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En 680, el reino visigodo de Toledo era el Estado más poderoso, culto y rico de
Occidente, superando con creces a los reinos de la Francia merovingia y de la
Inglaterra anglosajona. Sin embargo, una generación más tarde, en 711, había sido
casi por completo aniquilado y de una forma tan inesperada y traumática que impactó
poderosamente en el ánimo de cuantos vivieron aquellos acontecimientos.
Pero, ¿cómo se perdió un reino tan poderoso en tan poco tiempo? Inevitablemente, en su
momento se acudió al castigo divino como respuesta, pero la explicación del derrumbe de aquel
Estado cuyo florecimiento y caída determinaron todo el Medievo hispano y, a su través, el resto de
nuestra Historia, no es tan sencilla y sorprendentemente contiene varios factores que hoy nos son
muy familiares: cambio climático, pandemia, crisis económica y una violenta división interna. Todo
ello conjugado, claro está, con un enemigo externo que supo aprovechar al máximo la oportunidad
que se le brindó.
Aunque el clima mundial venía dando señales desde mediados del siglo V de que se estaba
enfriando y volviendo más seco, fue en 536 cuando la situación empeoró rápidamente. Ese año una
o varias erupciones volcánicas lanzaron tal cantidad de ceniza a la atmósfera que el sol aparecía
como «velado por el polvo». Aquel fue un año sin verano y los que siguieron trajeron hambrunas
terribles. En un mundo donde la agricultura era la base de la economía, un periodo continuado de
malas cosechas podía poner en jaque a cualquier Estado. El hambre trajo consigo una terrible
acompañante: la peste bubónica, que en 541 hizo su primera aparición en la historia llevándose
por delante a un tercio de la población mundial y sumiendo en el terror a las gentes que habitaban
desde Irlanda a China.
El regreso del malPero lo peor de la «Gran Peste de Justiniano» es que no se fue, sino que se quedó
de forma latente, con repetidos brotes que, de tanto en tanto, azotaban un área u otra del Mundo
Antiguo, y ello a lo largo de doscientos años. La segunda mitad del siglo VI trajo una mejoría
climática para Hispania y, aunque este era notoriamente más frío y seco que en los siglos
precedentes, el reino visigodo pudo crecer y desarrollarse sin verse muy acosado por la peste y las
hambrunas. Pero hacia 680 el frío, la sequía, la hambruna y, al cabo, la peste, regresaron para
quedarse y se cebaron especialmente con Hispania.
En noviembre de 681, Ervigio, que acababa de dar un golpe de Estado para destronar al buen rey
Wamba, se presentaba ante la asamblea del XII Concilio de Toledo, una asamblea de obispos y
nobles que representaba al reino, solicitándole apoyo para sostener, y aquí cito literalmente, «un
mundo que se derrumba».
Y había bajado tres grados, con la consiguiente disminución de la pluviosidad. Una catástrofe
climática que provocó malas cosechas y espantosas hambrunas que azotaron particularmente al
reino visigodo durante los siguientes treinta años. Y con el hambre, nuevamente, la peste. Durante
el reinado de Égica, 687-702, la peste bubónica se ensañó con el reino y a tal punto que en 701 el
rey y su corte abandonaron Toledo ante la mortandad que allí estaba provocando la epidemia. Frío,
sequía, hambre y peste… El Ajbar Machmúa, una de las fuentes árabes más fiables, señala que, en
los años que precedieron a la conquista musulmana, la mitad de la población de Hispania había
perecido por mor de la peste y, aunque sea una exageración, lo cierto es que la pérdida de vidas y el
colapso económico debieron de ser terribles y desarticularon la sociedad visigoda.
Y es que la nobleza laica y eclesiástica del reino se mostraba cada vez más independiente y menos
dispuesta a cumplir con las leyes y a sostener la administración y la defensa del reino, y el hambre y
el terror que provocaban los desastres climáticos y las epidemias llevaban a los siervos a abandonar
las tierras de sus señores y a huir en busca de alimento. De hecho, las últimas leyes que
conservamos de la época visigoda se centran en estos problemas y muestran una sociedad en
descomposición.
Rebeliones y conjuras
Y, por si fuera poco, la división y el enfrentamiento internos. En cierta medida eso fue lo más grave,
pues era lo más peligroso. Con el Califato omeya de Damasco en plena expansión y «llamando a la
puerta», que el reino se hallara sumergido en disputas y querellas internas era tentar en exceso la
suerte. Y la tentaron. Los visigodos nunca resolvieron la cuestión del traspaso del poder. No había
una sucesión clara y ordenada. En teoría se había terminado por instaurar una monarquía electiva y
eran los grandes señores laicos y eclesiásticos quienes debían de sancionar u ordenar la sucesión de
los reyes, pero con frecuencia eran las conjuras y rebeliones las que alzaban a un nuevo
monarca al trono, y cuando tomaba el poder solía comenzar su gobierno con purgas políticas,
ejecuciones, confiscaciones de bienes... que tenían como propósito premiar a sus partidarios y
castigar a los opositores.En 680, Ervigio lgró arrebatar el trono a Wamba, pero tuvo que enfrentarse
a una fuerte oposición, y cuando en 687 murió, le sucedió en e trono Égica, sobrino del depuesto
Wamba, que se tomó el desquite reprimiendo fuertemente a los antiguos partidarios de Ervigio.
Witiza, el adolescente sucesor de Égica, trató de serenar los ánimos, pero cuando murió, a finales de
710, estalló de nuevo la disputa por el trono. Esta vez se enfrentaron los hermanos de Witiza con el
duque de la Bética, Rodrigo, y pronto hubo un tercer partido en discordia que proclamó su propio
rey en el noreste del reino: Agila II.
Para ese entonces los musulmanes ya estaban lanzando incursiones de saqueo contra Hispania y
aunque Rodrigo logró imponerse a los hermanos del difunto Witiza, Agila II, con apoyo de los
vascones, seguía enfrentándose a él por el trono. Esa era la situación en julio de 711 cuando,
alarmado por los triunfos que Tariq ibn Ziyad, el comandante musulmán, estaba logrando, Rodrigo
decidió atravesar a marchas forzadas la Península para ir a enfrentar a los invasores. Para entonces
y como ya hemos visto, el reino de los visigodos se hallaba fuertemente debilitado por el
cambio climático, por una terrible epidemia y por violentas disputas internas que habían
ocasionado una guerra civil. Rodrigo contaba con un gran ejército, pero sus jefes estaban divididos
entre sí y más preocupados por sus diferencias y disputas que por vencer al enemigo, y ese
enemigo, el ejército del Califato omeya de Damasco, venía de conquistar medio mundo y de
imponer el dominio de su califa, Walid II, desde Marruecos a China. ¿Qué podía salir mal?