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Aria Costa está fuera de los límites por muchas razones, la menor de
las cuales es que es la hermana menor de Marcelo Costa. También es
demasiado joven e inexperta para estar con alguien como yo, que disfruta
con el lado oscuro de la sensualidad.
Mi padre y su hermano me han dejado claro que debo mantenerme
alejado. Y lo intento. Pero resulta imposible borrarla de mi mente. Siempre
que está cerca, mis instintos protectores rugen: “Mía”, y haría lo que fuera
para mantenerla a salvo.
Por eso, una noche, tras una estúpida decisión, me veo obligado a
ayudarla a descubrir quién la amenaza y qué quiere.
Daría mi vida por la suya, y es muy posible que llegue a eso.
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What Was I Made For? - Billie Eilish
Help I’m Alive - Metric
Free - Florence + The Machine
The Motto - Tiesto, Ava Max
Bad Idea Right? - Olivia Rodrigo
I Feel Like I’m Drowning - Two Feet
Way Down We Go - Kaleo
The Hills - The Weeknd
Play with Fire (feat. Yacht Money) - Sam Tinnesz
Apocalypse - Cigarettes After Sex
We Fell in Love in October - Girl in Red
Running with the Wolves - Aurora
Bullet with Butterfly Wings - The Smashing Pumpkins
Vampire - Olivia Rodrigo
Don’t Look Back in Anger - Oasis
Yet - Switchfoot
Cosmic Love - Florence + The Machine
Territorio Sudeste
1 Abuelo.
dejo a un lado la preocupación. No tengo que hacer nada con lo que no me
sienta cómoda. Si cambio de opinión, me iré.
Es difícil no sentir que cada persona con la que me cruzo me está
observando mientras camino por la sala. No sé muy bien cómo funciona
esto. ¿Me acerco a alguien? ¿Se me acercan ellos?
Pero no tengo que esperar mucho, porque una mujer vestida con
lencería transparente negra me mira y me hace señas para que me acerque.
Lleva el cabello castaño oscuro recogido en una coleta de aspecto severo y
está sentada junto a un atractivo hombre de cabello color arena. Sus ojos
me observan mientras me acerco.
—Creo que no te había visto antes por aquí. ¿Cómo te llamas? —
pregunta.
Ahora que estoy más cerca, parece unos años mayor que yo.
Veinticinco quizá. Y es guapa. Su cuerpo es largo y ágil como el de una
modelo.
—Hola, es mi primera vez —digo, orgullosa de que mi voz no tiemble
ni delate mis nervios.
—Carne fresca —dice el hombre que está a su lado con mirada salaz.
Ella pone los ojos en blanco.
—Soy Mika, y este es Alex.
—Encantada de conocerte. Yo soy... —Hago una pausa, no estoy
segura de sí debería usar mi verdadero nombre. Opto por no hacerlo—.
Starla. —Dios, ¿por qué elegí ese nombre? Suena a nombre de stripper.
Pero si se da cuenta de que es un nombre falso, Mika no dice nada.
Sólo sonríe.
—¿Por qué no te sientas, Starla?
Alex se mueve a su derecha sin que nadie se lo diga, dejando un
espacio entre las dos.
Se me entrecorta la respiración. ¿De verdad voy a hacerlo?
Sí.
Soy joven y tendré muy pocas oportunidades de soltarme antes de que
me desplumen para casarme con alguien a quien no quiero. No soy tan
ingenua como para pensar que me libraré de un matrimonio concertado por
mi hermano.
Así que con una sonrisa, doy un paso adelante y me siento entre ellos.
No es que pensara que se abalanzarían sobre mí en cuanto me
sentara, pero me sorprendo cuando, en lugar de hacer cualquier tipo de
avance, entablan conversación conmigo durante diez minutos. Resulta que
Mika es modelo y Alex trabaja como fotógrafo, que es como se conocieron.
—Entonces, ¿es tu primera vez? —pregunta Mika.
—Sí. —Una risita nerviosa sale de mis labios.
El dedo de Mika recorre mi hombro y reprimo un escalofrío.
—No dejas de mirar a tu alrededor. Siempre te delata —dice Alex.
Tomo nota mentalmente de que debo dejar de ser tan obvia. Si estás
aquí lo suficiente, tienes que insensibilizarte a lo que ocurre a tu alrededor.
—¿Te interesaría jugar? —pregunta, con la mirada flotando sobre mi
cuerpo.
Mis pezones se agitan en respuesta, y ella debe notarlo porque
escucho un gemido bajo salir de sus labios.
Es ahora o nunca.
¿De verdad voy a hacerlo?
Por supuesto que sí. Me odiaría a mí misma si me fuera ahora y no
viera adónde puede llegar esto.
—Creo que me gustaría.
Me dedica una sonrisa de satisfacción.
Alex se inclina y me acaricia el cuello.
—Por ahora, no te preocupes por dar, solo por recibir. —Su mano se
posa en mi rodilla y respiro hondo.
Mika se inclina hacia el otro lado, me pasa el cabello por detrás del
hombro y me sube la lengua por el cuello. Se me cierran los ojos y reprimo
un gemido.
Todo me consume. Alex me pasa la nariz por el cabello y me aprieta
la rodilla. Un momento después, Mika me pone la mano en la barbilla y gira
mi rostro hacia el suyo. Se inclina y me besa. Lentamente al principio, su
lengua se desliza entre mis labios para encontrarse con la mía.
Nunca he besado a una mujer, bueno, nunca he hecho nada con una
mujer, y no sé qué esperaba, pero en realidad no es diferente de besar a un
hombre. Un poco más suave, más gentil.
Mientras nos besamos, Alex desliza un tirante por encima de mi
hombro y luego desliza su mano por mi clavícula hasta el hombro más
cercano a Mika. Ella se aparta como si tuvieran un baile ensayado, y él
desliza el otro tirante hacia abajo. Ambos deslizan la parte superior de mi
vestido hacia abajo hasta detenerse en mi cintura, dejando al descubierto
mis tetas desnudas.
Debería sentirme expuesta o avergonzada, pero no es así. El espacio
entre mis muslos me duele de anticipación.
Los labios de Mika recorren mi cuello y mi clavícula. Me quedo
paralizada, mirando cómo su lengua sale y roza mi pezón, que se endurece
en respuesta. Se lo mete entre los labios y yo aspiro, incapaz de apartar la
mirada, ni siquiera cuando Alex se levanta del sofá, a mi lado.
Todo el ruido que nos rodea, la música, las conversaciones de los
demás, los gemidos, suena como una sorda fabricación de lo que era hace
unos minutos, como si alguien me hubiera metido bolas de algodón en los
oídos.
Me tira del pezón con los dientes y mis dedos se enredan en el cabello
de Mika. Ella gime y su aliento me roza el pecho. Se aparta y mira hacia
abajo, hacia mis piernas, y es entonces cuando veo a Alex sentado sobre sus
rodillas, observando y esperando pacientemente. Comparten una sonrisa y
Mika vuelve a centrar su atención en mí.
—¿Te puede comer? —Me sube la mano por el estómago y me acaricia
el pecho.
Asiento, sin pensarlo mucho. Lo único que sé es que necesito aliviar
la acuciante necesidad que tengo entre las piernas.
Me sonríe salazmente.
—Da la mejor lengua, cariño. Te va a encantar.
Alex me abre las piernas y se acomoda entre ellas. Estoy absorta
mirando sus manos mientras suben lentamente por mis piernas. Pero, por
alguna razón, a pesar de lo excitada que estoy, hay algo raro en sus manos.
Mika vuelve a jugar con su lengua con mi pezón mientras las manos
de Alex se deslizan bajo el dobladillo de mi vestido. Me levanto un poco para
que él pueda empujar la tela hacia arriba y deslizar las bragas por mis
piernas. No es que no me guste, pero mientras me separa las piernas y se
acomoda, no puedo evitar tener la sensación de que todo esto está mal. Que
él esté ahí está mal.
Se me cierran los ojos cuando Mika me pellizca el otro pezón entre el
pulgar y el índice.
Gabriele me viene a la cabeza.
¿Por eso no me siento bien con Alex? ¿Porque no es Gabriele?
No. No dejaré que Gabriele arruine esto. Ha dejado claro que no me
quiere.
Puede que ver a Alex tocándome me ayude a disolver todos los
pensamientos sobre Gabriele, pero abro los ojos y me sobresalto al ver quién
está delante de mí. Mierda, Gabriele no está solo en mi cabeza, está aquí de
pie, a un lado de Alex, observando la escena.
Pero lo más impactante no es que esté aquí. Es que está mirando a
Alex como si estuviera a punto de matarlo con sus propias manos.
Que. Mierda.
Cuando corrí hasta aquí para intentar salvar a Aria de sí misma,
esperaba encontrarla con los ojos muy abiertos y estupefacta, tomando una
copa. Nunca esperé encontrarla medio desnuda con un imbécil entre las
piernas, saboreándola.
La rabia me golpea como un atizador caliente en el pecho y necesito
todo mi autocontrol para no rebanarle la garganta a ese tipo y ver cómo se
desangra. Normalmente resuelvo mis problemas con lógica y un plan bien
formulado, pero ahora mismo la violencia parece la única opción.
¿Cómo se atreve este pedazo de mierda a probarla cuando ni siquiera
sé lo dulce que es?
Los ojos de Aria se abren, y como un misil que busca el calor, en vez
de prestar atención al tipo que tiene entre las piernas abiertas, me
encuentra a mí.
—¿Qué carajo crees que estás haciendo? —digo lo suficientemente
alto para que me escuchen los tres, pero sin causar alarma con nadie más
alrededor.
No puedo permitirme llamar innecesariamente la atención sobre
nosotros. A la primera señal de conflicto en estos lugares, la seguridad
intervendrá, y mi objetivo es sacar a Aria de aquí sin que se note. Así que
por mucho que me gustaría aplastar este pedazo de mierda a diez metros en
el suelo, no puedo.
—Gabriele. ¿Qué haces aquí? —Aria se apresura a cerrar las piernas
y arreglarse el vestido.
El tipo de rodillas retrocede y se levanta del suelo. Hincha el pecho y
me mira.
—¿Quién demonios eres tú?
Idiota. Podría estrangularlo en dos segundos.
—No importa. Nos vamos. —Agarro la mano de Aria y la levanto del
sofá.
La mujer que está a su lado me mira boquiabierta.
Aria se sube frenéticamente los tirantes del vestido por los brazos para
cubrirse el pecho desnudo.
—No te pongas modesta conmigo ahora. Has enseñado las tetas a todo
el local. —Me rechinan las muelas, odiando el hecho de que todo el mundo
la haya visto medio desnuda—. Vámonos.
—Tal vez ella no quiere ir contigo. —Este imbécil realmente no sabe lo
que es bueno para él.
Me detengo como si me hubiera topado con una pared invisible, luego
me giro lentamente.
Aria me tira del brazo.
—Gabriele, vámonos. Venga.
Tardo unos segundos más en olvidar la neblina de rabia y darme
cuenta de que tiene razón. No puedo vencer a este idiota. Ni aquí ni ahora.
Sin decir nada más, arrastro a Aria escaleras arriba, atravieso el bar
y entro en el vestíbulo.
—Tengo que tomar el teléfono —dice en voz baja.
Le suelto la mano y señalo con la cabeza las cajas de la pared. Me dejé
el mío en el auto de alquiler. Algo que no quería hacer, pero sabía que no
podría entrar con él porque esta noche no es mi primera vez en un club de
sexo.
—¿Hay algún problema aquí? —pregunta el tipo que vigila la puerta.
—Ningún problema. —Miro cómo Aria recupera su teléfono y lo desliza
en su bolso.
—¿Es cierto? —Levanta una ceja y mira a Aria.
Ella duda y me mira por encima del hombro.
—No, no hay ningún problema.
Su tono es poco creíble, y el guardia lo capta, dando un paso hacia
mí.
—¿Quiere que lo saque de las instalaciones? —le pregunta.
—Inténtalo de una puta vez. No voy a ir a ninguna parte sin ella —
digo.
Se echa la mano a la espalda y saca una pistola.
Suspiro internamente. Este tipo no tiene ni idea de con quién se está
metiendo.
—Quita eso de mi puto rostro.
El idiota da otro paso adelante.
—Tienes que irte.
—No hay problema. Sólo me está recogiendo.
Echo un vistazo rápido a Aria por la nota de miedo en su voz. Nos mira
con los ojos muy abiertos y los labios temblorosos. Con un hermano como
Marcelo, ¿cómo es que nunca ha visto o participado en un enfrentamiento
en nuestro mundo?
Este imbécil la está asustando.
Con un movimiento rápido como el rayo, le suelto la pistola y lo
inmovilizo contra el suelo con el arma apuntándole a la sien. Aria grita, pero
yo no la miro.
—Te dije que no me apuntaras con esa maldita cosa. Alégrate de que
no lo haya hecho peor. —Me enderezo con la pistola en la mano y me paso
la mano por la camisa—. Vámonos. —Le hago un gesto con la cabeza a Aria
para que se dirija hacia la puerta mientras quito el cargador de la pistola y
la bala de la recámara, y luego se lo tiro todo al pecho—. Sé listo y quédate
ahí abajo.
Como no soy idiota, camino de espaldas hacia la puerta, sin perderlo
de vista. Muchos hombres harían algo estúpido para tratar de salvar su
rostro. Esperemos que él no sea uno de esos egoístas.
Una vez afuera, apresuro a Aria hasta mi auto, abro la puerta del
pasajero y la meto adentro.
Mi culo no está en el asiento más de dos segundos antes de que Aria
me pregunte.
—¿Cómo lo has hecho?
—¿Hacer qué? —Pongo el auto en marcha y salgo corriendo del edificio
antes de que el tipo llame a sus amigos e intente atraparme antes de salir
de aquí.
Un rápido vistazo por el retrovisor me dice que tenía razón al
preocuparme, porque el idiota sale volando junto con algunos de sus amigos
gorilas.
—Quitarle la pistola a ese tipo así. Estaba en su mano un segundo,
luego en la tuya.
—Krav Maga. —No debería contestarle. Cuanto menos sepa de mí,
mejor. Además, prefiero guardarme para mí que estoy bien versado en artes
marciales. Siempre es más divertido tomar a tu oponente por sorpresa.
—¿Haces Krav Maga?
—Entre otras artes marciales. —Cuando nos detenemos en un cruce,
tecleo el nombre del hotel en el GPS. El semáforo cambia y el auto avanza a
toda velocidad, intentando llevar a Aria de vuelta al hotel, donde estará a
salvo y no se meterá en ningún lío.
—No sabía eso de ti —me dice.
—¿Por qué ibas a saberlo? No nos conocemos.
No sabe nada de mí, salvo quién es mi familia y quizá que se me dan
bien las computadoras.
Cuando guarda silencio, miro hacia ella y veo que tiene los labios
fruncidos. Ah, bueno. Cuanto antes se dé cuenta de que no vamos a ser
mejores amigos ni compañeros de cama, mejor.
—¿Se lo vas a decir a mi hermano?
Sería por su propio bien si se lo dijera a Marcelo. Tiene que poner su
culo a raya. Ese club no es lugar para ella. Es demasiado joven.
—No lo he decidido. ¿Qué diablos estabas haciendo allí de todos
modos?
No dice nada, y la miro rápidamente antes de incorporarme a la
autopista. Sea lo que sea, está claro que no quiere decírmelo.
—Dímelo. Si no, se lo diré a tu hermano.
Se remueve en el asiento.
—Me dejaron una invitación en la habitación del hotel. La encontré
anoche, después de la boda.
Mis manos agarran el volante con tanta fuerza que me sorprende que
no se doble.
—¿Fuiste por una invitación anónima? ¿Tienes idea de lo jodidamente
estúpido que es eso?
—Podría haber sido de tu parte —murmura.
Sin previo aviso, giro el volante hacia un lado y freno de golpe, de
modo que el auto se detiene bruscamente en el arcén de la carretera. Los
autos pasan zumbando a nuestro lado mientras mi pecho sube y baja y me
esfuerzo por controlar mi ira.
Después de respirar un poco, me giro para mirarla.
—Te he dicho una y otra vez que nunca va a pasar nada entre
nosotros. Eres una niña ingenua, y esta mierda que has hecho esta noche
no hace más que demostrarlo. ¿Cómo has podido crecer en nuestro mundo
y no pensar que nunca pasa nada malo? ¿Tienes alguna idea real de la vida
de la que formas parte? Eres la hermana del Don. ¿Sabes a cuántos
enemigos suyos les encantaría cortarte en pedacitos y enviarte así de vuelta
con tu hermano?
Su rostro palidece y su cabeza se aprieta contra la ventanilla del
copiloto. Pero no me importa. Aria necesita escuchar la verdad. Tiene que
darse cuenta de lo que le puede pasar si sigue haciendo cosas como las de
esta noche.
Para recalcarlo, continúo con mi discurso.
—Nunca va a pasar nada entre nosotros. Lo último que necesito es
ser una puta niñera.
El destello de dolor en sus ojos me clava una lanza en el pecho. No
importa. Es por su bien.
Me doy la vuelta, pongo la marcha y me incorporo al tráfico.
Cuanto antes se dé cuenta Aria de la verdad de todo lo que he dicho,
mejor. Le estoy haciendo un favor. No me importa si he herido sus
sentimientos. Es mucho menos de lo que le harían los enemigos de los
Costa.
Unas semanas después…
Toco el collar que cuelga de mi cuello mientras permanezco de pie
frente a la puerta cerrada de mi dormitorio. Es un hábito nervioso que
adquirí desde que mi padre me lo regaló antes de ser asesinado.
No sé por qué estoy nerviosa. Estaba tan emocionada por empezar mi
vida en la Academia Sicuro, pero ahora que estoy aquí, y es el primer día de
clase, tengo el estómago revuelto y el corazón acelerado. No ayuda que no
tenga a nadie con quien ir a desayunar. Mi hermano se encargó de eso.
De alguna manera se las arregló para segregarme en un dormitorio
para mí sola. Sin compañera de cuarto. Creo que pensó que me estaba
haciendo un favor, pero me habría gustado compartir dormitorio con otra
chica con la esperanza de tener una amiga incorporada.
Me he pasado la vida aislada y sin saber cuál es mi lugar. Claro que
siempre he tenido mi identidad en relación con otras personas, la hija del
Don, la hermana del Don, pero ¿quién soy sin esas etiquetas? A veces me
pregunto si es por eso por lo que siempre ando en busca de aventuras...
para descubrir quién soy y qué me hace sentir bien.
Tener a alguien con quien compartir espacio todos los días, a quien
conocer y con quien hacer cosas divertidas de chicas habría sido un buen
cambio de ritmo. Pero como eso no va a ocurrir, levanto la barbilla, abro la
puerta y salgo al pasillo vestida con el uniforme estándar de la Academia
Sicuro: una camisa blanca abotonada y una falda de tartán. Como
pertenezco a una familia italiana, el estampado de la falda es blanco, rojo y
verde.
La Academia Sicuro es una universidad privada creada por las cuatro
familias italianas del crimen que gobiernan Estados Unidos. Hace tres
décadas, tras una serie de luchas por el territorio que acabaron en un baño
de sangre en el que murieron muchos jóvenes en ascenso a puestos
prominentes, construyeron la Academia. La palabra Sicuro en italiano
significa seguro.
Todos pueden enviar a sus hijos a la Academia después del instituto
sin tener que preocuparse de que nos matemos unos a otros, ya que hay
una política de violencia cero y no se permiten armas, excepto en las clases
de armamento.
Con el tiempo, la junta admitió a otras familias mafiosas, como los
irlandeses y los rusos, incluso a miembros de cárteles y, por último, a los
hijos de los políticos, porque tenía sentido desde el punto de vista
económico. Las astronómicas matrículas de todos ellos llenan los bolsillos
de las cuatro familias fundadoras, además de permitir a los italianos saber
quiénes son las nuevas promesas en sus filas.
Me dirijo hacia el comedor. Cuando vine a orientarme la primavera
pasada, Gabriele me enseñó todo, pero mi futura cuñada, Mira, tuvo la
amabilidad de llevarme de nuevo cuando llegué hace dos días. El campus
es enorme y aún no lo tengo todo memorizado, pero lo conseguiré.
Estar rodeada de gente de nacionalidades distintas a la mía todavía
me resulta extraño, pero Mira me aseguró que me acostumbraré. Nunca
pensé que rusos, irlandeses y miembros del cártel serían mis compañeros
de clase.
Cuando llego al comedor, miro en dirección a las mesas donde Mira
me dijo que la encontraría. Por lo visto, o se sienta en la mesa Costa con mi
hermano o en la mesa La Rosa con su hermano y su mejor amiga. La
encuentro en la mesa Costa con mi hermano, y él la tiene encima, no me
extraña. Mi primo Giovanni y los dos mejores amigos de mi hermano, Nicolo
y Andrea, están sentados con ellos.
Antes de acercarme, contemplo el gran espacio de techos altos. Ahora
que está lleno de mis compañeros, puedo hacerme una mejor idea de quién
se sienta en cada sitio. Mi mirada llega a las mesas situadas justo enfrente
de las de los Costa y se me escapa todo el aire de los pulmones.
Gabriele me mira fijamente, sentado con otras personas de la familia
Vitale. Está guapísimo con el uniforme de la academia.
No lo había visto desde que me dejó en el hotel de Miami. Después de
que me soltara toda esa mierda, rompiendo las frágiles paredes de mi ego
en lo que a él respecta, salí corriendo del auto y subí a mi habitación sin
decir una palabra.
¿Por qué me mira? Ha dejado muy claro que no quiere saber nada de
mí.
Me obligo a apartar la mirada de la suya y me dirijo a la mesa de los
Costa, donde debo estar, según él.
Mira me descubre y levanta la mano con una gran sonrisa.
—¿Estás lista para tu primer día? —me pregunta cuando me siento
frente a ella.
Todos los chicos de la mesa me saludan con un gruñido y vuelven a
lo que estaban hablando. Típico.
—Lista. Un poco nerviosa, si te soy sincera.
—Estarás bien. —Me aprieta la mano—. En unos días conocerás este
lugar como la palma de tu mano.
—No te metas en problemas —dice mi hermano desde su lado. Creía
que estaba prestando atención a la historia que Nicolo estaba contando,
pero supongo que siempre tiene un oído atento a lo que ocurre a su
alrededor.
Entrecierro los ojos.
—¿Por qué iba a hacerlo si es tan divertido verte actuar como un viejo
cascarrabias con todo lo que digo y hago? No sé cuándo te convertiste en mi
padre.
Marcelo aprieta la mandíbula y está a punto de decir algo, pero Mira
desliza la mano desde su regazo hasta el muslo de él. En lugar de eso, vuelve
a prestar atención a la historia que le está contando Nicolo.
Mira guiña un ojo. Me ha dicho que va a intentar que mi hermano no
se comporte como un padre autoritario mientras yo esté aquí, pero ya
veremos hasta qué punto lo consigue. No aguanto la respiración.
No me molesto en comer nada, tengo el estómago demasiado revuelto.
Me cuesta un gran esfuerzo resistir las ganas de mirar a Gabriele. Lo que
me molesta después de cómo me habló la última vez que lo vi. Debería
odiarlo, aborrecerlo, quererlo muerto. Dejó especialmente claro lo que sentía
por mí en Miami, pero, aun así, siento su mirada de cobre bruñido en mi
espalda. Probablemente le molesta más que nada que esté en su presencia.
—Voy a buscar mi primera clase. Los veo luego. —Me levanto de la
mesa.
—Que tengas el mejor día —dice Mira.
Todos los chicos se despiden de mí a medias antes de volver a su
conversación.
Saludo a Sofía y Antonio en la mesa La Rosa y me dirijo hacia la salida.
No sé por qué, pero no puedo evitar mirar por encima del hombro a la
mesa Vitale. Se me corta la respiración cuando vuelvo a encontrarme con la
mirada de Gabriele. Su expresión es inexpresiva, sin ninguna emoción. No
hay nada que indique interés o deseo. Pero no puedo evitar preguntarme,
mientras atravieso las puertas, si no quiere nada conmigo, ¿por qué me mira
siempre?
Estoy saliendo de mi clase de informática cuando una chica me llama.
—¡Espera!
Me giro y espero. Tiene el cabello castaño claro hasta más allá de los
hombros, ojos azules y, aunque no estoy segura de qué familia es, los colores
de su falda me dicen que es italiana.
—Eres la hermana de Marcelo Costa, ¿verdad? —me dice.
No puedo evitar fruncir el ceño. ¿Es por esto por lo que me conocerán
aquí?
—Perdona, perdona. —Agita la mano delante de ella—. Es que no sé
cómo te llamas. Soy Bianca.
—Aria. Encantada de conocerte. ¿De qué familia eres?
—Los Accardi. Soy la prima de Dante.
Dante Accardi está en su último año aquí en la Academia Sicuro y es
el siguiente en la línea para dirigir el cuadrante suroeste del país. No conozco
a Dante, pero sé de él. Todo el mundo lo conoce. No sé cómo no me crucé
con él en la boda de Antonio y Sofía, aparte de que había quinientos
invitados.
—¿Es tu primer año aquí? —le pregunto.
Asiente.
—Sí. Conozco a gente de nuestra familia, pero no les interesan las
mismas cosas que a mí. Quería ver si te apetecía salir algún día. Se rumorea
que sabes divertirte.
Me quedo inmóvil. ¿Sabe lo de Miami? Pero me relajo casi igual de
rápido. Nadie sabe de Miami. Bueno, excepto uno. Si Miami fuera de dominio
público, mi hermano ya me tendría bajo arresto domiciliario.
Me obligo a relajarme y esbozo una sonrisa.
—Me gusta divertirme de vez en cuando. La libertad es difícil de
conseguir en nuestra posición.
Bianca pone los ojos en blanco.
—Ni que lo digas. Gracias a Dios sólo tengo hermanas, pero, aun así,
Dante puede prostituirse por ahí, pero Dios nos prohíbe a mí o a mis
hermanas hablar con un chico.
—¡Exacto!
Caminamos juntas, y la conversación surge fácilmente y no es
forzada.
No es inaudito ni está estrictamente prohibido entablar amistad con
gente de las otras familias italianas, no como con los irlandeses, los rusos o
los cárteles, pero es una regla tácita que no puedes acercarte demasiado. La
confianza con las otras familias italianas tiene un límite. Es decir, no tan
lejos.
Aun así, me gusta Bianca. Parece divertida y muy parecida a mí.
Me encantan Mira y Sofía, y hay otras chicas que conozco de mi
familia, pero para mí parte de estar aquí es descubrir quién soy fuera de mi
familia. Ansío tener mis propios amigos, mi propia identidad.
Es muy probable que en algún momento mi hermano me empareje
con alguien de nuestro mundo, y si no sé quién soy en ese momento, ¿cómo
voy a averiguarlo? Me meterán en el papel que elija Marcelo y me fundiré en
el molde.
Llegamos a una bifurcación y Bianca hace un gesto hacia la derecha.
—Voy a ir al Café Ambrosia antes de ir a Casa Roma. ¿Quieres venir
conmigo?
Niego.
—Voy a volver. Quiero terminar mis deberes antes de cenar para poder
hacer lo que quiera esta noche.
—De acuerdo. Me parece bien. ¿Quieres salir esta noche?
—Claro. Suena divertido. —Saco de la mochila el teléfono de la
Academia. El mismo teléfono que no tiene contacto con el mundo exterior y
sólo sirve para enviar mensajes de texto a otros estudiantes y a la
administración del campus—. Toma, agrégate aquí.
Toma el teléfono, introduce sus datos y se envía un mensaje.
—Ya está. Ahora también te tengo a ti. Te enviaré un mensaje después
de cenar.
—De acuerdo, me parece bien.
Nos vamos cada una por su lado, pero durante el resto del camino de
regreso a Casa Roma tengo una ligera sensación en el pecho. Bianca y yo
nunca seremos mejores amigas porque no somos de la misma familia, pero
podemos ser amigas. Esto es exactamente lo que quería cuando llegué aquí:
un lugar donde forjar mi propia vida y descubrir mi identidad.
Entro en el ascensor de Casa Roma para subir a mi dormitorio de la
cuarta planta, donde ya está Dante Accardi.
—Vitale —dice.
—Dante. —Le hago un gesto de reconocimiento con la cabeza, pero
guardo silencio y me voy a la esquina de atrás. No me agrada este tipo. Es
demasiado llamativo. Demasiado “mírame”. Demasiado odioso.
Y no soy tan estúpido como para dejar que se ponga a mi espalda en
un espacio cerrado. Incluso si hay una política de cero violencia en el
campus.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? —murmura para sí. Las puertas
del ascensor empiezan a cerrarse, pero él pulsa el botón para abrirlas de
nuevo—. Hola, preciosa. Creo que no nos conocemos oficialmente.
No veo con quién está hablando hasta que la chica entra en el
ascensor. Aprieto la mandíbula cuando la mirada de Aria se cruza con la
mía, pero se da la vuelta, dándome la espalda y colocándose junto a Dante.
—No lo hemos hecho, pero desde luego sé quién eres. —Lo mira con
sus ojos de cierva.
No me jodas. Es tan dulce e inocente. Dante se la comería viva con
sus maneras de prostituir hombres y la convertiría en una más de la larga
lista de mujeres que ha desechado.
—Dante Accardi. —Extiende su mano como si fuera una especie de
caballero.
Vaya chiste.
—Aria Costa, pero parece que ya lo sabes. —Le toma la mano, y él la
retiene demasiado tiempo cuando ella intenta apartarla—. Acabo de conocer
a tu prima, Bianca. Es estupenda.
Se ríe y se pasa la mano por el cabello castaño claro ondulado.
—Ten cuidado con esa. Puede ser problemática. —Se acerca a ella—.
Claro, yo también puedo. ¿Quizá te gustan los problemas?
—Cuidado. —Las palabras salen volando de mi boca antes de que
pueda detenerlas.
Dante me mira por encima del hombro.
—¿Por qué es de tu incumbencia? —Arquea una ceja.
Tiene razón, no lo es. Aria no es asunto mío, y tengo que recordarlo.
Mi padre dejó claro incluso antes de que llegara a la Academia que no me
quería cerca de ella.
—Ya tuvimos suficiente mierda en el campus el año pasado. Estoy
cansado de limpiar los desastres de todos. —El ascensor suena y las puertas
se abren en el cuarto piso—. No puedo hacer tantos favores.
Es una excusa poco convincente y sólo espero que no me llame la
atención.
Me abro paso entre ellos para salir por mi planta. Dante está en la
sexta y Aria en la quinta, lo que significa que estarán solos en el ascensor.
Odio las ganas que tengo de arrastrar a Dante por su cabello de niño dorado
sólo para evitar que esté cerca de ella.
Mi hombro roza el brazo de Aria al pasar, y ella aspira un suspiro. Mi
polla se retuerce en mis pantalones de vestir. ¿Va a desaparecer alguna vez
este maldito deseo?
Mi humor, ya de por sí agrio, decae aún más cuando Alessandro me
espera en la puerta. No porque no me guste mi primo, sino porque no sabía
que estaba allí.
Todos los años paso de contrabando todo lo que necesito para vigilar
en mi dormitorio y las idas y venidas de toda la Casa Roma. Al final del
curso, tengo que sacar todo de mi dormitorio. Ahora estoy en el proceso de
contrabandear toda mi mierda de nuevo.
Aquí ni siquiera se nos permite tener nuestras propias computadoras,
así que puedes imaginarte cuántos strikes me pondría el decano si viera la
cantidad de tecnología que suelo tener en mi dormitorio. Estamos
completamente aislados del mundo exterior excepto para nuestra llamada
telefónica del domingo, donde se nos permite hacer una llamada saliente en
una línea segura.
Lo entiendo. No quieren que lo que pasa en el mundo exterior se filtre
en la vida del campus. Habría peleas a puñetazos por todos los caminos
empedrados. Pero es un fastidio, y tardo semanas en conseguir todo lo que
necesito aquí. Gracias a Dios que este es mi último año.
—Hola, hombre. —Saludo a Sandro con la cabeza y abro la puerta.
Cuando entro, él me sigue, y yo hago mi rutina habitual, echando un
vistazo a mi alrededor para ver si han revuelto algo. Quizá sea un paranoico,
pero como aún no tengo instalado el sistema de seguridad, no me fío de
nadie.
—¿Qué tal el día? —me pregunta, dejándose caer en mi cama—. Está
tan raro aquí sin toda tu mierda de nerd.
Pongo los ojos en blanco. Él, junto con muchos otros chicos de nuestro
equipo, siempre me está acosando por mi obsesión con las computadoras.
No dejo que me moleste. Algún día verán que tengo razón y que éste es el
futuro de nuestro negocio. Estoy trabajando en algo que aún no he
compartido con nadie y, si funciona, quizá les calle la boca a todos para
siempre.
—Estuvo bien. La misma mierda que el año pasado.
—Sí, excepto que ahora hay una nueva cosecha de chicas de primer
año. —Se ríe cuando niego—. ¿Has visto a la hermana pequeña de Costa?
Esa chica ya está en lo alto de la lista de todos los chicos.
Jesús. No me sorprende que hoy haya acabado en el radar de todos.
—Te mantendrás alejado de ella si sabes lo que te conviene. —
Esperaba que eso no sonara protector.
—Sí, sí, lo sé. Tu padre tuvo una charla conmigo antes de venir.
Todas las familias saben que en algún momento Marcelo casará a
Aria, si ella no encuentra a alguien para sí misma que él apruebe. Aún es
joven y le quedan unos cuantos años, aunque no es raro que la emparejen
en cualquier momento. No sólo es jodidamente guapa, sino que su familia
es poderosa.
Algunos podrían pensar que todos estarían clamando para que su hijo
se casará con ella, y probablemente algunos lo estén. Pero mi padre me dejó
en claro, junto con el resto de los chicos en la parte superior de la cadena
alimentaria de la familia Vitale, que cualquiera de nosotros al casarse con
Aria daría a Marcelo demasiado poder, lo que con él a punto de casarse con
alguien de la familia La Rosa. Significaría que tenía un punto de apoyo en
tres de los cuatro cuadrantes.
Papá no lo ha dicho, pero creo que quiere que me case con alguien de
la familia Accardi. Eso nos daría la mitad occidental del país, mientras que
Marcelo tendría la mitad oriental.
No puedo tragarme la idea de estar atado a Dante de ninguna manera.
Es demasiado impulsivo, demasiado cañón abierto listo para reaccionar en
cualquier momento.
—Lástima, sin embargo. Creo que Aria Costa y yo podríamos
divertirnos juntos.
Me doy la vuelta para que Sandro no vea lo tensa que tengo la
mandíbula. No sé por qué demonios me molesta tanto pensar en Aria con
otro. No es que hayamos tenido una relación ni nada parecido. Demonios,
ni siquiera nos hemos besado. Pero me siento atraído por ella, y no puedo
negarlo.
—Mi padre tiene razón cuando dice que cualquiera de nosotros
estando con Aria le daría a su hermano demasiado poder. —Me acerco a mi
nevera—. Marcelo ya tiene suficiente. —Meto la mano en la nevera y saco
una bebida energética, luego me giro y la levanto—. ¿Quieres una?
Sandro me hace un gesto.
—No me extraña que no puedas dormir bebiendo eso.
Si no me hubiera costado dormir toda mi vida, estaría de acuerdo con
él. Desafortunadamente, dejar las bebidas energéticas no tiene ningún
impacto en mi insomnio.
Es la razón por la que me metí en la informática en primer lugar. Me
pasaba la noche en vela y me harté rápidamente de las distracciones
habituales: la televisión, la música y la masturbación. Fue entonces cuando
me topé con un sitio web sobre piratería informática. Cuanto más
profundizaba, más me daba cuenta del poder que tenía la información.
Cómo podías manejarla a tu antojo, utilizarla para influir en las opiniones y
juicios de la gente. Libera lo suficiente en el momento exacto, y la gente es
maleable, y puedes hacer que hagan lo que quieras.
—¿Qué está pasando? —pregunto antes de dar un sorbo a mi bebida.
—He oído que va a haber una fiesta en el bosque este fin de semana.
Pensé en venir e intentar obligarte a ir. —Me mira de una forma que me hace
pensar que no va a aceptar un no por respuesta.
—No es lo mío. —La mayoría de la gente no me llamaría precisamente
sociable.
Sandro se incorpora.
—Lo entiendo. Pero es nuestro último año. Pensé que quizá podrías
hacer una excepción para divertirte un poco este año.
Me río entre dientes y me siento en el sofá.
—¿Te has parado a pensar que quizá tú y todos los demás aquí están
demasiado preocupados con la idea de la diversión? —Como no contesta,
arqueo una ceja.
—No estoy en tu situación, pero lo entiendo. Algún día te harás cargo
de toda la operación. No puedo imaginar lo que se siente. Pero pronto
estaremos fuera de este lugar y en un mundo donde no tenemos mucho que
decir sobre nuestras vidas. Incluso tú. —Me hace un gesto—. Puede que
algún día estés al mando, pero todavía hay reglas establecidas y
convenciones que vas a tener que seguir. Esto es lo máximo de libertad que
vamos a tener. ¿Por qué no nos divertimos?
Exhalo un suspiro.
—Lo pensaré. —Es casi mentira, pero me lo quito de encima por
ahora.
Mi primo sonríe y se levanta de la cama.
—Me imaginé que me darías la maldita vuelta. Lo acepto.
Se marcha y yo me cambio para ir a hacer ejercicio antes de la cena,
después de la cual empezaré a esforzarme por introducir de contrabando mi
equipo informático en el campus. Eso me distraerá lo suficiente como para
no pensar en Aria.
La mentira me sabe amarga.
No estaba segura de qué esperar cuando llegué al dormitorio de
Bianca antes de la fiesta del bosque, pero lo que no esperaba era lo que me
encontré.
Como ella forma parte de la familia Accardi, supuse que sería a ella a
quien encontraría allí. No estaba segura de sentirme del todo cómoda siendo
la única miembro de la familia Costa incluida. Pero en lugar de eso, es una
mezcolanza de estudiantes de varias familias italianas.
Está Dom, el hermano pequeño de Dante Accardi y primo de Bianca,
así como Vincenzo y Beatrice, a quienes recuerdo haber visto en la boda este
verano. Son hijos de algunos de los subjefes de la familia La Rosa. Y está
Elisa, cuyo padre trabaja para el padre de Gabriele en la familia criminal
Vitale. Haciendo qué no estoy segura, y no quise dar la impresión de que
importara y preguntar.
Yo era la única de la familia Costa, pero no importaba. Todo el mundo
era amable y acogedor, todo lo acogedores que podemos ser sin bajar nunca
del todo la guardia con los demás. Alguien había metido alcohol de
contrabando, así que bebimos antes de ir a la fiesta.
La emoción, y probablemente el alcohol, me hacen sonreír mientras
nos abrimos paso por el bosque hacia el bajo estruendo del bajo. Esto era
exactamente lo que esperaba cuando vine aquí. Un poco de espacio para
estirar mis alas, divertirme inofensivamente y descubrirme a mí misma.
—¿Suelen venir muchos estudiantes a estas cosas? —le pregunto a
Bianca mientras nos abrimos paso entre los árboles, intentando no tropezar
con nada y acabar de bruces en el suelo del bosque.
—Por lo que he escuchado, sí. Sobre todo la primera del año.
El resto del grupo va adelante de nosotros, y alguien debe de haber
dicho algo gracioso porque todos estallan en carcajadas.
—¿Cómo es que en la academia no los descubren? Ya se escucha la
música desde aquí.
Bianca me agarra del hombro cuando casi tropieza con una pequeña
rama.
—Creo que la administración probablemente lo sabe y hace la vista
gorda, pero ¿quién sabe? Puede que piensen que es una buena idea dejar
que nos desahoguemos así en lugar de dejar que se repriman y que estalle
la violencia en el comedor o algo así.
—Tiene sentido, supongo.
La música se hace más fuerte, y seguimos abriéndonos paso hasta
que llegamos a un claro donde el bosque se abre y revela nuestro destino.
Dentro del gran claro hay un grupo de estudiantes. Algunos bailan en el
centro al ritmo trepidante de la canción de Tiesto, y otros, en las afueras,
observan o conversan en sus propios grupos.
Aquí sólo hay miembros de las casas italianas. No estoy segura de qué
hacen los irlandeses o los rusos para divertirse, pero obviamente no es
asistir a fiestas en el bosque con sus enemigos.
Los láseres se proyectan sobre la copa de los árboles que rodean el
espacio y, entre eso y la energía eléctrica que emana de todos, la euforia me
recorre las venas. Esta noche es exactamente lo que estaba buscando. Sin
preocuparme por Gabriele y el poder que aún ejerce sobre mí por alguna
razón desconocida. Sin preocuparme de lo que significa ser la hermana de
Marcelo y de si intentará casarme pronto. Sin pensar en averiguar quién y
qué estoy destinada a ser. Sólo diversión.
Bianca engancha su brazo con el mío y se inclina hacia mí.
—¿Quieres tomar algo? El barril está allí.
Asiento.
—Por supuesto.
Nos abrimos paso entre la gente hasta llegar al otro extremo, donde
hay algunos barriles. Nunca he servido cerveza de un barril, así que dejo
que Bianca haga los honores y me pasa un vaso de plástico rojo lleno hasta
el borde.
Cuando bebo un sorbo, evito acobardarme. Es mi primera cerveza, ya
que normalmente opto por el champán o el vino. Pero la cerveza servirá esta
noche, así que sorbo un poco más y trago.
—¿Dónde han ido todos los demás? —le pregunto, dándome cuenta
de que se han ido todos los que venían con nosotros.
Ella se encoge de hombros, parece indiferente.
—Quién sabe. A quién le importa. —Se ríe, ganándose las miradas de
algunas de las personas que nos rodean—. Nos vamos a divertir de cualquier
manera. —Sostiene su vaso frente a ella—. Por los nuevos amigos.
Con una sonrisa, empujo mi vaso hacia delante y lo aprieto contra el
suyo.
—Por los nuevos amigos.
Nos bebemos un buen trago de cerveza y entonces lo veo por encima
del borde de mi vaso.
Mi hermano.
—Mierda.
Bianca arruga la frente.
—¿Qué pasa?
—Mi hermano está aquí. Si me ve, va a acabar con mi noche.
—Pues entonces, no podemos dejar que te vea. —Me toma de la mano
y me tira por donde hemos venido, las dos riéndonos.
Supongo que mi hermano pensará que estoy aquí y me estará
buscando. No puedo evitarlo para siempre, pero lo haré todo lo que pueda.
No estoy de humor para uno de sus sermones.
Acabamos encontrando al resto del grupo con el que vinimos y
pasamos el rato con ellos al borde de donde todo el mundo está bailando.
Como no quiero volver en la dirección en la que estaba mi hermano, Dom
accede a traerme otra cerveza cuando acabe la mía.
No he vuelto a ver a Marcelo, pero durante toda la noche tengo la
sensación de que alguien me observa. Pero cada vez que miro a mi alrededor,
no lo veo, así que me lo quito de la cabeza.
Dom vuelve con una cerveza para Bianca y para mí.
—Muchas gracias —me inclino y tropiezo un poco. Me doy de bruces
contra su pecho y él se ríe, ayudándome a enderezarme—. Lo siento.
El calor inunda mi rostro. Me avergüenza no saber manejar el alcohol.
No es que no haya bebido nunca, pero no tengo la tolerancia de otros.
—No te preocupes. —Las manos de Dom caen de mis brazos en cuanto
me estabilizo.
A diferencia de su hermano, Dom es un caballero. Sólo conocí a Dante
brevemente en el ascensor esta semana, pero su reputación le precede. Todo
el mundo dice que se abre camino entre las mujeres muy rápido.
Un escalofrío me recorre la espalda cuando recuerdo la mirada
sorprendida de Gabriele al entrar en el ascensor.
—¿Tienes frío? —pregunta Dom.
Sacudo la cabeza.
—No, estoy bien. —Me llevo la cerveza a los labios.
Dom está a mi lado, con el hombro pegado al mío. ¿Le intereso? ¿Es
Dom alguien que podría gustarme? No lo sé. Parece un tipo decente. Marcelo
sin duda lo aprobaría en cuanto a su suerte en la vida: el segundo en la
línea de sucesión al trono de los Accardi.
Pero mientras lo pienso, una persistente insistencia en mi cabeza me
dice que puede que sea atractivo, pero no es Gabriele.
Me bebo el resto de la cerveza de un trago al pensar que estaré
enamorada de Gabriele para siempre. Estoy harta de no poder quitármelo
de la cabeza. Dejó sus sentimientos, o la falta de ellos, perfectamente claros
en Miami. La atracción no es mutua. Sólo me ve como a una niña.
—Vaya, chica —dice Bianca desde detrás de mí cuando me acabo la
bebida.
Dom se limita a arquear una ceja.
—¿Tienes sed?
—Algo así —murmuro.
Suena una canción de Florence and the Machine, y Bianca grita,
corriendo a mi lado.
—Tenemos que bailar.
Me arrastra a la improvisada pista de baile y, en algún momento, dejo
caer el vaso vacío al suelo. Cuando Bianca nos hace un hueco, nos
balanceamos al ritmo de la música. Levantamos las manos y cantamos “Soy
libre”, riéndonos la una de la otra.
No estoy segura de haberme sentido nunca tan desinhibida.
No es cierto. Fue en el club de Miami.
La sensación de que esa cuerda de aprisionamiento ha desaparecido
es adictiva. Quiero perseguirla como un ave que sigue a su presa desde el
cielo.
Y lo hago.
Bailamos unas cuantas canciones más, y vivo completamente el
momento. Mi mente no está pensando en un millón de cosas a la vez,
preguntándose qué está por venir o cómo podrían salir las cosas. Sólo estoy
en medio de un bosque, bailando al ritmo de la música y rodeada de gente
con la misma búsqueda.
Finalmente, Dom se acerca. Bianca está ocupada charlando con una
chica que no reconozco, así que dirijo mi atención hacia él.
Se inclina y me susurra al oído:
—Vamos a fumarnos un cigarro.
Mis ojos se abren de par en par. Nunca he fumado hierba, pero no
estoy en contra. Ya estoy bastante borracha y no estoy segura de que deba
forzarlo mucho más. Pero cuando veo a Mira arrastrando a mi hermano
entre la multitud, no muy lejos de nosotros, me doy la vuelta para mirar a
Dom.
—Vamos.
Me toma de la mano y me saca de la pista de baile. Tengo la breve idea
de que quizá no debería adentrarme en el bosque con un chico al que acabo
de conocer, pero la alejo. Sinceramente, no creo que Dom sea una amenaza
para mí.
Tal vez se me insinúe, pero puedo manejarlo. Al menos podré una vez
que resuelva lo que siento por él. Ahora mismo, el alcohol me confunde, pero
¿no era eso lo que quería para no pensar en Ga...?
No.
Ni siquiera voy a darle espacio a su nombre en mi cabeza.
Dom nos lleva al borde exterior de la fiesta. No estamos en el bosque,
pero estamos justo en el borde de la línea forestal. Saca un cigarro del
bolsillo de su camisa, lo enciende y le da una calada. Observo cómo retiene
el humo en sus pulmones durante un rato antes de exhalar. El olor a tierra
y a zorrillo llena el aire que nos rodea, y no es desagradable.
Dom extiende el cigarro en mi dirección y yo me lo llevo a los labios,
imitando lo que ha hecho él. Sólo que no puedo aguantar el humo más de
un segundo antes de toser sobre mi brazo.
—¿Es la primera vez? —pregunta sin juzgarme.
—¿Cómo puedes saberlo? —le digo cuando por fin dejo de toser.
Se ríe entre dientes.
—Inténtalo otra vez. Será más fácil.
Hago lo que me dice y tiene razón. Aguanto más y consigo no toser un
pulmón esta vez antes de devolvérselo.
Charlamos durante unos minutos hasta que el cigarro es una
pequeña cucaracha en su mano que deja caer al suelo y pisa hasta
asegurarse de que está fuera. Es obvio que no le gusto, ya que no hizo
ningún movimiento.
—¿Quieres ver si podemos encontrar a Bianca en la pista de baile? —
pregunta Dom.
—Claro. —Me encojo de hombros. Estoy segura de que aceptaría
cualquier cosa. Siento la cabeza confusa, pero tengo una sonrisa
permanente. Me pesan las extremidades de un modo que me hace sentir
cómoda en mi propio cuerpo.
Dominic no me toma la mano esta vez, sino que se acerca a la multitud
unos metros por delante de nosotros, antes de deslizarse por un hueco entre
dos grupos.
Lo sigo, pero en vez de eso me doy de bruces con un pecho duro.
Incluso en mi estado actual, no tengo que echar la cabeza hacia atrás para
ver quién se ha puesto delante de mí. Sólo el olor ya me dice que es Gabriele.
Mi única pregunta es: ¿por qué?
Aria choca contra mi pecho, y es todo lo que puedo hacer para no
sujetarla. Porque eso sólo me llevaría a querer poner mis manos sobre ella
una y otra y otra vez.
Esta mujer podría ser mi muerte.
Aun así, la he visto beber y fumar hierba con el hermano pequeño de
Dante toda la noche, y cada vez que noto que pierde el equilibrio, una capa
un poco más gruesa de protección se enciende en mi interior porque está
borracha y es vulnerable.
¿Por qué me importa? No tengo ni puta idea.
Pero está claro que me importa.
Así que aquí estoy. Separándola de Dom porque, por supuesto, él ha
continuado entre la multitud, sin ni siquiera echar un ojo para asegurarse
de que ella sigue detrás de él después de haberla drogado.
Lo que debería hacer es asegurarse de que lo que ha hecho llega a su
hermano.
Pero entonces no podría usar la excusa para intervenir usted mismo.
—¿Qué... qué estás haciendo? —Los hermosos, aunque ingenuos, ojos
de cierva de Aria están muy abiertos, mirándome fijamente mientras su
cabeza se mueve, haciendo que un mechón de cabello se deslice sobre su
rostro.
Estoy a punto de colocárselo detrás de la oreja cuando ella misma lo
hace. Su sonrisa sería bonita si no estuviera tan molesta.
—Sacarte de aquí.
Su reacción es más lenta de lo normal, pero al final frunce el ceño.
—No me voy a ninguna parte. Me estoy divirtiendo.
—Apuesto a que tu hermano le gustaría saber cuánto te estás
divirtiendo.
Se le cae la boca y levanta la cadera.
En el blanco. Sé dónde golpear para que cumpla mis órdenes. Como
siempre, la información es el activo más valioso. Y aunque a Aria le moleste
lo autoritario que es su hermano, lo quiere y no quiere complicarle las cosas
ni crear una mala reputación para la familia.
—Ahora, vámonos. —Le hago un gesto para que se dé la vuelta antes
de que discuta.
Sus hombros se encogen y se aleja de la multitud. No me molesto en
decir una palabra al pasar junto a ella, sabiendo que me seguirá.
La guío por el camino más largo del bosque. No es la ruta más directa,
pero hay un camino, y parece que ya es bastante difícil para ella caminar en
línea recta, no digamos atravesar un bosque. Al menos así no tendré que
ponérmela al hombro ni ponerle la mano encima.
Estamos callados durante los primeros minutos, pero ella rompe el
silencio.
—No se lo dirás a mi hermano, ¿verdad? —Me mira y frunce el ceño
con esos labios suaves.
—Ahora no.
No responde. Me cuesta mucho no sermonearla para que tenga más
cuidado, pero no escucha mis consejos. No sé si recordará esta conversación
mañana.
—Sólo quería divertirme —murmura lo bastante alto como para que
yo la escuche—. ¿Por qué es tan malo que quiera experimentar la vida?
La última pregunta va dirigida a mí.
Salimos del bosque hacia el extenso césped de la academia y me
detengo.
—Cuando haces esta mierda, te haces accesible, y hay mucha gente
en el mundo que se aprovecharía felizmente de ti. Incluso sin ser quién eres.
Me estudia, dando unos pasos perezosos hacia mí.
—Te preocupas por mí.
Me pongo rígido.
—No me preocupo por ti. No soy un idiota que va a sentarse a ver
cómo se aprovechan de una joven inocente porque se ha puesto en peligro.
Sonríe, y si no fuera tan irritante, podría considerarlo sexy.
—Nuh-uh. Tú también lo sientes. Esta atracción entre nosotros. —Su
dedo se mueve entre nosotros.
Me burlo y empiezo a andar de nuevo. Jesús, no puedo ser tan
transparente. Sobre todo cuando está borracha y drogada.
Tropieza un poco al alcanzarme. Aprieto las manos para no girarme y
asegurarme de que está bien. Por alguna razón, no dice nada más durante
un rato. Gracias a Dios. Se esfuerza por seguir el ritmo que le impongo, que
es rápido. Lo único que tengo que hacer es llevarla sana y salva a su
dormitorio y marcharme antes de cometer una imprudencia y una
estupidez.
Cuando Casa Roma aparece a la vista, la tensión se disipa en mi
interior.
—¿Por qué dices que soy demasiado joven para ti? Sólo tengo tres
años menos que tú.
Toda la tensión y el estrés vuelven como si nunca se hubieran ido.
Está loca si cree que voy a tener esta conversación con ella. De
ninguna manera. Hay mierda que una chica como Aria no necesita saber.
—¿Simplemente vas a ignorarme? Muy maduro. —Escucho su enfado
y supongo que está poniendo los ojos en blanco.
De nuevo, no digo nada, sigo caminando mientras ella se queda atrás.
—Voy a seguir molestando hasta que me lo digas.
—No esperaba menos —digo finalmente cuando nos acercamos a las
puertas de Casa Roma.
Unos minutos más y estoy libre.
—¿Qué hacías allí esta noche si no ibas a divertirte? ¿Qué sentido
tenía ir? —Su tono es crítico.
No como si pudiera decirle la verdad. Porque en esta Academia no se
ofrece mi tipo particular de diversión, y fue un débil intento de desahogarme.
Normalmente no asisto a las fiestas del bosque, pero desde que
despidieron a mi contacto en seguridad una semana antes de que
empezaran las clases, este año me está costando más que el año pasado
meter mi mierda de contrabando. Por suerte para mí, tenía un problema con
el juego que le hacía susceptible a los sobornos. Por desgracia para él, la
Academia descubrió su adicción y lo despidió.
Ahora tengo que hacer incursiones en otros lugares o estoy jodido.
Y así, cuando Alessandro vino a mi dormitorio a acosarme para que
me uniera a él, cedí. Pensé que sería una buena oportunidad para relajarme
un poco y olvidarme de todo.
Abro la puerta y le hago un gesto para que entre en el edificio.
Sorprendentemente, entra sin rechistar, pero con la espalda rígida. En
cuanto la puerta se cierra y nos dirigimos al ascensor, vuelve a
importunarme.
—Dime por qué dices que soy demasiado joven para ti.
Qué suerte la mía. El alcohol parece aflojarle los labios.
Impresionante.
Por suerte, todo el mundo debe estar en la fiesta porque no hay nadie
en la zona del salón para escucharla.
—Te lo dije, no vamos a hablar de esto. —Aprieto el botón del ascensor
con el dedo.
Se pone a mi lado y siento sus ojos clavados en mí.
—Pero quiero saberlo. No tiene sentido.
Me paso una mano por el cabello, con la frustración hirviéndome en
la sangre.
Las puertas del ascensor suenan, se abren y entramos.
—Dímelo. Vamos, Gabriele. ¿Por qué...?
Me giro en su dirección.
—Quizá joven no sea la palabra adecuada.
Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios como si se hubiera salido
con la suya.
—La palabra más adecuada podría ser inocente. —Pulso el botón de
su planta y las puertas se cierran.
Me vuelvo hacia las puertas, deseando que el ascensor se apresure
para poder escapar de este espacio reducido con ella. Pero en un suspiro, se
ha pegado a mí: sus tetas firmes se apoyan en mi pecho y su dulce aroma
me inunda las fosas nasales.
—¿Qué te hace pensar que soy tan inocente? —ronronea y me pasa
una mano por el pecho.
Apoya la mano en mi cinturón. Aprieto el botón de parada del ascensor
y éste se detiene tambaleándose. Los ojos de Aria se iluminan de lujuria,
como si por fin fuera a hacer realidad todas sus fantasías. Pero en un
parpadeo de sus largas y oscuras pestañas, la tengo de espaldas a la pared
del ascensor y con las muñecas por encima de la cabeza en mis manos.
—No —siseo para asustarla.
Su respiración se agita con fuerza. En lugar de acobardarse como yo
quería, arquea la espalda como si esto la excitara.
—¿O qué? —Su mirada se posa en mis labios y, joder, tengo tantas
ganas de inclinarme y besarla. Succionar el aire de su alma hasta que todo
lo que quede sea su necesidad inquebrantable.
Pero no necesito que la ira de mi padre y de su hermano caiga sobre
mí. Alguien como Aria no podría soportar estar con alguien como yo.
Probablemente me miraría horrorizada si supiera lo que realmente quiero
hacer con ella, lo que pasa por mi cabeza a altas horas de la noche.
—Tienes que dejar esta mierda, Aria. No va a pasar nada entre
nosotros, no importan las razones. ¿Entendido? —Miro fijamente sus ojos
oscuros vidriosos por la hierba, sus párpados pesados por la necesidad que
se arremolina entre nosotros.
—Veo a través de ti. ¿Por qué no puedes admitir que lo deseas? ¿Qué
me deseas? —Se pasa la lengua por el labio inferior.
Dios, ayúdame, me inclino. No mucho, tal vez una pulgada. Pero
debería estar retrocediendo, no considerando ceder a la tentación. Aria
levanta la barbilla invitándome a besarla. Y mientras considero tomar lo que
he estado sediento, su barbilla cae y vomita, cubriendo nuestros zapatos.
El hedor del vómito llena el aire y mis ojos se cierran con un suspiro.
Me doy la vuelta y pulso el botón de mi planta.
Decido no enfadarme por lo que acaba de ocurrir porque ella me ha
hecho un favor. Estaba a punto de hacer la mayor estupidez que podría
haber hecho.
Gimo. Una parte por la mortificación, la otra porque se me revuelve el
estómago. La cabeza me da vueltas, el tintineo del ascensor resuena en el
pequeño espacio y Gabriele me arrastra por el pasillo. No es hasta que pongo
un pie dentro de un dormitorio cuando me doy cuenta de que no estamos
en el mío, sino en el suyo.
Si no me sintiera tan mareada, probablemente me alegraría de que me
permitiera entrar en su santuario. Estaría catalogando todo lo que hay aquí,
pero solo tengo una cosa en mente. Me apresuro a entrar en su dormitorio,
localizo la puerta del baño y me desplomo frente al inodoro segundos antes
de que estalle la siguiente ronda de vómitos.
Unos segundos después, unas manos grandes me apartan el cabello
de mi rostro.
Cuando mi estómago termina de purgarse, permanezco allí,
recuperando el aliento. Me da vergüenza enfrentarme al hombre al que tanto
me he esforzado por impresionar durante el último año.
—Supongo que crees que esto demuestra lo que piensas —le digo a la
taza del váter y agarro la manivela para tirar de la cadena.
Él no dice nada y me enderezo lentamente. Me suelta la mano del
cabello. Sigo un poco mareada, pero el estómago se me tranquiliza un poco
ahora que está vacío.
Ignora mi pregunta.
—¿Cómo te sientes ahora?
—Mejor que hace unos minutos.
Asiente, con los labios apretados en una fina línea.
—Vamos a asearnos. Deberíamos ducharnos. —Rápidamente,
añade—: No juntos. —Se aclara la garganta.
Atempero mi decepción. No es que esté en forma para otra cosa que
no sea la cama.
—Bien, me voy a mi dormitorio.
Gabriele se adelanta.
—No me refería a eso. —Parece en conflicto, pero dice—: Ve tú
primero, luego iré yo.
—No me gusta estar donde no me quieren.
—No te irás. —Su voz no admite discusión—. No puedes estar sola
esta noche, y todos los demás siguen en la fiesta. Si te desmayas, podrías
morir ahogada en tu propio vómito.
—Estaré bien. —Me levanto del suelo y tropiezo.
Las manos de Gabriele me sujetan los hombros.
—Pasarás la noche aquí para que pueda vigilarte. Se acabó. —Como
no digo nada, suelta las manos y da un paso atrás—. Te traeré una camiseta
o algo para que duermas, y luego puedes ducharte.
Asiento y sale del baño.
Este hombre es tan confuso. Un minuto está siendo desagradable y
alejándome, y al siguiente está preocupado por protegerme. No tiene ningún
sentido.
A lo mejor le preocupa empezar a tener problemas con mi hermano si
se entera de que Gabriele me vio en el estado en que estaba y no hizo nada
al respecto.
Lo escucho abrir uno de los cajones de la cómoda y vuelve con una
camiseta negra lisa que deja sobre la encimera.
—¿Estás bien para ducharte sola o estás demasiado mareada y
necesitas ayuda? —Traga saliva como si no supiera qué lo torturaría más.
Si me sintiera mejor, mentiría y diría que necesito su ayuda, pero no
quiero recompensar su amabilidad con deshonestidad.
—Estoy bien sola.
Me hace un gesto seco con la cabeza y sale del dormitorio, cerrando
la puerta tras de sí.
Después de quitarme la ropa y los zapatos empapados de vómito, abro
la ducha y me pongo bajo el chorro caliente. Hay algo íntimo en la ducha de
Gabriele. Su caro champú huele a hombre, no a flores como el de las
mujeres. Me lo enjabono en el cabello, pensando en no lavármelo en un
tiempo, como si ahora fuera una acosadora. Tomo su gel de baño e inhalo
el aroma amaderado y especiado que llenó el auto aquella noche, el que
perduró en el ascensor antes de que vomitara. Me lo paso por el cuerpo como
si fueran sus manos las que me limpian. Oh Dios, necesito ayuda.
Termino de ducharme apresuradamente y sigo sintiéndome
ligeramente mareada al terminar. Mi estómago no está del todo bien, pero
ya no me apetece postrarme ante el Dios de porcelana, así que progreso.
Me vuelvo a poner las bragas y el brasier, ya que no están cubiertos
de vómito, y tomo la camiseta de la encimera, me la llevo a la nariz e inhalo.
Cuando me la pongo por encima de la cabeza, se desliza hasta quedar justo
por encima de las rodillas. Aunque reprimo el aleteo en el pecho por oler a
él y estar envuelta en su camiseta, el corazón me traiciona y me late a un
ritmo desigual en el pecho.
Vuelvo a colgar la toalla y salgo del baño, nerviosa. Esto no es en
absoluto lo que esperaba que pasara entre nosotros. Tengo el cabello
mojado, pero no gotea sobre la camiseta. Pero mis babas sí, porque Gabriele
se ha quitado la ropa y sólo lleva unos bóxers negros.
Lo cual tiene sentido, claro, porque él también estaba cubierto de
vómito, pero yo no me había preparado.
Es la primera vez que no lo veo completamente vestido. Está
jodidamente bueno. Tiene el pecho ancho y musculoso, y las crestas de sus
abdominales muestran un rastro de vello oscuro que desciende hasta la
gruesa banda de sus bóxers. Los hombros de Gabriele están redondeados,
al igual que sus bíceps.
Una parte de mí quiere seguir mirándolo, pero me recuerdo a mí
misma que esta noche intento no sentir lujuria por este hombre, así que me
aclaro la garganta.
—Gracias por dejar que me duche.
—De nada. —Pasa a mi lado como si no llevara bóxers y yo no
estuviera aquí en camiseta. Estoy segura de que ahora cree de verdad que
soy una niña ingenua—. No tardaré. Quédate en la cama.
La puerta del baño se cierra tras él. Llevo mucho tiempo esperando
escuchar esas palabras de él. Sólo que en un contexto diferente.
Aunque quiero aprovechar el tiempo a solas en su dormitorio para
curiosear, aún no me siento muy bien, así que hago lo que me dice y me
deslizo bajo las sábanas de rayas marineras y blancas de su cama. Su olor
me envuelve mientras escucho el ruido de la ducha e imagino su aspecto
desnudo, con el agua cayendo en cascada por los pliegues y valles de sus
músculos.
Eso se vuelve demasiado tedioso, porque no tiene sentido alterarme
cuando no puedo hacer nada al respecto, así que cierro los ojos, con la
esperanza de quedarme dormida. Los mantengo cerrados cuando escucho
abrirse la puerta del baño. No los abro hasta que escucho el crujido de su
peso sobre el sofá.
Su corpulento cuerpo está tumbado en el sofá, con la cabeza girada y
mirándome.
—¿Qué haces ahí? —le pregunto.
—Aquí es donde dormiré.
Frunzo el ceño e intento incorporarme, pero la habitación se vuelve
borrosa y vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada.
—No seas ridículo. Ven aquí.
Me clava la mirada, pero no sé qué hay detrás.
—Es una cama de matrimonio. Ni siquiera dormiremos uno al lado
del otro.
Coloca el cuerpo boca arriba mirando al techo y se pasa el antebrazo
por la frente.
—Estoy bien donde estoy.
—Si no vienes a dormir aquí, me voy a ir a mi dormitorio. —Me aseguro
de inyectar acero en mi tono, para que sepa que hablo en serio. Aunque
estoy segura de que no me tiene miedo.
Debe de darse cuenta, porque con un suspiro, se sienta del sofá y me
mira.
—¿Siempre eres tan molesta?
—Según tú, sí.
Se mete bajo las sábanas, al otro lado de la cama. Me quedo tumbada
en la oscuridad, escuchando el sonido de su respiración durante un minuto.
La tensión entre nosotros aumenta aún más. Siento como si estuviera en
sintonía con cada micro movimiento que hace. Casi puedo sentir el espacio
que nos separa en la oscuridad. No nos tocamos y, sin embargo, los treinta
centímetros que separan nuestros cuerpos parecen conectarnos.
—Lo siento —susurro en la habitación oscura—. Gracias por
asegurarte de que estaba bien.
Se mueve en la cama.
—De nada.
—Sólo quería divertirme. A veces me siento como si hubiera estado
encerrada tantos años, la gente siempre vigilando cada movimiento que
hacía. —Me doy la vuelta y meto las manos bajo la almohada.
Él mira fijamente al techo.
—Lo sé.
Pero en realidad no lo sabe. Crecer como un chico en nuestro mundo
es todo lo contrario. A ellos se les muestra el mundo, se les enseña a
madurar mucho antes de que sean lo bastante mayores, mientras que a
nosotras se nos protege, se pretende que seamos puras e inocentes hasta
que se nos entrega a alguien para beneficio de la familia.
—Sé que esta noche no significa nada, pero te lo agradezco. No voy a
hacer que te arrepientas por interpretarlo.
No dice nada. Al final me pesan demasiado los párpados y me duermo.
Me despierto lentamente, así que tardo un momento en darme cuenta
de que el peso de algo sobre mi pecho es en realidad alguien.
Abro un ojo y veo que Aria ha traspasado la barrera invisible que
separa nuestros cuerpos y se ha echado encima de mí. Su mejilla está
pegada a mi pecho desnudo y su largo cabello moca se extiende sobre mi
piel. Cuando se mueve mientras duerme, levanta la rodilla y me doy cuenta
de que también tiene la pierna extendida sobre la mía, demasiado cerca de
mi erección matutina.
Por instinto de conservación, la empujo, pero me permito el placer de
sentir su cuerpo contra el mío sin que ella se dé cuenta. Me gusta el ritmo
de su respiración y el tacto de las sedosas hebras de su espeso cabello sobre
mi piel. El calor de sus piernas al contacto con las mías. Su pequeño cuerpo
comparado con el mío.
Y entonces se me endurece aún más la erección de la mañana y me la
quito de encima de un tirón.
Refunfuña y se gira de espaldas a mí, pero no se despierta. Mi
camiseta ha subido por su cuerpo y sus bragas negras está a la vista. De
puta madre.
Me cuesta un esfuerzo hercúleo no pegarle en su culo perfecto para
ver cómo su piel aceitunada se vuelve rosada.
¿Por qué pensé que era una buena idea? No sólo ya sé cómo son sus
tetas, gracias a Miami, sino que ahora también tendré su culo grabado a
fuego en mi cerebro.
Tantas veces desde aquella noche en Miami, me he acariciado y me
ha venido a la mente esa imagen. Ella tumbada en aquel sofá, a punto de
dejar que unos desconocidos le hicieran lo que quisieran.
Mi polla se agita en mis bóxers.
—Jódeme —murmuro.
Me doy la vuelta y tomo el teléfono de la mesita para ver la hora. Aún
es temprano, lo cual es bueno. No quiero que nadie la vea salir así de mi
dormitorio. Se llevarían una impresión equivocada. Al menos no ha vuelto a
vomitar por la noche, aunque parece que despertarla del sueño y de lo que
seguramente será una resaca va a costar algún esfuerzo.
Dejo el teléfono en el suelo y me tumbo de espaldas, mirando al techo.
Aria se da la vuelta y, una vez más, se tumba frente a mí, solo que esta vez
su muslo descansa directamente sobre la dura cresta de mi polla. Un
suspiro estremecedor sale de mis labios. Debería apartarla de inmediato,
pero su peso me hace sentir demasiado bien.
Dejo que mi brazo la rodee y apoyo la mano en su cabeza. Su cabello
es tan espeso y suave como pensé que sería todas las veces que imaginé que
se lo arrancaba mientras la penetraba por detrás. Mi polla vuelve a crisparse
al pensarlo, y Aria se coloca aún más encima de mí.
Empújala, maldito idiota.
La agarro del cabello con más fuerza y un gemido sale de la garganta
de Aria. Sus caderas se mueven contra la cresta de mi polla y mi mano
aprieta aún más. Vuelve a gemir, esta vez más fuerte, y hunde un poco más
las caderas.
¿En qué estás pensando?
Me quita la mejilla del pecho, gira la cabeza y me mira mientras vuelve
a mover las caderas. No está dormida.
No me jodas. Nunca olvidaré su mirada, una mezcla de lujuria y deseo,
necesidad y desesperación por darle lo que quiere.
Así que en lugar de apartarla de mí, no hago nada.
Aria debe de ver la aceptación en mis ojos, porque aprieta las caderas
con más fuerza y firmeza, me empuja el pecho con las manos y se sienta a
horcajadas sobre mí mientras hace círculos con su vientre sobre mi polla
dura. Nos separan mis bóxers y el fino trozo de tela que hay entre sus
piernas, pero no importa. Mi polla se pone más dura con cada movimiento
de su centro sobre ella. Los dientes de Aria se clavan en el labio inferior y
su respiración se hace cada vez más superficial mientras no hago más que
mirarla.
Sus ojos se cierran y aprovecho la oportunidad para estudiarla,
memorizarla, grabarla en mi memoria. Gracias a Miami, puedo hacerme una
idea decente de cómo sería sin camiseta y cabalgándome de verdad, y es
jodidamente glorioso.
Su respiración se entrecorta y gime. Debe de estar a punto. Dios sabe
que lo estoy, lo cual es ridículo. Ni siquiera estoy dentro de ella.
Pero verla tomar lo que quiere de mí despierta algo dentro de mí de lo
que no sabía que era capaz. Creía que lo único que me excitaba de verdad
era tener el control, pero con ella... con Aria, es diferente.
Con unas últimas sacudidas de sus caderas, se corre en un
estremecedor jadeo. Aprieto las manos donde las he mantenido sobre mi
cabeza todo el tiempo para evitar sumergirlas entre sus piernas y ver qué se
siente recubriendo mis dedos. Abre los ojos y me mira, y lo que veo me hace
volver en mí: adoración. La tomo por la cintura y la empujo.
—Tienes que irte. —Me levanto de la cama, de espaldas a ella,
mientras me dirijo a mi cómoda y saco unos pantalones deportivos para
ocultar mi palpitante erección.
Cuando me doy la vuelta, está arrodillada en la cama, con la boca
abierta. Y ahí está, ese dolor en sus ojos, el mismo dolor que vi en Miami.
Exactamente por eso necesito acabar con esto. Sólo puedo lastimarla. No
hay forma de que podamos estar juntos.
—Tienes que irte, Aria. —Mi voz es firme.
Su dolor se transforma en rabia. Se le nota en la mandíbula, en los
dedos flexionados a los lados, en las cejas fruncidas.
—Aún es pronto. Si tienes cuidado, nadie te verá. Ve por las escaleras.
—Me doy la vuelta y entro en el baño, cerrando la puerta tras de mí. No
estoy segura de sí es para mantenerla afuera o a mí adentro.
No salgo del baño hasta que escucho cerrarse la puerta de mi
dormitorio.
Se ha ido, pero su fantasma permanecerá para siempre en estas
cuatro paredes.
Una hora y media más tarde, es hora de comenzar la ronda final por
el gran premio. Bianca tenía razón. Anuncian que van a regalar un pase de
un día para salir del campus.
La sala enloquece. La energía en la sala es eléctrica, todos ansiosos
por ganar.
Hasta ahora, ni Bianca, ni Dom, ni yo hemos ganado nada, pero no
importa. Este es el único que quiero ganar. Durante toda la noche, he
soñado con ganar y llevarme a Gabriele conmigo fuera del campus para
divertirme, pero eso es ridículo.
Puede que me esté ayudando, pero sólo porque tiene tanto o más que
perder si esa foto sale a la luz. No es porque sienta algo por mí, aunque
tenga la sensación de que al menos físicamente se siente atraído por mí.
—Muy bien, chicos. Piensen en el buen juju para que uno de nosotros
gane esta —dice Bianca, besando su rotulador y teniéndolo listo para
puntear las casillas.
Dom pone los ojos en blanco.
—Tú y tu mierda de juju.
—¡Eh! —Le da un golpe en el brazo—. No son tonterías.
Los hago callar.
—Está a punto de empezar.
No suelo ser una persona competitiva, pero realmente quiero ganar
esto. Necesito ganar esta semana.
La chica en el escenario dice los números. Tengo los cinco primeros
números, pero no tengo los dos siguientes. Este juego es un juego de cartas
completo, lo que significa que tengo que sacar todos los números de mi carta
para ganar.
Sigue diciendo las combinaciones de letras y números, y un rápido
vistazo a las cartas de Dom y Bianca me dice que lo estoy haciendo mejor
que ellos. La emoción me hace burbujear el estómago y me remuevo en la
silla.
—Joder, Aria. Estás cerca —dice Bianca, echando un vistazo.
Asiento, sin apartar los ojos de mi tarjeta de bingo por miedo a que no
acierte uno de los números. Hasta que siento un cosquilleo en la nuca al
sentirme observada. Miro por encima del hombro para averiguar quién
puede ser. ¿Será la persona que dejó la foto?
Pero me encuentro con la mirada perdida de Gabriele mientras toma
algo de beber. Es imposible leerlo. No sé si está enfadado, si tiene curiosidad
o si no tiene nada.
Cuando siento que alguien me aprieta la mano, me doy la vuelta.
Dom tiene su mano sobre la mía y la otra apunta a mi tarjeta.
—Ha llamado a B6. Márcalo en tu tarjeta.
Parpadeo rápidamente y hago lo que me dice, volviendo a centrarme
en el juego. Me quedan dos espacios vacíos. La próxima que diga ya la tengo.
Me inquieto en la silla y me da un vuelco el corazón. Echo un rápido vistazo
a mi alrededor y veo una mesa al fondo animando a un tipo que supongo
que también está a punto de ganar.
Bianca y Dom se levantan de sus asientos, dejando sus cartas donde
están ya que tienen al menos la mitad de sus cartas por rellenar todavía, y
se agolpan detrás de mi silla. Como si no supiera ya de memoria lo que
necesito.
La siguiente que dicen no la tengo, y miro al tipo de la esquina. Mueve
la cabeza hacia sus compañeros de mesa. Nuestras miradas se cruzan un
instante antes de que ella diga el siguiente número.
—G-Sesenta —Apenas marco la casilla, mi silla se echa hacia atrás y
me pongo de pie.
—¡BINGO! —grito, sosteniendo la tarjeta sobre mi cabeza.
El resto de la sala gime, pero Bianca y Dom saltan de alegría conmigo.
Me abrazan.
Cuando me separo de Dom, veo a Gabriele junto a la salida,
mirándonos con los ojos entrecerrados, justo antes de darse la vuelta y
marcharse. Así de repente, mi entusiasmo disminuye un poco.
Domingo por la noche, estoy saliendo del comedor después de cenar
con Sandro cuando Antonio nos sigue a la salida.
—Gabriele, espera.
Me giro para mirarlo.
—¿Podemos hablar? —Antonio mira a Alessandro, que me mira a mí.
Asiento hacia Sandro.
—Danos un minuto.
Sus labios forman una fina línea, pero asiente de mala gana.
—Nos vemos en Casa Roma.
Una vez que está lo suficientemente lejos como para no escucharnos,
levanto la barbilla hacia Antonio.
—¿Qué pasa?
—Tengo información para ti.
Cruzo los brazos.
—Qué rápido. Escuchémosla.
—Atendí la primera llamada esta mañana e hice que Sofía atendiera
la última para que la utilizara para ver si habían podido recabar alguna
información. Seguro que sabes lo poco que se tarda cuando sabes lo que
buscas.
Asiento.
—Dale las gracias a Sofía de mi parte por desperdiciar su llamada.
—Lo hizo por mí. No le gusta que esté en deuda contigo más que a mí.
Sonrío. Lo que debe ser tener a alguien de tu lado como Sofía lo es
para Antonio y Mira lo es para Marcelo. No es algo que haya deseado nunca.
Claro, en algún momento estaré comprometido, pero aparte de tener un
heredero, no tendré que relacionarme con mi mujer. Pero estas dos parejas
están realmente haciendo una relación honesta y veraz en nuestro mundo.
Parece irreal.
—¿Qué has descubierto? —pregunto.
—Tu mejor apuesta es Rachel Proctor. Trabaja en seguridad. Lleva en
la academia unos seis meses o algo así. Madre soltera de tres hijos. El
marido no paga la manutención. Uno de sus hijos tiene una enfermedad
crónica que requiere muchos cuidados. Probablemente tomó el trabajo aquí
porque paga mejor que la mayoría. Por lo que mis chicos pudieron
encontrar, está limpísima. Sin arrestos, sin antecedentes, ni siquiera una
multa por exceso de velocidad.
—Buen trabajo.
Asiente.
—Mis chicos van a enviar toda la información a la Academia por mí.
Espero que lo consigan, pero como son papeles, no deberían marcar nada.
Pensé que querrías eso en caso de que no puedas resolver las cosas con esta
Rachel.
—Genial, gracias. Pásalo cuando lo tengas.
—Lo haré. ¿Así que ahora estamos en paz? —Arquea una ceja.
—No estamos a mano, pero puedes tachar un favor de tu lista.
Sonríe.
—Valía la pena intentarlo.
Mientras se dirige de nuevo al comedor, me río entre dientes y sigo el
camino.
Qué bien. Esto es bueno. Ahora tengo una debilidad que puedo
explotar. Me he vuelto loco todo el fin de semana sin nada que hacer.
Normalmente estaría recopilando información sobre mis compañeros o
trabajando en mi proyecto secreto, intentando averiguar si nos hará ganar
dinero. Pero como no tengo mi equipo, me he pasado el fin de semana
repitiendo una y otra vez el rostro de Dom cuando abrazaba a Aria en la
cafetería.
¿Le gusta?
Y si lo hace, no tengo motivos para preocuparme. La rechacé.
Ya sabes por qué.
He conseguido mantenerme alejado de ella desde que la vi el viernes,
pero es inevitable que vuelva a verla y a hablar con ella. Necesito superar
este anhelo constante por ella antes de hacerlo.
Entro en Casa Roma. En lugar de esperar en los ascensores con todos
los que vuelven de cenar, opto por subir por las escaleras. Cuando salgo por
las puertas de la escalera de la cuarta planta, me detengo como si tuviera
los pies atascados en arenas movedizas.
Aria está delante de mi puerta.
No hay nadie más en el pasillo, gracias a Dios. Lo último que necesito
es que circulen rumores sobre nosotros dos. Demonios, no quiero que nada
nos una. Esa es la razón por la que la estoy ayudando.
—¿Qué haces aquí? —pregunto mientras me acerco a ella y saco la
llave del bolsillo.
Cuando llego a mi puerta, la abro rápidamente y la meto delante de
mí, luego miro a ambos lados por si hay miradas indiscretas.
—No pueden vernos juntos, Aria. —Mi voz está llena de censura.
La he irritado, por la forma en que sus ojos se entrecierran
ligeramente.
—Me dijiste que acudiera a ti si surgía algo.
—¿Y? —Arqueo una ceja.
Ya se ha quitado el uniforme, así que lleva pantalones. Se mete la
mano en el bolsillo trasero y saca un teléfono. Tampoco es el de los
estudiantes. Es un teléfono desechable.
—Estaba a punto de salir a cenar cuando escuche un sonido en mi
bolso. Resulta que era esto.
Lo tomo y lo abro. Sólo hay un mensaje, y estoy seguro de que si
intentara rastrear el número, no encontraría nada. Es probable que sea otro
teléfono desechable que le está enviando mensajes. Abro el mensaje y leo:
2 Es un deporte de equilibrio sobre una cinta plana de unos cinco centímetros de nailon o
poliéster que se sujeta entre dos puntos fijos de anclaje, que pueden ser árboles.
Una vez que el decano ha terminado su discurso, los participantes se
dirigen a la línea de salida mientras los espectadores se dirigen a la estación
que deseen para tener la mejor vista del recorrido. Decido quedarme cerca
de la salida. Tras el pistolazo de salida, voy a sentarme en la colina porque
me ofrece una vista general decente del recorrido.
Todo el mundo se pone en fila y hablan de cómo van a patearle el culo
a los demás. Dante tiene la boca más grande.
—¡Vamos, Mira! —grito con las manos alrededor de la boca.
Ella me mira y me da un pulgar hacia arriba y una sonrisa. Cuando
se vuelve para mirar el recorrido, tiene una expresión intensa en su rostro,
y me queda claro cómo ganaron ella y mi hermano el año pasado.
Mi mirada se dirige al final de la fila, donde está Gabriele, y lo
encuentro ya mirándome. Nuestros ojos se cruzan y se sostienen antes de
que su primo lo agarre del hombro y le diga algo, robándole su atención.
Gabriele asiente, de acuerdo con lo que sea.
Entonces el decano da la cuenta atrás para el comienzo de la carrera
con el pistolazo de salida en alto. Suena un disparo y se ponen en marcha.
La primera prueba es el tramo de alambre de espina, probablemente
porque obliga a todo el mundo a meterse en el barro, lo que hace que el resto
de la carrera sea más difícil y poco divertida.
Los primeros en pasar son Dante y Dom, seguidos de Marcelo y Mira,
Gabriele y Sandro y, por último, Antonio y Tomasso. Todo el mundo grita y
anima a su equipo favorito. Yo soy una de las pocas sentadas en la colina
que domina la pista.
A medida que avanza la carrera, cambia muchas veces quién va
primero. Es una carrera muy reñida y ningún equipo domina, así que no
estoy segura de quién puede ganar. Todos llegan a la prueba final: el muro
del Olimpo. Es una pared de madera de tres metros que tienen que escalar
con pequeños agujeros o cadenas como agarres. Cuando llegan a la pared,
están codo con codo y, como yo estoy en la parte de atrás, no puedo ver
quién avanza mejor hasta que llegan a la cima.
La decepción se apodera de mi pecho cuando Dante es el primero en
llegar a la cima, y no mi hermano ni Gabriele. Se agacha, presumiblemente
para ayudar a su hermano a subir, y Dom trepa por la pared. Gabriele los
sigue, y después mi hermano.
Dejo de prestar atención a los demás y veo cómo los equipos de
Gabriele y Dante consiguen volver al suelo. Pero Sandro aterriza divertido
contra el muro y vacila antes de volver a levantarse, lo que los hace perder
tiempo.
Dante y Dom corren hacia la línea de meta y la cruzan primero,
Gabriele y Alessandro los siguen de cerca. Dante y Dom son inmediatamente
rodeados por un enjambre de gente, incluida Bianca, pero mi atención se
desvía hacia Gabriele. Me sorprende que no parezca disgustado por haber
quedado segundo, mientras que Alessandro está claramente furioso.
Me levanto, me limpio el trasero y me dirijo colina abajo hacia la
celebración. Aunque quiero acercarme a hablar con Gabriele, no puedo, así
que me dirijo hacia mi hermano y Mira. Los dos están cubiertos de barro,
así que no los abrazo ni nada, pero les digo que han hecho un gran trabajo.
Marcelo no dice gran cosa, y Mira me dedica una débil sonrisa. Está
claro que están decepcionados con el resultado. Especialmente desde que
patearon traseros el año pasado, por lo que he oído.
—Supongo que los veré más tarde en Vegas Night, después de que se
limpien —le digo.
Mira observa a mi hermano, que está hablando con Nicolo, Andrea y
Giovanni.
—No sé si llegaremos. Va a estar de mal humor toda la noche y puede
que tenga que... hacerlo sentir mejor.
Finjo atragantarme.
—Por favor, no seas gráfica en eso.
Se ríe.
—Pero vas a ir, ¿verdad?
Asiento, aunque no sé con quién iré ahora. Podría obligar a los amigos
de mi hermano y que me dejaran ir, o podría ver qué hacen Sofía y Antonio,
pero ninguna de esas opciones suena divertida. Sería la tercera en discordia
con Sofía y Antonio, y los estorbaría, aunque nunca lo dijeran por ser mi
hermano.
Veo a Bianca por encima del hombro de Mira. Quizá vaya a ver si tiene
pensado asistir. Todavía quiero asegurarme de que la familia Accardi no está
detrás de la fotografía.
—Bueno, que se diviertan haciendo lo que sea que vayan a hacer. Nos
vemos luego —digo antes de alejarme.
Camino en dirección a Bianca, pero antes de alcanzarla, Dom se cruza
en mi camino.
—Oye, Aria, ¿no vas a darme un abrazo de felicitación? —Con una
gran sonrisa, extiende las manos a los lados.
Me echo hacia atrás.
—No es probable. Quién sabe lo que hay en ese barro. —Los dos nos
reímos—. Pero felicidades.
—Gracias. ¿Qué vas a hacer luego? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—Pensé que podría echar un vistazo a lo de Vegas Night. ¿Y tú?
—Lo mismo. ¿Quieres que vayamos juntos? —Arquea una ceja.
No sé qué decir. Me gusta Dom, pero no me gusta en ese sentido. Sé
que no va a pasar nada entre Gabriele y yo, pero no puedo evitar lo que
siente mi corazón. No me parece justo engañar a Dom diciéndole que sí. Al
mismo tiempo, quizá pasar más tiempo con él me dé una mejor oportunidad
de averiguar si sabe algo de la foto.
—Suena divertido, pero ¿sería una cita?
Me dedica una sonrisa que estoy segura que funciona con muchas
mujeres. Yo no soy una de ellas.
—¿Quieres que sea una cita?
—Honestamente, no estoy buscando salir con nadie. Todavía estoy
superando a alguien. —No necesita saber los detalles, ni el hecho de que ese
alguien está a seis metros a su izquierda.
—Me parece justo. —Pone las manos en las caderas—. Amigos
entonces. Que sea una cita de amigos. Pero si alguna vez quieres tener una
cita, dilo.
Me río.
—Me parece bien.
—De acuerdo, me pasaré por tu dormitorio a las ocho. —Justo
entonces, Dante grita su nombre. Dom pone los ojos en blanco—. Mejor voy
a ver qué quiere Su Majestad. Hasta luego.
Cuando le echo un vistazo a Gabriele, vuelve a mirarme. Lo que no sé
es si lo hace porque está intentando averiguar si alguien con quien hablo
podría ser la persona que hay detrás de la fotografía, o por otra razón
totalmente distinta.
3 Persona contratada en los casinos para dirigir el juego, repartir las cartas, controlar las
apuestas, etc.
No hay nada que valore más que el control, y Aria me empuja al borde
de perderlo cada maldita vez.
—Toma. —Le doy el resto de mis fichas a Sandro—. He terminado con
esta mierda. Nos vemos mañana.
No espero a que responda. En lugar de eso, me levanto de mi asiento
y atravieso el gimnasio hasta el pasillo. Por supuesto, el destino tiene otros
planes para mí porque en el momento en que salgo del gimnasio, Aria sale
del baño y camina hacia mí. Sus pasos vacilan mientras camina hacia mí,
pero levanta la barbilla como la mujer orgullosa que quiere que todos crean
que es.
No estoy seguro de lo que ocurre. En un momento estamos caminando
el uno hacia el otro, y me digo a mí mismo que no le haré ni le diré nada, y
al siguiente la tengo inmovilizada contra la pared. Pero en lugar de protestar,
se queda allí respirando agitadamente, con sus ojos llenos de lujuria
clavados en mí.
—¿Qué carajo te crees que estás haciendo? —le digo, enfadado
conmigo mismo por ceder a mi necesidad de ella.
—¿Qué quieres decir? —Su voz es entrecortada. Mi mirada la recorre
de arriba abajo, memorizando sus curvas en el ajustado vestido.
—Estás aquí con Domenic. ¿Por qué? —Aprieto mi cuerpo contra el
suyo y ella abre las piernas, dejando espacio para que mi muslo roce su
cuerpo mientras apoyo sus manos en la pared.
La chispa de sus ojos oscuros me dice que no va a dejar que me salga
con la mía. Va a luchar contra mí.
—¿Qué más te da? Has dejado perfectamente claro que no quieres
tener nada que ver conmigo de esa manera.
—No me importa. No por las razones que tú quieres.
Mentiroso.
—Pero si está involucrado en algo en este plan, tienes que tener
cuidado. No eres la única que tiene algo que perder aquí. —Presiono mi
muslo entre sus piernas y ella inhala, pero no muestra nada.
Sus ojos se entrecierran y una pequeña sonrisa dibuja sus labios
carnosos.
—Sigues fingiendo que es por eso por lo que estás enfadado. Te
mientes a ti mismo porque, en el fondo, sabes que es más que eso.
Me sostiene la mirada, sin echarse atrás.
Con una maldición, empujo la pared, soltándola, y me alejo. Tiene
razón y los dos lo sabemos. No engaño a nadie.
Me tumbo en la cama sin poder dormir, considerando todas las
posibilidades.
Primero, seguir golpeándome con pensamientos de Aria y nunca estar
completamente satisfecho. Menos que apetecible.
Segundo, hablar con su hermano y confesarle que tengo cierto interés
en su hermana pequeña y pedirle su bendición para salir con ella. Menos
atractivo que la primera opción. ¿De verdad quiero que me pateen el culo
esta noche?
Tercero, ceder a la atracción que hay entre nosotros y esperar que,
una vez que vea lo que me gusta, no ahuyente a Aria para siempre. Ojalá.
¿Será mi lado dominante demasiado para una chica inocente como
ella?
Pero entonces recuerdo su reacción cuando la tenía inmovilizada
contra la pared esta noche... la forma en que sus párpados se volvieron
pesados y sus fosas nasales se encendieron. Cómo apretó sus muslos
alrededor de mi pierna. La forma en que sus pezones picaban bajo la tela de
su vestido.
¿Es posible que le guste que la controlen? ¿Le excita mi lado
dominante?
Si estuviera con ella, ¿se sentiría menos corrompida y más codiciosa
si le diera lo que realmente necesita, lo que desea?
Después de estar tumbado en la cama otra hora, decido que sólo hay
una forma de saberlo con seguridad. Es tarde, y mientras subo las escaleras
hasta su dormitorio, me digo a mí mismo que no iré al infierno por lo que
estoy a punto de hacer. Porque tengo pocas dudas de que a Aria le gustará
lo que le ofrezco esta noche. La cuestión es qué pasará después.
Me asomo por la pequeña ventana de la puerta de la escalera y no veo
a nadie en el pasillo, así que salgo y me dirijo a su dormitorio, donde llamo
suavemente a la puerta. Como no contesta, vuelvo a llamar. La puerta se
abre de golpe y veo a Aria vestida sólo con una camiseta grande de color
morado claro. Al menos en mi mente, no lleva ropa interior.
—¿Gabe? —Debe de haber estado durmiendo porque tiene los ojos
somnolientos y el cabello despeinado de una forma que me hace desear que
hayan sido mis manos las que lo hayan despeinado.
Que acorte mi nombre me hace sentir aún más posesivo de lo que ya
me siento con ella. Nunca lo había hecho. Muy pocas lo hacen, al menos
frente a mi.
No digo nada y paso a su lado, diciéndome a mí mismo que es porque
no quiero que nadie me atrape aquí, cuando en realidad es porque necesito
estar más cerca de ella.
Necesito respuestas a las preguntas que tengo en la cabeza.
Necesito saber si tengo razón sobre ella.
—En Miami, cuando descubriste qué era ese lugar, ¿por qué no te
fuiste inmediatamente?
Suspira detrás de mí y me giro para mirarla, tomándola por sorpresa.
Parpadea y parece que intenta recordar lo que le he preguntado. Luego se le
afinan los labios y me mira con ojos de enfado.
—¿De verdad has venido aquí en mitad de la noche para darme un
sermón?
—Responde a la pregunta, Aria.
Levanta las manos, aparentemente exasperada.
—Porque tenía curiosidad. Porque me excitaba. Porque quería
explorar mi sexualidad. No sé, elige lo que quieras. —Camina hacia la
cama—. Ahora ahórrame el sermón sobre cómo nos metí en todo este lío y
vete. Me vuelvo a la cama.
Nunca he conocido a nadie como ella, al menos en mi mundo. Es
dulce, pero cuando se trata de eso, ella tiene una columna vertebral. Como
echarme de su dormitorio, o cómo me llamó la atención antes. La forma en
que es tan abierta sobre su sexualidad y no parece avergonzarse de querer
explorarla.
Las mujeres en mi mundo son criadas para servir a su marido, claro.
Pero se supone que deben ser madres e inocentes. En lugar de satisfacer
sus propias necesidades, trabajan para satisfacer las de sus parejas.
Pero Aria no es así. Si es porque siempre ha sido así, o si es un
subproducto de que su padre haya muerto y ya no pueda sermonearla, no
lo sé. Tampoco me importa.
Antes de que pueda pasar, la agarro del brazo y la atraigo hacia mí.
Se le escapa la respiración y aprieto mis labios contra los suyos. Al principio
no sé si acepta el beso, porque se queda inmóvil. Me vendría bien que me
apartara y me mandara a la mierda.
Pero a los pocos segundos me rodea el cuello con las manos y me
aprieta el pecho mientras deslizo la lengua por sus labios. Se me pone dura
y le meto una mano en el cabello de la nuca, inclinándola como a mí me
gusta. Gime cuando la saboreo, exploro su boca y le muerdo el labio inferior
antes de apartarme.
—He terminado de luchar, Aria. No puedo más. Pero antes de
empezar, necesito saber si estamos de acuerdo.
No dice nada, me mira como si estuviera aturdida.
—Me gusta tener el control. Eso no significa que no vaya a
proporcionarte placer, ése es siempre el objetivo. Pero necesito saber que
puedes manejar mi lado dominante. Dices que quieres explorar tu
sexualidad, y yo estoy de acuerdo en ser quien lo haga por ti, pero eso es
todo lo que puede ser. Tú y yo... nunca podremos ser más que eso. —Pienso
en su hermano y en mi padre y frunzo el ceño—. Nadie puede saber nunca
de nosotros. No hay futuro para nosotros. Necesito que lo sepas antes de
que ocurra nada más.
Un destello de decepción brilla en sus ojos cuando digo que no
tenemos futuro, pero debe de oír la verdad porque se queda callada unos
instantes antes de asentir.
—Estoy de acuerdo con todo eso. Pero yo también tengo una
condición.
Arqueo una ceja, impresionado de que me responda.
—¿Qué?
—No puedes estar con nadie más mientras hacemos esto. No quiero
tener que preocuparme de que otra chica se meta en tu cama.
Mis manos bajan más allá de su cintura y aprietan su culo por encima
de su larga camiseta.
—Eso también va para ti.
Asiente.
—Trato hecho.
—Séllalo con un beso. Tengo planes para ti.
Me separo, poniendo fin a nuestro beso.
—Siéntate en el borde de la cama.
Hace lo que le pido sin decir palabra, lo que hace que mi polla se
engrose en mis pantalones.
Luego la estudio durante un minuto, decidiendo qué escena quiero
representar aquí. Desde Miami me han pasado muchas cosas por la cabeza:
lo que le haría si tuviera la oportunidad. Y ahora me cuesta elegir.
Pero probablemente deberíamos empezar con calma, sin sexo. Quiero
estar seguro de que esto es lo que ella quiere, de que esto es lo que le da
placer. Si alguna vez sintiera que me arrepiento de esta mujer, creo que
querría suicidarme.
Imagino todas las formas en las que he querido penetrarla y, una vez
decidido el curso de acción, me dirijo a su tocador, recordando dónde guarda
las medias que llevará con el uniforme durante los meses más fríos. Tendré
que improvisar un poco, ya que no hay cuerda, lo cual no es un problema.
En todo caso, soy prudente con mis recursos.
Tras abrir el cajón, saco dos pares de medias oscuras y me vuelvo
hacia ella. Aria está sentada en el borde de la cama, con los ojos de cierva
más abiertos de lo normal y el pecho agitado. No sé si de excitación o de
miedo. Espero que ambas cosas.
—Si cambias de opinión, si en algún momento es demasiado, di alto,
y lo haré.
—¿No necesitamos una palabra de seguridad o algo así? —Le tiembla
la voz.
—Sé lo que significa la palabra alto. Dices eso, y termina.
Inmediatamente. Sin juzgar. No todo el mundo quiere ser controlado, y eso
está bien. Pero necesito estar seguro de que no vas a hacer algo que no te
gusta para complacerme. Lo que me complace —doy unos pasos hacia
delante, de modo que nos separan solo treinta centímetros, y ella me mira
desde abajo—, es complacerte a ti. Es darte placer cuando y como yo quiero.
O negarte el placer cuándo y cómo yo quiera. Pero no se trata sólo de mí,
aunque codicie el control. ¿Lo entiendes?
Asiente lentamente.
—Necesito que lo digas, Aria.
—Lo entiendo.
—¿Qué vas a decir si se vuelve demasiado?
—Que pares.
—Bien. —Hago un gesto brusco con la cabeza—. Ahora quítate la
camiseta.
Respira entrecortadamente, no sé si por mi orden o por el cambio en
mi voz, la autoridad que le ordena hacer lo que yo quiero. Pero esa
respiración entrecortada hace que mi polla se retuerza.
Sus manos bajan hasta el dobladillo de la camiseta y se la sube por
la cabeza.
No me jodas.
Su cuerpo es una obra de arte. La forma en que sus tetas tienen el
tamaño perfecto para su cuerpo, turgentes con pezones oscuros, tensas por
la excitación. Su cintura se estrecha antes de que sus caderas se ensanchen
de una forma que me hace desear tenerlas en mis manos mientras la penetro
por detrás. Pero todo a su tiempo.
Quiero acostumbrar a Aria a este acuerdo. Asegurarme de que le gusta
de verdad antes de empalarla con mi polla.
—Sei così bella 4 —le digo, tocándole un pecho.
Su espalda se arquea ante mis caricias y sus ojos se cierran cuando
mi pulgar recorre su pezón. Me detengo más de lo previsto.
Doy un paso hacia ella y aprieto el otro pecho con la otra mano. Abre
los ojos y sus fosas nasales se agitan cuando se da cuenta de que tiene mi
polla dura delante de ella. Oculta tras la tela de mis pantalones y mis bóxers
pero evidente al fin y al cabo.
Me encanta saber qué la excita. Mientras juego con sus tetas, su
respiración se acelera, indicándome que le gusta. Pero cuando le retuerzo el
pezón entre el pulgar y el índice, deja caer la cabeza hacia delante y se apoya
en mi erección.
Gimo, miro hacia abajo y la veo allí. Tan cerca y tan lejos.
Mientras continúo con mis ministraciones, ella acaricia mi polla,
rozando y proporcionando una pequeña cantidad de fricción, pero la
suficiente como para que ya no pueda contenerme.
Retiro las manos de su cuerpo y doy un paso atrás.
6 Perfecta.
saco la polla varias veces, impresionado de que sea capaz de soportar toda
mi longitud y maravillado por cómo se abulta su garganta cuando estoy
completamente dentro de ella.
Empujo hacia dentro y me mantengo ahí, agarrando su garganta y su
mandíbula y moviéndola de un lado a otro sobre la base de mi polla. Joder,
es una sensación celestial. La saco cuando creo que ya no puede aguantar
más, y ella aspira un gran suspiro de aire.
Las piernas de Aria se retuercen. Debe de estar a punto.
Me inclino hacia delante mientras vuelvo a introducirme en su boca y
saco el vibrador de entre sus piernas. Gime alrededor de mi polla. Con las
manos a ambos lados de su cuerpo, le follo la boca en serio, como si fuera
su coño. Miro la longitud de nuestros cuerpos y gimo cuando mi polla
desaparece en su boca ansiosa y expectante.
Es tan hermosa, tumbada, atada y a mi merced. Sus labios hinchados
se abren alrededor de mi polla, que se introduce en su garganta. No puede
hacer otra cosa que aceptarlo. Aceptar lo que le estoy ofreciendo. Y la
confianza que requiere, especialmente cuando me conoce. Sabe la vida que
llevo y de lo que soy capaz. Joder.
Gimo. Podría correrme pensando en ello.
No voy a poder aguantar mucho más.
Cuando le follo la boca con más fuerza, espero que haga algo para
apartarme de ella. Estoy preparado. Pero no lo hace. Lo acepta de buena
gana. Dios, es jodidamente perfecta.
—Creo que te dejaré correrte ahora, Aria. ¿Te gustaría?
No puede responderme con mi polla en la garganta, pero emite algún
sonido que podría interpretarse como un sí. Apoyándome en una mano,
busco junto a ella el vibrador que sigue vibrando sobre la cama y aumento
el ritmo.
—Esto debería ayudar. —Vuelvo a deslizar el vibrador entre sus
piernas y se agita debajo de mí, tirando de las correas de sus brazos—.
Mírate. A mi merced. Podría hacerte lo que quisiera y lo aceptarías, ¿verdad?
—Continúo bombeando en su boca, luego me detengo para mantenerme allí.
Cuando me doy cuenta de que está al límite, vuelvo a subir el nivel
del vibrador y grita alrededor de mi polla.
Por mucho que quiera pintarle el interior de la garganta, quiero
marcarla de una forma que yo pueda ver. Así que la saco de la boca y apoyo
mis pelotas en sus labios. Se mete una en la boca y se arquea sobre la cama,
gritando mientras se corre en una oleada tras otra de placer. Después de
unos cuantos bombeos rápidos, el rostro de ella se cubre de mi flujo,
pintándola de la forma más bonita posible.
Los dos jadeamos mientras nos corremos. Me seco el sudor de la frente
y veo cómo su respiración se ralentiza, cómo mi semen resbala por su rostro.
Hermoso.
Sin mediar palabra, entro en su cuarto de baño y mojo una toallita
para limpiarla.
Lo primero es lo primero. Rápidamente la libero de las ataduras
improvisadas para que pueda sentarse. Una vez que tiene los brazos libres,
la ayudo a girar y a incorporarse lentamente.
—No tan rápido, o te marearás.
Una vez sentada en el borde de la cama, limpio su rostro. Una vez
limpia, vuelvo al baño para limpiarme yo. Cuando termino, me reúno con
ella, recojo mis pantalones del suelo y me los pongo antes de sentarme a su
lado en la cama.
Sigue desnuda, pero no hace ningún esfuerzo por taparse. Me encanta
que se sienta tan cómoda en su propia piel. Tiro de la mano que tengo más
cerca y le masajeo suavemente la muñeca.
—¿Te duele? —le pregunto.
Niega.
—Las muñecas no. —Cuando frunzo el ceño, sin entender, añade—:
Llevas mucho calor en esos pantalones. —Mueve la mandíbula de un lado a
otro.
Echo la cabeza hacia atrás y me río.
—Me disculparía, pero en realidad no lo siento.
Sonríe, con un brillo en sus ojos castaños.
—Me alegro de que por fin hayas cedido a esto entre nosotros.
Mi diversión se desvanece.
—No sabía si te gustaría lo que a mí me gusta.
Me sostiene la mirada.
—Me gusta totalmente. Me gusta cuando tienes el control.
Joder, esta mujer es perfecta.
Pero se equivoca... Puede que tenga la ilusión del control, pero no hay
duda de que me tiene tomado por las pelotas.
Prácticamente floto por los pasillos de la Academia durante los
próximos dos días después de que Gabriele sale de mi dormitorio el sábado
por la noche.
Lo que hicimos… basta decir que fue incluso mejor de lo que
imaginaba que podría ser, y ni siquiera tuvimos relaciones sexuales. Nuestro
encuentro fue un poco sucio, un poco degradante, pero al mismo tiempo, él
me cuidó tan bien antes, durante y después de eso que era imposible no
sentirme mimada de alguna manera extraña.
Estoy tratando de no darle demasiada importancia, disfrutar y
explorar lo que me gusta, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Sería una
mentirosa si dijera que no esperaba que en algún momento cambiara de
opinión. Pero por ahora, estoy contenta de ver qué pasa. Mientras obtenga
más de lo que hicimos esa noche.
Siempre pensé que Gabriele era sexy, pero cuando se alzó sobre mí,
con control y rezumando poder, las profundidades de mi fascinación por él
alcanzaron un nivel completamente nuevo.
El sonido de un chirrido resuena en la bolsa colocada a mis pies y me
deja quieta. Es la mitad de la clase, y un sexto sentido me dice que no es el
teléfono proporcionado por la academia el que recibió un nuevo mensaje.
Durante el resto de mi clase de Introducción a la Malversación, estoy
nerviosa y ansiosa. Quiero ver qué carajos dice.
En el momento en que termina la clase, no espero a Bianca, sino que
le digo que tengo que ir al baño antes de mi próxima clase. Me apresuro al
baño de damas más cercano y me encierro dentro de un cubículo, cuelgo mi
bolsa del gancho y busco ambos teléfonos.
Como pensé, es el teléfono desechable que dejó la persona misteriosa
con un mensaje nuevo. Reviso el mensaje y leo:
Aria y yo nos unimos al Mile High Club 8 una hora antes de aterrizar
en el aeropuerto JFK 9. Desde allí tomamos un helicóptero hasta Manhattan.
—¿Mi mamá sabe que vamos a ir? —pregunta mientras el conductor
que Marcelo nos organizó nos lleva en dirección a la suite del ático que su
madre solía compartir con su padre.
Sacudo la cabeza y tomo su mano.
—No. Ella está lejos.
Su cabeza gira en mi dirección.
—¿Ah sí?
—Eso es lo que dijo tu hermano. Dijo que está de vacaciones en el
10 Querida.
—¡No tienes nadie a quien culpar salvo a ti misma!
Ae acerca y yo me estremezco, pensando que va a golpearme de nuevo,
pero en lugar de eso, me arranca el collar del cuello y lo arroja hacia un
lado. Oigo que golpea la pared. Estoy temblando, mi pecho atormentado por
sollozos porque estos serán mis últimos momentos.
Feliks parece estar decidiendo exactamente cómo me va a hacer sufrir
cuando Igor dice detrás de él:
—Pakhan 11.
Feliks lo mira por encima del hombro y yo también lo miro. Igor señala
al suelo. Sigo la dirección de su dedo para ver que está apuntando a mi
collar que rebotó en la pared y aterrizó a un par de metros de nosotros.
Cuando me doy cuenta de lo que está señalando, mis ojos se abren de
par en par.
La cabeza de Feliks se vuelve hacia mí y encuentro su mirada mientras
una lenta y sádica sonrisa se forma en su rostro.
12 Eres mi vida.
Ha pasado un mes desde que todo se hundió con los rusos y las cosas
han sido intensas. La tensión en el campus es palpable, y en el mundo real,
miembros de la mafia italiana y de la Bratva rusa han estado muriendo en
cantidades que no habíamos visto en décadas.
Perder constantemente miembros de tu organización y que las
ganancias caigan no es un buen negocio, así que es bueno que el pequeño
proyecto en el que he estado trabajando esté dando más frutos de lo que
esperaba.
Descubrí cómo utilizar la Inteligencia Artificial para influir en el
comportamiento de compra de acciones. La Inteligencia Artificial planta
historias escritas de cierta manera en los medios y en las redes sociales,
analiza los efectos que tienen en las acciones, las modifica y lo hace una y
otra vez hasta que veo los resultados que quiero. Lo único que tengo que
hacer es comprar y vender legalmente en los momentos adecuados. Genio,
si lo digo yo mismo.
Con el estado de las cosas, estoy nervioso por estar lejos de Aria, por
eso insistí en que regresara conmigo a Seattle en nuestras vacaciones de
Acción de Gracias de Sicuro.
Aria todavía no tiene idea de que fue la organización de su propia
familia la que eliminó a mi padre, y así seguirá siendo. He tenido que
interpretar al hijo afligido durante las últimas semanas, lo cual no es tan
difícil ya que lamento cómo resultaron las cosas. Pero eran necesarios.
Intentó tomar lo que más significa para mí en el mundo.
Hasta ahora hemos estado encerrados en mi casa, pero tenemos
planes de ir a visitar a mi madre esta tarde. Verla es la peor parte de todo lo
que pasó. Está un poco perdida sin mi padre, pero sé que lo superará.
Pero hay algo que planeo hacer antes de ir a ver a mi madre. Y si Aria
alguna vez saliera del maldito baño, yo podría empezar. Ella nunca tarda
tanto en prepararse.
Cruzo mi suite principal y llamo a la puerta del baño.
—¿Todo bien ahí dentro?
No responde y mi mano va hacia la manija de la puerta. Hago una
pausa cuando escucho su voz.
—No estoy segura. —Suena llena de preocupación.
No me molesto en esperar a que me pida que entre. Simplemente
entro. Ella está de pie con su bata blanca, el cabello y el maquillaje ya
hechos, mirando el mostrador de mármol. Me quedo quieto cuando veo lo
que tiene delante y cuando gira la cabeza y me mira, no tengo que preguntar
qué reveló la prueba de embarazo; ya lo sé.
Está embarazada.
Sospeché que podría estarlo, pero nunca mencionó el tema, así que
yo tampoco, pensando que ya tenía suficiente con lo que lidiar después de
lo sucedido.
Me acerco detrás de ella y envuelvo mis brazos alrededor de su
cintura, dejándolos descansar sobre su bajo vientre, luego me encuentro
con su mirada preocupada en el espejo.
—¿Un bambino 13? —Levanto las cejas.
Asiente, pareciendo todavía un poco insegura. Pero cuando sonrío
ante su reflejo, dejando que toda la alegría dentro de mí en este programa
de noticias, ella se relaje en mi cuerpo.
—¿Estas feliz?
—Por supuesto que estoy feliz, bella. —Beso su sien—. Nunca he sido
más feliz. Vamos a ser una familia.
Sus hombros se hunden y sé lo que está pensando. Y sé cómo
solucionarlo. De todos modos, era parte de mi plan hoy.
—Quédate aquí. —Aparto mis manos de ella.
Me lanza una mirada divertida, pero levanto un dedo y le digo que me
dé un minuto.
Cuando salgo del baño, me dirijo al vestidor que en realidad se parece
más a una pequeña boutique y entro en el cajón donde guardo todos mis
relojes. Saco la caja roja Cartier con el anillo. Dentro se encuentra el anillo
de diamantes en forma de pera de cinco quilates que elegí para ella. Uno
que sea digno de una reina: mi reina. Mi Aria.
Deslizo el anillo en mi bolsillo y regreso al baño para encontrarla
mirando nerviosamente hacia la puerta. Sin decir una palabra, me acerco a
ella y la levanto suavemente para sentarla en el mostrador, luego le doy un
beso lento y lánguido. Terminando el beso, tomo su mano y uso la otra para
deslizar su cabello detrás de su oreja.
—Aria, fui tan tonto cuando nos conocimos, y traté de alejarte,
13 Niño.
pensando que no eras lo que quería o necesitaba. Me vuelve loco pensar que
si no hubieras sido tan persistente, tal vez no estaríamos aquí. —Llevo su
mano a mis labios y beso sus nudillos.
—Anoche, después de que te quedaste dormida, busqué lo que
significaba tu nombre. Evidentemente sé que la traducción del italiano al
inglés es aireada. Y eso es perfecto, porque eres el aire que respiro. Tú me
das vida. Y sí, también es una canción o una melodía, lo cual me pareció
apropiado porque fuiste tú quien trajo la música a mi corazón. Quien lo hizo
sonar con una melodía que solamente tú puedes.
Se le llenan los ojos de lágrimas y se muerde el labio inferior para no
llorar.
—En griego, Aria significa leona, lo cual también encaja porque, si
bien pareces recatada e inocente, debajo de ese exterior hay una luchadora,
una sobreviviente. Y no me sorprendió descubrir que en persa significa
noble. Ahora, me estás dando el regalo más grande que una mujer puede
darle a un hombre al darme un hijo. Internet también me dijo que en la
mitología griega, Aria es la mujer que le dio un hijo a Apolo. Dudo que sea
una coincidencia.
Metiendo la mano en mi bolsillo, saco el anillo. Ella jadea y levanta las
manos para cubrirse la boca.
—Mia regina 14, no puedo imaginar estar separado de ti jamás. No
sobreviviría. ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa y dejarme
pasar el resto de mi vida demostrándote cuánto te amo?
—¡Dios mío, sí! ¡Sí! —Envuelve sus brazos alrededor de mi cuello y me
arrastra para abrazarme.
Me río de lo contundente que es. Cuando se retira, las lágrimas caen
por su rostro. Deslizo el anillo en su dedo, luego toco sus mejillas y uso mis
pulgares para secar las lágrimas.
—Se supone que este es un momento feliz.
Ella ríe.
—Estoy tan llena de felicidad que se me está escapando.
Sonrío y la beso de nuevo. Después de admirar el anillo durante unos
minutos y preguntarme cómo lo conseguí a sus espaldas, su rostro se pone
serio.
Ladeo la cabeza.
—¿Qué?
—No pregunté cómo fue tu reunión antes…
14 Mi reina.
Tuve una videollamada con los jefes de las otras tres familias italianas.
—No luzcas tan nerviosa. Todo salió bien. —Me llevo la mano con su
nuevo anillo a la boca y beso sus nudillos.
—¿Puedes hablar sobre lo que pasó?
No hablo mucho de negocios con Aria, en parte porque no quiero
contaminarla con más tonterías de las que ya ha tenido que soportar, pero
también porque eso la hace menos objetivo, pero lo descubrirá pronto de
todos modos. Todo el mundo lo hará. Dante incluido.
—Nos reunimos todos para decidir una manera de frenar todas las
matanzas que están ocurriendo entre nosotros y los rusos.
—¿Se les ocurrió algo?
Asiento.
—Lo hicimos. Dante aún no lo sabe, pero se casará con Polina
Aminoff.
Su boca se abre.
—¿La hermana pequeña de Feliks?
Odio incluso escuchar el nombre de ese stronzo en sus labios, y
aprieto los dientes.
—Sí.
—Pero… pero ¿por qué? Nunca se ha hecho nada parecido.
—Tiempos desesperados. —A Dante no le gustará, pero no tiene otra
opción. Y los rusos estarán de acuerdo por lo que había en ese USB—. Basta
de esto. Nunca antes había tenido una prometida y quiero meterle la polla
en la garganta por primera vez.
Los párpados de Aria caen instantáneamente y junta las piernas.
—¿Podemos usar el cinturón?
—Me decepcionaría si no lo hiciéramos. —Me inclino y la beso de
nuevo: mi mujer, mi futura esposa, mi todo.
El siguiente Julio…
Han sido un par de semanas largas. Aria tendrá su parto en cualquier
día y su madre llegó hace dos semanas para el nacimiento de su primer
nieto. Ella no quiere perdérselo, así que llegó temprano y se quedó en
nuestra casa.
Luego llegaron Marcelo y Mirabella la semana pasada.
No es el fin del mundo, pero extraño nuestra privacidad. Solía ser que
si tenía ganas de follarme a mi esposa (nos casamos en una ceremonia
improvisada el pasado Día de Acción de Gracias antes de que Aria
comenzara a notársele el embarazo), podía simplemente desnudarla en
medio de la cocina, colocarla en el mostrador e irme a la ciudad.
Ahora me dice que guarde silencio en nuestra suite principal por si
acaso alguien nos escucha cuando estoy entre sus piernas, incluso si están
al otro lado de nuestra extensa casa.
Afortunadamente, hoy los tres huéspedes de nuestra casa volarán a
Portland para hacer algo de turismo. Es solamente un vuelo de media hora
y cómo van a tomar mi avión privado, si pasa algo con Aria y el bebé podrán
regresar fácilmente a tiempo.
Entro a la cocina y los encuentro a los cuatro sentados alrededor de
la mesa del desayuno frente a un desayuno buffet que preparó el personal.
—Buenos días a todos. —Me acerco detrás de Aria y me inclino para
besar su mandíbula.
Se estremece en respuesta. Una de las mejores cosas de su embarazo
es que es insaciable. No puede tener suficiente sexo y hace falta muy poco
para excitarla estos días.
Cuando me enderezo, me inclino hacia adelante, tomo una fresa del
plato y me la meto en la boca.
—¿Están deseando que llegue hoy? —pregunto.
Vittoria, la mamá de Aria y Marcelo, se vuelve hacia mí con una
sonrisa.
—Sí, escuché que hay un hermoso jardín de rosas que podemos
recorrer.
Una mirada rápida a Marcelo y tengo que sofocar la risa por la
expresión de emoción en su rostro.
Vittoria se vuelve hacia Mira.
—Tal vez podamos encontrar algunas rosas hermosas y raras que
podamos usar en tu boda.
Mira le da una sonrisa con los labios apretados.
—Eso sería bueno.
Creo que Mira estaba un poco molesta cuando Aria y yo nos casamos
en Acción de Gracias porque una vez más alguien se casaba antes que ella
y Marcelo cuando se comprometieron por primera vez. Y luego pospusieron
la boda este verano porque Aria estaría de parto.
—¿Mi mamá te recibirá en el avión? —Me siento al lado de mi esposa
y apoyo mi mano en su rodilla. Vitoria asiente.
—Sí, me alegro de que haya aceptado venir con nosotros.
Mi mamá y Vittoria se han hecho amigas en las semanas que ella ha
estado aquí, uniéndose por ser viudas y por la inminente llegada de su
primer nieto.
Terminamos de desayunar y no hablamos de nada importante y luego
los tres se levantan para salir hacia el aeropuerto.
Me inclino hacia Aria y beso su sien.
—Tú relájate, yo los acompañaré.
Ella me da una sonrisa agradecida. Su estómago es tan grande que le
resulta difícil moverse estos días y se queja de sus pies constantemente
hinchados.
Todos se despiden y nos hacen prometer que los llamaremos si pasa
algo con el bebé. Una vez que están satisfechos, los acompaño al frente de
la casa donde uno de mis hombres espera para llevarlos al aeropuerto
privado.
—Incluso si crees que no es nada, llamas —dice Vittoria antes de
subirse a la parte trasera del SUV.
Asiento y los despido, regresando a la cocina para disfrutar de un día
a solas con mi esposa. Sabiendo que los huéspedes de nuestra casa estarían
ocupados hoy, le di a todo el personal el día libre una vez que estuvo
preparado el desayuno. Cuando entro a la cocina, Aria está cargando el
lavavajillas.
—¿Qué estás haciendo?
Mira por encima del hombro.
—Dijiste que le diste al personal el día libre, así que estoy cargando el
lavavajillas.
Me acerco a ella y sacudo la cabeza.
—No deberías estar haciendo esto. Yo haré eso. —Tomo el plato de su
mano.
—¿Sabes siquiera cómo?
Arqueo una ceja.
—Soy un hombre con muchos talentos. Como tú sabes. —Se ríe y se
sienta a la mesa.
Una vez que termino de cargar el lavavajillas, me vuelvo hacia ella.
—¿Qué quieres hacer hoy?
Ella mira por la ventana.
—Es un día encantador. Estaba pensando que podríamos pasar el
rato juntos en la piscina. El agua hace que mi barriga se sienta como si no
pesara mil libras.
—Está bien. Ve a cambiarte y yo prepararé algunos bocadillos y
bebidas para nosotros.
Se levanta y camina hacia mí. Mis manos inmediatamente van a los
lados de su vientre como es habitual estos días.
—Estás tan domesticado hoy. —Ríe.
—No te acostumbres. —Me inclino hacia adelante y le doy un casto
beso en los labios—. Nos vemos en la piscina.
Para cuando preparé todo alrededor de la piscina, Aria sale de la casa
con un bikini rojo. No es la primera vez que la veo así, pero me encanta el
hecho de que no intenta ocultar su barriga. Es muy sexy.
Gruño mientras se dirige hacia mí, examinando todo lo que he
colocado bajo la gran sombrilla que se encuentra sobre el diván doble.
—Buen trabajo.
—¿Tenías dudas?
Se ríe.
—Por supuesto que no.
—Solamente voy a ir a cambiarme. Vuelvo enseguida.
Corro hacia nuestra suite principal, me pongo el bañador y luego
regreso al área de la piscina.
Aria está recostada en la tumbona, con los ojos cerrados y la cabeza
inclinada hacia atrás, como si fuera mi próxima comida. Me siento a su lado
y me inclino para frotarle el vientre con la mano.
—No puedo esperar para llenarte con más bebés. —Se ríe y abre los
ojos.
—Saquemos este primero.
No estaba seguro de cómo me iba a sentir al ver cómo el cuerpo de mi
esposa cambiaba a lo largo de los meses mientras ella hacía crecer a nuestro
hijo dentro de ella. ¿La trataría como a una muñeca de porcelana que hay
que mirar y no tocar? Respuesta corta: no. Estaba más follable que nunca.
Ver su vientre hincharse de vida y sentir a nuestro bebé patear dentro
de su útero solamente me hizo desearla más de una manera
sorprendentemente dolorosa y más profunda.
Ni siquiera conozco a nuestro hijo, pero sé que haría cualquier cosa
para protegerlo, tal como lo haría con su madre.
—Supongo, pero no creo que pase mucho tiempo hasta que quiera que
tengamos otro.
Sacude la cabeza.
—Ahora no es el momento de tener esta conversación. He disfrutado
mi embarazo pero ya lo superé. Estoy listo para conocer a nuestro hijo o
hija.
—Sabes... —Me levanto de mi lado de la tumbona y voy a sentarme al
final de la de ella—. Escuché que una forma de provocar el parto son los
orgasmos.
Sus párpados caen y se lame los labios.
—¿De verdad?
Asiento.
—Sí. Quizás pueda ayudarte con eso. —Alzando la mano, desato los
lazos en ambas caderas que mantienen unida la parte inferior de su bikini.
Cuando la tela se cae, paso el nudillo de mi dedo medio por su pliegue,
aplicando más presión sobre su clítoris.
Respira profundamente y observo cómo sus pezones se endurecen
bajo la tela de la parte superior del bikini.
—¿Es eso algo que te interesaría?
—Mucho. —Su voz sale entrecortada y necesitada.
—Déjame ver qué puedo hacer. —Suavemente tiro de ella hacia abajo
para que no esté sentada tan arriba y abro las piernas, gimiendo cuando
veo que ya está brillando.
Cuando me inclino para probarla por primera vez, su mano
instantáneamente pasa por mi cabello y tira.
Solamente me toma dos minutos llevarla allí y durante el transcurso
del día ella llega al clímax tres veces más.
Si los orgasmos realmente ayudan a provocar el parto, entonces
deberíamos conocer a nuestro hijo o hija hoy.
15 Mi familia.
Polina Aminoff
Una vez que nos vemos obligados a estar juntos, otro lado de Polina
brilla y empiezo a pensar que podríamos tener un futuro juntos que no
implique ser rivales acérrimos.