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Historia de la Edad Media

2022

Unidad Nº 1
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LA ANTIGÜEDAD TARDÍA (409-711) 569-71l:ILA ESPANA V1S_lccGcc'Ó-'T'-lCC.Ci'-,- - - - - - - -


'j
La aristocracia visigótica, que había arraigado en la Península y 569-711: LA ESPAÑA VJS!GÓTI<i:A
había iniciado un proceso de fusión con las oligarquías hispanorromanas,
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elicrió entonces en Mérida a uno de los suyos, Agila." El nuevo rey" empren- Numerosas son las imágenes !1inculadas con la España visigótica de les
dió" una política para someter a las ciudades de ia Bética que gozaban de siglos VI y VII que, a falta de ex~avaciones arqueológicas sistemáticas, pro-
una autonomía ampliamente favorecida por los desónlenes, Y condujo, ceden sobre todo de fuentes lirerarias y juridicas. El juicio emitido sobre
sin éxito, una campaña militar y religiosa contra Córdoba. En Sev.iil a, los reyes y sus reinados, sobrejlos miembros de la aristocracia de la época
otro magnate visigodo, Jl..tanagildo, se sublevó en 551 contra Agila. A peti- y sus actuaciones, sobre el alt4 clero y sobre los "enemigos" -bizantinos,
ción del rebelde o aprovechando tal vez la lucha entre las dos facciones, · vascones, a veces astures, no~les conjurados y sublevados, judíos o aun
Justiniano envió un ejército imperial a España; los bizantinos ocuparon esclavos fugitivos-, depende e~ gran parte de la crónica del obispo Juan de
entonces la costa sureste de la Península, de Denia a Cádiz, en donde se Bíclaro, para el período 568-5 O, de la Historia Francorum de Gregorio de
mantuvieron hasta ei 624, lo que les aseguró el control del estrecho. En Tours (c.538-594), de la Histo ia Francorwn de Isidoro de Sevilla, qne ter-
razón probablemente de la amenaza imperial, Agila fue asesinado por los mina en el 626, de la crónica d l Pseudo-Fredegario, que finaliza a media-
visigodos de su propio partido que reconocieron aAtanagildo (555-567). dos del siglo VII, de la Histo ia regis Wambae de Julián de Toledo para
Atanacrildo
b
emprendió una política centralizadora y, abandonando
• los años 672-680, y, en menor medida, de la crónica llamada "mozárabe",
. Mérida que había apoyado a Agila, alejándose de las grandes cmdades de escrita hacia el 7 54 en el sures¡e de la Península. Comúnmente redactados
la Bética que rehusaban someterse, escogió Toledo como capital del reino. bajo la forma de anales o sig~iendo el modelo de las "Vidas de hombres
Al ·tiempo que trataba en vano de expulsar los bizantinos de Cartagena y ilustres", estos relatos ofrecen psencialmente una visión eclesiástica de los
Málacra el nuevo rey buscó la .alianza con los francos y casó a sus hijas acontecimientos, visión mani~uea que atribuye a los "invasores" godos
Brun;q~ilda y G~lsvinta con los reyes Sigebe.rto de Austrasia ~ Chi.lpe- crueldades; asesinatos, conjuraciones y luchas en.tre clanes adversos con el
rico de Neustria, A su muerte, en el 567, no dejaba heredero varon. Cmco fin de exaltar mejor el papel de¡pacificadores y "civilizadores" de los repre-
meses más tarde, la ·aristocracia visigótica de Septimania eligió a uno de los sentantes de la tradición romala, los obispos. La insistencia con la cual los
suyos, el dux Liuva, elección que disgu.stó a los toledanos unidos.alrededor autores definen a los godos f~l interpretada por otra parte, desde el siglo
de la viuda de Atanagildo, Gosvinta. Un compromiso fue al fin encontrado ' XL'{, como una característica r~cial: en la Esi::aña visigóti~a habrían coexis-
y Liuva asoció a su reinado a su hermano Leovigildo, a quien los visigo- tido pacíficamente o no unos ~ueblos germamcos, dominantes.a pesar de
dos de España estaban dispuestos a reconocer y que aseguró sus derechos su inferiori~ad ~umérica, y u9os ~~spanorr_om~~o~ dominad~s; según los
tomando por esposa a la viuda del rey difunto .. Liuva tan sólo reinó, pues, autores,.el enfas1s fue puesto e? la germamzac10n d. e la Penmsula o enla
en las posesiones septentrionales aunque hasta su muerte, acaecida en el absorción de los vencedores ¡1or los vencidos. De hecho, parece ser que,
573, hubiera estado asociado al poder en Hispania.
Con la llegada de Leovigildo al trono toledano finalizaba el largo
. ! desde finales del siglo V, granJ parte de la aristocracia visigótica se había
mezclado con la aristocracia l~cal, y que las luchas por el poder que carac-
período de instalación de los visigodos en la Penínsu~a Ibérica. Bien .esta- terizan el siglo VII y principios ~el VIII consistieron en el enfrentamiento no
blecidos, mediante una progresiva ocupación.de las zopas de poder dejadas de "grupos raciales" sino de fa!' ciones del grupo dominante. Desgraciada-
vacantes por los administradores romanos y de· los espacios hasta enton- 1 mente, la falta de excavacione de cementerios impide conocer las carac-
ces poco poblados, la colaboración con los católicos, y el mantenimiento terísticas antropológicas de lo habitantes de la Península en los siglos VI
de la infraestructura romana y de gran parte de la administración antigua, y Vll. .
los visigodos dominarían en adelante y por siglo y medio .la historia de la
Península. 1

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-RUCQUOI, Adeline, Historia medieval de la Península Ibérica, Méxic~,
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Colegio de l\!fichoacán, 2000, pp. 37-72. ·. 1
LA ANTIGÜEDAD TAROlA (409-71 l) 569-7 l l '. LA ESPAÑA V\SlOÓTIC' A:
,~,,

La utiidad territoriaí sentación en busto sobr~ el anverso.y el reverso, y el lugar dí: la emisión.
Del mismo modo, Leovigildo parece ser el primer rey de los visigodos
Leovigildo (569-586) foe el verdadero artesano del poder visigodo en ·la que adoptarn las regalia imperiales como símbolos de poder: la corona, el
. Península ibéóca e indudablemente el primer rey provisto de un· "pro- cetro y el trono. Isidoro de Sevilla menciona por o!ra parte la redacción de
grama" político. Desde el momento de su aso.ciación al trono ·el'l el 569, un código de. leyes, que era tal vez una refundici6n o una adaptación del
Leovígildo emprendió la unificación tetTítoriul y religiosa de la Península, . Breviario de Alarico. No olvidemos, finatmentc-, que los visigodos habían
política que fue activamente proseguida por su hijo y sucesor, Recaredo adoptado y conservaron siempre el gentilicio de la dinastía constuntiniana,
(58&-601) y'que fue llevada a su cabo casi tornlmente en \leinte años. Flavius.
Territorialmente, la nntigua diócesis de füpañadistaba mu~ho de Sin embargo, la unificación de·! reino no podfo. estar completa
ser homogénea. En el sur, los bizantinos, que ocupaban una .larga franja sin unidad religiosa, condición previa a la unidad del cuerpo político y
costern y dominaban Cartagena y Málaga, constitufo.n un peligro perma- social. La llegada de los visigodos a la antigua diócesis de España no
nente en la medida en que cualquier facción o ciudad sublevada los podía había supuesto ninguna transformación administrativa repentina, y el lento
llamar en su ayuda. En el 570, Leovigíldo los atacó, devastó la región de movimiento de autom.Jmfa de las. oligarquías locales había proseguido. Al
Málaga y pasó a apoderarse el año siguiente de la plaza fuerte de Medina- tiempo que los miembros de !a aita administración romana desaparecían o
Sidonia. Córdoba, que no reconocía ninguna autoridad desde 551, fue con- se lllTaigaban localmente y que los antiguos curiales se empobrecían, los
quistada en el 572 al final de una campana militar que sometió también a obispos, que gozaban de un amplio poder jurisdiccional desde principios
gran parte de la antigua :E\ética. La rebelión en Sevilla, a partir de 580, de del siglo IV, habían ido asumiendo paulatinamente gran parte de las fun-
Heimenegíldo, hijo mayor del soberano casado con una p14ncesa franca, ciones civiles anterion11ente ejercidas por los administradpres rom!lnos. En
. provocó dos años más tarde una intervención del rey en el momento mhmo el 483, por ejemplo, fue el obispo de Mérida quien pidió al dux visigodo
en que se daba un acercamiento entre los rebeldes y Biz:mcio; la sedición que hiciera proceder a Ja reparacjón del puente sobre el Guadiana. A lo
fue ~eprimida a lo largo de los años 582-584 y Hermenegíldo, quien entre- ,_, largo de la primera mitad del siglo VI, la regencia de los ostrogodos había
tanto se había convertido al catelicismo, murió ase~inado en Tarragona. · · presenciado una regionalización y una autonomía crec\entes de la Iglesia
En el norte, donde vascones y cántabros habían ocupado progre- en España, que Leandro de Sevilla y luego su hermano Isidoro formularon
sivamente las estribaciones de los Pirineos y de la cordillera cantábrica, en tér:ninos de Iglesia nacional.
Leovigildo llevó a bien una serie de campañas que pennitieron la anexión Durante la segunda mitad del· siglo el evergetismo llegó a ser uno
de Cantabria (en el 574) y la de la región froqteriza entre León y Galicia a ·de los rasgos específicos del alto clero, de los metropolitanos de Mérida en
continuación, rechazaron a los vascones y concluyeron con lu fündqción particular: el obispo Fidelis hizo reconstruir el palacio epíscopnl y restauró
de dos ciudades nuevas, Recópolis y Victoriacum. Por su parte. el r\y de la basílica que guardaba los restos de Sama Eulalia; su sucesor, Masona,
los suevos, Miro, se vio en la obligación de pedir la paz en 576 y tinmir un e1igíó diversos monasterios en la proximidad de la ciudad, mandó cons-
tratado de alianza con Leovígiido, quíen tenninó por anexionar, en el 585, tmir iglesias, fundó un xenodochium u hospital encargado de acoger a
el conjunto del reino suevo. los pobres y a tos peregrinos, y organizó distribuciones gratuitas de vino,
La política de centralización del reíno no pasaba solamente por aceite y nüe! mientras creaba un sistema de préstamos de dinero a interés
la incorporación de las provincias y territorios gue habían pertenecido a m1.1y bajo.
la diocesis Hispa11iarwn. Leovigildo fijó la capital del reíno en Toledo y Los obispos hispánicos del siglo VI, sucesores de los antiguos gnm-
acuñó una monedu específica, que ya no imitllba a los antiguos modelos des administradores romanos, se carnctetiznron además oor los vínculos
romanos y bizantinos sino que llevaba el nombre del soberano, su repre- que mantenían con Oriente: Mmtfn de B'rngu, evungelizad~r de los suevos,

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era nativo de Panonia y había vivido en Palestina; los obispos Pablo y reliquias de Santa Eulalia. La p~!itica anticatólica llevada por Leovigildo
Fidelís de Mérida eran griegos, el primero había estudiado medicina -sus contribuyó de necho a aument4r el poder de las facciones arrianas, en la
talentos le permitieron, por-cierto, heredar una gran-fmtuna que enrique- corte tanto como en las ciudade!s. y destruyó el equilibrio 0nteríor al favo-
ció la sede epíscopal- y el segundo, sobrino del anterior, había !legado a recer sistemáticamente un grup~o a expensas del otro; sin embargo, no se
España con mercaderes de Oriente; oriunda de Cartagena, la familia de vio coronada por el éxito.
Leandro e Isidoro de Sevílla era probablemente de origen bizantino, lo que · 'La conversión al catolic~smo del rey Recaredo en 587, un año des-
explica que el primero estudiara en Constantinepla hacia el 580 al mismo pués de la mue!*.e de su padre,¡ pt1so fin al intento de unificación arriana
tiempo que el flituro papa Gregorio Magno; el obispo Juan de Bíclaro, que emprendido nueve años antes ptir Leovigildo. Dos años más tarde, en mayo
procedía de Lusitania, había vivido y estudiado diecisiete años en Cons- de 589, un gran concilio reuni~ en Toledo, bajo el amparo del rey y del
tantinopla ven Oriente (558-575) antes de regresar a la Península. La Igle- obispo Leandro de Sevilla, a ips obispos totius Spaníae ve! Galliae: se
sia de Esp~ña, por orra parte, mantenía relaciones seg:uídas :::on Áfüca, afirmó allí la creencia en la Tri*idad y en la consubstancialidad del Hijo,
donde, en ·el 414, el historiador Pablo Orosio había; elegido por maestro al los godos abjuraron el arrianísn)o y los obispos convertidos fueron confir-
obispo Agustín de Hipona. Las destrucciones y persecuciones debidas a mados en sus obispados. 1
Jos vándalos arrianos, las persecuciones religiosas-emprendidas luego por - La conversión de Recru¡edo al catolicismo, seguida por !a de los
- los bizantinos con motivo de los "tres capítulos" y finaimente las devasta- . godos en el 589, completaba la unificaciói:i Hispania bajo el poder de los
cianes de los bereberes obligaron a llllmerosos clérigos de África a buscar vis;igodos en la medida en que, hpartir de entonces, gobemames y gober-
refugió en la Península, en donde difundieron las obras de san Agustín, nados participaban de la misma¡ fe. Algunas rebeliones, suscitadas por los
de Fulgencio de Ruspe y del gramático Donato. Los obispos hispánicos clanes aristocráticos arrianos d1spojados, aparecieron por esas fechas: en
de fines del siglo VI, sucesores de Jos administradores romanos, no peite- Mérida en-587-588 en tomo al rbispo Sunna y al co.~.de Seg.go, en !,oledo
. necían a las oligarquías locales; su cultura, en cambio, muy superior a la en 588 con la rema madre Gos'fl'Ota y el obispo Ulaua, hacia 589-::i90 en
de los obispos arrianos, era totalmente mediterránea y estaba en íntimo tomo al dux Argimundo, y sobrdtodo en !a Narbonense, en donde el obispo
contacto con el imperio romano de Oriente. Atharlocus y los condes Grani~ta y Vildigern llamaron a los francos en
Leovigiido, como sus predecesores, era arriano. No podía sin su ayuda. Todos los complots fJeron descubiertos y Jos culpables castiga-
embargo unificar la Península y extertder su poder sobre las comunidades dos o desterrados, miemras qu~ el du,r: de Lusítania, Claudius, conseguía
urbanas y rurales sin pasar por la mediación de esos grandes administrado- vencer cerca de Carcasona al ejdrcit0 burgundio que mandaba el dux Boso.
res y jueces que eran los-obispos católicos, obviamente más numerosos y Las oligarquías arrianas, p~ivadas del apoyo regio. estaban condenadas a
más poderosos que los obispos arrianos. El tey lanzó una ofensiva contra desaparecer. Despoés de los añ$s 590, no parece que los visigodos hayan
los católicos a partir de 578 y trató de atraer a los obispos al arrianismo: tenido que enfrentarse con movimientos de resistencia originados por pro-
algunos se convirtieron, como Vicente de Zaragoza, otros se negaron, blemas religiosos. :
como Severo de Málaga, Leandro de Sevilla, Juan de Bíclaro, quien fue A lo largo del siglo Vll, l~ política de unificación territorial empren·
desterrado a Barcelona, y Liciníano de Cartagena qüe murió en el exilio dída por Leovigiido y Recaredo fue sistemáticamente continuada. Los
en Constantinopla. El obispo Masona de Mérida, que gozaba de un gran bizantinos, desde finales del siJJo VI, ya no ocupaban sino la franja cos-
poder, rehusó también convertirse y obtuvo el apoyo del dm: Claudia de tera sureste de la Península, en'¡:¡onde el magíster militwn del emperador
Lusitania, mientras que el rey nombraba un obispo arriano, Sunna, quien Mauricio había hecho reparar jas mura!las de Cartagena. En el 6 !O, un
reclutó partidarios entre los condes visigotícos de Ja ciudad; dos facciones concilio provinciac, acatando elJhecho de que la antigua capital seguía en
se enfrentaron entonces en Mérida por Ja posesión de Ja basílica y de las manos del enemigo, señaló a Toledo como nueva sede metropolitana de

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la Cm:taginense. La última ofensiva contra las posesiones bizantinas fue los rebeldes y obtuvo el apoyo del dux de la Tan-aconense. Paulo se hizo
emprendida bajo el reinado de Sisebuto (6 l2-62 l ), quien aprovechó las consagrár y coronar rey "de Orien¡e" -dejando al rey Wamba ~I título de
graves amenazas que hacían pesar sobre Constantinopla tanto los persas "rey.del Sur"-, pero Ju reac\'ión vigorosa de Warnba por tierra y por mar
como los ávaros; los visigodos obtuvieron entonces parte de las ciudades.
• llevó a la rendición d<J Bru;ce!onú y de Gerona, luego a la de Béziers y
y de los territorios ocupados anteriormente y, hacia el 624, el antiguo d1Lr de Agde, a la toma de Naóona y· de Maguelonne, y finalmente a la de
Suintila, convertido en rey, expulsó a los últimos bizantinos y destruyó Nímes el 1 de septiembre. Un juicio condenó a los rebeldes n duras penas
Cartagena. Pese a un intento de desembar,co o a un ataque bizantino-que el y Wamba hizo una entrada triunfal .en Toledo, precedido por el cortejo de
conde Teodomiro hablia rechazado en 700, Constantinopla ya no desem- Jos pdsioneros con la cabeza afeitaiia, en andrajos y montados sobre dro-
peñó ningún papel político en Ja Península a partir de 625. medarios, una gran espina de pescado coronaba a Paulo. Algunas semanas
En el 0011e del país, el problema planteado por los cántabros habfa más tarde, en noviembre de 673, Wamba promulgó una ley que moviiizaba
sido resuelto con la anexión de su territorio por Leovigildo; los cántabros a todos los habitantes de un te1Títorio amenazado por una invasión eneml;;a
nunca se incorporaron totalmente a la España visigótica, pero abandonaron o un scandalum interno, en un radio de cien millia. La Septimania se bene-
su lengua y fueron cristianizados. Los vascones, por el contrarío, constitu- . ficjó de una amnistía diez años después, pero fue cruelmente golpeada a
yeron uh peligro endémico para el poder central, a pesar de las misiones lo largo de los años 690 por una epidemia generalizada de peste y por las
de cristianización que, desde el valle del Ebro, penetraban en los Pirineos hambres que la·siguieron. · .
y de las campañas que organizaron en su contra los reyes Gundemaro Sin embargo, 1ma nueva amenaza despuntaba en el horizonte. Las
(6 ¡ 0-6 ¡ 2), Suintila hacia 625, Chindasvinto (642-653), Wamba en 673 y crónicas mencionan en efecto, bajo .el reinado de Wamba (672-680), un
Rodrigo hacia el 7 l L ataque por mar proveniente de África dlll Norte que hábtia sido rechazado.
Al nol1e de Jos Pirineos, la Narbonense o Septimani:f había sido Las medidas tomadas contra los judías' en el concilio XVII de Toledo del
. "at.ribuida" a los visigodos en 529 cuando la división de Ja herencia del rey 694, a raíz de !a noticia de una "conspiración" universal de éstos, quizás
de los ostro godos Teodorico n entre sus nietos Anularico y Atalaríco. La tengan algo que ver con las relaciones que mantenían ;fos judíos d., la
proximidad~de los franc~s y de los burgundios incító en más de tma oca- en
Península con la tribu judía de Tetawa, la cual, el Mag!Íreb, se oponía al.
sión, lo hemos visto ya, a Jos magnates de Septimnnía a rebelarse contra avance islámico. Ceuta, que había pertenecido a los· visigodos entre 533 y
la centralización impuesta por Toledo. La conversión de Recaredo al cato-. 544, había sido recuperada por ellos en los últimos años del siglo VI!; en el
licismo, por ejemplo, fue aprovechada por el obispo arriano de Narbona 710 el gobernador de Ce'uta, el comes Julián, fue precisamente encargado
y por dos condes que llamaron a los francos; sin embargo la rebelión fue por una facción de la aristocracia visigótica de enu·ar en contacto con los
subyugada por Jos duces del rey visigodo y Recaredo envió a Septimania musulmanes yfaciliturles el' paso por el estrecho.
a uno de sus "fieles", el conde Búlgaro. Unos decenios más tarde, hacia·
el 630, un nuevo levantamiento se fomentó en la Narbonense contra el Una monarquía teocrática . .
rey de Toledo, Suintila; su autor, el noble Sisenando, apeló al rey de los
francos Dagoberto, penetró en la Taffaconense a Ja cabeza de 1mejétcito y Aí consumar el programa de unidad religiosa deseado por Leoviglldo,
fue aclamado rey por los magnates del conjunto del reíno en Zaragoza en Recaredo había ech1~0 las bases de una alianza entre el poder regio y el
el 63 l. El reino de Toledo, finalmente, tuvo que hacer frente a una grave poder eclesiástico, aL,término de la cual debía de realizarse el progrnma de
rebelión de la Septimania en 673, a instigación de la aristocracia local que Constantino y de TeooosiO de una teocracia, representación terrestre de la
dirigían el comes de N!mes, .los 1bispos de Agde y de Maguelonne y e! ciudad de Dios. Sólo observando los modelos heredados de la Antíszüedad
abate Ramiro; enviado para luchar contra ellos, el diLt Paulo se unió con tardía y di;) Bizancio-y no aquellos de los reinos b:írburos de Europa sep-

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tentrional, francos, burgundios o aun, lombardos-resulta en efecto posible acceso al poder que no desc~lnsaba en el princípio dinástíco síno c¡ue otor-
comprender la evolución de la España visigótica entre 587 y 711. gaba a la Iglesia: mediante l unción a partir del 633, el poder legitimador.
La adopción del catolicismo por el rey no tenía por solo resultado La polftica seguida por los o i.spos parece haberse caracterizado a menudo
una uniformización de las creencias de los gobernantes y tos gobernados. por una gran docilidad y u~ apoyo incondicional al soberano de tumo:
Católico, el monarca se convertía en un rex (''.pues los reyes son llamados a contrariando disposiciones ajnteriores, Isidoro de Sevilla, en el ¡vº conci-
regir", a regendo vocati sunt) y, añade el Liber Iudicum (654), debía obrar ,•1·0 de
. ,..o!edo
"' \'6'<~'
~~''. i·ust·fi -1 ' gmpe
1. co;e1 ' oe · f uerza ae ~·
·· :S1senando, pese a que
"piadosa y moderadamente" y hacer el.bien, como un sacerdos. El empe- hubiera recumdo a :os francos para derrocar a Suintila; Julián de Toledo
rador Justiniano, en Constantinopla, ya había.ligado indisolublemente el en el Xll" concilio de Toledd, ( 681 ). apoyó la legitimidad del rey Ervi<>i~
gobierno bueno y justo con la ortodoxia de la fe, la integridad de la Iglesia aunque Wamba viviera todavía; y en el 688 !os obispos del XVº concilio"de
y cori la persecución de los judíos y de los herejes. Este mismo "prngrama" Toledo jl)stificaron el encarnibmiento de EgiGa contra la familia del sobe-
fue preparado en España éonjuntamente ·por el obispo Leandro de Sevilla rano anterior, su propio sue~o, Er\!igio. La idea de la elección divina del
-quien había estudiado en Constantinopla-y el rey Recaredo;foe después soberano, desarrollada en el iJnperio a partir del siglo N, había encontrado
puesto en práctica p.or el obispo Isidoro de Sevilla y los reyes Sisebu to y un terreno de elección en España: si bien se ca!ificaba a la rebelión contra
Sisenando, luego por el obispo Eugenio <le Toledo con los reyes Chindas- el poder como tira~ía, en campto·d éx.íto aparecía como una manifestación
. vinta y Recesvinto, y finalmente por el obispo Julián de Toledo con los de la voluntad d1vma que los ¡pbispos no podían sino aceptar. El detentador
reyes Wamba y Ervigio, · de~ poder regio foe p~r lo. tm}tu legitimado y sacralizado por la imerven-
··Recaredo murió e(l el 60L A lo. largo de los ciento diez años que c1on de la Iglesia. Al 1guai qye en Constantinopla, el rey, elegido por las
duró Mn el reinado de los visigodos de España, dieciséis reyes ejercieron acfama_ciones de un "senado¡' de magnates y por el pueblo, era después
el poder, de los cuales algunos, como Liuva ll (601-603) hijo de Recaredo, ungido por el metropohtano <lle Toledo en el transcurso de una ceremonia
y Tulga (639-642), hijo de Chinti!.a, fueton rápidamente destronados, tal que se iniciaba con el jurame9to del pr',ncipe -aLpie del altar, revestido con
vez debido a su juventud y a su inexperiencia. Otros, al contrario, füeron el traje Y las insignias reales, de gobernar "rectameme" a su pueblo oara
asociados al trono y sucedieron a su pru:lre sin oposición; del mismo modo terminarse con el juramento ~e fidé!idad prestado por el pueblo al n~evo
q11e Recaredo había sucedido a Leovigildo en 586, Chintila SL1cedió a SL1 soberano -matecializado por i·1 besamano de los nobles presentes·-.
padre Sisenando en el 636, Recesvinto a Chindasvinto en 653, Witiza a . La .instauracíón de un régimen t,eocrático en la España visigótica
Egíca en 698, y Egica ~l'lcedió a su suegro Ervigio en 687. Algunos, que fue srn embargo progreswa y, 1 bren se aebe en gran parte a las éiites ecle-
se habían a menudo lucido mediante hazañas militares, llegaron al poder siásticas, el concepto de mon~rquía no era de ningún modo desconocido
por elección y aclamación, siguiendo la tradición imperial de los siglos ru de los visigodos; resulta,-ía abrsivo atribuir tan sólo a la herencia imperial
y rv: Gundemaro (610-612), probab~emente Sisebuto (612-621), Suintila, las '.ormas de gobiem~ que fperon las de España en el siglo VI!. Según
el vencedor de los bizant,i¡1os y de los pueblos del norte de la Península J:~mno Marcelrno, quien esqribía a finales del siglo IV, al principio los
(621-63 l ), Wamba, quien .provenía del círculo palatino (672-680), y Rode- vmgodos er¡m gobernados pof jueces y reyes, teuiendo aparentemente los
!ico o Rodrigo, d<Lt de la Bética (710-711). Otros, finalmente, accedieron pnmeros un poder mayor quj los segundos. Las grandes migraciones de
al trono a raíz de un golpe de mano, como Virerico en 603, Sisenando los años 376-418 dieron la pt¡imacíu al miiitar único y permanente,
en 631, Chind.asvinto• en 642 ·y Ervigio en 680; a ejemplo de los últimos el r~y, pero la redacción de lo$ códigos de leyes de Teodolico [,Juego de
emperadores romanos, buscaron después una ratificación por aclamación. Eunc?, Y·fi~~menre de .t\.larict II z.testigua la ilnportancia que conservaba,
Una de las ptimeras manifestaciones de !a unión enfre el poder · en.~e 1os visigo.d~s, la funció1 j•1diciai. ~n. los siglos Vl y VI! la función
fue
civil y el poder eclesíá,stico pues el mantenimiento de uil sistema de mrhtar caractenzo a los reyes, qmenes oeb1eron su trono a menudo a. su

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valor marcial. Por herencia gennánica también, aunque convergente con el ,. monarca y el fisco o patrimonio real. El año siguiente, en 654, fue promul-
evergetísmo antiguo, el rey tenía ía obligación de mostrarse generoso con gado el Liber Iudicum o "Libro.:de los Jueces", última refundición de los
!os nobles que le servían, y las campañas llevadas contra los vascones}' cóeligos de leyes anteriores -en particular de la Le:r romana wisigothorr.im
los cántabros del norte o los bizantinos del sureste pen~itieron distribuir de Al arico que aún ·estaba en vigor-, código territorial aplicable a todos Jos
tierms~rentas y oficios. : habitantes, independientemente de su origen. Dividido en doce "libros"
A núz de ia conversión de Recaredo, la Iglesia suministró al poder y subdividido en "títulos", al igual que el Corptú-· fttris Civilis de Justi-
visigótico sus fundamentos intelectuales y jurídicos, heredados de Roma níano de 534, el Líber ludicum se diferenciaba de éste en la sumisíón del
y Com;tantinopla, y ampliamente inspirados en los modelos bíblicos. La monarca a las leyes: efec.:tvarnente.el primer libro definía, no los propósi-
liturgia, con su acompañamiento de himnos y música, llegó a ser µno cte tos del legislador, sinoJa naturaleza y los-objetivos dé la ¡ey;!j:le la que el
los componentes de la monl!Tqufa y contribuyó a teatralizarla: a.la.,~turgia . legislador era sólo el guardián en pro de la gens er patria,. •
de la unción, elaboradá a lo largo 'dé. la primera mitad del sig!cl¡Vll, se La convocación del XII° concilio de Toledo por el rey Ervlgio en
añadieron liturgias específicas para el principio y el fin de las campañas 681 tenía por finalidad primera, en palabras del rornus regius, "extirpar la
militares, así como una líturgia de penitencia, impuesta al rey en sµ última peste jud:iica, que renace sin cesar'\ ese mismó.año, una nueva versión del
hora y que ponía fin a su reinado. . Liber Iudicwn fue publicada, que inbluía las le~s promÚlgadas desde 654,
El JV" concilio de Toledo (633) que presidió Isidoro de Sevilla y a la vez manual práctico de derecho y reflexió1!' sobre la teoría jmídlca. El
con e! cual contaba el rey Sisenando para legitimar su toma de poder dos obispo Julián de Toledo presidía el concilio de 68 l y éompuso para el rey,
años •>ntes, estableció efectivamente los fundamentos del poder regio al cinco años después, un tratado contra losjudfos, el D~ sexlae a:eratis com-
instaurada unción; a cambio de la "legitimación" que confería la unéión probatione; paralelamente, fue el artesano de la contiÓuación de la compi-
sacralizadora, el rey debía obrar como cristiano según Ja "disciplina de la lación, debida a Isidoro de Sevii1a, de cánones africanos y gn!os n Jos que
religión": Rex eris sí recte jactas, si non Jactas, non eris. El 1V" cóncilio se habían añadido algunas decretales pupqles y los cánones de los concí!ios
estableció asimismo que Ju sucesión regia se hiciera por "designaci6n de españoles hasta eL!Vº concilio de Toledo (633), Esta Hispana Coilectio,
los magnates del pueblo yde los obispos", sistema electivo que 'no excluía que contenía ¡¡demás los cánones de los concilios reunidos entre 633 ·y
de hecho ní la sucesión .hereditaria ni el golpe de Estado. Los concilios 688, fue concebida, siguiendo el ejemplo de los códigos de leyes civiles,
V" y v!" de Toledo, convocados en 636-638, precisaron que el candidato . como una obra de jurisprudentia ec!esiústicn, cuyo uso era facilitado por
al trono debía ser de origen noble visigótico -Jo cual descm1aba a francos Ja existencia de un índice sistemático; fue ampliamente difundida por la
y bizantinos- y que estaban excluidos de la sucesión Jos tonsurados, los Europa septentrional en el siglo Vlll.
condenados a la infamia de la decalvatio o afeitado de la cabeza al rape, los Legitimado por la unción que:. Je confería el metropolitano de
esclavos o descendientes de esclavos, y los extranjeros; di.versas medidas Tóledo -y 110 ea virtud del prineipio dinástico-, ei rey se convertía en el
fueron tomadas parn asegurar la protección de la fomilia del rey y de los defensor de la verdadera fe. Las persecuciones contra los judíos, atestigua-
fid.eles regis en el caso de cambios de dinastía. das por numerosos cánones de los concilios y varios artículos del Liber
El vmº.concílio de Toledo, convocado en 653 por Recesvinto y lud.icÍlm retornados luego e.n el siglo XlJ en el Decreto de Graciano, eran
presidido por el obispo Eugenio, definió aún más clurnmente la función pues pune integrante de la lógica de un poder teocnítiéo. En 589, el !ll"
· regia, especificando que d rey era el protector de Ja fe católiea, que debía concilio de Toledo se había limitado a recordar !¡is medí.das proclamadas
defenderla frente a ia "perfidia de Jos judíos" y frente a los herejes, y recor- · en el Breviario .de Ala.'ico, inspiradas en el Código.de· Teodosio, que pro-
dando la obligación de obrar bien y justamente; además, y por vez primera, ·. hibían a los judíos los matrimonios mixtos, el ejercicio de las funciones
el concilio instituyó una neta ·separación entre el pat1imonio personal del públicas, la creación de nuevas sinagogas, la posesión de ~cluvos crístia-
. ~

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Historia de la Edad Media

Unidad Nº 2

2020
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W: AA.: La conuersione al cristianesimo nell'Europa dell'Alto Medioevo
(XIV Settimana..., 1966), Spoleto, 1967.

Desde una óptica rudimentariamente sociológica, las sociedades de


carácter estamental previas a las revoluciones burguesas se sitúan a
medio camino entre las sociedades de castas, compuestas por unida-
des cerradas y endogámicas, y las sociedades de clases marcadas por
la permeabilidad entre sus componentes y por una teórica apertura
de oportunidades para todos.
Pese a la evidente disparidad de riquezas, las diferencias dentro
de una sociedad estamental vienen dadas, recuerda Tawney, por una
graduación de derechos civiles y políticos. Un estamento está inte-
grado, según L. de Stefano, por un conjunto de personas con res-
ponsabilidades y aspiraciones comunes, hermético y antiindividua-
lista, en el que toda consideración queda al margen de los bienes que
se poseen. Una definición que puede antojarse excesivamente rígida
Y que se presta a distintas matizaciones.
EMILIO MITRE i E R N A N D E Z SOCIEDAD Y CULTURA CRISTIANAS EN EL OCCIDENTE ALTOMEDIEVAL

Los estamentos/estados/condiciones/órdenes responden a un rándose en el pasaje paulino, recuerda cómo el cuerpo, aunque fue-
esquema ideológico: cada cual debe desempeñar correctamente su ra uno como la Iglesia, tenía distintos miembros que desempeñaban
función o ministerio dentro del grupo al que pertenece a fin de lo- diferentes funciones (oficia), ya sean gobernantes o súbditos, ricos o
grar la necesaria armonía del conjunto. En efecto, el pensamiento pobres, viejos o jóvenes. Alcuino de York, invocando la parábola de
social del Medievo concebía el mundo como una integración armó- 10s talentos, recordaba que Dios no había entregado sus dones sólo
nica de los hombres en Dios, en la naturaleza y entre ellos mismos. a los clérigos sino a todos a fin de que consiguieran que fructifica-
Pablo (1 Cor 12, 12-13) daba la principal de las pistas: ran. El papa León 111, asimismo, abogaba por que cada uno según su
ardo se mostrara dócil a los preceptos evangélicos.
Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos Teodulfo de Orleáns, en su poema De Hypocritis, habla de los
los miembros con ser muchos son un solo cuerpo, así también Cris- tres órdenes existentes en el seno de la Iglesia. Otro obispo de la
to, a cuyo fin todos nosotros somos bautizados en un mismo Espíri- misma localidad, Jonás de Orleáns, abundaría en esta idea en va-
tu, hace que compongamos un solo cuerpo, ya judíos, ya gentiles, ya rias obras, muy especialmente en el tratado De Institutione regia.
esclavos, ya libres, y todos hemos bebido en un mismo Espíritu. Para redactarlo se inspiró en las deliberaciones de un concilio reu-
nido en París en el 829 en el que Luis el Piadoso consultó cuáles
La visión más estricta sostepía que esa armonía no era un fin en eran las esferas de acción de los obispos y del rey. Dos años más
sí mismo sino un medio para alcanzar la meta suprema que era la tarde, Jonás dedicaba la mencionada obra a Pipino de Aquitania,
salvación. Evidentemente, los ideólogos del Medievo se movieron hijo de Luis, exhortándole a obrar como un buen príncipe cristia-
más como moralistas que como sociólogos. Y más que dirigirse a no. En el fondo (como ya anticipamos) era parte de un programa
una sociedad en el sentido actual de la expresión, se dirigían a una de desquite -ideológico al menos- que los obispos buscaban
comunidad (M. García Pelayo). frente al poder civil. Jonás recuerda que hay dos poderes en la so-
Dentro del léxico social, una palabra acabaría primando: orden ciedad cristiana y que uno de ellos (el sacerdotal) debe prevalecer
(ordo), definida por san Agustín como parium dispariumque sua qui- sobre el otro. Jonás enfatiza los derechos del sacerdocio, pero
que loca tribuens dispositio [disposición mediante la cual se asigna a (como recordó en su día J. Reviron) sin preocuparse especialmen-
los iguales y a los desiguales su lugar propio]. El papa Gregorio te de recordar sus deberes.
Magno hablaría del orden en la sociedad como el resultado de la de- Invocando la existencia de tres órdenes (monachorum, clerico-
ferencia de los inferiores hacia los superiores y del amor de éstos rum, laicorum) nuestro autor dice:
hacia aquéllos. De identificarse con la armonía, el ordo pasó a ser-
lo con las categorías humanas que debían velar por que aquélla se El orden de los laicos está consagrado a la justicia y debe defender
mantuviera. mediante las armas la paz de la santa Iglesia. El orden de los monjes
¿Cuáles eran esas categorías? se dedicará en la calma a la oración. En cuanto al orden de los obis-
San Jerónimo hizo una división de la sociedad en vírgenes, con- pos tiene a su cargo el velar con prudencia (superintendere) sobre
tinentes y cónyuges. San Agustín se remitió también a unos ideales todo y sobre todos.
de vida como referencia: guías (rectores), de los que los clérigos
eran los prototipos; continentes (vírgenes) y gente casada o cónyu- Jonás era un conspicuo representante del episcopado franco pa-
ra quien la <<fede Pedro. era un depósito de todos los obispos, no
ges. Y. Congar recordó en su momento que estamos ante divisiones
sólo del papa, aunque éste ejerciera un primado eminente sobre el
más antropológicas que sociológicas en las que priman las actitudes
conjunto de la Iglesia. Jonás también hacía suya la idea de san Isido-
morales. N o de forma gratuita, san Ambrosio dedicó dos obras a dos
'0, para quien en el interior de la Iglesia las autoridades temporales
categorías hacia las que el cristianismo manifestaba especial interés: ocupaban a veces la cima del poder por cuanto el clero no siempre
De virginitate y De officiis ministrorum.
lograba ejercer ese papel rector por la vía de la persuasión y no era
En el mundo carolingio será donde fructifique la teoría de los bien escuchado por el conjunto de los fieles.
ordines a través de distintas manifestaciones. San Bonifacio, inspi-
EMILIO MlTRE F E R N A N D E Z S O C I E D A D Y C U L T U R A C R I S T I A N A S E N EL O C C I D E N T E A L T O M E D I E V A L

La función del rey, como cabeza del ordo laicorum, consistía en 2.1. Los obispos
«regir el pueblo de Dios en equidad y justicia, de forma que todos
se dediquen a cultivar la paz y la concordia)). Desde el punto de vista canónico, la elevación al episcopado se ha-
Que el termino ordo designaba no sólo una distinción sino cía a cargo del clero y el pueblo de la diócesis. A renglón seguido se
también la armonía y la paz social universal lo asumió Luis el Pia- producía su consagración por los obispos vecinos. La realidad, sin
doso en su Admonitio ad omnes regni ordines, en donde defendía discurría por otros cauces.
con ardor el principio de solidaridad de los ordines entre sí ba- En efecto, ya en el concilio de Orleáns del 549 se hablaba de que
sado en el buen desempeño de los ministeria que les habían sido el obispo lo fuera cum voluntate regis. Y en el concilio de París del
confiados. 614 se aceptó la necesidad del permiso real para la consagración de
Andando el tiempo, otro alto eclesiástico, al arzobispo Hincma- un obispo. Carlos Martel mantuvo estas prácticas dejando vacantes
ro de Reims en su De ordine palatii volvería a recordar ese origen por algunos años importantes obispados como Lyón o Vienne y cu-
etimológico de la palabra «obispo» (vigilante) y le atribuir un esen- briendo los de París, Bayeux o Ruán con su sobrino Hugo, en con-
cial papel al lado del rey: instruirle en la propia voluntad del Rey de tra de lo que los cánones expresamente ordenaban.
Reyes a fin de no salirse de la vía justa. Bajo Pipino el Breve y su hermano Carlomán hubo algunos in-
Magnos proyectos que habrían de topar con la dura realidad de tentos de cambio encabezados por san Bonifacio, que, por su as-
los tiempos. cendencia insular aspiraba a impulsar en el continente una iglesia
poderosamente jerarquizada. En la práctica, hubo de admitir que
los obispos fuesen constituidos por el rey con el consejo de los de-
2. EL MUNDO DE LOS ECLESIÁSTICOS más obispos y nobles. Al rey le correspondía el derecho a confirmar
o impugnar al elegido. La iglesia franca, así, tendió a una unificación
Hablar de programas de reforma eclesiástica bajo los carolingios (los pero bajo la supervisión del rey. En los Estados hispano-cristianos la
primeros al menos) no supone exageración alguna por más que los lejanía del pontificado impuso desde el principio la intromisión del
resultados fueran frecuentemente limitados. San Bonifacio tomó poder político a la hora de imponer candidatos y de restaurar o eri-
conciencia de las fallas del clero que encontró en el continente y ma- gir nuevas diócesis. La colaboración del episcopado -y de los rec-
nifestó esa preocupación al papa Zacarías. Para poner remedio y tores de los monasterios- en la labor de colonización y gobierno
reorganizar una desvertebrada iglesia franca necesitó -ya lo hemos del territorio estableció, así, una suerte de línea directa entre los po-
advertido- del imprescindible concurso del poder secular. Unos deres civil y eclesiástico. Sabemos de nombramientos (en algunos ca-
años más tarde, capitulares al estilo de la Admonitio generalis del sos previa deposición del anterior titular) como el de Gladila de
789 volvieron a mostrar la intromisión de la monarquía franca en Lugo por Ramiro 1, de Sisnando de Compostela por Alfonso 111, de
orden a poner remedio a ciertos males de la Iglesia. Esclua de Urge1 por el conde Ramón de Pallars, de Ermemir de Ge-
El episcopado podía hacer solemnes proclamaciones en defensa rona por el conde Suñer de Arnpurias-Perelada ...
de sus derechos, pero era consciente de que sus proyectos sólo po- La actuación del poder secular tuvo algunos efectos positivos en
dían materializarse si contaba con la colaboración de un poder polí- relación con el impulso regenerador. Numerosas sedes vacantes o
tico garante de la paz pública. Por ello, las relaciones entre ordines arruinadas pudieron ser cubiertas. Los programas de san Bonifacio
resultarán con frecuencia menos idílicas de lo que expresaban cier- o del obispo de Metz Crodegango, bajo Carlos Martel y Pipino el
tas declaraciones programáticas. Las diferencias dentro del propio Breve, fueron retomados por Carlomagno y sus colaboradores. El
ordo clericorum harían todavía más problemática una acción con- capitular de Herstal del 779 establecía que los obispos sufragáneos
junta que permitiera la prevalencia de unos intereses que se decían se sometieran a la autoridad de los metropolitanos y que si éstos en-
comunes. contraban que algo debía ser reformado .que lo reformen y mejo-
ren según su voluntad». Desde el sínodo de Fráncfort de 794 el me-
tropolitano es definido como juez de los altos pleitos eclesiásticos,
S O C I E D A D Y C U L T U R A C R I S T I A N A S E N EL O C C I D E N T E A L T O M E D I E V A L

asistido por sus obispos sufragáneos. Una famosa carta del obispo rnilar ocurrirá más adelante con la sede de Urgel, sobre la que ejer-
Leidrado de Lyón que habla de las dificultades que había que afron- cen su influencia las casas vizcondales de Conflent y Ausona.
tar para acometer la reconstrucción de edificios y la formación de Esa procedencia social explica que los miembros del alto clero
un clero ignorante parece que surtió efecto. desempeñen importantes tareas políticas. El archica~ellánde la cor-
Entre los últimos momentos de la vida del emperador (8 13) y el te carolingia, por ejemplo, además del desempeño de las funciones
831-834 las antiguas ciudades episcopales culminan la recuperación lidrgicas, hará el papel de un consejero del monarca, situándose en
de sus derechos y se consolida en el corazón de Germania la existen- el mismo plano que sus familiares. En tiempos de Carlomagno, el ar-
cia de nuevas provincias eclesiásticas: Maguncia, Colonia, Salzbur- zobispo Wilchario de Sens, a quien el Liber pontificalis define como
go, Hamburgo ... Carlomagno actuó en este terreno de forma no de las Galias~,hacía las veces de .una especie de minis-
muy diferente a la de sus predecesores: hizo consagrar a Willehaldo tro de asuntos eclesiásticos, (Boussard). Las asambleas generales
en el 787 como obispo de los sajones y nombró a Liudger en el 805 @lacita) convocadas por los soberanos reunían a magnates laicos
como obispo de Münster. N o parecía tener conciencia de transgre- pero también a obispos en tanto se trataban en ellas temas que afec-
dir la normativa canónica (elección por el clero y el pueblo), sino taban a la vida de la Iglesia. El capitular de Herstal del 779, por
que, por el contrario, pensaba estar rindiendo un servicio a la Igle- ejemplo, se promulga ante una asamblea de <(obispos,abades y con-
sia al que como rey estaba obligado. des, hombres ilustres reunidos junto con nuestro muy piadoso se-
Las medidas de reforma habían de extenderse asimismo a una ñor,,. Los obispos actúan con frecuencia como missi, ese cuerpo de
restauración de las asambleas de obispos que personajes como san comisarios itinerantes que actuaba por parejas (un clérigo y un lai-
Bonifacio, en carta al papa Zacarías, advertían que no se reunían co) para vigilar el buen cumplimiento de la ley. Entre sus labores es-
desde hacía ochenta años. No sólo concilios generales, sino también taba la de velar por la seguridad de las iglesias y proteger su inmu-
sínodos diocesanos y visitas y juicios sinodales experimentaron un nidad. Las infracciones contra este privilegio se castigaban con una
nuevo impulso. Los sínodos diocesanos se recomendaban al menos multa de 600 sueldos. Asimismo, los obispos desempeñan funciones
una vez al año bajo la presidencia del obispo y la asistencia de pá- militares, pese a la prohibición canónica de verter sangre. Un metro-
rrocos y abades de la diócesis. Las visitas y juicios sinodales debían politano como Hincmaro de Reims, muy pagado de sus prerrogati-
velar por el estado espiritual y disciplinario del clero y la instrucción vas, asiste al monarca con los contingentes militares previstos por la
religiosa de los fieles. El juez nato era el obispo, aunque pudiera costumbre.
para ello delegar en un arcipreste o archidiácono. Esa política que equiparaba a los obispos con los grandes del rei-
Diversas disposiciones desde el poder secular nos hablan en esta no por su forma de vida y la formación de poderosas clientelas aca-
dirección. Así, a finales del reinado de Carlomagno (entre el 810 y rreaba una hipoteca denunciada por algunos personajes bajo el rei-
el 813), un capitular promulgado en Aquisgrán exhorta a los obis- nado de Luis el Piadoso: las funciones temporales podían resultar
pos a que vigilen con celo las parroquias de su circunscripción para demasiado absorbentes para el cumplimiento de las obligaciones
perseguir a criminales, incestuosos, adúlteros, etc., a fin de «mejorar pastorales. Una contradicción difícil de superar, ya que los mismos
en sus respectivas diócesis todo aquello que debe ser corregido,,. Un obispos eran conscientes de que la Iglesia sólo veía garantizada su se-
capitular de Carlos el Calvo dado en Toulouse en junio del 844 fija- guridad si se sometía al gobierno de un emperador que ejerciera un
ba las divisiones de las parroquias, las obligaciones de las iglesias verdadero poder religioso.
para con sus obispos, y reglamentaba las visitas pastorales de forma La ruptura de la unidad del Imperio carolingio tendría, por
que no resultaran gravosas a los fieles. ello, muy negativos efectos en el mundo eclesiástico. De ello se ha-
La recluta de los obispos se seguirá haciendo entre los miembros ría eco el diácono Floro de Lyón (muerto en el 860) en su obra De
de las grandes familias, muy cercanas en ocasiones al círculo fami- electione episcoporum. La atomización territorial a la que se llega-
liar del príncipe. Algunas sedes catalanas, por ejemplo, cayeron bajo rá con el discurrir de los años hará que no sólo los reyes, sino tam-
la influencia de los condes: la de Elna conoce a lo largo del siglo IX bién los condes o los simples vasallos, se permitan proveer a las
varios titulares vinculados a la fa nilia condal del Rosellón. Algo si- distintas sedes. Las guerras fratricidas que sacudieron la Europa
EMILIO MlTRE FERNANDEZ S O C I E D A D Y C U L T U R A C R I S T I A N A S E N EL O C C I D E N T E A L T O M E D I E V A L

occidental forzaron a una reflexión del episcopado, para quien «la El fundador y sus sucesores se arrogaban con frecuencia el derecho
imbricación estrecha de la Iglesia y la sociedad, excelsa en tiempo a legarlas o cederlas frente a los esfuerzos de algunos obispos y pa-
de Carlomagno, no parecía- ya tan deseable)) U. Paul). La desinte- pas que trataron de limitar los abusos. El papa Zacarías, por ejem-
gración del orden político creado en torno a este monarca llevaría lo, ~ r o h i b i óque los párrocos comprasen el cargo y les exigió que
al alto clero a identificar la libertad de la Iglesia con la defensa de se sometiesen a la visita pastoral. Agobardo de Lyón intentó que el
sus bienes -temporales y espirituales-, amenazados por las turbu- titular de la parroquia fuera completamente libre y aprobado por el
lencias del momento. obispo. No lo consiguió del todo, ya que en el 826 el papa Eugenio 11
transigió con la plenitud de derechos del propietario laico reservan-
2.2. El bajo clero do al obispo un papel de mera vigilancia.
Si la tutela de los laicos sobre las iglesias particulares constituyó
Los presbíteros que nutrían el clero parroquia1 eran reclutados en toda una lacra, no lo fue menos la precariedad material y moral de
los medios populares e incluso serviles, pese a la prohibición canó- sus titulares. La legislación civil y los estatuos sinodales que conoce-
nica de que los no libres desempeñasen funciones eclesiásticas. Del mos nos describen el esfuerzo de reforma en el ámbito de determi-
obispo dependía la administración de las diferentes órdenes a los nadas regiones. Un capitular de Pipino el Breve obliga a los sacerdo-
candidatos al sacerdocio, al que se accedía después de largos plazos. tes a asistir a los sínodos so pena del pago de una multa de sesenta
Cinco años como lector, cuatro como subdiácono y cinco como diá- sueldos para el tesoro real y la degradación del infractor. La Admo-
cono. La Admonitio generalis, invocando las disposiciones de los nitio generalis insiste en que ejerzan sus funciones en razón del or-
concilios de Calcedonia y Antioquía, dice taxativamente «que el den y la moral. Algunas de las exhortaciones (que no vivan con mu-
obispo examine atentamente la fe y la vida de todos aquellos que de- jer salvo su madre o hermana, que prediquen con el ejemplo, que no
ban ser ordenados, y que después de ello sean ordenados». celebren la misa sin comulgar, que comprendan el valor de las ora-
Si la fundación de diócesis experimentó un impulso al calor de ciones de la misa, que canten dignamente los salmos...) hacen pen-
las conquistas políticas del mundo carolingio o de la inicial expan- sar en frecuentes infracciones de las normas canónicas. Los diversos
sión de los Estados hispano-cristianos, algo similar ocurrió con la estatutos sinodales nos hablan de los intentos de formar un clero su-
red parroquial. Hauck fija en 3.500 el número de parroquias que ficientemente digno y consciente de sus responsabilidades para con
habría en Alemania a mediados del siglo IX. la masa de fieles. Para ello se recuerda que deben conocer y saber
En estos años las iglesias diocesanas perdieron el monopolio de comentar las principales oraciones a fin de ejercer con solvencia la
la pila bautismal que pasaron a compartir con las parroquias. El ti- predicación, deben poseer un homiliario y recitar el oficio diaria-
tular de éstas recibía distintos nombres como archipresbiter, pastor, mente como hacían los canónigos en la catedral, etcétera.
rector, plebanus ..., rara vez el de párroco, aunque sea el término que En cuanto a la situación material, los bienes de una parroquia
los historiadores emplean por razones de pura operatividad. Hacia procedían de la dotación del fundador, a la que se añadían los diez-
el 850, el obispo Amolón de Lyón nos habla de cuáles son sus fun- mos y primicias. La cuarta parte de los primeros iba a parar al obis-
ciones: administrar el bautismo, la comunión y la penitencia, y ofi- po. Otra, a la obra de la parroquia. Otra, a los pobres. La cuarta, al
ciar el sacrificio de la misa. También oficiar el entierro-de los fieles titular. Algunas disposiciones carolingias abogaron por que cada pa-
en el cementerio anejo a la iglesia. rroquia estuviera dotada de un rnansus integer para cubrir las nece-
La provisión y la dotación de las parroquias siguió siendo obje- sidades materiales del titular.
to de controversia. En principio era al obispo a quien correspondía
el nombramiento de párroco, así como también proceder -según
recoge Hincmaro de Reims- a la división del territorio de una pa- 3. EL MONACATO Y LA VIDA RELIGIOSA EN COMÚN
rroquia en varias. Sin embargo, el patronato de los laicos sobre es-
tas iglesias (que hacía de ellas verdaderas «iglesias propias») les su- El término ordo que marca toda la filosofía social del mundo caro-
mía en los mecanismos de la feudalidad con todas sus consecuencias. lingio se inspiraba en el mundo monástico, que era el que facilitaba
EMILIO MlTRE F E R N A N D E Z S O C I E D A D Y C U L T U R A C R I S T I A N A S E N EL O C C I D E N T E A L T O M E D I E V A L

el modelo de sociedad organizada. De diversas formas se materiali- mano del duque de Alsacia. El monasterio de Lorsch se edificó en el
za la vida religiosa en común en el alto Medievo. 764 con el apoyo del conde Rheingau. Al igual que sucedía en otros
aspectos de la vida religiosa, los propietarios designaban al abad que
3.1. Los cabildos de canónigos administraba los bienes concedidos.
Los gobernantes francos obtuvieron del sistema notables venta-
El cuerpo auxiliar del obispo, del que formaban parte también los jas. Carlos Martel potenció toda una red clientelar repartiendo en-
diáconos, recibía el nombre de presbiterium. Por influjo del mona- tre sus partidarios bienes monásticos en abundancia. Carlomagno
cato se fue abriendo paso la idea de una vida en común -la vita ca- era, en el momento de ser coronado, propietario de un importante
nonica- que incluía la renuncia al uso privado de bienes. de abadías que suponían beneficios con los que recompen-
Hacia el año 760, el obispo Crodegango de Metz escribió una sar a sus colaboradores. La institución monástica constituía, de esta
'i
reg a para ordenar la vida en común de los clérigos de su diócesis de forma, un engranaje más del Estado. Así, Alcuino de York, que no
acuerdo con la filosofía del benedictismo: comunidad de vida y de fue más que diácono, llegó a acumular la titularidad de seis abadías,
bienes, de vivienda y dormitorio, prohibición de acceso a las muje- la muy importante de San Martín de Tours entre ellas... Fulrado era
res, asistencia diaria al capítulo, moderado trabajo manual y algunas abad y a la vez propietario de cuatro monasterios. Algunos obispos
prescripciones sobre penitencia y ayuno. ostentaban la propiedad de las abadías de su diócesis: se cuenta el
En el 816 un sínodo habido en Aquisgrán promulgó una regla caso del obispo Gauslin de Mans, que a mediados del siglo VIII ha-
nueva redactada bien por el abad Ansegiso, bien por Amalario de bía esquilmado las más de treinta abadías de su circunscripción. El
Metz, que se deseaba aplicar al conjunto del reino franco. Si en la obispo Teodulfo de Orleáns también era, a principios del siglo IX,
regla de Crodegango la máxima autoridad de la comunidad de ca- abad de Fleury-sur-Loire además de otros importantes monasterios
nónigos era el obispo, en ésta se habla de un prepósito o prelado. Se de su diócesis. Distintas familias de la aristocracia laica detentaban
establecen, asimismo, dos categorías de canónigos: los canonici se- asimismo la titularidad de numerosos centros, bien por haber sido
niores, que comprendían a subdiáconos, diáconos y presbíteros; y fundaciones familiares, bien por concesión real.
los canonici iuniores, de órdenes menores. Bajo Carlomagno, más que impulsarse nuevas fundaciones, se
De los beneficios que la vida canónica podía reportar se hace procura reformar las antiguas erradicando vicios tal y como se dice
eco la Admonitio generalis cuando exhorta a que quienes «acceden en el capitular Missorum generale del 802, en el que se pide que los
a la vía clerical, que nosotros llamamos vida canónica, vivan de he- monjes vivan «observando firme y rigurosamente la regla*. Para ello
cho canónicamente según su regla, y que el obispo reglamente sus exige que abajo ningún pretexto se ose suscitar diferencias o dispu-
vidas como el abad reglamenta la de los monjes*. tas ni en el interior ni en el exterior del monasterio. y que se casti-
guen severamente los mumerosos casos inmundos y abominables*
3.2. El mundo monástico bajo los primeros carolingios de vicios que habían llegado a los oídos del emperador. El benedic-
tismo debía convertirse en un instrumento uniformizador para lo-
La expansión del cristianismo en el interior de Germania convirtió grar la necesaria regeneración. En el 790 Carlomagno reclamó al
a los monjes en punta de lanza de la evangelización. Los monaste- obispo Adalgario hacerse en Montecassino con el ejemplar auténti-
rios abren muchas veces el camino a las iglesias diocesanas y son su co de la Regla. En el 811 se trató de negar legitimidad a cualquier
principal apoyo. Algunas catedrales como Salzburgo, Ratisbona o forma de vida monástica que no fuera la de san Benito. Diferentes
Freising, en los límites de los dominios francos, fueron monásticas concilios provinciales del 813 se vuelven a plantear la cuestión sin
durante algún tiempo. que, a su muerte, el emperador la dejara resuelta.
La fundación de monasterios exigió no sólo la colaboración de Los casos de algunas abadías indican bien las limitaciones de este
los obispos, sino también el impulso de los grandes; circunstancia Proyecto. Por ejemplo la de San Martín de Tours, prestigioso centro
que les unía estrechamente a sus fundadores y familias. Así, la aba- que vivía bajo una regla mal definida, fue entregada a Alcuino de
día de Murbach se funda en el 727 con el apoyo de Ebrohardo, her- York en 796 para su reforma sin que obtuviera los frutos previstos.
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Algo similar ocurrió con la abadía de Echternach, cerca de Luxem- Frente a cualquier otro tipo de actividad, como el trabajo ma-
burgo, regida hasta el 775 por al anglosajón Aldeberto y luego por nual o misional, el oficio divino debía constituir la dedicación casi
Beornrado, a quien Carlomagno nombró en el 785 obispo de Sens. exclusiva del monje. El monasterio se replegaba sobre sí mismo ale-
Los resultados en cuanto a reforma fueron también un fracaso. La jándose de esa idea de ser un engranaje más del edificio político ca-
abadía de San Amando en las Ardenas, confiada a Amo de Salzbur- rolingio. El abad quedaba sometido al mismo régimen de vida de la
go y luego a Aldarico, tampoco logró grandes éxitos reformadores. comunidad. Su elección por los monjes, que era una de las aspira-
En algunos casos los monjes fueron sustituidos por canónigos. La ciones de Benito de Aniano, no se pudo imponer en su totalidad: un
abadía de Corbie dirigió su actividad fundamentalmente hacia las capitular del 818 consideró este procedimiento sólo como privilegio
misiones fundando una importante filial cerca de Paderborn: la de algunas comunidades.
((Nueva Corbieb o Corvey. Las casas lograban, sí, suavizar las obligaciones a las que se ha-
bían visto sometidas en los años anteriores: las aportaciones milita-
3.3. El proyecto de Benito de Aniano res quedaron reducidas y la división de los bienes de la comunidad
en abaciales y conventuales (inalienables estos últimos) paliaba los
Será con Luis el Piadoso cuando la reforma monástica carolingia en- efectos de la codicia de los poderosos sobre los patrimonios de los
tre en su fase decisiva. Su protagonista fue un monje de ascendencia monasterios.
hispana, hijo del conde de Maguelone, nacido hacia el 750, de Benito de Aniano murió en el 821. Su reforma tendría efectos li-
nombre Witiza. Monje en el monasterio de Saint-Seine de Dijón, se mitados, dadas las perturbaciones que se sucedieron en un Imperio
estableció hacia el 787 en la posesión familiar de Aniano, en donde carolingio en desintegración aguijoneado por las razzias de norman-
cambió su nombre por el de Benito, en memoria del gran promotor dos, sarracenos o magiares. Una idea, sin embargo, prevalecería se-
de la vida monástica en Occidente. La primitiva severidad de vida gún ha destacado Knowles: la de ((hijos de san Benito* aplicada a
que trató de imponer a la comunidad hubo de sustituirla a partir del todo el cuerpo monástico en tanto que los monjes consideraban al
787 por unas normas más llevaderas. santo de Nursia como su padre y patrón.
Hombre emprendedor y dotado de una gran erudición, Benito
de Aniano procedió a la recopilación de 2 7 antiguas reglas que re- 3.4. El monacato occidental extracarolingio
cogió en un codex regularum que le permitió redactar una Concor-
dia regularum, comentario de la Regla de san Benito. Las islas británicas fueron el vivero, bajo los inicios carolingios, de
Luis el Piadoso situó a Witiza-Benito de Aniano al frente de las un monacato impulsor de nuevas fundaciones y de la evangelización
abadías de Aquitania y, ascendido al trono en el 814, le encomen- de Germania. San Bonifacio, un anglosajón, sería la más acabada ex-
dó la dirección de una abadía cercana a Aquisgrán: Inde o Cor- presión de ese llamado .monacato de síntesis. en el que se conjuga-
nelimünster. En sínodo celebrado en la corte imperial en el 816 ban las tradiciones misionales celtas y el espíritu de stabilitas bene-
promulgó 2 7 capítulos provisionales en los que se aprobaba la uni- dictino. Al igual que ocurrirá en el continente, las llamadas segundas
formidad para la vida monástica imponiendo el oficio divino tal y migraciones convertirían a los monasterios insulares en víctima fácil
como lo había planteado la Regla de san Benito. En el 817 una reu- desde fecha temprana. De hacer caso a la tradición cronística, el mo-
nión de abades y monjes dio pie a un destacado Capitular erigido nasterio de Lindisfarne en la costa suroriental de Escocia sufrió la
en toda una regla monástica. Algunos importantes abades como los primera depredación normanda en fecha tan temprana como el 793.
de Montecassino, Farfa o Volturno permanecieron vinculados a Andando el tiempo, las dificultades se acentuaríari. Bajo Alfredo el
este espíritu mientras que los demás monasterios se comprometían Grande (871-899) se intentará una recuperación en la que el monar-
a enviar representantes a Cornelimünster a fin de que se iniciaran ca colaborará directamente con la fundación de algunos monaste-
en las normas a seguir. Cornelimünster debía ser, en la mente de rios; entre ellos, el femenino de Shaftesbury, al frente del cual puso
Benito de Aniano, una especie de vivero de abades e inspectores de a SU hermana Aetelgifa. Los resultados, sin embargo, fueron medio-
monasterios. cres. D. Knowles dice que habrá que esperar aún medio siglo para
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ver una auténtica regeneración de la vida monástica en Britania. tumbres como el pactum y en la existencia de distintas fundaciones
Será la obra de Dunstan, que llegó a ser arzobispo de Canterbury y de carácter familiar. En algún caso como el de San Esteban de Baño-
restauró la abadía de Glastonbury en el 940; de Ethelwold de Abing- las en el 822, la influencia del mundo carolingio en la primitiva Ca-
don, obispo de Winchester; o de Oswald de Ramsey, obispo de Wor- taluña (reforma de Benito de Aniano) nos habla de una <<benedicti-
cester y metropolitano de York. nización~temprana del territorio.
Desde la refundación de Glastonbury hasta la muerte de Duns-
tan en el 988 se establecieron en el territorio medio centenar de aba-
días totalmente autónomas que desempeñaron un importante papel 4. LOSLAICOS, RELIGIOSIDAD Y MODELOS DE VIDA
en la vida intelectual. El monacato inglés constituiría una cantera
para el episcopado insular y facilitaría un respetable número de con- Lo que técnicamente se conocía en los tiempos carolingios como
sejeros a los Witenagemot de los monarcas hasta el momento de la ordo laicorum cubría la inmensa mayoría de la población sobre cu-
conquista normanda a mediados del siglo XI. yos hábitos de vida y creencias estamos muy sumariamente informa-
En la península Ibérica la vida monástica altomedieval fue herede- dos. Lo que sabemos de los simples fieles se debe, esencialmente, a
ra de las tradiciones visigóticas. A través de las obras de san Eulogio y lo que nos han transmitido unas fuentes eclesiásticas que nos hablan
del calendario de Recemundo sabemos de la existencia de distintos de los ideales de vida que habían de asumir. De acuerdo con estos
monasterios en territorio controlado por los musulmanes, algunos de principios, dice Chelini, la sociedad carolingia sería una sociedad de
ellos en las cercanías de la misma Córdoba: San Cristóbal, San Ginés, bautizados, de conjugati, de prácticas religiosas que van madurando
San Martín y el femenino de Santa Eulalia. El monasterio de Tábanos (santificación del domingo, legislación conciliar, penitencia privada)
era dúplice y fue semillero de mártires. Resulta difícil en ocasiones es- y de cristianización de la muerte a la que se desea despojar de los
tablecer la distinción entre clero secular y monacato. En la mozarabía viejos resabios paganos.
de al-Ándalus, por ejemplo, el abad Esperaindeo fue maestro de Eu-
logio y Avaro. El abad Sansón será rector de la iglesia de San Zoilo. 4.1. Las minorías rectoras
En relación a la estructura monástica cabría decir algo similar si
nos remitimos a los reinos hispano-cristianos. De los 1.828 monas- La imagen de los gobernantes (una minoría entre la masa de laicos)
terios contabilizados por A. Linage para la España cristiana entre el es la que mejor conocemos aunque la información esté llena de lu-
711 y 1109, muchos no se ajustarían estrictamente a lo que enten- ces y sombras, cuando no de enormes contradicciones. A la cabeza ,
demos por tal o tendrían una existencia muy precaria. La restaura- figurarían, por supuesto, los monarcas. De dos de ellos -Carlomag-
ción del importante cenobio de Samos (759) se debió al abad tole- no y Luis el Piadoso- se han destacado las diferencias en cuanto a
dano Argerico, huido a tierras gallegas. De principios del siglo X, percepción de los principios básicos del cristianismo.
bajo el reinado de Alfonso 111, son importantes fundaciones como Carlomagno, considerado como defensor Ecclesiae, ha gozado
Sahagún o San Miguel de Escalada a cargo de monjes también veni- de un importante predicamento al que contribuyó de manera pode-
dos del sur. M. Riu, refiriéndose a la primitiva Cataluña, ha podido rosa Eginardo con su Vita Karoli. En ella se dirá que «practicó escru-
hablar de cómo muchas de las iglesias rurales pudieron tener en su pulosamente y con la mayor devoción la religión cristiana, que le ha-
origen un carácter monacal. bían inculcado desde la infancia,). La práctica de su fe, sin embargo,
La variedad y dispersión de las distintas fundaciones nos hablan presenta numerosos puntos oscuros. Carlomagno consideraba al
de la omnipresencia del fenómeno monástico en el movimiento de cristianismo, esencialmente, como una fuerza de cohesión para un
repoblación y consiguiente encuadramiento religioso de la pobla- heterogéneo Imperio. De ahí la actitud despótica del monarca hacia
ción; y nos hablan también de una pluralidad de reglas. Las de ori- el clero del reino, papa incluido; las conversiones forzadas de algu-
gen visigodo (de san Leandro, san Isidoro, san Fructuoso o la Regu- nos pueblos como los sajones; la imposición de los preceptos religio-
la consensoria) nos recuerdan la pervivencia de las viejas normas de sos por la vía de los capitulares; o sus proyectos de uniformidad li-
vida en común. Una pervivencia que se apreciará también en cos- túrgica, canónica o monástica.
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La vida privada del monarca distó mucho de ajustarse a lo que educativa marcada por el Renacimiento carolingio. Ya la Vita Karoli
se consideraba oficialmente moral cristiana. Conocemos los nom- supone un modelo de vida del que los gobernantes pueden tomar
bres de al menos once mujeres que compartieron vida con el perso- ejemplo. A su lado toda una pléyade de obras trataron de inculcar
naje, bien como esposas, bien como simples barraganas. Su primer un conjunto de cualidades a sus destinatarios.
matrimonio con una princesa lombarda fue roto por motivos pura- Alcuino de York, en un tratado sobre vicios y virtudes dedicado
mente políticos. Uno de sus bastardos, Pipino el Jorobado, hijo de al conde Guy de Bretaña, le anima a comprometerse en una guerra
una joven llamada Himiltrude, llegó a conspirar contra su padre du- contra los vicios en la que las mejores armas las posee la religión
rante una de las campañas de Sajonia y fue recluido en el monas- cristiana. Toda una psicomaquia - e n la línea del poeta hispano Au-
terio de Prüm. El emperador extendió a su propia familia esta libe- relio Prudencia- en la que Rabano Mauro e Hincmaro de Reims
ralidad de costumbres: de las relaciones de su hija Berta y su abundarán en sendas obras dedicadas a Luis el Piadoso y a Carlos el
colaborador Angilberto nacería el historiador Nithard, que narraría Calvo. Jonás de Orleáns hará algo similar con su De institutione re-
los acontecimientos posteriores a la muerte del emperador. No pa- gia (algo más que un tratado político) y su De institutione laicali,
rece que para Carlos el matrimonio fuera más que un gesto privado. orientada a demostrar que los fieles de a pie pueden vivir cristiana-
Las sutilezas de la sacramentalidad - c o m o a muchos de sus coetá- mente su vida conyugal. Los moralistas carolingios abundan en el re-
neos- sin duda s.e le escapaban. querimiento a los potentes para que pusieran su fuerza militar y sus
El comportamiento de Luis el Piadoso diferirá del de su padre, medios económicos al servicio de la Iglesia y de los más débiles.
tanto en la política como en la moral. Ambas facetas fueron de he- También insistirán en el respeto de los hijos hacia los padres, a quie-
cho inseparables y en ellas el episcopado trató de ejercer un papel nes deben ayudar y obedecer, en la misma medida que los súbditos
de inspiración permamente. La defensa de la ética cristiana introdu- deben respeto a los reyes. Algo que convenía recordar en momentos
jo, advierte J. Paul, una conciencia más clara del pecado y de la in- en que los hijos de Luis el Piadoso parecían conculcar de manera
justicia y provocó una auténtica vigilancia de la moralidad del pa- descarada estos principios.
lacio. Luis el Piadoso, así, obligaría a sus casquivanas hermanas a De indudable originalidad en este contexto será el llamado Ma-
alejarse del mundo e ingresar en monasterios. nual de Dhuoda, obra de una mujer y laica, a diferencia de los auto-
El saneamiento de costumbres convertido en programa de reno- res de los anteriores textos, varones y miembros del episcopado. Es-
vación política acabó afectando a la propia estabilidad de un poder posa de Bernardo, marqués de Septimania, esta señora redactaría su
secular zarandeado por múltiples intrigas a las que el alto clero no obra entre el 841 y el 843 para dedicársela a su hijo Guillermo, un
era ajeno. En efecto, la piedad de un monarca que captaba mejor muchacho de dieciséis años. Se inicia con una visión de la Trinidad
que su predecesor no sólo lo que eran los fundamentos del poder y de las virtudes teologales, para inmediatamente recordar a su vás-
sino también las sutilezas de la ética cristiana, podía tener, paradóji- tago sus deberes para con su padre y con el rey Carlos el Calvo, así
camente, una negativa influencia en el destino de la construcción como también con las gentes de la Iglesia, desde los obispos hasta
política carolingia. 10s más bajos clérigos. En el capítulo de virtudes y vicios, Dhuoda
Ello se verá, al menos, en las dos ya citadas penitencias del so- insiste en la práctica de la castidad. Tras inculcar la oración por la fa-
berano: Attigny (827) y Soissons (833), seguida de una abdicación. milia, los eclesiásticos, el rey y los familiares vivos y difuntos, la obra
Aur que ésta fuera inmediatamente revocada, la humillación del mo- concluye con una especie de breviaro para laicos posiblemente ins-
narca demostró hasta qué punto el poder eclesiástico se convertía en pirado en el De usu Psalmorum de Alcuino.
intérprete de la moral y se autocapacitaba para otorgar a un prínci- La vida cristiana aparece en el Manual como un permanente
pe su reconciliación con la Iglesia. combate contra los vicios simbolizado en el ascenso del alma hacia
Los conflictos políticos que sacudieron al Imperio después del la perfección a través de la subida de quince peldaños. Una concep-
8 14 propiciaron la proliferación de un género encaminado a la for- ción de la vida espiritual cuya comprensión quedaría muy lejos de la
mación de las élites. Se trata de auténticos «espejos» para príncipes masa de fieles..
y para miembros de la aristocracia, muy acordes con esa política
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4.2. El común de los laicos los más preciados símbolos del paganismo trataba de demostrar de
una forma un tanto primaria la vanidad de los cultos idolátricos y el
La sociedad en los tiempos carolingios es esencialmente una socie- poder de la fe que se deseaba implantar. Frente a los ídolos, la cate-
dad de bautizados. En ella, afirma A. Vauchez, ala práctica religiosa quesis de la cruz (la cruz como el vexillum triunfale) se difunde por
representa más una obligación de orden social que la expresión de distintos autores carolingios, desde Alcuino de York y Jonás de Or-
una adhesión interior [...] la fe es un patrimonio que el soberano tie- leáns a Rabano Mauro y Ermoldo el Negro.
ne la obligación de preservar y de transmitir en su integridad». Esta Nos situamos así en un mundo cargado de ambigüedad. A pro-
concepción administrativa de la religión permite establecer una ex- pósito del culto a las reliquias J. C. Schmitt ha recordado que nos
cepción con los judíos que, bajo Carlomagno o Luis el Piadoso, vi- muestra la fragilidad de la frontera entre aquello que la Iglesia tole-
ven en una situación que podría calificarse de aceptable. B. Blumen- raba e incluso fomentaba, y aquello que consideraba como supersti-
kranz ha destacado que incluso llega a producirse la latinización de tiones, como supervivencias de un paganismo a erradicar. Para com-
algunos nombres hebraicos. Las garantías bajo las que vivió la pobla- batirlas se redactaron algunas obras de catequesis como el Scarapsus
ción mosaica estaban avaladas bajo el reinado de Luis por un magis- de Pirminio en la primera mitad del siglo VIII, cuyas fuentes parecen
ter judaeorum. No parece que la concordia se rompiera por la sona- ser san Agustín, los sermones de Cesáreo de Arlés y el De correctio-
da apostasía del capellán de palacio Bodón, que judaizó tomando ne rusticorum de san Martín de Braga.
el nombre de Eleazar. Ni tampoco parece surtieran excesivo efec- La incoporación de masas de nuevos fieles, resultado sobre todo
to algunos programas discriminatorios patrocinados por los obispos de las campañas de Carlomagno, no hizo más que acentuar en un
Agobardo y Amolón de Lyón. Las grandes explosiones de antiju- primer momento muchos de los problemas y contradicciones ya
daísmo habrán de hacerse esperar. existentes. Un sucinto formulario en el que se pregunta al neófito si
El sacramento del bautismo constituía la auténtica «carta de ciu- renuncia a sus viejas prácticas (sacrificios sangrientos e idolatría fun-
dadanía~impuesta obligatoriamente a través de los capitulares. A damentalmente) y admite las verdades más elementa'es del cristia-
partir de ahí todo fiel cristiano está obligado al aprendizaje del cre- nismo (Dios uno y trino, remisión de los pecados por el bautismo,
do y el padrenuestro y a guardar el descanso dominical. La Admoni- creencia en la vida más allá de la muerte) precede a la inmediata ad-
tio generalis dice a este respecto que «no se efectúen trabajos peno- ministración del sacramento. Las frecuentes rebeliones que se pro-
sos los días del Señor, siguiendo lo que el Señor ordenara en su ley». dujeron en Sajonia, acompañadas de las consiguientes repaganiza-
Se excluían de esta prohibición los transportes de víveres y tropas y ciones, forzaron a la promulgación del terrible Capitulare ad partes
el enterramiento de difuntos. Estamos ante lo que E. Delaruelle de- Saxoniae del 785. En él la pena capital se aplica a quienes incendien
finió como una «civilización de la liturgia» en la que la religión se iglesias, ataquen a ministros de la fe, reduzcan a cenizas los cuerpos
identifica con el culto a Dios ofrecido por los sacerdotes, al que los de los difuntos o falten a la fidelidad debida al rey. El paganismo es
fieles obligatoriamente tienen que asistir. no sólo un grave pecado contra la fe sino también un delito contra
De la lectura de distintos testimonios podemos hacernos una el poder secular encargado de expandirla y defenderla.
idea de cuál era la formación religiosa del conjunto de fieles, sin El diálogo religioso con la masa popular se intentará llevar tam-
duda cristianizados muy superficialmente. Así, el Indiculus supersti- bién a cabo por medios menos ásperos. Así, frente a la inmediatez
tionum et paganiarum redactado en el concilio de Leptines del 743 del bautismo impulsada por la brutal consigna de Compellere intra-
nos habla de la enorme fuerza que entre el común seguían ejerciendo re [obligar a entrar] impulsada por los gobernantes laicos, persona-
los viejos cultos. Los opúsculos de autores como Agobardo de Lyón jes como Alcuino de York (concilio de Donau del 796) abogaron por
acerca de los «artífices de tempestades*, o de Hincmaro de Reims un catecumenado libre y serio durante al menos unas semanas. En el
ante el divorcio de Lotario 11 por un supuesto problema de esterili- concilio de Maguncia del 847 se recuerda, asimismo, que la predi-
dad, nos recuerdan lo expandido de un conjunto de creencias ante cación se haga en lengua romana rustica o teotisca, a fin de una me-
las que el estamento eclesiástico no dispone de una respuesta clara. jor comprensión de los fieles en una época en que el latín de cierta
La destrucción por san Bonifacio o por Carlomagno de algunos de calidad se ha convertido en la lengua de la liturgia.
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Un precioso texto en sajón, el poema Heliand, que se redactó en En líneas generales, la Iglesia pensaba en unos sponsalia toma-
el siglo IX a instancias de Luis el Piadoso, explica con el molde de la dos como «promesa de matrimonio» que se formalizaban mediante
épica pagana germánica los contenidos del cristianismo. Así, en re- el consentimiento de los esposos y de quienes tenían autoridad so-
lación con Cristo, los Apóstoles son «sus doce buenos vasallos que bre ellos. Hincmaro consideraba que la copula carnalis era la condi-
se pusieron más cerca (eran los hombres más fieles del mundó),,. Y ción imprescindible para la plena realización del matrimonio.
en clave también vasallática se explica el seguimiento a Cristo de las El matrimonio será considerado, en principio, como indisoluble
«personas selectas que llegaban allí para poder oír, aprender y cum- aunque la puerta quedaba entreabierta para algunos casos de ruptu-
plir la sacra palabra.. ra. Así, el Penitencial de Teodoro (finales del siglo VII) juega con cier-
tas situaciones: impotencia, adulterio (el marido agraviado podía
4.3. La moral sexual y el matrimonio como estado ideal volver a contraer matrimonio, no así la mujer agraviada, que debe
de los laicos contentarse con ingresar en un monasterio), cautiverio prolongado,
ingreso de uno de los cónyuges en un monasterio, demencia ... El
Los Libri paenitentiales, difundidos en el continente por los misio- concilio Verberiense del 756 y el de Compihgne del año siguiente
neros insulares y en los que se tasaban las penas en función de la gra- admiten de hecho el divorcio en ciertas situaciones. Entre sus cáno-
vedad del pecado cometido, constituyen una buena fuente para co- nes introducirán como causa para la ruptura el incesto, situación
nocer la práctica de un sacramento -la penitencia- encargado de que incluía a todos los parientes consanguíneos y a los «parientes es-
reconciliar a los fieles. pirituales*, considerando como tales a los padrinos. El concilio de
De su lectura se deduce igualmente que las relaciones sexuales Friul del 796 prohibiría casarse al marido que hubiera repudiado a
constituyen una de las principales preocupaciones del clero cara a la su mujer adúltera.
masa de fieles. Resulta difícil saber, como ha recordado J. Gaude- De forma parecida se manifiesta Jonás de Orleáns en su De ins-
met, hasta dónde nos están describiendo la realidad de los hechos y titutione laicali declarando que la mujer no puede ser repudiada sal-
hasta dónde nos están reflejando ciertas obsesiones y fantasmas. vo «por causa de adulterio,), y si el marido contrae matrimonio des-
Que la Iglesia altomedieval consideraba el matrimonio como el pués del repudio, adquiere también la condición de adúltero. Estos
estado por excelencia de los laicos queda fuera de duda. En un cam- principios trataron de imponerse por ley en el concilio de París del
po más ambiguo quedan las reglas de juego que lo marcan. 829. Unos años más tarde, Pascasio Radberto defendía la pervi-
La época carolingia destacó por una importante legislación en la vencia del vínculo conyugal aunque los esposos estuvieran separados
materia. La Iglesia siguió reconociendo la legitimidad de la autori- de hecho.
dad secular para tratar sobre el tema, pero daría pasos importantes Conscientes de los hábitos del momento, la actitud de los minis-
para establecer un control jurisdiccional más claro. Al ser considera- tros de la Iglesia estará marcada por un acentuado posibilismo. En
do como sacramentum, el matrimonio debía concernir también a la efecto, junto al matrimonio, considerado como sacramento, había
jurisdicción eclesiástica. Jonás de Orleáns redactó varios capítulos otras formas de convivencia concubinaria (la Friedelehe germánica)
de su De institutione laicali dedicados a esta cuestión. Hincmaro de dotadas de plena aceptación social. Divorcio y repudio, ejercidos al
Reims hizo lo propio en algunos escritos de moral práctica dirigidos margen de las estrictas leyes canónicas, fueron monedas harto fre-
a la aristocracia laica: con motivo del divorcio de Lotario 11; en el cuentes. El rapto, aunque condenado por diversas normas legales,
caso de Engeltrudis, esposa adúltera del conde Bosón; y en el caso era muchas veces el inicio de una vida conyugal si el raptor era acep-
del joven Esteban. El matrimonio de éste con la hija del conde de tado por la familia de la mujer y se realizaba el matrimonio con to-
Tolosa había estado marcado por algunas irregularidades y brindaba dos los pronunciamientos favorables.
al metropolitano la posibilidad de remitir a sus colegas una larga Los Penitenciales, fuente importante para conocer la vida reli-
carta en pro de la indisolubilidad del matrimonio. El Responsum en- giosa y social a través de la represión de las faltas, dedican especial
viado por el papa Nicolás I a los búlgaros describe también las for- atención a determinados casos: desviaciones de la sexualidad (ho-
mas de matrimonio tal y como se entendían desde Roma. mosexualidad, bestialidad), prácticas anticonceptivas, abortos, in-
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fanticidio, conculcación por los clérigos del celibato eclesiástico, etc. licano fue progresivamente marginado a favor del cantus romanus.
Desconocemos, sin embargo, el alcance efectivo de estos hechos. Carlomagno lo recuerda en la Admonitio generalis al advertir:
Que los Penitenciales y la literatura didáctica en general presten es-
pecial atención a las situaciones menos honorables no implica preci-. [...] que todos aprendan íntegramente el canto romano [...] según
samente su extensión generalizada. decidiera nuestro padre el rey Pipino, de venturosa memoria, cuan-
El ejemplo de las minorías dirigentes ayudaba muy poco, como do suprimiera el oficio galicano en pos de la unidad con la Sede
ya hemos visto, a materializar los ideales conyugales predicados por apostólica y de la concordia pacífica de la santa Iglesia de Dios.
algunas de las más selectas mentes. Los Penitenciales y otros escritos
insisten en ciertas normas que deben guardarse dentro del matrimo- La liturgia romana acabó imponiéndose con todos sus compo-
nio cristiano: el amor recíproco entre los esposos y la educación de nentes si hemos de hacer caso de los textos oficiales que nos hablan,
los hijos aparecen en los lugares preferentes. El placer sexual debía para el 785, de la difusión del Sacramentarium Gregorianum, que
ser «recompensa, no fin.; éste sólo lo constituía la procreación. uniformó la liturgia de la misa y de los sacramentos.
Como decía el Penitencial de Vinian, «el matrimonio sin continen- Los logros no fueron tan decisivos en el campo de la estricta re-
cia es pecado». De ahí también la prohibición de ejercicio de la se- forma canónica. En el 774 el papa Adriano envió al monarca una co-
xualidad matrimonial en determinadas épocas del año -variables lección canónica conocida como Adriana o Dionisiano-Adriana que
según los lugares pero fundamentalmente en períodos cuaresma- databa de años atrás (pontificados de Gregorio 11 y Gregorio 111) y
les- «para no mancillar las celebraciones solemnes con impuras vo- que había quedado ya anticuada. Hubo de competir además con
luptuosidades». otra colección de reconocido prestigio: la Hispana, que arrancaba
del 633 y que se había difundido al otro lado de los Pirineos a lo lar-
go del siglo WII. Desde el 800 se llegará a una suerte de compromi-
5. EL RENACIMIENTO CAROLINGIO: so entre ambas colecciones, producto del cual será la llamada colec-
HOMOGEP;EIZACIÓNY EDUCACIÓNDE UNA SOCIEDAD ción Adriano-Hispana, que tendrá una fuerte influencia hasta la
reforma gregoriana.
Los carolingios aspiraron a compatibilizar el respeto a las peculiari- El rito mozárabe (también llamado visigótico, isidoriano, tole-
dades de los distintos pueblos integrados en la Europa del momen- dano y, con mayor propiedad, hispano) constituiría durante bastan-
to con la aplicación de programas de cohesión que afectaron a las te tiempo una de las peculiaridades litúrgicas existentes en el mun-
diversas facetas de la vida política, económica, religiosa, cultural... do cristiano latino. Brillante y barroca, con fórmulas de hondo
Disposiciones como la Admonitio generalis aplicables al conjunto sentido teológico, la liturgia mozárabe ofrecía algunas diferencias en
del reino muestran la conciencia del futuro emperador de cuán ne- cuanto al calendario litúrgico (por ejemplo, la cuaresma en princi-
cesarias eran ciertas normas comunes para todos sus súbditos. pio contaba con tres semanas, luego con seis), el oficio de la misa, la
fracción de la hostia, las preces en la administración de los sacra-
5.1. Formas y reformas litúrgicas mentos, etc. El que Elipando de Toledo se basase en la liturgia tra-
dicional hispana para apoyar algunas de sus tesis acabó por conver-
En el terreno de la vida litúrgica y canónica - c o m o en el de la vida tir la liturgia mozárabe en sospechosa. En el 924, sin embargo, el
monástica ya reseñado- se hicieron importantes esfuerzos en pro papa Juan X reconoció su plena ortodoxia.
de una unificación romanista.
El afecto que san Bonifacio sentía por Roma y la presencia del 5.2. El Renacimiento carolingio; una concentración de esfuerzos
papa Esteban 11 en la corte franca hacia el 753 tuvieron sin duda
gran importancia a la hora de dar pasos en esa dirección. Crodegan- Se ha discutido la idoneidad de esre término aplicado a los tiempos
go de Metz, que hizo un viaje a Roma, impuso a su vuelta a Metz a de la dinastía carolingia. Generalmente se ha identificado con esa
sus canónigos la observancia de las costumbres romanas. El rito ga- imagen áulica de Carlomagno transmitida por Eginardo, quien pre-
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Al margen de los juicios de valor que quieran hacerse, el Rena-


cimiento carolingio implicó una concentración de esfuerzos hasta
ese momento dispersos en lo que P. Brown ha llamado ~microcris-
tiandades~de la Europa bárbara. Al calor de una cierta estabilidad
política lograda en el corazón de Europa y del prestigio de la nueva
dinastía, se produjo, en efecto, un movimiento centrípeto que llevó
a la corte carolingia y a los grandes centros de poder del continente
a gentes de variada procedencia. El Renacimiento carolingio fue así
obra de autores francos como Eginardo, Rabano Mauro o Godescal-
co. Pero también lo fue de gentes provinientes de la periferia. En
tono un tanto triunfalista, Walafrido Estrabón afirmaría que, «de en-
tre todos los reyes, nadie se preocupó tan ávidamente como Carlo-
magno de buscar a todos los sabios y de procurarles los medios para
que pudieran filosofar cómodamente».
Así, nos encontraremos en el período con insulares como Alcui-
no, Escoto Eriúgena o Sedulio Escoto, que seguían los pasos de san
Bonifacio y sus colaboradores. Alcuino de York, la figura emblemá-
tica de este movimiento cultural, describiría lo que fue su desplaza-
miento desde Inglaterra a Francia trasladando su biblioteca con unas
sentidas palabras:

Así, el jardín del Edén no estará en York como un jardín cerrado,


sino que se le verá crecer en esta Turena de Francia como un retoño
del árbol del Paraíso. Que sople el austro en los jardines del Loira y
Centros culturales de la Europa carolingia. todos quedarán impregnados de su perfume.
Fuente: F. Paul, La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos K-XII),
Labor, Barcelona, 1988, p. 82. Italianos serán Paulo Diácono o Pedro de Pisa. La nómina de au-
tores hispanos (o de ascendencia hispana) tampoco será corta: Pir-
minio, Claudio de Turín, Teodulfo de Orleáns, Prudencio Galindo,
senta al monarca interesado por distintos problemas culturales y por Benito de Aniano, etc. Algunos estudiosos como J. Delort han sim-
extender la educación a todos sus súbditos. A esa misma imagen han bolizado esa convergencia de distintas corrientes en la construcción
contribuido también otras estimaciones como la derivada de las me- de la capilla palatina de Aquisgrán, conjunto que arranca del 794 y
didas recogidas en distintos textos como la varias veces mencionada que fue consagrado por el papa León 111 en el 805. La dirección de
Admonitio generalis. Se trataba en ellas de sacar a los estudios de la las obras corrió a cargo de un franco (Eudes de Metz), pero siguien-
postración que años atrás habían denunciado autores como san do los consejos de un anglo (Alcuino), un lombardo (Paulo Diáco-
Bonifacio, alarmado por la ignorancia del estamento eclesiástico, o no) y un hispano (Teodulfo).
Crodegango de Metz, que se lamentaba también de la decadencia de Los cambios políticos que provocaron un desplazamiento hacia
los estudios y de la cultura. Walafrido Estrabón, en el prólogo a la zonas septentrionales de los grandes centros de decisión repercutie-
Vita Karoli, se complacería, por el contrario, en hablar de la época ron igualmente en el mapa cultural de la Europa carolingia. Ph. Wolf
de Carlos como la de un tiempo en el que se salía de un mundo de destacó hace años esta circunstancia que permitió echar las bases de
tinieblas para entrar en otro de luz. la infraestructura cultural de la futura Europa. Es sintomático cómo
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se potencia el papel de ciertas regiones: las tierras del Rin entre Ga- y monasterio haya .escuela para que los niños aprendan los salmos,
lia y Germania, verdadero corazón del Estado carolingio; el área de las notas, el canto, el cálculo, la gramática y que en todos ellos haya
Retia, con focos como Saint Gall y Reichenau, en donde eran in- libros suficientemente corregidos*. La Epistola de litteris collendis,
tensos los intercambios entre Italia y Alemania; el interior de-Ger- dirigida al abad Baugulfo de Fulda entre el 794 y el 797, exhorta no
mania con Fulda como modelo; o la propia Italia con focos como sólo a no olvidar el cultivo de las letras, sino a .rivalizar en este es-
Bobbio y Roma. fuerzo con seriedad y humildad, para, con la ayuda de Dios, mejor
penetrar en los misterios de la literatura sagrada)). Las disposiciones
5.3. El Renacimiento carolingio; los medios y los fines de Carlos no fueron las únicas en las que se mostraron las preocu-
paciones educativas. Sabemos de otras escuelas promovidas por Teo-
El Renacimiento carolingio fue un fenómeno con ínfulas de univer- dulfo de Orleáns para el territorio de su diócesis. Lotario dio nor-
salidad destinado a permeabilizar todas las capas de la sociedad. mas para el establecimiento de escuelas en varias ciudades del norte
En primer lugar, al círculo palatino, para lo cual se siguieron los de Italia en el 825. Y Luis el Piadoso, quien tuvo sincera intención
modelos establecidos por Constantino. Sin embargo, instituciones de incrementar el estudio de las letras cristianas, fue animado por
como la Escuela Palatina o la Academia de Palacio tuvieron un limi- sus obispos en el 829 a fundar tres escuelas en el territorio imperial.
tado relieve. La Escuela era una institución concebida para que los Los magnos proyectos de los gobernantes carolingios aspiraron
jóvenes de familias escogidas se educaran junto al emperador o los a hacer del Imperio una «Atenas de Cristo» que superase a la anti-
príncipes al modo aristocrático, tanto en las letras como en las ar- gua por la adición de los autores cristianos. Alcuino de York habla-
mas. La Academia no se tradujo más que en un conjunto de reunio- ba de restaurar el Templo de la Sabiduría edificado sobre siete co-
nes informales del rey y los suyos entregados a eruditas disquisi- lumnas identificadas indistintamente con las siete artes liberales, con
ciones sobre el significado de algunos términos. Aunque Eginardo los siete dones del Espíritu Santo y con los siete sacramentos. J. Paul
destaque el interés del emperador por las actividades culturales, no ha destacado cómo la aparición y difusión de la minúscula carolina
le queda más remedio que reconocer que su conocimiento de las ar- constituyó un logro decisivo al servicio de la necesaria exactitud y
tes liberales fue tardío y muy tardíamente también empezó su apren- corrección de textos. Ello permitió que en los siglos VIII y IX se es-
dizaje en la lectura y la escritura, en la última de las cuales no llegó cribiera un gran número de manuscritos; una actividad que se resin-
a hacer grandes progresos. tió en las zonas más afectadas por las invasiones.
En segundo lugar, el «renacimiento» se dirige fundamentalmen- ¿Cuáles fueron los resultados de estos proyectos?
te a los dos ordines dedicados a la vida religiosa: clérigos y monjes. Es cierto que el Renacimiento carolingio retomó la herencia de
Lo que se busca es tanto una regeneración cultural como una revita- Roma plasmada en el interés por los libros de algunos clásicos como
lización moral ya a través de la legislación civil ya a través de las dis- César (La guerra de las Galias), Salustio, Lucano, Columela, Teren-
posiciones eclesiásticas. San Bonifacio consideraba que la reforma cio o Cicerón (De senectute). J. Fontaine ha destacado, asimismo,
eclesiástica era inseparable de una restauración de los rudimentos de cómo desde el establecimiento de los pipínidas en Francia se frena
la cultura; el pueblo fiel no podía ser guiado si no disponía de pas- la degeneración del latín. El interés de sus protegidos misioneros in-
tores competentes. Algo se logró en este campo. El ya mencionado sulares por la iglesia y la lengua romana y la posterior anexión del
proyecto de Benito de Aniano del 817 sería el intento más serio en reino lombardo facilitaron ese proceso de regeneración que, sin em-
el ámbito de la vida monástica, aunque con los limitados efectos ya bargo, alcanzó a una débil franja de población: monjes, canónigos,
reseñados. clérigos y algunos nobles de la corte. El latín será la lengua reserva-
El tercer círculo al que la política educativa de Carlos y sus co- da a Dios y a quienes están a él consagrados. P. E. Schram abogó en
laboradores se dirigía, correspondía al conjunto de la sociedad. Va- SU momento por hablar de correctio más que de renacimiento pro-
rios eran los textos del emperador que afectaban a los estudios: la piamente dicho, ya que lo que se persigue -al menos en la primera
Admonitio generalis, la carta De litteris collendis y la Epistola gene- etapa- es la escrupulosidad gramatical de los textos a fin de com-
ralis. La primera es muy explícita al reclamar que en cada obispado prender mejor la palabra de Dios.
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El renacimiento de los tiempos carolingios sería un fenómeno considerado más innovador, defenderá que d a verdadera filosofía
esencialmente clerical al que algunos laicos se aproximan sólo como no es otra que la verdadera religión y la verdadera religión no es
un instrumento de prestigio. Se tiene la impresión de estar ante el cie- otra que la verdadera filosofía*.
rre de un círculo abierto siglos atrás: el de la clericalización de la cúl-
tura de forma que el clericus sea considerado definitivamente como
el litteratus, en la medida en que el laico se identifica con el illittera- 6. LOSPROTAGONISTAS DEL RENACIMIENTO
tus. El renacimiento se orientaría fundamentalmente a la creación de
cuadros de gobierno y a la elaboración de programas justificadores El Renacimiento carolingio cubre un período de algo más de un siglo:
de la restauración del Imperio. Renovación política e impulso cultu- entre el segundo tercio del siglo VII y el segundo tercio del siglo VIII.
ral van así, como ha destacado R. Folz, íntimamente unidos. Tradicionalmente se le ha considerado como época de renovación
Incluso esa búsqueda de un buen latín corrió pareja del abando- de las Bellas Letras, pero, como ha destacado E Riché, lo fue tam-
no de la tradición griega, de cuya lengua sólo se conoce por lo gene- bién de una amplia producción teológica y exegética en la que a las
ral el alfabeto y el sentido de algunos términos. Ello explica, por divina pagina se les quiso aplicar no sólo la auctoritas, sino también
ejemplo, la pésima traducción hecha en el 827 por el abad Hilduino la ratio.
de Saint-Denis de un manuscrito enviado por el basileus Miguel 11 a Ajustándose a esta idea, diversos autores han enfatizado que du-
Luis el Piadoso: el Corpus areopagiticum. Habrá que esperar algunos rante la primera fase del movimiento habrían primado las preocupa-
años para que otro autor, Escoto Eriúgena -rara avis en el panorama ciones gramaticales, mientras que en la segunda habrían destacado
cultural del momento- diera una versión más correcta del texto. los debates teológicos. No sería mala división si no olvidáramos que
Los medios materiales parecen también cuantiativamente limita- la primera fase se vio agitada por un grave problema religioso - e l
dos a pesar de los meritorios esfuerzos emprendidos. E Riché ha dado adopcionismo- y que la segunda dará algunos autores -caso de
la cifra de un centenar de títulos para la biblioteca de Colonia y de Escoto Eriúgena- también preocupados por disponer de buenas
quinientos para Reichenau hacia el 822. Fulda, posiblemente con un versiones de ciertos textos. Tampoco habría que olvidar aquellos fo-
millar de volúmenes, sería la biblioteca mejor dotada. Murbach ten- cos culturales que se dan en la periferia del mundo estrictamente ca-
dría sobre los cuatrocientos hacia el 870. Se calcula que los fondos de rolingio y que tienen unas marcadas peculiaridades.
una iglesia media rondarían los doscientos o trescientos títulos. Algu-
na bibioteca monástica, como la de Saint Gall, se constituirá tardía- 6.1. Los tiempos de Alcuino y Eginardo
mente -a partir del abaciado de Gozberto (816-836)- pero acabará
disponiendo de una gran riqueza bibliográfica en todas las materias. La capitulación de Desiderio, último rey independiente de los lom-
Predominará, sin embargo, la literatura religiosa y dentro de ella las bardos, ante Carlomagno en el 774 puso al monarca franco en
obras doarinales. Algo muy común a todas las bibliotecas, que reser- contacto con sus primeros maestros italianos. Fue Pedro de Pisa,
van su primer puesto a los temas religiosos (textos de las Escrituras, un poeta sólo discreto aunque buen gramático. Fue el friulano Pau-
Padres de la Iglesia y comentarios diversos); siguen con obras de his- lino, que, además de gramático y poeta, será un teólogo elevado a
toria y derecho, y concluyen con libros dedicados a las artes liberales. la sede episcopal de Aquilea. Y será, ante todo, Paulo Diácono, un
La originalidad de la producción de los autores carolingios ha miembro de la aristocracia lombarda educado en la corte de Pavía,
sido igualmente cuestionada. Así, la obra de Alcuino De natura ani- en la que recibió una buena formación gramatical e incluso apren-
mae repite ideas de san Agustín. El De universo de Rabano Mauro dió griego.
hace lo propio con san Isidoro. En este autor se inspira para hacer Paulo se desplazó a Aquisgrán como maestro de la princesa Ro-
un elogio de la dialéctica definida como .Disciplina de las discipli- trudis y dejó fama de gramático, poeta y, sobre todo, historiador. En
nas, pues enseña a aprender y a enseñar. Gracias a ella la razón se su Historia langobardorum, el pueblo al que pertenecía, sigue el
toma a sí misma por objeto de demostración y descubre lo que ella ejemplo de Gregorio de Tours en relación con los francos. Su Histo-
es, lo que ella quiere, lo que ella ve». Y Escoto Eriúgena, el autor ria romana, redactada a instancias de la princesa lombarda Adelper-
EMILIO M l T R E F E R N A N D E Z SOCIEDAD Y C U L T U R A CRISTIANAS EN E L OCCIDENTE ALTOMEDIEVAL

ga, está basada en los diez libros de Eutropio, a los que añadió tex- poemas son generalmente circunstanciales y entre ellos se considera
tos de san Jerónimo, Paulo Orosio y Frontino, y alcanza hasta el rei- el más relevante el dedicado a los santos de la iglesia de York.
nado de Justiniano. Con esta obra se introdujo en la corte carolin- Con todo, y aunque resulte excesivo considerarle como el pri-
gia el interés por el recuerdo de la Antigüedad. El Renacimiento mer filósofo de la Edad Media, Alcuino tiene un mérito a juicio de
carolingio se nutría así de unas corrientes que procedían del medio- P. Riché: haberse interesado por la ratio, a la que considera data est
día. Otras -las del norte- se identificarán particularmente con una omnem hominis vitam regere et gubernare [se le ha asignado regir y
figura: Alcuino de York. gobernar toda la vida humana]. En el fondo, como advertía E. Gil-
Nacido entre el 730 y el 735 en el seno de una familia de nota- son, «la verdadera grandeza de Alcuino reside en su persona y en su
bles, el anglo Alcuino se educó en un medio cultural en el que Beda obra civilizadora más que en sus libros».
el Venerable (muerto en el 735) había marcado una profunda hue- Si Alcuino es, ante todo, un restaurador de la gramática, que de-
lla. Formado junto a Aelberto en la biblioteca del monasterio de sea elevar el nivel de la latinidad, el hispano Teodulfo (muerto hacia
York, en la que no faltaban los autores profanos (Cicerón, Lucano, el 821) es lector y admirador de poetas. Poeta él mismo, su Gloria
Virgilio), Alcuino tan sólo era diácono a los cincuenta años y abad laus se incorporará a la liturgia del domigo de Ramos, ~ e r ~ e t u á n d o -
de un pequeño monasterio en el Humber. En el 778 sucedió a Ael- se en los libros litúrgicos romanos. Elevado a obispo de Orleáns por
berto como ecólatra de York. En el 78 1, en viaje a Roma, se encuen- favor imperial, Teodulfo dará a su ciudad la fama de un nuevo Par-
tra en Parma con Carlomagno, circunstancia que habrá de marcarle naso. El otro obispo de Orleáns, varias veces ya citado, Jonás, será
ya hasta el fin de sus días. uno de los personajes más representativos de la vida política de la
En efecto, entre el 782 y el 790 desarrolla su labor como educa- Europa posterior a la muerte de Carlomagno.
dor de la corte carolingia. Durante algún tiempo retorna a North- Eginardo es una figura puente entre los reinados de Carlo-
umbria para ser reclamado en el 793 a fin de combatir el adop- magno y Luis el Piadoso. Educado en Fulda y en la Escuela Palatina,
cionismo. Carlomagno sabrá premiar sus servicios como teólogo, trabará amistad en 791 con el que será heredero único de Carlos. Al-
educador, reformador, impulsor de algunos importantes textos de cuino, Rabano Mauro, Walafrido y otros destacados autores mani-
gobierno como la Admonitio generalis o mentor de la renovatio Im- festarán su aprecio hacia un Eginardo cuya carrera política se inicia
perii. Alcuino, en efecto, ostentaría la titularidad de las abadías de después de la muerte del restaurador del Imperio: en el 817 será se-
Saint-Loup de Troyes, Ferrikres en Gatinais, Flavigny en Borgoña, cretario de Luis el Piadoso y preceptor de Lotario. A medida que la
Saint-Joseph sur Mer y, sobre todo, San Martín de Tours. Muere en situación política se fue enrareciendo, Eginardo se alejó de los asfin-
el 804 dejando una peculiar impronta cultural en la Europa del mo- tos públicos para, al fin, retirarse con su esposa Imma a la abadía de
mento que ha permitido hablar de un «siglo de Alcuino,). Selingenstadt por él fundada, en donde muere en 840.
Entre sus obras destacan, aparte de sus cuatrocientas cartas diri- De toda su producción escrita destacan su poema Rhythmus de
gidas a todos los rincones de la cristiandad, el De fide sanctae et in- passione Christi martirum Marcellini et Petri, muertos bajo Diocecia-
dividuae Trinitatis, el De anima ratione, que algún autor ha conside- no y cuyos restos reposaban en la mencionada abadía; la Quaestio
rado como «la primera psicología de la Edad Media., y algunos adoranda cruce, redactada para rebatir a Claudio de Turín, y, sobre
tratados sobre gramática (inspirado en las Etimologías), ortografía todo, su Vita Karoli.
(que lo fue en Casiodoro y Beda) y dialéctica, basado en san Isidoro Escrita entre el 829 y el 836, Eginardo nos dice en su prólogo
y Boecio. Se trata de una obra escasamente original que ha dejado de ((haber decidido escribir sobre la vida, las costumbres y en gran par-
Alcuino la imagen de un pensador mediocre que se limita a recopiar te las empresas del que fue mi señor y cuidó de mi crianza,,. Las cam-
lo que otros han escrito y que, por su formación en York, parece poco pañas del gran carolingio, sin embargo, no son lo que hoy resulta más
predispuesto a interesarse en profundidad por la dialéctica o la filo- relevante del texto. Hay otros motivos para su valoración: el presen-
sofía. Como poeta no es más original que en otos aspectos de su vida, tar al morarca como modelo, el manifestar el afecto a sus protecto-
por más que en esos juegos cortesanos característicos de la Academia res y la necesidad de registrar unos hechos (de algunos de los cuales
palatina se le conociera por el sobrenombre de Flaco (Horacio). Sus el autor ha sido testigo) cuyo olvido podría resultar doloroso. Esta-
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mos, sin duda, ante una obra demasiado panegírica que toma co- Prüm, estableció una sutil distinción entre esencia y modo de pre-
mo modelo literario la Vida de los doce Césares de Suetonio, y como sencia. Escoto fue más allá dando a su visión de la eucaristía un sen-
fuentes los recuerdos personales, la correspondencia diplomática, al- tido estrictamente místico y espiritualista: se trataba de una suerte
gún autor de la época como Paulo Diácono y los Anales Reales. de «recuerdo» del cuerpo d? Cristo. La polémica no se zanjaría, sino
Hablar de Anales es hacerlo de un género muy representativo de que se transmitiría a generaciones sucesivas.
la época en el que de forma simple y seca se van relacionando los De no menor enjundia fue el debate surgido en torno a la doc-
acontecimientos fijados por orden cronoIógico. A los Anales Reales, trina elaborada por Godescalco, hijo de un conde sajón y monje en
a los que puede definirse como oficiales, se unirán otros redactados su juventud en el monasterio de Fulda durante el gobierno de Raba-
en abadías como Lobbes, Lorsch, Fulda, etcétera. no Mauro. Trasladado al monasterio de Orbais en la diócesis de
Soissons, Godescalco elaboraría a partir de entonces lo sustancial de
6.2. La disolución del Imperio y la ebullición filosófica su doctrina, apoyada en un extremo radicalismo agustinista. A su en-
tender, la inmutabilidad de los designios de Dios había provocado
La generación que cubre los años de desintegración del Imperio ca- que todos los hombres, al margen del tipo de obras que realizaran, .
rolingio es, a efectos de actividad intelectual, la más dinámica del estuvieran predestinados desde el primer momento, bien a alcanzar
Renacimiento carolingio. la gloria, bien al castigo eterno. El sacrificio de Cristo sólo habría
Como prohombre de la Iglesia, consejero de príncipes y teólo- servido así para los elegidos. Tan rígidas posiciones fueron reproba-
go, la época está dominada por la figura de Hincmaro de Reims. En das por distintos autores. Rabano Mauro replicaría con un De praes-
el 877 hará las veces de regente de la Francia occidentalis al marchar cientia et praedestinatione, de gratia et libero arbitrio, donde culpa-
Carlos el Calvo a Italia. Abad de Fulda y obispo de Maguncia, Ra- ba de la condena a la muerte eterna no tanto a la predestinación
bano Mauro será el autor de un De universo, en la línea enciclopé- divina cuanto a un mal uso del libre albedrío. Hincmaro de Reims
dica de san Isidoro. Estos autores participarán de forma activa en los también tomó cartas en el asunto a través de la condena contra Go-
grandes debates teológicos del momento, identificados especialmen- descalco en varios concilios locales. Pero, sobre todo, será Escoto
te con tres figuras. Eriúgena quien lanzándose a esta y a otras polémicas vaya a erigirse
En primer lugar, la de Pascasio Radberto, monje y abad de Cor- en la figura más singular de la intelectualidad del siglo IX.
bie, discípulo de Rabano Mauro y destacado hagiógrafo y teólogo. Nacido en Irlanda, de la vida de Escoto y de su formación no sa-
Entre el 831 y el 844 elaboró un libro de piedad eucarística orien- bemos nada hasta su llegada a la Francia de Carlos el Calvo hacia el
tado a la educación de los jóvenes sajones bajo el título De corpore 847. En ella, al parecer, se integraría en la colonia de irlandeses de la
et sanguine Domini. Las posiciones del personaje, quien afirmaba ciudad de Laón. Hasta el 862 redacta algunas obras como su comen-
que la eucaristía era a la vez realidad y figura, se han definido como tario sobre Marciano Capella. Su admiración por san Agustín se vio
de ((realismocraso» por cuanto la presencia de Cristo era la del Cris- siempre superada por su afecto hacia los autores griegos «por cuan-
to histórico, en su verdadero cuerpo y en su verdadera sangre. Se lle- to han mirado las cosas con más penetración y han hablado de ellas
vaba así a cabo una identificación del Cristo histórico y el Cristo eu- con más precisión». De ahí sus versiones del Pseudo-Dionisio, de Má-
carístico, aunque esa presencia fuera en cierto modo inmaterial y ximo el Confesor o de Gregorio de Nisa. En su De praedestinatione,
espiritual. Carlos el Calvo, a quien fue presentada la obra, la some- redactado para combatir a Godescalco y que no convenció a nadie,
tió al examen de otros teólogos. Cerca de las posiciones de Pascasio es manifiesta su inclinación hacia los Padres de la iglesia griega.
se puso su amigo Ratramno de Corbie, quien en el 859 escribió un Con todo, Escoto Eriúgena ha pasado a la historia de la filosofía
breve tratado también titulado De corpore et sanguine Domini. Sin por una obra que É. Gilson definió como «inmensa epopeya metafí-
llegar a hacer de la eucaristía un símbolo, distinguió entre el cuerpo sica*: el Periphyseon o De divisione naturae, redactado entre el 862 y
de Cristo histórico y el cuerpo sacramental, que expresa la virtud de el 866 y posiblemente inédito en vida de su autor. Para Escoto, la na-
Cristo. Enfrente, y entre otros autores de talla, se alinearon Raba- turaleza se dividía en cuatro: la que crea y no es creada (Dios co-
no Mauro y Escoto Eriúgena. El primero, en carta a Reginón de mo causa suprema de todas las cosas); la que es creada y no crea (las
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Ideas-causas primordiales de todas las cosas); la que es creada y crea nia y norte de Italia) considerados dentro de la órbita política de
(los seres, sometidos a la generación de tiempo y lugar); y la que no Carlomagno y sus sucesores hasta muy entrado el siglo IX. Al mar-
crea y no es creada (Dios como fin último de todas las cosas). gen quedaban otras tierras cuya actividad literaria y de pensamiento
En el centro del eriugenismo se encuentra la naturaleza humana, conviene también tener en consideración.
que, aun bajo la peor abyección del pecado, conserva en su fondo Las islas facilitaron -como ya hemos visto cumplidamente-
una imagen de la Trinidad divina. La salvación del hombre se logra a una pléyade de misioneros y de autores tanto anglosajones como ir-
través de un conocimiento salvador cuyo punto de partida es la fe y landeses que vivificaron la cultura del continente. Las incursiones
cuyo itinerario está marcado por la dialéctica, especie de arte divina normandas fueron toda una catástrofe para un territorio cuya flore-
inscrita por el Creador en el corazón mismo de las cosas. En ese ca- ciente vida monástica, ya lo hemos adelantado, se vio seriamente
minar hay un descenso (de la unidad suprema se pasa a la diversidad afectada.
de géneros, especies e individuos) y posteriormente un ascenso en el Con todo, en la segunda mitad del siglo IX el rey de Wessex Al-
que las criaturas retornan a Dios. El modelo de ese proceso es el Ver- fredo el Grande (871-899) iniciaría una meritoria labor de restaura-
bo encarnado que reconcilia en su persona divinidad y humanidad y ción política apoyada en otra de regeneración cultural. Su biógrafo
ha realizado en sí mismo el prototipo de retorno universal. Asser, monje galés de St. David que llegó a obispo de Sherborne,
Si todo salía de Dios y todo retornaba a Dios, Escoto Eriúgena cuenta cómo de niño el monarca se aplicó a la lectura y cómo al ac-
dejaba abierta la duda sobre la existencia de castigos eternos o tem- ceder al trono se encontró con un auténtico páramo cultural que tra-
porales. Su teología parecía implicar una predestinación exclusiva- tó de paliar con la ayuda de algunos personajes. Cita entre otros al
mente para la salvación. obispo de Worcester Werferto y a varios monjes venidos de la Galia,
Cima del neoplatonismo anterior, profeta del más granado pen- dos en especial de nombre Grimbaldo y Juan.
samiento europeo posterior, padre de la Escolástica, etc., estas ex- En el haber del impulso cultural de Alfredo se encuentran diver-
presiones se han utilizado para definir la genialidad de Escoto Eriú- sas traducciones: la Regula pastoralis del papa Gregorio Magno, la
gena, cuya obra fue repetidamente condenada desde finales del siglo Consolación de la filosofia de Boecio, los Soliloquios de Agustín y
IX (muere en el 870) hasta muy entrada la Edad Moderna. Las acu- los primeros cincuenta salmos del Salterio. También se programó la
saciones de panteísmo y naturalismo se encuentran entre los lugares traducción de los Diálogos de Gregorio Magno, de los Siete libros de
comunes que estigmatizaron a una de las personalidades más origi- historia contra los paganos de Paulo Orosio y la Historia eclesiásti-
nales del pensamiento medieval. ca del pueblo inglés de Beda.
Original y también aislado por más que haya querido rastrearse La regeneración de la vida monástica impulsada en los años
su influencia de algunos autores integrados en una escuela monásti- posteriores a la desaparición de Alfredo dará personajes de muy va-
ca de Auxerre, corriente epigonal del renacimiento carolingio, Eri- riados talentos. San Dunstan, a quien se acusó de joven de <<estudiar
co de Auxerre (841-876) es ante todo glosador de algunas obras de los vanos poemas y las fútiles historias de los paganos y de darse a
Aristóteles y Porfirio. Su alumno Remigio de Auxerre (841-908) es la magia*, permaneció activo hasta el fin de su avanzada vida. La
un comentarista de gramáticos y poetas latinos y de Marciano Ca- tradición hagiográfica le hace pintor, músico (se le atribuye el him-
pella y Boecio. Para autores postcarolingios, estas glosas y comenta- no Kyrie rex splendens) y orfebre. Wulfstan de York y Aelfric de
rios tendrían un valor no desdeñable, dada la información filológi- Evesham están considerados entre los primitivos maestros de la len-
ca y mitológica que facilitaban. gua inglesa.
Hispania había también facilitado al mundo carolingio un im-
6.3, La vida intelectual más allá de las fronteras Portante flujo de autores, muchos de los cuales llegaron a desem-
del mundo carolingio peñar importantes cargos. El territorio peninsular fue también es-
cenario de una producción no desdeñable, heredera de aquellas
Cuando hablamos de Renacimiento carolingio hablamos, esencial- directrices marcadas tiempo atrás por Isidoro de Sevilla.
mente, de autores que trabajan en los territorios (la Galia, Germa- La querella adopcionista - q u e ya hemos estudiado- dio pie a
SOCIEDAD Y CULTURA CRISTIANAS E N E L OCCIDENTE ALTOMEDIEVAL

una interesante producción literaria. Uno de sus autores -Beat- decería en el 859) frente a la tibieza de algunos dirigentes de la co-
destacaría no sólo por su Apologeticum sino también por un Comen- munidad mozárabe. Entre su producción se encuentran Memoriale
tario a l Apocalipsis. La obra contaba con notables precedentes debi- sanctorum, Documentum martyriale, Apologeticus martyrum, apar-
dos a las plumas de autores como Victorino, mártir de los tiempos te de varias cartas, una de las cuales dirigida al obispo Wiliesindo de
de Diocleciano; Ticonio, autor filodonatista del siglo IV, que crearía Pamplona tiene un gran interés para el conocimiento de las cristian-
una potente tradición; Casiodoro y Apringio de Beja, que desarro- dades pirenaicas a mediados del siglo IX.
llaron su actividad en el siglo VI, o Beda el Venerable, uno de los más
respetados autores de la primera mitad del siglo VIII. Beato, que ma-
nifiesta una fuerte dependencia ticoniana, divide su Comentario en
doce libros, cada uno de ellos iniciado con alguna historia del texto
atribuido a san Juan, para ~ r o c e d e rluego al comentario versículo a
versículo bajo el título Explanatio suprascriptae historiae. Aunque
puede achacársele escasa originalidad, la obra de Beato habría de 1. La imagen ideal de un gobernante:
tener una gran importancia de cara a la literatura religiosa y las ar- Carlornagno según Eginardo
tes plásticas.
Dispuso la formación de sus hijos, tanto de los varones como de las hem-
Los núcleos de resistencia del norte promoverían también una in- bras, de modo que fueran instruidos primero en las artes liberales a cuyo es-
cipiente cronística, especialmente a partir del reinado de Alfonso 111 tudio él mismo se aplicaba. Después, a los hijos, desde que se lo permitió la
(866-910). En su haber estarán la Crónica Albeladense, la llamada edad, les hizo practicar la equitación al estilo franco, el manejo de las armas
Crónica profética y la Crónica de Alfonso 111.Textos sin duda un tan- y la caza; en cambio mandó que las hijas se avezaran y dedicaran al trabajo
to rudimentarios producto de una cultura eminentemente áulica y de la lana, de la rueca y del huso para que no las viciara el ocio y que se las
cortesana, similar -aunque a mucho menor escala- a la desarro- instruyera en toda cosa honesta.
llada en el mundo carolingio. Unos textos, habría que destacar, que De todos sus hijos, sólo perdió a dos varones y a una hembra antes de
prepararán ideológicamente el terreno para convertir a la monar- su muerte: Carlos, el mayor; Pipino, al que había hecho rey de Italia, y Ro-
trude, la primogénita de sus hijas, que había sido desposada con el empera-
quía astur en heredera de la monarquía hispano-goda de Toledo.
dor griego Constantino. De éstos, Pipino dejó un hijo, Bernardo, y cinco hi-
De la producción estrictamente mozárabe andalusí, aparte de la jas: Adelaida, Atula, Gundrada, Bertaida y Teodoreda; a ellos dio el rey una
Crónica bizantino-árabe del 741 y la Crónica mozárabe del 754, lo particular prueba de afecto cuando, al morir su hijo, hizo que su nieto su-
más destacado será la producción apologética surgida al calor de las cediera a su padre y que sus hijas se educaran entre sus hijas. Soportó las
disputas con el islam y del movimiento martirial del siglo IX. La muertes de sus hijos y de su hija con menos resignación de la que le distin-
crispación que manifiestan algunos autores es no sólo expresión de guía por su grandeza de alma, pues su afecto, que no era menor que ésta, lo
la ardorosa defensa de una fe que iba perdiendo adeptos, sino tam- sumió en el llanto.
bién de una tradición cultural amenazada por los imparables avan- (Eginardo, Vida de Carlomagno, ed. de A. de Riquer, PPU, Barcelona, 1986,
ces de la arabización de la vida. La literatura de choque de los mo- pp. 85-86.)
zárabes andalusíes contribuiría a la forja de una primaria imagen de
Mahoma (depravado, seguidor de herejes más que creador de una 2. Normas monásticas según el sínodo de Aquisgrán del 817
nueva religión con su propia entidad, anticipo del Anticristo, etc.)
El año de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo de 8 17, cuarto del Im-
que habría de sobrevivir en el mundo cristiano a las más variadas
perio del muy glorioso príncipe Luis, el 6 de los idus de julio, en el palacio
vicisitudes. de Aquisgrán, en el edificio llamado Letrán, tomaron asiento los abades
Álvaro de Córdoba fue autor de un Indiculus luminosus y una acompañados de un gran número de monjes y decretaron de común acuer-
Vita ve1 passio Eulogii. Eulogio sería precisamente un personaje im- do y de una misma voluntad:
plicado en una difícil restauración de la vida monástica y pastoral y 1) Que los capítulos que sigan serán inviolablemente observados por
en una enérgica defensa de los ideales martiriales (que él mismo pa- todos los regulares. Que los abades, una vez vueltos a sus monasterios,
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lean atentamente la regla, la discutan palabra por palabra y velen por su ¿Renuncias a los sacrificios sangrientos, a los ídolos y a los dioses que
aplicación; los paganos tienen por ídolos y dioses y a sus sacrificios? Renuncio.
2) Que todos los monjes que puedan, aprendan la regla de corazón; iCres en Dios Padre todopoderoso? Creo.
3) Que celebren los oficios según las prescripciones de la regla de san ¿Crees en Cristo, Hijo de Dios, Salvador? Creo.
Benito; ¿Crees en el Espíritu Santo? Creo.
4) Que trabajen con sus propias manos en la cocina, la panadería y en ¿Crees en Dios todopoderoso, en su trinidad y en su unidad? Creo.
los demás talleres y que laven su ropa en el momento oportuno; ¿Crees en la santa Iglesia de Dios? Creo.
5 ) Que en ninguna circunstancia, después de la vigilia, retornen a su ¿Crees en la remisión de los pecados por el bautismo? Creo.
cama para dormir, salvo si se les ha hecho levantar antes de la hora fijada; ¿Crees en la vida después de la muerte? Creo.
6) Que durante la cuaresma, salvo el sábado santo, no se afeiten. El res-
(E. von Steinmeyer, Die kleineren althochdeutschen Sprachdenkmaler, Berlin,
to del tiempo se afeitarán una vez cada quince días e igualmente en la octa-
1916, p. 23. Recogido en Ch. de La Roncitre, R. Delort y M. Rouche, op.
va de Pascua; t...]
cit., p. 162.)
42) Que ningún hombre del pueblo o clérigo secular sea aceptado para
habitar en el monasterio, salvo si desea ser monje;
5 . El nacimiento de Jesús narrado en un poema sajón
43) Que no se tenga escuela en el monasterio salvo la escuela de los
oblatos. He sabido que entonces los brillantes destinos
(Monurnenta Germaniae Historica. Capitularia, vol. 1, 1883, pp. 344 SS. Re- y el poder de Dios actuaron sobre María
cogido en Ch. de la Roncitre, R. Delort y M. Rouche, L'Europe au Moyen de modo que le fue otorgado en el camino un hijo
&e 1, Paris, 1969, pp. 187-188.) nacido en Belén, el más aguerrido de los nacidos,
el más fuerte de todos los reyes. Llegó el famoso,
3. Represión del paganismo entre los sajones (785) el poderoso, a la luz de los hombres
como antes signos y muchas señales
Cualquiera que entre por fuerza en una iglesia y robe algún objeto o incen- en este mundo habían predicho. Se cumplió todo
die el edificio, será condenado a muerte. de la forma que los sabios lo habían presagiado:
Cualquiera que por desprecio al cristianismo rechace el santo ayuno de icon qué humildad el protector de muchos
cuaresma y coma entonces carne, será condenado a muerte. quiso visitar el reino de la tierra
Cualquiera que mate a un obispo, un cura o un diácono, será condena- valiéndose de su propia fuerza! Después lo cogió su madre,
do a muerte. la más hermosa de las mujeres, y lo envolvió en pañales
Cualquiera que entregue a las llamas el cuerpo de un difunto, siguien- con bonitos adornos y, con ambas manos,
do el rito pagano, y haya reducido a cenizas sus huesos, será condenado a colocó al bebé amorosamente,
muerte. al niño en un pesebre, aunque él, el señor de los hombres,
Todo sajón no bautizado que se oculte entre sus compatriotas y recha- tenía la fuerza de Dios. Allí delante se sentó la madre,
ce hacerse administrar el bautismo, será condenado a muerte. la mujer, vigilando. Ella misma cuidó de él,
Cualquiera que conspire con los paganos contra los cristianos o per- se ocupó del santo recién nacido.
sista en secundarles en la lucha contra los cristianos, será condenado a (Heliand, ed. de C. Búa, M. P. Fernández ÁIvarez e 1. Juanes, Marcial Pons,
muerte. Madrid, 1996, pp. 27-29.)
Cualquiera que falte a la fidelidad debida al rey, será condenado a
muerte. 6. Instrucciones para vigilar la honorabilidad de los clérigos
(Capitulare ad partes saxonum, recogido en L. Halphen, Charlemagne et y propiciar la extensión de la educación (789)
1'Empire carolingien, Paris, 1968, p. 66.)
Pedimos igualmente con insistencia a vuestra venerabilidad que los minis-
4. Formulario para el bautismo de los sajones tros del altar de Dios se distingan en su ministerio por sus buenas costum-
bres, que pertenezcan con bien a las órdenes de observancia canónica o a
¿Renuncias al demonio? Renuncio. congregaciones sometidas a la regla monástica; rogamos insistentemente
{Renuncias a las obras y a la voluntad del demonio? Renuncio. que su conversación sea edificante y recomendable, como el propio Señor
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ordena en el Evangelio: .Que brille así vuestra luz ante los hombres, a fin no me sirve de nada, mientras que si hago el mal, esto no me impedirá ser
de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre celestial^^. salvado, puesto que es la predestinación divina la que me hace alcanzar la
Que atraigan por su edificante plática al culto de Dios a numerosas perso- vida eterna. De esta forma, los hombres no escuchan más la predicación
nas, y se unan y se asocien no sólo con los hijos de modesta condición sino del Evangelio.
también con los hijos de buena cuna. Que igualmente haya escuelas para la (Rabano Mauro, Epistola ad Heberardum, en Monumenta Gerrnaniae His-
instrucción de los jóvenes. Corregid correctamente en cada monasterio y torica. Epistola, y p. 48 1.)
obispado los salmos, notas, cantos, cálculo y gramática y los libros católi-
cos; pues ocurre a menudo que algunos, cuando su deseo es rezar bien ante 9. La naturaleza creante y no creada según Escoto Eriúgena
el Seiíor, rezan mal, ya que los libros no están corregidos. Y no permitáis
que éstos dañen a vuestros jóvenes que los leen o copian; y si es preciso co- Maestro: De las divisiones de la naturaleza ya enunciadas, la primera que ha-
piar el Evangelio, el Salterio o el misal, que dicha labor recaiga sobre los bíamos descubierto es aquella que crea y no es creada. Y no sin razón, ya que
adultos y que la lleven a cabo con la máxima aplicación. tal especie de la naturaleza se predica sólo rectamente de Dios, quien, creador
(.Admonitio generalis., art. 72, en Monumenta Germaniae Historica. Leges único de todas las cosas, se entiende que es anarchos, es decir, sin principio,
11, cap. 1, 60.) ya que sólo él es la causa principal de todo cuanto es hecho sólo desde él mis-
mo y por él mismo, y, a consecuencia de ello, es el fin de todo cuanto desde
7. La verdadera filosofía según Alcuino él existe, y todo tiende hacia él mismo. Es por lo tanto principio, medio y fin.
Principio, ciertamente, porque desde él es todo cuanto participa de la esencia.
Los discípulos: Maestro, elévanos desde la tierra, en la que nos encontramos Medio porque en él mismo y por él mismo subsisten y se mueven. Y también
sumidos a causa de nuestra ignorancia, y condúcenos a las alturas donde se fin porque hacia él mismo se mueven por querencia de la quietud propia de
encuentra la ciencia en la que, se dice, tú estás desde tus primeros años. su movimiento y la estabilidad propia de la perfección.
Puesto que, si está permitido oír las fábulas de los poetas, nos parece que Discípulo: Firmísimamente creo y, en cuanto nos es dado, entiendo que
tienen el derecho a decir que las ciencias son los festines de los dioses. esto sólo se predica rectamente de la causa divina de todo, ya que sólo todo
El maestro: Decimos que la sabiduría, que ha hablado por boca de Sa- cuanto es por sí, crea y no es creado por ninguna cosa superior y que le pre-
lomón, está construida sobre siete pilares. Estos pilares representan los sie- ceda. Ella misma es la suma y la única causa de todo cuanto desde ella y en
te dones del Espíritu Santo y los siete sacramentos de la Iglesia. Pueden ahí ella subsiste.
reconocerse las siete artes que son la gramática, la retórica, la dialéctica, la Con todo, quisiera conocer tu opinión acerca de un punto. Me admira
aritmética, la geometría, la música y la astronomía. En el mismo grado los mucho leer con gran frecuencia en los libros de los santos Padres que inten-
filósofos han desarrollado en ellas sus ocios y sus trabajos. Es a través de las taron especular acerca de la naturaleza divina que no sólo creó todo lo que
siete artes como han sido más nobles que los cónsules y más conocidos que existe, sino que también se crea, si verdaderamente, como dicen, hace y es
los reyes. Es por ellas por las que han tenido la fortuna de obtener un re- hecha, crea y se crea. Si es así, no encuentro fácilmente cómo podrá perma-
cuerdo eterno. Y es incluso por ellas por las que los santos doctores y de- necer firme nuestro raciocinio, ya que afirmamos que ella únicamente crea
fensores de la fe han derrotado a los herejes en disputas públicas. y no puede ser creada por nada.
Maestro: Con razón quedas perplejo, pues también yo me asombro
(Alcuino, De Gramatica, en PL, CT, col. 760.) grandemente y desearía poder conocer gracias a ti de qué manera estos
enunciados, que parecen ser contrarios entre sí, no pueden oponerse uno a
8. El predestinacionismo de Godescalco otro, y cómo tomar una resolución de acuerdo con la razón verdadera.
Discípulo: Te ruego que comiences, pues en tales cuestiones confío en
Hay entre vosotros un pretendido sabio, de nombre Godescalco, que ense- tu sentencia y en tu método de raciocinio, y no en los míos.
ña que la predestinación divina constriñe a todo hombre hasta tal punto que
Uuan Escoto Eriúgena, División de la naturaleza, ed. de F. J. Fortuny, Orbis,
si quiere salvarse y, a este fin, guarda una fe íntegra y se ejercita en las bue-
nas obras a fin de alcanzar por la gracia de Dios la salvación eterna, ello re- Barcelona, 1984, pp. 59-60.)
sulta vano si no está predestinado a la vida. Como si Dios, autor de nuestra
salvación y no de nuestra pérdida, por su predestinación constriñese al 10. Exhortcción de Ewlogio de Córdoba a la defensa de la fe
hombre a perecer. La consecuencia es que muchos hombres de esta secta
caen en el descorazonamiento y dicen: ¿Para qué trabajar bien en pro de mi Previsión de los hombres más doctos debe ser el velar siempre por que no sea
salvación y de la vida eterna? Si hago el bien y no estoy predestinado, ello menospreciado el bien de la Iglesia católica y el no desistir nunca del logro de
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su perfección; y si por vicio de cualquier debilidad se entremezclan algunas Riché, P.: De l'education antique a l'education chevaleresque, Flammarion,
invenciones extrañas a la piedad religiosa, en modo alguno deben consentir Paris, 1968.
I
que prosperen a mayor desdicha con la ímproba y descuidada complicidad de Riché, E: La vie quotidienne dans l'empire carolingien, Hachette, Paris, 1973.
su silencio. Porque cuanto más la santa Iglesia con los méritos de excelentes W AA.: 11 matrimonio nella societa Altomedievale (XXIV Settimana ...
conversaciones y avances de santa doctrina se levanta hacia lo alto, sube has- 1976), Spoleto, 1977.
ta lo sublime y con el crecimiento de la fe doquiera se dilata, tanto también W AA.: ~ristianizzazioneed organizzazione eclesiastica delle campagne
-o mucho más- se rebaja por negligencia de los descuidados, es sacudida nell'occidente nell'alto Medioevo. Spansione e resistenze (XXIV Setti-
miserablemente por los impulsos de éstos y por desidia de algunos es lanzada mana ..., 1976), Spoleto, 1977.
hasta lo profundo. De aquí proviene el que siempre ocasionen perjuicio a los Wallach, L.: Alcuin and Charlemagne. Studies in Carolingian History and
buenos las fuerzas acrecidas de los malos y menoscaben la reputación del pe- Literature, Ithaca, 1959.
queño rebaño a quien el Padre se complació en entregar el reino, mientras que Wolf, Ph.: L'e'veil intellectuel de I'Europe, Seuil, Paris, 1971.
encerrados todos en silencio algunas veces vergonzoso o sumergidos con ve-
loz caída en el más profundo de los vicios, no se encuentre ningún redentor
ni salvador, diciendo el profeta: ((Noos levantasteis frente al contrario ni opu-
sisteis un muro en defensa de la casa de Israel, para estar presentes en la ba-
talla el día del Señor.. Asimismo, en un terrible vaticinio de aquel profeta, en
donde el Señor reconoce el descuido de los pastores inútiles, se dice: .He aquí
que vosotros os alimentáis de leche y os cubrís con lana, mientras que los lo-
bos acometen a mis ovejas., y mientras no procuráis pastos saludables para
ellas, los enemigos les buscan mortíferas hierbas.
(Eulogio de Córdoba, Documentum martyriale, ed. de J. Gil, en Corpus
scriptorum muzarabicorum 11, Madrid, 1973, p. 369.)

Boussard, J.: La civilización cfrolingia, Guadarrama, Madrid, 1968.


Chelini, J.: L'aube du Moyen Age. Naissance de la Chrétienté occidentale. La
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Devisse, J.: Hincmar, archévique de Reims (845-882), 3 vols., Droz, Ge-
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Fernández Conde, F. J.: La religiosidad medieval en España 1. Alta Edad Me-
dia (siglos m-x),Universidad de Oviedo, 2000.
Houwen, L. A. J. R. y MacDonald, A. A. (eds.): Alcuin of York. Scholar at
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Mackiterick, R.: History and Memory in the Carolingian World, Cambrid-
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O'Meara, J. J.: Eriugena, Clarendon Press, Oxford, 1988.
Paul, J.: La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IX-m), 2 vols., Labor,
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Réviron, J.: Les idées politico-religieuses &un évtque du IX siecle. lonas
d'Orléans, Vrin, Paris, 1930.
Historia de la Edad Media

2022

Unidad Nº 3
l
R. l. MOORE

LA FORMACIÓN
DE UNA SOCIEDAD REPRESORA

Poder y disidencia
en la Europa occidental, 950-1250

Tradvcción castellana de
ENRIQUE GAVILAN

EDITORIAL CRITICA
Grupo editorial Grija!bo
BARCELONÁ

1/97
'1 •

PRÓLOGO

Este libro es para JnÍ un registro de las nuevas arnistades


hechas y de las antiguas renovadas a 1nedida que las -sucesivas
versiones de su desarrollo se leyeron· en Gregynog~ Swansea,
Edimburgo (donde el honor de figurar como profesor de historia
antigua supuso un intenso estímulo" Cidicíonal) 1 Oxford, Leeds y
Birmingham. Tengo una enorme deuda de placer y gratitud para
con la amable eficiencia y la hospitalidad sin límites de quienes
organizaron esas reuniones y para con las críticas agudas y gene~
rosas de quienes acudieron a ellas.
Puesto que la exposición se presenta ·ahora ·en una for1na penw
sada para ser accesible a quienes no están familiarizados con el
No se permite la reproducci6n total o pardal de este libro, ni su incorpo-
ración a un sistema informáiicO, ni su transmisión en cualquier forma o por período de la historia europea al que se ·1·efiere, son precisas unas
cualquier medío 1 sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación pocas palabras de advertencia, no para-·neutralizar las críticas sino
u otros métodos, sin eL. permiso previo y por escrito de los titulares del para propiciarlas. Ha de resultar evidente que el análisis que sigue
copyright. no se basa en una investigaclón orlginal sobre la tnayoría de los
Título original: • asuntos que toca, ni siquiera en una amplia revlsión del estado
THE FORMATION OF A PERSECUTING SOCIETY. de la cuestión. La diversidad del tema habría hecho esa tarea no
Power and Devíance in Wéstern Europe, 950·1250 sólo prolongada sino también repetitiva~ puesto que la hipótesis
Basil Blackwell, Oxford presentada es tan general que la may_oría de sus partes son ya
conocidas. La novedad que pueda tener se encuentra no en las
Cubierta: Enrie Satué
© 1987 R. I. Moore . partes sino en las conexiones que· entre ellas se proponenj en
© 1989 de la traducción Castellana para España y América: interés del rigor y la eficacia parece, por tanto) que las relaciones
Editorial Crítica, S. A:, Aragó, 385, 08013 Barcelona propuestas deberían someterse al análisis en la fortna nzás clara y
ISBN: 84-7423-390-9 breve posible. Por la misma razón, este libro ni pretende ni inten·
Depósito legal: B. 363 -1989
Impreso en España
ta ofrecer en ningún sentido una exposición co1npleta o siquiera
1989. - NOVAGRAFIK, Puigcerdi, 127, 08019 Barcelona buena de la naturaleza y logros de la sociedad y de las institucio-

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8 iA FORMAC!Ól'; jJE UNA SOCIEDAD REPRESORA

nes europeas en uno de fos periodos mQ.¡ din~micoi y creqtivos de


su historia. Hcry muchas exposiciont;s de ese fipq, y ~lgun4s de las
mejores se encuentran en las obr4s d~ los historiadores cuyas
explicaciones de la persecución he escogido para el debate/ mi
propósito- es tJtatizar, no r~emplazar sus caracterizaciones del pe-
ríodo en ~H con;unto.
Las amplias deudas act11r.uladas e>1 el curso de la elaboración
Y exploración de una tesls ;an general cotNa éstr; son demasiado
numerosa; para detallarlas, pero a/ menos puedo agradecer a INTRODUCCIÓN
Mich«el Bent/ey, Richard Hodges, Simone C, Macdougal/ (Sin¡one
C. Mesmin) y Constan! Mel!ls su ayuda y consejo; y a Robert
Barlett Sfl generosid4d al poner a mi dispoSict"ón no sólo /((s con- Es muy raro que estos_ tres delitos, la brujería,
clusiones sino e/ texto de s~ Tria! by Fire apd Water antes de su la herejía y eI delito contra la naturakza -de los
publicación. Si mi deudC! hacia ~l r;¡4gfstetio y amistad tfe Bernard cuales el primero podría ·probarse f:ícilmente que
H amilton queda groseramente rftribuida con el u.¡o quf hago (lqui no exis~e, el segundo es stisceptible de un número
de sus escritos, la cui~"Ja e¡ en parte de la fue14a y claridad q~e infin.ito a{: dístiaciones 1 · 1nterpret¡iciones y lirnitü·
ciones, el terceto es frecue.rit_emente oscuro e incier-
los convierten en r{:'presentaJipos 4~ (llgifí1ll$ efe l?Zs ntejor(!s fr4Ji-
te-:-1 es muy raro, digo, que entre nosotros estos
ciones de {os estµdios m':dievcle¡. Ningttno de eUo.s, deJ_de fuego, delitos se'!n castigados -~on-)a hoguera.
e,¡ responscble de mt·s errores y opinion~¡, de /(f mfstnct form~ qye
no lo son los ittvestigadore.¡ éuya obra g infltt~ncia se teco110Cen 1'Io.qtesquieu1 De l'isprit des lois, XXT, 6
en el texto: scy tot:t!ment<; consciente de qtf~~ e,tffre .::Uos, r:. r!lgfJ 4

nos 4 los que más debo no /e; importar4 el uso que /¡e hecho de Hace a.Q.os pregnntfl.ba yo en un exanie.p para school.reavers: *
su trabajo. «¿Por qué se p~rsegu~a <.los hci-e:Jes en_~I siglo X!II?>:.. La pre-
gu_nta tuv9 g:ra,n eco y la. respuesta, (;'.On ·:·gr~n seguridad y casi
R, I, MooRE unánime, fue: «porq4e había muchos~>. Lá:existencia de personas
Diciembre, 1986 cuyas convicciones religiosas diferían de las aprobadas por la Igle-
sia era en sí misma la causa de la persecucíó_n. La difusión de sus
doctrinas y la aparición de su organización :en Renania, los Países
Bftjos 1 Languedoc y las ciudFldes de Lombardía y Toscana durante
los siglos XI y XII eran e>;.plicacióff suficiente de que se promulga·
r~n leyC's para prohibir la expresí<ín de sus creencias y de que se
crear¡:¡n Ín$titucíon~s pq+?: desi;ubrirlos y a~egurar Su retractación
mi:diame la pena de la pérdiqa de la Jiber¡ad, de la propiedad y,
en último eXll"l'!Il9, ge ja viqa. No dudo de que si hubiera pre-
guntado las razones del rápido crecimiento de la dureza de las

n Especie &: reválida al final di:; la enscñ~nza media. {N. del l.)
3/97
10 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA INTRODUCCIÓN 11

acciones para segregar a los leprosos en esta época habría recibido centes en los claros y vigorosos comentarios de sus predecesores
fustamente la misma respuesta -«porque había muchos»-, o de sobre la cuestión de la persecución religiosa lo que básíca1nente
gµe la persecución de· los judíos, que se intensificó considerable- ha conducido a los historiadores más recientes a minusvalorarlos.
mente1 se explicaría por el crecímiento, no de su número, sino de Esas pasiones tuvieron, inevitablemente, su contrapartida en la
su riqueza e influencia económicas. reacción católica en la escritura de la historia, en el mejor de los
Como ocurre frecuentemente cuando las respuestas en los casos suavemente apologética, en el peor, abiertamente propagan-
exámenes parecen especialmente absurdas o simplistas, los aspi- dística, que ha logrado en ocasiones reputación académica y con
rantes reflejaban, con una franqueza que los años de disciplina más frecuencia (a semejanza de Chesterton y Belloc) notoriedad
escolar han asfixiado generalmente en los mejores, un supuesto popular. Pero lo que ha lle_v_ado a la mayoría de los medievalistas
que estaba, y está, muy ampliamente extendido entre los que a expresarse con -r!lás cautela sobre la persecución no es __ un.a
enseñaron a sus profeSores y escribieron sus libros de texto. iñclinación a disculparla, sino la hone_sta y limpia lucha a_ la que
Se ha llegado a aceptar de forma corriente que era en cierto modo estan ~c-oñdeñados todOS ·1os--histciriadOres ·sei:iOs de cualquier Coií~
natural o apropiado, o· en cualquier caso inevitable, que la Iglesia viCción religiosa, o carentes de ella:· la de 'lograr uiia coín_¡)rell~,i~n"
medieval tratara de eliminar la disidencia religiosa por la fuerza. poi- simp_ati_a_ de una civilizac~q~,_distan~.e_ y de sus ~st_;~uciones.
En una obra largo tiempo considerada el estudio introductorio Han IUchadÜ tenazmente,· con Spinoza, no para ridiculizar las
más prestigioso sobre e_ste período, Z. N. Brooke escribía sobre acciones de los hombres, o para lamentarlas o despreciarlas, sino
Ia legislación promulgada por el Tercer Concilio de Letrán en para comprenderlas.
1179: «Finalmente un.-duro decreto contra los cátaros, los pata~ Sin embargo1 aunque la simpatía -es una condición necesaria
rinos y otros herejes: muestra hasta qué punto el crecimiento de para la comprensión, no es· suficiente. Entre las generaciones reü
I'.a herejía, en especial: en· el sur de Francia, estaba empezando a cientes el intento de asimilar la mentalída:O"pers·ec-i:1toria---'iisóciánü -
perturbar por fin las reglas de la sociedad» (la cursiva es mía).1 dala-con las COúVicCiones religiosas ·que,--Cóí::ri6- se ·reconoce un1-
Estas palabras ~<pÜr fin»- distancian ostensiblemente al v·ersalmen1e·; ·caracterizaron -e-llispiraton a las mentes más nobles
autor del manifiesto prejuicio que los grandesbistoriadores libe- y. los lógros más altos de la civilización medieval, liailiogado ]á
rales de los siglos x1x y x:X-_:._hüTI;b~s -cÜmo Lea, Ílury y-Coul- cÚriosidad y,· se defenderá aquí, nos ha impedido consfdeiifr débi-
. ton- habían heredado.·. d_e_ I_a _Ilustración: qve_l_a__ persecución era damente algunos de los cambios más profundos de la historia de
una de 18.s caric!erístic~S de la .sociedad medieval 1 quizás el síntoü la sociedad occidental. Sir Richard Southern, por ejemplo, pro-
ma··más sobresaliente; _ de: _su . barb_afismo_. y _s~persti_cíón. Desde lue~ bablemente el medieValista inglés más perspicaz de su generación,
go, muchos de sus prejuicios dedv9.Eitll d'er odio a'·Ia Iglesia cató- se acerca más en este pasaje que en cualquier otro punto de su
lica romana y sus instituciones, y a la mítologfa en torno a ellas, obra a dar razón de la persecución ( U:na vez más, la cursiva es
desarrollado a partir -.de· la Reforma y sus secuelas. En el siglo XIX mía):
tales emociones se reavivarían con la revolución y las largas y amar-
gas -luchas entre tradición. y libertad, Iglesia y Estado, en las cuales
Quienes disponían de autoridad en la Iglesia eran agentes
la: escritura y la enseñariza de la propia historia, en sus días de con poderes de iniciativa muy limitados. No eran agentes libres.
aprendizaje, estuvieron .:profundamente comprometidas. Es sin Sin duda, fueron responsables de· algunos actos de violencia y
duda la conciencia de 'las pasiones sectarias e ideológicas subya- de crueldad terribles, entre los cuales la cruzada albigense des·
pierta especial horror. Pero, en conjunto, los que tenían la
l. z. N. Brooke, Europe 911-1198, Londres, 1938, p. 457. autoridad eclesiástica eran menos propensos a la violencia, ínclu-

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¡¡
12 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA INTRODUCCIÓN 13
so contra las no creyentes, que las personas a las que gober- mismo- eran puramente endémicas en el mundo medieval) «nor-
nab.an.2 ma~) que los his~oifaJ~~es deben dar por supuestit.
-~ La primera de estas proposiciones, gue se refiere a la relación
De aquí hay sólo un pequeño paso lógico a la argumentación de entre autoridad v sociedad y suscita la cuestión de si la unidad
la reciente Y excelente valoración de Bernard Hamilton de la religiosa era o r{o ne.::esaria --como se afirma frecuentemente-
Inquisición -medieval, que «sustituyó la violencia callejera por para la cohesión de la sociedad medievid, es sumamente compleja
!a regln ele la ley en la persecución de Ia herejía>).3 y será abordada en los dos últimos capítulos. La segunda es a
Esto~ . dos juicios_ ,ejemplifi~an la _opini_ón__ contra l,,a_ que se todas luces falsa. Desde luego, la persecución religiosa había sjdo
dirig-e Ia aigumerltaCi<;)n de: _este libro. La-·ra:Z6!i para.. torriár par"tido familiar en el Imperio romano, y continuó. siéndolo a Jo largo de
en relaéión a ellas no es inOi-'at-0"-Política. No coincidimos con lord la historia del mundó"bizantino. Pero en Occidente, lejos de ser
Acton -los límites de cuyo liberalismo quedan claramente de «normah> en Ja sociedad medieval, desapareció junte con el Im·
n1anifiesto en este contexto en su· justificación de la persecución perio romano, y no reapareció hasta el siglo xr; incluso entonces,
de los cátaros como dirigfda «no contra el simple error a el incon 4

corno el primer capitulo recordará con .detalle, sólo se hizo regu·


formismo, sino contra el error criminal erigido en sistema»-4 lar y se estableció gradualmente a lo 1argo de los siguientes cien
en que nuestra tarea sea poner a la vista los pecados de nuestros año.:. aproximadamente. Desde luego, podría afirmarse, y se supo·
Jntepasados para reprobación de sus descendientes más iiu::trados:_ ne de forma casi universal, que esto fue así porque no hubo here-
La objeción reside en que los juicios se ba_~an -~n supu:"'.'to~ no ·- jes en el Occidente medieval antes de esa época, y que si hubie·
formulados, -pero fundamerit_aleS, s9bre la natliraleza de. la "sOCie- .. ran existido se ]es habría perseguido. Como veremos en el capÍ·
dad eurooea que no están históricamente fun_damentado_s-.. y;·::_p·or ; tulo 2, ninguna de ambas proposiciones es tan obvia o tan simple
tanto, ali~entan una comp"teriSióD: ~.g,uiv()_cada._d~.)-ª.Jl~tJ:.Iral_::~~]e ,J como parece. Pero, incluso si fueran ciertas, quedaría el hecho de
ra perseCución mlsma. En-paiticu1ar, las palabras de South_~_rn_.im-j que los siglos xr y XII contemplaron lo -que se convertiría en una
piiCan lo ·q!lc eiplíCit:lmente dice Himifton, que «la actitud ·¿e1 i transformación permanente de la sociedad occidental. La persecu-
Clero esta_ba conformada por la s~cie_9a4 'e:fi que_ vivfai:-i,. q]J~ Co~-J ción se hizo habitual. Ello no significa simplemente que los indi-
sideraba n6r~nal la ~persecüCTOri~-de ~Iós_· heieJe~}~,5 Esto es supone_!; viduos estuvieran sujetos a la violencia, sino que la violencia
p,tiffier_o, que lo·s P?se.edo~es: d.e la_ ~ut~tidad 7c1eSillstica .~Y p-re- deliberada y socialmente sancionada empezó a dirigirse, a través
sum.iblen1enté seCu1ar~~tetiej~biiñ_,.IDei_ain_e_rite 10s §_eri_t}mieritOs-de áe las instituciones gubernatnentalesi judiciales y sociales 1 contra
Ja SO·ciedad que les ródeab~·1 __ y no 19.-Cr.eaban o la dirigían, y'SegUn- grupos de personas definidas por características generales como
cfo, que la vioien~}~_y_)§: __ P.~!-~egifiÓ!f_.~qµe ~n ab_sOlUt(,f;·~o-~.--_Io~ · raza, religión o forma de vida; y que-la pertenencia a tales gru-
pos en sí 1nisma llegó a considerarse justificadora de esos ataques.
2. R. W. Southern, Trlestern Socieíy and the Church, Harmondsworth,
1970, p. 19. Las víctimas de la persecución fueron nó sólo los herejes, sino
3. B. I-Iamilton, The 11rf.edieval Jnquisition, Londres, 1981, p. 57. los leprosos 1 los judíos, los sodomitas y otros diversos grupos que
4. Lord Acton, Lectures 011 llfodern History, Londres 1 1906 (edición se añadieron progresivamente en los siglos posteriores. No es
de 1960, p. 119). necesRrio enumerarlos aquí. Los historiadores han descrito y ana~
5. Humilton, The Medieval ínquisi:ion, p. 33. Sin embargo, yo no
estaría de a1:Uerdo con un cmnentarista, A.. Murntyi Englisb Historien! Re 4
lizado con asiduidad los terroríficos documentos de la Inquisición
view, XCVII (1982), p. 892, en que el objetivo de Hamilton sea -t{defender de la Baja Edad Media, las cazas de brujas de las siglos XVI
a la Inguisidón;>, aunque esté de acuerdo en qu'i! «nadie puede dudar de y >..·vrr; los regímenes tot:ilítnríos del xx y otros muchos. Pero
que este [objetivo] es útih>. ~unque se h'1n dedicado enorn1es esfuerzos, con frecuencia de

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14 LA FOR1IACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA

gran relieve, a tipos particulares de persecución, se ha otorgado


relativamente poca atención a la persecución como tal, corno fenó-
meno general, y ninguna en absoluto 1 por lo que yo conozco, a
sus orígenes en estos siglos. Una de las razones, sin duda, es que
para tantos de sus principales historiadores, que crecieron antes
de la primera guerra mundial y murieron antes de la segunda, la
libertad y el progres_o iban unidos. Si las sociedades progresan
alejándose de la persecución, su análisis no requiere explicación:
la persecución es un· rasgo de las sociedades bárbaras que la civi- l. PERSECUCIÓN
lización deja atrás. Esa- confianza difícilmente podría sobrevivir
en el siglo XX. Pero su· sustitución por la correspondiente convic-
ción pesimista de que 1.a persecución es un componente normal La comunidad de fieles
de la condición humana es resultado del mismo error histórico, el
habitual de no advertir el cambio al adoptar una perspectiva Todos los fieles de ambos sexos que hayan ·alcanzado el uso
demasiado cercana. Ya -sea que__ prefira_mos ver la época _iniciad,a de razón confesarán fielmente todos sus oecados al menos una
en 1100 como una época de progreso O de' decadefiC:ia,; un p~_q~,e­ v_ez al año a su párroco, y realizarán la p~nitencia impuesta con
_ño paso atrás periníte __ver que en torno a . ese momento EurOr,a toda diligencia, recibiendo con reverencia, al menos en Pascua,
el sacramento de la Eucaristía, a menos que accidentalmente,
Se convirtió en una Sociedad re.Presarª. IÍ1cluso si no hubiera ,
según opinión d_e su párroco, por una buena razón puedan .abs-
t;;Qntinu_adp s_iéndolo,.las razoiles de ese ca_mbio serían dig(las 'de tenerse por un tiempo de recibirla; en otro caso, se les apartará
s~~ _e~pl~E-~ias: - . ,,,o-',,, de la Iglesia de por vida, y se "les privará de entierro cristiano
en la muerte. 1

En este famoso decreto los prelá.dos reunidos en el. Cuarto


Concilio de Letrán en noviembre de 1215 promulgaron una defi-
nición funcional (después del bautismo) de la comunidad cristia-
na, y establecieron. para los tres sigl_os siguientes las condiciones
esenciales de pertenencia para todos_ los europeos occidentales.
Ocupaba un lugar dentro de un extens_o conjunto de cánones con~
cebidos para reorganizar y reforzar al clero 1 cuya doctrina y dis-
ciplina eran tradicionalmente el objeto de concilios como éste, y
para trazar un modelo completo de fe y culto en lo que se ha
descrito como «primer intento de un concilio inspirado pot el

l. E. Peters, Heresy and Authority in The Middle Ages, Londres, 1980,


p. 177. Para el texto completo, véase J. D. Mansi1 Sacrorum conciliorum
nova et amplissima collectio, Venecia, 1776, reed. París y Leipzig, 1903, 22,
cols. 979-1.058.

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16 LA FORMACIÓN DE UNA SOC!EDAJl REPRESORA PERSECUCIÓN 17
p::ipado de legislar sobre la vida cristiana tal corno era vivida por dieran acciones militares por esta causa tendrían las mismas indulv
los laicos».' Aunque, como en toda la legislación medieval, existió genrias y privilegios que Jos cruzados.
un inmenso abismo entre promulgación y ejecuci0n, los decretos El estigrn.u de herejía se e.xtendía a quienes daban refugio o
de Letrán proporcionaron un programa cuya influencia, i....-úinita- defendían a sus partidaríos, y a los m2gistrados que no actuaban
mente lenta, discontinua y arbitraria, modificó de forma gradual contra ellos. Si no habían demostrado su inocencia tras un año
la estructura institucional y espiritual de la sociedad europea. debían ser privados de su cargo y del derecho de voto, de prestar
Entre las razones pata emprender esta obra, una de las más testimonio o presentar demanda~, de hacer testamento o de reci.
acuciantes fue la defensa de la fe católica contra sus enemigos bir herencia, y serían boicoteados en su oficio o profesión. Quie·
conocidos. Los últimos tres cánones exigían a los judíos que se nes siguiesen en relación con ellos se- expondrían a su vez -a la
distinguieran de los cristianos por su vestido, les prohibían ocu- excomnnión 1 y a los clérigos se les prohibía, bajo- pena de sus·
par cargos públicos y prol:übían a quienes se convirtieran al crisQ pensión, «dnr los sacramentos de la 'Iglesia_ a esa gente pestilen.
tianismo continuar observando cualquiera de stis ritos anteriores te ... darles entierro cristiano, o recibir sus limosnas y ofrendas».
para evitar que eludieran los castigos a la infidelidad mediante Para poner en vigor estas regulaciones,
una falsa conversión.
Aún más cboca.nte -v en ello hay una ::.-uptura con Ia tradi~ cadi!. ai.·Zobipo u obispo ha de realizar , .. dos veces o al menos
ción~ es aue los decreto¡ later<tnens-::s se abtíah con una declarav i.u.".a VfZ al año vi~itas de insp-::cción a los lugares de su diócesis
ción de fe .... Se fotn1uló de forma clara y precisa C_2,.n~~~j~to de de donde tuvier2. informes de gue hay- herejes, y obligar allí a
tres o n1ás hombres de buen carácter o, si se juzgara aconseja-
~:,lJ.udiar lgs_qogmas d~~.-.:-h::F~l~-.c.~~ ~en la:, .:los últimas ble, a todos los vecir1os a jurar que sí alguien supiera de la
·creneraciones se había extendido rápidamente, en especial e_p_Lan- presencia de herejes o de ottos que tengan asambleas secretas,
iuedoc, Prove";;;~-y~Ló!;b~dí§.: A este ceedo le seguía el canon o se diferencien del modo común de los fieles en ley y moral,
t~;;;;: ef~ás -Ta~go,- ·qu_~a;}atematizaba «cualquier herejía que
1

i los dará a conocer al obispo.


se levftnte contra la fe santa, católica y ortodoxa» y prescribía
n1edidas detalladas para extirparlas. Los herejes habían de ser Cualq'-lter falta de celo por parte del obispo le haría reo de sus-
excomulgados y entregados al poder secular para su castigo, y pensión, <'Y de que le sustituya otro que pueda y quiera confundir
confiscadas s_us ptopiedades. Los sospechosos de herejía habían la depravación de los heteíes».
de ser ta1nbíén excomulgados 1 y se les daba un afio para demos~ Es importante no exagerar la novedad, la efectividad o el
trar su inocencia. Si no lo conseguían se les daría el mismo casti• carácter eclesiástico de estas medidas. El canon lateranense sel
go. Quienes ocupaban cargos públicos <(debían prestar públicamen~ modeló estrechamente según la bula ad abolendam, promulgada º ··' •·
te juramento de que lucharían de buena fe y con toda su capacidad en Verana en 1184 por el papa Lucio III de acuerdo con el empe- ••·
'"--
para extermL.1ar a todos los herejes señalados por la Iglesia en los rador Federico Barbarroja:3 Esta fue la primera medida a escala
territorios sujetos a su jurisdicción»; si alguno fuera negligente verdaderamente europea contra los herejes, pero derivaba de un
en estas actuaciones, sus hombres serían liberados de su vasallaje conjunto de precedentes y procedimientos del siglo anterior, apro~
y el papa Otorgaría el territorio en cuestión a buenos- católicos ximadamente, entre otros la primera legislación secular contra la
«que puedan poseerlo sin estorbo tras el exterminio de los herejes herejía, el capítulo 21 de la Ordenanza (Assize) de Clarendon
y conservarlo en la pureza de la fe». Los católicos que emprenv
3. Petcrs, Hel'esy and Authority, _pp, 170·173; R. I. Moore, The Ori-
2.. DnVid KnoWlesi The Christian Centuries, Londres, 1969, p. 219. gins of European Dissent, Londres, 1977; Oxford, 19851 pp, 250·258.

~. - MOOJU!

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18 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 19
¡\ ,.,_, ••. -

(1166) en la que Enrique II había prohibido ayudar o socorrer el reino de Francia conducida por oficiales reales, y Rain1un- '
de cualquier forma a quienes recientemente había condenado como do VII de Toulouse fue obligado a seguir el ejemplo en 123 3. , ...
herejes en Oxford. Cuando en 1194 Alfonso II de Aragón ordenó En el nlismo año, Gregario IX pasó por alto la autoridad epis~
que se expulsara de su reino a los herejes condenados, y cuando copal al ordenar a los dominicos actuar como inquisidores en
en 1197 su sucesor Pedro II decretó que debían ser quemadosi Languedoc bajo la autoridad directa de un legado papal. Habb
eran ellos los últimos representantes de una tradición de feroci- ordenado ya a Conrado de Marburgo cazar a los herejes alemanes
dad de los gobernantes seculares hacia los acusados de herejía. de forma similar, y estaba a punto de hacer lo mismo en el reino
Esta tradición se remontaba a las quemas de Orleans en 1022 francés a través de Robert le Bougre.
bajo los auspicios de Roberto I de Fr~nda y a las de Milán. en Mientras estos oficiales ponían en práctica su licencia con
)
· 1028 a petición de los magnates de la cm dad, y a los ahorcamien- legendaria ferocidad, fue en Toulouse. donde la InquísiciÓ.!!___.2.@_aj
tos ordenados en Goslar en 1052 por el emperador Ennque III, adoptó su forma institucional regular, formal y duradera. Cuando
aunque con frecuencia los eclesiásticos se habían r;sistido a ella Mactivldades se extendieron por toda Europa occidental amplia-
con coraje. Se intensificó con el decreto de Inocenc10 III vergen- ron también su alcance. El primer ejemplo fue el golpe de sin-
tis in senium (1199), que declaró a los herejes sujetos a los mis- gular ironía por el cual, a instancias d_e los judíos conservadores,
mos procedimientos _·y :penas _que el derecho roma~o est_ablecía 1a Inquisición ordenó la quema de las obras del gran filósofo 1
para la traición, y abrió el camino para la cruzada albigense contra especulativo Moisés Maimónides en París y Montpellier en 1234. l
el condado de Toulouse en 1208 y la incorporación al derecho Las implicaciones de ese acto se pusieron de manifiesto en París
secular de medidas contra los herejes progresivamente más seve- en 1240 cuando el Talmud mismo fue juzgado solemnemente en \
ras y a escala cada vez más amplia. En 1226 Luis VIII excluyó debate público, condenado y quemado.4 En esta época las leyes
a los herejes de los_ cargos públicos Y. declaró co~cadas sus contra los herejes se estaban aplicando a conversos judíos relap~
tierras· durante la misma década, el L:ber Augustalts de Fede- sos, y en 1721 la Inquisición había añadido a sus obligaciones la
rico IÍ impuso medidas draconianas para el In:perio, Y en. 122~ de buscar a esas personas y llevarlas a juicio.
Jaime I de Aragón. dio fuerza de ley en su remo a las d!Spos1- No necesitamos entrar aquí en controversia sobre la brutali-
<iones del Cuarto <:;oncilio de Letrán. dad o no de la Inquisición ni sobre 1a medida en que el declive
_,- La importancia_ de_ estas disposiciones está no· sólo en la del catarismÓ en el siglo XIII fue resultado de la represión más
formidable serie de ~anciones legales que introducían contra que de la disminución de su vitalidad espiritual. Lo que es esen-
la herejía, sino en la legitimidad que daban a la actuación con- cial en este análisis es que ~LCi.;iarto Concilio de Letrán._estBbk-:.o
tra ella. A comienZos del siglo XIII había. llegado a s~r claro que relé_,un_~;: ~ª'~1±Tª_r~~ ~~. _-?ersec·u~1_4_~~ 1:~~:-J-~. ~stia~~~~,-~~ci4~g~§(
la legislación que d_ePendía para su instrumentación de los obi~~os ¡ Y, -~_spec~aTuien_te,_ una_ serie_ d5! sanc1o~es contt_a_ tos- S::Qnd,friados,,,q~t~""~
nunca sería efectiva por muy feroz que fuera su promulgac1on: .... 1 iOa-,· i... denlOStrar
\;e
~ ~-.... . -· . , ..~..
adaptable
. .. .. ........ -a una -varíeCfaa
. . __ .._. - -de· VTctimas
~<~----- .......... ..............
~~·
mi;lchO,. .
donde tenían volunt,ad _carecían muchas veces de los medíos y el 1:má_s ampl_ia _ -~ la de los hereje_s para __ lo~., qg_~ fy_~--- i,d~~da: Los
apoyo para descubrir, condenar y cas~gar a los miembros de s~s )j?dlo; habían sido ob)eto de 1.l;a bru-ta!ld;d cfrci"Onte cTú~anr""o'Tas-~
comunidades. La misma cruzada alb1gense fue la mayor y mas
angrienta ilustración tanto de la renuencia local a perseguir la
~erejía con el vigor que la Iglesia exigía, como de opor..tunid_ad
!ª 4. L. Poliakov, The History of Anti-Semitism, 2 vals., Londres 1 1974 1
vol. 1, Fro111 Rovratt Tin1es to the Court Jews, pp. 68-iO. (I-:Iay trad. cast.:
que ello proporcionaba a los extraños. En un mvel i;n~s. ,ba¡o, Historia del antisev1itis1no 1 4 vols., lvfadrid, 1980-1986, De Cristo a los
Blanca de Castilla dio órdenes en 1229 para una Inqu1s1c10n en judfos de las cortes.)

8/97
20 LA FOR.l\IACIÓN
. DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 21
\:
~J C-·''
"- dos o tres décadas anteriores. Habían sido expolsados del reíno Antes de examinar las implicaciones de estas analogías en el
de Franci2 por -Felip~-Il··-~ 1182 después de una serie de prés- destino de herejes, judíos y leprosos, habrá que considerar con
tamos forzosos y confiscaciones. Se les permitió volver en 1198, más detalie basta qué punto se extendieron.
pero sóio para ser sometidos a una serle de tratados entre el
rey y sus príncipes ideados para maximizn.r la explotación de los
judíos y su dependencia de la protección arbitraria y caprichosa HEREJES
de sus señores. En Inglaterra, donde la masacre de toda la cornu~
nidad judía de York --quizá de 150 almas- en 1190 fue la peor El legado de la Antigüedad
atrocidad individual cometida contra ellos en este período, la coro~
na fue igualmente despiadada- en la explotación de sus derechos Ni la teoría ni la práctica de la persecttción fueron invención
sobre los judíos, cuya posición se deterioraba ahora rápidamente del siglo XII. Por el contrario, el peligro .O, al menos 1 el temor
en toda Europa excepto donde la creación de nuevas con1unidades al cisma habían afectado a la Iglesia desde su infancia. Durante
y empresas exigía el capital y las hábilidndes que s_óJo elios podían los últimos siglos de la }u1tigüedad el apoyo del poder imperial
proporcionar. proporcionó los medios de la coerción, y 1::-. inteEgencia del mayor
En muchas regíones <le Butopa occidental los judíos no hábían· de los padres de la Igles!2 su fundan:e.;it0 racional. Cuando los
disfrutado de derechos legales para poseer tierra o transmitir 1a obispos y los papas de este período se empezaton a inquietar por
;::opíedad por 1-:ere.11cia 1 o del uso o fo. protecc.'.ón de los tribuna]es l. a he.rf"Jra
., aéscu
' bneron
. que no -hab'la o:nc
"r uJ ta des para enc.Jntrar
-
públicos, y en ~sa medida su posición era ya similar a la que el una justificación o t.:n 1necz1nlsmo de persecución y que no había
Cuan:o Conc:iio de Letrán establecía para los herejes. Pero la necesidad de recur:ir a novedades. «1\l sec:ta::-io (her~ticum homi-
prescripción de ve:stiment"as identificativas (un recurso 'qUe'"·'aPll~ nenr. ), después de una y otra amonestación, rehú.vele ---escribió
cüría m·ris tatde la -ÍDquisición para e1 c2S.tigo de la herejía y que Pablo-) sabiendo que esrá pervertido y .peca, y es .condenado nor
resultaría muy temido) y la pi-oh.ibición. a los judíos del ej~rc,:i~_ío nuestro juíciot> (Tito, .3, 10~11). La ambigüedad de -estas palab;as,
de_ cargos públicos s_ir_viei-On _par:i· subraya!'. sus__ desv~taja~ y p_~EP· que in1plican que la desviación persistente de la fe desafiaba no
confitn1ar su ubicación, con los herejes 1 en ia categotía de quiene-s sólo la organización intelectual sino la social, es fácilmente com-
eStaban son2etidos a la repl-esíón, En la misma época, precisame·nte prensible en el contexto <le hts pequeñas y perseguidas comuni-
1as mismaS condiciohes· se estableCían con creciente esttidencia y dades de los prítnitivos cristianos, para quienes los valores supre-
rigor para otro grupo de parías, no mencionados en el Cuarto mos debían ser la lealtad y la fraternidad.
Concilio de Letrán fundamentalmente porque el trabajo había sido Tras su conversión, el emperador ConstantLf1o expuso clara-!
realizado ya por su predecesor, elJer_cer~(c;in~_il~9_d_~_i~~~án de mente que el privilegio que otorgaba a .los cristianos <{debe bene- '~'"·-~' .'
1179. Lo~_ lepro_s_s:i_s hnbían de ser s_sg[~gados del resto de la comu- ficíar sólo a 1os partidarios de la fe cat6líca» -es decir a los · . -· .
níd8:"d pÜr expulsión o confinamiento y privados de derechos y partidarios del c;edo niceno y del obispo de Roma-, ~ientras ' ·
protección lega1es y de su propiedad o la disposición sobre ella que <dos herejes y cismáticos no sólo, serán ajenos a estos ptíví-
--<:on bnstante lógica, puesto que la confirmación del diagnóstico legios, sino que han de ser obligados -y sornetídos a di.versos ser-
de la lepra se anunciaba mediante una ceremonia estrechamente v1c1os públicos obligatorios». 5 Los sucesores de Constantino J
modelada sobre el patrón del rito parn los moribundos. El lepro-
so era tratado a partir de entonces como efectivan1ente muerto, 5. Peters, Heresy and Authority, p. 45; A. H. M. Janes, Thc Later
con toda la crueldad y la ambivalencia que ello implica. Roman En:pire, 284-602 1 O:dord~ 1964, 1973, pp. 954-955 ..

9/97
22 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 23

prohibieron las reuniones y confiscaron las iglesi3s y la pro- acusado de tal) sino corno el único antes de que «catorce micm~
piedad de las sectas que se granjeaban el oprobio. A veces bros del más alto clero y de los laicos más respetados de la ciu~
Ia pertenencia a una secta herética se consideraba causa de infa~ dad» de Orleans fueran quemados por orden del rey Roberto I
mía legal y acarreaba la pérdida de los derechos civiles: Teodg- de Francia en 1022. En esencia, la herejía misn1a m.11~·J~ en. __O_s~i.­
sio I 2rohibió a. los_ herejes ocupar cargos públícqb y se iniciaron dente con la fe arrianadelos colonizadores germanos del siglo v.
~~~ra- eg~_dic~rl0~~-e~}95 y-d;~u~\;O ~;1 408~:En el 3fil~· Dul-ánte -~ierto tiempo su arrianismo ejen1plificó la exclusión de
·¡periódicamente después, se declaró a_JQ.s_JI1__anlqu_~o_s_ incapaces los inmigrantes de la soéiedad romana y sirvió para justificada,
~ac~i;._tes~í.lUJ~P,t_o, h~re_dJ1J, __t~~t!fi.~ar_9. pres~~tar_demand~_s en pero desapareció de Francia con las conquistas de Clodoveo y sus
los tribunales públicos. Estas medidas se invocaron en ocasiones hijos en los primeros años del siglo vr, de Italia con la destruc-
contra -otras sectas, en especial 1 en los años posteriores al 405, ción del reino ostrogodo en las guerras de Justiniano 18 y de Espa-
,. _:. contra los donatistas .en el Norte de África corno parte del grRn ña poco después de la conversión del rey Recaredo en el 587 y
,-."' movimiento para forzar su vuelta al catolicismo, en defensa del de la unión formal de las iglesias árriana y católica en el Conci-
., cual Agustín compuso la primera justificación cristiana de impar- lio de Toledo dos años después. Desde entonces, aunque los
! tancia sobre la coerción religiosa y la conversión forzada que im- desacuerdos doctrinales en el seno del clero dieron origen a acu~
plicaba. Tqdo __e_lJq._ fue- cons_olídado por___ el emperador Jus~p_iano saciones ocasionales de herejía, no hay testimonios en el Occidente
en lo que-Se convertiría para la Edad Media en la exposición defi- latino de separación de la ortodoxia católica atribuible a los laicos,
nitiva del derecho romano. Decidido a «cerrar todos los caminos y mucho menos de que fueran deshonrados por ello, hasta los últi-
que conducen al error y a colocar la religión sobre el fume funda- mos años del siglo x, es decir -puesto que hablamos de conti-
mento de una sola fe», excluyó a los herejes de los cargos públi- nuidad- durante un período tan largo corno el que separa el
cos1 la práctica del derecho y la enseñanza, la capacidad de here- reinado de Isabel I de la actualidad.
dar- y el derecho a. testificar contra los católicos en un tribunal.
En: suma, hizo de la .i:reencia correcta una condición de la ciuda-
danía y, en su caso, de la aprobación de los curas locales o de la El siglo XI
asistencia a la comunión la prueba de la creencia correcta.6
En el Imperio oriental la pena de muerte por herejía se pres- Que este largo silencio fuera roto. por el cronista cluniacense
crfbió sólo para unas. pocas sectas muy apartadas, y se aplicó en Raúl Glaber (el Calvo) es en si mismo desconcertante. Sus Cinco
ocasiones contadas. En Occidente, en el 383, Prisciliano de libros de la Historia, escritos en el segundo cuarto del siglo XI,
Ávila, sospechoso de ·maniqueísmo, fue entreg;ci:; al prefecto local están fundamentalmente concebidos para ilustrar la profecía apo-
para su castigo a pesat de las protestas del obispo Martín de calíptica de que «Satanás será liberado cuando hayan pasado mil
Tours, y ejecutado-bajo la acusación de brujería.7 Los acusadores años». De acuerdo con esto, Raúl _agrupó los sucesos nefastos
de Prisciliano fueron. excomulgados por Ambrosio de ivfilán y el ocurridos entre los años 1000 y 1033 y demostró su significado
papa· Siricio, y quedó no sólo como el primer europeo occidental alegórico mediante cuantas adiciones y elaboraciones le parecieron
en ser ajusticiado como hereje (aunque, ha de subrayarse, sin ser adecuadas. Raúl estaba aún menos interesado que la mayoría de

6. J. B. Bury, FJ.istory of the Later Rornan En1pire, Nueva York, 1958, 8. Contra la tradición de que los lombardos eran arrianos en fo. época
vol. JI, pp. 361, 364. de su invasión de Italia o poco después véase S. C. Fanning, «Lombard
7. H. Chadwick, The Early Church, Londres, 1967, pp. 169-170. Arianism Reconsídered», en Speculum, 56 (1981), pp. 241-258.

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1 24 25_.,,,-•
LA FORJ,IACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN
.-
1 sus conten1poráneos en lo que una mente moderna entiende corno Esa interpretación ponía gran énfasls ep_la liberación_ del indivi·
1 «hechos», y no es por tanto una fuente fiable. Sin embargo, admi- duo de la preocupación de los_lazos de la carne_ ~d_ia.~t.e~l~_abs_ti
tiendo que pueden contener un i.mportante elemento mítico, sus n-é"Ds:JE.J?_e_r2._0}l~]_; y . ~ __la _inte~preta_¡::ió_p~ alegórica__ de_ la.? E_!>.~!)_tu_ras_,
historía de \T.iigardo, el maestro de Ravena, y Leutardo, el pastor sobre to--!? _(_l_0 Nl!~V9_ ..T.e_s.~~menti:'., .E§f~ .. º~-~-~ger:_~1n_ _g!ad~_~rqá_~
de Chnrppagne, pueden aceptarse como tipiíicad"Jras a su mane- JeVñCIO-de -conipre1Jst6n del que se alcanzaba en una lectura mera-
ra de las dos corrientes de herejía que .<;e manifestarían en las rñeñte 1Tte~i"-def~xto. -----···
primeras décadas del siglo xi.' ~- Otro grupo dedicado a ese objetivo había proporcionado las~.. 1.v.:
Vilgardo, según Raúl, fue condenado por el obispo Pedro de catorce oi según un texto 1 dieciséis víctimas de la purga de Qr- '•t
Ravena (muerto en el 971) por defender que Ov'dio, Virgilio y ~ del año 1022 que se ha mencionado ya. Sus miembros,
Horncio recibieron la iuspirccl.Jn divina, pero sus doctrinas obtu- dirigidos por dos canénigos de la catedral IIamados Esteban y
vieron más tar2e amplia difusión. La narración refleja claramente Lisoisi han ocupado largo tiempo un 'lugar legendario ~n. la his-
la sospecha monástica ante el renacimiento del interés por la lite· totia de Ia h::'.::ejía med;·~V?.~ ne; sólo ;_-iur ser los prlm.::rc:s en ser
ratura clásica, pero r.parte de eso no se relaciona con n<Jda re::o· quern::ido.s en Occidente, sino por el carácter sensacional de lo
gido en otras fuentes. aue fue acepü\do como relato básico sobie e1Jos, el de Pablo de
Poco antes de Is época en que P.aúl escribía, un .incidente San Ped!'o de Chartres, segün quien no sólo predicaban en un
igu;:¡lmente extraño pero algo rn~jor documentado condujo a la le.oguaje intensamente místico psra lllic:i?-..r a los que ingresaban
hogt1era a numf'.tüsas personas del castillo de I\Íonfor_t_~_, cerca de en la secta, sino que organizaban orgías diabólicas del carácter
L"lsti, incluida al parece.r la propia --a;;,de;a. El grL1po fue descu- rnás espectacularrnente promiscuo, quen1ando a los niños resul·
bie::to por f,,_riberto, arzobi~po de V.Jlin: en 102_~. El sev~ro tan tes para h2cer un bálsamo rná;:;ico- con hrs cenizas. 11
interrogatorio de su líde!, ~GerardC2_; reveló que él y sus seguidores
1
R. H. B<lUtier ha.presentado a Pablo co1nü ~n informador no
t~nían voto de castidad, «ailland~ a sus mujeres, como sí fueran sólo tardío y mal informado y como un ·traficante de tópicos lite-
r lnadres y hermanas:>, no .comían carne, poseían los bienes en rarios, sino coiuo un apólogo del bando ~1encedor en lo fue fue
\..común ·y dedicaban su vid.l a la oración. Ariberto los tl·asladó a un asunto esencíalment~ político. 12 La vr~dad h'<"I resultado ser me-
Tv!.ilán, cüyos principales ciudadanos (majares) insistieron en que nos exi:raña que la ficción, aunque con_siderablemente más intere·
quienes no renunciars.n a la herejía debían morir. sante. El juicio de Orleans fue un epis_odio capit::;} _en una larga
Generalmente se pens·8ba que G~ y sus compañeros esta· r~alídad entr_e el rey -ROberto - CY-.Piadoso y-__
el conde Eudes. de
ban ínfluidos por la herejía bogomila de Bulgaria, pero hoy está ~lgi;;. ·se-ideó -Par-O: d~-sacreditar a la reina Const:c.nza, cuyo ma-
establecido que su í11fluencia fundamental, como revela el relato trimonio con Roberto había sido un serio revés para el linaje
de Landu1fo Senior del ínterrogstorio de Gerardo por Ariberto,
élfa__ la_jnt.e,rp_i;:_e:_~g_cíón 1_}_e_qpl~t.2_qica_d:..~-l.a_s__~_§S:t~t:':1ras que se había 21; Origins of Etlropean Dissent, pp. 31-35; H. Taviani, <(Naissance d'une
~~~arrollado_ en_ las e_scuelas _de h1 ép_oca __ cat_olingia _tardía_ y en _ese hérésie en Ittilie du norcI au XI° sitde)>, en .Annales ESC, 29 (1974), pp.
r::?mentC?__ estaba ·e~~ Ple!JO ·a.uge · ~1 norte -y_ al s11r _de los Alpes: 10 1.224-1.252.
11. Moore; Birth of Popular Heres~>, pp, 10.15.
9. W. L, WakefieJ.d y A. P. Evans, Heresíes o/ the H!gh Aiiddle Ages1 12. Bautier, «L'hérésie d'Orléans et le mouvement intcllectuel ;;u début
Nueva York, 1969, pp. 72-73; B. Stock, The lmplicatt'ons of Literacy: Writ· du :XI" si?::cle», en Actes du 951:. Congrt?s r.ational des sociétés sava11tes,
ten Langua.sc and Aiodels of l11terpre!11tion in The Eleventh and Twelfth Reims, 1970, Scction Philologique el historique, París, 1975;- \'&.!nse tam-
Ce11turies, Princeton, 1983, pp. 101-106. bién Stock, Implica!ions of l.Jteracy, pp-. 106-120,. y lvíoore, OriginI o/
10. R. I. Moore, The Birth _oj Popular Heresy, Londres, 1975, pp. 19. European Dissent, pp. 285-289.
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26 LA FOR11ACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 27

Blois, y para poner en primer plano la prolongada disputa sobre hemos visto, dirigirse plausiblemente contra aquellos cuya teolo·
,, ·J.:,';1.':i el obispado de Orleans, donde el rey había conseguido colocar gía neoplatónica les exponía a la sosped1a de mantener creenci~s
~\\1:., a su candidato, Thierry, frente al de Eudes, Odalrico. Esteban, y prácticas esotéricamente ascéticas.
el líder de los «herejes», había sido capellán de la reina, y Lisois Leutardo de Vertus, cerca de ChJ.lons-sur-Marne, es el pro- ,
recibía también la protección regia. Por otro lado, la «Secta» fue totipo de una clase de hereje muy diferente. Raúl Glaber JQ_d_es- \."' :.
descubierta mediante las pruebas de Aréfast, que pretendía haber~ cribe como un campesino ÍJIPulsado por una v_isióri a renunciar (.,,·.· '
se infiltrado en ella. Éste era vasallo del conde de Normandía, ~--~·?.~Per el_ C1:1Jcifij~A~~~ál_y:_pr~1~ar_ contra
que estaba estrechamente aliado con Eudes de Biois 1 y actuó según el Pªa? dcl~n favor d~_P~ s_~gu!gJ1ª1fó~Jrteral_ ael Nue-
el consejo del sacristán de Chartres, cuyo obispo, Fulberto, aun~ ~Tés~~Consiguíó algunOS-seguidores ·aurante un tiempo,
que al margen del asunto en esta época, había dirigido anterior~ pefo el obispo Gebuin convenció a la gente de que era un hereje,
mente una dura campaña contra la designación de Thierry como y se ahogó en un pozo. Gebuiri fue el primero de tres obispos
obispo de Orleans. Para completar el cuadro, Esteban y Lisois sucesivos de Chalons que hubieron de enfrentarse con la herejía
estaban asociados con otros pupilos y seguidores de Gerberto de popular. En 1015, su sucesor Roger (1008-1042) convocó un síno-
Aurillac, quien, corno arzobispo de Reims, había sufrido ataques do, en apariencia para combatir la influencia de Leutardo. Roger
sin1ilares y había sido forzado a abjurar de numerosas herejías fue probablemente el destinatario en 1024 de una carta de su
sobre las gue no hay la más ligera razón para sospechar gue hubie- vecino Gerardo de Cambrai que le acusaba de haber tratado inefi-
ra incurrido. cazmente a los herejes que había descubierto, examinado y libe-
i El asunto de Orleans, cuyos resultados incluyeron la deposición rado. Veinte años más tarde el obispo Roger II, quizá para evitar
. -.... · de Thierry en favOr de Odalrico, debe entenderse como un ataque un reproche similar, buscó el consejo de Wazo de Lieja sobre
., :~-""""afortunado a un illfluyente círculo cortesano unido por vínculos
1
cómo debía tratar a algunos campesinos a los que había sorpren·
,.. de patronazgo y de afinidad espiritual, planificado y ejecutado por dido en reuniones secretas en la diócesis, y en particular sobre
una facción rival de coherencia similar y por motivaciones simíD si debían ser entregados al poder secular para su castígo, a lo que
Llares. Si su trasfondo intelectual es semejante al del grupo de Wazo se oponía firmemente. 13
Monforte, como indica el lenguaje de depuración y renovación No hay razones~ para pensar, que ·estos grupos _formaban una
espiritual utilizado por los acusados, el origen del asunto se en- ssilá Secta o Una so1iTradici6ñ~, ~·Siñ~que CillñPá"rtí:in ciertas carac-
cuentra sin embarg6 _en el mundo de la corte y del poder político, terísti_ca_S __ princíeales. 'f<Jdos,- <p:rr:ece claro, eran~ camoes1nos. en
y no en el mundo-culto ni, po.r supuesto, en el de la herejía popu· Cúalqúier· -caso grupos no privilegiados, y su doctrina relig!.9§~
Iar. A este respecto, el__ asunto _de_ Orleans debería verse más como parece haberse limitado a un simple s~guimie_~~º- literal de lo.s
~LP~~cursor de intrig~~ ~s~~:-:?!ñ01a5-que· se produjeron preceptos _de~ N_ueyo Testamento en es ecial los--Eyanrrcllos y
en }as cortes ingilla, francesa y papal iCQffiieflZOSQeISiglo XIV, 19Sf1eC os e _os ~óstol~s, lo~ les hacía escégti\.0$,,. !:e;specto
gue eí~ikntuldJ:>s movimientos J?21'.ular~~ de los siglos XI ;- algunas enseñanzas y afirmaciq~~.~- 4!:..J.~J_gl~~-i~. La parte prin·
y XII. Cipal del relato más cÓmpleto soB:teelJos proceil:e0e1a descripción
-~Puede ser interesante destacar que otro episodio, en el que que el obispo Qerardo de Cambrai hízo de su interrogatorio a la
Enrique III ordenó colgar a algunos hombres en Goslar en 1052 gente que examinó en Arras en el Año Nuevo de 1024, y de
por negarse a matar una gallina, podría reflejar algo similar, sobre
todo porque no tenemos noticias en sentido contrario: la prueba
utilizada sugiere u~~ ~cusación de maniqueísmo que podrfa 1 como. 13. Moore, Origins of European Dissent, pp. 35-41.

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28 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 29
quienes creía que habí::i.n entrado en su diócesis desde la de
p:I.:. ~·~.:~~::
apetitos de Ia carne, no injuriar a nadie, aplicar la caridad a cual- 1 , •. _ ~'-' -' •
Ch&lons. 14 quiera de nuestra fe». «Si se siguen estas reglas -continuaban-, -
Los hombres a Jos que se enfrentó Gerardo en el espléndido el bautismo no es necesario; si no, el bautismo no llevará a la
sínodo que convocó con este·. propósito eran iletraclq~,__ puesto que salvación.)> Concluían negando que el bautismo fuera un sacra-
no eran capaces de co1nprender la confesión latina de fe que se mento, en razón de la mala vida de los sacerdotes por quienes era
les exigía suscribir, y probablemente no libres 1 puesto que parece ad1nlnistrado, la probabilidad de que los vicios a los que se renun-
que se les torturó .dllra_~te _s:i.:_~ __ i_B~'.-i;_rrog11t9Ji9.... p_relirr1in~. Fueron ciaba en la pila bautismal se volvieran a adquirir en la vida ulterior
más bien-h~Irdes··a~i~i_9LQ~~a el. <~~~~món_!. ext~nso y de largo y la incapacidad del niüo para comprender la confesión de fe .J
alcance, que hizo en ~efllt_~ción de .lln_a serie de f!!ºflºsis.~~n,!,s_ hecha en su nombre.
heterodox-as que íb~-c:le'sde···1a-negaci6-ri~<de1_pfí~to vi!ginal ·y~ 1;~
• ~St().S ~on los _.e?}sodios q;ie constituye~.-~1 ~~~~cit_i_~s~~g_.!~!]_a- \
p!eSén-aa~real en la misa hasta objeciones al uso de las campanas crmrento de la here¡ia en Omdente en el siglo XI. A,:,rngu~~Jas dos
v la salmodia en los servicios eclesiásticos, la veneración de ]a cOtfleñtes que co~prendía contrastaran agudamente en _sus_ fuen-
~ruz y el pago por el entierro en lugar sagrado. tCS-lEtelectuale~ y su contexto geograhco y socíaT,-Co'ilVe!gfa~n
Sí aquel~os a quler:~s el obispo <litigía rnanifie-stame-nte sus uñ2.- pfOpOs1c@n 1 _l_~_ de l:ue la Ig[eSG _r:._ece_sr~aba reforr.oarse y erra-
palabras hubierJ..G. proclan1ado 12- :nit2d de estas doctri:-las en su diCaf'lá~Co:-iUp~f6Tide-S~blefnO};-l;=G.lta de celo de sus sacer~
diócesis o desplegaci'J una c•_:art".l p::irte de los argumentos que se dot~es;~·paT8.~q~erU"dlera respoDoer a las necesidades espiritua1es
proponía re:futar, hz-¡brían sido en verdad unos heresiarcas formi- de-ou1eñes- buscab-mia~Salvacíón n1ediante la iluminación del
dables. Pero es fácilrnente de-mostrable qt~e no lo hacían. En rea- ah:n-~:,eT--re-cñáZO~GelitlOueza v eTpc;¿er:-TI-tilldaDOs"-;ia úrntacion
lidsd. el discurso de Ger:J,tdo_ se_ dirigía contra. 1~ !Tiisma _t_endenci.a df10s_·-ap6~toles. Las cor;i~~~s ___de -h_e:,:.ejía_es_t?ban 1 por tanto,
t:=~l9~ gy.e había co-;~~ú~'id¿~,cl fundaffi~Dt() 'PS.'!2 la·ca~~ eJL~f,_~qi~c;-la_4~s. con laD~Qrrientes .de.reforma__ mucho más amplia~.
r· Orleaz¡s V pronto lo const1tu1ría en fvionforte, L.erardo ten1a sus y rápldñs qUe desde mediados de siglo trastornaban a _la_ Iglesia y _l
razone"s pata aprovechar la oportunidad presentada por e¡ descu- ;-média Europa. En Mllán los patatines· podían expulsar a los¡ _
brin1iento de estos entusiastas sin instrucción psra atacar lo que sá'~erdotes de sus iglesias, denunciándoles como ministros de San ?o,~¡-.,_,..,,..
consideraba _Íuerz.as ..c1e _cambio y__ d_esorden en el mundo·-cr;-_roIIDiío tanás y declatando sin validez sus órder..és. Durante una genera- .
tªtdf;~-y~~;;-esp·ecia1· -er-mo~Jtfüle~n~t;de·-~d~;;;:;~ eclesíáStica as;-
ción pudieron desafiar al arzobispo en nombre de la pureza apos- l.
L- ciado a la nuevacITreca:óñ:srretorñ'8ba~a. En realidad no tólic;1 tal como la definísn, con pleno apoyo del papado! y sin
estaba demasiado interesado en los hori-1bres que tenía ante él, entrar, por tanto, en la lista de aquellos a quienes la posteridad
cuy:i.s creencias, aunque :iertamente b2.stante radícales en sus im- considera generalmente herejes. En Fland_es_ 1 --~a.:q;iihrdus de Cam~
r- pEcacÍoCles, estz'.ban expuestas de forma muy simple. "'"Vivían, de- brai podía predicar que los sacerdot-;S-h-;bían perdido ia autoridad
cían ellos, según e1 tenor de 1os E 1n~ngelios y los }lechos de ~sPiritual por. su corrupción n1und.:u1a 1 negarse a confirmar la
los Apóstoles, que .resumían en <c1b;E1:::!.onar el n1undo, refrenar los buena fe de su defensa de la doctrina ortodoxa acept:1l1do los
sncramentos de alguno de los obispos, abades y clérigos que le
14. !bid., pp. 9-18, 288-289; este texto, traducido parcialmente por interrogaban, en razón de que eran sin1oníacos o de que no eran
lvfoore, Birth of Popular Heresy, pp. 15-19, es crucial para la e.".posidón de c;:i_stos, y ser aclamado como mártir por el papa cuando los servi-
G. Duby_. The Tbree Orders: Feuda! Society lmagined, Chicago, Londres, dores del obispo lo quemaron por su rechazo. La he~iifLI!.<2 desa-
1981, pp. 2144. (I-Iay trad. cast.: Los tres órdenes o lo imaginario del feu- pªreció en estos años, corno se dice a veces: se convirtió en la
dalismo, 11adrid, 1980.)
lí;ea politica de la Igle~ia ..

13/97
30 LA FOR1'.IACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 31
~
l
El crccÍ!nícnto de la herejía popular co1no su an1igo Bernardo de Tiron, que denunció al arcediano de
Coutanccs con10 inadecuado para el cargo en la plaza del n1ercado,
Cua1ld~.)a revolución gregoriana perdíó su rigor y ell1J2fZÓ a en el exterior de su propia catedral, había sido encargado por el
acomodar~~-Q~.. )1u~vq _al,,Jn_undo, 1-ª herejía. "r_t~JtP~3.h[~c_i_Q.. ~on 11_1_~or papa para predicar la cruzada. Murió ~_l.115 csi_mo héroLdc la
Yi.go~_y_ 9~__nue_yo _con.do_s_ aspectos, aunque. muy diferentes d_e t;·s ~1.esia y fund~dor de -~na de sus ad.miradas órdenes religi~?.§_,
ani~~!.OJ:e~. Por un ladO, como desP~S de cualqU1er "feVoluciÓn, aunque fuera preciso cierto trabajo de cimentación para preservar
es1iiban q:.iiene_s __ pe;p_s_~l?_?.Q qu_e la refo~ma había sitj.o _traici_onada y la respetabilidad de su n1emoria. La ambivalencia se manifestó con
,~.. había fracasadO en claridad al año siguiente, cuando uno de los amigos de Roberto, el
1nanteñerSºeraTé' conei-1aea1·s1n--compro1nisos
de pobreza apostólica y separación de la corrupción del poder obispo Hildeberto de Le Mans, dio la bienvenida a su ciudad a 1
secular que León IX 1 el cardenal Humberto y Gregario VII y sus
legados habfr1n llevado a tantos puntos de Europa. Por otro lado,
otro predicador andrajoso y ferviente al comienzo de la Cuaresma)
cuando se ponía en marcha para Roma. Volvió para encontrar a su 1!
con menos frecuencia al principio pero con importancia creciente
""' a medida que el siglo XII avanzaba, estaban guien_es r.e_chazaban
clero expulsado, algunos golpeados, su autoridad hundída y la ciu-
dad presidida por Enriaue de La~sana, entre cuyos fervorosos dis- 11
no_ sólo los_ logros sino el .objetivo de l_a refor~~g~-gOriana, el cípulos se contaba no sólo la población laica sino algunos de los
ídE:~J~sJ~ Ú·na_}gJ_eSia_ jetFqGlcamente organizada que riívindicaba clérigos .más jóvenes, que habían ayudado a Enrique a contar con 1
el derecho a i~teLvenir en toda áre~ de la vida y el pe_qsan;dento. una plataforma desde la cual vituperar los vicios de sus superio- 1
Hubo muchos a lo largo del siglo XII cuyas_ opiniones podrían res. Este fue el comienzo de la más larga y exitosa carrera heréti-
encuadrars_e en uno de esos dos planteamientos, en especial el pri~ ca del siglo. Durante otros treinta años Enrique actuó en ell
mero, pero que en faz~C'i~su conducta nunca suroeste de Francia, disfrutando de gran .in:fl.uencia en Toulouse
fueron acusados de herejía. y los pueblos de alrededor en los primeros años de la década de
El Dl.~!lJ¡; __([fli!TraiCión fue · s_ostenido por pre<ii.~aJ_QLes 1140. Fue necesaria lli"12: can:ipaña de predicación a gran escala,
junto a un despliegue de milagros de San Bernardo de Claraval,
1
~9,11Jld9J~,_bombreS ·de aspecto salvaje, pobreza manifiesta y
lenguaje feroz, que despotricaban contra la avaricia y el libertinaje en 1145, para quebrantar la influencia de Enrique sobre el afecto
L de los curas y atraían seguidores en número alarmante. Al prin- popular y hacer posible su captura por el obispo de Toulouse 1 en ! 1
cipio su recepción fue· ambivafeüte. El obispo Marbod de Rennes , cuya prisión, hemos de conjeturar, murió. -
podía no tener dudas acerca de lo impropio de l~g~_inació~ Un poco más al sur, a lo largo de la llanura costera entre
de Roberto de Arbrissel por Bretaña_JI Anjou en la década de 1090 Provenza y Narbona, estaba el área de influencia de otro fa~
vestido con pieles, d;:-scalzo·;¡;;;-;fos des;tbitados y el pelo des- heresiarca_d.<:_las ~écadae._~_112_9_y 1130, Pedro dJ'J:l¡:_u_y.E_, cuyos
ataques feroces y supuestamente violentos a las doctrinas, las per-
1
peinado, «necesitando sólo un garrote para completar e1 equipo
de un_ lunático», con su, andrajoso séquito de ladrones y prosti~ sonas y los edificios de la Iglesia fueron retribuidos en especie
tutas pululando por el campo y sus acusaciones sobre la moralidad
del clero, dirigidas «DO a predicar sino a socavan>. 15 Pero Roberto,
cuando los ciudadanos· de St. Gilles lo arrojaron a la hoguera que
él y sus seguidores habían hecho con un crucifijo.
1
15. Marbod de Rennes -Ep. VI, en J. P. Migne, Patrologie Cursus
Es imposible decir categóricamente si Pedro y Enrique fueron
excepcionales en su talento y su capacidad para explotar la indig-
~'¡
Cov;plctus Series Latina (a :partir de aquí, PL}, 171, cols. 1.483, 1.484. nación popular eil una región de Europa donde la autoridad ecle-
Para lo que sigue, véase, _además de Moore, Origins of European Dissent, siástica era particul2..Irnente débil, o sólo por haber llamado la
pp. 46-114, H. Leyser, Hennits and thc Ncw Monasticism, Londres¡ 1984, .1
en especial pp. 52-77. atención de dos de los n1ás famosos eclesiásticos de su época, Ber-

14/97 11
~
LA· FOR!J:ACIÓN DE lJNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓK 33

nardo de Claraval y Pedro el Venernble, lo suficiente para ani- pueblos enteras constituyéndose en comunidades religiosas bajo
marles a dejar descripciones de sus actividades, pero las proba- guía y obediencia clerical, aunque dice que ocurríc. así en todo el
bilidades apuntan hacía lo primero. Aun sin las obras de éstos sur de Alemania) o el relato de La1nberto el Tartamudo de la far·
no estaríamos en completa ignorancia sobre aquéllos 1 pues los rna en que las damas de su parroquia en Lieja se reunían en sus
eclesiásticos de esta generación estaban lo bastante nerviosos ante hogares después del oficio domirúcal para leer la Biblia y cantar sal-
los activos predicadores anticlericales para que hubiera an1plias mos en la década de 1160. 1<> Pero un tra.s.fondo semejante i:Je_pie-:
probabilidades de que su preocupación fuera recogida por· una dad laica extendida, discreta, pero c~;.,encla claramehte or1en·
fuente que consiguiera sobrevivir. Desde las primeras dos déca- raa~-&)ra--=fü1sila eXIstencta-ccms,t1tu1a en cierta :inedIOaUña""éñfica
das del siglo A'1I, por ejemplo, hay J:elatos fragmentarios sobre alaiglesiaysüOCtUaciOn,'~~~e;s_eB.~.l;!t2a~a._etcre-cieil~
predicadores similares cerca de Tréveris (un cura) y Soissons te atrP.ctíVOCfe~los mov_1_n11entos -hereti¿os._ :rrayslgfios de ello en
(Clemente de Buey) de cuyas doctrinas concretas e influencia c;¡;:;~p;;¡¡;;-;,-Ren~cia ylos Í'illses Bái¿s -~n las décadas de 1120
popular nada sabernos. Y es dificil evaluar las terribles activida- y 1130 y esporádicamente más tarde, • .., I'
des de Tancheimo por las que las canónigos de Utrecht solici- Los primeros signos claros de que a esta _tradición autóc;.~Qna .:~-;::",.
taron al arzobispo de Colonia ~ue acudiera en su ayuda.· Según de disidencia se le estaban uniendo enviados de comunidades~u_ '·· 1 ' "
ellos) aterroii~ó la;, r~i~J'.?-.eS_C.Qi:_:_;a_s_de_f:lar.i.dc_s .durante tres.año:, herética;·~fer·m~d~--bi~;~ ti~; -2.r9J);bi~~-e;·;;;~fugiad~s=· .su~~\:,, 7 n _.:; •.

antes de que le diera muerte i.:n e-e.ta indignado, atrayendo a tales gie~O;:~ C~1~;1a;~D..ii43, tras un,..choqu.e entre dos grupos de"'~~::;'.:
multitudes que er:i in1posible ciponérseJ~. ~l-~-~~;._;o_a_de _Ia;ishe:lmo
h
.• .
ereJeS que ]] evo, a su detenc1on
., . "1 . . .
.i..:.~ u1terrogator10 posterior reve-
o• J

era tatnbién la avar_ici0 del clero___ y_ la tiranía_ de la_ Iglesia, que ló que los líderes de un grupo predicaban- las doctrinas y reivin-
e]emPfui;;f;;~-;~tra~do___a s;s masas una estatua de madera de la dicaban la historia y las órdenes de los bogomilos búlgaros. Sería
Virgen, declarando su propio matrimonio con ella, y solicitando equivocado e.."'\:agerar el impacto contemporáneo de este descubri·
regalos de plata y joyas en los cubos que colgaban de sus brazos. miento. Los eclesiásticos occidentrcles se inclinaban siempre a atri~
r· Como los patarinos milaneses) sus seguidores expulsaron a un buir la herejía a la contaminación extranjera (aunque aún no ma-
párroco de su iglesia y la tomaron para su propio uso al !Ifenos niquea)1 hubiera o no pruebas de ello. Sin embargo 1 este fue un
en una ocasión 1 y, como en el caso de Enrique 1 había entre ellcis episodio trascendental en la historia de la herejía en Occidente.
pobres y artesanos, aunque _no pueden caracterizarse· con ex.ac- En a
la década de 1150,., lo sumo 1 los cáta~ como iban a ser
titud. conocidos, habían organizado una estructura eclesiástica en Rena-
r Junto con e1 papel desemP~ñado por &na19_º--~-fu~i:;if'-_ el en n~a, ~ s~s p~oJd?s ·ig1~0itQLY- -;_pj~p-~-En 10Sáii;s·-¿e "'ig_
l~:.r.a.Iltam.ie_l}.!g__Q~~eblo_.sJ_~ Rom~At~.ª~LP~P¿t_i:;!i.1_146 y su década de. 1160. se _ estaban extendiendo rápidamente en Langue-
posterior desafío a. la autoridad papal e imperial, estas son las d'Oc-:-q~e-:ú:;garí; a·sei s~ ID&SfitID~ ·b~J;arte, ¿_<lesd~·- aíf(_~_I.taiT;,
manifestaciones más espectaculares del anticlericalismo popular donde tomaron contacto en la década de 1170 -contacto en abso-
----·- ----·- --- --- .. -----
len el siglo XII. No menos expresivos son los crecientes indicios
de que grupos de laicos empezaban a reunirse en busca de con- 16. Moote, Bitth of Popular Heres'y, ?P·- 101-111; «New Sects and
suelo espiritual y apoyo social mediante el ~ulto y el estudio del Secret 1-1eetings>>, pp. 49-51. El relato de b ~erejía del si_glo XII en el resto
Evangelio privados. Excepto cua..-ido por una u otra razón incurrían de esta sección es defendido por fvíoore, Or:;,ins o.f European Dissent, pas-
sim; pn.ra otras opiniones, vé2nse M. D. Li.mberti Medieual Heresy, Lon-
en 1as -sospecIIBS-ae las autoridades, sabemos poco sobre ellos. Es dres, 1977, pp. 39-66; Wakefield y Evans, Heresies o/ the High /l{iddle
imposible establecer en qué medida se ha de generalizar el :·cua~ Ages, passiln; Peters, Heresy and Attthori!;:, passint; \\7 ,tke6eld, Heresy,
dro descrito por Bernald de Constanza (de la década de 1090) de Crusade and Inquisition, pp. 15-49.

3. - MOOR!!
15/97
34 LA FOlThfACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 35

luto amistoso-~ p_Jj_mero ~.D otros herei.~J ~e origen búlg?!_o._que difu 5ión de la herejía. p_opular...que Europa occidental haya cxpc-
s~ha9Jan e_~!~n_9ifl~ por el \Ténct~_y _1_a_ f4~r~a de.Palinacü:1 duran-- rim~~ta~f;,·-- ---
~ 1~~ __mis._11??5 d_os__ qés:?das, y_después direct~l~~nte con illisio~~s
~<:_SUS compañeros d<cConstantinopla, · - ... .. - -- ·
En todas estas regiones los cátaros establecieron profundas La respuesta de la Iglesia
raíces sociales muy rápidamente, quizás en razón de que eran áreas [AV,--,·1.'•-·
donde lu autoridad estaba ya frag111entada y el rápido ca1nbio L:.1 difusión de la doctrina herética entre los laicos fue desde \·fi.. .-•. 1(~"·
social producía tensiones y conflictos. En 1165 los dirigentes de todo punto de vista un nuevo problen1a para los obispos de los"'''--''~-·'.
la Iglesia cátara podían debatir abiertamente con los obispos de siglos xr y xrr. Podían encontrarse análisis y re~ornenda_cíones en
Toulouse y Albi; d_esafiándoles ante una gran audiencia d~ ecle- las páginas de san Pablo y los padres _de la Iglesia 1 a qu_ienes acu-
siásticos y nobles en Lombers, cerca de Castres. Diez afias más dían en busca de guía, Los poderes y las penas establecidos en el
tarde una misión papal fue recibida con abucheos y gestos obsce- derecho romano proporcionaban en ocasiones la base para su res-
1
nos en Toulouse, aunque consiguió asegurar la detención y el puesta, pero el hecho de que cuando 1 en torno al año 1002! Bur-
castigo como herejes cátaros de algunos ciudadanos destacados. chard de Worms reunió la n1ás amplía colección de derecho ecle-
En esa época había iglesias cátaras -en muchos casos más de una siástico hasta esa fecha :no incluyera t8.les medidas, o tan siqui~ra
nor .sus rivalidades sectarias- en todas las ciuclades irnnortantes considerara la cuestión de la herejía popular, es una llamativa
;de . k4g_~trio.DE.L~centra1J·1~·-;git~ci6n-cí;ica yde f;ccio· confirmación de que nuestra ignorancia de los sentÍinientos heré-
nes con frecuencia les permitía predicar y practicar su fe de forma ticos en los siglos anteriores inmediatos no es simplement~ ~tri-
pública. Sería estéril: intentar una estimación numérica de su fuer~ buible a las deficiencias de los testiip.oníos que han sobrev1v1do. j
za, pero no hay duda de que durante las tres décadas sjg-Qient~;>, Como hemos visto, en algunos de los casos más antiguos la
J.gs cátaro_s. ?.e at_ripfh~_q1i;9p firm_i::P-?~E!e-.~-~ -1.~KU.~4.~z...~f.9.YE1..Q..?-ª! iniciativa fue adoptada por los poderes seculares, por razones
~or:nbardí~ y To5c.?'!:1:ª-? Y se aseguraron un grado de tolerancia y pr~pias. En ausencia de presión de éstos¡ los obispo~ .tendían a
protección de los laicos influyentes gue en muchos lugares les actuar seaún el principio establecido por Wazo de Lie¡a de que
a?J?Orci?TIÓ Ul1~~.~IJ?~12Ídad sustan::_i~! frente a la disciplina de Ja los info~1es de herejía debían investigarse, los herejes debían ser
Iglesia. En realidad~ fue un intento de oponerse a su ínfluencia examinados y excomulgados Y· sus doctrinas 'públicamente refuta-
lo que cog4ajQ__a~J~_J9~_ma~ión de la otra gran y duraQe.tp.__berejía das. Los concilios de Montpellier en 1062 y Toulouse en 1119
<;le este período, cua.ndo Pedro.de Valdo y sus seguidores fueron exigieron que los herejes y sus deferisores fueran entregados al
excomulga?_o_s en_ ~ii8_1_ P.ofll_egUtse -~-~~e~~~~~~- eC d~~-~~h-; ·¿~¡ poder secular para ~u casti~o 1 pero par~c~ que la m~yoría d~ _l?s
~fü~P9~ dar -licencia- P~r~ P!eili..c~~~-~~~ 9~ ellos ..h-~E~r.i__p_romet_iqO· obispos (a diferencia de Anberto de Milan) comparna la op1~1on
hacer contra eI-CatatiSmo. ~ ······· · de Wazo de que actuar así supondría contribuir al derramamien-
-LO-S "~illdenses-'se·_ ~xtendieron quizá tan rápidamente como los to de sangre 1 porque después del episodio de 10~8 no hay ~n
cátaros y (lo que no es sorprendente a la vista de sus orígenes) fue- nuevo proceso hasta 1148. Ese año, un célebre y v10lento hereJe,
ron aún más implacables frente a la autoridad y las pretensiones Eon de l'Étoile, responsable de saqueos e incendios de manaste·
del clero romano. Es probable, por tanto, que el período entre el ríos en BretaÍÍa, fue entregado a un concilio en Reims, presidido
T~~~~r ___\:Qncfilo_ d~. ;L._!Erán de 1179 (que en 7e'spuesta a 1~-;;;isión por el papa Eugenio III. Eon mismo fue perdonado como loco
del año anterior a Tou1ouse promulgó fuertes condenas de nume- manifiesto, pero numerosos seguidores suyos fueron entregados al
rosas herejías) r_~el C_~~rt() <;'._~n-~g!.?__~..~31:..?. viera l~más_ rápida poder laico y quemados.

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PERSECUCIÓN 37
36 LA FORMACIÓN DE UNA SOClEDl\.D REPRESOM
desde [iernpo atrás cierta responsabilidad de supervisión en esta
( Este proceso, junto con la ejecución de Arnaldo de Brescla región de diócesis pequeñas y pobres do~~e Ja autoríd~d ::=piscop_a1
pocos años más tarde ( aungue fuera acusado de rebelión 1 no de se encontraba fragmentada y era muy deb11. El paso siguiente, s1n
herejía), marca un clarísimo punto de inflexión en la historia de la embargo, marcó un aV?.nce decisivo para el supue~:o de re:p.°n-
Iglesia. En los años anteriores se hBbía tratado con indulgencia sabilídad central en el enfrentamiento con la here}la y, fat1d1ca~
relativa incluso a los herejes manifiestos. Tanchelmo, por ejemplo, mente, en la inter--vención externa en los <-tsuntos de Languedoc.-¡
,-.e _<':·::. fue encarcelado durante una tempornda por el arzobispo de En 1145 Bernardo de_~Jª-r.µval escribió ~1-~_onde_ de_f()~l~~-~~. para
~-'~..e Utrecht 1 pero se le puso en libertad, y todavía en 1135 Enrique anunciar ~·-¡n-t~·~ción deentrar en los dominios del conde en
,,..~"' de Lausana fue capturado por el arzobispo de Arles y llevado compañía de un legado papal, el obispo Alberico de Ostia, y del
c., .~'' lh1te un concilio en Pisa que simplemente ordenó su reclusión en obispo Geofredo de Chames, para deshacer la obra de Enrique
,·-··~·.~-¿":_!, un monasterio. lviientras que estos juici'os podrían haber estado de Lausana. Su_ misión esta2_1eci~_ ..un. import?n.te_pr_e~_edent_~- tanto.
..i ,~ influidos por consideraciones particulares de las que nada sabe~
l""
en sí misma cqip.Q__ppr su t~~i~Lc!~_g_t1º1t.P9_?§lS'~ al J1_ereje __sino _J
tnos 1 no podemos ignorar el contraste entre Jos años anteriores a !afnbié~-; Sl_JS si~ar_izant~. En la ciudad de Toulouse, Bernardo
1140 o en torno a esa fecha) cuando la respuesta episcopal a la ~t~ro-;;- ~C~1e!do -¿~- i~s ciudadanos en el sentido de que «los
predicación herética era pan.::ial, ad ha:: y cor:. fre·:::uencia suave, Y herejes, sus seguidores y todos los que les d~eran ayuda se:ían
la determinaclón creclente de tr2t2rla con severidad después de descalificados para testimoniar o pedir reparaciones en los tnbu-
\._ese tiem!Jo. nales, y que nadie tendría trato con ellos 1 de tipo social o de
Cícr;amente 1 el· cambio ~ r_e_h'._~i.2n<:t._con~l_a_~qnc;l_eJ)CÍ$_~a un negocio». 13 I-Izy quizá cierta ironía en el último punto, que recuer·
tratamiento más centralizado del problema. L~re~p_o-ºsa_Q.ili.d_ad de da ciaran1ente el boicot que Enrique había organizZido contra los
~-trentaJ:;e 21~ herejía r_e¿;l?=en los c:.b~~· P~ro. su principal canónigos de Le Mans treinta años antes.
;emedfo~ la -e".'~¡~g::~L~e_r'j-'.~Ja_di_ó-'es_is, ]~jos de ser. ad:- El Concilio de Rellns de 1148 confirmó el fin de Ja inhibición-(;
cuado para ~la cliJusión de las doctrinas heren~ ~:Jp_tgbu1a en la llamada al poder secular al entregar a los eonitas para ser
realmente a ella. Como señaló el cronista de Le Mansi cuando quemados, y el interés creciente del ~apado por la herejía .allá
Hildeberto ~Lavardin expulsó a Enrique de la ciudad que donde surglera, al solicitar que no se diera socorro a los seguido-
había gobernado temporalmente, «llevó la turbación a otras regio- . 1 ,. , 1 ~

res d~ los herejes en Gascuña y Provenza (es decrti a ros a1sc1ptuos


nes y las infectó con su aliento ponzoñoso». 17 La ~:ttfi: que ~.dro de Enrioue y Pedro) bajo pena de interdicto sobre las tierras de
el Venerable 1 abad d~Jl!QI, escribió en torno a 1_1_~-2.;~.l:!Q a los quienes ies dieran abrigo, Nu:ve años m!s tarde, otr~ co~cilio en
obispos de cuntro diócesis en las que Pedro de Bruys había actua- Reims presidido por el arzobispo, mostro nueva feroc1daa al pres·
do marca un carnbio no sólo al recomendar la invoc2ción del cribir 'a~los seguidores de los piphiles, misioneros de los Balcan:s
pod~~Ülar (recon1e.ndación más que chocante al venir de la cuya actividad se había advertido ya en_ esa époc~. Los que pers1s-
cabeza de· una orden que, hasta esa época; había sido especialmente tiera.n en la herejía serían excomulgados y sus b1enes confiscados.
destacada por su aborrecimiento de la violencia), sino por inter- Los misioneros n1ísrnos serían encnrcelados de pot vida 1 y los sos-
. venir a propósito en 1o que habitualmente se consideraba ma- pechosos de ser discípulos suyos sometidos a ordalíG.s de hjerro al
) teria diocesana. rojo y, si se les escontraba culpables~ marcCTdos en la frente •Jo
La .novedad de la carta de Pedro el Venerable atenuada por Ja mejilla. Se estipulaba también gue los sospechosos de herepn .)
el hecho de que los abades de Cluny habían sentido y ejercido
¡s. PL 195, col. 412,
17. Gesta Pontijict11t: Cenon1annensium, Bouquet XII, p. 551.
17/97
38 LA FORM.ACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 39

podían ser detenidos por quienquiera que los descubriese. Con Junios
anterioridad los obispos habían reaccionado fr.enJLª-3..Q.._ gue gene-
,,_, ;alroente eran -en los casos documentados- actos espectaculares El legado de la Antigüedad
y agresivo~or parte de hereif!S..12=!ª_12..iliestos -de hecho 1 autopro-
clamados-¡ ahora s_u taI~ª era buscar herejes bajo la premisa de El derecho ron:iano coloc!ba aJc:_~_j~9-!9_~-~n l?-__ r~1i~~_2~tua-'1 ;:::·~, 1
cÍÓ.D de inca.Q_a_ci_cl_a_d que a los herejes <;_ristianos. Quedaban exélÜi- ,,__.----~e:--··
que serían encontrados y de que cualquier negativa por parte
Jdc los herejes a proclamar su infamia sería sólo una prueba ,de su dos por el Codex de Justiniano del servicio imperial y la profesión
'duplicidad. Un concilio papal en Tours en 1163 confirmo esta legal, del derecho a hacer testamento y recibir herencía 1 a testifi- 1
transición. Se suponía :ahora que la herejía se difundía en secreto car o presentar demandas en los tribunales públicos. Estas prohi- _,
pero con gran raP_ide_z en la región d: Toulouse. _Los in~ormes de bicíones nacieron como contrapartida _de los privilegios otorgados
reuniones o de casas_ que daban refugio a los here1es hab1an de ser a los judíos antes de las sangrientas guerras del siglo I d. C., que
rápidamente investigados; los sospechosos de adhesión a la here- culminaron en la diáspora.2t1 Sólo los judíos entre los ciudadanos
jía habían de ser boicoteados social y comercialrne~te, el poder d~o~.~~!?-~n_excusados ~!endir homenaje al ernnera.sl_o_!
secular invocado contra ellos y confiscadas sus propiedades. c!;viniz~s!~i l2.._c_l!:~~~12.E~__9.fen~~do,,~ PJ!llQpi_os relícrLQsos. :Q.~~"-!
En suma, en estos años la Iglesia pasó a la ofensiva. En 1178 pers~.~-J~Or el Im_p_gLQ. y más allá de él, viví.?_I?: ...4~acu_ey.d_Q__a___st;t
otra misión papal ell Toulouse, encabezada por otro abad de C~a­ :e!?..P..~-lil--kY". que regulaba los asuntos civiles y comerciales así como
raval, Enrique de· Marcy, estableció el último elemento esenc1~l los religiosos, J2.~jQ .l~3:µ59riclªº-.9.e~_lJ.!J_p_¡:i.tri.?r~<1.J:i_~l,1!ditario gue
del procedinüento in.quísitorial cuando, exasperada por .la lenti- ~~Í-~?- eri. ..JJ_b.~,r:i<!d_~s, g"~J~.~ti~a, hasta que la lír1ea desapareció :
tud del conde y -los ·ciudadanos de Toulouse en denunciar a los en el 429. A los patriarcas se les concedía generalmente alto ran- -
herejes cuya presencia en la ciudad estaba fuera de duda, instruyó go civil en la jerarquía imperial y mantenían un grupo de apostoli
que recaudaban impuestos de su pueblo a lo largo del Imperio y
al obispo y -·algunos clérigos, a los cónsules de la ciudad y ('!. mantenían la disciplina entre su clero. Esta ambigüedad continuó
algunos otros fieles que no hayan sido tocados por ningún rumor gobernando las relaciones de los judíos con los otros pueblos de
de herejía, que nos den por escrito los non1bres de aquellos _que Europa: al situarlos aparte se otorgaba una medida de protección 1
supieran que l;la_n sido o podrían llega_r a ser en el fu~ro miem- ~u identidad religiosa y cultural al precio de exponerlos, cuando ..,,..,;Jr·."·
bros o cómplices.. de herejía, y no de1ar fuera a nadie en abso•
la corriente --segu-ía esa dirección~ a u_n oprobio singular así _SOU}.Q ' C.'"''- 1
0

luto por amo~. o por dinero.19


f ·

a _un _p}ivJ!.~gio eJip_~<;:jal Y a un_a _depe11~a de ...§1!.LQLOJ_~C:!::>tes


( Al año síouiente, Enrique de Marcy incitó al Tercer Concilio de 9E..~.l~.:4.~J~_ ~?rticul~~~~!~lnerable.§ ~-Í.!~nía y_a_. que con
frecuencia_ se_ l~s_identificara como sus_ í11st_i:µrpentos.
Letrán p~~a que -ordenara que no debían existir tratos sociales o
-·El ª"~CensO "ciel-;fStianismo e;-c1~;·~s·igl~s -~~--y V llevó el pro- {
co~ercialcs con los herejes o sus sirnpatizantes 1 bajo pena de
blema a su punto culminante. A los judíos se les prohibió cas_ª-~-':'.··
excomunión de disolución de los vínculos de homenaje y de suje·
con cristianos, adguirir esclavos cristianos_ o convertir a los esdavos 1
l ción, hasta Ía de coriliscación de tierras y bienes. El terreno para
que tuvieran a su propia religión. A comienzos d~l~-igl~ ;;-:H~~;:
ad abolendam y el Cuarto Concilio de Letrán, y más tarde la
ria I prohibió la <;onstrucción de nueva_s_$.iJJ!!g,Qg~_s, aunque conti-!
Inquisición, había quedado preparado.
nuó permitiéndose que se repararan las viejas y e~ culto en elht§
1

\9. PL 204, col. 237, /1Í '9¡\


V

18/97
40 LA FOR.\iACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 41

permaneció como una libertad protegida. La famosa. protesta d~­ Carlos el Calvo no Jos tornó en cuenta, pero a largo plazo los
ftmbrosio de Milán contra las multas in1pnestas al obispo de Calh- obispos tendrían mejor juego.22
nii::ium y a sus feligreses por quemar la sinagoga de ese lugar en
el 415 -«¿no debería el rigor de la ley someterse a la piedad?»-
debió de ser excencíonal 1 tanto en su cínico fanatismo como en su La aparición del antisenzitis1no
éxito. En esta c~mo en tantas otras cosas el papa Gregario
Magno fue más romano, manteniendo que los daños a las sina- El cambio que tuvo lugar en e( siglo y n1edio siguiente
crooas
0 0
debían repararse. está vívidamente expresado en la escena del Cantar de Roldán-
Las prohibiciones ideadas para impedir a los judíos ejercer (vv. 3.658-3.671) que muestra a Carlomagno vengando la muerte
poder doméstico y político sobre los cristianos y hacer proselitis- de su amigo con la destrucción de las. sinagogas de Zaragoza
mo n favor de su religión se contení-?.n en unas cincuenta disposi- junto con las mezquitas y la con-versión -forzosa de sus fieles-;"·No-
ciones del código teodosiano y se repitieron en los códigos de los concuerda esta imagen con el Carlomag-no- histórico, pero sí con
. reinos germánicos que se sucedieron en los siglos v y vr. Otra el mundo del siglo XI en la Francia del norte donde se escribió el 1: "0 ~
- cuestión es el grado en que fueron r 1estas en práctica. No hay
21
1 Cant.1r. La primera indicación general def cambio de atmósfera se r'-'--' ,_....,.~·­
duda de que en los tribunales de Carlomaqno y -~u~ s_ucesores Jos. produjo en los ::iños 1010-1012 con una serie de ataques en Limo- ·~--..
1

judíos disfr_utaron d~-~-2ro~e.~~Lc?_~ im~.;.i.~L. Una famo_sa carta del ~' Q!IeRns, Rouen, lvíagl!ncia ;,.:_ ~t!_O§_~l_\:g?r_~~ después de un '
o-biSPO-:!\go·b~I~de Lyon en la que llamaba a Luis el Piado~o a rumor de que el Santo Sepulcro en Jerlisa~én había sido saqueado )
poner en práctica las prohibiciones de poseer tierra y de tener por orden del príncipe de Babilonia. En 1063 varias comunidades\
sirvientes cristianos por parte de los judíos fue rechazada categó- judías del sudoeste de Francia fueron atacadas por caballeros que }
ricamente. El emperador estuvo incluso dispuesto, sin duda por se dirigían a luchar contra el infiel en España; el arzobispo de
razones venales, a ignarc.r violaciones descaradas de la prohibición Narbona recibió una reprimenda papal pór permitirles el acceso
de comerciar con esclavos cristianos. Si tal protecció3~Qenefició al barrio judío.23 Estos episodios anunciaban las masacres de 1096
a los judíos a larg_9_~Pl~3'..<?-~~s_u_E:~~}.?_!:_aQi_ertg,. C.Q.~tribuY..2._sin en las ciudades del '.RJB..J~-~f].~q__t_E"os I~ar::§..~g.Ja._ ~~ta_4e__la_p~im;
17
;;; ctuda-;- después de la_jlv_is_i_ó_11_d~l_Ii_np_e_rl?__e_n_el_~'.l],_(t_una_yig()r()sa r~_ru!_~93: . - . -----
_,~ c~ña- del clero de la Francia occidenta1 1 encabezado._po_r_,_e:l No puede estimarse con precisión la _magnitud de las atroci~
,.,,- ....... -'· -
' -----··-----·~-·----~-·-···---------·- - -·-- . -
,,:_:~~./' Yar~~~i.~P~~-g-~r,i_c.n:i_~~~_B.~L~~'---~-n_P.~Q-~~l __ rest~blecimien~.º--~e las dades asociadas a la primera cruzada. Rouen es la única ciudad '.j
~.----:_,i.: p_~9bibiciones, ~n __ especi_al~s_qb!_~. Ja__~O-~?_truccióri __ de nuevas :inagq- francesa de la que se sabe que fue escenario de una matanza, pero
__..~ ,-~' gss._y. la.po_?e~i:?_11_0~_o§!=i~__ dignida_des públicos por__ l~~.. Ju4ío~_· las fuentes cristianas y judías dicen que hubo otras. Allí, según
'~~"..., Otros proyeétos para socavar a las comunidades judías, como Guiberto de Nogent, los cruzados «apiñaron a los judíos en cierto
anartar a los niños crisü<1nos de los hogares judíos y separar lega1- lugar de culto, acorralándolos bien por la fuerza o n1ediante
~ente a los niños judíos de sus pctdres, se debatieron también . engaño, y sin distinción de edad o sexo les colocaron ante la

21. La opinión de B. S. Bachrnch, Early }.fedieval JeuJish Policy i11 22. Bachrach, Early J\iedieval Jewish Policy, pp. 84-123; \\'Tallace·
Western Europe, 11.inneapolis 1 1977 1 passínzi se opone con vigor i. los rela· Hadri.i.1 1 The Frankisb Cburch, Oxíord, 1983, p. 393,
tos de la «tr2dícíón lacrimosa», como los apodaba S. \\J. Baron en A Social 23. L. K. Little, Rcligious Poverty and tbe Profit Economy in Jriedie-
and Rc!igious History of the Jews, 13 vols.i Nueva-York, 1952-1967~, como val Europe, Londres, 1978, pp. 46-47, que cita PL 146, cols. 1.386-1.387.
el de S. Kntz, Tbe Jews it: the "i!isigothi:: and Frankish KinfdOllIS of Spain (Hay trnd. cast.: Pobreza voluntaria y economía del beneficio en la Ettropa
'!'!d <;atd, Cnmbrid?e, Ma~sach~1sct~s'. 19;J7. ' !1'.edieuar, M~drid! 1983.) · '

19/97
42 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 43

espada. Sin embargo, quienes aceptaron el cristianisn10 escapaton Aungue se ha discutido si los acontec1m1entos asociados a la pri-
al asesinato» .24 Más de una docena de cronistas contribuyeron al n1era cruzada produjeron un in1pacto duradero sobre los judíos
relato que siguió a los ejércitos cruzados y, en especial, el con· franceses 27 no hay duda de que el salvajismo y la crueldad de los
ducido por Ermicho de Leiningen. En Espira el obispo pudo asesinatos, que perturbaron a muchos con1entaristas cristianos,
intervenir cuando once judíos habían sido asesinados, pero en dejaron a los judíos de Alemania y Renanía no sólo con1nocíona-
\ Worms murieron _ochocientos, algunos por sus propias manos dos y desesperados sino expuestos a la crueldad, los insultos y la
para evitar la converSión forzosa, «Éste mató a su hermano, aquél explotación -y 1 por tanto, tan1bién al temor secreto de que pu~
a sus padres, a su mujer y a sus hijos; el novio mató a la novia dí eran buscar la venganza por uno u otro medio.
mientras las espos_as mataban a sus hijos.}> Otros fueron asesi. La predicación y la prepar.~0_Ldr;;_ll?.-~r.!:!~d.?.~!-el_Je_r_vor
nadas por los cruzados, «no dando cuartel a ninguno salvo a los religioso v la inquietud social asociados a ellas.2igJJ.i~_ro11_t~.te_7
pocos que aceptaban el bautismo». Dos días más tarde ocurría lo sentando ur~...l~E:ligro_Q~rg_lQLjyjfQá., En 1146, la intervención de
mismo en Maguncia, y después en Colonia, Tréveris, Metz, Bam- Bernardode . Cl;raval pudo imped':· una catástrofe de la escala
berg, Ratisbona, Praga y otros lugares.25 Es difícil establecer de la de cincuenta años atrás, aunque no antes de que se cometie-
numéricamente la escala de estas masacres. Como siempre, las ran muchos más asesL11atos en las ciudades renanas, íncluid2s '
estimaciones de los .cronistas varían ampliamente y son en sí mis- Maguncia, Worms, Espira, Estrasburgo y Wurtzburgo, incitados
mas poco fiables. _Parece improbable que ciudades cuyas pobla- por la predicación apocalíptica de un monje llamado Raúl. Ber-
ciones no superaban 1os dos o tres mil habitantes albergaran. va- nardo, sosteniendo que las Escrituras recomendaban la díspersién,
rios cientos de judíos, .y no parece que perdieran la totalidad de no la matanza de judíos, se enfrentó a Raúl en Maguncia y le
sus habitantes judíos.. Recientemente 1 en 1982, se ha excavado en persuadió de abandonar la predicación y volver a su monasterio.
Rouen el lugar de una- casa amplia y bien construida que puede «La gente -cuenta Otón de Friesing- estaba muy exaltada y
datarse con seguridad_ en el inicio del siglo xrr, a pocos años de quería iniciar una insurrección, pero se contuvo en atención a la
estos acontecimíentoS.26 Pero esa es la cuestión sólo en parte. santidad de Bernardo.» 28 El destacado papel de Ricardo I en la
organización de la tercera cruzada contribuyó a extender la fiebre
a Inglaterra, donde su coronación, el 3 de septiembre de 1189
24. Guiberto de Nogent, Sel/ and Society in Twelfth CeÍltury France: fue acompañada por la quema de la judería de Londres, con In
The 1nen1oirs of Abboi Guiberi o/ Nogent, J. F. Benton, ed., Nueva York,
1970.
25. J. Riley-Smith;· <<The First Crusade a.nd the Persecution of the serían comparables con las del sur del Mediterráneo», es difícil de reconci·
Jews>r, en W. J. Shiels, ed., Persecution and Toleration. Studies in Church liar con el resto de los datos que da.
History, 21 (1984); Pol,iakov, Hi.story of Anti-Seniiti.sm, vol. I, pp. 41-46 27. R. Chazan, Medieval ]ewry in Northern France, Baltimore y Lon-
(véase supra, n. 4). dres, 1973, pp. 26-28. Pero compárense los comentarios de Langmuir, «From
26. C. Varoqueaux, .en R. Foreville, ed., Les mutations socioculturelles Ambrose of Milan to Emicho of Leiningen», en Gli ebrei nell'alto tnedio
au · tournant des XI'-XII' s. Spicileqium Beccanse II: Actes du Colloques evo. Sellimani di studio del centro Italiano di studi sull'alto 1nedioevo,
intcrnatíonales de CNRS Études Anselrniennf!s, N• session 1 París, 1984, XXVI (1978), Spoleto, 1980, pp. 313-316, sobre la falta de relieve que los
pp. 147-148; sobre las poblaciones judías en las ciudades, Little, Religious cronistas cristianos dan a estos hechos, en contraste con el acuerdo entre
Povetty, pp. 44-45 (véase supra, n. 23), y R. Fossier, L'cnfance d'Europe, los cronistas jÜdíos en el sentido de que constituían un punto de inflexión
París, 1982, pp. 593-594.(hay trad. cast.: La infancia de Europa. Aspectos tr:n1mútico.
econóniicos y sociales, Barcelona, 1984 ), aunque la observación de Fossier 28. Otón de Freísing, Deeds of Ftederick Barbarossa, trad. de C. C.
de que <;si es verdad, como dice Raúl Glaber [en sí mismo improbable], Mieroiv, Nueva York, 1953, pp. 37-40i B. Scott James, The Letters of
9ue novecientos Judíos fl,'!eron m?sa~¿ados en Magqnci~ {t:n ¡0~5), las ~ifPl?. ~(. Bernard o/ Clairvaux, Londres~ ¡953 1 pp. 462-41$3, 4~5-469:
r~.()
1
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1

1
44 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 45
pérdida de nl menos treinta vidas. En los meses siguientes hubo judíos fueron acus_~dos ?~__q_~rl§.F_S~_d~_l!J;.1....-f~U-~ifij_p__ en_B,qmt:! L
2taques a los judíos en diversos lugares 1 en especial en East An- c~t.ig~4.q~.!i.~b:'._~j~tp~.D.(eJ. y hay alguna referencia a cierta hostili·
glia, donde Kings Lynn, Norwich, Stamford, Bury St. Edmunds dad no especificada contra la próspera comunidad de Lucca en
" y Linco1n prepararon el terreno para la n1uerte en el fuego Y el torno a esa fecha. En el 1062 los judíos fueton acusados de bias- 1
~ suicidio en masa de la comunidad judía de York en matzo femar contra una imagen santa en Artemo, cerca de Pescara, y al\
1
de 1190.29 año siguiente la comunidad judía fue ex-pulsada de Benevento. 30
Desde el comienzo> por tanto, los cruzados estimularon la Parece que debe datarse en los primero~_g_Q._s_ci_~l_sjgio_xr_ la
hostilidad hacia los judíos y proporcionaron las más horrendas <~tradición» que apareció en algunas ~lllq~µ~_s_q~I__ sUdQ~s~e__ francés,
ocrisidries pnra su expresión. Pero_?º_ la caus~ron, y ese estírn~lo Toulouse, Béziers y Arh~s, entre otras ---y también Chalon·sur~
se emnlea demasiado fácilmente-como explicación acoinodat1cia s,a6ne~, ~e g~_~_r__a .1Jn. judío._ frent_e. ª·· _Ia__ /achada_ de _la_ iglesia. u. ;,
de aco. ntecimientos
. cuyas causas reales y conexiones internas soh el dorn111go de Pascua.3.1 Qúe esta cete!Uon1a se conmutara por' 4~r,J
oscuras. Es una útil garantía, por ejemplo, que sepamos lo bas- illi"Tm·p·uesto··afá.. ~OJ;-tinídad judía en Toulouse; al menos ya en ~
tante sobre el trasfondo de la muyor atrocidad individual cohtra 1077,32 abona la sospecha de que, como otras «Costumbres>> de
los iudíos franceses en est?. etapa -la matanza de ochenta persa· este p:::ríodo, s;; creara con el específico propósito de exigír una
nas' o r:i1ás pot Felipe Augusto en Bray.sur~Seine a finales de renta, en est;; caso por la iglesia de una región donde sus recursos
1191- para decir fi;_-memente que no tuvo conexión algunrt con estaban sujetos a w1a presión muy severa-. Aun así, la costumbre
la cruznd.rt o con cualquier otro ataque a los judíos, aunque tuvie· fue bastante real al menos en una o-Casión, potqúe Adhémar de
ra Iuaar n1enos de dos año_s después de la matanza de York. Es Chabannes ínÍorma que en Toulouse,- hacia 1020, el «verdugo»
di-í'.ícil y cuizás encrañoso enmarcar ios incidentes tnuy fragmen. desígnádo realizó su ta.tea cob tal vigor que le sacó un ojo a su
ta;; o~' de los aue ~enen1~s noticia en una histotia coherente¡ y víctima, que murió de íesultas,33
todavía más saber hasta qué punto el estridente y violento antise· Es imposible hacer tih balance fiel de la situaciórt general de
rnitismo que no es tanto denunciado corno ostentado por los ero· los judíos europeos en el siglo XII. _En· triuchdS aspect?s partici·
nistas !!lonásticos deberíá aceptarse como representativo de ottos paron de la prosperidad general y de la expansión del período,
sectores de la población cristiana. Sin embargo, parece cietto que Las comunidades judías se extendíeton a muchas regiones de
los iudíos de Europa estaban siendo sometidos a una presión Europa 1 sobre todo en el norte y eh el· Gesté; donde no habían
crecfente y a vejaciones cotidianas durante los siglos XI y XII, y existido anteriormente. Sus miembtOs_ ocupaban con frecuencia-:
puede haber aloa más qUe Coíncidencia en la tendencia de los posiciones de influencia, y muchos acumularon grandes riquezas/ •: ·'·"_,.
indicios que se han conservado al respecto a desplazarse del Medi~-­ no sólo mediante el préstamo local (que·, no Sie1npte resultaba ¡- -
terráneo al norte de Europa a medída que el período avanza. ... lucrativo) siI10 corno parte de una estructnra bancária y comer~ _J
El éxito de F_atherius, obispo de Verana entre 931 y 9.38, al cial que se extendía por Europa y Oriente Medio. El pensamiento
conseo-uir la expulsión de los judíos de la ciudad probablemente y la cultura judíos experimentaron, como sus análogos cristianos/
repre:ente un hilo de continuidad entre la tradición caroli~gia
y lrts tradiciones de reforma eclesiástica posteriores) de estricta )0. C. Roth, The History o/ the Jews of Italy) Filadelfia, 1946) pp.
nplicación del detecho canónico, pero '1J_J02_0__o_l_0.2_1_~~-mgtQSQS 72-73.
31. Little, Religious Poverty, p. 47 (véase supra 1 n. 23}.
32. J. I-·L 11uhdy, Libcrly and Political Porver in To11louse, 1050·1230,
29. R. B. Dobson, The Jews of Afedieval York and the Massaci'e o/ Nueva York, 1954, p. 8.
fifqrch 1190, Borth;vick Pnpers, n,º 45,, York, 1974, PP· 18·2~. 33. Ibid., p. 225, n. 21.

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46 LA FOR.MACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA
PERSECUCIÓN
47
un renacimiento en el siglo XII. «En número y en riqueza cultural
-indica John 1v1undy-1 los judíos de Europa occidental alean·
zaron su cenit a fines del siglo XII y comienzos del 1.1II ... en
Europa del norte y en -el Mediterráneo los judíos prosperaron
corno nunca antes.>> 34 Sin embargo, aunque eso sea tan exacto
como pueda serlo cualquier afirmación general, es difícil no adver-
tir la precariedad de t<11 bienestar y sospechar que) aparte del dis-
turbio ocasional, repentino y devastador, aparte del cuadro cada
vez más extendido del: judío como enemigo decidido de la comu-
nidad cristiana que constituía un siniestro presagio para el futuro,
existía una vulnerabilidad creciente en la vida cotidiana a los ata-
ques y abusos casuales del fiel. Al menos eso es lo que sugiere la
pregunta planteada a- Gilbert Crispin por un. judío de Maguncia,
que Gilbert recoge- en su Diálogo entre un cristiano y un judío
en los primeros años de la década de 1090: «Si debe observarse Los judíos co1no enernigos de Cristo
la ley de Moisés, ¿por qué tratáis a quienes la observan como si
. La identificación de los ju?J~s como enemigos particulares de
fueran perros, echándolos y persiguiéndolos por todas partes ccn
palos?», 35 Cr;sto, Y por tanto de los cristianos, ha sido el rasgo centialv
v- En 1179, un apéndice a los decretos del Tercer Concilio de mas cruel del antisemitismo europeo. Norman Cohn lo pla;-
Letrán proporciona comentario suficiente a estas palabras con tea así:
las instrucciones del papa en el sentido de que los judíos no debían
ser privados de tierra·, dinero o bienes sin juicio/ no debía ata- Tal como yo lo veo, Ja clase de- antisemitismo más mortífera
cárseles con palos y piedras durante la celebración de sus festivi- la que se traduce en matanza e intento de genocidio tiene poc~
dades religiosas, y sus ·cementerios no debían ser ii.J.vadidos o que ver. con los conflictos de inte~eses reales de los ~eres hunia-
violados.36 En esta época, el antisemi}ismo .casua~, _casi in.stintivoi n~s o mc~uso con los prejuicios raciales como tales. En su
i se había convertido en un lugar comun en las cron1cas. H1gord1 el nucleo esta Ja creencia de que l()s_ judíos -todos los judíos de J
1
oiógrafo de Felipe Augusto, refleja por ejemplo la hostilidad del todas partes- fo7man un conjunto que conspira para arruinar j
Y lu;go para dominar al resto de la humanidad. Y esta creencia
rey hacia los judíos ·presentándolos como inmensamente ricos) ava~
ros y crueles asesinos de niños cristianos y profanadores de los
e~ .s,Implemente un~ versión modernizada o secularizada de ln
v1s1on. ~opular medieval de los judíos como una liga de hechice- i
l
vas.os sagrad~s empeñados en préstamo; en Inglaterra, dice ro; ~t1lrzad9s por Satanás para la ruina física y espiritual de la J
cristiandad."ª ·
34. J. H. Mundy1 Europe in tbe High Middle Ages, Londres, 1973 1
p. 81. (Hay trad. cast.:_Ettropa en la Alta Edad Media (1150-1309), Madrid,
1980.) , 37. A. Lucbaire 1 Social France at the Thne of Philip Augustus, Nueva
35. Cítado por H. G. Richardson, The English Jewry Vnder the Ange- Xol'k1 191;, p. 195; Dobson, Jews of Medieval York p. 20,
vin Kings, Londres, 19601 p. 34; sobre la fecha, R. W. Southern, St. A11sel111 1
38. N. Cohn, Warrant far Genocide, .Londres, 1967; Harmondsworth
and his Biographer, Cambridge, 1963, p. 91, n. 197?'. p .. 12. (I-Iay trad. cast.: El ¡nito de la conspiración judía 1nundia/
36. Mnnsi, Sacrorum concilionun nova 1 22 1 col. 356. l\1:iund, i983.) 1 l

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'
1l
PERSECUCIÓN 49,r. ,.
,.•'·
sinato de n1nos. Los enemigos de los priineros cr1st1anos habían l 1,~.
La idea de una asociación especial entre el demonio y Jos Wst~nidO-q~·~-~i.:;s reuniones secretas eran acompañadas de com- r~.,.
judíos tenía una base en las Escrituras. En Juan 8, 42~44, Cristo por~amientos orgiásticos que culminaban en el asesinato de un
dice a los judíos: «Si Dios fuera vuestro Padre 1 me amaríais a niño, y los cristianos a su vez dijeron lo mis1110 de los herejes. ,1
n1í ... \Tu estro padre es el diablo y queréis cu1nplir los deseos de
1 En el siglo XI la tradición fue revivida por Pablo de San Pedro

¡ vuestro padre. El file homicida desde el principio ... ». La frase


«sinagoga 2e Satanás», con frec•Jencia aplicada a los judíos en
nuestro período, procede del libro del Apocalipsis 2, 9 ( «C~nozco
la blasfemia de los que dicen que son judíos y no son smo la
de Ch2rtresj que pretendía que los herejes quemados en Or]eans
en 1022 habían empleado las cenizas de niños nacidos de sus
orgías para hacer un bálsamo que ataba irreversiblemente a su

i la
sinaoooa
ron
0
de Satanás») y 3, 9. Los padres de la Iglesia no inventa·
creencia de que los judíos fueran especialmente hábiles en
secta a quienes lo torri.aban. Guiberto de Nogent, nunca remiso a
difundir supersticiones 1 se sintió ~nca.nt3do de poder atribuir el
mismo comportamiento a los seguidores de los «maniqueos», a
cuestiones de brujería, pero le dierc:i amplia difusión. En el quienes creyó interrogar en 1114 en las personas de Clemente y
si01o vrr estas dos ideas se relacionaron en la leyenda bizantina Everardo de Bucy.42
dcl sacerdote apóstata Teófilo, a quien un n1ago judío otorgó" La muerte de un aprtndíz de peletero llar:11aclo Guillermo en
poci;;res sobrenaturales. 39 Ests. f1_-_e una irnportante fuente de la un bosoue-, c~rca de Non.vichJ 2 comienzos de 1144 no produjo
·;;~ noción del pacto diaOólíco que llegaría a ser tan importantf en al principio mucha agítación. 43 La pretensión de su madre y su tío
\--~, ..,..;ov- : la n1znía de las brujas durante la Baja Edad ~vfedia occidental. de que los judíos eran los responsables fue rápidamente sofocada
1
.._L En el año 992 llI1 Conve:so acusó a los judíos de intentar asesinar por el sheriff. Fue sólo seis afies más tsrde, bajo un nuevo sheriff
'"y al conde de Iviaíne cla·vando alfileres a una ím.agen de cera que y un nuevo obispo, cuando Ja acusación de que Guilleri:oo había
. " habían hecho de él.4º Guíberto de Nogent, uno de los primeros síc:lo tcrturado a muerte por los judíos _de Nor\vich se elaboró) y
-·"",..- historiadores de la primera cruzada, era particularmente aficiona~ empezó 2 verse justifica.da por una serie de n1ilagros en su tum.
'Y~/ do a las anicdotas que asociaban a Jos judíos al sexo, la brujería ba. El culto, aunque de carácter local, reunió considerables segul~
y el demoriJo. Las muchas que atestan las páginas de sus }Yionodi'ae dores a lo largo del siglo siguiente, y continuó proporcionando
autobiográficas, escritas en 1115, incluyen 11n reI~:º. en el cuaL .ª materiaI de espanto para los artistas de las iglesias de East Anglia
través de }a mediación de un judío experto en mecucrna, un mon1e hasta la Reforma. Acusaciones semejantes 1 de las que no se han
1
renegado consigue la iniciativa en la magia negra vendiendo su conservado relatos detaliados 1 se dirigieron contra los judíos de
1
alma ai diablo; su apostasía del cristianismo queda sellada por
lli"1G. libación de esperma. 41 Este es el primer ejemplo de un ~~ 42. N. Cohn, Europe's Inner Dettrons, Londres, 1975, pp. 1·22 (hay
que a fines de la Edad Medi~LlJ~_g_a_rj§L_a_~~--co_rnp.of!..eD!~_e_s_encial trad. cast.: Los demonios familiares de Europa, t.1adrid, 1980); Moore,
del p_rot~_?__d"~l~l;J.i:u.ia. ,, . Birth of Popular Heresy, 1975, pp. 10-15, y Origins of E11ropean Dissent,
- E~ -~sta é!JOCa era ya l]_a,Qít:.ir~-·-~~_l~_lAt.e_r.2,!~t_§l_E_9_~a.~!_19!_ .i::.l 1985, pp. 285-286; Guiberto, Self a11d Society, III, }-'.:"VII, traducción (aquí
in'1decuada) de Benton, pp. 212-214.
vínculo entre - asociacione_s __ di.a_J:i5;Hic.as; . .libertinismo__ se?Cual_ .Y. . -ªY.S 4.3. Ton1:ís de Monrnouth, The Li/e a11d Míracles of St. T)7ílliam o/
--·---------·---·. ---
.l\forwich, traducción y edición de A. Jessopp y lvI. R. James, Cambridge,
39. E. Peters, The ivfagiciat:, the Witch an:d the ~aw, Filadelfia, 19?8, 1896, analizado recientemente y de forma fructífera por G. I. Langmuir,
pp. 13-14; más en general, J. Tr:.:ichtenberg, The Devi! and the Jews, New <{Thomas of Monmouth: Detector of Ritual Murden>, en Specultur., 59
foven, 1943, pp. 23-31. (1984), pp. 820.846; sobre el culto, B. Wnrd, 1\1iracles cnd the Medieval
40. Chaza.n, Medieval Jewry, p. 12. j1{ind, Londres, 1982, pp. 68-72, y R. Finucunc, Miracles and Pilgrhns,
41. Guiberto, Autobiographie, I, AA'>/I, p. 115; Tr:ichtenberg, The Londres, 1977, pp. 118·121, 161-162.
Devil and the Jews, p. 21.3.
4. - MOORE
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20 LA FOR.1iACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 51
Gloucester en 1168, Bury St. Edmund en 1181, Winehester en visto, debieron desatarse a causa de la a.firn1ación, recogida por
1192 y en Not\VÍch de nuevo en 1235. El descubru~~ento d~l Raúl Glaber, de que el califa al Hakim había destruido el Santo
cuerpo de un niño en un pozo en Lincoln en 1255 n1zo_ subir Sepulcro a instigación de los judíos de Orleans.
la fiebre al máximo. El deán mantuvo el cuerpo del pequeno san Se ha estimado que las acusaciones de asesinato de niños fue-
Hugo enterrado junto al de Roberto Grosseteste, a pesar d,e la ron la base de unos ciento quince procesos conocidos durante la
protesta del cura de la parroquia del muchacho,, y s_e preparo un Alta Edad Med.ía.47 Aparecen en el continente casi en la misma
juez real para atender la acusación de que babia sido tortur~d? época que en Inglaterra. En 1147 se acusó a los judíos de Wurz-
hasta la muerte por los judíos, arrastrados a Londres para el ]Ul- burgo de la 1nuerte de un niño que apareció ahogado en el río
cio. Diecinueve fueron colgados, y sólo la intervención del herma- Main, y en 1171 el conde de Blois admitió una acusación, aunque
no del rey, Ricardo de Cornualles (corno agente p:agado, no como no se encontrara cuerpo alguno o informe de la desaparición de
defensor de la justicia por principios), impidió que otros noventa un niño, como motivo suficiente para colgar a treinta y un judíos,
44 aunque el rey Luis VII se manifestó posteriormente en desacuer-
más compartieran su suerte. • , .
Al contar la historia de cómo se acusó a un Judío de W1nches- do con él. En 1191 Felipe Augusto, sucesor de Luis, aprovechó
ter de acabar con la vida de un niño cristiano dura.nte la Pascua la oportunidad de una acusación sin pruebas) según la cual los
· ¿· n 1190 Ricardo de Devizes añade al prototipo el compo- judíos habían asesinado a uno de sus vasallos, para aparecer en la
JU 1.a, e , - d' 1 ·-
nente de la conspiración internacional.4' Se preten ia qu: e n1no importante fortaleza fronteriza de Bray-sur-Seine, rodearla y eje-
en cuestión era francés, y había sido dirigido hacia ~1nchester cutara más de ochenta judíos.43 En esos dos casos no fue necesa-
por un judío de Roue_n que le proporcionó --qué mejor prueba ria elaboración alguna de la acusación: las decisiones del conde
de su horrible intención- una carta en· hebreo p~~a que. se la y el rey, respectivamente, quedaron .suficientemente respaldadas
enseñara a los judíos de Winchester. En esta ocas1on los Jueces por el simple supuesto de que los judíos mataban a los cristianos.
reales, de quienes Ricardo dice que fueron sobornados, rechaza- A mediados del siglo XIII la creencia de que los judíos asesinaban l
ron la historia y el" asunto quedó zanjado. Pero .tra~ a la arena ~e a niños cristianos para sus propósitos rituales estaba ampliamente
(la religión otra antigua calumnia contra los J~~~os, que hab~a extendida, a pesar de repetidas desautorizaciones del papa, en
reaparecido en el siglo xr. Los relatos de su tra1c1on a la ~s.pana especial en 1242 y 1253, y de la conclusión de una comisión crea-
visigoda en favor de los árabes en el siglo v:rr y de los. vikingos da por el siempre curioso Federico II para investigar la cuestión, J
1 en los casos de Burdeos y Barcelona en el siglo IX debieron em- de que no había nada de eso.49 ·l'" •····
\Lpezar entonces,46 . Ylos_ primeros ataques del siglo XI, como hemos Estrechamente asociada al mito del asesinato ritual 1 y respon-l;~"'." _
sable de unos cien procesos más, estaba la idea de que los judíos 1__,,._,,
F Hill' Medieval Lincoln, Cambridge, 1948, pp. 224-232, servían a su diabólico señor profanando la hostia. En Colonia, en J
44 ' J , W . . ' w·lli H nt en
y el excelente anícul~ sobre. el pequeño san Hugo, por l aro u ' 1150, ambos mitos se combinaron con esmero en una historia \
el Dictionary of National Biograpby. L d según la cual el hijo de un judío converso se había llevado a casa
45. The Chronicle of Richard of Devizes 1 J. T. Appleby, ed., on re.s,
1963, pp. 64-69. Dudo de la opinión de Appleby {p. ?).."V) de que e: prop:~ la hostia recibida en misa el domingo de Pascua y la había enterra-
Ricardo no creía Ja historia que contó, pero en cu?1.q~1er c~so no 1~ invento,
Tomás de 1\1onmouth, Lije and lUiracles of St. W:tllatn o, Norwrch, p. 94,
pretendía que el asesinato de Guillermo de Norwich fue ordenado por los 47. Tranchtenberg, The Devil and the Jews, p. 125.
judíos españoles. . . . B Bl k 48. Chazan, Medieval ]ewry, pp. 37-38, 56·59, 69-70.
46. Bachrach, Early l'riedievat Jew1sb Policy, p. 114; , . umen ran~, 49. Poliakov, History of Anti-Semitism, vol. I, pp. 60-61 (véase su.pra,
Juifs et Chrétiens dans le 1no11de Occidental, 430-1096, Pans, 1960, P· 38 · n, 4).

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PERSECUCIÓN 53
52 LA FORMACIÓN DE UNA SOCtEDl}D R¡:PRESORA

da en su 1-.:Jerto; cuando UE sacerdote abrió el hoyo 1 la fvrma judío, gue se describe con frecuencia como servidumbre de la
había adoptado el aspecto de un niño que ascendió milagrosamen- corona y en realidad el siervo «adquiría no para sino para su si
te \01 los cielos ,50 Este tema hc.bía hecho también su aparición en
dueño». En principio, l_ayropie_dad __deLJuc:lío_e_rn_propiedad del
reL!_ para tomar a voluntad,.. y en la dura reaiidad la;·-d~~das·~;·~
torno a la época de la primera cruzada, cuando los que acusaron
a un judío frgncés de hervir una hostia en agua y aceite dijeron el judío eran del rey y revertían al excheqt!er a la 1nuerte del
acreedor.
que Ja vieron convertirse en un niño en el caldero. En l3elitz
cerca de Berlín, en 1263 1 y de nuevo en :Bruselas ~n 1320, nume~ . ~¿ervídumQ.re d~_j~~Q(Q_L{i;i~ esencialmente una innova-
rosos jÚdíos fueron qµemados por acusaciones como éstas 1 cuya ~~ón de los_ sigi9_L?;~_)'. . ?.'.I_I. ~ía qu~J;d:::i _p;~fig~-~~da ~~el ;50
fuerza creci9 sin duda con el establecimiento desde 1264 de la 694, cuando el Concilio. deToledo redujo a esclavitud. a Íoda la
llest& del Corpus Chri!¡tÍ corno m~dio d~ despertar el i:!Dt\lsiasmo rr,obladón_ judía de España. (pero no de las provincias del reino
populai; por la doctrina de la transubst¡3.nci~ción, y contra los here- v1sigodo aI norte de los Pirineos). El_ ·motivo _pudo ser directa-
jes que dudaban de ella. Otra blasfemia atribuida a ]os judíos mente fiscal -IIev~T-ª manos de 1~- -corcfla_Jo_s bienes de los
cada vez con mayor frecuencÍai reflejando evidentemente. su acti- ~~~os- 5polf deo -ir:i~pedl~fes.-~?.~SJ.ÍJ:!i~~-1:!.i_1_a._b~;-~pa~;.)~_ 9p_~-~
vidad como prest8mistas, contribuy6 también a asociar la idea del s,15:_1S!._~-. P~ no_ hay,,_pruebas __ de -un vínculo directo entre esta
l_~~-~slacis?n. y el principio que· emp~;6á-·e-~u·n~-iarse ·e~- }05 d~c~-·
judío con la de la suciedad y en especial la defecación. A medi$.-
- dos del siglo XII Pe2ro eJ Venerable, gpqd de Cluny, advirtió al ~entes de la.~ __cíudy.des aragonesas y castellanas a :fines del siglo XII
rey Luis \TII que los judíos querían someter los vasos sagrados c:e qu_e ~dos judíos son siery_os_ de_ la corona y _pe~te11ecen.. en exclu-
que liegaban a sus manos a indignidades repugnantes que no ~1ya al tesoro__r_~aJ~: 54 S1-E.~iene un solo Q~lh___t::Ste es
podíari mencionarse, y cien ¡:iños más ta:r;cle Mateo Paris creó su f~co, se encuentra en el acto de Luis e1 Piad9so de reservarse
cpento de que Abn1h2n~ de Berk."J.iampstead utilizaba su retrete la audíe~.c;i_g_~e Ios_ caso2_gg_~J_m121i_:;_9_b_q1L_11_l_g~j:¿~ío~ 1 a través de
como lugar para guardar un cuadro de la Virgen y el Niño tenido u.n func1onar10 denominado tnagister ·-judaeoru1n. Ello debe con-
t:P. fianz:a ,51 s1derarse pa~te del t~ato favorable que "los reyes carolingios en
general Y Luis en particular otorgaron a los judíos, e incluso puede
haberse pensado para protegerlos frente a la puesta en víoor de
Los judíos, siervos reales las prohibiciones tradicionales reclariladas por alaunos 0
de sus
súbditos.
«El judío no puede poseer nadaJ porque cuanto adquiere lo Com: t~ntas vec:s en la historia judía, _el tratamiento especial
adquiere no para sí, sino para el rey; pues los judíos viven no ~:;t- __'.=1;1__s1 m1~~~-)?_e~fil9~ y~3ue __empe:Z_ó___c_g1no_p_ri.yil,~g~g_rn~
para sí mismos 1 sino para otros y adquieren no para sí mismos, ~ªL~~-- s~ c~n~1::-t10 en medio d~_ 9p~_esÍÓfl: .. L_a_p~i:2t-~c:ci_~:1]_f!__lQsjl}_c;l_íQs_
sino para otros.)> 52 Así resumía Bracton la situación legal del zl.gj.l!~.l~.o]Jre e}!9~-~.e-~9J1yj_rtieron en uno de Jos derechos
que los co!1d:~~suri:~.r.~~-2J~_c_o2::.~~~--~~....~(-~_lg1 9_~J- y~-i-

· 50. Ibid., pp. 59, 62-63; Littie, Religious Poverly, p. 52 (véase supra,
n. 23). ~3. Las opiniones, respectivamente, de R. Collins, Early MedíeÓal
~parn, Londres, 1983, pp. 135-136, y Bachrach, Eariy Medieval Jewish Po.
51. Ch;ifªQ, f.f.;:dieval Jewry, p. 44; R. Denhofrn Young 1 Richard of i!C)', p. 21.
Cornwal/, Oxford, 1947, p. 69.
52. A~ F. Pollock y F. 'V.7. Mnitfand, The History of English Law, 54. Y. Baer, A Histo7y of the Jews in Christian Spa1n 2 vols. 1 Fila-
2 vols., Cambridge1 1895, vo1. 1, p. 468. delfia) 1961, vol. 1, p. 85. (Hay trad. cast.: Historia de fo~ judíos de la
Esptuia Cristiana; Madrid, 1981.}
25/97 I{ "-.r \ \ ...J.. ,...,.._... • " : \._'--\.-""' ;:)
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54 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 55

tarios a los condes en el xr. En Macon el conde actuaba como <(pertenecientes al fisco imperial», principio reiterado por Feder~­
señor ¿~-~~unidad judía e intermediario entre judíos y cris~ co II en 1236, Para todos estos monarcas los judíos representaban
tianos, considerándoles a su vez parte de su patrimonio, ejercien- un valioso activo, algo que no debía ser dilapidado o apropiado
do la justicia sobre ellos y heredando sus tierras cuando morían.55 por sus súbditos.58
En 985 el conde de Barcelona se consideró heredero de los judíos En España, Inglaterra y el Imperio la :fijación de la posición
muertos en el sitio de la ciudad por Almanzor, y en 1022 confiscó de los judíos con10 siervos reales represeo.tó en efecto una reafir-
:....-\los bienes de un judío -condenado por cometer adulterio con una n1ación de la prerrogatíva real a través de la reclamación de pode-
}/1'.... ~ ... - mujer cristiana. Según los Usatges de Barcelona (en torno a 1060 ), res alienados, apoyada en los dos primeros casos por la situación
~' 'i'" ~· ~ el wergild por un judío se :fijaba no por la costumbre, como el creada por la conquista. En el reíno de Francia la desintegración
~ .\
0
de un hombre libre 1 sino por decisión arbitraria del conde. F..!1 del poder central) que continuó a lo largo del siglo XI, incluyó el
<':.,- - t~tl~~5-Lc_!_i_sJj_ana J~_derecho:'> y __l<!_ _s_egurid_acl ___d~ l_Q_s j~díg~ poder sobre los judíos. Así, quedaron bajo el dominio de los seño-
quedaron en ma..'1os de la corona, que podía por ello liberarles de res, para quienes su superior cuhura les hacía partículannente
J2SOb1fg~;i~fl~-h~Cl~·;t;~s--señores, como cuando en 1062 el rey valiosos. El conde de Macon empleó a los judíos de la ciudad
de Navarra eximió a los judíos de la obligación de moler su hari- como agentes financieros 1 y el clásico retrato de Guiberto de I\To-
na en el molino señorial.56 ~9sición era básicarn~~te ).§-_ m_i~~a gent de la tiranía, la brutalidad y la exacción señoriales en la
en -19-_!ll~, donde los judíos fueron introducidos por Guillermo persona de Tomás de Marle incluye varios cuentos que derivan
el Conguistador (o al n:ienos en su reinado)J y fueron tratados por de su dominio sobre unos judíos que administraban con habilidad
sus sucesores como prerrogativa propia. En el reinado de Enri- para satisfacer sus más viciosos caprichos. Más tarde analizaremos
que I las Leges Edwardi Confessoris indican: «Todos los judíos sí fue la vinculación de los judíos a sus señores lo que les hacía
de cualquier lugar del reino deben estar bajo guardia del rey; necesitar protección a fines del siglo xr, o su necesidad de protec-
ninguno sujeto a un barón sin licencia del rey, porque los judíos ción lo que les llevó a vincularse a sus señores. En cualquier
y todas sus propiedades son del rey».57 caso, fue sólo cuando los Capetas reafirmaron el poder real fuera
En el Sacro In1perio Romano es perceptible la misn1a relación de sus dominios, en el reinado de Felipe Augusto, cuando empe·
entre protección y posesión en el siglo XIÍ. En Worms, en 1090, zaron a reclamar un dominio especial sobre los judíos. Cuando
Enrique IV eximió a los judíos de la jurisdicción episcopal y Luis VII creó un prepositus judaeorura para hacer respetar las
condal, reservándola para sí, y al confirmar los privilegios otor- deudas a los judíos, cerca del fit1 de su reinado, no hacía n1ás de
gados por el obispo de Espira en el mismo año añadió que la lo que un señor hubiera considerado prudente en suS propias
donación episcopal -a los judíos del derecho a ejercer su propia jus- tierras. Hubo un signo de disposición favorable a ejercer el poder
ticia eta en realidad una concesión imperial. Tras tratar sin éxito real, que más tarde sería menos benevolente, tras el asunto de
de castigar a quienes habían perpetrado las matanzas de 1096, Blois en 1171, cuando los supervivientes al ataque del conde
Enrique colocó a todos los judíos bajo protección imperial por la apelaron al rey, que desestimó la acusación de asesinato ritual en
Paz de Maguncia de 1103. En 1179 Federico I los describió como razón de que acusaciones similares contra los judíos de Pontoise
y Joinville se habían mostrado sin fundamento, y ordenó a los

55. G. Duby, La-société aux Xlg et XII~ siecles dans le région macon.
naise, París 1 1953, p. 120.
56. Baer, History of the Jews 1 pp. 40-43 (véase supra, n. 54). 58. Langmuir, «Judei nostri and the beginning of Capetian legislation>~,
57. Richardson, English Jewry, p. 109. en Traditio, 16 (1960), p. 106.

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56 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 57
oficiales de su dominio proteger a los judíos y sus propiedades de . todos los tratos de Felipe con los judíos después de que los 1
n1odo n1tís efectivo, te8dmitiera en el dominio real en 1198 1 la formulación explícitf1 J
de la doctrina en los documentos reales tuvo lugar con relativa
lentitud durante el siglo xm. Su fundamento legal sin duda debía
De la explotación a la expulsión algo a la situación que Felipe encontró perfectamente establecida ¡1 ~.s
en las importantes juderías de Anjou y Normandía cuando anexio·,' . ; "'
El grave deterioro de la situación de los judíos franceses nó estos territorios en 1204, y a que Inocencia III reiterara que
tras el ascenso al trono de F~lioe Augusto en 1179 se debió en los judíos estaban condenados a servidumbre perpetua como cas·
l buena parte a la antipatía personal y a la avaricia real." En los tigo por la crucifixión 1 en una bula emitida en 1205.
tres meses posteriores a su coronación agentes reales arrestaron La mayoría de los e.~pulsados en 1182 buscaron refugio en..,....¡
a los judíos durante sus ritos, registraron sus cas?s y tomaron sus las tierras del conde de Champagne. Los términos del acuerdo que
bienes como fianza. Do.s_.aQos __ más__t_~rde_s.e_:;UJ)Jnció._.fill_~xp_ul_sión Felipe estctbleció con él cuando se les readmitió en el dominio
del dominio real, y aunque se les permitió vender los bienes mue, real en 1198 muestran con claridad cuáles eran los motivos de
bles, sus «Casas 1 campos, viñedos, graneros, h1gares 1 etc., fueron los dos hombres en sus tratos con -los judíos, cuya condición
teservados p::1ta sí [el rey] y pata los sucesores del rey de Fran~ de bienes muebles se da por supuesta:
cia>>, y s~~~~aron las sín_<¿gQga9_~19s__o~isp9~ 2-:'J.tg....§_U cony_e.r.-
. \__~ión en i_gL:::sias. Las comunidades a,fectadas por la expulsión, l\ todos quienes esta carta vieren, sep:1n que hemos conce-
2.pl[\udida con entusiasmo por los cronistas monásticos del reino, dido que no retendremos en nuestra tierra a ninguno de los
se redujeron a París, Bourges, Corbeil, Étampes, Melun y Or- judíos de nuestro nmadísimo y fiel vecino Tecba1do, conde de
leans.60 Troyes, salvo con el consentimiento verbal de ese conde; y gue
no se permitirá a ninguno de nuestros judíos prestar dinero a
El biógrafo del rey, Rigo:rd) da co1no justificaciones de esta nadie ni embargar a alguien o algo en las tierras a no ser con
acción la usura de los judíos y las acusB.cíones de asesLriuto de [su] consentimiento verbaL El mísmO -conde Tea baldo nos ha
cristianos -desechadas tan sólo unos pocos años antes por el concedido que no retendrá a ninguno de nuestros judíos en sus
tribunal real- y de profanación de orns.mentos y vasos sagrados. tierras ... y que no permitirá a ninguno <le sus judíos prestar
La idea de que el rey tenía derecho a apropiarse de los bienes de dinero a nadie ni e;nbargar a alguien o ·algo en nuestra tierra a
los judíos porque ellos n1ismos eran suyos aparece sólo a :fines no ser con nuestro consentimlento··verbal.62
del reinado de Felipe Augusto, en la crónica de Guillermo el
.- Bretón. 61 Parece, por tanto, que la doctrina de que los judíos erG.n Este acuerdo inaugura una explotación- nueva y n1ucho más\!\
~ siervos regios fue adoptada en el reino francés como una raclori<1~ sistemática de los judíos como fuente de ingresos de los reyes
lízacíón post factu1n de la _persecución y que no proporcionó la fre.nceses y sus barones. Fue mantenida con creciente ferocidad 1
durante el siglo XIII. Cudndo los beneficios directos de sus act1;:1~ ,_
,_ bilse original para ella. En realidad, aunque estuviera implícita en
dades financieras eran insuficientes p2ra las necesidades del lTIO-
59. R. EL Eautier, <(La personnalité de Philippe Auguste>>, en R. H. rnento po<ll2 gravárseles en razón de protección o por devolverles
Bautler, ed., La France de Philippe .r1ugus!e: le temps des mu!ations, París, sus bienes después de con:G.scarlos 1 o podían ser expulsados del
1982, pp. 33.57, en p. 44; compárese E. Bournazel y J. P. Poly, ibid.,
reino y obligados a pagar por volver en términos rodavía n1:ís du-
p. 228.
60. Chazan, Aledieval ]ewry, pp. 63 ss.
61. Ibid., pp. 66-67. 62, !bid., p, 75.

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58 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 59
y ros que antes, proceso que continuó hasta la expulsión final siendo, a pesar de las renovadas directrices reales de expulsión,
~ en 1394. uno de los refugios más tolerantes de Europa occidental.
Que la agonía fuera n1ás breve y probablen1ente n1enos brutal La historia de los judíos ingleses pone en guardia contra el
en .Inglaterra ~no se debió a la mayor benevolencia de sus reyes supuesto de que la legislación antisemita se pusiera en práctica
sino a la mayor sofisticación financiera de su gobierno. Bajo Enri~ $.~_i:;.mpr~_ y_ en todo lugar, o de que la persecución real estuviera
que II y Ricardo I se gravó moderadamente a los judíos ingleses. inspirada o respaldada por la hostilidad popular.65 Sin embargo,
La creación del exchequer de los judíos, en 1194, para administrar el_ apar<"l:to par?-_Ja__persecución de los judíos en EtlfQPJl__~e_puso
las deudas que revertíe.ron a la corona tras la muerte de Aaron de completamente ~-p~nto __du~.ant~_~l_sig!o _?:~~I.Y la imagen del íudío
Lincoln, y posteriormente de otros, proporcionó al rey un control tan firmemente asociada a ella quedó fijada. Sólo en ese momento
regular y poderoso sobre esa fuente de ingresos (y con ella, una co_menzaron a. ªP.ª~ecer )os r~t!_~~~~qu~--~pres_~fl:~_a1~~-i. l°-~ jq~_?:~
acrecentada capacidad de manipulación política de los deudores), como
--·- físicamente diferenciados
' --- ... ·--·--. .. -sobre todO, con larcras
o narices i
pero no produjo por sí misma un deterioro de la situación de los ganchudas-: 66 _al igual que la ir1sig_nia infamante eran necesarios
judíos. En el reinado de Juan, y especialmente después de la pér- porque, tal comOse" qu·ejab3.D io;--a~"tores d~l~decretos de Le~ 1

dida de Normandía en favor de Felipe Augusto en 1204, las trán: <~en los países. donde los cristianos no se distinguen de los
cosas empeoraron. Los ·impuestos y las imposiciones arbitrarias judíos y los sarracenos por sus vestidos, se mantienen relaciones 1
crecieron abruptamente, y los judíos padecieron una hostilidad entre cristianos y judíos y sarracenos ... A fin de que tal perverw i
cada vez mayor como fuente de las deudas que el rey ejecutaba sión no pueda excusarse por error en el futuro, se decreta que los
de forma crecientemente despiadada 1 lo que se convirtió en la judíos de ambOS seXos se distingan desde ahora de las otras perso-
principal queja contra ellos. Sin embargo, tras la muerte de Juan nas por sus vestidos».
los regentes se neg3ron. a llevar a cabo las disposiciones antiserrü-
tas del Concilio de Letrán en Inglaterra o a proporcionar apoyo
LEPROSOS
secular a los obispos que deseaban hacerlo. La reticencia no habría
existido si hubiera ·.supuesto un coste político de mayor peso que Y el leproso, manchado de lepra, llevará rasga-
los ingresos relativamente modestos procedentes de la venta de das las vestiduras, cubierta la cabeza 1 y cubrirá su
licencias para dispensar de la insignia infamante, de las que barba, e irá clamando'« ¡impuro, impuro!».
se benefició la mayoría de los judíos ingleses. 63 Su situación se Mientras le dure la infección seguirá impuro. Es
impuro: vivirá apartado y tendrá su morada fuera
deterioró· en lo relativo a la exacción financiera y la legislación
del campamento.
discriminatoria dur~nte -el reinado de Enrique III, pero ~~?'.J'.Ul·
Levítico 13, 45-46
sión de los judJo:; de G!!.Kuña en 1288-1289 y_sk_I11glg_terra en
f;2""91 "fue._rés~ltado no de una creciente hostilidad de la com~ñidad
eú--ieneral, sino de.·)_a· presL~~~~ii~-c~era que Edu-8.idü. r· decidió
p~;ef en p.táctica mediante el sencillo y arbitrario expediente de
La historia de los leprosos y la lepra es compleja debido a las
la expolíació.P-..:64 La· expulsión de Inglaterra fue decisiva, pero los
incertidumbres médicas que ·rodean todavía la enfern1edad y a la
{ j~Cíias gáscones volvieron a los pocos años a lo que continuó
65. !bid., pp. 192-197, 231-233.
63. Richardson, Englisb Jewry, pp. 178-179. 66. B. B1umenkranz, Le juif médiévale au miroir de l'art Cbrétien 1
64. Ibid., p. 213. Études nugustiniennes, París1 1966, pp. 15-32.

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60 LA FOIU>fACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 61

dificultad de conocer qué circunstancias médicas se describen piel con efectos terribles y extraños -la voz gutural del leproso,
cuando la lepra aparece en las fuentes históricas de diferentes por ejen1plo 1 es resultado del daño producido en la laringe-, y
períodos y culturas. produce asimismo una erosión de los huesos de la cubeza, piernas,
I~a lepra es provocada por un bacilo llamado tnicrobacteriinn manos y pies que puede ser observada por los arqueólogos. Con
leprae, descubierto por G. \YJ. A. Hansen en 1874, y por ello se esta forma -aunque no con las formas más benignas, que pare·
Ja denomina a veces enfermedad Cle Hansen, como en ocasiones cen hacerse más comunes a medida que se desarrolla la resistencia
se hará en esta sección para distinguirla de otras situaciones que · al bacilo en la sociedad en cuestión- existe la posibilidad, en
pueden haberse denominado lepra en épocas diferentes. Pero el cierta medida alcanz::;da, de comparar las afirmaciones de las fuen.
descubrimiento de Hans en. se produjo casi un siglo antes de que tes literarias sobre la extensión de la lepra con datos objetivados
su prueba clínica quedara estnblecida mediante la infección con científicamente sobre su forma más dañiná. y aterradora. Pero no
éxito de un organis1no sano en condiciones de laboratorio. 67 Por deberíamos enorgullecernos en exceso de_ la ·ventaja científica de
tanto, hasta hace muy poco ha habido gran libertad para acharnr que gozamos frente a nuestros predeceSorés. Los médicos del
Ia causa de la lepra a una extraordinaria variedad de círcunstan- siglo XII (como los sacerdotes del Levítico) sabían que la lepra
clas, desde un ternperamento excepcionalmente lascivo a un exce- podía confundirse fácilmente con enfermedades menos peligrosas,
so de pescado en mal estado en la dieta. Para incrementar la con- y algunas de las pruebas que empleaban) como dejar caer agua
fusión, el microbacteriu;"Jt leprae se 1nanifiesta clínicamente de fría sobre un frag1nento de piel sospechosa pura observar cómo
formas diferentes, e.lgunas relativamente benignas, y está estre- se deslizabB., eran capaces de contribuir_ a un diagnóstico preciso
chamente relacíonado con situaciones de tuberculosis. l,a enfer- de la enfermedud de Hansen. No obstante, por el momento no
rr.edad es por tinto difícil de diagnosticar correctamente y fácil necesitamos detenernos en estas consideraciones. Al presentar fris
de confundir con otras: incluso hoyi un iíbro de texto estándar de respuestas de la sociedad de los siglos XI y XII a la difusión de la
medicina advierte que un médico que no espera encontrar la lepr"a lepra, universaL'Uente considerada ascendente en la época, nos
puede no advertirla 1 mie.ntras que quien está predispuesto la -ve ocupamos de quienes eran denominados leprosos y tratados con10
en todas partes.68 tales, confirmara o no el diagnóstíco un especialista moderno.
El capítulo siguiente mostrará cómo estas dificultades son cru.
cíales para la valoración del problema que la lepra planteaba en
la Europa del siglo XII. Sin embargo, es posible exagerarlas. La
fot1na más virulenta de la enfermedad de Hansen, la lepra lepro- El legado de la Antigiiedad
matosa, se caracteriza por la pérdida de la sensibilidad eri las
ter1ninaciones nerviosas 1 en particular en las extren1idades del Es absolutamente evídentc que la lepra del Levítico no en1
cuerpo) porque han sido invadidas y desttuidas por la bacteria, la enfermedad de Hansen 1 que parece tener su origen en Chinn y
Destruye también vasos sanguíneos, ligatnentos y tejidos de la que sólo lentamente encontró su camino hacia Oriente },1edio
y Europa. Sin ir más lejos, en 1980 se han encontrado en Egipto
las características deformaciones de los huesos en calaveras del
siglo II a. C., y en 1974 en las piernas y los pies de un esqueleto J
67. 1--I. G, Cochrane y T. F. Davey, eds., Leprosy in Theory and Frac.
tice, Bristol, 1964\ p. 13; S, N. Brody, Disease of the Soul: Leprosy in de la Bretaña ron1ana del siglo IV d. C. Anteriormente, el exa1nen
]Vfedieval Líterature, Ithaca, 1972, p, 22. de muchos miles de esqueletos no había arrojado ningún testin10~ ~
68. Cochrane y Davey, Leprosy, p. 280. nio de lepra anterior al siglo vr d. C. entre los restos descubiertos ;

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62 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 63

en Gran Bretaña 1 Francia y Egipto. 69 Puede decirse con cierta En un capítulo posterior Rothari establece que una pron1etid3
\, confianza que si la enfermedad de I-Iansen no era desconocida en que contrae la lepra (o se vuelve loca, o ciega de an1bos ojos)
'/ el inundo antiguo, era sumamente rara. No era a quienes la pade- puede ser abandonada sin castígo. El hon1bre no sufrírá castigo
1 cían a quienes se refería, por ejemplo, el emperador Constantino porque ello «no ocurrió por su negligencia, sino por los graves
cuando ordenó la expuisión de los leprosos de la ciudad de Cons~ pecados de ella y la enfennedad resultante». 71
tantinopla y ejecutó a un oficial llamado Zaticos por darles abri- El diagnóstíco de Rothari confirma lo que las circunstanci8s
go.70 Parece tener más relación con una medida para desembarazar de su reino y su legislación permitirían esperar: la continun-
a la ciudad de los enjambres de indigentes y vagabundos que se ción de la tradición de la Baja Antigüedad 1 y no una respuesta a
acumulaban en ella que con la sslud pública. un cambio real en las pautas de la enfermedad. De forn1a simi-
Al arrepentirse de su acción y fu1;dar un hospital para lepro~ lar, es 1nás probable que 1 poco más tarde¡ las medidas del abad
sos dedicado a la memoria de Zaticos) Constantino mostró una de Remiremont, asignando celdas sepatadas a las monjas lepro-
ambivalencia que estaría en el centro de las actitudes occidentales sas e instruyéndolas para que no se comunicaran con las sanas 1 y
hacía los leprosos. La respuesta más caritativa fue predominante, la de St. Othmar, en el siglo siguiente, que construyó una casa
por lo menos en la- literatura, durante los dos siglos siguientes, de leprosos cerca de su monasterio, a cuyos internados curaba
pues el socorro y la atención a los leprosos son hechos muy personalniente,72 representen el respeto por la doctrina bíblic:;i
comunes en las vidas de santos de ese período. El i~pulso cari~ que la aparición de la enfermedad de I-Iansen en estas regiones
tativo prevaleció todavía en el Concilio de Orleans que en el 549 relativamente centrales de Europa occidental. Confirman 1 sin em-
ordenó que los obispos dieran alimento y vestido a los leprosos, bargo) que cuando la enfermedad se hizo frecuente era ya fnroi-
para socorrer a quienes «por la dura enfermedad están obligados liar una estructura para tratarla.
a insufribles privaciones». No tenemos medios de saber si le, ,_&.i.parte de esos dos ir1cidentes, la legislación de Rothari da ~,
- segre2ación de los <ileprosos» se practícaba en esta época. Se pres- inicio a un silencio en las fuentes occidentales que pern1anecería
cribe :22.~limera vez, no en el derecho romano o en el eclesiás~ casi sin ruptura hasta el siglo xr. En realidad) el recrudecimiento
tico, sino e~<5cj_íg() d_e_B.<J\barl, rey_qelo~Jsimbardos en el 635. de la lepra que se hizo visible entonces se atribuye con frecuencia
Su decreto establece la futura situación tsn claramente que es (como la herejía, la sífilis y los arcos góticos) al mayor contacto
digno de citarse por extenso: con el Oriente Medio derivado de las cruzadas. Eso no es comple-
tamente exacto.73 Guiller1no de 11almesbury, que escribió a co-
Si alguien es afligido por la lepra y la verdad de la cuestión 1nienzos del siglo XII, cuenta la historia de una disputa que surgió
es reconocida por el juez o por el pueblo y el leproso es expul- entre los monjes de san lvlartín, que llevaron su cuerpo de Tours
sado de la civitas o de la casa para que viva solo, no tendrá a Auxerre para ponerlo a salvo de los vikingos y sus huestes. 74
derecho a enajenar_ su propiedad o a darla a alguien, porque el
día en que se le expulsa de la casa es con10 si hubiera muerto, 1
Sín embargo, mientras viva debe ser alimentado con la renta
de lo que deja.
71. K. F. Dre1v, The Lonzbard Laws, ·Filadelfia, 1973i pp. 83-85.
72. S. C. Mesmin, «The Leper Hospital 'of St. Gilles de Pont-Aude-

men>, Universidad de Reading, tesis doctoral, 1978, p. 11.
73. M. W. Dols, «The Leper ín Medieval Islamic SocietyJ>, en Specu-
''
69. K. Manchester, Tbe Arcbaeology of Disease, Bradfordi 1982, p. 43, lum, 58 (1983), p. 905, n. 83.
suplementando a J. G. Anderson, Studies in tbe l'vf.edieval Diagnosis of 74. · Guillermo de Malmesbury, De gestis regun1 Anglorum, II, 4,
Leprosy in Denn1ark, Da11ish Medical Bulletin, 16 (1969), supl., pp. 10-14. W. Stubbs, ed., 2 vals., Rolls Series, Londres, 1887-1889 1 traducción inglesa
70. M. lvioliat, Les Pauvres au Mayen Age, París, 1978i p. 26. de J. A. Giles, Lnndres, 1847, pp. 115·116.

30/97
64 LA FORMACIÓN DE UNA SOCI~DAD REPRESORA
PERSECUCIÓN 65
El cuerpo de Martín fue colocado en la cripta aledaña a la del
patrón autóctono) san Germano. Se planteó entonces la cuestión El ataque a la lepra en la Edad .Media
de cómo atribuir los milagros realizados allíi y de si las ofrendas
hechas en gratirud deberían dividirse entre los dos santos, El Una vez más, es e_.r;tlqs_prin1eros años del sígl9_xr cuando de
asunto se resolvió colocando entre ellos un leproso <(próximo a la n_i¿evo encontramos la, pista, y hacia el :¡inal episodios dispersos y
últüna boqueada, consumido casi como un esqueleto)>. Por Ja a
no relacionados empiezan" formar lo que puede considerarse a
mañana, el flanco inmediato a 11artL.'l estaba limpio y sano, mien- par~it de entonces como el comienzo de una historia continua.
tras que el expuesto al cuidado de Germano seguía como antes. En el año 1014 había leprosos entre quienes fueron curados por
La noche siguiente, «para que no pudiera atribuirse este milagro las reliquias que el obispo Gerardo trasladó. a su iglesia en 1\rras ,76
a la suerte, pusieron el flanco todavía enfermo junto a Martín. y en 1023, en Orleans, «Ún lugar que tenía muchos enfetmos,
Nada más romper el día, los impacien~es que esperaban encon- sobre todo leprosos», el rey Roberto I les besó y les dio dinero
traron ¡:¡l hombre con la piel tersa, perfectamente curado)>, resul· en mRnifestación de su humildad. En 1044 se obligó <l Aelf\vard
tado qqe Guillermo tácticamente atribuye no a la impotencia sino a abandonar el obispada de Londres por padecer lepra. Los n1on·
a la hospii:alidad de Germano, «haciendo así los honores a un fCJ· jes de su abadía en Evesham se negaran a recibirlo, de forma que
raste;o bienvenido». No existe, ay 1 certidun1bre de que tal historia recuperó los libros y las reliquias que les había dado y se fue a
proceda del siglo rx al que se atribuye, El siglo x tieue un poco Ramsey. El nüsmo destino tuvo Gervasé, abad de St. Riquier,
más que ofrecer con la dorit¡.ción del rey AthelStan para el cuidado obligado a renunciar en 1075, y un poco más tarde hay un caso
de les pobres y leprosos de Bath y con el destino del abad Regi- similar en el mundo secular: un señor pica'rdo que pretendía la
nald de St. Omer, que en 959 se encontró leproso y gobernó la ayuda de san Anselmo porque «padecía lepra [y habia sido]
abadía desde su celda durante casi un año, antes de que fuera despreciado y abandonado incluso por sus propios hombres 1 a
descubierto por sus esfuerzos para evitar encontrarse con un hn pesar de la dignidad de su nacirniento 1 .en razón de la pestilencia
portante visitante y se le obligara a renunciar y dejar la abadía de una -aflicción tan g:rande:»,77
por un lugar de reclusión. 75 En Un momento en que la ausencia Es totalmente posible que hubiera· más cosas que el simple
de testimonios arqueológicos de la enfermedad de Hansen en- miedo a la lepra tras incidentes como -_estos, que implicaron la
Europa occidental en estos siglos empieza a manifestar en sentido destitución de personajes poseedores de autoridad en tiempos tur-
negativo sería apresurado dar a alguna de estas referencias exce· bulentos. Se produjeron, sin embargo, en la víspera de una impar·
sivo valor, pero ia historia de Reginaldo en particular indica al tante modificación en el tratamiento ototgftdO a los_ leproso_s, gue
i11enos que la idea de la lepra era algo más que una metáfora represerita u~ ~t;b1é'7sfue.fZo d·eorganiZ-acióñ'Y gasto:. ·i~ fuQ:-
bíblica. ~~~J_?D de hospitales y casas para leprosos. que tuvo lugar .en.
~.rpplia e~ca!~ pc:r .t_oda Eµropa ___ocdde_n.t.~J~ El cuadro I muestra
que la cronología de estas fundaciones es 1nuy similar en las tres
áre2,s del noroeste de Europa de las que-pueden recogerse datos

76. !bid., p. 218, fi. 161.


77. R. H. Bautiet y G. L::ibory, eds., Helgaud, Vie de Robert le Pieux,
/), A. BotJrgeois, Lépreux et Maladreries du Pas-de-Calais (X.XVIII Parts, 1965, pp. 126~128; F. Barlo\v, The English Cbarch, ]QQQ.1066, Lon-
sh'cles), A1é!noires de la ComnJission Départementale des Monutnents His- dres, 1963, pp. 74.75, 219; Mesmin, «The Leper }Iospital of St. Gillcs}>,
toriques du Pas-de-Calais, l1.rras, 1972, XIV, 2, pp. 158, 301. p. 18; Eadrner, Life o/ St. An.selm, R. W. Southern, ed., Londres, 1962i
pp. 57-58,
31/97
PERSECUCIÓN 61
66 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA

sisten1áticos, y son probablemente típicas de Europa occidental


en su conjunto.
Las instituciones representadas en estas cifras incluyen no
sólo las fundaciones grandes y permanentes sino también casas
que durante unos pocos años pudieron albergar a uno o dos lepro-
sos, o al contrario) fundaciones gue por una u otra razón pudieron
existir durante años antes de que su presencia quedara recogida
en algún documento conservado; la probabilidad de esto último
crece obviamente con el tiempo. Es probable que el cuadro exa-
gere el número de leproserías que existieron en cierta época) por
lo menos en la parte final del período, y que indique (como mues-
tra el comentario a las cifras de Inglaterra y Gales) que apare-
cieron algo n1ás tarde de lo que ocurrió realmente. Sin embargo,
muestra de forma inequívoca que el movimiento em~ó a fines
del siglo XI y comienzos del xrr,. '!lS!_~~ -~~~pogeg ~~~g:e_dor d~
cj~n ~ños__ más __t~~ª~~L._4~c-~ó _t~Piª·ª~~i;it~~-fu;tes__ p::!~tlg~~1I-·­
Las instituciones menciofladas por primera vez después de 1250
en Inglaterra y Gales eran casi todas muy pequeñas y estaban en
regiones retiradas (algunas en CornuallesJi y a partir de esa época
hay jndicaciones ell :ri.úmero creciente en Inglaterra y el continente
de que había más plazas vacantes en las leproserías que leprosos
para llenarlas; el declive se hizo más rápido en los años poste~
riores a la Peste Negra.
Finalmente, hay -que advertir que existe una clara explicación
de tipo general del- destacado incremento de estas fundaciones en
el último cuarto del siglo XII. En 1179 el Tercer Concilio de Le-
trán reiteró que debía ._segregarse a los leprosos, y se les prohibió
acudir a la iglesia_· o_._.compartír iglesias y cementerios con las per·
sonas sanas. 78 Estableció que a quienes vivieran en comunidades
se les debía proporcionar capillas, sacerdotes y cementerios, aun-
que no en forma que perjudicara los derechos parroquiales de las
·iglesias existentes. Muchas de las donaciones registradas en las dé-
cadas siguientes, con :frecuencia de obispos y capítulos, se conci~
bieron para cubrir este decreto. En 1186, por ejemplo, el obispo
y capítulo de Arras· puso una iglesia a disposición de los internos

78. l\1ansi1 22, col. 230.

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68 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 69
de la leprosería de Grand-Val, que había nacido probablemente aparte y no se les permitía relacionarse con las mujeres. Tenía
unos veinte años antes, y Ja existencia del hospital de leprosos de para estos leprosos todo lo que necesitaban según la naturaleza
Béthune es indicada por primera vez por la donación al mismo de su enfermedad, obtenido de sus propios recursos, y para este
de una eapilla por Robert d'Hlnges y su mujer Sarah en 1194. 79 servicio designó hombres de tal carácter gue, fuera cual fuese
su opinión, nadie discutiría su habilidad, su bondad o su pn-
ciéncia.111
!-lacia la segregación
Sin embargo, aunque ejemplos así podrían multiplicarse con bas-
La fundación de refugios y hospitales para leprosos en esta tante facilidad, queda el problema de que estas fundaciones_ tuvie-
escala fue 1 desde luego, un gran esfuetzo _caritativo. Algunos his- ron lugar ~~E_f_O~~"e~_to.._de creciente hoStilid;J haci°; los lepro-
tori<idores se han Contentado con verlo sólo a esta luz. Las funda- ~-Y eh medio de una creciente convicción de que debían estar
ciones del período anglonorn1ando en Ing!aterraJ por ejenplo, se _;~greg~-~9~-.d~_? CO!Jl..u_r:ii_d.a.d..__D~!ermi~basta qué punto las fun~
h·.:tn descríto bace poco cof.'.10 una «apertuta trascendental para la daciones deberían considerarse en sí mismas testimonio de estos
atención ínstitD.cion2.L>, part~ de u.t1 1novÍI1Üento ~n el cual «los sentímient0s es una ceestión n1;'.s clifír:il. La creación de un hos-
gobern:Jntcs del p::;ís ;:;ceptaron con e1Jcusiasmo los desafíos en la pI:~iJ no suponía nece~ariamente que la segregación apareciera por
administración C:el gobierno, la tecnología del ahorro de trabajo primera vez. El hoc:p1tal de St. On1er, por eje_mplo, se creó en
y el bienestar p·íblico», «un impor~ante triunfo del ingenio sobre 1196 en tierras que se habían reservado para el uso de los lepro-
ias necesidades ... [que] descubre una nueva eta eh el bienestar sos desde la época del conde Roberto I de Flandes (1071-1093 ).
socíal».80 No es mi ptopósíto negat la autenticidad de los motivos Ese ejen1plo . sin embargo 1 muestra igua1n1ente que esta califica~
comp2sivos en estas fundaciones y en muchos otros cambios que ción _no .puede justificar la proyección de la segregación en el
acaecieron en el tratfl.miento de los leprosos en nuestro período. pasado chstnnte en ausencia de testimonios explícitos de ella) por-
Los estilizados preán1bulos de las cartas de donación, que mues~ que un documento de 10.56 describe la misma tierra cotno simples
pastos y pantanos.s2 -
tran a lo sumo trivialidades· morales tales como que los leprosos
necesitaban la caridad, aun tnás porque la segregación intensifi- Se ha observado con justicia que, puesto que la sanción más)
cnba su pobreza) no se ton1arán demasiado en serio como testimo- fuerte gue los estatutos de la mayoría de las ]eproserÍ8S del ·
nio de los sentimientos y los motivos individuales, Pero el relato siglo XIII establecían frente a una infracción persistente de las
de Eadmer de la fundación por Lanfranco de St. Nicholas, en reglas er8 la expulsión, la segregación difícilmente podía ser e1
Harbledo1vn, cerca de Canterbury, refleja una humanidad de sen- objetivo principal de las fundnciones. A la inversa, una de 1~,s
tünientos totahnente ::;rnceros: principales fuentes de beneficencia eran los n1ismos leprosos, que
conseguían la adn1isión (o la promesa de ·adn:ilsión) ~ los hospi-
Fuera de la puerta oeste de la dudad, pero más allá de la tales de esa forma. Esto, sin en1bargo, sólo supone que la vida
puerta norte) en el lado inclinado de la colina, constn;iyó unos en un hospital de leprosos era mejor que otra alternativa, ]o que_}
edificios de madera y los asignó al uso de Jos leprosos. Aquí no puede discutirse. La imagen del leproso caminando con su
tan1bién, como en todos los sitios, se mantuvo a los hon1bres
SL Historia l-lovorutt1, lvL Rule, ed., Rolls Series, Londres, 1884; tra-
79. Bourgeois, Pas-de-Calais, pp. 192, 231. ducción al ingi~s de R. \Y/. Bosanguet, Eadmer's His1ory of Recer.t Events
80. E. J. Kealey, A-fedieval l•iedicus: a social history of Anglo-f7orn1an in England, Londres, 1964, pp. 16-17. ' · ·
medicine 1 Baltimore 1984, pp, 82, 105.
1
82.. Bourgeois, Pas-d~-Calais, pp- 158, 3Ql.
33/97
P~RSECiJ.C_IÓN ,.; ;-', 71
70 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA
El principio de segregación había estado vivo desde la épocü
campana o tejoleta, advirtiendo de su aparición, y con su escudilla de Rothari, y proporcionó a un habitante de Espira que escribió
para pedír, que nadie quería tocar, es una de las más familiares al arzobispo Heríberto de Colonia poco después del 999 una
y más penosas que el inundo medieval puede ofrecer, y la vida intensa imagen de la penitencia en el leproso que debe ser sacado
en los oueblos de Iepro.c:¡9s cuya existencia testifica con abundan- del pueblo por el sacerdote antes de que pueda cun:irse.85 Pero
cia la tQp~~imiá--del -;{gf()- XII difícilmente pudo ser mucho me~ es íinposible determinar si la extrajo de la experiencia o del Leví-
jor.83 Los leprosos no estaban solos en su miseria. Hacia 1200 las tico. La segregación puede quedar sugerida, pero escasamente
Í reglas del hopítal general de St. Jean en Angers prohibían la admi- demostrada, en el relato de Helgaud sobre la visita de Roberto el
sión de leprosos 1 enfermos de ergotismo (el fuego de san Antonio, Piadoso a los leprosos de Orleans, «ad has avida tnenti properar;s
producido por la ingestión de grano infectado por un hongo), et intrans»: ¿entró en un edificio 1 en un lugar de encierro, o se
paralíticos, mutilados· en castigo por robo, violentos y niños dirigió sólo a un grupo de gente? El leproso a quien Rugo de
l demasiado jóvenes para atender a sus propias necesidades. Como Cluny encontró viviendo en una choza en Gascuña, y al que
observa 1\1. Bienvenu, sabemos que los leprosos tenían otro curó, había sido un hombre rico 1 pero no se .explican las circuns-
34
lugar para ir, pero no sabemos nada sobre el resto. _ En otras tancias de su aislamiento. 86 El noble que se acercó a Anselmo en
palabras, la ansiedad del leproso por ser admitido en el]azareto, busca de ayuda era evitado por sus hombres, pero en la historia
0 por no ser expulsado de allí, y el grado en que su fundación
nada indica que se le mantuviera aislado.
y--I:íifi.fitenimiento representaban un logro caritativo} deben consi- Estos pocos incidentes pondrán de manifiesto cuán difícil es
derarse una medida del rigor con el que se aplicaba la segregación determinar a partir del contexto de estas anécdotas ocasionales
y los horrores que la a_compañaban. en las fuentes del ggJ.g_~ que además no son numerosas, cuál
Es suman1ente ·difícil estimar en qué medida la segregac1on era la situación de lÜs leprosos. Pero está claro que la seg-te&~­
fue general o hasta qué punto fue estricta en la Alta Edad Me~ ción no era entonces general, y no llegó a serlo dura~--=--·~i~;t¿
dia. Hemos presentado ya un pequeño grupo de personas que, iieÍnp_o. El documei1tOPo!Cfq~~BOñhoffiffi~el-lepros¿~dío tie;~·
como los leprosos, .estaban excluidas de los cargos públicos en los aSt-. -AUbin en Angers en 1123 muestra que vivía en libertad; en
siglos x y XI. Podrían añadirse famosos ejemplos de leprosos la misma región, hacia fines de siglo, Pierre lvíanceau parece haber
nobles y reales que no lo estuvieron, como Balduino, el rey lepra~ estado más presionado cuando obtuvo permiso de su señor para
so de Jerusalén (1174-1185), o Constanza de Bretaña (muerta entregarse a sí mismo y a sus bienes a una institución de caridad
eh 1201), pero probablemente no Roberto Bruce ni el rey Enri- como alternativa a su ingreso en un bospital para leprosos, La
que IV. Los poderosos eran más vulnerables a la hostilidad polí- Vida de san Esteban de Obazine habla de un leproso que com-
tica, y al tiempo más capaces de asegurar su exención de las leyes partía una casa con un tullido en Pléaux 1 en el Limousin, y pedía
que gobernaban a otros, según las circunstai_1cias, que las personas para ambos, al parecer en la década de 1140.87 Tampoco parece
normales, cuya situación es difícil de conocer.
85. PL 151, cols. 699-698, citado por_ Stock1 Jn;plicalions of Literacy,
. 83. J. C. Sournia_y M.· Trevien, «Essale d'inventaire des lépr?series en pp. 77-78 .
86. PL 159, cols. 875, 897.
Bretagne>), en Annales de Bretagne, 75. (1968), pp. 317-343, esuma:i que
87. Bienvenu (supra, n. 84), 72 (1966), p. 401, y 73 (1967), pp. 202-
había 287 colonias de leprosos en los cmco departamentos de Bretana, de
203. M. Aubrun, La vie de St. F.tienne d'Obazine, Publications de l'Instirut
las cuales la mitad aproximadamente están confirmadas por testimonios do~
d'f.tudes du Massif Central, 6, Clermont-Ferrand, 1970, pp. 164-166. El
cumentales y el resto sólo por topónimos.
84. J. M. Bienvenu, -«Pauvreté, miseres et charité en Anjou aux xr• c;ontexto indio:;:~ 11fl3: fech~ en t9rn9 a 1140~ .perq es .posiblg 9n:a a_nterior.
E;t :;.;;n• si~cles»! en Le Mo~en Á~e, 7?-7~ (~966-¡997)¡ 73~ pp- 2Q8-2i2r

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72 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD RTIPRESORA


PERSECUCIÓN 73
que en esa época se realizara una segregaci6n estricta en Ingia-
terr:.i; en 1163, la ciudad de Exeter consideraba «antigua» la cos- iglesia dedicada a san Lázaro para uso de los leprosos en Angers
tun1bre de permitir a los leprosos caminar libremente por sus por una hermandad de ciudadanos, un poco antes de 1120, pro-
calles, costumbre que el obispo revocó en 1244.88 porciona un ejemplo temprano de acción colectiva que indica tan1-
Por otrJ parte, hay signos evidentes de un fl"!iedo_g~s:l~LJ.!C__ al bién cierto avance en el rigor de la segregación. 91 Los ejemplos
__
C.Q!)11Jl.ÍO__deJ_aj~_P.!_~_¡ __y_ . _~_Ja r_aE~.4~___con __]~-que _]?_odÍ? __ ext!!_nQ~rse, de separación de los monjes leprosos de sus comunidades empie-
desde comienzos . del siglo XII. Los más claros venían del reíno de zan a aparecer algo más tarde. En los años 1140, el abad de
Fra~~ia, -dolliieen--lii 8-fó;-habitantes de Péronne pidieron al Whitby envió a Geoffrey Marte! al hospital situado en Spital-
obispo Lamberto de Tournai que mantuviera a los leprosos en un bridge cuando se sospechó que había contraído la lepra, para evi-
lugar alejado de la ciudad, pues temían el contagio. Antes de tar a los hermanos el riesgo de contagio; lo. mismo ocurrió en el
1124, el abad Arnaldo de St .. Pierre le Vil dijo a Luis VI que priorato de Taunton entre 1174 y 1185 1 y en Savigny, Norman~
había cambiado la ubicación de su leprosería para apartarla de las día, antes de 1173.n ·
c2n1piñas y vi5edos en razón del crecimiento del nún1ero de lepro- En a.lgún momento entre 1146 y 1169 ./ilnulfo de Markene,
sos y del temor al contagio. Y el mismo Luis VI dio con10 razón señor de Ardres, cerca de Calaisj fundó una leprosería en Loste-
para :h1ndar una leprosería en ComJ?íegne que los leprosos iban barne, Y su vecino Arnulfo de Guines (mue.rto en 1169), movido
por las calles como n1endigos hasta que, debido a la opinión de por su ejemplo y por -<-:la piedad hacía los pobres de Cristo,
'Jos médicos en el sentido de·que eran contagiosos, <<el clero y los privados del uso de sus miembros y contagiados de lepra», fundQ
ciudadanos decidieron reunirlos y hacerles dejar la ciudad y 1<1 otra en las cerca:riJas 1 en Spelleke. :tsta recibió una iglesia y fue
antígua fottaleza:».ª 9 La misma distinción entre leprosos y mendi- rodeada por un muro en época de B-alduino (muerto en 1205),
gos se hace en una carta dirigida a Eugenio III por Waleran de hijo de su fundador, y entre 1194 y 1203 se decidió que <~en las
lvíeulan sobre la leprosería que había fundado en torno a 1135 en tierras de Guines las n1ujereS"-iféCt2das por-··1a lepra fuefan llE:\1i:l-
Pont-A.uden1er, Nonnandíai aquí los leprosos estab'.ln ya segrega- das a Lostebarne, donde serían mantenida's- durante el resto de sus
dos y su situación agravada por la incapacidad para pedir. vidas, y los hombres a Spe1leke, donde llamando diariamente a la
La fundación de Waleran muestra otra característica que pue- muerte con sus voces roncas comerían su pan en la miseria· hii~ta
de indicar que el establecimiento de leproserías respondía en su último aliento>~-·~~..JE,d_~~~blemente 1 nO- parece caprichoso ver l
cierto grado a una necesidad colectiva111ente sentida: la estipu- en el medio siglo aproximado en el que· ocurrieron estos aconte- )
lación de que un cierto n~mero de leprosos sería mantenido me- c~:;:ient_os una. transición desde una actitud relativamente campa- i
diante colectas regulares de dinero y alimentos entre los habitan- s1va a. otra relativamente rigurosa hacia los leprosos y un grado ¡
tes de Pont Audemer. Si no conseguían mantener sus aportacio- mayor de coerción en su _confinamiento. Si _es así, resulta coherente .....
nes1 el conde tomaría represalias mediante la reserva para sí del con los indicios manifiestos en otros lugares del noroeste de Euro-
derecho a non1brar a los internados.90 La construcción de una P\!l, aunque es necesario destacar que éstos son demasiado frag-

88. Clay, Tbe Afediaeval Hospítals of England, Londres, 1909 1 p. 57;


healey, lifedieval !vf.edicus, pp, 103-104, sostiene que no se practicó o no St. Gilles de Pont-Audemer», en Annales de l.'lor1na11die, 32 (1982), p. 15.
se crey6 ampliamente en la segregación en la Inglaterra normanda; más en 91. Bíenvenu (supra, n. 84), 73 (1967), pp. 202-203.
ge.nex-al, Brody, Disease of the Soul, pp. 93-94. 92. Kci11cy, Afedieva{ Afedicus, p. 93; Cb;:, Aiediaeval Hospitals, p. 52;
89. Mesmin, ~,The Leper Hospital of St. Gilles>}, p. 36. E. ::; Si1l1Vi1ge, ed., 11 ita B. Hamonis, Ana!ecta BoUandiana, Bruselas, 1883 1
90. 1ies:nin, {,\'=h1leri1n~ Count of Meul~;-i ílPd the Le_per Hospit-:-il pf p. :;;::i.
93. Bour¡;;cois, Pas-de-Ca_lais, pp. 89, 189-190.
35/97
LA FOR1iACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 75
mentarios para que tal conclusión no sea sino tentativa y prov1- acon1pañadas de regulaciones detalladas sobre la conducta de los
slonal. privilegiados entre ellos, los ocupantes de las leproserías, que los
separaban por sexos, establecían minuciosas instrucciones sobre
su conJportamiento diario 1 les prohibían entretenimientos co1no
El tnuerto en vida la bebida, el juego, el ajedrez, etc,95
¡,¿_ dim~nsión .más _!e!!lible~~-.l~.-. 1:1?-~~~~n.~na del h:tr_~so;
El reforzamiento de la ley de segregac1on estipulado en el si_n ernbar_go, era )a pérdida que ocasionaba. de la .Ff_º-~ec~ió~ y_ la
Tercer Concilio 9,~_.-1~.tr:~.!l se expresaba con máxima crueldad en p:~qpj~Oaª:· Húbo considerables variaciones en Su g.taél0"'.96 Eil Nor~
,~· · el ritual ¿;- s~p;ración de la co!",l)uniQ..f!..c.L _modelado sobre t:l rito mandi8. se permitía al leproso conservar los ingresos de sus tierras,
para )osA]µi_~t-~ q~~ ~1- concilio -ordenabaypara el quepropor- y en Haínault podía incluso disponer de ellas para testar -y con-
cl;Uó numerosos modelos. En Amiens y en otros lugares se orde- servar, por tanto, algo, si no de los afectos, al menos de la
naba al leproso colocarse en una tumba abierta mientras el sacer- asistencia de quienes podían esperar heredar-. En Inglaterra la
dote leía el ritual; en otros lugares bastaba arrojar unas pocas lepra se había considerado un obstáculo para heredar desde tiem-
paletadas de tierra ·~obre su cabeza a modo de conclusión. Entonm pos normandos, y el Concilio de Westmínster en 1200 negó ter-
ces el cura debía transferir a la lengua vernácula con todo detalle minantemente ese derecho, junto. cOn el de hacer testamento y
las implicaciones de lo que había ocurrido: presentar demanda en un tribunal. ComO indica Bracton, «una
persona leprosa colocada fuera de la cümunión de la humanidad
< Te prohíbo para siempre entrar en iglesia o monasterio, no puede dar y no puede pedir ... si el demandante es un leproso
feria, taller, mercado, o compañía de personas ... para siempre y tan deformado que su visión es insoportable y tal que ha sido
dejar tu casa sin tu vestido de leproso . . . lavar tus manos o separado ... no puede demandar o reclamar una herencia». En _
algo tuyo en la corriente o en la fuente. Te prohíbo entrar en
una taberna ... Te prohíbo, si vas por el camino y te encuentras
los primeros años del siglo XIV los inquisidores de Felipe V i
a alguien que te hable, no ponerte a favor del viento antes de (1316-1322) torturaban a los leprosos para obtener confesiones ¡
responder ... Te prohíbo ir por un camino estrecho de forn1a de que habían tramado una conspiración para envenenar las fuen~..,,.;
que si te encontra!as a alguien pudiera coger de ti la enferme- tes de toda Francia. Los resultados le proporcionaron a Felipe la
dad ... Te prohíbo tocar a los niños o darles algo, Te prohíbo justificación para quemar a cientos y para apropiarse de los ingre-
comer o beber .en c.ompañía, a no ser de leprosos.94 sos de los lazaretos para su tesoro siempre hambriento. Pocas
cosas indican que el acontecimiento despertara tanto horror como
Durante el siglo XIII estas prohibiciones se trasladaron a nu- la operación similar aunque a más amplia escala que su predece-
merosas ordenanzas Jocales y municipales para el control y el sor Felipe el Hermoso había desarrollado contra los templarios
aislamiento de los ·-leprosos, como las que les prohibían andar pocos años antes.
por las calles de Londres en 1200, París y Sens, en 1202, Exeter, La lepra estaba ahora en retroceso. En 1342 las propiedades
en 1244, cuya cruel .aunque espasmódica puesta en vigor queda . de la leprosería de Ripon se asignaron a los pobres después de
atestiguada regularmente en los relatos sobre la expulsión de los
leprosos de villas y ciu_dades, individualmente y en nzasse 1 que
se desarrolló de forma regular en los siglos siguientes. Fueron 95. Ibid., p. 78.
96. Ibid., pp. 81-83. A los leprosos de St. Omer se les permitía dejar
sus posesiones a otros internos, pero esto no parece sino una costumbre de
94, Brodr, Disease of th1? Soul, pp. 66·67 1 l~ c~sa: Bouq.~eois, Pa!-d~-Ca(ai! 1 :p. 16~:· · · · ·· · · ·

36/97
76 LA FOR11ACIÓN DE U?\A SOCIEDAD !'..EPRESORA
PERSECUCIÓN 77
'' gue una investigación real estableciera que ya no h?bía lepro-
sos que la utiliznran, y en toda Europa un proceso s1m1lar, que cuencia se llamaba a los leprosos vauperes Christi, .-LJ?j___~~gl_as
culminó en el siglo XVI y comienzos del XVII,. invirtió el curso estrictas ~-g~bern~ru1· 1a conduct~_ d~- ·1a·g_~f~p~qSe_rí~s-~~?!:1._er:i
de las donaciones trazado en los siglos XII y XIII.97 Pero la imagen _E_arte_~~~j,o_d~_Ja_ idea de que los le?.~~s.?,LCOnst1tu1a~ ~~na
del leproso como la más repelente, peligrosa y desolada de las orden sen1irreliglosa. Fue esta ambivalenc;1a sonre su cond1c1on,
criaturas, representante del último grado de la degra~ación .hu.rn~: ~~~~;o s~. ¿arácter físicamente repugnante, que otorgaba un mé~
na, que, aunque ciertamente no i~ventada en e:?s siglos) rec1b1.o rito especial a la práctica de lavar las heridas y besar las lesiones
entonces precisa forma .legal y social, permanec10 tan firmemen~e de los leprosos) lo que durante este período haría de ello un ejer~
arraigada que el terror de suÍrir la enfermedad ha quedado :orno cicío religioso general 1 casi de moda. Una _de sus entusiastas fue
uno de los obstá,culos más poderosos para su control y tratamiento l\1atilda, esposa de Enrique I, cllya devoción llevó en una ocasión
hasta la actualidad. ~ un cortesano a preguntar cuáles serían los sentimientos del rey
si supiera dónde habían estado antes eso·s ·labios.99
La idea de la lepra como castigo del pecado no es en absoluto
exclusivamente cristiB,na. Los 1'.indúe-s del Himalaya la consideran
1 EL ENEMIGO COMÚN
hoy resultado de pecados de una encarnación. pasada tan vil que
Para los cristianos la muerte en vida de la lepra era objeto eI c2stigo por ellos se inflige no sólo al leproso sino a quien se le
tanto de admiración e incluso envidia, como de terror. Al leproso acerque, y los zande del Alto Nilo consideran la lepra consecuen.
se le h-abía concedido la gracia especi<il de recibir el pago a sus cía del incesto. En el islam rnedieval creían que la lepra era un
pecados en esta vida} y podía esperar por tanto una más pronta castigo de Dios a la inmoralidad, y seg_ún esto se debía rehuir al
redención en la próxima. Orderico Vítalis habla de un monje tan leproso; sin embargo, la sociedad islámica nunca segregó a los le-
--... aflicrido por e1 número de sus pecados que pidió, con éxitoi verse. pr~sos con la ferocidad de sus vecii1os cristianos. 100 Sin duda, tales
afe;tado- por la lepra, y el biógrafo de Yvette de Huy die;_ que sentünientos surgen del aspecto grotesco y el repugnante hedor
suspiraba por la: enfermedad. A la inversa 1 la reg~a de St. '-:rrilll~ de l2s heridas putrescentes que afligen al que la padece, y quizá
laicus 1 del siglo IX 1 establecía que cuando un ere::riita se ence~raba también de que, por horrible que sea;_ la lepra en sí rnis1na ni
en su celda para no abandonarla nunc~'. debía leers;Ie el ofic~o. ~e reduce la vida (aunque deja a su víctima- expuesta a lesiones e
los difuntos como el Tercer Cooc11io de Letran prescr1b1r1a infecciones que sí lo hacen) ni es dírectari1ente dolorosa por su
'
pata los leprosos. 98 Co~o a los eren1ítas ~s 1 mon1es, . con rre~
' efecto anestesiante sobre las terminaciones nerviosas. Fuera como
fuese, la lepra se ofrecía como un espectáculo de castigo, del mal
comportamiento en general o de pecados específicos considerados
97, Knowles y I-Tadcok, Aíedieval Religious }Jouses, p. ~02; M. Fou- particularmente atroces.
cault li{adness and Civilization, Londres, 1967, pp. 3-7. A la vista del grado
en q~e el resto de mí exposición se encuentra en deuda con las pioneras
aproximaciones de Foucault, resu1tu irónico que estas páginas no revelen 100 {1983), pp. 45-46, ve en la celebración de esos ritos sobre el vivo una
Ia sospecha de que la exc:lusión del leproso de 1: ~oded~d .medieval no fue í...,.4:,.~,..¡ón de la es~r2.nza ¿e au.e
la mu~rt~ Y.:- a.c.d.r:rarfa a.<,Í.
más que una respuesta general- a unn amenaza medica obJe:iv~. . 9-9. Guillermo - de 11aimesbuzy, De gestis n:gu;n Anglorum, vol. II,
98. Orderico 1 Ebro III, M. Chibn:ill, ed., The Eccleswsttcal Hutory _of p, 494; compárese la arrebatada exposición de Hugo de Avalen del simbo.
Orderic Vitalis 5 vals., Oxford, 1969-1980, vol. II, pp. 29, 79; Mesm1n) lismo religioso de las heridas de la lepra, D. C. Douie y H. Fanuer, eds.,
«The Leper H~spital of St. Gilles1>, p. 29; Leyser, Hertnits 1 p. 14. John lvf.agna ·vita of St. Hugh of Lfncoln, vol. II, Londres, 1962, pp. 13-15.
.. ":' «The Mass as a Social Tnstituti;Jn,
Bossv ' . 1200-1700)>, en Pastan~ Presen! 1 100. Dols, ~<The Leper in lvfedíeval Isiamic Society», pp. 895-897 1
912-91tí .

1·1
37/97
·'1
18: LA FÓRli1ACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA PERSECUCIÓN 79
La asociación a una conducta sexual desordenada fue espe· metáfora en sentido alegórico. El tratado Sobre la tnedicina de
cfalmente frecuente. Odo de Beaumont fue segregado como lepro· Rhabano Mauro (muerto en 856)) por ejemplo, explica que la
so tras contraer la gonorrea en los burdeles, como otro caballero enfermedad era producida por un desequilibrio de los hurr1ores 1
normando que buscaba la ayuda de san Edmundo en Burty .1º1 resultado del pecado; las enfermedades podían clasificarse según
Durante la revolución papal del siglo 1."T se llamaba leprosos a los los pecados de los que eran manifestación corporal: «La lepra
simoníacos, representantes de la amenaza del control laico contra es la falsa doctrina de los herejes ... los leprosos son herejes que
el que luchaba la Iglesia. blasfeman contra Jesucristo».
La lepra se identilicó- sobre todo con un pecado, y esto fue así La analogía entre lepra y herejía es utilizada con gran regula-
desde época patrística: ridad y detalle por los escritores del siglo XII. La herejía se extien··
de co.IE._~__)a ~1_ep.~~ az_a,;nzando progre_~iv:~men~~illfectálldO--lOs
Tú también eres un leproso, señalado por la herejía, excluí· miembros.. de (;risto a medida que avanza· Cuando el co~de- dé
do de la comunión por el juicio del sacerdote, según la ley, la Toulouse pidió al papa ayuda frente a los cátaros que se habían
cabeza descubierta, -andrajoso, tu cuerpo cubierto por un vestido establecido en la ciudad en 1177, dijo que da pútrida tabes de
infecto y asqueroso: Te corresponde gritar sin cesar que eres un
leproso 1 un hereje y un impuro 1 y debes vivir solo fuera del
la herejía» dominaba en ella. La tabes era la llaga de la lepra y,
campamento, es decir, fuera de la Iglesí~. 102 según Isidoro, cuando alcanzaba la putrefacción la muerte era
inevitable. La herejía, como la lepra, se difundía por el aliento
Estas palabras las dirigió contra el gran predicador herético En- emponzoñado de su portador, que infectaba el aire y podía atacar
rique de Lausana un: monje llamado Guillermo, que entabló un así las vidas de quienes lo respiraban, pero era también transmi~
debate con él en algún lugar de Languedoc hacia 1130. Desde tida, y con más eficacia, como virus -es decir, en el líquido .1:·
hacía largo tiempo l_a_kp_ra ?_~ pabía identi_fi~~q?_S:oAJL~_g_~stad seminal-. Frente a una infección tan maligna sólo el fuego era
.h_acia_~ ~cl.~?Ía.
Una cura milagrosa fue uno de los antecedentes efectivo; cuando el leproso moría se quemaba la cabaña en la que
legendarios de la conversión de Constantino. Las instrucciones del había vivido y todas sus pertenencias. Cuando se descubrió a los
Levítico sobre el tratamiento de la lepra se adoptaron para apli~ herejes en Inglaterra, en 1163, se les sacó del campamento
carlas a los pecados en general (probablemente la interpretaci6n -eJ..']Julsados de Oxford, donde fueron juzgados- y por manda-
correcta de ese texto, que hoy se piensa que se refiere a la deshon- to del rey se les negó alimento y refugio de forma que perecieron
ra religiosa y en absoluto a la enfermedad) 1 de forma que Gui~ pronto en el frío del invierno; la choza en la que habían vivido
llermo le dijo a Enrique en este mismo debate lo que Cristo le fue arrastrada fuera de la ciudad y quemada y, según dijo Gui.
ordenó al leproso curado: «Acude al sacerdote y ofrécete para tu llermo de Newburgh~ cuyo relato está teñido por uri empleo con·
purificación corno mandó Moisés», «por lepra no entendemos sino tinuo de la metáfora 1 la consecuencia de este tratamiento fue gue
la mancha del pecado». Esta idea tampoco era simplemente una la enfermedad no apareció de nuevo en _Inglaterra.
Si lepra y heréjía eran la misma enfermedad, cabría esperar -,¡
que sus portadores tuvieran las mismas características. El vestido
101. J. Sum:;:i:ion, Pilg;itnage: An I1nage of Medieval Religion, Lon- harapiento y sucio del leproso, la mirada fija y la voz ronca far·
dres, 1975, p. 81. man también parte de la descripción general del predicador vaga-
102. Moore, Birth o/ Popular Heresy 1 p. 57 1 y para el análisis que
sigue, R. I. Moore1 «Heresy a.Ud Disease», en D. \Y/. Lourdaux y D. Ver-
bundo y el hereje vagabundo: todos ellos, por así decir, pauperes J
helst~ eds., The Concept of Heresy in the Middle Ages, Lovaina, 1976, Christi, o pretendiendo serlo. De igual manera en lo tocante a la
1

pp. 1-11; Origins of European Dissent, pp. 246.250. lascivia y a los medios de satisfacerla. Se creía que la lepra se (

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1
80 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA
PERSECUCIÓN 81
¡ tr:tnsmití:i y se heredaba sexualmente, incrementflba el apetito cin _para las _n1ujeres y los niños de los cr~snanos honestos. Se
1

1 sexual y provocaba la hinchazón de los genitales. De aquí la sepa· ale"gó -que ~n~ collspiracici"~ entre judío.s y leprosos. h;bía envene-
ración de sexos en las leproserías y el fuerte énfasis en la legisla· nado las fuentes de Fran,cia en 1321.105 Y así podría, seguirse, mu-
ción municipal del siglo XIII en excluir a los leprosos de los bur· cho más allá de la náusea hasta el infinito. Las imágenes y las
deles; y de aquí el horror del destino de Iseo en la versión del pesadillas no son siempre consistentes, Pero alimentan siempre los
Tristán de Bérou] (hacia 1160-1170) y Eilhart von Oberge (hacia mismos temores. º?Jl_ p_~~P?_s~tos.__ i_maf;rir;:.ativ_~$~ herejes, judíos y
1170-1180), donde se la castiga por su adulterio entregándola a leprosos eran interc°'m_biables. Tenían las mismas cualidades, pro-
una b::i.nda de ltprosos. «Tengo ~quí cien compañeros --dice su cedí(ln de -1a miSffia- fuente y representaban la misma amenaza:
lider en Béroul~. Dadnos a Iseo y la tendremos en común. a través de ellos el diablo trabajaba pai-a subvertir el orden cris-
1-Junca una muíer tendrá peor fin.» 103 La metáfora de Ja seducción tiano y llevar el mqndo al cao._
se utilizó en ;bundancia -en relación con la herejía, y el liberti-
naje sexual se asoció como un tópico a los herejes y sus seguí·
rio1·es. «Las mujeres y los jóvenes -pues en su lujuria utiliz2ba
:, ambos sexos- se exc:ts.ron tan·¡:o con la lascivia del ho1nbre que
díer:in. testin1onio público de su extraordinaria virilidad», según
el relato del croDJsta de. Le lvíans de :::ómo Enrigue de Lausana
est2.bleció su dominio sobre la gente de la cludad. 104
r En la época en que se escribieron esas palabras se había resu-
citado la idea de los escritos de los padres de la Iglesia (donde se
había &saciado sobre todo a los maniqueos) de que los herejes
se reunían por la noche para orgías secretas en las que les visitaba
( el demonio y tenían relaciones sexuales con él, para contribu.ir
¡: a la denuncia de los clérigo3 de Orleans y de los seguidores de
Clemente de Bucy 1 interrogados por Guiberto de Nogent en 1114~
Se convertiría en el aquelarre en el que se basó la gran locura de
las brujas de la Baja Edad Media. Hemos visto ya cómo el anti-
semitismo contribuyó a su formación con la elaboración de la
idea -también avanzada por Guiberto- de que existía un víncu-
lo especial entre el demoni_o y los judíos, garantizado sexualmente
y ca;acterizado por la seducción de los cristianos al servicio del
demonio a través de las artimañas judías. Los judíos eran asimi-
\, lados a los herejes y los leprosos al asociarlos con la suciedad, el
1 hedor y la putrefacción, con una excepcional voracidad y capaci-
\_ dad sexuales, y por la amenaza que representaban en consecuen-

103. Brody, Death o/ the Sou! 1 p. 180. 105. Trachtenberg, The Devil and the Jews, pp. 100--810, y sobre la
104. Moore, Bírth of Popular Heresy, p. 34. identificación de los judíos con los herejes y las bruj:ls, ibid., pp. 207-216.
39/97 6. - '.\!OORE
CLASIFICACIÓN 83

tar explicar la persecución de cada conjunto de víctimas con inde-


pendencia de las otras. Las explicaciones más con1unes derivan \
del supuesto d~ que la pre~encia de cada grupo se hizo más paten- )
te durante el siglo XII 1 haciendo más inquietante su presunta an1e- 1
n~za. Se supone generaln1ente que 1 como el de los herejes, el _¡
nun1cro. de leprosos aumentó n1ucho en esta época y que la in1-
p,ortanc1a de los ju~íos creció muchísimo a causa del papel espc-
crfico que desempcnaron como prestan1istas y banqueros en t'l
espectacular desarrollo del comercio y las con1linidades urban:.1s
2. CLASIFICACIÓN en este período. Los paralelos no sólo en la evolución cronolócrica
de la persecución sino en las formas que adoptó y las creen~ías
que engendró deben poner en cuestión esa explicación. La coinci-
Coincidencia y continuidad
dencia es demasiado grande para se_r creíble. Que tres grupos de
Los paralelismos en el desarrollo de la Persecución de herejes, personas con1pletamente distintos, caracterizados respectivamen-
judíos y leprosos son muy acusados. Hubo diferencias, pero aunv te por las creer1cias religiosas, los trastornos físicos y la raza v la
que en todos los casos la persecución era teóricamente rigurosa c~ltura 1 empezaran en la misma época y en los mismos esc~na­
en la práctica no se produjo hasta comienzos del siglo XI, y con- r1os a plantear las mismas amenazas a las que debieron aplicarse
tinuó de modo intermitente hasta su fin; en todos los casos, en los mismos mét?dos, es una pr?posición demasiado absurda para
las décadas intermedias del siglo XII apareció abruptamente una tomarse en serio. La alternativa es que la explicación no se
nueva hostilidad; y-, en todos los casos, a fines del siglo XII se ~ncuentra en las víctim~s sino en los perseguidor.eS. Lo que here~
erigió un vasto aparato de persecución codificado por el Cuarto Jes, leprosos y judíos tienen en co1nún es que toJ;s fueron vícti-
Concilio de Letrán de 1215 (para los leprosos, el Tercer Concilio mas de ~n celo persegu~dor que embargó a· la sociedad europea
de Letrán de 1179), perfeccionado a mediados del siglo xm o en esta epoca. Esta .conjetura se ve fortalecida por el problen1 n
\ poco antes, Las fOrmas de persecución fueron también similares. qu: pla~tea, el de s1 ~os grupos de los que procedían los perse-
'-.-Si bien en el caso. de los judíos, al contrario que en el de los gu1dos rueron en realidad tan grandes y tan diferenciados c01110
leprosos y los herejes, no era necesario idear un mecanismo ela- se les creía -al considerar, en otras palabras, las posibílidades
borado para perseguirlos e identificarlos, se les exigía sin embar- de q~e herejía, lepra y judaísmo residieran, como la belleza, en
go anunciar mediante su vestido una segregación de la sociedad los OJOS d~ los observadores 1 y de que su particularidad no fuera
la causa sino el resultado de la persecución.
institucionalizada ya en la prisión de los herejes y en el confina-
miento de los leprosos en lazaretos o poblados y de los judíos en Esta~ ~os ~uestiones implican a ·su vez una tercera que 110
barrios urbanos definidos de forma cada vez más estricta. Final- puede d1st1ngunse claramente de ellas: la continuidad de la exis-
mente, estos paraleliSrnos se reflejaban claramente en el lenguaje tencia de los perseguidos y de la actitud de la sociedad hacia ellos.
que se utilizaba y en los temores expresados sobre los tres grupos, Tras el supuesto de que el crecimiento de la persecución repre-
haci.éndolos en todo esencialmente idénticos e intercambiables. sentaba una respuesta a un cambio real, bien en el número 0 en
Esto nos exige reconsiderar las explicaciones aceptadas, aun- la i.mportancia de los. perseguidos, subyace otro: el de que, por
que no siempre analizadas con detenimiento, sobre el crecimiento demlo crudamente, s1 no se persiguió a los herejes entre Jos si·
de la persecución y considerar en particular si sería correcto inten- glos VII y x fue porque no había ninguno, y si no tenen1os cons-

40/97
,.

84 LA FORMACIÓN DE m..·A SOCIEDAD REPRESORA


CLASIFICACIÓN 85
tancia de la puesta en vigor de las prohibiciones C:lnónicas contra .tf herejes son Jos que se niegan a suscribir ]ns doctrinas y a reco- '1
les judíos y de la segregación de los leprosos es porque las fuentes nacer Ja disciplina que la Iglesia exige: Sin requerimiento no h8y
de esos siglos, dispersas y frJgmentarias, no conceden sitio a Jo herejú1. La herejía (a diferencia del judaísmo o de la lepra) puede
que fue un hecho tan común como para darse por supuesto. En nacer sólo en un contex:o de afirmación de la autoridad> a la que
esa línen, la ap<lrición de la persecución que hemos seguido con el hereje se resiste y, por tanto, es paf definición una cuestión _J
detenimiento a· través de los siglos xr y XII refleja en lo esencial política. S-in embargo, la creencia heterodoxa no lo es. La diversi· \...,......_,,_,
un cambio en la documentnción m~s que en la realidad, un levan·· dad de opiniones religiosas existe en muchas épocas y lugares, y .J .• 1 ~
tamiento gradual del telón de oscuridad que el declive del mundo se convje~te en herejía cuando la autoridad· la declara intolerable. ¡_::1;-,-.
antiguo puso a nuestro conocimiento de la sociedad europea Y En la Alta Edad ivíedia esto ocurrió rara vez. Des.:i.parecido el • ,1,.,..,
sus acontecimientos. Por su nat11raleza, una postura adoptada en arrianismo, no hay testimonio de predicación a los laicos de doc· '.:.; ..J
el contexto de la imposibilidad de un conocimiento preciso es trinas que la Iglesia necesitara prohibir. Ciertamente, 12_~.?_ie__ cree'¡-:,,__,,,º-'·
difícil de refutar, y en realidad el conocimiento de estos siglos Y ahora, ~9 :no creí~ ___algunos .. e,s<;1j_t9~-ci~l¿igJ_~_xrr, que la_s __d.?c- ~\__,,
trinas de antiguÜs beredarcas corno f:ínr_il_y __ f-:i.rri?_.h'.lbie~E_Per·
1
de estos asuntos es menos fácil de alcanzar ciue en otros momenn
tos. Sin embargo, debemos <'rreglárnoslas par; bacer un balance de m8.fie_:idO-TatenteS- en el ca1npes_:nado. para- r.esurgir. de. I1uev9 con
probabilidades, por provis1on?l que pueda ser. \~igOr. re;ov3dO"" ~_la~ época_de.. 1~s cru_zadas_·. Nos inclinaiTIOs --inás
\ hacia Adelman de Lieja, que en 1051 e.Scribía que <dncluso su __
i, memoria se había descompuesto>>.1 Entie los propios eclesiásticos, J
~~ l-Jerejía: el pi'oblénia del reconocitniento en especial en el «renacimiento» del siglo rx, hubo desacuerdos

·~
1 \) sobre cuestiones de liturgia y, en ocasiones, de teología, que a
r
.ni ::M-v.x f '\
- · ., Ge
.i:~J2ropos1c1on • ~ue se n2
' bna , Eets~crµ1·¿~º Ja '.1_s~a
" an t.es veces se desbordaban hasta convertirse · en acusaciones· ' h_ere¡1a.
ae "
w()..,v:J..,.l,.(_d~_l siglo -~I si hubiera /e:1stído, caree~ de sentido._ ?n hereJe, Pero se quedaron en conflictos individuales_ que no reverberaron
fu_~- e/ según la detln1c1on canoruca, e:ra alguien cuyas op1n1ones eran fuera de Jos debates que les dieron origen ni estimularon la crea·
,~¡- [~.,~"', «adoptndas seg~n la hurn/an: comprensión, cont:arias a la Sagr.ada
, ción de mecanismos para co1nbatirlos 1 de·la misma forma que las
f ~f~ Escritura, con±esadas publicamente y def~1d1das con obst1nau disputas similares entre Ja intelligentsici. .-de épocas posteriores,
~¡ol.'' 1
ción:». Ello suponía en la práctica que una persona se convertía co~o las acusaciones de herejía contra Abelardo o Gilberto de la --:-t
v..lK: en hereie sólo al n:~arse a ac~ft.:i..r el pronunci~n:iento de un obrs· Porée) no inter~/rieron en la apa:ición y desa:rollo de 1~ persecu.
~} ~1 ! po de que sus op1n1ones conresadas eran heret1cas) o al negarse¡.", ~ _1 . _, ción de la hereJ1a popular descr1ta en el capitulo antenor.
¡:- DVJJA., '(\ 1; a pron;e-::e1 ~o. ~re dicar s~n
. perm¿so
. d: l Ob'1sp,o -y ent:e est~S
' 1 la ,vcl-Q.
·~~
i,,,,v_,,, r d 1 I ' . ·¿ l
<.~~~-~~11?g~-~~--~ _,g1esu1_ocs:1 ~n¿,a e~- .t~ _ a __
1 Al Ed d
f.;.& Q..Y.... 1seguna2 po:;ib1hdad .se hizo mucno mas comun en el ~1glo xrr-k ~Ll..At;: b 1 ~1~c,%ls..u_ryerm1t1a, Y. ~s!aba __~11gaCia __a __¡;i:e ..p11t!~ W::.
1 Desde el punto de vista de Jos fieles, por tanto, ~1-~E_ se define °t4 ,.
~} diVersidad mucho~_~_j~g~t.eJ:lQtID~Il.te s~--~~~r~
r¡1 \ 0 ,~sí mismo, y en realidad se proclama como 1~ persona _qu~_p_or~Jjlpr 1 éürñpátíbfe con el rnanten1m~d~ l~~~Qg_d católjca._No ha6ia
¡
1
~.J~~.~-~:~p~ia elec~1é~ cieli~r~da ,niega la autoridad de la Igles:~· k 9
O ~ J.;v.1!- ~~~ .!Jado fl~2, Io;_me~io~~ ;a~ría d~cir, 1~ :e~den~c~a, para

h l...~ r Pero por i~ misma razon na Ge tenerse presente que l~


µ_;z r'

1 ·
Q ~.\_)
· l\
<
----- ---
C{~
Q, 1Jr,, -sólo existe cuando Ja autondad c)ecide afirmar su existencia. Los_s; v~ ;,~,&D--¡D--·;1 ~ , ,

11ici, E. Friedberg, ed.c Leipzig, 1881, ,·ol. II, pp. 997-998.


f'

l. Graci:rno, Dccretun1 II CXXT\' QIII ce. 27-31, Corpus Juris Cano-


ex1gir uniformidad ae culllL)r practica en la cr;.strnnda'a. ~~c1den­
;::..J ):,> ~ l ¡V,,. _JJ.,-\ ~ ~ vG~
2 Epislola ad 'Bcrengarfon1, R. B. C. H·1ygens, ed, «Textes l.:iti.ns du
xi< r1u xn" slecle», Studi liiedievali, 3.' serie, 8 (1967), citado por Stock1
I 1Nplications of Literac-y, p. 285.
AJ.Jfú
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¡\;\Jéj- .si..,,¡ 'l.o. r/12+ii'°-z
•I ílC je
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Yw ~,.-iJ/'--"'_v__ \..-V... ~J~~ .......
CLASIFICACIÓN 87
LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESOR!'_

tal. Cada obispo gobernaba su díócesis con10 heredero y sucesor No es necesarío extenderse sobre el papel que la propia Iglesi~1
del santo pátrón al que generalmente se atribuía su fundación. desempeñó en convertir la disidencia en herejía. Sin embargo,
Roma disfrutaba de una preeminencia general aunque en absoluto conviene destacar t_F~ aspectos que ate.t.:iúan la nle_~Hda en que pue-
indiscutida, pero no de una aµtoridad universalmente reconocida de tomarse literalmente la percepción ecleslastica de 1a herejía
para intervenir en los asuntos diocesanos o provinciales. No se cOri:to monstruo que asola las tinieblas exteriores.
consideraba en absoluto que sus preceptos tuvieran mayor cate· - En primer lugar, el rado de tolerancia hacia los críticos o
goría o autoridad que la otorgada por la costumbre. En realidad, s~¿u~~tqs t.\'.formadores_~_vano~ consi ~rablegiente según las circuns-
la reforma_p_<!Ral del siulo XI fue justamente, e~ de sus aspee· tancias y las actitud~s._ de_JQ.LJ;lOSe~dSJr~~" _de aU.t2i--l~a: H~~Os"
tos centrales 1 una lucha para imponer la al}toridad de-Roma sobre advertido ya cuán estrecha era la línea que separaba a un Ro- 1
Í; tradición local: Ef ej_effipl0-n1áSfaD:;iJia;,.. ~;-;q~e --:,-;-~~i~o~ ,h~~_to ~Qe Akt:I].':§'.':1 de un Enrique de Lausana . .l\mbos predicabfil1 í
el de Milán, cuyo clero reivindicaba la autoridad tradicional de el mismo mensaje -la Iglesia debe ser liberada de la corrup- 1
san Ambrosio en favor: de sus «costumbres» de pagar por sus ción- a las mismas personas -los pobres y los desheredados-;
beneficios, casarse y conservar una liturgia diferente -costum- sus vestidos y su comportamiento eran los mismos, y no hay
bres que los reform-..!dores apasionados denunciaban como la más razones para suponer que su lenguaje fuera muy diferente. Es
i' vil de las herejías.' difícil, si no imposible, saber qué 1narcaba las diferencias entre
Estas circunstancias hacían imposible que la ~<herejía» pudiera ellos cuando nuestro conocimiento sobre el particular depende
fijarse y perseguirse, an,tes de que se pusiera en marcha la reforma fundamentalmente de fuentes concebidas para demostrar la san-
papal. Los eclesiásticos no olvidaron la amenaza que les habían tidad en el caso de uno y la depravación en el del otro. Roberto
planteado las grandes. _herejías de la Antigüedad, y seguían con- era instruido y tenía órdenes 1 pero Enrique, al menos, no era
vencidos de la necesidad de denunciarlas y estar en guardia frente analfabeto ni desconocedor de la doctrina de la Ialesia. Enriaue
desafió a la autoridad secular y espiritual, pero la ~utoridad c~n­
0

a su reaparición. Sería llevar el escepticismo demasiado lejos ima-


ginar que un n1ovimiento de oposición entre los laicos del si- sintíó una buena parte del rechazo e inclusO de los ataoues de
glo VIII a, digan1os 1 el bautísrno o la unidad de la Tri:ridad habría Roberto 1 afortunado en sus amistades. Los enen1igos de R~berto,
pasado inadvertido o pudiera haber permanecido sin refutación. como los de Enríque, le acusaban de acostarse con sus seguido-
Sin embargo, cualquier· comparación entre __.la___ _f_~~JLen~i11_de la ras; la posteridad ha decidido no creerles. Y así podríamos seguir.
1i"crejía en la Edad M"edia Central -con su ausencia en e~J2.,~í9Qo ~-e:~~sj_C?_~_~§~.ra~s,_l<;; _;pundo.s cl~~_rtlo,rma pa¡eceº"
anterior debe tener_ en cuenta como cuestión éiUCTa1-ra mayor .1111br1carse mas alla d_eChferencias que las fi1enteS-p¡¿edan spstene.r
suscepübil1dad de Unaestrüctüra mas _.:enffiiliZada'a."ia aoaricíón ~t!vamente:l:5os generaciones más- tarde los valdenses fueron ·¡
d~1denc1a. - - -= -- conducidos a la herejía por una exigencia de obediencia episcopat
y después papal, y los humiliati fueron rescatados de ella por )? _1
inteligencia de un papa más flexible. La obediencia fJJe_ si~pre "'
3. Este aspecto de la· reforma está bien ilustrado, por ejemplo, en
H. E. J.
Cowdrey, «Archbishop Aribert of Milan», en History, LI (1966~, l.a prueba, pero no se exigió siempre ~.Qru._güaIJifiileza o se _midí_Q_
pp. 1-15, <,The Papacy~ the _Patarenes and the Church of Milan», en Tran· c0ñlaffi1sma preCiSíóll.
sactions of tbe Royal Historical Society, 5." serie, 18 (1968), pp. 25-48, ~-- se"gUndo lugar, ª~!1CJUe __~l hereje se le ~~usara sie1npre ~
e I. R. Robinson, <{The Friendship Network of Gregory VII», en History, _ínn_o.:y~~ en este perío_1ª,9_l~cLpaWu~í:;- d_e~vedades -fúe
63 (1978), pp. 1-22. Sobre la visión de la relación entre herejía y reforma .-
r~ rpg:qia _Iglesia .Q, pa.fa ser precisos. la Igle~ia reform.adOra-.
-Qli1enes negaban la- necesidad del bautismo -inf~ntil, de la santi- l
que sigue, véase Moore, Origins o/ European Dissent, en especial pp. 38-
136, 261-283. . .--¡
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88 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 89

_ficación del nwtimonio, de la intercesión por las almas en el que Pablo nnunc10 para los últimos días, <{prohibiendo cas~r·sc y (
¡;urgrttotio1 de la asistencia regular a m1s~~. Y__ Ciel~Confes1on a los comer carne}>, o los discípulos de . A.. rrio o Mani. L~~
sacerdotes. na s.-~ n::_biaban_ contra pautas ~ncesiiare5cre-:te" y que se les planteaban estaban pensadas p.ur.a.....mnúrmar estoS ~
práctica. Cualquiera que fuese su aspecto teológicoi s_e trataba de supuestos, v las respuestas aue no_c.onseg.u.ían_hrnlo eran desesti"
i~ones en la vida diaria de los fieles que dura~é'el período n1a.<las en favor de las afirmaciones de más autoridad v nuts di~s j
analiza~º- y_ posterior_men_t-?~-Se _i.'TI_~USíeroñ'"-gtadUáL:U-eii~_e afos ~anza de los padres de, la Ig_~ P~re medio, las here"
_-u_n-
sacerdo_res-·y--su-s-fieliS-i,~. ePIScO-pad~ -q_ue~---a-s~:~~:,-_-~fa_-a~ras· ~is_persas, fr2gmentaE~~s~'~Jlíñrticul.adas Oel ~igL~~Y c?mi~n·
ti&:!b' lenta y penosamente por ~u_n=·pap-ado-conqllfstadO-~paraia -zas-- del XII se convirtieron desde su incoherencia y su __ gen~al
·í- rctor.rna=en1a-~evolución--aer=s-ig!O xr·:LUgünaS · ae -esr-25 iññ.cVa~ ins_ignificanch1. eh fragmentos de un _gran cuadro·) el_ cuadro .. _de~
c'i:Jñes respondían realmerÍt;-a~~ge-IlCJ"ils populares/ pero seguían i";ion~trUO por ~1 que sus g?vers~r_ios s_e cr-eían ame~. Ilue
siet'ldo innovaciotles. En buena medida, por tanto; las acusacíov eñ-buenfl medida la plurD.lidad de cabezas del monstruo, 1a persv
nes de herejía en el siglo XI! deben verse como reflejo en los pectiva de gue si se cortaba una cabeza en una diócesis en su
recalcitrantes de las ncusacioiles de ncvedad que ésto'S lanzaban lugar aparece::-ían varias en otras, lo que subyace a la formación
a sus acusadores, di:J aparat:J aeneral de Iecrislación e investigación. El movimiento
:finahneñ~ el mismo proceso de identificación y rechazo de hacia-la pers~cuc~ón del; herejía, p0r_ tanta, estab'J. muy lejos de
1~ he tejía le dió una mB-);Qt cohetencía y, ~-tot'm·a;· un aspec- ser unn simple respuesta a la aparición o incluso la multiplicación
t9!ñ'aS amenazador de'.lqUt_~lC-Afmente poseia. Quienes desafu~an de los misn1os herejes. Por el contrario: aunque los herejes eran
a J'i1_g}esia _eran sumament~ diversos en sus or1genesi sus moti- bastante reales; y au!D.entaron a rredí<la que el siglo XII avanzaba,
' .::'...S y sus convicciones. ·s1 SU's dottfÍ!l'áSSe parec1an entre si era el si"gni.i.-S.cado que asumieron en la vida y los intereses de la Igle"
Porque ~ebelab~ntra :hrs mismas tosa,s: alg~ con- s\,, foe resultado fundamentalmente del desarrollo de ésta.
rra_,__1-ª-._i;_o_~l-:!:!~~~ y Sll un6ritüción en las esttuc~
~J?Qder Secular y, 112_4§.._tatde1 contra la .i;:r~J&~-~l?h de -~
!g~_de"-·ª~~plia! su_4frlpen~1.? ....~S~_aS }' suLhaciendas, La lepra: el ptobletna del diagnóstico
\ Hasta 1adécada de 1140, cuando aparecieron en Renania los
~ ..--., primeros misio netos o refugiados de la Iglesia bogomíla de El estado de conocimientos actual no ·es ndecuado para una
,\l·.;_•. ~·· los Balcanes, la Iglesia occidental no se enfrentó a un auténtico s~ria estimación de 1a medida en que el creciente temor frente
·,-, representante de un rival potenci'f1lmente universal, y sólo a lo a ia lepra en· el siglo XII fue una respuesta a un auténtico incre·
largo de los treinta años siguientes los cátaros est::tblecieron len~ mento en la incidencia y la virulencia de la enfermedad de I-Ian-
tarnente una Iglesia a1tert:ativa con sus propios sacerdotes, sus sen. En primer lugar1 el plazo de tiempo en que la enfermedad \,
\ obispos y su organización eclesiástica. Pero d~sQ.e el mismo co" se desarrolla -lo normal es de dos a· siete años desde e1 cont::igio
. . . mié;:nzo. desde la acusación a los hombr·es de- furas-ante Ger8.rdo hasta su aparición de síntomas clínicos-...:. b2ce suman1ente oscuro ~ 1
e(;
1¡ Carnbtai en 1025) los acusados de herejía fueron_ considerados el mecanismo de transmisión. En segundó lugar, aunque es evi-
- ~s__de un eneiEi_g_()::::·~Or ~e-ill~?".,_il?_i~~..,J_Q~ili',s
1
dente que los individuos varían enorrneinente en su vulnerabilidad
al contagío, no está en absoluto claro por qué. De ngui que, aun-
4. Por ejemplo, la exíg~ncia de sacerdotes profesionales: R. I. lvfoorc,
que teng2n1os testimonios arqueológicos categóricos de que la
<iFamily, Cotnm.unity and Cult on the Eve of the Gregorian Reform>), en lepra lepromatosa estaba presente en la Alta Edad Media europea,
Transactiotts of the Royal His:orical Societ)', 5.4 serie, 30 (1980), passitn, no pOseamos una base segura para afirmar en qué n1edida era

43/97
90 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 91

contagiosa. La opinión general es que la resistencia de los indivi~ enfermedad alcaÓzó su apogeo a n1ediados del siglo XIII, y la resis-
duos a la enfermedad de Hansen depende de ]a exposición previa tencia mejoró considerablemente por la creciente frecuencia de
a ella o a bacterias de la tuberculosis emparentadas que parecen infecciones tuberculosas que parecen haber marcado el período
conferir inmunidad a la lepra. Parece también que las formas de posterior a la Peste Negra.7 De aquí que la lepra lepron1atosa se
lepra menos virulentas no proceden de los cambios en la bacteria convirtiera en una rareza en la mayoría de las regiones en el ;
sino de variaciones en el grado de vulnerabilidad del paciente. siglo xv y estuviera virtualmente extinguida en el XVIII.
De ello se deduciría que una población en la gue la lepra ha Esta relación tiene el gran atractivo de la coherencia con las
estado presente durante cierto tiempo y en la cual las infecciones fuentes literarias, en las que fundamentalmente se basa el análisis
tuberculosas son comunes probablen1ente es menos vulnerable a del capítulo anterior sobre la lepra en la Edad Media Central.
la lepra y i cuando sufre .la ínfeccióni es probable que sucumba a Sin embargo, aparte del carácter especulativo de sus premisas mé-
formas de la enfermedad menos virulentas que la lepra leproma- dicas, deja algunas embarazosas cuestiones históricas sin respuesta.
tosa (y que no dejan restos arqueológicos). En cuaq.to a los medios La fundan1ental es su casi completa falta de confirmación arqueo-
de transmisión, se piensa que la infección puede derivar de bacilos lógica. El rasgo más chocante de los testimonios arqueológicos es
concentrados en las mismas les.iones de la piel o en el aliento, que después del siglo VII hay un silencio de varios siglos y que
¡I pero que el grado de contagio es bajo, de forma que se necesita el número de esqueletos de leprosos identificados en el período
\ un contacto físico prolo_ngado para que tenga lugar la infección. en que postulamos el apogeo de la epidemia es escaso -por ejem-
Si estas hipótesis. sori correctas, es posible construir una epi- plo, Siete en las Islas Británicas-, 8 Sin embargo, el mundo caro·
demiologÍ<:1 de la lep~a e.n la Europa medieval coherente con ellas. lingío del siglo IX, cuando los valles de los ríos del norte de
-Las cosas serían apro~in1adamente así: el microbacteriu1n leprae Europa estaban densamente poblados y había un contacto nlllitar
1 ·' ,_
~ llegó a algunas regiones del mundo romano, Egipto 1 Francia e y comercial regular entre ellos, habría sido muy vulnerable, si
Inalaterra entre otras a fules de la Antigüedad pero no se exten- nuestra hipótesis es correcta. Por las mismas razones, debería
\''
diÓ, quizá porque la· ~oncentración y el movimiento de la pobla~ haber ocurrido lo mismo en Wessex a .fines del siglo IX y comien-
ción no eran suficientes para provocar su difusión. La lepra puede zos del x, cuando el ·reino se extendía hacia el sudoeste 1 donde se
hacerse endémica en· coffiunidades aisladas durante largos perío~ han encontrado indicios anteriores de lepra. Ambas regiones
dos, como ocurrió en alguilas r~giones de Escandinavia entre los se han excavado con relativa prolijidad. Más en general, el lugar
siglos xvu y xrx.5 La pobiaci6n de la Edad Media Central en pro- de Italia en este esquema suscita preguntas evidentes. Si un rápi·
ceso de urbanización y rápido crecimiento, tenía un bajo grado do crecimiento de la población, coridicíones de superpoblación y
de resistencia y se mostró vulnerable a una gran epidemia que una gran cantidad de viajes alimentaron la epidemia en el si-
afectó a Europa en los ·siglos XII y XIII; un ejemplo de la vulne· glo XII, allí es donde debía manifestarse de forma más llamativa.
rabilidad de una población expuesta por primera vez fue Ha\vai, Por otro lado 1 argüir que Italia podría haber desarrollado la resis-
donde la lepra fue advertida por primera vez en 1835, con 686 tencia antes que el norte de Europa po_r sus contactos más estre-
casos diagnosticados en -los treinta años siguientes, 3.119 entre chos y continuados con las regiones afectadas de Egipto y el
1866 y 1886, y 7.217 desde 1886 hasta 1915.6 En Europa la

7. W. H. McNeill, Plagues and Peoples1 Oxford, 1977; Harmonds-


5. P. Richards, Tbe .Medieval Leper and bis Northern Heirs 1 Cam- worth, 1979, pp. 164-166.
bridge, 1977, pp. 84-97. 8, K. Manchester, <'A leprous skeleton of the seventh century», en
6. Cochrane y DaveY,.- Leprosy, p. 75. Journal o/ the Archaeological Society, 8 (1981), p. 209.

44/97
92 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 93

Próximo Oriente nos obligaría a esperar testimonios arqueológi- nparición de estos términos no se da en contextos clínicos o socia-
cos de una infección generalizada en la Alta Edad l\-1edia, lo cual les, donde se trata de las enfermedades específicas de los indivi-
falta. duos específicos, sino en contextos alegóricos, morales o en glosas
Es posible que estos V:.lcíos en Jos testimonios_ aparezcan sim- --en exégesis bíblicas o sermones, por ejemplo-, donde la varia-
plement~ porque nadie ha tratado aún de llenarlos. Se han exca- ción literaria tendría prioridad sobre el rigor del diagnóstico. Que
vado muy pocos cementerios de los siglos !X a XIII y se han exa- en el curso de unas pocas líneas Eckbert de Schiinau (escribiendo
minado muchos menos esqueletos del período de los que serían hacia 1163) llame a la herejía veneno, lepra y cáncer no implica
necesarios para dar legitimidad ~1 arguI!lento del silencio. Pero necesariamente que el enfermero de su abadía no fuera capaz de
( sigue en pie el hecho de que el \Ínico testimonio arq~eoiógico distinguir a los pacientes que sufrieran estos tres trastornos.' 1
-por impresionante que sea- que testimonia la existencia de la A la L'1versa, el hecho de que desfiguraciones dolorosas y terri-
lepra 1epromatosa en importante escala en Europa durante la Edad bles fueran padecimientos constantes de quienes vivieron en esos
Media Central procede del cementerio de un hospital de lepro- siglos hace más probable que se hicieran distinciones cuidadosas
sos en una región más bien periférica, St. Jgrgens, en Naestved, y detenidas entre e_llas (aunque sin duda no en la forma que con-
\_ Diriamarca.9 No se han excavado lugares similares en otros sitios, sideraríamos científica), y roen.os probable que una apariencia o
y la segregación efectiva podría ser 11na explicación a la- ausencia un olor partícularn1ente horribles suscitaran el pánico o la repul-
de esqueletos de leprosos en otros lugares de enterramiento. 10 Sin sión. Al fin y al cabo, ¿a qué asuntos prestarnos atención más
.: embargo, mientras la sitri-ación siga así las ~1:firmacíones de los pródiga y minuciosa, análisis y consideración más exhaustivos y
~· testimonios literarios habrán de tomarse con muchísimas reservas. regulares que a nuestros males y padecimentos corporales?
Isidoro de Sevilla, cuyas Etymologiae sirvieron como compen- Estas consideraciones más bien abstractas pueden animarnos
dio general de informaciones y consejo, enumera la lepra como a dar fuerza a la impresión proporcionad.a por varios escritores
una de las <'enfermedades que se ven en el exterior (superficie) del siglo xr -la descripción de EadmeJ; del noble «abandonado
de la piel», junto con la erisipela 1 la sarna, la elefantiasis {el incluso por sus propios hombres, a pésat -de la dignidad de su
término clásico más específico para lepra), el cáncer y diversas nacimiento, en razón de la pestilencia de _una aflicción tan grande»
enfermedades venéreas) forúnculos, bocio, etc. Esto) y la aprirente es un buen ejemplo-12 de que la lepra que describían era nlgo
intercambiabilidad de muchos de estos tétminos en su empleo nuevo y chocante y no un caso particularmente desagradable ele
común, ha tendido a intensificar la impresión de que él y sus escrófulas o úiceras. Indicaciones más claras de precisión en el
sucesores no los distinguían con toda claridad. La reflexión poste- diagnóstico son difíciles de obtener, pero no faltan por completo.
rior ha hecho que este supuesto más bien favorable parezca me- Guillermo de Tiro reconoció la aparición de la enfermedad en su
nos claro de lo que fue. Con mucho, Ja mayor proporción en la alumno de nueve años, el futuro Balduino IV de Jerusalén (1161-
1185), cuando vio que un juego en que los niños se clavaban las
9. V. M011er-Christiansen, Bo11e Changes in Leprosy, Copenhague, 1961; uñas en los brazos hacía gritar a todos excepto a Balduino. 13 Este
Leprosy changes of the Skull; una reseña general de la obra de M0ller-
Christiilllscn en Richnrds, The Medieval Leper, pp. 112-120. 11. Eckbert de SchOnau, Sermones XIII contra Cathares, I, PL 195,
10. Richn;ds, ibid., pp, 118-119, analiza una rara excepción, un esque- col. 13.
leto fem-~nino que, el único de los 633 del monnsterio de 0m, también en 12. Supra, p. 65, n. 77.
Dínnm:1rcn, muestra los cambios en los huesos típicos de la lepra Ieproma- 13. S. Shazar, «Des lépreux pas comme les autres: L'ordre, de St. La-
tosa; ... su explicación de gue pu.do h;1ber sido enterrado antes del decreto ·zare d:ins le royí1Üme latín- de Jerusalen-l;), en. Rivue Hiitorique1 267 {1982),
de 1179 (o, en rigor, de su pues:n en vigor) es razonable.
45/97 p. 37.
94 LAI- FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 95 .v
(~.)r,,5··'ª 1
es un célebre ejemplo de lo que parece haber sido un conoci111ien10 medicina académica de la Edad Media Central y de la füja Edad
generalizado de la pérdida de sensíbilidad en las ternü11aciones
nerviosas, uno de los. prin1eros y n1ás seguros sínton1as de la cnfcr· 1
M.edía se la recon~ce comúnn1ente, d~ spués de todo, p~r su aleja~ J
1n1ento de los pacientes reales. Era 11oresca y poco n1as. Dos ele
n1edad de Hanseni que podía probarse de varias formas. Que un los testigos de una donación a un hospital de leprosos en Troyesi
69,4 por 100 de los esqueletos excavados en el cementerio de en 1151, son descritos con10 nzedicus, y uno de ellos era maes-
leprosos de Naestved, y los nueve bien conservados para el dü1g- tro,16 pero es in1probable que indiquen un vínculo directo entre
nóstico en el cementerio más pequeño del hospital de leprosos los hospitales y las escuelas. El diagnóstico de los 'leprosos con...,,
de San Jorge 1 en Stendborg, muestren la erosión de los. huesos la finalidad del confinamiento fue efectuado por oficiales eclesiás-
característica de la lepra lepromatosa (pero que no se encuentra ticos o seculares -los magistrados de Amíens 1 los bailes de
necesariamente en los esqueletos de todas sus vícti1nas, puesto Picquigny, el abad de St. Quentin- o por un jurado de laicos
que muchas morían por _otras causas antes de que la enfermedad entre quienes podía haber algunos leprosos. 17 Estos jurados no
estuviera tan avanzada) indica que allí al menos 'el diagnóstico no empezaron a ser sustituidos por médicos hasta el siglo xv, y en _J
fue completamente arbitrario. 14 esa época la epidemia, si lo era, había casi acabado. El conjunto
Estas observaciones deben generar precaución, pero no la de la cuestión de cómo se identificaba a los leprosos y se confir·
desaparición de la crítica. Una cuestión que plantean con agudeza maba el diagnóstico es de importancia central, y nuestra ignoran-
es la relación entre .la ,piáctica en el diagnóstico y el tratamiento cia sobre ella es todavía casi total. Será respondida, no a partir
de la lepra y la teoría expuesta en los manuales de medicina. Teo~ de los tratados de los médicos académicos, sino desde la paciente
dorico de Cervia (1205-1298), por ejemplo, advirtió correcta- y paulatina recolección y el cuidadoso establecimiento de los tes-
mente que en lo que sé _reconoce ahora como un estadio primítívo timonios anecdóticos de las crónicas, las colecciones de milagros
de la infección (lepra _indeterminada) con frecuencia aparecen y los documentos judiciales (court rolls).
lesiones que después_ se curan rápidamente; pero su creencia de Antes de dejar los manuales debemos destacar otra tendencia
que la capacidad de Ia .sangre del paciente para disolver la sal que muestran con fuerza y con más claridad según pasa el tiempo.
rápidamente era otro -sín_toma inicial carece tan por completo de La mayoría de los síntomas clínicos que_~e~;,i__p~nnitirían.1--<2
base como decían algunos de sus contemporáneos. 1\1ás en gene· exigirían, un fuerte graq~e sul:?jeti".}~A_eE. ..,.eJ-=-·~i3gpÓs_!:~S~--y,
ral, la tendencia de Teodorico y otros escritores médicos a enuº Podrían te~~~warcad_g_~Qgterüd.R.JiQ~~aL Así, Guy de Chauliac
merar los posibles síntomas de. lepra con gran profusión --man~ ( 13-63Y.'éllumera entre los síntomas seguros de la lepra, además
chas y heridas de diverso.s colores y tamaños, daños a los ojos) la de la pérdida de pelo y la hinchazón de los labios, «el aliento
nariz y la voz, pérdida's capilares, piel brillante, inflan1aciones, aoestoso la voz ronca y una mirada fija y horrible», que son en
lesiones y otros- habiía"· llevado ciertamente, si se seguía servil~ r~alidad 'consecuencias probables de la enfermedad de 1-Iansen pero
mente, a diagnosticar como leprosos a muchos que sufrían tras- cuyo reconocimiento depende en buena parte de la sensibilidad e
tornos diferentes de. 1a erifermedad de Hansen. 15 Sin en1bargo, incluso de los prejuicios del observador. Guy llega a enumerar
est~s tratados no son· una guía segura para la práctica ..A. la l unos dieciséis «síntomas equívocos», el deterioro de la piel y los
n1úsculos, la insensibilidad en las extremidades, una apariencia
aceitosa cuando se deja caer agua sobre la piel, pesadillas, poca
14. 1ví0ller-Christiansen, Leprosy Changes of tbe Skull, p. 42; Ander·
sen, 1Wedieval Diagnosis 'of ·Leprosy, pp. 82-85; Rkhards, The Medieval
Leper, p. 120. 16. Mesmin, ~<The Leper Hospital of St. Gilles» 1 p. 35.
15. Brody, Disease of the Soul, pp. 34-40. 17. Brody 1 Disease_ of the Soul 1 pp. 63-64.
í
~\(¡)

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96 L!~ FORMACIÓX DE m\A SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 91
pncicncia y tendencia a imponerse en compañía de otros.18 Todavía 11ecesario1 co1t10 ocurría con las acusaciones de brujería en la Euro-
hoy la lepra se considera una enfermedad gue es fácil de diagnos~ pa del slglo XVII o, alguien podría decir, como puede hacer hoy
ticar etróneamente. La lista de Guy de Chauliac, que podría du~ un certificado de locura en los Estados Unidos. Igualmente 1 el -¡
plic:1rse fácilmente, muestra con cuánta sencillez caracteres difíci~ régin1en que revelan los estatutos de las casas de leprosos) en las
les o antis-ociales podían considerarse resultado de ella. cuales hombres y mujeres estaban separados, la fornicación, la
í E_s un_'!.-~.SS'Jltable hipótesis. de. trabajo"}JUe. la__.,¡;pJ9~ié!L.de bebida 1 el juego y el ajedrez prohibidos, la asistencia a tnisa 1 el
temor en el slgio _XII teilía sll baSe ,-eil -uri_a ePi9_e-!llia real _"de lepra alimento, el vestido y el movimiento tanto dentro como fuera de
1~_Zt21Pªtosa, a ia ciu~ la Población de!_119!~e~-r-e- ..de .tú!Opa-'f_U~. _aJ Ja casa regulados minuciosamente, y todo ello sostenido por un
prin_cipiO--aitftñiefúe· v1Jlnerab_l_e:: Tenemos, sin. embargo, gran nece~ riguroso código de castigo, apunta, n1ás allá de la cuestión de la
sidad de información· arqueol6gica pata establecer la difusión de misma enfermedad, hacia ansiedades sociales n1ás :amplias, racio-
L la epidemia y contribuir a medir la efectividad de Ja segregación. nalizadas sin embargo con la a...."1alogfa entre- la lepra y los religio- )
Es también importante teunir y {:Xaminar sistemáticamente el sos de clausura,20
n1Jterfril relativo al diagnóstico de la lepra y la segregación de los La barrera de legislación cont.ra los leprosos a fines del si-
leprosos, para con~J:ibuir a una mejor estimación de la probabili~ glo XII y con1íenzos del A'"III y lz. importa..r1te inversión en institu-
dad ele que la enfermedad de Hansen se confundiera clínicax:nente ciones pata segregarlos han de considet-;:i,rse corno medidas sociales
con otras enfermedades y e11.-p1or~r las dimensiones sociales de v no meramente sanitarias o incluso caritativas. li esta luz, el
estos procedimientos. Hay Lfldícaciones de que fue al menos posi~ ~onocimiento médico moderno de la enferrnedad, todavía muy
ble distinguir con cierta seguridad la enfermedad de Hansen de lejos de ser completo, es quizá menos útil que la observación de
otras enfermedad.es ir;capacltadoras y des:6.guradoras 1 incluidas las Susan Sontag, derivada de su brillante análisis de las actitudes
venéreas. Pero es !arnbién sencillo percibir cuán fácilmente podía hacia la tuberculosis en el siglo pasSldo y el cáncer en éste, de que
recaer la sospecha de lepra sobre quienes íncurrían en la desapro- las enfern1edades que no han sucumbido a -la con1prensión cien~
bación o el desngrndo de sus vecinos o se convettían en un peso tífica tienden no s6Io a genetal' metáforas. de decndencia general
para ellos. Cada relato sobre el leproso le hace depositario del sino a sEt consideradas como d:::i:iv2d<:.s de.· much2's causas (~(la
miedo y la sospecha, <c-0...i;isrecen hábitos 1nalos y astutos, los enfer- lepra proviene de diversas causas -como observaba Battolomaeus
mos sospechan que todos quieren herirlos»; <<tienen malos hábi- Anglicus~ porque el m<Ü es contagioso e iriJecta a otros born·
tos de vida ... muchos arden en deseos del coito [de hecho, esto bres») y como símbolo o incluso punición del vicio o la debilí~
es ]o contrario de la verdad] ... con alegría mantienen relaciones ds.d de sus vfctimus. 21 La 3nalogía con el SIDA) que se ha hecho
con los sanos, pero sí una persona sana que ignora sus sufrimien-
tos, como un niño, les mir1 a la cara, sus rostros se turban y
desesperan~>; 19 de modo bastante comprensible, poddatnos pen- 20. Ibid., p. 78. La semejanza del tég!men ahí descrito con el de un
reformatorio del siglo xrx es subr:iyado por la instalación de un reloj en el
sar. No es exagerado observar que el diagnóstico de la lepra era hosoital de leprosos de Arras en 1241 {Bourgeois, Pas-de-Calais, p. 95):
cap-az de proporcionar un principio flexible y de largo alcance un,-; fecha muy temprána para un dispositivo estrecha..'nente asociado con b
inediante el cual casi cualquiera podía quedar excluido de la regulación pública de las horas de trabajo; cf. · D. Landes, Revolution ín
comunidad sobre la base de un consenso mínimo de que ello era Time, Cambridge, Massachusetts, 1983, IJP. 71-74.
21. S. Sontag, Illness as Metaphor, Nueva York, 1978 (hay trad. cast.:
La enfern:edad :V sus metáforas, f..1adrid, 1980); }Lwmondsworth, 1983, en
18. Bourgeois, Pas-de-Calais, p. 18. especial pp. 47-75; Bartholomaeus Anglicus es drndc por Brody, Discase
19. J3rody, Disease of the Souf, p. 51. of the Soul, p. 55.

47/97 7. - !.lOO.lill
~8 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 99
1

epidémico en Gran Bretaña y Norteamérica mientras este libro que tuvieran sobre los cristianos. 24 Sus sucesores siguieron el c ;,., :·.

se elaboraba, no es menos instructiva por ser tan obvia. De aquí ejemplo. Carlomagno mitigó las limitaciones al derecho de los -
que, lo cual es especialmente importante de destacar en. nuestro judíos a prestar testimonio en los tribunale.:.; Luis el Piadoso no
contexto, las v.íctimas de esas enfermedades sean especialmente sólo se negó a poner en práctica las prohibiciones sobre el ejerci-
vulnerables a verse identificadas como chivos expiatorios. cio del poder civil y doméstico de los judíos sobre los cristianos
y permitió a sus súbditos judíos convertir y circuncidar a sus sir·
vientes, sino que prohibió el bautismo de los esclavos de los judíos
Los ¡udíos: asitnilación y rechazo sin el consentimiento de sus dueños. 25
fiemos visto ya cómo la protección de los judíos por Luis
La historia de los judíos en la Alta Edad Media es conside- frente a cualquier jurisdicción excepto la suya tendría consecuen·
rablemente n1enos oscura. La diáspora creó impprtantes comuníK cias desastrosas a largo plazo, y probablemente su brusco rechazo
dadeS judías en muchas· -ciudades del mundo romano 1 Y no sólo de las quejas sobre estas y otras materias similares alin1entaría el
en ciudades, porque hay refere_ncias a j~-~~~e~t~bl~ci~~s" c5'm-9 sentimiento antisemita. Varios judíos tvvieron posiciones influ-
coloni tanto en las regiones orientales como o_~_ci<J~ntales deJ __ lrr).~. yentes en la corte durante su reinado y hubo una importante
J?~i:io. 22 La protección de.'la ley y de los emperadores no impidió comunidad judía en su capital, Aquisgrán. Los judíos desempeña·
í hlap-;rición de un amplio antisemitismo, y hubo conversiones for- ron ur1 importante papel en la defensa de las áreas de frontera del
'_ zosas en los siglos v y ·vr. No hay razones para pensar que el Imperio en que se habían asentado, como en torno a Barcelona, y
declive del Imperio occidental condujo a un deterioro en la posi- en las finanzas y el cornercio.26 A los comercianteS judíos se les -1
ción de los judíos. Deseoso de ser romano en todo, Teodorico el otorgaron amplias exenciones de peajes y de otros obstáculos a su '
Ostrogodo m:>.ntuvo sus privilegios en Italia e infligió severos comercio, incluido el de esclavos cristianos. Esta fue una de las~
castigos a los culpa~les· cuando se quemaron las sinagogas. de prohibiciones que el obispo Agobardo de Lyon trató en vano de
Roma y Ravena. Por -Otro lado, parece no haber puesto en vigor que el emperador pusiera en vigor. También se quejaba de que se
las prohibiciones, incluidas las de portar armas y ocupar altos car- permitiera ~ los judíos emplear mano de obra cristiana, con la
gos.23 Sin entrar en detall.e en lo que ha sido una cuestión fuertem consecuencia de que los empleados trabajaban en domingo des-
mente discutída, podemo.s decir que. Jo mismo debió de ocurrir en pués de descansar en sábado y. durante Ja Cuaresma comían carne
los· reinos visigodo y merovingio. Aunque a veces el popula~ho y vino elaborado por los judíos y celebraban fiestas. Por otro lado;
desataba su hostilidad_ hacia los judíos, y los reyes la extorsión el emperador había prohibido que el mercado de Lyon se celebra-
cuando eran bastante fuertes, las comunidades judías estuvieron ra en sábado para proteger los intereses de los comerciantes
en conjunto demasiad.o _bien asentadas y demasiado bien protegi- judíos.
da$ para que fuera beneficioso atacarlas, aunque hubiera razones No parece que la campaña de Agobardo, sostenida durante
reales para suponef un deseo consistente o generalizado de años ante el disgusto imperial, fuera movida por la hostilidad per·
hacerlo. · sonal hacia los judíos, de quienes observaba que «puesto que viven
Cuando Pipino III conquistó la Narbonense (768) confirmó
los derechos alodiales de los propietarios judíos y la autoridad
24. Ibid., pp. 66-67.
25. Ibid., pp. 84-107.
22. Jones, Later Roj11a11 Empire, p. 944. 26. !bid" pp. 70-71, y con reservas, Waliace-Hadrill, The Frankish
2.3. Bachrach, Early _hfedieval Jewisb Policy, pp. 29-JO. Church, pp. 397-398.

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100 LA FOI"...MACIÓN DE U:'.'\A SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 101

con nosótros, no debería1nos serles hostiles o causar perjuicio a oficios, aunque de___ forn1a especial en aquellos, con10 los de tintes
su vida 1 a su salud o a su rlqueza». 27 Su exigencia de que se Y_~ejiQQ.~ ~e- tenf.an_relación ___ con el comercio ~i~~rn~cional: en
pusieran en vigor los cánones fue asun1ida por los q,Q.ispos _ fr8IJ..: 1\-1acon esto se reflejaba en la <<tasa» que se les exigía en 1051 por
cos del_ oeste, encabezados_ po_r Híncmar de Reims, en una serie la pimienta y los tejidos de ilnportacjón. En el área n1editerránea,
de .s.f_n_od_os ~ht~e l?s_._aiíos ¿43 y~ 8_4_6. q~~~ r~;Jitma~on la prohtbi~ nl menos, los judíos desempeñaron en oéasiones un papel en la
i ción sobre la construcción de nuevas sínagogas 1 la ocupación de vida pública 1 participando en la bienvenida ceremonial de la ciu-
,; cargos y dignidades civiles, el matrimonio entre judíos y cristia~ dad de Roma a Otón III en el año 996, en el gobierno de Capua
l:· nosi etC. 1 y también defendieron la separación de los niños judíos Y Benevento y combatiendo junto a Alfonso VI en la toma de
ele sus padres con el fih de que pudiera bautizárseles. Que el em~ - Toledo en 1085.31 Los médicos judíos eran -rnuy solicitados- por
pcrador ho les prestura atención puede hnber sicio 1nenos impor~ Jos poderosos, y los judíos destacaban f ! las cortes de la España
tante a i~rgo plazo que la renovación de las antiguas jntetdícdo- cristiana y Languedoc. Se suponía, según el Diálogo de Abelardo,
nes en est:i serie de lo que inás tarde se considerarían citas de que observaban lrts prohibiciones dietéticas de su religión, 32 pero 1
autoridad_, y en p::1.rticular poi' la furre identificación que para el parece claro que ello no les impedía vivir con los cristianos en el
futuro es~:-1bleclsn ent::e la aplicsción de las prohibiciones contra campo y la ciudad) hablando la misma lengua ~porque el yiddish
·:....los judíos y la caus'-' de la reforma de la Iglesia. Encontran10.o por Y otras lenguas iudías no empezaron a cultivarse hasta el si·
ejernplo en la t:flc~Ición de estos sínodos al obispo Ratherius de glo XIII y postericrr:riente--33 y dando B.· sus hijos nombres latinos·¡
\7erona quejándose en :.:1 año 965 de qi..:e su clero y su pueblo no o versiones latinizadas de los judíos. En Renania los niños judíos
trJtaban a los judíos con la hostilidad apropiada.2s aprendían hebteo en la sinagoga, con :Gnes religiosos, mientras en
Lns_ inq1..üetudes de___ Agob_ar_dO_J-'. Ratherius c_onfrman, sin em- España parece que la enseñanza se realízaba en hebreo y en len·
bargo, -·que en _sú· é.Poca los_judíos estaban __ plenamente ínte2rsdos gua vuigar.34 Durante el siglo XII la inquietud por conservar la
_e:_i:J.a___c?"mu~i.da4,." Quizá sea _un ___t::I_r9r_p_e!}~ar 9~e ant"eS-h~bie~~a-
, ~id_o d~ otr2
r --"'· - - -------··----- - -·-
lo probable
m?-neta, potque-----· es que la gran ma-yotra
·--~ ~·--"- ---- ~- - drid, 1981); J. P, Poly, La Provence et la société féodúle, París, 1976,
¡ de__ los judíos en la _Galla francs fues~en _ descendien_tes de conversos p, 320; l\íundy, fligh Aiiddle Ages, pp. 94"95 (h::iy trad. cast.: Europa en
¡ D1~s._ q~e- d_e :_e_ñJ}g~·?}:!_e_~:-Je: ..Ja_-4ii~2.~I.~.;:~ 9 · ~t1.~.iua1-pr·Ob2b_leñie_n_~ la Alta Edad i>tfedia (1150-1309), Madrid, 1980),
'. sea __cierto_ tamqíéD._-P._a_!a ~Europa~o_cci~e..r¿~al __ en general. L_os p.to~ 31. Roth, History of the Jews in Italy, p, 69; C. \-XTickham, Early
. p-iitarios y tra_bajadores agrícolas judíos IlO _süñ raroS-hacra afio e1 bíedieval Italy, Londres, 1981, p, 150; Fossier, L'enfance de l'Europe,
p. 590 (\•éQse supra, n. 30).
l~Ü_OD; se les ha identÚi~;¿Qentre los d~pe;_1dientes d-e Teger~see}­ 32. Pedro Abelardo, Dialogus ínter Philosophus, Judacum et Christfa.
en Baviern, poseím tierrss en alodio en los pueblos del Maconnais num, R. Thompson, ed., Stuttgart, 1970, p. 52. Poliakov, History of Anti
y eran m;Jy nu111erosos en L2.nguedoc, Cataluña, Provenza e Italia Se111itis1n, vol. I, pp. 13-15 (hay trnd. cast.: Historia del antisemitismo,
rnerídibnal.30 En las ciudades hp.bía a~tesa~o_s judí_os _en todos los Madrid, 1980-1986), indica que el mantenirniento de las prohibiciones dieté-
ticas y de otras formas de diferenciación religiosa no impidieron a los judíos
de fo India hacerse étnicamente indiferenciables. Pero sería difícil, aunque
27. Bachnich, Ear!y 1\iedieva! Jewish Policy, p. 98. fasdnnnte, computar la influencia del sisten1a de castas con el de las estruc-
2S. PL 136, col. 536. turas socicles occidentales a este respecto.
29. E. Jrrmcs, The Origins of France, Londres, 1982, p. 101. 33. Poli:i.kov, ibid., p. 164, n.
)0. Fossier, L'e¡;fance áe l'Eu-rop~, p. 501 (hay trad. cast.: La infancia 34. A. Grabois, «.tecles et structures sociales des communautés juives
de Europa ..Aspectos económicos y sociales, 2 vals., Barcelona, 1984); Duby, cians l'occident aux Ix•-xrrº siedesl>, en Gli ebrei nell'alto medioevo. Setti-
La sodéié 1n11cot!lwise, pp. 119-121; Bcter, Jews in Christian Spain, p. 40 mani di studio del centro Italiano di sfudi su!l'alto 1nedioevo, XA\lI (1978),
(hay rrad. cast.: Jiútoria de los judíos en la Espaiía cristiana, 2 vols.i Ma 0
Spo1eto, 1930, pp. 939-940.

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102 LA FOR1IACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 103

integridad del judaísmo y su derecho llevó al establecimiento en después de la _primera cruzada ap_a_rece la identificación c!~_J9_s
Víenne de un grupo denominado la Marufia, encargado de mante- judíos f:Q__ll iQi.~p_!.es_t~~is.t~~-Al prÜhibiiel entierro de los usure- - ¡
ner la ortodoxia expulsando de la comunidad a quienes ínfrigían ros en los cementerios cristianos 1 el Segundo Concilio de Letrán,
la ley judía.11 Los seguidores del rabino Judah Hab-Hasid (1146- de 1139, repudiaba la usura como anticristiana y reconocía gue
1217) insistían en la segregación social y comercial, aden1ás de muchos de sus practicantes eran cristianos. Fue larnentando este
religiosa, respecto a los cristianos, explicando 1 por ejemplo, ~ue hecho como san Bernardo de ClaravaC en la década de 1140 1 pare-
no se debía dar bebida a un cristiano en una copa bendecida ce ser el primero en utilizar el verbo jUdaizare en el sentido de
por un judío y que los· objetos rituales cristianos nÓ debían «ser prestamista>> más que en el de «promover o hacer conversos
aceptarse en prenda.36 Estas tendencias constituyen obviamente al judaísmo»/ª un sentido que, con10 otro signo de los tiempos,
la contrapartída al crecimiento del antisemitismo cristiano 1 pero no había ya necesidad de aclarar, como hubiera ocurrido en el
indican también que Pedro Damián no era el único en la creencia siglo XI. El cambio tampoco fue repentino. Es evidente que en-·
que a mediados del siglo XI le hacía reacio a escribir un tratado Inglaterra los prestamistas más importantes y mejor relacionados .
contra los judíos de que «ahora han dejado casi de existir~>.
37
nacional e internacioneJrnente eran cristianos todavía en 1164, ,1!
r El crecimiento del sentimiento y el comportamiento antisemiM cuando Enrique II parece haber transferido sus negocios a los :
tas y la repetición y renovada puesta en vigor de las prohibiciones judíos de forma más bien abrupta, por razones que permanecen
canónicas en el siglo A"II tuvieron el efecto de erosionar la inteM oscuras; 39 su contemporáneo, el papa Alejandro III, fue otro im-
gración social y reduci.r a los judíos a una posición marginal, con portante cliente de los usureros cristianos, ingleses y flamencos
¡ la vulnerabilidad que eso suponía. 1'~o necesitar.üos empantanarM entre otros .
._nos en el estudio de la precedencia de procesos que obviamente Como ha señalado R. B. Dobson, «probablemente los judíos
se reforzaron entre sí; al prohibir a los judíos en 1096 llevar sustituyeron a los cristianos no tanto porque ofrecieron un nuevo
armas, por ejemplo 1 Enrique IV les privó de u_no. de l~s ~tribut.os servicio económico como porque realizaran un servicio bien asenta- :
definitorios de la libertad y les expuso tanto al a1slam1ento soc1al do de forma más eficiente que sus competidores cristianos».4º Pero ·
como a la agresión .física. Pero en dos aspectos importantes es no hay duda de por qué empe:;aron a hacerlo. Como observa el
posible rastrear los signos de la creciente restricción sobre los judío en el Diálogo de Abelardo (hacia 1125-1126):
judíos y sus actividades lo suficiente para indicar que la persecu-
ción tendía a crear más_ que a derivar de lo que más tarde se conM Encerrados y oprimidos de esta forma, como si el mundo
sideró exclusividad judía. conspirara contra nosotros, es ya un milagro que se nos permita
En el período carÜlingio ~~L.11~~4iatam~nJ:~-d~sp_~LQo hav vivir. No se nos permite poseer :ni campos ni viñedos ni domi-
nios rústicos, porque nadie puede protegerlos del ataque abierto
nad;"~:¡;e~i;digue que _·lo_s judí_2.~--~t::.1vier.~n _a~ost.ªdoLd~_.forma
o encubierto. En consecuencia, la principal ganancia que se nos
~SJ2.~cial-a~l~·i~~r.~. ED.Ieáli-d3~, los judí~s del Maconna~s se ve~an deja es que sostengamos aquí nuestras miserables vidas prestan-
obligados a recurrir a prestamistas y a hipotecarles su tierra. Solo do dinero a interés a los extraños. Pero justa111ente esto nos
hace más odiosos ante quienes se sienten oprimidos por ello.41

35. Fossier, L'enfance de l'Europe, p. 590 (véase supra, n. 30).


36. J. Katz, Exclusiveness and Tolerance, Oxford, 1961, pp. 93·105. 38. Mansi, 21 1 col. 529; Little, íbid., p. 56,
37. PL 145, col. 61, citado por Líttle, Religious Poverty, p. 44. (Hay 39. Richardson, English Jewry, pp. 50-63.
trad. casr.: Pobreza voluntarfa y econo1nía rl# b~neficio ~'! !~ Eur9pa pre- Dobson, Jews of Medieval York, p. 9.
industrial, Ivíadrid, 1983.)
40.
41. .(\bel;ird9; Dialo~us, p. 51, tr~dq~Gióp .in?lesa de P. r Pqyerl

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104 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 105
No han guedado testimonios del destino de los propietarios
..,
La exclusión de los judíos de los gremios c;ornerciales y arte- i.
,. cultivadores judíos de corpienzo.s del siglo ¡;r, pero es algo sanales, y por tanto de esos negocios, era algo axiom~tico n hnes
~bvio. El sometin1Íentode los propieta~ios 'alodiales a servídum~ del siglo xrr 1 pero quizá no abs0Iut<1 a ·con1íenzos del mismo. 43 )
bre por la puri! fuerzaen las r;lécadas int~rme9üis y fip.ales del Un judío fue 8.dmitido, aunque de modo excepcional, en un gre~
siglo xr> en especíal en
el noroeste de Europtt, es hoy ;;i)go n1uy mio d~ Londres en el reinado de Enrique I. Que Londres tuviera
_ conocido. La il~galidadformal de su tenencia y su dependencia orfebres y vinFtteros judíos todavía en esa época ref1eja probable~
' esoeciai de los condes (como agentes de la c9rona) hacÍaI? ~ Ios mente la insuficiencia por entonces del monopolio de los gremios
judíos particularmente vulnerables, corno señalaba el judío de sobre los oficios, más que el monopolio cristiano de ]os gremios,
r\belardo. A la muerte de un judío, el señor que pretendía set su que ini~ialmente fueron en su nombre y origen asociaciones reli~
heredero (usurpando !os poderes del conde) sólo te¡úa que retener giosa.s. Pero en cualquier caso, el efecto ,de la evolución que pro~
la tierra que le correspqnQía, en lugar 4e devolvérsela a los d~s­ dGjo fue ~uir _a los i'.-lc!J_o~- de_.todo medio ·cómodo o tespetabJ:._
cendientes del judío. Un judío al que se le recordó brutalmente .4~_.ganar~e_ la._\~ld3_._ L~ que quedaba era· el préstamo y las for-
.._ esa vulnerabilidacl, en este caso por parte del propio conde, fue ~-ªs .. de pequeño_ comercjg"_sugeridas en_ la orden de la époc:_:¡ de
?vlar P~ueben bar Isaac de Rouen, «rica en oro, plata y tierras de Enrique II que les prohibía negociar con artículos religiosos y
cultivo~>. Hachi. el año 1033 le tendieron una emboscada en el \i-estidos <<Írnpur~s» (ropa interior), junto con las ocupaciones de la
:.)C-'OUe y los atacantes .tilataran a su único hijo, junto a sus sir- .,.,-;-ida urbana, esencL1les pero no mencionaLles, relacionadas con la
vien~tes; acudió en busca de justicia al conde (Roberto I de N,)t- Dasura y los residuos que están a disposición de cualquier casta
mandía), y se le dijo; <(Eres viejo y no tie.i.'1es ningún hijo. Desde humillada. -
ahora todas tus posesiones- serán mías». f\1ar F_ueben se convirtió Esta restricción a los trabajos debió tender por sí misma a
así en un judío errante más y murió en Jerusalén pocos años más producir una concentracíón en el hábitat. Las primeras referencias \
tarde. 42 Es probable que se~ por esto por lo que aparecen tantos a barrios judíos -la primera aparece en Vienne en el año 849-
judíos al servicio de 1os señores) como bailes y agentes -financieros, no son muy expresivas cuando el oficio y los vínculos familiares
a fu1es de siglo. Es razonable supyner que al menos algui:os eligie- determinaban ordinariamente dónde vivía la gente~ Toulouse tenía
ran ía alterna~iva de la conversión y, todavía másJ que las expul~ un barrio judío en el slg1o xr, por ejemplo, pero había judíos que
siones de judíos de que se oye hablar de mediados del siglo x en no vivínn 211í. 44 A mediados del siglo xrr 1os judíos y los cristia-
2.delante estuvieran acompañadas de las confiscación de la tierra nos de Londres todavía se compraban casas entre sí y vivían en_ 1
y la riqueza financiera. No hay que pensar que Felipe Augusto vecindad. A pesar de los hechos de 1190, la propiech1d de ]os..~
- fuera el primero en idear el método cuando expulsó a los judíos judíos se encontraba todavía disoersa en la ciudad de York en
ele su do~inio en 1182, para readmitirlos en condiciones que les los años de la década de 1220 d; una forma que 1 como observa
obligabun a viYit como prestamlstas. Edward Miller, «no indica una gran tensión entre los judíos y sus
vecinos cristianos en este período)> .45 La primera área reservada
exclusivamente para los judíos y rodead¡;¡ de un n1Luo gue lo
.1 Dialogt1e of a Philosopher w!.th e Jew and a Christian, Toronto, 1979,
p. 33. La ~.rgumentación en favor de la datación del Dialogus hacia 1125-
43. Richatdson, Englísh Jewry, p. 27.
1126 es de C, J. lvfews, ~<Ün dating t.1-ii:: works of Peter Abelard;>, en Archi-
ves d'hútoire doctrinale e! !itteraire- du rnoyen age, LII (1985), pp, 122-126.
44. Mundy, Liberty and Política! Potver, p: 325, n. 2,
42. N. Golb, en f!?r~vilJ.e, Les rr;utati(!ns so~iaÍ~! r;( C~f!ture(les, pp.
45. Richardson, English Jewry, p. 8; E. Miller, <1Medieval York;>, en
The Victoria County History o/ Yorkshirf: City of }'"ork, Londr~s, 1961,
15~-15). p.~ .. •. . . . ..

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106 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 107
manifestaba -otro privilegio envenenado- la creó el obispo Retórica y realidad
Rudiger de Espira en 1084 1 «de forma que pudieran escapar de
Üa insolencia de la gente».46 Se la consideró, como muchas de las La asimilación de judíos, herejes y leprosos en una única
gue la sucedieron en -Alemania y el sudoeste de Francia en espe· retórica que les describía como una amenaza a la seguridad del
cial, un aliciente para establecerse. La de Perpiñán ( 1243) parece orden cristiano, única, aungue con muchas cabezas, no fue sin1-
haber sido la primera en la que fue obligatoria la residencia para plen1ente la continuación de una tradición anterior. Ciertamente)
los judíos de la ciudad. textos y precedentes clásicos y patrísticos proporcionaron unn
r El gueto tottt co_urt, con sus puertas cerradas por Ja noche base para el proceso de clasilicación y para los procedimientos y
.,, para que los judíos· -_no. pudieran andar entre los cristianos que castigos cuya elaboración hemos trazado. Pero lo hicieron así,
,..-e:':"',:-·'- dormían, no apareció hasta la Baja Edad Media, pero el principio como si dijéramos, no por propia voluntad, sino porque fueron
de segregación residencial de los judíos como tales, no como forzados por quienes buscaban soluciones a las necesidades del
miembros de esta o aquella familia o profesión 1 se estableció en presente. La autoridad respondía a preguntas, pero sólo a las
Llos siglos XII y XII~. En esto, como en todas las otras cosas, la preguntas que se le planteaban; y· el consiguiente aparato de
muerte imitó a la vida; fue en una fecha ligeramente anterior confiscación, suspensión y castigo estaba en el siglo XIII mucho
1
cuando se estableciei:on los cementerios judíos separados en lvJ--- más e13borado y era mucho más general que sus eguivalentes del
\ con, Tours y Worms 1 y a medíados del siglo XII Geoffroi de mundo clásico.
Courlon se ofendió por el permiso de Luis VII para que los judíos Tampoco el desarrollo de la persecución en los siglos XI y
crearan sus propios -cementerios y leproserías.47 Es un recordatorio XII puede explicarse simplemente en función de los cambios en
de que el proceso de definición y clasificación que he1nos seguido el número¡ la calidad o la naturaleza de las víctimas. Si en el caso
no se aplicó de forma única a los judíos, o a los leprosos y los de los herejes y los leprosos muchas veces es difícil distinguir
herejes. Para los cristianos esta fue también una época de clasifi- la realidad de la percepción, el caso de los judíos es decisivo por~
cación1 y fue en el -Siglo:_XI cuando los cementerios empezaron 9. que muestra no simplemente un velo de ignorancia entre la
imitar las precisas y_matC9.das distinciones que se establecían rápi- Antigüedad y la Edad Media Central, sino un claro cambio de
da y ásperamente entre ~os vivos. dirección después del año 1000 aproximadamente. L9. conclusión . . .i
totalmente firme de la documentación:_ es que entre los siglos VII
y x las autoridades cristianas de Europa occidental trataban a ~\; \
los judíos con mucha menor dureza-que lo habían hecho antes o de ".
46. Parkes, The ]ew in- the Medieval Connnunity; a Study of his Poli- lo que harían después; que los judíos fueron asimilados en grado
tical and Econo1nic Situation, Londres, 1931, pp. 160-161.
47. Fossier, L'Enfance .de l'Europe, p, 594 (véase supra, n . .30); Cha~ considerable en la sociedad cristiana; ·que la asimilación continuó
z:in, Medieval Jewry in .Norihern France, pp. 32-33. Esto no implica nece- -en ciertos aspectos- hasta el siglo _XII, y que fue n1odificada
sariamente que judíos y _cristianos hubieran compartido previamente los por el aumento de la persecución. La larga agonía de los judíos
lugares de entierro, aunque no lo considero tan improbable como parece europeos, por tanto (y esta es una conclusión que va contra las
a primera vista. La cuestión de las prácticas de enterramiento en el siglo XI venerables tradiciones tanto de la historiografía judía como de lo
es algo a lo que espero prei¡tar más atención; su interés queda subrayado
cristiana), no tiene quizás orígenes tan distantes, sino que sus cau~
en Fossier, L'enfance de l'Europe, pp. 329-345 (véase supra, n. 30), y D. A.
Bullougb, <>Burial, Coriur:iunity and Belief in the Early Medieval West», en sas principales y directas se encuentran en los sucesos acaecidos en _~ l
Ideal and Reality in Friinkisb a11d Anglo-Saxon Society, P. Wormald, D. A,, la sociedad occidental en estos siglos y en torno a ellos. _..
~ullough ~ R. !· Collins, eds.'. Oxford 1 1983 1 P-?· 177-20L r-, "/ ;El com~ortap)iento y la CC?n~tic;t~ soc;iaJ ~e los judíos, con10 1
·~-

1
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108 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 109

los de leprosos y herejes, estuvieron fne...1:tricablen1entc rnezd<Jt.ios La realidad, como hemos visto, fue muy diferente. Los here·
con el modo en el gue fueron considerados y tratados. Este no j!:_s ~~;iaban.-COnsidera6lemente.. en __ ~us creencias, amhi.ent~·y m_o-.
es un sünple asunto de distincione; que las fuentes no reaHzrn, tb~~s. 11uy pocos poseían la capacidad o, por lo gue sabemos, el
aunque obviamente es un problema gue las fuentes n1agnifican afan de extender sus temores y aspiraciones en una alternativa
enormemente. A medida gue la hostilidad redujo Ias oportunida· coherente a la fe y a la práctica católicas. Incluso las iglesias cáta·
des 1 los judíos fueron forzados de manera aún n1ás despiadada a ras¡ cuando aparecieron en Occidente, se dividíeron en sectas
interpretnr determinados papeles, par excel:ence el de prestamis~ · pequeñas y pendencieras, de organización desigual, y sus lazos
ta. Las características del pa,t:el se traspasaron al actor. La distinu con Bulgaria se hicieron S'.lmarnente tenues, La aspereza de sus
ción entre imagen y realidad es difícil de mantener si la realidad creencias y la benignidad de- sus vida_s les pudieron conseguir
tiene una sola forma. adhesiones, pero no pudieron estar a la altura del formidable
Desde 1uego 1 nunca se llegó a ello. Sin embargo, los destinos retrato que los inguisidores pintaban de ellos. Y, habría que aña-
de todas las víctimasi tan diferentes en su n<1turaleza e historia, dir1 los cátaros no fueron los últimos; a .su- vez, valdenses, espi-
se 'Jnificaron aquí en la cre:1ción del prototipo que mezclaba rea- rituales, hern1anos del Libre Espíritu y muchos otras pasaron por
lidad y fantasía en un todo Erme, coherente y aterrador. El día el proceso de poseer no sólo su número sino también el liberti-
de año nuevo de 1025 el obispo Gerardo de Can1brai en1pezó a naje de se. comportamiento, Ia coherencia de su histo,ria y sus
interrog2,r: a los saspec\¡oscs rJ'-1e tenía d,;;Iante. Sus pregnn~::s "º c1eencias, la uníversalidad de su organización e ínfluencia, suma-
se bz,sah-an en los informes que le bebían llegado sobre sus doc~ mente exagerados por los ortodcxos, Y. de sufrir en consecuencia.49
trinas y cri:encias, slno ...:n la profecía de Pablo de que ED los lviayor crueldad todavía y una opresién de más largo alcance deti-
últimos dl:;is apa:ecerían herej.:s «endurecidos en su conciencia, v6 de la energía con la que sacerdotes, pastores y jueces protes·
prohibiendo casarse y con1er carne)), Así, las respuestas que pro- tantes y católicos de toda Europa empezaron a apoyarse en los \
vocó permitieron a Gerc..rdo ccimprender el fenómeno que tenía siglos XV y XVI en manifestaciones dispersas de las creencias popu-)
delsnte como una realizaci.ó.ti de Ia profecía y presentarlo de esa lares en la magia y la brujería para con:firn1ar su propia pesadilla
.manera, al 1nodesto precio -de atribuir a los «herejes» doctrinas de conspiración satánica para derrocar _el cristianismo, reclutando
n1ucho más radicales y mucho más coherentes que las que de a in.numerables agentes humanos para lograr este objetivo.
{._hecho habían confesado. Durante los dos siglos siguientes 1 y sobre Aquí. está la distinción crucial. El hereje medieval era una reaü
( todo a partir de 1160 aproxin1adamente, las mismas técnic<1s y lidad¡ el maniqueo medieval era un mito. La herejía era diversa-}
his mismzi.s expectativas llevaron a la creación del «maniqueo me· en su origen, incoherente en sus convicciones, inarticulada en sus
l die.val». Llegó a Creerse entre los católicos (o por lo menos entre formas; el n1ito que los obispos hicieron de ella era claro, simple 1
los obispos) que había una sola Iglesia dualista muy bien organj- y universal. Los judíos individuales y las comunidades judías, cada-·
1 zsda, procedente de Bulgaria 1 gue había estado oculta desde 11 una con sus propias condiciones, tradiciones, tensiones y dificul-
1 ftntlgüedfld y cuyos numerosos y persuasivos emisarios en la cris- tades, sus relaciones buenas o malas con sus vecinos cristianos, se
1
tianclGd lntina se dedicaban a la destrucción de Ja Iglesia y del soldaron en un único y coherente prototipo de «:el judío». Y cuan-
,,
1
ho1nbre e:i la tierra, y al restablecimiento del reíno de Satán por do nuestro conocimiento sea r:::iayor podremos encontrar igunl~
mcd.io del libertinaje seh'Ual, el abandono de la ptOcreGción y la
\ renuncia a las· creencias cristiunas.4s
49. Para ejemplos, G. G. Merlo, Valdesi e valdismi 111{'dievali, Turín,
1904, pp. 942¡ R. F. Lerner1 The Heresy of the Free Spirit, Berkeley, 1972,
48. 1\1oore, Or{gins pf E11ropea:1 Disset1t, pp. 9-20 1 243·240. pp, 1-34.

53/97
1
11 Q LA FOR1fACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 111

n1cnte que n1uchos afectados por· una cambiante variedad de con~


diciones n1édicas y psicosociales, algunas sin duda muy contagio~
sas y otras completamente imaginarias, se fusionaron en la única
imagen universal de «el leproso)>. Sin embargo, la antítesis entre
J'
güedad tardía, fueron en todo caso más destaoadas en los círculos
paganos que en los cristianos. Tan1poco hay signo alguno de
especial antipatía u oprobio en la Alta Edad Media. La condena-¡
bíblica de_ la sodon1Ía era interpretada, por ejemplo por Hincn1ar
la amenaza real y la imaginada es demasiado simple para nuestro de Reims 1 corno relativa a cualquier relación sexual que no con·
caso: la construcción del prototipo sobre una base real le dio una <lujera a la procreación, e Hincmar consideraba «contra natura»
existencia real y poderosa en sí misma. no sólo esos actos sino también las relaciones sexuales con muje-
res prohibidas, monjas) parientes cercanas o esposas de parientes. ¡
Burchard de Worms (muerto en 1022) clasificaba el comporta-'-,
Homosexuales masculinos miento homosexual como una especie de fornicación, y no de
_las más graves; definía la relación anal con un hombre casado
Los tres grupos considerados no agotaban en absoluto las como un pecado grave 1 pero con una penitencia más suave que el
aplicaciones potenciales de la creación de prototipos. Otro ejem~ adulterio, y sin penitencia si era entre hombres solteros.
plo mostrará cómo, en el curso del desarrollo de la maquinaria Boswell sostiene que el peculiar horror asociado a la homo-
de persecución, la sociedad occidental no sólo aisló y puso al sexualidad masculina en la cultura occidental y su correspondien·
descubierto a las minorías existentes o, en cualquier caso, prevía. te condena violenta fueron producto del siglo XII. La acusación··
mente definidas 1 sino que inventó una nueva. Se encuentra en la de sodomía (que 1 como hemos visto, tenía implicaciones menos
excelente explicación de John Boswell del tratamiento de la hamo· .concretas que las que adquirirá más tarde) se asociaba en ocasio-
sexualidad masculina.50 nes a la simonía en la retórica del movimiento de reforma, aun-
,f Boswell es capaz de mostrar cómo en la Antigüedad clásica y que en la práctica la simonía de Berriardo, que compró la abadía
en el pensamiento bíblico y patrístico las relaciones eróticas entre de Montrnajeur al arzobispo de Arles_ un poco antes de 1079, se
hombres no se distingUían per se de otras formas de comporta· consideró un asunto mucho más grave que su sodornía.51 En rea·
miento o de otro tipo. _de preferencias sexuales. En ciertas for· lidad, es más probable que la acusación se dirigiera contra Jos
mas o en ciertos contextOs podían despreciarse o censurarse. Los · refonnadores, y que no procediera de -ellos, quizás en represalia
romanos consideraban .la . aceptación del papel pasivo por los · a su ataque al matrimonio eclesiástico. Pedro Damián lanzó un
hombres (aunque no podos muchachos) como digna de desprecio, célebre ataque en su Liber Go1norrhi'ani 1 pero en esta cuestión
pero no fueron los únicos. Cuando los padres de la Iglesia po- no consiguió en absoluto convencer ·a sus compañeros reforn1a~
nían en guardia contra :las relaciones eróticas entre hombres¡ dores_ de la gravedad de los pecados ·que fustigaba tan gráficamen·
o entre hombres y jóVenes,.lo hacían en el contexto de la defensa te. Por ejemplo, Urbano II se negó a mostrarse muy preocupado
de .la castidad en general 1' y no con la implicación de que esta far· por la elección de un clérigo llamado Juan, conocido popular·
ma concreta de comportamiento no casto fuese antinatural o par· mente como Flora, para el obispado de Orleans por nombramiento
! ticularmente atroz. En· realidad, las críticas al comportamiento de su amante, el arzobispo Ralf de Tours 1 a pe-sar de la indio-na·
~homosexual, que empezaron a hacerse más comunes en la Anti- ción de Yves de Chartres. Y la oposición de Yves, a la que d;be-
rnos el conocimiento de estos y otros detalles, parece haberse
50. Boswell 1 Christianity, Social Tolerance and Homosexuality. Gay
People in Western Europe ffom tbe Begi!tning of the Christian Era to the
Fourteenth Centurj1, Chicago, 1980, passin1. 51. Poly, Provence et la société féodale, .pp. 257-258.

54/97

1
112 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAP REPRESORA CLASIFICACIÓN 113

basado en las tendencias poHticas de Juan más que en sus procli- mía masculina no era un delito capital se habían convertido en
vidades seA'Uales.52 excepción más que en regla. 5 ~
r Peter Comestor (muerto en 1197) fue el primer sabio y pro- Otra cuestión es 1 por supuesto 1 con qué consistencia y univer-
fesor influyente en interpretar los rn_andatos bíblicos contra la salidad se ponían en vigor esas leyes. -Sin- embargo, aparte del
l sodomía como específicamepte referidos a la relación homosexual. hecho obvio, ilustrado por las desgracias de Eduardo II en Ingla-
[ El Tercer Concilio de Letrán, de 1179, con el que nos hemos terta y los caballeros templarios en Francia, de que a comienzos
encontrado con tanta, frecuencia, se convirtió en el p1;imer con- del siglo xrv la sodomía se había convertido en ;lgo lo bastante
cilio general c;le la Iglesia en legislar sobre ella, ordenando que vergonzoso para que la acusación (con10 ha seguido ocurriendo)
a los clérigos de quienes se descubriera que habían cometido «esa fuera una poderosa arma política, la renovación de esa legislación,
incontinencia que va contra la natur~leza, en razón de la cual la el establecimiento de castigos aún 1nás sálvajes y su aplicación a
ira de Dios se precipitó sobre los hijos de 1¡¡ perdición y consu- los acusados fueron algo común en Europa en la Bajn Edad Me-
mió cinco ciudades con el fuego» 1 se les privaría del oficio o se les dia." La opinión del Anónimo de Génova (hacia 1300) de que la
con.finaría en un monasterio como penitencia, mientras que los sodomía «es tan repugnante y grave que quien la comete merece
!_ laicos serían excomulgados.53 la muerte por el fuego» 56 era generalizada y se aplicó con fre~
La fuerza real del ataque a la hon1osexualid:;i,d, sin embargo, cuencia. Al igual que con la lepra, el terror a su descubrimiento
no procer:lió d~ la Iglesia; el Cunrto Concilio de Letrán redµjo creado en ese mo1nento persiste incluso ·en: ~poca moderna.
realmente las p;:::nas prescritas por el anterior. Gregario IX ins- La historia de la persecución de la sodamíe. se diferencia de 1
truyó a la Inquisición dominiCa para extirpar la homosexuali- la de nuestros otros ejemplos en numerosos aspectos, y no es el !
dad de Alemania 1 identificándola con «la suciedad de la lepra» n1enos importante que se desarrollara notablemente más tarde.J
y trazando un espeluznante cuadro de los tormentos que esperan Los terribles relatos de asaltos sexuales _.han_ tenido largo tiempo
en el otro mundo a quienes la pr;ictiqqen. Pero casi un sigló un lugar de honor en las reflexiones morales. En el siglo x la
antes, en el reino de Jerusalén se había promulgado un código monja Ros\vitha de Gandersheím daba un vívido relata de la vio-
legal que ordenaba la muerte en el fuego para los sodomitas, lación de un niño cristiano por un tirano mbro. La -asociación de
ente11didos_ claramente como l;_omosexuali::s +nrtsculinos. En Occi- la pederastia con los musulmanes, que se mantuvo de forma tan
( dente no apareció ninguna legislf:ción de ese tipo antes de que destacada durante largo tiempo en la literatura occidental, se esta-
una serie de códigos que prescribím la muerte, generalmente pre- bleció, como cabía esperar, en la prÍI:n".:"ra. parte del siglo xn. De
cedida por la tortura, el desmembramiento o la castración, se nuevo encontramos a Guiberto de Nogent_1 ·que en la vanguardia
promulgaran en España, Francia y muchas ciudades italianas a del proceso creador del prototipo había mHnifest2,da que los herejes
l_partir de la década de 1250. En 1300 los lugares donde la sodo- se mostraban indiferentes al sexo de su pareja, aunque su hostili-
dad apuntaba más a los musulmanes que a los sodomitas. Pero en
52. Boswell, Christianity, Social Tolerance tJnd Homosexuality, PP- ~ral (µe sól9_~-~-el siglo XIII, eg_espe~{at<;:onJa_prolife.ración J;
210-214; J. Leclercq, ed., Yves de Chartres: Correspondence, 1090-1098, ~ciaci_~~e.~ -~~-gl_qrifi~~,S~ÓI,1 _de _la_ Ví~gen y__rep_r_~ifi!l.~ skj_~_heL~.fi
París, 1949, pp. 282-305.
53. Ibid. 1 pp. 277-278. Concilio de Reims, 1049, «pari modo damnavit
et sodomitas» (Mansii XIX, col. 792), pero como demuestra Bos\vell, pp. 54. Ibid., pp. 288-293,
203-206, no hay base para interpretar el término de forma precisa en esa 55. M. Goodich, The Unme1ttio11ablc '\!ice, Oxford, 1979, pp. 82-85.
época: el papa León IX no mostró entusiasmo por la persecución de los 56. Citado por.L. Martines, Power and Imaginatio11, Nueva York, 1979;
homosexuales masculinos. - '-. ;-}Iarinonds"'Ortb; --1983,- p. 118. · - '·
/

55/97 B. - MOORll
114 LA Y.ORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA
CLASIFICACIÓN
1
115
1
la sodo1nía y la- usu~~ _en las __ ci1:1d~des ital~~na~, c~q_49_~"~~.P~~­ prostitutas y fuera famoso por el nún1ero de ellas que lo seguían
~{6fl-de los homosexuales se_ puso r~§lE-~~!_lt~ en_ marcha 0 1 para por el campo: uno de los cuatro edificios que constituían Fonte-

d;-~irlo de fon11a más precisa, cuando la acusación de homosexua-
lidad se convirtió en una base aceptable y acep:ad~ para la pe~s~­
vrault estaba dedicado a santa María Magdalena y al uso y la 'I
salvación·de estas mujeres. De Vitalis de Mortain, compañero de
cución. La característica esencial que se les atr1bu1a:. una ~asc1v1a Guillermo que fundó un monasterio en Savigny pocos años des- 1
tal que an1enazaba a "los buenos cristianos, a sus h1JOS e incluso pués; con un convento de monjas en las proximidades, decía su
a sus mujeres, asimilaba fácil y obvüunent;= a _los homos~xu~les biógrafo Esteban de Fougeres (que escribía aproximadamente me-
inasculinos al prototipo del enemigo comun, }Unto c~n ¡ud1os, dio siglo después) que había defendido como obra de mérito espi-
1
herejes y leprosos, con quienes, como nos recue~d~n vario~ de los ritual el desposar prostitutas para redimirlas.59 Si fue así, anticipó
textos citados 1 llegaron a identificarse en la retorica y el msulto.
no sólo al elegante predicador Fullc de Neui!ly, de fines del siglo, 1

y al papa Inocencia III, sino a su contemporáneo menos respe~


1

table, Enrique de Lausana, que escandalizó al clero de Le Mans


Prostitutas organizando una serie de matrimonios entre prostitutas y jóvenes
de la ciudad durante su breve reinado revolucionario, en 1116.
Las prostitutas __ par'e~en co~sti~~ir otr? grupo cuya clasifica~ Los_ ejemplos de entusiasmo en la redención de prostitutas se
ción y posterior tratamiento s1gu10 la 1rus111a pauta. Se la~.~ pueden multiplicar fácilmente. La dificultad es saber lo que enten-
estudiado bien en la Baja Edad Media,57 pero no ~ay un análisis dían por aquélla. La prostitución definida en sentido estricto es
1·en tífico sistemático para nuestra etapa. Las prostitutas aparece~

-~- ~ e forma destacada en los relatos chismosos y mora~es de los escn~ un fenómeno no sólo esencialmente urbano, sino necesariamente
basado en el dinero; en realidad, la relación entre prostituta y
l tares monásticos. Guiberto de Nogent las ha aglutinado en to~~o cliente podría servir como paradigma del miedo tantas veces
- T 's d" Marle a quien nos ha presentado ya como patton expresado en esta época en el sentido de que el dinero producía
aoma .. ' · lifi'l
de herejes y judíos, y .Guillermo de Malmesbury eiemp co e la disolución de los vínculos y obligaciones personales tradiciona-
libertinaje de Guillermo IX de Aquitania, el trovador, con la
les y su sustitución por transacciones impersonales sin reciproci-
historia de que solía entretener su fantasía _con el proyec~o de dad que en nada contribuían al mantenimiento y renovación de
11 enar su Cast illo en Niort con una comurudad de prostitutas 'l b 60
la fábrica social. Pero la economía monetaria no se había desarro-
de las cuales la más famosa sería abadesa, otra cortesana ce. e re, \
· etc 58 Era una-_parodia evidente del gran monasterio de
llado tan rápidamente como para hacer de la prostitución en ese ·'
sentido un fenómeno general en una de las regiones más atrasa~
~~~~:~raul;, fundado por Roberto de Arbrissel en 1100, del que das de Europa occidental en las últimas décadas del siglo XI. La
lj
1
fue patrón el duque Guillermo, por lo. ~~e la parodia no d~~e idea de que estas «prostitutas» eran las concubinas desechadas de '

tomarse demasiado en -serio. Pero se d1~1g1a a una preocupac1on :1
sacerdotes de nuevo célibes sobreestima- de modo similar la rapi-
real de los reformadores, sin duda su~e~1da por el hecho ~; que dez y el entusiasmo con que el celibato fue hecho suyo por el
'
1
;\ Roberto de Arbrissel mismo se especializara en la redenc1on de
clero rural, incluso a requerimiento de predicadores tan elocuen~
tes como Roberto y Vitalis. Sería temerario proponer una solu-
57. Para referencias, L. L. Otis, Prostiiution in h~edievdl Society: ~be
H'15 tory of an Urban lnstitution in the Languedoc, Ch1cag?, 1985, pas~n~.
58. Guiberto, Autobiographie, III, XI~, p. 398; Guillermo de a·
59. E. P. Sauvage, ed., Vita B. Vitalis, XIII, Analecta Bollandiana,
Bruselas, 1882, p. 13.
rnesbury, De gestis regu1n Angloru1n, V, p . . 69. 60. Cf. Otis, Prostittttion in 1nedíeval Society, pp. 154-155.

56/97
116 LA FORM,\ClÓN DE UNA SOCiítDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 117

c1on hasta que dispongamos de un estudio cuidadoso de los tcx 0


fue designado legado papal en 1213, decretó que l~s mujeres que
tos v el vocabulario de este período que nos permita distinguir fueran reputadas prostitutas <{por confesión IegaI, ded:-iración de ~--'
entr:~ moralidnd y realidad y establecer sí hay diferencias de sig- testigos o notoriedad de los hechos» debían ser excomulgadas, •I',. 1 ~:, :
1

nificado imoorrantes entre los abundantes sinónimos de palabras expulsadas de ia ciudad y tratadas según Ias costumbres aplicadas ,''. 1.·:,. -
como pelle;, meretrix, etc. Una útil in.dicación es que meretrix, n los leprosost- una analogía que babía quedado sugerida en la .:-·
í el térn1ino romano más común para «prostituta», parece que en exclusión de la prostitutas de la misa en Notre Dame poco antes . J-; .~.J
la Alta Edad Media se llega a utilizar para deíinír a cualquier de 1200. A las prostitutas se las expulsó fuera de las murallas de}:. ·
mujer que se comportara 'de manera escandalosa, de modo que Toulouse en 1201, por decisión de los cónsules, y la misma me-
más tarde, en el siglo XII 1 fue necesario restringirlo con la pala- dida se estipuló.- en las ordenanzas c;le Carcasona pocos afias más
bra publica para restablecer el sentido preciso y rnás antiguo de tarde; 63 fue una política seguida ampliamente en la primera mitad
\_mujer asequible por dínero.61 del siglo XIII, pero que con frecuencia Ílnplicaba ~y en la prác-
-:;- Entretanto, es mejor suponer que la tendencia reflejada en eI tica debe haberlo acarreado siempre- que se acept2ba la reali-
entorno de Jos predicadores estaba n1ás emparentada con las cam- zación del negocio en los campos o los suburbios fuera de. las
biantes estructuras del señorío y el parentesco en el campo y con murallas.
las dificultades de una década marcada por· el hambre, que con El tratamiento de las prostitutas recordaba frecuentemente al
el fenómeno familiar de la prostitución urbana que aparece cls- de los judíos. -Lfines_ -~~I~~~gl~rI ~~-~_enta~ilida-ª_-4~1 n~g~c:i~J~~­
·J ramente en las ciudades del norte de Europa en la segunda mitad explotada_}:!I_!JE_li~rnente por los p_ríncipes o las autori.dade.s. munJ-
'-del siglo XIL Enrique II promulgó en Ban..kside, en 11(~1, las c1j?;Ies _mediante s.i~t~-mas de 1ice~~~-13s--y monopollos- firm.e·~en_te
ordenanzas sobre la dirección de los bürdeles de Londres 1 y Felipe ~"2~egi.d_% p~~-¿~ tieffipo en tiem.pÜ 1os acCeso.s de -ffi"or~lid.ad_
Augusto, en uno de los primeros actos de su reinado, prohibió a pública, con frecuencia nrovocados por desastres: conducí_a.Ó . a
las prostitutas parisinas ejercer su negocio en el cementerio de los ª'~~~~elamien_tos. y expuls-iones; a fines de la -Eda'ct lvíedia,--al ~~~~­
_ Santos Inocentes. El grupo de maestros de la Universidsd de nos en el sudoeste _de Francia, -el b_arri_o de mala fama estabá
\·París, cuyas deliberaciones sobre 1-os problemas sociales de este .
~~1~~d ?~·p;r ~ur~s Ycustodiad~ co~_o eÍ guet~,~Y . . ~F.ª obligator_i~
período se han conservado, .creía que el principal problema ético r~~idir_ e:J _ ~_1~64 El lugar de ias mismas prostitutas entre los parias
planteado par la prostitución consistía en si era correcto para la_ eS proclamado en la ficción) la retórica ); los reglamentos. En
Iglesia beneficiarse de sus ·ganancias a través de las limosnas, y Londres y en ~~c~;s otras ciudades se las unía a judíos y lepro-1¡
l concluyeron (podernos leerlo shL sorpresa) que lo era.62 La cues- sos en la proh1b1c1on de tocar las mercanc1as puestas a la venta 1
1

tión la había planteado la ofe;:ta de un grupo de prostitutas de -sobre todo los alimentos- y estaban siemp~e expuestas a ser"-
aportar una ventana en honor de la Virgen en la reconstrucción expulsfldas de las calles, en especial durante las festividades reli-
de Notre Dame, como contribuían los representantes de otros giosas. En Perpiñán se las oblÍgó a suspender sus actividades du-
oficios; no se aceptó, pero el camino quedó preparado para la ::ante Semana Santa y se Ias encerró en el hospital de leprosos,
aceptación en el futuro de una caridad menos embarazosamente hasta que se trasladaron al asilo de pobres, no por proporcion:u-
llamativa. Cuando un 1nicmbro de ese grupo, Roberto de Cour~on}
63. Otis, Prostitution in Afedieval Society, p. 17.
61. Jb;J., p. 16. 64. Ihid., pp. 25 s.s.; <(Prostitution and Repentance in Late 1\1ediev::i.l
62. J, Baldwin, hfasters, Princes and MercEants, 2 vals., Princeton, Perpignan», en \Vomen of the Medieval Woríd, J. Kirshner y S. Wemple1
1970, vol. I 1 pp, 133-137; voL II,. pp. 93-95. eds., Oxford, 1985, pp. 137-157.

57/97
118 LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA CLASIFICACIÓN 119
1
les un acomodo más sano sino mejor guardado. Arnaldo de Ver- convirtieron en el eje de crecientes temores.69 Todos estos casos,
niolles anudaba los hilos del miedo cuando explicaba al inquisidor ¡;in dUdil- Otros, eii_~P_!ifl-c;~~TIO~-~D~ SCfí~ de evolucion~~---dif~­
Jacgues Fournier que_ había temido estar contagiado de lepra cuan- rentes conducentes de manera independiente a la persecución en
do su cara se cubrió de _granos después de haber estado con una grados mayores o menores de estas o de otras categorías preexis-
prostituta -así gue en su lugar decidió acostarse con muchachos. 65 tentes y objetivamente definidas de individuos, sino a~t~--4~
un_ único_proceso _de_ recla_síficación s_oci~l de largo alcance. Podría
J;s~~ib~irse con e~taS pal~b·~;;·tOn1ad;;-d~:Edmu~Leac~
El enemigo definido
Aunque nuestra capacidad de modificar el entorno es muy
limitada, tenemos una capacidad virtualmente ilimitada de Pº*
Podría exprimirse más la argumentación, al precio de desbor* ner en práctica juegos con la versión ínternalízada del ent_orno
dar el conocimiento existente en mayor medida de lo que lo que llevamos en la cabeza: tenen1os gran .libertad para dividir
hemos hecho. Guiberto de Nogent (otra vez) cuenta varias his- el mundo externo en categorías nominales y organizar después
torias contra los usureros, uno de los cuales (evidentemente no las categorías para adaptarlas a nuestra conveniencia social.70
un judío) fue visitado por el demonio~ 66 los usureros quedaron
( excluidos de la cornuni6n y el entierro cristiano PQ!el Segundo En estos prL.-neros dos capítulos hemos visto cómo durante -i
1
Concilio de Letrán en. 1139, y fueron, con los judíos y las pros- los siglos XI, xrr y XIII, judíos, herejes, leprosos, homosex-uales
titutas, los principales objetivos de la campaña de predicación de masculinos y otros grupos fueron víctimas en grados diferentes
Fulk de Neuilly en Francia del norte y Normandía en la década de una reacomodación de la «versión internalizada del entorno»,
de 1180 1 de las sociedades urbanas para la supresión de la here~ que los definió con más ex:actitud que antes y los clasificó como j
. jía y la sodomía en Francia e Italia en el siglo A""III, y de la Inqui~ enemigos de la sociedad. Pero no fue sólo una cuestión de defini-
v sicíón en la Florencia ·del_ xr.v.<i7 La herejía se vinculó con frecuen- ción. E.D _~B:4?-."~aSQ_$~ CO_E.Sttl.;!y_q_l.).J:l.~}-!Q, apoyado sobre cualquier
\ cía a la locura; ~1 que.~este _mismo peiíOdO-~~x~l~X.~!ª !'! -~ud;-; realidad que pudiera fundamentarlo, mediante un acto de imagi-
;-1CEOtas··de li herencia en -el detEChó-h=igiéS presupone otro prcc nación colectiva. Se e;~~~~¿_ ca_tegqfjª 9-~te~i:nin~}-ª -n1aniaueo, l
'Ceso--decl~sificación ··.e identificaCión. 68 La dclillicióñ- de la pros- ~QfQ 1 __~pJQS_0-;1_.s_9_cbrnita, etc.- ~pudoJ~el!t~fic~~?-~ co_:n? fuen·
CTipción fue esencial en el desarrollo legal inglés en la etapa !1:-4f...~sn;itarp.ínación. @.cíal y: cuyos miembros_ podían ser eXcluidos
angevina. A medida-qu.e el uso del dinero se hacía más general, de la sOciedad cristiana y, Wm'O-elli:!ñiiOs. sUyós,-set-SOIDéti_dOs a
Jo_s mismoCpo_br~s-=-é-S~e~-1~~ p~bres invol~~ta·riüs~ fueron perSeCÚ.Cí6ñ:Cenuncia e interrogatorio, hasta la exclusión de la
définidos de f¿!ma ·más precisa por su carencia de dinero y S.! comunidad, la privación de derechos civiles y la pérdida de la pro- . 1
piedad, de la libertad y, en ocasiones, de la misn1a vida. Todo ·-
esto no fue en absoluto un proceso simple o único. Tenía ante sí
65. E. Le Roy Laduúe, lYiontaillou, traducción inglesoa de B. Bray, Lon- una larga y terrible historia, con un período fundamental de
dres, 1978, p, 145. (Hay trad. cast.: lvfontaillou, aldea occitana de 1294
a 1324, Madrid, 1981.)
66. Guiberto, Autobiographie, III, XIX, p. 450. 69. Cf. la observación de Bos\Vell de que «los pobres ... se convirtieron
67. D. Webb, «The possibilíty of toleration: MarsigÜo and the City en objeto de imponente legislación y considerable antipatfa por parte de la
States of Italy», en W. '}, Sheils, ed., Persecution and Toleration, Studies clase dirigente de muchos países¡> en Ja Baja Edad Media, Christiartity, So-
in Church History 1 21 (1984), pp. 91-112, cial Tolerance and Hon1osex11ality, p. 271 y nota.
68. Pollock y Maitland, History of English Law, vol. 1, p. 481. 70. Leach 1 Culture and Cor;1111unication, Cambridge, 19i6, pp. 35-36.

58/97
120 LA FORMACIÓN DE UNA SOClED:\D REPRESORA

desarrollo entre mediados del siglo xv y mediados del >.'Vll y otro,


tipenas es necesario añadirlo, en el xx. En suma, llegó a ser una
parte del carúc_ter de la sociedad europea, y algo que empezó en
los sicrlos XI v XII con la persecución de herejes, judíos y lepro-
sos. La pregu.nta a la que debemos atender nhora es: ¿por qué'?
¿Que conveniencia social dictó esta reacomodación de categorías?
¿Qué necesidad fue la madre de esta invención singularmente du·
Tadera y adaptable?
3. PUREZA Y PELIGRO

El te1nor a la contaminación

La retó:ica de la persecución proporciona una indicación ini-


cial obvia sobre sus motivos. La amenaza representada por las
víctimas es omnipresente y tan contagiosr. como para ser virtual-
mente irre:ústible. Está contenida de m:inera especial en la ame~
naza sexual y se encuentra representqda vívidarnente en ella. Los
n1onótcnos tópicos sobre las minorías inconformistas y opriP-1idas
que se h:.n hecho tan familiares en les siglos recientes se prefigu-
ran en las afirmaciones de que Tanchelmo y Enrique de Lausana
atraían a las mujeres a sus sectas mediante la seducción. Se decía_,
que entre las ama;;.tes de Enrique estuvo 12 mujer de un caballero,
con_ la que se entretuvo durante un -interludio de su subversión
de Le lví.ans; según el cronista, estaba.formidablemente provisto
para la tarea, como se decía de los judíO·s,, :Y también de los lepra·
sos, cuyas extremidades estaban hinchadas por su horrible enfer~
medad. Destacada con menor frecuencia, pero no menos car3cte·
rística 1 es la descripción habitual de quienes portan una amenaza
como vagabundos y desarraigados no limitados por fronteras o
sometidos n las restricciones de la costumbre o el parentesco, sin
medios visibles de mantenimiento o un lugar establecido en la so-
ciedad. Este es el lenguaje del temor, y del temor al cambio socinl.
El temor a. la contaminación protege las br1rrer::is y el temor
n. 18. conta1ninación sexual, las barreras sociales en particulnr. En
los últimos años los historiadores han encontr:ido una nplicnción
de esta generalidad particulnrmente ilustrativa. En su famoso aná·

59/97
“La Iglesia: un edificio excepcional en el paisaje social”
p. 13-32
Dominique Iogna-Prat
Iglesia y sociedad en la Edad Media
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2010
78 p.
Diagrama
(Serie Historia General 26)
ISBN 978-607-02-1216-1

Formato: PDF
Publicado en línea: 10 de diciembre de 2019
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D. R. © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


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LA IGLESIA:
UN EDIFICIO EXCEPCIONAL EN EL PAISAJE SOCIAL

El cluniacense Raúl Glaber debe su celebridad como historiador a


su interés casi obsesivo por todos los acontecimientos sobresalientes
que tuvieron lugar en torno al millenium del nacimiento y de la pasión
de Cristo. Menciona los múltiples desórdenes de un universo enve-
jecido: cometas, hambrunas, lluvias de sangre, apostasía de cristianos
que se convierten al judaísmo, oleadas de herejes. En sentido con-
trario, Glaber releva los signos anunciadores de una nueva alianza
entre Dios y sus fieles, señal de una verdadera renovación del mun-
do. Es notable que esos signos diversos de renacimiento manifiesten
todos una fuerte relación con la tierra: descubrimiento de reliquias,
concilios de paz e instauración de zonas sin violencia, construcción
de un “blanco manto de iglesias”, peregrinajes a los Lugares Santos;
expansión de la cristiandad hacia el este con la conversión del rey
de los húngaros, Esteban, que abre una vía terrestre hacia Jerusalén.
Símbolo de un mundo que se despoja “de los harapos de su vejez”,
la construcción (o la reconstrucción) de iglesias sobre casi toda la
Tierra en las cercanías del tercer año posterior al año mil, es el so-
porte de un vasto programa de reforma monástica. Luego de estas
menciones generales, Glaber prosigue, en efecto, con los ejemplos
de construcciones y constructores de origen monástico, especial-
mente de Cluny, y, para marcar claramente el movimiento de santi-
ficación del mundo gracias a la reforma monástica, a continuación
describe los descubrimientos, por todos lados, de reliquias santas,
como si el “blanco manto de iglesias” de la edad de los monjes ofre-
ciera a los antiguos mártires del cristianismo el relicario apropiado
para “revelarse a las miradas de los fieles”.
Los historiadores de la heresiología medieval notaron desde
hace tiempo que “el blanco manto de iglesias” celebrado por Glaber
no se manifestó sin problemas y que unas voces discordantes se
hicieron escuchar para cuestionar la necesidad misma de los lugares
de culto. El Libro de los milagros de santa Foy de Conques relata así las

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declaraciones de un campesino del Bazadais que denunciaba la “es-


tupidez” de dedicar oraciones a algo que, a sus ojos, no es más que
una “cabaña del bosque”. Más al norte, un gran obispo activo en
las márgenes del reino capeto y del imperio salio, Gerardo de Cam-
brai, durante un sínodo reunido en Arras en 1025, hace retornar al
buen camino a herejes que, entre otras desviaciones, sostienen que
“el templo de Dios no tiene mayor dignidad […] que un dormito-
rio”. A semejanza de clérigos de Orleans, condenados a la hoguera
en 1022, esos herejes anónimos niegan el hecho de que “el conti-
nente pueda definir el contenido”. Por esta toma de posición radi-
cal, se inscriben en la tradición directa de los padres latinos, más
que reservados en materia de celebraciones monumentales, y obli-
gan a sus adversarios a un esfuerzo doctrinal sin precedentes. Antes
de la intensa reflexión que se produjo durante el siglo xii y en el
cuadro de la gran síntesis sacramental asociada a los nombres de
Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo y Tomás de Aquino, los po-
lemistas ortodoxos de la primera mitad del siglo xi, especialmente
el redactor de las actas del sínodo de Arras, se dedican a recordar
la antigüedad de la tradición monumental sobre la que se apoya la
iglesia, equivalente tipológica del tabernáculo de Moisés y del tem-
plo de Jerusalén; sobre todo, se empeñan en definir lo que distingue
al edificio destinado al culto de las otras construcciones hechas por
la mano del hombre. Es en ese contexto que emerge la primera
formulación doctrinal de lo que podríamos llamar un “plus” eclesial:
la iglesia es definida como un “lugar especial” donde Dios está “más
presente” y donde “su gracia se derrama más abundantemente”.

El lugar de culto en el Occidente medieval:


entre santidad y sacralidad

¿Cómo se llegó hasta a eso? ¿Cómo es que el término ecclesia, que


originalmente designa a la asamblea de los fieles, llegó en el mun-
do latino, a designar igualmente el lugar de culto? ¿Por qué se
adoptó precisamente ese término ambiguo, cuando había disponi-
bles otras numerosas denominaciones (aula, basilica, domus Dei, do-
minicum, fabrica, locus, templum)? ¿Por qué y cuándo la iglesia-monu-
mento se convirtió en un elemento indispensable para la visibilidad
social de la institución eclesiástica? El movimiento global de afir-

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mación del edificio eclesiástico en el paisaje social representa, de


hecho, una prodigiosa inversión de los valores, que afecta a largo
plazo al cristianismo. El objetivo de este capítulo es, en primer lugar,
presentar los grandes rasgos de la lenta maduración eclesiológica
que, haciendo uso de las doctrinas sacramentales, permitió justificar
la confusión, propia del Occidente medieval, entre continente (la
iglesia-monumento) y contenido (la Iglesia-comunidad). En la se-
gunda parte, intentaremos medir los efectos sociales de esta mate-
rialización de lo divino en edificios de piedra.

La santidad de las personas

En materia de localización de lo divino, el legado bíblico posee una


perfecta ambivalencia. Por un lado, Yahvé no duda en proclamar
que el lugar de las manifestaciones teofánicas puede ser “santo”
(Éxodo 3, 4-5; Josué 5, 15) o incluso “terrible” (Gen. 28, 10-20),
porque es la “puerta del Cielo”; por el otro, en relación a Salomón
(iii Reyes 8, 27), no deja de declararse que una casa hecha por la
mano del hombre no podría contener a Dios, y esto, como conse-
cuencia, lleva a Agustín a sostener que Dios existe “sin lugar” o que
es “carente de lugar” (illocalis). Finalmente, no olvidemos el men-
saje de Cristo que proclama hasta el cansancio que su reino y el de
su padre no son de “este mundo”.
Por otra parte, la Iglesia antigua recibe del mundo romano tar-
do-antiguo categorías jurídicas de primordial importancia para
pensar la relación con el mundo —especialmente los calificativos
“santo”, “sagrado” y “religioso”—. Pero fuera cual fuere la influen-
cia a largo plazo de estas nociones para el derecho civil y para el
derecho canónico, conviene insistir en el hecho de que el cristianis-
mo de los primeros siglos se caracteriza por una voluntad manifies-
ta de ruptura con toda forma de sacralidad antigua, se trate tanto
de los templos como de las múltiples formas de panteísmo pagano.
Los discípulos de Cristo son poseedores de una religión “desterri-
torializada” que implica la mínima relación posible con el mundo
terrestre. Si, desde los primeros siglos del cristianismo, algunos es-
pacios son valorizados, es en forma no intencional y a través de
intermediarios. Que la forma no haya sido intencional, tiene que
ver con la personalidad reconocida a las iglesias por parte de la

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autoridad pública. Numerosas leyes promulgadas a partir del rei-


nado de Constantino el Grande e integradas en 438 al Código
Teodosiano se dedican a fijar el destino de aquellos, esclavos o fu-
gitivos, que se refugian en las iglesias. Para justificar la atribución
a los lugares de reunión cristianos de lo que antes había sido el
estatuto de excepción de los templos, la legislación otorga a las
iglesias la calidad de “templos del Dios altísimo”, declara a los al-
tares “sacro santos” y castiga toda infracción al asilo como “sacrile-
gio”. Es así como en el terreno del derecho civil es donde se realiza
el primer reconocimiento de la sacralidad de los lugares cristianos.
Respecto de los intermediarios, se trata de personas excepcionales,
de esos “muertos muy especiales” que son los santos, cuyos restos
se veneran aquí en la tierra porque representan un medium hacia el
más allá. Por una evolución léxica notable, en el latín de los cristia-
nos el término locus (o locullus) termina por designar a las reliquias
de un santo o incluso a la caja que las contiene, el lugar construido
en honor del santo es considerado entonces un gran relicario de
piedra. Al final de una evolución lenta, concluida en el siglo viii,
se impone la regla según la cual no podía existir lugar de culto sin
reliquias. Es así que se llega a constituir un espacio propiamente
cristiano, constituido de polos organizados en redes. La distribución
de las reliquias se hace a partir de lugares de origen (Tierra Santa,
Roma) y de lugares de relevo (Aquisgrán y numerosos santuarios
como Tours, Auxerre) para llegar a toda una miríada de lugares a
escala local. Este fenómeno capital en la constitución de una pri-
mera territorialidad cristiana señala el acta de nacimiento de un
nuevo género literario, la traslación de reliquias, cuyo primer ejem-
plo es la traslación de los santos Pedro y Marcelino por Eginardo
justo a principios del siglo ix. Este nuevo espacio cristiano se orga-
niza en dos niveles complementarios, apropiados para convertir a
la iglesia en el punto de articulación entre lo local y lo universal.
A nivel microscópico, se distingue la patria menor del santo que,
con la llegada de sus reliquias señala su área de influencia, desde los
límites de las tierras donde las reliquias fueron recibidas (aduentus),
hasta el centro en donde el mismo reposa (occursus). El nivel macros-
cópico está constituido por la cristiandad, organizada en múltiples
patrias de santos o de apóstoles, siguiendo la lógica de la diuisio
apostolorum, iniciada en principio por los Hechos apócrifos de los
apóstoles y a la que Isidoro de Sevilla otorgó su forma canónica en

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el De ortu et obitu patrum; hasta ese momento el término que desig-


naba la comunidad de los discípulos de Cristo, “Cristiandad”, toma
un sentido geográfico, cuyo primer testimonio aparece muy a fina-
les del siglo viii bajo la pluma de Angilberto.

La sacralidad del lugar

Los restos del santo no simplemente santifican el lugar de culto,


lo sacralizan. En las vidas o milagros del santo, no es raro ver
evolucionar el término corpus hacia el campo semántico del califi-
cativo sacer. Si el cuerpo del santo y el espacio que ocupa son
“sagrados”, es porque las reliquias participan del ritual de consa-
gración del edificio eclesiástico y de su entorno. La historia de la
formación de ese ritual es larga y bastante compleja. En los pri-
meros siglos del cristianismo no existe ninguna consagración es-
pecífica del lugar de reunión de los fieles agrupados para conme-
morar el sacrificio de Cristo. Es la primera celebración de la
eucaristía la que “consagra” el edificio, así como la instalación en
el altar de restos santos, como el caso de los de Gervasio y Prota-
sio en Milán, que Ambrosio identifica con las almas de los mártires
evocados en el Apocalipsis (6, 14-15). En el siglo vi, en Roma, un
ritual nuevo aparece bajo la doble forma de un exorcismo, desti-
nado a purificar el edificio de toda presencia diabólica, y de la
instalación de reliquias de santos. Por su parte, la liturgia galo-
franca conoce en un primer momento dos rituales separados: por
un lado, la consagración del altar y de la iglesia; por el otro, la
instalación solemne de reliquias. Con el tiempo, se opera la unión
entre los dos rituales galicanos, como lo atestigua el primer ejem-
plo conocido, el Ordo de Saint-Amand (entre 594 y 650). Sobre la
base de esta armonización más o menos alcanzada, la ceremonia
de dedicación se enriquece a continuación con la bendición de los
objetos litúrgicos (vasos, ornamentos, vestimentas) y con la ilumi-
nación del edificio. En los siglos viii-ix se opera una transforma-
ción mayor. En el contexto de la unificación litúrgica deseada por
los soberanos carolingios, los ritos romano y galicano se acercan
y se combinan, la amalgama se manifiesta en el ordo romano 43.
En el futuro sólo hay que enriquecerlo con el ordo ad benedicandam
ecclesiam de los años 840, integrado a mediados del siglo x en el

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pontifical romano-germánico (ordo 40), que llega a Roma durante


el siglo xi, donde se le agregan algunos elementos en el siglo xiii.
Al término de esta lenta maduración, el ritual de dedicación, limi-
tado originalmente al sacrificio eucarístico, se transforma en uno
de los momentos más fastuosos de la liturgia latina.
Los años 840, tiempo de síntesis y puesta en marcha de un ritual
unificado de consagración para el lugar de culto, primero a escala
del imperio carolingio, luego de la cristiandad latina, ven igualmen-
te emerger un comentario a ese ritual, el Quid significent duodecim
candelae. Ese comentario permite establecer una relación entre litur-
gia y eclesiología y, al hacerlo, comprender las apuestas sociológicas
del ritual. Es en ese contexto discursivo que el término ecclesia se
impone como terminus technicus para designar al edificio eclesiástico.
La elección de ese término por la cristiandad latina (el cristianismo
oriental continuará distinguiendo con términos diferentes el lugar
de reunión de los cristianos, naos, y la comunidad de los fieles, Ec-
clesia) acarrea pesadas consecuencias, muy bien sugeridas por el au-
tor anónimo del Quid significent duodecim candelae. La Ecclesia (la Igle-
sia comunidad) y la ecclesia (la iglesia-monumento) comparten una
relación de tipo metonímica según la cual el continente designa el
contenido y viceversa. Esta confusión, que es objeto en los siglos
siguientes de exégesis múltiples y refinadas, dice bastante acerca de
la visibilidad de una institución, la Iglesia, que, a través del edificio
que la designa, se impone en el paisaje social. Es en esta dinámica
donde el modelo iconográfico de la Ecclesia, hasta entonces referido
a una alegoría femenina, llega a identificarse, en el curso del siglo
xi, con un edificio apropiado para estructurar al pueblo cristiano en
dos grupos bien distintos (clérigos y laicos).

La sacramentalización del lugar de culto


en la edad de la Reforma de la Iglesia

Después del siglo ix, la época de la reforma de la Iglesia en los siglos


xi y xii representa el segundo momento importante en la definición
de una doctrina del lugar de culto. El clero gregoriano tiene como
proyecto de conjunto la construcción de una sociedad cristiana. Para
ser de la Iglesia, conviene estar en la iglesia; es necesario pasar por
el edificio de piedra para acceder al templo espiritual.

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Pero estar dentro supone también la posibilidad de estar por fuera.


Existen los cristianos, piedras vivas de la comunidad sacramental
que es la Iglesia, y existen los otros. Un testimonio claro de la sepa-
ración establecida entre los miembros del cuerpo de Cristo y de
quienes no lo son aparece a partir de los años 1050 en los comen-
tarios del canon de la misa, especialmente de la fórmula “Ut nobis
corpus et sanguis fiat dilectissimi tui domini nostri Iesu Christi”. Refirién-
dose a la sentencia agustiniana según la cual “no existe lugar para
el verdadero sacrificio por fuera de la Iglesia católica”, los exégetas
proveen una definición restrictiva del “nosotros” (nobis) entendida
en la exclusión de los otros —todos los otros, es decir los herejes, los
judíos y los paganos (casi siempre se trata de los musulmanes)—. En
respuesta, los movimientos heterodoxos —desde los años 1020 has-
ta los cátaros, que aparecen en la segunda mitad del siglo xii— se
oponen a toda mediación eclesial; se niegan entonces a confundir
continente (iglesia) con contenido (Iglesia) y sostienen que es impo-
sible encerrar a Dios en un edificio hecho de piedras y de muros.
Las primeras sumas escolásticas se elaboran sobre el terreno
fértil de esos debates. En ellas, la Escritura es tratada como una
gran catedral y los monumentos bíblicos —el Arca de Noé, el
Tabernáculo de Moisés, el Templo de Ezequiel, el Templo de Salo-
món y de David, cada uno como prototipo de la Iglesia— concebi-
dos, según la hermenéutica de los tres sentidos, no solamente como
edificios representables (sentido histórico) sino también como mar-
cos necesarios para pensar la sociedad cristiana (sentido alegórico)
e incluso la vida espiritual de cada uno de los fieles (sentido tropo-
lógico). No se trata entonces simplemente de describir el conjunto
de la sociedad como una catedral, sino también, y sobre todo, de
dotar de una arquitectura al conjunto de la Creación como lo hace
Hugo de Saint-Victor en su De sacramentis, una obra capital en la
reflexión doctrinal llevada a cabo entre los años 1050-1150 en tor-
no a la cuestión del lugar de culto. Ésta se organiza alrededor de
tres ejes de reflexión principales:
1) El primero se remonta al debate provocado por Berenguer
de Tours en la segunda mitad del siglo xi acerca de la Eucaristía.
Desde los inicios de la controversia en la materia, que se originan en
la confrontación entre Pascasio Radberto y Ratramno de Corbie en el
siglo ix, se pueden distinguir esquemáticamente dos posiciones: de
un lado, los que sostenían el “realismo” eucarístico, según el cual

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las especies consagradas (pan y vino) se transforman realmente en


cuerpo y en sangre de Cristo; por el otro, los “simbolistas” (entre
los que se contaba Berenguer) sostenían que el cambio postulado
no es más que una imagen, la Eucaristía no tenía más objeto que
recordar el sacrificio de Cristo como fundamento de la Iglesia, sin
que sea necesaria su reiteración real. La victoria de los realistas (al
menos oficialmente) influye indirectamente en la cuestión del lugar
de culto. La transformación (se dice también “transmutación” e
incluso, a partir de 1140, “transubstanciación”) real de las especies
tiene como consecuencia dignificar no sólo el momento (la misa) sino
también el lugar del sacrificio (la iglesia) considerados como un
“plus” perteneciente al dominio de lo divino.
2) Paralelamente a estas discusiones, se reflexiona acerca de la
noción de causa sacramental. Pedro Lombardo sostiene que los sa-
cramentos realizan aquello de los que son figura: “causan la gracia
al significarla”. Hugo de Saint-Victor presenta la noción de causa-
lidad “dispositiva” (Tomás de Aquino hablará de causalidad “ins-
trumental”), según la cual el sacramento instaura las condiciones
que predisponen a la recepción de la gracia, un poco como a la
manera de un vaso o de cualquier continente necesario a la reali-
zación del contenido; aplicada a la iglesia-monumento, se mide toda
la importancia de la noción de sacramento-vaso.
3) La reflexión en materia de causa sacramental es contemporánea
de un importante esfuerzo de clasificación de los sacramentos. Se
distinguen entonces siete sacramentos mayores (sacramenta: bautismo,
confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden, matrimo-
nio) y una serie de sacramentos menores (sacramentalia), entre ellos el
agua bendita y la imposición de cenizas. La definición de los siete
sacramentos no se realizó sin problemas. Por ejemplo, durante largo
tiempo se dudó si acaso la dedicación o consagración de la iglesia
debía encontrarse entre los siete sacramentos mayores. Al final de
muchas dudas, se excluyó la dedicación de la lista de los siete sacra-
mentos o, mejor dicho, la integró, pero sólo a medias, con el precio
de un interesante desdoblamiento del primero de ellos, el bautismo
—bautismo del edificio emblemático de la comunidad y bautismo de
los fieles—. En un sermón de dedicación que haría escuela, Ivo
de Chartres explica que la consagración de la iglesia representa la
primera etapa de un proceso: conviene que el edificio sea bautizado
para que los fieles puedan serlo también y que los otros sacramentos

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LA IGLESIA: UN EDIFICIO EXCEPCIONAL 21

se cumplan en el seno de ese espacio funcional que es la Iglesia.


En otras palabras, el bautismo de la iglesia dispone a la realización de
los otros sacramentos; sin él, no hay espacio sacramental y por lo
tanto no hay comunidad cristiana.

L a espacialización de lo sagrado

Bautizada como una persona, la iglesia es también santificada como


tal. Al final de un largo proceso de maduración doctrinal, la primera
escolástica consagra, podemos decir, la personalización de la iglesia-
edificio. Este punto de llegada, que nos retrotrae paradójicamente a
nuestro punto de partida —la santificación de las personas y no de
los lugares—, dice mucho sobre la inversión de los valores que tuvo
lugar en el seno del cristianismo entre la edad de los padres y los
años 1150. Originalmente considerada una necesidad material des-
deñable frente a las moradas inefables de la ciudad celeste, la iglesia-
edificio se impuso a tal punto en el paisaje que se convirtió en el
lugar inevitable de congregación y de control de los hombres.
La lenta formación de una doctrina sacramental del lugar de
culto que hemos intentado esbozar a grandes rasgos, no es un sim-
ple capítulo de la historia de la Iglesia. En la medida que los tér-
minos Iglesia y sociedad son coextensivos y que no existe, en la Edad
Media occidental, un criterio laico de pertenencia, es también un
capítulo de la historia de la sociedad e incluso un capítulo esencial
en la definición a largo plazo de la noción de territorio. De allí la
necesidad de pasar del dominio de las doctrinas eclesiales al de las
prácticas sociales. Un simple ejemplo nos persuadirá de esta nece-
sidad. Hemos señalado más arriba que con el fin de definir el “no-
sotros” del canon de la misa, los exégetas recurrieron, desde los
años 1050, al proverbio agustiniano de acuerdo al cual “no existe
lugar para el verdadero sacrificio fuera de la Iglesia católica”. Esta
noción de “lugar para el verdadero sacrificio” parece pasar rápida-
mente del terreno de las doctrinas al de la práctica y de los escritos
a valor jurídico. Así, entre 1030 y 1070, algunos autores provenzales
de actas de fundación o de dotación de iglesias sostienen que la
“casa” (aula) llamada iglesia, puesto que contiene la Iglesia, fue
instituida por el Señor, los apóstoles y los padres para ser el “lugar
del verdadero sacrificio”. Esos textos, escasos de seguro, señalan con

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notable insistencia el nexo que une el acto sacramental y el lugar


de su realización: si es digno ofrecer un sacrificio a Dios, entonces
conviene hacerlo en un lugar apropiado.

La iglesia como conjunto

Este lugar es considerado como “propio” de lo divino al final de una


lenta evolución, cuya historia comienzan a escribir los exégetas de
la liturgia, como Walafrido Estrabón, a partir de los años 840. Dos
fases de esta historia nos interesan aquí: el surgimiento antiguo de
edificios cristianos (en plural), más tarde el agrupamiento en un solo
lugar de funciones anteriormente divididas en distintos edificios.
Los primeros cristianos no tienen ninguna razón para dotarse
de edificios específicos para reunirse, rezar y compartir la comida
común que está en el origen del rito eucarístico. De la misma
forma que a los apóstoles, les alcanza durante mucho tiempo con
casas, donde se juntan en pequeños grupos y cuya estructura reto-
can para esta necesidad. En Doura Europos (Siria), la primera
domus ecclesiae atestiguada por la arqueología, de mediados del siglo
iii, es una simple casa en la que dos habitaciones fueron especial-
mente afectadas a las necesidades de la comunidad: una para las
reuniones de la asamblea, la otra para el rito del bautismo. En
Roma, el Titulus Byzantis es, durante el siglo ii, una modesta celda
en un comercio, luego una domus ecclesiae destinada a reunir un
conjunto de casas vecinas de la misma manzana para formar, en el
siglo v, la basílica puesta bajo el patronazgo de san Juan y de san
Pablo. Para responder a los problemas de la cantidad de fieles, de
las primeras necesidades del culto, así como a la necesidad de dis-
tinguir, en el seno de la asamblea, los servidores de los fieles, y los
hombres de las mujeres, la domus ecclesiae conoce una evolución
morfológica que la convierte en un edificio específico (aula eccle-
siae), dotada de una sala amplia para la asamblea y que adopta
habitualmente, a partir del siglo iv, la forma más común de la
arquitectura civil: la basílica.
A decir verdad, el aula ecclesiae contemporánea de la Paz de la
Iglesia (313) en principio no es más que uno de los edificios propios
de la comunidad cristiana. La primera arquitectura del cristianismo
está, en efecto, compuesta de tres lugares funcionalmente separa-

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dos, que pueden ciertamente ser articulados, como en el caso de


los grupos episcopales paleocristianos, pero que no están insertados
en un conjunto arquitectónico único: el lugar del culto en el sen-
tido propio del término, definido por la presencia del altar; la
capilla de los mártires, fundada sobre las reliquias; el baptisterio,
centrado en la pila o en piscina. La evolución esencial de la estruc-
tura de los edificios eclesiásticos durante la alta Edad Media con-
siste justamente en reunir, articular y jerarquizar esos diferentes
polos funcionales, convirtiendo a un mismo lugar, la iglesia, en la
conjunción de las esferas bautismal, martirial (o santoral) y euca-
rística. La política llevada a cabo por Gregorio el Grande en San
Pedro de Roma a fines del siglo vi da una buena idea de los cambios
morfológicos realizados antes o después según las regiones. El papa
elige valorizar el altar resaltándolo de distintas maneras; sobre
todo, lo ubica justo por encima de la cripta que acoge las reliquias
como forma de establecer una relación vertical y jerárquica entre
Cristo y sus santos. Otra etapa, también esencial, consiste, entre los
siglos ix y xi, en instalar pilas bautismales en el interior del edifi-
cio que abriga ya el altar y la confesión de los santos.
Una dinámica parecida de agrupación se encuentra en el co-
razón del ritual de consagración de la iglesia, que, a partir de los
años 840, se impone al conjunto de la cristiandad latina. La cere-
monia se enfoca en un polo central constituido por el altar, que
asocia de manera íntima pero jerarquizada a Cristo y a sus santos.
Ese polo sacramental obedece a una lógica englobante e irradiante.
Por una parte, el ritual conformado en los libelli litúrgicos luego
en los pontificales se extiende, bajo la forma de bendiciones o de
consagraciones, a múltiples objetos (muros, campanas, manteles
de los altares, etcétera) constitutivos de un todo, el lugar de culto.
Por otra parte, el conjunto consagrado irradia y gana su entorno
inmediato dedicado a los muertos cristianos; desde los años 960,
en efecto, los pontificales presentan un ordo de consagración de
los cementerios complementario de la dedicación de la iglesia
misma. Es el punto de partida de una dinámica espacial según la
cual el altar y la iglesia constituyen un polo en extensión del cual
depende todo un conjunto de áreas concéntricas —cementerios,
vallados de paz (sagreres), parroquias, señoríos eclesiásticos— que
contribuyen largamente a fijar el hábitat, a agrupar a los hombres
y controlarlos.

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24 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

Fijación del hábitat, agrupamiento y control de los hombres

La especialización de lo sagrado en el Occidente medieval participa


así de una historia global de la sociedad, una historia cuyos para-
digmas fueron profundamente renovados desde hace unos cincuen-
ta años gracias a los aportes de la arqueología del hábitat, los cuales
obligan al medievalista, nolens volens, a retomar el conjunto de sus
reflexiones sobre la “sociedad feudal” y el rol de la Iglesia en el seno
de esta sociedad, en definitiva, a releer a Marc Bloch y Georges
Duby a la lux de Richard Morris.
Lo esencial de la renovación de los paradigmas consistió en
historizar la pregunta acerca de los modelos de vida, poniendo nue-
vamente en duda el presupuesto de la inmovilidad del hábitat an-
tiguo y la antigüedad de las estructuras eclesiales. La tesis defendi-
da en el pasado por Abois de Jubainville y Fustel de Coulanges
acerca de una filiación directa, en las antiguas zonas de colonización
romana, de la villa o aldea ya ha sido unánimemente abandonada.
En revancha, numerosos historiadores de la Antigüedad tardía sos-
tienen aún, por un lado, que la organización de la Iglesia en los
lugares de sepultura reservados a los cristianos se produjo a media-
dos del siglo iii y, por el otro, que la “parroquia” (sea cual sea la
denominación dada al agrupamiento de fieles alrededor del lugar de
culto) es, a partir del siglo iv, un fenómeno estructuralmente ligado
a la edificación de iglesias.
Entre los medievalistas, la tesis de la antigüedad de las estructu-
ras eclesiales se enfrenta, a partir de los años 1970-1980, con las
enseñanzas de la arqueología rural, que presenta los desplazamien-
tos del hábitat como un fenómeno recurrente durante el curso de la
alta Edad Media. Según las regiones de Europa, las poblaciones se
habrán asentado más o menos entre los siglos viii y xii —asenta-
miento que los arqueólogos y los historiadores, que no trabajan en
la misma escala, no explican de la misma manera—. Como lo ha
demostrado perfectamente Elizabeth Zadora-Rio, la aldea del histo-
riador no es la misma que la del arqueólogo. En la escala macroscó-
pica de los sistemas de explicación global, los historiadores se dedi-
caron, en general, a articular ese fenómeno de asentamiento
duradero del hábitat con una mutación social de gran envergadura:
la puesta en marcha (más o menos precoz según distintos análisis,

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LA IGLESIA: UN EDIFICIO EXCEPCIONAL 25

entre los años 850 y alrededor del año mil) de la sociedad feudal.
Según el modelo del “incastellamento” propuesto por Pierre Toubert,
la transformación del hábitat y la reorganización de los territorios
que afecta el Lacio y la Sabina en los siglos x-xi sería el resultado
de la voluntad señorial de agrupar a los hombres en lugares elevados
y fortificados para controlarlos mejor. Esta tesis, que hace del castillo
el centro de una organización social nueva, fue a continuación am-
pliada por Robert Dossier bajo la forma de un “enceldamiento”
generalizado, consistente en fijar a las poblaciones alrededor del
castillo, de la iglesia, del cementerio y de la parroquia —polos y
“células” para la agrupación, control y dominación de los hombres—.
Lejos de satisfacer a los arqueólogos, para quienes es muy difícil
encontrar en el terreno tantos fenómenos conexos (concentración
de hábitat, fortificación, delimitación de áreas de agrupamiento), el
modelo del parcelamiento (“enceldamiento”) tiene valor a lo sumo
para “la infancia” de Europa occidental. Luego de un primer milenio
de itinerancia y de desplazamientos sobre territorios limitados, el
mundo nórdico ofrece, en efecto, otro paradigma de fijación del há-
bitat, en los siglos xi-xii, bajo la forma de agrupamientos de casas-
establos que no deben nada ni a los castillos ni a las iglesias.

El “inecclesiamento”

En dos estudios recientes, Michel Lauwers sistematizó la contribu-


ción del polo eclesial a la historia del “enceldamiento” al hablar de
“inecclesiamento”. Calcado de “incastellamento”, el término “inecclesia-
mento” tiene por objeto caracterizar el proceso por el cual la Iglesia
en tanto que institución es creadora de espacio social.
Para apreciar toda la fuerza de su innovación, conviene insistir
sobre el hecho de que ese proceso —cuya génesis se puede situar
groseramente en los años 850-900— está en total contradicción
con el desinterés original del cristianismo anterior a la Iglesia por
someterse a parámetros de organización terrestre. Las primeras
comunidades cristianas heredan las estructuras territoriales roma-
nas —especialmente la ciudad y la diócesis— sin atribuir a esta
herencia un sentido diferente que el de las necesidades materiales
de una estadía aquí en la tierra, deseando además que sea lo más
corta posible. Para calificar la naturaleza de los cambios que se

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26 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

operaron entre el mundo antiguo y el mundo medieval, ciertos


historiadores no dudaron en hablar del paso de lazos espaciales a
lazos sociales (es decir personales), con el abandono progresivo de
los modelos de organización territorial propias de la Antigüedad
romana, “fundados en una concepción del espacio limitado, regu-
lado y estable, del que da cuenta, por ejemplo, la práctica de las
centuriaciones” (M. Lauwers). Desde muy temprano, la Iglesia con-
tribuyó, a su manera, a ese proceso de desestructuración territorial.
En el marco de un enfrentamiento entre obispos que se disputan
el control de un oratorio aún por consagrar, el papa Gelasio I sos-
tiene que “no conviene que una diócesis esté definida por límites
o en función de lugares determinados”. Dentro de esta lógica, no
es el territorio lo que constituye la diócesis sino la presencia de un
pueblo de fieles y los lazos personales instaurados entre la comuni-
dad y la autoridad episcopal de referencia.
Sin que sea posible aquí, a falta de estudios de referencia, dar
cuenta en detalle de las condiciones precisas en las que se operó
el cambio, es necesario constatar que, desde la transformación de
los años 800, el papado instaura una concepción completamente
diferente de la relación respecto de la tierra, con la elaboración
de los marcos territoriales protoestatales de la “República de san
Pedro”, que es una estructura pública dotada de una frontera. La
primera territorialidad medieval es así tanto un aporte de los
pontífices romanos, soberanos espirituales y temporales, como de
los reyes y emperadores carolingios, otónidas y salios, cuyo espa-
cio soberano confunde alegremente estructuras políticas y estruc-
turas eclesiales. De ello da testimonio, entre otras, la historia de
la creación de diócesis en el reino oriental de los francos y en
Europa central entre 800 y 1050, tema de numerosas bulas pon-
tificales así como de diplomas reales. Desde ese punto de vista,
es llamativo que sea un papa de origen lotaringio alimentado con
prácticas del poder imperial, León IX, quien lanza la moda, ca-
racterística del papado reformador, de los grandes viajes del pon-
tífice romano para consagrar lugares (altares e iglesias) y espacios
ritualmente delimitados por deambulación o “circuitos” (cemen-
terios y propiedades eclesiásticas). Al hacer esto, otorga de alguna
manera una realidad territorial a la libertas romana contemporánea
de su pontificado, los lugares y los espacios consagrados son como
“clones” de Roma. En ese sentido, León IX es, como numerosos

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LA IGLESIA: UN EDIFICIO EXCEPCIONAL 27

de sus sucesores inmediatos, por ejemplo Urbano II, un papa de


la tierra, puesto que es sobre la tierra donde la Iglesia señala en
adelante su presencia.

Las áreas dependientes del altar y de la iglesia

El nuevo modelo de organización territorial al que la Iglesia impri-


me su sello, entre otras estructuras de dominación sobre la tierra y
los hombres, es de tipo irradiante o radioconcéntrica; obedece a la
lógica de polos en extensión —el altar y la iglesia— de los que de-
penden áreas consideradas como específicamente eclesiales.
La primera de esas áreas es el cementerio. La relación entre los
vivos y los muertos conoce entre la Antigüedad y la Edad Media una
completa revolución que afecta profundamente la topografía. Lue-
go de siglos de separación entre los vivos y los muertos con la ins-
talación de las necrópolis fuera de las ciudades, durante la Edad
Media se opera una lenta integración de los difuntos al interior del
mundo de los vivos. La arqueología del hábitat sacó a la luz un
largo proceso que, siguiendo una cronología que varía según las
regiones, posee al menos tres fases: desde las necrópolis en pleno
campo hasta la agrupación de las tumbas en áreas consagradas al-
rededor de las iglesias, pasando por un momento de inhumación
dentro de la zona habitada. Originalmente, el término “coemeterium”
no se refiere más que a la tumba. Hay que esperar al siglo vi para
ver aparecer en el mundo monástico la práctica de la inhumación
comunitaria de cristianos separados de no-cristianos. Pero es mucho
más tarde cuando esa área de inhumación es reservada por consa-
gración a los cristianos —entendiéndose que la inhumación ad sanc-
tos practicada desde el siglo iv no tiene nada que ver con la inhu-
mación en un área ritualmente consagrada—. Como se ha dicho
más arriba, los primeros rituales de consagración de cementerios
aparecen en el siglo x en los manuscritos pontificales; sin embargo,
casi ningún ejemplo está documentado en la práctica antes de los
años 1050 y los canonistas no dan, antes del siglo xii, una definición
clara del cementerio cristiano concebido como una tierra fecundada
por las cenizas de los fieles. Por supuesto, no podemos olvidarnos
de poner esta definición restringida del espacio de los muertos
cristianos en relación con el rechazo contemporáneo de los herejes,

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28 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

los judíos y los musulmanes, tres figuras emblemáticas de la “socie-


dad de persecución” señalada por Robert I. Moore.
En el frente pionero de la lucha contra el Islam, en Cataluña y
en Septimania, la instalación (o reinstalación) de comunidades cam-
pesinas en los siglos ix, x y xi, es señalada en las muy numerosas
actas conocidas como “de consagración de iglesia”. El interés de
las actas de esa práctica es dar una idea precisa de la forma con la
que el espacio de la comunidad se organiza alrededor de la iglesia
recientemente consagrada. Así, el 15 de noviembre de 985, Oliba,
conde de Cerdaña, y su esposa Ermengarda, invitan al obispo Sala
de Urgel a consagrar la iglesia Sant Critófor de Vallfogona. El acta
redactada para la circunstancia precisa que fueron en ese momento
fijados los límites de la parroquia (termini parroquiae) y que el cemen-
terio y un área de paz (sacraria) fueron establecidos “en el circuito”
de la iglesia (in circuitu ecclesie). Las áreas concéntricas dependientes de
la iglesia están situadas en el interior de un límite, el “circuito”, que
evoca a la vez la antigua práctica jurídica romana de delimitación
de los bienes raíces por deambulación y la consagración de cemen-
terios por circunvalación ritual de los clérigos portadores de reli-
quias. La primera área concéntrica alrededor de la iglesia está reser-
vada a los muertos. Enseguida viene la sacraria, círculo de treinta
pasos donde se agrupan los vivos en búsqueda de asilo y de protección
sagrada. Parecido agrupamiento termina a veces formando el núcleo
de una aldea (sagrera, cellera), que ciertos arqueólogos del hábitat
llegan a calificar como “aldea eclesial”.
La última área concéntrica está constituida por la parroquia.
¿Qué debemos comprender con ese término en el último tercio del
siglo x? La “parroquia” (parochia) durante largo tiempo designó una
realidad topográfica completamente distinta de lo que nosotros
comprendemos hoy en día. Contrariamente a lo que los historiado-
res pensaron durante mucho tiempo, no hay continuidad entre el
fundus romano y la parroquia medieval. Las delimitaciones parro-
quiales representan modos de recorte del espacio sin antecedentes;
se trata de una creación medieval, aún embrionaria en los siglos
ix-x, que no llega a la madurez sino hasta los siglos xi-xii. En
tiempos más tempranos, por otra parte, el término parochia designa
una unidad macroscópica, la diócesis, o bien un lugar microscópico,
la basílica o la iglesia. La palabra no adquiere una clara acepción
territorial sino hasta el siglo xii, al final de una compleja historia

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LA IGLESIA: UN EDIFICIO EXCEPCIONAL 29

de atracción de fieles hacia la iglesia, comprendida como el lugar


necesario para la definición sacramental de los cristianos en comu-
nidad, lugar del bautismo y de la muerte, lugar de participación
más o menos regular para el sacrificio eucarístico, lugar de recon-
ciliación y de reintegración para los penitentes. Dos factores prin-
cipales están en la génesis de la parroquia medieval. El primero se
relaciona con el pago del diezmo, que es obligatorio a partir de la
época carolingia y debe ser entregado en el lugar de culto. En ese
sentido, la parroquia es ante todo un territorio fiscal concebido
como el instrumento a través del cual los fieles contribuyen a las
necesidades de la “fábrica”, es decir al mantenimiento de los curas
y esencialmente del edificio mismo, como lo sostiene Hincmar de
Reims en el que es sin dudas el primer tratado sistemático consa-
grado a la propiedad eclesiástica, la Collectio de ecclesiis et capellis. El
segundo recurso histórico de la parroquia es el cementerio. Desde
la época carolingia, se recomienda a los fieles hacerse inhumar allí
donde pagan el diezmo. Con el tiempo (un largo tiempo, si se
tiene en cuenta la distorsión habitualmente grande entre las deci-
siones teóricas del clero y su aplicación en la práctica), el parro-
quiano “natural” es aquel que paga el diezmo y se hace inhumar
en la misma parroquia. De allí la confusión frecuente entre cemen-
terio y parroquia.

La tierra de los santos y el espacio de los monjes

Al final de esta presentación sumaria de las áreas dependientes de la


iglesia, conviene hablar acerca de la política territorial llevada a cabo,
siguiendo el ejemplo de la República de san Pedro, por los grandes
señores eclesiásticos que decían pertenecer a Roma: los monjes clu-
niacenses. No se trata ciertamente más que de un ejemplo, aunque
emblemático, de un fenómeno general que merecería otros estudios
de caso: la territorialización de la libertas ecclesiae.
Las cerca de cinto mil actas anteriores a 1120 acumuladas en el
archivo, luego en los cartularios, de Cluny dan testimonio de la
intensidad de la política de acumulación de bienes inmuebles que
señalan los dos primeros siglos de historia del monasterio fundado
en 910. Es sobre esta base inmueble constitutiva de una “tierra
santa” en cuanto propiedad de los santos romanos, Pedro y Pablo,

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donde, desde la segunda mitad del siglo xi, los cluniacenses orga-
nizan “los lugares y círculos de su dominación” señorial. Esta polí-
tica territorial, estudiada en detalle por Didier Méhu, viene, en un
primer momento, a incluir bienes de naturaleza muy diferente (tie-
rras, iglesias, castillos, molinos) en una estructura eclesial común
con la puesta en funcionamiento de una red de obediencias o “de-
canías”, que son lugares plurifuncionales, a la vez centros de explo-
tación agrícola, lugares de transacción y negociación, ermitas, igle-
sias de peregrinaje, etcétera. En un segundo momento, esa red de
“lugares”, que está centrada en la iglesia abacial y el altar mayor
donde reposan los restos de Pedro y Pablo, se organiza en un círculo
de dominación en el interior del cual “la santidad cluniacense im-
pone una inviolabilidad total”. Se trata, en primer lugar, de fijar
sobre el terreno el mecanismo de inmunidad del que goza el mo-
nasterio. Es éste el tema de dos actas solemnes llevadas a la prácti-
ca por el poder romano: el legado Pedro de Albano, en 1080, y el
papa Urbano II (antiguo gran prior de Cluny), en 1095, definen
ritualmente los límites del “bando sagrado” cluniacense, es decir, el
área propia de la justicia de san Pedro, materializada bajo la forma
de signos tangibles (mojones y cruces) unidos entre sí por caminos.
A este primer círculo se agregan otros dos. Una bula de Pascal II
(1107) establece una zona sin peaje y sin castillo que permite a los
peregrinos, a los huéspedes y a los mercaderes llegar a Cluny y vol-
ver libremente. Finalmente, el privilegio de exención promulgado
por Calixto II en 1120 hace de Cluny una “minidiócesis” a la cabeza
de muchas parroquias.

Algunas semanas luego de haber instituido el “bando sagrado” de


Cluny, Urbano II lanza, en Clermont-Ferrand, su famoso llamado
a la cruzada para liberar Tierra Santa. Es un simbólico movimien-
to de retorno a los orígenes, es como si “el blanco manto de igle-
sias” evocado por Raúl Glaber llegara a cubrir los lugares mismos
de la estadía terrestre de Cristo. Conquistada por los cruzados en
1099, esta tierra fundadora de la gesta cristiana es, de hecho, li-
teralmente reconsagrada, como da testimonio la liturgia de la libe-
ración de Jerusalén, en buena parte retomada de los formularios
para la dedicación de iglesias. Recordada durante mucho tiempo en

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LA IGLESIA: UN EDIFICIO EXCEPCIONAL 31

la Iglesia latina por el recuerdo de la destrucción del Templo, la


Jerusalén terrestre recuperada por los Cruzados es asimilada a
una nueva iglesia; es purificada de sus manchas de la misma ma-
nera que un lugar de culto dejado durante mucho tiempo en
abandono y es retomada para la sacralizad cristiana. El centro
original de la cristiandad es así asimilada a una iglesia y la topogra-
fía crística es como reinstituida por el ritual. La iglesia, concebida
desde siempre como figura de la Jerusalén celeste, permite de algu-
na manera devolver la vida a la Jerusalén histórica en espera de la
próxima Parusía.

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“El papel de los monjes en la formación de la sociedad
cristiana (s. IX-XII)”
p. 43-56
Dominique Iogna-Prat
Iglesia y sociedad en la Edad Media
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
2010
78 p.
Diagrama
(Serie Historia General 26)
ISBN 978-607-02-1216-1

Formato: PDF
Publicado en línea: 10 de diciembre de 2019
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D. R. © 2018, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
siempre y cuando no se mutile o altere; se debe citar la fuente completa
y su dirección electrónica. De otra forma, se requiere permiso previo
por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN
DE LA SOCIEDAD CRISTIANA (S. IX-XII)

En estas breves páginas estudiaré el papel que desempeñaron los


monjes en los siglos xi y xii, centrándome en dos aspectos princi-
pales: 1) los rasgos de excepción del monje medieval y 2) el proce-
so de “monaquización” de la Iglesia y de la sociedad cristiana.
En los textos anteriores se ha hecho alusión a dos aspectos com-
plementarios del problema: en primer término, la relación privile-
giada de los monjes con las letras en tanto transmisores de la cul-
tura antigua hacia la cultura medieval y que hacen del monje la
figura del sabio por antonomasia, aspecto sobre el que volveré a
propósito de la pastoral doctrinal antiherética que impulsaron los
monjes en el periodo de reforma de la Iglesia o momento grego-
riano. En segundo lugar, la ejemplar funcionalidad de los monjes,
tema que ha sido abordado en el primer texto cuando se estudió
el esquema de la percepción del cosmos y de la sociedad heredada
del Pseudo-Dionisio —escritor teólogo representante del neo-
platonismo cristiano que fue ampliamente difundido y comentado
a partir del momento en el que se tradujo al latín (principios del
s. ix)—. Tal esquema nos ha servido para localizar exactamente el
nivel que ocupaban los monjes en la jerarquía de tipo sociocósmica
del Pseudo-Dionisio, un nivel que se situaba entre la jerarquía ce-
leste y la jerarquía terrestre —eclesiástica— y que, si bien les conce-
día la posición más humilde, en realidad los situaba en “lo más alto
de lo más bajo”. El punto de partida es sumamente interesante
puesto que, cuando se traduce la obra del Pseudo-Dionisio y se
comenta en el Occidente medieval (s. ix), inicia de forma paralela
en el ambiente benedictino una auténtica revolución que consiste en
que los monjes no se sitúan ya en el nivel más humilde, sino que
comienzan a ocupar el nivel superior de la sociedad cristiana, y es
esta revolución, a la vez eclesiástica y sociológica, la que estudiaré
en las siguientes páginas, iniciando con el problema de la excepción
monástica y analizando a continuación el papel de la monaquización

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de la Iglesia y de la sociedad cristiana; ello nos va a permitir analizar


el papel de primer orden que desempeñaron los monjes durante
este periodo.

El problema de la excepción monástica

Debemos iniciar esta primera parte caracterizando lo que deno-


mino la “exención monástica”: caracteres propios de este periodo
pero que poseen, por supuesto, una larga historia. Puede decirse
que desde el comienzo de la historia del monacato en el Occiden-
te latino (s. iv-s. v), el primer rasgo del monacato —quizás el más
importante— es el de la comunidad de los bienes, es decir, la
existencia de un cúmulo compartido de bienes que debe hacerse
fructificar. Los monjes son pobres no por las circunstancias de la
vida, sino por voluntad propia. La paradoja del monacato medieval
consiste en que esos pobres son los más ricos, es decir, que este
tipo de pobreza dedicada a Dios se convierte, a la larga, en un
fenómeno de tipo señorial.
El segundo rasgo de excepción —mucho más importante por
cuanto se magnifica en este periodo— es la relación con el sexo, es
decir, la práctica del ascetismo y de la ascesis y que se concretiza
mediante la identificación de los monjes con dos figuras femeninas.
La primera de ellas, inventada por el Occidente medieval, es María
Magdalena, que representa una especie de camino espiritual —es
decir, el ideal de los monjes— y que indica el modo —la vía— de
pasar de lo más oscuro a lo más luminoso, imitando a la penitente
que se convirtió en la primera entre los apóstoles por su relación con
Cristo. La segunda figura de identificación es la virgen María. Esta
identificación nos permite entender cuál fue el papel de los monjes
en la formación del culto de la virgen, una tradición muy antigua que
en el siglo viii enfrentó una crisis debido al surgimiento del adop-
cionismo, una corriente doctrinal que postulaba la idea según la cual
Cristo era hijo adoptivo del padre, lo que confería al primero una
naturaleza distinta y lo situaba en un nivel inferior. Este problema
cristológico tenía una relación directa con la posición de la virgen
como madre, lo cual a su vez estaba relacionado con la figura de
ésta como theotocos, es decir, con el problema de la maternidad de un
dios, hecho de gran importancia para el Occidente medieval.

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 45

De esta suerte, entre los siglos viii y ix, tanto desde el punto
de vista doctrinal como desde una perspectiva espiritual, se desa-
rrolló un culto que tendría una importancia capital en el Occiden-
te latino y que sería el de la virgen. En este sentido, los monjes
desempeñaron un papel importantísimo porque se identificaron
con la virgen en el nivel del ascetismo personal, pues tenían a la
virgen como modelo y ellos mismos se asumían como vírgenes y
consideraban que su excepción dentro de la comunidad cristiana
—dentro de la sociedad cristiana— radicaba precisamente en el
hecho de que, siendo seguidores de la virgen, siendo vírgenes ellos
mismos, poseían una dimensión humana que se situaba ya en el
nivel de los ángeles. Dicho de otro modo, gracias a esta imitación
de la virgen y al tema del purismo virginal —que constituye el
rasgo primordial de los monjes durante este periodo—, éstos se
sitúan entre dos niveles: el nivel de los hombres y el nivel de los
ángeles; ello les confiere “algo” que ya no es humano. Los monjes
desarrollarían este tema a lo largo de los siglos x y xi y así, por
ejemplo, al estudiar la biografía del abad Mayolo de Cluny (segun-
da mitad del s. x) —cuya Vida se redactó en varias versiones a
principios del siglo xi— es posible constatar que el tema de la
pureza virginal tuvo una gran importancia en estos escritos, lo cual
me llevó a intitular el libro que elaboré sobre este abad como Agni
inmaculati, puesto que es una imagen que utilizaron para presen-
tarse como verdaderos “corderos inmaculados”.
El tema de la pureza virginal de los monjes nos conduce nece-
sariamente a dos planteamientos de gran importancia que fueron
constantes a lo largo de estos siglos: ¿Qué es una sociedad?, ¿quién
tiene que guiar esta sociedad? Podemos decir que la Virgen María
se convirtió en un modelo monástico, personal y comunitario, y
ello se materializó en la imagen de la virgen con el manto abierto
debajo del cual se sitúa la comunidad monástica. Nos referimos por
supuesto al tema de la mater misericordie —inventado por el abad
cluniacense Odo—, mediante el cual el conjunto comunitario que
es el monasterio —y otras comunidades medievales como el Císter
o, incluso, las propias ciudades— se identificaba con la virgen y se
colocaba bajo su protección encarnada en el manto. Esto represen-
ta un fenómeno sociológico de gran interés, puesto que la Virgen
con su cuerpo “abierto” se identifica progresivamente con comuni-
dades o colectividades, a tal punto que se habla de “la virgen de tal

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46 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

lugar” o “la virgen de tal comunidad”. Hablamos entonces de una


identificación comunitaria que se confunde con la comunidad cris-
tiana pero también con particularidades locales. Tal fenómeno nace
en el periodo que estudiamos.

El problema de la monaquización de la Iglesia


y de la sociedad cristiana

En este punto de la reflexión es necesario comentar tres problemas


históricos de gran relevancia: 1) la confusión entre la figura del
monje y la del sacerdote que se impone a partir del siglo viii y
que se desarrolla gradualmente en los siglos x, xi y xii; 2) la
identificación del monacato con el primer orden de la sociedad
cristiana y, por último, 3) la formación durante este periodo de
una institución eclesiástica con cuadros de origen monástico, es
decir, obispos, cardenales e incluso papas, que provienen del pu-
rismo virginal monástico y que ocupan tal posición precisamente
a causa de su purismo virginal.
La confusión entre monje y sacerdote es un elemento caracte-
rístico del Occidente latino que no conoce la Iglesia oriental. En
la historia cristiana el monje, el asceta, no es otra cosa que un lai-
co que escoge un camino de tipo místico para alcanzar a Dios en
vida, pero su estatuto dentro del estamento eclesiastico que está
en proceso de formación es el de un laico. En el esquema del Pseu-
do-Dionisio al que hemos hecho alusión, la posición humilde de
los monjes es básicamente una posición de laicos.
El hecho de que los monjes puedan ser sacerdotes no es una
cosa obvia en la sociedad cristiana y es necesario interrogarse cómo
sucedió. La respuesta se encuentra en el hecho de que la pastoral
funeraria del Occidente medieval se desarrolló de tal manera que
fue necesaria la presencia de sacerdotes, particularmente en aque-
llos asuntos relativos al culto de los muertos. Éste es un tema muy
complejo porque hay que distinguir dos tradiciones: por una par-
te, una tradición sabia, la de los Padres, representada por san
Agustín, quien afirmaba que los fieles podían honrar a los muertos
siguiendo la tradición cultual de tipo romano, pagano (la pietas),
pero que no era un elemento propio del cristianismo y que no era
útil; por la otra, precisamente la tradición cultual de tipo latino

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 47

que se impone sobre las ideas de los Padres, ya que los fieles im-
pusieron la necesidad de realizar las fiestas tradicionales como un
modo de mantener la solidaridad con los muertos. De esta suerte,
durante la alta Edad Media, en la práctica litúrgica y espiritual la
Iglesia tuvo que adaptarse y crear justificaciones doctrinales —que
no existían en los textos de los Padres— para integrar esta nece-
sidad práctica de los fieles. Así pues, en las comunidades cenobí-
ticas se inició una tradición de ayuda a los muertos, una suerte de
“especialización” en la liturgia funeraria, de tal modo que en un
momento aún desconocido los fieles ya no sólo se conformaron
con rezar, sino que fue necesario implantar un tipo de ayuda “pa-
radójica”: una misa para los difuntos. Y es paradójica puesto que
la misa es el rito por definición de la comunidad y lo que se de-
sarrolló es el prototipo de la misa altomedieval: misas privadas
durante las cuales el sacerdote oficiaba completamente solo. La con-
secuencia de este proceso fue que, en función de la demanda de
misas de difuntos, se necesitaron cada vez más sacerdotes en los
lugares donde era necesaria una pastoral funeraria, es decir en
los monasterios. Así, a partir de los siglos vii y viii, se inició un
proceso de “sacerdotización” del monacato que conocemos muy
bien a partir del siglo ix, cuando las comunidades monásticas
produjeron libros especiales para los muertos, los necrologios,
gracias a los cuales podemos conocer a los difuntos y sus cualida-
des y determinar quién era sacerdote dentro de la comunidad
cenobítica. Gracias a los necrologios es posible medir este proceso
de sacerdotización y se sabe, por ejemplo, que en el monasterio de
Saint-Germain de Près, en París, estudiado por Otto Gerhard
Oexle, más o menos un tercio de la comunidad estaba conforma-
da por sacerdotes. Éste será un fenómeno de gran importancia en
sus consecuencias eclesiológicas y sociológicas.
El segundo punto que debe analizarse es la confusión entre los
monjes y los órdenes de la sociedad. Existe una división teórica de
la comunidad cristiana y de la sociedad cristiana, de tal suerte que
es posible ver cómo se articula la sociedad cristiana con el problema
de las funciones sociales. Básicamente, la distinción que existe en
el cristianismo a partir de mediados del siglo ii es la distinción
entre sors y plebs. En los primeros años después de Cristo no había
mas que una, sors, es decir, “herederos” de Cristo. Cuando inició la
formación de una institución con encargados de lo sagrado se hizo

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48 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

necesario distinguir entre el clero y los fieles, de tal suerte que, a


partir de la segunda mitad del siglo ii, los herederos se identifica-
ron con el clero y la plebs se identificó con los fieles. Posteriormen-
te, durante la alta Edad Media, se crearon distintos modos de di-
ferenciación dentro de la comunidad cristiana: los milites; los
mediocres; los potentes o —mucho más importante, según criterios
morales, de relación distinta con el sexo: los “vírgenes”, los que
nunca tuvieron relaciones sexuales—; los “continentes”, los que ha-
bían decidido renunciar a la vida sexual; y los coniugati, los casados.
Ésta fue una división muy importante dentro de la comunidad y
fue desarrollada en tiempo de los padres y de Gregorio Magno,
quien fue una de las figuras más importantes en esta elaboración
teórica acerca de la tripartición de los fieles.
En el siglo ix nació otra distinción que no era una tripartición
de tipo moral, sino funcional: el esquema de los tres órdenes fun-
cionales, el cual fue un importante tema de debate en la década de
1970 así como de un curso y de un libro de George Duby.1 Gracias
a los trabajos de Dumezil y de otros especialistas en estudios indo-
europeos sabemos que existe un esquema de clasificación social y
cultural según el cual los pueblos de tradición indoeuropea distin-
guen tres elementos en la clasificación de las funciones sociales y,
siendo la sociedad medieval occidental heredera de las tradiciones
germanas y latinas —indoeuropeas—, el tema de la clasificación
tripartita adquiere una gran relevancia para la Edad Media. Duby
sostenía que el modelo tripartita no aparecía sino hasta el siglo xi,
por lo que era necesario saber cómo se había transmitido el esquema
tripartita del mundo romano a la tradición medieval si no existían
testimonios escritos antes del siglo xi. La mayoría de los autores
sostenía la hipótesis según la cual la transmisión no se había hecho
de forma culta, de manera escrita, sino de manera oral gracias a la
incorporación a la sociedad cristiana de los diversos grupos germa-
nos, normandos y anglosajones.
Gracias al estudio de fuentes inéditas puede reconstruirse la
historia y explicar la formación de este modelo de otra manera. Hoy
en día sabemos que hubo una transmisión sabia, culta, que se man-
tuvo sin interrupción desde la historiografía latina de época repu-
blicana hasta la alta Edad Media, conservada gracias a los que po-

1
 Georges Duby, Les trois ordres ou l’imaginaire du féodalisme, París, Gallimard, 1978, 428 p.

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 49

demos llamar “anticuarios”, como los propios monjes sabios. Uno


de estos anticuarios fue Isidoro de Sevilla, quien en el capítulo “De
Civibus” de sus Etimologías 2 recuerda que la clasificación teórica ro-
mana de la sociedad era el de senatores, equites y plebs. El problema
consiste en conocer cómo ocurrió la adaptación de este esquema,
que es una herencia romana, es decir, pagana, a un mundo cristia-
no. Esta adaptación fue producto de una reflexión realizada en
época carolingia acerca de lo que era la sociedad cristiana. La pri-
mera formulación que conocemos se debe a uno de los maestros de
la escuela carolingia de Auxerre, el monje Haimo. Haimo, comen-
tando varias partes de los escritos de san Pablo, encuentra la palabra
“tribus” y comenta que “tribus” tiene que ver con los “tribunos”,
encargados de la sociedad romana, porque la sociedad romana es-
taba organizada en “tribus”, y cita a Isidoro, pero Haimo señala que
en su propia época ese tipo de partición ya no era vigente porque
se vivía ya en un mundo cristiano y se ve obligado a buscar equiva-
lentes del partición, de suerte que los “senatores” son para él los
sacerdotes; los “equites” son los “bellatores” y —en un mundo en el
que el 90% de la población se dedica al campo— la plebs romana
equivale a los agricultores. De esta forma, Haimo de Auxerre logró
la cristianización del esquema indoeuropeo.
El problema que surge ahora consiste en averiguar qué relación
tenían los monjes con este esquema. La cuestión es que un discípulo
de Haimo, Erico, conoce la obra de Juan Escoto Eurígena —quien
traduce y comenta al Pseudo-Dionisio— e intenta adaptar el esquema
que propone insertándolo en algo que podríamos llamar un “círculo
místico de tipo pseudo-dionisiaco”, de tal suerte que para Erico el
primer orden se convierte en el tercero de la jerarquía celeste, sugi-
riendo así la dinámica de una sociedad que intenta alcanzar el más
allá. Pero lo importante no es esto, sino que para Erico no son los
sacerdotes los más importantes, sino los monjes, puesto que tienen
todas las ventajas: son los más puros, encarnan un purismo de tipo
virginal y son, al mismo tiempo, sacerdotes: son, en una palabra, los
auténticos guías de la sociedad. De esta suerte, es posible apreciar
el nacimiento de una auténtica teoría acerca de la sociedad, puesto
que tras los maestros carolingios los cluniacenses adaptarían de nue-
vo el esquema proponiéndose como los guías de la sociedad.

 Isidoro de Sevilla, Etimologías, Libro ix, cap. iv.


2

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En efecto, los monjes cluniacenses se consideraban como el orden


más importante y representaban ellos mismos lo esencial de este
primer orden, es decir, la producción sacramental se encontraba en
manos de quienes eran los más puros. Es por ello que los cluniacen-
ses tienen una percepción del sacrificio y de los sacramentos que está
íntimamente relacionada con el purismo que debe tener aquel que
sacrifica, pues, en esta tradición, un sacerdote impuro no puede sa-
crificar, ya que desde el punto de vista doctrinal es imposible que lo
haga. Así, según esta visión teórica de la sociedad cristiana, articula-
da en funciones complementarias, los mediadores son principalmen-
te los monjes, que son al mismo tiempo sacerdotes. En consecuencia,
y siguiendo esta teoría de los tres órdenes, los cluniacenses van a
desarrollar una visión teórica de la sociedad que se confunde con la
Iglesia, visión según la cual los diferentes grados del Pseudo-Dionisio
poseen una coherencia a causa de la mediación de un grado a otro.
Esa dinámica comunitaria y social es posible gracias a la mediación
y a los mediadores, y los monjes se ven a sí mismos como los me-
diadores principales, indispensables para la sociedad cristiana:
mediadores sacramentales y mediadores como transformadores de
los bienes de este mundo al mundo del más allá.
Este punto nos lleva de nuevo al tema de la pastoral funeraria,
de capital importancia en este periodo. La mediación principal
dentro de la comunidad cristiana es la mediación que permite a los
vivos que van a morir alcanzar la comunidad de los santos. Ello
explica la importancia de la pastoral funeraria y la importancia de
los monjes dentro de las mediaciones de tipo funerario pues, como
es sabido, el día de los muertos (2 de noviembre) —tan importante
en México— fue una invención realizada a finales del siglo x o
principios del siglo xi por el abad de Cluny, Odilón.
Uno de los testimonios más importantes sobre esta mediación
nos lo ofrece el necrologio de la abadía femenina de Marcigny, el
necrologio cluniacense más antiguo que se conserva.3 Este necro-
logio presenta dos rasgos interesantes. En primer lugar, el libro
sigue la organización del calendario romano tradicional y en cada
día, después de la cifra romana vi, v, iv, iii, ii, viene la palabra ob,
obit (murió), y a continuación se encuentran nombres “sueltos” o

3
 La comunidad de Marcigny-sur-Loire fue fundada en la segunda mitad del siglo xi
por el abad Hugo de Cluny y fue la primera fundación femenina cluniacense.

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 51

nombres “calificados”. Así, por ejemplo, puede leerse “iii obit Lu-
lielmus abbas”, al tiempo que esporádicamente se encuentran men-
ciones de tipo santimonial, es decir, que un nombre determinado
se refiere a una devota que era miembro de la comunidad del mo-
nasterio. El segundo rasgo del necrologio es que presenta dos ele-
mentos: los nombres, clasificados o no, y en la base del mismo
menciones sumamente interesantes. Así puede leerse, por ejemplo,
en la primera parte superior, el nombre “Berquilis”, y bajo el nom-
bre la frase “amica nostra”. En este sentido, el documento distingue
a los miembros de la comunidad cluniacense —formada por una
densa red de abadías—, a las devotas santimoniales de la comunidad
de Marcigny que pertenecen a la comunidad y, en tercera instancia,
a los “amigos”.
Otro ejemplo nos lo ofrecen los libros de costumbres (costum-
brarios), los cuales tienen una gran importancia desde el punto de
vista de la necesaria adaptación —por diversas razones históricas—
del modelo de vida benedictino a las nuevas circunstancias, de tal
suerte que este tipo de libros responde a las nuevas necesidades
litúrgicas. Tenemos un ejemplar de libro de costumbres en el que
se conserva la liturgia funeraria cotidiana de Cluny, la cual está
estrechamente relacionada con el libro de los muertos o necrologio.
Este libro de costumbres intitulado Liber tramitis fue redactado en
tiempos de Odilón y nos ofrece un ejemplo acerca de lo que es un
necrologio y de la forma en que se deben honrar a los muertos
según su nivel. El subtítulo es interesante: “martirologio”. Esta con-
fusión entre necrologio y martirologio es típicamente monástica,
puesto que los difuntos que se honran en la liturgia reciben la ayu-
da de los que rezan por ellos para que puedan integrarse en la
comunidad de los santos, de suerte tal que en el Liber tramitis se
confunden en realidad dos libros: el libro de los santos —el libro
cotidiano según el cual se honra a los santos— y el libro de los
muertos “cotidianos”. Asimismo, la distinción que se hace en el
título entre “monaci” y “amici” es sumamente interesante porque en
el necrologio se distinguen tres niveles de difuntos: 1) los monjes,
es decir, los miembros de la comunidad que vienen codificados como
monaci nostri congregationis, es decir, miembros de la gran Iglesia
cluniacense (por ejemplo: Gerbertus nostre congregationis monacus); 2)
los “amigos”, que pueden ser civiles o eclesiásticos (por ejemplo:
depositio domini Conradi regis et Henrici ducis amici nostri) y 3) el nivel

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52 iGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EDAD MEDIA

de los familiares, es decir, de los que, siendo humildes, sirvientes,


pertenecen a la familia cluniacense: ellos no tienen nombre y se
honran de manera colectiva.
Lo importante en este caso son los dos primeros niveles (mona-
ci nostri congregationis y amici), y lo son desde dos puntos de vista. En
primer término, porque es la concepción de la comunidad monás-
tica que se define como una comunidad de monjes vinculada a
“amigos” que toman parte de la vida cotidiana en tanto muertos
que la comunidad honra. Desde el punto de vista teórico podemos
decir que este tipo de monasterio, este tipo de congregación, se ve
como una Iglesia en sí misma, que integra también a los laicos que
honra, laicos que acoge cada día cuando ayuda a los pobres que no
tienen nada que comer o los laicos de alto nivel social (príncipes o
reyes) que vienen a pasar unos días en el monasterio y, finalmente,
a los laicos muertos. En otras palabras, puede decirse que el mo-
nasterio se concibe como un conjunto que equivale a la Iglesia, a
una pequeña Iglesia (aunque en el caso de Cluny se considera como
la Iglesia en su totalidad), ya que coexisten en ella todos los tipos de
monacato: monacato masculino, monacato femenino —Marcigny—
e inclusive otros tipos de vida ascética, como el de los eremitas. En
este sentido, es importante señalar que esta imagen de conjunto de
identificación como pequeña Iglesia puede realizarse principalmen-
te a causa de los “amigos” muertos.
El segundo aspecto nos lleva a interrogarnos acerca de cuál fue
el modo más eficaz de control social de los monjes en ese periodo.
La respuesta no es otra sino el control social de los muertos, porque
unos dan la mediación y los otros dan bienes materiales, pues
en este tipo de intercambio los que van a morir y desean adquirir en
Cluny o en cualquier de los otros monasterios cluniacenses una
memoria deben pagar por ello. Hay que imaginarse este sistema de
intercambio como una verdadera pompa económica de enriqueci-
miento de las comunidades monásticas de esta época. El poder
ceremonial de Cluny o de los monasterios de tipo cluniacense de
aquel tiempo se halla principalmente en la pastoral funeral: los
muertos son los que permiten a los monjes adquirir el nivel econó-
mico que poseen y, por lo tanto, situarse en el mismo nivel que el
estamento nobiliario.
En conclusión puede afirmarse que la lógica irradiante es la
lógica de los monjes; cuando honran a los muertos existe la congre-

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 53

gatio con los amigos y los familiares que se confunde con la Iglesia
que integra a los amigos que pagan. La asimilación con la Iglesia se
hace de tal modo que en las costumbres litúrgicas se distinguen tres
tipos de memoria funeraria: la de los monjes, la de los amigos (estas
dos primeras con nombre) y la memoria común; memoria común
que es de la Iglesia porque la lógica es que esta congregación se
confunde con toda la institución.
Odilón fue el primero que decidió que esta memoria común fue-
ra honrada el 2 de noviembre, de tal suerte que de Cluny la tradición
se trasladó a Roma dos o tres décadas después, durante el pontifi-
cado de León IX, aunque aún se desconoce el momento exacto.
Deseo concluir estas reflexiones abordando el tema del papel
doctrinal y el control social que tuvieron los monjes en la Edad Me-
dia: en tanto mediadores privilegiados desempeñaron un papel casi
natural dentro de la Iglesia, puesto que en materia doctrinal el pro-
blema que tuvo la Iglesia entre los siglos xi y xii fue precisamente
el de la contestación de este poder de mediación clerical —que era
ante todo un poder de los monjes—. Así, cuando a principios del
siglo xi se definen los herejes con la celebración del famoso sínodo
de Arras, es cierto que los temas de discusión y de polémica son
temas tradicionales en la historia de la Iglesia, como, por ejemplo,
el problema del bautismo, o que pertenecían a la tradición cristoló-
gica. Pero asistimos también al nacimiento de nuevos temas como el
de los lugares de culto, que no interesaba a los padres de la Iglesia
pero que adquiere una gran importancia en este momento.
Uno de los temas novedosos dentro de estas polémicas, y que
no había generado discusión con anterioridad porque la doctrina
era contradictoria con la práctica, es precisamente el tema de los
difuntos. A principios del siglo xi —y posteriormente a mediados
del siglo xii—, los herejes se preguntan por qué es necesario rezar
por los muertos y por qué es necesario oficiar misas por los difuntos
si los propios padres de la Iglesia señalaban que eran prácticas in-
útiles y ajenas al cristianismo. En este sentido, no deja de resultar
paradógico el hecho de que los propios herejes son más ortodoxos
que los mismos polemistas gregorianos.
Esta situación genera una lógica según la cual los monjes deben
contestar y responder las acusaciones heréticas. En la tradición
polémica contra los heterodoxos que inicia en el siglo xi —y que
se prolonga a lo largo de los siglos— hay un momento previo de

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tipo monacal durante el cual se pueden distinguir dos tipos de


intervención por parte de los monjes para proteger a la Iglesia: el
primer tipo es el del monacato benedictino tradicional; el segundo
es el del monacato renovado del Císter y que posee una gran rele-
vancia histórica puesto que va a transformarse en una intervención
directa por parte de las órdenes mendicantes, es decir, de los mon-
jes que salen de los monasterios porque es necesario salir: la cris-
tiandad debe defenderse de sus enemigos interiores y para ello hay
que esgrimir la palabra. De esta suerte, Bernardo de Claraval des-
empeña un papel netamente pastoral, puesto que sale del monas-
terio para hablar en defensa de la Iglesia. Es este modelo renovado
el que influye directamente en las órdenes controladas por Roma
como lo serán la de los franciscanos y la de los dominicos; ambas
órdenes de predicación.
La lógica de la polémica del monacato negro, benedictino, es de
otro tipo: se trabaja en defensa de la Iglesia dentro del propio ais-
lamiento como monjes sabios. Es la tradición benedictina de Cluny,
pero será también la de los cartujos: aislamiento, vida de meditación,
vida de tipo místico, pero sin dejar de servir a la comunidad. Y para
servir a la Iglesia, los monjes escriben tratados que proporcionan a
los obispos, que son quienes tienen que luchar contra el enemigo.
Es una lógica doctrinal que surge de los monasterios tradicionales
benedictinos porque la lucha la emprenden ellos y es una lucha que
se establece en tres frentes: 1) el frente interior —lucha contra los
heterodoxos—; 2) el frente exterior —lucha contra los musulma-
nes—, y 3) el frente contra los judíos, a la vez enemigos internos y
externos. La constitución de lo que se llamó en el siglo xiii la “he-
rejía general”, la Iglesia como un castillo que tiene que defenderse,
que tiene que organizarse como una fortaleza frente a enemigos muy
potentes, es una imagen que, aunque antigua, se reorganiza en este
momento en tres sentidos —los herejes, los musulmanes y los ju-
díos—, y el esfuerzo doctrinal de los monjes benedictinos en este
periodo se centra en conformar lo que el abad de Cluny, Pedro el
Venerable, llamó en el siglo xii un armarium christianum, en su doble
significado de “biblioteca” y de “armas cristianas”.
Según este planteamiento, si se quiere dar a los demás armas
para combatir a los enemigos, es necesario conocer, según la lógica
de la ratio, a las autoridades de los enemigos. Ello genera un es-
fuerzo intelectual muy importante en los medios monásticos, como

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EL PAPEL DE LOS MONJES EN LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD 55

lo atestiguan el conocimiento del Talmud —cuya primera traduc-


ción latina data de finales del siglo xi— entre los polemistas gre-
gorianos y los escritos tanto de Pero Alfonso, un judío convertido
al cristianismo, llamado Moisés, que escribe una fascinante Auto-
biografía en la que “Pedro” habla a “Moisés” —es decir, a sí mis-
mo—, como de Pedro el Venerable, quien tiene a su disposición
una traducción del Talmud.
Así pues, en el campo de las polémicas, el monacato benedicti-
no tradicional es responsable del paso a una lucha doctrinal sobre
la base del cuestionamiento de las autoridades de judíos y musul-
manes y es corresponsable, al mismo tiempo, de la forma en que
Occidente miró a “los otros” en épocas posteriores. En pocas pa-
labras, puede afirmarse que nuestra tradición sobre la forma de
mirar y percibir a “los otros” y la cadena de estereotipos que tiene
Occidente sobre los musulmanes y los judíos se inició en este pe-
riodo y se alimentó de estos comentarios.

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Historia de la Edad Media

2022

Unidad Nº 4
Thierry DUTOUR, La ciudad Medieval. Orígenes y
triunfo de la Europa urbana, Buenos Aires, Paidós, 2005.
José María MONSALVO ANTÓN, "Funciones urbanas. Las
corporaciones artesanales" en La ciudades europeas del Medievo, Madrid,
Síntesis, 1997.
Historia de la Edad Media
Universidad Nacional de Córdoba

GIULIANO MILANI, “El poder de las ciudades”,


en S. Carocci (ed.), Storia d’Europa e del
Mediterraneo IV. Il Medioevo (secoli V-XV), vol.
VIII, 2006 (pp. 629-664).

Traducción: Eleonora Cavazzini


Desde el siglo X en toda Europa se desarrollaron numerosos poderes locales cada vez más
liberados del control del Imperio carolingio. Entre estos estaban las ciudades, centros de
antigua fundación romana o centros mercantiles que emergieron lentamente en el curso de
la expansión de la economía iniciada entre los siglos VIII y IX. Gracias al rol económico
que estaban asumiendo a partir de la multiplicación de los intercambios, los habitantes de
las ciudades comenzaron entre los siglos XI y XII a negociar derechos y privilegios con las
autoridades políticas que los dominaban (obispos, señores, funcionarios, soberanos). En
algunas regiones este proceso condujo a la adquisición de autonomías formales o
sustanciales, en otras al reforzamiento del poder del príncipe sobre la ciudad. En todas
partes desencadenó transformaciones en la identidad de los ciudadanos y en la estructura
institucional urbana destinadas a contribuir, con mayor o menor intensidad de acuerdo a
las áreas, a la evolución política de la Edad Moderna.
En las páginas que siguen se dará cuenta de este desarrollo. A continuación de un
apartado destinado a la historiografía, se tratarán de delinear los dos procesos que
favorecieron el surgimiento de la ciudad medieval: el crecimiento económico y la crisis de
los poderes supralocales. Se trazarán por lo tanto las evoluciones compartidas por las
ciudades europeas entre los siglos XI y XIII: la formación de la identidad de los habitantes
y el desarrollo de nuevas instituciones. Finalmente se abordarán tres áreas de Europa en
las que la relación entre ciudad y poder se declinaba de manera diversa en los últimos
siglos del Medioevo.

1. LA HISTORIOGRAFIA SOBRE LAS CIUDADES: HENRI PIRENNE Y SUS CRITICOS

En el transcurso del siglo XIX, cuando desde varios lugares urgió la necesidad de explicar
los desarrollos alcanzados por el estado moderno y burgués, las ciudades medievales
comenzaron a aparecer como el ambiente que había producido las condiciones
económicas, políticas y culturales que le habían dado ventaja a Europa y la habían
conducido al dominio del resto del mundo1. Se generaron así una serie de convicciones
hasta hoy aceptadas en gran medida: la discontinuidad radical entre la ciudad antigua y la
medieval, la estrecha relación entre el renacimiento de la economía y el desarrollo urbano
en los siglos del Medioevo central, la diferencia estructural entre las ciudades de Europa y
aquellas de otras regiones.
Compartieron estas convicciones, aun con profundas diferencias en el detalle,
intelectuales de formación y circulación diversa: sociólogos, antropólogos, historiadores de
la economía, juristas.2 Entre los historiadores del Medioevo, la elaboración destinada a ser
la más exitosa fue la expresada por Henri Pirenne en un ciclo de conferencias publicado
entre 1925 y 1927 bajo el titulo Las ciudades del Medioevo. Las piedras angulares de su
interpretación son conocidas: la invasión del Islam habría hecho triunfar en el siglo IX una

1Véase la insinuación en P. VIOLA, L’Europa moderna. Storia di un’identitá, Turín, Einaudi, p.16.
2 M. NOBILI, L’equazione città antica-città communale nel saggio di Philip Jones, en « Società e Storia », a.
III 1980, pp. 891-907, en la p. 897 escribe que la misma necesidad de explicar «presupuestos, razones y
causas de un desarrollo [el burgués] y de individualizar los mecanismos » convocaba entre otros a Marx,
Weber, Sombart y Pirenne. Pero, tal y como evidencia el mismo análisis, de esta pregunta común podrían
desarrollarse respuestas muy diversas.
2
civilización agrícola basada en la economía de subsistencia. En este mundo las ciudades
habrían sido solo centros administrativos y fortalezas, al estar privadas tanto de una
población burguesa como de una organización municipal. Solo a partir del siglo XI, cuando
Venecia en el sur y las ciudades flamencas en el norte reabrieron Europa al comercio más
amplio, se habría formado una clase de mercaderes que, instalándose en los nuevos burgos
(portus) construidos al lado de las antiguas fortificaciones (castra) constituyó la primera
burguesía. Para promover sus propios intereses, esta clase habría conducido a la formación
de las nuevas instituciones urbanas.3
Desde su aparición esta tesis estuvo expuesta a profundas críticas. En la segunda
posguerra Edith Ennen ha planteado el principal punto débil metodológico: el contraste
entre el carácter universal de la explicación y la estrechez de la muestra examinada,
limitada sustancialmente a algunas ciudades flamencas.4 Este cuestionamiento abrió la
puerta a numerosas revisiones sobre el fondo. No solo, respecto de la época de Pirenne, se
han fechado ahora de manera muy diversa los tiempos de la recuperación económica
(actualmente anticipada al siglo VIII), sino que nadie más sostiene ya que el impulso del
desarrollo urbano viene dado por una acumulación de naturaleza comercial. Hoy se
atribuye sobre todo la responsabilidad al crecimiento de la producción agrícola,5 y se
piensa que el desarrollo de las ciudades fue impulsado y no obstaculizado por aquellos que
poseían la tierra y la hacían trabajar, dado que tenían necesidad de sedes para el
intercambio y la comercialización de sus propios productos. Desde 1961 Lewis Mumford ha
sostenido de hecho que fue el renacimiento de los lugares fortificados lo que permitió el
desarrollo del comercio y no al revés.6 En este sentido, tal y como se observó, la perspectiva
de Pirenne se ha incluso invertido.7
Una consecuencia de este cambio de paradigma ha sido una identificación diferente
de los componentes sociales mayormente implicados en el desarrollo de las instituciones
ciudadanas. La imagen de una burguesía que según Henri Pirenne habría fundado las
comunas medievales, constituida fundamentalmente de hombres nuevos, sin
enraizamiento, que sin nada que perder estaban dispuestos a lanzarse en riesgosas
empresas comerciales, no resistió la prueba de la verificación prosopográfica. Las
investigaciones encontraron en el centro del desarrollo de las autonomías urbanas sectores
plenamente insertos en el mundo de los poderes señoriales: vasallos, ministeriales,
milites.8 Incluso en las ciudades costeras en las que el mercado tuvo una mayor

3 H. PIRENNE, Le città del Medioevo, Roma-Bari, Laterza, 2005. Para comprender la génesis de la tesis de
Pirenne se puede partir de la introducción de O. CAPITANI a esta edición; cfr. También P. DELOGU, Alle
origine della “Tesi Pirenne”, en el «Bulletino dell’Istituto Storico Italiano per il Medio Evo e Archivio
Muratoriano» a. C 1995-1996, pp. 297-325, y C. VIOLANTE, La fine della “grande illusione”. Uno storico
europeo fra guerra e dopoguerra. Henri Pirenne (1914-1923). Per una rilettura della “Histoire de l’Europe”,
Bolonia, Il Mulino, 1997.
4 E. ENNEN, Les différents types de formation des villes européennes, en «Le Moyen Age » a. LXII 1956, pp.

397-411. CAPITANI, op. cit., p. XXII remarca como la contrapropuesta de Ennen renuncia “a priori a cada
idea de explicación en general”.
5 P. BOUCHERON – D. MENJOT, La ville médiévale, en AAVV, Histoire de l’Europe Urbaine, I. De

l’antiquité au XVIII siecle. Genèse des villes européennes, París, Seuil, 2003, pp. 285-59, en la p. 372.
6 L. MUMFORD, La città nella storia, Milan, Edizioni di Comunita, 1963, p.329.
7 CAPITANI, op.cit., p. XXXII
8 Sobre los vasallos: H. KELLER, Signori e vassalli nella’Italia delle città, Turín, UTET, 1995 (ed.or. 1979);

sobre los ministeriales: K. SCHULZ, Die Ministerialität in rheinischen Bischofstädten, en Stadt und
3
importancia se ha notado como el comercio fue llevado adelante por la misma clase que
poseía las mayores cantidades de tierra. 9
La atenuación del carácter revolucionario de la recuperación comercial del Mil y el
descubrimiento del rol fundamental que tuvieron en el desarrollo urbano los sectores
hegemónicos del mundo señorial y rural, condujo a los historiadores que se dedican a los
estudios de ciudades a privilegiar visiones fundadas sobre la continuidad. Recientemente
Susan Reynolds, en el marco de una interpretación más general de las instituciones
medievales, sostuvo que las nuevas instituciones urbanas que surgieron en los siglos XI y
XII constituirían la formalización jurídica de prácticas y costumbres precedentes, ligadas a
las tradiciones de las comunidades laicas citadinas.10
Aun sin encontrar hoy plena aceptación de todos los investigadores, tesis como esta
muestran cómo la idea que sostiene que el renacimiento urbano constituyó una fuerte
discontinuidad, atraviesa hoy una profunda crisis e impulsan a buscar las razones de este
renacimiento en los procesos de larga duración que lo precedieron y acompañaron: el lento
crecimiento de la economía y la prolongada decadencia de las instituciones políticas
supralocales.

2. EL CRECIMIENTO ECONÓMICO

Ya en la importante introducción de 1971 a la edición italiana de Las ciudades del


Medioevo, Ovidio Capitani afirmaba que «Pirenne había intercambiado los “orígenes” de
un fenómeno por lo macroscópico del fenómeno mismo», datando erróneamente la
recuperación económica de los siglos IX y X en los siglos XI y XII.11 Muchos estudios
impulsan hoy a suscribir plenamente esa afirmación. El descubrimiento de la perduración
en muchas áreas de la pequeña propiedad rural y del empuje de los campesinos, así como
la valoración del carácter relativamente abierto al comercio del sistema curtense hicieron
caer la imagen de una revolución en la economía medieval a partir del Mil, e impulsaron su
sustitución por una que hace foco en un desarrollo gradual y lento desde el siglo VIII hasta
principios del XIV. La lentitud de este crecimiento nos da de por si una primera indicación
sobre sus causas. Una expansión que dura siete siglos no puede ser provocada por un
evento particular como la recuperación del comercio, pero sí puede constituir una
evolución fisiológica a partir de una fase de recesión (siglos VI y VII), esta sí claramente
perceptible y ligada a factores identificables: el fin del Imperio Romano de Occidente, del
sistema fiscal que lo sostenía, nuevas guerras y la difusión de una serie de epidemias. 12
El dato más evidente de la recuperación económica en pleno Medioevo fue el
aumento de la población con una tasa de crecimiento baja pero constante que tuvo

Ministerialtät, bajo dioreccion de E. MASCHKE, J. SYDOW, Stuttgart, Hist. Für Kommission f. Geschichtl.
Landeskunde in Baden-Württemberg, 1973, pp. 16-42.
9 Un ejemplo de esto es Pisa, véase AAVV, Pisa nei secoli XI e XII: formazioni e caratteri di una clase de

governo, Pisa, Pacini, 1979.


10 S. REYNOLDS, Kingdoms and Communities in Western Europe, 900-1300, Oxford, Clarendon Press,

1997.
11 CAPITANI, op. cit, p.XXXVIII.
12 Para un cuadro conjunto de lo que sigue: G. PETRALIA, Crescita ed espansione, en AAVV, Storia

medievale, Roma, Donzelli, 1998, pp. 291-318, a p. 295.


4
importantes consecuencias sobre la producción. La explotación extensiva,
fundamentalmente orientada al autoconsumo, fue siendo reemplazada casi en todas partes
por una explotación intensiva basada en la diversificación de los productos. Al pasaje de un
escenario a otro contribuyó, desde el siglo X, la amplia disponibilidad de moneda acuñada,
que constituyó un incentivo a la producción y sobre todo un instrumento que facilitó los
intercambios comerciales. En presencia de intercambios más intensos, cada familia podía
especializarse en un tipo de cultivo y procurarse el resto en el mercado, sin estar obligada
más a proveerse directamente de todos los distintos tipos de productos necesarios para el
propio sostenimiento.
Como consecuencia del entrelazamiento de estos procesos, el intercambio adquirió
mayor importancia y condujo a una reestructuración del hábitat. Mientras que en la Alta
Edad Media los campesinos vivían en pequeños grupos dispersos, el crecimiento de la
población a partir del siglo VIII condujo, una vez que se alcanzó cierto límite (cosa que en
la mayor parte de las regiones sucede entre los siglos X y XI) a la creación de una nueva
trama de asentamientos: una red de centros formada por cerca de 150.000 asentamientos,
cada uno de los cuales contaba con entre 500 a 1000 habitantes.13 Estos pueblos
constituyeron la cuenca principal de inmigración para las ciudades medievales,14 y la
unidad de base del nuevo circuito de intercambios de los que las ciudades vinieron a ser los
núcleos fundamentales.
El proceso descripto fue común a toda el área europea, pero se vivió de manera
diversa de acuerdo con la base de asentamiento preexistente, heredada del mundo antiguo.
Tal y como ha esclarecido la investigación de Edith Ennen, las ciudades tuvieron un origen
diferente de acuerdo con la densidad urbana de la región en la que se encontraban. En el
Norte, en Inglaterra y en la Germania septentrional donde no existía casi urbanización
romana, la población permanece por largo tiempo poco concentrada y los grandes
propietarios de tierras continuaron viviendo en el mundo rural. La exigencia del
intercambio, desencadenada por el crecimiento de la producción y de la población, llevó
incluso a la formación de centros comerciales, de emporios, de puntos de apoyo para los
mercaderes, llamados portus o wike, ya en época carolingia. De estos emporios habrían
surgido ciudades como Amberes, Brujas, Gante, St. Omer. En la Europa mediterránea, por
el contrario, la red urbana romana era un tejido estrecho, y la mayor parte de las ciudades
eran civitates, es decir, poseían el estatuto de sedes obispales desde la época tardoantigua.
Los aristócratas locales tendían a concentrase y, entre estos, las clientelas alrededor de los
obispos. Resultó natural que con el crecimiento de la economía fuesen esos mismos lugares
los que cumpliesen la función de centros de intercambio y de producción artesanal que en
el Norte tenían los emporios. En la zona intermedia entre estas dos macro regiones, el área
que cubre gran parte de la Francia septentrional, parte de Flandes y las cuencas fluviales
del Rin y del Danubio, existían tanto civitates como wike, y a veces resultó de la unión de
estas dos realidades de asentamiento el desarrollo de las ciudades, con un peso decreciente
de la aristocracia episcopal respecto de la burguesía mercantil a medida que nos movemos
de sur a norte.15

13 PETRALIA, op. cit., p. 300.


14 T. DUTOUR, La ville médiévale: origines et triomphe de l’Europe urbane, París, Jacob, 2003, p. 145.
15 E. ENNEN, Storia della città medievale, Roma-Bari, Laterza, 1975.

5
Las características de esta zona intermedia permiten comprender las razones por las
que Pirenne desarrolló su teoría del llamado «dualismo poleogenético» (nacimiento de la
ciudad a partir de la fusión de emporios y sedes episcopales o castillos), basándose en el
análisis de las ciudades flamencas. La existencia de las otras dos zonas descriptas por
Ennen advierten sobre la imposibilidad de extender indiscriminadamente esa teoría. Por
otra parte, seria inexacto también remitir el desarrollo urbano del Norte de Europa
exclusivamente a causas económicas, y el del sur exclusivamente a causas políticas/de
asentamiento. Ya desde los elementos enunciados hasta este punto tendría que quedar
claro que el desarrollo de las ciudades en el marco de un crecimiento de larga duración no
constituyó una consecuencia obligada y natural de una evolución económica autónoma,
sino uno de los elementos que contribuyeron a esa misma evolución, un elemento que a su
vez dependía de las relaciones variables de poder entre grupos e individuos, es decir, de
coyunturas políticas. Desde el inicio del Medioevo, en los centros urbanos estas relaciones
se desarrollaron en el contexto de un mismo cuadro: un juego de a tres que veía
enfrentarse a ciudadanos, obispos y autoridades civiles.

3. LOS DESARROLLOS POLÍTICOS

En toda Europa, aunque más evidentemente en Italia, las ciudades constituyeron «lugares
de continuidad de una noción publica del poder» en el transcurso de la Alta Edad Media.16
Esta noción heredaba dos importantes elementos de la civilización tardoantigua: por un
lado, el fundamento urbano del Imperio romano, el origen urbano de su aristocracia y más
en general la centralidad de la ciudad en la economía y la cultura imperial; por otro lado, la
base episcopal del ordenamiento cristiano, la articulación de la comunidad de fieles a
partir de circunscripciones territoriales (las diócesis) con una civitas al centro (palabra
aquella que pronto pasará a designar la sede episcopal). Con el triunfo del cristianismo
como religión oficial las aristocracias urbanas que previamente habían ejercido
conjuntamente, en calidad de curiales, funciones religiosas y políticas, vieron abrirse dos
caminos cada vez más distintos para acceder al control de la ciudad: como autoridades
civiles y a veces militares que representaban al Imperio, y como clero que asistía al obispo.
En el curso del siglo IV, sin embargo, a causa de las presiones militares que imponían a las
ciudades compromisos fiscales cada vez más onerosos y responsabilizaban a las
magistraturas municipales, la participación en los consejos urbanos en calidad de curiales
se hizo cada vez menos apetecible. Las funciones militares fueron asumidas en general por
individuos no ciudadanos, en general bárbaros, y por lo tanto la iglesia obispal se convierte
en el principal lugar de participación de los habitantes, afirmándose como el vehículo por
el cual, una vez que el Imperio cayó, la civilización urbana antigua se transmitió al Alto
Medioevo.17

16 La expresión fue tomada de G. SERGI, La città como continuita di una nozione pubblica del potere: le
aree delle marche di Ivrea e di Torino, en Piemonte medievale. Forme del potere e della società. Studi per
Giovanni Tabacco, Turín, Einaudi, 1985, pp. 5-27
17 G. TABACCO, La città vescovile nell’Alto Medioevo, en Modelli di città. Strutture e funzioni politiche, bajo

dirección de P. ROSSI, Turín, Einaudi, 1987, pp.327-45, a p. 329. Véase también, de quien escribe, el capítulo
en Città e territorio, en el volumen IX de esta obra.
6
En los reinos romano-bárbaros que sucedieron al Imperio, el perfil de las ciudades
episcopales varió de acuerdo al tipo de sociedad que se configuró. En la Francia merovingia
y en la España visigoda, donde hubo mayor integración entre las aristocracias bárbaras y
las romanas, los obispos se transformaron en algunos casos en las bases del poder de
algunos grupos familiares que lograron controlar la sede por varias generaciones y
compitieron a menudo exitosamente con los oficiales reales por el control de la
circunscripción condal hasta el siglo VII incluso.18 En otras áreas como la Italia lombarda,
donde esta integración no se dio por mucho tiempo, los obispos no constituyeron las bases
para desarrollar una potencialidad similar y permanecieron como una institución
únicamente representativa de la ciudadanía romana cuya autonomía no fue en absoluto
auspiciada por los soberanos.
Los carolingios, que lograron someter todas estas áreas expandiéndose además
hacia el este a partir de las conquistas militares, representaron en todas partes una
solución de continuidad. Por un lado, contribuyeron a crear distritos territoriales que
tenían casi siempre en su centro una ciudad (marcas y condados). Por otro lado, como
efecto de los estrechos lazos políticos e ideológicos que los unían a la Iglesia, favorecieron
el proceso de adquisición de los títulos de sedes episcopales a numerosos centros que no
los poseían. Este proyecto se llevó adelante incluso en aquellas regiones del Norte de
Francia o en aquellas zonas más allá del Rin y el Danubio que no habían vivido la
colonización romana, y en las que se colocaron, en el centro de los distritos, localidades
más chicas, castillos o emporios destinados quizás a convertirse efectivamente en ciudades
sólo en los siglos sucesivos. Incluso para marcar una discontinuidad con lo sucedido bajo la
dominación merovingia, se buscó precisar mediante ordenamientos la distinción entre las
funciones de obispos y de oficiales reales, atribuyendo a los primeros instrumentos
morales y culturales, y a los segundos, políticos y militares. Pero por una serie de razones
(inacción de los oficiales reales, debilidad del vértice imperial a menudo atravesado por
crisis sucesorias) se concedieron a menudo a los obispos (así como a los grandes
monasterios) diplomas que los eximían del control de los oficiales públicos y que, por lo
tanto, constituyeron para los prelados la base para el desarrollo de un poder político cierto
y propio.19
Se trataba de los diplomas de inmunidad mediante los cuales el obispo obtenía
precisamente inmunidad respecto del ejercicio de la justicia por parte del conde o del
marqués del lugar. A estos privilegios siguieron en algunos casos otros más consistentes
que reconocían a los prelados la posibilidad de recaudar algunos impuestos públicos,
especialmente sobre la circulación o la venta de mercaderías, de construir o restaurar los
muros, e incluso en algunos casos de ejercer el districtus, es decir el poder de coerción
sobre todos los habitantes de la ciudad, y del territorio circundante algunas millas a la
redonda. Esta progresiva ampliación de las concesiones de poder a los obispos se
intensificó notablemente a medida que el Imperio carolingio entró en crisis (a mediados

18 P. GEARY, Naissance de la France. Le monde merovingien, París, Flammarion, 1989 (ed. or. 1988),
pp.148-60
19 TABACCO, op.cit., pp.333-34.

7
del siglo IX). El poder civil de los obispos que tantos incentivos había recibido de parte de
la dominación carolingia se encontró así sobreviviendo incluso a los mismos carolingios.20
Los desarrollos fueron sin embargo diversos de acuerdo con el camino que tomó la
evolución política local, que presenció a menudo el reforzamiento de las estirpes de
funcionarios imperiales (condes, marqueses, duques) en el marco de un difuso desarrollo
señorial que veía la adquisición de poder por parte de cualquiera que poseyese tierras y
clientelas.
En la mayor parte de las regiones de Francia los obispos, así como las abadías,
sufrieron el creciente poder de los principados dinásticos que se estaban formando.
Algunos de estos eran de origen público (como el condado de Flandes), otros surgían del
agregado de condados y señorías eclesiásticas (como el ducado de Borgoña), otros incluso
de la conquista (como el ducado de Normandía), o de la interdependencia de estirpes que
no habían detentado jamás funciones públicas (Anjoux). En este sistema la dinastía de los
condes de Paris, los futuros reyes de Francia, no podía presumir de una particular
superioridad.
En Germania los ducados de Sajonia, Franconia, Suabia y Baviera habían sido
enmarcados desde el siglo X más fuertemente por los emperadores de la dinastía sajona.
Estos, sobre todo para controlar las regiones meridionales, procedieron a dotar a abadías y
obispos de privilegios que permitieron a muchas sedes episcopales emprender el camino
de la construcción señorial.
Los marqueses y los duques del reino de Italia combatieron a lo largo de todo el
siglo X para acceder a la corona que finalmente fue asumida por la dinastía imperial
alemana, que favoreció, mediante privilegios, ascensos familiares notables como el de los
Canossa. Permanecía fuerte, sin embargo, la resistencia de las ciudades, en particular de la
llanura padana. Entre los siglos X y XI privilegios similares a los otorgados en Germania
fueron reconocidos a los obispos incluso en el reino de Italia, por soberanos temerosos de
perder el apoyo del clero y las aristocracias en su lucha contra sus rivales, así como sucedió
en la parte nororiental del reino de Borgoña, también disputado por los grandes señores
feudales franceses y alemanes, y en algunas zonas de la Francia del centro-norte.21
Además, en el siglo X los obispos, no pudiendo ya contar sólo con la cada vez más
débil autoridad del rey, habían intensificado las relaciones con el mundo urbano y con la
aristocracia de la región. De este modo, tal y como ha sido planteado recientemente, la
ciudad episcopal se fue transformando definitivamente en un poder local, necesitado de
apoyos, pero también capaz de accionar autónomamente respecto de la política de los
soberanos.22 En este sentido, es importante señalar que los diplomas reales, fueron a
menudo más la consecuencia que la causa de un desarrollo autónomo que tuvo lugar
incluso allí donde, como por ejemplo en Milán, los diplomas no fueron concedidos por
nadie.

20 Sobre el poder de los obispos véase I poteri temporali dei vescovi in Italia e in Germania nel Medioevo,
bajo dirección de C.G.MOR, M. SCHMIEDIGER, Bolonia, Il Mulino, 1979.
21 Sobre la especificidad del poder de los obispos en Italia y sobre el ausente ejercicio del poder condal: R.

BORDONE, I poteri di tipo comitali dei vescovi nel secoli X-XII, en Formazione e strutture dei ceti
dominanti nel Medioevo: marchesi, conti e visconti nel Regno itálico (secc. IX-XII). Actas del Convenio de
Pisa, 18-20 de mayo de 1999, Roma, Ist. Storico Italiano per il Medioevo, 2004, pp. 103-22.
22 DUTOUR, op. cit., p. 109, que en otros lugares insiste mucho sobre la importancia del siglo X en el

desarrollo de la ciudad medieval.


8
En el transcurso de este desarrollo progresivo de nuevos poderes destinados a
combatir entre ellos y por lo tanto a seleccionarse mediante conquistas y anexiones, el siglo
XI constituyó un momento en el que el juego político estuvo particularmente abierto. En
Francia, los grandes titulares de circunscripciones perdieron poder frente a los señores
locales, vinculados a uno o más castillos. En Italia, la presencia imperial comenzó a
disminuir, dejando que las fuerzas locales actúen libremente. Según varios investigadores,
la crisis de las estructuras superiores de coordinación política, conjuntamente al desarrollo
económico al que hemos referido precedentemente favoreció en esta fase la formalización
de las relaciones locales: tanto verticales, como las relaciones de dependencia (entre las
cuales las feudales), como horizontales, por ejemplo las relaciones que llevaron a una
nueva organización por comunidades en el mundo rural (conocidas como “comunas
rurales”). Robert Fossier ha acuñado el término encellulement (“encelulamiento”) para
definir la fijación de los limites del territorio y entre los niveles sociales que hubo en esa
época.23 Chris Wickham retomó esta idea para clarificar la formación de los renovados
conceptos de nobleza, señoría, parroquia, aldea y comuna rural que caracterizaron aquello
que él definió como un “nuevo horizonte pos-público”, en el que se insertó también el
desarrollo de las comunas urbanas.24 Subrayando un aspecto conectado a este cambio,
Paolo Cammarosano definió al siglo XI como la fase de una “primera afirmación de los
movimientos colectivos”.25
En esta reorganización de las relaciones entre individuos al nivel más reducido,
aquel local, se enmarca también la dialéctica que en las realidades urbanas se abre entre
los grupos urbanos y los obispos. En general se ha afirmado que, mientras que en las zonas
en las que la urbanización era menos densa y estaba menos desarrollada y la sociedad
urbana era menos capaz de ofrecer resistencia, como en el Norte de Francia o Germania,
los diplomas reales favorecieron la implantación de verdaderas y propias señorías que no
preveían condiciones diferentes para los súbditos entre la ciudad y el campo, en Italia,
donde existía una tradición urbana más fuerte y una sociedad capaz de reivindicar una
condición de libertad ligada intrínsecamente al estatus de civis, los grupos urbanos
tuvieron un margen mayor para reivindicar colectivamente un papel en la gestión del
poder de parte del obispo, y para impedir un desarrollo señorial independiente.26 Para
convalidar esta tesis, Giovanni Tabacco confrontó el desarrollo de los poderes obispales de
Asti y Aquilea: en ambos casos se trataba de iglesias dotadas de grandes bienes inmuebles,
bosques y áreas de recuperación que en la segunda mitad del siglo XI fueron dotadas por el
rey de privilegios condales. Pero los desarrollos fueron diversos. Aquilea, que dominaba
sobre un área carente de aglomeraciones urbanas relevantes, constituyó un principado
obispal que se expandió y consolidó hasta finales del siglo XV; Asti sufrió la competencia
de una comuna fundada por una aristocracia urbana emprendedora que incentivó sus

23 R. FOSSIER, Enfance de l’Europe, París, PUF, 1982.


24 C. WICKHAM, Communita e clientele nella Toscana del XII secolo. Le origini del comune rurale nella
piana di Lucca, Roma, Viella, 1995, p. 250, y ID., Leggi, practiche e conflitti, Tribunali e risoluzione delle
dispute nella Toscana del XII secolo, ivi, id. 2000, p. 47.
25 P. CAMMAROSANO, Storia dell’Italia medievale dal VI all’XI secolo, Roma-Bari, Laterza, 2001, pp. 226-

70.
26 Sobre la especificidad de la tradición cultural y política de las ciudades italianas insistió largamente Renato

Bordone. En particular véase R. BORDONE, La società cittadina del Regno d’Italia. Formazione e sviluppo
delle caratteristiche urbani nei secoli XI e XII, Turín, Dep. Subalpina di Storia Patria, 1987.
9
propias actividades comerciales privando al obispo de la posibilidad de consolidarse desde
el punto de vista político y territorial.27
En todas partes, finalmente, la dialéctica entre obispos y grupos urbanos se vuelve
particularmente visible al emerger un circuito de la adquisición “simoníaca” (es decir,
obtenido a partir del dinero) de la elección episcopal por parte de los aristócratas, y a
continuación la concesión o la alienación de los bienes de la iglesia para recompensarse
por el gasto ocasionado por tal adquisición o simplemente para favorecer a los parientes
propios. Este circuito contribuyó de manera determinante al proceso que Capitani definió
como “la clericalización de la riqueza”: o sea, la formación de una “estructura jurídico-
social que favorecía tanto el enriquecimiento [de bienes y derechos públicos] a través de la
Iglesia, como el empobrecimiento de la Iglesia”.28 La respuesta que en el curso de la
denominada “Querella de la Investiduras” dieron los soberanos a los problemas que el
proceso desencadenaba varió de zona en zona, y mostró las diferentes capacidades de los
poderes superiores para restaurar la organización eclesiástica al interior de sus propios
dominios.
En Germania, las iglesias estuvieron estrechamente sometidas al control de la
dinastía imperial que, asentando regularmente e incluso sustituyendo a los obispos,
controló y frenó la sangría de las propiedades eclesiásticas y secundó la construcción del
poder señorial por parte de los obispos para encuadrarlo luego mediante relaciones
jurídicas del tipo jerárquico o feudal bajo su propia hegemonía. En Francia, la proliferación
de los principados locales todavía privados de una coordinación superior como aquella que
ofrecía la monarquía, llevó a situaciones muy diversas, que en general tendían a impedir la
construcción de principados episcopales, mientras dejaban un amplio margen de maniobra
a los obispos en la gestión y dilapidación de los bienes de las iglesias, a menudo para
ventaja de los señores. En Italia, los conflictos se desarrollaron por todas partes, con
particular violencia en torno a las arquidiócesis, pero vieron un papel importante de las
ciudadanías, y fue el Papado romano el que constituyó el elemento fundamental de
interferencia entre iglesias y poderes locales.29
Por lo tanto, a lo largo de todo el Medioevo la ciudadanía expreso siempre, en
cualquier nivel, una iniciativa política propia. En el periodo que transcurre entre fines del
siglo XI y fines del XII, sin embargo, esas iniciativas se tornaron aún más visibles. El
enfrentamiento entre los habitantes de las ciudades y las autoridades religiosas y laicas que
las gobernaban, que tuvo lugar en el trascurso de la Querella de la Investiduras, produjo
por todas partes, aun de modo diverso, dos importantes resultados: en un primer
momento, como se verá en el próximo apartado, una nueva definición de la identidad de
los ciudadanos, en particular de sus derechos, que se unificaron y se diferenciaron de
aquellos de los habitantes del mundo rural; en segundo lugar, como se verá más adelante,
nuevas instituciones políticas.

27 G. TABACCO - G.G. MERLO, Medioevo. V-XV secolo, Bolonia, Il Mulino, 1981, p. 229.
28 O. CAPITANI, L’eta “pregregoriana”, en La Storia. I grandi problemi dal Medioevo all’Eta
Contemporanea, dir. N. TRANFAGLIA, L. FIRPO, vol. I, Il Medioevo. I quadri generali, Turín, UTET, 1986,
pp. 361-90, a p. 369.
29 Sobre la reforma de la Iglesia y la Querella de las Investiduras, véase G.M. CANTARELLA, Dalle chiese alla

monarchia papale, en G.M. CANTARELLA - V. POLONO – R. RUSCONI, Chiesa, chiese e movimenti


religiose, Roma-Bari, Laterza, 2001, pp. 5-79.
10
4. MOVIMIENTOS COMUNALES Y DEFINICIÓN DE LA IDENTIDAD DE LOS
CIUDADANOS ENTRE LOS SIGLOS XI Y XII

No siempre el enfrentamiento entre los ciudadanos y la autoridad asume los tonos


dramáticos de la lucha abierta y violenta y no en todas partes se resuelve con la conquista
de autonomía por parte de las ciudades. A estos elementos, es cierto, la historiografía de
tradición liberal confirió una importancia tal como para adaptar a ellos cada evolución de
las instituciones urbanas medievales.30 Pero reaccionando contra una actitud similar los
estudiosos de los últimos decenios pusieron de relieve el hecho de que la autonomía y la
comuna no constituyeran una ambición natural de todos los grupos urbanos, sino sólo de
algunos, en particular de aquellos del centro-norte de Italia caracterizados por tradiciones
urbanas antiguas y particularmente privados, a causa de la inacción del Imperio, de
interlocutores políticos capaces de satisfacer su reclamo de nuevos sistemas para
administrar la justicia y para encargarse de la fiscalidad, más adaptados a la nueva realidad
económica y social.31 Pero incluso en esta área la lucha contra el Imperio y el pedido
general de libertates, es decir de privilegios y autonomías, comenzaron hacia 1160. El
nacimiento de la comuna es un fenómeno que se extiende, al menos, a los cien años
precedentes, un fenómeno del que, por otra parte, es difícil fechar su inicio.32
Esta dificultad se debe según algunos al hecho de que los habitantes de las ciudades
italianas, tal como observó Nicolai Ottokar, no habiendo perdido en el Alto Medioevo
jamás el estatus diferente de aquel que vivía en el territorio rural, no tuvieron necesidad,
como en el resto de Europa, de “aislarse de un modo especifico y distinto” desde el punto
de vista jurídico.33 Incluso más, los ciudadanos italianos, quisieron definir mejor en el
curso de este mismo período, su propia identidad jurídica. Para todo el período que va
desde mediados del siglo XI a mediados del XII, hay testimonios diferenciados, relativos, a
menudo a derechos adquiridos por los ciudadanos, a juramentos ocasionados por
contingencias particulares, a experimentos institucionales relativos a la constitución de
colegios y magistraturas que sobreviven solo en parte, de nuevos modos de administrar
justicia. Es muy raro que entre todos aquellos sucesos pueda aislarse, como ocurre más allá
de los Alpes, uno más fundante que otros. Todos los movimientos testimoniados por estas
noticias tienden sin embargo, de manera análoga al resto de Europa, a expresar de manera
más explícita que antes cuales son los derechos y los deberes que caben a la ciudadanía.

30 Sobre las raíces de este comportamiento de los historiadores, con referencia a Italia, véase G. CHITOLINI,
La crisi delle liberta comunali e le origine dello Stato teritoriale, en “Rivista Storica Italiana”, a. LXXII,
1970, pp. 99-121.
31 C. WICKHAM, City society in twelfth-century Italy and the example of Salerno, en Salerno nel XII secolo.

Istituzioni, società, cultura, bajo dirección de P. DELOGU, P. PEDUTO, Salerno, Arti grafiche sud, 2004, pp.
12-26.
32 H. KELLER, Gli inizi del comune in Lombardia: limiti della documentazione e metodi di ricerca, en

L’evoluzione delle città italiane nell’XI secolo, bajo dirección de J. JARNUT, R. BORDONE, Bolonia, Il
Mulino, 1988, pp. 45-70
33 N. OTTOKAR, I comuni cittadini del Medio Evo, en ID, Studi comunali e fiorentini, Florencia, La Nuova

Italia, 1948, pp. 3-50, a pp. 10-11, 17. Esta diferencia entre ciudades italianas y europeas fue aceptada por R.
BORDONE, Nascita e sviluppo delle autonomie cittadine, en La Storia. I grandi problemi dal Medioevo
all’Eta Contemporanea, dir. N TRANFAGLIA, L. FIRPO, vol. II Il Medioevo. Popoli e strutture politiche,
Turín, UTET, 1986, pp. 427-60, y en E. ARTIFONI, Città e comuni, en Storia medievale, cit., 1998, pp. 363-
86.
11
En Milán esto ocurre en el curso de los movimientos de la pataria, guiados por
eclesiásticos y sostenidos por laicos que impugnaban el tráfico simoníaco de las cargas y el
concubinato practicado por obispos y el clero local, dos prácticas fundamentales de
intercambio y de transmisión de bienes y de derechos eclesiásticos. En el transcurso de
este conflicto que dura veinte años, en algunos momentos, los líderes del movimiento
hicieron prestar juramento a toda la ciudadanía. Landolfo Cotta, en 1057, después de haber
pedido autorización a Roma, hizo jurar primero a los laicos y después a los eclesiásticos de
combatir la simonía y el nicolaismo. En 1066 o 1067 Erlembaldo impone un nuevo
juramento. En todos los casos quien incumplía ese juramento era excluido de la
asociación.34 El mismo mecanismo era usado antes de la pataria, ya en 1045, cuando una
paz había puesto fin a la guerra entre milites y cives, y había constituido, según Hagen
Keller, el presupuesto jurídico fundamental para el nacimiento de la comuna.35
Puede discutirse si el conflicto patarino o aquel social incluso más antiguo hayan
constituido de por sí la cuna de la comuna de Milán, pero es indudable que los juramentos
colectivos que se prestaron en esos contextos constituyeron un precedente importante
porque equiparaban a todos los ciudadanos, aun si desde un punto de vista particular (el
del respeto por la paz o el del compromiso en el movimiento patarino). En algún otro lugar
el mismo resultado se alcanzó por otras vías, tal y como testimonia la “sentencia de las
torres” promulgada en Pisa por el obispo Daiberto en una fecha no precisa entre 1088 y
1092.36 Para frenar los desencuentros originados por la ocupación de una nueva zona, las
tierras del Arno concedidas a la ciudad por Enrique IV, el obispo se convirtió en garante de
un acuerdo de paz que establecía la altura de las torres construidas sobre aquella área,
prohibía la construcción de torres más altas y ordenaba la destrucción de aquellas
existentes.37 Quien se sintiese perjudicado por la ruptura del pacto podría dirigirse al
Colloquium civitatis. Esta institución habría podido autorizar la venganza rompiendo a su
vez la paz establecida en el acuerdo, pero en este caso con el sostén y apoyo del populus.
Originado por un conflicto diferente respecto de aquel de Milán y desarrollado con el visto
bueno del -no en oposición al- obispo, incluso en este caso el juramento contenía dos
elementos fundamentales: el acuerdo de paz y la exclusión de aquel que no lo respetaba,
que suscribían los abajo firmantes, bajo este aspecto particular, iguales.
Fue sobre la base de reglas similares de igualdad que experimental y gradualmente
las comunas italianas se constituyeron en el transcurso de un largo camino cronológico que
fue desde finales del siglo XI hasta mediados del siglo XII. Es entonces cuando se
afirmaron, tal y como veremos a continuación, nuevas magistraturas y nuevas formas de
hacer política. Solo a finales del siglo XII, al término de un largo conflicto con el Imperio,

34 C. VIOLANTE, I laici nel movimiento patarino, en I laici nella “societas christiana” dei secoli XI e XII.
Actas de la tercera semana internacional de estudio, Mendola, 21-27 agosto de 1965, Milán, Pubblicazioni
dell’Univ. Cattolica del S. Cuore, 1968, pp. 597-687, pero véase también ID., La società milanese nell’epoca
precomunale, Roma-Bari, Laterza, 1974 (ed. or. 1953)
35 H. KELLER, Der Übergang zur Kommune: zur Entwicklung der italienischen Stadtverfassung im 11.

Jahrhundert, en Beiträge zum hochmittelalterlichen Städtewesen, bajo dirección de B. DIESTELKAMP,


Colonia-Viena, Böhlau, 1982
36 El texto está ahora editado en I brevi dei consoli del comune di Pisa degli anni 1162 e 1164, bajo dirección

de O. BANTI, Roma, Ist. Storico Italiano per il Medioevo, 1997, pp.110-13


37 Se sigue aquí la interpretación propuesta por G. ROSSETTI, Il lodo del vescovo Daiberto sulla’altezza delle

torri: prima carta costituzionale della reppublica pisana, en Pisa e la Toscana occidentale nel Medioevo. A
Cinzio Violante nei suoi 70 anni, Pisa, Pacini, 1991, vol II, pp.25-48
12
con la paz de Constanza de 1183 y los acuerdos coetáneos, estas novedades fueron
legitimadas y reconocidas de manera oficial.
En algunos otros lugares, en Europa, las condiciones jurídicas de los ciudadanos y
aquellas de los habitantes del mundo rural no eran tan diferentes inicialmente. En la
mayor parte de las ciudades septentrionales un porcentaje relevante de la población no
detentaba el status de libertad, y estaba, por lo tanto, en situación de servidumbre. Fue por
lo tanto sobre este aspecto que se concentraron los primeros movimientos “comunales”. La
lucha para hacer que -tal y como recita una famosa definición- el aire de la ciudad los
hiciese libres, es decir, que fuese suficiente la condición de ciudadano para no tener que
someterse a las obligaciones legales de la servidumbre, ocurre al “formarse una unidad
territorial y personal en la que regían ciertas normas y ciertas condiciones jurídicas más o
menos uniformes”. Solo a continuación se registró, en algunos lugares, una eventual
“autonomizacion de esas unidades”.38
Según Knut Schulz, que ha intentado realizar un censo total del “movimiento
comunal”, definiéndolo de acuerdo con cuatro características distintivas,39 el Norte de
Francia constituyó, después de Italia, la segunda área de difusión de la comuna, y la
primera en la que se difunde el término communio para indicar el juramento que
prestaron el conjunto de los habitantes. Como en Italia, aquí también puede detectarse que
la ciudadanía se encontró a veces aliada y a veces hostil al obispo; pero se advierte una
diferencia en las relaciones de poder, complicadas aquí por la presencia de señores
territoriales poderosos que intervenían activamente en el juego político. Así en Le Mans en
1070 la communio obtuvo el apoyo del obispo y el clero, interesados en involucrar a los
ciudadanos en su lucha contra el heredero del condado de Maine. Por el contrario, en
Cambrai la comuna se juró en 1077, mientras el obispo estaba ausente. Quizás entre las
causas que concurrieron en este acto de rebelión está el conflicto entre ciudadanos y obispo
en relación a la elección simoniaca de este último. El obispo, de todas formas, regresó
gracias a su alianza con un conde local y abolió la comuna. Pero las tentativas de restituirla
continuarían con éxito relativo durante los siguientes ciento cincuenta años.40
Treinta años después, en 1107, la comuna se juró en Laón. Según el testimonio de
Guilbert de Nogent se trató del resultado de un acuerdo entre el clero y los vasallos
obispales por un lado y habitantes de la ciudad por otro, llevado adelante en ausencia del
obispo. Los primeros obtuvieron una suma de dinero, los segundos en cambio se vieron
exceptuados de todas las cargas relacionadas normalmente a la condición servil, con
excepción de una, la capitación. El obispo, a su regreso, fue convencido (él también con
dinero) de adherir y jurar respetar los derechos de los adherentes. En 1112, sin embargo, el
mismo prelado abolió la comuna, con la ayuda del rey, desencadenando una sanguinaria
revuelta. 41
Incluso cuando fueron reprimidas, estas experiencias dejaron su marca. En 1128 en
Laón el rey concedió una serie de privilegios que limitaban los abusos de sus oficiales,

38 OTTOKAR, op. cit., p. 11.


39 K. SCHULZ, “Poiche tanto amano la liberta..”. Rivolte comunali e nascita della borghesia in Europa,
Génova, ECIG, 1995 (ed. or. 1992). Las cuatro características que según este autor marcan la existencia de un
movimiento comunal son: la presencia de un debate público, la deslegitimación de las autoridades
tradicionales, la autogestión y la presencia de una lucha por el pago de la servidumbre.
40 D. BARTHELEMY, L’ordre seigneurial, XI-XII siècle, París, Seuil, 1990.
41 SCHULZ, “Poiche tanto amano la liberta..”, cit, pp. 66-77.

13
concedían a los ciudadanos algunas exenciones fiscales e instituían magistraturas locales.
Estas adquisiciones incluso podían difundirse de un lugar a otro. Los derechos que el
obispo había jurado respetar en Laón habían sido definidos de acuerdo al formulario que
mientras tanto había sido emitido por otras ciudades (en S. Quentin en 1081 y en Noyon en
el 1108). Las concesiones que el rey hizo a Laón se extendieron a otras localidades. Pero en
general se trataba de un juego político diferente del que puede verse en Italia, un juego -tal
como se ha apuntado- más similar a las relaciones que se establecían normalmente, en el
mundo rural, entre señores y comunidades.42
Ligeramente más relevantes fueron las concesiones que obtuvieron algunas
comunidades urbanas en la tercera área de difusión del movimiento comunal, la de las
ciudades obispales renanas. Aquí también el problema crucial tenía que ver con los
derechos de los habitantes, pero la mayor debilidad del soberano generó mayores
beneficios a las ciudades. En los primeros decenios del siglo XII, el emperador Enrique V
para premiar a las ciudades que lo habían sostenido en la lucha contra los obispos
reformadores concedió a los habitantes de Espira (1111) y luego de Worms (1114) la
exención de algunos impuestos de sucesión y de matrimonio que tradicionalmente los
señores (incluido el obispo) imponían sobre todos sus siervos, incluso sobre aquellos cuya
condición se acercaba más a la de libertad, los denominados “censuari”. El emperador
estableció de este modo que todos los ciudadanos, más allá de su condición, podían
heredar y disponer libremente de sus bienes, con la condición de que celebrasen cada año
el aniversario de la muerte de su padre Enrique IV. En 1119 el arzobispo de Maguncia, para
agradecer a los ciudadanos de haber forzado al emperador, que lo había tomado
prisionero, a liberarlo, concede un privilegio similar agregando la emancipación de todos
los ciudadanos por parte de los tribunales externos de la ciudad. Aun si el medio no fue
una asociación jurada como en Italia o Francia, sino una concesión señorial, también los
habitantes de las ciudades renanas se encontraron compartiendo una condición jurídica
común que los asimilaba entre sí y los distinguía de otros de manera más estrecha que
antes.43
Decididamente más significativos, porque se obtuvieron desde una posición de
poder más fuerte, fueron los privilegios adquiridos por las ciudades flamencas,
caracterizadas por una sociedad económicamente más dinámica, guiada por los
mercaderes. Las ciudades de esta región estaban oficialmente sometidas a la autoridad del
conde, pero desde fines del siglo XI encontramos documentos condales que confirmaban
costumbres precedentes relativas a la salvaguarda de la paz, a la resolución de los
conflictos, al poder de emanar normas por parte de la comunidad. Tales costumbres, que
en parte retomaban las cartas de fraternidad de las asociaciones mercantiles precedentes,
las guildas, estaban inspiradas en los principios de solidaridad y del bien común de las
sociedades urbanas flamencas, al mismo tiempo síntoma y causa del peso cada vez mayor

42 O. GUYOTJEANNIN, 1060-1285, en Histoire de la France politique: Le Moyen Age. Le roi, l’église, les
grands, le peuple, 481-1514, bajo dirección de PH. CONTAMINE, París, Seuil, 2002, pp. 173-284 a las pp.
199-201.
43 PH. DOLLINGER, Les villes allemandes au Moyen Age, en AAVV, La ville, Bruselas, Editions de la

Librairie Encyclopédique, 1954, pp. 445-64.


14
que las ciudades adquirieron en sus relaciones con el conde. 44 Una etapa importante de ese
punto de vista fue la muerte violenta del conde en 1127 y el conflicto de sucesión que siguió
a ello. Fue este acontecimiento el que abrió, para los centros mayores (Brujas, Gante, St.
Omer) la oportunidad de renegociar su propio estatuto. Presionando a partir del apoyo a
un candidato estas ciudades pidieron y obtuvieron la promesa de algunos privilegios, como
la concesión del derecho de recaudar ciertos impuestos aduaneros, la garantía de la paz, el
derecho, para todos los habitantes de la ciudad, de ser tratados como vasallos y por lo tanto
de ser juzgados por los propios pares, específicamente por sus propios jueces, los
escabinos, cuya palabra habría tenido el mismo valor que la de los jueces que dependían
directamente del conde. A continuación, luego de que las promesas se hubiesen roto, las
mismas ciudades lograron deponer al nuevo conde y elegir a un nuevo candidato,
fundando su derecho sobre la base de argumentos que retomaban el vocabulario de la
coetánea Querella de las investiduras. En la libertas ecclesiae reivindicada por los
promotores de la reforma se inspiró el reclamo de una libertas civium, el decir de un
derecho de los ciudadanos a elegir al soberano de la región (así como en otro lugar se
peleaba para que la elección del obispo se diese “canónicamente” por parte del clero y del
pueblo), desvinculado de las pretensiones de los grandes señores, en particular del rey de
Francia.45
De este rápido listado, debería resultar claro que el contenido de los derechos
adquiridos por las ciudadanías en esta fase constituye un indicador del grado de iniciativa
política de la ciudad, netamente más significativo respecto al modo en el que los derechos
fueron transferidos de los señores a las ciudades (guerra abierta, levantamiento jurado,
adquisición silenciosa de costumbres, concesión pacifica) y al grado de autonomía formal
de su constitución política, elementos, estos últimos, fuertemente sobrevaluados durante
mucho tiempo. Para ser claros, Brujas en 1128 puede ser vista como más desarrollada
desde el punto de vista político que Laón en 1111 incluso si la primera estaba en paz con el
conde, su señor, mientras la segunda se había autonomizado respecto del obispo y del rey.
Si se usa un criterio de este tipo, como sugieren los estudios más recientes, parece claro
que un razonamiento general y global sobre la iniciativa política de las ciudades
medievales, no puede limitarse sólo a las experiencias de levantamientos visibles en Italia y
en el Norte y debe, en cambio, incluir (para limitarse al siglo XII) también las concesiones
de cartas de comuna hechas por el rey de Francia tendientes a regular el conjunto de los
derechos señoriales (célebre la de Soissons en 1136), las más numerosas cartas de
franquicia otorgadas por el mismo rey de Francia y por el conde de Flandes que
concedieron algunos derechos en materia de fiscalidad y de justicia, así como el
reconocimiento de consulat en el Mediodía francés, la concesión de las “constituciones” de
las ciudades mayores a las ciudades renanas fundadas más recientemente, y finalmente los
privilegios concedidos a algunas realidades urbanas por parte de los reinos ibéricos y del
normando en la Italia meridional que, incluso si seguían gobernadas por los magistrados
instituidos por la corona, mantuvieron en varios casos amplios márgenes de acción.46

44 W. BLOCKMANS, La normativa nelle città fiamminghe (secoli XI-XIII), en Legislazione e prassi


istituzionale nell’Europa medievale. Tradizioni normative, ordinamenti, circolazione mercantile (secoli XI-
XV), bajo dirección de G. ROSETTI, Nápoles, Liguori, 2001, pp. 67-78.
45 D. NICHOLAS, Medieval Flanders, Londres, Longman, 1992.
46 En esta última dirección se dirige el volumen Salerno nel XII secolo, cit.

15
Desde una perspectiva redefinida así, aparecen redimensionados en su totalidad los
aspectos más revolucionarios del primer movimiento comunal: en la mayor parte de los
casos, las concesiones y reconocimientos fueron pacíficos, así como no alcanzaron, en esta
fase, a afectar a la totalidad de los derechos señoriales existentes hasta ese momento. Esto
no significa que no cambió nada. Todo lo contario. Por todas partes una serie de
coyunturas (desarrollo y selección de los poderes locales, Querella de las investiduras,
crisis de sucesión, importación de modelos desde áreas vecinas, redefinición social operada
por el crecimiento económico) condujeron a la definición de una identidad jurídica de los
ciudadanos (o al menos de una parte relevante de ellos) que asumieron de manera más
clara que antes que tenían un estatuto diferente del de la mayor parte de los habitantes del
mundo rural. Este nuevo sentido de una identidad compartida parece ser lo único que
unifica las vivencias institucionales de las ciudades de Europa en esta fase inicial. Es un
hilo delgado, aunque no demasiado. Incluso si de zona en zona había fuertes diferencias en
lo que respecta a los derechos que los ciudadanos compartían, los sucesos de los siglos XI y
XII crearon o formalizaron el status de comunidades urbanas reconocibles jurídicamente
que, cuando pudieron conservarse, representó el fundamento y la base para cada futura
organización institucional.

5. LAS INSTITUCIONES URBANAS ENTRE LOS SIGLOS XII Y XIII

Considerando este proceso compartido -de manera más o menos estrecha- por todas las
ciudades europeas, se hace más comprensible la relativa homogeneidad del modo en que
entre los siglos XII y XIII se adquirió el derecho de ciudadanía. Desde el momento en que
las diferencias respecto de los derechos de que gozaban los habitantes de las ciudades
europeas permanecieron amplias, el status de ciudadano se concedió generalmente a quien
descendía de ciudadanos y a quien se casaba con ciudadana, mientras que para los demás
se preveía un período de residencia continua en la ciudad a veces acompañado por la
compra de una casa y por una serie de otros deberes: participación en los turnos para la
defensa de la murallas, pago de impuestos, a menudo un juramento previo. 47 Es
significativo en este punto que la tasación ciudadana, es decir la lista de contribuyentes de
los impuestos directos, fuese considerada una suerte de documentación de registro civil
tanto en las ciudades italianas como en las alemanas.48 Diferencias mayores pueden
rastrearse, sin embargo, en el modo en que, a fin de diferenciar los derechos de que
gozaban los ciudadanos respecto a los que tenían algunos habitantes del territorio deseosos
de integrarse en la sociedad urbana, se preveían diferentes niveles de ciudadanía. 49 Pero
incluso en este caso se trataba de una diferencia que refería al contenido de los derechos y
no al modo en que se adquirían: la categoría de “ciudadanos de afuera” (Pfahlbürger,

47 P. COSTA, Civitas. Stroria della cittadinanza in Europa, 1. Dalla civilta comunale al Settecento, Roma-
Bari, Laterza, 1999.
48 Para las ciudades italianas puede utilizarse la definición de la tasación como “matricula civium”, dada por

Baldo degli Ubaldi para las ciudades alemanas, véase A. ERLER, Bürgerrecht uns Steuerpflicht im
mitelalterlichen Städtwesen, mit besonderer Unterschung des Steuereides, Frankfurt, M. Klosterman, 1939,
pp. 22-23.
49 W. A. BOWSKY, Cives silvestres: Sylvan Citizenship and the Sienese Comune (1287-1355) en “Bulletino

Senese di Storia Patria”, LXXII, 1965, pp. 193-243.


16
bourgeois forains, cives silvestres, villani incittadinati) fue empleada por las
magistraturas urbanas de una vasta área que se extendía desde el Mar del Norte a la
Toscana, pero por diversas razones. En las áreas septentrionales, donde las ciudades
estaban sometidas al poder de un estado, por ejemplo, para hacer que algunos habitantes
del territorio, de baja condición, compartiesen los onerosos impuestos que pagaban las
ciudades. Al sur de los Alpes, donde las ciudades gobernaban su territorio, para limitar y
controlar la tendencia a huir de la carga impositiva impuesta sobre el contado de parte de
los señores territoriales más poderosos que mantenían un acuerdo estrecho con la
ciudad.50
Más relevantes, en todo caso, son las diferencias de región a región y de ciudad a
ciudad cuando del plano de la modalidad de adquisición de derechos de ciudadanía se pasa
al de las instituciones participativas que de todas formas mantienen, en una primera fase,
algunos elementos comunes. Desde el siglo XI en Italia toda la ciudadanía accedía a una
institución que se colocaba, por así decirlo, a caballo entre la realidad precomunal y la
comunal: la asamblea no electiva, que recibe el nombre de concio, conventum,
parlamentum, populus. Esta asamblea se reunía en principio en el espacio al frente de la
iglesia catedral, en iglesias espaciosas, en plazas. Normalmente tenía la función de conferir
una aprobación formal a las decisiones tomadas por los cónsules o por otras instituciones
más cerradas, y por esta razón fue desvalorizada por muchos contemporáneos que la
consideraban la sede más abierta y por lo tanto más baja de participación política, un lugar
en el que el pueblo más ignorante se limitaba a gritar sus “fiat, fiat!” (“¡sí, sí!”). Debe
resaltarse, sin embargo, que en estas largas reuniones cualquiera podía tomar la palabra y
por lo tanto representaban importantes lugares de discusión pública sobre las cuestiones
más importantes.51 En las ciudades europeas los reclamos de estas asambleas se
encuentran más tardíamente, aunque es probable que existiesen precedentemente. En el
norte de Germania, donde asumen el nombre de Bürgergesprache (“coloquio de los
ciudadanos”), no están dotadas de ningún poder deliberativo y constituyeron únicamente
ocasiones en las que la ciudadanía era informada acerca de las decisiones del consejo
urbano.52
De la masa de participantes en la concio en la Italia precomunal se distinguen desde
el principio algunos individuos. Se trata de aquellos que son consultados por el obispo o
por el señor laico en ocasiones particulares, controversias judiciales o decisiones relativas a
obras públicas y tratados: individuos, entonces, particularmente calificados por prestigio y
por competencias, que hasta el siglo XII conservan en las fuentes el título genérico de boni
homines y que constituyen el anuncio de aquello que en Italia aparece claramente como la
primera magistratura puramente comunal: los cónsules.
Desde este punto de vista se nota sin embargo otra afinidad con el resto de Europa.
Resulta de hecho altamente significativo que en cualquier lugar el núcleo fundamental
desde el cual se desarrolló el gobierno de los ciudadanos haya estado constituido por una

50 M. BERENGO, L’Europa delle città. Il volto della società urbana europea tra Medioevo ed Eta moderna,
Turín, Eiunaudi, 1999, pp. 153-56.
51 Sobre esta institución y sobre los boni homines en Italia (que veremos más adelante) véase W. GOETZ, Le

origini dei comuni italiani, Milán, Giuffre, 1965.


52 F. TECHEN, Die Bürgergersprachen der Stadt Wismar, Leipzig, Dunker & Humblodt, 1906, cit. En

BERENGO, op. cit. P. 177.


17
asamblea judicial. En la Italia centro-septentrional los cónsules fueron en primer lugar
jueces a los que señores laicos y eclesiásticos, campesinos, comunidades rurales y
ciudadanos individuales presentaban sus controversias en materia de propiedad de bienes
y derechos. Aquellos lograron pronto ejercer muchos otros poderes, como la recaudación
de las entradas fiscales en nombre de la comuna, o la estipulación de los pactos, pero los
primeros documentos que dan cuenta de su acción son en general (en algunos casos ya en
los primeros decenios del siglo XII) juicios, arbitrajes, sentencias. En los raros casos en los
que poseemos información al respecto, puede notarse cómo desde el punto de vista de los
individuos y de las familias involucradas no se trata de una ruptura: los primeros cónsules
fueron personas que habían desarrollado funciones judiciales en el contexto del gobierno
obispal, condal o marquesal.53 Pero con su aparición los cónsules de la comuna
constituyeron en sí mismos una discontinuidad. Tal como se ha observado, si al nivel de la
sociedad local el cambio podía parecer imperceptible, era en el plano del regnum donde
todo cambiaba porque la nueva magistratura no actuaba más en nombre del rey y
mediante los instrumentos típicos de la justicia real, como el placitum, sino de manera
autónoma y sobre todo con nuevos procedimientos.54 La continuidad del reclutamiento
ayuda, sin embargo, a explicar la amplitud del lapso cronológico en el que emergen los
primeros reclamos de los cónsules en las diversas ciudades italianas. Un período que -por
otra parte sobre la base de un corpus documental lleno de lagunas- parece extenderse
desde el último decenio del siglo XI al tercero del siglo XII, y que coincide con el momento
en el que fue más profunda la ausencia en Italia del Imperio y de sus representantes
tradicionales.
En el sur de Francia comienza a encontrarse señal de los cónsules solo a partir de los
años cercanos a 1130. Como había sucedido en Italia en los decenios precedentes (y pour
cause, desde el momento en que la influencia italiana fue sin dudas relevante), en esta fase,
las referencias a grupos genéricos de boni homines, o aquí, de prud’hommes, llamados
ocasionalmente a acompañar a los obispos y los señores en el ejercicio de la justicia,
comenzaron a ser sustituidos por menciones más regulares relativas al consulado. Como en
Italia, participaron de esta nueva institución judicial los ciudadanos de los estratos
superiores, en primer lugar los caballeros, a veces insertos en la clientela vasallática del
obispo, elegidos por los habitantes de la ciudad de maneras no siempre conocidas, pero, a
diferencia de lo que sucedía al sur de los Alpes, obligatoriamente confirmados por el
señor.55
Esta dependencia de los colegios judiciales urbanos respecto del señor aumenta a
medida que nos alejamos de Italia. En las ciudades alemanas del área del Rin-Mosa-
Mosella, pero también en el norte de Francia y en Flandes, fueron los escabinos los que
constituyeron la base del gobierno, es decir, expertos en derecho que originariamente
asistían al conde. Con el transcurso del tiempo, el poder de denominarlos pasó al señor de
la ciudad, que a veces era el obispo, y la base del reclutamiento se hizo cada vez más
urbana. Por esto, no obstante la relación estrecha con el señor, los escabinos tuvieron un

53 G. TABACCO, La sintesi istituzionale di vescovo e città in Italia e il suo superamento nella “res publica”
comunale, en ID., Egemonie sociali e strutture del potere nel medioevo italiano, Turín, Einaudi, 1979, pp.
397-427.
54 WICKHAM, Legge, pratiche e conflitti, cit., p. 46.
55 C. TIMBAL, Les villes de consulat dans le midi de la France, en La ville, cit., pp. 343-69.

18
papel notable en el desarrollo de la iniciativa política de las ciudades, alcanzando en
algunos casos a ser elegidos por la población de la ciudad.
De estos colegios jurisdicentes, mediante el agregado de miembros que favorecieron
su ampliación, se desarrollaron los consejos, que constituyeron, después de las asambleas
no electivas y los colegios judiciales, la tercera institución común a todas las ciudades en
Europa. En Italia aparecen hacia el final de la etapa consular. En Pisa en 1164 puede
trazarse un consejo formado por un grupo de miembros fijos y aristocráticos (llamados en
referencia a la Roma antigua “senadores”) a veces acompañados por 24 miembros
adicionales, 6 por cada una de las puertas de la ciudad. Esta estructura compuesta por una
parte por miembros de derecho y de representantes de las reparticiones urbanas
caracterizó a menudo, con infinitas variaciones locales, los consejos de las comunas
italianas, incluso en el momento en que en algunas ciudades, por efecto de la dinámica
social de la primera mitad del siglo XIII, el consejo se agrandó significativamente, alcanzó
a comprender a centenares de personas y a menudo se desdobló en un colegio más grande
y uno más reducido.56
En las ciudades del norte los consejos no constituyeron colegios tan vastos y la
continuidad con los colegios judiciales de tipo consular fue mayor. En los primeros
decenios del siglo XIII, cuando la media de los miembros del número de consejeros en
Italia alcanzaba el centenar, en Estrasburgo y en la mayor parte de las otras ciudades
alemanas y flamencas, encontramos rastros de consejos de doce personas, a veces
duplicados o triplicados -con el agregado de miembros del aparato del obispo o del señor.57
Es a causa de esta restricción que el término consiliarius tiende a confundirse con el de
consul. Incluso en esta área a veces al núcleo original se añaden miembros de estratos
diversos. En Gante y en otras ciudades flamencas por ejemplo, hacia los primeros decenios
del siglo XIII se formaron consejos que resultaron de la unión de los colegios de los
escabinos y de representantes de la ciudad. En Nimes el consejo reflejaba una serie
compleja de divisiones sociales y sus componentes eran elegidos sobre la base de criterios
de rotación análogos a aquellos de las comunas italianas, pero su extensión no superaba de
todas formas los 27 miembros.58
Para poder explicar la discontinuidad mayor que se produce en Italia entre
consulado y consejo es necesario considerar otro elemento: la aparición, en las ciudades
comunales, de una figura inédita en otros lados, el podestá extranjero. Entre los últimos
decenios del siglo XII y los primeros dos o tres del siglo XIII (de acuerdo a cada ciudad) en
el lugar de los cónsules comenzó a gobernar (y por lo tanto a presidir los consejos, los
tribunales, a administrar las finanzas públicas y a guiar el ejército) un profesional no
ciudadano, convocado desde otro lugar precisamente para que estuviese al margen de los
juegos de poder locales. Él permanecía en el cargo por un año (luego el periodo se redujo a
solo seis meses) al término del cual era sometido a un proceso que evaluaba si había
administrado correctamente. En caso que el resultado fuese positivo recibía unos
honorarios adecuados. Tal como han planteado numerosas investigaciones en los últimos

56 Sobre los consejos ciudadanos italianos, A. I. PINI, Città, comuni e corporazioni nel Medioevo italiano,
Bolonia, CLUEB, 1986.
57 H. PLANITZ, Die deutsche Stadt, Graz, Böhlau, 1954, pp. 311-13.
58 D. NICHOLAS, The Growth of the Medieval City. From Antiquity to the early Fourteenth Century,

Londres-Nueva York, Longman, 1997, pp. 299 y ss.


19
veinte años, el régimen del podestá desencadenó en las ciudades de la Italia comunal una
serie de otras transformaciones: difunde una nueva cultura de la escritura, que ampliaba el
espectro de las tipologías documentales y de las actividades controladas mediante un
registro; creó una nueva cultura de la palabra, escrita y hablada, que se convirtió en un
instrumento cada vez más refinado de reflexión política; y finalmente contribuyó a la
afirmación de una nueva cultura de la legalidad en el ámbito de la cual no solo se procedió
a la redacción por escrito del derecho urbano, sino también se fundó un sistema de reglas
sobre la base del cual las instituciones se controlaban recíprocamente. 59
No hay rastro de magistraturas similares a la del podestá en las ciudades al norte de
los Alpes. Existen magistrados designados por los consejos que, solos o asistidos por un
colegio, constituyen el vértice de la política urbana. En las ciudades alemanas, por ejemplo,
los burgomaestres ejercen en número variable algunas de las funciones del podestá:
presiden los consejos, son los responsables del control de pesos y medidas, a veces duran
en su cargo un solo año; pero aquí, como en Flandes o en Londres con el alcalde,
constituyen la simple expresión de los sectores dirigentes locales que se sientan en los
consejos reducidos. Están más cercanos a la población de la ciudad que los prebostes
franceses, o que otras autoridades designadas y enviadas por el gobierno central, pero no
representan, como en Italia, el éxito de un acuerdo entre diversos grupos de cara a, como
afirma Enrico Artifoni “sustraer el vértice a la competición política”.60
Esta breve reseña en la que se trató de recorrer el camino desde las instituciones
más ampliamente compartidas a aquellas que se dieron solo en regiones específicas,
muestra cómo con el transcurso del tiempo puede verse una progresiva diferenciación de
los mecanismos institucionales. Por esta razón, después de haber delineado las
características comunes a todas las ciudades europeas, conviene marcar mejor las
diferencias. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIII que tres diferencias comenzaron
a aumentar bajo el empuje del entrelazamiento de nuevos desarrollos económicos y
políticos.
Desde el punto de vista económico el siglo XIII evidencia un neto incremento de
escalas, en parte consecuencia de aquello que se ha denominado como la “revolución
comercial”.61 Hasta aquel momento el sistema de intercambios se había fundado sobre el
envío de expediciones de mercancías llevadas adelante por mercaderes itinerantes,
eventualmente en sociedad con algún socio que permanecía en la ciudad de origen. Desde
aquel momento en adelante a este sistema se añadió una nueva organización del comercio,
caracterizada por una división del trabajo entre tres operadores: los titulares de los bancos,
que en la ciudad de origen organizaban y dirigían los negocios, los transportistas, y los
agentes residentes de las principales plazas del comercio exterior.62 La afirmación de este
nuevo sistema fue parte de un desarrollo más amplio que da cuenta no solo de la invención
y la difusión de nuevas técnicas financieras y crediticias que multiplicaron enormemente el
volumen de los negocios, sino también de un fuerte crecimiento productivo de la industria

59 Para un cuadro completo, véase la investigación colectiva Il podestà dell’Italia comunale, bajo dirección de
J. C. MAIRE VIGUEUR, Roma, Ist. Storico Italiano per il Medioevo, 2000.
60 ARTIFONI, Città e comuni, cit., p. 377.
61 Para una opinión que redimensiona el alcance de esta revolución, véase G. FOURQUIN, Storia económica

dell’occidente medievale, Bolonia, Il Mulino, 1987, pp. 455 y ss.


62 P. SPUFFORD, Money and its Use in Medieval Europe, Cambridge-Nueva York, Cambridge University

Press, 1988.
20
y del artesanado estimulado por un aumento de la demanda. Estos cambios, allí donde
fueron más intensos, llevaron a diferenciar el estilo de vida y los valores de banqueros,
mercaderes y empresarios, del de la aristocracia que vivía de rentas y de los beneficios de la
guerra. Como se ha observado recientemente a partir del caso de Pisa, todavía en el siglo
XII una expedición comercial era muy similar a una expedición militar y requería
competencias en parte similares, mientras que en el siglo XIII ya se trataba de actividades
del todo diferentes.63
Desde el punto de vista político el siglo XIII fue el siglo en el que los poderes locales
formados luego de la caída del Imperio carolingio sufrieron su primer momento
importante de selección, dando lugar a una geografía de poder fundada sobre territorios
definidos y destinada a durar bastante. En particular fue en el transcurso de este siglo que
adquirieron y se afirmaron las características de las grandes monarquías de Europa
occidental y oriental que sobrevivirán a los largos siglos del ancien régime: la francesa, la
inglesa, las ibéricas, de la Italia meridional, de Europa oriental, mientras en otras zonas el
poder continuó (y continuará por largo tiempo) más fragmentado y dividido en unidades
territoriales menores. El hecho de que el desarrollo de estas monarquías “nacionales” se
desenvuelva en las zonas menos densamente urbanizadas de Europa y no abarque, en esta
fase, a las áreas en las que había más ciudades y en particular grandes ciudades (Flandes y
la Italia padana, pero también, en menor medida, el área renana), es decir las regiones en
las que el crecimiento económico del siglo XIII fue más intenso, no puede ser considerado
una casualidad. Sería sin embargo simplificador deducir una correspondencia automática
entre urbanización, desarrollo económico y retardo en el proceso de construcción estatal o
al menos de centralización monárquica. En realidad, existe una relación, pero se
caracterizó por un desarrollo más complejo, que tuvo varias fases.
Hasta el siglo XIII, como resaltó Wim Blockmans, “el capital acumulado por las
ciudades fue recibido por los príncipes territoriales como un recurso más en la competición
con los otros señores”.64 Si una ciudad crecía rápidamente un príncipe podía estipular con
ella acuerdos ventajosos extendiéndole los privilegios hasta conferirle un amplio grado de
autonomía. Pero a partir del siglo XIII, a causa de la multiplicación de los intercambios, las
ciudades alcanzaron rápidamente un nivel de producción de riqueza tal que, si por un lado
podían poner a disposición de los príncipes recursos extraordinarios para la extensión
territorial, por otro se convertían en competidores directos. El desarrollo de esta relación
tuvo un papel crucial en la multiplicación de los conflictos que caracterizó al siglo XIV
como un siglo de guerras permanentes, y que estuvo condicionado por la contracción
económica que siguió a la gran expansión (la denominada “crisis del siglo XIV”).65 A esta
crisis siguió una época en la que en general la capacidad económica urbana disminuyó y la
capacidad coercitiva de los estados supraciudadanos creció. Pero ese proceso tuvo un éxito
diverso de acuerdo con la zona e hizo emerger grosso modo tres áreas en las que fue
diferente la relación entre ciudad y poderes principescos.

63 G. PETRALIA, Le “navi” e i “cavalli”: per una rilettura del Mediterraneo pienomedievale, en “Quaderni
Storici”, n. 103, 2000, pp. 201-22.
64 W. BLOCKMANS, Voracious states and obstructing cities, en Cities and the Raise of States in Europe,

A.D. 1000-1800, bajo dirección de CH. TILLY, W. BLOCKMANS, Boulder, Westview, 1994, pp. 218-50, a p.
224.
65 Sobre esta véase R.C. MUELLER, Epidemie, crisi, rivolte, en Storia medievale, cit., pp. 557-84.

21
6. EL CORAZON URBANO DE EUROPA: ITALIA CENTRO-SEPTENTRIONAL

La conexión entre política y economía aparece claramente observando la Italia comunal.


En esta zona el volumen de la producción y de los intercambios había alcanzado antes que
en otros lugares dimensiones tales como para desencadenar la revolución comercial. Las
mayores innovaciones conectadas a esa revolución (la compañía comercial, la letra de
cambio, la doble entrada) eran inventos de los mercaderes italianos que las difundieron
después al norte de los Alpes, sobre todo en la Francia meridional y Germania.
El fuerte movimiento impulsado por nuevos comerciantes y banqueros, sin
embargo, involucra rápidamente los sectores más activos y organizados del artesanado y
fue la base de las tensiones sociales que se advierten desde mitad del siglo XIII en las
ciudades italianas. Se remonta de hecho aproximadamente a 1250 la primera oleada
general de éxitos del movimiento del “pueblo” (popolo), que ve reconocidas algunas de las
peticiones que arrastraba desde decenios precedentes. Fue con toda probabilidad el
aumento de los gastos militares debido a la guerra entre el Papado y Federico II el que
generó una reacción en los componentes no militares de los habitantes de la ciudad y se
organizaron de manera tal que los intereses de las varias sociedades de oficios y de los
distritos, ya existentes desde hacía tiempo en la mayor parte de los lugares, fuesen
representados por una sociedad del “pueblo” unificada, que acogía miembros de toda la
ciudad. Las peticiones de estas sociedades normalmente se referían a la extensión de los
cargos fiscales a los caballeros, hasta entonces exentos, al ingreso de los “popolari” en los
consejos y a la lucha contra los aspectos más odiosos del estilo de vida nobiliario, como los
conflictos faccionales.66 En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIII, en algunas
ciudades, esos objetivos fueron perseguidos mediante la construcción de una estructura
paralela a aquella de la comuna, dotada de organismos similares, pero reclutados
exclusivamente en la base de la sociedad. A los consejos de la comuna se sumaron los del
pueblo, al podestá se sumó el capitán del pueblo (capitano del popolo), incluso él también
forastero. En cualquier lugar donde esta estructura paralela adquirió hegemonía, como
sucede durante algunos decenios en Florencia, Pisa, Padua, Bolonia o Perugia, la ciudad
fue gobernada mediante un colegio popular restringido (que recibe el nombre de ancianos
o priori) sometido, como todas las instituciones populares a frecuentes rotaciones y
recambios.67 Fueron desde estos colegios que emanaron las medidas más conocidas de esta
fase política, las ordenanzas “antimagnaticias”, con el objetivo de conferir un status
inferior a los ciudadanos definidos como magnates, es decir, poderosos y opuestos a la
política “popular”. Con el paso del tiempo a la comuna se agregó otra estructura
institucional, que a veces convivió y a veces se enfrentó con el “pueblo”, la de las “partes”,
las facciones interurbanas que surgieron de los conflictos de la segunda mitad del siglo
XIII. Solo en el siglo siguiente en cada ciudad se recompuso una jerarquía institucional que
representaba al mismo tiempo una herencia y la superación de todos estos movimientos. 68

66 J. KOENIG, Il “popolo” dell’Italia del Nord nel XIII secolo, Bolonia, Il Mulino, 1986.
67 E. ARTIFONI, I governi di “popolo” e le istituzioni comunali nella seconda metà del secolo XIII, en “Reti
Medievali. Rivista”, a. II 2003, http://www.Storia.unifi.it/-RM/rivista/2003-2.htm.
68 G. MILANI, I comuni italiani, Roma-Bari, Laterza, 2005, pp. 108-58.

22
Un desarrollo tal no era el resultado solo de una expansión económica, sino que
también había sido posible gracias a la larga ausencia de poderes que hubiesen podido
condicionar el área. Para encontrar una oposición efectiva por parte de un poder
principesco hacia las comunas en Italia es necesario remontarse a la segunda mitad del
siglo XII, cuando Federico I había intentado coartar su desarrollo y había sido necesario
constituir, en diciembre de 1167, la Liga lombarda, bajo la dirección de un colegio de
rectores expresión de las diversas ciudades. A estos últimos, que permanecían en su cargo
un año, se les pedía ocuparse de decidir las estrategias militares y de dirimir las
controversias entre las diferentes ciudades. Pero la Liga había constituido también una
“forma potenciada de comuna”,69 una institución en competencia explícita con el Imperio,
que se había arrogado derechos reales como el de emanar leyes, de fundar ciudades o de
tener su propio sello. Además, en las numerosas reuniones que la Liga tuvo en los años
sucesivos se tomaron importantes decisiones que definieron aspectos relevantes relativos
al ejercicio del poder ciudadano. Entre estos, los derechos de la ciudad sobre su propio
territorio, reforzados por los compromisos recíprocos de no acoger bandidos de las otras
ciudades conectadas o a señores territoriales que solicitaban asilo.70 Gracias a lo realizado
en esta fase las ciudades supieron oponer al proyecto de restauración del derecho imperial
en Italia uno alternativo que finalmente triunfó con la Paz de Constanza en 1183, cuando el
emperador reconoció a las ciudades italianas el derecho de ejercer una serie de regalia, es
decir, de derechos de incumbencia real, sobre la base de la costumbre que fuera mantenida
durante largo tiempo, salvo ratificar la fidelidad al Imperio y reconocerle algunas
prerrogativas, como el importante derecho a la apelación.71
La paz de Constanza fue asumida por las comunas como el inicio oficial de su
existencia. A menudo se la incluyó como documento de apertura en el registro en el que
cada comuna conservaba el conjunto de sus propios privilegios y derechos, el liber iurium.
Gracias a esta concesión, las ciudades italianas, que aun desde hacía bastante tiempo
tenían la costumbre de elegir a sus propios representantes y regularse de acuerdo con sus
propios ordenamientos, obtuvieron el reconocimiento que las ciudades flamencas habían
conseguido de parte del conde varios decenios atrás y que las ciudades francesas orientales
lograron de parte de su rey entre los siglos XI y XII. Además, incluida como constitución
imperial en el corpus del derecho romano y en el del derecho feudal, la paz de Constanza se
convirtió en un documento de amplia utilización a escala europea, del cual surgía la idea de
que la comuna, la asociación jurada de los ciudadanos para el autogobierno, constituía, a
diferencia de aquello que durante mucho tiempo habían planteado los intelectuales
eclesiásticos fieles a la causa de los obispos, no una aberración ilegal, sino una forma
legítima de autoridad, inserta en la jerarquía cuya cabeza era el soberano.
No fue por lo tanto casual que precisamente sobre la posibilidad de unirse en una
liga se reabra el conflicto entre algunas comunas y Federico II en el siglo siguiente. El largo
interregno que siguió a la muerte de Federico II (1250), sin embargo, corrió al Imperio del

69 SCHULZ, op.cit., pp. 187-214.


70 R. BORDONE, I comuni italiani nella prima Lega Lombarda: confronto di modelli istituzionali in
un’esperienza político diplomática, en Kommunale Oberitaliens und Oberdeuschtlands im Vergleich, bajo
dirección de H. MAURER, Siegmaringen, Thorbecke, 1987, pp. 45-61
71 Sobre la paz de Constanza: AAVV, La pace di Costanza (1183): un difficile equilibrio di poteri tra società

italiana ed Impero, Bolonia, Cappelli, 1984.


23
conflicto, mientras el Papado se vio urgido a poner un freno a sus mismos aliados, los
angevinos, llamados por la corona de Sicilia para eliminar a los descendientes del suabo, y
estos últimos, a su vez, tuvieron que sufrir la pesada interferencia aragonesa que los privó
de Sicilia.72 Quienes condicionaron la expansión de cada comuna que hubiese alcanzado
desde hace tiempo los límites naturales del propio territorio, el contado, y que solo podía,
entonces, desarrollarse a costa de dañar a sus propios vecinos, fueron, desde la segunda
mitad del siglo XIII, exclusivamente los equilibrios locales, en parte consecuencia de la
jerarquía de los mercados (así, por ejemplo, Milán consolidó la hegemonía que ya desde
hacía tiempo tenía en la Lombardía). Más adelante, a esta estructura se superpuso la
formación de una red cada vez más sólida de alianzas conectadas con el juego político
europeo y fundadas sobre las alineaciones de los güelfos y los gibelinos. Al interior de las
ciudades este desarrollo favoreció el advenimiento de jefes de parte que a veces lograron
desautorizar a las instituciones comunales y posteriormente trataron de hacerse reconocer
como vicarios del Imperio modificando de manera sustancial las relaciones entre las
ciudades italianas y otros poderes. También por esto no hubo más necesidad de formar
verdaderas y propias ligas de ciudades: las alianzas se decidieron sobre la base de las
relaciones de fuerza entre las distintas realidades territoriales cada vez más amplias, casi
todas con base urbana, que estaba produciendo la violenta competición militar.

7. “METROPOLIS EN GRADO DE NEGOCIAR”: 73 FLANDES, GERMANIA


SEPTENTRIONAL Y RENANA, ARAGÓN

Un desarrollo económico un poco inferior caracterizaba hacia finales del siglo XIII el resto
del denominado urban belt (“cinturón urbano”) de la región, es decir, una densa red de
urbanización que se extendía desde el Mar del Norte entre el Sena y el Rin hasta los
Alpes.74 En el denominado “Mediterráneo del Norte”, o sea, la zona comercialmente muy
activa que unía Inglaterra oriental y Flandes con el norte de Francia y las ciudades de la
costa alemana, existían las condiciones para que el crecimiento económico se desarrollase
plenamente.75
Aquí resultaba incluso más precoz la tradición de producción industrial. Las guildas,
es decir, las sociedades de oficio formadas por mercaderes y artesanos, aparecen ya en los
testimonios desde el siglo XII. Solo en el siglo XIV adquirieron sin embargo el rol
constitucional que en algunas ciudades de Italia habían alcanzado en la segunda mitad del
siglo precedente. En los primeros decenios del siglo XIV una serie continua de
insurrecciones artesanas favorecieron la constitución de los consejos de reclutamiento
corporativo que a veces flanquearon y a veces desautorizaron los precedentes consejos
ciudadanos surgidos de la evolución de las antiguas cortes de justicia, que basaban su

72 Sobre las leyes en Italia véase M. VALLERANI, I rapporti intercittadini nella regione lombarda tra XII e
XIII secolo, en Legislazione e prassi istituzionale nell’Europa medievale. Tradizioni normative,
ordinamenti, circolazione mercantile (secoli XI-XV), bajo dirección de G. ROSSETTI, Nápoles, Liguori,
2001, pp. 221-90.
73 Se cita aquí a BLOCKMAN, Voracious cities, cit., p. 228, que habla de “bargaining metropoles”.
74 Representation, Resistance and Community, bajo dirección de P. BLICKLE, Oxford, Oxford Univ. Press,

1997.
75 PTERALIA, Crescita ed espansione, cit., p. 313.

24
reclutamiento en la aristocracia de los escabinos o sobre el patriciado que se había formado
a partir de ésta. Como en Italia, los resultados fueron diferentes. En algunas ciudades
imperiales alemanas se alcanzaron a constituir gobiernos exclusivamente corporativos, a
los que se accedía solo si se estaba inscripto en una guilda, al punto que la anterior
aristocracia gobernante tuvo que constituirse en una guilda ella misma. En otros lugares,
como en Espira, el consejo fue repartido equitativamente entre los aristócratas y las
guildas.76 Al igual que en Italia, aquí también esas soluciones no duraron demasiado y
debieron someterse a continuos ajustes de acuerdo a la variación de los equilibrios
económicos y sociales.
Pero la gran diferencia respecto al área de las comunas italianas se dio por la
presencia de poderes más grandes y cercanos. En los Países Bajos las ciudades debían
tener en consideración al conde y al rey de Francia, a veces aliados, a veces enemigos. En
Germania estaba el débil Imperio y algunos fuertes principados territoriales. En Aragón,
donde se perfilaba un desarrollo similar con la llegada de profesionales y artesanos a los
consejos, cercana a la corona existía una fuerte nobleza. La evolución política ciudadana
estuvo condicionada por el juego de estas relaciones políticas que sufrieron cambios a
veces imprevistos, como sucede en Flandes en 1302. En aquel año, el éxito de la “batalla de
las espuelas de oro”, la derrota de la caballería francesa a manos de la infantería urbana,
además de volver independiente al condado, tiene el efecto de reducir notablemente el
poder de los condes. Por un largo periodo, sin embargo, tal como se ha observado, entre las
ciudades y el príncipe hubo una especie de intercambio en el que las ciudades se
empeñaban en proveer capital con los impuestos, y el príncipe en otorgar instituciones de
alta justicia para fortalecer una instancia superior de la que tenían necesidad los sectores
urbanos, cada vez más diferenciados en su interior.
Para alcanzar tales acuerdos fue a mendo necesaria la constitución de leyes, así
como había sucedido en Italia entre los siglos XII y XIII. Se ha observado recientemente
que precisamente la liga entre diversas ciudades fue la ocasión en la que las ciudades
formularon sus propios objetivos políticos y elaboraron las estrategias para alcanzarlos, el
instrumento que transformó las ciudades “en un factor político ordenador importante,
colocándolo al nivel del emperador, rey, príncipes y aristocracia”.77 Esto sucedía porque,
como ha detectado Marino Berengo: “Cuando las ciudades-estado se unían en alianzas de
naturaleza político-militar, cumplían una explícita o implícita reivindicación de su propia
soberanía”.78
En Flandes las ciudades se unieron en ligas dotadas de autoridad comunal que
negociaban con el conde. En Germania central, donde el peso de los obispos como señores
era notable, la intención de crear una alianza se ve restringida en el 1232 por el emperador
Federico II, que reiteró la tradicional prohibición de coniurationes et colligationes. Solo
luego de la muerte de este soberano, en el largo interregno que prosiguió, se estableció una
alianza entre las principales ciudades renanas para la defensa y la conservación del reino

76 E. MASCHKE, Mercanti e città. Mondo urbano e política nella Germania medievale, Milán, Franco
Angeli, 1991, pp. 92-93.
77 Sobre las leyes en las ciudades del norte, se sigue aquí G. DILCHER, Formazione dello stato e comune

cittadino nel Sacro Romano Impero, en http://www.dirttoestoria.it/3/Memorie/Organizzare-


ordinamento/Dilcher-stato-e-comune.
78 BERENGO, op. cit., p. 106.

25
durante la vacancia imperial. Con el objetivo de preservarse frente a degeneraciones
anárquicas también adhirieron a esta liga los príncipes electores, que se vieron obligados
entonces a reconocer a los consejos ciudadanos y a las otras instituciones urbanas. Con el
fin del interregno la liga se disuelve; pero aun así no cesaron las motivaciones profundas
que la habían hecho surgir, y por iniciativa de los príncipes y de las mismas ciudades otras
ligas interciudadanas en Renania continuaron renovándose en el curso de los siglos XIV y
XV. En algunos casos, combatieron al lado de otras ligas, surgidas por otros motivos, como
la liga de las ciudades imperiales suabas, creada para mantener el estatuto y los privilegios
ligados a la sujeción directa al Imperio, contra los intentos por parte del duque de Suabia
de quedarse con esos derechos.
En el norte de Germania a la alianza se llegó por un camino diferente: aquí primero
se formó una serie de alianzas no de ciudades, sino de comerciantes, en particular aquellos
residentes en otras ciudades: las hansas, que a continuación, en la segunda mitad del siglo
XIII, fueron incluidas en los tratados ente las ciudades más grandes del Mar del Norte. Fue
muy importante el tratado de 1241 entre Lübeck y Hamburgo, con el objetivo de proteger la
circulación de los mercaderes y mercaderías en particular de la agresiva política del conde
de Holstein. A continuación esta alianza se amplió a otras ciudades y a otras asociaciones
mercantiles hasta que en 1283 el duque de Sajonia convocó a los representantes de esta
liga, que en este punto ya se definía como “hanseática”, junto con los más importantes
príncipes territoriales de la región. Destinada a permanecer como punto de referencia, a
diferencia de la Liga Lombarda, la Liga Hanseática no se dotó de instituciones internas
capaces de influir sobre la estructura institucional de las ciudades que la componían.

8. LAS CIUDADES SOMETIDAS POR LAS MONARQUIAS

Con la notable excepción de las capitales, cuyo dinamismo económico dependía de manera
creciente de su papel político, en los territorios gobernados por las grandes monarquías
alrededor del 1300 no existía un alto nivel de aquello que se ha denominado “potencial
urbano”, es decir, una red de grandes ciudades ubicadas una de otra a una distancia no
muy grande y de fácil acceso, capaces así de constituir la base para intercambios frecuentes
e intensos.79 Al observar un mapa de la urbanización, el fenómeno aparece claramente: la
mayor parte de las ciudades situadas en estas regiones no superaban los 20.000
habitantes, ni siquiera a menudo los 10.000. Teniendo presentes las consideraciones
anteriores, esto significa que la sociedad urbana de Francia, Inglatera, Castilla o Bohemia
no podia compararse con aquellas de las áreas hasta aquí examinadas. Como sostuvo
Charles Tilly, la concentración de los capitales era inversamente proporcional a la
concentración de los medios de coerción y en las grandes monarquías, con su fuerza
notable dada por los ejércitos y los tribunales centralizados, las riquezas estaban
dispersas.80
Un escenario similar vuelve más comprensible la regresión de los procesos que se
habían desencadenado dos o tres siglos antes durante el denominado “movimiento

79 J. DE VRIES, European Urbanization, 1500-1800, Cambridge (Mass.), Harvard Univ. Press, 1984.
80 C. TILLY, Coercion, capital and European States, A.D. 990-1990, Cambridge, Blackwell, 1990.
26
comunal”. En Francia, las élites urbanas que se formaron a partir de los antiguos
juramentos de las comunas, cristalizados en sólidas oligarquías que no eran un grupo
económicamente productivo, gestionaron de manera tan poco funcional (y corrupta) el
creciente reclamo de dinero por parte del príncipe, debido al crecimiento de los aparatos
estatales, que los grupos ciudadanos prefirieron renunciar al estatus de privilegio
garantizado por la carta comunal y someterse directamente a la administración real. Desde
este punto de vista, la sumisión de las ciudades a la corona fue un hecho protagonizado por
los sectores inferiores. Las bonnes villes de France -una definición que une los conceptos
de respetabilidad y prestigio con la ausencia de privilegios comunales- fueron el fruto de
ese proceso.
La sumisión a la corona no supuso la desaparición de los consejos ciudadanos. Estos
constituían una estructura de participación difícil de eliminar, pero a menudo comenzaron
a ser presididos por un representante del soberano, que sustituía al jefe de la
administración municipal. Desde el punto de vista del príncipe, este proceso de sujeción de
las ciudades no supuso solamente un reforzamiento de las redes de oficiales, sino también
la unificación de los privilegios ciudadanos que, eliminando las diferencias, llevaba a una
centralización de las funciones importantes, la primera de ellas la justicia. Un intento
similar fue realizado por Alfonso X en Castilla hacia 1265; y debió ser aplazado a causa del
reclamo de muchas ciudades de recuperar los antiguos privilegios particulares, aunque
continuó con sus sucesores.81
Los consejos de las ciudades asociadas se encontraron de esta forma
transformándose de organismos deliberativos a centros para la redacción de peticiones y
reclamos al soberano. Este clima no favoreció la apertura de los colegios de consejeros en
comparación con aquellos sectores dinámicos que en otras partes tendían a hacerlos
ingresar, y el proceso de cristalización que ya había comenzado continuó mediante la
afirmación de instituciones como los asientos vitalicios, incluso transmisibles por vía
hereditaria.
Una suerte más cruel marcó el destino de las asambleas plenarias no electivas que
en algunos casos habían constituido una institución convocada para hacer frente a los
pedidos del soberano, para aprobar los gastos extraordinarios que las guerras cada vez más
frecuentes habían intensificado, y a veces para elegir magistrados extraordinarios y
revocables. En el siglo XV los príncipes intentaron un poco en todas partes suprimir estas
instituciones y los otros consejos que se habían formado en algunas ciudades, y muy a
menudo lo lograron.82
A partir del siglo XV el proyecto de reducción de los espacios de iniciativa política de
los grupos ciudadanos que estaban llevando adelante los reyes de las grandes monarquías
de Europa occidental, comenzó a ser compartido tanto por pequeños y grandes príncipes
que reinaban sobre las áreas con mayor densidad urbana de la zona central (Flandes, el
Imperio germánico), y por los mayores estados regionales, derivados de la expansión de
una ciudad, que estaban surgiendo de la simplificación del juego político italiano (Milán,
Florencia, Venecia). Se trataba de uno de los efectos de la crisis económica que en el siglo
XIV había interrumpido el prolongado crecimiento medieval golpeando precisamente los

81 S. PROCTER, Alfonso X of Castille, Patron of Literature and Learning, Oxford, Clarendon Press, 1951.
82 BERENGO, op.cit., pp. 86-95.
27
sectores urbanos que en los últimos siglos habían impulsado la última aceleración fuerte.
La prolongación de las disputas militares, además, tendía, por un lado, mediante las
sujeciones y las conquistas, a reducir el número de los estados y a aumentar el tamaño de
aquellos sobrevivientes, y por otro lado, a someter a las ciudades a una presión más firme,
tanto desde el punto de vista fiscal como político. Pasos importantes en esta dirección
fueron, en el Imperio, la prohibición para las ciudades de aliarse en una liga, reafirmado
con la paz de Eger en 1389, y la sumisión de Berlín en 1442 al príncipe Federico de
Brandeburgo. En Flandes la fuerza de las ciudades comenzó a disminuir con el pasaje de la
región a la órbita de la casa de Borgoña, cuya intervención desencadenó hacia la mitad del
siglo XV numerosas revueltas urbanas.
Al estar sometidas mayor tiempo al gobierno del príncipe, allí donde las ciudades
habían vivido un periodo de mayor vigor y por lo tanto constituían todavía un centro de
producción económica y cultural, lograron mantener un rol importante al interior de las
nuevas configuraciones estatales. Como la historiografía de la temprana Edad Moderna ha
clarificado en los últimos tiempos, para todos los siglos del ancien régime, las
instituciones, las concesiones y las prácticas surgidas en el Medioevo sobrevivieron,
mutando, al interior de los estados.83 Así como los señores territoriales, las comunidades
de aldea, las iglesias, también las ciudades, sobre todo las grandes ciudades, contribuyeron
a formar aquella ordenación caracterizada por continuas negociaciones, por un precario
equilibrio, por la necesidad permanente de nuevas elaboraciones jurídicas, que vio a los
príncipes como los garantes indiscutidos pero débiles en el largo período de la Europa
Moderna.

83 Para este enfoque, ver A. DE BENEDICTIS, Politica, governo e istituzioni nell’Europa moderna, Bolonia,
Il Mulino, 2001.
28
Historia de la Edad Media

2022

Unidad Nº 5
La resistencia campesina
y la historiografía de la Europa medieval
Paul Freedman
Universidad de Y ale

Hasta época bastante reciente, se consideraba que el campesinado carecía de


papel en el espectáculo dramático del progreso histórico. Cuando los campesinos
se veían implicados en acontecimientos importantes, los historiadores veían en
ellos unas víctimas desventuradas, o quizás, los integrantes de unas masas objeto
de manipulación. Esta opacidad histórica tenía que ver con la percepción extendi-
da de su irrelevancia creciente en el mundo contemporáneo. Se creía inevitable la
inminente desaparición del propio campesinado 2 . De hecho, en Europa occidental
dicha desaparición sí ha sucedido, constituyendo una de las transformaciones más
radicales que ha traído el siglo X X . Al final de su obra La identidad de Francia,
Fernand Braudel hizo notar que el suceso más espectacular de la historia francesa
reciente fue la terminación de la sociedad rural que a^ n estaba intacta en 1914,
quizás incluso en 1945, pero que en la actualidad ha desaparecido prácticamente3.
Otro gran historiador de nuestro tiempo, Eric Hobsbawm, seriala la "muerte del
campesinado" como el cambio social más espectacular de la segunda mitad del
siglo XX 4 . Resulta irónico (teniendo en cuenta el desprecio con el que se miró
durante tanto tiempo al campesinado), que el óbito de esta antigua clase social en
Europa haya provocado tanta inquietud, por no decir tantos lamentos. Las identi-
dades regionales y locales, la identificación con la tierra y con sus virtudes tradi-
cionales—todas estas cosas se han visto socavadas por el abandono de las fincas
agropecuarias o por su conversión en corporaciones empresariales5.

Lo que sigue es una revisión sustancial de un artículo aparecido en inglés en la publicación eslo-
vena Filozofski Vestnik 2(1997), 179-211, donde se abordaba de un modo más específico la cuestión de las
guerras campesinas tardomedievales.
2 Por citar un ejemplo no ideologizado de principios del siglo XX, véase A.H. JOHNSON, The
Disappearance of the Small Landowner (Oxford, 1909; reimpreso en 1963).
3 Citado aquí a partir de la versión inglesa: The Identity of France, (trad. de Sián Reynolds, vol. 2
(Glasgow, 1990), págs. 674-675.
4 Eric HOBSBAWM, A ge of Extremes: The Short Twentieth Centuty, 1914-1991 (Londres, 1994), p. 43.
Sobre el caso francés, por ejemplo, véase Michel GERVAIS et al., La fin de la France paysanne
de 1914 à nos jours, Histoire de la France rurale, vol. 4 (Paris, 1976); Michael BESS, «Ecology and
Artifice: Shifting Perceptions of Nature and High Technology in Postwar France», Technology and Culture
36 (1995), 830-862. Sobre el caso de Cataluña, véase la nostálgica evocación que hace Maurici Duran en
A deu els pagesos (Barcelona, 1996).
18 Paul Freedman EM (2000)

Para la mayoría de los agentes políticos y representantes de las ciencias socia-


les, sin embargo, el fin del campesinado era algo plausible y que había que ace-
lerar en aquellas regiones (sobre todo en la Unión Soviética de los arios 30 y,
posteriormente, en el Tercer Mundo) donde persistía la agricultura de pequeria
escala. Seg^ n las teorías económicas tanto capitalistas como socialistas, el pro-
greso hacia la "modemidad" exigía una "racionalización" de la agricultura que
pasaba por el aumento en la dimensión de las unidades de cultivo y la reducción
de la población rural. En el Banco Mundial, la Fundación Ford o las empresas
intemacionales, los economistas expertos en cuestiones de desarrollo estaban
acostumbrados a contemplar con ecuanimidad la desintegración de aquella cultu-
ra y aquella economía rurales caracterizadas por la insularidad a manos de tecno-
logías e inversiones que reorganizaban antiguas economías de subsistencia.
Aunque no estén aliados en lo conceptual con esta visión tan agresiva del pro-
greso, los historiadores occidentales han venido compartiendo las opiniones de
los defensores del desarrollo industrial, al considerar que los campesinos han
quedado al margen del proceso de transformaciones históricas incluso en aque-
llos casos donde en teoría tendrían que haber ostentado el protagonismo. La
Guerra de los Campesinos alemanes de 1525, seg ^ n una opinión que fuera domi-
nante, no fue en esencia un movimiento del campesinado, sino que más bien
habría que interpretarla como un sintoma de una crisis política alemana. El his-
toriador más prominente en esta cuestión, Grinther Franz, vio en dicho aconteci-
miento una porción de una lucha de dimensiones superiores por el destino del
Reich alemán6 Otros historiadores, aunque sin minimizar de tal modo los aspec-
tos sociales del conflicto, presentaron a los campesinos como un colectivo movi-
do desde el exterior por el impetu de la Reforma y sus ideas subversivas
concomitantes, que se originaron en las ciudades7.

Existen estudios sobre la Italia medieval, por mencionar otro ejemplo, en los
que al entorno rural se le atribuye una importancia escasa en comparación con las
ciudades. La historiografía italiana ha visto con frecuencia en los campesinos ele-
mentos pasivos, y en sus insurrecciones un reflejo de crisis políticas o fiscales (las
derivadas, por ejemplo, de la constitución de estados a nivel local) en lugar de una
afirmación independiente del propio campesinados.

6 Gbnther FRANZ, Der deutsche Bauerrzkrieg, 12 edición (Darmstadt, 1984), pág. 288.
^ Bemd MOELLER, Imperial Cities and the Reformation: Three Essays, traducción inglesa de
H.C. Erik Midelfort y Mark U. Edwards, Jr (Durham, N.C., 1982); Steven OZMENT, The Reformation in
the Cities: The Appeal of Protestantism to Sixteenth-Century Germany and Switzerland (New Haven,
1975); A.G. DICKENS, The German Nation and Martin Luther (Nueva York, 1974); Heiko OBERMAN,
«Tumultus rusticorum: Von Klosterkrieg' zum Fbrstensieg», Zeitschrift fiir Kirchengeschichte 85 (1974),
157-172.
• Una corrección de esta tendencia se aprecia en el volumen editado por Giovanni CHERUBINI,
Protesta e rivolta contadina nell'Italia medievale (= Annali dell'Istituto Alcide Cervi'16) (Roma, 1994).
La importancia de los estados tardomedievales la siguen subrayando Bruno Andreolli en el caso del
Trentino (págs. 27-43) y, en la conclusión de la obra, Jean-Claude Maire Vigueur (págs. 261-268).
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografi'a de la Europa medieval 19

Si bien es cierto que la mayoría de las transformaciones de la agricultura con-


temporánea son el fruto de la economía capitalista global, se hace preciso reseriar
que desde la Izquierda tampoco se ha favorecido demasiado la agricultura fami-
liar. Conforme al pensamiento marxista ortodoxo, los campesinos han constitui-
do un obstáculo al progreso revolucionario o, en el mejor de los casos, se han
limitado a ser seguidores y participantes indirectos. La capacidad del proletaria-
do urbano de forjar por sí solo una auténtica revolución ya fue afirmada por Marx
y reiterada por Lenin. El socialismo y la reforma del régimen de propiedad de la
tierra conllevartan la eliminación del campesinado: un proceso que en realidad ya
estaba en marcha como consecuencia de una estratificación cada vez mayor (enri-
quecimiento de los kulaks, empobrecimiento de los pequeños propietarios, elimi-
nación del grupo intermedio) derivada del capitalismo 9. La colectivización de la
agricultura impuesta bajo el régimen de Stalin se justificó por la supuesta necesi-
dad de modernizar una sociedad atrasada mediante la destrucción integra de sus
pequeños propietarios agrícolas. Posteriormente, el análisis marxista de la situa-
ción del campesinado en el mundo capitalista y en el Tercer Mundo ha tendido a
atribuir a esta clase la condición de un semi-proletariado. Víctimas de la raciona-
lización económica y de la globalización del mercado, los campesinos subsisten
gracias ^ nicamente a la venta de su mano de obra, no pudiendo ya depender del
cultivo de una propiedad agrariaw.
Bien es cierto que algunos movimientos campesinos del pasado han recibido
del pensamiento marxista una consideración positiva. La tradición de exaltar la
Guerra de los Campesinos alemanes de 1525 se remonta a Friedrich Engels. A
pesar de ello, Engels interpretó aquella lucha no como una insurrección per se,
sino más bien como una manifestación de la crisis de la sociedad feudal y de la
transición hacia el capitalismo. Como desde la Derecha sostendría Grinther Franz,
tampoco en este caso parecía que los campesinos estuvieran desemperiando por
propia iniciativa su papel como actores históricos. Tras los pasos de Engels, la
historiografía germano-oriental vio en las revueltas de 1525 un episodio de una
"primera revolución burguesa" cuyos orígenes y significado real había que bus-
carlos en las ciudades. La insurrección campesina fracasó, pero contribuyó a
introducir el nuevo modo de producción". Stalin consideraba que las primeras
revueltas del campesinado ruso eran dignas de atención, pero que por su motiva-
ción eran "zaristas" y, por ende, irrelevantes para los verdaderos revoluciona-

° Karl MARX, Formaciones económicas pre-capitalistas (edición inglesa— Pre-Capitalist


Economic Formations— publicada en Nueva York, 1965); Georgi V. PLEJÁNOV, «Nuestras diferencias»,
citado aquí de la edición inglesa de sus Selected Philosophical W orks, vol. 1 (Londres, 1961), 122-399;
Vladimir LENIN, El desarrollo del capitalismo en Rusia, citado aquí de la edición publicada en Mosc ^
(1964)— The Development of capitalism in Russia; Karl KAUTSKI, La cuestión agraria (París, 1970).
'° Alain de JANVRY, The A grarian Question and Reformism in Latin A merica (Baltimore, 1981).
" Friedrich ENGELS, 77ze Peasant W ar in Germany (Nueva York, 1926); Adolf LAUBE et al.,
Illustrierte Geschichte der deutschen friihbllrgerlichen Revolution (Berlín, 1974); Die friihblirgerliche
Revolution in Deutschland • Referate und Diskussion zum Thema «Probleme der friihbiirgerliche
Revolution in Deutschland 1476-1535», ed. Gerhardt Brendler (Berlín, 1961).
20 Paul Freedman EM (2000)

rios' 2 . Allí donde se ha atribuido a los campesinos el éxito económico (en la


Inglaterra medieval, por ejemplo), se les ha visto como portaestandartes del capi-
talismo: por lo tanto, no como campesinos en realidad, sino como grandes agen-
tes consolidadores de la propiedad agraria—protocapitalistas, pues, o capitalistas
a fin de cuentas13.
A lo largo de la mayor parte del siglo XX las actitudes con respecto al cam-
pesinado se han asemejado curiosamente a las que en la Edad Media sirvieron
para ver a aquél como una entidad pasiva, carente de expresión, capaz ^ nicamen-
te de llevar a cabo rebeliones espasmódicas y sin objetivos claros, privada de
cualquier sentido de programa o progreso. La resistencia campesina expresaba
una furia sin esperanza y no alguna suerte de plan organizado' 4 . En resumidas
cuentas, a las insurrecciones campesinas se las consideraba o bien explosiones
irracionales (como, de modo muy característico, la Jacquerie francesa de 1358)
o bien desarrollos dependientes ideológicamente de la iniciativa de grupos socia-
les que, como las clases urbanas durante la Guerra de los Campesinos alemanes,
poseían una voz mucho más desarrollada.
Es mucho, sin embargo, lo que ha cambiado en esta cuestión desde los años
setenta, a medida que se ha ido valorando de un modo más positivo la iniciativa, la
racionalidad e incluso el poder del campesinado. Ello ha sido en parte el fruto de un
tardío desencanto con respecto al poder del estado y con respecto a los costes socia-
les y efectos ecológicos del desarrollo industrial' 5 . Los espectaculares fracasos del
colectivismo agrario, o los efectos destructivos del sacrificio de las inversiones en el
sector de la agricultura en pro de unas exportaciones de artículos de consumo ges-
tionadas de un modo torpe y corrupto, han socavado en parte la confianza en lo que
constituye la "racionalidad" o la "irracionalidad" en la práctica de la agricultura.
El redescubrimiento de la obra de A.V. Chayanov ha inspirado una visión
más favorable de la economía agraria familiar 16 . En lugar de considerar al cam-

Opinión expresada de modo muy destacado en su correspondencia con Emil Ludwig, citada en
Leo YARESH, «The Peasant Wars in Soviet Historiography», The A merican Slavic and East European
Review 16 (1957), 241
13 He aquí, una vez más, una nueva convergencia del marxismo y del capitalismo triunfalista: E.A.
KOSMINSKY, Studies in the A grarian History of England in the Thirteenth Century (Oxford, 1956); Alan
MACFARLANE, The Origins of English Individualism: The Family, Property and Social Transition
(Cambridge, 1979). Véase también Peter GATRELL, «Historians and Peasants: Studies of Medieval
English Society in a Russian Context» en T.H. ASTON, ed., Landlords, Peasants, and Politics in Medieval
England (Cambridge, 1987), págs. 394-422.
14 Por ejemplo en Roland MOUSNIER, Fureurs paysannes: les paysans dans les révoltes du X V Ile
siécle (France, Russie, Chine) (París, 1967).
15 Sobre esta cuestión, véase el reciente estudio de James C. SCOTT sobre la modernización como
algo impuesto: Seeing Like a State: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed
(New Haven, 1998).
A.V. CHAYANOV, The Theory of Peasant Economy (traducción inglesa de la obra original,
publicada originalmente en Mosc ^ en 1925, hecha por Christel LANE y R. E. F. SMITH (Homewood,
Illinois, 1966). Véase también Theodor SHANIN, «The Nature and Logic of the Peasant Economy»,
Journal of Peasant Studies 1 (1974), 186-206.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografta de la Europa medieval 21

pesinado como una clase ineficaz, o en lugar de ver su tendencia a los vínculos
familiares como un freno a la explotación mecanizada a gran escala, Chayanov
apreció en las variedades de empresa agraria familiar estimaciones racionales y
comprensibles del trabajo, el ocio y los beneficios económicos que eran compa-
tibles con la explotación autosuficiente de la tierra' 7 . El hecho de que en nuestros
días los campesinos del Tercer Mundo no se hayan transformado enteramente en
pequeños capitalistas o en un proletariado desposeído de la tierra constituye un
argumento adicional a favor de la adaptabilidad y eficiencia de la producción
familiar a pequeria escala. Observadores marxistas y no marxistas se han visto de
esta manera influidos por una visión más optimista de la capacidad de persisten-
cia del campesinado'8.

A los campesinos se les considera actualmente, más que en épocas anterio-


res, participantes conscientes en los movimientos históricos. Hoy se percibe su
consciencia de la propia situación, en lugar de su derrota y sometimiento a un dis-
curso social hegemónico; se les ve no como pura materia cruda de la historia, sino
como agentes autónomos de luchas declaradas o latentes. Este redescubrimiento
de la conciencia y resistencia campesinas resulta especialmente diáfano en la obra
del denominado "Grupo de los 'Estudios Subalternos'" de la India. En una rese-
ria de las principales contribuciones de Ranajit Guha, T.V. Sathyamurthy llama la
atención sobre lo que en su opinión es el propósito fundamental de Guha a la hora
de editar sus seis vol^ menes de Subaltern Studies: combatir la "exclusión del
campesinado insurgente de su propia historia" y restablecer al campesino como
sujeto de la historia y no como objeto pasivo, primitivo e indiferenciado del pro-
ceso histórico l9 . A principios de la década de los noventa los "Estudios
Subalternos" constituyeron una influencia importante en los Estados Unidos y en

17 Entre los medievalistas que han usado (no sin modificaciones) el modelo de Chayanov se encuen-
tran, para el caso de Inglaterra, Barbara HANAWALT, The Ties That Bound: Peasant Families in Medieval
England (Nueva York, 1986), págs. 107-123; y para el caso de Cataluña, Mercé AVENTIN I PUIG, La
societat rural a Catalunya en temps feudals (Barcelona, 1996), págs. 591-618.
8 SHANIN, "Nature and Logic"; Henry BERNSTEIN, "Notes on Capital and Peasantry", Review
of A frican Political Economy 19 (1977), 60-73; Samir AMIN y Kostos VERGOPOULOS, La cuestión
campesina y el capitalismo (México, 1975); Nola REINHARDT, Our Daily Bread: The Peasant Question
and Family Farming in the Colombian A ndes (Berkeley, 1988). Una visión crítica de la polarización entre
las nociones de "resistencia campesina" y "eliminación del campesinado", específicamente referida a este
libro, se encuentra en Tom BRASS, "Peasant Essentialism and the Agrarian Question in the Colombian
Andes", Journal of Peasant Studies 17 (1990), 444-455. Para un ataque al optimismo chayanoviano de la
escuela de la "persistencia", véase Utsa PATNAIK, "Neo-Populism and Marxism: The Chayanovian View
of the Agrarian Question and its Fundamental Fallacy", Journal of Peasant Studies 6 (1979), 375-420.
Ranajit GUHA, ed., Subalter-n Studies: W ritings on South A sian History and Society, 6 vol^ me-
nes. (Nueva Delhi, 1982-1989); T.V. SATHYAMURTHY, "Indian Peasant Historiography: A Critical
Perspective on Ranajit Guha's Work", Journal of Peasant Studies 18 (1990), 92-144, sobre todo pág. 109.
Esta visión de un campesinado insurgente que ejerce el control de su acción y su discurso se comparte tam-
bién desde fuera del círculo de los "Estudios Subaltemos". Véanse, por ejemplo, Daniel FIELD, Rebels in
the Name of the Tsar (Boston, 1976) y Steven FEIERMAN, Peasant Intellectuals: A nthropology and
History in Tanzania (Madison, 1990).
22 Paul Freedman EM (2000)

Gran Bretaria dentro de un contexto caracterizado por los esfuerzos por "desco-
lonizar" la historia global y el interés predominante por la capacidad de los gni-
pos subordinados de generar espacios y oportunidades a pesar de las condiciones
de su opresión20.
En el caso de la historia medieval, un importante cambio de perspectiva en la
consideración del campesinado ha venido de la mano de una comprensión cre-
ciente de la resistencia a los regímenes serioriales. Para empezar, el espectro de
interés se ha ampliado para abarcar, no ya sólo los espectaculares levantamientos
nacionales de la baja Edad Media (el de Inglaterra de 1381 o el de Alemania de
1525), sino también las frecuentes rebeliones locales de la alta y plena Edad
Media. La economía agraria medieval, como ha afirmado Marc Bloch, pasaba por
tales levantamientos campesinos con la misma frecuencia que el mundo del capi-
talismo industrial pasaría por las huelgas 21 . Esto se puede interpretar como una
valoración pesimista de la futilidad de tales emperios o, de una manera más posi-
tiva, como una especie de mecanismo de control a largo plazo para frenar los
excesos del poder seriorial.
La atención prestada a las rebeliones de pequeria escala ha tenido asimismo
el efecto de suavizar los contrastes que se percibían entre la Europa del norte
(cuyos grandes levantamientos son bien conocidos) y la mediterránea (caracteri-
zada por episodios de resistencia campesina menos dramáticos pero bastante fre-
cuentes). Parecido efecto de disolución de contrastes se puede observar en el caso
de la península ibérica, donde los movimientos campesinos catalanes y gallegos
de la baja Edad Media resultan más visibles y por lo tanto son mejor conocidos22.
Por lo que hace a Castilla y León, territorios que no registraron grandes levanta-
mientos regionales, los estudios sobre las revueltas locales han demostrado la
diversidad y extensión del descontento campesino desde el advenimiento de la
sociedad feudal hasta la conclusión de la Edad Media 23 . Las disputas estallaban

Un n^ mero de la A merican Historical Review (n° 99, 1994) se dedicó en buena parte a los "estu-
dios subalternos" y su contrapartida en el campo de los estudios literarios: la crítica poscolonial. Véase
sobre todo dentro de aquel n ^ mero el artículo de Gyan PRAKASH, "Subaltern Studies as Postcolonial
Criticism", A merican Historical Review 99 (1994), 1475-1490.
21 Véase el ensayo de Marc BLOCH sobre la historia rural francesa, publicado originalmente en
París en 1931 y citado aquí de la versión inglesa de Janet Sondheimer: French Rural History: A n Essay on
Its Basic Characteristics (Berkeley, 1966), pág. 170.
" Aunque fuera del ámbito español ninguna de estas dos revueltas resulta tan bien conocida. En el
caso de la guerra de los campesinos catalanes de 1462-1486, la monografía fundamental sigue siendo la de
Jaime VICENS VIVES, Historia de los remensas (en el siglo X V ) (Barcelona, 1945; reimpreso en
Barcelona, 1978). Sobre el trasfondo de dicha rebelión, véase Paul FREEDMAN, The Origins of Peasant
Servitude in Medieval Catalonia (Cambridge, 1991). Sobre la revuelta de los 1rmandiños en la Galicia del
siglo XV, véanse Isabel BECEIRO PITA, La rebelión irmandiria (Madrid, 1977); Carlos BARROS,
Mentalidad justiciera de los irrnandiños, siglo X V (Madrid, 1990).
23 Julio VALDEÓN BARUQUE, Los conffictos sociales en el reino de Castilla en los siglos X IV y
X V (Madrid, 1975); Emilio CABRERA y Andrés MOROS, Fuenteovejuna: la violencia antiseriorial en el
siglo X V (Barcelona, 1991); Reyna PASTOR, Resistencias y luchas campesinas en la época del creci-
miento y consolidación de la formación feudal. Castilla y León, siglos X -X III (Madrid, 1980).
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografi'a de la Eumpa medieval 23

por cuestiones relativas a la tierra, el ganado, los diezmos, los servicios de traba-
jo o labores debidas, la utilización de tierras comunales, los grados de dependen-
cia. En algunos casos las revueltas eran provocadas por el comportamiento
criminal de los señores o por el ejercicio de la violencia serioria1 24 . Todo ello ha
quedado ampliamente recogido en los registros documentales, pero fue ignorado
por la historiografía dominante a la hora de celebrar la supuesta ausencia de feu-
dalismo en Castilla y León durante la Edad Media. La investigación reciente tam-
bién ha demostrado cómo la Castilla tardomedieval se vio dominada, tanto en el
ámbito urbano como en el rural, por una atmósfera general de conflicto de cla-
ses". No es que todos estos conflictos tuvieran necesariamente que resolverse
mediante una revuelta abierta o recurriendo a modos de resistencia tan indirectos
que no dejaban rastro. Isabel Alfonso ha escrito sobre la manera en que las comu-
nidades campesinas recurrían a tribunales y procedimientos jurídicos para pre-
sentar sus reclamaciones en contra de los grandes propietarios: unas medidas
éstas que hasta hace poco se han considerado meros ejercicios de futilidad". De
un modo parecido, los estudios relativos a Cataluria han subrayado el papel de
una serie de modestos (aunque constantes) movimientos antiserioriales (legales y
extralegales) frente a la guerra abierta de los pageses de remensa del siglo XV
(algo que se ha pasado relativamente por alto) 27 . De este modo, la supuesta divi-
sión entre los territorios ibéricos aquejados por la insurrección y aquellos otros
donde existía una paz relativa se ha difuminado un tanto.
Además de esta disolución de las diferencias entre los ámbitos mediterráneo
y septentrional, o, ya dentro de la península ibérica, entre Cataluria o Galicia y la
Castilla central, también se ha producido un cambio en la propia deflnición de lo
que constituye la resistencia campesina. La actuación deliberada del campesina-

" VALDEÓN BARUQUE, Los conflictos sociales, págs. 54-65, 101-124, 153-174; PASTOR,
Resistencias y luchas, págs. 74-112; 162-230.
Así en Angus MCKAY, A natomía de una revuelta urbana: A lcaraz en 1456 (Albacete, 1985);
Julio VALDEÓN BARUQUE, "Clases sociales y lucha de clases en la Castilla bajomedieval, en Clases y
conflictos sociales en la Historia (Madrid, 1977), págs. 63-80; idem, "Tensiones sociales en los s.XIV y
XV", en A ctas de las 1 Jornadas de Metodología A plicada de las Ciencias Históricas.11 Historia Medieval
(Santiago de Compostela, 1975), págs. 257-280.
26 Isabel ALFONSO ANTON, «Campesinado y derecho: la vía legal de su lucha (Castilla y León,
siglos X-XIII)», Noticiario de Historia A graria 13 (1997), 15-31. Véase también el atractivo artículo de
Josep Maria SALRACH, «Prácticas judiciales, transformación social y acción política en Cataluña (siglos
IX-XIII)», Hispania 57 (1997), 1009-1048: Salrach parece replantearse su anterior opinión seg ^ n la cual
el papel de los procedimientos y teorías legales era descartable; en este artículo, sin embargo, concluye que
estas cosas, en la práctica, pudieron ser beneficiosas para las clases bajas, constituyendo en cualquier caso
altemativas preferibles a la administración señorial.
Josep Maria SALRACH, «Agressions senyorials i resisténcies pageses en el procés de feudalit-
zació (segles IX-XII), en Revoltes populars contra el poder de l'estat (Barcelona, 1992), págs. 11-29.
Sobre los modos de solidaridad y resistencia colectivas a lo largo de la historia medieval y modema, véase
la reciente recopilación Solidaritats pagesos, sindicalisme i cooperativisme: Segones Jornades sobre
Sistemes A graris, organizació social i poder local als Pai:sos Catalans, ed. Jaume BARRULL et al. (Lérida,
1998), sobre todo la contribución de Josep Maria SALRACH, «Solidaritat i sociabilitat pageses en els orí-
gens de la vila (segles X-XIV)», págs. 43-71.
24 Paul Freedman EM (2000)

do se discierne hoy en día no sólo en la afirmación violenta, sino en aquellos otros


actos menos visibles y más ambiguos de la existencia cotidiana. En lugar de vol-
ver la vista exclusivamente hacia las rebeliones y otras manifestaciones explíci-
tas, los observadores de las sociedades rurales de la época contemporánea han
llamado nuestra atención sobre las actuaciones indirectas de la resistencia cam-
pesina: los procedimientos de evasión, las demoras deliberadas, el sabotaje y
otras variantes de la no-cooperación que constituyen "formas cotidianas de la
resistencia" 28 . En el contexto medieval tal resistencia era posible porque la eco-
nomía dependía de una forma de explotación que dejaba en manos de los campe-
sinos el control efectivo de la tierra, permitiéndoles, en mayor medida que les ha
sido posible a los esclavos o a los obreros de la industria, eludir la supervisión de
sus duerios y apropiarse de lo que producían para su propio usufructo.
El estudioso norteamericano James Scott ha puesto de manifiesto la gran forta-
leza que podía llegar a tener la resistencia del campesinado y de otros grupos subor-
dinados y ha subrayado los efectos históricos de dicha resistencia. Hay
acontecimientos cruciales como las deserciones en masa que se produjeron en el
ejército ruso durante la Primera Guerra Mundial (un suceso que preparó el camino
de la Revolución Rusa) y que constituyen ejemplos a gran escala de una revuelta
indirecta motivada más por el afán de supervivencia que por la ideología 29 . Los
medios indirectos de la resistencia también podían ejercer una influencia que, aun-
que local, era inmediata. En un estudio sobre el asesinato esporádico de seriores en
la Francia medieval, Robert Jacob descubrió que, aunque de forma tácita, se acepta-
ba ampliamente la idea de que los seriores que hubieran incurrido en crasa injusticia
merecían ser objeto de resistencia, incluso por parte de los campesinos, siempre y
cuando ésta no fuera indicio de alg^ n tipo de desobediencia generalizada30.
Es posible criticar el hincapié en la resistencia indirecta como exageración de
la conciencia de clase y de la solidaridad del campesinado. Históricamente los cam-
pesinos han colaborado a veces con sus amos y han aceptado los términos de su
subordinación 3 '. También existían divisiones entre los propios miembros del colec-
tivo subordinado, quienes tampoco es que presentaran un frente inequívocamente
unido contra un opresor claramente identificable. La tendencia a ignorar estas divi-
siones puede verse como el fruto de una idealización romántica de la resistencia

" James C. scorr, W eapons of the W eak: Evetyday Forms of Peasant Resistance (New Haven,
1985). Véanse también Everyday Forms of Peasant Resistance, ed. Forrest D. COLBORN (Armonk, N.Y.,
1989); o los artículos sobre las fórmulas cotidianas de la resistencia campesina en el sureste asiático que
se recogen en Journal of Peasant Studies 13, n° 2 (1986); o Contesting Power: Resistance and Evetyday
Social Relations in South A sia (Berkeley, 1992).
29 James C. SCOTT, «Everyday Forms of Resistance», en Colborn, ed. Evetyday Forms of Peasant
Resistance, pág. 14.
30 Robert JACOB, «La meurtre du seigneur dans la société féodale: la mémoire, le rite, la fonction»,

A nnales E. -S. -C. 45 (1990), 247-263.


3 Christine Pelzer WHITE, «Everyday Resistance, Socialist Revolution, and Rural Development:
The Vietnamese Case», Journal of Peasant Studies 13:2 (1986), 56: allí se habla de «formas cotidianas de
colaboración campesina».
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografta de la Europa medieval 25

campesina". Además, no todas las manifestaciones de una actitud reacia a coope-


rar han de verse como un desafío deliberado. La maledicencia, la mala gana, la sáti-
ra pueden ser compatibles con la deferencia e incluso fortalecer los términos de un
discurso dominante". El campesinado no se definía a sí mismo forzosamente en los
términos de una oposición binaria entre ellos mismos y sus seriores.
Y sin embargo--y a pesar de todo ello—existe realmente una lucha prolonga-
da que adopta formas diversas. No es fácil trazar una frontera fija entre una oposi-
ción "seria" y un simulacro en el fondo "cómplice", ni siquiera entre la resistencia
directa y la indirecta. Una derivación ^ til del hincapié en la resistencia cotidiana
es la revisión de nuestras ideas sobre cómo veían su propia situación los campesi-
nos; el realce de su papel como agentes históricos, como actores de su propio des-
tino. Con un término prestado de E.P. Thompson, James Scott describió la
"economía moral" del campesinado, una ética de subsistencia que ni era inmuta-
ble ni estaba dominada por un emperio irracional, sino que constituía una respues-
ta local a la adversidad (natural y humana) 34 . Medular dentro de la econorr ^ a moral
del ámbito rural resulta el hincapié en lo que Scott denomina en otra parte "the
small decencies"— la pequeria dignidad perseguida en el trabajo, la familia, la
comunidad y el deseo de tener un mínimo de autonomía y control sobre el propio
entomo". El hecho de que estas aspiraciones no sean necesariamente universales
o altruistas no las convierte en puro producto de una imaginación romántica.
Scott se ha preocupado especialmente de refutar aquellas teorías sobre la
hegemonía que dan por sentado el consentimiento engariosamente obtenido de los
oprimidos con respecto a su estado de subordinación. Quienes prestan atención
exclusivamente a las manifestaciones violentas de la resistencia consideran equi-
vocadamente que todo lo demás es aceptación. Tras las fórmulas de deferencia se
esconde, aunque disfrazado, un rico vocabulario de resistencia. Lejos de asumir
acríticamente la ideología hegemónica de las clases dominantes, los grupos
sometidos son capaces de crear un espacio sustancial para la disensión, presen-
tando un discurso y una actuación específicamente campesinos, y aprovechándo-
se incluso de las justificaciones oficiales del orden socia1 36 . Así, por ejemplo, lo

32 Sherry B. ORTNER, «Resistance and the Problem of Ethnographic Refusal», en The Historic
Turn in the Human Sciences, ed. Terence J. MCDONALD (Ann Arbor, 1996), 281-304, sobre todo págs.
287-288.
32 Una idea ésta apuntada por C.J. WICKHAM, «Gossip and Resistance Among the Medieval
Peasantry», conferencia inaugural, Facultad de Historia, Universidad de Birmingham (separata,
Birmingham, 1995).
34 James C. SCOTT, The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and Subsistence in Southeast
A sia (New Haven, 1976).
SCOTT, W eapons of the W eak, pág. 350.
36 Ejemplos de estas valoraciones favorables de la conciencia que el campesinado tiene de su propia
situación y de las actuaciones derivadas de dicha conciencia son entre otros: FEIERMAN, Peasant
Intellectuals; Steve J. STERN, «New Approaches to the Study of Peasant Rebellion and Consciousness:
Implications of the Andean Experience», en Resistance, Rebellion and Consciousness in the A ndean Peasant
W orld, Eighteenth to Twentieth Centuries (Madison, 1987), ed. Steve J. STERN (Madison, 1987). págs. 3-25.
26 Paul Freedman EM (2000)

que a los ojos de Lutero y de muchos historiadores modemos fue una interpreta-
ción excesivamente literal de la igualdad y la libertad cristianas en 1525 se puede
ver como una utilización sincera, aunque también oportunista, de un sistema de
ideas por muchos compartido: la convicción de que todos los cristianos compar-
ten una cierta dignidad incompatible con la servidumbre o con otros aspectos de
una dominación seriorial arbitraria. Los campesinos de 1525, por lo tanto, no se
engariaban al creer que las enserianzas de la Reforma implicaban su liberación de
la condición de siervos y su obligación de gobemar sus propias comunidades y
elegir a sus propios pastores. Por el contrario, se sirvieron de las ideas reformis-
tas y se aprovecharon de la confusión que el orden político atravesaba en
Alemania para reclamar la enmienda de agravios ya existentes. Seg ^ n esta visión
de las cosas, ni fueron los campesinos agentes pasivos de un movimiento esen-
cialmente urbano, ni tampoco seguidores ingenuos de lo que para ellos constituía
el mensaje liberador de Lutero. Actuaron más bien guiados por unos cálculos en
los que entraba un factor de vehemencia, pero también de racionalidad 37 . De pare-
cida manera, aquellos campesinos de la Rusia tradicional que proclamaron que el
zar apoyaría sus revueltas no actuaron así movidos por la pura credulidad, sino
que más bien dieron muestras de su competencia a la hora de legitimar la resis-
tencia a la autoridad invocando topoi de índole conservadora y piadosa. Tuvieron
la inteligencia suficiente como para disfrazar su programa revolucionario con un
atuendo conservador38.

Vemos, por tanto, que la cuestión de cómo se ha de considerar la resistencia


campesina se ve afectada por dos factores: la relación entre los medios indirectos
y los directos (evasión versus insurrección) y la conciencia del campesinado con
respecto a su propia situackin (si en sus revueltas vemos actos calculados, agita-
ciones promovidas desde el exterior, o espasmos de desesperanza). Todo esto se
aprecia más claramente si pensamos en determinadas tipologías de resistencia
campesina utilizadas por los historiadores de la Europa modema. Hace cincuen-
ta arios el historiador soviético Boris Porchnev postuló una disfinción entre for-
mas "primarias" y "secundarias" de resistencia campesina. Las primarias eran
rebeliones abiertas mientras que las secundarias se correspondían con las formas
indirectas o cotidianas de la resistencia, dentro de las cuales Porchnev diferenció,
de un modo más concreto, entre la no cooperación y la huida". Para Porchnev los
campesinos atacaban el sistema feudal de propiedad y explotación, de forma que

37 La obra de Peter BLICKLE ha puesto el acento en la base comunal y social de la Guerra de los
Campesinos alemanes, al tiempo que ha valorado en esta ^ ltima la profunda influencia del movimiento de
la Reforma. Véanse, por ejemplo, sus Die Revolution von 1525 (Munich, 1975) y Gemeindereformation:
Die Menschen des 16. Jahrhunderts auf dem W eg zum Heil (Munich, 1985).
" FIELD, Rebels in the Name of the Tsar.
Boris PORCHNEV (Porschnew), «Formen und Wege des báuerlichen Kampfes gegen die feuda-
le Ausbeutung», Sowietwissenschaft, Gesellschaftwissentschafliche A bteilung 1952, págs. 440-459.
Publicado originariamente en lzvestija A kademia nauk SSRR: seria istorii i filosofi 7, n03, 205-221.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografta de la Eun9pa medieval 27

cuando los disturbios se desencadenaron en forma de protestas contra los tributos


reales, no tardó en producirse una escalada que desembocó en una serie de inten-
tos por acabar con las que se consideraban condiciones abusivas del régimen
seriorial".
Porchnev fue innovador a la hora de presentar las revueltas campesinas como
algo progresista y motivado por una interpretación fundamentada de las condi-
ciones sociales (y no como la expresión de una desesperación irracional). Este
historiador fue objeto de ataques hacia el final del periodo estalinista por haber
minimizado el papel de la burguesía y por ello se le obligó a retractarse por escri-
to41 . Pero incluso el Porchnev más atrevido pensaba que los levantamientos cam-
pesinos eran forrnas inferiores e ineficaces de la lucha de clases que habían
servido para fomentar el absolutismo en lugar de conducir a cambio alguno de
tipo progresista en las condiciones del mundo agrario.
Durante el periodo que va desde el final de la Segunda Guerra Mundial y,
aproximadamente, el ario 1980 la mayoría de las tipologías utilizadas en Occidente
para referirse a las revueltas campesinas minimizaron el papel del campesinado
como clase social. Roland Mousnier discrepó de la visión que tenía Porchnev de
las revueltas francesas al distinguir entre los escasos movimientos que sí se podí-
an calificar como levantamientos campesinos y los que, mucho más numerosos,
estaban dirigidos, o al menos manipulados, por miembros de la nobleza: agravios
locales derivados de unos tributos centralizados más que un conflicto de clases
propiamente dicho. En estos ^ ltimos casos los campesinos promovieron una agen-
da de intereses no menos conservadores que los de sus superiores sociales. Sus
demandas reclamaban el restablecimiento de costumbres que se entendían benefi-
ciosas, no la abolición de obligaciones. El enemigo eran los cambios y la opresión
fiscal representada por un absolutismo real al alza 42 . La discrepancia de Mousnier
con respecto a los propósitos revolucionarios de las insurrecciones campesinas la
ha trasladado a la Edad Media Guy Fourquin. Los que se denominan levanta-
mientos campesinos, piensa Fourquin, se pueden dividir en tres categorías: se trata
o bien de 1) reivindicaciones de movilidad social por parte de elementos de la
población que ya gozan de prosperidad; o de 2) empeños mesiánicos (por lo tanto
irracionales); o de 3) el producto de crisis políticas de carácter extraordinario (una

Véanse los estudios de PORCHNEV sobre las tempranas revueltas campesinas en Francia: Die
V olkaufstande in Frankreich vor der Fronde, 1623-1648 (Leipzig, 1954).
41 De ello se da cuenta en YARESH, «The 'Peasant Wars in Soviet Historiography», págs. 255-
256. Porchnev también creía que la Revolución Francesa había sido una insurreción agraria en lugar de bur-
guesa. Algunas de sus opiniones eran bastante osadas, por no decir excéntricas: así, la de que las leyendas
sobre el gigantesco hombre de las nieves de las montañas caucásicas se asentaban sobre hechos reales.
" MOUSNIER, Fureurs paysannes: un trabajo debatido en M.O. GATELY et al., "Seventeenth
Century Peasant Furies': Some Problems of Comparative History", Past and Present 51 (1971), 63-80;
C.S.L. DAVIES, "Peasant Revolts in France and England: A Comparison", A gricultural History Review 21
(1973), 122-134. Una visión francesa un poco alternativa de Porchnev—una visión que más incluso que
Mousnier ve a los campesinos como agentes exaltados pero ineficaces—véase Robert MANDROU, "Les
soulévements populaires et la société frangaise du XVIIe siécle", A nnales E.S.C. 14 (1959), 756-765.
28 Paul Freedman EM (2000)

categoría ésta que incluiría tanto la Jacquerie francesa de 1358 como el levanta-
miento inglés de 1381) 43 . En su estudio sobre las revoluciones tardomedievales,
Michel Mollat y Philippe Wolff se tomaron más en serio las demandas sociales de
los campesinos, pero las mezclaron con movimientos urbanos como los Ciompi
florentinos de 1381 o los motines antijudíos de Barcelona de 1391.
Se ha pensado entonces que las insurrecciones medievales y de comienzos del
periodo modemo ni se ocuparon en realidad de promover las demandas campesi-
nas ni fueron en el fondo movimientos radicales. El factor que con más fuerza
parece viciar las implicaciones revolucionarias del descontento campesino es el
carácter tradicionalista o reaccionario de aquellas demandas. La invocación de las
bondades del orden tradicional se considera incompatible con una transformación
radical del estado de cosas. Las demandas presentadas en este contexto sólo ten-
drían relevancia al más estricto nivel local, ya que las costumbres cambiaban de
una jurisdicción a otra. La propia frecuencia y la pequeña dimensión de los levan-
tamientos de comienzos de la Edad Moderna, por ejemplo, significarían que los
agravios que motivaban tales actos tenían una índole tan local que su extensión a
otros ámbitos resultaba imposible.
Peter Burke distingue entre movimientos campesinos tradicionales y radicales.
Los primeros se reducen a una serie de demandas muy circunscritas al restableci-
miento del pasado, mientras que los segundos ya imaginan una sociedad nueva libe-
rada de la costumbre. El movimiento radical posee un potencial de expansión
mayor, pero es menos frecuente, por lo menos en el periodo posterior a 1525 45 . La
obra de Eric Hobsbawm Primitive Rebels también describe lo que allí se ve como
formas de resistencia arcaicas y limitadas en lo geográfico y en lo ideológico46 . Su
importancia reside en la forma en que reflejan las aspiraciones de una población
extensa y por lo general carente de una expresión vertebrada, y sólo de un modo
secundario en cualquier tipo de conexión con organizaciones auténticamente revo-
lucionarias. Hobsbawm identifica unps pocos movimientos de tipo arcaico (como
los grupos de campesinos milenaristas) que se acercan al sentimiento revoluciona-
rio, y no puramente reformista, por contraste con la mayoría, que apenas pasan de
ser formas de practicar el bandolerismo socia1 47 . Por otro lado, el propio Hobsbawm
sí ha reconocido en otra parte la capacidad de los campesinos para crear revolucio-
nes sin pretender por ello desafiar el orden social o las estructuras de la propiedad48.

Guy FOURQUIN, The A natomy of Popular Rebellion in the Middle A ges (Amsterdam, 1978;
versión original publicada en París, 1972), págs. 129-160.
44 Un estudio publicado originalmente en París (1970) y aquí manejado en la traducción inglesa de
A.L. Lytton-Sells: Michel MOLLAT y Philippe WOLFF, The Popular Revolutions of the Late Middle A ges
(Londres, 1973).
" Peter BURKE, Popular Culture in Early Modern Europe (Nueva York, 1978), 173-178.
46 Eric HOBSBAWM, Primitive Rebels. Studies in A rchaic Forms of Social Movement in the 19h
and 20th Centuries (Manchester, 1959).
Ibid., págs. 3-8.
48 Eric HOBSBAWM, "Peasants and Politics", Journal of Peasant Studies 1 (1973), 12.
EM (2000) La resistencia campesina y 1a historiografi'a de la Eumpa medieval 29

En el caso de Cataluria, no es tanto el conservadurismo ideológico como los


beneficios derivados por el estrato más favorecido del campesinado el factor que
vicia las cualidades revolucionarias del conflicto tardomedieval. Seg ^ n N^ ria
Sales y Eva Serra, se han exagerado los efectos de la Sentencia Arbitral de
Guadalupe. El régimen seriorial no se abolió en 1486 y tan sólo una elite de cam-
pesinos alcanzó logros de importancia con las cláusulas de aquel acuerdo49.
A la hora de hablar sobre el campesinado alemán y los acontecimientos que
precedieron a la gran guerra de 1525, Grinther Franz interpretó todos los levanta-
mientos anteriores al mismo final del siglo XV como acciones movidas por una
defensa conservadora de la tradición, puesto que las revueltas buscaban justifica-
ción en la ley tradicional. Si nos remontamos a los movimientos del Bundshuh de
finales del XV y principios del XVI, ya vemos que se recurría a argumentos rela-
tivos a la "ley divina" como consecuencia de un deseo más apremiante y más
drástico de acomodar las condiciones sociales no a un pasado que se imaginara
feliz, sino a una ley natural inalterable y divina. Lo que posibilitó revueltas de
escala media como el Bundshuh y el cataclismo generalizado de 1525 fue un pro-
grama com^ n que se basaba no en leyes locales, sino en las enserianzas de la
reforrna religiosa radica150.

Los comentaristas aludidos tienen orientaciones políticas y metodológicas


muy distintas, pero todos se ponen de acuerdo a la hora de decir que casi todos
los levantamientos campesinos carecían del requisito revolucionario fundamental
que consiste en plantearse una ruptura completa con el pasado. En su descripción
general de los movimientos de las clases inferiores, no sólo del campesinado,
Barrington Moore, experto en filosofía social, recurrió a una distinción parecida
entre rebeliones supuestamente "auténticas" y rebeliones tradicionalistas. El prin-
cipal camino que los grupos oprimidos escogen para protestar por su situación es
la crítica a los órdenes superiores de la sociedad (muchas veces a las personas
concretas que están en el poder). Los rebeldes, por lo tanto, aceptan la legitimi-
dad del estrato social dominante en lugar de cuestionar de un modo más funda-
mental y revolucionario el derecho de dicho estrato a ejercer la autoridad51.
Vemos, pues, una vez más, el contraste implícito entre las demandas genuinas y
las tradicionalistas.
Todas estas tipologías se han visto socavadas por tres factores historiográfi-
cos relativamente nuevos: 1) el redescubrimiento de la capacidad de intervención
del campesinado (el hecho de que los campesinos promovieron de forma activa

49 N^ ria SALES, "Guadalupe 1486: Triornf del mas sobre el castell?" Revista de Catalunya 13
(1987), 53-63; Eva SERRA PUIG, "El régim feudal catala abans i després de la Sentencia Arbitral de
Guadalupe", Recerques 10 (1980), 17-32.
5 ° FRANZ, Der deutsche Bauernkrieg, págs. 1-91.
Barrington MOORE, Injustice: The Social Bases of Obedience and Revolt (White Plains, N.Y.,
1987), pág. 84: una afirmación criticada en SCOTT, Domination and the A rts of Resistance, págs. 91-96.
30 Paul Freedman EM (2000)

una serie de demandas coherentes), 2) el hincapié hecho en las forrnas indirectas


de la resistencia, vistas ahora como herramientas eficaces y no inferiores al desa-
fío directo, y, en ^ ltimo lugar, 3) el desencanto con las limitaciones demostradas
por revoluciones radicales que sí han roto con el pasado. La capacidad de inter-
vención del campesinado resulta de especial interés para los medievalistas norte-
americanos y, en cierta medida, también para los ingleses. Ello se debe en parte
al impacto de ciertos rasgos políticos y culturales del discurso intelectual nortea-
mericano, como por ejemplo el feminismo, que subrayan la "voz" de los oprimi-
dos: cómo los grupos subordinados protestan contra su opresión mediante
actuaciones que no dejan una huella evidente en el registro histórico oficial. Esta
orientación se manifiesta en una serie de estudios que presentan a los campesinos
medievales como gentes informadas de los movimientos políticos y activas en
La preocupación concreta por la "voz" (cómo expresaban los campesinos
en la práctica sus demandas) se presenta en el tratamiento del levantamiento de
los campesinos ingleses de 1381. El análisis de Steven Justice atribuye mayor
peso a las demandas campesinas de dignidad humana, alfabetización y respeto
que a aquellas otras que giran en torno a cuestiones materiales o económicas".
En su reconstrucción de un discurso campesino favorable a la rebelión, una
reconstrucción que se hace sobre la base del testimonio de cronistas hostiles,
Justice discieme un "lenguaje de la política rural", mientras que Paul Strohm nos
presenta una "ideología rebelde"54
El segundo factor, el hincapié que se hace en las formas indirectas de la resis-
tencia campesina, ya se ha debatido aquí. El tercer factor, el fracaso de los movi-
mientos revolucionarios, merece alg ^ n comentario. Contrariamente a lo que
parecía cuando Hobsbawm y Moore escribieron sobre los levantamientos campe-
sinos, en la actualidad (y por decirlo sin ambages) parecen haber fracasado las
revoluciones radicales del siglo XX. Dichas revoluciones han transformado la
existencia de las personas, pero no la han mejorado, y el coste social ha sido
inmenso. Sobre todo allí donde, de un modo natural, sus efectos se esperaban más
constructivos, en el Tercer Mundo, las luchas libradas en nombre del campesino
no han tenido éxito. La experiencia de las revoluciones marxistas, o supuesta-
mente marxistas, en Etiopia, Mozambique, Angola, Tanzania, Nicaragua o Cuba
ha puesto en tela de juicio en qué consiste la resistencia eficaz y en dónde reside
la falsa conciencia. Cuando estábamos seguros de saber reconocer una ideología
"auténticamente" revolucionaria, cualquier revuelta que evocara un pasado armo-
nioso nos parecía primitiva, secundaria o, en el mejor de los casos, "una forma

52 D.A. CARPENTER, "English Peasants in Politics, 1258-1267, Past and Present 136 (1992),
3-42; R.B.GOHEEN, "Peasant Politics? Village Community and the Crown in Fifteenth Century England",
A merican Historical Review 96 (1991), 42-62.
Steven JUSTICE, W riting and Rebellion: England in 1381 (Berkeley, 1994).
JUSTICE, W riting and Rebellion, págs. 140-192; Paul STROHM, Hochon's A rrow: The Social
Imagination of Fourteenth Century Texts (Princeton, 1992), págs. 51-56.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografi'a de la Europa medieval 31

inferior de la lucha de clases". Ahora que ya no estamos tan seguros de lo que sig-
nifica construir una revolución genuina, las rebeliones "primitivas" ya no presen-
tan una dimensión inferior seg^ n alg^ n patrón de medida preestablecido.

El carácter modestamente decente ("small decencies") que Scott atribuía a


una propiedad reducida pero suficiente, unas obligaciones fijas y razonables y un
mínimo de dignidad humana parece menos complaciente y menos carente de
radicalismo a la luz de las consecuencias que sobre los propios campesinos han
tenido las revoluciones del siglo XX que se proclamaban sus liberadoras. En
lugar de implicar una hegemonía al modo gramsciano que sirve para encarcelar a
una clase rural oprimida dentro de una falsa conciencia de sumisión, aquellas
demandas conservadoras del campesinado pueden verse como una estrategia que
produce lo que Scott llama "un espacio para una subcultura disidente" y un "dis-
fraz político". Ya hemos citado el análisis que hace Field de los campesinos rusos
rebeldes cuya exaltación del zar era una estrategia de legitimación, la ocupación
de una altura moral, en lugar de una creencia literal e infantil en la figura del
padre benefactor. Lejos de ser gentes ingenuas, exaltadas o mesiánicas, los cam-
pesinos rebeldes de aquella circunstancia demostraron astucia al suponer que el
orden establecido no se iba a abolir tan fácilmente.
Al reconocerse la racionalidad y la conciencia política o ideológica de los
campesinos, el papel histórico de éstos se vuelve menos desvalido o dependiente
de fuerzas externas. Esto es importante cuando se trata de examinar el periodo de
la historia europea que incluye las revueltas campesinas más graves y de mayor
extensión: la etapa que se extiende desde la Peste Negra de 1347-1349 y la Guerra
de los Campesinos alemanes de 1525. Aquí, hasta cierto punto, la historiografía
de los arios recientes ha tenido que "volver a inventar la rueda" al demostrar que
aquellos movimientos sí fueron luchas por la consecución de demandas relativas
a las exacciones serioriales, el uso de las tierras comunales o la oposición a la ser-
vidumbre, y no revueltas burguesas ni revueltas fiscales ni revueltas políticas.
Cuanto más vemos en los campesinos agentes históricos racionales, más en serio
tomamos sus demandas tal y como éstas se expresan en los propios términos del
campesinado. Por poner un ejemplo, en su tratamiento de la Guerra alemana de
1525, Peter Blickle ha reconducido la indagación histórica por los caminos de la
servidumbre, el problema más com^ n a lo largo de todo el territorio afectado. Al
analizar 54 listas de agravios procedentes de la región de la Alta Suabia (y en
donde se recogen un total de 550 agravios), Blickle descubrió que en el 90% de
los casos se denunciaba la servidumbre y que las demandas en pro de su aboli-
ción figuraban muchas veces entre los puntos principales de las peticiones. La
servidumbre, concluye Blickle, era el motivo de queja más importante 55. Y no se
trataba de una mera estrategia negociadora, sino de una exigencia crucial. De

55 BLICKLE, The Revolution of 1525, pp. 26-27, 202-205.


32 Paul Freedman EM (2000)

entre 20 textos similares relativos a las jurisdicciones eclesiásticas en la Alta


Suabia, 15 (18 artículos) piden la abolición de la servidumbre. Sólo en un caso se
habla de rebajar sus cargas 56 . La servidumbre era la clave de otros agravios, más
de tipo económico, relativos a los tributos y exacciones o el control de la caza, la
pesca y la recogida de leria de los bosques. El control arbitrario ejercido por el
señor y la capacidad que éste tenía de modificar a su antojo las condiciones que
regían la tenencia de la tierra constituían la esencia de la servidumbre, de la
misma manera, la capacidad de controlar el propio entorno local y la seguridad
de poder perpetuar las que se veían como tradiciones consagradas constituían la
esencia de la libertad. Aunque la concentración más grande de quejas relativas a
la servidumbre procede del sudoeste de Alemania, también fue éste un factor
importante en las revueltas ocurridas en las diócesis de Augsburgo, Alsacia y el
principado arzobispal de Salzburgo".
En el caso de la Inglaterra de 1381, como se ha dicho hace un momento, los
estudios recientes han vuelto a descubrir un programa de actuación campesina en
lugar de ver la rebelión en el contexto de los agravios de los campesinos más
favorecidos o, en el otro extremo, como una radical exigencia de abolición del
dominio seriorial. La coherencia de propósitos del campesinado se centra más
concretamente en las quejas contra el ejercicio arbitrario del poder seriorial.
Mientras que las demandas de los campesinos de Londres se orientaban a la liqui-
dación del conjunto del sistema seriorial, los movimientos que se desarrollaron
en localidades como St Albans vertebraron un desafío bastante más moderado
frente a determinados incidentes y derechos serioriales que resultaban particular-
mente onerosos o arbitrarios: los derechos de utilización de bosques y pastos
comunales, el derecho de caza, la extinción de los monopolios (como la prohibi-
ción dictada por el abad de que los tenentes poseyeran molinos de mano), o la
abolición de los tributos que gravaban las transmisiones hereditarias m . Lo que
unificaba todas estas reivindicaciones locales era la oposición a las ventajas arbi-
trarias del régimen seriorial, y no tanto un ataque radical contra dicho régimen: la
continuación a escala más grande de intentos anteriores por restablecer una
supuesta relación originaria entre los señores y sus gentes que se creía justa sin
que ello implicara la destrucción del propio sistema seriorial.
Existen estudios sobre los rebeldes ingleses que no marcharon sobre Londres
seg^ n los cuales las demandas de aquéllos versaban sobre cuestiones de jurisdic-

56 André HOLENSSTEIN, "Ábte und Bauem: Vom Regiment der Klóster im Spátmittelalter", en
Politische Kultur im Oberschwaben, ed. Peter BLICKLE (Tubingen, 1993), pág. 264.
57 Quellen zur Geschichte des Bauernkrieges in Deutschland, ed. Gánther FRANZ (Darmstadt,
1963), n.° 70 (pág. 239), n.° 94 (págs. 305-309), n.° 112 (pág. 343); Quellen zur Geschichte des
Bauernkrieges in Deutschtirol 1525, ed. Hermann WOPFNER (Innsbruck, 1908), págs. 46, 61, 134-135;
Albert HOLLAENDER, «Die vierundzwanzig Artikel gemeiner Landschaft Salzburg, 1525», Mitteilungen
der Gesellschaft fiir Salzburger Landeskunde 71 (1931), 65-88 (sobre todo pág. 83).
" Rosamond FAITH, «The Great Rumour of 1377 and Peasant Ideology» en The English Rising
of 1381, ed. R.H. HILTON y T. H. ASTON (Cambridge, 1984), págs. 62-70.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografi'a de la Europa medieval 33

ción seriorial y feudal, más concretamente la servidumbre y el derecho de cobrar


tributos a la población villana en razón de la condición serioriar. Como sucedió
con las otras grandes rebeliones del periodo, las oportunidades abiertas por la
debilidad del gobiemo o por las alianzas con otros grupos no oscurecieron las
cuestiones de posición social y seriorío rural que más interesaban a los campesi-
nos. Quienes fueron a Londres y mantuvieron rehén al joven rey Ricardo II pasa-
ron de manifestar quejas por las cargas fiscales y la corrupción de los funcionarios
de la corona a exigir la abolición de la servidumbre y la modificación (que no
abolición en este caso) del régimen serioria1 60 . La revuelta fue el fruto de una con-
junción de lo que podríamos llamar circunstancias "políticas", relacionadas éstas
con el descontento por la administración del gobiemo, y, por otra parte, tensiones
en la relación entre seriores y usufructuarios.
El levantamiento catalán que se inició en el ario 1462 y que se prolongó hasta
1486 constituye el ^ nico ejemplo en todo el medievo de una guerra campesina
que alcanzó el éxito, por cuanto al menos consiguió su propósito declarado de
abolir los mals usos que definían la servidumbre. De aquí no se deduce que el pro-
pio régimen seriorial resultara fatalmente dariado en el proceso; algunos estudios
sobre la Cataluria del periodo modemo han minimizado los efectos de la
Sentencia Arbitral de Guadalupe al resaltar la persistencia en el ejercicio de la
mayoría de las prerrogativas serioriales y al desc ^ brir más parecidos que diferen-
cias entre el siglo XIV y los siglos XVI o XVII 61 . Esto hay que relacionarlo con
una tendencia a negar que la guerra se pueda llamar en realidad levantamiento
campesino. Como en los casos inglés y alemán, también aquí se produjeron gran-
des alteraciones políticas que abrieron una puerta a la activación de demandas
sociales.
Ya he sostenido en otra parte que deberíamos tomamos en serio los aconteci-
mientos de 1462-1486, por cuanto constituyen una verdadera guerra del campe-
sinado ligada a su vez a la previa imposición de la servidumbre 62 . Si aceptamos
que la guerra de los pageses de remensa es lo que parece, sus objetivos, sin Ile-
gar a significar el fin del sistema seriorial, fueron sin embargo lo suficientemente

Véase por ejemplo el caso de Essex en L.R. POOS, A Rural Society A fter the Black Death: Essex
1350-1525 (Cambridge, 1991), págs. 231-252.
60 Sobre la Revolución inglesa y sus causas, véanse Christopher DYER, «The Social and Economic
Background to the Rural Revolt of 1381», en The English Rising, págs. 9-42; E.B. FRYDE y Natalie
FRYDE, «Peasant Rebellion and Peasant Discontents» en The A grarian History of England and W ales,
vol.3, ed. Edward MILLER (Cambridge 1991), págs. 744-819; Rodney HILTON, Bondmen Made Free:
Medieval Peasant Movements and the English Rising of 1381 (Nueva York, 1973); John HATCHER,
«England in the Aftermath of the Black Death», Past & Present 144 (1994), 3-35.
61 Vid. supra, nota 49. Véase también Eva SERRA I PUIG, Pagesos i senyors a la Catalunya del
segle X V 1L Baronia de Sentmenat, 1590-1729 (Barcelona, 1988). Mercé AVENTíN, La societat rural a
Catalunya, rebaja, de un modo específico, la importancia de la guerra de los remensas y describe un modo
de producción y un sistema de uso de la tierra que se prolongan desde el siglo XII hasta bien entrado
el XVI.
62 FREEDMAN, Origins of Peasant Servitude, sobre todo págs. 166-202.
34 Paul Freedman EM (2000)

radicales como para exigir la abolición de la servidumbre. La revuelta, que se


aliaba con la autoridad real, no incluía una radical reorganización política de la
sociedad, ni se inspiraba en alg^ n tipo identificable de entusiasta heterodoxia reli-
giosa como la que se asocia a los hechos ocurridos en Alemania en 1525 o en
Inglaterra en 1381.
La revuelta de los campesinos h^ ngaros de 1514 sí fue un intento de alterar
radicalmente el orden político. Lo que comenzó como una cruzada contra los tur-
cos se convirtió en un movimiento que aspiraba a acabar con los privilegios de la
nobleza h^ ngara, cuyo fracaso a la hora de proporcionar ayuda militar suscitaba
un rechazo a^ n mayor que el de los infieles a los ojos de los rebeldes 63. A los cam-
pesinos se les acusó de intentar exterrninar a la totalidad de la nobleza h ^ ngara,
pero en realidad sus quejas subrayaban su condición de siervos como emblema
de la opresión que padecían y reprochaban a la nobleza su incompetencia a la
hora de ganarse sus privilegios protegiendo el reino. Aquí, como en el caso cata-
lán, nada da a entender una reforma anticlerical o movida por el radicalismo reli-
gioso, si bien es cierto que en Hungría la revuelta se vio rodeada de una ideología
caracterizada por el fervor religioso. La predicación de la orden franciscana con-
tribuyó a preparar el terreno a la rebelión y entre los líderes de los ejércitos cam-
pesinos se contaban algunos miembros de dicha orden64. La inspiración religiosa
de los campesinos, sin embargo, era hondamente tradicional: tanto, que la idea de
la cruzada —un concepto que en otras partes de Europa ya hacía varios siglos que
había perdido fuerza— constituía la principal expresión ideológica de aquella
guerra65 . Los rebeldes proclamaban con énfasis su propio coraje, que contrastaba
con la evasión de su responsabilidad militar por parte de la nobleza. No sólo era
santa la guerra contra los turcos, sino que al soportar los campesinos la carga
militar, eran ellos quienes debían dominar a una nobleza a la que los rebeldes
echaban en cara ahora su incapacidad de estar a la altura de la muy tradicional
concepción de los Tres Órdenes de la sociedad. La revuelta h ^ ngara fue brutal-
mente aplastada y las instituciones de la servidumbre salieron tan reforzadas que
siguieron vivas hasta el siglo XIX. La Guerra h^ ngara es, por lo tanto, un fraca-
so destacado, lo que la distingue no sólo del triunfo catalán, sino también del
limitado éxito extraoficial de la rebelión inglesa de 1381.

63 Sobre la revuelta h ^ ngara, véanse los documentos recogidos en Monumenta rusticorum in


Hungaria rebellium anno MDX IV , ed. Anton Fekete NAGY et al. (Budapest, 1972); Gábor BARTA, «Der
ungarische Bauernkrieg vom Jahre 1514», en A us der Geschichte ostmitteleuropdischer Bauernbewegungen
im X V I-X V III Jahrhundert, ed. Gusztáv HEKENEST (Budapest, 1972), págs. 63-69; Norman Housley,
«Crusading as Social Revolt: The Hungarian Peasant Uprising of 1514», Journal of Ecclesiastical History
48 (1988), 1-28. Yo he intentado trazar una comparación entre los respectivos trasfondos ideológicos de
los conflictos catalán y h ^ ngaro: «The Evolution of Servile Peasants in Hungary and in Catalonia: A
Comparison», A nuario de estudios medievales 26/2 (1996), 909-931.
Jend SZCJCS, «Die oppositionelle Strómung der Franziskaner im Hintergrund des BauemIcrieges
und der Reformation in Ungam», en Études historiques hongroises 1985, vol. 2 (Budapest, 1985), 483-512.
Jend SZCJCS, «Die Ideologie des Bauemkrieges», en Ostmitteleuropdissche Bauernbewegungen
(cf. supra, nota 63), págs. 157-187.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografía de la Europa medieval 35

Entre todos los levantamientos campesinos de la baja Edad Media se regis-


tran diferencias sustanciales en lo tocante al clima de opinión religiosa, el grado
de perturbación política y las demandas concretas de los campesinos. No obstan-
te, y una vez que estamos dispuestos a reconocer a estos ^ ltimos la autonomía de
su agencia histórica, se pueden serialar algunas similitudes: la importancia de las
cuestiones de libertad y servidumbre, la capacidad de los campesinos para apro-
vechar las oportunidades abiertas por las tensiones o colapsos del orden político
y para formular sus demandas al abrigo de conceptos tan ampliamente aceptados
como los Tres Órdenes o la igualdad cristiana, en lugar de centrarse exclusiva-
mente en el derrocamiento radical del sistema feudal. Y esto, a su vez, conecta
las grandes insurrecciones bajomedievales con los constantes actos de resistencia
a pequeria escala, declarados u ocultos, de las centurias medievales66.

CONCLUSIÓN

Los instrumentos conceptuales de la resistencia no se derivan ^ nicamente de


la deslegitimación de la autoridad, sino también de lo que Barrington Moore
denomina "standards of condemnation"— una norma de censura moral que sirve
para "explicar y juzgar el sufrimiento contemporáneo", así como de "un diag-
nóstico y un remedio nuevos para las formas existentes del sufrimiento" 67 . Que
semejante diagnóstico no tiene que ser completamente nuevo es lo que en esen-
cia se viene defendiendo aquí. Siempre existió un substrato de resistencia al ejer-
cicio arbitrario del poder seriorial que anunciaba los grandes conflictos
bajomedievales. Solamente con respecto al Imperio Alemán Peter Bierbrauer ha
contabilizado 59 insurrecciones campesinas entre 1336 y 1525 68 . Muchos de los
escenarios de la Revuelta inglesa ya habían sido testigos de anteriores pleitos o
actos de insubordinación, y en una muestra de los que en 1381 se identificaron
como rebeldes se incluyen muchos campesinos que ya habían mantenido con-
frontaciones con sus seriores por cuestiones relativas a multas o a la propia con-
dición servil de los insurrectos 69 . Mucho antes de 1381 ya se habían promovido
persistentes pleitos legales y revueltas provocadas por agravios locales que nos
dan un anticipo del programa de la rebelión; y aquellos agravios estaban relacio-
nados con determinados cambios introducidos a la fuerza en la costumbre feudal

66 Esta tesis la he defendido, en referencia a la continuidad de la ideología, en Images of the


Medieval Peasant (Stanford, 1999), págs. 239-288.
MOORE, Injustice, pág. 87.
68 Peter BIERBRAUER, «Báuerliche Revolten im alten Reich. Ein Forschungsbericht», en A ufruhr
und Emparung? Studien zum bauerlichen W iderstand im A lten Reich, ed. Peter Blickle et al. (Munich,
1980), págs. 26, 62-65.
" DYER, «The Social and Economic Background», págs. 34-35; John F. NICHOLS, «An Early
Fourteenth Century Petition from the Tenants of Bocking to their Manorial Lord», Economic History
Review 2 (1929-1930), 300-307.
36 Paul Freedman EM (2000)

por los seriores con el fin de realzar su poder arbitrario sobre los tenentes". En
lugar de ver en los grandes conflictos solamente el fruto inmediato de las cir-
cunstancias particulares (los trastomos que siguieron a la Peste Negra, la guerra
civil o la reforma religiosa), sería posible verlos como parte de un continuo den-
tro de una historia prolongada de frecuentes revueltas locales.
También quisiera destacar que los métodos indirectos y directos de la resis-
tencia constituían estrategias mutuamente relacionadas, que no totalmente contra-
puestas. La transición de unos procedimientos a otros dependía más de la
percepción de oportunidades y expectativas que del grado de opresión. En los
modelos clásicos de insurrección campesina se pasa casi sin continuidad alguna de
la sumisa aceptación de una ideología dominante a la acción revolucionaria surgi-
da del colapso de la legitimidad de dicha ideología. En lugar de verse como la
s^ bita explosión de ira de una población esencialmente subyugada, o el reflejo de
una apocalíptica irracionalidad, las insurrecciones medievales deberían percibirse
como procesos más planificados, más oportunistas y hasta diríamos más optimis-
tas (aunque el optimismo estuviera en la mayoría de los casos injustificado).
Los orígenes de la rebelión campesina, por lo tanto, dejan de motivar una b ^ s-
queda del repentino tránsito desde la aceptación de la jerarquía hasta el pensa-
miento revolucionario y apuntan más bien a un cambio más gradual que va desde
las tácticas de evasión cotidianas hasta el desafío p^ blico, valorándose formas
altemativas de resistencia indirecta. La norma de censura ya aludida es un aspec-
to clave en el desarrollo de una revuelta, pero se trata de un patrón que sólo de
modo secundario se deriva del cataclismo religioso, la exportación de ideologías
subversivas o el colapso interno del estado. Dicha norma de juicio es más bien el
resultado de la apropiación ideológica de ideas ya existentes y su reorientación
hacia las exigencias de lo inmediato.
No todas las guerras del campesinado implicaron el mismo conjunto de jus-
tificaciones. En Inglaterra, la idea de igualdad original fue un modo de atacar la
condición servil de los campesinos y el que se consideraba injusto sistema serio-
rial que posibilitaba dicha condición. En el caso catalán se esgrimió el argumen-
to de que la servidumbre quebrantaba la ley divina y natural, utilizándose al
menos en un caso las palabras de un conocido fragmento de Gregorio Magno
sobre la liberación de la Humanidad entera por el sacrificio de Cristo 7 ' En

Rodney HILTON, «Peasant Movements in England Before 1381», en Hilton, Class Conflict and the
Crisis of Feudalism: Essays in Medieval Social Histoly (Londres, 1985), págs. 122-138; Barbara A.
HANAWALT, «Peasant Resistance to Royal and Seigniorial Impositions», en Social Unrest in the Late
Middle A ges: Papers of the Fifteenth A nnual Conference of the Center for Medieval and Early Renaissance
Studies, ed. Francis X. NEWMAN (Binghamton, 1986), págs. 30-40.
GREGORIO I, Registrum epistolorum, Corpus Christianorum 140 (Toumholt, 1982), 6:12,
pág.380. «Cum redemptor noster totius conditor creaturae ad hoc propitiatus humanam voluit carnem assu-
mere, ut divinitas suae gratia, disrupto, quo tenebamur capti vinculo servitutis, pristinae nos restitueret
libertati». Sobre el uso de este texto véase Paul FREEDMAN, «The German and Catalan Peasant Revolts»,
A merican Historical Review 98 (1993), 47-51.
EM (2000) La resistencia campesina y la historiografra de la Europa medieval 37

Hungría la justificación de la revuelta se vinculó a una acusación de ruptura del


principio de reciprocidad y de la funcionalidad de los órdenes de la sociedad. Al
haber incumplido su obligación de defender la fe y el reino, la nobleza debía ser
eliminada. En Alemania se recurrió tanto a la idea de igualdad en el momento de
la Creación como al significado del sacrificio de Cristo".
Lo que todas estas guerras tienen en com ^ n con muchos conflictos más
modestos es la importancia de la servidumbre como agravio fundamental del
campesinado rebelde. La condición servil o bien figuraba entre las causas direc-
tas del conflicto a los ojos de los cronistas y de los propios campesinos, o servía
de argumento contra determinadas condiciones más concretas del régimen serio-
rial que se pensaban injustas, desde las restricciones impuestas al uso de tierras
comunales a la exacción de tributos, pasando por los intentos de volver a impo-
ner requisitos que, como la residencia o las cargas que gravaban las herencias, ya
habían caído previamente en desuso. Todo ello se debe a que la servidumbre era
el nudo material y simbólico del conflicto sobre la dignidad humana: una cir-
cunstancia real y también un símbolo de la degradación.
La servidumbre era, pues, importante, y al atacarla los campesinos se valie-
ron de un vocabulario que sus amos comprendían bien. Su mensaje seguía sien-
do comprensible tras cruzar las fronteras de clase u orden social y en absoluto
dimanaba ^ nicamente de un discurso campesino sobre el mundo que fuera autó-
nomo o críptico. La resistencia campesina conllevaba toda una serie de evasiones
cotidianas, pero la dimensión de las rebeliones tardomedievales y el relativo (y
quizás indirecto) éxito que algunas obtuvieron se debieron a la incompleta hege-
monía de los elementos dominantes de la sociedad, quienes, en ciertos aspectos,
se vieron limitados e incluso intimidados por sus subordinados.

" Peter BIERBAUER, «Das GOttliche Recht und die naturrechtliche Tradition», en Bauer, Reich und
Reformation: Festschrift fiir Giinther Franz zum 80. Geburstag am 23. Mai 1982, ed. Peter Blickle
(Stuttgart, 1982), págs. 210-234.

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