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tirant lo blanch
Valencia, 2023
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Abreviaturas
ANECA Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación
ATC Auto del Tribunal Constitucional
BOE Boletín Oficial del Estado
CC Código Civil
CC AA Comunidades Autónomas
CE Constitución Española de 27 de diciembre de 1978
CNMC Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia
CP Código Penal
DOUE Diario Oficial de la Unión Europea
EBEP Real Decreto Legislativo 5/2015, de 30 de octubre, por el que se aprueba el texto
refundido de la Ley del Estatuto Básico del Empleado Público
ENAC Entidad Nacional de Acreditación
IGAE Intervención General de la Administración del Estado
LA Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje
LBRL Ley de Bases de Régimen Local, 7/1985, de 2 de abril
LC Ley 22/1988, de 28 de julio, de Costas
LCD Ley Orgánica 3/2013, de 20 de junio, de protección de la salud del deportista y
lucha contra el dopaje en la actividad deportiva
LCE Ley Orgánica 3/1980, de 22 de abril, del Consejo de Estado
LCNMC Ley 3/2013, de 4 de junio, de creación de la Comisión Nacional de los Mercados
y la Competencia
LCSP Ley de Contratos del Sector Público, 9/2017, de 8 de noviembre
LDA Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de asilo y de la protección
subsidiaria
LEC Ley de Enjuiciamiento Civil, 1/2000, de 7 de enero
LECrim Ley de Enjuiciamiento Criminal, aprobada por Real Decreto de 14 de septiembre
de 1882
LEF Ley de Expropiación Forzosa, de 16 de diciembre, de 1954
LG Ley 50/1997, de 27 de noviembre, de organización, competencia y funcionamiento del
Gobierno
LGP Ley General Presupuestaria, 47/2003, de 26 de noviembre
LGS Ley General de Subvenciones, 38/2003, de 17 de noviembre
LGT Ley General Tributaria, 58/2003, de 17 de diciembre
LGUM Ley 20/2013, de 9 de diciembre, de garantía de la unidad de mercado
LJCA Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, 29/1998, de 13 de julio
LLS Ley 35/1995, de 11 de diciembre, de ayudas y asistencia a las víctimas de delitos
violentos y contra la libertad sexual
LMGL Ley 57/2003, de 16 de diciembre, de medidas para la modernización del gobierno
local
LMRJPAC Ley 4/1999, de 13 de enero, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de
noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común
LOCE Ley Orgánica del Consejo de Estado, 3/1980, de 22 de abril
LOEX Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los
extranjeros en España y su integración social
LOFAGE Ley 6/1997, de 14 de abril, de organización y funcionamiento de la
Administración General del Estado
LOPJ Ley Orgánica del Poder Judicial, 6/1985, de 1 de julio
LOREG Ley Orgánica del Régimen Electoral General, 5/1985, de 19 de junio
LOSU Ley Orgánica 2/2023, de 22 de marzo, del Sistema Universitario
LOTC Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, 2/1979, de 3 de octubre
LPAC Ley de Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas,
39/2015, de 1 de octubre
LPAP Ley 33/2003, de 3 de noviembre, del Patrimonio de las Administraciones Públicas
LRJPAC Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y Procedimiento Administrativo Común
LRHL Real Decreto-Legislativo 2/2004 de la ley Reguladora de las Haciendas Locales
LTABG Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información
pública y buen gobierno
LRJSP Ley de Régimen Jurídico del Sector Público, 40/2015, de 1 de octubre
RAFSPME Real Decreto 203/2021, de 30 de marzo, por el que se aprueba el Reglamento
de actuación y funcionamiento del sector público por medios electrónicos
RBEL Reglamento de Bienes de las Entidades Locales, aprobado por Real Decreto
1372/1986, de 13 de junio
RCL Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades
Locales aprobado por Real Decreto 2568/1986, de 28 de noviembre
RD Real Decreto
RDLGT Real Decreto 520/2005, de 13 de mayo, por el que se aprueba el Reglamento
general de desarrollo de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria,
en materia de revisión en vía administrativa
RGS Real Decreto 887/2006, de 21 de julio, por el que se aprueba el Reglamento de la
Ley General de Subvenciones
STEDH Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos
STJUE Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea
STC Sentencia del Tribunal Constitucional
STS Sentencia del Tribunal Supremo
STSJ Sentencia del Tribunal Superior de Justicia
TC Tribunal Constitucional
TEDH Tribunal Europeo de Derechos Humanos
TFUE Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea
TJUE Tribunal de Justicia de la Unión Europea
TS Tribunal Supremo
TSJ Tribunal Superior de Justicia
TUE Tratado de la Unión Europea
Introducción:
Algunas consideraciones previas sobre este manual
Puede parecer una obviedad comenzar por presentar esta obra afirmando que se sustenta
en el principio de división de poderes, pues precisamente uno de esos poderes, el poder
ejecutivo, es el que se articula a través de las diferentes Administraciones Públicas que le
dan sustento desde la base a la cúspide según el principio de jerarquía, abordando las
diferentes competencias que tiene atribuidas el gobierno —principio de competencia—.
Las Administraciones Públicas constituyen el elemento subjetivo esencial del Derecho
administrativo, como asimismo lo son los particulares en el Derecho privado. Y es por
ello que el maestro Parada siempre tuvo la sana y sabia costumbre de presentar el
panorama del nacimiento y evolución de nuestra Administración Pública a partir de la
Revolución francesa de 1789 que fue el big—bang que daría lugar a la progresiva
diferenciación del poder ejecutivo frente al poder legislativo y poder judicial en los
diferentes ordenamientos jurídicos europeos, con todo lo que ello ha venido implicando
de progresiva eliminación de privilegios del ejecutivo; el control de la arbitrariedad en sus
actuaciones; la delimitación de sus potestades o la ordenación de un procedimiento de
actuación mediante el procedimiento administrativo como garantía de los administrados.
La neta separación entre el poder ejecutivo, poder judicial y poder legislativo constituye
pues presupuesto ineludible y justificación para abordar el tratamiento de las normas que
emana con carácter propio la Administración Pública —reglamentos— así como para
analizar sus actuaciones —actos administrativos— y el procedimiento para su generación.
Del mismo modo que, por las mismas razones, por tratarse de un Manual de Derecho
administrativo se omite y se excluye el análisis de la naturaleza y contenido de los actos
derivados de los otros dos poderes públicos: el acto judicial —autos, providencias o
sentencias— salvo en lo que constituye la jurisdicción contencioso-administrativa, o
asimismo se excluyen las expresiones del poder legislativo que son las normas con carácter
de ley, decretos leyes o decretos legislativos.
Además de la delimitación del contenido de esta obra a partir de la garantía que supone
el principio de división de poderes, la amplitud de la materia obliga a que, dentro del
propio Derecho administrativo, también abordemos un contenido razonable, dejando
fuera de nuestro análisis la parte subjetiva del mismo, esto es, el concepto de las diferentes
Administraciones Públicas y sus fuentes, aspectos tales que se presuponen cuando se
analiza el acto, la actividad o el procedimiento que aquí tratamos. En todo caso la esencia
subjetiva del acto administrativo en cuanto que emana de una Administración Pública y,
por tanto, el concepto de Administración Pública —territorial, institucional,
independiente, corporativa— así como las fuentes del Derecho administrativo, merecen un
tratamiento autónomo y diferenciado que se concreta en una materia distinta a la que
responde este Manual.
El objetivo del Manual que presentamos no es otro que el de acercarnos a un análisis
básico del Derecho administrativo en su objeto, común o general, esto es, en lo que se
refiere al actuar administrativo —acto administrativo— que aborda en todos sus
elementos: concepto, categorías y efectos; condiciones de validez y eficacia; la actividad
administrativa y sus clases— de limitación, inspección, fomento, arbitraje, de servicio
público o sancionadora; el procedimiento administrativo para su generación, con sus
novedades digitales y la garantía en que consisten, tanto los recursos administrativos,
como el control judicial —por ende, fuera de la Administración Pública— articulado a
través de la jurisdicción contencioso—administrativa.
Los planes de estudio que reglan el contenido de las diferentes asignaturas en los cursos
que constituyen los Grados, irremediablemente cuartean las materias que, con frecuencia,
son bastante más amplias que las asignaturas, normalmente cuatrimestrales. En el caso del
Derecho administrativo este efecto se potencia dada su amplitud —ya en la parte general,
cuanto más en la parte especial— sobrepasando con creces lo que pueda tratarse en una
asignatura, como sucede en la gran mayoría de universidades tras la adaptación de los
planes de estudio al Plan de Bolonia, lo que conviene advertir porque ello supone una
ruptura de la unidad sincrónica de estudio de toda la materia, con el consiguiente y
frecuente efecto de olvido de sus elementos esenciales. Es por ello interesante hacer un
recordatorio o lectura rápida de los elementos esenciales del Derecho administrativo,
especialmente los subjetivos, con carácter previo a reflexionar sobre la materia objeto de
este Manual.
Es así que, cuando se define —como se verá en el Manual— el concepto de acto
administrativo como el acto dictado por una Administración Pública sujeto al Derecho
Administrativo —concepto formal—, conviene recordar lo que sea una Administración
Pública —aspecto que se obvia en este volumen centrado, como decimos, en el análisis de
la parte objetiva— en cuanto acto que está “sujeto al Derecho Administrativo”. Y,
asimismo, en aquellos actos que son administrativos bajo una concepción material que
atiende a los efectos jurídicos que éste produce según la capacidad administrativa de
afectar a la situación jurídica de sus destinatarios (por ejemplo, autorizar o prohibir una
actividad) o a la constitución de estatus jurídicos (como nombrar funcionario a una
persona o calificar un bien como demanial) siempre habrá de tenerse en cuenta el
elemento subjetivo.
La delimitación es crucial porque no todo acto de la Administración sujeto al Derecho
administrativo ostenta tal capacidad de producir esos efectos jurídicos en los
administrados, pues sólo los actos decisorios (resoluciones) y, excepcionalmente, algunos
actos de trámite (adjetivados como “cualificados” por ello mismo), tienen como
contenido, objetivo y efecto crear, modificar o extinguir situaciones jurídicas en los
administrados por la Administración y por tanto, considerarse actos administrativos. A
partir de ahí, la determinación de las condiciones de validez y eficacia de los actos
administrativos exige el conocimiento de múltiples cuestiones que tratan de analizarse a la
luz también de ejemplos prácticos.
La tipología de actos da lugar a categorías que se enmarcan en las diversas modalidades
de actividad administrativa. Cada una de estas categorías tiene sus herramientas propias.
De manera que, dependiendo de la finalidad que persigue la Administración Pública
articulando esa actividad, esta puede ser diversa: si la Administración pretende regular,
controlar una actividad particular —actividad de limitación—; si lo que pretende es
direccionar la acción particular hacia los fines de interés público dignos de desarrollarse
—actividad de fomento—; si la actividad tiene una naturaleza prestacional hacia los
administrados por parte de la Administración —actividad de servicio público— si de lo
que se trata es de que la Administración ejerce la potestad de resolver conflictos entre
terceros, entre los administrados sobre derechos privados o administrativos bajo el control
de la jurisdicción contencioso-administrativa —actividad arbitral—, si lo que la
Administración ejerce es la potestad de verificar el cumplimiento de las normas —
actividad de inspección— si lo que busca es ejercer un poder punitivo frente a
incumplimientos tipificados —actividad sancionadora—. Todas estas categorías de
actividad que integran actos administrativos de naturaleza diversa se analizan
pormenorizadamente en la obra.
Pero todo acto y toda actividad administrativa requiere de la garantía del procedimiento
administrativo. De manera que debemos adentrarnos en los diferentes trámites que
forman ese procedimiento y sus posibles anomalías y asimismo hacerlo en relación a las
novedades que incorpora la Administración digital. La reacción de los administrados
frente a las resoluciones administrativas, primero en vía administrativa a través de los
recursos administrativos y, posteriormente, en vía judicial, ante la jurisdicción
contencioso-administrativa, constituyen el cierre del círculo de la garantía de los
ciudadanos frente a los actos administrativos que pudieran no cumplir con las exigencias
procedimentales o de fondo previstas en la ley. La Constitución garantiza, entre otros, el
principio de la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos —art. 9.3 CE.— y
a ello responden las garantías de los administrados frente a actuaciones lesivas de las
Administraciones Públicas. De manera que el análisis de los recursos administrativos y de
la jurisdicción contencioso-administrativa concluye el panorama que tiene como centro el
acto administrativo.
Dedicamos este Manual a nuestro maestro el Profesor Don José Ramón Parada,
referente en la doctrina de nuestra disciplina, piedra angular durante más de treinta años
del Departamento de Derecho administrativo de la UNED, maestro académico y maestro
de vida de todos sus discípulos, que nos contagia siempre la pasión y mirada crítica en el
análisis de la realidad política y social sobre la que se articula el Derecho administrativo.
La actualización que realizamos con este Manual, se hace sin duda, partiendo de la
referencia ineludible de su ya clásico y magnífico Manual de Derecho administrativo II
(Régimen Jurídico de la actividad administrativa), con hasta 24ª ediciones, siendo nuestro
mínimo homenaje y sentido agradecimiento por su servicio y generosidad hacia cada uno
de sus discípulos, a los que tanto tiempo dedicó, en cantidad y de calidad y de forma
desinteresada.
Capítulo I
El acto administrativo (I): concepto, clases y requisitos
JESÚS ÁNGEL FUENTETAJA PASTOR
SUMARIO:
I. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
1. Concepto y función del acto administrativo
2. Delimitación
2.1. Acto y reglamento
2.2. El acto político
2.3. Acto administrativo y actuación material de la Administración
3. Unilateralidad
4. Ejecutividad
II. CLASES DE ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. Clasificación
2. Según su autor: actos simples y actos complejos
3. Según la naturaleza de la potestad ejercida: actos reglados y actos discrecionales
4. Según su destinatario: los actos administrativos generales
5. Según sus efectos: en particular, actos favorables y actos desfavorables
6. Según su función en el procedimiento administrativo: actos resolutorios y actos de trámite
7. Según su recurribilidad: actos que ponen fin a la vía administrativa, actos firmes y actos confirmatorios
8. Según su forma de producción: actos expresos, actos por silencio y actos tácitos
III. REQUISITOS DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. La Administración autora del acto
2. El procedimiento administrativo para la producción de actos administrativos
3 Forma del acto
4. Motivación
5. Requisitos sustantivos. El contenido del acto
RESUMEN: Los actos administrativos son aprobados por la Administración, conforme al Derecho Administrativo, para afectar
la situación jurídica de sus destinatarios. Al referirse a unas circunstancias concretas y a unos destinatarios determinados, se
distinguen de los reglamentos, que son normas o disposiciones abstractas y generales. En cuanto a sus características más
relevantes, podemos destacar la unilateralidad, por su forma de adopción, y la ejecutividad, por los efectos imperativos que
producen sobre sus destinatarios, independientemente de la voluntad de éstos. Por lo demás, los actos administrativos se
clasifican según diversos criterios (autor; potestad; destinatarios; efectos; función procedimental; recurribilidad; forma de
producción). Finalmente, el Derecho Administrativo impone el cumplimiento de una serie de requisitos para la producción
válida de actos administrativos (Administración autora del acto; procedimiento administrativo; forma; motivación; contenido).
PALABRAS CLAVE: Acto administrativo. Ejecutividad. Acto favorable. Acto desfavorable. Acto decisor. Acto resolutorio. Acto
de trámite. Acto firme. Requisitos de los actos. Motivación
I. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
1. Concepto y función del acto administrativo
Junto al reglamento y el contrato administrativo, el acto administrativo es uno de los
instrumentos jurídicos que el Derecho proporciona a la Administración para la
consecución de los fines de interés general que se le fijan por las Leyes y por el Gobierne
que la dirige.
Aunque se pueda partir de una definición estipulativa de acto administrativo que
constituya una hipótesis de trabajo desde la que abordar su régimen jurídico, su
conceptualización resulta más viable a partir de la identificación de sus características
genuinas, contrastando, por un lado, el acto con esos otros instrumentos jurídico-
administrativos y sistematizando, por otro, los actos mediante una clasificación que
atienda a sus variadas funciones y efectos en el Ordenamiento jurídico.
Un concepto formal de acto administrativo lo entiende como el acto dictado por una
Administración sujeto al Derecho Administrativo. Esta aproximación destaca tanto la
autoría por una Administración Pública como el régimen jurídico-administrativo que
determina su forma de producción y sus efectos, excluyendo, en consecuencia, los actos de
sujetos que no son Administración Pública (como las empresas públicas) y los de, quienes
siéndolo, no se someten al Ordenamiento administrativo (como la adquisición privada de
bienes).
Como puede observarse, se trata de una definición de acto sumamente amplia que
comprende cualquier acto de la Administración producido conforme al Derecho
Administrativo, también los propios actos del procedimiento (actos de trámite) de
producción de los actos resolutorios o decisorios. Una definición tan amplia tiene la
finalidad de permitir el acceso al control de los actos mediante los correspondientes
recursos administrativos o judiciales (contencioso-administrativo).
Un concepto material de acto administrativo, en cambio, atiende a los efectos jurídicos
que éste produce según su capacidad de afectar a la situación jurídica de sus destinatarios
(por ejemplo, autorizar o prohibir una actividad) o a la constitución de estatus jurídicos
(como nombrar funcionario a una persona o calificar un bien como demanial). No todo
acto de la Administración sujeto al Derecho Administrativo ostenta tal capacidad de
producir esos efectos jurídicos sobre sus destinatarios o sobre las personas y las cosas,
pues sólo los actos decisorios (resoluciones) y, excepcionalmente, algunos actos de trámite
(adjetivados como “cualificados” por ello mismo) tienen como contenido, objetivo y
efecto crear, modificar o extinguir situaciones jurídicas por la Administración.
La desventaja de esta aproximación material al acto administrativo, basada en la
producción de efectos sobre situaciones jurídicas, es que numerosos actos de la
Administración no cabría considerarlos como actos administrativos. Así, los actos de
información (como un informe de vida laboral: STS 23-1-2019; o los actos o
comunicaciones explicativas de resoluciones: STS 9-6-2016), los actos de ejecución o los
actos instrumentales de los actos decisorios (como los actos de trámite preparatorios).
Sea como fuere, ambas perspectivas permiten aprehender el sentido y función del acto
administrativo en cuanto que instrumento jurídico para la consecución de los intereses
generales por la Administración, afectando situaciones y relaciones jurídicas y dirigiendo
la conducta de sus destinatarios a partir de la concreción objetiva de las circunstancias de
hecho y la individualización subjetiva de esos destinatarios. De ahí que el acto
administrativo contribuya a la seguridad jurídica del alcance singular de la norma, pues
una cosa es que una Ley autorice o prohíba en abstracto determinadas conductas y otra
muy diferente —desde la perspectiva de aquella seguridad jurídica— que el acto precise
esa autorización o esa prohibición para una persona determinada en una situación
concreta.
Pero además de esta funcionalidad aplicativa singular de normas, mediante los actos
administrativos la Administración también concreta el interés general cuando aquellas
normas le atribuyen potestades discrecionales o le establecen objetivos generales a
alcanzar.
La importancia del acto administrativo para dotar de seguridad jurídica a situaciones singulares la podemos
apreciar en aquellos ámbitos o procedimientos en los que se prescinde o no se produce un acto administrativo. El
primer caso sería el de las actividades sujetas ahora a meras declaraciones responsables o comunicaciones
previas, en las que los particulares señalan reunir todos los requisitos exigidos por las normas para realizar la
actividad en cuestión (por ejemplo, declaración responsable de haber realizado una construcción conforme a las
normas y estándares urbanísticos, lo que antes era la licencia de primera ocupación), pero sin que exista un
control o constatación previos por la Administración de que ello es así, sin perjuicio de que a posteriori pueda
comprobar que efectivamente se cumplen esos requisitos; en la medida en que, salvo que la norma
específicamente lo establezca, la facultad de la Administración de comprobación no está sujeta a plazo (STS 8-3-
2023), la situación jurídica del declarante o comunicante de la actividad no tiene la misma seguridad o solidez
que la que le hubiese otorgado una autorización administrativa expresa y firme. Y cuando el procedimiento
administrativo no termina mediante resolución expresa, la Ley atribuye unos efectos a esa inactividad de la
Administración mediante la técnica del silencio administrativo, pero la seguridad jurídica que proporciona un
acto expreso no es, obviamente, la misma que la que se deriva de una situación jurídica generada por el silencio
de la Administración, pues ésta no ha constatado positivamente el cumplimiento de las condiciones o requisitos
exigidos por la norma para obtener lo solicitado, abriendo la posibilidad a una posterior revisión si no reuniera
tales exigencias.
2. Delimitación
Para comprender mejor el concepto y la naturaleza del acto administrativo, resulta
conveniente delimitarlo respecto a otras figuras con las que comparte alguna relación (en
particular, el reglamento y el denominado acto político). Pero también con otras
actuaciones no jurídicas de la Administración.
2.1. Acto y reglamento
El reglamento difiere del acto por su carácter abstracto y general, notas que caracterizan
a las normas. En efecto, el reglamento, en primer lugar, es abstracto por cuanto se refiere
a supuestos de hecho no singularizados por circunstancias específicas, lo que permite
predicar de él su carácter ordinamental, en el sentido de que se inserta en el Ordenamiento
jurídico, permitiendo su aplicación reiterativa a un número indeterminado de casos
singulares. Pero el reglamento, en segundo lugar, también es general en el sentido de que
sus destinatarios no están individualizados.
En cambio, el acto administrativo es concreto e individual.
– Por un lado, el acto administrativo es concreto, porque su supuesto de hecho se
encuentra singularizado por circunstancias fácticas específicas de un caso. De ahí que
el acto se extinga con su aplicación a un caso determinado.
No obstante, que el supuesto de hecho del acto administrativo sea concreto no excluye que el mismo sea
presupuesto de otros actos administrativos posteriores (por ejemplo, la secuenciación de actos de trámite de un
procedimiento selectivo) o que actos posteriores apliquen y den efectividad a otro acto (como el acto de
valoración catastral que es la base del impuesto de bienes inmuebles: STS 16-6-2022; las relaciones de puestos de
trabajo en el empleo público, que determinan las retribuciones de los empleados públicos: STS 5-2-2014; o el
acto de clasificación de un terreno como vía pecuaria, que es el presupuesto del posterior acto de deslinde: STS
24-10-2018)
– Por otro lado, el acto administrativo es individual en cuanto que sus destinatarios
están determinados por el propio acto. Estos destinatarios pueden venir identificados
o no estarlo (por ejemplo, una convocatoria) y, en ambos casos, tener un destinatario
único o plural (como la relación de aspirantes admitidos a unas pruebas). Más
adelante analizaremos los problemas que plantean los actos administrativos que
tienen una pluralidad de destinatarios no identificados, que significativamente se
denominan también “actos administrativos generales”.
2.2. El acto político
El acto administrativo es dictado por la Administración en ejercicio de potestades
administrativas para la realización de funciones o actividades igualmente administrativas.
Sin embargo, los órganos de gobierno de la Administraciones Públicas pueden adoptar
actos que son expresión y ejercicio de potestades ejecutivas o de gobierno y cuyo
contenido es esencialmente político. De ahí que se les conozca expresivamente como
“actos políticos”.
La complejidad del acto político deriva de la ambivalencia de su autor (órganos que son
“gobierno” y “administración” al mismo tiempo) y de la dualidad de efectos que produce:
efectos políticos (sólo controlables por instancias políticas) y efectos jurídicos, que sí
pueden ser sometidos al control de la Jurisdicción contencioso-administrativa. Sin
embargo, la calificación del acto como “político” por parte de los órganos de gobierno ha
pretendido siempre evitar el control judicial sobre el mismo, de ahí que haya sido
necesario precisar el contenido de los actos políticos, su consecuente identificación y el
alcance del control jurisdiccional.
En lo que respecta al contenido de los actos políticos, se caracteriza por la ausencia de
predeterminación sustantiva del contenido de ciertas decisiones que pueden adoptar los
órganos de gobierno de las Administraciones Públicas, lo que correlativamente implica la
inexistencia de parámetro jurídico de control al que puedan recurrir los Jueces y
Tribunales para valorar su corrección. Estos actos, se insiste, constituyen ejercicio de la
potestad de dirección política que el Ordenamiento reconoce a los legítimos gobiernos
democráticamente elegidos, a los que deja completa libertad en cuanto al fin a perseguir y
a la concreción del interés público en cada caso, pudiendo optar entre diferentes opciones,
todas ellas lícitas y admisibles desde el punto de vista constitucional y legal.
En cuanto a la identificación formal del acto político, relativa a los sujetos que pueden
producir esta categoría de acto, la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa [art.
2 a)] menciona exclusivamente al Gobierno del Estado y a los Consejos de Gobierno de
las Comunidades Autónomas.
En el caso de actos de cierto contenido político o ideológico de los órganos de gobierno locales, la jurisprudencia
parece negar su caracterización como acto político y los somete a control conforme a criterios ordinarios de
validez de los actos administrativos. Así, considera que los municipios carecen de competencia para declarar non
grata a una empresa (STS 24-11-2003), para proclamarse municipio desnuclearizado (STS 25-3-1998), para
realizar declaraciones ajenas a cuestiones de interés municipal (STS 26-6-2019: declaraciones de independencia
o de apoyo a procesos de independencia). Y también invocará la vulneración de derechos fundamentales para
anular el acuerdo del Pleno de un Ayuntamiento que declaraba a la entidad local “Espacio Libre de Apartheid
Israelí”, por cuanto implicaba discriminación de terceros (STS 20-9-2022).
Además de esta identificación material y formal del acto político, lo más relevante es el
alcance del control jurisdiccional que se puede ejercer sobre estos actos y que la citada Ley
de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa extiende a “la protección de los derechos
fundamentales, los elementos reglados y la determinación de las indemnizaciones que
fueran procedentes”.
Así, para la protección de los derechos fundamentales, el Tribunal Supremo ejerció su control sobre la negativa
del Gobierno a la desclasificación de ciertos documentos del entonces CESID (actual Centro Nacional de
Inteligencia), alguno de los cuales pretendían ser aducidos por una persona para su defensa en el seno de un
proceso penal (STS 4-4-1997, apreciando una colisión entre al acto político y la tutela judicial).
En lo que respecta a la determinación de las indemnizaciones que fueran procedentes, sin entrar en el control del
contenido de la decisión política de cerrar la frontera con Gibraltar, se examinó la eventual responsabilidad
patrimonial por los daños causados a los comerciantes (STS 20-5-2003).
Pero donde más se extiende el control judicial de estos actos es respecto a los elementos reglados de los mismos,
es decir, los requisitos formales (órgano competente, procedimiento, motivación) exigidos por el Ordenamiento
para su adopción y que siempre deben ser observados, por lo que la invocabilidad de la calificación de estos
actos como políticos no podría impedir la admisión del recurso contencioso, aunque sólo sea para verificar que
su contenido es efectivamente político. Así, por ejemplo, el respeto del procedimiento exigido en un caso de
indulto en el que el informe de conducta exigido por la Ley no fue elaborado por el Tribunal sentenciador, sino
por la policía (STS 27-10-2021).
Otros ejemplos de actos políticos serían la fijación de la capitalidad de una Comunidad Autónoma (STS 30-7-
1987), la cuantía y distribución de fondos presupuestarios (STS 2-10-1987), la remisión de un proyecto de ley
(STS 25-10-1990) o la fijación de los objetivos de estabilidad presupuestaria (STS 10-5-2016).
3. Unilateralidad
La unilateralidad del acto administrativo no es característica genuina del mismo, pues
comparte esta nota con el reglamento, pero lo diferencia del contrato.
La unilateralidad hace referencia a la forma de producción de los actos administrativos e
implica que sus autores no son sus destinatarios exclusivos y, por tanto, que los
destinatarios del acto no son sus autores, a diferencia de la bilateralidad —propia de los
contratos—, donde los autores sí que son sus destinatarios exclusivos. En efecto, la
adopción de los actos administrativos es realizada por la Administración en cuanto que
autora; sin embargo, aunque el acto vincula también a la propia Administración, no es la
destinataria del acto, sino la persona física o jurídica o la cosa sobre la que recaen los
efectos de aquel. La voluntad de los destinatarios no es requisito de formación de los actos
administrativos, sino que éstos se crean por la sola intervención de la Administración.
Ello no excluye la intervención del destinatario del acto administrativo en la fase de
formación del mismo, en particular mediante su participación activa como interesados en
el procedimiento —incluso si éste se ha iniciado no de oficio, sino a solicitud del
interesado (que será destinatario final del acto)—, o en los supuestos de actos
administrativos sometidos, en su eficacia, a la aceptación del destinatario —por ejemplo,
la aceptación de subvenciones o de nombramientos como funcionario—. En cualquier
caso, esa intervención del destinatario no muta en bilateral al acto, que es adoptado única
y exclusivamente por la Administración.
Por último, hay que tener en cuenta que la unilateralidad es característica de los actos
administrativos desde el punto de vista de su formación o constitución, pero no desde la
perspectiva de su producción de efectos, rasgo que nos lleva a una de las características
esenciales de los actos: su ejecutividad.
4. Ejecutividad
La ejecutividad de los actos administrativos es su cualidad de producir, por sí mismos,
los efectos jurídicos que les son propios según su contenido, sin necesitar ni la aceptación
de sus destinatarios ni la intervención judicial.
En efecto, los actos administrativos producen efectos jurídicos por sí mismos, creando,
modificando o extinguiendo situaciones jurídicas en sus destinatarios. Esta es la finalidad
y razón de ser del acto administrativo: producir efectos jurídicos en situaciones concretas
para destinatarios individualizados. La esencia, por tanto, del acto administrativo es su
eficacia jurídica, pues el acto administrativo se dicta por la Administración para ser
ejecutivo, esto es, para producir efectos jurídicos. Su modo de ser es ser eficaz.
Estos efectos jurídicos afectan a los destinatarios de los actos independientemente de su
voluntad en virtud de la imperatividad, obligatoriedad o vinculatoriedad que el
Ordenamiento les atribuye. Mientras que, en el ámbito privado, con carácter general, los
particulares sólo se ven afectados en su esfera jurídica por los actos de otros si, libre y
voluntariamente, así lo aceptan, en el ámbito público los actos de los poderes públicos
(incluidos los de la Administración) se imponen a sus destinatarios y los efectos jurídicos
que el Ordenamiento reconoce a tales actos inciden directamente en su esfera jurídica.
Además, como hemos señalado, la Administración no precisa de los Jueces y Tribunales
para que sus actos produzcan efectos jurídicos con fuerza obligatoria sobre sus
destinatarios. La propia Administración crea sus actos, sin necesitar que un Juez o
Tribunal declare la existencia, la validez y la eficacia de esos actos administrativos. Es una
consecuencia de la autotutela que institucionalmente se le reconoce a la Administración,
concretamente de la “autotutela declarativa”, que se complementa —como veremos— con
la “autotutela ejecutiva”, por la cual la Administración puede ejecutar forzosamente sus
actos administrativos, haciendo materialmente efectivos los efectos jurídicos de éstos.
De esta capacidad de producir efectos jurídicos de los actos administrativos se deriva la
necesidad de que los afectados por ellos puedan recurrirlos, reacción defensiva que se
ampara en la tutela judicial efectiva, articulada a través del recurso contencioso-
administrativo (art. 24 CE), y en el principio del sometimiento de la Administración al
control de los Jueces y Tribunales (art. 106.1 CE).
Baste, por ahora, esta explicación de esta característica esencial de los actos
administrativos, aunque tendremos ocasión de profundizar en ella al analizar
precisamente la eficacia del acto administrativo en la Lección siguiente.
B) La categoría de actos decisores hace referencia a los actos que producen efectos
jurídicos sobre la situación jurídica de sus destinatarios. El acto decisor se identifica, así,
con la “decisión administrativa” y con la “resolución” en cuanto que declaraciones de
voluntad de la Administración creadoras de situaciones jurídicas individualizadas, ya se
trate de permisos, obligaciones o prohibiciones, ya sean constitutivas de estatus jurídicos
(por ejemplo, declaración de una asociación como de utilidad pública).
El acto decisor es la principal clase de acto administrativo por constituir situaciones y
relaciones jurídico-administrativas. A partir del mismo se ha construido la teoría del acto
administrativo, sistematizando las cualidades que lo caracterizarían, si bien hay que tener
en cuenta que no todos los actos administrativos son actos decisorios y que aquellas
cualidades (presunción de validez y ejecutividad, principalmente) se predican en realidad
del acto decisorio.
Desde el punto de vista de las previsiones de la Ley, encontraríamos una plasmación de
esta categoría de acto decisor en relación con el contenido específico de las resoluciones
que ponen fin al procedimiento decidiendo sobre el fondo del asunto (“Las resoluciones
contendrán la decisión, que será motivada…”: 88.3 LPAC). Además, los actos decisorios
constituyen el objeto propio del recurso administrativo y contencioso-administrativo,
precisamente por esa capacidad de producir efectos jurídicos sobre sus destinatarios.
Por el contrario, los actos no decisorios no pasan de ser actos auxiliares de los actos
decisorios, como son con carácter general los actos de trámite, las declaraciones de
conocimiento (en particular, los certificados) o los actos de información y estudio (caso de
los informes y los dictámenes).
C) Según el beneficio o perjuicio jurídico que producen sobre sus destinatarios, los actos
se clasifican en favorables y desfavorables.
El acto favorable también es denominado “acto declarativo de derechos” y se caracteriza
por mejorar la situación jurídica del destinatario del acto. La ley los contempla para
permitir su eficacia retroactiva (39.3 LPAC; v.gr. el reconocimiento de un trienio a un
funcionario) y por la especial protección que les dispensa a la hora de poder ser
invalidados por la propia Administración, hasta el punto de que ésta sólo los puede
declarar inválidos si adolecen de vicio de nulidad, pues si lo fuera de anulabilidad carece
de tal potestad, debiendo acudir a la Jurisdicción contencioso-administrativa para ello.
El acto desfavorable (también conocido como “acto de gravamen” o, simplemente, acto
perjudicial), en cambio, produce el efecto de empeorar la posición jurídica de su
destinatario, restringiendo, agravando o perjudicando su situación jurídica. La Ley exige
la motivación de los actos que “limiten derechos subjetivos o intereses legítimos” [35.1 a)
LPAC], no pudiendo dictarse con eficacia retroactiva (por ejemplo, sancionar con efectos
a la fecha de la comisión de la infracción) y, asimismo, facilita las potestades de revisión
por la Administración permitiendo su revocación (109.1 LPAC).
Ejemplos de actos favorables serían una autorización, una subvención, un nombramiento o una concesión. De
actos desfavorables, por su parte, una sanción, una denegación o un cese.
Es importante, finalmente, advertir de la relatividad del carácter favorable o perjudicial
de las consecuencias de los actos según la posición subjetiva del destinatario o de los
terceros. De ahí que podamos identificar:
– “actos de doble efecto”, que producen consecuencias diversas en los destinatarios
(típico caso de resoluciones de procedimientos competitivos, como contratos, donde
la adjudicación será favorable para el licitador seleccionado, pero desfavorable para el
licitador descartado); la categoría resulta relevante para reconocer legitimidad a
efectos de recurrir el acto a quienes fueron perjudicados, así como a los beneficiados
por él a efectos de ser considerados interesados en el procedimiento y tener que ser
emplazados por la Administración;
– “actos de efecto mixto”, en los que el mismo acto puede producir efectos
objetivamente favorables, pero subjetivamente apreciarse como desfavorables. Es el
caso de los actos que incluyen objetivamente partes favorables y partes desfavorables
(por ejemplo, acto que otorga menos de lo solicitado o imponiendo una condición) o
que subjetivamente son percibidos como perjudiciales por el destinatario (así, el
alumno que sobre diez es calificado con un nueve, pero considera que merece mayor
puntuación).
Mientras que el acto confirmatorio supone una identidad jurídica decisoria con un acto
originario firme, el concepto de acto reproductorio hace referencia a la reproducción
formal y material de dicho acto originario. Se trata de un supuesto excepcional, pero no
extravagante.
Así puede ocurrir en procedimientos complejos y dilatados en el tiempo, en los que algún acto posterior
reproduce uno anterior con mera actualización de fecha. O el acto de rectificación de errores sin trascendencia
jurídica decisoria y sin causar indefensión (por ejemplo, nuevo listado de admitidos o de calificaciones en el que
se corrigen exclusivamente erratas).
8. Según su forma de producción: actos expresos, actos por silencio y actos tácitos
Por su forma de producción, los actos normalmente se producen de forma expresa, pues
no en vano pesa sobre la Administración la obligación de “dictar resolución expresa”
(21.1 LPAC). En este sentido, acto expreso es aquel en el que la decisión de la
Administración que pone fin al procedimiento se adopta y exterioriza formalmente,
materializándose en un documento expreso o plasmándose en formato electrónico. Sin
embargo, si en el seno de un procedimiento administrativo la Administración no adopta
acto finalizador del mismo, la Ley considera en ciertos casos y de forma ficticia que se
producen actos por silencio.
Como es sabido, ante la inactividad de la Administración no dictando acto expreso
finalizador del procedimiento, el Ordenamiento ha ideado una técnica que constituye una
garantía para los administrados de que aquella inactividad resolutoria tenga efectos
jurídicos y no deje a los ciudadanos al albur de la Administración, esperando sine die que
ésta se pronuncie (el Vuelva usted mañana que LARRA ya relatara en nuestra
Administración decimonónica). A tal fin, según las circunstancias, el silencio de la
Administración puede ser estimatorio o desestimatorio de lo solicitado por el interesado al
iniciar el procedimiento, teniendo, en el primer caso, consideración legal de “acto
administrativo finalizador del procedimiento” y, en el segundo, “los solos efectos de
permitir a los interesados la interposición del recurso administrativo o contencioso-
administrativo que resulte procedente” (art. 24.2 LPAC).
La forma de producción del silencio y los supuestos en que debe ser considerado
estimatorio o desestimatorio son objeto de análisis al estudiar el procedimiento
administrativo, pero aquí interesa destacar exclusivamente esa consideración de acto
administrativo cuando el silencio tiene sentido estimatorio y las importantes
consecuencias que se derivan de tal categorización legal.
– En primer lugar, la resolución expresa posterior a la producción del acto sólo podrá
dictarse de ser confirmatoria del mismo [24.3 a) LPAC].
– En segundo lugar, hay que tener en cuenta que, al tratarse de un acto administrativo
—por mucho que se haya producido mediante silencio estimatorio—, si la
Administración considera que debería haber resuelto el procedimiento denegando lo
solicitado, no sólo no podrá hacerlo —resolver expresamente denegando—, sino que
tampoco puede desconocer aquel acto estimatorio producido por silencio, acto que
ha reconocido al interesado una nueva situación jurídica de la que es ahora titular y
que despliega todos los efectos jurídicos que le son propios.
– En tercer lugar, si la Administración considera incorrecto o ilegal el acto
administrativo producido por silencio, deberá iniciar el procedimiento de revisión de
oficio correspondiente. Pues por muy ilegal que sea (por ejemplo, porque el
solicitante carecía de los requisitos esenciales para obtener lo pedido), la
Administración no puede entender que no se ha producido el acto por silencio, sino
que, para eliminarlo, deberá ejercer sus potestades de revisión (SSTS 8-1-2013 y 19-3-
2018).
Diferente a la inactividad jurídica resolutoria de la Administración en el seno del
procedimiento —inactividad que genera actos por silencio— es la situación propiciada por
aquella en virtud de la cual sería lícito inferir que la actuación material de la
Administración constituye expresión de actos tácitos. Es decir, entender que del modo de
actuar de la Administración se puede deducir su voluntad de producir efectos jurídicos.
Así se consideró, por ejemplo, para admitir la impugnación de la “decisión” de un Ayuntamiento de abrir un
Centro de Asistencia Integral al Toxicómano en las proximidades de varios colegios e institutos; aunque no había
acuerdo municipal alguno, se dedujo la existencia del acto tácito a partir de varios hechos: acondicionamiento
del local municipal señalado en el recurso, previsiones de partidas presupuestarias a tal fin, manifestaciones
públicas y procesales reconociendo intención de crear el Centro (STS 16-2-1988).
Más frecuente es encontrar la invocación de acto tácito con la finalidad de defenderse de decisiones de la
Administración que sancionan o declaran ilegales actividades sin licencia obligatoria. En estos casos, los
Tribunales entienden que ni el transcurso del tiempo, ni el pago de tributos, tasas o impuestos al propio
Ayuntamiento, ni la tolerancia municipal implican acto tácito de otorgamiento de licencia, conceptuándose la
actividad ejercida sin aquella como clandestina e irregular, sin que pueda nunca venir legitimada por el
transcurso del tiempo (STS 21-9-1988).
Finalmente, se pueden mencionar las previsiones de la Ley 33/2002, del Patrimonio de las Administraciones
Públicas, que contempla la afectación de bienes al dominio público sin acto expreso en caso de “utilización
pública, notoria y continuada por la Administración General del Estado o sus organismos públicos de bienes y
derechos de su titularidad para un servicio público o para un uso general” (art. 66), así como su desadscripción
por no destinarse al fin previsto (art. 77).
De esta manera, los defectos o vicios del procedimiento (de sus actos de trámite y de sus
actuaciones materiales) se trasladan al acto resolutorio final, con consecuencias
invalidantes sobre éste según su gravedad. Y, a la inversa, la invalidez de los actos
resolutorios se puede proyectar sobre los procedimientos en los que se han dictado si el
vicio causante de aquella invalidez concurre en uno los actos de trámite del
procedimiento, determinando la retroacción de actuaciones al momento procedimental en
el que dicho acto de trámite viciado se dictó, retomando el procedimiento a partir del
mismo.
4. Motivación
La motivación es uno de los requisitos formales que la Administración debe observar al
producir los actos administrativos, recogiendo una “referencia de hechos y fundamentos
de derecho” (35 LPAC) que expliquen y justifiquen el acto adoptado.
La motivación resulta esencial para legitimar la actuación de la Administración,
cumpliendo importantes funciones: en primer lugar, expresar el fundamento jurídico y
material de la decisión (norma que la ampara, potestad que se ejerce, hechos probados,
etc.), lo que permite justificar el acto, evitando la adopción de actos y decisiones sin
amparo legal; en segundo lugar, respecto a los destinatarios de los actos, la motivación les
permite entender la actuación de la Administración y poder articular sus posibilidades de
defensa; y, en tercer lugar, respecto a los Jueces y Tribunales, les posibilita el control
posterior de los actos y de la actuación de la Administración.
De ahí las condiciones que se exigen de la motivación para que sea correcta: sucinta,
suficiente y congruente.
– Motivación sucinta. A esta característica formal se refiere expresamente la Ley (35.1
LPAC), en el sentido de que la motivación no tiene necesariamente que ser
exhaustiva, prolija y extensa. Bastará la exposición clara y completa tanto de los
hechos como del razonamiento que llevan a la Administración a adoptar una
decisión.
– Motivación suficiente. Sin duda es el aspecto más impreciso de la motivación, pues su
alcance varía según el ámbito material de actividad y los casos concretos, abocando en
ocasiones a una aproximación inevitablemente casuística para apreciar si la
Administración ha explicado las razones de su decisión.
En cualquier caso, se descartan motivaciones realizando meras remisiones a normas, recogiendo expresiones
genéricas o indeterminadas (“se prohíbe tal actividad por ser contraria al interés público…”, sin que se precisen
las razones por las que esa concreta actividad lo es; “se deniega el acceso a la información por razones de interés
general…”, sin identificar qué contenidos de la información podrían afectar al interés general y qué concretos
intereses generales se verían afectados; etc.).
b) El contenido de los actos será determinado. La Ley también exige que el contenido de los
actos sea “determinado”, en el sentido de concretar, con claridad y precisión, su
objeto y los sujetos destinatarios. Ello excluye redacciones del contenido de los actos
que los hagan ambiguos, imprecisos o ininteligibles, haciendo imposible su
cumplimiento por los destinatarios. No obstante, se admite la posibilidad de clarificar
el contenido del acto a partir del expediente y se relativiza el alcance de la exigencia
de determinación en función del destinatario del acto (por ejemplo, en caso de
empresas con servicios técnicos y jurídicos).
Así, carecería de contenido determinado una orden de demolición donde no se especifican los elementos que
deben ser derribados o una multa pecuniaria sin cuantía determinada.
c) El contenido de los actos administrativos será adecuado a los fines de éstos. Esta exigencia
remite a la causa de la potestad de la que es actuación el acto administrativo y que se
concreta en el fin singular de éste. De esta manera, el fin de cada acto singular
vendría a ser la finalidad de interés público perseguida por aquel según la potestad
administrativa ejercida en un supuesto concreto. Así, en el caso del ejercicio de la
potestad expropiatoria, el fin concreto perseguido por el acto singular expropiatorio
es el que justifica la privación del bien al particular para darle un destino de interés
general determinado. En cambio, cuando se produce la inadecuación del fin del acto
a la razón de ser de la potestad de la que es actuación nos encontraríamos con el vicio
de la desviación de poder (v.gr. expropiar un bien no para destinarlo a un fin público
determinado sino para especular en el mercado inmobiliario; sancionar para recaudar
más dinero; etc.).
Por lo demás, en relación con el contenido del acto se suele distinguir un contenido
principal y otro accesorio:
a) Contenido principal sería el contenido típico del acto según su regulación normativa
para la categoría a la que pertenezca (el contenido propio de toda autorización, de
toda sanción, de toda subvención, etc.), determinando, como hemos visto, con
precisión y claridad sus elementos fácticos (hechos), subjetivos (destinatarios) y sus
efectos jurídicos conforme a su contenido decisorio. Se incluye, igualmente, en el
contenido principal del acto su motivación, cuando sea obligatoria.
b) Contenido accesorio lo constituyen las cláusulas añadidas discrecionalmente por la
Administración al contenido típico de los actos tal y como los configura la norma.
Pueden adoptar diferentes formas: condiciones (con el consiguiente riesgo de soslayar
la ausencia de requisitos: v.gr., autorización de vertidos condicionada a disponibilidad
de instalaciones técnicas adecuadas por tener que modernizarse o licencia de apertura
de establecimiento condicionada a correcta insonorización); términos
(determinando, por ejemplo, el inicio o finalización de la eficacia del acto en el caso
de actos retroactivos, nombramientos temporales, etc.); o modos, esto es, la
imposición de deberes complementarios (v.gr. subvención con indicación de
finalidades a las que se puede destinar el dinero; autorizaciones de fusiones
empresariales con exigencias de desinversión para evitar situaciones de abuso de
posición dominante o monopolios, etc.).
Un ejemplo singular lo constituyen las denominadas “cláusulas de revocación” que otorgan a la Administración
la facultad de extinguir discrecionalmente un acto administrativo, creando situaciones jurídicas precarias
(“cláusulas de precario”) y permitiendo la extinción de derechos y facultades otorgados por el acto, pero sin
indemnización. Por ejemplo, el supuesto recogido en el art. 80.10 del Reglamento de Bienes de las Entidades
Locales: cláusula de la concesión de bienes de dominio público: “Facultad de la corporación de dejar sin efecto
la concesión antes del vencimiento, si lo justificaren circunstancias sobrevenidas de interés público, mediante
resarcimiento de los daños que se causaren, o sin él cuando procediere”. O el caso de licencias provisionales de
construcciones temporales que deberán demolerse según ejecución futura del planeamiento urbanístico (STS 11-
11-1998).
BIBLIOGRAFÍA: BOCANEGRA, R., Lecciones sobre el acto administrativo, 4ª ed., Civitas 2012; CANO CAMPOS, T.:
“Validez e invalidez de los actos administrativos: teoría general” en Tratado de procedimiento administrativo común y régimen
jurídico del sector público (Dir. E. Gamero), Tirant 2017; DEFOORT, B., La decisión administrative, LGDJ 2015; LÓPEZ
BENÍTEZ, M.: “El acto administrativo: concepto, elementos y clases” en Derecho Administrativo. Tomo II: Régimen jurídico
básico y control de la Administración (Coord. Rebollo, M. y Carbonell, E.), 2ª ed., Tecnos; PARADA, R., Derecho
Administrativo II. Régimen jurídico de la actividad administrativa, 24ª ed., Dykinson 2019; SANCHEZ MORÓN, M., Derecho
Administrativo. Parte General, 18ª ed., Tecnos 2022; VELASCO CABALLERO, F.: “El acto administrativo: concepto,
clases y contenido” en Tratado de procedimiento administrativo común y régimen jurídico del sector público (Dir. E. Gamero),
Tirant 2017.
Capítulo II
El acto administrativo (II): eficacia y ejecución
JESÚS ÁNGEL FUENTETAJA PASTOR
SUMARIO:
I. VALIDEZ Y EJECUTIVIDAD DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. Presunción de validez de los actos
2. Ejecutividad de los actos administrativos
II. EFICACIA DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. Efectos jurídicos de los actos administrativos
2. Eficacia territorial e interadministrativa
3. Eficacia temporal de los actos administrativos
3.1. Eficacia retroactiva
3.2. Eficacia demorada
4. La notificación de los actos administrativos
4.1. Naturaleza y contenido
4.2. Contenido
4.3. Práctica de la notificación
4.3.1. Cuestiones generales
4.3.2. Notificaciones en papel
4.3.3. Notificación por medio de anuncios en el BOE
4.3.4. Publicación
5. Suspensión y extinción de la eficacia de los actos administrativos
III. EJECUCIÓN DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. Ejecutividad, ejecutoriedad y ejecución (forzosa) de los actos administrativos
2. Cuestiones generales de la ejecución forzosa
3. Medios de ejecución forzosa
3.1. Apremio sobre el patrimonio
3.2. Ejecución subsidiaria
3.3. Multa coercitiva
3.4. Compulsión sobre las personas
RESUMEN: Los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo se presumirán válidos y producirán
efectos desde la fecha en que se dicten, aunque excepcionalmente pueden tener eficacia retroactiva o condicionar su
eficacia a que sean notificados a sus destinatarios. Por lo demás, los efectos de los actos administrativos pueden ser
ejecutados forzosamente por la Administración si sus destinatarios no los cumplen a través de diferentes medios: apremio
sobre el patrimonio, multa coercitiva, ejecución subsidiaria y compulsión sobre las personas.
PALABRAS CLAVE: Presunción de Validez. Ejecutividad. Ejecutoriedad. Ejecución forzosa. Notificación. Apremio sobre el
patrimonio. Multa coercitiva. Ejecución subsidiaria. Compulsión sobre las personas.
4.2. Contenido
La Ley establece la obligación que pesa sobre los órganos que dictan las resoluciones y
actos administrativos de notificárselos a los interesados cuyos derechos e intereses sean
afectados por aquellos (40.1 LPAC), notificación que “deberá ser cursada dentro del
plazo de diez días a partir de la fecha en que el acto haya sido dictado” (40.2 LPAC).
La correcta realización de las notificaciones depende no sólo de que efectivamente se
consiga ponerlas en conocimiento de los interesados (lo que hace referencia a la forma de
la notificación), sino también de que el contenido de las notificaciones sea el previsto en la
Ley.
a) Contenido regular. Las notificaciones deberán incluir: en primer lugar, el texto íntegro
de la resolución; en segundo lugar, la indicación de si esa resolución pone o no fin a la
vía administrativa; y, en tercer lugar, la expresión de los recursos que procedan, en su
caso, en vía administrativa y judicial, el órgano ante el que hubieran de presentarse y
el plazo para interponerlos, sin perjuicio de que los interesados puedan ejercitar, en
su caso, cualquier otro que estimen procedente.
Este último extremo es el que se conoce como “pie de recurso” y resulta muy relevante porque la información
que con él se proporcione al interesado no puede perjudicarle. Por ello, si la Administración informa
erróneamente de que el acto era recurrible cuando en realidad no lo era, aquella deberá admitir el recurso
administrativo que el interesado interponga, no pudiendo tampoco alegar en el contencioso que el recurso es
inadmisible (STS 18-1-2006). E, igualmente, no cabrá apreciar extemporaneidad del recurso si el retraso en su
interposición fue debido a la errónea información proporcionada por la Administración (STS 14-1-2010).
b) Contenido irregular. Fuera de las notificaciones en las que se omita el texto íntegro
de la resolución (y que no surtirán efecto alguno, debiendo considerarse
inexistentes), la Ley contempla el supuesto de las notificaciones defectuosas que,
incluyendo el texto íntegro de la resolución, omiten los demás extremos. Estas
notificaciones “surtirán efecto a partir de la fecha en que el interesado realice actuaciones que
supongan el conocimiento del contenido y alcance de la resolución o acto objeto de la notificación,
o interponga cualquier recurso que proceda” (40.3 LPAC). Se trata, pues, de una suerte de
subsanación de la notificación por actuación del interesado, en particular si recurre el
acto objeto de notificación defectuosa.
c) Singular es la previsión de las notificaciones defectuosas que, no obstante, pueden
producir efectos para evitar la producción del silencio administrativo y la caducidad
de los procedimientos. Según la Ley, “a los solos efectos de entender cumplida la obligación
de notificar dentro del plazo máximo de duración de los procedimientos, será suficiente la
notificación que contenga, cuando menos, el texto íntegro de la resolución, así como el intento de
notificación debidamente acreditado” (40.4 LPAC). El intento de notificación debe
haberse realizado en forma correcta, por lo que no evitará la producción del silencio
o de la caducidad si, por ejemplo, se practicó en domicilio erróneo (STS 15-3-2018).
4.3. Práctica de la notificación
Sin perjuicio de la posibilidad de realizar las notificaciones de forma electrónica —
cuestión que se analiza específicamente en el capítulo relativo a la Administración digital
—, la práctica de las notificaciones de los actos administrativos puede llevarse a cabo en
diferentes formatos y a través de diversos medios que es preciso exponer.
Por último, hay que tener en cuenta que, aunque las notificaciones se practiquen en
formato papel por haberlo así elegido el interesado, la Administración también las pone a
su disposición en sede electrónica. Por ello, en caso de que aquel accediere al contenido de
la notificación en dicha sede, “se le ofrecerá la posibilidad de que el resto de notificaciones
se puedan realizar a través de medios electrónicos” (42.3 LPAC).
4.3.4. Publicación
La Ley establece la publicación de los actos, sustitutoria de la notificación (no por el
carácter fallida de ésta, en cuyo caso procedería la publicación de anuncios en el BOE) y
con sus mismos efectos, en los siguientes supuestos:
a) Cuando así lo establezcan las normas reguladoras de cada procedimiento
b) Cuando lo aconsejen razones de interés público apreciadas por el órgano competente
c) Cuando el acto tenga por destinatarios a una pluralidad de personas, bien porque sean
indeterminados, bien porque la Administración estime que la notificación efectuada a
un solo interesado es insuficiente para garantizar la notificación a todos, siendo, en
este último caso, adicional a la individualmente realizada.
d) Cuando se trate de actos integrantes de un procedimiento selectivo o de concurrencia
competitiva de cualquier tipo. En este caso, la convocatoria del procedimiento deberá
indicar el medio donde se efectuarán las sucesivas publicaciones, careciendo de
validez las que se lleven a cabo en lugares distintos.
El contenido de la publicación es idéntico al exigido a la notificación, aplicándose a la
“publicación defectuosa” (omitir información adicional sobre fin de vía administrativa y
recursos) el mismo régimen que a las notificaciones defectuosas (es decir, que surtirán
efecto a partir de la fecha en que el interesado realice actuaciones que supongan el
conocimiento del contenido y alcance de la resolución o acto objeto de publicación, o
interponga cualquier recurso que proceda). No obstante, en los supuestos de
publicaciones de actos que contengan elementos comunes, podrán publicarse de forma
conjunta los aspectos coincidentes, especificándose solamente los aspectos individuales de
cada acto.
En lo que respecta al lugar de publicación, ésta se realizará en el diario oficial que
corresponda, según cual sea la Administración de la que proceda el acto a notificar.
También se admite la publicación vía tablón de anuncios o edictos, cuando así lo recoja
una norma legal o reglamentaria, pero en tal caso se entenderá cumplida si la
Administración decidiera, en casos concretos, la publicación del acto en el Diario oficial
correspondiente (45.4 LPAC).
Por último, la Ley prevé que, si el órgano competente apreciase que la notificación por
medio de anuncios o la publicación de un acto lesiona derechos o intereses legítimos,
aquel se limitará a publicar en el Diario oficial que corresponda una somera indicación del
contenido del acto y del lugar donde los interesados podrán comparecer, en el plazo que
se establezca, para conocimiento del contenido íntegro del mencionado acto y constancia
de tal conocimiento. Adicionalmente y de manera facultativa, las Administraciones
podrán establecer otras formas de notificación complementarias a través de los restantes
medios de difusión que no excluirán la obligación de publicar en el correspondiente
Diario oficial (46 LPAC).
Podemos identificar tres situaciones posibles para que los efectos jurídicos de los actos
administrativos sean realmente efectivos; es decir, tres escenarios de ejecución de los actos:
– La primera, la ejecución directa por la Administración (por ejemplo, la declaración
de interés público de una asociación será inscrita por la propia Administración en el
registro correspondiente). Los destinatarios beneficiarios de tales actos pueden
pretender judicialmente su ejecución al amparo del art. 29.2 de la Ley de la de
Jurisdicción Contencioso-Administrativa (STS 29-1-2018, relativa al abono de una
subvención).
– La segunda, la ejecución voluntaria por el administrado; constituye la opción
preferente para no violentar la libertad de los ciudadanos, de ahí que siempre se
otorgue un plazo razonable al destinatario del acto para proceder a su cumplimiento
y, en todo caso, se le apercibe previamente cuando la Administración decida imponer
la ejecución.
– La tercera, la ejecución forzosa por la Administración ante la resistencia voluntaria
del administrado. Esta ejecución forzosa es expresión de la autotutela ejecutiva que se
reconoce a la Administración, en virtud de la cual no precisa de la tutela judicial para
ejecutar sus actos. Esta autotutela se ha fundamentado positivamente en el principio
de eficacia y se ha limitado negativamente en el respeto de los derechos
fundamentales de los ciudadanos (STC 22/1984).
Explicado de esta manera el concepto de ejecución de los actos administrativos, como el paso de su eficacia
jurídica a su efectividad material, es preciso abordar el concepto de “ejecutoriedad”, que la Ley introduce
precisamente en sede de ejecución (forzosa) de los actos y cuya definición legal (98 LPAC) parece referirse de
nuevo a la ejecutividad de los actos administrativos en la medida en que establece que “[l]os actos de las
Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo serán inmediatamente ejecutivos” (salvo los casos de
suspensión, firmeza en vía administrativa de resoluciones sancionadoras, disposición en contrario o necesidad de
autorización o aprobación superior). Como decimos, ejecutoriedad y ejecutividad de los actos vendrían a ser lo
mismo, y así se entiende habitualmente.
Aunque también cabe plantearse si el concepto de ejecutoriedad añade algo al de ejecutividad, precisamente
desde la perspectiva de ejecución de los actos en la que sistemáticamente aparece en la Ley. De esta manera,
ejecutividad y ejecutoriedad serían cualidades diferentes del acto, si bien la primera presupone siempre a la
segunda, pues si el acto aún no es ejecutivo (es decir, no produce efectos jurídicos) tampoco podría ser ejecutorio
y, finalmente, no podría ser ejecutado. Así concebida, la ejecutoriedad vendría a ser la potencialidad de
materialización de los efectos jurídicos de los actos administrativos que, presuntamente válidos y legalmente
ejecutivos (“acto ejecutivo”), están en condiciones jurídicas de materializar sus efectos jurídicos (“acto
ejecutorio”). El término final de la secuencia lo constituiría el “acto ejecutado”, que sería el acto cuyos efectos
jurídicos se han materializado, voluntaria o forzosamente. Reteniendo, igualmente, que no todos los actos son
ejecutorios, esto es, susceptibles de ejecución material, porque algunos limitan sus efectos a los jurídicos (v.gr.
concesión de nacionalidad).
BIBLIOGRAFÍA: BARCELONA LLOP, J.: “La ejecución forzosa de los actos administrativos: régimen general. La
prohibición de acciones posesorias” en Tratado de procedimiento administrativo común y régimen jurídico del sector público
(Dir. E. Gamero), Tirant 2017; BUENO, A. y PIZARRO, R.: “Eficacia y ejecución de los actos administrativos” en Derecho
Administrativo. Tomo II: Régimen jurídico básico y control de la Administración (Coord. Rebollo, M. y Carbonell, E.), 4ª ed.,
Tecnos 2021; CANO CAMPOS, T.: “La presunción de validez de los actos administrativos” en Revista de Estudios de la
Administración Local y Autonómica, nº 14, 2020; GUILLÉN CARAMÉS, J.: “Medios de ejecución forzosa de los actos
administrativos” en Tratado de procedimiento administrativo común y régimen jurídico del sector público (Dir. E. Gamero),
Tirant 2017; MARTÍN DELGADO, I.: “Ejecutividad y eficacia de los actos administrativos. Las notificaciones
administrativas” en Tratado de procedimiento administrativo común y régimen jurídico del sector público (Dir. E. Gamero),
Tirant 2017; PARADA, R., Derecho Administrativo II. Régimen jurídico de la actividad administrativa, 24ª ed., Dykinson 2019
Capítulo III
El acto administrativo (III): invalidez y revisión
JESÚS ÁNGEL FUENTETAJA PASTOR
SUMARIO:
I. INVALIDEZ DE LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS
1. Vicios de invalidez
1.1. Vicios del acto
1.2. Principio de legalidad y Principio de seguridad jurídica
1.3. Problemas terminológicos y dimensiones de la invalidez
1.4. Vicios invalidantes e irregularidades no invalidantes
2. Grados de invalidez y sus efectos
2.1. Grados
2.2. Efectos de la declaración de invalidez de los actos
3. Formas de invalidar los actos administrativos
4. Invalidez directa e indirecta
II. NULIDAD DE PLENO DERECHO
III. ANULABILIDAD
1. Delimitación
2. Vicios formales
3. La desviación de poder
4. Régimen jurídico de la anulabilidad
IV. REVISIÓN DE OFICIO
1. Revisión de actos nulos
1.1. Concepto y objeto
1.2. Plazo para la revisión de actos nulos
1.3. Iniciación del procedimiento de revisión de actos nulos
1.4. Tramitación y finalización del procedimiento
2. Declaración de lesividad de actos anulables
3. Revocación
3.1. Revocación de actos inválidos de gravamen
3.2. Revocación de actos válidos
4. Rectificación de errores
V. LÍMITES A LA INVALIDEZ Y A LA REVISIÓN DE LOS ACTOS
1. Límites a la invalidez de los actos
1.1. Conversión de actos viciados
1.2. Convalidación
1.3. Límites a la extensión de la invalidez
2. Límites a la revisión de los actos
RESUMEN: Si la Administración no ha observado todos los requisitos de producción de los actos administrativos, éstos
adolecerán de un defecto o vicio que puede determinar su invalidez. Existen dos grados de invalidez de los actos: nulidad de
pleno derecho y anulabilidad. Además de los recursos administrativos, la Administración puede revisar de oficio la validez de
sus actos, pudiendo invalidarlos a través de procedimientos administrativos específicos según que el vicio sea de nulidad de
pleno derecho (procedimiento de revisión de actos nulos) o de anulabilidad (procedimiento de declaración de lesividad del
acto para su posterior impugnación por la Administración ante la Jurisdicción contencioso-administrativa que será la que
finalmente lo anule). No obstante, en virtud del principio de conservación de los actos, se establecen límites a la invalidez de
los actos (conversión, convalidación, limitación a la extensión de la invalidez) y a las facultades de revisión.
PALABRAS CLAVE: Vicio. Invalidez. Nulidad. Anulabilidad. Irregularidad no invalidante. Revisión de oficio. Declaración de
lesividad. Revocación
b) Los dictados por órgano manifiestamente incompetente por razón de la materia o del territorio.
Desde un punto de vista sustantivo, la incompetencia del órgano lo debe ser “por razón
de la materia o del territorio” (no la jerárquica, que sería en principio un supuesto de
anulabilidad). Y desde un punto de vista formal, se requiere que la incompetencia sea
“manifiesta”, en el sentido de tratarse de una invasión ostensible y grave de las
atribuciones de otro órgano; por ello, si la incompetencia no es notoria y clara, sino
que requiere una cierta actividad intelectiva para su comprobación (por ejemplo, una
compleja y confusa normativa organizativa y una no completa desconexión material o
territorial con el asunto), no concurriría la causa de nulidad.
c) Los que tengan un contenido imposible.
La imposibilidad del contenido del acto puede derivarse de la inadecuación fáctica o
subjetiva sobre la que recaen los efectos del acto (v.gr. nombramiento en un puesto
que no existe o, en plaza existente, pero de persona fallecida; liquidación tributaria a
empresa extinguida; fijación de un valor catastral a un inmueble inexistente); pero
también de la defectuosa determinación del contenido del acto, que lo hace
imposible de cumplimiento por el destinatario (v.gr. orden de derribo de un
inmueble no precisado); o por su contenido contradictorio e incongruente (v.gr.
resolución de extinción de autorización de residencia que ya se había extinguido ope
legis por el propio transcurso del plazo por el que se expidió: STS 18-12-2019;
notificación doble del mismo acto efectuado por dos órganos y con distinto
contenido: STS 27-3-2002).
d) Los que sean constitutivos de infracción penal o se dicten como consecuencia de ésta.
El supuesto contempla dos supuestos: el primero, que los actos sean en sí mismos
constitutivos de una infracción penal, en cuyo caso la sentencia penal es condición
necesaria y suficiente para causar automáticamente la nulidad (v.gr. la concesión de
una licencia urbanística con pleno conocimiento de su ilegalidad, que cumpliría el
tipo penal de la prevaricación); el segundo, actos que, aunque no sean en sí mismos
penalmente ilícitos, han sido dictados como consecuencia de una infracción penal, en
cuyo caso la sentencia penal es condición necesaria, aunque no suficiente, de la
nulidad del acto, pues habrá que manejar otros criterios (si el acto no se hubiera
producido sin el delito cometido; si el beneficiado por el acto en cuestión tenía
intención de adquirir dolosamente un derecho o favor, etc.), tal y como ocurre
cuando se soborna al instructor de un procedimiento sancionador o cuando se
falsifica un documento fundamental para la obtención de una autorización o un
nombramiento.
e) Los dictados prescindiendo total y absolutamente del procedimiento legalmente establecido o de
las normas que contienen las reglas esenciales para la formación de la voluntad de los órganos
colegiados.
Este tipo de nulidad incluye, en realidad, dos supuestos de vicios formales del
procedimiento: prescindir de éste o de las normas fundamentales del régimen de
adopción de decisiones por los órganos colegiados.
El primer supuesto —“prescindir total y absolutamente del procedimiento legalmente
establecido”— comprende, de entrada, el caso consistente en no seguir procedimiento
alguno (v.gr. incautación de bienes de particulares sin tramitación de procedimiento
expropiatorio alguno); también incluye el supuesto de que se siga un procedimiento
sustancialmente distinto al legalmente establecido (por ejemplo, revisión de oficio
declarando acto nulo cuando el acto adolecía de vicio de anulabilidad, imponiendo
entonces la Ley el denominado procedimiento de lesividad, como luego veremos); se
considera, asimismo, que se ha prescindido completamente del procedimiento debido
cuando se dicta resolución expresa sancionadora, tras producirse la caducidad del
procedimiento (STS 21-2-2011); finalmente, también haría referencia a la omisión de
trámites esenciales del procedimiento cuya no observancia lo desnaturalizan,
impidiendo que se dicte la resolución correcta (v.gr. omisión de informe técnico que
determine el estado ruinoso del edificio; omisión de evaluación de impacto ambiental
al elaborar o modificar un instrumento de ordenación territorial y urbanística: STS
11-7-2022) o que se evite la indefensión de los interesados (típicamente, el trámite de
audiencia en los procedimientos sancionadores, aunque —como veremos en el
capítulo relativo a la actividad sancionadora— su esencialidad se puede relativizar).
El segundo supuesto —relativo a la omisión de las “reglas esenciales para la formación de la
voluntad de los órganos colegiados”— exige analizar los trámites y actuaciones que se
consideran fundamentales para que el órgano colegiado funcione correctamente y sin
causar indefensión a sus miembros, regulados principalmente en la Ley 40/2015 de
Régimen Jurídico del Sector Público. Se identifican, así, como reglas esenciales del
funcionamiento de estos órganos la convocatoria, el orden del día, el quórum
establecido, las reglas de votación o la propia composición del órgano (v.gr. decisión
sobre asunto no incluido en el orden del día; adopción por mayoría cuando se
requería unanimidad, etc.).
f) Los actos expresos o presuntos contrarios al ordenamiento jurídico por los que se adquieren
facultades o derechos cuando se carezca de los requisitos esenciales para su adquisición.
Se trata de un vicio en el contenido del acto que atribuye una facultad o derecho a su
destinatario sin reunir éste los requisitos esenciales establecidos en la normativa. La
clave radica en el concepto “requisitos esenciales”, pues no se trata de cualquier
requisito, ni siquiera aunque sea “necesario”, pues la Ley señala que debe ser
“esencial”, lo que exige analizar caso por caso la regulación sustantiva que regula la
materia que constituye el objeto del acto (v.gr. requisitos establecidos para ser
beneficiario de subvenciones o para ingresar en la Función Pública; necesidad de
contrato de trabajo para obtener autorización de residencia temporal, etc.). En
definitiva, serían aquellos requisitos que, definiendo estructuralmente al acto,
configuran el derecho o la facultad adquirida.
Es importante destacar que también los actos presuntos pueden ser nulos si el
solicitante no reúne los requisitos esenciales para obtener la facultad o derecho que
pedía. Pero no por carecer de ellos deja de producirse el acto por silencio estimatorio,
rechazándose así la teoría según la cual la falta de requisito esencial impedía siquiera
la constitución del acto presunto, con lo que la Administración podía desconocer ese
acto presunto o el silencio positivo y dictar un acto contrario. Si el acto presunto
concedió el derecho o facultad pretendidos sin que el solicitante reuniera los
requisitos para ello, la Administración deberá revisarlo y anularlo tramitando los
procedimientos previstos según que el vicio sea de nulidad (revisión de oficio de acto
nulo) o de anulabilidad (declaración de lesividad), en función del carácter esencial o
no del requisito.
Así, por ejemplo, una empresa puede obtener por silencio autorización para la instalación de un salón de juegos,
pero si su ubicación no cumple la distancia mínima que, conforme a la norma, debe mediar entre un
establecimiento de juego y un centro de enseñanza, la Administración podrá y deberá revisar de oficio esa
autorización obtenida por silencio y declararla nula (supuesto de hecho presente en la STS 7-2-2023).
Como señalamos, la Legislación especial o sectorial puede establecer tipos propios de nulidad de pleno derecho.
Así, actos contrarios a sentencias dictados con la finalidad de eludir su cumplimiento (103.4 LJ); actos por los que
se adquieren compromisos de gasto o se adquieren obligaciones por cuantía superior al importe de los créditos
autorizados (46 LGP); actos administrativos que permitan la existencia de terrenos de propiedad distinta de la
demanial del Estado en pertenencias del dominio público marítimo-terrestre (9 Ley de Costas), previsión
particularmente trascendente respecto a los actos de deslinde por los que delimita el dominio público en terrenos
cercanos a las playas; actos que prolonguen la duración del nombramiento de un funcionario interino en vacante
más allá de los tres años establecidos en la Ley (10 TREBEP), etc.
III. ANULABILIDAD
1. Delimitación
“Son anulables los actos de la Administración que incurran en cualquier infracción del
ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder” (48.1 LPAC).
Por tanto, aunque la anulabilidad se defina con esa generalidad (“cualquier infracción
del ordenamiento jurídico”), su contenido debe identificarse:
– primero, mediante una delimitación negativa, excluyendo tanto las infracciones
tipificadas como causas de nulidad de pleno derecho como las infracciones
consideradas como irregularidades no invalidantes;
– segundo, mediante una delimitación positiva, que incluye, directamente, la
calificación de vicio de anulabilidad a la desviación de poder e, indirectamente, los
criterios para atribuir efecto invalidante a los vicios formales.
2. Vicios formales
Aunque los actos puedan ser igualmente anulables por razón de su contenido, al no
respetar la regulación material que establece la normativa (por ejemplo, la adquisición de
derechos o facultades careciendo de requisitos no esenciales), lo cierto es que los vicios
formales presentan una particular relevancia a efectos de determinar la anulabilidad de los
actos.
En efecto, son frecuentes los incumplimientos de los requisitos formales para la
producción de los actos —recordemos, órgano autor, incluyendo su competencia y su
correcta composición u ocupación; procedimiento; exteriorización material—. Pero ni la
importancia en sí de cada requisito formal para la perfección del acto ni,
consecuentemente, la relevancia de su inobservancia para su contenido y para las
garantías de los interesados son iguales. De ahí que el Ordenamiento haya acuñado un
criterio para considerar que el vicio formal tiene efecto invalidante sobre el acto: “el
defecto de forma sólo determinará la anulabilidad cuando el acto carezca de los requisitos
formales indispensables para alcanzar su fin o dé lugar a la indefensión de los
interesados” (48.2 LPAC).
Así pues, sólo cuando el acto carezca del requisito formal indispensable para alcanzar su
fin (v.gr. evaluar el estado del edificio para establecer la necesidad de reparación o
demolición; seleccionar a las personas más meritorias en un procedimiento de selección o
a la mejor oferta en uno de contratación; determinar claramente el contenido del acto
para que su destinatario comprenda a lo que le obliga; etc.), entonces se podrá llegar a la
conclusión de que el incumplimiento del requisito formal hace al acto inválido. Será, por
ello, imprescindible analizar la razón de ser de la exigencia por la norma de cada concreto
requisito formal (por ejemplo, la trascendencia del informe técnico o jurídico que se prevé;
la concreta composición del órgano que se determina en la norma o en las bases de un
procedimiento de selección de personal o de contratistas; etc.) para llegar a la conclusión
de que su omisión o su incorrecta realización ha tenido repercusiones sobre el correcto
resultado del acto (v.gr. la omisión del informe del Arquitecto municipal o su realización
por persona no cualificada determina que la resolución declarando el inmueble en ruina
no pueda ser considerada correcta; o la selección de Profesores de matemáticas realizada
por un órgano compuesto por Profesores de Derecho no puede aceptarse como adecuada
por no cumplir el criterio de especialización que se exige a los órganos de selección de
personal).
La Ley de Procedimiento Administrativo explicita una regulación concreta para las infracciones consistentes en la
realización de actuaciones administrativas fuera del tiempo establecido para ellas (como el plazo para dictar y
notificar resolución expresa, el plazo para cursar la notificación de los actos administrativos, etc.). En estos
supuestos, la extemporaneidad de la actuación administrativa “sólo implicará la anulabilidad del acto cuando así
lo imponga la naturaleza del término o plazo” (48.3 LPAC), lo que obliga a analizar la normativa que impone esa
condición temporal, así como su finalidad y justificación. Por ejemplo, el plazo de cuatro años para declarar
lesivo un acto favorable anulable —que la propia Ley de Procedimiento fija— tiene la finalidad de combinar las
posibilidades de revisión, exigidas por el principio de legalidad, con las de seguridad jurídica de los destinatarios,
por lo que su inobservancia por la Administración determina la invalidez de una declaración de lesividad.
La ley también señala que el vicio formal tiene efecto invalidante sobre el acto si ha
causado indefensión, en el sentido de impedir a los interesados defender sus intereses en el
seno del procedimiento (por ejemplo, presentando alegaciones o aduciendo
documentación por falta de notificación de la iniciación del procedimiento u omitiendo el
trámite de audiencia, etc.) o respecto a la resolución final (desde la incorrecta o inexistente
notificación a la redacción imprecisa de su contenido, que impide al destinatario conocer
el alcance y efecto de las obligaciones que le impone). Hay que tener en cuenta que
muchos requisitos formales que la norma impone a la Administración para producir sus
actos tienen precisamente la finalidad de garantizar los derechos de aquellos que se van a
ver afectados por tales actos (por ejemplo, correcta notificación de los actos de trámite o
resolutorios o el trámite de audiencia).
En cualquier caso, la indefensión —que es consecuencia de la inobservancia de requisitos
formales establecidos para garantizar los derechos de defensa de los interesados— sólo
tiene efecto invalidante sobre el acto si se trata de una indefensión material, en el sentido
de efectiva y real, es decir, si realmente el interesado ha visto disminuidas o impedidas sus
garantías, sin que la mera constatación del vicio formal determine que éste sea invalidante
sin valorar sus consecuencias sobre la posición jurídica del interesado.
Así lo vimos, por ejemplo, con el caso de las notificaciones que, aunque incorrectamente realizadas por omitir
parte de la información exigida (por ejemplo, recursos que se pueden interponer), surtían efectos desde el
momento en el que el interesado realizaba alguna actuación que permitía entender que había tenido
conocimiento del contenido y alcance del acto. Incluso la jurisprudencia tiene en cuenta la condición del
interesado, puesto que, en el caso de notificaciones defectuosas por omitir información relativa a las posibilidades
reactivas de defensa (recursos, en particular), diferencia la situación de indefensión que se puede presumir de un
particular respecto a una Administración a la que se debe exigir mayor diligencia por contar con personal técnico
y jurídico, lo que permite descartar situaciones de indefensión ante notificaciones defectuosas (STS 21-2-2023).
Y lo mismo puede decirse de la motivación (si el interesado pudo comprender por cualquier medio las razones de
la actuación de la Administración) o, incluso, de la omisión de trámites tan importantes como el de audiencia en
procedimientos restrictivos de derechos (por ejemplo, acuerdo de suspensión de actividad vaqueriza ejercida sin
licencia, en el que las actuaciones previas y las circunstancias del caso ponían de manifiesto que el titular de la
explotación conocía la intención de la Administración de que finalizase la actividad y que había podido exponer
su posición: STS 9-6-2021).
Si el defecto formal no impide al acto alcanzar su fin ni produce indefensión sobre los
interesados, nos encontraremos, sencillamente, ante irregularidades no invalidantes, cuya
frecuencia y variedad son innumerables en el funcionamiento de la Administración
Así, desde las simples erratas en la redacción de los actos hasta omisiones relativamente irrelevantes (como omitir
que la competencia se ejerce por delegación: STS 11-5-2001), pasando por incumplir el propio plazo de duración
de los procedimientos iniciados a solicitud de interesado o de otros plazos en el seno del procedimiento (como el
retraso en cursar las notificaciones); o por la falta de abstención de un miembro de un órgano colegiado,
concurriendo causa, pero cuyo voto o participación no fue determinante en el contenido del acto; o las
notificaciones incorrectas; etc.
3. La desviación de poder
Como hemos señalado, la Ley establece que la desviación de poder es un vicio de
anulabilidad del acto. Consiste en que la Administración utilice las potestades que el
Ordenamiento le atribuye para fines distintos a aquellos para las que están creadas. No es
infrecuente su alegación, pero su apreciación por los Tribunales es poco habitual, entre
otras cosas por la difícil prueba de su concurrencia.
Hay que tener en cuenta que todos los elementos externos del acto pueden ser aparentemente correctos (por
ejemplo, órgano plenamente competente y de composición adecuada, tramitación del procedimiento impoluta,
contenido perfectamente coherente con la norma que lo regula, etc.), pero lo que se cuestiona es la intención de
la Administración al dictar dicho acto. Por ejemplo, imponer una sanción económica no con finalidad represiva
sino recaudatoria; expropiar un bien no para el interés público que se alega sino para luego venderlo y así
obtener más beneficios; utilizar la evaluación de un empleado público para imponerle encubiertamente una
sanción disciplinaria, etc.
3. Revocación
El concepto de revocación es sumamente impreciso en nuestro Derecho Administrativo
puesto que, en sentido lato, hace referencia a cualquier acto de la Administración cuyo
contenido y eficacia consista en extinguir y hacer ineficaz otro acto administrativo
anterior. Como puede apreciarse, se trata de un alcance muy amplio que es preciso
delimitar según su objeto y a partir de los supuestos que amparan su utilización por la
Administración.
Conceptualmente la revocación se caracteriza por tener como objeto acto válidos, pero
legalmente la Ley de Procedimiento Administrativo la contempla en el contexto de la
revisión de oficio de actos inválidos, lo que nos obliga a distinguir ambos supuestos.
3.1. Revocación de actos inválidos de gravamen
Como señalábamos, la Ley de Procedimiento Administrativo regula la revocación en el
capítulo relativo a la “revisión de oficio”, dentro del Título relativo a la “revisión de los
actos en vía administrativa”: “Las Administraciones Públicas podrán revocar, mientras no
haya transcurrido el plazo de prescripción, sus actos de gravamen o desfavorables,
siempre que tal revocación no constituya dispensa o exención no permitida por las leyes,
ni sea contraria al principio de igualdad, al interés público o al ordenamiento jurídico”
(109.1 LPAC).
El artículo no especifica si la revocación lo es de actos válidos —y por qué motivos— o
de actos inválidos y, en este último caso, tampoco explicita la causa de invalidez. En caso
de actos inválidos, por eliminación, cabría entender que se trata de revocación de actos
desfavorables anulables, pues si fueran actos favorables sería necesario seguir el
procedimiento de lesividad, por la garantía judicial que supone para los derechos de los
interesados; mientras que si el vicio fuera de nulidad —independientemente de su carácter
favorable o desfavorable—, resultaría obligado tramitar el procedimiento de revisión de
actos nulos, por la garantía institucional que implica la intervención del Consejo de
Estado u órgano consultivo autonómico dictaminando la concurrencia de causa de
nulidad. Sin embargo, también se admite que la Administración pueda revocar actos nulos
desfavorables (STS 27-3-2023: revocación de sanción por caducidad del procedimiento en
que se dictó, supuesto de nulidad de pleno derecho por adoptarse la sanción
prescindiendo del procedimiento establecido, al considerarse inexistente el procedimiento
caducado).
En la medida en que se trata de actos desfavorables, la Ley no impone trámites
procedimentales garantistas para los interesados, estableciendo en cambio límites
materiales a su ejercicio por la Administración: que no haya transcurrido el plazo de
prescripción; que no constituya dispensa o exención no permitida por las leyes; o que no
sea contraria al principio de igualdad, al interés público o al ordenamiento jurídico.
Así, por ejemplo, la revocación de una sanción de tráfico por irregularidades o errores en el procedimiento de
adopción; la revocación de un acuerdo de reintegro de una subvención por incorrecta apreciación de la causa
que lo justificaría.
– Revocación por incumplimiento sobrevenido tanto de los requisitos que se deben observar
durante la vigencia del acto —y no sólo en el momento de su adopción— como de las
obligaciones que la normativa o el propio acto imponen a su destinatario (IGLESIAS).
Ejemplo de lo primero, la revocación del permiso de conducir por desaparición de los requisitos sobre
conocimientos, habilidades o aptitudes psicofísicas necesarios para obtenerlo (art. 70 Ley sobre Tráfico,
Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial). Prototipo de revocación por incumplimiento de obligaciones
sería el reintegro de una subvención por no observar el beneficiario las obligaciones a las que le sujeta la Ley o el
acto de otorgamiento, tal y como se estudiará en el capítulo relativo a la actividad administrativa de fomento;
igualmente la revocación de la licencia de autotaxi por no observar su titular las obligaciones que la Ley impone
(STS 13-3-2023).
4. Rectificación de errores
La Ley permite a la Administración “rectificar en cualquier momento, de oficio o a
instancia de los interesados, los errores materiales, de hecho o aritméticos existentes en
sus actos” (109.2 LPAC). Aunque ubicado en el capítulo de la revisión de oficio, no se
trata en realidad de una revisión por razón de la invalidez del acto, pues el presupuesto de
ejercicio de esta potestad rectificadora no lo constituye un acto que adolezca de vicio
invalidante alguno, sino sólo de un defecto formal que se conceptualiza como “error” y
que constituiría un típico supuesto de irregularidad no invalidante. Sin embargo, en aras
de la seguridad jurídica, la Administración puede considerar adecuado o necesario
corregir tales errores en cuanto que discordancia con la realidad.
Resulta, pues, esencial definir adecuadamente el concepto de error al que se refiere la
Ley y que ésta cualifica de tres maneras:
– error de hecho: equivocación sobre los hechos y no sobre interpretaciones jurídicas o
calificaciones sobre los hechos (v.gr. las actas de un órgano colegiado reflejan
incorrectamente el sentido de la decisión realmente adoptada en la reunión: por
ejemplo, el “hecho” es que se aprobó el acuerdo, aunque el acto recoja algo distinto;
equivocación en la identificación del destinatario del acto)
– error material: equivocación en la materialización documental de la voluntad
administrativa (v.gr. errores en el nombre y apellidos del destinatario del acto, o
cualquier otra errata que pudiera contener la redacción del acto; error en la
transcripción a una aplicación informática de las calificaciones manuales realizadas
por un Profesor o un órgano de selección o de valoración de ofertas)
– error aritmético (v.gr. suma incorrecta de las calificaciones parciales de un estudiante;
guarismo equivocado para cifrar el aprovechamiento urbanístico o la indemnización o
la retribución).
En la medida en que se trata de una falta de correspondencia entre lo decidido
intencionalmente y lo reflejado documentalmente, resulta imprescindible contrastar los
elementos conducentes a la formación de la voluntad de la Administración. De ahí que el
error se pueda y deba apreciar teniendo en cuenta, exclusivamente, los datos del
expediente administrativo que recoge el procedimiento administrativo en que se adopta y
se redacta el acto objeto de corrección.
Finalmente, al ser una técnica carente en la práctica de tramitación alguna y al abarcar su objeto cualquier acto
administrativo (firme o no, favorable o desfavorable, de trámite o resolutorio), la jurisprudencia es muy exigente a
la hora de verificar que, efectivamente, se trata de simples errores de hecho y no de errores de Derecho que
supongan auténticos defectos formales y materiales del acto que constituyan vicios. En suma, que no se utilice la
técnica de la rectificación de errores para proceder a auténticas revisiones de actos, las cuales exigirían la
tramitación de sus correspondientes procedimientos específicos (revisión de actos nulos y declaración de
lesividad).
1.2. Convalidación
“La Administración podrá convalidar los actos anulables, subsanando los vicios de que
adolezcan” (52.1 LPAC). La convalidación consiste en la subsanación de actos anulables
—no nulos—, eliminando el vicio del que adolezcan. El acto de convalidación producirá
efecto desde su fecha, salvo que se le confiera efectos retroactivos.
La propia Ley incluye previsiones específicas para determinados supuestos de convalidación. Así, si el vicio
consistiera en incompetencia no determinante de nulidad, la convalidación podrá realizarse por el órgano
competente cuando sea superior jerárquico del que dictó el acto viciado (52.3 LPAC). Mientras que, si consistiese
en la falta de alguna autorización, podrá ser convalidado el acto mediante el otorgamiento de ésta por el órgano
competente. (52.4 LPAC). Supuesto paradigmático es el de la subsanación de la motivación defectuosa en sede de
recurso administrativo, sobre la base de eliminar la indefensión que aquella hubiese podido generar; de esta
manera, si la resolución adolecía de motivación inexistente o insuficiente, en el procedimiento de recurso la
Administración puede aportar explicación y justificación de su decisión, permitiendo al destinatario comprender
las razones de actuar de aquella y preparar convenientemente su defensa en el propio procedimiento de
impugnación (presentando alegaciones adicionales, en particular en el trámite final de vista) o en un eventual
recurso contencioso-administrativo posterior.
b) En segundo lugar, la invalidez del acto se puede declarar de partes concretas del
mismo, pero no de las independientes no viciadas: “La nulidad o anulabilidad en parte
del acto administrativo no implicará la de las partes del mismo independientes de aquélla, salvo
que la parte viciada sea de tal importancia que sin ella el acto administrativo no hubiera sido
dictado” (49.2 LPAC).
Ejemplo paradigmático es la invalidez de un apartado del contenido de unas bases reguladoras de un
procedimiento competitivo (v.gr. por incluir un requisito discriminatorio), que no supone la invalidez total de las
mismas. O la invalidez de una cláusula accesoria del acto, que no determina la invalidez del contenido restante
del mismo (v.gr. dándole efectos retroactivos, cuando no concurren las circunstancias que lo permiten, pudiendo
sin embargo tener efectos desde que el acto es dictado). Sin embargo, y en ambos ejemplos, si la parte viciada (el
requisito recogido en las bases o la cláusula de eficacia retroactiva del acto) eran elementos fundamentales del
acto, sin los cuales la Administración no lo habría dictado, no se podrá optar por la invalidez parcial del acto.
c) En tercer lugar, “el órgano que declare la nulidad o anule las actuaciones dispondrá siempre
la conservación de aquellos actos y trámites cuyo contenido se hubiera mantenido igual de no
haberse cometido la infracción” (51 LPAC).
d) En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que, en el seno del procedimiento
administrativo, la transmisión de la invalidez a otros actos se produce sólo a los
posteriores, nunca evidentemente a los anteriores. De ahí la técnica de la retroacción
de actuaciones, que permite, al declarar inválido un acto, conservar los actos anteriores
al mismo, retomando el procedimiento en el trámite concreto en el que se produjo el
vicio. Encontramos una previsión explícita de la retroacción al regular el contenido
de la resolución de los recursos administrativos, al señalar el art. 119.2 LPAC que,
existiendo vicio de forma, si el órgano que resuelve el recurso no estima procedente
resolver sobre el fondo, “ordenará la retroacción del procedimiento al momento en el que el
vicio fue cometido”
Si, por ejemplo, el vicio lo era de defecto o ausencia de motivación en la resolución final, no es necesario anular
todo el procedimiento anterior: invalidada dicha resolución, se retrotraerán las actuaciones al momento de dictar
resolución para que el órgano administrativo emita una nueva que incluya la debida motivación. O si el vicio
consistió en la omisión de un informe necesario para aprobar el acto, la invalidez del trámite al omitir dicho
informe se transmite a la resolución final, pero permite conservar los actos anteriores, retomando el
procedimiento en ese punto: se solicitará el informe debido, se seguirán las demás actuaciones y se dictará nueva
resolución con todos los trámites formales cumplidos.
BIBLIOGRAFÍA: ALENZA GARCÍA, J. F., Revisión, revocación y rectificación de actos administrativos, Aranzadi 2018; CANO
CAMPOS, T.: “Consideraciones generales sobre la invalidez en el Derecho Administrativo” en Documentación
Administrativa, 2018; ÍDEM: “El laberinto de la invalidez: algunas pistas para no perderse” en El alcance de la invalidez de
la actuación administrativa: Actas del XII Congreso de la Asociación Española de Profesores de Derecho Administrativo, 2017;
ÍDEM: “Validez e invalidez de los actos administrativos: teoría general” en Tratado de procedimiento administrativo común y
régimen jurídico del sector público (Dir. E. Gamero), Tirant 2017; DE VICENTE DOMINGO, R., La anulación de los actos
administrativos por motivos formales, Tirant 2018; GARCÍA LUENGO, J., Las infracciones formales como causa de invalidez del
acto administrativo. Un estudio sobre el artículo 48.2 de la Ley 39/2015, Iustel 2016; ÍDEM, La nulidad de pleno derecho de los
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LAGUNA DE PAZ, J. C., Tratado de Derecho administrativo. General y económico, 4ª ed., Civitas 2022; PARADA, R., Derecho
Administrativo II. Régimen jurídico de la actividad administrativa, 24ª ed., Dykinson 2019; PICON ARRANZ, A., Las causas de
nulidad de pleno derecho del acto administrativo. Configuración legal y aplicación práctica, Thomson Reuters Aranzadi 2022;
REBOLLO, M.: “La invalidez del acto administrativo” en Derecho Administrativo. Tomo II: Régimen jurídico básico y control de
la Administración (Coord. Rebollo, M. y Carbonell, E.), 4ª ed., Tecnos 2021; REBOLLO, M. y CARBONELL, E.: “La
revisión de oficio” en Derecho Administrativo. Tomo II: Régimen jurídico básico y control de la Administración (Coord. Rebollo,
M. y Carbonell, E.), 4ª ed., Tecnos 2021.
Capítulo IV
La actividad administrativa y sus clases. La actividad de
limitación, inspección y arbitraje
CARMEN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
SUMARIO:
I. CONCEPTO Y CLASIFICACIÓN DE LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA
II. PRINCIPIOS DE LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA
1. El principio de legalidad
2. El principio de proporcionalidad y de la medida más favorable
3. El principio de igualdad
4. El principio de evaluación de los resultados de las políticas públicas
III. LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA DE LIMITACIÓN
1. Definición y modalidades de la actividad de limitación
2. Los principios de la actividad de limitación
3. Grados y técnicas de la actividad de limitación
4. La autorización: sus clases, régimen jurídico y su diferencia con otras técnicas de limitación como la aprobación y la
concesión
4.1. Concepto y clases de autorizaciones
4.2. Autorizaciones, aprobaciones y concesiones
4.3. Régimen jurídico de las autorizaciones
5. La declaración responsable y la comunicación previa
6. Órdenes, mandatos, prohibiciones e intimaciones
7. La actividad administrativa de limitación de los ejercientes privados de funciones públicas
IV. LA INSPECCIÓN ADMINISTRATIVA
1. Fundamento y naturaleza de la actividad de inspección
2. El objeto y los sujetos de la inspección
3. Las herramientas administrativas de inspección
V. LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA ARBITRAL
RESUMEN: En este Capítulo se definen y clasifican las diferentes modalidades de actividad administrativa: actividad de
limitación o de policía; actividad de fomento; actividad administrativa sancionadora; actividad de servicio público; actividad de
arbitraje. Asimismo, se entra a analizar más pormenorizadamente la actividad administrativa de limitación, inspección y
arbitraje: límites, potestades, deberes, principios, objeto, sujetos y herramientas.
PALABRAS CLAVE: Actividad administrativa. Actividad administrativa de limitación o de policía. Actividad de inspección.
Actividad de fomento. Actividad de servicio público. Actividad de arbitraje. Actividad sancionadora. Autorización. Declaración
responsable. Comunicación. Mandato. Orden. Prohibición. Intimación. Visita. Requerimiento. Informe. Acta de inspección.
Potestad. Deber del administrado. Principios de legalidad, de igualdad, de proporcionalidad, de precaución. Ejercientes
privados de funciones públicas.
1. El principio de legalidad
Del mismo modo que la actuación material de la Administración requiere de un acto
administrativo formal previo para que aquella sea lícita, el acto administrativo requiere de
una norma previa, legal o reglamentaria que lo ampare. El principio de legalidad en el
ámbito de la actividad administrativa supone una vinculación positiva que implica que
exista una norma previa que ampare la actuación. De manera, que lo que no está
permitido, está prohibido (quae non sunt permissae, prohibitia intelliguntur). En el
ámbito del Derecho privado y, por tanto, de las relaciones entre particulares, juega sin
embargo el principio de legalidad, como vinculación negativa, lo que implica que lo que
no está prohibido está permitido (permissum videtur in omne quod non prohibitum; quae
non sunt prohibitia permissae intelliguntur).
El fundamento constitucional del principio de legalidad se encuentra en el artículo 103
CE, cuyos antecedentes primeros responden al principio de separación de poderes
implantado por la Revolución francesa. La fórmula de la vinculación positiva entendida
por los textos franceses de la primera época revolucionaria, partían de que la ley era la
única fuente de la voluntad estatal, por lo que el Monarca y la Administración se
convertían en un mero “poder ejecutivo” de leyes aprobadas por el “poder legislativo”.
Desde entonces todas las acciones de la Administración deben apoyarse y justificarse en
una ley previa que le habilite para realizarlas, a diferencia de lo que sucede en la actividad
privada cuyo principio es el de la libertad de actuación.
Sin embargo, es preciso entender que en la práctica administrativa no es razonable exigir
la exhaustividad casuística que requiere la realidad que se ordena y a la que se dirige
cualquier actividad administrativa, por lo que el principio de legalidad en cuanto
habilitación legal de la actividad administrativa ha de dar un margen al reglamento
administrativo para el desarrollo de los pormenores de la actividad. Por ello, el principio
de legalidad no opera del mismo modo en todas las tipologías de actividad administrativa.
Y así, si la intervención o actividad administrativa va dirigida a la imposición de
restricciones o sanciones a los administrados, en cuanto que ello supone una limitación de
su esfera jurídica de derechos, requiere que la ley sea minuciosa en cada uno de sus
extremos, sin ser suficientes los poderes generales de intervención para llevarla a cabo. Por
el contrario, cuando de lo que se trata es de ampliar la esfera jurídica de los derechos de
los administrados, se considera suficiente la simple previsión o apoderamiento legal y con
ello la ley sólo prevé los aspectos básicos de las potestades administrativas atribuidas a la
Administración, dejando al reglamento y, por tanto, al poder ejecutivo, su regulación más
detallada.
No obstante, la tendencia general en la actualidad es que la ley estrecha los márgenes de
discrecionalidad administrativa, siendo exhaustiva en ambos casos, tanto si se trata de
actividad limitadora o sancionadora, pero también cuando se trata de la prestación de un
servicio público o del ejercicio del fomento cuando se otorgan ayudas públicas. De ello es
claro ejemplo la ingente regulación legal de estas últimas por mucho que las mismas no
deriven de una actividad restrictiva de derechos, en la medida en que es preciso rendir
cuentas del uso de los fondos públicos. De modo que actividades administrativas que, en
principio amplían los derechos de los administrados como son la actividad de fomento,
resultan a su vez objeto de una ingente actividad de control administrativo que supone
una permanente limitación, verificación, certificación o inspección, por lo que las
previsiones legales se amplían a toda la actividad.
3. El principio de igualdad
La actividad de la Administración Pública siempre ha de ser conforme con el principio
de igualdad o no discriminación —art. 14 CE— según el cual, ante circunstancias iguales,
la Administración no puede adoptar medidas diferentes y, por tanto, las diferencias de
trato deben justificarse adecuadamente en situaciones de hecho diferentes. De manera que
no puede prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo o religión,
opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
La jurisprudencia es numerosísima a partir de la Constitución de 1978, en los distintos órdenes jurisdiccionales,
en la interpretación de este principio y así cabe citar, entre otras muchas que se reproducen en posteriores
pronunciamientos: STC de 14 y 31 de marzo de 2011; STC de 27 de abril de 2010; STS de 20 de mayo de 2009;
STC de 19 de enero de 2009; STC de 29 de enero de 2008; SSTS de 26 de febrero de 2018; de 19 de septiembre
de 2011; de 7 de julio 2010; de 6 de julio de 2010; de 20 de septiembre de 2007, entre otras.
El encaje de este principio en la diversidad que supone el Estado autonómico que diseña
nuestra Constitución a partir del reconocimiento del derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran —art. 2 CE— no resulta ni sencillo ni siempre
coherente desde el momento en que no sólo el Estado sino también las Comunidades
Autónomas tienen competencia legislativa en relación a materias tales como los tributos,
los servicios públicos de la educación o la sanidad, la función pública —art. 148 CE—
dando lugar a desigualdades en virtud de la Administración que actúa en base a la
legislación autonómica correspondiente y, a pesar de la expresión de la igualdad y
solidaridad que ha de existir entre todas ellas —art. 14 y art. 2 CE, respectivamente—.
Sea en el grado que fuere la intensidad de la restricción, estas técnicas pueden utilizarse
por la Administración, a priori de la realización de la actividad de los particulares como
control preventivo (autorización o declaración responsable) o a posteriori del inicio de la
actividad como control de la misma (inspecciones, registros, comprobaciones o
verificaciones).
Tanto las declaraciones responsables como las comunicaciones previas suponen o bien el
reconocimiento o el ejercicio de un derecho, o bien el inicio de una actividad desde el día
de su presentación. Ambos documentos han de estar a disposición de los declarantes,
siendo obligación de la Administración tenerlos actualizados y no pudiendo exigir la
normativa específica de la actividad que se realicen ambos, al tratarse de técnicas de
control excluyentes.
La Administración cuenta siempre en ambos casos —declaraciones responsables y
comunicaciones— con la posibilidad de comprobar la licitud de la actividad privada y, en
su caso, prohibirla u ordenar las correcciones para su adecuación a la legalidad. La
prohibición no es una revocación como tal, sino que se trata de “una imposibilidad de
continuar con el ejercicio del derecho o actividad afectada desde el momento en que se
tenga constancia de tales hechos” —art. 69.4 LPAC—, ya que en estos casos no existe un
acto administrativo habilitante previo que deba ser revocado como sucede con las
autorizaciones. Lo normal es que esta potestad no esté sometida a plazo alguno, sin
embargo, es fácil comprobar que, en algunas legislaciones sectoriales, la potestad revisora
de la Administración se somete a plazos y condiciones. —art. 11.5 Texto Refundido Ley
del Suelo—.
El uso y abuso de la utilización de esta herramienta con efectos administrativos que es la declaración responsable,
se ha puesto del manifiesto con la pandemia del covid-19 toda vez que muchos establecimientos privados y
organizaciones de todo tipo como las educativas; de ocio; turísticas, espectáculos, viajes, entre otras, vienen
exigiendo que los particulares proporcionen este documento con el fin de llevar a cabo una determinada
actividad, incluyendo la de la propia declaración de responsabilidad de los participantes-declarantes, sin
perjuicio de la propia del establecimiento o actividad y a los efectos de las consecuencias sanitarias que un brote
pudiera tener en relación con esa empresa o actividad. En estos casos, la Administración, con en el rastreo de los
contagios, en realidad está desplegando la labor de comprobación a posteriori de la veracidad de los datos
contenidos en dichas declaraciones a los efectos de tomar las medidas oportunas. Asimismo, las declaraciones
responsables de los viajeros para entrar en nuestro país con motivo de la crisis sanitaria tienen el mismo objeto de
permitir la actividad del viaje, atribuyendo a la Administración la potestad de comprobar posteriormente que se
ha cumplido con lo declarado. En todos estos casos, dado el alcance temporal limitado y puntual de la actividad
a realizar —campamentos juveniles; conciertos; viajes— la potestad administrativa no trata tanto de comprobar
con el fin de, en su caso, impedir la actividad, como de rastrear los efectos sanitarios de su realización. La
previsión de modelos documentales de estas declaraciones por parte de las diferentes Administraciones Públicas
se recoge en los diferentes ámbitos competenciales y procedimientos reguladores de la actividad que pretende
llevarse a cabo: procesos de selección, concursos, oposiciones, entre otros.
La inexactitud, falsedad u omisión, de carácter esencial, de cualquier dato o información
que se incorpore a una declaración responsable o a una comunicación, o la no
presentación ante la Administración competente de la declaración responsable de la
documentación que sea en su caso requerida para acreditar el cumplimiento de lo
declarado, o la comunicación, determinará la imposibilidad de continuar con el ejercicio
del derecho o actividad afectada desde el momento en que se tenga constancia de tales
hechos, sin perjuicio de las responsabilidades penales, civiles o administrativas a que
hubiera lugar. Asimismo, la resolución de la Administración Pública que declare tales
circunstancias podrá determinar la obligación del interesado de restituir la situación
jurídica al momento previo al reconocimiento o al ejercicio del derecho o al inicio de la
actividad correspondiente, así como la imposibilidad de instar un nuevo procedimiento
con el mismo objeto durante un período de tiempo determinado por la ley, todo ello
conforme a los términos establecidos en las normas sectoriales de aplicación —art. 69.4
LJPAC—.
La ineficacia de una declaración responsable genera efectos que jurisprudencialmente se han ido depurando,
tomando como fondo de la cuestión la propia jurisprudencia del Tribunal Supremo en resoluciones relativas a los
efectos de la denegación de las autorizaciones, tales como las SSTS de 15 de abril de 1996; 22 de mayo y 20 de
noviembre de 1995; 27 septiembre 1994, entre otras, cuando señalaban que, por regla general, los actos
denegatorios de licencias, autorizaciones o permisos, no admiten la suspensión de la ejecución, ya que, dado su
contenido negativo, la indicada suspensión implicaría la concesión, siquiera sea temporalmente, mientras dura la
sustanciación del proceso, de la licencia, autorización o permiso denegado por la Administración. En el mismo
sentido se manifiesta el Auto del Tribunal Supremo de 10 de abril de 1996 que señalaba que no resulta viable la
suspensión de la ejecución de actos negativos pues, en otro caso, comportaría, en la práctica, la concesión de
licencias no concedidas expresamente. Lo trascendente es que lo que se busca es una autorización provisional
pues la declaración de ineficacia de una declaración responsable supone la imposibilidad de continuar con el
ejercicio del derecho o actividad afectada desde el momento en que se tenga constancia de tales hechos. Por
tanto, con independencia del hecho que declare la ineficacia de la declaración responsable, una vez que se
produce tal declaración, la actividad carece de cobertura para ser ejercida y la misma ha de cesar bien
voluntariamente o bien a través del mecanismo de la clausura, hasta que el interesado obtenga una licencia o
presente una declaración responsable eficaz, todo ello sin perjuicio de lo que pueda resolverse respecto de la
declaración responsable declarada ineficaz, si ha sido recurrida jurisdiccionalmente. En tanto en cuanto la
resolución de ineficacia no haya sido anulada o suspendida, es válida y eficaz de conformidad con el artículo 39
de la LPAC, según el cual los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo se
presumirán válidos y producirán efectos desde la fecha en que se dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa.
Sobre la posible ineficacia de la declaración responsable es doctrina del TSJ de Madrid, expresada en Sentencia
180/2018, de 17 de enero, que “(…) en los supuestos en el que el ejercicio de la actividad o la realización de una
obra se somete al sistema de declaración previa (declaración responsable) si la misma es declarada ineficaz, la
consecuencia jurídica directa es la imposibilidad de continuar con el ejercicio del derecho o actividad afectada
desde el momento en que se tenga constancia de tales hechos, de forma que declarada la ineficacia de la
declaración responsables la misma supone su pérdida de validez aunque cuente con el certificado de
conformidad de una entidad colaboradora. Ello supone la inexistencia de título que habilite para el ejercicio de lo
pretendido en la declaración responsable y la declaración de ineficacia no es susceptible de suspensión pues en
el nuevo sistema de intervención administrativa en las actividades la declaración responsable deja de producir
efectos si se declara su ineficacia, y la suspensión de esta resolución administrativa tendría los mismos efectos
que la denegación de una licencia que es un acto de contenido negativo, los cuales no admiten suspensión pues
en este caso se estaría adelantando el fallo estimatorio del recurso…”. Recientemente son de gran interés al
respecto la STS de 8 de marzo de 2023, cuyo interés casacional radica en si la potestad de comprobación era
indefinida o debe ser ejercida por la Administración en un plazo determinado y la STS de 20 de septiembre de
2022, relativa a la posibilidad de aplicar las causas de suspensión del procedimiento a las declaraciones
responsables.
Del mismo modo, estos actos de limitación también es posible que deriven de una
relación de jerarquía entre la Administración y determinados ciudadanos —funcionarios y
empleados públicos— o de supremacía especial que vincula a la Administración con
ciudadanos concretos en base a una relación específica no jerárquica (contratistas o
concesionarios).
Las órdenes pueden ser generales —sin discriminación de sujetos— o singulares si se
dirigen a sujetos concretos. Asimismo, y, aunque todas las órdenes se dirigen a las
personas, las mismas pueden ser personales —cuando se refieren a una persona concreta
— o reales —cuando se imponen a todas las personas que tienen una determinada
relación con alguna cosa, por ejemplo, un establecimiento de espectáculos—. Por sus
propios efectos, tanto las órdenes como las prohibiciones pueden tener un carácter o bien
preventivo, o bien represivo. Las primeras tratan de prevenir con la imposición de una
determinada actuación u omisión de actividad y, por tanto, no responden a un
incumplimiento previo. Sin embargo, las órdenes y prohibiciones represivas son el
resultado del incumplimiento de un deber previo que precisamente da lugar a la orden o
prohibición represiva que trata de restablecer la legalidad o reparar la lesión derivada del
incumplimiento. Sin embargo en ningún caso tienen carácter sancionador porque este tipo
de órdenes o prohibiciones —como se ha señalado— tienen como finalidad el
restablecimiento de la legalidad vulnerada, mientras que la sanción tiene finalidad
estrictamente punitiva, esto es, causar el perjuicio que supone la propia sanción.
Cuando las prohibiciones afectan a derechos fundamentales, las mismas deben respetar los límites
constitucionales que permiten dictar este acto administrativo de limitación. Sucede así en las autorizaciones o
prohibiciones de determinadas manifestaciones o reuniones públicas: “(…) no cualquier corte de tráfico o
invasión de calzadas producido en el curso de una manifestación o de una concentración puede incluirse en los
límites del art. 21.2 CE. Para poder restringir el ejercicio del derecho de reunión deberán ponderarse, caso a caso,
todas las circunstancias específicas concurrentes en cada una de las reuniones que pretendan llevarse a cabo al
objeto de determinar si efectivamente existen razones fundadas para creer que el colapso circulatorio tendrá las
características y los efectos antes descritos. Por ello no puede admitirse, como bien advierte la recurrente, la
afirmación genérica de que determinadas calles o zonas de una ciudad no son idóneas para el ejercicio del
derecho de manifestación o de reunión debido a la densidad de tráfico que circula por ellas por término medio.
Para prohibir las reuniones no puede invocarse una genérica conflictividad circulatoria, ya que, incluso en esas
zonas de densa circulación, pueden darse casos en los que las circunstancias específicas de las reuniones
convocadas —por ejemplo, la hora, el carácter festivo del día, el previsible escaso número de asistentes o la
garantía de no obstrucción prolongada de calzadas— lleven a la convicción de que no existen razones fundadas
de que la reunión va a producir un colapso circulatorio que altere el orden público con peligro para personas o
bienes…”. (STS 66/1995, de 8 de mayo).
La potestad de inspección no siempre resulta tan exorbitante como puede ser la potestad
de limitación, pero en algunas ocasiones sus efectos sí pueden serlo cuando el inspector
ejerce determinadas potestades como son, por ejemplo, entrar en la empresa o requerir
documentación, por lo que se hace precisa la expresa previsión de la potestad de
inspección en una norma con rango de ley. El artículo 4.2 LRJSP, supone no obstante una
habilitación general a las Administraciones al exigírseles velar por el cumplimiento de los
requisitos previstos en la legislación que resulte aplicable, para lo cual pueden, en el
ámbito de sus respectivas competencias y con los límites establecidos en la legislación de
protección de datos de carácter personal, “comprobar, verificar, investigar e inspeccionar
los hechos, actos, elementos, actividades, estimaciones y demás circunstancias que fueran
necesarias”. La otra cara de la moneda, la de los administrados, supone el deber de
dejarse inspeccionar. De manera que los administrados deben colaborar con la
Administración en los términos previstos en la ley que en cada caso resulte aplicable, y a
falta de previsión expresa, facilitar a esta los informes, inspecciones y otros actos de
investigación que requieran para el ejercicio de sus competencias, salvo que la revelación
de la información solicitada por la Administración atentara contra el honor, la intimidad
personal o familiar o supusiera la comunicación de datos confidenciales de terceros —art.
8.1 LPAC—
La actividad de inspección administrativa se distingue de la actividad de limitación o
sanción administrativa en cuanto que opera de forma previa a ellas y tiene por objeto, de
un lado, la prevención general y, de otro la vigilancia y el control de los deberes y
obligaciones de los particulares para, en su caso, preparar la posible reacción derivada de
lo comprobado: intimaciones, sanciones, medidas de prevención de riesgos, pago de
tributos, etc. Del mismo modo, esta actividad de inspección se despliega respecto de la
actividad de otras Administraciones Públicas. En este sentido la inspección tiene un
carácter instrumental o auxiliar de estas otras actividades y tiene su fundamento en el
deber de las Administraciones Públicas de velar por el cumplimiento de los requisitos
previstos en la legislación —art. 4.2 LRJSP—. Tal es así que la habilitación a la
Administración para desarrollar actuaciones de inspección o control previo se articula en
numerosas ocasiones con carácter previo a la existencia de un acto administrativo en
sentido estricto, tratándose pues de meras actuaciones materiales instrumentales que ya
generan en sí mismas una relación jurídica con la Administración actuante —Ley
Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de Protección de la Seguridad Ciudadana o Texto
Refundido de la Ley sobre Tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial
6/2015, 30 octubre—.
A diferencia de la previsión legal del procedimiento sancionador con alcance general, no
existe un procedimiento general de inspección, el cual se ha ido identificando en sus
requisitos en base a las previsiones de la inspección para Administraciones y sectores
específicos, tales y como son la inspección tributaria, la inspección urbanística, la
supervisión de las entidades de crédito o la inspección educativa, de las cuales se puede
extraer un procedimiento general en la identificación de derechos y deberes, así como de
herramientas específicas.
La actividad de inspección supone en primer lugar la atribución a la Administración de
la potestad de control sobre los particulares, si bien existen numerosos supuestos que
pueden diferenciarse en cuanto a cómo o sobre quién se ejerce ese control. Pensemos en la
Alta Inspección estatal en materia de educación o sanidad en virtud de las cuales el
control se ejerce por la Administración del Estado sobre las Administraciones de las
Comunidades Autónomas que comparten la competencia educativa o de sanidad y de
estas hacia las Administraciones Locales. Asimismo, sucede orgánicamente cuando una
Administración u órgano delegante de una competencia controla el ejercicio de la
delegación por otra Administración u órgano delegado o, con carácter general, se prevé
un control sobre Administraciones instituciones tales como las Agencias —art. 108 sexies,
7 LRJSP—. Hay además toda una actividad administrativa cuyo objeto es estadístico y de
adquisición de información que trata de conocer la realidad social en un momento
determinado, pero que no tiene el alcance de ser una actividad inspectora propiamente
dicha, en cuanto a ser una actividad previa a una posible reacción administrativa. Del
mismo modo que tampoco constituye strictu sensu actividad administrativa de inspección,
ni las investigaciones judiciales, ni las parlamentarias ni la misma actividad probatoria del
procedimiento administrativo.
El ejercicio de la actividad administrativa inspectora, además de exigir la garantía de
cumplimiento del principio de legalidad y proporcionalidad, como sucede respecto de la
actividad de limitación, ha de articularse siempre en el ámbito de la respectiva
competencia administrativa y con los límites establecidos en la legislación de protección
de datos de carácter personal. Estas exigencias aún son más intensas cuando la
comprobación, verificación, investigación o inspección de “los hechos, actos, elementos,
actividades, estimaciones y demás circunstancias que fueran necesarias” —que constituyen
el objeto de la inspección— afectan a derechos fundamentales como la intimidad, la
inviolabilidad de domicilio o la protección de datos personales. Y así el derecho a no
declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable previsto en el artículo 24.2 de la CE,
tiene sus matices en relación a la actividad administrativa de inspección.
Pensemos que una herramienta de obtención de información es la declaración del investigado o inspeccionado,
pero existen otras técnicas de obtención de información a las que no les afectaría este derecho y, de otro lado,
incluso en las declaraciones, es distinto que el inspector formule preguntas para formarse un juicio sobre la
culpabilidad, que obligar al investigado a responderlas verazmente.
Toda la materia correspondiente al trato confidencial de los documentos e informaciones obtenidas como
consecuencia de la inspección, da lugar a deberes específicos tales como las limitaciones al acceso por los
particulares a los expedientes y archivos administrativos para que no conozcan el secreto revelado a la
inspección. Asimismo, supone el deber de secreto de los inspectores que con carácter general viene impuesto por
el artículo 53.12 del Estatuto Básico del Empleado Público, pero que, además, se refuerza en los procedimientos
de inspección específicos. En términos generales el uso de la información obtenida por la inspección está sujeta a
restricciones tanto en cuanto a la salida de información como a la entrada de la misma, limitándose la potestad
de recabar información de otras ramas de la inspección.
Los informes de los inspectores constituyen otra herramienta común que se emite por el
inspector, el cual puede hacerlo de oficio a petición del instructor de un procedimiento
sancionador que se esté tramitando —en cuyo caso, al tratarse de una actividad de
inspección dentro del procedimiento no tiene por objeto la comprobación previa de la
inspección strictu sensu— o por orden del superior jerárquico de la inspección que, de
conformidad a un plan determinado, se dirige a valorar la adecuación a la normativa de
aplicación a las circunstancias de hecho concretas. En ocasiones estos informes de la
inspección son preceptivos para la obtención de determinadas autorizaciones. Ya en el
ámbito de la propia ordenación electrónica del procedimiento, en concreto, de su
instrucción, hay que tener en cuenta la obligación de que los informes sean emitidos a
través de medios electrónicos y de acuerdo con los requisitos que señala el artículo 26 de
la LPAC, en el plazo de diez días, salvo que una disposición o el cumplimiento del resto de
los plazos del procedimiento permita o exija otro plazo mayor o menor —art. 80.2 LPAC
—.
Otra herramienta propia de la inspección son las citaciones que tienen por objeto la
personación o comparecencia del inspeccionado en el lugar en que se le notifique por la
inspección a los efectos del desarrollo de la investigación. La citación puede llevarse a
cabo mediante acta de inspección y, de ordinario, se considera que la incomparecencia sin
causa justificada constituye una obstaculización o resistencia a la inspección. Por ello,
cuando se produce tal comparecencia —a la que el inspeccionado puede acudir con
asesores— es habitual que el inspeccionado solicite y obtenga un certificado de
comparecencia para que surta los efectos oportunos. Asimismo, la comparecencia en sede
electrónica con los efectos del acceso a la notificación por parte del inspeccionado es un
medio cada vez más común de citación. La correspondiente citación debe hacer constar
expresamente el lugar, fecha, hora, los medios disponibles y objeto de la comparecencia,
así como los efectos de no atenderla. Si el interesado lo solicita, la Administración ha de
certificar el hecho de la comparecencia —art. 19 LPAC—.
Los requerimientos al inspeccionado —que pueden ser escritos y verbales— le compelen
mediante cualquier medio que permita tener constancia de su realización, para que
presente o remita a la inspección los documentos que se le exijan o que ejecute
determinadas actuaciones. A veces, en los requerimientos verbales que implican la
potestad administrativa de ejercicio inmediato de coacción (entrar en locales, acceder a
documentación o identificar determinados hechos) la defensa del inspeccionado ante
cualquier incumplimiento administrativo está en su posibilidad de recurrir contra la vía de
hecho, incluso solicitando medidas cautelares previas al recurso —art. 30 y 136 LJCA— o
mediante recurso contra el acto administrativo tácito en virtud del cual se decide dicho
acceso. Los requerimientos son ejecutivos y ejecutorios, por lo que no atenderlos puede
dar lugar a la ejecución forzosa o a sanción por obstrucción a la inspección, sin perjuicio
de la posibilidad de ser recurrido. El hecho de que el requerimiento sea un acto de trámite
no es obstáculo para su impugnación ni tampoco para su suspensión como expresan las
SSTS de 16 de mayo de 2000; 13 de febrero de 2008 y 2 de noviembre de 2015, entre
otras.
Si, en abstracto, el mero acuerdo de incoar un expediente administrativo puede calificarse de acto de trámite no
susceptible de impugnación autónoma, no ocurre lo mismo con un requerimiento que supone que el
inspeccionado debe entregar a la Administración determinados documentos profesionales con incidencia en la
situación jurídica de terceros. Por su propia naturaleza y por los efectos jurídicos relevantes que este tipo de
requerimientos conllevan, los actos administrativos que los incorporan pueden ser recurridos en vía
administrativa y jurisdiccional —STS 3937/2000, de 16 de mayo—. Los requerimientos no son actuaciones sobre
las que no se pueda ejercer un control jurisdiccional. “(…) En primer lugar porque, aunque partiéramos de su
consideración como un acto de trámite, también estos son susceptibles de producir perjuicios irreparables
exigiendo un control jurisdiccional sobre los mismos: los llamados “actos de trámite cualificados”. Así lo destacó,
con carácter general el Tribunal Supremo en su STS 1250/2008, de 13 de febrero, considerando que el
requerimiento de información puede producir perjuicios irreparables por lo que es susceptible de impugnación
autónoma sin necesidad de esperar a que se dicte el acto definitivo en el procedimiento administrativo, pues en
ese momento el perjuicio ya se habría consumado. Razón ésta que resulta especialmente relevante respecto de
los requerimientos dictados en ejecución de compromisos adoptados en defensa de la competencia, pues en tales
casos no se trata de indagaciones previas dirigidas a obtener información que irán seguidas de un procedimiento
posterior en el que se pueden cuestionar, sino que estamos ante actos de vigilancia y ejecución de compromisos
previos que exigen el cumplimiento inmediato de ciertas obligaciones sin que exista un procedimiento
administrativo posterior, por lo que ante los eventuales excesos, es necesario poder ejercer un control sobre estos.
Y, en segundo lugar, porque su pretendido carácter instrumental desaparece cuando lo que se discute
precisamente es si el requerimiento se aparta de su ámbito competencial propio, imponiendo obligaciones y
compromisos ajenos a la función de vigilancia y ejecución de lo acordado, pues en el caso de incurrir en este
exceso dejan de ser actos instrumentales pasando a tener sustantividad propia, siendo pues susceptibles de
control jurisdiccional autónomo —STS 4580/2015, de 2 de noviembre—.
BIBLIOGRAFÍA: DÍEZ SÁNCHEZ, J. J. La función inspectora. Madrid, 2013. FERNÁNDEZ FARRERES, G. Sistema de
Derecho Administrativo. Madrid, 2020. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, C. “La Administración Pública de Derecho
Privado y los actos administrativos que inciden en las relaciones jurídico-privadas (Comentario a la Sentencia del
Tribunal Supremo de 22 de diciembre de 1994. Sala Primera). Revista de Administración Pública. Núm. 143. Madrid,
1997. - El registro Mercantil. Madrid, 1998. - “Una cabeza de puente en la inimpugnabilidad de la actividad registral”.
Revista Española de Derecho Administrativo. Núm. 107, julio-diciembre, 2000. - “El actual recurso gubernativo en el
sistema registral español (A propósito de la modificación de la Ley Hipotecaria operada por la Ley 24/2001, de 27 de
diciembre, de medidas fiscales, administrativas y de orden social”. Revista de Administración Pública. Núm. 160, enero-
abril, 2003. GARCÍA DE ENTERRÍA, E. y FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, T. R. Curso de Derecho Administrativo. Madrid,
2020. GARRIDO FALLA, F. “Las transformaciones del concepto jurídico de policía. PARADA VÁZQUEZ, J. R. Derecho
Administrativo II. Régimen Jurídico de la actividad administrativa. Madrid, 2019. REBOLLO PUIG, M. “La actividad
inspectora”. La función inspectora. Madrid, 2013. REBOLLO PUIG, M., VERA JURADO, D. J. (Dirs.). Derecho
Administrativo. Tomo III. Modos y medios de la actividad administrativa. 2ª ed. Madrid, 2019. SANTAMARÍA PASTOR,
J. L. Principios de Derecho Administrativo General, Vol. II. Madrid, 2018. ZANOBINI, G. Corso di Diritto Amministrativo.
Milán, 1955-1957.
Capítulo V
La actividad administrativa de fomento
CARMEN FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
SUMARIO:
I. ORIGEN, CONCEPTO Y ELEMENTOS FUNDAMENTALES DEL FOMENTO ADMINISTRATIVO
1. Origen de la actividad promocional o de fomento
2. Concepto, elementos y competencia de la actividad de fomento
II. MODALIDADES DE LA ACTIVIDAD DE FOMENTO Y SU CARÁCTER REGLADO O DISCRECIONAL
III. LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA DE FOMENTO ECONÓMICO: LA AYUDA PÚBLICA Y EL EQUIVALENTE BRUTO EN TÉRMINOS
DE SUBVENCIÓN
IV. LAS AYUDAS DE ESTADO
V. LAS AYUDAS COMUNITARIAS
VI. LA SUBVENCIÓN
1. Concepto y elementos
2. Los sujetos de la subvención
2.1. Los sujetos concedentes
2.2. Las entidades colaboradoras
2.3. Los beneficiarios de la subvención
3. La relación jurídica de la subvención
3.1. Los principios de la subvención: el Plan estratégico de subvenciones y las bases reguladoras
3.2. Derechos y obligaciones del beneficiario
3.3. Obligaciones y potestades de la Administración
3.3.1. La potestad sancionadora de la Administración en materia de subvenciones
3.3.2. La potestad del control financiero
4. La recuperación de la subvención: el reintegro
4.1. Las causas del reintegro
4.2. El procedimiento de reintegro
5. Los procedimientos de creación y concesión de subvenciones
5.1. El procedimiento de creación de la subvención
5.2. Los procedimientos de concesión de subvenciones
6. Gestión y justificación de las subvenciones
RESUMEN: En este capítulo se analizan las diferentes formas en que las Administraciones Públicas apoyan la realización de
determinadas actividades y proyectos de empresas y particulares cuando son de interés general. Con ello, a su vez, la
Administración dirige la actividad económica hacia donde considera adecuado a través del fomento a la actividad privada. La
modalidad de subvención constituye el eje del capítulo dado que, a partir del concepto de subvención en sentido estricto se
construye el de las diferentes modalidades de ayudas distintas a la subvención cuyo régimen jurídico, en parte, es coincidente
con aquel y en parte no lo es por el negocio jurídico subyacente que se añade. Se analizan asimismo las condiciones y efectos
derivados de los derechos y obligaciones de las partes, propios de la relación jurídica suscitada con la ayuda.
PALABRAS CLAVE: Actividad administrativa de fomento. Fomento honorífico, jurídico y económico. Premio. Ayuda. Ayuda de
Estado. Ayudas directas. Subvención. Préstamo subvencionado. Anticipo reintegrable. Participaciones en capital. Equivalente
bruto en términos de subvención. Reintegro. Control financiero de las ayudas.
Sin perjuicio del escaso rigor del que, en muchas ocasiones, adolece la calificación de la
disposición patrimonial de fondos públicos, como ayuda o subvención, la cuestión viene
resolviéndose porque la catalogación como ayuda de determinadas disposiciones de
fondos públicos —como son los préstamos subvencionados u otro tipo de fomentos
económicos, distintos a la subvención en sentido estricto— no impide que dicha
disposición catalogada como ayuda se haga de forma y con condiciones diferentes. Esta
diferente forma y condiciones de la disposición dineraria de fondos públicos ha dado
lugar a que se utilice junto al concepto de ayuda, la categoría de la “intensidad de la
ayuda” con el fin de cualificar a qué tipo de ayuda nos estamos refiriendo. Ello pone de
manifiesto la voluntad del legislador de no desconocer la tipología de negocios que
pueden subyacer a la ayuda, salvando pues las diferencias entre lo que dentro de un
mismo negocio constituye ayuda y lo que no lo es en sentido estricto como subvención, y,
por tanto, con su dinámica jurídica propia.
A la identificación de qué porcentaje de ayuda contiene un negocio jurídico mixto o
híbrido como pueden ser las ayudas en que consisten los préstamos subvencionados o las
participaciones administrativas accionariales, responde el mecanismo de cálculo de
intensidad de la ayuda en que consiste el denominado “equivalente bruto en términos de
subvención” que supone el cálculo de la cuantía de la ayuda que contiene específicamente
el negocio jurídico y que supone ese fomento económico que existe juntamente con
negocios jurídicos diversos.
El tema se ha complicado, si cabe, aún más, dado que conceptualmente y de forma reciente, cuando se han
tratado de ejecutar fondos públicos con motivo de la pandemia, se ha recurrido a las denominadas ayudas
directas que son las ayudas públicas cuyo régimen de concesión no es de concurrencia competitiva —art. 22.2 c)
y 28.2 LGS—. El calificativo utilizado en el ámbito europeo además es confuso en nuestro ordenamiento respecto
del régimen aplicable, especialmente respecto del control financiero y seguimiento. Y así, los 11.000 millones de
euros cuya atribución regula el Real Decreto-ley 5/2021, de 12 de marzo, de medidas extraordinarias de apoyo a
la solvencia empresarial en respuesta a la pandemia de la covid-19, se distribuyen en cuatro líneas de
financiación de las cuales, sólo la primera: la línea covid-19, son “ayudas directas” de carácter finalista para
autónomos y empresas que reciben 7000 millones de euros, la cual se somete al régimen de ayudas públicas de
la LGS. Sin embargo, la medida de flexibilización de préstamos con aval público que convierte parte del aval
público en transferencias a empresas y que supone 3000 millones de euros, no recibe el calificativo de ayuda y
tampoco el fondo de recapitalización que recibe 1000 millones de euros, si bien esta última partida se considera
a todos los efectos como ayuda de Estado. Finalmente, las moratorias concursales a empresas, carece de la
naturaleza de disposición patrimonial propia de la subvención.
Es la norma comunitaria y normas internas de los Estados las que regulan cada ayuda
determinando cómo ha de realizarse este cálculo en base a la consideración como ayudas
a negocios muy diversos junto a los que se concreta una actividad de fomento o
disposición de fondos públicos: ayudas de minimis, de Estado, regionales o específicas
para proyectos concretos.
Así, a los efectos del cálculo de la intensidad de ayuda y los costes subvencionables, cuando la ayuda se concede
en una forma que no sea una subvención, el importe de la ayuda se determinará según su equivalente de
subvención bruto. En concreto, según la normativa europea, las ayudas pagaderas en varios plazos se
actualizarán a su valor en el momento en que se concedan. Los costes subvencionables se actualizan a su valor
en el momento en que se concede la ayuda. El tipo de interés que habrá de emplearse a efectos de actualización
es el tipo de actualización aplicable en el momento en que se conceda la ayuda. Cuando la ayuda se concede
mediante beneficios fiscales, el cálculo actualizado de los tramos de ayuda se basará en los tipos de actualización
aplicables en los distintos momentos en que se hagan efectivos los beneficios fiscales. Cuando la ayuda se
concede en forma de anticipos reembolsables se reembolsan a un tipo de interés al menos igual al tipo de
actualización aplicable en el momento en que se conceda la ayuda, las intensidades máximas de ayuda
establecidas pueden incrementarse en 10 puntos porcentuales —Reglamento (UE) 651/2014, de 17 de junio—.
De manera que, en principio, las ayudas de Estado sólo están permitidas en la medida en
que no afecten al mercado interior europeo, existiendo tres supuestos en que estas ayudas
de Estado se pueden considerar compatibles con el mercado interior: las ayudas
denominadas de minimis reguladas en el Reglamento UE de la Comisión, 1407/2013, de
18 de diciembre, que en consideración a su reducida cuantía están exentas de notificación
y de comunicación a la Comisión; las ayudas por compatibilidad automática derivada de
la aplicación del Reglamento UE 651/2014, RGEC (GBER), de 17 de junio, que no tienen
que ser notificadas pero deben ser comunicadas a la Comisión y, finalmente, las ayudas
notificadas que limitan la capacidad de los Estados miembros, siendo ilegales si no son
notificadas y resueltas favorablemente.
Reiterada jurisprudencia del Tribunal de Justicia —STJUE de 22 de diciembre de 2008, British
Aggregates/Comisión; STJUE de 21 de julio de 2011, Alcoa Trasformazioni/Comisión; STJUE de 22 de diciembre
de 2008, British Aggregates/Comisión y STJUE de 2 de septiembre de 2010, Comisión/Scott— apunta a que una
empresa beneficiaria de ayudas de Estado es a estos efectos una entidad que ejerce una actividad económica, con
independencia de su estatuto jurídico y de su modo de financiación. La clasificación de una entidad concreta
como empresa depende, pues, totalmente de la naturaleza de sus actividades. Este principio general tiene tres
implicaciones importantes: en primer lugar, el estatuto jurídico de la entidad en virtud de la legislación nacional
no es decisivo. Por ejemplo, una entidad que esté considerada una asociación o un club deportivo por la
legislación nacional puede, no obstante, ser considerada una empresa a tenor del artículo 107, apartado 1, del
Tratado. Lo mismo ocurre con una entidad que formalmente sea parte de la Administración Pública. El único
criterio relevante es si ejerce una actividad económica. En segundo lugar, la aplicación de las normas sobre
ayudas de Estado no depende de si la entidad ha sido creada para generar beneficios. Las entidades sin ánimo de
lucro también pueden ofrecer bienes y servicios en un mercado porque la consideración de empresa es a los
efectos de la libre competencia. Cuando no sea ese el caso, las entidades sin ánimo de lucro permanecen fuera
del ámbito de control de las ayudas de Estado. En tercer lugar, la clasificación de una entidad como empresa se
relaciona siempre con una actividad específica. Una entidad que realiza actividades económicas y no
económicas se considerará una empresa únicamente en lo referente a las primeras actividades. Para aclarar la
distinción entre actividades económicas y no económicas, el TJUE ha dictaminado reiteradamente que cualquier
actividad consistente en ofrecer bienes o servicios en un determinado mercado constituye una actividad
económica a estos efectos.
Las disposiciones económicas propias de actividades que forman parte intrínseca de las
prerrogativas administrativas —tanto en cuanto al ejercicio de autoridad pública como al
ejercicio de cualquier potestad administrativa— no constituyen actividades económicas en
sí y, por tanto, no son ayudas de Estado sujetas a incompatibilidad con el mercado
interior. Son supuestos de ejercicio de autoridad pública, las del ejército o de la policía; la
seguridad y el control de la navegación aérea o el control o la seguridad del tráfico
marítimo, entre otras. En la medida en que la entidad pública ejerza además de autoridad
pública, una actividad económica que puede disociarse del ejercicio de sus prerrogativas,
dicha entidad actuaría como una empresa, a estos efectos, por lo que respecta a esa
actividad económica. En cambio, si dicha actividad económica es indisociable del ejercicio
de sus prerrogativas de autoridad pública, todas las actividades ejercidas por dicha
entidad seguirían considerándose actividades vinculadas al ejercicio de esas prerrogativas
y, por tanto, quedarían fuera del concepto de empresa.
Existen toda una serie de indicios de imputabilidad a los Estados de las denominadas
ayudas de Estado dado que el concepto tiene una vocación expansiva. De manera que no
sólo la disposición directa sino cualquier tipo de concesión puede ser considerada tal: “La
transferencia de fondos estatales puede revestir diversas formas, tales como subvenciones
directas, préstamos, garantías, inversión directa en el capital de compañías y beneficios en
especie”. El compromiso firme y concreto de facilitar fondos estatales en un momento
posterior, también se considera una transferencia de fondos estatales. No es necesario que
haya una transferencia positiva de fondos: es suficiente con que el Estado no haya
percibido ingresos. Por ello, renunciar a ingresos que, de lo contrario, se habrían pagado
al Estado, constituye una transferencia de fondos estatales. Por ejemplo, un “déficit” en
los ingresos fiscales y de la seguridad social generado por exenciones o reducciones
fiscales en impuestos o cotizaciones a la seguridad social concedidas por los Estados
miembros, o la exoneración de la obligación de pago de multas u otras sanciones
pecuniarias, cumple el requisito de fondos estatales del artículo 107, apartado 1, del
Tratado. La creación de un riesgo concreto que imponga una carga adicional para el
Estado en el futuro, mediante una garantía o una oferta contractual, es suficiente a efectos
del artículo 107, apartado 1. Todas estas disposiciones económicas que a estos efectos se
consideran ayudas de Estado en el ámbito europeo, no obstante, como hemos indicado, lo
son en su cuantía e intensidad concreta dado que respecto de ellas la disposición de
fondos para que sean subvención en sentido amplio o ayuda, requieren, tal y como indica
la LGS, que no exista contraprestación por parte del beneficiario.
En todo caso, para que la ayuda de Estado sea considerada incompatible con el mercado
interior, la medida ha de falsear o suponer una amenaza que falsee la competencia,
cuando mejora con toda probabilidad la posición competitiva del beneficiario frente a
otras empresas con las que compite. Se considera que existe un falseamiento de la
competencia cuando se concede una ventaja financiera a una empresa en un sector
liberalizado en el que hay, o podría haber, competencia. El hecho de que las autoridades
encomienden un servicio público a un prestador interno —aunque sean libres de
encomendar ese servicio a terceros— no excluye un posible falseamiento de la
competencia. Sin embargo, se excluye un posible falseamiento de la competencia si se
cumplen una serie de condiciones. El apoyo público puede falsear la competencia, aunque
no ayude a la empresa beneficiaria a expandirse y obtener cuotas de mercado. Basta que
la ayuda le permita mantener una posición competitiva más fuerte de la que habría tenido
de no habérsela concedido. A este respecto, para que se considere que la ayuda falsea la
competencia, suele ser suficiente que esta conceda al beneficiario una ventaja liberándolo
de los costes propios de su gestión corriente con los que normalmente debería haber
cargado. La definición de ayuda de Estado no requiere que el falseamiento de la
competencia o los efectos sobre el comercio sean significativos o determinantes. El hecho
de que el importe de la ayuda sea pequeño o que la empresa beneficiaria sea pequeña no
descarta tampoco de por sí un falseamiento, o la amenaza de falseamiento de la
competencia, siempre y cuando, no obstante, la probabilidad de ese falseamiento no sea
meramente hipotética —Comunicación de la Comisión relativa al concepto de ayuda
estatal conforme a lo dispuesto en el artículo 107, apartado 1, del Tratado de
Funcionamiento de la Unión Europea (2016/C 262/01)—.
El cumplimiento de las limitaciones relativas a las ayudas de Estado ha permeado, entre otras, a la aplicación de
las operaciones financiadas con cargo al Fondo de recapitalización de las empresas afectadas por Covid-19, que
se consideran así ayudas que han de ajustarse a la normativa de ayudas de Estado. El fomento con cargo a este
Fondo no se aplica en tanto en cuanto la Comisión Europa no lo autorice expresamente, según se indica en el
artículo 17 del Real Decreto-ley 5/2021, de 12 de marzo, de medidas extraordinarias de apoyo a la solvencia
empresarial en respuesta a la pandemia de la Covid-19. El “Marco Temporal para Medidas de Ayudas Públicas
para apoyar la Economía en el actual brote de Covid-19” de 19 de marzo de 2020 tiene vigencia hasta el 31 de
junio de 2021 en general y en el caso de las medidas de recapitalización hasta el 30 de septiembre de 2021.
Dado que la pandemia afecta a todos los Estados miembros y que las medidas de contención adoptadas por estos
afectan a las empresas, la Comisión considera que las ayudas estatales están justificadas y pueden declararse
compatibles con el mercado interior en virtud del precepto mencionado, durante un período de tiempo limitado,
para poner remedio a la escasez de liquidez a la que se enfrentan las empresas y garantizar que las
perturbaciones ocasionadas por el brote de Covid-19 no socaven su viabilidad, especialmente la de las Pymes. En
base a lo anterior, se contemplan diferentes tipos de ayudas, entre ellas:
▪ Subvenciones directas, ventajas fiscales selectivas y pagos avanzados a
empresas concretas.
▪ Avales por parte del Estado a préstamos concedidos por bancos a las empresas.
▪ Préstamos públicos en condiciones ventajosas a empresas.
▪ Garantías para los bancos que canalizan ayudas públicas a la economía real.
▪ Préstamos a la exportación a corto plazo (“Informe de la CNMC sobre las ayudas públicas en España. 2020”.
IAP/CNMC/001/20. 18 de diciembre de 2020).
VI. LA SUBVENCIÓN
1. Concepto y elementos
La subvención constituye la ayuda económica por excelencia y la expresión más
identificativa de la actividad de fomento administrativa. Tal es así que, a partir del
concepto de subvención en sentido estricto, se ha ido construyendo toda la teoría jurídica
de la ayuda pública. Por ello, es preciso estar siempre atentos a si cuando hablamos de
subvención lo hacemos en sentido estricto, refiriéndonos a esta tipología de ayuda en
particular o, si por el contrario, nos referimos a todo tipo de ayuda pública a la que, con
carácter general se le aplican con más o menos matices, los requisitos de la subvención en
sentido estricto.
Son tres los elementos o requisitos de la subvención en sentido estricto y que la delimitan
frente a figuras afines más amplias como son otro tipo de ayudas o frente a las meras
transferencias de fondos sin carácter de ayuda. En primer lugar, la entrega de fondos en
que consiste la subvención se ha de realizar sin contraprestación directa por parte de los
sujetos beneficiarios. De manera que en la subvención no hay obligación de devolución de
los fondos que constituyen la subvención que se entregan a fondo perdido. Por otro lado,
la utilización de dichos fondos está afectada a un fin, propósito, actividad o proyecto
específicos, existiendo obligación por parte del destinatario de cumplir las obligaciones o
requisitos que se hubieren establecido o, en el caso de incumplimiento se proceda a su
reintegro. Y, finalmente la subvención exige que la finalidad responda a una utilidad
pública o interés social.
En toda subvención existe un desplazamiento patrimonial proporcionando al
beneficiario una ventaja o beneficio de carácter patrimonial con aumento de su
patrimonio, consistente, bien en una entrega dineraria o en especie, por lo que quedan
fuera del concepto aquellas ventajas o beneficios en los que no exista desplazamiento,
cambio de titularidad del bien, como es el supuesto de los beneficios consistentes en evitar
un gasto. La entrega dineraria o en especie se ha de efectuar sin contrapartida directa de
los beneficiarios, lo que implica que la transferencia de fondos se realiza a fondo perdido,
con carácter no devolutivo. De modo que el beneficiario no ha de realizar prestación
devolutiva alguna. Este requisito ha llevado a la mayoría de la doctrina a considerar a la
subvención como una entrega gratuita, con ausencia de contraprestación. De acuerdo con
DIEZ PICAZO, “el acto es gratuito cuando hay sacrificio para uno y ventaja para otro…
en los negocios gratuitos hay una sola atribución y un solo desplazamiento, mientras que
en los onerosos hay dos atribuciones y dos desplazamientos en sentido recíproco e
inverso”. En este sentido, la subvención en sentido estricto es un acto gratuito puesto que
solamente existe una atribución y un único desplazamiento, sin una contraprestación
directa por parte del beneficiario.
Y todo ello sin perjuicio de la obligación de cumplir la finalidad de utilidad pública o
interés social porque, de no cumplirse, sí surge la obligación del reintegro, como más
adelante apuntaremos. La finalidad de la entrega dineraria o en especie determina a su vez
su calificación como subvención frente a la mera transferencia de fondos públicos que no
tenga la calificación de subvención en virtud de lo establecido en la LGS. De modo que, si
está afectada a un fin, propósito, actividad o proyecto específico, con obligación del
beneficiario de cumplir las condiciones y requisitos que se hubieran establecido o, en caso
de no cumplir, proceder a su reintegro, se calificará como subvención; en tanto que, si
debe destinarse la entrega dineraria a financiar operaciones o actividades no
singularizadas, no estamos ante una subvención.
Sin perjuicio de lo que se determina para las ayudas de Estado y, asimismo, sin perjuicio
de la regulación prevista para determinadas ayudas en el contexto de la crisis provocada
por la pandemia, el marco general del concepto de subvención, en sentido estricto y
amplio, nos lo ofrece la Ley de Subvenciones 38/2003, de 17 de noviembre (LGS),
aplicable, no sólo para las subvenciones en sentido estricto, sino a otro tipo de ayudas
públicas. Así, se expresa en su artículo 2 el concepto originario de subvención, señalando
que se trata de “toda disposición dineraria realizada por cualesquiera de los sujetos
contemplados en el artículo 3 de esta ley, a favor de personas públicas o privadas, y que
cumpla los siguientes requisitos:
– Que la entrega se realice sin contraprestación directa de los beneficiarios.
– Que la entrega esté sujeta al cumplimiento de un determinado objetivo, la ejecución
de un proyecto, la realización de una actividad, la adopción de un comportamiento
singular, ya realizados o por desarrollar, o la concurrencia de una situación, debiendo
el beneficiario cumplir las obligaciones materiales y formales que se hubieran
establecido.
– Que el proyecto, la acción, conducta o situación financiada tenga por objeto el
fomento de una actividad de utilidad pública o interés social o de promoción de una
finalidad pública.
Quedan explícitamente excluidos del ámbito de aplicación de la Ley de Subvenciones,
los premios que se otorguen sin la previa solicitud del beneficiario; las subvenciones
previstas en la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General; las
subvenciones reguladas en la Ley Orgánica 3/1987, de 2 de julio, de Financiación de los
Partidos Políticos y las subvenciones a los grupos parlamentarios de las Cámaras de las
Cortes Generales, en los términos previstos en los Reglamentos del Congreso de los
Diputados y del Senado, así como las subvenciones a los grupos parlamentarios de las
Asambleas autonómicas y a los grupos políticos de las corporaciones locales, según
establezca su propia normativa.
El artículo 2.4 de la LGS expresa algunas de las disposiciones económicas de la
Administración que no tienen carácter de subvenciones a pesar de cumplirse lo anterior:
– Las prestaciones contributivas y no contributivas del Sistema de la Seguridad Social.
– Las pensiones asistenciales por ancianidad a favor de los españoles no residentes en
España, en los términos establecidos en su normativa reguladora.
– También quedarán excluidas, en la medida en que resulten asimilables al régimen de
prestaciones no contributivas del Sistema de Seguridad Social, las prestaciones
asistenciales y los subsidios económicos a favor de españoles no residentes en España,
así como las prestaciones a favor de los afectados por el virus de inmunodeficiencia
humana y de los minusválidos.
– Las prestaciones a favor de los afectados por el síndrome tóxico y las ayudas sociales a
las personas con hemofilia u otras coagulopatías congénitas que hayan desarrollado la
hepatitis C reguladas en la Ley 14/2002, de 5 de junio.
– Las prestaciones derivadas del sistema de clases pasivas del Estado, pensiones de
guerra y otras pensiones y prestaciones por razón de actos de terrorismo.
– Las prestaciones reconocidas por el Fondo de Garantía Salarial.
– Los beneficios fiscales y beneficios en la cotización a la Seguridad Social.
– El crédito oficial, salvo en los supuestos en que la Administración pública subvencione
al prestatario la totalidad o parte de los intereses u otras contraprestaciones de la
operación de crédito”.
En este sentido, el Real Decreto 887/2006, de 21 de julio, por el que se aprueba el
Reglamento de la Ley 38/2003, de 17 de noviembre, General de Subvenciones (RGS),
expresa con carácter omnicomprensivo que lo previsto en la LGS, así como en su
articulado, es de aplicación a toda disposición dineraria que, cumpliendo con los
requisitos establecidos en el artículo 2.1 de la LGS, sea realizada por cualquiera de los
sujetos contemplados en el artículo 3 de dicha Ley a favor de personas públicas o privadas
“cualquiera que sea la denominación dada al acto o negocio jurídico del que se deriva
dicha disposición”. A pesar de ello, la aplicación de la LGS y RGS a una disposición
dineraria de este tipo no implica como hemos visto más arriba que todas las ayudas
públicas lo sean del mismo modo o con el mismo elemento o intensidad de ayuda, dado
que en unas esa intensidad es del cien por cien, constituyendo todo su objeto —
subvención en sentido estricto— mientras que en otro tipo de ayudas públicas, lo que
constituye fomento o ayuda en sí debe calcularse de modo concreto para determinar su
elemento o intensidad —préstamos subvencionados; anticipos reembolsables, entre otros
—.
El Real Decreto-ley 8/2020, de 17 de marzo, de medidas urgentes extraordinarias para hacer frente al impacto
económico y social del Covid-19 mejoró, por ejemplo, las condiciones de los ERTES, de forma que pudieran
acogerse a la prestación por desempleo todos los empleados afectados, independientemente de que hubieran
devengado el derecho a la misma. La prestación no se ha cobrado por tanto a cuenta del futuro derecho a
desempleo y, adicionalmente, se bonificó a la empresa entre un 75 por ciento y un 100 por ciento de la
Seguridad Social a cargo de la empresa. Por otro lado, a partir del 13 de mayo de 2020, fecha de la entrada en
vigor del Real Decreto-ley 18/2020, de 12 de mayo, de medidas sociales en defensa del empleo, se establecieron
ampliaciones del plazo de aplicación de las medidas y, en función de las circunstancias en las que se encontraran
las empresas (situación de fuerza mayor total o parcial y número de empleados), se definieron porcentajes de
bonificación de las cuotas de Seguridad Social. El 21 de mayo de 2020 el Instituto de Contabilidad y Auditoría de
Cuentas (ICAC) emitió una consulta sobre el tratamiento contable de los ERTES analizando cuál es su calificación
jurídica a los efectos de la actividad de fomento. La consulta estableció que el fondo económico de la
exoneración de la obligación de pago por parte de la empresa de determinados importes correspondientes a las
cotizaciones a la Seguridad Social es el de la percepción de una subvención, devengándose al mismo tiempo, y
de la forma en la que venía haciéndose anteriormente, el gasto en concepto de Seguridad Social a cargo de la
empresa. Es decir, pese a que la empresa no realiza tales pagos durante el tiempo que duran las medidas
excepcionales, los efectos que se desprenden de esta bonificación desde el punto de vista económico son
equivalentes a su pago efectivo, quedando siempre condicionada al cumplimiento de los requisitos establecidos.
Por tanto, la empresa continúa devengando el gasto en función de su naturaleza, reconociendo en sus cuentas la
percepción de una subvención. El ICAC no estimó en dicha consulta que la subvención se considerara no
reintegrable durante el periodo de permanencia de empleo, sino que centrándose en los aspectos contables
propios de su competencia consideró que la empresa debía evaluar si, atendiendo a la norma de provisiones, era
o no probable que tuviera que devolver las ayudas otorgadas. Asimismo, en relación a los derechos de
compensación de costes derivados de contratos de obras y servicios y concesiones con el sector público durante
el periodo del estado de alarma otorgados a determinadas entidades que prestan servicios o entregan bienes a las
Administraciones Públicas, queda en suspenso evaluar por parte del ICAC si este tipo de modificaciones se deben
tratar como subvenciones, en la medida en que el cliente está actuando como Administración, o como
modificaciones contractuales, dentro del marco contractual cliente-proveedor.
En todo caso, lo que resulta incorrecto es valorar que la devolución de fondos públicos —o bonificación— o su
reflejo de percepción a nivel de la declaración de la renta por parte de los beneficiarios contribuyentes constituya
una obligación por parte del beneficiario de la ayuda en el marco del concepto de subvención en sentido estricto,
dado que esta modalidad de ayuda que es la subvención no permite contraprestación alguna de naturaleza
sinalagmática o devolutiva.
El plazo que tiene la Administración para solicitar el reintegro son cuatro años desde el
momento en que venció el plazo para presentar la justificación por parte del beneficiario o
entidad colaboradora o desde el momento de la concesión, en el supuesto previsto en el
artículo 30.7 LGS y, en el supuesto de que se hubieran establecido condiciones u
obligaciones que debieran ser cumplidas o mantenidas por parte del beneficiario o entidad
colaboradora durante un período determinado de tiempo, desde el momento en que
venció dicho plazo.
El cómputo del plazo de prescripción se interrumpe por cualquier acción de la
Administración, realizada con conocimiento formal del beneficiario o de la entidad
colaboradora, conducente a determinar la existencia de alguna de las causas de reintegro;
por la interposición de recursos de cualquier clase, por la remisión del tanto de culpa a la
jurisdicción penal o por la presentación de denuncia ante el Ministerio Fiscal, así como
por las actuaciones realizadas con conocimiento formal del beneficiario o de la entidad
colaboradora en el curso de dichos recursos y, en general se interrumpe por cualquier
actuación fehaciente del beneficiario o de la entidad colaboradora conducente a la
liquidación de la subvención o del reintegro —art. 39.2 LGS—.
4.2. El procedimiento de reintegro
El procedimiento de reintegro de subvenciones se rige, como cualquier otro
procedimiento administrativo, por las disposiciones generales sobre procedimientos
administrativos contenidas en la LPAC. La LGS regula de forma muy breve algunos
aspectos especiales de este procedimiento que se inicia de oficio por acuerdo del órgano
competente, por iniciativa propia o por orden superior con petición razonada y asimismo
como consecuencia del informe de control financiero emitido por la Intervención General
de la Administración del Estado.
Una vez acordado el inicio del procedimiento de reintegro, como medida cautelar, el
órgano concedente puede acordar, a iniciativa propia o de una decisión de la Comisión
Europea o a propuesta de la Intervención General de la Administración del Estado o de la
autoridad pagadora, la suspensión de los libramientos de pago de las cantidades
pendientes de abonar al beneficiario o entidad colaboradora, sin superar, en ningún caso,
el importe que fijen la propuesta o resolución de inicio del expediente de reintegro, con los
intereses de demora devengados hasta aquel momento. La imposición de esta medida
cautelar debe acordarse por resolución motivada, que debe notificarse al interesado, con
indicación de los recursos pertinentes —arts. 35. 1 y 2 LGS—.
La audiencia del interesado debe garantizarse en la tramitación del procedimiento. El
plazo máximo para resolver y notificar la resolución del procedimiento de reintegro es de
doce meses desde la fecha del acuerdo de iniciación que sirve para el cálculo de la posible
caducidad. De manera que si transcurre el plazo para resolver sin que se haya notificado
resolución expresa, se produce la caducidad del procedimiento. Dicho plazo puede
suspenderse y ampliarse de acuerdo con lo previsto en el artículo 22 y 23 de la LPAC. La
resolución del procedimiento de reintegro pondrá fin a la vía administrativa —art. 42 LGS
—.
El Tribunal Supremo, en su Sentencia 436/2018, de 19 de marzo, zanja la cuestión interpretativa relacionada con
la redacción del artículo 42. 4 de la LGS que señala que: “Si transcurre el plazo para resolver sin que se haya
notificado resolución expresa, se producirá la caducidad del procedimiento, sin perjuicio de continuar las
actuaciones hasta su terminación y sin que se considere interrumpida la prescripción por las actuaciones
realizadas hasta la finalización del citado plazo”. La citada Sentencia señala que cuando han transcurrido más de
doce meses —plazo de caducidad— ello debe entrañar la finalización del procedimiento de reintegro, dando
lugar a la nulidad de la resolución tardía sobre el fondo, sin perjuicio de que, si aún no ha transcurrido el plazo
de prescripción de cuatro años, la Administración pueda incoar un nuevo procedimiento de reintegro. Tiene su
sentido el pronunciamiento teniendo en cuenta lo apuntado por el artículo 95.3 LPAC, dado que la falta de
diligencia de la Administración en el cumplimiento de los plazos legalmente establecidos para tramitar y resolver,
no puede servir para desnaturalizar la institución de la caducidad y sus efectos, ni ocasionar mayor inseguridad
jurídica a los beneficiarios de subvenciones. El TS manifiesta que el art. 42.4 LGS se interpretaba incorrectamente
en el sentido de que “el transcurso del plazo legalmente marcado y la caducidad del procedimiento no impiden
su continuación y que se dicte una resolución de fondo válida en dicho procedimiento sin necesidad de reiniciar
otro distinto”. Sin embargo, corrige el Tribunal: “… la esencia de la caducidad de un procedimiento es que queda
inhabilitado como cauce adecuado en el que poder dictar una resolución válida sobre el fondo”. Pero, con
independencia de que la caducidad produzca la finalización del procedimiento iniciado esto “no impide la
apertura de nuevo expediente sobre el mismo objeto, siempre que no haya transcurrido el plazo de prescripción”.
RESUMEN: En este Capítulo se analiza la actividad administrativa de servicio público que no es un concepto legal sino de
construcción doctrinal y legal. Se analiza el proceso de su desdibujamiento y asimismo los tipos de servicio público; los
supuestos en que no existe servicio público; sus modalidades de gestión directa e indirecta y, finalmente, sus principios,
potestades, así como el estatuto jurídico del usuario de estas prestaciones.
PALABRAS CLAVE: Servicio público en sentido objetivo y subjetivo. Servicio de interés económico. Servicio de interés general.
Servicio impropio. Servicios regulados. Servicios uti singuli y uti universi. Gestión directa. Gestión indirecta del servicio
público. Principio de continuidad. Principio de mutabilidad. Principio de igualdad en el servicio público. Potestad
reglamentaria del servicio público. Potestad de modificación o ius variandi. Potestad de fiscalización. Potestad tarifaria.
Derechos y deberes de los usuarios del servicio público.
Cuando el servicio público es gratuito para los usuarios, el gestor, ya sea directo o
indirecto, no recibe de estos cantidad alguna en contraprestación como tarifa, tasa o
precio, financiándose entonces con cargo a los presupuestos generales como sucede en el
caso de la enseñanza obligatoria en los supuestos de centros públicos y concertados que,
precisamente porque la educación obligatoria de naturaleza gratuita es un derecho de
todos —art. 27 CE—, la contraprestación no se recibe de los usuarios del servicio sino que
el centro concertado recibe el “concierto” o sostén financiero correspondiente a la
enseñanza obligatoria, de la Administración educativa y con cargo al presupuesto.
El hecho de que la potestad de fijar una contraprestación por el servicio público sea una
potestad inherente a este, no significa que siempre que existe tarifa, tasa, o precio por un
servicio, ello signifique que estamos ante un servicio público, pues en los casos de cobro
de tasas de ocupación del dominio público; cargos en medicamentos o loterías, no
estamos ante un servicio público dado que el objetivo de ese pago es la obtención de
ingresos, característico de los monopolios fiscales.
2.3. Potestad de ius variandi
En virtud del principio de mutabilidad, la Administración tiene la potestad de modificar
las condiciones del servicio público, con carácter amplio: su forma de gestión, sus tarifas,
sus características o formas de ofrecerlo. En ello consiste el ius variandi de la
Administración
Evidentemente cuando la gestión del servicio público es indirecta y, por tanto, existe un
contrato de concesión que supone que el gestor indirecto llega a unos acuerdos con la
Administración titular para prestar el servicio público, esta potestad tendrá el límite de
esos acuerdos, debiendo respetarse en el marco del ius variandi administrativo. Y en
ocasiones, puede llegar a ser tan importante la modificación, que la misma implique una
novación del acuerdo concesional y, por tanto, conduzca a la necesidad de que se
formalice entre la Administración y el concesionario, un nuevo contrato.
La LCSP, en su artículo 290 establece las limitaciones de esta potestad de modificación,
no sólo tarifaria, sino de cualquier naturaleza. De modo que la Administración puede
modificar las características del servicio contratado y las tarifas que han de ser abonadas
por los usuarios, con la limitación de que dicha modificación se justifique en razones de
interés público cuando concurran las circunstancias previstas en la propia ley. Si las
modificaciones afectan al régimen financiero del contrato de concesión del servicio, se
debe compensar a la parte correspondiente de manera que se mantenga el equilibrio de los
supuestos económicos que fueron considerados como básicos en la adjudicación del
mismo y, en el caso de que los acuerdos que dicte la Administración respecto al desarrollo
del servicio carezcan de trascendencia económica, el concesionario no tendrá derecho a
recibir una indemnización por razón de los mismos. El equilibrio económico del contrato,
en beneficio de la parte que corresponda, ha de mantenerse, en cualquier caso, bajo
determinados supuestos que se prevén en la propia LCSP.
La STSJ de Extremadura 1179/2019, de 12 de noviembre, es significativa en relación al núcleo esencial del ius
variandi, la cláusula de “riesgo y ventura” y asimismo el equilibrio financiero de las concesiones de servicios
públicos, señalándose qué causas pueden dar lugar a ese reequilibrio a costa de la Administraciones y cuales
otras forman parte del riesgo y ventura del concesionario. Señala la Sentencia: “Al margen de los casos de fuerza
mayor definidos legalmente, tampoco se aprecia riesgo imprevisible generador de un desequilibrio compensable;
al efecto invoca la actora de forma conjunta los principios de equidad y buena fe, la cláusula rebus sic stantibus,
la teoría de la imprevisión, y teorías similares, que sustenta en una premisa única, cual es que se ha producido
una alteración extraordinaria de las circunstancias que era imprevisible, sin embargo se trata de una incidencia en
los costes laborales, que en mayor o menor grado, es ordinaria y previsible y además periódica, reconducible al
principio de riesgo y ventura. No cabe hablar en consecuencia de riesgo imprevisible, de algo sorpresivo e
inimaginable, y por ello el incremento de costes en los contratos que pueda suponer la subida del SMI, ha de ser
asumida por los contratistas dentro del “riesgo y ventura” general a todos los contratos. Si no puede absorber esos
costes o incumple las obligaciones contractuales, se debería resolver el contrato por causa imputable al
contratista, con los efectos que ello tiene de acuerdo con lo previsto en la LCSP. Además, los órganos consultivos
y jurisdiccionales no han admitido la calificación de riesgos imprevisibles en supuestos en los que la causa
derivaba de decisiones o incidencias económicas generales, como los ciclos económicos, las devaluaciones de la
moneda o las fluctuaciones del precio del petróleo y sus derivados (dictámenes del Consejo de Estado 632/1994,
de 14 de marzo; 21/92, de 13 de febrero; IJCCA de Aragón 18/2012, de 19 de septiembre y 8/2013; Sentencia de
la Audiencia Nacional de 21 de octubre de 2013, sección 8ª; STS de 28 de enero de 2015 rec. 449/2012). Y
aunque en alguna ocasión han analizado la incidencia de supuestos riesgos imprevisibles en contratos diferentes
a las concesiones, siempre han rechazado la concurrencia de tales circunstancias confieran derechos
indemnizatorios a los contratistas (STS de 26 de diciembre de 1990, 30 de abril de 1999, en relación con el
incremento de los precios en los litigantes asfálticos en contratos de obras, o las STS de 30 de abril de 2001 o de
9 de diciembre de 2003, en relación a contratos de servicio de mantenimiento). Todo ello nos conduce a pensar
que el principio de mantenimiento del equilibrio económico de las concesiones, aun aplicado también al
contrato de servicios, no permite la compensación de los sobre costes derivados de la subida del SMI por decisión
gubernativa, ni como factum principis ni como riesgo imprevisible”.
3. El principio de mutabilidad
También llamado por algunos autores, principio de perfectibilidad, adaptabilidad —
PARADA— o principio de progreso porque supone que quien presta el servicio, ya sea la
Administración o un concesionario, está obligado a que dicha prestación se vaya
ajustando a los progresos que, con el tiempo, vayan existiendo respecto de la misma
prestación. De manera que el servicio público debe responder en todo momento, en sus
características materiales, a un óptimo nivel de satisfacción del interés general —
SANTAMARÍA—. La inserción de la denominada “cláusula de progreso” en los
contratos de concesión ya no se hace precisa como antaño se recogía porque la LCSP hace
obligado el cumplimiento de este principio a los concesionarios —art. 290 LCSP—.
El cuarto y último pilar lo constituye sin duda la propia existencia de la imposición a los
operadores del sector regulado, de las obligaciones legales propias de servicio público
(igualdad, continuidad, mutabilidad o progreso) por las cuales se compensa
económicamente a los operadores, que en todo caso requieren recabar el acto
administrativo de atribución del servicio en la medida en que el operador asume la
responsabilidad del cumplimiento de dichas obligaciones pues, de otro lado “las empresas
encargadas de la gestión de servicios de interés económico general o que tengan el carácter
de monopolio fiscal quedarán sometidas a las normas de los Tratados, en especial a las
normas sobre competencia, en la medida en que la aplicación de dichas normas no
impida, de hecho o de derecho, el cumplimiento de la misión específica a ellas confiada. El
desarrollo de los intercambios no deberá quedar afectado en forma tal que sea contraria al
interés de la Unión” —art. 106.2 TFUE—.
BIBLIOGRAFÍA: ARIÑO, G. “Errores y fracasos de la regulación”. Themis, núm. 52. 2006. FUERTES LÓPEZ, M.
“Personificaciones públicas y contratos administrativos. La última jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la
Comunidad Europea”. REALA, núm. 279, 1999. GIMENO FELIU, J. M. Novedades de la Ley de Contratos del Sector
Público de 30 de octubre de 2007 en la regulación de la adjudicación de los contratos públicos. Madrid, 2010. MEILÁN
GIL, J. L La “cláusula de progreso” en los servicios públicos. Madrid, 1968. MONTERO PASCUAL, J. J. Regulación
económica. La actividad administrativa de regulación de los mercados. 4ª edición. Valencia, 2020. REBOLLO PUIG,
M., VERA JURADO, D. J. (Dirs.). Derecho Administrativo. Tomo III. Modos y medios de la actividad administrativa. 2ª
ed. Madrid, 2019. RIVERO ORTEGA, R. “Igualdad, unidad y seguridad en la interpretación del Derecho
Administrativo”. RAP, núm. 146, mayo-agosto, 1998. SALA ARQUER, J. M. El principio de continuidad de los servicios
públicos: sus orígenes en el Derecho español, Madrid, 1977. SANTAMARÍA PASTOR, J. L. Principios de Derecho
Administrativo General, Vol. II. Madrid, 2018. SOSA WAGNER, F. “El empleo de recursos propios por las
Administraciones locales”. Libro Homenaje al profesor S. Martín-Retortillo. Estudios de Derecho Público Económico.
Madrid, 2007.
Capítulo VII
La actividad administrativa sancionadora
JESÚS ÁNGEL FUENTETAJA PASTOR1
SUMARIO:
I. LA POTESTAD SANCIONADORA DE LA ADMINISTRACIÓN: FUNDAMENTO Y ALCANCE
1. Responsabilidad sancionadora y sanción administrativa
2. La potestad sancionadora de la Administración
2.1. Justificación de la potestad sancionadora
2.2. Titularidad y naturaleza
2.3. Potestad sancionadora y potestad disciplinaria
4. Régimen jurídico de la potestad sancionadora
4.1. Marco constitucional
4.2. Marco legal
4.2.1. Legislación general
4.2.2. Legislación sectorial
4.3. Marco europeo
4.3.1. Convenio Europeo de Derechos Humanos
4.3.2. Derecho de la Unión Europea
II. LA SANCIÓN ADMINISTRATIVA
1. Concepto de sanción administrativa
2. Delimitación
3. Tipos de sanciones
III. LA INFRACCIÓN ADMINISTRATIVA
1. Concepto de infracción administrativa
2. Clases de infracciones
3. Concurso de infracciones
IV. PRINCIPIOS DE LA POTESTAD SANCIONADORA
1. Principio de legalidad
1.1. Reserva de ley
1.1.1. Contenido y alcance
1.1.2. El reglamento en materia sancionadora
1.1.3. Reserva de ley y potestad sancionadora de la Administración local
1.2. Principio de tipicidad
1.2.1. Contenido y fundamento
1.2.2. Tipificación
1.2.3. Interpretación de las normas sancionadoras
1.3. Irretroactividad
2. Principio de culpabilidad
3. Principio de proporcionalidad
4. Non bis in ídem
5. Prescripción
5.1. Prescripción de infracciones
5.2. Prescripción de sanciones
V. PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO SANCIONADOR
1. Procedimiento administrativo y sanciones
1.1. Necesidad y régimen jurídico
1.2. Derechos y garantías en el procedimiento administrativo sancionador
1.3. Actuaciones previas
2. Iniciación
3. Instrucción
4. Finalización
RESUMEN: El sujeto que realiza una conducta prohibida (infracción) incurre en responsabilidad, encontrándose sometido a la
potestad sancionadora de la Administración, la cual le podrá imponer una sanción administrativa. A partir de los conceptos de
“infracción” y de “sanción” administrativas, se estudian los principios que informan tanto la actividad legislativa al
establecerlas como la acción de la Administración al declarar la responsabilidad sancionadora e imponer la sanción que de
ella se deriva: legalidad; culpabilidad; proporcionalidad; non bis in idem, y prescripción de infracciones y sanciones.
Finalmente, el procedimiento administrativo en el que la Administración constata la realización de las conductas infractoras
e impone, finalmente, la sanción administrativa se caracteriza por la importancia singular de los derechos y garantías que se
reconocen al inculpado, de las actuaciones previas y de la actividad probatoria.
PALABRAS CLAVE: Potestad sancionadora. Infracción administrativa. Sanción administrativa. Tipicidad. Principio de
culpabilidad. Non bis in idem. Prescripción
2. Delimitación
Más allá de la diferenciación entre penas y sanciones que ya ha sido señalada, la sanción
administrativa comparte una serie de rasgos con otros actos o actuaciones de la
Administración desfavorables para sus destinatarios que, sin embargo, no tienen finalidad
represiva, sino garantizadora de la eficacia o de la efectividad de la legalidad de las
normas y de los actos. Resulta, pues, necesaria identificarlos porque no se sujetan al
régimen específico de las sanciones administrativas.
– Es el caso de medidas preventivas que adopta la Administración para asegurar el
cumplimiento de la Ley. Así, las “inspecciones”, en cuanto que actuaciones
encaminadas a averiguar hechos que pudieran posteriormente calificarse como
antijurídicos. O las “medidas cautelares”, adoptadas por la Administración para
garantizar la futura efectividad de sus actos. Y las “suspensiones” de los actos,
acordadas por la Administración para evitar la producción de efectos por conductas o
situaciones cuya legalidad se encuentra bajo análisis.
– Otros actos administrativos producen efectos perjudiciales, pero constituyen meras
medidas aplicativas de la legalidad. Por ejemplo, la revocación de los actos por la
producción de la condición a la que estaban sometidos (como la revocación de una
autorización, sea por cumplimiento de su plazo de duración, sea por incumplimiento
de las condiciones exigidas para su otorgamiento —STS 7-3-2023: revocación de
licencia de taxi por incumplir la obligación de no cederla a terceros—), o la
denegación de solicitudes por el incumplimiento de los requisitos exigidos para
reconocer un derecho.
– Más próximos a las sanciones son los actos de la Administración que se presentan
como reacciones al incumplimiento de obligaciones, pero que carecen del fin
represivo de la sanción, constituyendo medidas de restablecimiento de la legalidad
vulnerada. Así ocurre con las medidas de ejecución forzosa, que tienen como objetivo
la efectividad de los efectos jurídicos de los actos administrativos ante el
incumplimiento de los obligados por éstos. El supuesto más ilustrativo es el de la
“multa coercitiva”, que impone una obligación pecuniaria para forzar al
cumplimiento del acto objeto de ejecución. Precisamente por constituir una medida
garantizadora de la efectividad de la legalidad conculcada por quien estaba obligado
por un acto administrativo, la multa coercitiva es compatible con las sanciones que se
imponen por incumplir las obligaciones establecidas en las normas y tipificadas como
infracciones.
Para aclarar mejor la diferente naturaleza y funcionalidad de los actos de ejecución forzosa y de los actos
sancionadores, puede resultar conveniente explicar la articulación jurídica que realiza el Derecho para
reaccionar a los incumplimientos de las obligaciones que imponen las Leyes. Así, las normas establecen
obligaciones abstractas y generales ante cuya inobservancia la Administración puede reaccionar, por un lado,
dictando actos (por ejemplo, órdenes o mandatos) que exijan, de manera concreta e individual, el cumplimiento
de aquella obligación normativa y cuya inobservancia, esta vez, podrá ser impuesta efectivamente mediante los
medios de ejecución forzosa de los actos administrativos; y, por otro, dictando sanciones administrativas, siempre
y cuando la ley prevea como infracción el incumplimiento de la obligación que establece con carácter general y
abstracto. Por ejemplo, la Ley puede establecer que la realización de una determinada actividad industrial o
comercial requiere la obtención previa de una autorización administrativa. Si la empresa procede a realizar esa
actividad sin la debida autorización, la Administración podrá, por un lado, dictar un acto exigiendo a la empresa
el cese de la actividad y, de no cumplir dicho acto, ejecutarlo forzosamente; pero, por otro lado, aquella podría
sancionar a la empresa si la propia ley tipifica como infracción la conducta consistente en realizar la actividad sin
autorización. Como puede apreciarse, la orden de cese se encamina directamente a garantizar el cumplimiento
de la obligación legal, para lo cual puede la Administración valerse de los medios de ejecución forzosa; sin
embargo, la sanción no garantiza por sí misma la efectividad del cumplimiento de la obligación legal de realizar
la actividad con la necesaria autorización, pues su contenido no tiene relación con el objeto de la obligación (en
este caso, por ejemplo, si la sanción consiste en una multa), limitándose a castigar la realización de la conducta
infractora.
3. Tipos de sanciones
El Derecho recurre a diferentes tipos de sanciones administrativas, siendo la Legislación
sectorial la que determina las más adecuadas en función del bien jurídico protegido
(medio ambiente, urbanismo, salud, consumidores, etc.).
La sanción administrativa más habitual es la sanción pecuniaria, denominada
normalmente “multa”, que consiste en la imposición de una obligación económica que, de
no ser cumplida por el sancionado, podrá ser ejecutada forzosamente por vía de apremio.
La Ley puede prever que las sanciones sean de cuantía determinada o indeterminada, en
cuyo caso establecerá umbrales en cada grado de gravedad de la infracción, dentro de los
cuales la Administración, atendiendo a las circunstancias concurrentes en el caso concreto,
cifrará el montante preciso al decidir cada sanción. Tanto la previsión en la norma como
la decisión en el acto sancionador deberán tener en cuenta el criterio de que la cuantía de
la sanción pecuniaria sea tal que “la comisión de las infracciones tipificadas no resulte
más beneficioso para el infractor que el cumplimiento de las normas infringidas” (29.2
LRJSP), pues en tal caso no cumplirían su finalidad represiva —ya que el beneficio de
infringir la norma sería mayor que el castigo resultante por ello— ni tendrían efecto
disuasorio.
Las sanciones también pueden adoptar la forma de privaciones temporales de derechos,
como las “prohibiciones”, que impiden el ejercicio de actividades privadas (caso de la
suspensión o revocación a una empresa de la autorización ambiental integrada que le
permite realizar actividades contaminantes), o las “inhabilitaciones” para entablar
determinadas relaciones jurídicas con la Administración utilizando fondos o bienes
públicos (v.gr. para ser contratista de la Administración o beneficiario de subvenciones).
Cabe igualmente citar algunos tipos de sanciones que podemos encontrar en sectores específicos (CANO): la
“clausura o cierre” de locales, no por ausencia de requisitos para realizar la actividad, sino por el incumplimiento
de obligaciones tipificadas como infracciones; el “decomiso-comiso”, consistente en la privación de bienes
muebles que fueron medios o resultados de la comisión de infracciones (por ejemplo, la incautación de
mercancías en el sector del comercio minorista o en caso de venta de bebidas alcohólicas a menores); la
“amonestación”, pública o privada, a una persona física o jurídica (como en el ámbito de las entidades
aseguradoras); o, finalmente, la “sanción-publicación” (HUERGO), que se impone para infligir un daño a la
reputación de una persona (por ejemplo, infracciones a empresas en el ámbito del mercado de valores), y que
trascienden la mera publicación de otras sanciones, cuya finalidad es predominantemente informativa (como la
posibilidad prevista en la Ley de calidad alimentaria o en la de Responsabilidad Medioambiental).
2. Clases de infracciones
Interesa exponer las variadas clases de infracciones que se pueden producir atendiendo a
diferentes criterios, por las consecuencias que de ello se derivan, en particular a efectos de
la determinación de la sanción aplicable o del cómputo de la prescripción de la infracción.
Por su gravedad, las infracciones se suelen clasificar en muy graves, graves o leves. Según
la obligación subyacente a la infracción, éstas pueden ser de acción o de omisión. Y, en
función de su contenido, hay que diferenciar las infracciones de actividad (v.gr. consumir
alcohol en la vía pública) y las infracciones de resultado, donde la acción produce efectos
materiales sobre los bienes o intereses jurídicos objeto de protección (v.gr. dañar bienes
públicos).
Por sus características temporales, encontramos una compleja gama de infracciones:
– Infracciones instantáneas (v.gr. saltarse un semáforo), aunque los efectos o
consecuencias de la conducta antijurídica sean duraderos (conocidas, en tal caso,
como infracciones de estado: v.gr. apertura de un pozo sin autorización, rotura del
precinto de una máquina expendedora de tabaco o con el que se cerraba un
establecimiento).
– Infracciones permanentes, donde la conducta típica se prolonga en el tiempo, creando
un estado antijurídico cuya cesación depende de la voluntad de su autor y que
normalmente responden a la omisión del cumplimiento de un deber legalmente
establecido [v.gr. desarrollo de actividades sin la preceptiva autorización o sin realizar
la necesaria declaración responsable; apertura de pozo con extracción continua de
agua; y el muy frecuente supuesto de todo incumplimiento del deber de
comunicación de datos (STS 9-7-2020: relativa al retraso en la comunicación de datos
de ventas de energía; STS 29-5-2019, relativa a la falta de comunicación a la Comisión
Nacional del Mercado de Valores de la adquisición de participaciones significativas en
empresas que cotizan en Bolsa)]. La relevancia de esta clasificación radica en que el
cómputo del plazo de prescripción de la infracción no comienza a correr hasta que el
autor de la conducta cesa en ella.
– Infracciones continuadas, en las que se dan una pluralidad de conductas que vulneran el
mismo precepto en ejecución de un plan preconcebido o aprovechando idéntica
ocasión (29.6 LRJSP), como el caso de un Ayuntamiento que realiza vertidos de aguas
residuales al cauce de un río, sin autorización y sin su previa depuración; o el de un
empleado público que acude con retraso al trabajo de forma repetida; o los accesos,
reiterados y no autorizados, a datos personales: aunque se comete una pluralidad de
conductas, las cuales constituirían tantas infracciones, sólo se impone una sanción.
3. Concurso de infracciones
Es posible que se realicen varias conductas que constituyan tantas infracciones, pero que
se considere que se ha cometido una sola para que el resultado sancionador final no sea
desproporcionado o, simplemente, que se analicen en el mismo procedimiento
administrativo. Esta concurrencia o coincidencia es lo que se conoce como concurso de
infracciones, incluyendo fenómenos que se deben tener en cuenta, sobre todo, a la hora de
determinar la sanción aplicable (CANO).
A) Si las diferentes conductas presentan unidad de acción, la responsabilidad
sancionadora se examina en el mismo procedimiento, pero declarándola por cada una de
ellas, lo que puede desembocar en varias sanciones. Por ejemplo, conductor hablando por
el móvil sin llevar puesto el cinturón de seguridad.
B) Sin embargo, en el caso de pluralidad de conductas que infringen el mismo o
semejantes preceptos administrativos, con cierta unidad temporal, intencionalidad y
aprovechando la misma ocasión, nos encontraremos en presencia —como hemos visto—
de una infracción continuada (29.6 LRJSP), imponiéndose una única sanción pese a la
comisión de varias infracciones y evitando, así, un resultado desproporcionado
[realización de obras no permitidas en el cauce de un río para desviar y almacenar el agua
sin el debido título (STS 21-3-2014); acuerdos entre empresas intercambiando
información para fijar los precios, falseando la competencia (STS 1-12-2021)]. Además, la
Ley también señala que “[n]o se podrán iniciar nuevos procedimientos de carácter
sancionador por hechos o conductas tipificadas como infracciones en cuya comisión el
infractor persista de forma continuada, en tanto no haya recaído una primera resolución
sancionadora, con carácter ejecutivo” (63.3 LPAC).
C) También tiene un tratamiento especial el caso de que una infracción sea medio
necesario para la comisión de otra (“concurso medial”), existiendo entre ellas, pues, una
relación de recíproca necesidad. Al respecto, la Ley establece que “cuando de la comisión
de una infracción derive necesariamente la comisión de otra u otras, se deberá imponer
únicamente la sanción correspondiente a la infracción más grave cometida” (29.5 LRJSP).
Por ejemplo, un funcionario que incumple su jornada de trabajo y, para ello, realiza acciones con el objetivo de
eludir los sistemas de control horario, conductas ambas tipificadas como infracción cada una de ellas. No es, en
cambio, un concurso medial la incorrecta calificación por edades de una película o serie de televisión, con
escenas de violencia y consumo de alcohol —que constituye una infracción—, y su emisión fuera del horario de
protección reforzada a menores —que también está tipificada como infracción en la Ley General de
Comunicación Audiovisual—: calificar incorrectamente una serie no es medio necesario para emitirlo en horario
de protección reforzada (STS 23-2-2017)
1. Principio de legalidad
El principio de legalidad en el ámbito sancionador trasciende su mera virtualidad de
atribución de la potestad a la Administración para erigirse en una garantía esencial de su
configuración y ejercicio desde la triple dimensión formal (reserva de ley), material
(tipicidad de infracciones y sanciones) y temporal (irretroactividad).
1.1. Reserva de ley
1.1.1. Contenido y alcance
El principio de legalidad sancionadora establece una garantía formal respecto a la
norma que puede regular tanto las infracciones que generan la responsabilidad
sancionadora como las sanciones que son su consecuencia. Esa norma debe tener rango de
ley, pues así lo exigen la gravedad de los efectos perjudiciales que las infracciones y
sanciones producen restringiendo la libertad de los ciudadanos (estableciendo obligaciones
y prohibiciones generales y concretas) y sacrificando sus bienes y derechos.
No hay, pues, ni responsabilidad ni infracción ni sanción sin ley. De ahí que, si ésta es
declarada inconstitucional, las sanciones dictadas en su aplicación sean nulas, dado que,
por la eficacia ex tunc de aquella declaración, las conductas en cuestión no constituían
infracción al realizarse (STC 30/2017). Ni siquiera la firmeza de las sanciones impide
declararlas nulas, contemplando precisamente la Ley esa posibilidad como excepción a la
prohibición de revisar situaciones jurídicas consolidadas por la firmeza, ya sea ésta por
consentimiento de los destinatarios de los actos, ya por confirmación judicial.
El alcance de la reserva de ley en materia sancionadora incluye los elementos
fundamentales de la responsabilidad: desde los actos que la generan (tipificación de
infracciones, formas de conducta sancionables —por ejemplo, omisiones— y sujetos
responsables —por ejemplo, personas jurídicas, menores—) hasta los actos que son su
consecuencia (tipificación de sanciones, correspondencia entre infracciones y sanciones,
criterios de concreción aplicativa), pasando, obviamente, por las causas que extinguen esa
responsabilidad.
1.2.2. Tipificación
Por ello, la clave radica en la manera en que el Legislador redacta las normas que
establecen no tanto sanciones como, sobre todo, la más compleja operación de
descripción de las conductas que se consideran infracción. En este sentido, los supuestos
más problemáticos vienen dados por las tipificaciones por remisión y por la utilización de
conceptos jurídicos indeterminados al describir las conductas.
a) Tipificación por remisión. La descripción de la conducta que constituye la infracción
puede no venir directamente recogida en el propio precepto que establece dicha
infracción, sino remitirse a otros preceptos de la propia Ley o, lo que es más
problemático, a otras Leyes o normas.
– Remisión interna en la propia Ley. En este caso, el contenido de la infracción lo
constituyen los incumplimientos de las obligaciones establecidas en la propia Ley
que tipifica la infracción. Al acotar incluso formalmente el ámbito de referencia en
la misma norma legal, no se produciría confusión respecto a las conductas que
constituyen infracción.
Por ejemplo, la Ley Orgánica de Régimen Electoral General establece que “Toda infracción de las normas
obligatorias establecidas en la presente ley que no constituyan delito serán sancionadas por la junta electoral
competente…” (153.1 LOREG). Para el Tribunal Constitucional, “al tratarse de una remisión interna, al contenido
de la propia norma donde se establecen las sanciones, y teniendo esta norma por objeto un ámbito material muy
concreto y definido, como es la regulación del proceso electoral, la determinación precisa y objetiva de las
conductas objeto de sanción viene claramente acotada por el incumplimiento de las reglas obligatorias que se
relacionan y que son claramente identificables en el articulado de la ley” (STC 14/2021).
1.3. Irretroactividad
Además de la reserva de ley y de la tipicidad, el principio de legalidad sancionadora
incluye una garantía temporal por cuanto “[n]adie puede ser condenado o sancionado por
acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o
infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento” (25.1 CE),
garantizando asimismo la Constitución “la irretroactividad de las disposiciones
sancionadoras no favorables” (9.1 CE).
Por su parte, la Ley de Régimen Jurídico del Sector Público incluye dos prescripciones en
relación con la irretroactividad sancionadora:
– En primer lugar, la irretroactividad desfavorable (in peius): “[s]erán de aplicación las
disposiciones sancionadoras vigentes en el momento de producirse los hechos que constituyan
infracción administrativa”.
– Y, en segundo lugar, la retroactividad favorable (in bonum): “[l]as disposiciones
sancionadoras producirán efecto retroactivo en cuanto favorezcan al presunto infractor o al
infractor, tanto en lo referido a la tipificación de la infracción como a la sanción y a sus plazos
de prescripción, incluso respecto de las sanciones pendientes de cumplimiento al entrar en vigor la
nueva disposición”. En virtud de este criterio, si una conducta deja de ser considerada
infracción o se mitiga su sanción, deberá aplicarse la nueva norma, aunque los hechos
se produjeran y se hubieran ya sancionado conforme a la anterior.
2. Principio de culpabilidad
No basta que una conducta se corresponda con la tipificación que se recoge en la
infracción, sino que es necesario, además, adscribir dicha conducta a una persona, lo que
implica, por un lado, determinar jurídicamente su autoría y, por otro, considerar la
voluntariedad de su realización y el conocimiento de las consecuencias sancionadoras que
comporta. Por tanto, para que las conductas sean consideradas infracciones y sancionados
sus autores se precisa la culpabilidad de éstos. Como establece la Ley, los autores de los
hechos constitutivos de infracción sólo serán sancionados si resultan responsables de los
mismos “a título de dolo o culpa” (28.1 LRJSP).
No siendo habitual el dolo —recordemos, consciencia y determinación de realizar
conductas contrarias al Ordenamiento, lesionando bienes e intereses jurídicos—, en el
ámbito del Derecho Administrativo sancionador lo normal es que concurra culpa en el
infractor, no tanto por la imprudencia o negligencia de las personas responsables como
porque la propia descripción de las conductas que constituyen infracción se realiza
incluyendo el deber de cuidado o diligencia debida que se exige a los ciudadanos, de
manera que la mera realización de la conducta tipificada implica ya su comisión culposa
(HUERGO, CANO).
Así, circular con un coche sin pasar la ITV o trabajar en una construcción sin observar las medidas de seguridad
exigidas son conductas descritas como infracción en la norma sancionadora, sin necesidad de tener que probar la
negligencia del autor o la producción de daños como consecuencia de tales conductas. Las infracciones se suelen
tipificar de manera que se intenta evitar la producción de daños o, incluso, de riesgos, aunque éstos pueden ser
tenidos en cuenta para tipificar específicas infracciones o como agravantes al determinar la sanción. Por ejemplo,
“No hacer uso, o no hacerlo de forma adecuada, del cinturón de seguridad, sistemas de retención infantil, casco y
demás elementos de protección obligatorios”, “No respetar la luz roja de un semáforo” o “No respetar la señal de
stop o la señal de ceda el paso” son todas infracciones graves según la Ley de Tráfico y su contenido responde a
la diligencia que se exige al conductor, sin necesidad de tener que probar su negligencia para declararlo
responsable o de eximirle si no se han producido daños: la mera realización de esas conductas ya implica la
culpabilidad de su autor.
3. Principio de proporcionalidad
Establece la Ley que tanto en la determinación normativa del régimen sancionador como
en la imposición de sanciones por las Administraciones Públicas se deberá observar la
debida idoneidad y necesidad de la sanción a imponer y su adecuación a la gravedad del
hecho constitutivo de la infracción (29.3 LRJSP).
De esta manera, el principio de proporcionalidad, así consagrado, no sólo afecta a la
Administración, al decidir cada sanción concreta, sino también al Legislador. En efecto,
éste debe analizar la proporcionalidad del régimen sancionador que regule en función de
los tres criterios con los que se aplica dicho principio: en primer lugar, debe ponderar la
necesidad de utilizar la sanción como medida para reaccionar al incumplimiento de las
normas; en segundo lugar, la idoneidad del tipo de sanción que se autoriza imponer a la
Administración (pecuniarias, privaciones de derechos, etc.; por ejemplo, en caso de
menores las sanciones pecuniarias pueden resultar inidóneas porque, en última instancia,
el efecto dañino lo sufren los padres); y, en tercer lugar, su estricta proporcionalidad en
cuanto grado de perjuicio que infligen (por ejemplo, cuantías previstas que no sean
desmesuradas).
Desde el punto de vista de su configuración normativa, el principio de proporcionalidad
informa los tipos abstractos de sanciones imponibles.
– De entrada, ya sabemos que la propia Constitución excluye las sanciones que
supongan privación de libertad (25.3 CE).
– La Ley, por su parte, señala el criterio de que las sanciones pecuniarias que la norma
tipifique deberán prever “que la comisión de las infracciones tipificadas no resulte más
beneficioso para el infractor que el cumplimiento de las normas infringidas” (29.2 LRJSP),
pues la previsión de sanciones excesivamente moderadas o inidóneas pudiera no
reprimir —ni disuadir— la realización de las conductas que lesionan los bienes o
derechos protegidos.
– También se debe prever una correlación entre infracciones y sanciones según su
gravedad.
En lo que respecta al alcance del principio de proporcionalidad en el ejercicio aplicativo
de la potestad sancionadora por la Administración, ésta debe concretar la sanción más
adecuada según las circunstancias objetivas (hechos-conducta) y subjetivas (culpabilidad).
La concreción de la proporcionalidad de la sanción se deberá hacer conforme a los
posibles criterios predeterminados en la norma (como una variedad de sanciones o
márgenes de cantidades para cifrar sanciones pecuniarias).
La Ley recoge unas circunstancias básicas y generales —no exhaustivas— para la graduación de las sanciones
(29.3 LRJSP):
a) El grado de culpabilidad o la existencia de intencionalidad.
b) La continuidad o persistencia en la conducta infractora.
c) La naturaleza de los perjuicios causados.
d) La reincidencia, por comisión en el término de un año de más de una infracción de la misma naturaleza
cuando así haya sido declarado por resolución firme en vía administrativa.
Por su parte, las Leyes especiales y sectoriales pueden incluir circunstancias específicas en función del ámbito de
actuación: reiteración; adecuación a la capacidad económica del infractor; corrección de la situación por el
infractor en plazo ante requerimiento administrativo (LPAP)
El principio de proporcionalidad constituye hoy día uno de los criterios más importantes
que utilizan los Jueces y Tribunales para controlar el ejercicio que hace la Administración
de su potestad sancionadora. Y ello no sólo negativamente (anulando sanciones por
desproporcionadas), sino también positivamente, minorando sanciones para hacerlas
proporcionadas y evitando, así, la invalidez completa de la sanción, lo que no deja de ser
una sustitución judicial discutible al asumir funciones estrictamente administrativas
(REBOLLO, IZQUIERDO).
Relacionadas con el non bis in idem, aunque no se limiten a este principio, es necesario
tener en cuenta las reglas relativas, por un lado, a la preferencia penal sobre la vía
administrativa y, por otro, a la vinculación de la Administración a los hechos probados en
aquella, que se consideran la vertiente formal del non bis in idem material.
A) Preferencia penal: cuando los mismos hechos puedan constituir tanto delito como
infracción, se deberá primar la aplicación de la norma penal y trasladar los hechos a
esta Jurisdicción. El deber de la Administración no se limita a dicho traslado, sino que
debe abstenerse de incoar el procedimiento administrativo sancionador y, de haberlo
iniciado ya, suspenderlo, hasta que las actuaciones o el proceso penal concluyan,
pudiendo entonces retomarlo. Pero si recayó sentencia condenatoria y concurre la
triple identidad ya mencionada, el principio non bis in idem impide a la Administración
sancionar.
Si esta preferencia penal no se traduce en precedencia sancionadora por cualquier circunstancia —por ejemplo,
porque la Administración no se percató de la relevancia penal de los hechos o porque consideraba que su
medida carecía de carácter sancionador—, ello no impide al Juez penal ejercer su función jurisdiccional
preferente, pero en tal caso deberá “descontar y evitar todos los efectos negativos anudados a la previa resolución
sancionadora”, lo que evitaría una reacción punitiva desproporcionada (STC 2/2023, donde a un menor que
viajaba en transporte público sin billete, que costaba 1,45 €, se le impuso un “recargo” de 100€, siendo
posteriormente condenado por tales hechos por el Juzgado de menores, el cual, considerando sanción tal recargo
y no un mero suplemento por viajar sin billete, lo tuvo en cuenta a la hora de imponerle la pena, proceder que el
Tribunal Constitucional estimó acertado, si bien entendió que el Juzgado se había equivocado en el “descuento”
que llevó a cabo por compensar incorrectamente el recargo con la pena que decidió).
B) Vinculación a los hechos: “En los procedimientos de carácter sancionador, los hechos declarados
probados por resoluciones judiciales penales firmes vincularán a las Administraciones Públicas
respecto de los procedimientos sancionadores que substancien” (77.4 LPAC). Se evitan, así,
contradicciones entre los Jueces y la Administración (“unos mismos hechos no
pueden existir y dejar de existir para los órganos del Estado”, según formulación ya
clásica del Tribunal Constitucional), reconociendo igualmente que la capacidad del
proceso penal para averiguar los hechos suele ser mejor que la del procedimiento
administrativo. En virtud de esta regla, si la resolución penal declara la inexistencia de
los hechos o de su autoría, la Administración no podrá sancionar. Pero si la resolución
judicial absuelve por falta de pruebas, la Administración podría desarrollar su propia
actividad probatoria. En todo caso, obsérvese que la Administración se encuentra
vinculada por los “hechos declarados probados”, no por la calificación jurídica que
realice el Juez o Tribunal penal, pudiendo la Administración realizar las apreciaciones
e interpretaciones que les son propias para aplicar la normativa sancionadora.
Esta deferencia a la vía penal no se extiende a los demás órdenes jurisdiccionales, imponiendo una suerte de
prejudicialidad civil o social para poder interpretar y aplicar normas sancionadoras que incluyan conceptos
jurídicos civiles o laborales. Así, la Administración puede, autónomamente, considerar que una cláusula incluida
en un contrato privado es abusiva a los efectos de considerar que se ha cometido una infracción y sancionar
conforme a la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, sin necesidad de que previamente un
Juez o Tribunal civil haya declarado el carácter abusivo de dicha cláusula (STS 3-10-2019).
Junto a su dimensión material, se reconoce también el non bis in idem procedimental (de
“vertiente procesal o procedimental” habla la jurisprudencia), cuyo contenido teórico
sería el derecho a no ser sometido a dos procedimientos sancionadores, penales o
administrativos, con el mismo objeto, independientemente del sentido o resultado del
primero (absolutorio, condenatorio, etc.).
Sin embargo, su alcance no está aún claramente precisado en nuestro Ordenamiento, al menos no tanto como en
el marco europeo (CEDH y Derecho de la Unión Europea: BUENO). En principio, el Tribunal Constitucional
reduce esta vertiente procesal del non bis in idem al ámbito penal (es decir, dos procesos penales), admitiendo
excepcionalmente que se proyecte sobre un procedimiento administrativo sancionador atendiendo a la
complejidad de éste y a la naturaleza y magnitud de las sanciones. En todo caso, no habría lugar al non bis in
idem procedimental si el procedimiento administrativo hubiese precedido al proceso penal, pues aquel no se
habría desarrollado respetando todas las garantías para el interesado, entre las que se cuenta la ya citada
preferencia del proceso penal (STC 2/2023).
Por lo demás, se admiten procedimientos administrativos sancionadores tras proceso penal absolutorio por falta
de prueba o sin pronunciamiento sobre el fondo, pero también si entre el delito y la infracción no se diera la
triple identidad de sujeto, hechos y fundamento. En el caso de dos procedimientos administrativos sancionadores,
si ya se tramitó uno y concluyó declarando la inexistencia de infracción o de los elementos que generan la
responsabilidad sancionadora, no sería posible incoar un nuevo procedimiento por los mismos hechos, salvo que
se trate de concurrencia de infracciones (CANO). Sin embargo, si el procedimiento administrativo finalizó por
caducidad, no se ha producido decisión de la Administración sobre aquellos elementos determinantes de la
existencia de responsabilidad sancionadora, por lo que se podría incoar un nuevo procedimiento, siempre y
cuando la infracción no hubiere prescrito (95.3 LPAC; STS 13-12-2016).
5. Prescripción
En el capítulo relativo a los principios de la potestad sancionadora, la Ley de Régimen
Jurídico del Sector Público concluye con un artículo referente a la “prescripción”, si bien
se trata más bien de una técnica que articula el principio de seguridad jurídica, impidiendo
que el sujeto infractor se encuentre en una situación de incertidumbre temporalmente
indeterminada ante la posible amenaza de sanción.
La prescripción, en efecto, fija el plazo del que dispone la Administración para ejercer
válidamente su potestad sancionadora no sólo para declarar la responsabilidad del
infractor y aprobar la consecuente sanción (prescripción de infracciones), sino también
para ejecutar dicha sanción (prescripción de sanciones).
5.1. Prescripción de infracciones
La posibilidad de que la Administración declare la responsabilidad del autor de una
infracción y le imponga, consecuentemente, una sanción está sometida a un requisito
temporal en función del momento en el que se realizaron los hechos. Tal requisito
temporal constituye un plazo de prescripción que no sólo delimita el ejercicio válido de la
potestad sancionadora, sino que también es causa de extinción de la responsabilidad que
somete al sujeto infractor a aquella.
Por tanto, la prescripción de las infracciones imposibilita a la Administración para
declarar la responsabilidad de los infractores e imponerles la correspondiente sanción.
Con ello, se garantiza la seguridad jurídica de los ciudadanos, impidiendo la latencia
permanente de la amenaza de sanción, pero también la propia eficacia del sistema
sancionador, al aproximar el momento de la sanción al de la comisión de la infracción.
El plazo de prescripción de las infracciones será el que venga fijado en las
correspondientes leyes especiales o sectoriales, estableciendo supletoriamente la Ley de
Régimen Jurídico del Sector Público que las infracciones muy graves prescriben a los 3
años, la graves a los 2 y las leves, por su parte, a los 6 meses (30.1 LRJSP).
Como es habitual cuando de plazos se trata, su cómputo plantea ciertos problemas prácticos relativos a su
iniciación, interrupción o posterior reanudación.
– Iniciación: el plazo comienza a computarse el día en el que la infracción se cometió. Si la infracción no es, en
cambio, instantánea, sino permanente y continuada, deberá contarse desde que finalizó la conducta infractora
(30.2 LRJSP). Así, en el caso de un depósito tóxico no autorizado, la prescripción comienza a contabilizarse no
desde cuando se realizó dicho depósito sino cuando finalizó.
– Interrupción: el plazo de prescripción de la infracción se interrumpe cuando, con conocimiento del interesado,
se incoa el procedimiento sancionador (30.2 LRJSP), pero también cuando se pone en conocimiento de los
hechos al Ministerio Fiscal, por si pudieran ser constitutivos de delito, se haya iniciado o no el procedimiento
administrativo. Sin embargo, si el procedimiento sancionador finalizara por caducidad (es decir, sin dictarse
resolución en el plazo de duración que la normativa aplicable establezca), el tiempo de dicho procedimiento
no habrá interrumpido el plazo de prescripción, computándose a efectos de ésta.
– Reanudación: como hemos dicho, el plazo de prescripción se interrumpe por la incoación del procedimiento
sancionador, reanudándose, no obstante, si el expediente sancionador estuviera paralizado durante más de un
mes por causa no imputable al presunto responsable (30.2 LRJSP), excluyéndose del cómputo el plazo mensual
de paralización (STS 6-5-2021). También se reanudará al dictarse sentencia, si se interrumpió durante el
eventual proceso penal que se hubiere podido instruir, o por la comunicación del Ministerio Fiscal devolviendo
el expediente a la Administración por considerar que los hechos no generaban responsabilidad penal.
5.2. Prescripción de sanciones
A diferencia de la prescripción de la infracción, en el caso de la relativa a las sanciones la
responsabilidad sancionadora se ha declarado y actuado mediante la imposición de la
correspondiente sanción, pero tampoco la Administración dispone de un plazo
indeterminado para ejecutarla si el sancionado no la cumple. Una vez más, serán las leyes
especiales o sectoriales las que cifren dicho plazo, en defecto del cual se aplicarán los que
establece la Ley de Régimen Jurídico del Sector Público: 3 años para las sanciones por
infracciones muy graves; 2 años para las graves; y, finalmente, 1 año para las leves.
Este plazo de prescripción de las sanciones comienza a computarse “desde el día siguiente a aquel en que sea
ejecutable la resolución por la que se impone la sanción o haya transcurrido el plazo para recurrirla” (30.3
LRJSP), entendiéndose “ejecutable” en cuanto que ejecutiva por haber adquirido firmeza en vía administrativa
(90.3 LPAC), según explicaremos más adelante.
Finalmente, la Ley establece, por un lado, que “[i]nterrumpirá la prescripción la iniciación, con conocimiento del
interesado, del procedimiento de ejecución, volviendo a transcurrir el plazo si aquél está paralizado durante más
de un mes por causa no imputable al infractor” y, por otro, que “en el caso de desestimación presunta del recurso
de alzada interpuesto contra la resolución por la que se impone la sanción, el plazo de prescripción de la sanción
comenzará a contarse desde el día siguiente a aquel en que finalice el plazo legalmente previsto para la
resolución de dicho recurso” (30.3 LRJSP)
3. Instrucción
La fase de instrucción del procedimiento sancionador presenta una especial
trascendencia por la necesaria determinación y prueba de los hechos que constituirían
infracción y de su autoría, respetando siempre los derechos de defensa de los inculpados.
A) El trámite de alegaciones constituye expresión de ese derecho de defensa, permitiendo
a los interesados (en particular, al inculpado o presunto responsable) no sólo presentar
argumentos, sino también aducir documentos. Recordemos, además, que este trámite no
se consume en un solo acto del interesado, sino que se puede desplegar en otros tantos
como éste considere necesarios entre el acuerdo de iniciación y el trámite de audiencia.
Precisamente dicho acuerdo debe recordar al inculpado su derecho a formular alegaciones
e indicarle que, en caso de no efectuarlas, el acuerdo de iniciación “podrá ser considerado
propuesta de resolución cuando contenga un pronunciamiento preciso acerca de la
responsabilidad imputada” [64.2. f) LPAC]. En cualquier caso, la ausencia de alegaciones
no implica el reconocimiento por el inculpado de los hechos a él imputados.
B) La prueba, por su objeto y finalidad de constatación fáctica, resulta particularmente
importante tanto por los derechos fundamentales afectados (presunción de inocencia y
derecho de defensa) como por la necesaria determinación de los hechos para su eventual
posterior calificación jurídica como infracción.
Ya señalamos que la presunción de inocencia impone que la carga de probar los hechos
y la participación del inculpado en su realización recaiga sobre la Administración. Y
también hemos advertido que ésta se encuentra vinculada por los hechos probados en las
resoluciones penales firmes, de manera que, si la resolución judicial penal declara la
inexistencia de hechos y de autoría del inculpado, la Administración no podrá
sancionarle; pero si la resolución judicial penal absuelve por falta de prueba, el órgano
administrativo podría desarrollar su propia actividad probatoria para determinar los
hechos.
En el desarrollo de esta actividad probatoria, no se admiten las pruebas ilícitas que
hayan sido obtenidas vulnerando derechos fundamentales.
Numerosos ejemplos pueden darse de ello. Así, no es posible utilizar, como prueba de cargo en procedimiento
sancionador ajeno al ámbito tributario, los datos de los obligados tributarios cedidos por la Administración
tributaria (STS 11-3-2021: sanción de un Ayuntamiento a taxista que ejercía actividad con licencia de tercero,
basándose en informe de inspección tributaria elaborado para fines fiscales). Y tampoco es lícito el conocimiento
de hechos no contemplados por la autorización judicial de registro domiciliario (lo que se conoce como
“hallazgo casual”: se investigaba a una persona por unos hechos y se encuentran documentos relativos a otra
persona y a otros hechos: STS 25-10-2022). Sin embargo, sí es válida la sanción disciplinaria por incumplir el
horario basada en pruebas obtenidas por sistema de videovigilancia, pues el funcionario conocía de su existencia
y el derecho de información de la recogida de datos se satisfacía con la “pegatina” que lo advertía (STS 26-4-
2021).
4. Finalización
A) La forma normal de finalización del procedimiento será mediante resolución expresa,
dictada por órgano diferente al instructor, que “incluirá la valoración de las pruebas
practicadas, en especial aquellas que constituyan los fundamentos básicos de la decisión,
fijarán los hechos y, en su caso, la persona o personas responsables, la infracción o
infracciones cometidas y la sanción o sanciones que se imponen, o bien la declaración de
no existencia de infracción o responsabilidad” (90.1 LPAC).
Singular importancia tiene la motivación de la decisión, por su dimensión constitucional
en los actos sancionadores y por su conexión con el derecho a la tutela judicial y la
prohibición de indefensión, lo que permite la utilización, llegado el caso, del recurso de
amparo ante el propio Tribunal Constitucional. La motivación de las resoluciones
sancionadoras debe figurar en éstas, no siendo posible su subsanación en vía judicial.
Además, es necesario que se guarde correlación entre la resolución sancionadora y su
propuesta de resolución: “En la resolución no se podrán aceptar hechos distintos de los
determinados en el curso del procedimiento, con independencia de su diferente valoración
jurídica. No obstante, cuando el órgano competente para resolver considere que la
infracción o la sanción revisten mayor gravedad que la determinada en la propuesta de
resolución, se notificará al inculpado para que aporte cuantas alegaciones estime
convenientes en el plazo de quince días” (90.2 LPAC).
En el caso de que la resolución expresa aprecie la existencia de responsabilidad,
determinará la sanción que se impone al autor de la infracción. Como ya sabemos, la
Administración no se puede “inventar” la sanción, pues sólo puede imponer las que estén
tipificadas por Ley y según la eventual correlación que ésta establezca en función de las
infracciones. En la concreción de la sanción, la Administración deberá tener muy en
cuenta el principio de proporcionalidad, prestando especial atención a las circunstancias
que concurran y que, como hemos visto, podrán operar como agravantes o atenuantes.
Por otra parte, es preciso recordar la singular ejecutividad de las resoluciones
sancionadoras. En el caso de los procedimientos sancionadores, la resolución que lo
ponga fin sólo “será ejecutiva cuando no quepa contra ella ningún recurso ordinario en
vía administrativa” (90.3 LPAC). Por tanto, el acto no será ejecutivo por Ley mientras la
sanción no sea firme en vía administrativa, bien porque haya transcurrido el plazo sin
interponerse el recurso administrativo, bien hasta la resolución desestimatoria de dicho
recurso administrativo si se interpuso —pues la desestimación por silencio no hace
ejecutiva la sanción—.
En la medida en que, por esta regla, la Administración no puede aún ejecutar la sanción, se le permite adoptar, en
la propia resolución sancionadora, “las disposiciones cautelares precisas para garantizar su eficacia en tanto no
sea ejecutiva y que podrán consistir en el mantenimiento de las medidas provisionales que en su caso se hubieran
adoptado” (90.3 LPAC). Incluso cuando la resolución sea ya ejecutiva, “se podrá suspender cautelarmente, si el
interesado manifiesta a la Administración su intención de interponer recurso contencioso-administrativo contra la
resolución firme en vía administrativa”, suspensión cautelar que finalizará, en todo caso, bien porque transcurra el
plazo legalmente previsto sin que el interesado haya interpuesto recurso contencioso-administrativo, bien porque,
interpuesto éste, no se solicite en el propio recurso la suspensión cautelar de la resolución impugnada o porque el
órgano judicial se pronuncie sobre la suspensión cautelar solicitada.
Por último, en el caso de que las conductas sancionadas hubieran causado daños o
perjuicios a la Administración y la cuantía destinada a indemnizar estos daños no hubiera
quedado determinada en el propio procedimiento sancionador, la Administración incoará
un procedimiento complementario para fijar esa específica responsabilidad de carácter
patrimonial en la que hubiere también incurrido el autor de los hechos. Esta resolución sí
será inmediatamente ejecutiva, poniendo, además, fin a la vía administrativa (90.4 LPAC).
B) También se ha previsto la posibilidad del reconocimiento de responsabilidad por
parte del autor de la infracción, reconocimiento que permite prescindir de la fase de
instrucción, así como el pago voluntario, cuando de sanciones pecuniaries se trate y si se
produce antes de la resolución.
En cuanto a los efectos de ambos supuestos, “cuando la sanción tenga únicamente carácter pecuniario, el órgano
competente para resolver el procedimiento aplicará reducciones de, al menos, el 20% sobre el importe de la
sanción propuesta, siendo éstos acumulables entre sí. Las citadas reducciones, deberán estar determinadas en la
notificación de iniciación del procedimiento y su efectividad estará condicionada al desistimiento o renuncia de
cualquier acción o recurso en vía administrativa contra la sanción” (85 LPAC).
RESUMEN: En este capítulo se analiza el concepto de procedimiento administrativo desde una perspectiva general, y se
estudian tanto los principios que guían la actuación administrativa, como las partes que intervienen en el procedimiento.
PALABRAS CLAVE. Procedimiento administrativo. Principios. Partes. Derecho subjetivo. Interés legítimo. Abstención.
Recusación.
Esto es, las Comunidades Autónomas pueden regular procedimientos concretos para
determinadas materias o actividades de su competencia que, en cualquier caso, deberán
observar la regulación común sobre procedimiento administrativo del Estado.
En este sentido, la STC 33/2018, de 12 de abril, afirma que “la regulación de estos procedimientos administrativos
especiales no está, en nuestra Constitución, reservada al Estado… Por ello, en principio, cuando la competencia
legislativa sobre una materia ha sido atribuida a una Comunidad Autónoma, a ésta cumple también la aprobación
de las normas de procedimiento administrativo destinadas a ejecutarla, si bien deberán respetarse en todo caso las
reglas de procedimiento establecidas en la legislación del Estado dentro del ámbito de sus competencias’”. “En el
caso de que las Comunidades Autónomas cuenten sólo con atribuciones de desarrollo legislativo y ejecución,
también serán competentes, como regla general, para regular los correspondientes procedimientos administrativos
especiales en el marco de las normas de procedimiento común (general o singular) que haya establecido el Estado
ex artículo 149.1.18 CE [STC 45/2015, FJ 6 b)]”.
Pero no sólo podrá regular los procedimientos administrativos especiales cuando asuma
la competencia exclusiva sobre una materia (ordenación del territorio, urbanismo y
vivienda; agricultura, ganadería e industrias agropecuarias…—art. 31 Ley Orgánica
9/1982, de 10 de agosto, de Estatuto Autonomía Castilla La Mancha), sino también en el
caso de que sólo tuviera atribuida la competencia de desarrollo legislativo y ejecución
sobre una materia (régimen local o montes —art. 32 Ley Orgánica 9/1982, de 10 de
agosto, de Estatuto de Autonomía de Castilla La Mancha).
También el Estado, al ejercer una competencia estatal específica, puede dictar
procedimientos especiales concretos.
Tal y como señala la STC 55/2018, de 24 de mayo: “se sitúan extramuros del título “procedimiento administrativo
común” (art. 149.1.18 CE) las regulaciones que, aun aplicables a clases enteras de procedimientos, se han
adoptado en ejercicio de una competencia estatal más específica. Es el caso, por ejemplo, de los procedimientos
de preparación y adjudicación de contratos públicos o de expropiación forzosa; respecto de estos el Estado
cuenta con competencias normativas de diverso alcance en materia de contratación administrativa (art. 149.1.18
CE; STC 237/2015, de 19 de noviembre, FJ 7) y expropiación forzosa (art. 149.1.18 CE; STC 251/2006, de 25 de
julio, FJ 5), respectivamente”.
1. El principio de contradicción
La aplicación del principio de contradicción permite que, en el procedimiento
administrativo, las partes puedan defender sus intereses, teniendo la posibilidad de hacer
alegaciones y de aportar las pruebas que estimen convenientes, de manera que la
Administración no podría dictar una resolución administrativa sin permitir la audiencia a
los interesados.
La propia Constitución Española, en su artículo 105 c), exige que la Ley que regule el
procedimiento administrativo garantice la audiencia del interesado. Y la Ley de
Procedimiento Administrativo, en su artículo 75.4, garantiza la efectividad de los
principios de contradicción e igualdad entre las partes: “En cualquier caso, el órgano
instructor adoptará las medidas necesarias para lograr el pleno respeto a los principios de
contradicción e igualdad de los interesados en el procedimiento administrativo”.
Así, en cualquier procedimiento administrativo se podrán hacer valer los diferentes
intereses en juego, pudiendo ser adecuadamente confrontados por sus titulares antes de
que la Administración adopte una decisión definitiva (STS 8 de febrero de 1988).
De esta forma, el carácter contradictorio del procedimiento garantiza que los afectados
por la decisión que adopte la Administración puedan ejercer sus derechos en el
procedimiento y, en especial, que tengan acceso a toda la información necesaria para
defender adecuadamente sus intereses, y así poder formular alegaciones y aportar los
documentos y pruebas que hayan de ser tenidos en cuenta.
Como más adelante veremos, los derechos de los interesados se concretan en el artículo 53. 1 de la LPA.
2. Impulsión de oficio
En virtud de este principio, la Administración debe adoptar un papel activo en el
procedimiento administrativo, realizando la actividad necesaria para que la tramitación
siga su curso, sin necesidad de que los interesados tengan que solicitar su continuación,
hasta que se adopte la decisión final.
La obligación de la Administración de impulsar de oficio los procedimientos
administrativos en todos sus trámites se recoge en el artículo 71.1 LPA. De forma más
concreta, el art. 75.1 LPA prevé la impulsión de oficio de la fase de instrucción y el art.
77.2 LPA prevé que se acuerde de oficio la apertura del periodo de prueba cuando exista
discrepancia respecto a los hechos o cuando la naturaleza del procedimiento lo exija.
3. Celeridad, simplificación y concentración de trámites
El principio de celeridad se consagra en el artículo 71.1 LPA y conlleva la necesidad de
que los procedimientos se tramiten con la máxima rapidez posible, conforme al principio
de simplificación administrativa, de forma que se integren en un solo acto los trámites
que, por su naturaleza, admitan un impulso simultáneo y no sea necesario su
cumplimento sucesivo (art. 72.1 LPA), de manera que la tramitación no se demore sin
necesidad, y se llegue a la resolución sin dilaciones y lo antes posible.
A modo de ejemplo, una manifestación de estos principios la encontramos en el derecho de los administrados a
no presentar documentos que ya obren en poder de la Administración actuante (art. 53.1.d) LPA), respecto al cual
se afirma en la STS de 17 de marzo de 2010, que “el principio de eficacia o de eficiencia exigible a toda
Administración Pública —artículo 103 de la Constitución— comprende también los principios de celeridad y
economía, encontrándose la Administración Pública, en todo caso, al servicio de los ciudadanos”.
También es expresión de estos principios la obligatoriedad de los términos y plazos previstos para la tramitación
de asuntos, tanto para las autoridades y personal al servicio de las Administraciones Públicas como para los
interesados en los mismos (art. 29 LPA), previendo la Ley la posibilidad de reducir a la mitad estos plazos cuando
se acuerde por razones de interés público la tramitación de urgencia (art. 33 LPA).
4. Gratuidad
Aunque la Ley de Procedimiento Administrativo no contiene ningún precepto sobre la
gratuidad del procedimiento, en principio la tramitación del procedimiento administrativo
no conlleva gastos para el interesado. Hay que tener en cuenta que, a diferencia del
proceso judicial, el procedimiento administrativo no devenga costas, pues no es
obligatoria la asistencia de abogado o procurador, por lo que no se incurriría en dichos
gastos. Ni tampoco podrán ni la Administración ni los funcionarios que intervengan en el
procedimiento cobrar por su tramitación o por la realización de determinadas gestiones.
No obstante lo anterior, para determinados procedimientos iniciados a solicitud del
interesado en los que se pretende un acto favorable o ampliativo de derechos (por
ejemplo, una autorización o una concesión) está previsto el cobro de tasas. Pero estas
tasas no se cobran por la tramitación del procedimiento en sí, sino que son tributos “cuyo
hecho imponible consiste en la utilización privativa o el aprovechamiento especial del
dominio público, la prestación de servicios o la realización de actividades en régimen de
derecho público (…)” (art. 2.2.a) Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General Tributaria).
También prevé el artículo 78.3 de la Ley de Procedimiento Administrativo que se
puedan imponer al interesado los gastos que ocasionen determinadas pruebas que
proponga y que la Administración no tenga el deber de soportar, en cuyo caso se le podrá
incluso exigir el anticipo de estos, a reserva de la liquidación definitiva, una vez practicada
la prueba. Esto no significa que el interesado, siempre que proponga una prueba, deba
soportar los gastos que conlleve su práctica, pues si esto fuera así se estarían mermando
sus posibilidades de defensa y le podría colocar en situación de indefensión. Puesto que la
Ley no especifica qué gastos son los que no debe soportar la Administración, en la
práctica se entiende que cuando la Administración puede practicar la prueba propuesta
por el interesado con sus propios medios no tendrá coste para él y que, sin embargo,
cuando esta prueba no se puede practicar con los medios de que dispone la
Administración, el interesado deberá abonar el coste de su práctica.
5. Imparcialidad
Por mandato constitucional, la Administración debe servir con objetividad a los intereses
generales, con pleno sometimiento a la Ley y al Derecho (art. 103.1 CE).
Este deber de la Administración tiene reflejo en el procedimiento administrativo, en el
que se debe garantizar la imparcialidad y objetividad de los titulares de los órganos ante
los que se tramitan y resuelven los procedimientos, a cuyo fin se prevén las figuras de la
abstención y la recusación (art. 23 y 24 LRJSP).
Como más adelante veremos, las causas de abstención/recusación tienen como fin garantizar la neutralidad de la
Administración en la tramitación y resolución de los procedimientos administrativos, asegurando a tal fin la
imparcialidad y objetividad de los titulares de los órganos administrativos que intervienen en ellos.
Vemos, pues, cómo el principio general del acceso a la información pública cuenta con
numerosas limitaciones que dificultan y obstaculizan, en muchos casos, su ejercicio.
Otro principio que refuerza la Ley 39/2015 es el de participación en la toma de
decisiones públicas, regulando el art. 133 LPA la participación de los ciudadanos en las
consultas públicas previas al procedimiento de elaboración de normas con rango de Ley y
Reglamentos.
Encontramos, también, manifestación de este derecho de participación en el art. 83 de la
LPA, que prevé un trámite de información pública cuando la naturaleza del procedimiento
así lo requiera. Este trámite conlleva la participación de los ciudadanos en la actuación
administrativa, permitiendo que en determinados asuntos (por ejemplo, en materia de
urbanismo y medio ambiente) su voz sea oída en la adopción de las decisiones que les
afecten (STC 119/1995, de 17 de julio).
Precisamente, en esta Sentencia del Tribunal Constitucional se define este tipo de participación como “una
participación en la actuación administrativa (…), que no es tanto una manifestación de la soberanía popular
cuanto uno de los cauces de los que en un Estado social deben disponer los ciudadanos —bien individualmente,
bien a través de asociaciones u otro tipo de entidades especialmente aptas para la defensa de los denominados
intereses “difusos”— para que su voz pueda ser oída en la adopción de las decisiones que les afectan. Dicho
derecho, cuya relevancia no puede ser discutida, nace, sin embargo, de la Ley y tiene (…) la configuración que el
legislador quiera darle; no supone, en todo caso, una participación política en sentido estricto, sino una
participación —en modo alguno desdeñable— en la actuación administrativa, de carácter funcional o
procedimental, que garantiza tanto la corrección del procedimiento cuanto los derechos e intereses legítimos de
los ciudadanos. También se afirma en la sentencia que la finalidad del trámite de información pública “no es
realizar un llamamiento al electorado para que ratifique una decisión previamente adoptada (ni para que
determine el sentido de la que haya de adoptarse), sino, más bien, instar a quienes tengan interés o lo deseen a
expresar sus opiniones para que sirvan de fuente de información de la Administración y puedan favorecer así el
acierto y oportunidad de la medida que se vaya a adoptar, así como establecer un cauce para la defensa de los
intereses individuales o colectivos de los potencialmente afectados. Se trata de un llamamiento a las personas o
colectivos interesados al objeto de que puedan intervenir en el procedimiento de adopción de acuerdos”.
En el caso de transcurso del plazo para presentar un recurso, el acto se vuelve firme en
vía administrativa, sin que el interesado pueda volver a plantearlo.
Así, por ejemplo, si el interesado no interpone recurso de alzada en el plazo de un mes, la resolución será firme a
todos los efectos (art. 122.1 LPA). En el caso del recurso de reposición, si transcurrido un mes desde la
notificación de la resolución expresa no se interpone el recurso, no podrá volverse a interponer dicho recurso y
sólo cabrá la posibilidad de interponer recurso contencioso-administrativo, sin perjuicio, en su caso, de la
procedencia del recurso extraordinario de revisión (art. 124 LPA).
Si el último día del plazo es inhábil, se entiende prorrogado al primer día hábil siguiente.
Y si fuera hábil en el municipio o autonomía en la que reside el interesado e inhábil en la
sede del órgano administrativo, o a la inversa, se tiene por inhábil en todo caso.
Los plazos establecidos pueden ser ampliados, de oficio o a petición de los interesados,
por un plazo que no exceda de la mitad de los mismos, siempre que las circunstancias así
lo aconsejen y que no se perjudiquen derechos de terceros. No obstante, en ningún caso se
podrán ampliar plazos ya vencidos (art. 32.1 y 3).
Cuando una incidencia técnica haya imposibilitado el funcionamiento ordinario del
sistema o una aplicación, la Administración podrá determinar la ampliación de los plazos
no vencidos hasta que se solucione el problema.
También cabe la posibilidad de que los plazos se reduzcan a la mitad, salvo los relativos
a la presentación de solicitudes y recursos, cuando la Administración acuerde, de oficio o
a instancia del interesado, la aplicación al procedimiento de la tramitación de urgencia, si
razones de interés público así lo aconsejan.
1. La Administración
La Administración es la parte fundamental en el procedimiento administrativo, al
corresponderle no sólo la iniciación y la tramitación de éste, sino también su resolución.
Pero la Administración actúa en el procedimiento administrativo a través de los órganos
administrativos que tengan atribuida a tal fin la competencia, conforme a lo establecido a
las normas por las que se regule el procedimiento en cuestión (arts. 5 y 8 Ley 40/2015).
Esta competencia, en algunos procedimientos como los sancionadores, se encomienda a órganos distintos en la
fase instructora y en la sancionadora (art. 63.1 LPA). En otros procedimientos, como puede ser el de otorgamiento
de licencias (de obras, para la apertura de un establecimiento comercial…), es el mismo órgano el que los tramita
y resuelve. Y en procedimientos más complejos, como la aprobación de planes urbanísticos, intervienen órganos
de distintas administraciones (administración local y autonómica).
El Tribunal Supremo, en su sentencia de cuatro de octubre de 2010, respecto a la posible falta de abstención de la
Presidenta de un Tribunal Calificador de una Plaza de Profesor Titular de Universidad señaló que: “(…) el juicio
de la Comisión Juzgadora está avalado no sólo por su Presidenta sino también por sus restantes miembros, lo cual
descarta que aquella tuviera una influencia decisiva en el resultado del concurso y, en aplicación de lo
establecido en artículo 28.3 de la Ley 30/1992, hace injustificada la invalidez que con base en esa falta de
abstención ha sido pretendida para la actuación administrativa litigiosa”.
2. Los interesados
Todo procedimiento administrativo surte sus efectos sobre unas personas físicas,
jurídicas, públicas o privadas, que pueden resultar afectadas, con mayor o menor
intensidad, por la resolución que le ponga fin. A estas personas, que podrán intervenir
formalmente en el procedimiento, la Ley las denomina “interesados”.
2.1. Capacidad de obrar
Para poder participar en un procedimiento administrativo, es un requisito indispensable
poseer capacidad de obrar ante las Administraciones Públicas. Esta capacidad de obrar
aparece regulada en la Ley (art. 3 LPA) de un modo más amplio que en Derecho Civil,
pues, además de las personas físicas o jurídicas que la ostenten conforme a las normas
civiles (mayores de edad no incapacitados, salvo excepciones), la tendrán también los
menores de edad, para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya
actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico sin la asistencia de la persona que
ejerza la patria potestad, tutela o curatela, así como —siempre que una ley reconozca
expresamente dicha capacidad— los grupos de afectados (ej. grupos de consumidores y
usuarios), las uniones y entidades sin personalidad jurídica (ej. comunidades de
propietarios) y los patrimonios independientes o autónomos (ej. herencias yacentes).
2.2. Concepto de interesado y clases
Además de ostentar capacidad de obrar en el sentido que acabamos de señalar, para
poder intervenir en un procedimiento administrativo es asimismo necesario, que la
persona tenga alguna relación con el objeto del procedimiento en cuestión, por ser titular
de derechos o intereses legítimos.
Así, tendrán la consideración de interesados aquellas personas físicas o jurídicas,
públicas o privadas, que por ser titulares de derechos o intereses legítimos promuevan el
procedimiento, o los que, sin haberlo promovido, pudieran resultar afectados que la
resolución que se adopte.
El artículo 4 de la LPA regula distintas clases de interesados en el procedimiento
administrativo en función del grado de afectación que el resultado de éste pueda tener en
su esfera jurídica, considerando como tales a:
a) Quienes lo promuevan como titulares de derechos o intereses legítimos, individuales
o colectivos.
b) Los que, sin haber iniciado el procedimiento, tengan derechos que puedan resultar
afectados por la decisión que en el mismo se adopte.
c) Aquellos cuyos intereses legítimos, individuales o colectivos, puedan resultar
afectados por la resolución y se personen en el procedimiento en tanto no haya
recaído resolución definitiva.
Las asociaciones y organizaciones representativas de intereses económicos y sociales no
tienen, por el solo hecho de ostentar esta condición, la consideración formal de
interesados en el procedimiento, sino que exclusivamente lo serán cuando una Ley les
reconozca como titulares de intereses legítimos colectivos (4.2 Ley 39/2015).
La posición del titular de derechos en el procedimiento administrativo no es igual a la
del titular de un interés legítimo pues, en el primer caso, su intervención en el
procedimiento resulta necesaria, quedando obligada la Administración a identificarlos, a
emplazarlos y a notificarles las actuaciones que les afecten, siempre que sean conocidos,
ya que, en caso contrario, podrían encontrarse en una situación de indefensión
determinante de la invalidez de los actos que se adopten en el procedimiento, en particular
la resolución final. Por el contrario, en el caso de los titulares de intereses legítimos, su
participación en el procedimiento no resulta imprescindible, de manera que éste puede
tramitarse con independencia de si se personan o no en el mismo. Sólo tendrán la
consideración de interesados si son ellos los que promueven el procedimiento o se
personan en el procedimiento antes de que recaiga resolución definitiva.
Por ello, resulta primordial tener clara la diferencia entre los conceptos “derecho
subjetivo” e “interés legítimo”, a efectos de la posición que su titularidad confiere al
interesado en el procedimiento administrativo.
Por derecho subjetivo entendemos la facultad que el ordenamiento jurídico reconoce a
una persona para que, en el ámbito de una relación jurídico-administrativa, pueda exigir a
la administración un determinado comportamiento o el cumplimiento de una obligación
de dar, de hacer o de no hacer.
Así por ejemplo, el solicitante de una licencia de obras sobre un inmueble de su propiedad, o cualquier persona
contra la que se incoa un procedimiento sancionador, son titulares de derechos subjetivos en los procedimientos
en cuestión.
Sin embargo, el interés legítimo es un concepto mucho más amplio que el de derecho
subjetivo al bastar, para ser titular del mismo, con que la esfera jurídica de la persona
pueda quedar afectada (o quede afectada) por un acto o disposición administrativa, ya sea
porque le aporte un beneficio material o jurídico, o porque le provoque un perjuicio.
El fundamento del interés legítimo radica en “la utilidad que obtendría el actor si prosperase su pretensión, bien
por recibir un beneficio, bien por dejar de sufrir un perjuicio efectivo, de carácter material o jurídico, derivado
inmediatamente del acto o disposición recurridos” (STS 11 de octubre 2004).
Así, una persona es titular de un interés legítimo cuando la resolución administrativa que se vaya a dictar “pueda
repercutir, directa o indirectamente, pero de un modo efectivo y acreditado, es decir, no meramente hipotético,
potencial y futuro” en su esfera jurídica (STS 4 de febrero de 1991). Y este interés se entiende que existe “siempre
que pueda presumirse que la declaración jurídica pretendida habría de colocar al accionante en condiciones
legales y naturales de conseguir un determinado beneficio material o jurídico, incluso de índole moral, así como
cuando la persistencia de la situación fáctica creada o que pudiera crear el acto administrativo ocasionaría un
perjuicio, con tal de que la repercusión del mismo no sea lejanamente derivada o indirecta sino el resultado
inmediato de la resolución que se dicte o llegue a dictarse” (STS 4 febrero 1991).
El interés legítimo consiste, pues, en el que tienen aquellas personas que “por la situación objetiva en la que se
encuentran, por una circunstancia de carácter personal o por ser los destinatarios de una regulación sectorial, son
los titulares de un interés propio, distinto del de los demás ciudadanos o administrados y tendente a que los
poderes públicos actúen de acuerdo con el ordenamiento jurídico cuando, con motivo de la persecución de sus
propios fines generales, incidan en el ámbito de este interés propio, aunque la actuación de que se trate no les
ocasione, en concreto, un beneficio o servicio inmediato” (STS 4 de febrero de 1991).
Como ejemplo de titular de intereses legítimos en el procedimiento administrativo podríamos citar al propietario
de negocio sito en una calle que el Ayuntamiento quiere peatonalizar, dificultado así el acceso en vehículo.
Los derechos que ostentan los interesados en el seno del procedimiento administrativo
(art. 53 LPA) cumplen una clara función garantista, pues tienen como objetivo prioritario
el asegurar que éste se tramite de manera transparente y justa para ellos, permitiéndoles el
acceso a toda la información que les pueda resultar necesaria y útil para hacer valer sus
intereses, dándoles la posibilidad de formular las alegaciones que estimen oportunas y de
utilizar los medios de defensa permitidos por el ordenamiento jurídico. La Ley de 2015
flexibiliza las exigencias en cuanto a la documentación a aportar, estableciendo
determinados derechos para los supuestos en los que se relacionen electrónicamente con la
Administración.
En concreto, la Ley de Procedimiento Administrativo Común recoge un elenco de
derechos de los interesados en el procedimiento administrativo, elenco que no es
exhaustivo pues también incluye aquellos otros previstos en la Constitución y en las
Leyes. Tales derechos son:
a) A conocer, en cualquier momento, el estado de la tramitación de los procedimientos
en los que tengan la condición de interesados; el sentido del silencio administrativo
que corresponda, en caso de que la Administración no dicte ni notifique resolución
expresa en plazo; el órgano competente para su instrucción, en su caso, y resolución;
y los actos de trámite dictados. Asimismo, también tendrán derecho a acceder y a
obtener copia de los documentos contenidos en los citados procedimientos. Cuando
los interesados se relacionen con la Administración a través de medios electrónicos,
tendrán derecho a consultar esta información en el Punto de Acceso General
electrónico de la Administración.
b) A identificar a las autoridades y al personal al servicio de las Administraciones
Públicas bajo cuya responsabilidad se tramiten los procedimientos.
c) A no presentar documentos originales salvo que, de manera excepcional, la
normativa reguladora aplicable establezca lo contrario. En caso de que,
excepcionalmente, deban presentar un documento original, tendrán derecho a
obtener una copia autenticada de éste.
d) A no presentar datos y documentos no exigidos por las normas aplicables al
procedimiento de que se trate, que ya se encuentren en poder de las
Administraciones Públicas o que hayan sido elaborados por éstas.
e) A formular alegaciones, utilizar los medios de defensa admitidos por el
Ordenamiento Jurídico, y a aportar documentos en cualquier fase del procedimiento
anterior al trámite de audiencia, que deberán ser tenidos en cuenta por el órgano
competente al redactar la propuesta de resolución.
f) A obtener información y orientación acerca de los requisitos jurídicos o técnicos que
las disposiciones vigentes impongan a los proyectos, actuaciones o solicitudes que se
propongan realizar.
g) A actuar asistidos de asesor cuando lo consideren conveniente en defensa de sus
intereses.
h) A cumplir las obligaciones de pago a través de medios electrónicos tales como tarjeta
de crédito o débito; transferencia bancaria; domiciliación bancaria; o cualesquiera
otros que se autoricen por el órgano competente en materia de Hacienda Pública.
Además de estos derechos, en los procedimientos administrativo de naturaleza
sancionadora, los presuntos responsables tendrán los siguientes derechos:
a) A ser notificado de los hechos que se le imputen, de las infracciones que tales hechos
puedan constituir y de las sanciones que, en su caso, se les pudieran imponer, así
como de la identidad del instructor, de la autoridad competente para imponer la
sanción y de la norma que atribuya tal competencia.
b) A la presunción de no existencia de responsabilidad administrativa mientras no se
demuestre lo contrario.
BIBLIOGRAFÍA: ALARCÓN SOTOMAYOR, L., “El procedimiento administrativo”, en Derecho Administrativo. Tomo II.
Régimen Jurídico básico y control de la Administración, Tecnos, Madrid, 2017 (2ª ed) pp. 17-73; FERNÁNDEZ FARRERES,
G., Sistema de Derecho Administrativo I, Thomson Reuters-Aranzadi, Pamplona, 2018 (4ª ed); GARCÍA DE ENTERRÍA,
E./FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, T. R., Curso de Derecho Administrativo II, Thomson Reuters-Aranzadi, Pamplona 2022
(17ª ed); PARADA VÁZQUEZ, R., Derecho Administrativo II. Régimen Jurídico de la actividad administrativa, Dikinson,
Madrid, 2019 (24ª ed., 1ª en esta editorial); SÁNCHEZ MORÓN, M., Derecho Administrativo. Parte General, Tecnos,
Madrid, 2019 (15ª ed); SANTAMARÍA PASTOR, J. A., Principios de Derecho Administrativo General II., Iustel, Madrid, 2018
(5ª ed); VAQUER CABALLERÍA, M., “La codificación del procedimiento administrativo en España”, Revista General de
Derecho Administrativo, Nº. 42, 2016.
Capítulo IX
La tramitación del procedimiento administrativo
SARA MEDINA GONZÁLEZ
SUMARIO:
I. LA INICIACIÓN DEL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
1. La iniciación de oficio
2. La iniciación a instancia de los interesados
3. Actuaciones previas
4. Medidas provisionales
II. LA INSTRUCCIÓN DEL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
1. La prueba
2. Informes
3. Trámite de audiencia
4. Información pública
III. LA TERMINACIÓN DEL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
1. La resolución
2. La terminación convencional
3. El desistimiento y la renuncia
4. La caducidad del procedimiento por inactividad del interesado
5. La imposibilidad material de continuar el procedimiento
IV. LA TRAMITACIÓN SIMPLIFICADA DEL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
V. LA OBLIGACIÓN DE RESOLVER DE LA ADMINISTRACIÓN Y EL SILENCIO ADMINISTRATIVO
1. La obligación de resolver de la Administración
2. La superación del plazo máximo de duración del procedimiento administrativo sin que se dicte y notifique resolución
expresa: la técnica del silencio administrativo
2.1. El silencio administrativo en los procedimientos iniciados a solicitud del interesado
2.2. La falta de resolución expresa en los procedimientos iniciados de oficio
RESUMEN: En este capítulo se analizan los trámites en los que se estructura el procedimiento administrativo, y se estudia la
obligación de resolver de la Administración y el silencio administrativo.
PALABRAS CLAVE: Tramitación. Iniciación. Solicitud. Denuncia. Prueba. Informe. Instrucción. Audiencia. Información pública.
Resolución. Desistimiento. Renuncia. Silencio administrativo.
1. La iniciación de oficio
Esta forma de iniciación de los procedimientos administrativos se emplea en aquellos
procedimientos de los que derivan consecuencias negativas para los administrados, como
en el caso de los procedimientos sancionadores.
Los procedimientos se inician de oficio cuando la propia Administración, en concreto el
órgano competente, así lo decide, bien por su propia iniciativa, como consecuencia de una
orden superior, por la petición razonada de otros órganos, o por denuncia (art. 58 LPA).
El procedimiento se inicia por la propia iniciativa del órgano competente cuando éste
tiene conocimiento, directo o indirecto, de circunstancias, conductas o hechos objeto del
mismo (art. 59).
Por ejemplo, el inicio de un procedimiento por propia iniciativa del órgano al tener conocimiento directo de unos
hechos, a resultas de actividades de inspección.
Asimismo, puede que algún órgano administrativo sin competencia para iniciar el
procedimiento tenga conocimiento de las circunstancias, conductas o hechos objeto del
mismo, y formule una petición razonada al órgano competente para la iniciación. Es
indiferente si el conocimiento de estos hechos es ocasional o si deriva de las funciones de
inspección, averiguación o investigación que este órgano tenga atribuidas. La petición no
vincula al órgano competente para iniciar el procedimiento, pero en el caso de que decida
que no procede la iniciación deberá motivar las razones por las que adopta esta decisión
(art. 61).
Si se tratase de procedimientos de naturaleza sancionadora, las peticiones deben especificar, en la medida de lo
posible, la persona o personas presuntamente responsables; las conductas o hechos que pudieran constituir
infracción administrativa y su tipificación; así como el lugar, fechas o periodo de tiempo continuado en el que los
hechos se produjeron.
Es importante tener en cuenta que las denuncias deben expresar siempre la identidad de
la persona que las presenta y el relato de los hechos que ponen en conocimiento de la
Administración, por lo que no se podrán cursar, en ningún caso, denuncias de carácter
anónimo.
La denuncia no confiere, por sí sola, la condición de interesado al denunciante, ni obliga
a la Administración a iniciar el procedimiento, pero cuando en ella se invoque un
perjuicio para el patrimonio de las Administraciones Públicas, deberá motivar la no
iniciación del procedimiento y notificar a los denunciantes si se ha iniciado o no.
Llama la atención cómo la Ley fomenta que se denuncien las infracciones
administrativas, bien eximiendo de la sanción que pudiera corresponderle al denunciante
que hubiera participado en la comisión de una infracción junto con otros infractores y
fuera el primero en aportar pruebas que permitieran comprobar la infracción, bien
reduciendo el importe de la sanción, cuando facilitase elementos de prueba que aportaran
un valor añadido significativo respecto de aquellos de los que se disponga (art. 62.4).
El plazo de subsanación de 10 días podrá ser ampliado hasta cinco días más, a petición
del interesado o a instancia del órgano administrativo, cuando la aportación de los
documentos requeridos presente dificultades especiales y no se trate de procedimientos
selectivos o de concurrencia competitiva.
También puede darse el caso de que el órgano competente recabe del solicitante la
modificación o mejora voluntaria de los términos de la solicitud. De ello levantará acta
sucinta, que se incorporará al procedimiento.
Aquí no estamos ante una subsanación o corrección formal de la solicitud, sino que a través de esta vía el
interesado podrá modificar el propio contenido de su solicitud.
3. Actuaciones previas
Antes de iniciarse el procedimiento, el órgano competente puede abrir un periodo de
información o actuaciones previas para conocer las circunstancias del caso concreto y la
conveniencia o no de iniciar el procedimiento (art. 55 LPA).
Estas actuaciones previas cobran todo su sentido en el ámbito del procedimiento sancionador. Como ejemplo de
ellas, podemos citar las actuaciones para determinar la veracidad de las denuncias de la Guardia Civil sobre la
existencia en un domicilio de una explotación de animales sin autorización, en malas condiciones higiénico-
sanitarias y con animales sin registrar ni vacunar, que conllevarían el necesario acceso al inmueble para su
inspección (Sentencia Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (Burgos) de 29 de mayo de 2020).
4. Medidas provisionales
En determinados supuestos, durante la tramitación de procedimiento y hasta que recae
la resolución definitiva, pueden darse circunstancias que pongan en riesgo la efectividad
de la resolución que pudiera recaer. Precisamente, para garantizar y asegurar en estos
casos la efectividad de la resolución, el artículo 56 de la LPA prevé que de manera
cautelar se puedan adoptar medidas provisionales e, incluso, provisionalísimas.
Una vez iniciado el procedimiento, el órgano competente para resolver puede adoptar,
de oficio o a instancia de parte y de forma motivada, las medidas provisionales que estime
oportunas para asegurar la eficacia de la resolución, de acuerdo con los principios de
proporcionalidad, efectividad y menor onerosidad.
En los casos de urgencia inaplazable y para la protección provisional de los intereses
implicados, el órgano competente para iniciar o instruir el procedimiento podría adoptar,
de oficio o a instancia de parte y de forma motivada, medidas provisionalísimas antes de
la iniciación del procedimiento. Estas medidas deben ser confirmadas o levantadas en el
acuerdo de iniciación del procedimiento, que deberá efectuarse en los 15 días siguientes a
su adopción. Si este acuerdo no contuviera ningún pronunciamiento respecto a las
medidas provisionalísimas, o si no se iniciara el procedimiento en el plazo de 15 días, las
medidas quedan sin efecto.
En cuanto a las medidas que se pueden adoptar, el elenco es bastante amplio, pues la
Ley de Procedimiento Administrativo se remite a las medidas previstas en la Ley de
Enjuiciamiento Civil: suspensión temporal de actividades; prestación de fianzas; retirada o
intervención de bienes productivos, suspensión temporal de servicios por razones de
sanidad, seguridad e higiene o cierre temporal de establecimientos; embargo preventivo de
bienes, rentas y cosas fungibles; depósito, retención e inmovilización de cosa mueble;
intervención y depósitos obtenidos mediante actividad que se considere ilícita cuya
cesación se pretenda; consignación o depósito de las cantidades que se reclamen; retención
de ingresos a cuenta que deban abonar las Administraciones Públicas; así como cualquier
otra medida que se estime necesaria para asegurar la efectividad de la resolución, o que
para la protección de los derechos de los interesados prevean expresamente las leyes.
Vemos pues, cómo no estamos ante una enumeración cerrada y, en principio, cabría la
adopción de aquellas medidas que se consideren más idóneas para garantizar la
efectividad de la resolución, con dos límites claros: que no puedan causar perjuicio de
difícil o imposible reparación a los interesados y que no impliquen violación de derechos
amparados por las leyes.
Como ejemplos de medidas provisionales podemos citar la suspensión de empleo y sueldo de un empleado
público durante la tramitación de un expediente disciplinario (STSJ Madrid 11 de julio de 2018); la suspensión del
procedimiento para la autorización de instalación de parques eólicos durante la tramitación de un anteproyecto
de Ley que suponía un cambio normativo (STS de 23 de marzo de 2018); la paralización de obras de
construcción durante la tramitación de un expediente para la Declaración de Bien de Interés Cultural (STS de 11
de junio de 2012); o la suspensión temporal de una actividad molesta durante la tramitación de un expediente
sancionador por emisiones sonoras (STS de 16 de enero de 2002).
1. La prueba
El órgano administrativo debe realizar todas las actividades probatorias necesarias para
la determinación, el conocimiento y la comprobación de los hechos en virtud de los cuales
deba pronunciarse la resolución (arts. 77 y 78 LPA).
El Tribunal Supremo en su Sentencia de 22 de febrero de 2006 determinó el alcance del derecho a la prueba y su
delimitación, que se resume en las siguientes características:
“1) Pertinencia. El art. 24.2 CE, que se refiere a la utilización de los medios de prueba “pertinentes”, implica que
su reconocimiento no ampara un hipotético derecho a llevar a cabo una actividad probatoria ilimitada, en virtud
de la cual las partes estarían facultadas para exigir cualesquiera pruebas que tengan a bien proponer, sino que
atribuye sólo el derecho a la admisión y práctica de las que sean pertinentes, entendiendo por tales aquellas
pruebas que tengan una relación con el thema decidendi [supuesto que debe decidirse] (…), pues lo contrario
significaría que se pudiese alargar indebidamente el proceso o se discutiesen cuestiones ajenas a su finalidad (…),
vulnerándose así el derecho de las otras partes a obtener un proceso sin dilaciones indebidas reconocido también
en el art. 24.2 CE.
2) Diligencia. Tratándose de un derecho de configuración legal, la garantía que incorpora ha de realizarse en el
marco legal establecido en el ordenamiento jurídico respecto a su ejercicio (…). Es preciso, por un lado, que la
parte legitimada haya solicitado la prueba en la forma y momento legalmente establecido y que el medio de
prueba esté autorizado por el ordenamiento.
3) Relevancia. Es exigible que se acredite por la parte recurrente, a quien corresponde la carga procesal
correspondiente, la existencia de una indefensión constitucionalmente relevante (…); cosa que se traduce en la
necesidad de demostrar que la actividad probatoria que no fue admitida o practicada era decisiva en términos de
defensa (…), esto es, que hubiera podido tener una influencia decisiva en la resolución del pleito (…), al ser
susceptible de alterar el fallo en favor del recurrente.
No es necesario que los interesados soliciten la apertura del periodo de prueba para que
el órgano instructor lo acuerde, pues puede hacerlo de oficio cuando no tenga por ciertos
los hechos alegados por los interesados, o la naturaleza del procedimiento lo exija.
El periodo de prueba tendrá una duración no superior a 30 días ni inferior a 10,
pudiéndose acordar por el instructor, a petición de los interesados, un periodo
extraordinario de prueba por un plazo no superior a 10 días.
La Ley permite acreditar los hechos relevantes para la decisión de un procedimiento a
través de cualquier medio de prueba admisible en Derecho, siendo válidas, entre otras, la
prueba documental, pericial o testifical, así como los medios de reproducción de palabra,
sonido e imagen y soportes físicos para el archivo de información. En el caso de que la
prueba consista en la emisión de un informe de un órgano administrativo, organismo
público o Entidad de derecho público, se entenderá que éste tiene carácter preceptivo, de
manera que, si no fuese aportado en plazo, se podrá suspender la tramitación del
procedimiento.
En relación a la naturaleza y valor probatorio de los informes de la Administración obrantes en el expediente
administrativo, la STS de 17 de febrero de 2022 contiene tres interesantes reflexiones: la primera, que “no es lo
mismo que un informe o dictamen emanado de la Administración se haga valer como medio de prueba en un
litigio entre terceros o en un litigio en que esa misma Administración es parte. En este último supuesto, no tiene
sentido decir que el informe o dictamen goza de imparcialidad y, por ello, merece un plus de credibilidad: quien
es parte no es imparcial. Además, cuando esto ocurre, el dato es relevante, pues exige no eludir la proveniencia
puramente administrativa del informe o dictamen, examinando hasta qué punto ello ha podido influir en las
conclusiones periciales”. La segunda, que “no todos los expertos al servicio de la Administración se encuentran en
una misma situación de dependencia con respecto al órgano administrativo llamado a decidir. Por mucha que sea
la capacitación técnica o científica de la concreta persona, no es lo mismo un funcionario inserto en la estructura
jerárquica de la Administración activa que alguien que —aun habiendo sido designado para el cargo por una
autoridad administrativa trabaja en entidades u organismos dotados de cierta autonomía con respecto a la
Administración activa. (….) Pues “mientras que el funcionario inserto en la estructura jerárquica de la
Administración activa está manifiestamente en situación de dependencia, el lazo es menos acusado en el otro
supuesto”. Y la tercera, que “seguramente hay supuestos en que los informes de origen funcionarial, aun
habiendo sido elaborados por auténticos técnicos, no pueden ser considerados como prueba pericial. Ello ocurre
destacadamente cuando las partes no tienen ocasión de pedir explicaciones o aclaraciones (arts. 346 y 347 de la
Ley de Enjuiciamiento Civil y art. 60 de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa). Dichos informes no
tendrán más valor que el que tengan como documentos administrativos, y como tales habrán de ser valorados”.
También tienen valor probatorio los documentos que formalicen los funcionarios a los
que se reconozca la condición de autoridad (como, por ejemplo, miembros y fuerzas de
Seguridad del Estado o inspectores) en los que se recojan hechos constatados por ellos,
siempre que observen los requisitos legales.
Esto tiene gran trascendencia práctica en sectores de la actividad administrativa sancionadora como, por ejemplo,
tráfico y seguridad vial, caza y pesca.
Pero hay que tener presente que el valor probatorio de estos documentos no es mayor que el que de los demás
medios de prueba admitidos en Derecho, por lo que cabría prueba en contrario.
Tal y como afirma la Sentencia del Tribunal Constitucional 35/2006, de 13 de febrero, “los atestados
incorporados al expediente sancionador son susceptibles de valorarse como prueba, pudiendo haber servido para
destruir la presunción de inocencia (…), pero no gozan de mayor relevancia que los demás medios de prueba
admitidos en Derecho y, por ello, ni han de prevalecer necesariamente frente a otras pruebas que conduzcan a
conclusiones distintas, ni pueden impedir que el órgano judicial forme su convicción sobre la base de una
valoración o apreciación razonada del conjunto de las pruebas practicadas (Sentencias del Tribunal
Constitucional 76/1990, de 26 de abril y 14/1997, de 28 de enero”.
Hay que tener en cuenta que la certeza de los actos que gozan de presunción de veracidad (actas de inspección,
denuncias, atestados policiales…) está condicionada al cumplimiento de determinadas condiciones y
formalidades. Tal y como declaró la Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de febrero de 1998 “su contenido
debe reflejar hechos objetivos, presenciados in situ y constatados material y directamente por el funcionario
interviniente como resultado de su propia y personal observación, sin hacer constar deducciones, opiniones,
apreciaciones, consecuencias, hipótesis o juicios de valor subjetivos que pueda realizar el inspector”. Además, tal
y como puso de manifiesto el TC en la Sentencia 76/1990, de 26 de abril “Ese valor probatorio sólo puede
referirse a los hechos comprobados directamente por el funcionario quedando fuera de su alcance las
calificaciones jurídicas, los juicios de valor o las simples opiniones”.
En todo caso, la Administración debe notificar los interesados, con antelación suficiente,
el lugar, fecha y hora en que se vaya a practicar las pruebas que hayan sido admitidas, con
la advertencia, en su caso, de que el interesado puede nombrar técnicos para que le
asistan.
Hay que tener en cuenta que el artículo 22, letra e), de la Ley de Procedimiento Administrativo dispone que el
transcurso del plazo máximo legal para resolver un procedimiento y notificar la resolución se podrá suspender
“cuando deban realizarse pruebas técnicas o análisis contradictorios o dirimentes propuestos por los interesados,
durante el tiempo necesario para la incorporación de los resultados al expediente”.
En los supuestos en los que, a petición del interesado, deban efectuarse pruebas cuya
realización implique gastos que no deba soportar la Administración, ésta podrá exigir el
anticipo de estos, a reserva de la liquidación definitiva, una vez practicada la prueba.
Como vimos en el capítulo precedente, en cuanto al alcance del concepto de gastos “que no debe soportar la
Administración”, ante la falta de respuesta legal al respecto, en la práctica se entiende que si la prueba puede ser
practicada con los medios de que dispone la Administración, no tendrá coste para el interesado pero, por el
contrario, si los medios de prueba propuestos por el interesado no pueden practicarse con los medios de que
dispone la Administración, el interesado habrá de soportar el coste de su práctica.
2. Informes
Los informes son actuaciones administrativas en las que un órgano especializado realiza
una declaración de juicio sobre alguna cuestión o cuestiones objeto de un determinado
procedimiento administrativo y que sirven para instruir al órgano decisor.
Los informes son meros actos de trámite y no actos definitivos susceptibles de revisión independiente, de modo
que, si no se estuviera de acuerdo con el contenido del informe, habría que impugnar la resolución final
adoptada en función del informe (STS 26 de junio de 1998, de 25 de noviembre de 1992)
3. Trámite de audiencia
Se trata de un trámite fundamental del procedimiento administrativo siendo, además, el
único de sus trámites que la Constitución Española menciona expresamente (art. 105 c)
CE).
De conformidad con el artículo 82 LPA, el trámite de audiencia se sitúa al final del
procedimiento, una vez instruido éste y antes de redactarse la propuesta de resolución,
para que los interesados puedan acceder al expediente administrativo y, una vez
examinado éste, en un plazo no inferior a diez días ni superior a quince, puedan efectuar
alegaciones y aportar los documentos y las justificaciones que estimen convenientes. No
obstante, si manifestaran su decisión de no hacerlo antes del vencimiento de este plazo, se
tendrá por realizado el trámite.
Es un trámite esencial, pues permite a los interesados tener un conocimiento de todo el
expediente y basándose en su información, poder realizar la mejor defensa de sus
intereses. Pese a la importancia de este trámite, para que su omisión constituya un vicio
determinante de nulidad del procedimiento, es imprescindible que esta omisión produzca
indefensión real y efectiva en los interesados.
No basta, pues, con la mera omisión del trámite de audiencia para que se anule el procedimiento, sino que para
ello resulta necesario que esta omisión haya colocado a los interesados en situación de indefensión. Tal y como
señala la STS de 30 de septiembre de 2004, “no toda omisión del trámite de audiencia genera por sí sola
indefensión”. Pues si la omisión de este trámite no es relevante y no supone una merma en el derecho de defensa
del interesado, no lo estaría colocando en una situación de indefensión determinante de la nulidad de la
resolución final (STS de 6 de julio de 2011 y STS de 6 de noviembre de 2013).
En este sentido, la STS de 12 de diciembre de 2001 declara que “esta Sala viene afirmando de modo reiterado la
necesidad del cumplimiento del trámite de audiencia en los procedimientos en que la Ley lo prescribe. También
viene sosteniendo la obligación de la Administración de cumplir dicho trámite y las consecuencias dañosas que
de su incumplimiento se derivan. Ahora bien, el incumplimiento del trámite reseñado no puede producir de modo
automático la anulación del procedimiento en que la omisión ha tenido lugar. En este sentido, ni el artículo 105
de la Constitución Española contempla la “audiencia del interesado” como un trámite inexorable, sino sólo
“cuando proceda”, ni el artículo 84 de la ley 30/1992 lo preceptúa como forzoso, contrariamente, dicho
precepto expresamente admite la posibilidad de prescindir de él. Por tanto, habrá de estarse a las circunstancias
del caso contemplado y decidido, para determinar el alcance de su omisión”. No basta, pues, con que el
interesado afirme que se ha omitido la audiencia, sino que ha de hacer referencia y razonar la lesión que para sus
derechos se ha derivado de la omisión de dicho trámite. “La indefensión ha de tener alcance material y no
consiste sólo en el incumplimiento del trámite de audiencia”. En este mismo sentido, vid. STS de 23 de mayo de
2005.
4. Información pública
Mediante este trámite, que sólo se abre cuando la naturaleza del procedimiento así lo
requiere, cualquier persona, sea o no interesada, puede participar en el procedimiento
presentando alegaciones.
En cuanto a su naturaleza, resulta de gran interés la Sentencia del Tribunal Constitucional 119/1995, de 17 de
julio: “Se trata de una participación en la actuación administrativa —prevista ya, por cierto, en la legislación
anterior a la Constitución—, que no es tanto una manifestación del ejercicio de la soberanía popular cuanto uno
de los cauces de los que en un Estado social deben disponer los ciudadanos —bien individualmente, bien a través
de asociaciones u otro tipo de entidades especialmente aptas para la defensa de los denominados intereses
“difusos”— para que su voz pueda ser oída en la adopción de las decisiones que les afectan. Dicho derecho,
cuya relevancia no puede ser discutida, nace, sin embargo, de la Ley y tiene —con los límites a que antes hemos
aludido— la configuración que el legislador quiera darle; no supone, en todo caso, una participación política en
sentido estricto, sino una participación —en modo alguno desdeñable— en la actuación administrativa, de
carácter funcional o procedimental, que garantiza tanto la corrección del procedimiento cuanto los derechos e
intereses legítimos de los ciudadanos. El hecho mismo de que muchas de estas formas de participación se
articulen, como se ha dicho, a través de entidades de base asociativa o corporativa pone de relieve su diferente
naturaleza respecto de la participación política garantizada por el art. 23 C.E.; ésta, según tiene declarado este
Tribunal, es reconocida primordialmente a los ciudadanos —uti cives— y no en favor de cualesquiera categorías
de personas (profesionalmente delimitadas, por ejemplo) (SSTC 212/1993 y 80/1994, y ATC 942/1985). Este
hecho manifiesta, igualmente, que no estamos ante cauces articulados para conocer la voluntad de la generalidad
de los ciudadanos —en los distintos ámbitos en que territorialmente se articula el Estado— precisamente en lo que
tiene de general, sino más bien para oír, en la mayor parte de los casos, la voz de intereses sectoriales de índole
económica, profesional, etc. Se trata de manifestaciones que no son propiamente encuadrables ni en las formas
de democracia representativa ni en las de democracia directa, incardinándose más bien en un tertium genus que
se ha denominado democracia participativa”.
1. La resolución
El modo habitual de terminación del procedimiento administrativo es a través de una
resolución dictada por el órgano competente para ello, en la que se debe decidir sobre
todas las cuestiones planteadas por los interesados, así como sobre aquellas otras que
derivaran del procedimiento (art. 88.1).
Durante la tramitación del procedimiento pueden surgir cuestiones conexas con el objeto
de este, sobre las que el órgano competente podrá pronunciarse en la resolución. Ahora
bien, cuando dichas cuestiones no hubieran sido planteadas por los interesados, deberá
ponérselas de manifiesto para que éstos puedan, por un plazo no superior a quince días,
formular alegaciones y, en su caso, aportar los medios de prueba que estimen
convenientes.
Un principio fundamental que han de respetar todas las resoluciones administrativas es
el de congruencia, de forma que, en los procedimientos tramitados a solicitud del
interesado, no se podrá en ningún caso agravar su situación inicial.
El principio de congruencia conlleva que la Administración no puede extender su pronunciamiento “extra petita”,
esto es, más allá de las pretensiones formuladas por el recurrente (STS de 21 de octubre de 1997). Exige, por
tanto, que la resolución se mueva dentro del límite de las cuestiones planteadas por los interesados y conlleva la
prohibición de reformatio in peius, que garantiza que los interesados no vean empeorada su situación inicial, en
particular en procedimientos de carácter impugnatorio (esto es, recursos). Así, por ejemplo, la Administración no
puede empeorar la situación de quien presenta un recurso de reposición frente a la liquidación por el Impuesto
Municipal sobre el Incremento del Valor de los Terrenos, revisando al alza el importe de dicha liquidación (STS
de 16 de septiembre de 1995). O un Profesor no puede revisar a la baja la calificación de un alumno al resolver
la reclamación presentada por éste.
Por último, es preciso señalar que, con independencia de la forma y lugar señalados por
el interesado para la práctica de las notificaciones, la resolución se dictará
electrónicamente, garantizando la identidad del órgano competente y la integridad del
documento que se formalice.
2. La terminación convencional
La LPA (art. 86) prevé expresamente que las Administraciones Públicas puedan celebrar
acuerdos, pactos, convenios o contratos con personas públicas o privadas que tengan la
consideración de finalizadores de los procedimientos administrativos, o que se inserten en
ellos con carácter previo, vinculante o no, a la resolución que les ponga fin. En el primer
caso, el acuerdo sustituía la resolución. Y en el segundo, el acuerdo se adoptaría con
carácter previo a la resolución que ponga fin al procedimiento y formaría parte de ella en
el caso de ser vinculante, mientras que, si no lo fuera, serviría para preparar dicha
resolución, pero la Administración podría en ella apartarse de su contenido, siempre que
lo motivara.
Como podemos observar, en el artículo 86 LPA el legislador establece un enunciado
bastante amplio e impreciso, por lo que se podrían incluir en él diferentes y variadas
formas de acuerdos entre la Administración y otras personas públicas o privadas. No
obstante, estos acuerdos deberán respetar unos requisitos mínimos que la Ley enumera de
forma clara:
– No podrán ser contrarios al ordenamiento jurídico. Así, por ejemplo, no podrá
celebrarse un acuerdo que autorice una infracción urbanística.
– No podrán versar sobre materias no susceptibles de transacción.
Habrá que determinar caso por caso cuales son estas materias, ya que no existe ninguna norma que con carácter
general clarifique dichos extremos, por lo que habrá que estar a la normativa específica reguladora de la materia
sobre la que versen. Así, por ejemplo, el artículo 31 de la Ley 33/2003, de 3 de noviembre, de Patrimonio de las
AAPP señala que “no se podrá transigir judicial ni extrajudicialmente sobre los bienes y derechos del Patrimonio
del Estado, ni someter a arbitraje las contiendas que se susciten sobre los mismos, sino mediante real decreto
acordado en Consejo de Ministros, a propuesta del de Hacienda, previo dictamen del Consejo de Estado en
pleno”. Y el artículo 7 de la Ley 47/2003, de 26 de noviembre, General Presupuestaria dispone que “(…) no se
podrá transigir judicial ni extrajudicialmente sobre los derechos de la Hacienda Pública estatal (…) sino mediante
real decreto acordado en Consejo de Ministros, previa audiencia del Consejo de Estado en pleno”. Sensu
contrario, sólo podrán ser objeto de transacción los derechos de la Hacienda Pública estatal cuando así se prevea
por real decreto, previa audiencia del Consejo de Estado en pleno. No obstante, si no existe una prohibición para
llegar a acuerdos, la regla general es que existe posibilidad de negociación.
En cuanto a la forma de los acuerdos, la Ley prevé de forma muy amplia el contenido
que, como mínimo, deben incluir, y que se limita a la identificación de las partes
intervinientes, el ámbito personal, funcional y territorial, y el plazo de vigencia, debiendo
publicarse o no según su naturaleza y las personas a las que estuvieran destinados.
En cualquier caso, cuando los acuerdos versen sobre materias de competencia directa del
Consejo de Ministros u órgano equivalente de las CCAA, requerirán en todo caso la
aprobación expresa de dichos órganos.
3. El desistimiento y la renuncia
El procedimiento administrativo también puede concluir, antes de llegar a su fin, por
desistimiento de la Administración o de los interesados, o por renuncia de estos últimos,
mediante una decisión formal en la que manifiestan su determinación de apartarse de él
(arts. 93 y 94 LPA).
Mientras el desistimiento conlleva la voluntad del interesado de no continuar con su
solicitud, la renuncia implica abandonar el derecho o interés sobre el que sustentaba el
procedimiento.
Así, mientras el desistimiento finaliza el procedimiento, pero no impide que el interesado pueda iniciar un nuevo
procedimiento con el mismo objeto, la renuncia no sólo finaliza el procedimiento, sino que impide iniciar otro
procedimiento con la misma pretensión.
Esta figura penaliza la inacción del interesado en un procedimiento iniciado por él,
cuando ésta conlleve la paralización de este, resultando imprescindible que su inactividad
impida la continuación del procedimiento y, por tanto, su resolución. Si, por el contrario,
se tratase de una mera inactividad en la cumplimentación de trámites no indispensables
para dictar la resolución, no se podría, pues, acordar la caducidad y la inactividad tendría
como único efecto la pérdida del derecho del interesado al referido trámite.
De este modo, ante la paralización de procedimiento por la pasividad del interesado, la
Administración ha de advertir formalmente al interesado que si, transcurridos tres meses,
persiste su inactividad, se producirá la caducidad del procedimiento. Así, si finalizado este
plazo, el interesado no ha realizado las actuaciones necesarias para reanudar la
tramitación del procedimiento, la Administración acordará el archivo de las actuaciones y
se lo notificará al interesado que, en su caso, podrá interponer los recursos pertinentes
contra la resolución que declare la caducidad.
No obstante, la caducidad podría no aplicarse en el supuesto de que la cuestión
suscitada afecte al interés general, o fuera conveniente sustanciarla para su definición y
esclarecimiento.
Por último, señalar en cuanto a los efectos de la caducidad que, si bien conlleva la
finalización del procedimiento, no produce por sí sola la prescripción de las acciones del
particular o de la Administración, pero los procedimientos caducados no interrumpirán el
plazo de prescripción.
Esto significa que la caducidad del procedimiento no impide al interesado iniciar un
nuevo procedimiento con el mismo objeto, siempre que la acción no haya prescrito pues,
como acabamos de señalar, la interposición del procedimiento no interrumpe el plazo
prescriptorio, lo que conlleva que este plazo de prescripción no vuelve a comenzar de
nuevo una vez finaliza el procedimiento caducado, sino que los plazos de prescripción
siguen su curso, tal y como lo harían si el procedimiento caducado no hubiera existido
(GARCÍA DE ENTERRÍA, E./FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, T. R.).
Si, al no haberse producido la prescripción, fuera posible la iniciación de un nuevo
procedimiento, se podrán incorporar a éste los actos y trámites cuyo contenido se hubiera
mantenido igual de no haberse producido la caducidad, pero en el nuevo procedimiento
deberán cumplimentarse, en todo caso, los trámites de alegaciones, proposición de prueba
y audiencia al interesado.
Será, asimismo, negativo, el sentido del silencio en los procedimientos cuya estimación
tuviera como consecuencia que se transfirieran al solicitante o a terceros, facultades
relativas al dominio público o al servicio público.
Como ejemplo de ello podemos citar la STS 10 de julio de 2006 en la que se considera que estaríamos en
presencia de esta excepción en el supuesto de petición de ejecución de obras de acondicionamiento de una
carretera para la sustitución de una tubería de conducción de agua, en cuanto “en este caso el acto presunto
afecta a facultades relativas al dominio público viario e hidráulico; se trataría de imponer a la Administración una
conducta que afecta de manera nítida a ese dominio público, en cuanto que se refiere de manera relevante a la
ordenación de las carreteras y de las formas que han de hacerse, que se trata de facultad exclusivamente atribuida
a la Administración, por pertenecer precisamente tanto al dominio público como al servicio público”.
RESUMEN: En este Capítulo se analizan las tendencias y operativa de las diferentes herramientas electrónicas que las
Administraciones utilizan en sus relaciones con los ciudadanos y entre sí para la realización de la actividad administrativa y
operativa interna. Asimismo, se estudian los efectos que la utilización de dichas herramientas produce dentro del
procedimiento administrativo.
PALABRAS CLAVE: Administración Digital. Documento Electrónico. Expediente electrónico. Comunicación y Notificación
electrónica. Comparecencia electrónica. Firma electrónica. Certificado Digital. Sede electrónica. Sede asociada. Registro
electrónico. Archivo electrónico. Registro de apoderamiento. Cómputo de plazos electrónicos.
Hay supuestos en los que la Administración lleva a cabo la puesta a disposición de las
notificaciones por ambos sistemas: electrónico y no electrónico. En estos casos, para el
cómputo de los plazos y el resto de efectos jurídicos se tiene en cuenta la fecha y la hora
de acceso al contenido o el rechazo de la notificación por el interesado en la modalidad o
sistema en el que dicha notificación haya sucedido en primer lugar, debiéndose sincronizar
por parte de la Administración de forma automatizada en ambos sistemas, la información
sobre el estado de la notificación con el fin de garantizar la eficacia y seguridad jurídica en
la tramitación del procedimiento.
Las notificaciones por medios electrónicos se practican mediante lo que se denomina
“comparecencia en la sede electrónica” de la Administración u Organismo actuante, por
la cual, el interesado accede al contenido de la notificación a través de la dirección
electrónica habilitada única, si bien también puede accederse desde el Punto de Acceso
General electrónico de la Administración que funciona como un portal de acceso. La
comparecencia ante las oficinas públicas ya sea presencialmente o por medios
electrónicos, sólo es obligatoria cuando así esté previsto en una norma con rango de ley.
La correspondiente citación debe hacer constar expresamente el lugar, fecha, hora, los
medios disponibles y objeto de la comparecencia, así como los efectos de no atenderla. Si
el interesado lo solicita, la Administración ha de certificar el hecho de la comparecencia —
art. 19—.
Con carácter previo al acceso al contenido de la notificación puesta a disposición del
interesado, este debe ser informado por la Administración de que dicho acceso al
contenido, el rechazo expreso de la notificación, o bien la presunción de rechazo por
haber transcurrido el plazo de diez días naturales desde la puesta a disposición de la
notificación sin acceder al contenido de la misma, supone considerar efectuado el trámite
de notificación, continuándose con el procedimiento. En este sentido queda constancia en
la dirección electrónica habilitada única de la fecha y hora del momento del acceso al
contenido de la notificación, del rechazo expreso de la misma o del vencimiento del plazo
previsto en el artículo 43.2 de la LPAC.
La obligación de notificar dentro del plazo máximo de duración de los procedimientos,
se cumple con carácter general siempre y cuando la notificación contenga, cuando menos,
el texto íntegro de la resolución, así como el intento de notificación debidamente
acreditado y en el caso de la notificación electrónica esta obligación se entiende cumplida
con la puesta a disposición de la notificación en la sede electrónica —arts. 43 y 44 LPAC
—.
V. LA SEDE ELECTRÓNICA
El correlativo de la oficina o sede física de una Administración Pública viene a ser en la
Administración Electrónica, la sede electrónica que es la dirección electrónica disponible
para los ciudadanos a través de redes de telecomunicaciones, cuya titularidad, gestión y
administración corresponde a una Administración Pública, órgano o entidad
administrativa en el ejercicio de sus competencias. Cada Administración se hace
responsable de su integridad, veracidad y de la actualización de la información, así como
de los servicios a los que pueda accederse a través de la misma. De manera que en la sede
electrónica de acceso a cada registro administrativo figura la relación actualizada de
trámites que pueden iniciarse en el mismo.
Además de la sede electrónica propiamente dicha, por motivos organizativos o técnicos
se crean las denominadas sedes electrónicas asociadas que son las sedes electrónicas que se
vinculan a la sede ya existente de una Administración Pública, organismo público o
entidad de derecho público.
La sede es así el punto electrónico de acceso a aquellos servicios de centros directivos
que requieren en todo caso la identificación o autenticación por parte de los ciudadanos o
de la Administración, debiendo estar dotada de las condiciones especiales de
identificación, seguridad y de responsabilidad, garantizando a su vez una información
veraz, actualizada y completa.
Toda sede electrónica ha de contener los medios para la formulación de sugerencias y
quejas y un registro electrónico, propio o proporcionado por otro organismo, con
aplicaciones específicas para el tratamiento de los escritos normalizados de los
procedimientos que tramitan, dotado de medios de control de tiempo, plazos y servicios
de comunicaciones y notificaciones electrónicas.
Las sedes electrónicas, garantizando el servicio al ciudadano, deben cumplir con los
principios de accesibilidad, usabilidad, uso de estándares abiertos, protección de datos
personales, confidencialidad, disponibilidad e integridad de las informaciones y
comunicaciones que se realicen a través de ellas.
La sede de cada Administración Pública es la que determina y especifica las condiciones
e instrumentos de su creación con sujeción a los principios de publicidad oficial,
responsabilidad, calidad, seguridad, disponibilidad, accesibilidad, usabilidad, neutralidad
e interoperabilidad.
Es el RAFSPME, sin embargo, el que enumera, por un lado, los medios que las
Administraciones Públicas pueden utilizar para su identificación electrónica, garantizando
el origen e integridad de los documentos electrónicos:
– Sistemas de identificación de las sedes electrónicas y, sedes electrónicas asociadas.
– Sello electrónico basado en un certificado electrónico cualificado y que reúna los
requisitos exigidos por la legislación de firma electrónica.
– Sistema de firma electrónica para la actuación administrativa automatizada
– Firma electrónica del personal al servicio de las Administraciones Públicas.
– Intercambio electrónico de datos en entornos cerrados de comunicación conforme
acuerden las partes.
Y, por otro lado, los medios que las personas interesadas pueden utilizar para la
identificación y firma electrónica en sus relaciones electrónicas con las Administraciones
Públicas, que son:
– Sistemas basados en certificados electrónicos cualificados de firma electrónica
expedidos por prestadores incluidos en la “Lista de confianza de prestadores de
servicios de certificación”.
– Sistemas basados en certificados electrónicos cualificados de sello electrónico
– Sistemas de clave concertada y cualquier otro sistema que las Administraciones
consideren válido.
Cada Administración Pública puede determinar si sólo admite alguno de estos sistemas
para realizar determinados trámites o procedimientos, si bien la admisión de alguno de los
sistemas de identificación de clave concertada o cualquier otro sistema considerado
válido, conlleva la admisión de los sistemas de firma y de sello. La Plataforma de
verificación de certificados electrónicos y de otros sistemas de identificación permiten
conocer la vigencia y el contenido de los certificados.
RESUMEN: El presente Capítulo tiene por objeto exponer, de forma sistemática y estructurada, el conjunto de recursos
administrativos de que dispone, en la actualidad, el interesado frente a actos dictados por las Administraciones Públicas. A
tal efecto, se definen por separado, se detallan principios comunes y se diseccionan los principales aspectos que los integran.
PALABRAS CLAVE: Derecho administrativo. Administraciones Públicas. Recursos administrativos. Recurrente. Actos
administrativos. Alzada. Reposición. Revisión
I. INTRODUCCIÓN
Antes de abordar, de forma integral, en qué consisten los recursos administrativos y
cuáles son, en la actualidad, los elementos o aspectos básicos que los conforman, conviene
preguntarse cuál ha sido la evolución histórica que ha propiciado la configuración que
presentan en nuestros días. Y es que, a nadie escapa el asombro que, al menos
inicialmente, en apariencia y sin entrar a conocer su origen, puede provocar el hecho de
que sigan existiendo medios de impugnación de la voluntad de las Administraciones
Públicas (plasmada, esta, en forma de actos administrativos) en los que es la propia
Administración quien se encarga de valorarlos y resolverlos, reduciendo ostensiblemente
su utilidad, pero erigiéndose, al mismo tiempo, en un mecanismo adicional (quién sabe si
único, en determinados asuntos de exigua relevancia económica —TOMÁS RAMÓN
FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ—) de obtención de una solución justa por parte de los
interesados.
En este sentido, conviene poner de manifiesto la separación existente, en los inicios del
Derecho administrativo, entre, de una parte, el ejercicio del poder público y, de otra, el
(ausente) control del mismo por parte de los órganos judiciales, incapaces de interferir en
el desenvolvimiento de las potestades administrativas. Por este motivo, y a fin de evitar la
falta de protección que ello provocaba en los administrados, se instituyó la figura del
recurso, administrativo y jerárquico, que, además de permitir a los ciudadanos protegerse
(de forma gratuita y flexible, aunque no siempre eficaz) frente a eventuales irregularidades
de la Administración, se debía interponer ante el órgano del que dependía el que dictó el
acto administrativo, de modo que este último, merced a dicha impugnación, debía
responder frente a aquel; estamos, pues, en presencia de lo que se ha venido a conocer
como recurso de alzada, atendiendo, precisamente, al elemento más característico y que lo
diferencia del resto.
Este fue el contexto que, no sólo se mantuvo durante largo tiempo, sino que, tanto más,
se reforzó cuando, ya sí, surgió en 1845 la Jurisdicción Contencioso-Administrativa y se
previó, entonces, la necesidad de instaurar un recurso administrativo, conocido como
recurso de reposición, también para aquellos casos en los que el órgano que dictaba el
acto carecía de superior jerárquico; estamos, así, ante una clara manifestación del
privilegio de autotutela de que goza la Administración. La principal razón de ser de esta
novedad venía impuesta por la importancia de agotar la vía gubernativa, es decir, de dar a
la Administración la oportunidad de exponer los motivos de su decisión recurrida, en
todos los casos y con carácter previo a que, sobre ese mismo asunto, entrase a conocer
otro ente, por entonces, colegiado.
Ambos recursos se erigieron, pues, en los únicos que, como regla general, permitían a los
afectados manifestarse frente a actos administrativos no susceptibles de control
contencioso-administrativo (recuérdese que, hasta la Ley de 27 de diciembre de 1956
reguladora de la Jurisdicción contencioso-administrativa, algunos de estos actos, como los
discrecionales, estaban exentos de este examen posterior) o frente a aquellos otros que,
pudiendo ser sometidos a dicha Jurisdicción, requerían de esta impugnación previa y
preceptiva. Y siguieron, los dos, manteniendo esta obligatoriedad aun cuando, en 1888, a
pesar de dotar a la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de naturaleza judicial y
extender su ámbito de actuación a la mayor parte de los actos administrativos, surgió una
nueva norma, la Ley de 17 de julio de 1958, sobre Procedimiento administrativo, que,
ignorando a la mayor parte de la doctrina (que, ya por entonces, abogaba por atribuir un
carácter puramente facultativo u opcional a tales recursos, de forma que, quien así lo
considerase, tuviera la posibilidad de acudir directamente a la vía judicial), mantuvo la
obligatoriedad de interponerlos como paso previo a una eventual tutela jurisdiccional.
Así las cosas, surge, veinte años después, la CE, cuyo artículo 24.1 proclama el derecho
de todos los ciudadanos “[…] a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el
ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse
indefensión”. La contundencia de esta proclamación fue vista por muchos como un
ataque a las vetustas fórmulas vigentes, que generaban un retraso, poco justificable, en el
acceso al contencioso-administrativo, máxime cuando esta dilación podía obstaculizar
seriamente la adopción de medidas cautelares frente a actos administrativos lesivos de
derechos e intereses legítimos de los administrados. Sin embargo, el Tribunal
Constitucional despejó toda duda al respecto, al considerar la plena conformidad de los
recursos administrativos con la Carta Magna, siempre que, advertía, su existencia fuese
razonable y proporcional a los fines que, de forma lícita, pudiese perseguir el legislador,
sobre la base de las funciones atribuidas a las Administraciones Públicas y en la medida en
que tales instrumentos o mecanismos evitasen un virtual proceso judicial.
Así ha quedado de manifiesto en los pronunciamientos plasmados en las SSTC de 28 de enero de 1985, de 16 de
marzo de 1989, de 14 de febrero de 1991, de 28 de enero de 2003, de 07 de noviembre de 2005 o de 23 de
junio de 2008.
Pese a ello, se antojaba indispensable una reforma profunda, que fue acometida por la
LRJPAC. El nuevo texto mantuvo el recurso de alzada (que, no sin sorpresa, pasó a
denominarse recurso ordinario), imprescindible, antes de acudir a la vía contencioso-
administrativa, cuando el órgano que dictó el acto recurrido contaba con un superior
jerárquico. Sin embargo, la norma suprimió el recurso de reposición, medida, esta,
duramente criticada por quienes, de forma prácticamente unánime, coincidían en vaticinar
el efecto desincentivador que ello tendría en aquellos afectados que, pretendiendo
impugnar un acto administrativo manifiestamente ilegal que causara estado, optarían por
renunciar al, siempre complejo, procedimiento jurisdiccional, especialmente en asuntos de
escasa cuantía y/o entidad, menoscabando seriamente su precitado derecho a la tutela
judicial efectiva.
Por este motivo, la LMRJPAC restableció el recurso de reposición (artículo primero,
apartados 31 y 32), cuya interposición pasaba, además, a ser potestativa de la
impugnación directa en el estadio contencioso-administrativo. Empero, se mantuvo la
necesidad de recurrir en alzada antes de acudir a la vía judicial, situación que ha
permanecido inalterada con la entrada en vigor de la LPAC, que, derogando a la LRJPAC,
ha supuesto una oportunidad perdida en aras de lograr una mayor celeridad y eficacia en
la defensa del administrado (MIGUEL SÁNCHEZ MORÓN), renunciando, de igual
modo, a solventar la mengua que, para las garantías del interesado, supone no haber
modificado los brevísimos plazos con los que este cuenta para poder acceder a su defensa
en sede jurisdiccional (JOSÉ RAMÓN PARADA VÁZQUEZ).
No obstante, y pese a las bondades, lógicas, que hubiera tenido agilizar el acceso de los
ciudadanos a la justicia en el sentido antes indicado, la congestión que, en la actualidad,
padece la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, incapaz de tramitar dinámicamente el
abultado volumen de recursos que, inevitablemente, acaban desembocando en ella, ha
revitalizado el valor de otros medios de impugnación alternativos a los tradicionales. Más
concretamente, se ha depositado un creciente interés hacia recursos o reclamaciones
tramitados ante órganos administrativos que, con especialización e imparcialidad,
consiguen dar una respuesta comparativamente más ágil, menos formalista y ciertamente
más asequible a los interesados, sin mermar, al mismo tiempo, el acceso a la tutela propia
de Jueces y Tribunales (ROBERTO ORLANDO BUSTILLO BOLADO). Entre estos
órganos destacan, en nuestro ordenamiento jurídico interno y por su dilatada y larga
tradición en materia tributaria, las reclamaciones económico-administrativas, a resolver
por los Tribunales Económico-Administrativos (artículos 226 y ss. de la LGT).
La utilidad mostrada por estas soluciones ha motivado y merecido la previsión
contenida en el actual artículo 112.2 LPAC, que, en términos prácticamente idénticos al,
ya extinto, artículo 107.2 LRJPAC, contempla la posibilidad de sustituir los recursos
administrativos ordinarios de reposición y/o alzada “[…] en supuestos o ámbitos
sectoriales determinados, y cuando la especificidad de la materia así lo justifique, por
otros procedimientos de impugnación, reclamación, conciliación, mediación y arbitraje,
ante órganos colegiados o Comisiones específicas no sometidas a instrucciones
jerárquicas, con respeto a los principios, garantías y plazos que la presente Ley reconoce a
las personas y a los interesados en todo procedimiento administrativo”. No obstante, su
aplicabilidad resulta, todavía, muy reducida, si bien deja importantes exponentes, como el
de las reclamaciones ante el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno en materia de
acceso a información pública (artículo 24 LTABG); las previstas para la defensa de la
unidad de mercado (artículo 26 LGUM) o los recursos que, en el seno de los contratos
públicos, han de ser tramitados ante los Tribunales Administrativos de Recursos
Contractuales (artículos 44 y ss. de la LCSP).
Para concluir, hay que añadir que, a las dos finalidades tradicionales y principales que,
desde un inicio, ostentan los recursos en sede administrativa (constituir un privilegio para
las Administraciones Públicas y, al mismo tiempo, una garantía para los administrados),
se adiciona doctrinalmente una tercera. Esta última, más reciente, se circunscribe a la
facultad que estos instrumentos tienen, en determinados supuestos, de dotar de naturaleza
administrativa (y, por ende, susceptible de ulterior control contencioso-administrativo) a
concretas actuaciones de sujetos privados (por ejemplo, las actuaciones llevadas a cabo
por concesionarios en ejercicio de funciones públicas previamente delegadas —
EDUARDO GAMERO CASADO/SEVERIANO FERNÁNDEZ RAMOS—).
Por su parte, el artículo 115.1 LPAC regula los requisitos que, de forma y de fondo,
deben cumplirse para poder interponer válidamente un recurso administrativo. Así, el
interesado deberá hacer constar en su presentación:
a) Su nombre, apellidos e identificación personal.
b) El acto administrativo que se recurre y la razón de su impugnación.
c) Lugar, fecha, firma del recurrente, identificación del medio y, en su caso, del lugar
en el que desee recibir las notificaciones correspondientes.
d) Órgano, centro o unidad administrativa al que se dirige el recurso administrativo y
su correspondiente código de identificación. A este respecto, las oficinas de asistencia
en materia de registro tienen la obligación de proporcionar a los ciudadanos el
código de identificación si estos lo desconocen y las Administraciones Públicas
deberán proceder al mantenimiento y actualización de un listado con los códigos de
identificación vigentes en la sede electrónica de que se trate (artículo 66.1, in fine,
LPAC).
e) Las demás particularidades exigidas, en su caso, por las disposiciones específicas.
Ahora bien, pese a la aparente rigidez inicial de este precepto, el apartado segundo del
mismo refuerza y consolida el principio general antiformalista del procedimiento
administrativo, que posibilita la satisfacción de tales exigencias de muy diversas maneras y
hace factible su subsanación cuando tenga lugar la ausencia de alguno/s de ello/s, previo
requerimiento, en su caso, de la Administración; en otras palabras, las Administraciones
Públicas tendrán el deber de tramitación, como recurso, de toda petición o solicitud que
les sea remitida por los administrados, siempre que esta consista, de forma objetiva, en
impugnar un acto por ellas dictado atendiendo a motivos de legalidad, más allá del error
o acierto del recurrente en la calificación de su pretensión al formularla. En concreto,
dispone el artículo 115.2 LPAC que “[e]l error o la ausencia de la calificación del recurso
por parte del recurrente no será obstáculo para su tramitación, siempre que se deduzca su
verdadero carácter”.
Esto sucederá si, por ejemplo, el recurrente califica su escrito como recurso de alzada cuando, en realidad, debe
interponer el de revisión por encontrarse fuera de plazo. Lo mismo sucederá si el recurrente interpone un recurso
de alzada cuando el acto administrativo que se impugna ha agotado la vía administrativa, siendo necesaria, por
tanto y en su lugar, la acción de nulidad.
4. Causas de inadmisión
El artículo 116 LPAC enumera, a diferencia de la legislación precedente, una serie de
causas que llevan a inadmitir aquellos recursos administrativos interpuestos por los
administrados cuando incurran en una o varias de ellas. Estas son las siguientes:
a) La incompetencia del órgano administrativo ante el que se presenta el recurso. En
estos casos, será preciso que dicho órgano lo remita al competente y notifique esta
circunstancia a los interesados afectados, siguiendo cuanto establece el apartado
primero del artículo 14 LRJSP.
b) La carencia de legitimación del recurrente.
c) La afectación de actos administrativos no susceptibles de recurso.
d) El transcurso del plazo legalmente establecido para la interposición del recurso
administrativo en cuestión.
e) La carencia manifiesta de fundamento del recurso presentado. Esta resulta la causa
más controvertida y aquella que genera una mayor reticencia en sede administrativa,
ya que omite un pronunciamiento sobre el fondo, habiendo sido preferible, en su
lugar, explicar al recurrente el motivo de la desestimación.
Ahora bien, no existe un trámite en el que, de resultar procedente, se inadmita el
recurso. Por este motivo, la inadmisión tendrá que hacerse constar o declararse en la fase
de resolución (artículo 119.1 LPAC).
El acto de suspensión, cuando es expreso, además de tener que ser motivado [artículo
35.1.d) LPAC], puede conllevar la carga de determinadas condiciones que se consideran
relevantes y proporcionales al interés público o de terceros que se trata de proteger o que
se estiman adecuadas para garantizar la definitiva eficacia del acto administrativo
recurrido. Además, cuando la suspensión pueda conllevar perjuicios de diversa índole, se
podrá imponer al interesado que haya interpuesto el recurso la obligación de prestar una
garantía o caución (artículo 117.4 LPAC).
Así ocurre, por ejemplo, en aquellos casos en que el recurso afecta a un acto administrativo de naturaleza
tributaria y se suspende su ejecución de forma automática a solicitud del recurrente, bajo la condición de que se
garantice el importe impuesto a que asciende la deuda tributaria, al que se añaden los intereses legales y los
posibles recargos (es el principio conocido como solve et repete, en el que se exige el pago previo de la
obligación como condición para la revisión, en vía administrativa o jurisdiccional, del acto administrativo que da
origen a las obligaciones de pago), excepto si se trata de una sanción, en cuyo caso se procederá a suspenderla
sin necesidad de prestar garantía alguna (artículos 223 y 224 LGT).
Bajo esta premisa, cuando la suspensión proceda de una petición del interesado, se
entenderá estimada por silencio administrativo positivo si no recae sobre la solicitud
resolución expresa en el intervalo de un mes, a contar desde el momento en el que hubiera
tenido entrada en el registro electrónico de la Administración u Organismo competente
para pronunciarse al respecto (artículo 117.3 LPAC); por tanto, el día a partir del cual (es
decir, el dies a quo) comienza a producirse el transcurso del plazo indicado puede no
coincidir con aquel en el que se interpuso el recurso, en el supuesto de que la solicitud de
suspensión no se formalice en el registro de entrada del Organismo que asuma la
competencia, en los términos antes indicados.
Lo anterior resulta aún más relevante si tenemos en cuenta la posible prolongación de la
eficacia de la suspensión más allá de la resolución del recurso administrativo. En efecto, lo
normal es que la suspensión concluya cuando se resuelva el recurso, si bien es posible que,
desestimado el mismo, aquella se mantenga si el interesado prosigue su reclamación,
interponiendo un nuevo recurso contencioso-administrativo y solicitando del juez que
suspenda el acto objeto del procedimiento, en cuyo caso la suspensión que, en vía
administrativa, fue acordada, expresa o presuntamente, se mantendrá hasta que el juez
emita un pronunciamiento sobre dicha solicitud; con ello, se trata de evitar la posible
ejecución, por la Administración, de un acto administrativo eventualmente lesivo en el
lapso temporal que se extiende desde la resolución del recurso administrativo y el
pronunciamiento sobre la suspensión del acto en sede jurisdiccional (artículo 117.4.3º
LPAC). Ahora bien, si el administrado no procede a la interposición de recurso
contencioso-administrativo o si el órgano de este orden rechaza la suspensión, el acto
administrativo, entonces sí, desplegará los efectos que le son propios.
El precepto concluye previendo una medida que habrá de adoptarse en aquellos casos en
los que la suspensión recaiga en un acto administrativo que, a su vez, afecte a una
pluralidad indeterminada de personas. Cuando ello suceda, será preciso publicar la
suspensión en el periódico oficial en el que, previamente, se había publicado el acto
administrativo recurrido y suspendido.
Atendiendo a la audiencia de los interesados, cuando se interponga el recurso
administrativo, el órgano competente para su tramitación llevará a cabo las actuaciones
que procedan, podrá solicitar los informes que considere procedentes y relevantes y
deberá instruir, en lo que aquí interesa, un trámite de audiencia de los interesados, en dos
casos:
a) Un primero, cuando deban tenerse en consideración “[…] nuevos hechos o
documentos no recogidos en el expediente originario” (artículo 118.1.1º LPAC) y que
se conozcan o incorporen al expediente posteriormente, habitualmente a raíz del
recurso. En estos casos, deberá hacerse constar al interesado para que, en un plazo
que se extiende entre los diez y los quince días, pueda alegar y presentar los
documentos y justificantes que considere oportunos; transcurrido dicho intervalo sin
aportarlos, no podrán ser tenidos en consideración en la resolución del recurso, como
tampoco se podrá solicitar la práctica de aquellas pruebas que no se hubieran
realizado en el procedimiento en el que se dictó la resolución del acto administrativo
impugnado por causa imputable al recurrente (artículo 118.1.2º LPAC). Además, no
tendrán la condición de nuevos documentos a estos efectos los informes y propuestas
para resolver el recurso ni aquellos que los propios afectados aporten al expediente
antes de recaer la resolución impugnada (artículo 118.3 LPAC).
b) Un segundo, cuando existieran otros interesados en el asunto, amén de quienes
hubieran interpuesto el recurso administrativo. En estos casos, deberá trasladárseles el
recurso, para que, en los días antes indicados, tengan también la posibilidad de alegar
lo que consideren (artículo 118.2 LPAC). Aludimos, en concreto, a todas aquellas
personas cuyos derechos o intereses legítimos pudieran verse afectados por la
resolución a adoptar y sean conocidas por la Administración, por mor del expediente
en sí o de cualquier otro medio.
Es el caso, por ejemplo, de un procedimiento para adjudicar un contrato público en el
que participen dos empresas. Si la Administración competente lo adjudica a la
primera de ellas y la segunda recurre la decisión, al tramitar el recurso, la
Administración deberá conceder audiencia, no sólo a la empresa que ha interpuesto
el recurso, sino también a la primera, en su condición de beneficiada por el
otorgamiento que, merced a la impugnación, puede verse revocado si se estima el
recurso.
Como sucede con el procedimiento general, la audiencia de los interesados, cuando
resulte aplicable y procedente, tendrá carácter esencial, de modo que, de no producirse
esta audiencia por parte de la Administración causando indefensión efectiva, suscitará un
vicio de ilegalidad que afectará a la resolución del recurso administrativo.
Como se ha dicho, el recurso deberá resolverse por el superior jerárquico de aquel que
dictó el acto administrativo objeto de alzada (de ahí el nombre que recibe) o ante el que se
designe de forma específica en las normas, cuando estemos ante un supuesto de alzada
impropia (artículo 121.1 LPAC). En este sentido, advierte este mismo apartado, “[…] los
Tribunales y órganos de selección del personal al servicio de las Administraciones Públicas
y cualesquiera otros que, en el seno de éstas, actúen con autonomía funcional, se
considerarán dependientes del órgano al que estén adscritos o, en su defecto, del que haya
nombrado al presidente de los mismos”, regla que aplica, únicamente, cuando el acto que
emana de estos órganos funcionalmente autónomos no pone fin a la vía administrativa. A
ello, debe añadirse (no por obvio menos importante) que la resolución del recurso
administrativo no podrá delegarse en el órgano que hubiera dictado el acto recurrido
[artículo 9.2.c) LRJSP], pues, de hacerlo, convertiría el recurso de alzada en recurso de
reposición.
Más allá del órgano competente para pronunciarse, el recurso de alzada podrá
presentarse directamente ante este o dirigirse a aquel que dictó el acto administrativo
impugnado. En este último caso, el órgano cuya decisión es recurrida en alzada tendrá
(bajo la responsabilidad directa de su titular) la obligación de remitirlo, en un plazo
máximo de diez días, a su superior jerárquico, acompañándolo de su informe y de una
copia completa y ordenada del expediente (artículo 121.2 LPAC). En cualquier caso,
conviene no olvidar que la notificación del acto administrativo deberá concretar el órgano
ante el que ha de presentarse el recurso de que se trate (apartados segundo del artículo 40
y tercero del artículo 88, ambos de la LPAC) y que el error, por el interesado, en la
calificación de un recurso administrativo o la ausencia directa de la misma (extensible al
error en la determinación del órgano competente) no podrá ser óbice para que este se
tramite, siempre que se pueda deducir su verdadero carácter y, por ende, a qué órgano
corresponde su resolución (artículo 115.2 LPAC).
El plazo para interponer el recurso ordinario de alzada podrá variar, dependiendo del
acto administrativo sobre el que recaiga:
a) Si recae sobre un acto administrativo expreso, el plazo será de un mes, a contar
desde la notificación (si fueran varias las notificaciones, recibidas por distintos medios
o cauces, se tomará en consideración, a efectos de plazo, la primera de ellas —artículo
41.7 LPAC—) o, en su defecto, publicación del acto objeto de recurso (artículo
122.1.1º LPAC).
b) Si recae sobre un acto administrativo presunto, el recurso de alzada se podrá
interponer en cualquier momento, siendo el dies a quo el siguiente a aquel en el que
deban entenderse producidos los efectos propios del silencio administrativo (artículo
122.1.2º LPAC, sobre la base de relevante jurisprudencia previa, donde destaca la
SSTC de 16 de enero de 2006 o de 10 de abril de 2014).
Transcurrido el, preclusivo, plazo sin que se interponga el recurso, el acto administrativo
deviene firme a todos los efectos (artículo 122.1, in fine, LPAC). En estos casos, sólo
procederá, si existe un vicio de nulidad de pleno derecho de los previstos en el artículo
47.1 LPAC, la interposición de una acción de nulidad (artículo 106 LPAC).
Si, por el contrario, sí se interpone, el plazo de resolución con el que cuenta la
Administración será de tres meses (artículo 122.2 LPAC). Superado este plazo sin recaer
resolución al recurso de alzada por el órgano competente, habrá de entenderse
desestimado por silencio administrativo, a no ser que el recurso se dirigiera contra una
previa desestimación, también por silencio presunto negativo, de una solicitud, pues, en
este caso, el recurso de alzada deberá entenderse estimado (segundo silencio positivo),
siempre que no recaiga sobre alguna de las materias no susceptibles de silencio
administrativo positivo, como son las propias de “[…] los procedimientos relativos al
ejercicio del derecho de petición, a que se refiere el artículo 29 de la Constitución,
aquellos cuya estimación tuviera como consecuencia que se transfirieran al solicitante o a
terceros facultades relativas al dominio público o al servicio público, impliquen el ejercicio
de actividades que puedan dañar el medio ambiente y en los procedimientos de
responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas” (artículos 122.2, in fine, y
24.1, párrafos 2º y 3º, ambos de la LPAC).
La resolución del recurso de alzada, ya sea expresa o presunta, agota la vía
administrativa y deja expedita la contencioso-administrativa, sin perjuicio de que,
dependiendo del caso, resulte procedente la interposición del recurso extraordinario de
revisión, en los casos que veremos más adelante [artículos 114.1.a) y 122.3, ambos de la
LPAC]. No cabrá, por tanto, la interposición de un recurso de reposición o de un nuevo
recurso de alzada contra la resolución de una alzada previa, rigiendo la regla de la única
instancia y evitando una dilación, en nada justificable, en el acceso a la vía jurisdiccional
(STS de 12 de octubre de 2010).
RESUMEN: En este capítulo, el primero de los dos dedicados al control jurisdiccional de la juridicidad de la actuación de las
Administraciones públicas y de la actividad administrativa de otros poderes públicos, se abordan las bases históricas,
constitucionales y legales de la jurisdicción contencioso-administrativa en España. Tras una breve referencia a la formación y
evolución histórica de esta jurisdicción especializada, se estudian los siguientes aspectos: ámbito y extensión de la
jurisdicción contencioso-administrativa; la planta jurisdiccional y las competencias de los distintos órganos que la integran;
la capacidad procesal y la legitimación de las partes en el proceso contencioso-administrativo; el objeto del recurso
contencioso-administrativo (actividad impugnable y pretensiones ejercitables); el procedimiento; y, finalmente, los modos de
terminación del mismo.
PALABRAS CLAVE: Jurisdicción contencioso-administrativa. Ámbito y extensión. Órganos y competencias. Partes procesales.
Objeto del recurso contencioso-administrativo. Procedimiento contencioso-administrativo. Terminación del proceso
contencioso-administrativo.
I. FORMACIÓN Y EVOLUCIÓN HISTÓRICA
El control de la legalidad de la actuación administrativa —como principal manifestación
de la juridificación de dicha actividad y del consiguiente surgimiento de un Derecho
administrativo— es un fenómeno históricamente vinculado a la superación de la
monarquía absoluta y la construcción del Estado liberal. Hunde por tanto sus raíces en los
inicios del constitucionalismo del siglo XIX. Sin embargo, la conformación histórica del
control de legalidad de la actividad administrativa tropezó durante prácticamente todo el
siglo XIX con serias resistencias y obstáculos. El poder ejecutivo, también el de la
monarquía constitucional, se resistía a quedar sometido a un control externo. De entrada,
el entendimiento histórico del principio de separación de poderes, tributario de la
Revolución francesa de 1789 (“juzgar a la Administración es también administrar”),
proporcionó durante decenios el fundamento jurídico-conceptual que permitía cuestionar,
si no el control de la actividad administrativa en sí, sí al menos un control ejercido por un
poder distinto del propio poder ejecutivo, es decir, por el poder judicial.
Si bien la Constitución de Cádiz de 1812 atribuyó la potestad jurisdiccional con carácter
exclusivo y excluyente a los tribunales ordinarios de justicia, tampoco en España prosperó
inicialmente un sistema de control judicial de la legalidad de la actuación administrativa.
En la práctica las competencias de los tribunales ordinarios no se llegaron a extender más
allá de los asuntos civiles y criminales, el ámbito natural de la jurisdicción. En cuanto a
los asuntos administrativos, se impuso la distinción entre asuntos gubernativos y
contenciosos, excluyendo de estos últimos el ejercicio de autoridad y, en general, el de
potestades discrecionales.
Lo anterior no impidió, sin embargo, que a partir de 1845 se configurase al menos una
jurisdicción administrativa no judicial (es decir, una “jurisdicción retenida” por el propio
poder ejecutivo), formada por unos Consejos Provinciales y un Consejo Real (llamado
Consejo de Estado a partir de 1858), integrados no por jueces sino por funcionarios.
El siguiente paso relevante en la construcción de la jurisdicción contencioso-
administrativa en España llega en 1888 (Ley de 13 de septiembre, llamada Ley Santamaría
de Paredes, en referencia al ministro y catedrático de Derecho administrativo que fue
artífice de esta importante iniciativa legislativa). No implicó todavía la creación de un
verdadero sistema de control judicial de la actividad administrativa, pero la anterior
jurisdicción retenida ejercida por funcionarios evolucionó hacia un modelo mixto
(órganos integrados en parte también por jueces) con jurisdicción delegada. En la cúspide
de esta jurisdicción (aún no enteramente judicial) se situaba el Consejo de Estado,
constituido en Sala de Justicia, y los antiguos Consejos Provinciales resultaron sustituidos
por Tribunales Provinciales de lo Contencioso-Administrativo (todos ellos de composición
mixta). Esta nueva jurisdicción presentaba por primera vez algunos rasgos que desde
entonces han sido característicos de los sistemas de control jurisdiccional especializado de
la actividad administrativa en la Europa continental, en particular la atribución de una
competencia de alcance general (un ámbito competencial atribuido por una cláusula
general en lugar de por una lista tasada de asuntos susceptibles de revisión) y el carácter
revisor o impugnatorio de esta jurisdicción (el acto administrativo previo —no
discrecional y potencialmente lesivo de derechos subjetivos individuales de carácter
administrativo— como objeto exclusivo del control jurisdiccional).
En 1904 se dio un paso adicional decisivo en la configuración de una auténtica
jurisdicción contencioso-administrativa: la plena judicialización de esta jurisdicción. La
Ley de 5 de abril de aquel año privó al Consejo de Estado de su competencia contencioso-
administrativa y se la atribuyó a una nueva Sala de lo Contencioso-Administrativo del
Tribunal Supremo, de la que, eso sí, aún formaban parte tres magistrados procedentes de
la alta carrera administrativa. No obstante, una vez incorporados a la jurisdicción
contencioso-administrativa, estos magistrados de procedencia administrativa se
desvinculaban de la carrera administrativa y adquirían en plenitud el estatuto jurídico de
los miembros de la carrera judicial. Es decir, cabe afirmar que existe en España una
auténtica jurisdicción contencioso-administrativa (un verdadero control judicial de la
legalidad de la actuación administrativa) desde principios del siglo XX.
El siguiente hito legislativo lo constituye ya la Ley de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativo de 27 de diciembre de 1956. Pese a ser adoptada en el seno de un régimen
dictatorial, se trató de una ley técnicamente avanzada y, en lo esencial (salvando algunos
elementos tributarios de un régimen político autoritario), homologable con la regulación
procesal contencioso-administrativa vigente en la mayoría de países democráticos
europeos. Esta Ley consolidó la judicialización plena de la jurisdicción contencioso-
administrativa, su especialización y la cláusula general de revisión jurisdiccional de “los
actos de la Administración Pública sujetos al Derecho administrativo” y de las
“disposiciones de categoría inferior a la Ley” (bien que todavía con algunas exenciones:
actos políticos y una lista tasada de supuestos exentos de control jurisdiccional, tales
como los actos dictados en el ejercicio de la función de policía sobre la prensa, radio,
cinematografía y teatro o determinados actos en el ámbito militar). La Ley de 1956
derogó la inmunidad jurisdiccional de los actos dictados en el ejercicio de potestades
discrecionales, pero mantuvo el carácter estrictamente revisor de la jurisdicción
contencioso-administrativo, es decir, el acto administrativo previo como objeto central de
revisión jurisdiccional (“proceso al acto”), la exigencia de previo agotamiento de la vía
administrativa de recurso y el carácter anulatorio (no sustitutorio) de las sentencias
estimatorias. Igualmente, la regulación de la tutela cautelar era restrictiva. Revestía un
carácter excepcional y, coherentemente con la naturaleza revisora de la jurisdicción, se
limitaba a la posible suspensión (nunca automática) de la ejecutividad del acto
impugnado, excluyendo la posibilidad de adoptar otra clase de medidas cautelares.
La Ley de 1956 permaneció en vigor durante más de 40 años. Dado su carácter
técnicamente avanzado pudo sobrevivir sin grandes dificultades a la entrada en vigor de la
Constitución de 1978. Ciertamente, algunos de sus preceptos se entendieron derogados
por inconstitucionalidad sobrevenida (en particular, algunas limitaciones y exenciones de
control jurisdiccional por resultar incompatibles con el “mandato constitucional de plena
justiciabilidad” de la actuación administrativa derivado de los artículos 24 y 106.1 CE).
Otros preceptos se mantuvieron en vigor (por ejemplo, la regulación de la tutela cautelar
o de la ejecución de sentencias), si bien la doctrina jurisprudencial —tanto de la Sala
Tercera del Tribunal Supremo como del Tribunal Constitucional— obligó a interpretarlos
en términos conformes con dicho mandato constitucional de plena justiciabilidad.
La Constitución de 1978 y la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ) de 1985 también
impactaron en la estructura orgánica de la jurisdicción contencioso-administrativa. Hasta
1977 esta jurisdicción estaba integrada por las Salas de lo Contencioso-Administrativo de
las llamadas Audiencias Territoriales y tres salas del Tribunal Supremo (la Tercera,
Cuarta y Quinta). A ellas se sumó, con la creación en 1977 de la Audiencia Nacional, una
Sala de lo Contencioso-Administrativo en el seno de dicho Tribunal. Sin embargo, la
Constitución previó en su artículo 152.2 que “un Tribunal Superior de Justicia, sin
perjuicio de la jurisdicción que corresponde al Tribunal Supremo, culminará la
organización judicial en el ámbito territorial de la Comunidad Autónoma”, lo que
comportó, con la entrada en vigor de la Ley 38/1988 de Demarcación y Planta
Jurisdiccional, la supresión de las Audiencias Territoriales (cuyas Salas de lo Contencioso-
Administrativo se integraron en los nuevos Tribunales Superiores de Justicia). Asimismo,
la LOPJ de 1985 previó por primera vez —rompiendo la tradición de que los órganos de
la jurisdicción contencioso-administrativa fueran todos ellos órganos colegiados— la
creación de juzgados unipersonales de ámbito provincial. Sin embargo, la Ley de
Demarcación y Planta de 1988 pospuso la constitución de estos nuevos juzgados, que una
parte relevante de la doctrina jurídico-administrativa recibió, al menos inicialmente, con
sumo escepticismo, y que no fueron una realidad sino hasta la aprobación y entrada en
vigor de la actualmente vigente Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa.
La LOPJ de 1985 también afectó al sistema de recursos de la jurisdicción contencioso-
administrativa. De acuerdo con la Ley de 1956 el recurso que cabía interponer ante la
Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo contra las sentencias
dictadas en primera instancia por las Salas de lo Contencioso-Administrativo de las
Audiencias Territoriales (y después también de la Audiencia Nacional) era el recurso de
apelación. Sin embargo, la LOPJ de 1985 previó la sustitución de este recurso por el de
casación, un recurso por entonces novedoso en el ámbito de la jurisdicción contencioso-
administrativa que materializó unos años más tarde la Ley 10/1992 de medidas urgentes
de reforma procesal.
Finalmente, en julio de 1998 se aprobó una nueva Ley de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa (Ley 29/1998, de 13 de julio), que derogó la de 1956 y que es la
actualmente vigente. Desde su entrada en vigor ha sido modificada en diversas ocasiones.
1. Ámbito subjetivo
Desde el punto de vista subjetivo, la actuación revisable por la jurisdicción contencioso-
administrativa es obviamente, ante todo, la de las Administraciones públicas, pero
engloba también la actuación materialmente administrativa (es decir, la realizada en el
ejercicio de funciones públicas de carácter administrativo) de entes públicos que no son
Administraciones públicas, así como, en determinadas condiciones, las actuaciones de los
concesionarios de las Administraciones públicas.
En efecto, los Juzgados y Tribunales del orden contencioso-administrativo conocerán, en
primer lugar, “de las pretensiones que se deduzcan en relación con la actuación de las
Administraciones públicas sujeta al Derecho Administrativo, con las disposiciones
generales de rango inferior a la Ley y con los Decretos legislativos cuando excedan los
límites de la delegación” (art. 1.1 LJCA).
Se entenderá a estos efectos por Administraciones públicas (art. 1.2 LJCA):
a) La Administración General del Estado.
b) Las Administraciones de las Comunidades Autónomas.
c) Las Entidades que integran la Administración local (ayuntamientos, diputaciones
provinciales, consejos comarcales, consejos y cabildos insulares, etc.).
d) Las Entidades de Derecho público que sean dependientes o estén vinculadas al
Estado, las Comunidades Autónomas o las Entidades locales (organismos autónomos,
entidades públicas empresariales, agencias estatales, autoridades administrativas
independientes, universidades públicas, consorcios integrados exclusivamente por
Administraciones públicas, etc.). No son entidades de Derecho público las sociedades
mercantiles aunque su capital social sea íntegra o mayoritariamente de titularidad
pública, ni las fundaciones del sector público.
La disposición adicional primera de la LJCA aclara que en la Comunidad Autónoma del País Vasco quedan
incluidas en la noción de Administraciones Públicas las Diputaciones Forales y la Administración Institucional de
ellas dependiente. Por el contrario, no corresponde a la jurisdicción contencioso-administrativa el conocimiento
de las decisiones o resoluciones dictadas por la Comisión Arbitral prevista en el artículo 39 del Estatuto de
Autonomía del País Vasco.
Asimismo, la disposición adicional cuarta de la LJCA aclara que son recurribles ante la jurisdicción contencioso-
administrativa las siguientes actuaciones de determinadas entidades integrantes del sector público institucional
estatal (entre las que destacan, en particular, algunas autoridades administrativas independientes):
– Los actos administrativos no susceptibles de recurso ordinario dictados por el Banco de España y las
resoluciones del Ministro de Economía y Hacienda que resuelvan recursos ordinarios contra actos dictados por
el Banco de España, así como las disposiciones dictadas por la citada entidad.
– Los actos administrativos no susceptibles de recurso ordinario dictados por la Comisión Nacional del Mercado
de Valores y las resoluciones del Ministro de Economía y Hacienda que resuelvan recursos ordinarios contra
actos dictados por la Comisión Nacional del Mercado de Valores, así como las disposiciones dictadas por la
citada entidad.
– Las resoluciones de la Junta Arbitral regulada por la Ley Orgánica 3/1996, de 27 de diciembre, de Modificación
parcial de la Ley Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las Comunidades Autónomas.
– Los actos y disposiciones dictados por la Agencia Española de Protección de Datos, Comisión Nacional de los
Mercados y la Competencia, Consejo de Transparencia y Buen Gobierno, Consejo Económico y Social,
Instituto Cervantes, Consejo de Seguridad Nuclear, Consejo de Universidades, Autoridad Independiente de
Protección del Informante, A.A.I. y Sección Segunda de la Comisión de Propiedad Intelectual.
– Las resoluciones del Ministro de Economía y Competitividad que resuelvan recursos de alzada contra actos
dictados por el Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas, así como las resoluciones de carácter
normativo dictadas por el Instituto de Contabilidad y Auditoría de Cuentas.
– Las resoluciones del Consejo Gestor del Fondo de apoyo a la solvencia de empresas estratégicas.
Adicionalmente, como se ha dicho, también es revisable por la jurisdicción contencioso-
administrativa la actuación materialmente administrativa de determinados entes públicos
que no son Administraciones públicas. Conforme a lo establecido en el artículo 1.3 LJCA,
la jurisdicción contencioso-administrativa conocerá también de las pretensiones que se
deduzcan en relación con “los actos y disposiciones en materia de personal,
administración y gestión patrimonial sujetos al derecho público adoptados por los
órganos competentes del Congreso de los Diputados, del Senado, del Tribunal
Constitucional, del Tribunal de Cuentas y del Defensor del Pueblo, así como de las
Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas y de las instituciones
autonómicas análogas al Tribunal de Cuentas y al Defensor del Pueblo”, así como “los
actos y disposiciones del Consejo General del Poder Judicial y la actividad administrativa
de los órganos de gobierno de los Juzgados y Tribunales, en los términos de la Ley
Orgánica del Poder Judicial”. En la Comunidad Autónoma del País Vasco quedan
igualmente incluidas las pretensiones que se deduzcan en relación con “los actos y
disposiciones en materia de personal y gestión patrimonial sujetos al derecho público
adoptados por los órganos competentes de las Juntas Generales de los Territorios
Históricos”.
Asimismo, pese a tratarse de una sociedad mercantil estatal (es decir, de una entidad de derecho privado, por más
que su capital social sea íntegramente de titularidad de la Administración General del Estado), los juzgados y
tribunales del orden contencioso-administrativo conocerán de las cuestiones que se promuevan entre Sociedad
Estatal Correos y Telégrafos, S.A., y los empleados de ésta que conserven la condición de funcionarios y presten
servicios en la misma, en los mismos términos en que conocen las cuestiones que se plantean entre los
organismos públicos y su personal funcionario, atendiendo a la naturaleza específica de esta relación (disposición
adicional séptima de la LJCA).
2. Ámbito objetivo
La LJCA no define la extensión de la jurisdicción contencioso-administrativa solo
mediante criterios subjetivos (atendiendo al origen o autoría de la actuación impugnada)
sino también mediante criterios objetivos (atendiendo a la naturaleza jurídica de la
actuación recurrida).
En primer lugar, procede subrayar que el objeto de conocimiento de la jurisdicción
contencioso-administrativa no es, en rigor, la actuación impugnada en sí misma, sino
específicamente la pretensión o pretensiones que el recurrente deduzca en relación con
dicha actuación.
En segundo lugar, la jurisdicción contencioso-administrativa ya no es una jurisdicción
meramente revisora de actos administrativos previos (expresos o presuntos por silencio
administrativo). La jurisdicción contencioso-administrativa conoce, en general, de la
conformidad a Derecho de “la actuación de las Administraciones públicas sujeta al
Derecho Administrativo”. Es decir, la jurisdicción contencioso-administrativa fiscaliza la
legalidad de la entera actividad administrativa, incluida la actividad material y la
inactividad.
En tercer lugar, corresponde a la jurisdicción contencioso-administrativo conocer de las
pretensiones que se deduzcan en relación con las disposiciones generales (normas
jurídicas) de rango inferior a la ley, es decir, el control del ejercicio de la potestad
reglamentaria. Recuérdese que, según el artículo 106.1 CE, “los Tribunales controlan la
potestad reglamentaria”. Los reglamentos se distinguen de los actos administrativos por
su carácter abstracto y general y su vocación de permanencia, en tanto que el acto
administrativo, aunque esté dirigido a una pluralidad de destinatarios (acto plúrimo), se
agota con su cumplimiento.
Finalmente, la jurisdicción contencioso-administrativo conocerá también de las
pretensiones que se deduzcan en relación con los decretos legislativos, pero solo cuando
excedan los límites de la delegación. En la medida en que un decreto legislativo excede los
límites de la delegación al Gobierno otorgada por el Parlamento, se trata de una norma
que carece de rango de ley, es decir, de una norma de rango reglamentario, controlable
por la jurisdicción contencioso-administrativa como cualquier disposición general de
rango inferior a la ley. Precisamente con este alcance el artículo 82.6 CE deja
expresamente a salvo el control judicial ordinario de los decretos legislativos (“Sin
perjuicio de la competencia propia de los Tribunales, las leyes de delegación podrán
establecer en cada caso fórmulas adicionales de control”).
3. Ámbito territorial
Por lo que se refiere al ámbito territorial de la jurisdicción contencioso-administrativa, el
artículo 24 LOPJ dispone que en este orden jurisdiccional “será competente, en todo caso,
la jurisdicción española cuando la pretensión que se deduzca se refiera a disposiciones de
carácter general o a actos de las Administraciones Públicas españolas. Asimismo conocerá
de las que se deduzcan en relación con actos de los poderes públicos españoles, de acuerdo
con lo que dispongan las leyes”.
En suma, la jurisdicción contencioso-administrativo española no es competente para
controlar la legalidad de la actuación administrativa de otros Estados u organizaciones
internacionales.
4. Competencias específicas
Al margen de la cláusula general del art. 1.1 LJCA, el artículo 2 de esta Ley atribuye a la
jurisdicción contencioso-administrativa una serie de competencias específicas. Se puede
decir que este precepto es esencialmente aclaratorio, pues la atribución de las materias que
enuncia al ámbito competencial de la jurisdicción contencioso-administrativo cabría
deducirla igualmente de la cláusula general. El artículo 2 LJCA opera, así, como una
cláusula de cierre de la delimitación del ámbito de la jurisdicción contencioso-
administrativa.
En primer lugar, el artículo 2 a) LJCA dispone que el orden jurisdiccional contencioso-
administrativo conocerá de las cuestiones que se susciten en relación con “la protección
jurisdiccional de los derechos fundamentales, los elementos reglados y la determinación de
las indemnizaciones que fueran procedentes, todo ello en relación con los actos del
Gobierno o de los Consejos de Gobierno de las Comunidades Autónomas, cualquiera que
fuese la naturaleza de dichos actos”. Esta previsión es relevante toda vez que la categoría
de los actos políticos o de Gobierno se utilizó históricamente para definir una zona
inmune al control jurisdiccional. La Ley descarta la plena inmunidad jurisdiccional de
estos actos, pero limita también de entrada el alcance de su control jurisdiccional
contencioso-administrativo.
Aunque el Gobierno y la Administración no son lo mismo (como explicita el artículo 97
CE: el Gobierno es el órgano constitucional de dirección política del Estado entre cuyas
funciones constitucionales se encuentra precisamente, entre otras, la de dirigir la
Administración), el control judicial de la actuación del Gobierno viene también impuesto
por el artículo 106.1 CE en la medida en que se trate del ejercicio de la potestad
reglamentaria o de actuaciones gubernamentales llevadas a cabo en el ejercicio de
potestades administrativas. Y ello porque este precepto constitucional regula el control
judicial de la potestad reglamentaria y, en general, de la legalidad de la actuación
administrativa (provenga o no de una Administración pública). Sin embargo, el artículo 2
a) LJCA no limita el control jurisdiccional de los actos de Gobierno a los actos
administrativos del Gobierno. Lo extiende, en principio, a todos los actos de Gobierno,
pero con un alcance limitado cuando no se trate de actos administrativos del Gobierno (si
se tratara de estos últimos, el alcance de su control sería el general de cualquier acto
administrativo).
Si el acto de Gobierno es un acto no administrativo (esto es, un acto político en sentido
estricto, referido a las facultades constitucionales de dirección política —y no de dirección
administrativa— atribuidas al Gobierno), el control jurisdiccional contencioso-
administrativo se limita a tres elementos: (i) la protección jurisdiccional de los derechos
fundamentales, (ii) los elementos reglados y (iii) la determinación de las indemnizaciones
que fueran procedentes. No cabe, por tanto, el control —siquiera meramente anulatorio—
de los elementos discrecionales de los actos políticos de Gobierno (como sí es posible en
los actos administrativos), a no ser que dicho control sea necesario para la protección de
los derechos fundamentales.
Procede subrayar finalmente que la definición legal de la noción de actos de Gobierno
está acotada en la LJCA: solo se extiende a “los actos del Gobierno o de los Consejos de
Gobierno de las Comunidades Autónomas”. Por tanto, no incluye los actos de los
Ministros (ni del Presidente del Gobierno); en el ámbito del Estado, solo los actos del
Consejo de Ministros son actos de Gobierno en el sentido del artículo 2 a) LJCA.
También queda descartada la existencia de actos de Gobierno en el ámbito de las
Administraciones locales.
En segundo lugar, el artículo 2 b) LJCA dispone que el orden jurisdiccional contencioso-
administrativo conocerá de las cuestiones que se susciten en relación con “los contratos
administrativos y los actos de preparación y adjudicación de los demás contratos sujetos a
la legislación de contratación de las Administraciones públicas”. La normativa en materia
de contratación del sector público se ha ido modificando sustancialmente y a ella —Ley
9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público— hay que acudir
(concretamente, al artículo 27 de dicha Ley) para identificar con precisión el ámbito de la
jurisdicción contencioso-administrativa en esta materia.
Así, serán competencia del orden jurisdiccional contencioso-administrativo las siguientes
cuestiones:
a) Las relativas a la preparación, adjudicación, efectos, modificación y extinción de los contratos administrativos.
b) Las que se susciten en relación con la preparación y adjudicación de los contratos privados de las
Administraciones Públicas.
Adicionalmente, respecto de los contratos referidos en los números 1.º y 2.º de la letra a) del apartado primero del
artículo 25 LCSP que estén sujetos a regulación armonizada, las impugnaciones de las modificaciones basadas en
el incumplimiento de lo establecido en los artículos 204 y 205 LCSP, por entender que la modificación debió ser
objeto de una nueva adjudicación.
c) Las referidas a la preparación, adjudicación y modificaciones contractuales, cuando la impugnación de estas
últimas se base en el incumplimiento de lo establecido en los artículos 204 y 205 LCSP, cuando se entienda que
dicha modificación debió ser objeto de una nueva adjudicación de los contratos celebrados por los poderes
adjudicadores que no tengan la consideración de Administración Pública.
d) Las relativas a la preparación y adjudicación de los contratos de entidades del sector público que no tengan el
carácter de poderes adjudicadores.
e) Los recursos interpuestos contra las resoluciones que se dicten por los órganos administrativos de resolución de
los recursos previstos en el artículo 44 LCSP, así como en el artículo 321.5.
f) Las cuestiones que se susciten en relación con la preparación, adjudicación y modificación de los contratos
subvencionados a que se refiere el artículo 23 LCSP.
Por el contrario, el orden jurisdiccional civil será el competente para resolver:
a) Las controversias que se susciten entre las partes en relación con los efectos y extinción de los contratos
privados de las entidades que tengan la consideración de poderes adjudicadores, sean o no Administraciones
Públicas, con excepción de las modificaciones contractuales citadas en las letras b) y c) del apartado anterior.
b) De las cuestiones referidas a efectos y extinción de los contratos que celebren las entidades del sector público
que no tengan el carácter de poderes adjudicadores.
c) El conocimiento de las cuestiones litigiosas relativas a la financiación privada del contrato de concesión de
obra pública o de concesión de servicios, salvo en lo relativo a las actuaciones en ejercicio de las obligaciones y
potestades administrativas que, con arreglo a lo dispuesto en esta Ley, se atribuyen a la Administración
concedente, y en las que será competente el orden jurisdiccional contencioso-administrativo.
5. Competencias autorizatorias
La LJCA no solo atribuye competencias revisoras a la jurisdicción contencioso-
administrativa, sino también competencias no revisoras o autorizatorias (competencias de
control preventivo) para la tutela de los derechos de los ciudadanos frente a específicas
actuaciones de la Administración que afecten o incidan de modo muy sensible en dichos
derechos. En estos casos el legislador sujeta tales actuaciones administrativas al requisito
de autorización previa por la jurisdicción contencioso-administrativa.
Son, en lo esencial, los siguientes (artículos 8.6, 9.2 y 122 ter LJCA):
– Las autorizaciones para la entrada en domicilios y restantes lugares cuyo acceso requiera el consentimiento de
su titular, siempre que ello proceda para la ejecución forzosa de actos de la administración pública, salvo que
se trate de la ejecución de medidas de protección de menores acordadas por la Entidad Pública competente en
la materia.
– La autorización o ratificación judicial de las medidas adoptadas con arreglo a la legislación sanitaria que las
autoridades sanitarias consideren urgentes y necesarias para la salud pública e impliquen limitación o
restricción de derechos fundamentales cuando dichas medidas estén plasmadas en actos administrativos
singulares que afecten únicamente a uno o varios particulares concretos e identificados de manera
individualizada.
– Las autorizaciones para la entrada e inspección de domicilios, locales, terrenos y medios de transporte que haya
sido acordada por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, cuando, requiriendo dicho acceso
e inspección el consentimiento de su titular, este se oponga a ello o exista riesgo de tal oposición.
– Las autorizaciones para la entrada en domicilios y otros lugares constitucionalmente protegidos, que haya sido
acordada por la Administración Tributaria en el marco de una actuación o procedimiento de aplicación de los
tributos aún con carácter previo a su inicio formal cuando, requiriendo dicho acceso el consentimiento de su
titular, este se oponga a ello o exista riesgo de tal oposición.
– La autorización a que se refiere el artículo 8.2 de la Ley 34/2002 así como autorizar la ejecución de los actos
adoptados por la Sección Segunda de la Comisión de Propiedad Intelectual para que se interrumpa la
prestación de servicios de la sociedad de la información o para que se retiren contenidos que vulneren la
propiedad intelectual, en aplicación de la Ley 34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la
información y de Comercio Electrónico.
– La autorización judicial en relación con decisiones de la Comisión Europea en materia de transferencia
internacional de datos, prevista en la disposición adicional quinta de la Ley Orgánica 3/2018 de Protección de
Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales.
– Finalmente, procede señalar que la STC 70/2022 declaró inconstitucional y nula la atribución a la jurisdicción
contencioso-administrativa de la competencia de autorización o ratificación judicial de las medidas adoptadas
con arreglo a la legislación sanitaria que las autoridades sanitarias consideren urgentes y necesarias para la
salud pública e impliquen la limitación o restricción de derechos fundamentales cuando sus destinatarios no
estén identificados individualmente (arts. 10.8 y 11.1.i) LJCA, introducidos durante la pandemia de la COVID-
19 por la Ley 3/2020).
6. Competencias excluidas
El artículo 3 LJCA enumera competencias expresamente excluidas del ámbito de
conocimiento de la jurisdicción contencioso-administrativa. En este sentido, no
corresponden al orden jurisdiccional contencioso-administrativo:
a) Las cuestiones expresamente atribuidas a los órdenes jurisdiccionales civil, penal y
social, aunque estén relacionadas con la actividad de la Administración pública.
La delimitación más incierta es con la jurisdicción civil, ya que el civil es el orden jurisdiccional competente con
carácter residual (no tiene cuestiones expresamente atribuidas, pues es competente para conocer de todas
aquellas cuestiones que no estén expresamente atribuidas al conocimiento de otros órdenes jurisdiccionales).
Por lo que se refiere al orden social (art. 2 de la Ley 36/2011, de 10 de octubre, reguladora de la jurisdicción
social), cabe señalar que será competente para conocer de las cuestiones litigiosas que se promuevan:
• Para garantizar el cumplimiento de las obligaciones legales y convencionales en materia de prevención de
riesgos laborales, tanto frente al empresario como frente a otros sujetos obligados legal o convencionalmente,
así como para conocer de la impugnación de las actuaciones de las Administraciones públicas en dicha materia
respecto de todos sus empleados, bien sean éstos funcionarios, personal estatutario de los servicios de salud o
personal laboral, que podrán ejercer sus acciones, a estos fines, en igualdad de condiciones con los
trabajadores por cuenta ajena, incluida la reclamación de responsabilidad derivada de los daños sufridos como
consecuencia del incumplimiento de la normativa de prevención de riesgos laborales que forma parte de la
relación funcionarial, estatutaria o laboral; y siempre sin perjuicio de las competencias plenas de la Inspección
de Trabajo y Seguridad Social en el ejercicio de sus funciones.
• Sobre tutela de los derechos de libertad sindical, huelga y demás derechos fundamentales y libertades públicas,
incluida la prohibición de la discriminación y el acoso, contra el empresario o terceros vinculados a éste por
cualquier título, cuando la vulneración alegada tenga conexión directa con la prestación de servicios; sobre las
reclamaciones en materia de libertad sindical y de derecho de huelga frente a actuaciones de las
Administraciones públicas referidas exclusivamente al personal laboral.
• Sobre impugnación de convenios colectivos y acuerdos, cualquiera que sea su eficacia, incluidos los
concertados por las Administraciones públicas cuando sean de aplicación exclusiva a personal laboral; así
como sobre impugnación de laudos arbitrales de naturaleza social, incluidos los dictados en sustitución de la
negociación colectiva, en conflictos colectivos, en procedimientos de resolución de controversias y en
procedimientos de consulta en movilidad geográfica, modificaciones colectivas de condiciones de trabajo y
despidos colectivos, así como en suspensiones y reducciones temporales de jornada. De haberse dictado
respecto de las Administraciones públicas, cuando dichos laudos afecten en exclusiva al personal laboral.
• En procesos sobre materia electoral, incluidas las elecciones a órganos de representación del personal al
servicio de las Administraciones públicas.
• En impugnación de resoluciones administrativas de la autoridad laboral recaídas en los procedimientos
previstos en el apartado 3 del artículo 47 y en el apartado 7 del artículo 51 del Texto Refundido de la Ley del
Estatuto de los Trabajadores, aprobado por Real Decreto Legislativo 1/1995, de 24 de marzo, así como las
recaídas en el ejercicio de la potestad sancionadora en materia laboral y sindical y, respecto de las demás
impugnaciones de otros actos de las Administraciones públicas sujetos al Derecho Administrativo en el
ejercicio de sus potestades y funciones en materia laboral y sindical que pongan fin a la vía administrativa,
siempre que en este caso su conocimiento no esté atribuido a otro orden jurisdiccional.
• Contra las Administraciones públicas, incluido el Fondo de Garantía Salarial, cuando les atribuya
responsabilidad la legislación laboral.
• En impugnación de actos de las Administraciones públicas, sujetos a derecho administrativo y que pongan fin a
la vía administrativa, dictadas en el ejercicio de sus potestades y funciones en materia de Seguridad Social,
distintas de las comprendidas en el apartado o) del artículo 2 LRJS, incluyendo las recaídas en el ejercicio de la
potestad sancionadora en esta materia y con excepción de las especificadas en la letra f) del artículo 3
Por lo que se refiere a la delimitación de competencias con el orden penal, la zona limítrofe afecta especialmente
al ámbito del Derecho administrativo sancionador. No obstante, en estos casos la dificultad no reside tanto en la
determinación del orden jurisdiccional competente (penal o contencioso-administrativo), sino del alcance en
cada caso del principio constitucional que prohíbe la doble sanción de un mismo hecho (non bis in idem).
d) Los recursos directos o indirectos que se interpongan contra las Normas Forales
fiscales de las Juntas Generales de los Territorios Históricos de Álava, Guipúzcoa y
Vizcaya, que corresponderán, en exclusiva, al Tribunal Constitucional en los términos
establecidos por la disposición adicional quinta de su Ley Orgánica (al respecto vid.
STC 118/2016).
Tampoco corresponde a la jurisdicción contencioso-administrativa el conocimiento de las decisiones o
resoluciones dictadas por la Comisión Arbitral prevista en el artículo 39 del Estatuto de Autonomía del País Vasco
(disposición adicional primera.2 LJCA).
7. Cuestiones prejudiciales
El artículo 4 LJCA dispone que “la competencia del orden jurisdiccional contencioso-
administrativo se extiende al conocimiento y decisión de las cuestiones prejudiciales e
incidentales no pertenecientes al orden administrativo, directamente relacionadas con un
recurso contencioso-administrativo, salvo las de carácter constitucional y penal y lo
dispuesto en los Tratados internacionales”.
Este precepto desarrolla en el ámbito de la jurisdicción contencioso-administrativo lo
dispuesto con carácter general en el artículo 10 LOPJ: “1. A los solos efectos prejudiciales,
cada orden jurisdiccional podrá conocer de asuntos que no le estén atribuidos
privativamente. 2. No obstante, la existencia de una cuestión prejudicial penal de la que
no pueda prescindirse para la debida decisión o que condicione directamente el contenido
de ésta determinará la suspensión del procedimiento mientras aquélla no sea resuelta por
los órganos penales a quienes corresponda, salvo las excepciones que la ley establezca”.
La competencia prejudicial de la jurisdicción contencioso-administrativa tampoco se
extiende a las de carácter constitucional. Si la cuestión prejudicial tiene que ver con la
constitucionalidad de una norma con rango de ley determinante para la resolución del
asunto enjuiciado, el órgano jurisdiccional contencioso-administrativo no la puede
resolver por su propia autoridad. De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 163 CE,
“cuando un órgano judicial considere, en algún proceso, que una norma con rango de ley,
aplicable al caso, de cuya validez dependa el fallo, pueda ser contraria a la Constitución,
planteará la cuestión ante el Tribunal Constitucional en los supuestos, en la forma y con
los efectos que establezca la ley, que en ningún caso serán suspensivos”.
La competencia prejudicial de la jurisdicción contencioso-administrativa también
presenta límites en los supuestos en los que es obligatorio el planteamiento de la cuestión
prejudicial ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Conforme a lo
establecido en el artículo 263 TFUE, “cuando se plantee una cuestión de este tipo en un
asunto pendiente ante un órgano jurisdiccional nacional, cuyas decisiones no sean
susceptibles de ulterior recurso judicial de Derecho interno, dicho órgano estará obligado
a someter la cuestión al Tribunal”. En ningún caso un órgano jurisdiccional nacional
puede apreciar por su propia autoridad la invalidez de un acto adoptado por las
instituciones u órganos de la Unión Europea.
En todo caso, la decisión que el órgano jurisdiccional contencioso-administrativo adopte
a título prejudicial no producirá efectos fuera del proceso en que se dicte y no vinculará al
orden jurisdiccional correspondiente (art. 4.2 LJCA). La decisión no tiene eficacia de cosa
juzgada, por lo que puede ser posteriormente planteada ante la jurisdicción civil o social e
incluso ser resuelta de forma divergente.
8. Improrrogabilidad
La jurisdicción contencioso-administrativa es improrrogable (art. 5.1 LJCA). Ello
significa que los órganos de este orden jurisdiccional no podrán conocer de asuntos que
excedan del ámbito del mismo, aun si las partes contendientes estuvieran de acuerdo. La
extensión y los límites de la jurisdicción contencioso-administrativa son indisponibles.
Los órganos de este orden jurisdiccional apreciarán de oficio la falta de jurisdicción y
resolverán sobre la misma, previa audiencia de las partes y del Ministerio Fiscal por plazo
común de diez días (art. 5.2 LJCA).
La declaración de falta de jurisdicción será fundada y se efectuará indicando siempre el
concreto orden jurisdiccional que se estime competente. Si la parte demandante se
personare ante el mismo en el plazo de un mes desde la notificación de la resolución que
declare la falta de jurisdicción, se entenderá haberlo efectuado en la fecha en que se inició
el plazo para interponer el recurso contencioso-administrativo, si hubiere formulado éste
siguiendo las indicaciones de la notificación del acto o ésta fuese defectuosa (art. 5.3
LJCA).
2. La competencia objetiva
Para aplicar las reglas de distribución de competencia contenidas en los artículos 8 a 12
LJCA, se tendrán en cuenta los siguientes criterios (art. 7 LJCA):
a) Las referencias que se hacen a la Administración del Estado, Comunidades
Autónomas y Entidades locales comprenden a las Entidades y Corporaciones
dependientes o vinculadas a cada una de ellas.
b) La competencia atribuida a los Juzgados y Tribunales para el conocimiento de
recursos contra actos administrativos incluye la relativa a la inactividad y a las
actuaciones constitutivas de vía de hecho.
c) Salvo disposición expresa en contrario, la atribución de competencia por razón de la
materia prevalece sobre la efectuada en razón del órgano administrativo autor del
acto.
Pues bien, para determinar la competencia objetiva resulta útil distinguir varios tipos de
competencia por razón de la materia: (i) competencias de carácter revisor (control de
legalidad de la actuación administrativa); (ii) competencias para la resolución de recursos
y cuestiones de competencia; y (iii) competencias autorizatorias (control preventivo de
determinadas actuaciones administrativas con especial incidencia en los derechos
fundamentales).
8. La competencia territorial
Determinar el órgano jurisdiccional competente por razón del territorio solo es necesario
cuando la competencia objetiva para conocer de un asunto corresponde a órganos
jurisdiccionales que no tienen jurisdicción en toda España. Es el caso de los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo y de las Salas de lo Contencioso-Administrativo de los
Tribunales Superiores de Justicia. Pues bien, de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 14
LJCA, la competencia territorial de los Juzgados y de los Tribunales Superiores de Justicia
se determinará conforme a las siguientes reglas:
Primera. Con carácter general, será competente el órgano jurisdiccional en cuya
circunscripción tenga su sede el órgano que hubiere dictado la disposición o el acto
originario impugnado.
Segunda. Cuando el recurso tenga por objeto actos de las Administraciones públicas en
materia de responsabilidad patrimonial, personal, propiedades especiales y sanciones será
competente, a elección del demandante, el juzgado o el tribunal en cuya circunscripción
tenga aquél su domicilio o se halle la sede del órgano autor del acto originario
impugnado.
Cuando el recurso tenga por objeto actos de las Administraciones de las Comunidades
Autónomas o de las entidades de la Administración Local, la elección a que se refiere esta
regla segunda se entenderá limitada a la circunscripción del Tribunal Superior de Justicia
en que tenga su sede el órgano que hubiere dictado el acto originario impugnado.
Tercera. La competencia corresponderá al órgano jurisdiccional en cuya circunscripción
radiquen los inmuebles afectados cuando se impugnen planes de ordenación urbana y
actuaciones urbanísticas, expropiatorias y, en general, las que comporten intervención
administrativa en la propiedad privada.
Cuando el acto originario impugnado afectase a una pluralidad de destinatarios y fueran
diversos los Juzgados o Tribunales competentes según las reglas anteriores, la competencia
vendrá atribuida al órgano jurisdiccional en cuya circunscripción tenga su sede el órgano
que hubiere dictado el acto originario impugnado.
9. Normas de reparto
Como ya ha sido señalado, si en una provincia existen varios Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo, si una Sala de lo contencioso se estructura en varias
secciones (como sucede en las Salas de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal
Supremo, de la Audiencia Nacional y de algunos Tribunales Superiores de Justicia) o uno
de estos últimos Tribunales cuenta con más de una Sala de lo Contencioso (caso de los
Tribunales Superiores de Justicia de Andalucía y de Castilla y León), la asignación de un
asunto a uno u otro órgano no se decide con arreglo a normas de atribución de
competencia sino con arreglo a las llamadas normas de reparto (o de distribución de
asuntos).
Al respecto el artículo 17 LJCA dispone lo siguiente:
La distribución de asuntos entre las diversas Salas de un mismo Tribunal, o entre las
diversas Secciones de una misma Sala, será acordada por la Sala de Gobierno del
respectivo Tribunal, teniendo en cuenta la naturaleza y homogeneidad de la materia a que
se refieren los recursos.
Idéntico criterio se tendrá en cuenta para la distribución de asuntos entre los diversos
Juzgados de lo Contencioso-administrativo de una misma población. La aprobación
corresponderá a la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia, a propuesta de la
Junta de Jueces de este orden jurisdiccional.
Los acuerdos sobre distribución de asuntos se adoptarán cada dos años y se
comunicarán al Consejo General del Poder Judicial al solo efecto de su publicación, antes
de la apertura de Tribunales, en el “Boletín Oficial del Estado” o en el de la Comunidad
Autónoma, según corresponda.
En caso de resultar alterada la competencia de los distintos Juzgados con sede en un
mismo partido judicial, de las diversas Salas de un mismo Tribunal o de las diversas
Secciones de una Sala por razón de una nueva distribución de asuntos, de los procesos en
tramitación continuará conociendo y fallará el órgano jurisdiccional que resultare
competente al tiempo de la interposición del recurso, según los acuerdos entonces
vigentes.
1. Capacidad procesal
La capacidad procesal es la aptitud genérica de ser parte en cualquier proceso y de poder
realizar actuaciones válidas en el mismo.
Pues bien, tienen capacidad procesal ante el orden jurisdiccional contencioso-
administrativo, en primer lugar, las personas que la ostenten con arreglo a la Ley de
Enjuiciamiento Civil (LEC). De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 6.1 de esta Ley,
podrán ser parte en los procesos:
1.º Las personas físicas.
2.º El concebido no nacido, para todos los efectos que le sean favorables.
3.º Las personas jurídicas.
4.º Las masas patrimoniales o los patrimonios separados que carezcan transitoriamente de titular o cuyo titular
haya sido privado de sus facultades de disposición y administración.
5.º Las entidades sin personalidad jurídica a las que la ley reconozca capacidad para ser parte.
6.º El Ministerio Fiscal, respecto de los procesos en que, conforme a la ley, haya de intervenir como parte.
7.º Los grupos de consumidores o usuarios afectados por un hecho dañoso cuando los individuos que lo
compongan estén determinados o sean fácilmente determinables. Para demandar en juicio será necesario que el
grupo se constituya con la mayoría de los afectados.
8.º Las entidades habilitadas conforme a la normativa comunitaria europea para el ejercicio de la acción de
cesación en defensa de los intereses colectivos y de los intereses difusos de los consumidores y usuarios.
El artículo 18 LJCA establece que, además de las personas que ostenten capacidad
procesal con arreglo a la LEC, también la tienen los menores de edad para la defensa de
aquellos de sus derechos e intereses legítimos cuya actuación les esté permitida por el
ordenamiento jurídico sin necesidad de asistencia de la persona que ejerza la patria
potestad, tutela o curatela.
Adicionalmente, la LJCA precisa que los grupos de afectados (por ejemplo, comunidades
de propietarios), uniones sin personalidad (por ejemplo, uniones temporales de empresas
en el ámbito de la contratación administrativa) o patrimonios independientes o
autónomos, entidades todas ellas aptas para ser titulares de derechos y obligaciones al
margen de su integración en las estructuras formales de las personas jurídicas, también
tendrán capacidad procesal ante el orden jurisdiccional contencioso-administrativo
cuando la Ley así lo declare expresamente.
2. Legitimación activa
La legitimación implica una relación especial y concreta entre una persona y una
situación jurídica en litigio que la singulariza respecto de cualquier tercero que carezca de
tal relación con el objeto del proceso. Si no se exigiera esa relación especial para ser parte
(actora), regiría en este orden jurisdiccional una acción pública universal (acción popular),
de modo que para ser parte en el proceso bastaría con alegar un mero interés por la
legalidad (objetiva). Sin embargo, la LJCA exige para ser parte en el proceso que exista
una relación particularizada con su objeto. En el caso de la legitimación activa esa
relación especial con el objeto del proceso es la que se exige al recurrente (parte
demandante). Es la propia Constitución la norma que vincula este inexcusable
presupuesto procesal de la legitimación activa al derecho a la tutela judicial efectiva, al
describirlo, en el citado artículo 24.1 como “el derecho a obtener la tutela efectiva de los
jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos”. En este sentido, la
jurisprudencia reitera que la legitimatio ad causam es la cualidad que habilita a las
personas físicas o jurídicas, y las Administraciones Públicas, para actuar como parte
demandante en un determinado proceso. Y se vincula, en el orden jurisdiccional
contencioso-administrativo, a la relación que media entre el sujeto promotor del recurso y
el objeto de la pretensión que se deduce. De modo que el recurso solo puede iniciarse por
quien tiene legitimación, pues no se reconoce con carácter general la acción pública, salvo
previsión legal expresa.
Así pues, de conformidad con el artículo 19 LJCA, están legitimados ante el orden
jurisdiccional contencioso-administrativo:
a) Las personas físicas o jurídicas que ostenten un derecho o interés legítimo.
De acuerdo con la jurisprudencia del Tribunal Supremo, para apreciar el requisito de la legitimación en una
determinada persona física o jurídica, es preciso, salvo en los excepcionales supuestos en los que nuestro
ordenamiento jurídico reconoce la existencia de una acción pública, que exista un interés legítimo en la
pretensión ejercitada, que debe ser identificado en la interposición de cada recurso contencioso administrativo.
Así, la legitimación, que constituye un presupuesto inexcusable del proceso, “implica la existencia de una
relación material unívoca entre el sujeto y el objeto de la pretensión deducida en el recurso contencioso-
administrativo, en referencia a un interés en sentido propio, identificado y específico, de tal forma que la
anulación del acto o la disposición impugnados produzca automáticamente un efecto positivo (beneficio) o
negativo (perjuicio), actual o futuro, pero cierto” (SSTS de 13 de diciembre de 2005 —recurso 120/2004— y 20
de marzo de 2012 —recurso 391/2010—). El interés legítimo debe ser siempre, por tanto, un interés cualificado,
específico y distinto del mero interés por la legalidad. Se exige, en consecuencia, que el acto o disposición
administrativa pueda repercutir directa o indirectamente, incluso de futuro, pero de un modo efectivo y
acreditado, no meramente hipotético, en la esfera jurídica de quien impugna, sin que baste la mera invocación
abstracta y general o la mera posibilidad de su acaecimiento.
En suma, la jurisprudencia existente define el interés legítimo, base de la legitimación procesal a la que alude el
artículo 19 LJCA, como “la titularidad potencial de una posición de ventaja o de una utilidad jurídica por parte de
quien ejercita la pretensión y que se materializaría de prosperar ésta”.
Esa concreta relación entre la persona física o jurídica y la pretensión ejercitada en cada proceso explica el
carácter casuístico que presenta la legitimación, que también ha sido puesto de relieve por la jurisprudencia, en
sentencias de 24 de mayo de 2006 (recurso 957/2003) y de 26 de junio de 2007 (recurso 9763/2004), por lo que
no es aconsejable ni una afirmación ni una negación indiferenciadas para todos los casos, sino que habrá de
indagarse en cada caso la presencia del interés legítimo de la parte, a cuyo fin sirve el proceso. La apreciación de
la legitimación debe estar presidida, eso sí, por el principio pro actione fin de favorecer el acceso a la
jurisdicción, todo ello de acuerdo con el artículo 24.1 CE.
Sin embargo, la jurisprudencia afirma, por ejemplo, que de la condición de denunciante, únicamente y por sí
misma, no se deriva legitimación para impugnar la resolución que pone fin al procedimiento sancionador, pues el
concepto de denunciante no es coincidente con el de parte interesada o titularidad de un derecho o interés
legítimo.
3. Legitimación pasiva
Según dispone el artículo 21 LJCA, se considera parte demandada:
a) Las Administraciones públicas o cualesquiera de los órganos mencionados en el
artículo 1.3 LJCA contra cuya actividad se dirija el recurso.
Cuando se trate de Organismos o Corporaciones públicos sujetos a fiscalización de una Administración territorial,
se entiende por Administración demandada:
• El Organismo o Corporación autores del acto o disposición fiscalizados, si el resultado de la fiscalización es
aprobatorio.
• La que ejerza la fiscalización, si mediante ella no se aprueba íntegramente el acto o disposición.
Al constituir la o las pretensiones ejercitadas a través del recurso el objeto del proceso
contencioso-administrativo, son las pretensiones las que delimitan el marco al que se debe
ceñir el juez o tribunal. En este sentido, el artículo 33.1 LJCA establece que “los órganos
del orden jurisdiccional contencioso-administrativo juzgarán dentro del límite de las
pretensiones formuladas por las partes y de los motivos que fundamenten el recurso y la
oposición”. Si el escrito de interposición del recurso delimita la actividad administrativa
impugnada, la pretensión formulada en la demanda delimita el objeto del proceso. No
obstante, si el juez o tribunal, al dictar sentencia, “estimare que la cuestión sometida a su
conocimiento pudiera no haber sido apreciada debidamente por las partes, por existir en
apariencia otros motivos susceptibles de fundar el recurso o la oposición, lo someterá a
aquéllas mediante providencia en que, advirtiendo que no se prejuzga el fallo definitivo,
los expondrá y concederá a los interesados un plazo común de diez días para que
formulen las alegaciones que estimen oportunas, con suspensión del plazo para
pronunciar el fallo. Contra la expresada providencia no cabrá recurso alguno” (art. 33.2).
Esto mismo se observará “si, impugnados directamente determinados preceptos de una
disposición general, el Tribunal entendiera necesario extender el enjuiciamiento a otros de
la misma disposición por razones de conexión o consecuencia con los preceptos
recurridos” (art. 33.3).
3. La acumulación
Como hemos podido comprobar, cabe la posibilidad de que se ejerciten diversas
pretensiones en relación con una misma actividad administrativa impugnada o que el
recurso tenga por objeto diversas actuaciones entre las que existe una conexión suficiente
que justifique su tramitación unitaria por razones de economía procesal y en aras de una
mayor celeridad en la tramitación del proceso y para evitar de raíz riesgos de
pronunciamientos contradictorios. A su vez, esa conexión puede existir igualmente entre
diversos recursos interpuestos, que tengan por objeto la misma o similar actividad
administrativa y a través de los que se ejerciten pretensiones coincidentes. A tal efecto, la
LJCA regula en el Capítulo III de su Título III diversos mecanismos de acumulación (arts.
34 a 39).
La LJCA distingue entre acumulación de pretensiones o acciones, y dentro de ésta entre
acumulación inicial (arts. 34 y 35) y acumulación sucesiva o por ampliación (art. 36), y
acumulación de autos (art. 37), según que se plantee dentro de un mismo proceso o se
haya iniciado ya la tramitación de distintos recursos o procesos. A su vez, la Ley prevé en
este último supuesto, si no se acordase la acumulación de autos, la tramitación preferente
de algunos de éstos a modo de “pleitos testigo” (art. 37.2 y 3).
En todo caso, contra las resoluciones sobre acumulación, ampliación y tramitación
preferente sólo se dará recurso de reposición (art. 39).
De acuerdo con el artículo 35.1 LJCA, el actor podrá acumular en su demanda cuantas
pretensiones reúnan los requisitos señalados en el artículo 34, a saber:
– Serán acumulables en un proceso las pretensiones que se deduzcan en relación con
un mismo acto, disposición o actuación (art. 34.1).
– Lo serán también las que se refieran a varios actos, disposiciones o actuaciones
cuando unos sean reproducción, confirmación o ejecución de otros o exista entre
ellos cualquier otra conexión directa (art. 34.2).
Corresponderá resolver sobre la acumulación en primer término al Letrado de la
Administración de Justicia. Si éste no estimare pertinente la acumulación, dará cuenta al
Tribunal, quien, en su caso, ordenará a la parte que interponga por separado los recursos
en el plazo de treinta días. Si la parte no lo efectuare, el Juez tendrá por caducado aquel
recurso respecto del cual no se hubiere dado cumplimiento a lo ordenado (art. 35.2).
De la acumulación anteriormente descrita, la inicial, procede distinguir la acumulación
sucesiva o por ampliación, que tiene lugar una vez que el proceso ya se ha iniciado.
Concretamente, dispone el artículo 36.1 LJCA que “si antes de la sentencia se dictare o se
tuviere conocimiento de la existencia de algún acto, disposición o actuación que guarde
con el que sea objeto del recurso en tramitación la relación prevista en el artículo 34, el
demandante podrá solicitar, dentro del plazo que señala el artículo 46, la ampliación del
recurso a aquel acto administrativo, disposición o actuación”.
Esta petición producirá la suspensión del curso del procedimiento. El Letrado de la
Administración de Justicia dará traslado de la misma a las partes para que presenten
alegaciones en el plazo común de cinco días (art. 36.2). Si el órgano jurisdiccional
accediere a la ampliación, continuará la suspensión de la tramitación del proceso en tanto
no se alcance respecto de aquélla el mismo estado que tuviere el procedimiento inicial (art.
36.3).
El demandante también podrá solicitar la acumulación sucesiva o por ampliación
cuando en los recursos contencioso-administrativos interpuestos contra actos presuntos la
Administración dictare durante su tramitación resolución expresa respecto de la
pretensión inicialmente deducida. En tal caso podrá el recurrente desistir del recurso
interpuesto con fundamento en la aceptación de la resolución expresa que se hubiere
dictado o solicitar la ampliación a la resolución expresa. Una vez producido el
desistimiento del recurso inicialmente interpuesto, el plazo para recurrir la resolución
expresa, que será de dos meses, se contará desde el día siguiente al de la notificación de la
misma (art. 36.4).
Por otro lado, la acumulación de autos se plantea —a diferencia de lo que sucede en los
supuestos de acumulación de pretensiones o acciones— cuando ya se ha iniciado la
tramitación de distintos recursos o procesos.
Para estos casos el artículo 37.1 LJCA dispone que “interpuestos varios recursos
contencioso-administrativos con ocasión de actos, disposiciones o actuaciones en los que
concurra alguna de las circunstancias señaladas en el artículo 34, el órgano jurisdiccional
podrá en cualquier momento procesal, previa audiencia de las partes por plazo común de
cinco días, acordar la acumulación de oficio o a instancia de alguna de ellas”.
Por tanto, la acumulación de autos, que el órgano jurisdiccional puede acordar de oficio
o a instancia de alguna de las partes, también exige que las pretensiones (i) se deduzcan en
relación con un mismo acto, disposición o actuación, o bien (ii) se refieran a varios actos,
disposiciones o actuaciones, pero unos sean reproducción, confirmación o ejecución de
otros o exista entre ellos cualquier otra conexión directa. A tal efecto, la Ley prevé que “la
Administración comunicará al Tribunal, al remitirle el expediente administrativo, si tiene
conocimiento de la existencia de otros recursos contencioso-administrativos en los que
puedan concurrir los supuestos de acumulación que previene el presente capítulo” (art.
38.1 LJCA). Igualmente, el Letrado de la Administración de Justicia pondrá en
conocimiento del Juez o Tribunal los procesos que se tramiten en la Oficina judicial en los
que puedan concurrir dichos supuestos de acumulación (art. 38.2).
En supuestos de pluralidad de recursos con idéntico objeto pendientes ante un mismo
órgano judicial, éste podrá optar entre acumularlos de acuerdo con lo dispuesto en el
artículo 37.1 LJCA (acumulación de autos) o, en su defecto, deberá ordenar la
tramitación preferente de uno o varios de dichos recursos. En efecto, “cuando ante un
Juez o Tribunal estuviera pendiente una pluralidad de recursos con idéntico objeto, el
órgano jurisdiccional, si no se hubiesen acumulado, deberá tramitar uno o varios con
carácter preferente, previa audiencia de las partes por plazo común de cinco días,
suspendiendo el curso de los demás hasta que se dicte sentencia en los primeros” (art.
37.2 LJCA). En caso de que la pluralidad de recursos con idéntico objeto pudiera, a su
vez, agruparse por categorías o grupos que planteen una controversia sustancialmente
análoga, el órgano jurisdiccional, si no se hubieran acumulado, tramitará uno o varios de
cada grupo o categoría con carácter preferente, previa audiencia de las partes por plazo
común de cinco días, suspendiendo el curso de los demás en el estado en que se
encuentren hasta que se dicte sentencia en los tramitados preferentemente para cada
grupo o categoría (art. 37.2 LJCA). Una vez firme, el Letrado de la Administración de
Justicia “llevará testimonio de la sentencia a los recursos suspendidos y la notificará a los
recurrentes afectados por la suspensión a fin de que en el plazo de cinco días puedan
interesar la extensión de sus efectos en los términos previstos en el artículo 111, la
continuación del procedimiento o bien desistir del recurso” (art. 37.3). La doctrina se
refiere a estos procesos de tramitación preferente como “procesos testigo” o “procesos
piloto”. Se trata de un mecanismo procesal especialmente idóneo en los casos de pleitos
masivos.
El recurso dirigido contra una disposición general, acto, inactividad o vía de hecho en
que no existan terceros interesados podrá iniciarse también mediante demanda en que se
concretará la disposición, acto o conducta impugnados y se razonará su disconformidad a
Derecho (art. 45.5 LJCA). Con la demanda se acompañarán los documentos que
procedan de los previstos en el artículo 45.2 LJCA.
El plazo para interponer el recurso contencioso-administrativo será de dos meses
contados desde el día siguiente al de la publicación de la disposición impugnada o al de la
notificación o publicación del acto que ponga fin a la vía administrativa, si fuera expreso
(art. 46.1 LJCA). Si no lo fuera, este precepto legal dispone que el plazo será de seis meses
y se contará, para el solicitante y otros posibles interesados, a partir del día siguiente a
aquél en que, de acuerdo con su normativa específica, se produzca el acto presunto. Sin
embargo, este plazo solo es de aplicación a la impugnación de los actos presuntos
estimatorios (silencio positivo), no a los supuestos de silencio negativo. Para estos casos la
STC 52/2014, de 10 de abril, confirmó definitivamente que no existe un plazo preclusivo
para interponer recurso contencioso-administrativo y que, por tanto, el mismo será
admisible aun interpuesto más allá de los seis meses.
Así lo establecen ahora también expresamente los artículos 122.1 y 124.1 LPAC en relación con los recursos
administrativos: “Si el acto no fuera expreso el solicitante y otros posibles interesados podrán interponer recurso
(…) en cualquier momento a partir del día siguiente a aquel en que, de acuerdo con su normativa específica, se
produzcan los efectos del silencio administrativo”.
En los supuestos de inactividad administrativa (art. 46.2 LJCA), los dos meses se
contarán a partir del día siguiente al vencimiento de los plazos señalados en dicho artículo
29 LJCA: “Si en el plazo de tres meses desde la fecha de la reclamación, la Administración
no hubiera dado cumplimiento a lo solicitado o no hubiera llegado a un acuerdo con los
interesados, éstos pueden deducir recurso contencioso-administrativo contra la inactividad
de la Administración”.
Si el recurso contencioso-administrativo se dirigiera contra una actuación en vía de
hecho (art. 46.3 LJCA), el plazo para interponer el recurso será de diez días a contar
desde el día siguiente a la terminación del plazo establecido en el artículo 30: “Si dicha
intimación (…) no fuere atendida dentro de los diez días siguientes a la presentación del
requerimiento, podrá deducir directamente recurso contencioso-administrativo”. Si no
hubiere requerimiento, el plazo será de veinte días desde el día en que se inició la
actuación administrativa en vía de hecho.
En cuanto al dies a quo, la LJCA dispone que el plazo para interponer el recurso
contencioso-administrativo se contará desde el día siguiente a aquel en que se notifique la
resolución expresa del recurso potestativo de reposición o en que éste deba entenderse
presuntamente desestimado (art. 46.4).
Como ya se ha indicado, el plazo para interponer recurso de lesividad será de dos meses a contar desde el día
siguiente a la fecha de la declaración de lesividad (art. 46.5 LJCA). En los litigios entre Administraciones, el plazo
para interponer recurso contencioso-administrativo será de dos meses, salvo que por Ley se establezca otra cosa.
Cuando hubiera precedido el requerimiento regulado en los tres primeros apartados del artículo 44, el plazo se
contará desde el día siguiente a aquel en que se reciba la comunicación del acuerdo expreso o se entienda
presuntamente rechazado (art. 46.6 LJCA).
Una vez verificado que el recurso es admisible (art. 45.3 LJCA), el Letrado de la
Administración de Justicia en el siguiente día hábil acordará, si lo solicita el recurrente,
que se anuncie la interposición del recurso y remitirá el oficio para su publicación por el
órgano competente, sin perjuicio de que sea costeada por el recurrente, en el periódico
oficial que proceda atendiendo al ámbito territorial de competencia del órgano autor de la
actividad administrativa recurrida. El Letrado de la Administración de Justicia podrá
también acordar de oficio la publicación, si lo estima conveniente (art. 47.1 LJCA). No
obstante, si se hubiera iniciado el recurso mediante demanda (en los supuestos en que no
existan terceros interesados) y éste se dirige contra una disposición general, deberá
procederse a la publicación del anuncio de interposición de aquél, en el que se concederán
quince días para la personación de quienes tengan interés legítimo en sostener la
conformidad a Derecho de la disposición, acto o conducta impugnados. Transcurrido este
plazo, el Letrado de la Administración de Justicia procederá a dar traslado de la demanda
y de los documentos que la acompañen para que sea contestada primero por la
Administración y luego por los demás demandados que se hubieran personado (art. 47.2
LJCA).
Al acordar la publicación del anuncio de la interposición del recurso, o mediante
diligencia si la publicación no fuere necesaria, el Letrado de la Administración de Justicia
requerirá a la Administración que le remita el expediente administrativo, ordenándole que
practique los emplazamientos previstos en el artículo 49 LJCA. El expediente se reclamará
al órgano autor de la disposición o acto impugnado o a aquél al que se impute la
inactividad o vía de hecho. Se hará siempre una copia autentificada de los expedientes
tramitados en grados o fases anteriores, antes de devolverlos a su oficina de procedencia
(art. 48.1 LJCA).
No obstante, de acuerdo con el artículo 48.2 LJCA, no se reclamará el expediente si se hubiera iniciado el recurso
contra una disposición general mediante demanda (en los supuestos en que no existan terceros interesados). Pero
ello sin perjuicio de la facultad de recabar de oficio o a petición del actor el expediente de elaboración de la
misma. Recibido el expediente, el Letrado de la Administración de Justicia lo pondrá de manifiesto a las partes
por cinco días para que formulen alegaciones (art. 48.5 LJCA).
Al margen de que lo soliciten las partes, el Juez o Tribunal podrá también acordar de
oficio el recibimiento a prueba y disponer la práctica de cuantas estime pertinentes para la
más acertada decisión del asunto (art. 61.1 LJCA). Finalizado el período de prueba, y
hasta que el pleito sea declarado concluso para sentencia, el órgano jurisdiccional podrá
también acordar la práctica de cualquier diligencia de prueba que estimare necesaria (art.
61.2 LJCA). En ambos casos las partes tendrán intervención en estas pruebas (art. 61.3
LJCA).
Si el Juez o Tribunal hiciere uso de su facultad de acordar de oficio la práctica de una
prueba, y las partes carecieran de oportunidad para alegar sobre ello en la vista o en el
escrito de conclusiones, el Letrado de la Administración de Justicia pondrá de manifiesto
el resultado de la prueba a las partes, las cuales podrán, en el plazo de cinco días, alegar
cuanto estimen conveniente acerca de su alcance e importancia (art. 61.4 LJCA).
Adicionalmente, el órgano judicial podrá acordar de oficio, previa audiencia a las partes,
o bien a instancia de las mismas, la extensión de los efectos de las pruebas periciales a los
procedimientos conexos (art. 61.5 LJCA).
A los efectos de la aplicación de las normas sobre costas procesales en relación con el coste de estas pruebas se
entenderá que son partes todos los intervinientes en los procesos sobre los cuales se haya acordado la extensión
de sus efectos, prorrateándose su coste entre los obligados en dichos procesos al pago de las costas.
Por otro lado, cuando se acuerde el trámite de conclusiones (en lugar de vista), las partes
presentarán unas alegaciones sucintas acerca de los hechos, la prueba practicada y los
fundamentos jurídicos en que apoyen sus pretensiones (art. 64.1 LJCA). El plazo para
formular el escrito será de diez días sucesivos para los demandantes y demandados, siendo
simultáneo para cada uno de estos grupos de partes si en alguno de ellos hubiere
comparecido más de una persona y no actuaran unidos bajo una misma representación
(art. 64.2 LJCA).
También cuando se acuerde el trámite de conclusiones el Letrado de la Administración de Justicia señalará la
fecha para votación y fallo por riguroso orden de antigüedad de los asuntos, excepto los referentes a materias que
por prescripción de la ley o por acuerdo motivado del órgano jurisdiccional, fundado en circunstancias
excepcionales, deban tener preferencia, los cuales, estando conclusos, podrán ser antepuestos a los demás cuyo
señalamiento aún no se hubiera hecho (arts. 64.3 y 63.1 LJCA).
Finalmente, celebrada la vista o presentadas las conclusiones, el Juez o Tribunal
declarará que el pleito ha quedado concluso para sentencia, salvo que haga uso de la
facultad prevista en el artículo 61.2 LJCA (acordar la práctica de cualquier diligencia de
prueba que estimare necesaria una vez finalizado el periodo de prueba), en cuyo caso
dicha declaración se hará inmediatamente después de que finalice la práctica de la
diligencia o diligencias de prueba acordadas (art. 64.4 LJCA).
Existen algunas normas comunes para el acto de la vista y el escrito de conclusiones. Ni
en uno ni en el otro podrán plantearse cuestiones que no hayan sido suscitadas en los
escritos de demanda y contestación (art. 65.1 LJCA). Sin embargo, cuando el Juez o
Tribunal juzgue oportuno que en el acto de la vista o en las conclusiones se traten motivos
relevantes para el fallo y distintos de los alegados, lo pondrá en conocimiento de las partes
mediante providencia, dándoles plazo de diez días para ser oídas sobre ello. Contra esta
providencia no cabrá recurso alguno (art. 65.2 LJCA).
En el acto de la vista, o en el escrito de conclusiones, el demandante podrá solicitar que
la sentencia formule pronunciamiento concreto sobre la existencia y cuantía de los daños
y perjuicios de cuyo resarcimiento se trate, si constasen ya probados en autos (art. 65.3
LJCA).
Por último, los recursos directos contra disposiciones generales gozarán de preferencia y,
una vez conclusos, serán antepuestos para su votación y fallo a cualquier otro recurso
contencioso-administrativo, sea cual fuere su instancia o grado, salvo el proceso especial
de protección de derechos fundamentales (art. 66 LJCA).
2. El procedimiento abreviado
En el artículo 78 LJCA se regula un procedimiento abreviado que se caracteriza por su
oralidad y concentración. Se tramitan por este procedimiento determinados asuntos cuyo
conocimiento corresponde a órganos unipersonales. Concretamente, los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo y, en su caso, los Juzgados Centrales de lo Contencioso-
Administrativo conocen, por el procedimiento abreviado, de los asuntos de su
competencia que se susciten sobre cuestiones de personal al servicio de las
Administraciones Públicas, sobre extranjería y sobre inadmisión de peticiones de asilo
político, asuntos de disciplina deportiva en materia de dopaje, así como todas aquellas
cuya cuantía no supere los 30.000 euros (art. 78.1 LJCA). También se tramita por el
procedimiento abreviado el recurso contra la inejecución de actos firmes (art. 29.2 LJCA).
En estos casos el recurso se iniciará por demanda, a la que se acompañará el documento
o documentos en que el actor funde su derecho y aquellos previstos en el artículo 45.2
LJCA, ya mencionados (art. 78.2 LJCA).
Presentada la demanda, el Letrado de la Administración de Justicia, apreciada la
jurisdicción y competencia objetiva del Tribunal, admitirá la demanda. En otro caso, dará
cuenta a éste para que resuelva lo que proceda (art. 78.3 LJCA).
Admitida la demanda, el Letrado de la Administración de Justicia acordará su traslado
al demandado, citando a las partes para la celebración de vista, con indicación de día y
hora, y requerirá a la Administración demandada que remita el expediente administrativo
con al menos quince días de antelación del término señalado para la vista (art. 78.3
LJCA). No obstante, si el actor pide por otrosí en su demanda que el recurso se falle sin
necesidad de recibimiento a prueba ni tampoco de vista, el Letrado de la Administración
de Justicia dará traslado de la misma a las partes demandadas para que la contesten en el
plazo de veinte días, apercibiendo a la Administración demandada de que no se admitirá
la contestación si no va acompañada de dicho expediente. Las partes demandadas podrán,
dentro de los diez primeros días del plazo para contestar a la demanda, solicitar la
celebración de la vista. En dicho caso el Letrado de la Administración de Justicia citará a
las partes al acto. En caso contrario, el Letrado de la Administración de Justicia declarará
concluso el pleito sin más trámite una vez contestada la demanda, salvo que el Juez haga
uso de la facultad que le atribuye el artículo 61 LJCA (acordar de oficio la práctica de
pruebas).
Recibido el expediente administrativo, el Letrado de la Administración de Justicia lo
remitirá al actor y a los interesados que se hubieren personado para que puedan hacer
alegaciones en el acto de la vista (art. 78.4 LJCA).
Comparecidas las partes, o alguna de ellas, el Juez declarará abierta la vista. Si las partes
no comparecieren o lo hiciere solo el demandado, el Juez o Tribunal tendrá al actor por
desistido del recurso y le condenará en costas, y si compareciere solo el actor, acordará
que prosiga la vista en ausencia del demandado (art. 78.5 LJCA).
La vista comenzará con exposición por el demandante de los fundamentos de lo que
pida o ratificación de los expuestos en la demandan (art. 78.6 LJCA). Acto seguido, el
demandado podrá formular las alegaciones que a su derecho convengan, comenzando, en
su caso, por las cuestiones relativas a la jurisdicción, a la competencia objetiva y territorial
y a cualquier otro hecho o circunstancia que pueda obstar a la válida prosecución y
término del proceso mediante sentencia sobre el fondo (art. 78.7 LJCA).
Oído el demandante sobre estas cuestiones, el Juez resolverá lo que proceda, y si
mandase proseguir el juicio, el demandado podrá pedir que conste en acta su
disconformidad. Lo mismo podrá hacer el demandante si el Juez, al resolver sobre alguna
de dichas cuestiones, declinara el conocimiento del asunto en favor de otro Juzgado o
Tribunal o entendiese que debe declarar la inadmisibilidad del recurso (art. 78.8 LJCA).
Si en sus alegaciones el demandado hubiese impugnado la adecuación del procedimiento
por razón de la cuantía, el Juez, antes de practicarse la prueba o, en su caso, las
conclusiones, exhortará a las partes a ponerse de acuerdo sobre tal extremo. Si no se
alcanzare el acuerdo, decidirá el Juez, que dará al proceso el curso procedimental que
corresponda según la cuantía que él determine. Frente a la decisión del Juez no se dará
recurso alguno (art. 78.9 LJCA). Si no se suscitasen tales cuestiones procesales o si,
habiéndose suscitado, se resolviese por el Juez la continuación del juicio, se dará la
palabra a las partes para fijar con claridad los hechos en que fundamenten sus
pretensiones. Si no hubiere conformidad sobre ellos, se propondrán las pruebas y, una vez
admitidas las que no sean impertinentes o inútiles, se practicarán seguidamente (art. 78.10
LJCA).
Cuando de las alegaciones de las partes se desprenda la conformidad de todos los
demandados con las pretensiones del actor, el carácter meramente jurídico de la
controversia, la ausencia de proposición de la prueba o la inadmisibilidad de toda la
prueba propuesta, y las partes no deseasen formular conclusiones, el Juez apreciará tal
circunstancia en el acto y, si ninguna parte se opusiere, dictará sentencia sin más dilación.
Formulada oposición, el Juez resolverá estimándola, en cuyo caso proseguirá la vista
conforme a las reglas ordinarias de este procedimiento, o desestimándola en la misma
sentencia que dicte, antes de resolver sobre el fondo, como especial pronunciamiento (art.
78.11 LJCA).
Los medios de prueba se practicarán en los juicios abreviados, en cuanto no sea incompatible con sus trámites,
del modo previsto para el juicio ordinario (art. 78.12 LJCA). Las preguntas para la prueba de interrogatorio de
parte se propondrán verbalmente, sin admisión de pliegos (art. 78.13 LJCA). No se admitirán escritos de preguntas
y repreguntas para la prueba testifical. Cuando el número de testigos fuese excesivo y, a criterio del órgano
judicial, sus manifestaciones pudieran constituir inútil reiteración del testimonio sobre hechos suficientemente
esclarecidos, aquél podrá limitarlos discrecionalmente (art. 78.14 LJCA).
Los testigos no podrán ser tachados y, únicamente en conclusiones, las partes podrán hacer las observaciones que
sean oportunas respecto de sus circunstancias personales y de la veracidad de sus manifestaciones (art. 78.15
LJCA).
Contra las resoluciones del Juez sobre denegación de pruebas o sobre admisión de las que se denunciaran como
obtenidas con violación de derechos fundamentales, las partes podrán interponer en el acto recurso de
reposición, que se sustanciará y resolverá seguidamente (art. 78.17 LJCA).
Si el Juez estimase que alguna prueba relevante no puede practicarse en la vista, sin mala fe por parte de quien
tuviera la carga de aportarla, la suspenderá, señalando el Secretario judicial competente, en el acto y sin
necesidad de nueva notificación, el lugar, día y hora en que deba reanudarse (art. 78.18 LJCA).
Tras la práctica de la prueba, si la hubiere, y, en su caso, de las conclusiones, oídos los Letrados, las personas que
sean parte en los asuntos podrán, con la venia del Juez, exponer de palabra lo que crean oportuno para su
defensa a la conclusión de la vista, antes de darla por terminada (art. 78.19 LJCA).
El Juez dictará sentencia en el plazo de diez días desde la celebración de la vista (art.
78.20 LJCA).
La vista se documentará en la forma establecida en el artículo 63.3 y 4 LJCA (en soporte apto para la grabación y
reproducción del sonido y de la imagen). Si los mecanismos de garantía exigidos a tal fin no se pudiesen utilizar y
cuando no se pudiesen utilizar los medios de registro por cualquier causa, el Letrado de la Administración de
Justicia extenderá acta de cada sesión, en la que se harán constar los extremos señalados en el artículo 78.22
LJCA.
En cuanto a los efectos de las sentencias estimatorias (art. 72.2), procede distinguir:
– La anulación de una disposición o acto producirá efectos para todas las personas
afectadas.
Las sentencias firmes que anulen una disposición general tendrán efectos generales desde el día en que sean
publicados su fallo y preceptos anulados en el mismo periódico oficial en que lo hubiera sido la disposición
anulada. También se publicarán las sentencias firmes que anulen un acto administrativo que afecte a una
pluralidad indeterminada de personas.
No obstante, las sentencias firmes que anulen un precepto de una disposición general no afectarán por sí mismas
a la eficacia de las sentencias o actos administrativos firmes que lo hayan aplicado antes de que la anulación
alcanzara efectos generales, salvo en el caso de que la anulación del precepto supusiera la exclusión o la
reducción de las sanciones aún no ejecutadas completamente (art. 72.3).
2.2. Allanamiento
Así como el recurrente puede desistir del recurso, los demandados podrán allanarse en
cualquier momento anterior a la sentencia (art. 75.1 LJCA). También en este caso para
que el allanamiento del representante en juicio produzca efectos será necesario que lo
ratifique el demandado o que esté autorizado para ello. Si se allanase la Administración
pública, habrá de presentarse testimonio del acuerdo adoptado por el órgano competente
con arreglo a los requisitos exigidos por las leyes o reglamentos respectivos, del mismo
modo que se prevé para el desistimiento.
Producido el allanamiento, el Juez o Tribunal, sin más trámites, dictará sentencia de
conformidad con las pretensiones del demandante, salvo si ello supusiere infracción
manifiesta del ordenamiento jurídico, en cuyo caso el órgano jurisdiccional comunicará a
las partes los motivos que pudieran oponerse a la estimación de las pretensiones y las oirá
por plazo común de diez días, dictando luego la sentencia que estime ajustada a Derecho
(art. 75.2 LJCA).
Si fueren varios los demandados, el procedimiento seguirá respecto de aquellos que no se
hubiesen allanado (art. 75.3 LJCA).
2.3. Satisfacción extraprocesal de las pretensiones
La satisfacción extraprocesal de las pretensiones del demandante tiene lugar cuando,
interpuesto recurso contencioso-administrativo, la Administración demandada reconoce
totalmente (no solo de forma parcial) en vía administrativa las pretensiones del
demandante. En tal caso, si no lo hiciera la propia Administración demandada, cualquiera
de las partes podrá ponerlo en conocimiento del Juez o Tribunal (art. 76.1 LJCA).
En estos supuestos el Letrado de la Administración de Justicia mandará oír a las partes
por plazo común de cinco días y, previa comprobación de lo alegado, el Juez o Tribunal
dictará auto en el que declarará terminado el procedimiento y ordenará el archivo del
recurso y la devolución del expediente administrativo, siempre que el reconocimiento no
infrinja manifiestamente el ordenamiento jurídico. En este último caso, el órgano judicial
dictará sentencia ajustada a Derecho (art. 76.2 LJCA).
2.4. Transacción judicial
Finalmente, la LJCA prevé también la posibilidad de que el órgano judicial inste a las
partes a alcanzar un acuerdo que ponga fin al proceso contencioso. En efecto, en los
procedimientos en primera o única instancia (no así en vía de recurso de apelación o de
casación), el Juez o Tribunal, de oficio o a solicitud de parte, una vez formuladas la
demanda y la contestación, podrá someter a la consideración de las partes el
reconocimiento de hechos o documentos, así como la posibilidad de alcanzar un acuerdo
que ponga fin a la controversia. Eso sí, la transacción judicial solo será admisible cuando
el litigio verse sobre materias susceptibles de transacción y, en particular, sobre estimación
de cantidad (art. 77.1 LJCA).
Para ello los representantes de las Administraciones públicas demandadas necesitarán la
autorización oportuna para llevar a efecto la transacción, con arreglo a las normas que
regulan la disposición de la acción por parte de los mismos. Es decir, habrá de presentarse
testimonio del acuerdo adoptado por el órgano competente con arreglo a los requisitos
exigidos por las leyes o reglamentos respectivos, del mismo modo que se prevé para el
desistimiento o el allanamiento.
El intento de conciliación no suspenderá el curso de las actuaciones salvo que todas las
partes personadas lo solicitasen y podrá producirse en cualquier momento anterior al día
en que el pleito haya sido declarado concluso para sentencia (art. 77.2 LJCA).
Si las partes llegaran a un acuerdo que implique la desaparición de la controversia, el
Juez o Tribunal dictará auto declarando terminado el procedimiento, siempre que lo
acordado no fuera manifiestamente contrario al ordenamiento jurídico ni lesivo del interés
público o de terceros (art. 77.3 LJCA).
2.5. Caducidad de la instancia
Por último, el proceso puede terminar también por caducidad de la instancia cuando el
mismo se paraliza durante el tiempo previsto en la Ley por una causa imputable a los
litigantes. La LJCA no regula este supuesto de terminación anormal del proceso, pero
resultan supletoriamente de aplicación las normas sobre caducidad de la instancia
previstas en la Ley de Enjuiciamiento Civil.
El artículo 237.1 LEC dispone, en este sentido, que se tendrán por abandonadas las
instancias y recursos en toda clase de pleitos si, pese al impulso de oficio de las
actuaciones, no se produce actividad procesal alguna en el plazo de dos años, cuando el
pleito se hallare en primera instancia; y de uno, si estuviere en segunda instancia o
pendiente de recurso extraordinario por infracción procesal o de recurso de casación.
Estos plazos se contarán desde la última notificación a las partes.
No obstante, no se producirá caducidad de la instancia o del recurso si el procedimiento hubiere quedado
paralizado por fuerza mayor o por cualquiera otra causa contraria o no imputable a la voluntad de las partes o
interesados (art. 238 LEC).
En cuanto a los efectos de la caducidad, el artículo 240 LEC establece los siguientes:
– Si la caducidad se produjere en la segunda instancia o en los recursos extraordinarios
mencionados en el artículo 237, se tendrá por desistida la apelación o dichos recursos
y por firme la resolución recurrida y se devolverán las actuaciones al tribunal del que
procedieren.
– Si la caducidad se produjere en la primera instancia, se entenderá producido el
desistimiento en dicha instancia, por lo que podrá interponerse nueva demanda, sin
perjuicio de la caducidad de la acción.
– La declaración de caducidad no contendrá imposición de costas, debiendo pagar
cada parte las causadas a su instancia y las comunes por mitad.
BIBLIOGRAFÍA: GONZÁLEZ PÉREZ, J., Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa (Ley 29/1998, de
13 de julio), 8ª ed., Civitas-Thomson Reuters, Madrid, 2016. PALOMAR OLMEDA, A. (Dir.), Tratado de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, Tomo I, 4ª ed., Aranzadi, Madrid, 2021. SANTAMARÍA PASTOR, J. A., La Ley reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa, Iustel, Madrid, 2010.
Capítulo XIII
La jurisdicción contencioso-administrativa (II)
MARIANO BACIGALUPO SAGGESE
SUMARIO:
I. LOS RECURSOS EN EL PROCESO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO
1. Recursos contra providencias y autos
1.1. Recurso de reposición contra providencias y autos
1.2. Recurso de apelación contra autos
2. Recurso ordinario de apelación
2.1. Resoluciones recurribles en apelación
2.2. Efectos de la interposición del recurso de apelación
2.3. Tramitación del recurso de apelación
3. El recurso de casación
3.1. Características del recurso
3.2. Resoluciones recurribles en casación
3.3. El interés casacional
3.4. Tramitación del recurso de casación
4. La revisión de sentencias
5. Recursos contra las resoluciones del Letrado de la Administración de Justicia
II. LA EJECUCIÓN DE SENTENCIAS
1. Ejecución voluntaria
2. Ejecución forzosa
3. La inejecución de sentencias
4. El incidente de ejecución de sentencia
5. La extensión a terceros de los efectos de las sentencias
III. PROCEDIMIENTOS ESPECIALES
1. El procedimiento para la protección de los derechos fundamentales de la persona
1.1. Fundamento, finalidad y características
1.2. Objeto
1.3. Iniciación, tramitación y terminación
1.4. Procedimiento para la protección del derecho de reunión
1.5. Otras modalidades del procedimiento
2. La cuestión de ilegalidad
2.1. Planteamiento y objeto
2.2. Admisión
2.3. Partes en el procedimiento
2.4. Sentencia
3. El procedimiento en los casos de suspensión administrativa previa de acuerdos
4. El procedimiento para la garantía de la unidad de mercado
5. El procedimiento para la declaración judicial de extinción de partidos políticos
IV. LAS MEDIDAS CAUTELARES EN EL PROCESO CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO
1. Clases de medidas cautelares
2. Criterios para la adopción de las medidas cautelares
3. Procedimiento
4. Medidas cautelares en casos de inactividad administrativa y vía de hecho
5. Medidas cautelarísimas
RESUMEN: En este capítulo, el segundo de los dedicados al control jurisdiccional de la actividad administrativa, se abordan
los siguientes aspectos de la regulación procesal contencioso-administrativa: los recursos que cabe interponer contra las
distintas clases de resoluciones que se pueden adoptar en el seno del proceso contencioso-administrativo (recursos de
reposición, apelación y casación); el régimen de ejecución de las sentencias contencioso-administrativas; los procedimientos
especiales, en particular el procedimiento para la protección de los derechos fundamentales y la cuestión de ilegalidad; y,
finalmente, la regulación de la tutela cautelar en el proceso contencioso-administrativo, un aspecto crucial de la tutela
efectiva en este orden jurisdiccional.
La Sala dictará sentencia en el plazo de diez días desde la declaración de que el pleito
está concluso para sentencia (art. 85.9 LJCA).
Cuando la Sala revoque en apelación la sentencia impugnada que hubiere declarado la
inadmisibilidad del recurso contencioso-administrativo, resolverá al mismo tiempo sobre
el fondo del asunto (art. 85.10 LJCA).
3. El recurso de casación
3.1. Características del recurso
La Ley Orgánica 7/2015, de 21 de julio, por la que se modifica la Ley Orgánica del
Poder Judicial, operó una profunda reforma del recurso de casación contencioso-
administrativo (Sección 3ª del Capítulo III del Título IV de la LJCA, arts. 86 y siguientes).
Tras esta reforma ya solo existe una única modalidad de recurso de casación (resultaron
suprimidos el antiguo recurso de casación para unificación de doctrina y el recurso de
casación en interés de Ley), al tiempo que la casación adquiere una naturaleza distinta de
la que tenía en la anterior regulación legal. La casación contencioso-administrativa que ha
sustituido a la que se había introducido en 1992 y que mantuvo inicialmente la LJCA de
1998 es una casación objetiva y nomofiláctica (para la fijación, depuración y unificación
de la doctrina jurisprudencial), ya no un recurso ideado para la tutela, ante todo, de los
derechos subjetivos e intereses legítimos de las partes. En este sentido, el preámbulo de la
Ley Orgánica 7/2015 explica que la reforma “opta por reforzar el recurso de casación
como instrumento por excelencia para asegurar la uniformidad en la aplicación judicial
del derecho. De esta forma, el recurso de casación podrá ser admitido a trámite cuando,
invocada una concreta infracción del ordenamiento jurídico, tanto procesal como
sustantiva, o de la jurisprudencia, la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal
Supremo estime que el recurso presenta interés casacional objetivo para la formación de
jurisprudencia. Y añade: “con la finalidad de que la casación no se convierta en una
tercera instancia, sino que cumpla estrictamente su función nomofiláctica, se diseña un
mecanismo de admisión de los recursos basado en la descripción de los supuestos en los
que un asunto podrá acceder al Tribunal Supremo por concurrir un interés casacional.
Así, la Sala de casación podrá apreciar que en determinados casos existe interés casacional
objetivo, motivándolo expresamente en el auto de admisión. El recurso deberá ser
admitido en determinados supuestos, en los que existe la presunción de que existe interés
casacional objetivo”.
El recurso de casación es un recurso extraordinario cuyo conocimiento corresponde a la
Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo (art. 12.2 a) LJCA), salvo
que el recurso se fundare en infracción de normas emanadas de la Comunidad Autónoma,
en cuyo caso será competente una Sección de la Sala de lo Contencioso-administrativo que
tenga su sede en el Tribunal Superior de Justicia compuesta por el Presidente de dicha
Sala, que la presidirá, por el Presidente o Presidentes de las demás Salas de lo
Contencioso-administrativo y, en su caso, de las Secciones de las mismas, en número no
superior a dos, y por los Magistrados de la referida Sala o Salas que fueran necesarios
para completar un total de cinco miembros (art. 86.3 LJCA).
Asimismo, y a diferencia del recurso de apelación, el recurso de casación se limita a las
cuestiones de derecho, con exclusión de las cuestiones de hecho (art. 87 bis.1 LJCA). La
casación es un grado jurisdiccional, no una segunda ni una tercera instancia. Su objeto es
la protección de la norma y de la jurisprudencia, no la reproducción de las actuaciones del
proceso de instancia ni la reapertura del entero debate procesal. Su objeto son concretas
infracciones del ordenamiento jurídico, tanto procesales como sustantivas, o de la
jurisprudencia que, a juicio de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal
Supremo, presenten interés casacional objetivo para la formación de jurisprudencia (art.
88.1 LJCA).
Las pretensiones del recurso de casación deberán tener por objeto la anulación, total o
parcial, de la sentencia o auto impugnado y, en su caso, la devolución de los autos al
Tribunal de instancia o la resolución del litigio por la Sala de lo Contencioso-
administrativo del Tribunal Supremo dentro de los términos en que apareciese planteado
el debate (art. 87 bis.2 LJCA).
El artículo 87 bis.3 LJCA habilita a la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo para determinar, mediante acuerdo
que se publicará en el Boletín Oficial del Estado, la extensión máxima y otras condiciones extrínsecas, incluidas
las relativas a su presentación por medios telemáticos, de los escritos de interposición y de oposición de los
recursos de casación.
Las sentencias que, siendo susceptibles de casación, hayan sido dictadas por las Salas de
lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia sólo serán
recurribles ante la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo si el
recurso pretende fundarse en infracción de normas de Derecho estatal o de la Unión
Europea que sea relevante y determinante del fallo impugnado, siempre que hubieran sido
invocadas oportunamente en el proceso o consideradas por la Sala sentenciadora. Si el
recurso se funda, por el contrario, en infracción de normas emanadas de la Comunidad
Autónoma, será competente, como ya ha sido señalado, una Sección de la Sala de lo
Contencioso-administrativo que tenga su sede en el Tribunal Superior de Justicia
compuesta por el Presidente de dicha Sala, que la presidirá, por el Presidente o Presidentes
de las demás Salas de lo Contencioso-administrativo y, en su caso, de las Secciones de las
mismas, en número no superior a dos, y por los Magistrados de la referida Sala o Salas
que fueran necesarios para completar un total de cinco miembros. Si la Sala o Salas de lo
Contencioso-administrativo tuviesen más de una Sección, la Sala de Gobierno del
Tribunal Superior de Justicia establecerá para cada año judicial el turno con arreglo al
cual los Presidentes de Sección ocuparán los puestos de la regulada en este apartado.
También lo establecerá entre todos los Magistrados que presten servicio en la Sala o Salas
(art. 86. 3 LJCA).
Las resoluciones del Tribunal de Cuentas en materia de responsabilidad contable serán susceptibles de recurso de
casación en los casos establecidos en su Ley de Funcionamiento (art. 86.4 LJCA).
El artículo 87 LJCA establece que también son susceptibles de recurso de casación los
siguientes autos dictados por la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia
Nacional y por las Salas de lo Contencioso-Administrativo de los Tribunales Superiores de
Justicia:
a) Los que declaren la inadmisión del recurso contencioso-administrativo o hagan
imposible su continuación.
b) Los que pongan término a la pieza separada de suspensión o de otras medidas
cautelares.
c) Los recaídos en ejecución de sentencia, siempre que resuelvan cuestiones no
decididas, directa o indirectamente, en aquélla o que contradigan los términos del
fallo que se ejecuta.
d) Los dictados en el caso previsto en el artículo 91 LJCA (en materia de ejecución
provisional de la sentencia recurrida).
e) Los dictados en aplicación de los artículos 110 y 111 (en materia de extensión a
terceros de los efectos de la sentencia).
El recurso de casación contra autos está sujeto a la misma excepción e igual límite que el
recurso de casación contra sentencias. Es decir, no son susceptibles de recurso de casación
los autos dictados en el procedimiento para la protección del derecho fundamental de
reunión y en los procesos contencioso-electorales. Y los autos que, siendo susceptibles de
casación, hayan sido dictados por las Salas de lo Contencioso-administrativo de los
Tribunales Superiores de Justicia sólo serán recurribles ante la Sala de lo Contencioso-
administrativo del Tribunal Supremo si el recurso pretende fundarse en infracción de
normas de Derecho estatal o de la Unión Europea que sea relevante y determinante del
fallo impugnado, siempre que hubieran sido invocadas oportunamente en el proceso o
consideradas por el Tribunal a quo (art. 87.1 LJCA).
El artículo 87.1 bis LJCA dispone que también serán susceptibles de recurso de casación los autos dictados en
aplicación del artículo 10.8 y del artículo 11.1.i) LJCA (autorización o ratificación judicial de las medidas
adoptadas con arreglo a la legislación sanitaria que las autoridades sanitarias consideren urgentes y necesarias
para la salud pública e impliquen la limitación o restricción de derechos fundamentales cuando sus destinatarios
no estén identificados individualmente). Recuérdese, sin embargo, que estos dos preceptos han sido declarados
inconstitucionales y nulos por la STC 70/2022, de 2 de junio, por infracción de los principios constitucionales de
división de poderes y de reserva y exclusividad de la función jurisdiccional (art. 117.3 CE). Por esta razón, tanto
el apartado 1 bis del artículo 87 como el artículo 87 ter, que regula las especialidades del recurso de casación
contra estos autos, carecen ya de objeto, por más que no hayan sido anulados ni derogados.
Para que pueda prepararse el recurso de casación contra autos es requisito necesario
interponer previamente el recurso de reposición (art. 87.2 LJCA).
3.3. El interés casacional
Como ya ha sido señalado, el recurso de casación podrá ser admitido a trámite cuando,
invocada una concreta infracción del ordenamiento jurídico, tanto procesal como
sustantiva, o de la jurisprudencia, la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal
Supremo estime que el recurso presenta interés casacional objetivo para la formación de
jurisprudencia (art. 88.1 LJCA).
El Tribunal de casación podrá apreciar que existe interés casacional objetivo,
motivándolo expresamente en el auto de admisión, cuando, entre otras circunstancias, la
resolución que se impugna (art. 88.2 LJCA):
a) Fije, ante cuestiones sustancialmente iguales, una interpretación de las normas de
Derecho estatal o de la Unión Europea en las que se fundamenta el fallo
contradictoria con la que otros órganos jurisdiccionales hayan establecido.
b) Siente una doctrina sobre dichas normas que pueda ser gravemente dañosa para los
intereses generales.
c) Afecte a un gran número de situaciones, bien en sí misma o por trascender del caso
objeto del proceso.
d) Resuelva un debate que haya versado sobre la validez constitucional de una norma
con rango de ley, sin que la improcedencia de plantear la pertinente cuestión de
inconstitucionalidad aparezca suficientemente esclarecida.
e) Interprete y aplique aparentemente con error y como fundamento de su decisión
una doctrina constitucional.
f) Interprete y aplique el Derecho de la Unión Europea en contradicción aparente con
la jurisprudencia del Tribunal de Justicia o en supuestos en que aun pueda ser
exigible la intervención de éste a título prejudicial.
g) Resuelva un proceso en que se impugnó, directa o indirectamente, una disposición
de carácter general.
h) Resuelva un proceso en que lo impugnado fue un convenio celebrado entre
Administraciones públicas.
i) Haya sido dictada en el procedimiento especial de protección de derechos
fundamentales.
En estos casos, el Tribunal de casación goza de un margen de apreciación para acordar
la admisión a trámite del recurso de casación o su inadmisión (“El Tribunal de casación
podrá apreciar que existe interés casacional objetivo”). Así, el artículo 89.2.f) LJCA se
refiere expresamente a la “conveniencia de un pronunciamiento de la Sala de lo
Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo”, no a que proceda o sea debido.
Por el contrario, se presumirá que existe interés casacional objetivo (y, por tanto, que
procede la admisión del recurso de casación, sin margen de apreciación) en los siguientes
casos (art. 88.3 LJCA):
a) Cuando en la resolución impugnada se hayan aplicado normas en las que se sustente
la razón de decidir sobre las que no exista jurisprudencia.
b) Cuando dicha resolución se aparte de la jurisprudencia existente de modo
deliberado por considerarla errónea o de modo inmotivado pese a haber sido citada
en el debate o ser doctrina asentada.
c) Cuando la sentencia recurrida declare nula una disposición de carácter general,
salvo que esta, con toda evidencia, carezca de trascendencia suficiente.
d) Cuando resuelva recursos contra actos o disposiciones de los organismos reguladores
o de supervisión o agencias estatales cuyo enjuiciamiento corresponde a la Sala de lo
Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional.
e) Cuando resuelva recursos contra actos o disposiciones de los Gobiernos o Consejos
de Gobierno de las Comunidades Autónomas.
No obstante, en los supuestos referidos en las letras a), d) y e) el recurso podrá
inadmitirse, pese a existir en principio presunción de interés casacional objetivo. La
inadmisión se acordará por auto motivado cuando el Tribunal aprecie que el asunto
carece manifiestamente de interés casacional objetivo para la formación de jurisprudencia.
3.4. Tramitación del recurso de casación
Al igual que el recurso de apelación, el de casación se tramita también en dos fases: una
primera (preparación) ante la Sala de instancia (Tribunal a quo) y la segunda (admisión,
interposición y oposición, vista y sentencia) ante el Tribunal de casación (Tribunal ad
quem).
El recurso de casación se preparará ante la Sala de instancia en el plazo de treinta días,
contados desde el siguiente al de la notificación de la resolución que se recurre, estando
legitimados para ello quienes hayan sido parte en el proceso, o debieran haberlo sido (art.
89.1 LJCA).
El escrito de preparación deberá, en apartados separados que se encabezarán con un epígrafe expresivo de
aquello de lo que tratan (art. 89.2 LJCA):
a) Acreditar el cumplimiento de los requisitos reglados en orden al plazo, la legitimación y la recurribilidad de la
resolución que se impugna.
b) Identificar con precisión las normas o la jurisprudencia que se consideran infringidas, justificando que fueron
alegadas en el proceso, o tomadas en consideración por la Sala de instancia, o que ésta hubiera debido
observarlas aun sin ser alegadas.
c) Acreditar, si la infracción imputada lo es de normas o de jurisprudencia relativas a los actos o garantías
procesales que produjo indefensión, que se pidió la subsanación de la falta o transgresión en la instancia, de
haber existido momento procesal oportuno para ello.
d) Justificar que la o las infracciones imputadas han sido relevantes y determinantes de la decisión adoptada en la
resolución que se pretende recurrir.
e) Justificar, en el caso de que ésta hubiera sido dictada por la Sala de lo Contencioso-administrativo de un
Tribunal Superior de Justicia, que la norma supuestamente infringida forma parte del Derecho estatal o del de la
Unión Europea.
f) Especialmente, fundamentar con singular referencia al caso, que concurren alguno o algunos de los supuestos
que, con arreglo a los apartados 2 y 3 del artículo 88 LJCA, permiten apreciar el interés casacional objetivo y la
conveniencia de un pronunciamiento de la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo.
4. La revisión de sentencias
De los recursos ordinarios o extraordinarios (contra resoluciones judiciales que no han
adquirido firmeza) procede distinguir la revisión de sentencias firmes (es decir, no
recurribles, bien porque contra ellas no cabe recurso alguno de acuerdo con la ley o
porque éste no se interpuso en tiempo y forma). La revisión de sentencias firmes es un
procedimiento extraordinario sujeto a motivos tasados.
El artículo 102 LJCA regula la revisión de sentencias firmes. Habrá lugar a tal revisión
en los siguientes supuestos (art. 102.1):
a) Si después de pronunciada se recobraren documentos decisivos, no aportados por
causa de fuerza mayor o por obra de la parte en cuyo favor se hubiere dictado.
b) Si hubiere recaído en virtud de documentos que, al tiempo de dictarse aquélla,
ignoraba una de las partes haber sido reconocidos y declarados falsos o cuya falsedad
se reconociese o declarase después.
c) Si habiéndose dictado en virtud de prueba testifical, los testigos hubieren sido
condenados por falso testimonio dado en las declaraciones que sirvieron de
fundamento a la sentencia.
d) Si se hubiere dictado sentencia en virtud de cohecho, prevaricación, violencia u otra
maquinación fraudulenta.
Asimismo, se podrá interponer recurso de revisión contra una resolución judicial firme
cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya declarado que dicha resolución
ha sido dictada en violación de alguno de los derechos reconocidos en el Convenio
Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales y sus
Protocolos, siempre que la violación, por su naturaleza y gravedad, entrañe efectos que
persistan y no puedan cesar de ningún otro modo que no sea mediante esta revisión, sin
que la misma pueda perjudicar los derechos adquiridos de buena fe por terceras personas
(art. 102.2 LJCA).
La competencia para conocer de la revisión de sentencias firmes corresponde a los
siguientes órganos jurisdiccionales (dependiendo del órgano que haya dictado la sentencia
firme cuya revisión se pretenda):
– Las Salas de lo Contencioso-Administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia
conocen de la revisión de sentencias firmes dictadas por los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo (art. 10.3 LJCA).
– La Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional conoce de la
revisión de sentencias firmes dictadas por los Juzgados Centrales de lo Contencioso-
Administrativo (art. 11.3 LJCA).
– La Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo conoce de la revisión
de sentencias firmes dictadas por las Salas de lo Contencioso-Administrativo de los
Tribunales Superiores de Justicia, de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo,
salvo lo dispuesto en el artículo 61.1.1º de la Ley Orgánica del Poder Judicial (art.
12.2.c) LJCA). Es decir, de los recursos de revisión contra las sentencias dictadas en
única instancia por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo
conoce la Sala del artículo 61 LOPJ.
En lo referente a legitimación, plazos, procedimiento y efectos de las sentencias dictadas
en este procedimiento de revisión, regirán las disposiciones de la Ley de Enjuiciamiento
Civil. No obstante, solo habrá lugar a la celebración de vista cuando lo pidan todas las
partes o la Sala lo estime necesario (art. 102.3 LJCA).
La revisión en materia de responsabilidad contable procederá en los casos establecidos en la Ley de
Funcionamiento del Tribunal de Cuentas (art. 102. 4 LJCA). La competencia corresponde a la Sala de lo
Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo (art. 12.2.b) LJCA).
1. Ejecución voluntaria
Los elementos generales de la ejecución voluntaria son los siguientes:
En primer lugar, se requiere que la sentencia sea firme. En cuanto la sentencia adquiera
firmeza, el Letrado de la Administración de Justicia lo comunicará en el plazo de diez días
al órgano que hubiera realizado la actividad objeto del recurso, a fin de que, recibida la
comunicación, la lleve a puro y debido efecto y practique lo que exija el cumplimiento de
las declaraciones contenidas en el fallo, y en el mismo plazo indique el órgano responsable
del cumplimiento de aquél (art. 104.1 LJCA).
Con carácter general, el plazo de ejecución de las sentencias firmes es de dos meses a
partir de la comunicación de la sentencia o el plazo fijado en ésta para el cumplimiento
del fallo (art. 104.2 LJCA). Atendiendo a la naturaleza de lo reclamado y a la efectividad
de la sentencia, ésta podrá fijar un plazo inferior para el cumplimiento, cuando el plazo
ordinario de dos meses lo haga ineficaz o cause grave perjuicio (art. 104.3 LJCA).
Seguidamente, la LJCA establece las especialidades del régimen de ejecución (voluntaria)
en los supuestos de condena al pago de una cantidad líquida y de anulación de actos y
disposiciones.
Cuando la Administración fuere condenada al pago de cantidad líquida, el órgano
encargado de su cumplimiento acordará el pago con cargo al crédito correspondiente de
su presupuesto que tendrá siempre la consideración de ampliable. Si para el pago fuese
necesario realizar una modificación presupuestaria, deberá concluirse el procedimiento
correspondiente dentro de los tres meses siguientes al día de notificación de la resolución
judicial (art. 106.1 LJCA).
A la cantidad a cuyo pago haya sido condenada la Administración demandada se
añadirá el interés legal del dinero, calculado desde la fecha de notificación de la sentencia
dictada en única o primera instancia (art. 106.2 LJCA).
Si la Administración condenada al pago de cantidad estimase que el cumplimiento de la
sentencia habría de producir trastorno grave a su Hacienda, lo pondrá en conocimiento
del Juez o Tribunal acompañado de una propuesta razonada para que, oídas las partes, se
resuelva sobre el modo de ejecutar la sentencia en la forma que sea menos gravosa para
aquélla (art. 106.4 LJCA).
Las anteriores reglas serán de aplicación asimismo a los supuestos en que se lleve a
efecto la ejecución provisional de las sentencias que condenen al pago de una cantidad
líquida (art. 106.5 LJCA).
Finalmente, cualquiera de las partes podrá solicitar que la cantidad a satisfacer se
compense con créditos que la Administración ostente contra el recurrente (art. 106.6
LJCA).
Por otro lado, el artículo 107 LJCA regula la ejecución de sentencias firmes que anulan
total o parcialmente el acto o la disposición impugnados. En estos casos, el Letrado de la
Administración de Justicia dispondrá, a instancia de parte, la inscripción del fallo en los
registros públicos a que hubiere tenido acceso el acto anulado, así como su publicación en
los periódicos oficiales o privados, si concurriere causa bastante para ello, a costa de la
parte ejecutada. Cuando la publicación sea en periódicos privados, se deberá acreditar
ante el órgano jurisdiccional un interés público que lo justifique (art. 1071 LJCA). Si la
sentencia anulara total o parcialmente una disposición general o un acto administrativo
que afecte a una pluralidad indeterminada de personas, el Letrado de la Administración
de Justicia ordenará su publicación en diario oficial en el plazo de diez días a contar desde
la firmeza de la sentencia (art. 107.2 LJCA).
Recuérdese que las sentencias firmes que anulen una disposición general tendrán efectos generales desde el día
en que sea publicado su fallo y preceptos anulados en el mismo periódico oficial en que lo hubiera sido la
disposición anulada, y que también se publicarán las sentencias firmes que anulen un acto administrativo que
afecte a una pluralidad indeterminada de personas (art. 72.2 LJCA).
Asimismo, que las sentencias firmes que anulen un precepto de una disposición general no afectarán por sí
mismas a la eficacia de las sentencias o actos administrativos firmes que lo hayan aplicado antes de que la
anulación alcanzara efectos generales, salvo en el caso de que la anulación del precepto supusiera la exclusión o
la reducción de las sanciones aún no ejecutadas completamente (art. 73 LJCA). Por el contrario, los actos
administrativos que apliquen un precepto de una disposición general anulada mediante sentencia firme con
posterioridad a la publicación del fallo y de los preceptos anulados serán nulos de pleno derecho conforme a lo
dispuesto en el artículo 103.4 LJCA (son nulos de pleno derecho los actos y disposiciones contrarios a los
pronunciamientos de las sentencias, que se dicten con la finalidad de eludir su cumplimiento).
2. Ejecución forzosa
Transcurrido el plazo de ejecución sin que la sentencia haya sido ejecutada, cualquiera
de las partes y personas afectadas (aunque no sean partes del proceso) podrá instar su
ejecución forzosa (art. 104.2 LJCA). Recuérdese que el plazo será el que haya establecido
la sentencia o, en su defecto, el de dos meses desde de la comunicación de la sentencia
(art. 104.2 LJCA), salvo que se trate de una sentencia que condene al pago de una
cantidad líquida, en cuyo caso el plazo de ejecución será de tres meses desde que la
sentencia firme sea comunicada al órgano que deba cumplirla (art. 106.3 LJCA).
En este último caso, transcurrido dicho plazo, se podrá instar la ejecución forzosa. En
este supuesto, la autoridad judicial, oído el órgano encargado de hacerla efectiva, podrá
incrementar en dos puntos el interés legal a devengar, siempre que apreciase falta de
diligencia en el cumplimiento (art. 106.3 LJCA).
Por otro lado, el artículo 108 LJCA regula la ejecución forzosa de sentencias firmes que
condenan a la Administración a realizar una determinada actividad o a dictar un acto. En
estos casos el Juez o Tribunal podrá, en caso de incumplimiento:
a) Ejecutar la sentencia a través de sus propios medios o requiriendo la colaboración de
las autoridades y agentes de la Administración condenada o, en su defecto, de otras
Administraciones públicas, con observancia de los procedimientos establecidos al
efecto.
b) Adoptar las medidas necesarias para que el fallo adquiera la eficacia que, en su caso,
sería inherente al acto omitido, entre las que se incluye la ejecución subsidiaria con
cargo a la Administración condenada.
Si la Administración realizare alguna actividad que contraviniera los pronunciamientos
del fallo, el Juez o Tribunal, a instancia de los interesados, procederá a reponer la
situación al estado exigido por el fallo y determinará los daños y perjuicios que ocasionare
el incumplimiento (art. 108.2 LJCA).
El Juez o Tribunal, en los casos en que, además de declarar contraria a la normativa la construcción de un
inmueble, ordene motivadamente la demolición del mismo y la reposición a su estado originario de la realidad
física alterada, exigirá, como condición previa a la demolición, y salvo que una situación de peligro inminente lo
impidiera, la prestación de garantías suficientes para responder del pago de las indemnizaciones debidas a
terceros de buena fe (art. 108.3 LJCA).
Para la ejecución forzosa de las sentencias firmes la LJCA confiere a los órganos
jurisdiccionales facultades coercitivas. Transcurridos los plazos señalados para el total
cumplimiento del fallo, el juez o tribunal adoptará, previa audiencia de las partes, las
medidas necesarias para lograr la efectividad de lo mandado (art. 112 LJCA).
Singularmente, acreditada su responsabilidad, previo apercibimiento del Letrado de la
Administración de Justicia notificado personalmente para formulación de alegaciones, el
Juez o la Sala podrán:
a) Imponer multas coercitivas de ciento cincuenta a mil quinientos euros a las
autoridades, funcionarios o agentes que incumplan los requerimientos del Juzgado o
de la Sala, así como reiterar estas multas hasta la completa ejecución del fallo judicial,
sin perjuicio de otras responsabilidades patrimoniales a que hubiere lugar. A la
imposición de estas multas les será aplicable lo previsto en el artículo 48.
b) Deducir el oportuno testimonio de particulares para exigir la responsabilidad penal
que pudiera corresponder.
Finalmente, la LJCA regula también en su artículo 113 la ejecución forzosa de los
acuerdos que ponen fin a la controversia en los casos de terminación del proceso mediante
transacción judicial (art. 77.3 LJCA: “Si las partes llegaran a un acuerdo que implique la
desaparición de la controversia, el Juez o Tribunal dictará auto declarando terminado el
procedimiento, siempre que lo acordado no fuera manifiestamente contrario al
ordenamiento jurídico ni lesivo del interés público o de terceros”).
En estos casos, transcurrido el plazo de ejecución que se hubiere fijado en el acuerdo,
cualquiera de las partes podrá instar su ejecución forzosa. Si no se hubiere fijado plazo
para el cumplimiento de las obligaciones derivadas del acuerdo, la parte perjudicada
podrá requerir a la otra su cumplimiento y transcurridos dos meses podrá proceder a
instar su ejecución forzosa.
3. La inejecución de sentencias
Como ya ha sido señalado, las partes están obligadas a cumplir las sentencias en la
forma y términos que en éstas se consignen (art. 103.2 LJCA). El artículo 105.1 LJCA
recalca en este sentido que, con carácter general, “no podrá suspenderse el cumplimiento
ni declararse la inejecución total o parcial del fallo”. Sin embargo, la Ley contempla dos
supuestos de inejecución de sentencias, a saber: la concurrencia de causas de imposibilidad
material o legal de ejecutar una sentencia (art. 105.2 LJCA) y la expropiación de los
derechos o intereses legítimos reconocidos frente a la Administración en una sentencia
firme (art. 105.3 LJCA).
Si concurriesen causas de imposibilidad material o legal de ejecutar una sentencia, el
órgano obligado a su cumplimiento lo manifestará a la autoridad judicial a través del
representante procesal de la Administración, dentro del plazo previsto en el apartado
segundo del artículo anterior, a fin de que, con audiencia de las partes y de quienes
considere interesados, el Juez o Tribunal aprecie la concurrencia o no de dichas causas y
adopte las medidas necesarias que aseguren la mayor efectividad de la ejecutoria, fijando
en su caso la indemnización que proceda por la parte en que no pueda ser objeto de
cumplimiento pleno (art. 105.2 LJCA).
Por otro lado, son causas de utilidad pública o de interés social para expropiar los
derechos o intereses legítimos reconocidos frente a la Administración en una sentencia
firme el peligro cierto de alteración grave del libre ejercicio de los derechos y libertades de
los ciudadanos, el temor fundado de guerra o el quebranto de la integridad del territorio
nacional (art. 105.3 LJCA). La declaración de la concurrencia de alguna de las causas
citadas se hará por el Gobierno de la Nación; podrá también efectuarse por el Consejo de
Gobierno de la Comunidad Autónoma cuando se trate de peligro cierto de alteración
grave del libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos y el acto, actividad
o disposición impugnados proviniera de los órganos de la Administración de dicha
Comunidad o de las Entidades locales de su territorio, así como de las Entidades de
Derecho público y Corporaciones dependientes de una y otras.
La declaración de concurrencia de alguna de estas causas habrá de efectuarse dentro de
los dos meses siguientes a la comunicación de la sentencia. El Juez o Tribunal a quien
competa la ejecución señalará, por el trámite de los incidentes, la correspondiente
indemnización y, si la causa alegada fuera la de peligro cierto de alteración grave del libre
ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, apreciará, además, la
concurrencia de dicho motivo.
1.2. Objeto
La actividad administrativa impugnable en el marco del procedimiento especial de
amparo judicial de los derechos fundamentales no varía respecto del procedimiento
ordinario (arts. 25-30 LJCA). Por tanto, el recurso puede tener por objeto, como en el
proceso ordinario, cualquier tipo de actividad o inactividad administrativa: actos
administrativos, disposiciones reglamentarias, omisiones (inactividad) o actuaciones
materiales constitutivas de una vía de hecho. Lo que se requiere, eso sí, es que la actividad
administrativa impugnada, una u otra, pueda ser lesiva de derechos fundamentales, no
meramente infractora de la legalidad ordinaria. De ahí que, como ya ha sido señalado, el
artículo 114.2 LJCA exija que las pretensiones que se ejerciten en este procedimiento
especial “tengan como finalidad la de restablecer o preservar los derechos o libertades por
razón de los cuales el recurso hubiere sido formulado”.
No obstante, una vez constatado que la actividad impugnada puede afectar a un derecho
fundamental del recurrente (y no solo de manera tangencial o remota), el control
jurisdiccional de aquella se extiende al enjuiciamiento de su conformidad con el entero
ordenamiento jurídico, no solo al examen de su conformidad con la Constitución. En
efecto, el artículo 121.2 LJCA dispone que “la sentencia estimará el recurso cuando la
disposición, la actuación o el acto incurran en cualquier infracción del ordenamiento
jurídico, incluso la desviación de poder, y como consecuencia de la misma vulneren un
derecho de los susceptibles de amparo”. Sin embargo, que el canon de enjuiciamiento en
este procedimiento especial sea también, como en el procedimiento ordinario, el entero
ordenamiento jurídico, no significa que la constatación de la lesión de un derecho
fundamental haya devenido un requisito secundario en este procedimiento. Como se ha
dicho, la estimación del recurso exige que exista una conexión no solo tangencial o
remota entre la infracción de la legalidad ordinaria y la lesión de un derecho fundamental,
sino que ésta sea la consecuencia específica de dicha infracción. De lo contrario, quedaría
desnaturalizado el sentido y alcance de esta específica vía procesal (STS de 6 de noviembre
de 2013).
La exposición de motivos de la LJCA explica, en este sentido, que la más relevante novedad que presenta en la
Ley la regulación del procedimiento especial para la protección de los derechos fundamentales “es el tratamiento
del objeto del recurso —y, por tanto, de la sentencia de acuerdo con el fundamento común de los procesos
contencioso-administrativos, esto es, contemplando la lesión de los derechos susceptibles de amparo desde la
perspectiva de la conformidad de la actuación administrativa con el ordenamiento jurídico. La Ley pretende
superar, por tanto, la rígida distinción entre legalidad ordinaria y derechos fundamentales, por entender que la
protección del derecho fundamental o libertad pública no será factible, en muchos casos, si no se tiene en cuenta
el desarrollo legal de los mismos”.
El artículo 122 ter LJCA regula el procedimiento para obtener la autorización judicial a
que se refiere la disposición adicional quinta de la Ley Orgánica de Protección de Datos
Personales y Garantía de los Derechos Digitales.
El procedimiento se iniciará con la solicitud de la autoridad de protección de datos dirigida al Tribunal
competente para que se pronuncie acerca de la conformidad de una decisión de la Comisión Europea en materia
de transferencia internacional de datos con el Derecho de la Unión Europea. La solicitud irá acompañada de
copia del expediente que se encontrase pendiente de resolución ante la autoridad de protección de datos (art.
122 ter.1 LJCA).
Serán partes en el procedimiento, además de la autoridad de protección de datos, quienes lo fueran en el
procedimiento tramitado ante ella y, en todo caso, la Comisión Europea (art. 122 ter.2 LJCA).
El acuerdo de admisión o inadmisión a trámite del procedimiento confirmará, modificará o levantará la
suspensión del procedimiento por posible vulneración de la normativa de protección de datos tramitado ante la
autoridad de protección de datos, del que trae causa este procedimiento de autorización judicial (art. 122 ter.3
LJCA).
Admitida a trámite la solicitud, el Tribunal competente lo notificará a la autoridad de protección de datos a fin de
que dé traslado a quienes interviniesen en el procedimiento tramitado ante la misma para que se personen en el
plazo de tres días. Igualmente, se dará traslado a la Comisión Europea a los mismos efectos (art. 122 ter.4 LJCA).
Concluido el plazo mencionado en la letra anterior, se dará traslado de la solicitud de autorización a las partes
personadas a fin de que en el plazo de diez días aleguen lo que estimen procedente, pudiendo solicitar en ese
momento la práctica de las pruebas que estimen necesarias (art. 122 ter.5 LJCA).
Transcurrido el período de prueba, si alguna de las partes lo hubiese solicitado y el órgano jurisdiccional lo
estimase pertinente, se celebrará una vista. El Tribunal podrá decidir el alcance de las cuestiones sobre las que las
partes deberán centrar sus alegaciones en dicha vista (art. 122 ter.6 LJCA).
Finalizados los trámites mencionados en los tres apartados anteriores, el Tribunal competente adoptará en el
plazo de diez días una de estas decisiones (art. 122 ter.7 LJCA):
a) Si considerase que la decisión de la Comisión Europea es conforme al Derecho de la Unión Europea, dictará
sentencia declarándolo así y denegando la autorización solicitada.
b) En caso de considerar que la decisión es contraria al Derecho de la Unión Europea, dictará auto de
planteamiento de cuestión prejudicial de validez de la citada decisión ante el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea, en los términos del artículo 267 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.
La autorización solamente podrá ser concedida si la decisión de la Comisión Europea cuestionada fuera
declarada inválida por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
El régimen de recursos será el previsto en la LJCA (art. 122 ter.8).
2. La cuestión de ilegalidad
Como ya expusimos al explicar en el capítulo anterior de esta obra las especialidades del
recurso indirecto contra reglamentos, si el juez o tribunal competente para conocer del
recurso indirecto no lo es también para conocer del recurso directo contra el reglamento
aplicado por el acto impugnado, no podrá, al estimar el recurso (indirecto), añadir a la
anulación del acto de aplicación impugnado la declaración de nulidad (con efectos erga
omnes) del reglamento aplicado. En efecto, de acuerdo con lo dispuesto por el artículo
27.1 LJCA, cuando un Juez o Tribunal de lo Contencioso-administrativo hubiere dictado
sentencia firme estimatoria por considerar ilegal el contenido de la disposición general
aplicada, deberá plantear la cuestión de ilegalidad ante el Tribunal competente para
conocer del recurso directo contra la disposición. A través de este mecanismo procesal se
garantiza que la estimación (firme) de cualquier recurso indirecto contra un reglamento
pueda dar lugar también, además de a la anulación del acto de aplicación impugnado, a
una depuración objetiva o abstracta del ordenamiento jurídico (es decir, en su caso, a la
expulsión definitiva del reglamento cuya ilegalidad ha sido apreciada incidentalmente en
el marco de un recurso indirecto), de modo que se evite la prolongación indefinida de la
vigencia (y, por tanto, la posibilidad de nuevas aplicaciones en el futuro) de reglamentos
ilegales.
Según la exposición de motivos de la LJCA, ésta “procura que la impugnación de las disposiciones generales se
tramite con celeridad y que aboque siempre a una decisión judicial clara y única, de efectos generales, con el fin
de evitar innecesarios vacíos normativos y situaciones de inseguridad o interinidad en torno a la validez y
vigencia de las normas. Este criterio se plasma, entre otras muchas reglas de detalle, en el tratamiento procesal
que se da al denominado recurso indirecto. Hasta ahora ha existido una cierta confusión en la teoría jurídica y en
la práctica judicial sobre los efectos de esta clase de recurso, cuando la norma que aplica el acto impugnado es
considerada contraria a derecho. Y, lo que es más grave, el carácter difuso de este tipo de control ha generado
situaciones de inseguridad jurídica y desigualdad manifiesta, pues según el criterio de cada órgano judicial y a
falta de una instancia unificadora, que no siempre existe, determinadas disposiciones se aplican en unos casos o
ámbitos y se inaplican en otros. La solución pasa por unificar la decisión judicial sobre la legalidad de las
disposiciones generales en un solo órgano, el que en cada caso es competente para conocer del recurso directo
contra ellas, dotando siempre a esa decisión de efectos “erga omnes”. De ahí que, cuando sea ese mismo órgano
el que conoce de un recurso indirecto, la Ley disponga que declarará la validez o nulidad de la disposición
general. Para cuando el órgano competente en un recurso de este tipo sea otro distinto del que puede conocer del
recurso directo contra la disposición de que se trate, la Ley introduce la cuestión de ilegalidad. La regulación de
este procedimiento ha tenido en cuenta la experiencia de la cuestión de inconstitucionalidad prevista por el
artículo 163 de la Constitución y se inspira parcialmente en su mecánica; las analogías acaban aquí. La cuestión
de ilegalidad no tiene otro significado que el de un remedio técnico tendente a reforzar la seguridad jurídica, que
no impide el enjuiciamiento de las normas por el Juez o Tribunal competente para decidir sobre la legalidad del
acto aplicativo del reglamento cuya ilegalidad se aduce, pero que pretende alcanzar una decisión unitaria a todo
eventual pronunciamiento indirecto sobre su validez”.
Efectivamente, el artículo 127.2 LJCA dispone que en el plazo de los diez días siguientes
a la fecha en que se hubiera dictado el acto de suspensión o en el que la Ley establezca,
deberá interponerse el recurso contencioso-administrativo mediante escrito fundado, o
darse traslado directo del acuerdo suspendido al órgano jurisdiccional, según proceda,
acompañando en todo caso copia del citado acto de suspensión.
Interpuesto el recurso o trasladado el acuerdo suspendido, el Letrado de la
Administración de Justicia requerirá a la corporación o entidad que lo hubiera dictado
para que en el plazo de diez días remita el expediente administrativo, alegue lo que estime
conveniente en defensa de aquél y notifique a cuantos tuvieran interés legítimo en su
mantenimiento o anulación la existencia del procedimiento, a efectos de su comparecencia
ante el órgano jurisdiccional en el plazo de diez días (art. 127.3 LJCA).
Recibido el expediente administrativo, el Letrado de la Administración de Justicia lo
pondrá de manifiesto junto con las actuaciones a los comparecidos en el procedimiento,
convocándolos para la celebración de la vista, que se celebrará como mínimo a los diez
días de la puesta de manifiesto del expediente.
El órgano jurisdiccional podrá, motivadamente, sustituir el trámite de vista por el de
alegaciones escritas, que se presentarán en el plazo común de los diez días siguientes a la
notificación del auto en que así se acuerde. Podrá también abrir un período de prueba,
para mejor proveer, por plazo no superior a quince días (art. 127.5 LJCA).
Celebrada la vista o deducidas las alegaciones a que se refieren los apartados anteriores,
se dictará sentencia por la que se anule o confirme el acto o acuerdo objeto del recurso,
disponiendo lo que proceda en cuanto a la suspensión (art. 127.6 LJCA). Por tanto, el
objeto del proceso (y de la sentencia) es el acto suspendido, no el acto de suspensión. Si el
primero resulta anulado, la suspensión del mismo decaerá por falta de objeto. Por el
contrario, si la sentencia confirma el acto suspendido, dispondrá en coherencia el
levantamiento de su suspensión.
Los efectos de las sentencias firmes recaídas en este procedimiento especial son
susceptibles de extensión a terceros en los términos previstos en el artículo 110 LJCA, ya
estudiado.
3. Procedimiento
El artículo 129.1 LJCA establece, con carácter general, que las medidas cautelares
podrán ser solicitadas “en cualquier estado del proceso”. Sin embargo, la Ley introduce
una excepción en el caso del recurso directo contra reglamentos. Según el artículo 129.2
LJCA, “si se impugnare una disposición general, y se solicitare la suspensión de la
vigencia de los preceptos impugnados, la petición deberá efectuarse en el escrito de
interposición o en el de demanda”. Por lo tanto, la suspensión de la vigencia de los
preceptos impugnados (a través de un recurso directo contra un reglamento) es la única
medida cautelar cuya adopción solo puede ser solicitada en un momento procesal
determinado, concretamente al inicio del proceso de instancia.
En cuanto a su tramitación, el incidente cautelar se sustancia en pieza separada y con
audiencia de la parte contraria (art. 131 LJCA). Esta audiencia se produce en un único
trámite, que ordenará el Letrado de la Administración de Justicia por un plazo que no
excederá de diez día. Para evitar cualquier dilación innecesaria, la Ley dispone que si la
Administración demandada no hubiere aún comparecido, la audiencia se entenderá con el
órgano autor de la actividad impugnada (o cuya actividad se reclame).
El incidente cautelar será resuelto por auto dentro de los cinco días siguientes a la
práctica del trámite de audiencia de la parte contraria.
Según dispone el artículo 132.1 LJCA, las medidas cautelares estarán en vigor hasta que
recaiga sentencia firme que ponga fin al procedimiento en el que se hayan acordado, o
hasta que éste finalice por cualquiera de las causas previstas en la LJCA. Por tanto, la
vigencia de las medidas cautelares no solo no cesa cuando la sentencia estimatoria del
recurso es recurrida por la parte demandada, sino que tampoco lo hace —cuando la
pretensión ejercitada en el proceso principal ha resultado finalmente desestimada en la
sentencia de fondo— hasta que, al menos, haya expirado el plazo para recurrirla (si es
susceptible de recurso). Si, existiendo tal posibilidad, la sentencia (desestimatoria) es
recurrida en tiempo y forma, las medidas cautelares continuarán en vigor, a su vez,
mientras no recaiga sentencia firme en el proceso ad quem. Todo ello sin perjuicio, eso sí,
de la posibilidad de que las medidas cautelares resulten modificadas o revocadas.
En efecto, al margen de la correspondiente vía de recurso —de apelación (art. 80.1.a)
LJCA) o de casación (art. 87.1.b) LJCA)— los autos por los que se adoptan medidas
cautelares también son modificables o incluso revocables (bien por el propio órgano
judicial que los adoptó, mientras no haya recaído sentencia en el proceso principal, bien
por el Tribunal ad quem, si la sentencia recaída en el proceso a quo ha sido recurrida) si
cambiaran las circunstancias en virtud de las cuales se hubieran adoptado (art. 132.1
LJCA). Sin embargo, la LJCA aclara que no constituye un cambio de circunstancias que
autorice a modificar o revocar una medida cautelar la mera revisión de la apreciación
inicial acerca de la concurrencia de los requisitos para su adopción. Así, el art. 132.2
LJCA dispone que no podrán modificarse o revocarse las medidas cautelares en razón de
los distintos avances que se vayan haciendo durante el proceso respecto al análisis de las
cuestiones formales o de fondo que configuran el debate, y, tampoco, en razón de la
modificación de los criterios de valoración que el Juez o Tribunal aplicó a los hechos al
decidir el incidente cautelar. En definitiva, solo cambios extraprocesales permiten
modificar o revocar la medida cautelar.
En todo caso, procede tener presente que estas reglas sobre modificación o revocación de medidas cautelares
solo son de aplicación en los supuestos en que éstas han sido adoptadas, no en los supuestos en que se ha
denegado la adopción de medidas cautelares. La revocación de autos que deniegan la adopción de medidas
cautelares solo es posible obtenerla en la correspondiente vía de recurso o reiterando la solicitud de medidas
cautelares, en atención a nuevas circunstancias, “en cualquier estado del proceso” (art. 129.1 LJCA).
Por otro lado, el artículo 133.1 LJCA establece que “cuando de la medida cautelar
pudieran derivarse perjuicios de cualquier naturaleza, podrán acordarse las medidas que
sean adecuadas para evitar o paliar dichos perjuicios. Igualmente podrá exigirse la
presentación de caución o garantía suficiente para responder de aquéllos”. Se trata de
medidas de contracautela que permiten asegurar el equilibrio de los intereses en conflicto
siempre que la adopción de la medida cautelar, en principio procedente, pueda ocasionar
un perjuicio a la Administración demandada o a terceras personas. La misma posibilidad
de su adopción impide, pues, fundar la denegación de una medida cautelar en el único
argumento de que de ésta pudiera resultar algún daño o perjuicio a los intereses públicos
o de terceros. Así se desprende, por lo demás, de lo dispuesto en los artículos 130.2 y
136.1 LJCA, que en estos casos solo autorizan a denegar la medida cautelar cuando de
ésta pudiera seguirse perturbación grave de los intereses generales o de tercero, esto es,
una perturbación que, además de grave, no pueda resultar paliada en medida suficiente
mediante la adopción de contramedidas como, en particular, la exigencia de prestación de
una caución o garantía.
Adviértase, en todo caso, que la Ley no configura como preceptiva, sino como meramente facultativa, la
adopción de estas contramedidas (“podrán acordarse las medidas que sean adecuadas para evitar o paliar dichos
perjuicios”; “podrá exigirse la presentación de caución o garantía suficiente para responder de aquéllos”). Ello
resulta de suma importancia en aquellos casos en que, dada la elevada cuantía de los daños y perjuicios que
pudieran derivarse la medida cautelar, la imposición de cauciones económicas preceptivas equivale a hacer
imposible en la práctica la medida cautelar. El derecho a la tutela cautelar, incluido en el derecho fundamental a
la tutela judicial efectiva (art. 24.1 CE), exige, así pues, que los jueces y tribunales ejerzan la facultad de
condicionar la adopción de medidas cautelares a la prestación de una caución o garantía de tal modo que la
misma no haga virtualmente imposible o excesivamente difícil la obtención de dicha tutela.
Por lo que respecta a los aspectos formales de la caución o garantía, el artículo 133.2 LJCA permite que la misma
se constituya “en cualquiera de las formas admitidas en Derecho”. En los casos en que la medida cautelar se
condicione a la prestación de una caución o garantía, la medida cautelar no se llevará a efecto hasta que la
caución o garantía esté constituida y acreditada en autos, o hasta que conste el cumplimiento de las medidas
acordadas para evitar o paliar los perjuicios que pudieran derivarse de aquélla.
El artículo 133.3 LJCA dispone que “levantada la medida por sentencia o por cualquier
otra causa, la Administración, o la persona que pretendiere tener derecho a indemnización
de los daños sufridos, podrá solicitar ésta ante el propio órgano jurisdiccional por el
trámite de los incidentes, dentro del año siguiente a la fecha del alzamiento. Si no se
formulase la solicitud dentro de dicho plazo, se renunciase a la misma o no se acreditase el
derecho, se cancelará la garantía constituida”. La acción indemnizatoria la pueden
ejercitar tanto la Administración demandada como terceras personas (normalmente,
codemandados en el sentido del art. 21.1.b) LJCA) que hayan sufrido daños o perjuicios
ocasionados por la medida cautelar adoptada. Esto último sucede, en particular, cuando
el litigio tiene por objeto o bien la anulación o bien la adopción de un acto administrativo
de doble efecto, esto es, un acto que tiene al mismo tiempo efectos favorables para un
sujeto y efectos gravosos o desfavorables para otro. Piénsese, así, en supuestos de
impugnación de licencias, autorizaciones o concesiones por terceros o en aquellos otros en
que se impugnan nombramientos de funcionarios por concursantes u opositores que no
han obtenido la plaza.
La indemnización de los daños sufridos solo se la podrá solicitar, en todo caso, una vez
levantada la medida cautelar por sentencia (desestimatoria firme de la pretensión de
fondo) o por cualquier otra causa; por ejemplo, revocación de la medida cautelar como
consecuencia de un cambio de circunstancias (art. 132.1 LJCA) o anulación del auto que
la acuerda en vía de recurso.
Finalmente, la LJCA somete las medidas cautelares al mismo régimen de ejecución de las
sentencias. En efecto, el artículo 134 LJCA establece que el auto que acuerde la medida se
comunicará al órgano administrativo correspondiente, el cual dispondrá su inmediato
cumplimiento, siendo de aplicación lo dispuesto en el capítulo IV del Título IV de la
LJCA, salvo el artículo 104.2 (no permite instar la ejecución forzosa de las sentencias que
condenan a la Administración a realizar una determinada actividad o a dictar un acto
mientras no hayan transcurrido dos meses a partir de la comunicación de la sentencia o
desde que expirase el plazo fijado en ésta para el cumplimiento del fallo). Como se
comprende fácilmente, se frustraría la finalidad propia de las medidas cautelares positivas
que imponen a la Administración demandada la emisión provisional del acto solicitado o
la práctica provisional de la actuación reclamada si, en caso, de incumplimiento, no se
pudiera instar su ejecución forzosa hasta al menos dos meses después de haberse
comunicado la medida al órgano administrativo correspondiente o de haber expirado el
plazo establecido en la misma para el cumplimiento de lo ordenado. Así pues, la parte
interesada podrá solicitar la adopción de las medidas de ejecución (forzosa) a que se
refiere el artículo 108.1 LJCA tan pronto como exista el peligro de que se pueda frustrar
la finalidad de la medida cautelar acordada.
Si la medida cautelar se refiere a una disposición reglamentaria o a un acto
administrativo que afecte a una pluralidad indeterminada de personas, el artículo 134.2
LJCA dispone que la suspensión de la vigencia de disposiciones de carácter general será
publicada con arreglo a lo dispuesto en el artículo 107.2 LJCA. Lo mismo se observará
cuando la suspensión se refiera a un acto administrativo que afecte a una pluralidad
indeterminada de personas.
5. Medidas cautelarísimas
El artículo 135 LJCA prevé la posibilidad de que el juez cautelar adopte inaudita parte
debitoris medidas provisionalísimas en tanto se sustancia el incidente cautelar, a fin de
asegurar la efectividad de la resolución que pudiera recaer en el mismo. La medida
cautelarísima consiste, por tanto, en hacer lugar con carácter inmediato a una solicitud de
medidas cautelares —antes incluso de que se haya podido sustanciar el incidente cautelar
propiamente dicho (esto es, sin haber oído a la parte contraria)— cuando así lo exija la
efectividad del derecho a la tutela cautelar, incluido en el derecho fundamental a la tutela
judicial efectiva (art. 24.1 CE). En este sentido, el artículo 135 LJCA permite la adopción
de la medida cautelar sin oír a la parte contraria en el plazo de dos días cuando concurran
en el caso “circunstancias de especial urgencia”. Ha de entenderse que concurren tales
circunstancias siempre que exista el riesgo de que se puedan frustrar los efectos de una
eventual resolución estimatoria de la pretensión cautelar ejercitada si no se adopta la
medida con carácter inmediato.
Dada su naturaleza provisionalísima, no cabe recurso alguno contra el auto por el que se
adopta a limine la medida cautelar, toda vez que es en esta misma resolución en la que el
órgano judicial dará audiencia a la parte contraria para que en el plazo de tres días alegue
lo que estime procedente o bien convocará a las partes a una comparecencia que habrá de
celebrarse dentro de los tres días siguientes a la adopción de la medida. Recibidas las
alegaciones o transcurrido el plazo en su caso o bien celebrada la comparecencia, el juez o
tribunal dictará auto sobre el levantamiento, mantenimiento o modificación de la medida
adoptada. Dicho de otro modo: acordada una medida cautelarísima, el trámite de
audiencia de la parte contraria —que es en lo que consiste, en esencia, el incidente
cautelar— se transforma en un trámite de audiencia o en una comparecencia sobre el
levantamiento, mantenimiento o modificación de aquélla. El auto que, evacuado el
trámite de audiencia o celebrada dicha comparecencia, dicte el juez o tribunal —
levantando, manteniendo o modificando la medida previamente adoptada de forma
cautelarísima— es ya recurrible, como todo auto recaído en una pieza separada de tutela
cautelar, conforme a las reglas generales.
De no apreciar el órgano judicial las circunstancias de especial urgencia alegadas por la
parte que solicita la adopción de la medida cautelar de forma provisionalísima, el juez o
tribunal ordenará la tramitación del incidente cautelar conforme a las reglas ordinarias
previstas en el artículo 131 LJCA, durante la cual los interesados no podrán solicitar
nuevamente medida alguna de carácter cautelarísimo al amparo del artículo 135 LJCA.
En los supuestos que tengan relación con actuaciones de la Administración en materia de
extranjería, asilo político y condición de refugiado que impliquen retorno y el afectado sea
un menor de edad, el órgano jurisdiccional oirá al Ministerio Fiscal con carácter previo a
dictar el auto por el que se adopta la medida cautelar provisionalísima o bien se ordena la
tramitación del incidente cautelar conforme a las reglas ordinarias previstas en el artículo
131 LJCA (art. 135.2 LJCA).
BIBLIOGRAFÍA: GONZÁLEZ PÉREZ, J., Comentarios a la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa (Ley 29/1998, de
13 de julio), 8ª ed., Civitas-Thomson Reuters, Madrid, 2016. PALOMAR OLMEDA, A. (Dir.), Tratado de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, Tomo II, 4ª ed., Aranzadi, Madrid, 2021. SANTAMARÍA PASTOR, J. A., La Ley reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa, Iustel, Madrid, 2010.
1
Elaborado en el marco del Proyecto de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación “La europeización de las
sanciones administrativas: la incidencia del Derecho europeo en el concepto de sanción, en sus garantías y en su
función” (PID2020-115714GB-100).