razón por la que me he mantenido
alejado es que Ren tiene razón. Me estoy acercando
demasiado. No debería importarme si su habitación está
limpia o si tiene hambre o frío. No debería importarme nada,
y el hecho de que lo haga hace que un profundo
sentimiento de culpa se instale en mis huesos. Se supone
que ella es el enemigo, y cuidarla de cualquier forma es
como traicionar a mi familia.
Debería cortar todos los lazos, olvidar nuestro trato y
dejar que se las arregle sola, pero mi cuerpo le gana a mi
mente. Porque mi cuerpo la anhela, anhela el control y la
sensación de paz que me da.
—¿En qué grupo estás? —La voz de Ren me saca de
mis pensamientos.
—¿Eh?
— ¿Qué grupo?
—El campo de tiro. Estoy en el grupo seis, voy al
campo de tiro esta semana.
—Oh, sí. Yo también. ¿Esta semana?
—Jesús, amigo. ¿Dónde está tu mente? Sí, el
entrenamiento con armas comienza hoy. No es que lo
necesitemos. ¿Quieres saltarte?
—No, no me importaría disparar algunas rondas.
Además, dependiendo del tipo de entrenamiento que hagan,
será algo divertido. No es que tengamos nada mejor que
hacer.
—Cierto. Bueno, vamos entonces —Ren se pone en
pie.
—¿Empieza ahora?
Ren me mira como si cuestionara mi cordura.
—Si no hubiera dicho nada, ¿habrías ido a clase en
una hora?
—Más o menos, sí —Estoy un poco sorprendido.
Normalmente me gusta tener un plan y estar preparado,
pero el entrenamiento con armas simplemente se me
olvidó, lo que no hace más que consolidar mis
pensamientos de mantenerme alejado de Aspen.
Salimos de la habitación y subimos en el ascensor al
nivel D. Sólo he estado en este nivel una vez para
familiarizarme con el entorno. Para mi sorpresa, parece que
Ren también ha estado aquí. Caminamos por el pasillo
blanco hasta el campo de tiro. Cuando entramos, ya hay
tres personas: el instructor, Matteo y un alumno que no
conozco.
Matteo nos saluda con la cabeza, y el ácido se
revuelve en mi estómago. Cada vez que lo veo, me
desagrada un poco más. En lugar de asentir, le ignoro,
haciendo como si no estuviera allí.
Me meto las manos en los bolsillos y las imagino
rodeando su cuello mientras vemos cómo los estudiantes se
amontonan lentamente en la sala. Matteo está hablando
con el chico que no conozco. Pero sus ojos me miran
esporádicamente, como si quisiera asegurarse de que no le
voy a atacar.
El instructor es alguien a quien tampoco conozco
todavía. Es alto y voluminoso, con el pelo corto y rubio
sucio, y una barba descuidada que parece que acaba de
pasar seis meses sin hogar.
Ren se apoya en la pared con indiferencia, pero sé
que se da cuenta de que estoy irritado. Apartando los ojos
de Matteo, hago un rápido recuento de las personas que
hay en la sala. Ya somos catorce, lo que significa que nos
falta un alumno. Cada grupo debería ser de quince. Apenas
me he quitado esa idea de la cabeza cuando se abre la
puerta y entra la última persona.
Aspen.
—Lo siento —Se disculpa en voz baja por llegar tarde,
con los ojos fijos en el suelo. Todavía no me ha visto, y
cuando levanta la vista, su mirada se dirige a Matteo, que la
mira fijamente como un perro hambriento que mira un
hueso.
—Ahora que estamos todos aquí, vamos a empezar —
El instructor levanta la voz, callando toda la cháchara de la
sala—. Soy Michael Brooks. Pueden llamarme Mike. Es una
broma, si me llamas Mike, te dispararé en la pierna. Me
llamarás Brooks. Si me llamas Sr. Brooks, también te
dispararé en la pierna...
Brooks sigue hablando, pero mi atención se centra en
la chica rubia con la espalda pegada a la puerta por la que
acaba de entrar. Cuando dejé la sala médica, estaba muy
pálida. El color ha vuelto a su cara, pero todavía está
demasiado delgada para parecer saludable. Su jersey
cuelga de uno de sus hombros, mostrando su pronunciada
clavícula y su fino cuello. Sus vaqueros son holgados y
parece que están a punto de caerse de sus caderas.
—Estás a punto de entrar en la única sala de esta
escuela donde se permiten las armas —La voz de Brooks
irrumpe de nuevo—. Cada uno de ustedes encontrará un
puesto con tres armas. Todavía no están cargadas, pero la
munición para cada una está en el estante inferior de su
puesto. Sólo carguen un arma a la vez, permanezcan en su
puesto y no se disparen entre sí. ¿Entendido?
Un murmullo bajo llena la sala, y todos asienten con la
cabeza, excepto Matteo, que se queda mirando a Aspen
como si se quitara la ropa en su mente. Brooks abre la
puerta del campo de tiro, y todos empiezan a dirigirse hacia
la puerta, Aspen incluida. Matteo la sigue, y yo le sigo.
Aspen toma la cabina de la izquierda, la más alejada
de todos los que están a la izquierda. Matteo intenta tomar
el puesto contiguo al suyo, y toda mi convicción de
mantenerme alejado de ella se esfuma.
—¿A dónde vas? —Ren pregunta, poniendo su mano
en mi hombro. Joder, me olvidé de que estaba aquí por un
momento.
—No puedo hacerle la vida imposible a Aspen desde
allí —Encogiéndome de hombros saco su mano de mi
hombro, me acerco a Matteo—. Muévete, esta es mi cabina.
Matteo se gira rápidamente, mirándome directamente
a los ojos.
—Por supuesto —Asiente, forzando una sonrisa—. Nos
vemos luego, rata. —Le guiña un ojo a Aspen y se escabulle
como la serpiente que es.
Ren ocupa la cabina tres cabinas a mí y la chica rusa
rubia de Educación Física está a mi derecha. Estoy seguro
de que se llama Hannah, o Anna, o algo así.
Miro a mi izquierda y veo que Aspen aparta la mirada
rápidamente, como si no quisiera que me diera cuenta de
que me está mirando. Una sonrisa se dibuja en mis labios
cuando veo la selección de armas que tengo ante mí.
—Empezaremos con las dos pistolas. Pónganse las
protecciones para los oídos, elijan un arma, cárguenla,
disparen y repitan —instruye Brooks, y la sala se llena con el
sonido de las armas que se cargan y se encañonan.
Uno a uno, me introduzco los tapones insonorizados
en el canal auditivo y cargo el arma en piloto automático. El
movimiento ya está lo suficientemente integrado en mi
cerebro como para no tener que pensar en lo que estoy
haciendo.
Levantando mi arma, apunto al objetivo y disparo las
diez balas. Cada una de ellas da en el anillo más pequeño
del objetivo, y dos están en el centro. Suelto el cargador y
recargo antes de cargar el arma y apuntar de nuevo.
Estoy a punto de hacer mi primer disparo cuando oigo
una maldición casi inaudible a mi lado. Inclino la cabeza y
miro a través del cristal que me separa de Aspen. Ella está
tanteando el arma, intentando cargarla con el cargador
equivocado.
Sacudiendo la cabeza, bajo mi propia arma. Sacando
uno de los tapones para los oídos, recorro la pequeña
separación entre las cabinas.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—Estoy cargando el arma. ¿Qué parece?
—Parece que estás intentando meter un cargador de
1911 en una Glock 19.
—Oh, ¿entonces esta no es la correcta? —Ella mira la
pistola como si fuera un objeto extraño.
—¿Me estás jodiendo ahora mismo?
—No sé estas cosas. Ni siquiera he sostenido nunca
un arma. —Mi cara se afloja por la sorpresa. No puede estar
hablando en serio.
—Tu padre es un traficante de armas —señalo. ¿Cómo
diablos no ha tenido nunca un arma en sus manos?
—Quería estudiar medicina —Coloca la pistola en la
mesa frente a ella y se apoya en la pared frente a mí. Tiene
la cabeza baja, los hombros caídos y mira la pistola como si
estuviera a punto de llorar.
Ahora estoy aún más confundido. En todo el tiempo
que lleva aquí, no la he visto llorar ni una sola vez. Incluso
con toda la mierda que la gente le ha hecho pasar,
incluyéndome a mí, no ha derramado ni una sola lágrima
delante de nadie. Siempre ha mantenido la cabeza alta, sin
embargo, ahora mismo, parece que está a punto de salir
llorando, y no puedo entender por qué. ¿Por qué ahora de
todos los días? Y lo que es más importante, ¿por qué me
importa?
—No sé cómo hacer nada de esto.
Los disparos suenan a nuestro alrededor, pero los
ignoro mientras cojo su pistola y la cargo con el cargador
adecuado.
—Ven aquí. Ponte así, con el pie derecho ligeramente
hacia atrás, los hombros cuadrados y los brazos doblados.
Sujeta la pistola con la mano derecha, y luego rodea la
parte inferior con la izquierda, así.
Le muestro cómo ponerse de pie antes de apartarme
a un lado, entregándole la pistola cargada. Ella no se
mueve, simplemente mira fijamente el arma en mi mano
durante unos segundos más. Cuando la coge, mi instinto me
lleva a apartarme. Después de todo, le estoy dando a mi
enemiga un arma cargada. ¿Tal vez sea un maldito truco? Si
lo es, se merece un puto Oscar.
Vacilante, coge la pistola y la sostiene en la mano con
torpeza. Se pone en posición como le he enseñado hace un
momento. No apunta bien, pero la dejo disparar unas
cuantas veces antes de corregirla. Aprieta el gatillo y todo
su cuerpo se sacude por el retroceso para el que claramente
no estaba preparada.
Se estabiliza y dispara el resto de las balas en
dirección al objetivo. Sólo cinco de las diez balas dan en el
blanco.
—Eso es terrible —Brooks se acerca a nosotros—.
¿Quién carajo te enseñó a disparar?
—Ahh, nadie. Es mi primera vez —admite Aspen
sorprendiendo igualmente a Brooks.
—Muy bien, entonces, vuelve a tu cabina y yo lo
repasaré todo con ella. —Me echa, coge la pistola de las
manos de Aspen y empieza a explicarle los mecanismos del
arma y las diferentes características.
Vuelvo a mi sitio, tomando nota mentalmente de
comprobar a Brooks más tarde. Está claro que no sabe
quién es Aspen, ya que es el único instructor que no la ha
tratado como una traidora.
—¿Me vas a enseñar a disparar ahora? Me vendría
bien algo de ayuda. —La chica rusa rubia me guiña un ojo.
—Parece que lo estás haciendo bien —digo, echando
un vistazo a su objetivo, que se parece mucho al mío. La
verdad es que me impresiona un poco su puntería, pero, por
supuesto, no hago ningún comentario al respecto.
—¿Tal vez puedas darme lecciones de otra cosa
entonces? —me pregunta seductoramente. Es la segunda
vez que se me insinúa descaradamente y, como la última
vez, la ignoro.
Vuelvo a mis propias armas, disparando los cartuchos
que tengo, recargando y repitiendo hasta que he pasado por
todas las armas y cuatro objetivos diferentes. Brooks pasa la
mayor parte de la clase con Aspen, enseñándole a manejar
el conjunto de armas. A cada minuto que pasa, me irrita
más, y no sé muy bien por qué.
Lo único que sé es que al final de la clase estoy
dispuesto a hacer un agujero en la cara de Brooks. Se aleja
y habla de limpiar las armas después del almuerzo. Aspen
pasa junto a mí, obviamente tratando de evitarme, pero la
alcanzo fácilmente.
Agarrando su brazo, la atraigo hacia mí y me inclino
para susurrarle al oído.
—Todavía me debes una hora.
Se suelta de mi mano con un resoplido y se aleja
como si pudiera escapar de mí. ¿No sabe que eso nunca
sucederá?
CAPITULO VEINTIDOS
Aspen
La paranoia se desliza por mi espina dorsal, y cada
vez que entro en mi habitación y cierro la puerta, estoy
esperando el segundo en que él entre. No saber cuándo
Quinton piensa cobrar su hora conmigo me tiene colgando
de un acantilado. Mentira, no sólo en el acantilado, sino me
tiene al borde del abismo.
Odio que un favor se cierna sobre mi cabeza, y más
aún, que se lo deba a Quinton, y no pueda opinar sobre
cuándo va a cobrarlo. Escaneo mi tarjeta de acceso, entro
en el dormitorio y cierro la puerta tras de mí. Aprieto la
espalda contra la madera y suelto un largo suspiro.
No me siento cien por cien segura de estar aquí, no
mientras Quinton tenga una tarjeta de acceso a mi
habitación, pero sigo sintiéndome más protegida por estas
cuatro paredes que en todo el tiempo que paso caminando
por los pasillos entre clases.
Agrego libros a la pila que ya existe en mi escritorio y
me tiro en la cama, agradeciendo que ahora tengo un
colchón. Maldito Quinton y sus tratos. Si no fuera tan débil,
diría que no, pero muchas de las cosas que ofrece me
ayudan, y no puedo dejar pasar una cama decente, comida
y, sobre todo, protección.
Mi ordenador está sobre el escritorio, junto a la pila de
libros, y me muevo para cogerlo, abriéndolo para comprobar
mis correos electrónicos. No sé por qué me molesto. No es
que nadie quiera hablar conmigo. Casi me río de lo patética
que es mi vida. Sin amigos, sin nadie que se preocupe de
verdad de si estoy viva. Mis padres actúan como si se
preocuparan, pero ¿realmente lo hacen?
Estoy a punto de cerrar el ordenador y darme una
ducha cuando entra una llamada de Skype de un número
desconocido. Al mover el ratón hacia el botón de respuesta,
hago una pausa. ¿Debo responder a esta llamada? Podría
ser cualquiera. La indecisión pesa sobre mis hombros, y
como si el destino ya conociera la respuesta, mi dedo se
desliza fuera de la tecla, y pulso la respuesta por accidente.
El aire de mis pulmones se detiene, y mis dedos pican
para agarrar la pantalla de mi portátil y cerrarla, pero
decido no hacerlo en el último segundo, que también resulta
ser el mismo momento en que la cara de mi padre aparece
en la pantalla.
Estoy muy sorprendida. Lo único que puedo hacer es
mirar la pantalla, preguntándome cómo demonios se las ha
arreglado para negociar una llamada de Skype desde la
cárcel. Pensándolo bien, ni siquiera quiero saberlo.
—Aspen, me alegro de verte —Sonríe, y aunque sigue
pareciéndose a mi padre, el traje naranja brillante y el
aspecto curtido de su cara me recuerdan todo el estrés que
esto debe estar causándole.
—Hola —Mi voz se quiebra—. ¿Cómo has...? —Sacudo
la cabeza—. No importa, no quiero saber cómo has
conseguido llamarme desde dentro —De inmediato, mis
defensas se levantan. Si está llamando, no significa nada
bueno.
—Eso no importa, cariño.
—¿Pasa algo?
—No, aquí no. Tu madre me ha informado de que lo
estás pasando mal en Corium. Que la gente te persigue.
—Me quieren muerta pero no encuentran la forma de
hacerlo sin que cause problemas.
—Eres más fuerte de lo que crees, Aspen, y aunque
parezca que los muros se derrumben a tu alrededor, no es
así. No hay lugar más seguro para ti que dentro de Corium.
—Esto es literalmente un infierno.
—Bueno, en caso de que necesites alguna ventaja,
puedo decirte esto... —Aparta la mirada de la cámara y
luego vuelve a mirarla como si tratara de determinar si
alguien le está escuchando o mirando—. La respuesta a su
pregunta es Xander.
¿Xander? ¿Y la pregunta de quién?
—¿De qué estás hablando? —pregunto, confundida
por el acertijo.
—Eres más inteligente de lo que crees, Aspen.
—La inteligencia no tiene nada que ver, papá. No
entiendo lo que me estás diciendo...
—No puedo decir más de lo que ya he dicho, ya que
las llamadas desde el interior están controladas —
interrumpe.
Mis labios se separan y estoy a punto de decir algo
más, pero entonces la pantalla se oscurece y la llamada
termina. ¿De verdad me ha colgado?
Me siento desconcertada por la conversación, mirando
la pantalla durante cinco minutos antes de decidirme a
cerrarla. Qué puede significar la respuesta a su pregunta es
Xander. Sé que se refiere a Quinton, pero no sé en qué
sentido.
Evidentemente, mi padre sabe cosas que yo no sé, y
en lugar de decírmelo, me habla en un idioma extranjero,
dejándome que lo descubra por mi cuenta. Mi frustración
hacia mi madre y mi padre ha alcanzado un nuevo nivel.
Ambos piensan que estoy a salvo aquí, pero yo no lo veo, y
ciertamente no lo siento. ¿Cómo pueden pensar que estar
hospitalizada es seguro? Casi me matan, por el amor de
Dios. Cada día aquí se siente como si estuviera a un
segundo de ser arrojado a las fosas del infierno.
¿Cómo puedo seguir adelante? ¿Cómo puedo hacer
que me teman tanto como a Quinton? No quiero hacer daño
a nadie, pero tengo que encontrar la manera de hacerme
más fuerte. Cuando Quinton me enseñaba esos
movimientos en clase, nunca me había sentido tan
poderosa, con tanto control.
En muchos sentidos, me dio una fuerza que nunca
había tenido. De repente, me siento encerrada en esta
habitación. Normalmente, quiero mantenerme oculta,
protegida por estas cuatro paredes, pero me siento
impulsada a buscar algo más.
Cojo mi tarjeta de acceso del escritorio y mis ojos se
fijan en el borde del mapa. Hay un libro que cubre la mayor
parte del mismo, pero en la esquina inferior está la clave del
mapa, y me fijo en una sola palabra: solárium
Apartando el libro del mapa, examino una ruta hacia
el solárium. Me abro paso entre una multitud de enemigos
para disfrutar de unos momentos de luz solar. Salgo de la
habitación mareada por la emoción. Después de la
conversación que tuve con mi padre, esto es exactamente
lo que necesito.
Los pasillos están congestionados de estudiantes que
regresan a los dormitorios. Con la cabeza gacha, me abro
paso entre la horda hasta los ascensores. Un ascensor ya
está subiendo con un par de estudiantes dentro, así que me
deslizo dentro y aprieto mi espalda contra la pared. Las dos
chicas que están dentro intercambian miradas, y un chico,
que no me presta atención. Hago como si no existieran e
ignoro sus miradas.
Al menos no dicen nada.
El ascensor suena, y entonces recuerdo que me olvidé
de pulsar el botón de la terraza acristalada, así que cuando
todos salen, y me vuelvo a quedar sola, y pulso el ascensor,
Presiono el botón “s” y doy un paso atrás, feliz una
vez más.
Cuando el ascensor vuelve a sonar y las puertas se
abren, salgo y tengo que taparme los ojos casi
inmediatamente. Aunque es por la tarde, el sol sigue
pegando en la terraza cubierta. Hacía tiempo que no veía el
sol tan de lleno. Observo que hay sillas y mesas con
pequeñas plantas repartidas por la habitación. Es un
espacio vacío y acogedor que podría ser mi escondite para
cuando la biblioteca no sea una opción. Lentamente, me
adentro en la habitación y tomo asiento en una de las
mesas.
El sol golpea mi piel y me deleito con la vitamina D
que me proporciona. Incluso a través del grueso cristal que
me rodea, puedo sentir los calientes rayos. ¿Quizás me
deprima menos después de esto? Dicen que el sol puede
hacer que te sientas rejuvenecido. Lástima que no pueda
deshacerme de todos los imbéciles de Corium.
No. Me digo e intento no pensar en nada malo
mientras me siento con los ojos cerrados, tomando el sol. Ya
he llegado hasta aquí, y no me rindo. Después de un rato,
empiezan a formarse gotas de sudor en mi frente, y sé que
es hora de volver a mi dormitorio cuando el sol empieza a
ponerse en el horizonte.
Puedo hacerlo. Las cosas son difíciles aquí, pero
podrían ser peores. Mi padre —aunque no explicó realmente
lo que quería decir con ello— me proporcionó una pista. No
tengo ni idea de lo que significa, pero si tengo que usarla, lo
haré. Lo único que me importa es mi propia cordura.
Necesito mantenerme a flote porque en cuanto muestre la
más mínima debilidad, atraeré a los estudiantes de Corium
como unos tiburones atraídos por la sangre en el agua.

CAPITULO VEINTITRES
Quinton
—Mira, he indagado todo lo que he podido, pero tengo
que ser sincero contigo —dice Sillas, y ya me doy cuenta de
por dónde va la cosa.
—Si no tienes nada para mí, dímelo —Lo miro
fijamente a los ojos. Su rostro carece de emoción, sus ojos
se clavan en los míos.
—Lo he intentado, pero quien quiera que haya
encubierto esto lo hizo muy bien. No puedo encontrar
ninguna información sobre ella. Es casi como si la persona
que me pides que encuentre no existe —Cuando dice quien
encubrió esto, se refiere a mi padre.
Mi mano se cierra involuntariamente en un puño. De
nuevo, las respuestas que busco están fuera de mi alcance.
Me gustaría que mi padre no fuera tan bastardo y me dijera
la verdad sobre lo que le pasó, pero tengo la sensación de
que, aunque lo hiciera, no me gustaría la respuesta.
Conociendo al hombre que es hoy, no puedo imaginar que
fuera más amable antes de que yo llegara.
—¿Así que eso es todo, no hay nada más que puedas
hacer?
Sillas echa un vistazo al pasillo, que está casi vacío,
antes de volver a mirarme.
—Que no haya podido encontrar nada no significa que
no se pueda encontrar. Sólo significa que mi alcance no es
tan amplio. Sin embargo, hay alguien más,
alguien mejor que puede ayudarte.
Genial, ahora estamos metiendo a otras personas en
esto.
—No quiero involucrar a nadie más —gruño. Estoy
tentado de alejarme y buscar otro camino. ¿De qué sirve si
no puede ayudarme?
—Mira, es la mejor de las mejores, y no tienes que ir
muy lejos porque es profesora aquí.
Levanto una ceja.
—Tienes mi atención. Cuéntame más.
—La bibliotecaria. Si quieres respuestas, ella es la
persona a la que debes acudir.
Mierda. Es la última persona a la que quiero acudir,
pero si me da las respuestas que quiero, lo haré. Me paso
una mano por el pelo, contemplando cómo voy a hacer esto.
Su impresión de mí ya está sesgada por aquella noche en el
pasillo.
Me pregunto si Aspen le dijo algo. Probablemente no
lo hizo. Aspen es muchas cosas, pero no es estúpida, y no
se atrevería a llamar más la atención. Pero, aunque no se lo
haya dicho, eso no significa que no haya hecho ya sus
propias suposiciones sobre mí.
—Voy a ir a hablar con ella ahora —anuncio,
apartándome de la pared.
—De acuerdo, pero para que lo sepas, no sé cuál será
su precio, o si incluso hará algo. Sólo sé que, si quieres
encontrar algo que no parece existir, ella puede encontrarlo
por ti.
Asiento con la cabeza, sin molestarme en decirle que
pagaré el precio que sea. Aunque diga que no quiere
ayudarme, encontraré la manera de hacerlo.
Todo el mundo tiene una debilidad, aunque no lo
parezca.
—Dile a Ren que fui a hacer ejercicio. No quiero que
me siga.
—Claro —dice Sillas, y yo le hago un gesto con la
cabeza mientras me alejo y voy por el pasillo.
Ren ha estado actuando de forma extraña, y una
parte de mí se pregunta si está informando a mi padre
sobre mis actividades. No creo que lo haga. Ren no es así, y
no tiene nada que ver con mi padre. Pienso en todo esto
mientras me dirijo a la biblioteca, y en cuanto llego al lugar
donde Brittney nos encontró a Aspen y a mí aquella noche,
mis pensamientos cambian. Mi polla se pone dura al
recordar lo asustada y débil que parecía Aspen.
Necesito volver a verla así. Necesito tenerla a mi
merced, dispuesta a hacer cualquier cosa que le diga. Ansío
su completa sumisión y me encanta el placer que me
proporciona. Soy como un adicto cuando se trata de
controlar a Aspen, y no quiero parar nunca.
Pasando el lugar donde la tenía atrapada contra la
pared, sigo caminando hasta llegar a la entrada de la
biblioteca. Me detengo en seco, sorprendido por lo abierto y
aireado que se siente el espacio. No voy a mentir, esperaba
algo oscuro, una mazmorra con libros que huelen a polvo y
moho. No esta sala luminosa con enormes ventanas y filas y
filas de libros.
Las risas llenan la habitación, y continúo caminando,
siguiéndolas por una esquina hasta que veo a Aspen y a
Brittney de pie entre las estanterías, cada una con un libro
en la mano. En cuanto Aspen me ve, deja el libro en la
estantería y se acerca a mí.
Me mira con el ceño fruncido y se echa el pelo rubio
por encima del hombro, revelando la suave pendiente de su
garganta. Una garganta que quiero agarrar y rodear con mis
dedos.
—No puedes estar aquí —susurra, lanzando una
mirada por encima del hombro a Brittney. Le dedico una
sonrisa deslumbrante y la saludo con la mano. Aspen me
empuja el hombro y un rayo me atraviesa al tocarla—. ¿Qué
demonios estás haciendo?
Me hago el tonto y miro alrededor de la enorme
habitación.
—¿Qué quieres decir? Esto es una biblioteca. Todos los
estudiantes son bienvenidos aquí —Aspen sacude la cabeza.
—No, tú no.
La sonrisa se me escapa de la cara. No me gusta lo
insistente que es para que me vaya. Entonces me doy
cuenta de que podría ser más fácil pasar por Aspen para
llegar a Brittney, lo que significa que tengo que aguantarme
y llegar a algún tipo de acuerdo con ella porque no voy a
quedarme fuera de la biblioteca cuando es gratis para
cualquier estudiante que quiera usarla.
—Suena como si quisieras negociar algún tipo de
trato.
Aspen me mira, parpadeando lentamente.
—No quiero hacer ningún tipo de negociación contigo.
Cualquier trato que haga contigo es una pérdida para mí.
Me encojo de hombros.
—No es mi culpa que tus habilidades de negociación
sean una mierda.
Pone los ojos en blanco y da un paso más hacia mí.
Siento el calor que su cuerpo desprende de ella y me
golpea. Un ligero aroma floral invade mis sentidos, y la
proximidad de su cuerpo hace que mi polla se ponga dura.
Me recuerda que aún me debe una hora. No voy a mentir.
Me encanta tenerla en deuda.
—Por favor, Quinton. Este es el único lugar en toda la
universidad donde me siento segura. Donde puedo ser yo
misma. No me lo arruines, por favor —Su voz adquiere un
ligero filo, y no me gusta la forma en que el sonido me
atraviesa, haciéndome sentir una pizca de remordimiento.
No puedo sentirme mal por ella, aunque nada de esto
sea culpa suya.
—Eso suena como un problema tuyo.
—Quinton —susurra mi nombre y luego mira por
encima del hombro a Brittney, que está guardando los libros
pero sigue observándonos por el rabillo del ojo.
Me inclino hacia su cara, y el fuego se enciende en lo
más profundo de mi vientre cuando su pulso se dispara, su
lengua rosada sale disparada sobre su labio inferior.
—Di mi nombre una vez más y te pondré de rodillas
con mi polla en la boca.
—Quinton, hablo en serio.
—Yo también —sonrío diabólicamente.
—Tiene que haber algo que quieras más que
atormentarme.
Casi me río.
—No quieres saber las cosas que quiero hacerte.,
Aspen. Haría que tus pesadillas parecieran cuentos de
hadas.
El miedo aparece en sus ojos, pero rápidamente lo
cubre con una oferta.
—Bien, puedes tener otra hora además de la que ya
te debo —Hace comillas alrededor de la palabra “debo”—.
Técnicamente, no acepté ese trato en primer lugar. Sólo me
trajiste cosas y exigiste una hora.
—¿Entonces no te comiste la comida? Supongo que
puedo devolverla y borrar tu deuda.
Sus ojos se abren un poco de sorpresa.
—Bueno, me lo comí porque me moría de hambre.
Entonces, ¿aceptas el trato o no?
—No... parece un trato de mierda. ¿Quieres que me
quede fuera de la biblioteca durante todo el año escolar,
pero sólo tengo una hora de tu tiempo? Quiero más que
eso... mucho más.
Ella se estremece visiblemente.
—Sé que me voy a arrepentir después, pero una hora,
una vez a la semana, dentro de mi habitación.
Me froto la mandíbula mientras considero su trato.
—Una hora, una vez a la semana. Eso sigue sonando a
que tú ganas y yo pierdo.
Su pequeña mandíbula se tensa y en sus ojos
parpadean en llamas de fuego.
Mi polla se pone más dura. Incluso su ira me excita.
—No te voy a dar más que eso.
—Hmm... una hora, una vez a la semana, pero yo
estoy a cargo todo el tiempo. Tienes que hacer lo que yo
quiera sin quejarte.
—Bien, pero te comprometes a mantenerte fuera de
aquí. No aparecerás cuando quieras. Este será mi lugar
seguro. ¿Lo prometes? —Su rostro se endurece mientras me
mira.
—No hago promesas, pero tampoco falto a mi palabra.
Tú cumples con tu parte, y yo con la mía.
—Trato hecho, ahora vete —Me empuja hacia atrás, y
mientras apenas me mueve, finjo que voy a caer.
—Si querías llegar a lo físico, todo lo que tenías que
hacer era decirlo.
—Quinton —gruñe ella.
Me alejo lentamente.
—No pasa nada. Lo dejaré para otro día —Le guiño un
ojo, y ella me fulmina con la mirada.
Es curioso que actúe como si me odiara, pero cuando
estamos a solas en su habitación, y sólo nosotros dos, se
derrite como la mantequilla en mis manos. De cierta
manera, nos estoy dando a ambos un respiro. Tengo una
hora de control, y ella tiene una hora para dejarse llevar y
fingir que no somos enemigos.
—Me alegro de verte, Brittney —le digo a la
bibliotecaria, mirando más allá de Aspen y directamente a
Brittney. Tiene los ojos entrecerrados, como si tratara de
entenderme. Nunca lo hará, nadie puede. Ni siquiera yo sé
qué demonios voy a hacer ahora. Le hago un pequeño gesto
con la mano, que ella no devuelve. Por el rabillo del ojo, veo
que Aspen me ruega con la mirada que me vaya.
Puede que me cueste un poco de trabajo, pero estoy
decidido. Conseguiré la respuesta que necesito,
independientemente de que mi padre quiera o no que la
tenga.

CAPITULO VEINTICUATRO
Aspen
Cuando llego a mi dormitorio, estoy agotada. Dejo los
libros sobre el escritorio, me quito la ropa y me meto en la
ducha. El agua tarda una eternidad en calentarse, pero una
vez que lo hace, me quedo bajo el chorro durante diez
minutos, relajándome. Hoy apenas he podido pasar por
Educación Física, e historia me ha dado ganas de sacarme
los ojos. Quinton no se presentó a Educación Física, y no
quería pensar en cómo me hacía sentir eso.
Sin embargo, Matteo estaba allí, y sus ojos vigilantes
estaban sobre mí todo el tiempo. No dijo nada, pero sé que
quería hacerlo. Si pudiera salirse con la suya y clavarle un
cuchillo directamente en el pecho, y si fuera lo
suficientemente violento para hacerlo, lo haría.
Me doy tiempo para relajarme, me lavo lentamente el
pelo y el cuerpo y me afeito las piernas. Cuando termino, el
agua está fría y salgo envolviéndome el cuerpo con una
toalla que raspa y el pelo con otra.
Acabo de dar un paso hacia mi dormitorio cuando la
puerta se abre de golpe y Quinton entra a trompicones, con
la cabeza inclinada y el rostro oculto. Su repentina aparición
me sorprende, y me quedo mirando su tambaleante cuerpo
durante un segundo antes de decir algo.
—Se agradecería una llamada de vez en cuando —
digo, dándome cuenta un momento después de que no llevo
más que una toalla y que le debo una hora a la semana, que
aún no le he dado. Doy un paso atrás, y un escalofrío que
actúa más bien como una advertencia se desliza por mi
columna vertebral.
—Estoy bastante seguro de que te he dicho más de
una vez que tu boca será tu mayor perdición —se burla
Quinton, con la voz ahumada, y cuando levanta la vista,
jadeo al ver su rostro.
Su labio está roto y sangrando, y sus ojos azules
helados normales están borrosos como si estuviera bajo la
influencia de algo, lo que explicaría los tropiezos.
—¿Qué ha pasado?
Sacude la cabeza.
—No hagas preguntas para las que no quieres
respuestas, y créeme, no quieres que responda a esto —
Moviéndose con la velocidad del rayo, invade mi espacio. Su
habitual e intenso olor a madera llena mis pulmones,
seguido del olor a cerveza.
—Has estado bebiendo —le digo mientras sus dedos
rozan el borde de mi toalla.
—Gracias, capitán obvio, ahora pierde la toalla para
que pueda follarte. Sólo tenemos una hora.
Parpadeo, tratando de recordar cuándo accedí a follar
con él. Dije una hora, lo que él quisiera, pero no pensé que
se lanzaría tan rápido a querer sexo.
—Mira, Quinton —empiezo, pero arrancada la toalla,
pone su mano sobre mi boca y presionado mi cuerpo contra
el colchón bajo el suyo antes de que pueda decir otra
palabra.
Estoy cautiva de su mirada penetrante.
Me sonríe, su cuerpo se aprieta contra el mío con más
fuerza. Sus ojos están ardiendo; la ira y la derrota nadan en
lo más profundo. Con su mano todavía sobre mi boca, todo
lo que puedo hacer es mirarlo y sentir su rabia amenazando
con derramarse sobre mí.
—No me importa que seas virgen. No me importa
nada, en realidad. Voy a follarte duro y rápido. No quiero
que digas una puta palabra cuando retire mi mano. ¿Me
entiendes?
Los músculos de mi estómago se tensan y una energía
ansiosa se abre paso por mi cuerpo. Sacudo la cabeza y
suplico con nada más que mis ojos. Quinton frunce las
cejas, su ira va en aumento.
—¿Cómo qué no? —Retira la mano, aunque sigue en
el aire.
Nunca me ha pegado, y aunque no creo que lo haga,
es difícil confiar en él cuando está sobrio, mucho menos
cuando este borracho.
—Estás borracho, y yo... no estoy preparada —Desvío
la mirada tímidamente, negándome a reconocer que estoy
completamente desnuda y que su polla dura como una roca
se está clavando en mi muslo.
Las risas llenan la habitación, pero son de tipo burlón.
—¿No has oído lo que acabo de decir? —gruñe. La
palma de su mano baja sobre mi pecho, la bofetada vibra
por todo mi cuerpo, el escozor se registra en algún lugar de
mi mente. En realidad, no duele y es más impactante que
nada.
Cuando me agarra el pezón entre dos dedos y lo
retuerce con fuerza, el dolor aparece.
—Para —siseo, y aunque hay dolor, también hay un
pequeño fuego ardiente en mi vientre por la acción.
—Ambos sabemos que no quieres que pare —Sus ojos
bajan por mi cuerpo y me da una palmada en el muslo—.
Abre las piernas y mantenlas abiertas mientras me
desabrocho los pantalones. Si las cierras, no te va a gustar
lo que va a pasar.
La advertencia es clara: desobedece y pagarás las
consecuencias.
Trago más allá de un nudo de miedo en mi garganta.
¿Quizás pueda hacer que se corra y me deje en paz? Abro
las piernas con aprensión y lo observo mientras se
desabrocha los vaqueros y los baja por musculosos muslos.
El corazón se me sale del pecho y, cuando su polla
aparece, se me aprieta la garganta. La gruesa cabeza del
hongo es de un púrpura furioso, y está tan dura que se
mantiene firme entre mis muslos. No estoy preparada para
que me quite la virginidad, aunque diga que le pertenece.
—Quinton —Gimoteo cuando me agarra los muslos,
sus dedos se clavan en la carne, y sé que mañana tendré
moratones.
Su mirada caliente se centra en mi coño, y levanta su
mirada, recorriendo todo el largo de mi cuerpo. Es obvio lo
que está pensando y lo que quiere.
—¿Necesitas que te amordace o vas a cerrar la boca?
—Parece que su humor se está volviendo más sucio, y no sé
cómo manejarlo cuando está así. No se trata de control. Hay
algo más profundo aquí, algo desgarrador. Hoy no se trata
de controlarme y hacer que cumpla. Hoy se trata de herirme
y tomar todo lo que pueda obtener.
—Quinton, dijiste que no me harías daño —Intento
razonar con él, pero sacude la cabeza casi con rabia.
Presionándome contra la cama con su cuerpo aún casi
vestido, la cabeza de su polla roza mi entrada. No estoy lo
suficientemente mojada para él, y temo que me penetre sin
pensarlo, así que coloco mis manos sobre sus hombros y le
doy un empujón.
La expresión de rabia que pone me convierte en
ceniza, y avanza, con su polla presionando en mi entrada. El
pánico sube por mi garganta y el dolor me atraviesa el bajo
vientre. No puedo anticipar lo que va a ocurrir a
continuación.
De todas las veces que Quinton me ha quitado, nunca
se ha sentido así. Incluso en aquellos casos en los que él
tenía el control, yo seguía sintiendo alguna forma poder.
Todavía sentía que estaba al mismo nivel que él.
—Me prometiste una hora y dijiste que podía tener lo
que quisiera y hacer lo que quisiera. ¿Te vas a retractar de
esa promesa? Porque si lo haces, yo también me retractaré
de la mía. Estaré en la biblioteca todos los días y no me
interpondré en el camino de Matteo. Tal vez le devuelva la
tarjeta de la llave, y podrá venir a tu habitación en lugar de
la mía. ¿Es eso lo que quieres? —La rabia en su voz me hace
detenerme. Es orina y vinagre, y hoy no tengo ganas de
enfrentarme a él.
Giro la cabeza hacia un lado para ocultar las lágrimas
que se acumulan en mis ojos y susurro:
—No —La palabra sale tan suave que temo que ni
siquiera pueda oírme—. Es que... no puedo hacer esto esta
noche. Por favor, Quinton, por favor.
En cuanto me giro para mirarle, las lágrimas caen, las
gotas húmedas se deslizan al unísono por mis mejillas. Odio
permitirle que me vea así de rota, pero tal vez es lo que
necesita. Quizá saber que su juguete está roto le impida
seguir adelante esta noche.
Sus hermosos labios se curvan con disgusto y se
aparta, pasándose una mano por su sedoso pelo negro.
Puedo ver el rápido ascenso y descenso de su pecho. Siento
su dolor, y me pregunto qué ha pasado hoy para que esté
así. Se aparta de mí y golpea con el puño la pared de ladrillo
junto a la cama.
La pared no cede y Quinton retira la mano con una
mueca. Me incorporo, dispuesta a acudir en su ayuda, pero
decido no hacerlo cuando se vuelve contra mí.
Con un gruñido, me agarra por el brazo y me empuja
hasta ponerme de rodillas en el suelo. El repentino
movimiento me marea.
—Esta será la única vez que te permita opinar. No
vuelvas a pedirme que pare porque no lo haré. Ahora
chúpame la polla como si fuera en serio. Demuéstrame que
tu boca es mejor que tu coño virgen, o cambiaré de opinión
y te follaré igualmente.
Todo lo que puedo hacer es tragar.
Me humedezco los labios y Quinton me pasa los dedos
por el pelo. El dolor me atraviesa el cuero cabelludo cuando
me empuja hacia delante, sujetándome mientras me lleva la
polla a los labios.
No me da tiempo a prepararme y se desliza entre mis
labios. Un suspiro desgarrado llena el aire cuando su polla
golpea el fondo de mi garganta y me dan arcadas. Respiro
por la nariz y trato de prepararme para su siguiente
embestida. Se retira y vuelve a introducirse.
—Mírame mientras te follo la boca. Quiero ver las
lágrimas mientras resbalan por tus mejillas —Su agarre en
mi pelo se intensifica, y hago lo que me ordena, mirándole a
través de las pestañas. Odio humedecerme ante la mirada
de posesión de sus ojos.
No es mi dueño, ni siquiera un poco, pero esta parte
de mí quiere que lo sea. Sujetándome, empuja sus caderas
hacia delante, follando mi boca y mi garganta. La saliva sale
por un lado de mi boca con sus rápidos movimientos, y mis
ojos se humedecen, las lágrimas saladas se deslizan por mis
mejillas sin permiso.
Con placer en sus ojos, los observa, sonriendo como el
diablo mientras sigue utilizándome como fuente para su
propia satisfacción demente.
Al igual que en el pasillo cuando me obligó a hacer
esto por primera vez, su enfoque está en mí, y no puedo
apartar la vista, ni siquiera sabiendo que me está utilizando
y que no significo nada para él.
—Joder, qué guapa estás con mi polla metida en la
boca. Tal vez haga esto más a menudo ya que parece que tu
boca es lo que te mete en más problemas —Cualquier cosa
que pudiera decir quedaría amortiguada, así que no me
molesto en responder. Quinton sonríe y me pellizca uno de
los pezones entre sus dedos. Siento un poco de dolor,
seguido de un placer que me llega directamente al corazón.
Me avergüenza admitir que lo deseo, incluso en los
momentos en que digo que no lo deseo. En el fondo, hay
una parte retorcida de mí que sólo él hace aflorar, que lo
desea.
—Así de fácil. Llévame hasta el fondo... —Me presiona
hasta el fondo de la garganta y se mantiene allí, y por un
segundo, no puedo respirar. El pánico empieza a aflorar a la
superficie de mi mente justo cuando él se retira, y yo inhalo
oxígeno profundamente en mis pulmones cuando él se
retira.
Lo hace una y otra vez, aumentando su propio placer
hasta que está a punto de correrse. Sin previo aviso, se
retira de mi boca y aprieta su polla con la mano. Lo único
que puedo hacer es mirar, con la saliva cayendo por mi
barbilla y el corazón acelerado. No me importa mi aspecto
en este momento. Mi única atención es ver a Quinton llegar
a la meta.
—Mírame... —Aprieta las palabras entre los dientes.
No me atrevo a apartar la mirada y, con un rugido, explota.
Hilos calientes de semen aterrizan en mis pechos, y un
suave jadeo escapa de mis labios al contacto. Quinton sigue
corriéndose, acariciándose hasta que se ablanda.
Cuando se aparta y se hunde contra la pared, me
levanto del suelo y me dirijo al baño para limpiarme. Cojo
una toallita, la mojo y me limpio.
Luego me limpio la cara y vuelvo al dormitorio para
encontrar a Quinton desnudo hasta los calzoncillos,
tumbado en mi cama. No puede pensar en serio que va a
tener una puta fiesta de pijamas.
Me escabullo por la habitación y cojo un par de bragas
y una camiseta.
—Creo que deberías irte —digo una vez que me he
vestido.
La forma en que está acostado en mi cama, como si
estuviera destinado a estar allí, me hace sentir extraña.
—Todavía no he terminado contigo, así que no estoy
muy seguro de por qué te pones la ropa. No es que los
vayas a necesitar para lo que vamos a hacer.
—Tengo que recordarte que sólo acordamos tener
sexo una hora a la semana.
Pone los ojos en blanco y acaricia la cama.
—Las reglas están hechas para romperse.
—Tienes tu propia habitación y no estoy cómoda con
que estés aquí. No puedes dormir aquí.
—Puedo dormir donde quiera, y para que lo sepas, es
mejor que no dejes que tu enemigo sepa las cosas que te
incomodan. Lo usarán en tu contra, siempre.
—Es casi como si tuvieras experiencia en ser la peor
pesadilla de alguien —Estoy arrastrando mis pies hacia
donde está él. No se puede confiar en Quinton. Es un riesgo
para mi mente y mi cuerpo en más de un sentido. Miro
alrededor de la habitación, tratando de encontrar un lugar
para dormir.
—Métete en la cama y duérmete, Aspen —La
impaciencia gotea de sus labios.
—Gracias por darme una opción.
—Estamos durmiendo, nada más. Ahora métete en la
cama, o romperé las reglas y te follaré ahora mismo.
—Sabes que eso no me hace sentir mejor.
—¡Aspen! —gruñe, y en contra de mi buen juicio,
atravieso la habitación y me subo a la cama. Quinton se
aparta un poco, dejándome espacio suficiente para
tumbarme, pero no hay espacio suficiente en una cama de
dos plazas para dejar espacio entre nosotros. Agarro la
manta del extremo de la cama y la subo sobre nosotros.
—Sólo quiero que sepas...
Quinton me interrumpe antes de que pueda terminar
mi frase.
—Cállate, o te amordazaré.
No me atrevo a probar que lo haga. En su lugar,
aprieto un poco más la cabeza contra la almohada y me
trago mis palabras. El silencio se instala a nuestro alrededor.
A pesar de lo ansiosa que me siento en este momento, el
cansancio me gana, y el calor del cuerpo de Quinton no
tarda en envolverme, adormeciéndome.

CAPITULO VEINTICINCO
Quinton
Antes incluso de abrir los ojos, me doy cuenta de tres
cosas.
Uno, tengo más calor de lo normal, de una manera
acogedora y confortable.
Dos, me siento extrañamente descansado, como si
hubiera dormido más de lo habitual.
Y tres, todo me duele. Tengo un dolor sordo en la
cabeza y siento la mano como si hubiera golpeado un muro
de hormigón. Entonces recuerdo... que lo hice.
Joder.
No tenía intención de beber tanto como lo hice ni de
meterme en una pelea. O venir aquí después. No había
planeado nada de eso, pero no podía aguantar más. El dolor
era demasiado, y no me importaban las consecuencias. Lo
único que quería era que el dolor cesara.
Uno a uno, los recuerdos de la noche anterior vuelven
a mi cabeza.
Nash me pasa la botella de bourbon que él, Ren y yo
estamos bebiendo. Mi cabeza está nadando con
pensamientos que se niegan a desaparecer. El peso de
perderla me asfixia. Está muerta y nada la traerá de vuelta.
No puedo respirar ni pensar. Apenas puedo funcionar en
este momento, y no sé cómo dejar de sentir todo lo que
siento. Quiero apagarlo. Al mismo tiempo, no quiero
olvidarla. No quiero que pase otro día o minuto sin ella.
Nadie te dice que el duelo es como vivir dos vidas,
una en la que te ves obligado a seguir adelante y a vivir el
día a día, y la otra en la que tu corazón sangra con cada
golpe. Una herida que nunca sanará.
—Vamos a jugar a un juego —exclama Nash.
—¡Boo! A nadie le gustan tus juegos —digo, sintiendo
los efectos del bourbon. El adormecimiento que me
envuelve es algo que he anhelado durante meses.
—No, en serio, vamos a jugar. Tienes una hora a solas
con Anja o Aspen. ¿A quién follarías?
—Eso es fácil. Mientras que Aspen es fácil de ver y
probablemente sería un polvo fácil. Apuesto a que es virgen.
Además, es una rata. No voy a follar con el enemigo, así que
voy a ir con Anja —explica Ren.
Tanto Ren como Nash rompen a reír. Mis labios se
aprietan en una línea firme, y decido que ni siquiera voy a
tocar esto y en su lugar tomo un enorme trago de la botella
de licor. El líquido marrón ha dejado de arder hace mucho
tiempo, pero no puedo decir si eso es algo bueno o malo.
—¿Y tú, Quinton, te follas a Aspen o a Anja? —
pregunta Nash.
Ren sonríe con suficiencia desde donde está sentado.
Sabe que estoy un poco encaprichado con Aspen, pero no
tiene ni idea de lo profundo que es todo esto.
—Ninguna —digo con desprecio y empujo la botella
hacia Ren.
Lo último de lo que quiero hablar es de Aspen, no hoy,
no cuando debería estar recordando a otra persona, pero de
nuevo, tal vez es lo que necesito. Tal vez la necesito ahora
mismo, y soy demasiado terco para admitirlo.
—¿Qué quieres decir con ninguno de los dos? —Nash
se ríe—. Se rumorea que te han visto cerca de su
dormitorio. No me digas que aún no te la has follado.
—Ella no es nadie.
—¿De verdad? Eso no es lo que he oído.
Me levanto de la silla de un empujón y sale volando
hacia la pared. Se me ha acabado la paciencia, y el dolor de
mi corazón hace que tomar decisiones racionales sea difícil.
Nash tiene ganas de morir. Estoy seguro de eso.
—No me importa lo que hayas oído.
Se encoge de hombros.
—Es una rata, sí, pero es una perra caliente. No soy el
único que se masturba con ella chupando tu polla. Estoy
bastante seguro de que todos los chicos de esta escuela la
tienen ya. Seamos sinceros, un agujero húmedo es un
agujero húmedo, ¿tengo razón?
No estoy seguro de qué es lo que me hace estallar en
esa afirmación, pero, como si se tratara de una goma
elástica que se tensa, me deslizo por la mesa y agarro a
Nash por el cuello de la camisa.
—Amigo, qué mierda —gruñe, y por el rabillo del ojo
veo a Ren de pie, listo para separarnos.
—¡Cállate! —Le doy una sacudida, intentando
contenerme para no darle un puñetazo en la puta cara, pero
entonces tiene que abrir su boca.
—Cálmate, hombre. Si Aspen no significa nada para ti,
¿por qué actúas así? —Después de eso, se desata el
infierno. Le doy tres puñetazos a Nash en la cara antes de
que consiga lanzar un golpe, y Ren nos separa,
empujándome contra la pared, diciéndome que me calme
antes de que consiga que cierre su puta boca.
—Esto no tiene nada que ver con Aspen. Es que odio
tu puta cara. ¡Quiero beber en paz sin que me cotorrees al
puto oído sobre un coño!
—Hacer daño a otras personas no la traerá de vuelta,
Quinton —me susurra Ren al oído.
Mi pecho se agita y mi corazón se acelera. Me siento
atrapado, el entumecimiento retrocede y tengo que
encontrar otra forma de hacer desaparecer el dolor.
Adela se ha ido. Mi hermana se ha ido.
Los acontecimientos de anoche me hacen gemir
internamente. Lentamente, abro los ojos, que están tan
secos que mis párpados parecen papel de lija. Gimoteo
cuando la luz del cuarto de baño me hace daño en los
globos oculares a pesar de ser tenue. Estoy de lado, la
espalda de Aspen está pegada a mi frente y mi brazo la
rodea por la mitad, abrazándola a mí.
Intenta zafarse de mi agarre, pero yo sólo tiro de ella
para acercarla, sin estar dispuesto a dejarla marchar.
—¿A dónde crees que vas?
—Lejos de ti. No deberías estar aquí.
—¿Quién lo dice?
—Yo, esta es mi habitación, y dijimos una hora a la
semana. Has estado aquí seis horas.
—¿Seis? —Miro alrededor de la habitación y me
detengo en los números rojos iluminados del despertador de
Aspen. Dice 5:34 a.m., lo que significa que tiene razón.
Llevo aquí unas seis horas, y lo que es aún más
sorprendente es que he estado durmiendo la mayor parte
de ese tiempo. No recuerdo la última vez que dormí tantas
horas.
—Dormir no cuenta. Me has chupado la polla durante
treinta minutos, así que ese es el único tiempo que cuenta.
Todavía me quedan treinta minutos para esta semana.
—Ese no es el trato que hicimos, y lo sabes —Intenta
zafarse de nuevo de mi agarre—. Suéltame.
—Eres un poco linda cuando crees que estás a cargo.
Te dije anoche que era la última vez que te permitía opinar.
Detenme de nuevo, y el trato se cancela. Tendrás que
valerte por ti misma —Es una amenaza vacía, pero ella no lo
sabe.
Su cuerpo se afloja en mi poder y sé que la tengo
justo donde quiero. Como si fuera masilla en mi mano, me
permite darle la vuelta para que se ponga frente a mí.
Agarro el dobladillo de su camisa y se lo subo por el cuerpo,
y ella levanta los brazos obedientemente, dejándome
desnudarla.
La hago girar sobre su espalda y le bajo sus bragas
por sus esbeltas piernas antes de arrojar mis bóxers,
deshaciéndome del último trozo de tela entre nosotros.
Bajando mi cuerpo, la cubro como una manta. Mi cara
está a escasos centímetros de la suya y me tomo un
momento para estudiar su rostro. Estoy tan cerca que puedo
ver cada peca de su nariz, cada variación de marrón y verde
en sus ojos y cada tono de rosa que se extiende por sus
mejillas.
Tiene los labios fruncidos. No está contenta, pero no
está asustada como anoche. Ahora más que nunca
agradezco al puto universo haber sido capaz de detenerme.
He hecho cosas malas, y le he quitado mucho a
Aspen, pero nada me pareció tan malo como lo de anoche.
De alguna manera, se sintió diferente, peor, y algo me dice
que, si hubiera cruzado esa línea, la habría roto y grabado
una oscuridad en mi alma de la que nunca habría podido
deshacerme.
—Ahora abre las piernas para mí y mantenlas
abiertas. Y no pongas esa cara de pena. Si te comportas,
haré que te corras también —Mi oferta sólo echa gasolina al
fuego que arde en sus ojos.
El color avellano se convierte en una brasa que hierve
a fuego lento, y meto una mano entre sus piernas y
presiono dos dedos dentro de su coño. No está lo bastante
mojada como para que sea una experiencia cómoda para
los dos, así que saco los dedos y me concentro en su
clítoris.
Mirándola fijamente a los ojos, veo cómo su
resistencia a mí, pero se desmorona lentamente mientras le
acaricio el clítoris, rodeando el capullo una y otra vez hasta
que empiezo a sentir su excitación en mis dedos. Unos
dientes blancos y rectos se hunden en su labio inferior
mientras intenta reprimir un gemido de placer. Su mirada
lujuriosa choca con la mía.
Su cuerpo me desea, aunque su mente no lo haga.
Deslizando un dedo dentro de ella, la encuentro húmeda y
preparada.
No puedo evitar sonreír mientras retiro el dedo una
vez más y me acomodo entre sus piernas. Mi mirada se
mueve entre sus muslos y casi gruño mientras alineo mi
polla con su entrada. Me muero de ganas de estar dentro de
ella, de tomar su inocencia y reclamarla como mía.
Me abro paso dentro de ella lentamente, aunque cada
fibra de mi cuerpo me pide a gritos que toque fondo de una
sola vez, para demostrarle quién es su dueño y a quién
pertenece.
Cuando siento la resistencia de su virginidad al ceder,
todo su cuerpo se tensa con un jadeo y sus manos rodean
mis bíceps. No sé si intenta apartarme o acercarme, pero no
me importa que sus uñas se claven en mi piel. Agradezco el
dolor porque el dolor físico siempre es la mejor alternativa.
—Joder, qué apretada estás —siseo—. Relájate un
poco.
—Intenta relajarte cuando te meten algo demasiado
grande —suelta, haciéndome reír.
—¿Es tu forma de decirme que tengo una gran polla?
—Te odio, y odio esto.
Dejando caer mi cabeza en el pliegue de su cuello, le
susurro al oído:
—Mentirosa.
—Ugh —gruñe, clavando sus afiladas uñas más
profundamente en mis brazos—. Duele, joder.
—Se sentirá mejor la próxima vez —El recuerdo de la
próxima vez hace que se me pasen por la cabeza todas las
formas de follarla. Inclinada sobre la cama, tomándola por
detrás, montando mi polla mientras juego con sus tetas, tal
vez mientras le meto un dedo en el culo...
Ella gime, y me doy cuenta de que he aumentado la
velocidad en mi excitación. Probablemente debería ir más
despacio, pero se siente tan jodidamente bien. ¿Cómo se
siente ella? Como si estuviera hecha para mí. Podría
quedarme enterrado dentro de ella para siempre, pero sé
que en realidad le duele, y al contrario de lo que ella cree,
no me interesa causarle dolor físico. Por suerte para ella, no
tardo en sentir el cosquilleo en la base de mi columna
vertebral.
Me introduzco en su interior unas cuantas veces más
antes de que mis pelotas se tensen y explote. Mi orgasmo
parece eterno, y cuando vuelvo a bajar de la euforia, ya casi
me he desmayado.
—¿Sabes lo que pesas? —La voz trabajosa de Aspen
se encuentra con mi oído, y sólo entonces me doy cuenta de
que he dejado que todo mi peso se deposite en su pequeño
cuerpo.
Me empujo rápidamente fuera de la cama,
deslizándome fuera de su coño, haciéndonos estremecer a
los dos. Me levanto de la cama demasiado rápido y me
apunto que hoy voy a beber un montón de agua cuando la
habitación pare de girar.
Cuando se me pasa el mareo, miro hacia la cama.
Aspen no se ha movido. Está de espaldas, con las piernas
abiertas, lo que me permite ver su coño hinchado, que
gotea una mezcla de mi semen y de su sangre, lo que me
recuerda lo que acabo de tomar de ella y el hecho de que
no he utilizado un preservativo. Aspen debe estar leyendo
mi mente.
—¡Oh, Dios, ¡no usaste condón! —Se sienta, mirando
entre sus piernas, y luego me mira fijamente.
—Cálmate. Hicieron pruebas de enfermedades a todos
antes de que llegáramos. Los dos estamos limpios. No te
levantes. Voy por una toallita —Me doy la vuelta para entrar
en su baño cuando me grita algo por la espalda para lo que
no estaba preparado.
—Quinton, ¡no estoy tomando la píldora!
Me detengo en seco, todo mi cuerpo se congela
cuando sus palabras empiezan a calar lentamente. Joder,
¿cómo he podido ser tan descuidado?
—¿Me has oído? No estoy tomando la píldora. No
puedes venirte dentro de mí. ¿Y si me dejas embarazada?
Embarazada...
Esa única palabra corre en un bucle interminable en el
fondo de mi mente mientras mis extremidades comienzan a
descongelarse, y soy capaz de dirigirme al baño. De pie
frente al lavabo, recuerdo que el aparato está roto, pero
cuando me dirijo a la ducha, hay un montón de su ropa
colgada para que se seque. Deslizo algunas de las camisas
que huelen mal a un lado para poder entrar en la cabina de
ducha y encenderla. Cojo la toalla y la mojo en agua
caliente antes de cerrar la ducha.
Cuando vuelvo a la habitación, Aspen no se ha
movido. Sus ojos siguen cada uno de mis movimientos. Con
cuidado, le limpio entre las piernas con la toalla húmeda y
veo cómo la tela blanca se vuelve rosa.
—¿Has oído...?
—Te he oído —digo.
No sé por qué me enfado con ella. Esto es cosa mía.
—¿Por qué están tus cosas colgadas en el baño y por
qué huelen raro? —Pregunto, tratando de cambiar de tema.
Se tumba de nuevo en la cama, de modo que queda
tumbada de espaldas, y deja que la limpie.
—La gente de la lavandería no se lleva mi ropa, así
que tengo que lavarla en la ducha, pero no tengo
detergente para la ropa, así que he estado usando champú
para el pelo. Al menos hasta ahora, porque se me está
acabando, y prefiero lavarme el pelo que la ropa.
—Te conseguiré más champú... quizás por treinta
minutos más a la semana, incluso haré que te laven la ropa.
—¿Es eso lo que harías si accidentalmente me dejaras
embarazada? ¿Hacer un trato conmigo por todo? ¿Una hora
extra para la manutención del niño? ¿O simplemente te
desharías de mí por completo?
—¡Cállate! —Arrugo el paño en mi mano y lo arrojo al
otro lado de la habitación. No tiene ni idea de los nervios
que acaba de tocar. Vuelvo a la cama y Aspen intenta saltar.
La agarro y la empujo de nuevo al colchón.
La ira me recorre mientras mi mente se desboca. ¿Es
así como he llegado a ser? ¿Se acostó mi padre con el
enemigo? ¿Odiaba mi padre a mi madre biológica y ella le
odiaba tanto que no me quería?
—Quinton —dice como una oración. Una oración para
pedir misericordia.
Le agarro la garganta con una mano, sin apretarla,
pero sujetándola con la suficiente firmeza como para que
deje de hablar. Sus manos suben y sus dedos rodean mi
muñeca.
—Necesito que me escuches con atención y que
hagas exactamente lo que te diga, porque ahora mismo
estoy en un límite que no quieres que sobrepase. Haz lo que
te digo y no te haré daño.
Ella asiente ligeramente, con el miedo acumulándose
en la profundidad de sus ojos color avellana.
—Voy a soltarte un segundo, y tienes que agarrarte
los tobillos y abrir las piernas para mí —ordeno.
Está indecisa, y puedo sentir su garganta mientras
hace lo posible por tragarse el miedo. Me suelta lentamente
los brazos y, un momento después, le suelto la garganta y
me alejo, dándole espacio para moverse. Como un ratón
que teme caer en una trampa, se mueve con vacilación.
Cuando tiene los tobillos bien agarrados, le digo:
—No te muevas.
Vuelvo a colocarme en su sitio y envuelvo su delicada
garganta con la mano. Mi agarre en su garganta se afloja, y
uso mi mano libre para explorar su cuerpo.
Recorro con mis dedos sus pechos y su estómago
lentamente, provocando un escalofrío cuando llego a su
ombligo. Suavemente, paso la punta de mis dedos por sus
pliegues, arrancando un gemido de sus labios.
—¿Duele? —pregunto, mi enfado desaparece
rápidamente mientras ella me cede al control. Cuando niega
con la cabeza, separo sus labios y presiono mi pulgar sobre
su clítoris. Sus ojos se cierran y su cabeza se inclina hacia la
almohada.
Froto en círculos perezosos sobre el pequeño manojo
de nervios hasta que su espalda se arquea sobre la cama y
su respiración se agita. Mantiene los ojos cerrados todo el
tiempo, probablemente porque no quiere ver quién le está
dando placer de esta manera. Sigue sin admitir que una
parte de ella me desea.
Su cara está sonrojada, y un tono de rojo se extiende
por su pecho y sus mejillas, el mismo hermoso tono de rosa
de su coño en este momento.
Manteniendo la presión sobre su clítoris con mi pulgar,
uso mi dedo para follar su coño con suaves golpes. Todavía
puedo sentir mi semen dentro de ella, lo que hace que mi
polla se ponga dura de nuevo.
Inclinándome, tomo uno de sus pezones entre mis
labios y lo chupo. Eso es lo que la lleva al límite. Todo su
cuerpo se levanta de la cama, empujando su teta hacia mi
boca. Su coño se contrae alrededor de mi dedo mientras un
gemido estrangulado sale de sus labios.
Para cuando baja de su subidón, tiene los ojos
cerrados y el cuerpo flojo. Estoy a medio segundo de
tumbarme a su lado y volver a abrazarla, pero sé que es
una idea terrible. No puedo quedarme aquí más tiempo.
Probablemente Ren se esté preguntando dónde diablos
estoy, y odio mentirle.
Pasar la noche en la habitación de Aspen ya va a
plantear suficientes preguntas. Quedarse después del
desayuno va a ser inexplicable.
Saco mi dedo de ella y me bajo de la cama.
Inmediatamente se pone de lado y levanta las piernas como
si fuera a dormirse. Me quedo con su cuerpo desnudo y bien
follado durante unos minutos más antes de separarme. Ella
murmura algo inaudible mientras yo le tapo con la manta su
cuerpo desnudo.
Me visto rápidamente y salgo de su habitación sin
hacer ruido. De camino a mi habitación, compruebo mi
teléfono, que ya tiene doce mensajes de Ren.
Que me jodan.

CAPITULO VEINTISEIS
Aspen
Hoy odio todo y a todos. El sol, los cachorros, las
mariposas y el arco iris. Todo eso se puede meter en una
licuadora.
Estoy lista para publicar un anuncio en Craigslist: Se
vende útero.
Lo único bueno de tener la regla es que sé que no
estoy embarazada de Quinton. Jesús, sólo pensar en la
tormenta de mierda que se desataría me produce un
escalofrío.
Las cosas que me ha hecho y me ha obligado a hacer
son algo que quiero olvidar, no es algo sobre lo que quiera
construir una vida, y definitivamente no es algo en lo que
quiera meter otra vida inocente.
Incluso la gente del pasillo parece captar mi humor
asesino, ya que nadie se cruza accidentalmente conmigo
cuando vuelvo a mi habitación. Paso la tarjeta de acceso y
empujo la puerta para abrirla, dispuesta a acurrucarme en
la cama, cuando encuentro otra bolsa sobre el colchón.
Esta vez lo manipulo con menos cuidado, sabiendo
que es de Quinton y confiando un poco más en él. Al abrirlo,
encuentro en su interior un bote de champú y otro de
acondicionador. En el fondo, descubro un montón de
barritas de granola e incluso algunas barritas de caramelo
mezcladas entre ellas.
Ni siquiera me sorprende que haya traído esto. Lo que
sí me sorprende es la nota clavada en la parte superior de la
bolsa.

ESTA ES GRATIS.
No te acostumbres.
-Q

¿Gratis? Nada es gratis. Lo sé mejor que nadie. Mi


cerebro me dice que no toque nada de esto, pero mi
estómago me dice que me coma todo lo que esté a la vista
antes de que alguien me lo quite.
Se me hace la boca agua sólo con mirar las
chocolatinas, y ya sé que de ninguna manera voy a devolver
esto. Y menos hoy, de entre todos los días. Abro la botella
de agua, saco un poco de Advil del cajón de la mesita de
noche y me trago tres pastillas. Mientras dejo que me hagan
efecto, me acurruco en la cama y desenvuelvo una de las
barritas de chocolate y caramelo.
El primer bocado es el mejor. Cierro los ojos y gimo
cuando el chocolate llega a mis papilas gustativas. El
caramelo pegajoso se adhiere al paladar y quiero que se
quede pegado allí para siempre. Ni siquiera mastico. Dejo
que se disuelva en mi boca, chupando el chocolate,
queriendo extraer su sabor.
Mmm...
—Así de bien, ¿eh?
Mis ojos se abren de golpe al darme cuenta de que
hay alguien en la habitación. Me siento erguida y me agarro
a la chocolatina como si fuera a usarla como arma.
—Cálmate, asesina —Quinton se ríe, dejándose caer
en la cama a mi lado como si fuera el dueño del lugar—.
¿Qué hay en ese chocolate que te hace gemir así?
Mi corazón está aún acelerado por la sorpresa de que
haya aparecido de la nada cuando me quita la barra de la
mano y le da un mordisco.
¡Él le da un puto mordisco a mi barra de caramelo!
—¿Cuál es el problema? Sabe normal —Se encoge de
hombros, inspeccionando la barra como si tratara de
resolver un rompecabezas.
No pienso. Simplemente actúo.
—¡Maldito imbécil! —le grito segundos antes de
golpear con mi puño la parte superior de su brazo tan fuerte
como puedo. Mi esperanza era hacerle daño, aunque fuera
un poco. En lugar de eso, el dolor se dispara desde mis
nudillos hasta el antebrazo—. ¡Ay! —grito, acunando mi
mano.
¿De qué demonios está hecho su brazo? ¿Acero
fortificado? Los dos nos detenemos, mirándonos fijamente
en estado de shock.
—¿Me acabas de pegar? —pregunta como si no
pudiera creer lo que ve.
—¡Me has quitado el chocolate! —me defiendo.
Sus cejas se juntan, y su mirada rebota de mí al
caramelo que tiene en la mano al Advil de mi mesita de
noche.
—Ahhh, ahora tiene sentido. Estás con la regla —Me
devuelve el chocolate y se lo quito de las manos—. Te daré
este pase, pero si vuelves a pegarme, te devolveré el golpe.
No me importa si eres una chica. No me pegues, joder.
Hoy ni siquiera me asusta su amenaza. No es que no
le crea. Es que ahora mismo no me importa nada.
—No te lleves mi comida, y no tendré una razón para
usar la violencia. Ahora, por favor, vete. Como ya has
adivinado bien, estoy con la regla. Estoy malhumorada y
con dolor. No tengo una almohadilla térmica ni una bañera
en la que remojarme, y la pastilla aún no ha hecho efecto,
así que, por favor, por el amor de todo, vete y déjame
comer mi chocolate en paz.
—No.
—¿No? No voy a tener sexo contigo.
—No he dicho que esté aquí para tener sexo, ¿verdad?
—Esa es literalmente la única razón por la que vienes
a mi habitación. ¿Por qué otra razón estarías aquí?
—Vale, tienes razón. He venido para tener sexo, pero
no estoy interesado en hacer un lío o escucharte gemir todo
el tiempo.
—¿Podrías ser más imbécil?
—Sí, de hecho, podría. ¿Quieres que lo sea?
—Ugh... —Me acurruco de lado, de espaldas a él, y
cierro los ojos—. Por favor, Quinton. Déjame en paz —
gimoteo, sin importarme lo lamentable que suene. Me llevo
el chocolate a la boca y empiezo a chupar el extremo como
si fuera un chupete. Cerrando los ojos, finjo que Quinton no
está aquí y hago que los analgésicos actúen más rápido.
—También he venido a darte esto —Siento que arroja
algo ligero encima de mi manta. Cuando abro los ojos, veo
una tableta de pastillas.
—¿Qué demonios es esto?
—Control de la natalidad. Vas a tomar una píldora
cada día, a partir de hoy. Las instrucciones están detrás.
—No puedes hablar en serio —Me quedo boquiabierta
—. Espera, ¿cómo has conseguido esto?
—No importa cómo lo haya conseguido. Lo que
importa es que serás una buena chica y lo tomarás cada
día. Tú eras la que se asustaba con el embarazo. Deberías
agradecérmelo.
Casi resoplo. Sacudiendo la cabeza, vuelvo a cerrar
los ojos. Ni siquiera tengo la energía para luchar contra él
en esto. Además, tiene razón. No quiero quedarme
embarazada, y no es probable que deje de follarme.
—Sabes... tengo una bañera en mi habitación.
—Bien por ti, y gracias por restregármelo.
—Lo que quería decir es que podría dejarte usarlo —
ofrece, pero ya sé que va a venir con una trampa—. Por un
precio, por supuesto —Y ahí está.
No respondo de inmediato, aunque sé que debería
decir que no. Pero la idea de sumergirme en un baño de
burbujas caliente, calmando mi dolor de espalda y mis
calambres de estómago, hace que mi cerebro se apague.
En contra de mi buen juicio, pregunto:
—¿Qué quieres?
—Quiero que me hables de tu amiga Brittney, la
bibliotecaria —Su pregunta es una que no esperaba. ¿Por
qué demonios quiere saber sobre Brittney?
—¿Por qué?
—Porque está claro que no le gusto, lo que la
convierte en mi enemiga, y me gusta mantener a mis
enemigos cerca. Puede que ya te hayas dado cuenta de eso.
—Así que déjame entender esto. La razón por la que
tú y todo el mundo aquí me odia es porque crees que soy
una rata. Una y otra vez, me has dicho que mantenga la
boca cerrada y que no hable de nada ni de nadie, ¿pero
ahora quieres que te dé información sobre mi amiga?
—No te pido que me des ninguna información secreta
ni nada que pueda meterla en problemas. Simplemente me
gusta saber todo lo que hay que saber sobre mi enemigo
por si alguna vez me ataca. Y no sé si te has dado cuenta de
cómo me mira Brittney, pero si alguna vez tiene la
oportunidad, me clavará un cuchillo en la espalda antes de
que me dé cuenta.
—Bueno, puedo decirte algo sobre ella ahora mismo.
Estoy bastante segura de que es la única persona decente
en todo este lugar. La única que me trata como un ser
humano, y la única razón por la que no le gustas es porque
sabe que quieres hacerme daño. Es una amiga. Sé que el
término puede ser extraño para ti, así que lo explicaré. Un
amigo es una persona que se preocupa por tu bienestar,
que te protege y te aprecia, y que hace todo eso sin pedir
nada a cambio.
—Sé lo que es un amigo. Tengo muchos. Sólo que no
quiero ser el tuyo.
Culpo a mi periodo, pero su comentario duele más de
lo que debería. Por supuesto, él no quiere ser mi amigo.
Nadie aquí lo quiere. Eso no hace que duela menos, sobre
todo después de haberle dado mi virginidad, y estoy usando
el término dar aquí a la ligera ya que tomado sería más
apropiado. La necesidad de arremeter contra él me abruma.
—Odio reventar tu burbuja, pero tú tampoco tienes
amigos. Tienes gente que teme a tu padre y que es amable
contigo porque quiere algo. ¿Realmente crees que alguna de
estas personas se preocupa por ti como persona? Porque yo
no. Al menos tengo una amiga, una amiga de verdad. Tú no
tienes ninguno, y conociendo tu forma de ser, no creo que lo
tengas nunca.
En un instante, está sobre mí, con su nariz apretada
contra la mía mientras respira por ella como un toro
dispuesto a embestir. La cercanía de su cuerpo me marea.
—Dejaré pasar tu actitud de bocazas ya que tienes un
mal día, pero di una cosa más que me cabreé, y me importa
una mierda si tienes la regla o no. Te follaré el culo y te haré
sangrar también.
—Te odio —le gruño directamente a la cara, aunque
agradezco que dé un paso atrás, poniendo un muy
necesario espacio entre nosotros. No puedo pensar bien
cuando él está cerca, y eso me aterra. Me aterroriza.
—Bien. Al menos sientes algo por mí —Sonríe, y juro
que podría sufrir un latigazo cervical por lo rápido que
cambia su humor a veces.
—¿A dónde vas? —pregunto antes de que pueda
evitar que las palabras salgan fuera.
Se detiene, con la mano en el pomo de la puerta. No
vuelve a mirarme mientras habla.
—Me voy. No quieres follar, y no estás dispuesta a
compartir nada sobre Brittney, así que no tengo razón para
estar aquí.
Me siento babosa, utilizada, y cuando abre la puerta
un momento después, lo dejo salir. Supongo que, en cierto
modo, es mejor que me haga sentir como una mierda,
porque si no lo hiciera, tendría la falsa esperanza de que las
cosas podrían funcionar de otra manera. No lo harán; nunca
lo hacen. Soy una liberación para él, y él es un protector
para mí. Nada más que esas cosas importan, y necesito
recordar eso. Lo bueno es que él es muy bueno
recordándonos a ambos.

CAPITULO VEINTISIETE
Quinton
El aire frío de Alaska nos rodea mientras esperamos
en el lado de la plataforma del helicóptero a que lleguen
nuestras familias. Gracias a Dios, mi labio roto se curó a
tiempo. No quería que Scarlet lo viera y pensara que había
pasado algo malo. No es que ella no haya visto un labio
magullado o un ojo morado una o dos veces. Me
preocupaba más explicarme ante ella.
Después de estar encerrado bajo tierra la mayor parte
del tiempo, agradezco el sol en mi piel, aunque el frío se
cuele por mi gruesa chaqueta.
Ren está de pie a mi lado, con la mirada fija en el
amplio bosque que nos rodea.
—¿Crees que alguien podría sobrevivir ahí fuera? —
pregunta, sin apartar la vista del bosque.
Me encojo de hombros.
—Claro, con el equipo adecuado.
—¿Y ahora mismo? ¿Qué pasaría si nos dejasen caer
muertos en el centro sin nada más que lo que llevamos
encima en este momento? ¿Crees que sobreviviríamos?
Compruebo rápidamente lo que llevo puesto y lo que
hay en mis bolsillos. Tengo un cuchillo guardado en la bota,
pero aparte de eso, no llevo nada. Mi ropa es lo
suficientemente cálida por ahora, pero probablemente no
para sobrevivir una noche. Tendría que construir un refugio,
sin duda un fuego, además de buscar comida, pero creo que
podría arreglármelas.
—Podríamos llegar, pero realmente espero que sea
sólo en teórico porque odio el frío.
—Lo mismo —Ren se ríe—. Y sí, es teórico. No planeo
ir a un viaje de supervivencia a corto plazo.
Ambos levantamos la vista simultáneamente cuando
el sonido de un helicóptero llena el aire. Los oímos unos
minutos antes de que el helicóptero atraviese la espesa
nube y descienda rápidamente hacia donde nos
encontramos. La alegría que llena mi cavidad torácica ante
la aparición de ese helicóptero es asombrosa. Ahora tengo
más miedo que nunca de perder a Scarlet o a mis padres, y
volar en un avión hacia Alaska sería la oportunidad perfecta
para que uno de nuestros enemigos se abalanzara sobre
nosotros.
Afortunadamente, mis temores son sólo eso, temores,
y el helicóptero aterriza sin problemas en el centro del
helipuerto. Ni siquiera pasa un segundo, cuando la puerta se
abre. Mi padre sale primero, con su pelo canoso
revoloteando mientras ayuda a mi madre a salir del
helicóptero. En cuanto sus pies tocan el suelo, levanta la
vista y sus ojos se desvían hasta que se centran en mí.
No hay mucha gente aquí, esperando la llegada de
sus familias, pero sí la suficiente para que nos comportemos
de cierta manera. Aprendimos a una edad temprana que
tenemos que mantener el afecto lo más mínimo en público,
que es probablemente lo que mi padre está susurrando en
el oído de Scarlet en este momento después de que ella
básicamente saltó del helicóptero y en sus brazos. La deja
en el suelo frente a él y le endereza la chaqueta, y luego la
despide como si fuera una niña.
A pesar de todo el odio que albergo hacia mi padre,
esto es algo que no puedo echarle en cara. Aunque actúa
así en público, siempre ha tratado a mis hermanas con nada
más que amor cuando estamos dentro de la comodidad de
nuestra casa. La familia de Ren hace lo mismo, pero sé que
otros no tienen esa suerte.
Scarlet y mi madre mantienen la cabeza inclinada
mientras siguen a mi padre mientras camina hacia nosotros.
Ren se limita a asentir con la cabeza y se dirige hacia el
helicóptero para saludar a sus padres, Roman y Sophie, y a
su hermana, Luna.
—Quinton —me saluda mi padre, pero no respondo. Lo
único que quiero hacer es abrazar a las dos mujeres que
están detrás de él, pero me obligo a no hacerlo y me doy la
vuelta y empiezo a alejarme de ellas.
—Te mostraré dónde te vas a quedar.
No miro atrás, sabiendo que me siguen, y siento la
mirada de mi padre en la nuca. Cuando nos cruzamos con
otros estudiantes en el camino, sus ojos se abren de par en
par. Algunos dan un paso atrás, acobardados por la
presencia de mi padre, mientras que otros simplemente se
quedan congelados por el miedo. Nadie dice nada. No hay
saludos ni cumplidos, y me alegro mucho de ello.

Todas las familias se alojan en la parte superior de la


universidad, en la parte del castillo que se ha reconstruido
para albergar a los invitados que pueda tener la escuela, así
como para acoger grandes reuniones y fiestas. Desde el
helipuerto hasta el castillo hay un corto paseo. Utilizamos
uno de los túneles, en parte subterráneos, que atraviesan la
montaña. La parte superior es en su mayor parte de cristal,
lo que nos proporciona una vista fascinante de los
alrededores, aunque en este momento no puedo disfrutar
de nada de ello.
En silencio, atravesamos la entrada del castillo y
subimos la escalera que conduce a un gran pasillo. Les
acompaño hasta el final del pasillo, donde unas puertas
dobles conducen a la suite en la que se alojarán.
Lo abro la puerta con la tarjeta que me dieron antes y
empujo para abrir las pesadas puertas.
—Aquí es donde estarán...
No alcanzo a pronunciar las palabras antes de que un
pequeño cuerpo se estrelle contra mi costado y unos finos
brazos me rodeen por la mitad.
—Te he echado de menos —murmura Scarlet en mi
chaqueta.
Es mucho más pequeña que yo, la parte superior de
su cabeza apenas me llega al pecho, pero su agarre a mí es
sorprendentemente fuerte, como un pequeño mono del que
no se puede desprender.
—Yo también te he echado de menos —Beso la
coronilla de su cabeza y la rodeo con mis brazos.
Por el rabillo del ojo, veo a mi madre acercarse a
nosotros, con las lágrimas ya formadas, pegadas a sus
largas pestañas negras. Abro uno de mis brazos y ella cae
sobre nosotros.
Permanecemos en nuestro abrazo de tres durante
unos minutos. Nadie quiere soltarse. Mi padre pasa junto a
nosotros, examinado la suite como si buscara algo que
pudiera hacernos daño. Por supuesto, eso ya estaba hecho,
pero nada es lo suficientemente bueno para él,
especialmente cuando se trata de su familia.
Cuando por fin rompemos el abrazo, Scarlet se lanza
inmediatamente a un frenesí de preguntas.
—¿Dónde duermes? ¿Dónde están tus clases? ¿Los
dormitorios están lejos de aquí, puedo verlos? ¿Sólo hay una
cafetería? ¿Qué tipo de comida sirven? ¿Tienen el tipo de té
que me gusta? ¿Has hecho algún amigo?
—Despacio. Te daré un tour más tarde. Sí, sólo hay
una cafetería, pero tienen casi todo lo que puedas desear,
incluido el té.
—Sí, pero ¿es el que me gusta? —Ella arruga la nariz
al verme.
—Sí, tienen toda la comida que te gusta —le aseguro.
—Pareces cansado. ¿Duermes lo suficiente? —dice mi
madre, con la preocupación grabada en su voz. Levantando
la cabeza, me pasa los dedos por la frente y por el pelo
como cuando era pequeño. Solo que ahora tiene que estirar
los dedos hacia arriba en lugar de hacia abajo, ya que soy
más alto que ella desde hace unos años.
—Sí, duermo —le doy una respuesta reducida.
La verdad es que la única vez que dormí bien y
durante toda la noche fue cuando estaba en la cama de
Aspen con mi cuerpo envuelto en el suyo. Sigo diciéndome
que es porque estaba borracho, pero ya he estado borracho
antes y aun así no he dormido.
Me frunce el ceño, sabiendo que no estoy siendo
sincero con ella, pero por suerte, lo deja pasar por ahora.
Estoy seguro de que no es la última vez que voy a oírla
hablar sobre eso.
—También tengo curiosidad por ver dónde se alojan tú
y Ren. ¿Nos mostrarás los dormitorios?
La idea de que los acompañe a través de los
dormitorios y que posiblemente me encuentre con Aspen
tiene mi ansiedad al máximo. Tengo que mantenerme lo
más lejos posible de ella estando mi padre aquí.
—¿No quieres descansar primero antes de que te
muestre el lugar?
—¿Descansar? —pregunta Scarlet como si acabara de
proponer la cosa más ridícula del mundo—. ¿Tienes idea de
lo emocionada que he estado todo el tiempo por esperar
este día? Descansar es lo último que tengo en mente.
Quiero verlo todo —Su entusiasmo es casi contagioso.
—Bien, les mostraré el lugar. No necesitan sus
chaquetas; todo está bajo tierra y con calefacción.
Todos, incluyéndome, se deshacen de su ropa exterior
y volvemos a salir. Les enseño el resto del castillo antes de
conducirlos a las aulas y a la cafetería. Todo el tiempo estoy
en vilo, caminando por una cuerda floja muy fina.
Scarlet y mamá están demasiada emocionadas para
darse cuenta, pero, por supuesto, a mi padre no se le
escapa nada. La tensión entre nosotros es aún más de lo
normal, y no hace más que crecer a medida que avanza el
día.
Cuando llegamos a los dormitorios, Scarlet está
radiante de emoción mientras yo estoy sudando gota a
gota, sufriendo un pequeño infarto cada vez que veo a una
chica rubia doblar la esquina. No estoy seguro de lo que va
a hacer mi padre cuando la vea, pero sé que no va a ser
nada bueno y que no podré protegerla de él.
Abro mi habitación con mi tarjeta de acceso, e
inmediatamente nos reciben voces procedentes del interior.
Ren, Roman, Sophie y Luna están amontonados en el gran
sofá en forma de L.
—Ahí están, chicos —saluda Roman y se levanta del
sofá.
Se acerca a mí y me da una palmada en la espalda a
modo de saludo. Es el único de nuestra familia que es más
alto que yo. Según la historia, solía ser un luchador
clandestino, que participaba en peleas por dinero en las que
sólo salía una persona del ring. Incluso viéndolo ahora, no
es de extrañar que ganara siempre.
Luna y Sophie se acercan y me saludan a
continuación, mientras que a Ren lo saludan Scarlet y mis
padres. De repente, la habitación empieza a parecer más
pequeña.
—Me encanta este apartamento. ¿Puedo quedarme
aquí esta noche? —Scarlet pregunta.
Me encojo de hombros, sin saber si es una buena idea.
Me gustaría tener a mi hermana aquí, pero no sé si mi padre
lo permitirá. Al ver mi duda, se dirige a mis padres.
—Por favor, hace una eternidad que no veo a Quinton,
y no puedes decirme que hay un lugar más seguro que este
apartamento.
—No lo sé —empieza mi padre, pero mi madre le
interrumpe.
—Quinton y Ren estarán aquí, y en dos años, ella
estará aquí en su propio apartamento. No creo que sea una
mala idea. Además, entonces tendremos la suite para
nosotros —Sonríe, y Scarlet hace una mueca. La historia de
amor de mis padres es una de las mejores. Si alguna vez ha
habido una persona que haya puesto a mi padre de rodillas,
esa es mi madre. Sin embargo, eso no significa que quiera
oírles hablar de follar.
—Luna también se queda aquí —comenta Sophie,
agradecida.
Mi padre nos mira a Ren y a mí, con una mirada
penetrante.
—Conoces las reglas, y también sabes que si le pasa
algo a tu hermana-
—No le pasará nada, ni aquí, ni nunca —interrumpo.
—Bien —Se vuelve hacia Scarlet, que está a punto de
saltar de su piel—. Tienes que contactarte conmigo cada
cierto tiempo, y no puedes ir a ninguna parte sin tu
hermano.
Scarlet asiente, su sonrisa crece con cada segundo
que pasa.
—Entonces está decidido. Puedes quedarte —Una
sonrisa se dibuja en los labios de mi padre y la tensión en el
aire se alivia.
—¡Sí! Ahora estoy aún más emocionada. Aunque no
puedo esperar al baile. Quiero conocer a todos tus amigos
—¿Amigos? No tengo el corazón para decirle que no tengo
ni hizo ningún amigo, a menos que cuentes lo que Aspen y
yo estamos haciendo como ser amigos. Lo cual no es así.
—Ren me ha dicho que no tiene cita para el baile. ¿Y
tú, Quinton? ¿Vas a llevar a alguien? —pregunta Luna con
curiosidad.
—Si no fuera porque ustedes están aquí, no iría al
estúpido baile en primer lugar. Así que no, no estoy
planeando traer a nadie más sólo para aburrirlos hasta la
muerte.
—Tonterías —interviene mi padre, y por el brillo de sus
ojos me doy cuenta de que lo que vaya a decir no va a ser
algo que yo quiera oír—. Será bueno para el negocio.
Encontraré a alguien para que te lleve.
Genial. Justo cuando pensaba que esto no podía ser
peor, he ido a meter el puto pie en la boca.
—Dormiré en el sofá —insiste Scarlet—. Tú puedes
dormir en tu cama.
—De acuerdo —Sonrío y le doy una almohada y una
manta.
Observo cómo hace su cama en el sofá y se arrastra
bajo la manta, con un pijama cubierto de corazones rosas y
pequeños búhos. Ya sé que va a venir a meterse en mi
cama, pero la dejaré que se salga con la suya. Odia dormir
en lugares que no conoce, y cada vez que estamos en un
lugar nuevo, acaba en mi cama, no quiere dormir sola.
Le he dicho muchas veces que venga a dormir a mi
cama, pero cada vez, insiste en que ahora será diferente y
que ya no es una niña.
Lo creeré cuando lo vea.
—Muy bien, buenas noches. Te veré por la mañana.
—Buenas noches —Me sonríe, subiendo la manta
hasta la barbilla.
Luna y Ren ya están en la cama, y Luna no tuvo
problemas en admitir que quería dormir en la habitación de
su hermano.
Al entrar en mi habitación, me preparo también para ir
a la cama, me lavo los dientes y me despojo de la ropa
hasta los calzoncillos antes de meterme en la cama.
Mirando al techo, permanezco despierto en la cama
durante tanto tiempo que me pregunto si Scarlet se quedó
realmente dormida en el sofá. Esa idea queda demostrada
cuando la puerta se abre de golpe y Scarlet entra de
puntillas en mi habitación.
No puedo ocultar una sonrisa cuando se mete en mi
cama y se desliza bajo la manta, instalándose en el otro
lado de la cama.
—¿Y si me despierto en mitad de la noche y no sé
dónde estoy? Probablemente me asustaría.
—Sí, probablemente.
—Entonces estaría gritando y despertando a todos. No
quiero despertarlos en medio de la noche.
—Es muy considerado de tu parte. Pero no ronques
tan fuerte.
—¡No ronco! —Scarlet susurra.
Los dos nos reímos, sabiendo que sí ronca, aunque
solo sea un ronquido bonito y silencioso que quizá haya
grabado antes en mi teléfono para burlarme de ella. La
habitación se queda en silencio después de un rato, y yo
cierro los ojos, intentando dormir al menos unas horas.
—La echo de menos —La vocecita de Scarlet atraviesa
la silenciosa noche.
—Yo también —admito.
Apenas pienso en Adela, y mucho menos hablo de
ella. Me duele demasiado, y es más fácil fingir que no está
muerta. Como si se hubiera ido de vacaciones y volviera a
casa cuando estuviera preparada.
—Es la primera vez que estamos juntos en algún lugar
sin ella, en público, quiero decir. Alguien va a hacer
preguntas, ¿no crees? ¿Qué vamos a decir a la gente
cuando pregunten por qué no está aquí?
—No lo sé. No tengo ni puta idea. Tenemos que
decírselo a la gente en algún momento. No sé por qué papá
se empeña en mantener el secreto.
—Tal vez porque al decírselo a la gente lo hará real...
Ya es real, quiero decirle, pero me muerdo la lengua.
Todavía no sé si esa es la razón de mi padre, pero sé que
Scarlet tiene razón. La gente se preguntará dónde está
Adela, y no estoy seguro de cómo responder a eso.
Yo tampoco estoy seguro de querer responder.
CAPITULO VEINTIOCHO
Aspen
Desde hace una semana, todo el mundo habla del
próximo baile de los fundadores. Hace unos años, habría
compartido su emoción, pero ahora, podría vomitar sólo de
pensarlo. No es que no me guste la idea de una fiesta, con
baile y comida. Es la gente que sé que asistirá la que me
tiene acurrucada en una bola de nervios y ansiedad.
Por lo que sé, la mayoría de los padres han volado
para ver a sus hijos y celebrar el décimo aniversario de la
apertura de la escuela. Por supuesto, mi madre ya me ha
enviado un correo electrónico diciendo que lamenta haber
rechazado la invitación, lo cual no me sorprende en
absoluto. No esperaba que viniera.
Sin embargo, una parte de mí desea que lo haga. No
importa lo mucho que me ponga de los nervios. Sigue
siendo mi madre, y quiero que esté ahí para mí. Quiero que
ella quiera verme. Quiero que quiera que esté a salvo y sea
feliz.
Es un deseo, lo sé.
Más que nunca, me escondo en mi habitación, incluso
me salto las clases para no tener que salir. Voy a la cafetería
muy temprano por la mañana, antes de que la mayoría de
los estudiantes vayan a desayunar. Luego voy una segunda
vez entre el almuerzo y la cena. De esta manera, no veo a
nadie, y hasta ahora, eso incluye a los Rossis.
Hoy es el gran día, el baile de los fundadores se
celebra esta noche, y los pasillos de las residencias
universitarias bullen de gente preparándose, aunque
todavía faltan horas para que empiece. Tengo que ser la
única que no está emocionada por este evento. No pienso ir
a ningún sitio esta noche. Ya me he llenado de libros, así
que tengo mucho que leer.
Me he acomodado en mi cama, acurrucada bajo las
sábanas, y a mitad del tercer capítulo del libro que Brittney
me dijo que tenía que leer cuando se oye un golpe en la
puerta.
Sobresaltada, dejo caer el libro en mi regazo y casi
salto de la cama. Miro fijamente la puerta como si fuera mi
enemigo. ¿Quién llama a mi puerta? Nadie al menos, no
normalmente. La única persona que viene a mi habitación
tiene una llave y no se esperaría a que habrá la puerta.
Algo en el fondo de mi mente me dice que no abra la
puerta, pero la curiosidad mató al gato, y yo soy el estúpido
gato que se levanta para abrir la puerta. Me tiembla la
mano cuando agarro el pomo y lo giro, abriendo la puerta.
Todo el aire se detiene en mis pulmones cuando veo
quién está de pie al otro lado. Se me hiela la sangre al
contemplar la gran estatura del hombre; su pelo negro está
encanecido y su rostro parece curtido, de alguna manera,
diez años más viejo que la última vez que lo vi. Pero ni
siquiera su edad le quita el aspecto aterrador que tiene. Sé
que podría matarme en un instante, romperme el cuello
como si fuera una muñeca.
—Hola, Aspen. ¿Me vas a invitar a pasar? —Xander
Rossi pregunta como si fuéramos viejos amigos.
—No creo que sea una buena idea.
—Chica estúpida —murmura.
Por supuesto, Xander Rossi no necesita una invitación
y entra a empujones en mi habitación, casi tirándome al
suelo en el proceso.
—¿Qué quieres? —Aprieto los dientes.
—Sólo he venido a ver a la hija de un viejo amigo —
explica despreocupadamente, mientras sus ojos recorren la
habitación inspeccionando el contenido—. ¿Te estás
adaptando bien a la universidad?
—Sí, este lugar es encantador —respondo con
sarcasmo—, y todo el mundo es tan acogedor. Es muy
agradable. Cinco estrellas, lo recomendaría.
—Me alegra saber que te gusta este lugar. Lucas me
aseguró que tu alojamiento aquí era adecuado. Veo que
tenía razón. Este lugar te conviene.
En lugar de hacerle un comentario ingenioso, aprieto
los dientes y me clavo las uñas en la palma de la mano.
Provocarlo solo va a conseguir que me haga daño.
—He oído que no ibas a venir al baile esta noche.
—No pensé que nadie quisiera que asistiera —digo—.
No querría presentarme en un lugar donde no soy
bienvenida.
—Por supuesto que eres bienvenida. Animo a todos
los estudiantes a venir. Y por suerte, ya tengo una cita para
ti. Estará aquí a las siete para recogerte.
Atónita, lo miro fijamente, preguntándome a dónde va
a llegar esto. Nada de lo que hace Xander es sin un plan, y
su plan, sea cual sea, no va a ser a mi favor. Como he dicho,
pase lo que pase, estoy en el lado perdedor, como siempre.
—No puedo —protesto—. No tengo vestido —Es una
excusa poco convincente, pero espero que sea suficiente.
—Me imaginé que no lo tendrías, por eso ya te pedí
uno. Debería estar aquí en poco tiempo. Así que prepárate a
las siete. Te veré en la cena.
Se detiene en la puerta, mirándome por encima del
hombro.
—No me decepciones, Aspen. No querrás verme
decepcionado —Deja la amenaza en el aire durante unos
segundos antes de añadir—: Espero que estés allí.
Con eso, Xander sale de mi habitación, cerrando la
puerta tras él sin decir nada más. Me quedo un momento
más con la boca abierta, tratando de entender la situación.
Una cosa clara, Quinton definitivamente aprendió a
amenazar a la gente de su padre.
La verdadera pregunta es, ¿por qué demonios quiere
que vaya? ¿Y a quién va a enviar como mi cita? ¿Sabe
Quinton de esto?
Ugh, odio todo esto.
Sé que esto es una trampa. Pero no sé cómo salir de
ella.
Mientras sigo tramando cómo no hacer acto de
presencia esta noche, busco en mi armario para ver qué
podría ponerme. Xander ha dicho que me enviará un
vestido, pero definitivamente no voy a contar con eso. Ni
siquiera he traído zapatos de tacón. Los zapatos más
elegantes que tengo son unas zapatillas negras con un
pequeño lazo en la parte superior. Supongo que eso tendrá
que ser suficiente. El único vestido que podría llevar es un
suéter verde esmeralda. En cualquier caso, destacaré como
un pulgar dolorido en esta fiesta. No es que necesite nada
más para añadir a la gigantesca diana que tengo en la
espalda.
Mientras espero a que pase el día, mi mente está
demasiado ocupada para volver a meterse en un libro, por
mucho que desee escapar de la realidad. Paso el tiempo en
YouTube viendo tutoriales sobre cómo rizar el pelo sin un
rizador.
Acabo usando servilletas y me enrollo el pelo húmedo
de esa manera. Luego recojo todo el maquillaje que tengo,
que no es mucho, y empiezo a aplicármelo en la cara hasta
tener un aspecto algo presentable.
Al comprobar la hora, me doy cuenta de que ya son
las seis. Sólo me queda una hora y todavía no tengo ningún
plan para salir de esto. Otro golpe en la puerta casi me hace
caer de la silla. La última vez que abrí la puerta resultó
terrible, pero Xander dijo que iba a enviar un vestido, así
que tal vez sea ese.
Vacilante, me levanto y me dirijo a la puerta,
abriéndola lentamente. Una de las sirvientas está de pie al
otro lado, sosteniendo una gran caja delante de ella.
—Se supone que tengo que dejar esto aquí —Me
sonríe con nerviosismo y me acerca la caja. Abro la puerta y
extiendo las manos. La asistenta mira brevemente mi pelo
enrollado con una servilleta, pero no hace ningún
comentario. Estoy segura de que me veo bastante ridícula
con este peinado.
—Oh. Vale, gracias —Tan pronto como la caja está en
mis manos, la sirvienta gira y se aleja de mí como si no
pudiera alejarse lo suficientemente rápido.
Cierro la puerta y llevo la caja a mi cama, donde abro
la tapa lentamente para mirar dentro. Todavía no estoy del
todo convencida de que esto no sea una broma, y de que
algo no vaya a saltar sobre mí en cualquier momento. A
primera vista, todo lo que veo es una tela roja y sedosa.
Dejo caer la tapa al suelo para poder inspeccionar
todo el contenido de la caja. Recojo las esquinas de la tela
roja y levanto el vestido, encontrando un par de tacones de
aguja en el fondo de la caja. Es un poco más llamativo y
revelador de lo que normalmente llevaría, pero aparte de
eso, es realmente un vestido bonito.
Me quito el vestido de jersey que llevo puesto y me
pongo el vestido rojo que me ha enviado Xander.
Sorprendentemente, me queda perfecto. El único problema
que tengo es que se ve el sujetador, ya que el vestido no
tiene tela atrás. No me siento muy cómoda yendo sin
sujetador, pero no creo que haya forma de evitarlo.
Al ponerme los zapatos que venían con el vestido, me
doy cuenta de que combinan a la perfección y no puedo
evitar preguntarme quién lo ha elegido.
Dudo que Xander tenga este tipo de sentido de la
moda.
Ya arreglada y lista para salir, me siento en el borde
de la cama y espero a que el reloj marque las siete. Con
cada minuto que pasa, crece en mis entrañas la sensación
de que algo terriblemente malo va a ocurrir esta noche. Lo
peor de todo es que en realidad estoy esperando que
Quinton entre. Nunca podría tener tanta suerte.
Una parte de mí espera el familiar chasquido de la
cerradura cuando él pasa su tarjeta y entra en mi
dormitorio. Nunca llega. En su lugar, otro golpe llena la
habitación y mi estómago se hunde aún más.
Hoy abro la puerta por tercera vez, aunque quiero
hacer cualquier cosa menos eso. Esta vez, encuentro a
alguien al otro lado que no esperaba, alguien a quien
detesto. Alguien a quien no tocaría ni aunque fuera la última
persona del planeta.
—Bueno, hola, Aspen. Veo que te has arreglado para
mí —Matteo me dedica una sonrisa traviesa—. ¿Estás lista
para ir, o necesitas ayuda con el vestido?
—Uno, no me he vestido para ti. Dos, sólo voy porque
me obligan. Tres, si se te ocurre tocarme con tus asquerosos
dedos, te cortaré la polla mientras duermes.
—Esa es una amenaza audaz para una rata como tú.
Te escondes en tu habitación todo el día, demasiado
asustada de tu propia sombra, ¿pero esperas que me crea
que vendrás a buscarme por la noche para entrar en mi
habitación?
Odio que tenga razón casi tanto como lo odio a él.
Pasando por delante de él, entro en el pasillo con las
piernas temblorosas. Estoy acostumbrada a caminar con
tacones, pero la rabia y el miedo que siento en este
momento me hacen temblar. Matteo me tiende el brazo
como si existiera un mundo en el que yo fuera a cogerlo.
Lo fulmino con la mirada y él sacude la cabeza.
—Como quieras. Espero que te tropieces y te caigas
de cara.
—Espero que te tropieces y caigas sobre un cuchillo
afilado.
—Oh, esa boca tuya, está pidiendo que la llenen con
mi polla.
Me alejo de él, esperando que no me siga de cerca,
pero claro, eso sería mucho pedir. Me alcanza con facilidad,
caminando a mi lado todo el camino hasta el salón de baile
del castillo.
Una pequeña parte de mí esperaba poder pasar
desapercibida esta noche y no ser el centro de atención.
Cuando entramos en el salón de baile, lujosamente
decorado, sé de inmediato que no será posible pasar
desapercibida.
—Supongo que nadie te dijo que esto era un baile en
blanco y negro.
Matteo se ríe, divertido consigo mismo.
—Me gusta ser diferente —miento, intentando
disimular mi creciente angustia.
Todos los ojos están puestos en mí cuando entramos
en el gran espacio. Todos los hombres llevan esmoquin
negro, mientras que la mayoría de las mujeres llevan
vestidos blancos. Se podría pensar que ya me he
acostumbrada a las miradas de desprecio. Pero la verdad es
que me siento más incómoda que nunca.
Cuando pensaba que no podía ser peor, Matteo me
coge de la mano y nos lleva a una mesa. Es una de las
mesas más grandes con capacidad para unas quince
personas. En la cabecera de la mesa están sentados
Xander, su mujer a su lado, y Quinton al otro lado. Miro a la
chica rubia sentada al lado
Quinton, esperando que Adela o Scarlet ocupen ese
lugar, pero en su lugar me encuentro con Anja, de la clase
de educación física, que me sonríe como si le hubiera
tocado la lotería. Otro hombre se sienta al lado de Anja, y
considero el hecho de que podría ser su padre, pero
entonces Matteo habla a mi lado.
—Hola, padre —saluda. El hombre levanta la vista de
su teléfono, y lo primero que noto en él es su nariz
puntiaguda y el brillo del odio en sus ojos.
Se quita unos mechones de pelo gris de la cara. Su
estructura y sus rasgos son intimidantes.
—Por favor, tomen asiento —Xander saluda a las sillas
vacías, arrastrando mi atención de nuevo a la cena—. Me
alegro de que hayas podido venir. Aunque esa es una
elección de vestido muy interesante, Aspen.
—Lo siento, se me pasó el aviso de que era un baile
de blanco y negro.
—Me sorprende que la hayan dejado venir. Debería
estar encerrada como su padre —El padre de Matteo habla
como si yo no estuviera sentada aquí. Me contengo de
poner los ojos en blanco y tomo a propósito la silla que no
está al lado de Ella, dejando un espacio entre nosotros.
Mientras tomo asiento, me aseguro de que el vestido
no muestre mis tetas mientras me muevo.
La única persona que lleva algo más revelador es
Anja, que bien podría haber venido desnuda. Su vestido
blanco transparente no deja mucho a la imaginación. Miro a
mi alrededor, preguntándome dónde estarán los padres de
Anja, ya que parece que ha venido el padre de Matteo.
Tal vez no pudieron hacer el viaje desde Rusia. Parece
una excusa estúpida, pero no voy a preguntarle dónde
están. ¿Tal vez los suyos son tan malos como los míos?
Matteo se sienta a mi lado e intenta deslizar su mano
por el vértice de mi muslo. Lo aparto de un manotazo sin
mirar, buscando en la mesa un cuchillo con el que pueda
apuñalarlo.
—No pensé que estarías aquí —susurra Quinton,
reclamando toda mi atención.
No me he atrevido a mirarle, y cuando lo hago, sé
exactamente por qué. Su mirada penetrante me hace sentir
un escalofrío, y esta noche hay un filo en él. Está enfadado,
pero no sé si lo está conmigo o con la situación. Estoy
segura de que lo descubriré más tarde.
Al apartar la vista de él, por fin me doy cuenta de
quién más está sentado en la mesa. En el otro extremo, se
encuentra Roman Petrov, su mujer, Sophie, en un lado, y
Ren y su hermana, Luna, en el otro lado. Scarlet está al lado
de Luna, pero no veo a Adela por ningún lado.
Eso es raro. ¿Dónde iba a estar? Tal vez ella decidió no
venir, pero eso es poco probable. A menos que ella supiera
que Matteo estaría aquí. Tal vez lo sabía y se inventó una
excusa para no venir. Dudo que le haya contado a su padre
o a Quinton sobre esa noche. O tal vez lo hizo, y a ellos no
les importó. Las apariencias lo son todo cuando estás en la
mafia. Tengo tanta curiosidad por saber dónde está que casi
pregunto, pero me detengo en el último segundo, sabiendo
que no es así.
Una vez acomodado, todos comienzan a charlar sobre
cosas al azar. Anja le cuenta a Ella sobre la clase mientras
Xander se levanta, junto con el padre de Matteo, y saluda a
algunos invitados que llegan.
Ren habla con su padre sobre algunas técnicas de
lucha mientras Luna y Scarlet charlan sobre la posibilidad
de venir a la escuela aquí dentro de unos años.
El único que permanece callado es Quinton, que lanza
una mirada asesina entre Matteo y yo. Si las miradas
pudieran matar, los dos estaríamos muertos. Anja se inclina
para susurrarle al oído un par de veces y le pasa la mano
por el brazo.
Los celos indeseados se abren paso en mis entrañas,
y sólo entonces caigo en cuenta de que Quinton podría
sentir lo mismo. ¿Por eso está tan enfadado? ¿Está celoso?
Tan pronto como la idea entra en mi mente, se aleja como
una nube en un día de tormenta. Es imposible que esté
celoso, ni de Matteo, ni de nadie. No se preocupa por mí en
ningún sentido de la palabra. Tal vez está celoso de que otra
persona toque su juguete.
Para él, soy un objeto físico, ni más ni menos.
Perdida en mis pensamientos, casi no noto el suave
toque en mi pierna. Cuando miro hacia abajo, encuentro la
mano de Matteo una vez más, acercándose al interior de mi
muslo. Es oficial: realmente quiere que lo mate. Me invade
una furia que me hace apartar su mano de un manotazo,
dispuesta a darle también una bofetada en la cara. Matteo
sonríe, literalmente sonríe, como un maldito psicópata.
Lentamente, se inclina hacia mi lado, y yo me alejo hasta
que parece que me voy a caer de la silla.
Su voz es tan baja que sólo yo puedo oírla.
—Recuerda mis palabras, Aspen, al final de la noche,
llenaré tus tres agujeros, uno por uno.
No si puedo evitarlo.
—Puedes intentarlo, pero recuerda mis palabras. Si tu
polla se acerca a uno de mis agujeros esta noche, no la
tendrás por la mañana.
—Menos mal que he traído una mordaza y una cuerda
para mantenerte en tu sitio —Se ríe y se endereza en su
asiento.
Más decidida que nunca, me prometo que encontraré
una forma de salir de esto. Soy inteligente y debería haber
sabido que no debía depender de Quinton para mi
protección. La única persona de la que puedo depender soy
yo. La única persona que puede protegerme soy yo.
Después de esta noche, todos lo verán, incluso Quinton.

CAPITULO VEINTINUEVE
Quinton
No recuerdo la última vez que estuve tan irritado.
Cada pequeño sonido que hace Anja me hace querer coger
un tenedor y clavármelo en la oreja. Entonces están sus
miradas y toques no tan sutiles. Juro que, si toca la manga
de mi esmoquin una vez más, tendré la tentación de
arrancarle cada una de sus largas uñas pintadas de rojo.
A estas alturas, sus gritos serían más agradables que
las estúpidas risitas que hace cada vez que mi madre dice
algo. Estoy tan jodidamente irritado, que ni siquiera me
gusto ahora mismo. Ni siquiera puedo disfrutar de que
Scarlet esté aquí. No cuando estamos en público y tengo
que tratarla como una mierda, y definitivamente no cuando
Aspen y el puto Matteo están sentados frente a mí.
Peor aún, el padre de Matteo, Michael, también está
aquí, y el brillo oscuro de sus ojos y la forma en que observa
a Aspen me inquietan.
¿Por qué diablos está aquí y de todas las personas
tuvo que venir con Matteo? ¿Es todo un juego para ella? Lo
dudo. Ella preferiría correr a través del fuego que estar
atrapada en cualquier lugar con él, y mucho menos venir
voluntariamente como su cita. Recuerdo la reacción de mi
padre, y de repente, queda claro que él sabía que ella venía.
No me sorprendería que fuera él quien la invitara.
La pregunta es: ¿por qué?
Soy vagamente consciente de que la música baja y de
que alguien anuncia que la cena se va a servir en un
momento. Unos minutos después, los camareros llegan a
nuestra mesa y colocan grandes bandejas con una gran
variedad de comida en el centro de la mesa. Mis ojos ven a
Lucas acercándose a nuestra mesa con su hermano, Nic, y
su mujer, Celia. Sé lo suficiente sobre la familia Diavolo que
es mejor tenerlo como aliado que como un enemigo. Mi
padre, por supuesto, se levanta de su silla y los saluda,
dando un apretón de manos a Nic y Lucas. Mi madre saluda
y sonríe a Celia, que se la devuelve amablemente.
—Espero que todos estén disfrutando de las
festividades —pregunta Lucas, sus ojos se deslizan por la
mesa. Me doy cuenta de que su mirada se centra en Aspen
y se me eriza la piel. Odio la forma en que todos la miran,
pero ¿qué diablos puedo hacer? Solo el vestido que lleva
pone una X en su espalda—. Sí, todo es genial. Gracias por
invitarnos. Espero que Quinton no esté causando muchos
problemas —bromea mi madre, pero nadie se ríe, y menos
yo.
—Por supuesto que no. Quinton es un estudiante
estrella —Lucas y mi padre sueltan una risita, casi como si
hubiera un significado oculto tras sus palabras.
Nic y Celia toman asiento en la mesa de al lado, y
Lucas y mi padre intercambian palabras que no puedo oír.
Vuelvo a centrar mi atención en la mesa. En cuanto mi
padre vuelve a sentarse, los camareros empiezan a
preguntar a todo el mundo qué desea, y luego proceden a
apilar la comida en los platos.
Aspen se queda mirando con los ojos muy abiertos,
inspeccionando la comida cuidadosamente como si tratara
de averiguar si está envenenada o no. Sólo cuando ve que
todos los que la rodean empiezan a comer, coge el tenedor
y empieza a comer ella misma.
La observo mientras corta el filete, sacando un trozo
generoso y llevándoselo a los labios. Una vez que tiene el
gran trozo de carne en la boca, cierra los ojos y empieza a
masticar con un gemido bajo que hace que mi polla se agite
en mis pantalones.
Se da cuenta un momento después y sus ojos se
abren de golpe. Por suerte, parece que soy el único que se
ha dado cuenta. Se aclara la garganta y sigue comiendo. Su
lucha no dura mucho, porque un momento después se mete
patatas y zanahorias en la boca como si no hubiera comido
en años. Esta vez, todos los comensales se dan cuenta.
—Jesús, más despacio, cerdo —Matteo se ríe, y estoy
a un segundo de lanzarle el cuchillo de la carne. En mi
mente, lo veo aterrizar en su ojo derecho, la sangre
corriendo por su cara. Oigo su grito y me veo sonriendo
como un sádico.
—¿No vas a comer, Quinton? —La voz de mi madre
me saca de mi maldita fantasía.
—No tengo hambre —respondo, recostándome en mi
silla—. Algunas personas de esta mesa me han quitado el
apetito —Me refiero a Matteo, pero estoy seguro de que
todos los demás suponen que estoy hablando de Aspen.
Miro a Matteo para que se dé cuenta de mi afirmación, pero
él no parece darse cuenta, o tal vez no le importa.
Miro fijamente a Aspen, admirando su belleza. Su
larga melena rubia le cae por los hombros en suaves rizos.
Lleva un vestido rojo que revela mucho más de lo que
debería. Su maquillaje es fresco y no está demasiado hecho.
Es hermosa, y en cierto modo lo odio porque ahora que lo
veo, no creo que pueda dejar de verlo.
—Sí, no sé cuánto tiempo nos vamos a quedar Aspen
y yo. Sé que van a hacer la subasta después de esto, pero
creo que podríamos volver a los dormitorios y el frío.
Me rechinan las muelas y cojo el cuchillo sin pensarlo.
Me hace falta toda mi fuerza de voluntad para no responder
a esa afirmación. ¿Por qué demonios se juntaron Matteo y
ella?
—No sabía que ustedes dos eran algo. Me alegro
mucho por ustedes —dice Anja con un tono sarcástico
propio de una telenovela.
—Oh —Aspen se aclara la garganta y sus ojos recorren
la mesa de forma consciente—. No estamos juntos.
La ira en mis venas se convierte en un fuego lento al
escuchar su voz. Por la razón que sea, Aspen es un bálsamo
curativo para mi rabia. Ella es el control cuando estoy en
espiral, y no tiene ni la más mínima puta idea.
—No seas así, Aspen. Sabes que es más profundo que
eso —Matteo sonríe, y mi rabia vuelve a hervir.
Usando la servilleta, se limpia la boca, y cuando veo
que los brazos de Matteo se mueven como si estuviera
tocando a Aspen por debajo de la mesa, casi me pierdo.
Se aleja, confirmando lo que vi, pero no necesita que
un caballero la salve. No es que yo sea un caballero.
Levantando el brazo, le da un codazo en el costado, pero él
no mueve la mano.
Mi rabia, ya hirviente, alcanza nuevos niveles, y estoy
a medio segundo de lanzarme a través de esta mesa,
derribar a Matteo al suelo y clavarle el puño en su cara de
satisfacción hasta que no sea más que un desastre
sangriento.
Es mía para tocarla, mía para atormentarla, sólo mía.
—Disculpen —dice Aspen apretando los dientes y
poniéndose en pie—. Necesito ir al baño de mujeres —
anuncia antes de darse la vuelta y alejarse de la mesa.
Por detrás, su vestido es aún más revelador. Toda su
espalda está desnuda, lo que hace evidente que no lleva
sujetador.
Mientras veo a Aspen desaparecer de la habitación,
mi cabeza da vueltas. Todo está tan fuera de control. Que mi
padre esté aquí lo está jodiendo todo.
Acababa de encontrar una solución a mi dolor, una
pequeña calma a la furiosa tormenta, y ahora me la ha
quitado. Una vez más, me siento perdido, desquiciado, y
esta vez, no estoy seguro de poder volver a la cordura.
—¿Estás bien, Quinton? —La voz de mi padre retumba
en mis oídos, y me siento un poco más erguido. O bien
puedo quedarme sentado y lidiar con lo que está
sucediendo delante de mí, tragándomelo y obligándome a
digerirlo más tarde, o puedo hacer algo al respecto ahora
mismo.
Mirar a mi padre es como mirarme a mí mismo en el
futuro.
—Estoy bien. Sólo necesito usar el baño.
Es mentira. Todo. Todo lo que he estado haciendo es
mentir. Mentirme a mí mismo, mentir a mis padres. Estoy
lejos de estar bien, pero en mi vida no hay lugar para nada
más. Es estar bien o fingir que estoy bien, que es donde
Aspen entra en juego.
CAPITULO TREINTA
Aspen
No puedo soportarlo más. Siento que me estoy
asfixiando, que una cuerda me rodea la garganta y me
aprieta con cada respiración.
Abriéndome paso entre la multitud, ignoro las
expresiones de odio y espero que nadie me ataque mientras
estoy en el baño. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
Sé que estar sola en cualquier lugar aquí arriba no es
prudente, pero ahora mismo, haría cualquier cosa por unos
momentos de soledad.
El cuarto de baño está vacío cuando entro, y nunca
me he alegrado tanto de nada en mi vida. Me veo reflejada
en el espejo y no me sorprende lo pálida que estoy incluso
con el maquillaje. Estoy agotada y lo único que quiero es
volver a mi dormitorio y pasar la noche como había
planeado.
Apartando los ojos de la chica a la que apenas
reconozco, me meto en uno de los baños. Oigo un ruido
detrás de mí, pero antes de que pueda darme la vuelta,
alguien me agarra. Con un grito, me doy la vuelta y empiezo
a luchar de inmediato, pero me agarran las muñecas con
facilidad y me inmovilizan en la cabina del baño.
—¿Por qué diablos estás aquí con él? —Quinton gruñe,
a centímetros de mi cara. Su aliento caliente y mentolado se
abanica sobre mi mejilla, y suspiro aliviada.
—¿Crees que quiero estar aquí? ¿Con él, de todas las
personas? Lo odio. Te pedí que me lo quitaras de encima.
Quería quedarme en mi habitación y leer, y definitivamente
no quería llevar este vestido.
—Entonces, ¿por qué carajo lo hiciste?
—¡Porque tu padre me obligó! Me envió este vestido y
me dijo que no le decepcionara y que viniera a este baile.
Incluso me organizó una cita.
Me doy cuenta de que Quinton me cree, de que su ira
se ha calmado un poco, pero el brillo asesino en sus ojos
permanece. Parece desquiciado, su brazo tiembla como si
intentara no golpear la pared. Parece que apenas se
sostiene, pero intenta recuperar el control. Entonces caigo
en la cuenta... el control. Eso es lo que ansía, lo que
necesita de mí.
—¿Llevas bragas? Sé que no llevas un puto sujetador
—Agarra el tirante de mi vestido y tira de él hacia abajo,
exponiendo mis pechos ante él.
—No podría llevar sujetador con este vestido, y sí,
llevo bragas.
—Quítatelas —ordena.
—¿Hablas en serio?
—Muy. Ahora quítate las bragas antes de que las haga
pedazos —Impaciente, empieza a subirme el vestido hasta
que me rodea las caderas. Me quito las bragas, dejando que
se deslicen por mis piernas para poder quitármelas del todo.
Mientras Quinton me observa, se quita la chaqueta
del esmoquin y la cuelga sobre la puerta antes de empezar
a desabrocharse los pantalones.
—Quinton, no podemos. La gente lo sabrá, ¿y qué
pasa si alguien entra?
—La puerta está cerrada con llave, y me importa una
mierda quién sepa lo que estamos haciendo.
Libera su polla, ya dura, y empieza a acariciarla
mientras yo permanezco de pie con el vestido recogido
alrededor del estómago, con el culo desnudo apretado
contra la caseta.
Sin previo aviso, suelta su polla y me agarra por las
caderas, levantándome y empujándome contra la pared.
—Envuelve tus piernas alrededor de mí y sujeta mis
hombros.
Apenas tengo tiempo de seguir sus indicaciones antes
de que se alinee con mi entrada y entre de un solo
empujón. Se me escapa el aire de los pulmones y siento una
punzada de dolor cuando me da sólo un momento para
adaptarme a su longitud antes de empezar a follarme. Mis
uñas se clavan en la tela de su camisa, y anhelo esa
conexión, esa oportunidad de devolverle el daño.
—Tu coño es mío. Mío para follar. Mío para provocarlo
—gruñe Quinton, mordiendo el lóbulo de mi oreja. Cada
empuje de sus caderas es fuerte roza la línea del dolor, pero
hay una sensación de algo más. Algo cálido se mueve en mi
interior, y me mojo más con cada golpe.
Sujetándome con su cuerpo, encuentra fácilmente mi
pezón endurecido, pellizcando el nódulo entre dos dedos, y
un delicioso zumbido de placer se abre paso por mi cuerpo.
—Finge que no me quieres. De hecho, finge por los
dos, porque ahora que te he probado, no sé si podré volver
atrás.
Su tacto se vuelve más áspero, y mis pensamientos se
vuelven confusos mientras se mueve dentro de mí,
utilizándome como válvula de escape para su rabia. Dejo
caer la cabeza contra la pared y Quinton se abalanza sobre
mí, con su boca en el pulso de mi garganta en un instante.
Su olor a madera me rodea, llenando mis pulmones con
cada respiración que hago.
Nunca pensé que sería del tipo que ansía la oscuridad,
pero algo en él cuando está desquiciado y me posee,
sabiendo que tiene todo el poder, me excita.
¿Qué me pasa?
—Debería marcarte. Ponerte chupetones por todo el
cuello para que todo el mundo sepa que has sido
reclamada. ¿Qué te parece? —Su voz es humo que se
arremolina en mi cabeza, que se cuela por mis poros. Abro
la boca para objetar, para preguntarle por qué haría algo
así, pero antes de que pueda, su boca está sobre mi piel, y
todo lo que sale es un gemido.
Mi pecho se agita, y ese bajo hervor de placer en mis
entrañas se desplaza hacia el exterior. La boca de Quinton
es viciosa, y alterna entre morderme y calmar los mordiscos
con su lengua. Eso, combinado con sus profundas
embestidas, me lleva al clímax.
—Mierda. Puedo sentir tus músculos temblando. Te
vas a correr pronto, ¿verdad? —Quinton se separa de mi
garganta, sus mejillas enrojecidas, su pecho subiendo y
bajando tan rápido como el mío.
—Sí —gimoteo, agarrándolo un poco más fuerte.
—Mírame. Quiero que veas quién te dio ese orgasmo,
quién es el dueño de tu cuerpo y quién controla cada
movimiento que haces.
El fuego de mi vientre explota y un calor recorre mis
extremidades mientras mis ojos se dirigen a la parte
posterior de mi cabeza. Ya me he corrido muchas veces,
pero nunca me había sentido así.
Mi orgasmo provoca el de Quinton, y él apoya su
cabeza en el pliegue de mi cuello, follándome más fuerte y
más rápido que antes, persiguiendo su liberación. Dejo que
me use, que tome lo que necesita también. Cuando por fin
se corre, está dentro de mí de nuevo, y hago una nota
mental para recordarme que debo seguir tomando la
píldora. Me niego a quedarme embarazada, especialmente
con su bebé.
Después de un momento, Quinton sale lentamente de
mí y me pone de nuevo en pie. Me tiemblan las piernas y
estoy un poco mareada, pero apoyo una mano en la puerta
para estabilizarme.
La neblina post-orgasmo ha abandonado mi mente, y
ahora vuelvo a estar centrada en mí misma.
—Límpiate. Pareces una puta ahora mismo.
—Dios, eres un imbécil.
—Sí, bueno, acabas de correrte en la polla de este
imbécil, así que obviamente no soy tan malo —Me mira
como si fuera a volver a por más.
Me doy la vuelta, sacudiendo la cabeza, y salgo de la
caseta. Es entonces cuando me veo en el espejo. Tengo los
rizos desordenados, los ojos nublados y las mejillas
sonrojadas. Ni siquiera vamos a hablar de mi vestido.
Cuando doy un paso más hacia el espejo, mi mirada se fija
en mi garganta, donde Quinton se burla de mí con su lengua
y sus dientes.
Allí mismo, para que el mundo vea, están sus
mordeduras de amor. Las diez pequeñas marcas rojas se
desvanecerán con el tiempo, pero definitivamente no al
final de la noche.
—¿Qué demonios? —Me doy la vuelta cuando veo a
Quinton mirándome en el espejo. De nuevo, está sonriendo.
—No te quejabas mientras te venias sobre mi polla.
Algo dentro de mí se rompe.
—¿Por qué lo hiciste? Sabes que los demás van a
verlo, ¿verdad?
Se encoge de hombros.
—Esa es la cuestión. Quiero que lo vean.
Aprieto los dientes y le empujo el pecho.
—No soy un trofeo por el que luchar. Marcarme sólo va
a agitar la olla y causarme problemas.
No sé por qué no lo detuve. Por qué dejé que me
follara en este baño, sabiendo que todo el mundo en ese
salón de baile sabe lo que estábamos haciendo.
—Marcarte les mostrará que eres mía. Les mostrará a
los demás que no estás disponible.
—No se verá nada más allá de que he sido mutilada
por un animal —murmuro, ajustando mi pelo rápidamente
para cubrir las mordeduras lo mejor posible. Dejo que
Quinton salga primero del baño, y yo lo sigo unos minutos
después, con las rodillas casi golpeándose a cada paso que
doy.
En cuanto llego a la mesa, todos los ojos están
puestos en mí. Hago como si no sintiera sus miradas en mi
piel. Me dejo caer en la silla, me escudo la cara tras el pelo
y miro a cualquier parte menos a Quinton. Los camareros
sacan nuestros platos de la cena y sirven el postre a
continuación. Tengo el estómago demasiado revuelto como
para comer algo más, así que paso de ello.
Matteo me mira fijamente, su mirada enfadada me
calienta la piel. ¿Sabe lo que hemos hecho? ¿Lo saben
todos? Por supuesto, lo saben. ¿Por qué no iban a saberlo?
Matteo se inclina hacia mí y, aunque intento
apartarme, me rodea el hombro con un brazo y me atrae
hacia él.
El aliento caliente se abanica contra mi cara.
—¿Crees que no sé lo que acabas de hacer ahí
dentro? Que todos no lo sabemos —Hace una pausa, y mis
dedos pican para coger un tenedor y apuñalarle en el ojo—.
Quiero decir, si tu cara no lo dice, tu cuello lo hará, ¿verdad?
Siento cómo se me calientan las mejillas de
vergüenza. El imbécil me llama la atención delante de todos
los comensales. Estoy tentada de mirar a Quinton solo para
ver su reacción, pero dejo que mi pelo siga actuando como
cortina de protección.
—Tócame otra vez, y te juro que te apuñalaré en el ojo
con un tenedor —Matteo deja escapar una suave carcajada.
—Maldita sea, eres luchadora. Me gusta. No puedo
esperar a ver lo que haces en la cama esta noche.
—¡No haremos nada! —gruño y me alejo de él con mi
silla. Mi grito en voz baja atrae la atención de la madre de
Quinton. Puedo ver su mirada preocupada en mí por el
rabillo del ojo. ¿Cómo una mujer tan amable y tranquila ha
acabado con un hombre como Xander Rossi? Ahora que lo
pienso, no quiero saberlo.
Por suerte, Matteo capta la indirecta y me deja en paz
mientras la noche avanza. El evento principal de la noche es
la subasta. Xander da un gran discurso ante el que me
esfuerzo por no poner los ojos en blanco. Scarlet y Ella, e
incluso Quinton, lo observan con una mirada de asombro.
Odio admitirlo, pero estoy un poco celosa. Celosa del
amor que se tienen y celosa de que estén todos juntos,
bueno, menos Adela. Su desaparición sigue siendo un
misterio para mí.
Cuando la subasta llega a su fin, nunca he estado más
contenta de escapar de una habitación. Soy la primera
persona que se levanta de la silla y se dirige a la puerta. Mi
salida no es tan sigilosa como me gustaría, ya que me
excuso para ir al baño, lo que todos saben que es una
mentira. Me recuerdo a mí misma que todo lo que tengo
que hacer es volver a mi habitación y estaré bien.
En cuanto me pierdo de vista, camino por el pasillo y
vuelvo por donde he venido. Como la mayoría de los
invitados se quedan en la subasta para socializar, no
debería preocuparme por encontrarme con nadie más. Sólo
llego a unas escaleras cuando una mano se posa en mi
hombro.
Al girar, veo que Matteo me sonríe.
—¿Ibas a alguna parte?
Me he metido en una mala situación y no sé cómo voy
a salir de ella. Matteo es enorme, el doble de mi tamaño y
peso. No tengo ningún arma ni forma de protegerme.
—No me jodas, Matteo.
—Pero eso es lo que pienso, hacer.
—Te juro que no te va a gustar lo que va a pasar si no
me dejas en paz —le advierto, aun tratando de idear un
plan en mi mente. Intento evadirme, pero él me agarra por
el hombro, apretando con el puño el material de mi vestido.
El sonido de la tela desgarrándose llena mis oídos, y miro
hacia mi hombro para encontrar el vestido medio aferrado a
la vida. Es en esa fracción de segundo cuando Matteo
invade aún más mi espacio, sus ojos brillan con
resentimiento, y en lugar de responder, retira el puño y me
da un puñetazo en el ojo.
El dolor me atraviesa el costado de la cara y, durante
medio segundo, estoy demasiado sorprendida para
reaccionar.
Entonces, algo dentro de mí se rompe y recuerdo que
tengo que salvarme.
Matteo me agarra del brazo y empieza a tirar de mí
por el pasillo.
—Si te hubieras tumbado y cogido mi polla como la
zorra que eres, quizás no te habría pegado.
No hay justificación para lo que acaba de hacer, y no
voy a tumbarme a que me pisen. No lo haré. Soy una
maldita reina. Dejo que me arrastre por el pasillo durante
unos pasos antes de girar mi cuerpo y darle un rodillazo en
las pelotas tan fuerte como puedo. Su agarre en el brazo
desaparece mientras se mueve para acunar su pene. No lo
pienso. Me doy la vuelta y huyo de él tan rápido como
puedo.
—Maldita perra. Te voy a matar por esto —gime detrás
de mí.
Mi pecho se agita y mi corazón retumba contra mis
costillas mientras me precipito por el pasillo, queriendo
poner toda la distancia posible entre nosotros. En mi prisa
por volver a los dormitorios, con un ojo medio hinchado, no
me doy cuenta de una figura que se avecina y me choco de
frente con él. Dios, no, no necesito más problemas esta
noche.
—Me alegro de haberme encontrado contigo. Tu cita
de esta noche aún no ha terminado —La voz de Xander
Rossi se escucha a mi alrededor, y doy un estremecedor
paso atrás. Me mira a la cara, pero ni siquiera parpadea ni
reconoce mi ojo hinchado. No le importa. Para él soy un
medio para conseguir un fin. La hija del enemigo.
Pero esta noche he tomado la decisión de salvarme,
de luchar, aunque sea un poco. Las palabras que mi padre
me dijo el otro día entran en mi mente.
Pongo toda la convicción que puedo reunir en mi
siguiente frase.
—Sé que fuiste tú, y si no me dejas ir, se lo diré a
Quinton —No tengo ni idea de a qué me estoy refiriendo,
pero la expresión de sorpresa que me pone Xander es
suficiente para que no lo admita en voz alta.
Xander se levanta un poco más, y yo hago lo mismo,
encontrando su mirada de frente. Rezo para que no se dé
cuenta de que soy una mentirosa y no tenga ni idea de lo
que estoy hablando.
—Buenas noches, Aspen. Te veré pronto.
Me estremece el significado de esas palabras, pero no
digo nada. Como un ratón, paso corriendo junto a él, y sólo
me detengo cuando llego a mi habitación. Una vez dentro,
me quito los zapatos de una patada, caigo de rodillas y
empiezo a sollozar.

CAPITULO TREINTAIUNO
Quinton
Aspen se excusa, alegando que necesita ir al baño. Sé
que no es más que una excusa de mierda para escapar de
la fiesta. Matteo lo dejo hace unos minutos después de ella,
y tengo que contenerme para no ir a por el bastardo. Tengo
la tentación de volver a mi dormitorio y pasar la noche, pero
en el fondo de mi mente hay algo que me dice que primero
tengo que ver cómo está Aspen.
Todavía estoy en mi esmoquin, pero he hecho un
hábito de mantener la llave de la habitación de Aspen en
todo momento, incluso hoy. Saco la tarjeta del bolsillo y la
paso por su puerta. Se abre con un pitido bajo y entro en su
habitación.
Aspen está en la cama, acurrucada en posición fetal,
de espaldas a mí. Sigue llevando el vestido rojo, con la
espalda casi al descubierto y la manta cubriéndole sólo
parcialmente el cuerpo. Le tiemblan los hombros y unos
silenciosos sollozos llegan a mis oídos. Está llorando, lo que
me preocupa. Casi nunca llora. De hecho, sólo la he visto
llorar una vez.
Cierro la puerta tras de mí, entro en la habitación y
me siento en el borde de su cama. Cuando alargo la mano
para tocar su hombro, me doy cuenta de que su vestido
está rasgado, por un lado, como si alguien hubiera
intentado arrancárselo. La rabia se extiende por mis venas
como un incendio.
—Aspen —Le pongo la mano en la espalda, pero ella
se encoge de hombros—. Aspen, dime qué ha pasado.
—Vete —Ella moquea—. Has roto tu parte del trato.
—¿De qué estás hablando?
—Dijiste que mantendrías a Matteo lejos de mí. No lo
hiciste. Nuestro trato se acabó.
—Aspen, mírame —le ordeno, cada vez más irritado
con ella—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Te ha tocado?
El agarro por las caderas y la hago rodar hacia mí. Ella
forcejea, tratando de apartarme, pero no me muevo hasta
que su cara se vuelve hacia mí, y veo lo hinchado y
magullado que está su ojo. Maldita sea.
—¿Qué más hizo? —pregunto con los dientes
apretados. Si la violó, lo mataré sin importar las malditas
reglas.
—Me escapé antes de que pudiera hacer más. Me
protegí ya que no cumpliste tu parte del trato. Ahora, por
favor, vete —Se aleja de mí de nuevo, y esta vez, la dejo.
Sobre todo, porque no soporto verla tan débil y vulnerable.
La parte más oscura de mí me pide que le haga daño, que
explote su debilidad y utilice esa vulnerabilidad contra ella.
Sé que, si no me alejo ahora, haré precisamente eso. La
heriré cuando ya esté herida, y eso probablemente la
romperá.
Levantándome, me dirijo a la puerta, dispuesto a
alejarme de ella antes de cambiar de opinión.
—Quinton... —dice en voz tan baja que casi se me
escapa. Mi mano se congela unos centímetros antes del
pomo de la puerta.
—Sí —La miro por encima del hombro.
—¿De verdad eres la única persona que tiene la llave
de mi habitación? —Su voz es temblorosa y cruda por las
emociones. Está asustada, y aunque a una parte de mí le
gusta que esté asustada, quiero ser yo quien controle sus
miedos. Si va a tener miedo de un monstruo, seré yo, y sólo
yo.
—Te prometo que nadie va a entrar en tu habitación
aparte de mí. Soy el único que tiene una llave, y la tengo
conmigo todo el tiempo.
—Está bien... —Se acurruca más en sí misma, y las
ganas de acurrucarme a su lado me tiran del pecho,
atrayéndome hacia ella como una fuerza invisible. Sé que, si
me meto en esa cama ahora mismo, no me iré hasta la
mañana, y no puedo quedarme aquí otra noche, pero
tampoco quiero irme en este momento.
Me quito la chaqueta de esmoquin y la cuelgo sobre la
silla del escritorio. Me subo las mangas y me desabrocho la
parte superior de la camisa y trato de ponerme un poco más
cómodo mientras me siento en el suelo junto a su cama.
Apoyo la espalda en el lateral y vuelvo a apoyar la cabeza
en el colchón.
No dice nada, pero no hace falta. Sé que se alegra de
que me quede, no importa lo que diga en voz alta. Sé que
quiere que la proteja. Sé que está asustada y que acude a
mí en busca de consuelo. También sé que no debería, al
igual que yo no debería sentir la necesidad de defenderla.
Sin embargo, aquí estamos, necesitándonos el uno al
otro de una manera extraña y jodida que nunca debería
haber ocurrido. Una cosa está clara. Esto... sea lo que sea,
no va a terminar bien.
Es lo único en lo que puedo pensar mientras estoy
sentado mirando a la nada. El tiempo pasa y siento que mis
ojos se vuelven pesados. Es tentador quedarse aquí, pero
no puedo.
Necesito volver a mi apartamento. Scarlet está allí, y
cada minuto que paso aquí es tiempo que pierdo con ella.
Aspen no tarda en dormirse, no con la comodidad de mi
protección rodeándola. Odio ver sus ojos negros y azules.
Me hace sentir cosas que no debería, una rabia que no tiene
nada que ver con la ira sino con la necesidad de reclamar, y
eso es aterrador.
Cuando estoy seguro de que Aspen no se va a
despertar, me levanto del suelo y cojo mi chaqueta. Le dirijo
una última mirada de despedida antes de salir de la
habitación, cerrando la puerta en silencio tras de mí.
El pasillo está desierto, y afortunadamente eso es
bueno. No necesito tener un enfrentamiento con nadie en
este momento. Mi temperamento ya está al límite, y
empezar una pelea con mi padre aquí es pedir que me den
una paliza.
El apartamento está tranquilo cuando entro. No me
sorprende que todo el mundo se haya ido a la cama
después del baile. No hay ninguna Scarlet en el sofá, así
que supongo que está en mi habitación. En cuanto entro en
la habitación y enciendo la luz, la veo retorciéndose en la
cama. Finge estar dormida, estoy seguro, pero ¿quién
duerme moviendo las piernas en el colchón?
—Sé que estás despierta, y sé que me vas a hacer un
millón de preguntas, así que dilas, para que nos vayamos a
la cama antes de que empiece a salir el sol.
Ni siquiera pasa un segundo después antes de que
empiece hablar, la manta se cae al suelo y Scarlet se sienta
en la cama, con las piernas cruzadas y los ojos llenos de
asombro.
—¿Quién es ella? ¿Cuánto tiempo llevas siendo amigo
de ella? ¿Por qué no la llevaste a una cita ya que claramente
te gusta? —Las preguntas salen todas a la vez como
vómitos de palabras.
—Aspen es una amiga —miento. No voy a decirle lo
que realmente es para mí—. Y no diría que me gusta. La
tolero, más o menos.
Scarlet me lanza una mirada, del tipo que dice: sé
más de lo que crees.
—No tienes que mentirme, hermano. Sé que te gusta.
Casi me río. Si Scarlet supiera las cosas que le he
hecho a Aspen, cambiaría de opinión.
—¿Crees que me gusta?
Scarlet asiente con la cabeza, con una sonrisa en los
labios.
—Sí, y creo que tú también le gustas. No sé por qué tú
y Matteo no cambiaron sus citas. Ninguno de los dos parecía
feliz con sus selecciones —A veces me olvido de lo intuitiva
que es.
—Aunque quisiera, no puede gustarme. Aspen es la
hija de Clyde Mather. El mismo que delató a papá y provocó
el asalto a nuestra casa —le explico.
—Oh —La sonrisa de Scarlet vacila, y la tristeza se
traslada a sus ojos al recordar aquel día.
Una chispa de curiosidad se enciende en mi cerebro.
—¿No te enfadarías si me gustara Aspen?
—Lo que pasó no fue su culpa, y no puedo culparla
por algo que hicieron sus padres —Mira hacia otro lado
durante un largo momento, y la tristeza aparece en su
rostro. Arrojo mi chaqueta sobre el escritorio y cruzo la
habitación, dispuesta a consolarla, cuando levanta una
mano y vuelve a mirarme.
—¿Qué?
—Es que no te he visto interesado en nada tanto
como lo estás por ella, no desde la muerte de Adela.
De repente, el aire se siente más pesado, y cada
aliento que tomo es pesado.
—Lo que ella y yo compartimos. No es así...
—No, para. Me alegro de que te guste, y aunque no lo
creas, ella también me gusta. Es dulce y bonita —Una
sonrisa ilumina su rostro una vez más, y mi corazón
empieza a latir de nuevo con normalidad. Scarlet es todo lo
que me queda, y herirla de alguna manera me heriría sin
remedio.
—Me alegro de que te guste, y estoy de acuerdo, es
muy bonita —Sonrío.
La sonrisa de Scarlet se convierte en una sonrisa de
oreja a oreja.
—Sabía que te gustaba. No puedes mentirme,
Quinton. ¡Te conozco mejor de lo que crees! —Golpea el aire
con el puño como si hubiera ganado una victoria
desconocida, y yo pongo los ojos en blanco, recogiendo el
pijama para ir a la cama.
—Claro que sí. Cuando vuelva aquí, será mejor que
estés lista para ir a dormir.
—¿De qué estás hablando? Ya estaba durmiendo, pero
entonces entraste y me despertaste bruscamente.
—Claro, seguro que sí.
—¡Cállate! —Se ríe y me lanza una almohada.
Estas son las cosas que echo de menos. Necesito
estos momentos porque sin ellos, sin los pequeños destellos
de luz, tengo miedo de que me coma la oscuridad que crece
continuamente como un cáncer que no se puedo vencer.
Aspen ayuda a mantener los monstruos a raya, pero ¿qué
pasa cuando eso no es suficiente? ¿Qué pasa cuando la
necesidad de control me supera? No me permito seguir
pensando en ello, no cuando me doy cuenta de que si
Scarlet se dio cuenta de que yo estaba interesado en Aspen,
entonces nuestros padres también lo saben.
CAPITULO TREINTAIDOS
Aspen
A la mañana siguiente, me duele la cabeza y, antes de
ir a la cafetería a desayunar, me meto una pastilla en la
boca y lo trago con un poco de agua. Le doy al
medicamento unos minutos para que haga efecto y me
visto.
Las cosas van de mal en peor cuando me armo de
valor para mirarme al espejo y descubro que mi ojo morado
se ha vuelto más negro y está aún más hinchado.
—¡Qué mala suerte! —No gruño a nadie más que a mí
misma.
El ojo morado me obliga a revisar mi ropa una vez
más, y encuentro una sudadera con capucha entre el
desorden de ropa. Mirando mi reflejo, trato de idear algún
tipo de plan. Si me dejo el pelo suelto y me pongo la
capucha, debería poder ocultar el ojo morado, eso si no
tengo que mirar a nadie. La duda empieza a parpadear en
mi mente. La idea me va a salir mal. Lo sé, pero es la única
opción que tengo. No puedo quedarme en mi habitación sin
comer. No cuando mi estómago empieza a gruñir con rabia,
sé que no puedo esconderme más y me escabullo de mi
habitación al pasillo. Anoche estaba agotada y acabé
durmiendo un poco más de lo habitual, así que el pasillo
está lleno de gente.
Las cosas no son mejores cuando llego a la cafetería.
No me apetece mucho mi batido, pero es mejor que no
comer nada. Normalmente, soy la única persona que espera
para comer, pero ya hay una cola de estudiantes, así que
me pongo en la cola con todos los demás.
Intento ignorar las miradas que recibo, o al menos las
que creo que recibo. Hago lo posible por mantener la
cabeza baja y la cara protegida por el pelo, así que no tengo
que explicar el ojo morado, o mejor aún, que se burlen de
mí y me digan que me lo merezco.
La fila avanza lentamente, y los pequeños pelos de mi
nuca se erizan como si me advirtieran de que algo se
acerca. Mirando por encima de mi hombro, veo a Quinton,
Ren, Luna y Scarlet entrando en la cafetería.
—¡Mierda! —murmuro en voz baja.
La fila se mueve y yo la sigo. Al menos hay unas
cuantas personas detrás de mí, lo que significa que
probablemente ni siquiera me vean. Cuando llego al frente,
escaneo mi tarjeta como siempre.
—Tu batido no está listo todavía. Tendrás que esperar.
—Ugh, ¿no puedes darme unos huevos o algo? Por
favor, no quiero esperar.
—Qué pena, princesa. Espera, o no tendrás nada.
—Entonces no tomaré nada —Ya estoy girando y lista
para volver a mi habitación, sin importar el hambre que
tenga, cuando el tipo detrás del mostrador me detiene.
—¡Espera! Ya has escaneado tu tarjeta.
—¿Y qué? Sólo dale a cancelar, o déjalo pasar. No me
importa si sale de mi cuenta —Me encojo de hombros.
—Has escaneado, así que tendrás que conseguir tu
comida.
—Ya no lo quiero. Pulsa cancelar —repito. Sé muy bien
que este tipo solo quiere ponerme las cosas difíciles, así que
cruzo los brazos delante del pecho y lo miro fijamente.
—¿Estás tratando de decirme cómo hacer mi trabajo
ahora? Te he dicho que esperes, joder. No debería ser tan
difícil de entender, incluso para ti.
—Dios, ¿quién ha meado en tus cereales esta
mañana? —El personal de aquí ha sido poco amable
conmigo, pero nunca me han tratado tan mal.
—¿Acaso no puedes ir a algún sitio sin causar
problemas? —La voz de Ren se interpone.
Quiero darle una respuesta sarcástica, pero me
guardo el “No vas a ningún sitio sin ser un imbécil”.
Apartándome de todos, me apoyo en la pared y miro hacia
otro lado, pero por supuesto, ni siquiera eso es suficiente
para Ren.
—Vamos, Luna. Comeremos en el castillo con mamá y
papá. No quiero que estés cerca de ella. Quinton, ¿vienes?
—Realmente quiero comer aquí —se queja Scarlet, y
me sorprende un poco que hable—. Quiero la experiencia
completa de la escuela.
—Haz lo que quieras; nosotros nos vamos.
Los veo irse por el rabillo del ojo, pero no me vuelvo,
no hasta que alguien me toca el hombro. Me doy la vuelta
con cuidado, medio esperando que alguien se meta
conmigo. En cambio, me encuentro con la cara sonriente de
Scarlet.
—Toma, puedes tener esto. Soy vegetariana —miente
y me da su plato. Sé que miente porque anoche la vi comer
y el filete que se comió no era muy vegetariano.
Miro a Quinton, cuya expresión facial no revela nada.
Es como si nos observara a su hermana y a mí desde fuera,
pero sin querer interferir ni reaccionar.
—Gracias —digo con sinceridad y le quito el plato.
—¿Qué te paso en el ojo? —Sus cejas se juntan en
señal de preocupación.
—Oh... me caí. No estoy acostumbrada a caminar con
esos tacones.
Está claro que no se lo cree, pero tampoco hace más
preguntas. Se vuelve hacia el tipo que está detrás del
mostrador.
—Necesito otro plato, tortilla de verduras, por favor.
Mientras ella se distrae momentáneamente, yo
aprovecho para escabullirme. Encuentro un asiento en la
esquina de la cafetería, donde no hay nadie más sentado, y
empiezo a comer mi comida. Limpio mi plato en un tiempo
récord y devuelvo mi bandeja a la cocina antes de dirigirme
a la puerta.
Casi consigo salir por la puerta cuando mis ojos se
fijan en la mesa de Quinton. Sólo están él y Scarlet sentados
desayunando. Su hermana se ríe de algo que él dice y, por
alguna razón, eso me hace sonreír. Me alegro por ellos, de
verdad, pero bajo esa felicidad se esconden los celos.
No quiero estar celosa, pero no puedo evitar lo que
siento. Estoy celosa, anhelando esa misma sensación de
felicidad que sólo la familia puede darte. Estoy celosa de
que puedan sentarse aquí y no tengan que preocuparse de
que alguien los ataque, y me entristece que Quinton nunca
vaya a comer públicamente conmigo.
Esos pensamientos me acompañan mientras vuelvo
corriendo a mi habitación. Incluso cuando cierro la puerta
tras de mí y giro la cerradura, ya no me siento segura. No es
que nunca me haya sentido realmente segura en mi
dormitorio, pero ahora aún menos. Mientras Xander Rossi
esté aquí, ninguna habitación de la escuela será segura
para mí.
Me quito los zapatos, caigo en la cama y me hago un
ovillo. Los acontecimientos de anoche y de esta mañana se
repiten en mi mente. Todavía no sé lo que ha hecho Xander,
pero debe ser malo si no quiere que Quinton lo sepa. Juego
con la idea de contárselo todo, pero probablemente sea
contraproducente. Como siempre dice Quinton, mi boca me
va a meter en problemas.
Decido apartar mi mente de la realidad y cojo un libro
de mi mesita de noche. Intento perderme en las páginas,
pero después de dos capítulos, mis ojos se siguen cerrando,
y finalmente me rindo y dejo el libro a un lado.
Por supuesto, anoche dormí fatal. Ni siquiera estoy
segura de cuántas horas; sólo sé que no fueron muchas.
Agarro la manta, me la pongo encima y cierro los ojos.
Justo cuando empiezo a dormitar un poco, oigo el
chasquido de la cerradura. La puerta se abre de un empujón
y me siento en la cama tan rápido que la cabeza me da
vueltas.
—¿Ya vas a volver a la cama? —La voz de Quinton
llena la habitación, y me relajo de nuevo en el colchón.
—Esto puede ser una sorpresa para ti, pero no dormí
mucho anoche. Algo de estar en el mismo lugar que gente
que intenta matarte te hace eso.
—No seas tan dramática. Nadie está tratando de
matarte.
—Tienes razón. Matteo sólo quería violarme y
golpearme. Nada que dramático.
No tiene respuesta a eso, probablemente porque sabe
que tengo razón. Si Matteo se hubiera salido con la suya,
anoche habría terminado mucho peor para mí.
Quinton se sienta en el borde de mi cama, el colchón
cede bajo su peso, haciéndome rodar hacia él.
—No volverá a molestarte...
Levanto la mano, haciendo que deje de hablar.
—Ya has dicho eso antes, ¿y funcionó?
—Lo de ayer ocurrió por culpa de mi padre, pero él ya
no está. Mi familia acaba de irse.
—Oh... Lo siento.
Quinton inclina la cabeza, inspeccionándome.
—¿De verdad?
—Lamento que hayas tenido que despedirte de tu
familia. No siento que tu padre se haya ido. Si fuera por mí,
nunca estaría en el mismo código postal que tu padre.
—Es comprensible.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto. Aunque puedo
adivinar por qué.
—Quiero follar contigo, por supuesto.
—Por supuesto —me trago el eco de sus palabras—.
¿Te has perdido la parte en la que nuestro trato se cancela?
No cumpliste tu parte del trato.
—Mi padre se ha ido. Nuestro trato vuelve a estar en
marcha.
—No —Sacudo la cabeza.
—Bien. No hay trato entonces. Entraré y saldré a mi
antojo, usaré tu cuerpo donde me apetezca, y de paso, le
daré a Matteo una llave de repuesto.
Me estremezco ante sus palabras y la frialdad de la
voz que las pronuncia.
Él tiene todo el poder aquí, y no pierde la oportunidad
de hacérmelo saber.
—Me gustaría pensar que no me harías eso, pero
luego recuerdo quién eres y lo que somos el uno para el
otro. Supongo que nuestro trato vuelve a estar en marcha.
Desgraciadamente, ya has tenido tu hora de diversión, y de
todas formas me duele la cabeza. Así que, te veré la
próxima semana.
Me alejo de él, esperando que simplemente se vaya,
pero como todo lo que involucra a Quinton, nada es fácil.
—No se puede contar el sexo en el baño como una
hora. Eso fue un rapidito, diez minutos como mucho.
Todavía me debes la mayor parte de esa hora.
Vuelvo a girar sobre mi espalda para mirarle.
—Me duele mucho la cabeza, ¿Está bien? ¿Has visto
mi cara? —Me señalo el ojo—. Por favor, déjame dormir. Te
daré una hora completa mañana por la noche, ¿vale? —
Probablemente me arrepentiré de esto más tarde, pero
ahora mismo, sólo quiero dormir.
—Bien. Volveré mañana a cobrar.
—Genial... —Me acerco la manta al pecho.
Quinton se levanta de la cama y sale de mi habitación
sin decir nada más. Sí, definitivamente me arrepentiré de
haberle dado otra hora mañana.
CAPITULO TREINTAITRES
Quinton
La hora en mi teléfono me mira fijamente casi de
forma casi burlona. No puedo dormir, y me estoy volviendo
jodidamente loco aquí tumbado en la cama. Siempre desde
que mis padres y Scarlet se fueron hace unos días, me
resulta más difícil dormir bien. El tiempo pasa a las cuatro y
decido que tengo que hacer algo antes de que acabe
destrozando esta habitación.
Me pongo unos pantalones cortos y una sudadera con
capucha, meto los pies en mis Nikes y cojo mi cartera, que
contiene la tarjeta de acceso a la habitación de Aspen.
Recuerdo que me habló de su fregadero roto y decido que
ahora es el momento perfecto para arreglarlo.
Estoy aburridísimo y no puedo dormir. ¿Qué mejor
momento para arreglar algo? No soy un gran aficionado en
hacer eso, pero haré cualquier cosa para estar ocupado esta
mañana. Además, es algo que puedo echarle en cara más
tarde para sacarle una hora más.
El pasillo está vacío cuando salgo a él. Hay un armario
del conserje al final del pasillo donde se guardan las
sábanas y toallas extra para los estudiantes. No es que se lo
vaya a decir a Aspen. Introduzco mi tarjeta en la puerta y
entro en el pequeño espacio, encendiendo la luz.
Hay una fregona y un cubo, una escoba y numerosos
productos de limpieza. En un rincón hay una bolsa de lona
negra y abro la cremallera para comprobar su contenido.
Mis ojos se fijan en los diversos utensilios y lo recojo,
llevándola al hombro. Salgo de la habitación, cierro la
puerta tras de mí y me dirijo a la habitación de Aspen.
Cualquier humano normal consideraría sus acciones
antes de entrar en la vivienda de otra persona sin ser
invitado, especialmente a las cuatro de la mañana, pero
nunca me he considerado normal.
Cuando llego a la puerta de Aspen, apenas he sudado.
Saco la tarjeta llave de mi cartera y entro en la habitación
sin avisar. Entro y lo primero que veo es a Aspen extendida
en su cama. Lleva puestas unas bragas y una camiseta. La
manta está apartada, lo que me permite ver perfectamente
su culo.
Mi polla empieza a crecer en mis pantalones cortos, y
la tentación es demasiado para mí. Si quisiera follármela
ahora mismo, podría hacerlo, pero he venido a arreglar su
puto lavabo, así que voy a hacer eso en su lugar. Entrando
en el baño, dejo caer la bolsa y miro la maldita cosa como si
fuera un objeto extraño. Ni siquiera estoy seguro de cómo
solucionar el problema, y mucho menos de cuál es el
problema en sí.
Saco una llave de tubo y empiezo a girar para aflojar
las tuberías y poder averiguar qué demonios está pasando,
pero la llave se me escapa de las manos y mi puño se
estrella contra la pared.
—¡Hijo de puta! —grito mientras el dolor rebota en mi
brazo.
—¿Qué demonios? —La voz somnolienta pero confusa
de Aspen entra en el baño—. ¿Tienes idea de la hora que
es? —grita un segundo después—. ¿Qué demonios estás
haciendo?
Aprieto los dientes y la ignoro, centrando mi atención
en el fregadero. De todos modos, es demasiado pronto para
discutir.
—En serio, ¿qué demonios estás haciendo? —vuelve a
preguntar, esta vez con la voz un poco más alta.
Intento bloquear su molesta voz, pero esta tubería me
molesta, y probablemente ni siquiera sea la tubería el
problema. Es todo el puto fregadero.
—Vuelve a la cama, Aspen —gruño y vuelvo a girar la
llave inglesa. Mis músculos se abultan cuando giro la llave,
pero la tubería no se mueve.
Con rabia, tiro la llave inglesa a la pared y miro
fijamente el lavabo. Estoy dispuesto a arrancarla de la
maldita pared y arrojarla por la puerta del baño, pero
entonces Aspen aparece en la puerta, sus ojos llenos de
sueño encuentran los míos y observa la escena que tiene
ante sí.
—No tenías que arreglar el fregadero, Quinton —
afirma ella, con toda naturalidad.
—Lo sé. No tengo que hacer nada cuando se trata de
ti, pero lo hago de todos modos.
A Aspen no le afecta mi estado de ánimo de mierda, o
quizá sí, pero no dice nada. Agarro la llave inglesa y
empiezo a intentar arrancar de nuevo la tubería del lavabo
mientras ella toma asiento en el retrete cerrado,
obviamente queriendo observarme.
Sin embargo, su presencia no me resulta molesta. En
todo caso, he llegado a disfrutar de la calma que corre por
mis venas cuando estamos en la misma habitación. Una
cuerda extraña e invisible nos une, una conexión que no
entiendo. Es casi como amigos.
Lo que me recuerda.
—Entonces, cuéntame más sobre Brittney. ¿De qué
hablan cuando están en la biblioteca?
Transcurre un largo momento de silencio y, al mirar
por encima de mi hombro, veo a Aspen mirándome
fijamente.
—Es una biblioteca. Leemos libros, y yo la ayudo a
clasificarlos y eso.
Nada que no hagan también otros estudiantes.
Es una mentirosa, una muy mala mentirosa, pero no
dejaré que sepa que yo sé que oculta algo. Puede que utilice
la biblioteca como una forma de evasión, pero allí ocurre
algo más.
—Parecen cercanas, y no puedo evitar preguntarme
de qué es de lo que hablan.
—No, Quinton, no pasa nada. ¿Es un crimen que
quiera escapar de todos los comentarios sarcásticos y las
miradas de odio yendo allí?
—En realidad no —Puedo deducir que esto no va a ir a
ninguna parte. Aspen es una bóveda en este momento, sus
emociones y secretos están embotellados, y por desgracia,
no tengo el maldito código de desbloqueo todavía. Miro
fijamente la llave inglesa que tengo en la mano. Supongo
que tendré que recurrir a algo más drástico para obtener las
respuestas que quiero.
—No estoy ocultando nada. Sólo estoy usando la
biblioteca para lo que se supone que se usa, estudiar.
Tiro la llave inglesa, mi frustración hacia el maldito
fregadero aumenta. Eso, combinado con la actitud de Aspen
esta mañana, hace que mi temperamento se encienda.
Estoy perdiendo mi maldito tiempo con ella ahora mismo
intentando arreglar esta cosa.
—No puedo arreglarlo.
—De acuerdo, pero realmente necesito un lavabo.
—Lo sé. Haré que alguien te lo arregle —Me levanto
del suelo del baño y con eso se hace más pequeño con
nosotros dos en él. Mi mirada recorre el espacio y veo la
ropa que debe haber lavado anoche colgando del lado de la
bañera. Bingo—. Cogeré tu ropa y la lavaré con la mía.
Nadie notará la diferencia.
—Van a saber la diferencia, Quinton. Mi ropa es para
una mujer, y la tuya no.
La inmovilizo con una mirada.
—La ropa es la ropa. Ahora, ¿quieres que te las lave
yo, o quieres seguir lavándolas en la ducha?
—No. Te agradecería que lo hicieras. ¿Pero qué quieres
a cambio? Estoy segura de que esto tiene un precio.
Asiento con la cabeza y sonrío.
—Quiero mi hora ahora.
—¿En serio? Son las cinco de la mañana.
Me encojo de hombros.
—No me importa. Tengo hambre y tú estás en el
menú. Ahora date prisa antes de que cambie de opinión.
Me mira con recelo antes de aceptar de mala gana.
—Bien, pero también quiero que me arreglen el
fregadero.
Me necesita, probablemente más que yo a ella, pero
no voy a decírselo. No quiero restregárselo por la cara. Al
menos no hoy.
—Lo arreglaré. Ahora, ve a la cama. Y ponte en cuatro.
Con un resoplido, sale corriendo del baño y se quita la
ropa al llegar a la cama. Observo, como un león que acecha
a su presa, cómo su culo blanco y cremoso se agita cuando
se sube a la cama. Una vez arrodillada, abre ligeramente las
piernas y veo su bonito coño rosado.
—Actúas como si no me quisieras, pero ambos
sabemos que sí. Me quieres incluso cuando me odias, y eso
está bien porque yo siento lo mismo por ti.
Como siempre, cuando se trata de Aspen, mi polla se
pone de acero y se me pone dura como el infierno en un
segundo.
Me bajo los calzoncillos por las piernas, me quito los
zapatos y me subo a la cama, que cruje con nuestro peso
combinado. Me tomo otro momento para contemplarla en
esta posición. Es realmente perfecta.
—¿Vas a follar conmigo o sólo a mirarme? —Su tono
descarado me hace desearla más. Me hace querer follarla lo
suficientemente fuerte como para que no pueda sacar ni
una sola palabra de esa problemática boca suya.
Retiro la mano y le doy una bofetada en el trasero,
sacando la lengua por encima del labio inferior mientras lo
veo agitarse.
—Voy a hacer lo que me dé la gana porque, durante
una hora, eres mía. Mía para follar, atormentar y provocar...
¿Lo entiendes? —Le vuelvo a dar una palmada en el culo, un
poco más fuerte, y ella deja escapar un gemido en lugar de
una respuesta.
Masajeo cada globo y luego los abofeteo a ambos,
disfrutando de cómo se balancea su culo cada vez que lo
abofeteo. Apoya la frente en el colchón y abre un poco más
las piernas. Mi dedo recorre su culo y me adentro en su
coño, hundiendo dos dedos dentro de su canal. Ya está
mojada y se aprieta contra mis dedos, persiguiendo su
propia liberación.
—Fóllate en mi mano —ordeno.
Todo su cuerpo se paraliza por un momento, y luego
hace exactamente lo que le he dicho que haga. Moviéndose
hacia adelante y hacia atrás, se folla mi mano con
movimientos lentos, casi burlándose de sí misma.
Hipnotizado, veo cómo mis dedos desaparecen y
reaparecen mientras ella va y viene.
Mi polla gotea pre semen por la punta, y estoy tan
excitado que quiero liberar mis dedos y hundirme dentro de
ella ahora mismo, pero la dejo continuar, observando cómo
aprieta mis dedos. Su respiración se vuelve agitada y
empieza a moverse, rebotando contra mi mano.
—Por mucho que quiera ver cómo te corres, quiero
sentir cómo aprietas mi polla en lugar de mis dedos.
Aspen suelta un gemido frustrado cuando saco los
dedos de su coño empapado. Su excitación brilla en mis
dedos y me los llevo a los labios, sorbiendo sus
embriagadores jugos. Se me cierran los ojos y suelto un
gruñido.
Joder, quiero saborearla, comerla hasta que se
retuerza y le tiemblen las piernas. Hasta que tenga que
rogarme que pare porque teme morir de placer.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, encuentro a Aspen
mirándome por encima del hombro; sus ojos están
nublados, sus mejillas rosadas y tiene un agarre mortal en
las sábanas.
Dejo caer mi mano y la agarro por las dos caderas,
centrándome directamente detrás de ella. Miro hacia abajo
y veo su culo fruncido. Ese agujero virgen también será mío
algún día.
Guiando la cabeza de mi polla hasta su entrada,
empujo dentro, llenando su coño de un solo empujón.
—Jesús... —murmura, y yo sonrío, amando la forma en
que su coño envuelve cómodamente mi polla. Por muy
jodido que esté, ella es la pieza que me falta. La calma de
mi tormenta, la virtud de mi maldad.
Sujetando sus caderas con una fuerza contundente,
no pierdo tiempo en follarla, y pronto, los únicos sonidos
que se oyen son nuestras respiraciones agitadas y el
golpeteo de nuestra piel.
Hay algo diferente en nuestra forma de follar. Es lento
y pausado, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Provoco a Aspen hasta el borde del orgasmo, una y otra vez,
hasta que su excitación cubre nuestros muslos.
Su agujero fruncido me mira fijamente, y yo suelto su
cadera y me llevo el pulgar a los labios. Chupo el dedo,
mojándolo bien antes de llevarlo a su culo. No estoy
satisfecho con la humedad y acumulo un poco de saliva en
mi boca antes de escupir contra su culo. Todo su cuerpo se
tensa cuando trazo el agujero, presionando suavemente
contra él mientras sigo follando su coño con mi polla.
—Tu culo está un poco celoso de que le haya dado a
tu coño toda la atención. Creo que la próxima vez me
quedaré con tu culo —Introduzco mi pulgar en su culo
suavemente, cada golpe es superficial, el apretado anillo de
músculos cede cuando empujo mi dedo dentro.
—Quinton —Suelta un gemido estrangulado, y no
puedo decir si es porque he mencionado que le he cogido el
culo o porque he aumentado el ritmo, inclinando la polla de
forma que estoy seguro de que estoy golpeando el tejido
más sensible de su coño.
Mi propio control empieza a desprenderse, y no
tardaré en correrme, el dolor de mis pelotas se vuelve
doloroso.
—¿A quién pertenece este coño? —pregunto entre
dientes, moviendo mi pulgar en su culo un poco más rápido.
—A ti —Aspen gime, presionándose contra mi polla,
buscando su placer como la pequeña descarada que es.
—¡Eso es! —Retiro el pulgar de su culo y uso la misma
mano para abofetear la cremosa carne. Entonces empiezo a
follarla aún más fuerte, marcando un ritmo agotador,
presionándola contra el colchón mientras uso su cuerpo
para darnos a los dos el alivio que buscamos.
—Oh, Dios, oh, Dios... —Aspen empieza a jadear, con
la cara vuelta y la mejilla apoyada en el colchón.
Inclinándome hacia delante, le paso los dedos por el pelo y
le agarro un puñado, tirando de ella hacia mí. No se opone a
la acción, aunque estoy seguro de que su cuero cabelludo le
pica.
Me introduzco en ella más rápido, y cuando su coño
empieza a contraerse, los músculos se agitan y palpitan, me
dejo llevar.
Cuando ella se desmorona, también lo hago, y los dos
nos corremos a la vez, su húmedo coño exprimiendo cada
gota de semen de mí. Le suelto el pelo y salgo de su cálido
calor, suspirando mientras me inclino hacia delante y caigo
sobre el colchón.
Dejo que los ojos se cierren y me sumerjo en las olas
de placer posteriores al orgasmo. Una capa de sudor cubre
mi cuerpo y me siento rejuvenecido.
—Joder, qué bueno —Mi voz corta el silencio, y me
siento en la cama, mirando a una Aspen muy bien follada.
Mi polla se estremece en vida, y me pregunto si podría salir
con una segunda ronda.
Me doy cuenta entonces de que Aspen me mira
fijamente.
—Ni siquiera lo pienses. Ya has tenido tu hora. Yo voy
a seguir durmiendo.
—No tienes que fingir que me odias, no aquí dentro de
esta habitación.
Ella sacude la cabeza, sus ojos azules brillan con
alguna emoción no dicha.
—Sí, porque cualquier otra emoción nos llevaría por
un camino al que ninguno de los dos va a sobrevivir —La
seriedad de su tono me recuerda la razón que tiene.
También me anima a vestirme y a marcharme. Si permito
que pensemos que no somos enemigos dentro de esta
habitación, entonces quién puede decir que esos
sentimientos no nos seguirán fuera de ella.
Cuando salgo del dormitorio, me doy cuenta. No
puedo olvidar que soy yo quien tiene el control y que,
independientemente de lo que compartamos o hagamos
juntos, nada cambiará el hecho de que seguimos siendo
enemigos.
CAPITULO TREINTAICUATRO
Aspen
Pasa una semana sin que Quinton venga. Cumple con
su parte del trato, haciendo que los servicios de lavandería
entreguen mi ropa limpia hasta mi puerta. Entonces alguien,
probablemente el conserje, viene y arregla el fregadero un
día mientras estoy en clase.
Todas estas cosas hacen que estar aquí sea un poco
más soportable.
No había forma de mentirme. Me estaba ayudando y
lo odiaba, pero sobre todo odiaba necesitar su ayuda. Sin él,
no estaba segura de cuánto tiempo más podría quedarme
aquí, y con la advertencia de mi madre sobre lo inseguro
que era fuera de Corium, no podía irme exactamente. Era
soportar el infierno aquí o arriesgarme a la muerte ahí fuera.
A veces, la muerte parecía una opción mejor.
Unos fuertes golpes me sacan de mis pensamientos y
levanto la vista del libro que tengo en la mano. Los golpes
significan que no es Quinton, y por mucho que desconfíe,
decido bajar de la cama y abrir la puerta de todos modos.
En cuanto abro la puerta y veo quién está al otro lado,
me planteo darle un portazo en la cara.
—¿Me vas a dejar entrar? —pregunta Quinton,
agitando una botella de vino en mi cara y sosteniendo dos
vasos de plástico en su otra mano.
—¿Por qué has llamado a la puerta si tienes la llave
para entrar? —Mis defensas suben, sobre todo con su
golpeteo sorpresivo y la botella de vino en su mano. Está
loco si cree que voy a tomar un sorbo de ese alcohol en su
presencia.
Sus labios se inclinan hacia los lados.
—Me gusta mantener las cosas interesantes.
Intento ignorar su aspecto, de pie, apoyado en el
marco de la puerta, tan despreocupado, con sus vaqueros y
su camiseta negra. El olor a cedro y limón llena mis
pulmones cuando lo respiro, y un calor se instala en lo más
profundo de mi vientre. No. No caigas en su red.
—No —respondo y sacudo la cabeza como si intentara
despertarme de esta pesadilla interminable.
—No, ¿qué?
—No, no puedes entrar.
La sonrisa desaparece de su rostro y algo oscuro y
siniestro se apodera de sus rasgos.
—Esa sería una buena respuesta si te lo pidiera, pero
es una nueva semana, y una nueva semana significa que se
me permite una hora de tu tiempo, en la que harás lo que
yo diga, sin importar qué.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—¿Y qué es lo que quieres?
—Que tomemos una copa de vino juntos —Su
respuesta es seca, sincera, y no me gusta. Ni siquiera un
poco, pero ¿qué puedo hacer?
¿Negarme? No. Tenemos un trato, y por mucho que
quiera decirle que puede meterse esa botella de vino por el
culo, no lo hago.
—Bien, pero un trago, y eso es todo.
Quinton me empuja y entra en el dormitorio mientras
cierro la puerta, encerrándonos dentro. Hemos estado solos
en esta habitación muchas veces, pero esta noche es
diferente. No puedo precisar de qué manera, pero lo siento
en mis huesos. Algo malo va a ocurrir.
Colocando los dos vasos de papel sobre mi mesa,
Quinton nos sirve un vaso a cada uno y me pasa una copa.
Sus dedos tocan brevemente los míos y un rayo me
atraviesa.
—Salud —Sonríe y se lleva la copa a los labios, dando
un trago al líquido rojo.
Miro hacia abajo en mi taza, tratando de reunir el
valor para tomar un trago.
La mirada penetrante de Quinton no ayuda.
—Bébelo. O el trato se cancela y puedes volver a
valerte por ti misma —Sus rencorosas palabras hacen que
me lleve la taza a los labios, y tomo el líquido rojo, el sabor
amargo golpea mis papilas gustativas, y mis labios se
fruncen.
—Está bueno ¿verdad?
Me limpio la boca con el dorso de la mano.
—En realidad, no. Es terrible.
—Qué pena, sigue bebiendo
—Acepté solo un trago.
Da un paso amenazante hacia mí, y puedo sentir el
calor de su cuerpo desprendiéndose de él y golpeándome.
—Si yo fuera tú, seguiría bebiendo. Nunca se sabe lo
que tengo preparado para ti esta noche.
La advertencia es clara. Tiene algo planeado, algo
para lo que voy a necesitar el alcohol. Intento no dejar que
los pensamientos espantosos se arraiguen, pero es más
difícil de lo que crees cuando estás atrapado en una
habitación con tu peor pesadilla.
El miedo a lo que pueda ocurrir a continuación me
hace dar otro trago de vino, dejándolo de nuevo sobre el
escritorio.
—Para alguien tan inflexible en tomar sólo un vaso,
seguro que bebiste rápido.
—Cállate —gruño.
Quinton no dice nada y, en cambio, me llena el vaso
una vez más. Tomo el vaso y me siento en el borde de la
cama, tratando de bloquear su presencia. Entonces se me
ocurre. ¿Y si va a intentar hacer algo que no me gusta, algo
como... el sexo anal? Lo mencionó la última noche que
follamos, que mi culo era el siguiente, y ni siquiera
mencionaremos el hecho de que me folló ahí con el pulgar.
El mero hecho de pensarlo me hace beber más, y me
encuentro bebiendo el vino de mi vaso como si fuera agua y
acabara de correr una milla en el Valle de la Muerte.
—Más despacio, capitán, o se emborrachará.
No me atrevo a decirle que eso es lo que quiero, lo
que necesito si cree que me va a meter su polla en mi culo.
Le dejaré hacer muchas cosas, pero no le dejaré hacer eso,
al menos sin que yo esté consciente.
—Soy una adulta, no una niña. No es la primera vez
que bebo alcohol.
—Esta noche estás jodidamente gruñona —Quinton se
tira de golpe en la cama, sentado a mi lado. Su vaso de
plástico está olvidado, aunque la botella de vino sigue en su
mano. Mis pensamientos van a la deriva, y el calor se
instala en lo más profundo de mis entrañas, abriéndose
paso hacia el exterior y hacia mis extremidades.
¿El vino ya está haciendo efecto en mí? Dios, eso
espero.
Quinton se inclina hacia mi lado, y juro que puedo
sentir su furia salvaje.
—Sigue con esa actitud, y te tendré de rodillas otra
vez, con mi polla metida en tu coño hasta tal punto que no
sabrás dónde yo empiezo y dónde tú paras.
Me estremezco y bebo otro trago. Quinton sonríe y me
llena el vaso una vez más. Con cada trago que tomo, mi
cuerpo empieza a sentirse más pesado y, al cabo de un
rato, mi cerebro se nubla. Sin darme cuenta, me inclino
hacia el lado de Quinton, con la cabeza apoyada en su
hombro. De repente, no puedo mantenerme sentada con la
espalda recta, lo cual no es malo si él sigue planeando tener
sexo conmigo.
—¿Cómo te sientes? —La profunda voz de Quinton
retumba en mis oídos.
Un hipo se me escapa de los labios, y desearía poder
impedirme decir lo que hago a continuación.
—Tienes una voz muy bonita. ¿Te lo han dicho alguna
vez?
Tranquilizándome, responde:
—No, no creo que nadie lo haya hecho nunca. Aunque
me han dicho que tengo una polla muy bonita.
—Estás tan lleno de ti mismo —Me empujo de la cama
y tropiezo hacia adelante. Me he emborrachado antes, pero
esto se siente diferente.
—Apuesto a que desearías estar llena de algo —
murmura Quinton.
Me rodea la cintura con un brazo y me empuja hacia
la cama. Caigo hacia atrás, mis miembros agitados caen
encima de él en un montón. Dios, ahora es cuando me dice
que quiere follarme el culo, la única razón por la que he
bebido tanto.
Mi estómago se revuelve y mi piel se enrojece.
—¿Qué quieres? —Las palabras salen arrastradas y no
reconozco mi propia voz. La habitación da vueltas y me
inclino hacia el cuerpo de Quinton para que se detenga.
—Todo, pero ahora mismo, quiero saber más sobre
Brittney. ¿Quién es ella? ¿Por qué son tan buenas amigas?
—Ya te dije por qué. Ella es amable conmigo. Me deja
quedarme en la biblioteca y esconderme de todos. También
tiene libros en la biblioteca.
—¿Libros en la biblioteca? ¿No me digas? —se burla
Quinton, haciéndome reír—. Así que te escondes en la
biblioteca con tus libros.
Agacha la cabeza, entierra su cara en el pliegue de mi
cuello y empieza a mordisquear mi piel.
—Mmm, nos escondemos juntas. Yo me escondo de ti
y ella se esconde de Phoenix —murmuro, frotando mi
espalda contra el pecho de Quinton mientras sus brazos me
rodean el cuerpo.
—No tienes que esconderte de mí —me susurra
Quinton en el pelo.
—¿Sólo de los demás entonces? —No tiene una
respuesta para eso. Ambos sabemos que es verdad.
El tiempo pasa lentamente, y Quinton me sostiene en
sus brazos durante un rato antes de movernos y colocarme
en el colchón. Me quedo inmóvil, mirándole fijamente.
Observando y esperando que haga algo, aunque lo único
que hace es retirar las mantas y taparme.
Se está alejando de mí, y necesito algo que nos una,
algo que le haga volver.
—Lo que le pasó a ella... tu hermana... Adela —Las
palabras pasan por mis labios secos con facilidad.
Se detiene y deja caer las mantas sobre mi estómago.
Su mirada es una mezcla de dolor y tristeza.
—¿Qué quieres decir con que ha pasado?
Bostezo, el vino evidentemente también me ha
cansado.
—¿Dónde estaba ella en el baile de los fundadores?
No la vi.
Hay un largo momento de silencio, e incluso en mi
estado de embriaguez, puedo decir que está contemplando
algo.
Levantando mi mano, alcanzo el suyo.
—Puedes decírmelo. No se lo diré a nadie.
Por alguna razón, siento que lo que esconde es la
razón principal de su rabia. Es la razón de su falta de
control.
Su expresión cambia y da un paso atrás. Nuestra
conexión se rompe, y todo lo que queda es un lugar vacío
frente a mí.
—Vete a dormir, Aspen. Creo que ya has compartido
suficiente conmigo por esta noche, y no estoy de humor
para compartir nada contigo. No somos amigos. Ni siquiera
somos conocidos. Somos enemigos, y nada de lo que pase
en esta habitación cambiará eso.
Sus palabras me hieren profundamente pero no me
sorprenden. Nunca me admitiría si yo significara algo para
él, al igual que yo nunca admitiría si me estuviera
enamorando de él.
—Buenas noches, Quinton —susurro, sin querer tocar
lo que acaba de decir.
Apretando la mandíbula con fuerza, sale de la
habitación dando un portazo. Con el vino circulando todavía
por mis venas, dejo que mis pesados párpados se cierren. El
sueño invade los bordes de mi mente, pero incluso cuando
me quedo dormida, la pregunta en el fondo de mi mente
aún persiste.
¿Qué habrá pasado con su hermana?

CAPITULO TREINTAICINCO
Quinton
A la mañana siguiente, antes de desayunar o tomar
café, voy a la biblioteca. Los pasillos están en silencio, y no
es hasta que llego a la biblioteca que pienso que podría
estar cerrada tan temprano. Por suerte, las puertas están
abiertas y me invitan a pasar. Al entrar, veo el amanecer
asomando entre las montañas y me detengo en la puerta
para contemplar la majestuosa belleza de la naturaleza. Es
extraño cómo su belleza puede convertirse en tu peor
pesadilla en una fracción de segundo. Las montañas,
aunque son un espectáculo para la vista, son más que
peligrosas.
—¿Puedo ayudarle? —Una voz baja capta mi atención
y me giro en su dirección. Mi mirada se posa en Brittney, de
pie ante mí, con una expresión inexpresiva en su rostro.
Oh, esto va a ser bueno.
—Sí, sí, puedes. De hecho, eras justo la persona que
estaba buscando —Doy un paso hacia ella, y sus cejas se
levantan, con una mirada casi de asombro que se apodera
de sus rasgos.
Debería saber que, aunque es una maestra aquí, y no
tengo ningún interés real en ella aparte de lo que puede
ofrecerme en términos de encontrar a mi madre biológica,
debería seguir teniendo miedo de lo que puedo hacerle.
¿Qué voy a hacer si ella no me da lo que quiero?
—¿Necesitas ayuda para encontrar un libro? —
pregunta casi inocentemente, y yo cruzo los brazos sobre mi
pecho, haciéndome parecer más grande, más temible.
—No, no. Digamos que conozco el pequeño secreto
que le contaste a Aspen. Sé de qué te escondes, o mejor, de
quién te escondes. Pero no te preocupes, quiero que sepas
que no le diré a Phoenix dónde estás... con una condición.
La nariz de Brittney se arruga y aparecen pliegues en
su frente. Puedo ver la ansiedad que se acumula, sentirla
mientras se desprende de ella y llena la habitación.
—¿Entiendes que chantajear a un profesor puede
hacer que te echen de Corium? —Hay un tono mordaz en su
tono que no me gusta, así que le explico mi punto de vista.
—Y te das cuenta de quién es mi padre, ¿verdad?
Puedo hacer que no consigas trabajo en ningún sitio. Puedo
hacer que seas pobre, sin trabajo ni casa, viviendo en la
calle, mendigando tu próxima comida —Un visible escalofrío
recorre su cuerpo y su mandíbula se tensa.
—¿Qué quieres de mí?
—Me alegro de que hayas decidido ayudarme.
—No lo hice. He decidido que valoro más mi trabajo y
la comida en la mesa. Ahora dime lo que quieres o lárgate
de la biblioteca.
Decido poner en pausa su actitud estúpida e ir al
grano.
—Necesito que encuentres algo, en realidad, alguien,
si puedes.
—¿Quién?
—Mi madre biológica. Necesito cualquier información
que puedas encontrar, y si por casualidad descubres dónde
vive, mejor aún. Cualquier cosa que encuentres, la quiero.
—De acuerdo, dime todo lo que sepas sobre ella, y
haré lo posible por ver qué puedo averiguar —Le cuento
toda la información que sé, que no es mucha—. Dame dos
días. Encuéntrame aquí a la misma hora. Te advierto, sin
embargo, que no estoy segura de cuánta información
obtendré con lo que me has dado.
—Lo que sea que encuentres, quiero saberlo. No me
importa lo que sea.
Brittney asiente, y el peso en mi pecho se hace más
pesado. ¿Qué haré cuando descubra quién es? Mejor aún, ¿y
si me cuenta cosas sobre mi padre que no estoy preparado
para escuchar?
Cuando salgo de la biblioteca, hecho un lío,
confundido por mis propias emociones. ¿Y si mi padre
trataba de protegerme de ella? ¿Y si no me quería? Aparto
todas las preguntas persistentes al fondo de mi mente.
Hasta que no tenga una respuesta lógica, no tiene sentido
pensar en ellas.
He quedado con Ren para desayunar, como de
costumbre, y he ignorado el malestar en mis entrañas.
Algo malo está a punto de suceder. Puedo sentirlo.

***

Pasan dos días, y están tan llenos de ansiedad como


siempre. Hago todo lo posible por mantener una distancia
segura con Aspen, aunque sea un infierno hacerlo. Puedo
sentir cómo aumenta mi necesidad de control. No pasará
mucho tiempo hasta que tenga que hacer un viaje a su
habitación y encontrar algo con lo que hacer un trato.
Me arrastro fuera de la cama y camino hacia la
biblioteca para encontrarme con Brittney. En cuanto
nuestras miradas se cruzan, se me erizan los pelos de la
nuca. Se sube las gafas por el puente de la nariz y me mira
casi con nerviosismo.
—Tengo la sensación de que lo que me vas a contar
no me va a gustar.
—No me costó encontrar un nombre, pero su nombre
no importa, no ahora.
—¿Qué quieres decir?
—Tia era su nombre, y está muerta.
¿Muerta? ¿Por qué nunca pensé que era una
posibilidad?
—¿Qué pasó y cuándo? —Las ruedas de mi cabeza
comienzan a girar de nuevo; tal vez murió en el parto, o tal
vez uno de los enemigos de mi padre la mató.
—No sé qué pasó. Sólo sé que está muerta.
Me duele la mandíbula, y mis dientes crujen con la
presión del rechinar de dientes.
—Investiga más a fondo, averigua quién la mató y por
qué.
Brittney me mira con aprensión.
—A veces, cuando empiezas a cavar en busca de
cosas, mueves la tierra y descubres secretos que nunca
debiste descubrir.
—¿Qué mierda se supone que significa eso? —gruño,
enfadado porque mi madre biológica está muerta. Cualquier
posibilidad de averiguar lo que pasó entre mi padre y ella ha
desaparecido.
—Significa que es mejor no saber lo que pasó.
Sacudo la cabeza ante su estupidez.
—No me importa lo que tengas que hacer. Averigua lo
que ha pasado o acabaré con tu carrera aquí y te haré
desear que haya un lugar donde puedas esconderte de
nosotros.
Brittney no responde, y doy gracias por ello. Puedo
sentir mi rabia hirviendo a la superficie. Sólo son las seis, y
me he cargado todo el día con esta pequeña información.
Hacer ejercicio no va a hacer que esta energía desaparezca.
Nada más que el control me ayudará. Cuando no puedo
controlar las piezas de mi tablero de ajedrez en constante
movimiento, paso a controlar las de otros.
Cada paso que doy hacia la habitación de Aspen hace
que un pico de adrenalina recorra mis venas. Ella es una
droga de la que no me puedo librar, una fruta prohibida que
cuelga en lo alto de la calle, y me muero de hambre.
Cuando llego a la puerta de su habitación, he sacado la
tarjeta de la llave. Me permito entrar, abriendo la puerta
lentamente, y con una profunda inhalación de su dulce
aroma, es como si pudiera pensar un poco más claro.
Cierro la puerta tras de mí, y mi polla se endurece
hasta convertirse en acero cuando me doy la vuelta y la
bebo. Está durmiendo boca abajo, con un brazo bajo la
almohada, y su pelo rubio le enmarca la cabeza como un
halo.
No lleva bragas, y la manta está apartada, dejándola
completamente expuesta. Se me hace la boca agua, como
si me hubieran puesto un puto filete delante. Cada día me
doy cuenta de que ella es una tentación que no puedo
permitirme desear, pero no soy lo suficientemente fuerte
como para negar a ninguno de los dos lo que anhelamos.
Cruzo la habitación, me relamo los labios y busco el botón
de mis vaqueros.
Estoy a punto de despojarme de mi ropa y hundir
nueve pulgadas9 en su apretado coño, follándola hasta que
ambos estemos agotados, cuando mis ojos se fijan en algo
brillante.
Mis pulmones se desinflan como un globo y miro
fijamente la pulsera que lleva Aspen, deseando no verla
pegada a su delicada muñeca.
Reconocería ese brazalete en cualquier lugar, ya que
era una pieza de joyería a la que mi hermana Adela tenía
mucho cariño. Una fina pulsera de oro rosa con un colgante
de diamantes en forma de corazón. A ella le quedaba muy
bien, pero a Aspen le queda...
La habitación gira y mis manos se convierten en
puños.
Algo dentro de mí se rompe. El control que suelo
buscar en Aspen está fuera de mi alcance. Estoy en una
espiral. Como si Dios supiera lo que iba a ocurrir a
continuación, Aspen se despierta, su cabeza se levanta de
la almohada y la pulsera se mueve al incorporarse. No
puedo apartar la vista de esa pulsera. ¿Cómo la ha
conseguido y cuándo?
—Quinton, ¿qué estás...?
La interrumpo antes de que tenga la oportunidad de
hablar. Mi mano rodea con fuerza su garganta mientras
golpeo su cuerpo desnudo contra la pared. Mi cuerpo se
aprieta contra el suyo, atrapándola.
Como una presa, me mira fijamente, con ojos
suplicantes. Le aprieto un poco más la garganta y veo cómo
el miedo se cuela en sus ojos azules.
—¿De dónde has sacado esa pulsera? —Me burlo,
queriendo arrancarle la respuesta.
Sus ojos se dirigen a su muñeca, y puedo ver que está
armando el rompecabezas. La única forma de conseguir esa
pulsera fue robándosela a mi hermana.
—No es... no es lo que tú crees —Las palabras se
escapan de sus labios temblorosos, pero estoy demasiado
molesto para que me importe. Mis pensamientos cambian,
pululando como abejas, y quiero destruirla, quiero romperla.
Podría matarla. Debería hacerlo. Mi agarre en su
garganta se hace más fuerte, y observo a través de la
bruma de la destrucción cómo sus labios se vuelven azules,
y el miedo, como nunca he visto, se apodera de sus rasgos.
Me araña la mano, sus uñas se clavan en mi piel, sus
pies patean mi cuerpo, pero nunca me hacen temblar. Veo
cómo las lágrimas se escapan de sus ojos y se deslizan por
sus mejillas.
Es tan jodidamente bonita cuando llora. Lástima que
todo sea falso. Aprieto los dientes y sonrío, le sonrío, y veo
cómo se apaga la luz de sus ojos. El estúpido colgajo de la
pulsera me hace perder la concentración y, en el último
segundo, suelto a Aspen. Cae al suelo. Busca pesadamente
el oxígeno que llena la habitación, y yo ignoro su existencia
mientras le agarro con rabia la mano para quitarle la
pulsera. No se resiste, ni levanta la cabeza, ni dice una sola
palabra mientras le quito la pulsera y doy un paso atrás. La
rabia que hay dentro de mí es más poderosa de lo que ha
sido en toda mi vida, y me alegro de que mantenga la boca
cerrada porque hoy podría matarla.
—No te metas en mi camino. La próxima vez que te
tenga a solas, habrá un derramamiento de sangre —Mis pies
calzados golpean el suelo mientras salgo de la habitación,
sin importarme lo que ocurra después.
Aspen ya no es mi calma. Ella es el enemigo, y la haré
pagar por robarle a mi hermana.
CAPITULO TREINTAISEIS
Aspen
El miedo te inmoviliza. Te consume incluso cuando no
lo quieres. Cada día que paso aquí, tengo más miedo de lo
que pueda pasar a continuación. Quinton está en pie de
guerra y no parará hasta destruirme. Permanezco escondida
en mi habitación, con demasiado miedo de que, si salgo,
pueda encontrarme con él en el pasillo. Sus palabras de
despedida permanecen en mi mente, y cada vez que cierro
los ojos, lo veo de pie, en mi cama, mirando la pulsera.
Ojalá pudiera explicar cómo lo conseguí. Sé que pensó
que lo había robado, pero no fue así, y ciego de rabia, no
pudo ver más allá.
Tumbada en la cama, miro fijamente la puerta,
esperando que pase algo malo. Es sólo cuestión de tiempo.
No puedo comer, dormir, ni siquiera ducharme. Miro por
encima del hombro incluso cuando sé que no hay nadie más
dentro de la habitación conmigo.
Me estoy volviendo loca y no sé cómo hacer que pare.
Más que eso, me duele el corazón porque, estúpidamente,
pensé que nos estábamos convirtiendo en algo más. No en
amantes, ni siquiera en novios, pero sí en iguales.
Sé que debería comer algo, pero ignoro el ruido de mi
estómago. He comido muy poco y el hambre por fin me
alcanza. Apoyando la cabeza en la almohada, dejo que se
me cierren los ojos e intento no pensar en Quinton entrando
a toda prisa en la habitación para asfixiarme.
El recuerdo de lo que hizo se me queda grabado.
Todavía puedo sentir sus dedos alrededor de mi garganta,
todavía siento su rabia hirviendo, amenazando con
consumirme.
Casi me mata. Podría haberlo hecho, pero por alguna
razón, no lo hizo.
Probablemente para poder alargar mi dolor y mi
miedo.
El sonido de una tarjeta que entra por la puerta hace
que mis ojos se abran y mi cuerpo se ponga en alerta. El
corazón me retumba en el pecho y busco el objeto más
cercano que pueda utilizar como arma, pero no hay nada.
La puerta chirría al abrirse y mi corazón se hunde en el
estómago cuando Matteo aparece al otro lado.
—¡Fuera! —Ordeno, mi voz es irreconocible.
—¿De verdad? ¿Ese es el saludo que me ofreces
después de abandonarme tras el baile de los fundadores?
Esperaba algo mejor de ti.
—¿Cómo has entrado aquí? —Intento ocultar mi miedo
y enderezo los hombros para parecer más alta y fuerte.
Sonríe.
—Una llave.
—¿Cómo has conseguido la llave de mi habitación? —
Presiono, sin poder ocultar el temblor de mis labios. Sé la
respuesta. Ni siquiera tengo que preguntar, pero quiero que
diga la verdad en voz alta. Necesito que la diga, para
obligarme a creerla.
—Quinton me lo dio. De hecho... —Se lleva una mano
al bolsillo y saca su teléfono. Se me hace un nudo en el
estómago y mis ojos se dirigen hacia la puerta, que
sorprendentemente se ha dejado abierta.
Si grito, ¿vendría alguien a por mí? Lo dudo. Tengo
que salir de esta habitación y salvarme. Tengo que
encontrar la manera de salir de este lugar para siempre.
Sean cuales sean los monstruos que hay ahí fuera, no
pueden ser peores que los que se esconden tras los muros
de Corium. Matteo teclea algo en su teléfono y luego gira el
aparato hacia mí.
—¿Recuerdas cuando te jodió la cara? —Cuando le da
al play, el vómito me sube a la garganta y miro hacia otro
lado, incapaz de ver el vídeo. Ese día aún me persigue, y
saber que ha sido grabado...—. Por desgracia, tengo más
malas noticias. Quinton me envió un mensaje diciendo que
quiere que lo comparta con toda la escuela. Me dijo que no
le importa quién lo vea.
Mi corazón se rompe, y aunque esperaba que pasara
algo, nunca hubiera podido anticipar que sería esto. Fui
estúpida al pensar que podía confiar en Quinton.
Bastó un malentendido para que él y yo volviéramos a
estar en bandos opuestos. No había igualdad de condiciones
entre nosotros, y yo estaba demasiado ciega para no darme
cuenta.
—Pobre Aspen, le han roto su pequeño corazón —se
burla Matteo. Se lanza hacia mí, y yo me alejo, pero él es
más grande y más rápido y consigue agarrarme por la
muñeca, tirando de mí hacia él. Mis pulmones se agitan en
mi pecho, y mi único pensamiento es escapar. Tengo que
escapar.
—No puedes irte, todavía no. No he conseguido lo que
he venido a buscar —La mano en mi muñeca se tensa y su
otra mano se acerca a mi cabeza, sus dedos se hunden en
mi pelo y tira con fuerza. Me quema el cuero cabelludo y
suelto un grito cuando me tira hacia la cama.
—Me debes una mamada, perra —se burla.
—No te debo una mierda. Suéltame —Trato de
apartarlo, pero él sólo aprieta su agarre.
¿Por qué Quinton no me mostró un movimiento fuera
de esto?
—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? —Se ríe, el sonido sólo
me recuerda a esa noche. Aprieto los ojos, deseando que
esto no sea real. ¿Por qué sigo terminando en estas
situaciones? ¿Por qué la gente no puede dejarme en paz?
—Déjala ir, Matteo —Una voz atraviesa mi niebla de
miedo, y mis ojos se abren, justo a tiempo para ver oleadas
de ira en el rostro de Matteo. Miro más allá de él hacia la
puerta y, para mi sorpresa, encuentro a Ren de pie en la
puerta de mi habitación.
—¿Qué te pasa a ti y a tu primo? ¿Desde cuándo se
preocupan por escorias como ésta, especialmente por ésta?
Deberías estar animándome, sujetándola mientras nos
turnamos para follarla. Tú y tu familia se han ablandado
como maricas.
Ren se mueve tan rápido como un rayo y agarra a
Matteo por el cuello, apartándolo de mí con una mano. En el
mismo movimiento, golpea con su puño la cara de Matteo
con tanta fuerza, que su cabeza se desplaza hacia un lado y
sus ojos vuelcan hacia atrás, el único puñetazo lo deja
inconsciente. Cae al suelo como un saco de arena con un
fuerte golpe. Lo sentiría por él si fuera cualquier otra
persona, pero como es quien es, siento que se ha hecho un
poco de justicia.
Ren dirige su gélida mirada hacia mí, y me estremece
la oscuridad que hay en ella.
—Sigo odiando tus tripas, pero por suerte para ti, odio
más a este tipo.
Me muevo de la cama, no quiero quedarme en esta
posición vulnerable, pero entonces no sé a dónde ir. Matteo
está en el suelo de mi habitación, y cuando se despierte, va
a venir a por mí a pesar de todo.
—Pareces asustada —Ren afirma lo obvio.
Me tiembla el labio y una respuesta se asienta en el
borde de mi lengua.
¿Le digo lo asustada que estoy o sigo fingiendo? A la
mierda.
—Por supuesto, estoy jodidamente asustada. Donde
quiera que vaya, la gente me odia. Ni siquiera puedo
esconderme en mi propia habitación sin que la gente entre
e intente hacerme daño. ¿Qué se supone que debo hacer?
¿A dónde se supone que debo ir?
—Vas a estar bien —su voz es casi tranquilizadora.
Frenética, sacudo la cabeza.
—No. No estoy bien. Tengo... tengo que salir de aquí.
No puedo seguir aquí. No es seguro.
No sé por qué le cuento todo esto. No es que le
importe, y sé que nunca me ayudaría a hacer algo así, no
sin que haya un precio.
—Mira —Ren se pasa una mano por el pelo, y sus
cejas se juntan casi como si estuviera contemplando algo
—. Deja que te ayude.
Estoy sorprendida. Confundida. Todo está al revés, y
no sé qué camino es hacia arriba o hacia abajo. ¿Cómo
puedes escapar de una caja de tormento cuando no puedes
encontrar la puerta?
—¿Ayudarme? —grazné.
—Sí, déjame ayudarte a salir de aquí —Hace una
pausa y respira profundamente antes de continuar—. Tengo
un helicóptero en el que puedo subirte. Te llevará al
aeropuerto. Después de eso, estás por tu cuenta, pero es
mejor que nada.
Me está dando una salida, una salida. Sería estúpido
no tomarla, pero ¿y si es una trampa?
¿Y si no lo es, y dejo pasar la oportunidad?
Saber que Quinton ya no me protege y que no soy
nada para él me da el empujón que necesito.
No puedo quedarme aquí. Ya no. No sin su protección.
—¿Harías eso?
—No te hagas ilusiones. No lo hago por ti, pero sí, lo
haría.
Asiento con la cabeza.
—Bien, llévame al helicóptero —Trago saliva ante el
nudo de miedo que tengo en la garganta. No puedo creer
que lo esté haciendo.
—¿Estás segura? —pregunta Ren con seriedad.
—Sí. Por favor, ayúdame. No puedo quedarme aquí
más tiempo. No estoy a salvo.
Con un movimiento de cabeza, da un paso atrás y me
rodea. Rápidamente cojo una bolsa de debajo de la cama y
meto lo esencial dentro. Mientras Ren habla por teléfono
con alguien para decirle que prepare el helicóptero, me
pongo las botas y la chaqueta. Cuando termino, me detengo
y me pongo delante de Ren. Le hago un gesto con la cabeza
para indicarle que estoy lista.
Me sorprende cogiendo mi bolsa y ofreciéndose a
llevarla sin decir una palabra. Se la entrego, agradecida por
su amabilidad.
Matteo gime en el suelo cuando empieza a volver en
sí, y la necesidad de salir de aquí alcanza un nuevo pico.
—Sígueme —ordena Ren, y como un ratón, lo sigo. Me
envuelvo con los brazos, tratando de mantener unidos todos
mis pedazos rotos.
Ren no me mira, ni siquiera cuando entramos en el
ascensor ni cuando llegamos a las puertas dobles que dan
al exterior. El aire frío me pincha los pulmones y, por un
momento, no puedo respirar. Estoy helada hasta los huesos,
el aire frío se cuela por todos los poros de mi cuerpo.
Delante hay un helicóptero con sus hélices cortando el
aire. Es ahora o nunca, me digo. Ren me da mi bolsa y hace
un gesto hacia el helicóptero. Vuelvo a mirar hacia las
puertas del ascensor, casi deseando que Quinton aparezca,
pero no lo hará. No le importo.
—¡Gracias! —grito, esperando que pueda oírme por
encima de las hélices mientras subo al helicóptero, donde
hay un piloto sentado en el asiento. No me devuelve la
mirada y no digo nada. Me tiemblan las manos al
abrocharme el cinturón y parpadeo para no llorar. Él no se
merece mis lágrimas ni mi dolor, pero de todos modos le
pertenecen.
Ren me saluda con la mano, con una sonrisa en los
labios, y luego el helicóptero se eleva en el aire, con el
motor rugiendo en mis oídos.
¿Por qué está sonriendo, y por qué tengo la sensación
de que algo malo está a punto de suceder?

CAPITULO TREINTAISIETE
Quinton
El timbre de mi teléfono me despierta y, por un
momento, me siento desorientado por el persistente sueño.
Acariciando la cama de al lado, busco mi teléfono. Cuando
lo encuentro, entrecierro los ojos mientras miro la pantalla y
veo que Scarlet está tratando de hacer FaceTime conmigo.
Me incorporo y uso el dorso de la mano para frotarme
el sueño de los ojos antes de responder a la llamada.
—Hola —Su cara sonriente aparece—. Lo siento, ¿te
he despertado?
—No pasa nada. Sólo estaba descansando un poco.
—¿Qué pasa?
—Nada. ¿Por qué crees que algo va mal?
—Porque ni siquiera tienes una sonrisa falsa. Pareces
triste —señala Scarlet. Maldita sea, ¿por qué tiene que ser
tan atenta?
—Estoy bien. Sólo estoy cansado —miento. Bueno, es
una mentira a medias. Estoy jodidamente cansado, pero
también estoy molesto.
—¿Es sobre Aspen? ¿Se han peleado?
Suelto un suspiro. No me apetece especialmente
hablar de esto con Scarlet, pero también sé que no lo va a
dejar pasar, y no es que pueda hablar con nadie más.
—Yo no lo llamaría una pelea. Sólo descubrí algo sobre
ella, algo que me demostró que todos tenían razón. Es igual
que su padre, alguien en quien no se puede confiar.
—¿Qué ha pasado?
—Encontré la pulsera de Adela en su habitación. Se la
robó. Probablemente para usarla como chantaje o lo que
sea que estuviera pasando por su mente.
—Espera. ¿Asen tiene la pulsera de Adela?
—Tenía —la corregí—. Se la quité.
—¿No te explicó cómo lo consiguió?
—¿Explicar? —pregunto, estupefacto—. ¿Qué hay que
explicar? Ella lo robó. Nos robó a nosotros, ella. No le di la
oportunidad de decir nada después de encontrarlo. No
quiero oír otra palabra de su boca. Jamás.
—Quinton, no creo que sea lo que piensas. La pulsera
no fue robada. Eso fue una historia que le ocurrió a Adela.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Adela me dijo que alguien la atacó esa noche en la
recaudación de fondos. Un tipo la acorraló cuando fue al
baño. Dijo que había una chica de su edad que acudió a
rescatarla. Adela le dio la pulsera como agradecimiento,
rogándole que no dijera nada. No tenía ni idea de que era
Aspen.
—¿Qué? No, no, eso no puede ser cierto. Te lo estás
inventando. Lo habríamos sabido. Adela me lo habría dicho
—Sigo sacudiendo la cabeza, tratando de sacar los
recuerdos de esa noche de mi cerebro.
—Adela no quería decírselo a nadie. Era la primera vez
que le permitía salir con ustedes. Papá ya estaba muy
preocupado por ella todo el tiempo, pendiente de ella.
Pensó que, si te lo contaba a ti o a papá, todo empeoraría.
Por eso te lo ocultó.
—¡Joder! —Soy tan estúpido. ¿Por qué no le di la
oportunidad de explicarse?—. Tengo que irme, ¿está bien?
Te llamaré mañana —Cuelgo el teléfono antes de que
Scarlet tenga la oportunidad de despedirse. Mierda, me
siento como un maldito idiota.
He cometido un error, y soy lo suficientemente
hombre como para admitirlo, pero ¿estoy preparado para
decírselo a Aspen? Todavía puedo ver sus ojos rebosantes
de miedo, mi advertencia persistiendo en el aire entre
nosotros. Aquel día sólo vi rojo.
Entre la pulsera y el recuerdo de Adela, sumado a lo
que me dijo Brittney, fue demasiado.
Ahora estoy agonizando por hacer lo correcto y pedir
disculpas, algo que nunca hago, no por nadie. Pedir
disculpas significa admitir que te has equivocado, algo que
normalmente evito a toda costa.
A la mierda. No me doy tiempo para pensarlo. Sólo sé
que necesito estar cerca de ella. Me levanto de la cama, me
visto rápidamente y salgo.
Mientras me dirijo a su habitación, vuelvo a pensar en
lo que he dicho. No me sorprendería que no hubiera salido
de su habitación. Estoy seguro de que ha tenido demasiado
miedo como para arriesgarse a ser vista.
Al acercarme a su habitación, meto la mano en el
bolsillo para coger su llave, pero la encuentro vacío. ¿Qué
mierda? Se me debe haber caído en mi prisa por vestirme.
Al menos eso es lo que me digo a mí mismo, pero a cada
paso, hay una extraña conciencia que me aguijonea.
Levanto la vista y veo a Ren de pie al final del pasillo.
Es entonces cuando sé que algo va realmente mal.
—Se ha ido —dice. No estoy seguro de haberle oído,
así que me precipito hacia él.
—¿Qué? —pregunto, sintiendo la lengua pesada.
—Se fue. Se subió al helicóptero y se fue.
Nada de lo que dice tiene sentido. ¿Por qué se iría? No
lo haría, ¿verdad? No hay lugar más seguro que Corium para
ella. En el momento en que se vaya, se convertirá en un
juego justo para cada uno de los enemigos de su padre.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir? ¿Cuándo? —Las
preguntas salen en forma de brusca.
Ren sólo me mira fijamente, como si hubiera apagado
sus emociones.
Como no me responde, me dirijo hacia el ascensor,
pulsando el botón, deseando que se mueva más rápido.
Puedo sentir a Ren detrás de mí, sus movimientos reflejan
los míos, pero no parece importarle. Es casi como...
—¿Qué pasa, Ren? ¿Por qué se fue? ¿Qué te ha dicho?
—Las preguntas salen esta vez, salen rápidas, el ascensor
suena y las puertas se abren.
Salgo corriendo hacia el frío, el viento me azota. El
órgano de mi pecho se acelera, y algo que nunca antes
había sentido me atraviesa. Es una emoción que no puedo
precisar, e imagino que es lo que llaman dolor de corazón.
Miro al cielo y veo que el helicóptero se aleja de nosotros.
Joder. Tengo que averiguar cómo hacer que dé la vuelta y
vuelva.
—¡Haz que se den la vuelta! No puede salir de aquí o
morirá, joder —grito.
Ren todavía parece estar en trance.
—Se subió al helicóptero sola. Obviamente, ella
prefiere morir que estar aquí.
No lo creo ni por un segundo. La razón por la que se
subió a ese helicóptero tiene que ver conmigo.
Yo lo hice. La empujé para que se fuera.
La angustia se convierte en horror cuando el
helicóptero comienza a descender hacia el bosque. ¿Qué
está haciendo el piloto? Por qué está... la pregunta ni
siquiera termina de formarse en mi mente. No cuando el
helicóptero desaparece en el bosque, y un momento
después aparece una columna de fuego y humo.
Mis manos empiezan a temblar y doy un paso
adelante como si pudiera ayudar de alguna manera.
—Lo siento —susurra Ren—. Siento que haya tenido
que ser así —Tardo un momento en asimilar lo que ha dicho,
y me vuelvo para mirarle, clavando la mirada en sus ojos
vacíos, que están enfocados en el fuego a lo lejos.
—¿Qué has hecho? —Mi voz se quiebra, todas mis
emociones ceden. Ni siquiera tengo que pensar en ello. Está
muerta. Es imposible que haya sobrevivido a un accidente
como ese, pero de alguna manera me aferro a la esperanza
de que lo haya hecho porque la idea de que muera por mi
culpa me mata.
Cuando Ren por fin me mira y responde, todo mi
mundo se pone al revés.
—Lo que no hiciste.
Sobre las autoras
C. Hallman

C. Hallman es una autora del USA Today Bestseller


que escribió su primera novela en 2018. Nacida y criada en
Alemania, Cassandra se mudó a los Estados Unidos cuando
tenía dieciocho años. Es madre de tres niños y está
felizmente casada.
Con un amor por la lectura, ese amor transpiró
lentamente en la escritura que puso los dedos en el teclado
y comenzó a escribir sobre el lado oscuro del romance.
C. Hallman es también la mitad del dúo de escritores
de éxito internacional Beck & Hallman. Juntas han publicado
cinco series de gran éxito, entre las que se encuentran los
bestsellers The Bet (La apuesta) y Savage Beginnings
(Comienzos salvajes), que se encuentran entre los 75 más
vendidos de Amazon.

J.L. Beck
J.L. Beck es una autora Bestseller internacional y de
USA Today. Publicó su primera novela romántica en 2014, y
ha estado escribiendo desde entonces.
También es la mitad del épico dúo de escritores Beck
y Hallman.
Cuando no está escribiendo puedes encontrarla
sentada con una taza de café, en un cómodo sillón, con un
libro en la mano. Es madre (tanto de niños como de
cachorros), esposa e introvertida.
TRADUCIDO, EDITADO Y
CORREGIDO POR:
Notes

[←1]
Siglo 19.
[←2]
Helipuerto: Un helipuerto es un pequeño aeródromo
solamente válido para helicópteros. Los helipuertos pueden
tener una o más plataformas de aterrizaje y suelen tener unos
servicios más limitados, tanto de combustible, iluminación o
hangares.
[←3]
Push-up: Se diferencia de los demás brasieres de doble
realce, ya que no tiene arcos sino una costura que los
reemplaza, haciendo que estés más cómoda, con menos
estructuras y que aun así tu busto se vea redondeado.
[←4]
Atrio: Espacio descubierto, rodeado de pórticos, que hay en la
entrada de algunos edificios.
[←5]
Hangar: El Hangar es un lugar utilizado para guardar y
mantener aeronaves, generalmente de grandes dimensiones
y situado en los aeropuertos.
[←6]
Boa Constrictor: Es una especie de serpientes de la familia de
las boas.
[←7]
Jedi: Personaje ficticio de la saga de Star Wars. Era un
individuo sensible a la Fuerza, la mayoría de las veces un
miembro de la Orden Jedi, que estudiaba, servía y usaba las
energías místicas de la Fuerza; usualmente, el lado luminoso
de la Fuerza.
[←8]
El caqui o palosanto (del género Diospyros) es el nombre
genérico de varios árboles cultivados por sus frutos llamados
caquis (/kaki/). Etimológicamente procede del japonés kaki (
- ).
[←9]
Aproximadamente 22.86 cm.
Table of Contents
SIPNOSIS
CAPITULO UNO
Quinton
CAPITULO DOS
Aspen
CAPITULO TRES
Quinton
CAPITULO CUATRO
Aspen
CAPITULO CINCO
Quinton
CAPITULO SEIS
Aspen
CAPITULO SIETE
Quinton
CAPITULO OCHO
Aspen
CAPITULO NUEVE
Quinton
CAPITULO DIEZ
Aspen
CAPITULO ONCE
Quinton
CAPITULO DOCE
Aspen
CAPITULO TRECE
Quinton
CAPITULO CATORCE
Aspen
CAPITULO QUINCE
Quinton
(Untitled)
(Untitled)
CAPITULO DICISEIS
Aspen
CAPITULO DIECISIETE
Quinton
CAPITULO DIECIOCHO
Aspen
CAPITULO DIECINUEVE
Quinton
CAPITULO VEINTE
Aspen
CAPUTULO VEINTIUNO
Quinton
CAPITULO VEINTIDOS
Aspen
CAPITULO VEINTITRES
Quinton
CAPITULO VEINTICUATRO
Aspen
CAPITULO VEINTICINCO
Quinton
CAPITULO VEINTISEIS
Aspen
CAPITULO VEINTISIETE
Quinton
CAPITULO VEINTIOCHO
Aspen
CAPITULO VEINTINUEVE
Quinton
CAPITULO TREINTA
Aspen
CAPITULO TREINTAIUNO
Quinton
CAPITULO TREINTAIDOS
Aspen
CAPITULO TREINTAITRES
Quinton
CAPITULO TREINTAICUATRO
Aspen
CAPITULO TREINTAICINCO
Quinton
CAPITULO TREINTAISEIS
Aspen
CAPITULO TREINTAISIETE
Quinton
Sobre las autoras
C. Hallman
(Untitled)
J.L. Beck

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