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Los exámenes
El examen como instrumento bien utilizado cumple funciones que pueden ser
educativamente válidas. Las distorsiones y sin sentidos que con él se cometan
no son imputables al instrumento en sí, sino a quienes llevan a cabo tales usos
y abusos, producto muchas veces de la torpeza o la ignorancia. Dos
cuestiones resultan importantes:
Los usos que se hagan del examen serán el criterio definitivo para evidenciar
sus posibilidades. Si la información que arroja el examen sirve al profesor para
mejorar su propia enseñanza, y (re) orientar y ayudar a los alumnos en su
aprendizaje, éste puede desempeñar un papel constructivo en la formación
del alumno. En cambio, si el examen sólo sirve para medir, sinónimo de
calificar, la información trasmitida que el alumno puede reproducir
literalmente, el examen se convierte en un artefacto carente de valor
educativo.
En ese momento preciso, lo más valioso suele ser lo que da más puntos para
la calificación, independientemente del valor intrínseco del contenido de las
preguntas y de las respuestas, y del nivel de comprensión y apropiación de las
ideas. ¿Qué premian las calificaciones que suben puntos cuando las
respuestas que dan los alumnos se reducen a la repetición de ideas y datos de
otros, normalmente muy limitados por libros de texto y apuntes de clase? En
estas condiciones, el supuesto aprendizaje, reducido a ejercicio de ecolalia,
muestra más la capacidad de repetición y de retención que la de asimilación;
más la resistencia al olvido de la información recibida que a la comprensión
de la misma; más la sumisión que la elaboración de pensamiento propio
(Álvarez Méndez 2005, 98).