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manuales

DERECHO
CIVIL I

(DERECHO DE LA PERSONA)
(DERECHO DE LA PERSONA)
2ª EDICIÓN
manuales

COORDINADOR José Ramón de Verda y Beamonte


Libros de texto para todas las

especialidades de Derecho,

Criminología, Economía y Sociología.

Una colección clásica en la literatura


AUTORES Alventosa del Río, Josefina
universitaria española.

DERECHO CIVIL I
Atienza Navarro Mª L.
Chaparro Matamoros, P.
Todos los títulos de la colección
Cobas Cobiella, Mª Elena
manuales los encontrará en la
De Verda y Beamonte, J.R.
página web de Tirant lo Blanch.
Guillén Catalán, R.
www.tirant.es
Monfort Ferrero, Mª J.
Montés Rodríguez, Pilar
Plaza Penadés, J.
Reyes López, Mª J.
Saiz García, Concepción
manuales

Tamayo Carmona, J.A.


COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH

María José Añón Roig Víctor Moreno Catena


Catedrática de Filosofía del Derecho de la Catedrático de Derecho Procesal de la
Universidad de Valencia Universidad Carlos III de Madrid
Ana Belén Campuzano Laguillo Francisco Muñoz Conde
Catedrática de Derecho Mercantil de la Catedrático de Derecho Penal de la
Universidad CEU San Pablo Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Jorge A. Cerdio Herrán Angelika Nussberger
Catedrático de Teoría y Filosofía de Jueza del Tribunal Europeo de Derechos Humanos
Derecho. Instituto Tecnológico Catedrática de Derecho Internacional de la
Autónomo de México Universidad de Colonia (Alemania)
José Ramón Cossío Díaz Héctor Olasolo Alonso
Ministro de la Suprema Corte Catedrático de Derecho Internacional de la
de Justicia de México Universidad del Rosario (Colombia) y Presidente del
Instituto Ibero-Americano de La Haya (Holanda)
Owen M. Fiss
Catedrático emérito de Teoría del Derecho de la Luciano Parejo Alfonso
Universidad de Yale (EEUU) Catedrático de Derecho Administrativo de la
Universidad Carlos III de Madrid
Luis López Guerra
Juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos Tomás Sala Franco
Catedrático de Derecho Constitucional de la Catedrático de Derecho del Trabajo y de la
Universidad Carlos III de Madrid Seguridad Social de la Universidad de Valencia
Ángel M. López y López José Ignacio Sancho Gargallo
Catedrático de Derecho Civil de la Magistrado de la Sala Primera (Civil) del
Universidad de Sevilla Tribunal Supremo de España
Marta Lorente Sariñena Tomás S. Vives Antón
Catedrática de Historia del Derecho de la Catedrático de Derecho Penal de la
Universidad Autónoma de Madrid Universidad de Valencia
Javier de Lucas Martín Ruth Zimmerling
Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Catedrática de Ciencia Política de la
Política de la Universidad de Valencia Universidad de Mainz (Alemania)

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DERECHO CIVIL I
(DERECHO DE LA PERSONA)
2ª edición

Coordinador
José Ramón de Verda y Beamonte

Alventosa del Río, Josefina


Atienza Navarro, MªL.
Chaparro Matamoros, P.
Cobas Cobiella, Mª Elena
De Verda y Beamonte, J.R.
Guillén Catalán, R.
Monfort Ferrero, Mª J.
Montés Rodríguez, Pilar
Plaza Penadés, J.
Reyes López, Mª.J.
Saiz García, Concepción
Tamayo Carmona, J.A.

Valencia, 2016
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Nota introductoria

La lección 1ª ha sido redactada por el Dr. Javier Plaza Penadés (CU Uni-
versitat de València); la lección 2ª, por la Dra. María Jesús Monfort Ferre-
ro (TU Universitat de València); la lección 3ª, por la Dra. Raquel Guillén
Catalán (CD Universitat de València); la lección 4ª, por el Dr. José Ramón
de Verda y Beamonte (CU Universitat de València) y Don Pedro Chaparro
Matamoros (Abogado); la lección 5ª por la Dra. Concepción Saiz García
(TU Universitat de València); la lección 6ª, por la Dra. María José Reyes
López (CU Universitat de València); la lección 7ª, por la Dra. María Luisa
Atienza Navarro (TU Universitat de València); la lección 8ª, por la Dra.
Josefina Alventosa del Río (TU Universitat de València); la lección 9ª, por el
Dr. Juan Antonio Tamayo Carmona (TU Universitat de València); la lección
10ª, por la Dra. María Elena Cobas Cobiella (CD Universitat de València);
las lecciones 11ª y 12ª, por el Dr. José Ramón de Verda y Beamonte y Don
Pedro Chaparro Matamoros; la lección 13ª, por la Dra. Pilar Montés Ro-
dríguez (TEU Universitat de València); la lección 14ª, por el Dr. José Ramón
de Verda y Beamonte y Don Pedro Chaparro Matamoros; y la lección 15ª,
por la Dra. María José Reyes López.
Lección 1
El Derecho Civil y los Derechos Civiles forales o
especiales

Sumario: I. Derecho civil: delimitación, formación y contenidos.- 1. Contenido del Derecho ci-
vil.- 2. Derecho civil como Derecho privado y común.- 3. Concepto y significado del Derecho
civil.- II. Derecho civil estatal, Derecho civil autonómico y Derechos civiles forales o especiales.- 1.
Significado y alcance de los Derechos civiles forales o especiales.- 2. La Codificación del De-
recho foral.- 3. El Derecho civil foral o especial en la Constitución española.- 4. Interpretación
del Tribunal Constitucional de la competencia en Derecho civil propio de las Comunidades
autónomas.- 5. Situación actual del desarrollo de algunos Derechos civiles forales o especiales.-
6. El llamado Derecho civil autonómico.- III. Cuestionario.- IV. Casos prácticos.- V. Bibliografía.

I. DERECHO CIVIL: DELIMITACIÓN, FORMACIÓN Y CONTENIDOS


Para poder comprender el concepto y significado del Derecho civil conviene
previamente delimitar su contenido y comprender su consideración como Dere-
cho privado y como Derecho común, que es fruto de su evolución histórica.

1. Contenido del Derecho civil


El Derecho civil comprende las siguientes materias:
a) El Derecho de la Persona, tanto de las personas físicas, como de las personas
jurídicas
Respecto de las personas físicas, el Derecho de persona comprende, a su vez,
el inicio y fin de la personalidad, que es la capacidad o aptitud para ser titular de
Derechos y deberes, la capacidad de obrar de las personas (esto es, las condiciones
de edad y madurez para poder realizar válidamente actos y negocios jurídicos),
y los elementos que determinan las condiciones de cada individuo en su relación
jurídica con los demás, tales como el estado civil, el domicilio, la ausencia o la
nacionalidad y la vecindad civil, junto con los derechos de la personalidad (vida,
integridad física, honor, intimidad, propia imagen, protección de datos…), como
núcleo de derechos fundamentales íntimamente vinculados a la persona desde su
nacimiento y por ello, inherentes a la misma, irrenunciables (disponibles sólo por
su titular) e intransmisibles.
Respecto de las personas jurídicas, se regula los requisitos de adquisición y pér-
dida de personalidad de corporaciones, sociedades, asociaciones y fundaciones.
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

b) El Derecho de las Obligaciones y Contratos, que se desglosa, en primer lu-


gar, en la teoría general de la obligación, que comprende los aspectos básicos de
toda relación obligatoria que nace de la ley o del contrato entre la parte acreedora
y la parte de deudora, y que se ocupa del cumplimiento e incumplimiento de las
prestaciones de dar, hacer o no hacer objeto de la obligación. En segundo lugar,
está la teoría general del contrato, en la que acreedor y deudor se obligan a entre-
gar una cosa o prestarse algún servicio a cambio de precio. En tercer lugar, el De-
recho de obligaciones y contrato comprende el estudio de los concretos contratos
típicos o que tienes una regulación propia, los llamados contratos en particular
(compraventa, arrendamiento de cosas, contratos de servicios, contrato de obra,
el contrato de sociedad, el mandato, el préstamo, los contratos de resolución al-
ternativa de controversias…). Finalmente, comprende el Derecho de Daños con
el estudio de la responsabilidad civil (contractual, extracontractual, ex delicto,
patrimonial de la Administración y especiales, como la aérea, nuclear o la que se
deriva de productos defectuoso o de accidentes de circulación).
c) El Derecho de cosas o de bienes, más conocido como Derechos reales, en ge-
neral, comprende las relaciones jurídicas de los individuos con los objetos o cosas
(muebles, inmuebles, incorporales o inmateriales), tales como la propiedad, los
modos de adquirirla, la posesión y el resto de derechos reales (usufructo, uso, ha-
bitación, servidumbres), incluidos los derechos de adquisición preferente (tanteo,
retracto y opción), las llamadas garantías reales (prenda, hipoteca y anticresis) y
las propiedades especiales (aguas, minas, hidrocarburos o propiedad intelectual e
industrial).
d) El Derecho de familia, que regula las consecuencias jurídicas de las rela-
ciones de familia, provenientes del matrimonio y del parentesco, en su ámbito
personal: obligación de alimentos, requisitos para contraer matrimonio o la nuli-
dad, la separación y el divorcio. Junto con los distintos regímenes económico del
matrimonio (separación de bienes, sociedad de gananciales, participación, comu-
nidad…) y el marco legal de las llamadas parejas de hecho.
e) El Derecho de sucesiones o sucesorio, que regula las consecuencias jurídicas
que vienen determinadas por el hecho del fallecimiento de una persona física res-
pecto de la transmisión de sus bienes y derechos a terceros, ocupándose, en con-
creto, de la sucesión testada, la sucesión intestada, los derechos de los legitimarios
y las normas de partición.
Por último, también incluye normas genéricas aplicables a todas las ramas del
Derecho, como las relativas a las fuentes del derecho o a la aplicación e interpre-
tación de las normas jurídicas, y normas de Derecho internacional privado.
Derecho Civil I

2. Derecho civil como Derecho privado y común


a) El Derecho civil ha sido considerado desde la época del Derecho romano el
conjunto de normas de Derecho privado que regula las relaciones entre las per-
sonas. Se opone, por tanto, al Derecho público, que regula las relaciones de las
personas con los poderes del Estado y de los poderes públicos entre sí.
Fue en el seno del Derecho romano donde se fueron configurando una serie de ins-
tituciones que conformaron el ius civile, Derecho de los ciudadanos romanos o cives, ya
que en el Derecho romano, a diferencia del actual, no toda persona tenía personalidad
o aptitud para ser titular de derechos. Es más, había personas que eran objeto de tráfico
patrimonial como esclavos.
Pero en el Derecho romano aparecieron una serie de instituciones como la obligatio,
el contractus, la obligación de reparar los daños con la Lex Aquilia, el sistema de adqui-
sición de bienes, con las res mancipi y nec mancipi, y los sistemas transmisivos, con la
mancipatio, la in iure cessio, o el sistema de propiedad (dominium) y de ius in re aliena
como el ususfructus. Finalmente también se ocupó de la institución del matrimonio y de
la sucesión. Instituciones que fueron evolucionando y que se fueron extendiendo en la
medida en que se expandía la ciudadanía romana.
Además el ius civile romano se reafirma en contraposición al ius gentium i al ius
praetorium (que surge de la aplicación y actualización que los pretores hicieron del ius
civile), y tenía un ámbito más amplio que en la actualidad, ya que incluía instituciones
sobre delitos o sobre el ejercicio de la jurisdicción o contenía materias administrativas.
Justiniano, en el año 574 d.C recopiló para el llamado Imperio Romano de Oriente
todo el Derecho romano en el Corpus Iuris Civile, formado por las Instituciones (libro
de carácter escolar), el Digesto (selección de textos antiguos), el Código (constituciones
imperiales); y las Novelas (leyes nuevas).
A finales del siglo XI y principios del XII se produce la recepción de ese Derecho
romano justinianeo. Se trataba de un Derecho que no tenía vigencia directa pero tenía
la auctoritas que le daba su sistemática y su carácter completo. Surge en Bolonia, con
la Escuela de glosadores y postglosadores, que se dedicaban a hacer anotaciones, co-
mentarios y estudios a dicho Derecho, que desde entonces pasó a llamarse ius civile o
Derecho civil.
En el Corpus Iuris Civile confluía Derecho público y derecho privado, sin embargo,
la parte de Derecho público fue cayendo en progresivo desuso (por la evolución de las
organizaciones políticas y del poder de los Estados nacionales y la aparición de normas
e instituciones locales propias), de modo que lo que se había denominado Derecho civil
quedó reducido en la práctica al Derecho privado, que también fue evolucionando du-
rante la Edad Media y Moderna, y que sufre una importantísima transformación con el
advenimiento de los Derechos nacionales y con instituciones jurídica propias, que con-
viven con las del ius civile, que van ganando en amplitud, identificándose gradualmente
el Derecho civil con el derecho privado de cada territorio, reino o Estado.
La principal transformación se produce con las revoluciones burguesas, donde todo
ser humano es considerado persona, y por ello titular de unos derechos humanos básicos
o fundamentales y, sobretodo, porque a toda persona se le reconoce personalidad, esto
es aptitud o cualidad para ser titular de derechos y obligaciones. Además surge la idea de
sistematizar el Derecho civil de cada Estado en un código civil, con el fin de facilitar el
conocimiento, difusión y aplicación del mismo, en el que quedase plasmado, a su vez,
el marco de libertades y la nueva regulación de la propiedad privada y su transmisión,
basada en libre circulación y el libre comercio.
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

b) Finalmente, conviene señalar que las normas del Derecho civil se aplican
a todas las materias de Derecho privado que no tengan una regulación especial
de carácter legal. Ello es así porque la evolución del Derecho, y su especiali-
zación, provocaron el nacimiento de ramas específicas que se separaron del
Derecho Civil, como el Derecho mercantil o el Derecho laboral. Estas ramas
tienen en común el hecho de mantener como Derecho supletorio al Derecho
civil, que se instituye así como Derecho común (y lo mismo ocurre con el
Código civil español respecto de los derechos forales o especiales, vid. infra).

3. Concepto y significado del Derecho civil


Vista la evolución histórica, aunque sea de manera muy resumida, y expuesto
brevemente la amplitud de su contenido, se comprende la dificultad para definir
el Derecho Civil de una forma clara y comprensiva.
Además, el carácter técnico de la expresión del Derecho civil dificulta el correc-
to entendimiento de su significado y alcance, si bien se conoce de su importancia
por la dimensión del texto básico donde se contiene el Derecho civil, el Código
civil, pese a que buena parte de su contenido se encuentra también en un impor-
tante número de leyes especiales (ley del registro civil, ley hipotecaria, ley de pro-
piedad horizontal, ley de arrendamientos urbanos…).
Por tanto, el Derecho civil es la rama del Derecho privado que regula las rela-
ciones personales y patrimoniales entre personas, tanto físicas como jurídicas, en
su esfera privada, sobre la base de la atribución de capacidad jurídica (o persona-
lidad) y capacidad de obrar. Es por ello que el Derecho civil regula, en esencia, las
relaciones más generales y cotidianas de la vida de las personas, considerando a
las personas en sí mismas como sujeto de derecho, pero además, el Derecho civil,
como sistema de instituciones jurídicas, es la rama central del Derecho privado
y la columna vertebral del Derecho público, ya que sus conceptos e instituciones
se proyectan con mayor o menor intensidad en todas las ramas del ordenamiento
jurídico.
Por último, también se utiliza el término Derecho civil, sobre todo en el ámbito
del Derecho anglosajón, para referirse al Derecho continental (Civil Law) basado en la
importancia de la Ley y del Código, en contraposición al sistema anglosajón (Common
Law) basado en un derecho más casuístico y apegado al valor del precedente y de la
doctrina de los Tribunales en la resolución del caso concreto (jurisprudencia), si bien
el Derecho comunitario, claramente apegado al sistema de Civil Law, está produciendo
normas uniformes pero que contienen una mayor casuística, al estilo de las Acts o leyes
angloamericanas.
Derecho Civil I

II. DERECHO CIVIL ESTATAL, DERECHO CIVIL AUTONÓMICO Y


DERECHOS CIVILES FORALES O ESPECIALES
1. Significado y alcance de los Derechos civiles forales o especiales
Por Derecho foral o especial, en España, se entiende el conjunto de ordena-
mientos jurídicos de Derecho privado que se aplican en algunas Comunidades
Autónomas, coexistiendo con el Código civil nacional, y que tiene su justificación
en el Derecho civil propio que se tuvo en los citados territorios (que son los de la
Corona de Aragón, como el catalán, el balear, el valenciano y el aragonés, junto
con Navarra, País Vasco y Galicia) antes del triunfo de las Revoluciones burgue-
sas o liberales.
La expresión Derecho foral tiene su apoyo en razones históricas, y se atribuye a
Gregorio Mayans en su defensa por la recuperación de els Furs del Reino de Valencia,
tras su abolición por Felipe V, si bien la expresión derecho foral, que se ha impuesto
para referirse al conjunto de territorios con un derecho civil propio de origen histórico,
se revela en ocasiones inadecuada; como en el caso de Cataluña, donde no hubo fueros
sino costums.
Esos Derechos históricos, anteriores a las revoluciones liberales, tenían difícil encaje
con las nuevas instituciones como la propiedad privada y, sobretodo, con la idea de uni-
ficar y simplificar todo el Derecho en un texto breve, sencillo y sistemático, en el Código
civil, lo que dificultó la Codificación en España, y el hecho de que el Derecho foral tenía
un carácter excepcional y provisional era manifiesto en la primitiva redacción del art.
13.2 CC, que establecía “en las provincias o territorios en que subsiste el Derecho foral
lo conservarán por ahora..”..
Para comprender mejor la situación actual de los derechos civiles forales o especiales
en España, y el hecho de que algunas Comunidades Autónomas tengan un Derecho Civil
propio, conviene recordar que el origen de la diversidad de ordenamientos jurídicos
existentes en España se remonta a la Edad Media, durante la cual coexistieron en el terri-
torio peninsular varios reinos, cada uno de ellos con su Derecho propio.
Producida la unión de Coronas entre Castilla y Aragón, persistió la diversidad jurídica
en la Corona de Aragón y hasta el mismo siglo XVIII los antiguos reinos mantuvieron no
sólo sus antiguas instituciones jurídicas, sino también su autonomía legislativa.
Pero con la Guerra de Sucesión, en la que los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca
y el principado de Cataluña (Corona de Aragón) habían apoyado al Archiduque Carlos
de Austria, junto con el triunfo del importante movimiento centralista de inspiración
francesa, Felipe V, mediante los decretos de Nueva Planta, derogó los fueros de Aragón,
Valencia, Cataluña y Baleares, si bien en Aragón, Baleares y Cataluña permitieron la
subsistencia del Derecho privado en esos territorios, pero las relaciones con la Corona
habían de regirse por el Derecho de Castilla. Esa devolución o recuperación no tuvo
lugar en Valencia.
En todo caso, los Decretos de Nueva Planta les privaron a Aragón, Baleares y Catalu-
ña de sus órganos legislativos, por lo que subsistía el Derecho privado (relaciones entre
particulares), pero sin posibilidad de renovarse ni adaptarse a los cambios sociales.
En el Reino de Navarra, el Derecho foral propio estuvo vigente hasta 1841, pero al
finalizar la primera guerra carlista, Navarra y las provincias vascas perdieron sus fueros y
la potestad legislativa que habían preservado gracias a su apoyo a Felipe V en la Guerra
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

de Sucesión, aunque Navarra mantuvo su Derecho por decisión del entonces regente
general Espartero en 1841.

2. La Codificación del Derecho foral


El movimiento liberal que dominó la política de los primeros años del siglo
XIX era decididamente centralizador y, en materia jurídica, unificador de todo el
Derecho nacional. Así, la Constitución de 1812 estableció en su art. 258 que “El
Código Civil y criminal y el de comercio serán unos mismos para toda la Monar-
quía, sin perjuicio de las variaciones que por particulares circunstancias puedan
hacer las Cortes”.
La voluntad del constituyente en 1812 era clara, terminar con los Derechos ci-
viles forales, pero a mediados de Siglo XIX las posiciones foralistas y regionalistas
habían ganado poder y, de hecho, el fracaso del proyecto de Código civil de 1851,
de Florencio García Goyena, se debe, en gran parte, a su intento de terminar con
el Derecho foral y a la oposición del foralista Manuel Durán y Bas.
Por ello, la codificación civil se reanudó bajo un sistema que ha sido denominado
de “unidad armónica”, agregando a la Comisión de Códigos un representante por cada
una de las regiones de Cataluña, Mallorca, Aragón, Navarra, Vizcaya y Galicia, con el
encargo de redactar sendas memorias sobre las instituciones civiles que, por su vital
importancia, fuera conveniente conservar en dichas regiones, incluyéndolas como ex-
cepciones para las mismas en el Código general. Sin embargo, este sistema, pese a que
los designados elaboraron importantes trabajos, no llegó a ningún resultado práctico.

La Ley de bases de 11 de mayo de 1888 aceptó la forma de Código para el


Derecho civil común, y la de “apéndices” para las legislaciones forales, en los que
se contendrían las instituciones forales que conviniera conservar. El Código civil
se publicó bajo este sistema, pero sólo se redactó un apéndice, el de Derecho foral
de Aragón (1925), por lo que debe considerarse también fallido.
Sin embargo, en el año 1944, el Consejo de Estudios de Derecho Aragonés propuso
la celebración, en España, de un Congreso Nacional de Derecho Civil con la finalidad de
estudiar la situación actual y futura de la legislación foral y de ahí nace la idea de unificar
todas las instituciones del Derecho común, de los Derechos forales y las peculiares de
algunas regiones, en unas compilaciones.
Respondiendo a dichas conclusiones, el Decreto de 23 de mayo de 1947 ordenó la
constitución de Comisiones de juristas de reconocido prestigio y autoridad, con la mi-
sión de elaborar dichas compilaciones.

El sistema de Compilaciones representa una línea mucho más favorable al De-


recho foral. Pero además conviene destacar que la labor que se desarrolló no fue
simplemente de “compilación”, entendida como mera recopilación de textos an-
tiguos, sino que se llevó a cabo una modernización y una puesta al día de las nor-
Derecho Civil I

mas forales. De esta suerte, se favoreció extraordinariamente el conocimiento y


difusión Derecho foral, que dejó de estar olvidado en unos textos de difícil acceso
para situarlo en modernos códigos aunque de instituciones anteriores al Derecho
civil moderno surgido tras las revoluciones burguesas.
Así, se promulgó la Compilación de Derecho civil foral de Vizcaya y Álava de 30 de
julio de 1959; la Compilación de Derecho civil especial de Cataluña aprobada por la
Ley de 21 de julio de 1960; la Compilación Balear aprobada con la Ley de 19 de abril de
1961; La Compilación de Derecho civil de Galicia de 2 de diciembre de 1963; la Com-
pilación del Derecho civil de Aragón aprobada por la Ley de 8 de abril de 1967 y, final-
mente, la Compilación de Derecho civil foral de Navarra por Ley de 1 de marzo de 1973.

3. El Derecho civil foral o especial en la Constitución española


Con la promulgación de la Constitución y el surgimiento de las Comunidades
Autónomas, en el art. 149.1, regla 8ª, de nuestra Carta Magna se dispone que “El
Estado tiene competencia exclusiva” sobre la “Legislación civil, sin perjuicio de la
conservación, modificación y desarrollo por las Comunidades Autónomas de los
derechos civiles, forales o especiales, allí donde existan. En todo caso, las reglas
relativas a la aplicación y eficacia de las normas jurídicas, relaciones jurídico-
civiles relativas a las formas de matrimonio, ordenación de los registros e instru-
mentos públicos, bases de las obligaciones contractuales, normas para resolver los
conflictos de leyes y determinación de las fuentes del Derecho, con respeto, en este
último caso, a las normas de derecho foral o especial”.
Ateniéndonos a es precepto, podemos decir varias cosas:
a) La primera de ellas es que la legislación civil es competencia exclusiva del
Estado.
b) La segunda es que esa competencia estatal no impide que aquellas Comu-
nidades Autónomas que tengan Derecho civil propio (“allí donde existan”), pue-
dan legislar sobre dicho Derecho, siempre que el ejercicio de esa competencia no
afecte a las materias del apartado final del precepto: aplicación y eficacia de las
normas jurídicas, relaciones jurídico-civiles relativas a las formas de matrimonio,
ordenación de los registros e instrumentos públicos, bases de las obligaciones
contractuales, normas para resolver los conflictos de leyes y determinación de las
fuentes del Derecho, con respeto, en este último caso, a las normas de Derecho
foral o especial (ya que los Derechos civiles forales o especiales pueden tener su
propio sistema de fuentes).
c) La tercera, y más importante, es que atribuye a las Comunidades Au-
tónomas con Derecho propio un nuevo título competencial, el desarrollo de
su Derecho civil propio, con la duda de delimitar hasta donde alcanza dicho
desarrollo, es decir, si sólo pueden desarrollar instituciones de su propio De-
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

recho foral o especial o si, por el contrario, tienen competencia para regular
cualquier materia, aunque no exista ni guarde relación con su Derecho civil
propio, siempre, eso sí, que no se trate de alguna de las materias del art. 149.1,
regla 8, in fine, CE, que son en todo caso competencia del Estado.
El Derecho civil valenciano merece una mención específica.
Desde la concesión de els Furs por Jaime I, tras la conquista de la ciudad de Valencia
en 1238 y su configuración como Reino, hasta la batalla de Almansa en 1707 y el consi-
guiente Decreto de 29 de julio de 1707, de abolición dels Furs, el Reino de Valencia tuvo
un vasto ordenamiento jurídico propio, tanto para aspectos públicos como para aspectos
privados. Pero a diferencia de otros territorios de la corona de Aragón, tras su abolición
no se produjo de manera oficial la devolución y recuperación del mismo.
Por ello no participó en el movimiento compilador del Derecho foral de la postguerra
en Zaragoza ni tuvo Compilación, como tuvieron el resto de territorios con Derecho civil
foral o especial, y en esas circunstancias llegó la Constitución Española de 1978 (que,
como hemos visto, concede competencias para regular sobre el Derecho civil propio
“allí donde exista”).
Sin embargo, el art. 31.2, del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana de
1982 (Ley Orgánica 5/1982, de 1 de julio), siguiendo el modelo de Estatuto catalán y vas-
co, dispuso que la Generalitat Valenciana tenía “competencia exclusiva para conservar,
modificar y desarrollar el Derecho civil valenciano”.
Por ello, se aprobó la Ley 6/1986, de 15 de diciembre, de arrendamientos históricos
valencianos, que dio lugar a la STC 121/1992, de 28 de septiembre (Tol 80731), en la
que se admitió que aquellas instituciones de Derecho foral que hubieran sobrevivido
hasta la entrada en vigor de la Constitución Española en forma de costumbre tenían cabi-
da en el “allí donde existan” del art. 149.1, regla 8ª, CE, pero con la duda de saber si esa
competencia de la Generalitat Valenciana reconocida en el artículo 31.2 de su Estatuto
se debía limitar a instituciones que estuviesen vigentes consuetudinariamente o se podía
ampliar a otras instituciones de su Derecho propio.
Por ello, la Ley Orgánica 1/2006, de 10 de abril, de Reforma de la Ley Orgánica
5/1982, de 1 de julio, de Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, quiso
clarificar y desarrollar estas cuestiones del Derecho foral y del Derecho civil valenciano.
En concreto, se ocupan directamente del “Derecho Civil Foral Valenciano”, intitulado
así por la propia reforma estatutaria, en el art. 3, punto 4, el art. 7, el art. 35, el art. 37.2,
el art. 58.2, el art. 71.1 y la Disposición transitoria tercera, destacando, sobre todo, el
art. 49.1.2ª, según el cual, la Generalitat Valenciana tendrá competencia exclusiva para
conservar, modificar y desarrollar el Derecho civil foral valenciano.
Fruto de esa pretendida aclaración del contenido y alcance de la competencia de la
Generalitat en materia de Derecho Civil Foral Valenciano, se ha aprobado la Ley 10/2007,
de 20 de marzo, de régimen económico matrimonial valenciano, y la Ley 5/2011, de 1
de abril, de relaciones familiares de los hijos e hijas cuyos progenitores no conviven (la
llamada ley de custodia compartida), estando ambas pendientes de pronunciamiento
sobre su adecuación a la Constitución, por estar recurridas de inconstitucionalidad.
Además, respecto de las instituciones de Derecho civil foral abolidas, la Disposición
transitoria tercera del Estatuto, tras la reforma de 2006, dispone que: “La competencia
exclusiva sobre el Derecho civil foral valenciano se ejercerá, por la Generalitat, en los
términos establecidos por este Estatuto, a partir de la normativa foral del histórico Reino
de Valencia, que se recupera y actualiza, al amparo de la Constitución Española”. Pre-
cepto que, en el fondo, no cierra la cuestión, sino que reenvía a la Constitución en una
cuestión que no está totalmente delimitada, como se verá a continuación.
Derecho Civil I

4. Interpretación del Tribunal Constitucional de la competencia en Derecho


civil propio de las Comunidades autónomas
Aunque es cierto que la doctrina TC todavía está en fase de elaboración y lo va
a seguir estando, ya que existen dos recursos de inconstitucionalidad pendientes
de resolución sobre la materia, también es cierto que, a través de diferentes sen-
tencias, tiene ya fijados algunos puntos básicos para su correcto entendimiento.
a) La expresión “allí donde existan” no sólo debe entenderse referida a las
normas compiladas y, por tanto, a los territorios que tenían una compilación de
Derecho civil foral o especial en el momento de promulgarse la Constitución,
sino que también comprende aquellas instituciones de Derecho civil propio, que,
sin estar compiladas, no obstante, estaban en plena vigencia en el momento de
aprobación de la Constitución, no como norma escrita, pero sí como costumbre,
tal y como tuvo ocasión de precisar la STC 121/1992, de 28 de septiembre (Tol
80731), a propósito de los arrendamientos históricos valencianos.
b) Además, el desarrollo de los Derechos civiles forales o especiales no debe
vincularse rígidamente al contenido de sus instituciones, ya que se puede ampliar a
instituciones conexas con las reguladas en su compilación o a sus normas consue-
tudinarias, según los principios informadores de su Derecho civil foral o especial.
La STC 88/1993, de 12 de marzo (Tol 82111), afirma, así, que la competencia de
las Comunidades Autónomas para la “conservación, modificación o desarrollo” de su
Derecho civil especial o foral se extiende, no sólo sobre las materias por él reguladas al
tiempo de entrada en vigor de la CE, sino también a las “instituciones conexas”, en or-
den a una actualización o innovación de contenidos, según sus principios informadores
peculiares.
En esta sentencia, el TC consideró constitucional la Ley 3/1988, de 25 de abril, de las
Cortes de Aragón, que reformó la Compilación de Derecho Civil de Aragón, regulando
la adopción, a pesar de que en los textos legales de Derecho foral aragonés nunca había
existido regulación relativa a esta institución —la adopción— de forma directa.

Pero eso sí, el desarrollo del Derecho civil propio no puede impulsarse en cual-
quier dirección, ni sobre cualquier materia, ya que no significa una competencia
legislativa autonómica ilimitada por razón de la materia.
Estos criterios interpretativos del artículo 149.1, regla 8ª, CE han sido confirmados
por la más reciente STC 31/2010, de 28 de junio, sobre el Estatuto de Autonomía de
Cataluña.

5. Situación actual del desarrollo de algunos Derechos civiles forales o especiales


Sin embargo, la realidad de los hechos, más allá de la que se sostiene y se de-
riva, por ahora, de la doctrina del TC en su condición de máximo intérprete de
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

la Constitución, es la que se puede observar en las Comunidades Autónomas de


Cataluña, Aragón, Galicia que han expandido su Derecho Foral o especial más
allá de instituciones propias y conexas, o, en menor medida, el caso del País Vasco
que ha expandido el ámbito territorial del Derecho Foral (que se aplicaba sólo a
unos concretos territorios aforados) a toda la Comunidad Autónoma.
Esa realidad no parece adecuarse a la interpretación sostenida mayoritaria-
mente por el TC, antes expuesta, sino que más bien el art. 149.1, regla 8ª, CE se
aplica en el sentido de que las Comunidades autónomas que tienen competencia
en Derecho civil propio, pueden regular cualquier materia de Derecho civil, inclui-
das aquellas que no formen parte ni de sus instituciones conexas, o que aunque
fueren instituciones propias no estaban vigentes en el momento de entrada vigor
y se pretenden recuperar, o estándolo formaban parte de un pequeño territorio
que ahora se extiende a todo el ámbito territorial de la Comunidad Autónoma,
siempre, eso sí, que dicha regulación no afecte a las materias que el art. 149.1,
regla 8ª, se reserva en todo caso al Estado.
Con el fin de ilustrar lo dicho, examinaremos el estado de la cuestión en algunas
Comunidades con Derecho civil propio, comenzando por Cataluña:
a) La denominada Compilación de Derecho civil especial de Cataluña, que fue apro-
bada por la Ley de 21 de julio de 1960, luego modificada por la Ley del Parlamento
catalán de 20 de marzo de 1984, que se dictó con el propósito de adaptar la misma a
la Constitución, aprobándose el Texto Refundido por el RD Legislativo de 19 de julio de
1984, que a su vez ha sido modificado por diversas Leyes aprobadas por el Parlamento
catalán.
Pero con fecha 30 de diciembre de 2002, se promulgó la Primera Ley del Código
civil de Cataluña en la que se establece la estructura del Código civil de dicha Comuni-
dad, dividido en seis libros: Libro primero, relativo a las disposiciones generales; Libro
segundo, relativo a la persona y la familia; Libro tercero, relativo a la persona jurídica;
Libro cuarto, relativo a las sucesiones; Libro quinto, relativo a los derechos reales; y Libro
sexto, relativo a las obligaciones y contratos.
Esta Ley aprueba asimismo el Libro I, que comprende dos Título: el primero, referente
a las disposiciones preliminares; y el segundo, a la prescripción y a la caducidad. Con
entrada en vigor el 1 de enero de 2004.
Sucesivas leyes han aprobado el resto de libros y, actualmente, falta la elaboración
del Libro VI, si bien se está ya trabajando en ello.
b) Derogando el Apéndice al Código civil de 1925, la Compilación del Derecho civil
de Aragón se aprobó por la Ley de 8 de abril de 1967, siendo modificada por la Ley de
21 de mayo de 1985 para adaptarla a la Constitución, y por la Ley de 25 de abril de 1998
sobre adopción. La Ley de 24 de febrero de 1999, sobre sucesiones por causa de muerte
derogó el Libro II de la Compilación relativo al “Derecho de sucesión por causa de muer-
te”; la Ley de 12 de febrero de 2003, sobre Régimen Económico Matrimonial y Viude-
dad, derogó los arts. 7 y 22 a 88 de la Compilación; la ley de Derecho de la Persona, de
27 de diciembre de 2006, derogó el Libro I de la Compilación y la Ley de 2 de diciembre
de 2010, de Derecho civil patrimonial derogó los Libros II y IV de la Compilación, de la
que únicamente quedaba vigente el Título Preliminar.
Completando el proceso de reformulación legislativa del Derecho aragonés, el De-
creto legislativo 1/2011, de 22 de marzo, del Gobierno de Aragón, aprobó la refundición
de las leyes civiles aragonesas en un Código del Derecho Foral de Aragón, que consta
Derecho Civil I

de 599 artículos e incorpora, además de las leyes citadas, el residual Título Preliminar de
la Compilación del Derecho civil de Aragón, la Ley 6/1999, de 26 de marzo, relativa a
parejas estables no casadas y la Ley 2/2010, de 26 de mayo, de igualdad en las relaciones
familiares ante la ruptura de convivencia de los padres. La Compilación y todas las leyes
refundidas han sido formalmente derogadas, entrando en vigor el Código del Derecho
Foral de Aragón el día 23 de abril de 2011.
c) La Compilación de Derecho civil de Galicia de 2 de diciembre de 1963 fue susti-
tuida por la Ley de Derecho civil de Galicia de 24 de mayo de 1995, a su vez derogada
por la ley de 14 de junio de 2006. Consta de un Título Preliminar y diez Títulos.
d) La Compilación de Derecho civil foral de Vizcaya y Álava de 30 de julio de 1959,
ha sido sustituida por la Ley del Derecho civil foral del País Vasco de 1 de julio de 1992,
que se limita a hacer la necesaria adaptación de ese Derecho a nuestros tiempos, elimi-
nando algunos anacronismos que la Compilación de 1959 aún mantenía y restaurando
instituciones muy arraigadas de las que prescindía, pero extendiendo el ámbito territorial
del Derecho foral a zonas que eran de Derecho común, como la misma ciudad de Bil-
bao, que no se regía por el Fuero de Vizcaya.
e) La Compilación balear, aprobada por la Ley de 19 de abril de 1961, fue modificada
por Ley de la Comunidad Autónoma de Baleares, de junio de 1990.
La Compilación ha incorporado a su texto tanto el Derecho autóctono balear como el
Derecho romano, que se había venido aplicando consuetudinariamente en las Islas. Su
estructura es la siguiente: consta de 86 artículos, distribuidos en un Título Preliminar, un
Libro Primero (normas aplicables en Mallorca), un Libro Segundo (normas aplicables en
Menorca) y un Libro Tercero (normas aplicables en Ibiza y Formentera), seguidos de tres
Disposiciones Finales y dos Transitorias.
f) La Compilación de Derecho Civil Foral de Navarra, por Ley de 1 de marzo de 1973,
culminó la recopilación de los Derechos Forales de España, laboriosamente realizada a
lo largo de los últimos 25 años.
Sin embargo, la Compilación Navarra presentaba una singularidad respecto de las
anteriormente aprobadas, derivada de la llamada Ley Paccionada de 16 de agosto de
1841, conforme a la cual se exigía el procedimiento de convenio para introducir refor-
mas legislativas en Navarra y por virtud de lo cual se atribuyó a la Diputación Foral el
nombramiento de la Comisión correspondiente, que había de presidir el Presidente de la
Audiencia Territorial de Pamplona, la cual elevó un anteproyecto que, tras su estudio por
la Comisión General de Codificación, integrada al efecto con representantes de aquella
provincia designados para ello, se dictó directamente por el Jefe del Estado, sin discusión
en las Cortes, en virtud de las prerrogativas que a la Jefatura del Estado otorgaba la Ley
Orgánica del Estado.
La Compilación, también llamada Fuero Nuevo de Navarra, consta de quinientas
noventa y seis “leyes”, denominación que se da a sus preceptos por fidelidad a la tradi-
ción legislativa de Navarra, divididos en un Libro Preliminar, seguido de otros tres que
llevan la denominación de Primero (personas y de la familia), Segundo (donaciones y
sucesiones) y Tercero (derechos reales y las obligaciones), para terminar con cinco Dis-
posiciones Transitorias.

6. El llamado Derecho civil autonómico


Junto con la competencia en materia de Derecho civil propio, foral o especial,
que tienen algunas Comunidades Autónomas, han aparecido, tras la Constitución
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

española y el desarrollo del Estado autonómico, una serie de Leyes y disposicio-


nes normativas, que inciden sobre diversas materias propias del Derecho civil y
que tienen su base en el desarrollo de competencias concretas que ha asumido y
desarrollado cada Comunidad Autónoma, dando lugar al llamado Derecho civil
autonómico.
Por tanto, la diferencia esencial entre Derecho civil foral o especial y Derecho
civil autonómico estriba en que sobre el Derecho civil foral o especial solo tienen
competencias algunas Comunidades Autónomas, mientras que sobre el Derecho
civil autonómico pueden tener competencias todas, tanto las que tienen Derecho
civil foral o especial, como las que carecían de él, siempre que la ley en cuestión
sea desarrollo de una o varias competencias propias, reconocidas como tales en
los respectivos Estatutos de Autonomía.
Así, por ejemplo, en el caso de la Comunidad Valenciana, junto con las leyes de
Derecho civil de origen histórico foral (como la Ley 6/1986, de 15 de diciembre,
de arrendamientos históricos, o la Ley 10/2007, de 20 de marzo, de régimen eco-
nómico matrimonial), encontramos un elevado número de leyes que inciden en el
ámbito de Derecho civil y que tienen su origen en las competencias autonómicas
que ha asumido la Comunidad Valenciana.
A mero título de ejemplo podemos citar, entre otras, las siguientes leyes: Ley 8/1998,
de 9 de diciembre, de fundaciones de la Comunidad Valenciana; Ley 7/2001, de 26 de
noviembre, de mediación familiar de la Comunidad Valenciana; Ley 8/2002, de 5 de
diciembre, de estructuras agrarias; Ley 8/2003, de 24 de marzo, de cooperativas de la
Comunidad Valenciana; Ley 11/2003, de 10 de abril, sobre el estatuto de las personas
con discapacidad; Ley 1/2003, de 28 de enero, sobre derechos e información al paciente
de la Comunidad Valenciana; Ley 8/2004, de 20 octubre, de vivienda de la Comunidad
Valenciana; Ley 12/2008, de 3 de julio, de la Generalitat, de protección integral de la
infancia y la adolescencia en la Comunidad Valenciana; Ley 1/2006, de 19 de abril, de
ordenación del sector audiovisual; Ley 13/2008, de 8 de octubre, de la Generalitat, re-
guladora de los puntos de encuentro familiar de la Comunidad Valenciana; Ley 14/2008,
de 18 de noviembre, de asociaciones de la Comunidad Valenciana; Ley 15/2008, de 5 de
diciembre, de la Generalitat, de integración de las personas inmigrantes en la Comuni-
dad Valenciana; Ley 7/2009, de 20 de junio, de protección de la maternidad; Ley 1/2011,
de 22 de marzo, por la que se aprueba el Estatuto de los consumidores y usuarios de
la Comunidad Valenciana.; Ley 3/2011, de 23 de marzo, de ordenación del comercio;
Ley 4/2012, de 15 de octubre, de la Generalitat, por la que se aprueba la Carta de los
Derechos Sociales de la Comunidad Valenciana; y Ley 5/2012, de 15 de octubre, de la
Generalitat, de uniones de hecho formalizas.

Como puede observarse, el desarrollo del llamado Derecho civil autonómico


ha sido muy significativo y tiene cada vez más una dimensión mucho mayor, a
la vez que plantea menos problemas de constitucionalidad, especialmente si se
desarrolla dentro de su ámbito competencial y con respeto a las competencias
estatales.
Derecho Civil I

Finalmente, no se debe confundir el “Derecho civil autonómico” con el “Derecho


civil comunitario” o el “Derecho privado comunitario”, que es el Derecho privado o
el Derecho civil proveniente de la Unión Europea y que se deriva de Reglamentos, Di-
rectivas o Sentencias de la Unión Europea y que afecta directamente al Derecho civil
español, ya sea estatal, ya sea autonómico o ya sea foral especial.

III. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué materias comprende el Derecho civil?
2º. Qué materia comprende específicamente el Derecho de la Persona?
3º. ¿En el ius civile romano toda persona tenía personalidad o aptitud para ser
titular de derechos por el mero hecho de serlo?
4º. ¿Qué es el Derecho civil foral o especial y que Comunidades Autónomas
tienen competencias sobre dicho derecho?
5º. ¿Cuál es la doctrina del TC sobre la interpretación del artículo 149.1, regla
8ª, CE en materia de Derecho civil foral o especial?
6º. ¿La Comunidad Valenciana tenía Derecho civil propio en el momento de
entrar en vigor la Constitución? Razone la respuesta, de acuerdo con la doctrina
del TC sobre la materia.
7º. ¿Qué es el llamado Derecho civil autonómico?
8º. ¿Qué es el llamado Derecho civil comunitario?

IV. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


La Comunidad Valenciana quiere elaborar una Ley de sucesiones valenciana.

Cuestiones
1º. ¿Puede hacerlo?
2º. ¿Existe alguna norma sobre sucesión intestada en el Estatuto de Autonomía de la
Comunidad Valenciana?

2º. Supuesto de hecho


La Comunidad de Cantabria tiene una Ley 1/2005, de 16 de mayo, de parejas de he-
cho.
El Derecho Civil y los Derechos Civiles formales o especiales

Cuestiones
1º. ¿Es constitucional dicha Ley?
2º. ¿Puede la misma permitir y reconocer la adopción conjunta a parejas de hecho?

V. BIBLIOGRAFÍA
Alonso Pérez, M.: “Ideal codificador, mentalidad bucólica y orden burgués en el Código civil de
1889”, en AA.VV.: Centenario del Código civil, t. I, Madrid, 1990; De Castro y Bravo, F.:
Derecho civil de España, II (Derecho de la persona), Madrid, 1984; García Rubio, Mª P.: “Plu-
rilegislación, supletoriedad y Derecho civil”, en AA.VV.: Libro-Homenaje al Prof. Albaladejo,
t. I, Murcia, 2004; Hernández Gil, A.: “Conceptos jurídicos fundamentales”, en Idem: Obras
Completas, t. I, Madrid, 1997.
Lección 2
Las fuentes del Derecho

Sumario: I. Concepto y regulación de las fuentes del Derecho.- 1. Concepto de fuentes del De-
recho.- 2. Regulación de las fuentes del Derecho.- A) El Código Civil.- B) La Constitución.- C)
Derecho comunitario.- II. La Ley.- 1. Concepto y tipología.- 2. Los Tratados internacionales.- 3.
El Derecho de la Unión Europea.- 4. Leyes Orgánicas y Leyes ordinarias.- 5. Otras normas con
rango de ley.- A) Delegación legislativa: Decreto legislativo.- B) El Decreto Ley. Art. 86 CE.- 6.
Normas con rango inferior a la ley: los Reglamentos.- III. La costumbre.- IV. Los principios genera-
les del Derecho.- V. El valor de la jurisprudencia como fuente del Derecho.- VI. Cuestionario.- VII.
Casos prácticos.- VIII. Bibliografía.

I. CONCEPTO Y REGULACIÓN DE LAS FUENTES DEL DERECHO


1. Concepto de fuentes del Derecho
Cuando hablamos de fuentes del Derecho, lógicamente, lo hacemos de modo
metafórico, para responder a la siguiente cuestión: ¿de dónde emana o surge el
Derecho?
En realidad, utilizamos la expresión “fuentes del Derecho” en dos sentidos
diversos:
a) En un sentido material, usamos el término “fuentes del Derecho” para refe-
rirnos a las fuerzas sociales que producen legítimamente las normas que forman
parte del ordenamiento jurídico. Esto es, a las personas o grupos de personas con
capacidad para crear el Derecho y al procedimiento o conducta que deben seguir
para hacerlo. Así, la ley, en el sentido estricto del término, surge de las Cortes; y la
costumbre, de la propia sociedad.
b) En un sentido formal, cuando hablamos de “fuentes”, aludimos al modo de
expresión o exteriorización que asume la norma jurídica. A este sentido se refiere el
CC, cuando en su art. 1.1 dispone que “Las fuentes del ordenamiento jurídico español
son la ley, la costumbre y los principios generales del derecho”.

2. Regulación de las fuentes del Derecho


Actualmente, la regulación de las fuentes del Derecho la encontramos básica-
mente a tres niveles o, dicho de otro modo, hay tres regulaciones superpuestas: el
CC, la CE de 1978 y la regulación comunitaria, consecuencia de la incorporación
de España a la Unión Europea.
Las fuentes del Derecho

Por lo tanto, existen tres centros de producción normativa con distinto ámbito
territorial, como son las Comunidades Autónomas, el Estado y la Unión Europea.

A) El Código Civil
El CC en su art. 1.1, en la redacción dada por el Decreto 1836/1974, de 31
de mayo, habla de “Las fuentes del ordenamiento jurídico Español”. Pero, obvia-
mente, en la actualidad, hay que interpretar este artículo, teniendo en cuenta la
Constitución y la existencia del Derecho comunitario.
Además, hay que matizar que, aunque el precepto se refiere a las “fuentes del
ordenamiento jurídico español”, no obstante, no es aplicable a todos los sectores
del mismo, tanto por exceso, como por defecto. Por exceso, porque alguna de las
fuentes que recogen no juegan en algunas ramas del ordenamiento jurídico, p.
ej., en el ámbito penal, la costumbre no es fuente del Derecho (por aplicación del
principio de legalidad). Por defecto, porque en el precepto no se recogen fuentes
propias de otros sectores del ordenamiento jurídico distinto al civil, p. ej., no se
contemplan los convenios colectivos, que son fuentes del Derecho laboral.
Por último, debemos tener en cuenta que, a partir de la CE de 1978, España
es un estado autonómico, en el que hay Comunidades Autónomas, que tienen un
Derecho civil propio con su correspondiente sistema de fuentes (art. 149.1.8ª CE).
Por lo que el art. 1.1 CC regula únicamente las fuentes del Derecho civil estatal,
no las de los distintos Derechos autonómicos.

B) La Constitución
La Constitución es una norma jurídica de naturaleza legal. Es la ley o norma
fundamental de nuestro ordenamiento jurídico a la que está subordinado todo el
resto de normas que lo componen. Ocupa, pues, un lugar privilegiado en el siste-
ma de fuentes.
La Constitución mantiene vigente la regulación de las fuentes del CC, pero la
amplía o modifica en algún aspecto, pues regula extensamente la ley e indirecta-
mente los principios generales. No alude, sin embargo, a la costumbre.
Igualmente la Constitución determina los actos normativos y regula su proceso de
creación.
En materia de principios, en el art. 9.3 CE, por un lado, consagra los principios sobre
los que se articulan las fuentes. Éstos son el de jerarquía normativa y el de distribución
de competencias por materias, tanto entre el Estado y las Comunidades Autónomas como
entre el Estado y la Unión Europea.
a) De acuerdo con el principio de jerarquía normativa, a las normas, según la forma
que adopten, se les asignan diferentes rangos de modo que las normas que ocupan una
posición inferior pierden validez si contradicen a las que ocupan una posición superior,
dando como resultado una ordenación vertical de las fuentes.
Derecho Civil I

b) De acuerdo con el principio de distribución de competencias, se ordenan materias


susceptibles de regulación por las distintas instituciones dotadas de poder normativo,
esto es, Estado-Comunidades autónomas y Estado-Unión Europea. Así, un organismo o
institución de los citados no puede entrar a regular materias asignadas a otro1.

La propia Constitución atribuye a sus normas eficacia directa. Así, en caso de


existir una norma con rango de ley postconstitucional contraria a la Constitución,
el juez puede interponer una cuestión de inconstitucionalidad ante el TC para que
éste se pronuncie sobre la constitucionalidad de la misma. También es manifes-
tación del principio de eficacia directa de las normas constitucionales el efecto
derogatorio automático que recoge la Disposición Derogatoria, apartado 3 de la
CE, así como la necesidad de interpretar todo el ordenamiento jurídico conforme
a la Constitución.

C) Derecho Comunitario
Tras la incorporación de España a la Unión Europea, también se ve modificado
en cierto modo el sistema de fuentes (art. 93 CE), pues supone la incorporación
a nuestro Derecho de fuentes de producción de normas y de las propias normas,
procedentes de la Unión Europea.
Primero, como se ha apuntado anteriormente, en virtud del principio de atri-
bución de competencias, la Unión Europea ejerce competencias cedidas por los
Estados miembros.
Además, las normas comunitarias excluyen la posibilidad de dictar normas
internas sobre la misma materia, salvo que se trate de normas concurrentes o
complementarias. También hay que tener en cuenta que el Tribunal de justicia de
la Unión Europea tiene competencias exclusivas para interpretar normas comu-
nitarias.

II. LA LEY
1. Concepto y tipología
a) En sentido estricto o formal, ley sólo es la norma que emana del poder legis-
lativo, es decir, del Parlamento (tanto las Cortes Generales como los Parlamentos

1
Por otro lado, la Constitución contiene principios que son base y fundamento del Ordenamiento
jurídico: a) principio de publicidad, b) principio de irretroactividad de normas sancionadoras no
favorables o restrictivas de derechos individuales, y c) principio de legalidad.
Las fuentes del Derecho

Autonómicos), siempre que se siga el procedimiento establecido constitucional-


mente.
b) En un sentido intermedio, podríamos considerar leyes las llamadas normas
con rango de ley, es decir, normas escritas que tienen el mismo valor que la ley
pero que no emanan del poder legislativo sino del ejecutivo.
c) Por último, en sentido amplio, podemos interpretar el término “ley” que
utiliza el art. 1.1 CC como sinónimo de cualquier norma jurídica, identificándola
con el Derecho escrito. En este sentido ley sería cualquier norma escrita pertene-
ciente al ordenamiento jurídico positivo nacida de la organización política del
Estado.
Partiendo del principio de jerarquía normativa y de la ley en sentido amplio, se nos
plantean una serie de problemas tales como la ubicación jerárquica de la Constitución,
de los Tratados internacionales y del Derecho comunitario europeo; el de la capacidad
normativa de las Comunidades Autónomas; el de determinar cuáles son y qué requisitos
deben cumplir las normas con rango de ley; y, por último, el de la trascendencia en ma-
teria civil de las normas de rango inferior a la ley. Son cuestiones que iremos viendo a
continuación, aunque ya se ha dicho que la Constitución, aun teniendo naturaleza legal,
está por encima del resto del ordenamiento jurídico y, por tanto, tiene un valor jerárquico
superior al de la ley.

2. Los Tratados internacionales


Los acuerdos establecidos entre España y otros Estados u organizaciones in-
ternacionales o supranacionales, pueden contener normas jurídicas directamente
aplicables en territorio español.
Para ello se requiere que se publiquen en España, como dispone al art. 1.5 CC,
al decir que “las normas jurídicas contenidas en los tratados internacionales no
serán de aplicación directa en España en tanto no hayan pasado a formar parte
del ordenamiento interno mediante su publicación íntegra en el Boletín Oficial
del Estado”.
Igualmente, de acuerdo con el art. 96 CE, “los Tratados internacionales válida-
mente celebrados, una vez publicados oficialmente en España, formarán parte del
ordenamiento interno”.
Debemos situar, por tanto, los Tratados internacionales en el escalón corres-
pondiente a las normas con rango de ley, subordinadas a la Constitución.
Además, sólo pueden contradecir a la ley si se han aprobado con intervención
del poder legislativo. Por otro lado, sus disposiciones sólo podrán ser derogadas
o suspendidas en la forma prevista en los propios Tratados o de acuerdo con las
normas generales del Derecho Internacional.
Derecho Civil I

3. El Derecho de la Unión Europea


La Unión Europea ha ido creando un verdadero ordenamiento jurídico obliga-
torio, con su propio sistema de fuentes, que se impone a los Estados miembros y,
por tanto, debe ser articulado y asumido por los mismos.
Forma parte del Derecho de la Unión Europea, por un lado, el llamado Dere-
cho originario o Derecho primario, que por el momento actúa como una especie
de Constitución europea. Éste está formado por los Tratados Constitutivos de las
Comunidades Europeas y por el Acta Única europea, que modifica los anteriores.
Fueron ratificados por España a través de una Ley Orgánica.
Por otro lado, en un escalón inferior nos encontramos con el Derecho deriva-
do, que está formado, entre otras normas, por los Reglamentos y las Directivas.
Se trata de normas que emanan del Consejo y de la Comisión, órganos ejecutivos
de la Unión Europea que no tienen un encaje exacto en la tipología normativa de
nuestro Derecho interno.
a) Los Reglamentos son obligatorios en todos sus elementos y directamente
aplicables en los Estados miembros sin necesidad de un acto de transposición al
ordenamiento interno. Son normas de carácter general que tienen primacía sobre
el Derecho interno. Obligan tanto a los Estados miembros como a sus nacionales
en cuanto a todo su contenido.
b) Las Directivas, sin embargo, son obligatorias sólo en cuanto al resultado,
dejando cierta libertad a los Estados miembros, respecto a los medios para al-
canzarlos. Necesitan, por tanto, un acto de concreción por los Estados, es decir,
una ley de incorporación o de transposición. No obstante, tras las Sentencias del
Tribunal de Justicia de la CEE de 7 de octubre de 1968 y de 29 de noviembre de
1978, también las directivas poseen efecto directo, por lo que pueden ser invoca-
das por los particulares frente a las acciones u omisiones de los Estados.
c) Decisiones, recomendaciones y dictámenes. Las Decisiones son obligatorias
en todos sus elementos para todos sus destinatarios. Se distinguen del Reglamento
en sus destinatarios, pues puede dirigirse indistintamente a Estados o a particula-
res. A diferencia de los anteriores, los dictámenes y las recomendaciones no son
vinculantes.

4. Leyes Orgánicas y Leyes ordinarias


Dentro de las leyes propiamente dichas, es decir, las de origen parlamentario,
pueden diferenciarse distintas clases de leyes dependiendo de los requisitos que es-
tablece la Constitución para su aprobación, modificación o derogación, o sobre su
contenido. Aunque hay más clases de leyes (leyes marco, leyes de armonización, ley
Las fuentes del Derecho

de bases, etc.), que se estudiarán en otras asignaturas, vamos a ver únicamente la


distinción entre ley orgánica y ley ordinaria.
De acuerdo con el art. 81 CE, “Son Leyes orgánicas las relativas al desarrollo
de los derechos fundamentales y de las libertades públicas, las que aprueben los
Estatutos de Autonomía y el régimen electoral general y las demás previstas en la
Constitución. La aprobación, modificación o derogación de las Leyes orgánicas
exigirá mayoría absoluta del Congreso, en una votación final sobre el conjunto
del proyecto”.
Así pues, las leyes orgánicas, frente a las ordinarias, son leyes que, por la es-
pecial importancia de la materia que regulan, requieren para su aprobación, mo-
dificación o derogación de la mayoría absoluta del Congreso. No cabe, para la
regulación de estas materias, delegación legislativa.
Para la regulación del resto de materias bastará una ley ordinaria, para cuya
aprobación, modificación o derogación será suficiente la mayoría simple de los
votos de los presentes en la sesión respectiva de ambas cámaras, es decir, la mitad
más uno.
Además, existen determinadas materias que, según la Constitución, deben re-
gularse necesariamente a través de una ley, se entiende que ordinaria. El art. 53.1
CE establece que “Los derechos y libertades reconocidos en el Capítulo II del
presente Título vinculan a todos los poderes públicos. Sólo por Ley, que en todo
caso deberá respetar su contenido esencial, podrá regularse el ejercicio de tales
derechos y libertades que se tutelarán de acuerdo con lo previsto en el artículo
161.1.a”. P. ej., el derecho de propiedad debe regularse necesariamente por ley.

5. Otras normas con rango de ley


Se trata de normas que tienen el mismo valor que la ley, pero que no emanan
del Parlamento, sino del Gobierno, por eso no son propiamente leyes, o leyes en
sentido estricto. Éstas pueden darse por dos razones, bien por delegación de las
Cortes, bien por razones de urgencia y necesidad.
En estos casos, el poder ejecutivo asume el papel de legislador, dictando nor-
mas que van más allá de su potestad reglamentaria, por eso esta legislación tiene
carácter extraordinario.

A) Delegación legislativa: Decreto legislativo


Las Cortes Generales pueden encargar al Gobierno que legisle sobre una ma-
teria concreta, el cual lo hará a través del llamado Decreto legislativo. Como
establece el art. 82.1 CE, “Las Cortes Generales podrán delegar en el Gobierno
Derecho Civil I

la potestad de dictar normas con rango de Ley sobre materias determinadas no


incluidas en el artículo anterior”, es decir, reservadas a Ley orgánica.
La delegación puede llevarse a cabo a través de una ley de bases, en la que se
fija el objeto, el alcance y los criterios a seguir, y cuya finalidad es la obtención
de un texto articulado; o a través de una ley ordinaria. En este caso se trata de
elaborar un texto refundido a partir de la legislación existente, que es necesario
aclarar o armonizar.
En cualquier caso, por su carácter extraordinario, debe hacerse de forma ex-
presa, para una materia concreta y con fijación del plazo para su ejercicio.

B) El Decreto Ley. Art. 86 CE


De acuerdo con el art. 86 CE: “1. En caso de extraordinaria y urgente necesidad, el
Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas provisionales que tomarán la forma de
Decretos-leyes y que no podrán afectar al ordenamiento de las instituciones básicas del
Estado, a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título Pri-
mero, al régimen de las Comunidades Autónomas, ni al derecho electoral general. 2. Los
Decretos-Leyes deberán ser inmediatamente sometidos a debate y votación de totalidad
al Congreso de los Diputados, convocado al efecto si no estuviere reunido, en el plazo
de los treinta días siguientes a su promulgación. El Congreso habrá de pronunciarse
expresamente dentro de dicho plazo sobre su convalidación o derogación, para lo cual
el Reglamento establecerá un procedimiento especial y sumario. 3. Durante el plazo
establecido en el apartado anterior las Cortes podrán tramitarlos como proyectos de Ley
por el procedimiento de urgencia”.

Es una norma con rango de ley dictada por el Gobierno en caso de extraordi-
naria y urgente necesidad. No hay delegación sino que el Gobierno ejerce poderes
propios. Para que se convierta en ley debe ser convalidada posteriormente por el
Congreso, en el plazo de los treinta días siguientes a su publicación.
Están sujetos al control del TC y no pueden regular las materias relativas al
ordenamiento de las instituciones básicas del Estado, los derechos, deberes y li-
bertades de los ciudadanos regulados en el título I, el régimen de las Comunidades
Autónomas y el Derecho electoral general que, como hemos visto, están reserva-
das a ley orgánica.

6. Normas con rango inferior a la ley: los Reglamentos


El art. 97 CE establece que el Gobierno “ejerce la función ejecutiva y la po-
testad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y con las leyes“. En nuestro
Ordenamiento jurídico existe, pues, un conjunto de normas escritas que se en-
cuentran subordinadas a la ley y que emanan del poder ejecutivo, sea el Gobierno
o sea la Administración Pública (estatal o autonómica).
Las fuentes del Derecho

La potestad reglamentaria corresponde al Gobierno, a sus miembros y a las


Cámaras legislativas, Congreso y Senado. No pueden, pues, contradecir lo dis-
puesto en las leyes ni, por supuesto, en la Constitución. Tampoco pueden regular
materias cuya regulación esté reservada a la ley, sea ordinaria u orgánica.
Son verdaderas normas jurídicas, pues se aplican a todos los ciudadanos y
cumplen con los requisitos de la norma, generalidad y abstracción, a diferencia de
los actos administrativos. La potestad reglamentaria es controlada por los tribu-
nales ordinarios.
Las normas reglamentarias adoptan diversas formas en función de su conteni-
do y procedencia, también ordenadas jerárquicamente entre sí.
En función de quiénes pueden aprobarlas, distinguimos:
a) Reglamentos en sentido estricto, del Gobierno de la nación y de los gobiernos au-
tonómicos. Se denominan “Real Decreto”, si emanan del Gobierno en pleno (Consejo de
Ministros) o del presidente del gobierno. Se publican en el BOE y se expiden en nombre
del Rey. Si emanan de los gobiernos autonómicos se denominan “Decretos”.
b) Órdenes Ministeriales, que aprueban los Ministros en materias propias de su De-
partamento. Son de rango inferior a los Reales Decretos. No son sancionados por el Rey.
c) Circulares, instrucciones…, jerárquicamente inferiores a los citados anteriormente.

III. LA COSTUMBRE
La costumbre —dice el art. 1.3 CC— “sólo regirá en defecto de Ley aplicable,
siempre que no sea contraria a la moral o al orden público y que resulte probada”.
La costumbre es una norma jurídica creada por una conducta social uniforme,
acompañada de la convicción de ser de obligado cumplimiento2. Es, pues, una
norma que no tiene su origen en los órganos del Estado, sino que ha sido creada
e impuesta por la propia sociedad.
Los caracteres de la costumbre son los siguientes:
a) Su formación es espontánea, en función de las necesidades sociales y econó-
micas de una comunidad, y paulatina, pues se crean por la repetición durante un
tiempo de una determinada conducta, sin necesidad de ningún acto formal.
b) Aunque no escrita, es una norma jurídica y, por tanto, fuente de Derecho en
sentido estricto, existiendo una conciencia social de que es obligatoria.
c) Sólo rige en defecto de ley aplicable (es, por ello, que se dice que es una
fuente de Derecho supletoria).

2
V. en este sentido STS 4 octubre 1982 (Tol 12141).
Derecho Civil I

d) No debe ser contraria a la moral ni al orden público.


Parte fundamental de dicho orden público son, sin duda, los valores y principios cons-
titucionales. Es por ello que la STS 8 febrero 2001 (Tol 25311) declaró contraria al prin-
cipio de igualdad una norma consuetudinaria, por la que se regía la Comunidad de
Pescadores de El Palmar, según la cual “el derecho a pescar en la Albufera, es atribuible
a los hijos y nietos varones de los cofrades”, pero no a las hijas de éstos; y, asimismo,
como hiciera la Audiencia Provincial de Valencia, consideró que la negativa de la Junta
Directiva a tramitar la solicitud de ingreso de las demandantes ante la Junta de Capítulos
de la Comunidad se debía a una aplicación encubierta de dicha norma consuetudinaria,
obedeciendo, “única y exclusivamente al hecho de ser mujeres, aunque se haya tratado
de configurar como una cuestión de formalidades”.

e) Para hacerla valer ante los tribunales, debe ser alegada y probada por quien
la invoca, tal y como exige el art. 1.3 CC (respecto de ella, no juega, pues, el prin-
cipio iura novit curia)3.
Es ilustrativa la STSJ Comunidad Valenciana 1450/1996, de 29 de mayo (AS 1996,
1615), que no consideró probada una supuesta costumbre, alegada por una cadena de
supermercados, según la cual los trabajadores del sector no podían llevar barba, razón por
la cual había despedido a uno de ellos. Dice, así, que, en ausencia de prueba, no puede
aplicarse la pretendida costumbre, ya que “el obligado conocimiento de la norma jurídica
por el órgano jurisdiccional, no se extiende a la costumbre y usos de empresa”, que
“deberán ser probados por quien los alega”. Por el contrario, la STC 170/1987, de 30 de
octubre (Tol 79909), sí estimo demostrada la existencia de una costumbre local, según la
cual, por razones de higiene, los camareros de los establecimientos de ocio no llevaban bar-
ba, considerando procedente el despido de un empleado que, después de ser contratado, se
había dejado crecer barba, contra las expresas indicaciones de su empleador.

En la actualidad, la costumbre ha perdido gran parte de su antigua importan-


cia, dada la proliferación de leyes a la que se asiste en las sociedades modernas.
No obstante, ha tenido un papel trascendente en orden a justificar la persisten-
cia de algunos Derechos civiles especiales, cuya “conservación” se ha producido,
precisamente, a través de la costumbre (es el caso del Derecho civil valenciano,
respecto de los denominados arrendamientos rústicos históricos)4.
El art. 1.3.II CC dice que “Los usos jurídicos que no sean meramente interpretativos
de una declaración de voluntad tendrán la consideración de costumbre”. El uso con
valor normativo se refiere “a una conducta repetida y uniforme en el modo de proceder
de los negocios”, que, al igual que la costumbre (a la que se equipara), hay que probarla

3
El art. 281.2 LEC igualmente establece que “también serán objeto de prueba la costumbre
y el derecho extranjero. La prueba de la costumbre no será necesaria si las partes estuviesen
conformes en su existencia y contenido y sus normas no afectasen al orden público”.
4
Hay que advertir que algunos derechos autonómicos tienen su propio régimen de la costum-
bre; régimen distinto al que nos estamos refiriendo, que es el que se desprende del CC. Por
ejemplo, en el Derecho navarro se admite la costumbre contra legem, puesto que la costumbre
se antepone a la ley en el orden jerárquico de sus normas.
Las fuentes del Derecho

por quien la alega”5. La jurisprudencia ha considerado un uso normativo, aceptado por


los navieros (y, por lo tanto, vinculante ente los mismos), que, en el caso de reparación
de navíos, la responsabilidad del contratista por demora tiene un tope máximo del 10%
de la factura6. Así mismo, ha considerado existente un uso o costumbre entre los profe-
sionales médicos, conforme al cual no se pueden cobrar honorarios adicionales cuando,
aun sin culpa del profesional, no se alcanza el resultado perseguido y hay que proceder
a nuevas actuaciones o intervenciones7.

IV. LOS PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO


A tenor del art. 1.4 CC, “Los principios generales del derecho se aplicarán en
defecto de Ley o costumbre sin perjuicio de su carácter informador del ordena-
miento jurídico”8.
El CC no nos dice en qué consisten. Se entiende que son normas extralegales, que
ponen de manifiesto las creencias básicas de la comunidad sobre la organización y la
convivencia de la sociedad. Son, pues, normas jurídicas profundamente arraigadas en la
conciencia social. Aunque no tienen por qué tener carácter escrito, sin embargo, en la
actualidad, la mayoría de los principios generales han sido formulados en textos escritos
de rango jerárquico diverso, como la CE (p.ej., los principios de dignidad del ser humano
o el libre desarrollo de su personalidad) o el CC (p.ej., los principios de la buena fe o de
prohibición de abuso de derecho); en otros casos, son reconocidos por la jurisprudencia
(p. ej., el principio de prohibición del enriquecimiento injusto).

El precepto asigna a los principios generales del Derecho una doble función:
normativa e integradora9.
a) Tienen carácter normativo, porque son auténticas normas jurídicas, aplica-
bles en defecto de ley o costumbre (por ello, se dice que son fuente supletoria de
segundo grado).
Esta función normativa de los principios generales permite considerar comple-
to a nuestro ordenamiento jurídico, evitando las lagunas del Derecho y justificar
la imposición al Juez del deber de resolver en todo caso, ateniéndose al sistema de
fuentes establecido (art. 1.7 CC).

5
V. en este sentido STS 16 noviembre 1994 (Tol 1665726).
6
V. en este sentido STS 11 marzo 1982 (RJ 1982, 1371).
7
V. en este sentido SAP Barcelona 24 abril 2007 (Tol 1122259).
8
V. en este sentido STS 10 de marzo 1998 (Tol 2451479).
9
La STS 23 marzo 2000 (Tol 1508) considera que cabe una aplicación “indirecta” de los princi-
pios generales del Derecho “a través de las demás fuentes, por su carácter informador”, y una
“aplicación directa, en defecto de ley y costumbre, y necesidad de probar su vigencia general y
aplicación al caso, demostrando que es acogido por el ordenamiento jurídico…”.
Derecho Civil I

Así, el principio constitucional de libre desarrollo de la personalidad (art. 10 CE) fue


aplicado, en su día, por la jurisprudencia, para reconocer a los transexuales el derecho
a obtener el cambio de nombre y de la mención de sexo en el Registro Civil10. Con
apoyo en el principio de la buena fe (art. 7.1 y 1258 CC), la jurisprudencia, en él ámbito
contractual, considera que el comitente no puede retener el precio de la obra ejecutada
por la existencia de defectos de pequeña entidad11; que debe entregarse a los compra-
dores de viviendas y garajes la licencia de primera ocupación o de primera utilización12;
o que los vendedores de una vivienda tienen que realizar los actos que faciliten a los
compradores la obtención de un crédito hipotecario para pagar el precio pactado13. Así
mismo, la jurisprudencia aplica el principio de prohibición de enriquecimiento injusto
para conceder una indemnización a la mujer, abandonada por su conviviente de hecho,
si la misma se ha dedicado largo tiempo al cuidado del hogar y de los hijos comunes14.

b) Los principios generales del Derecho tienen, además, carácter informador


del ordenamiento jurídico, lo que significa que son criterios que han de ser tenidos
en cuenta para matizar las consecuencias injustas, a las que pudiera dar lugar la
aplicación automática de la ley o de la costumbre.
Por ejemplo, la jurisprudencia, con apoyo en el principio de prohibición de abuso
de derecho (art. 7.2 CC), ha impedido que el dueño de un piso pueda oponerse a que
un vecino, con el que mantiene malas relaciones, pueda cerrar su terraza, si, en su día,
no manifestó su oposición a que lo hicieran la mayoría del resto de los propietarios del
edificio.

V. EL VALOR DE LA JURISPRUDENCIA COMO FUENTE DEL


DERECHO
De la jurisprudencia puede hablarse en un sentido amplio o estricto.
a) En un sentido amplio, llamamos jurisprudencia a los criterios establecidos
por los jueces y tribunales, al interpretar y aplicar las normas, lo que incluye a la
denominada jurisprudencia menor o de instancia, procedente de las Audiencias
Provinciales.

10
V. en este sentido SSTS 2 julio 1987 (Tol 409977), 15 julio 1988 (Tol 1735745), 3 marzo 1989
(Tol 1731668) y 19 abril 1991 (Tol 1728846).
11
V. en este sentido STS 12 junio 1998 (RAJ 1998, 4130).
12
V. en este sentido STS 19 abril 2007 (Tol 1060328).
13
V. en este sentido STS 14 julio 1988 (Tol 1734611).
14
V. en este sentido SSTS 11 diciembre 1992 (Tol 1654941), 27 marzo 2001 (Tol 71705), 17
enero 2003 (Tol 230655) y 17 junio 2003 (Tol 285652).
Las fuentes del Derecho

En esta acepción amplia se incluyen también los criterios establecidos por la Direc-
ción General de los Registros y del Notariado, que dan lugar a la llamada “jurisprudencia
registral”15.

b) En sentido estricto, el término hace referencia, únicamente, a la doctrina


sentada por el Tribunal Supremo. Es en este sentido, en el que el art. 1.6 CC
afirma que “La jurisprudencia complementará el ordenamiento jurídico con la
doctrina que, de modo reiterado, establezca el Tribunal Supremo al interpretar y
aplicar la Ley, la costumbre y los principios generales del derecho”.
Al Tribunal Supremo deben añadirse los Tribunales Superiores de Justicia de las Co-
munidades Autónomas, que culminan, como establece el art. 152.1 CE, “la organización
judicial en el ámbito territorial de la Comunidad Autónoma”.

La doctrina del Tribunal Supremo está sujeta al ordenamiento jurídico (art. 9.1
CE) y como el resto de los órganos jurisdiccionales, debe resolver los asuntos de
que conozca, “ateniéndose al sistema de fuentes establecido”, lo que significa que,
en sí misma, la jurisprudencia no es fuente del Derecho: las resoluciones judicia-
les carecen de los caracteres de abstracción y generalidad, propios de las normas
jurídicas; no contienen mandatos generales, sino que, en rigor, se limitan a decidir
un caso concreto16.
Sin embargo, ello no significa desconocer la importante labor de la jurispru-
dencia del Tribunal Supremo, como complemento del ordenamiento jurídico, ya
que, al resolver recursos de casación contra sentencias dictadas por Audiencias
Provinciales, se posibilita la unidad de criterio de los órganos jurisdiccionales
inferiores, al aplicar e interpretar las normas jurídicas17.
Los requisitos para que pueda hablarse de la existencia de jurisprudencia a efectos
de un recurso de casación son los siguientes: a) que emane de la Sala Primera del TS18;
b) que proceda de los razonamientos principales de las sentencias, determinantes del
fallo, careciendo de valor, a estos efectos, las meras afirmaciones de carácter incidental
o subsidiario19; c) que existan dos o más sentencias conformes (si sólo hubiera una, nos
encontraríamos ante un mero precedente autorizado20, a no ser que procediese del Pleno
del Tribunal); d) que haya identidad sustancial entre los casos concretos resueltos por di-

15
V. en este sentido STS 22 abril 1987 (Tol 1739163).
16
V. en este sentido STS 20 diciembre 2001 (Tol 148371).
17
V. a este respecto el art. 477 LEC 2000.
18
V. en este sentido SSTS 24 marzo 1995 (Tol 1668497), 4 diciembre 1995 (Tol 1667967), 4
diciembre 2003 (Tol 337735) y 20 diciembre 2004 (Tol 528642).
19
V. en este sentido STS 6 marzo 1997 (Tol 216448).
20
V. en este sentido STS 6 de marzo 1997 (Tol 216448).
Derecho Civil I

chas sentencias y aquél al que se le quiere aplicar la doctrina jurisprudencial21; y e) que


dichas sentencias se refieran a aspectos de Derecho sustantivo, no procesal22.

VI. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué se entiende por fuente del Derecho en sentido formal?
2º. ¿Cuáles son y dónde se regulan las fuentes del ordenamiento jurídico espa-
ñol?
3º. ¿Qué significa “normas con rango de ley”?
4º ¿En qué consiste el principio de distribución de competencias?
5º. ¿En qué medida obligan los Reglamentos comunitarios? ¿Y las Directivas?
6º. ¿Cuáles son los requisitos para que una costumbre pueda ser considerada
fuente del Derecho?
7º. ¿En qué consiste la función normativa de los principios generales del De-
recho?
8º ¿En qué consiste la función informadora de los principios generales del
Derecho?
9º. ¿Es la jurisprudencia fuente del Derecho?
10º. ¿Cuáles son los requisitos para que una determinada doctrina alcance la
consideración de jurisprudencia?

VII. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Don Francisco y Don José, vecinos del inmueble sito en la calle Valencia, núm. 2 de
Torrelavega, colisionaron con sus vehículos, cuando el primero se disponía a salir del
garaje comunitario y D. José pretendía entrar, siendo única la rampa de acceso y salida al
mismo. Como consecuencia de la colisión se produjeron daños en ambos vehículos. Don
Francisco interpuso demanda contra Don José amparándose, a falta de normas expresas
reguladoras de la circulación en garajes privados, en la costumbre que resulta de la máxi-
ma “dejen salir antes de entrar”. Pese a que Don Francisco no pudo probar la existencia

21
V. en este sentido, STS de 31 diciembre 2002 (Tol 240361), entre otras.
22
V., con carácter general, STS 28 de febrero de 2008 (Tol 1294061).
Las fuentes del Derecho

de dicha costumbre, el juez estimó que la preferencia de paso por la zona estrecha del
garaje la ostentaba el actor, y condenó al demandado.

Cuestiones
1º. ¿Puede el juez apreciar la existencia de la costumbre en virtud del principio iura
novit curia?
2º. ¿Puede fundamentarse una sentencia condenatoria en la existencia de una costum-
bre?
3º. ¿Es necesario que Don Francisco pruebe la existencia de la costumbre?
4º. Si Don José admite que la costumbre existe, ¿también Don Francisco debería pro-
barla?

2º. Supuesto de hecho


En 2012 España continúa atravesando una grave situación de crisis económica inicia-
da años atrás. Ante esta situación, el nuevo Gobierno considera que se deben adoptar sin
demora una serie de medidas para crear las condiciones necesarias para que la economía
española pueda volver a crear empleo y así generar seguridad para trabajadores y empre-
sarios, mercados e inversores.

Cuestiones
1º. ¿Puede el Gobierno dictar alguna norma para regular esta materia?
2º. En su caso, ¿a través de qué tipo de norma podría regularse la situación? ¿Qué
rango tendría?
3º. ¿Qué requisitos o condiciones deben darse para que sea el Gobierno y no el Parla-
mento el que dicte la norma?
4º. ¿Podría el Gobierno a través de esta norma decidir la supresión de las Comunida-
des Autónomas?
5º. ¿Qué se requiere para que esta norma deje de ser provisional y tenga plena validez?

VIII. BIBLIOGRAFÍA
Blasco Gascó, F. P.: La norma jurisprudencial, Valencia, 2000; Espiau Espiau, S.: “La introduc-
ción de la costumbre en el Título Preliminar del Código civil de 1889”, en AA.VV.: Libro Cen-
tenario del Código civil, t. I, Madrid, 1990, pp. 761 y ss.; Gordillo Cañas, A.: Ley, principios
generales y Constitución, Madrid, 1990; Lalaguna Domínguez, E.: Jurisprudencia y fuentes
del Derecho, Pamplona, 1969; Pérez-Royo, J.: Las fuentes del Derecho, Madrid, 1984; Sán-
chez Rodríguez, L.I.: Los Tratados internacionales como fuente del ordenamiento jurídico
español, Vitoria, 1984; Sánchez Rodríguez, L.I.: “Los Tratados constitutivos y el Derecho
derivado”, en AA.VV.: Tratado de Derecho Comunitario europeo, Madrid, 1986, pp. 313 y ss.;
Vallet de Goitisolo, J.: “Las expresiones ‘fuentes del Derecho’ y ‘ordenamiento jurídico’”,
ADC., 1981, pp. 825 y ss.
Lección 3
Aplicación y eficacia de las normas jurídicas

Sumario: I. Aplicación de las normas.- 1. Interpretación.- 2. Integración de las lagunas legales


mediante la analogía. - 3. La equidad. - II. La vigencia de las normas.- 1. Vigencia temporal.- A)
Principio y fin de la vigencia de las normas.- B) Retroactividad e irretroactividad. - C) El De-
recho transitorio.- 2. Vigencia espacial.- III. Eficacia de las normas. - 1. Deber de cumplimiento
y error de Derecho.- 2. El principio iura novit curia. - 3. El fraude de la ley.- 4. La exclusión
voluntaria de la ley aplicable y la renuncia de derechos.- IV. Cuestionario.- V. Caso práctico.- VI.
Bibliografía.

I. APLICACIÓN DE LAS NORMAS


La aplicación de las normas jurídicas se regula en los arts. 3 a 5 CC, preceptos
que tratan de la interpretación, de la integración de las lagunas legales (mediante
la analogía y la equidad) y de la vigencia temporal de las mismas.

1. Interpretación
Llamamos interpretación a todos los actos encaminados a comprender el sig-
nificado de la norma jurídica, con el fin de poder aplicar ésta.
No obstante, observa la jurisprudencia que, cuando los términos de la norma son
claros, no hace falta interpretarla1.

El art. 3.1 CC establece, con carácter general, los siguientes criterios interpre-
tativos2:

1
P. ej., en este sentido, aunque aplicada a la interpretación del contrato (arts. 1281 a 1289 CC),
la STS 15 diciembre 2006 (Tol 1025107) señala expresamente que: La regla “in claris non fit
interpretatio” ha de ser aplicada de modo natural e incondicionado cuando haya real armonía
entre las palabras y el significado final, con la estructura del contexto. Pero cuando el contrato
además de su propio texto y la publicidad, lo integra también un complejo proyecto, memoria,
mediciones, presupuesto, planos, reducir las cosas a la mera literalidad del documento es un
ejercicio de simplicidad incompatible con las reglas de la sana crítica y de la más elemental
hermenéutica.
2
Del mencionado precepto se desprenden argumentos a favor, tanto de entender que en el or-
denamiento español se realiza una interpretación subjetiva, es decir, que la finalidad del intér-
prete es buscar la voluntad del legislador (voluntas legislatoris o mens legislatoris), como una
interpretación objetiva, o sea, la que tiene como finalidad la búsqueda de la voluntad de la ley
(ratio legis o voluntas legis).
Aplicación y eficacia de las normas jurídicas

a) El gramatical: las normas se interpretarán según el sentido propio o literal


de sus palabras.
b) El sistemático: ha de averiguarse el sentido de la norma, no sólo a partir de
los preceptos de la misma, considerados aisladamente, sino poniéndolos en rela-
ción con el conjunto del ordenamiento jurídico o con disposiciones con las que
guarde relación.
c) El teleológico: el intérprete ha de atender a la finalidad para la que la norma
fue dictada.
d) El histórico: los antecedentes históricos y legislativos serán tenidos en cuen-
ta por el intérprete.
e) El sociológico: se ha de atender a la realidad social del momento en que la
norma ha de ser aplicada.
Cuando se hace referencia al intérprete de la norma, se debe tener en cuenta que se
distinguen varios tipos de interpretación, según de quien provenga la misma. Así, p. ej.,
se diferencia entre la interpretación auténtica, realizada por el propio legislador en la
norma, la interpretación judicial, realizada por los Tribunales al aplicarla, y la interpreta-
ción doctrinal, efectuada por la doctrina jurídica (los estudiosos del Derecho).

El objeto de la interpretación lo constituyen, tanto las normas escritas, como


las costumbres. Respecto a los principios generales del Derecho, al deducirse éstos
del conjunto del ordenamiento jurídico, se presupone previamente un proceso
interpretativo.
Por último, se debe hacer referencia a los diferentes resultados o significados ex-
traídos de la norma interpretada. Así, se puede distinguir la interpretación declarativa o
aquella interpretación en la que el texto de la norma coincide con la ratio de la inter-
pretación, de la interpretación correctora, que, a su vez, se subdivide en interpretación
extensiva, si el texto de la norma es menos comprensivo que el resultado obtenido con la
interpretación, o interpretación es restrictiva, si el texto de la norma es más amplio que
el resultado obtenido.

2. Integración de las lagunas legales mediante la analogía


Las leyes no pueden contemplar todos los supuestos que pueden darse en la
realidad. Puede, así, suceder que se dé un supuesto de hecho, que no esté regula-
do por la ley (se habla entonces de laguna legal), el cual, sin embargo, ha de ser
resuelto por los Tribunales, a través de elementos internos del propio sistema
jurídico.
Es, por ello, que el art. 1.7 CC establece que “Los Jueces y Tribunales tienen el
deber inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, atenién-
dose al sistema de fuentes establecido”. De ahí se deduce que, aunque las leyes
Derecho Civil I

tienen lagunas, el ordenamiento jurídico, globalmente considerado, es completo,


ya que siempre contiene, en sí mismo, elementos que permiten resolver supuestos
carentes de regulación legal.
Se comprende, así, la figura de la analogía, la cual permite aplicar a un supues-
to de hecho no regulado por ley una norma, dictada para regular otro distinto,
pero semejante con aquél.
Así, según el art. 4.I CC, “Procederá la aplicación analógica de las normas
cuando éstas no contemplen un supuesto específico, pero regulen otro semejante
entre los que se aprecie identidad de razón” 3.
Hay dos clases de analogía:
a) La analogía legis, que consiste en aplicar una determinada ley a un supuesto de
hecho, que no está exactamente comprendido en su enunciado, pero con el que tiene
identidad de razón. A este tipo de analogía es a la que se refiere el art. 4.1 CC.
b) La analogía iuris, que consiste en aplicar al caso carente de regulación expresa, no
una ley concreta, sino un principio que inspira un conjunto de leyes, que se extrae de
ellas por vía deductiva. En nuestro ordenamiento jurídico, aunque esta clase de analogía
no se contempla expresamente, es admitida, a través del reconocimiento como fuente
del Derecho, de los principios generales del Derecho (art. 1.1 y 3 CC).

En consecuencia, para que se produzca la aplicación analógica debe haber una


laguna legal4 y existir una norma que contemple un supuesto distinto, pero simi-
lar y con identidad de razón con el caso no regulado5.
No obstante, el art. 4.2 CC, matiza que “Las Leyes penales, las excepcionales
y las de ámbito temporal no se aplicarán a supuestos ni en momentos distintos de
los comprendidos expresamente en ellas”. Es decir, no cabe aplicar analógicamen-
te este tipo de leyes.
Normas penales son aquéllas que constituyen el Derecho penal, tipificando delitos o
faltas e imponiendo la correspondiente pena. Al respecto hay que añadir que la doctrina
entiende que tampoco pueden aplicarse la analogía a las leyes prohibitivas, sancionado-
ras, incluidas las sanciones civiles punitivas, y aquellas normas limitativas de derechos.

3
Dicha solución se fundamenta en el principio ubi est eadem ratio ibi est eadem dispositio, cuyo
significado es: donde hay la misma razón, debe ser la misma la disposición del Derecho.
4
Reiterada jurisprudencia señala que “la analogía no presupone la falta absoluta de una norma,
sino la no previsión por la misma de un supuesto determinado”, esto es, un defecto o insufi-
ciencia de la misma. V. en este sentido SSTS 13 junio 2003 (Tol 276124) y 22 junio 2007 (Tol
1146778), entre otras.
5
Según numerosas sentencias del TS, la laguna legal se salva, si la razón derivada del fundamen-
to de la norma y de los supuestos expresamente configurados es extensible por consideraciones
de similitud entre el caso que se pretende resolver y el ya regulado, debiendo acudirse para
resolver el problema al fundamento de la norma y al de los supuestos configurados. V. en este
sentido, entre otras, SSTS 18 de mayo 2006 (Tol 934885) y 20 julio 2012 (Tol 2592349).
Aplicación y eficacia de las normas jurídicas

Además, hay que señalar que esta prohibición no se aplica a las leyes penales más bene-
ficiosas y favorables para el reo.

3. La equidad
De conformidad con el art. 3.2 CC, “la equidad habrá de ponderarse en la
aplicación de las normas, si bien las resoluciones de los Tribunales sólo podrán
descansar de manera exclusiva en ella cuando la Ley expresamente lo permita”.
Aunque el citado precepto no define la equidad, se entiende por tal, la modera-
ción en el rigor de la aplicación de las normas.
Con apoyo en el tenor del precepto, es posible hablar de la equidad en dos sentidos
diversos:
a) Equidad en la aplicación de las normas, es decir, como criterio de ponderación
para precisar el sentido de la norma a la vista del caso concreto o determinados concep-
tos jurídicos indeterminados, como, por ejemplo, la “justa causa”.
b) Equidad como fundamento de las resoluciones jurisprudenciales. En este caso la
equidad aparece como poder moderador de los jueces. P. ej., el art. 1103 CC establece
la moderación por los Tribunales de la indemnización por incumplimiento negligente de
las obligaciones; o el art 1154 CC establece la facultad de los jueces de modificar equita-
tivamente la pena cuando la obligación principal hubiera sido en parte o irregularmente
cumplida por el deudor.

II. LA VIGENCIA DE LAS NORMAS


Hay que distinguir entre la vigencia temporal y espacial de las normas.

1. Vigencia temporal
A) Principio y fin de la vigencia de las normas
Las leyes entrarán en vigor a los veinte días de su publicación en el Boletín
Oficial del Estado, si en ellas no se dispone otra cosa (art. 2.1. CC).
Dicho plazo de veinte días empieza a contarse el día siguiente de la publica-
ción, sin excluirse del cómputo (art. 5 CC)6.
El periodo de tiempo que trascurre desde la publicación a la entrada en vigor
de una ley, se conoce con el nombre de vacatio legis.

6
En cambio para los Tratados internacionales, el art. 96 CE establece que éstos “una vez publi-
cados oficialmente en España, formarán parte del ordenamiento interno.
Derecho Civil I

En cuanto al fin de la vigencia de las normas, el art. 2.2 CC establece que “Las
Leyes sólo se derogan por otras posteriores. La derogación tendrá el alcance que
expresamente se disponga y se extenderá siempre a todo aquello que en la Ley
nueva, sobre la misma materia, sea incompatible con la anterior. Por la simple
derogación de una Ley no recobran vigencia las que ésta hubiere derogado”.

B) Retroactividad e irretroactividad
El art. 9.3 CE garantiza la “irretroactividad de las disposiciones sancionadoras
no favorables o restrictivas de derechos individuales”. Dicha garantía se completa
con el art. 2.3 CC, que establece que “Las leyes no tendrán efecto retroactivo si
no dispusieren lo contrario”. Por tanto, a sensu contrario, se entiende que las leyes
pueden establecer el carácter retroactivo de las normas, salvo que éstas sean san-
cionadoras, de cualquier índole (penales, civiles o administrativas) o restrictivas
de derechos individuales, es decir, de derechos fundamentales.
a) La retroactividad consiste en que la nueva ley se aplica a los actos jurídicos
realizados bajo la vigencia de la ley antigua y a las situaciones jurídicas produci-
das bajo la vigencia de la nueva ley.
b) La irretroactividad supone que la nueva ley sólo se aplica a los actos o a las
situaciones que se creen a partir de la vigencia de la ley nueva.

C) El Derecho transitorio
Se entiende por Derecho transitorio al conjunto de normas que determinan las
disposiciones que han de regir las relaciones jurídicas existentes al producirse un
cambio normativo.
Así, por ejemplo, la derogada Ley 22/1994, de 6 de julio, de responsabilidad civil
por los daños causados por productos defectuosos (vigente hasta el 1 de diciembre de
2007), establecía en su disposición derogatoria única que la mencionada Ley no era
de aplicación a la responsabilidad civil derivada de los daños causados por productos
puestos en circulación antes de su entrada en vigor, que se regiría por las disposiciones
vigentes en dicho momento.

2. Vigencia espacial
Las normas que entran en vigor en España producen su eficacia dentro del
territorio nacional respecto de cualquier persona, con independencia de su nacio-
nalidad.
No obstante, hay normas, cuya vigencia no viene establecida por este crite-
rio de territorialidad, sino por el de personalidad, basado en la nacionalidad del
Aplicación y eficacia de las normas jurídicas

individuo. Así, a tenor del art. 9.1 CC, la ley personal determinada por la nacio-
nalidad “regirá la capacidad y el estado civil, los derechos y deberes de familia y
la sucesión por causa de muerte”. Por lo tanto, desde la perspectiva del Derecho
español, los extranjeros que se encuentren es España, respecto de las materias
enunciadas, se rigen por el Derecho de sus respectivos Estados.
Además, recuérdese que en España coexisten distintas legislaciones civiles, de-
pendiendo de la vecindad civil de cada persona su sujeción al Derecho civil común
o, por el contrario, al Derecho civil especial o foral (art. 14.1 CC). Por lo tanto,
en caso de conflicto entre las diversas leyes civiles, será necesario determinar cuál
de ellas es aplicable, de lo que se encarga el denominado Derecho interregional.
El art. 16 CC establece que los conflictos de leyes que puedan surgir respecto
a esta cuestión se resolverán según las normas de Derecho internacional privado
(rama del ordenamiento jurídico encargada de regular las relaciones entre perso-
nas, físicas o jurídicas, con presencia de un elemento de extranjería, como, p. ej.,
que esas personas sean de distinta nacionalidad o tengan su domicilio en países
diferentes) con ciertas particularidades.

III. EFICACIA DE LAS NORMAS


1. Deber de cumplimiento y error de Derecho
Existe un deber general de cumplimiento de las normas, puesto que éstas nacen
con el objetivo de ser observadas por los ciudadanos, deber que no puede depen-
der de que éstos las conozcan.
Por ello, el art. 6.1 C.C., establece que “La ignorancia de la ley no excusa de
su cumplimiento”, es decir, que no es posible alegar la falta de conocimiento de
una norma para eximirse de las consecuencias jurídicas a las que da lugar su in-
cumplimiento.
No obstante, el art. 6.1 CC, contempla, con claro carácter restrictivo, el deno-
minado error de Derecho, consistente en “la ignorancia de una norma jurídica en
cuanto a su contenido, existencia o permanencia en vigor para el caso concreto”7.
El precepto le atribuye “únicamente aquellos efectos que las Leyes determinen”,
entre ellos, según la jurisprudencia, la posibilidad de anular un contrato (art. 1266
CC), p. ej., si alguien compra un terreno para construir un chalet, ignorando que
la normativa urbanística impide edificar sobre él, por tratarse de una zona verde.

7
V. en este sentido STS 25 mayo 1963 (JC 1963, 498).
Derecho Civil I

Hay que tener en cuenta que quien alega un error de Derecho no pretende que
no se le aplique la norma que desconocía (esto es poder edificar sobre el terreno
comprado), sino invalidar un contrato, que no habría celebrado, de haber conocido
exactamente el Derecho vigente (en el ejemplo puesto, la disciplina urbanística que
le impide edificar).

2. El principio iura novit curia


El principio iura novit curia significa que los Tribunales deben conocer el De-
recho y aplicarlo, aunque no haya sido invocado en el proceso (art. 1.7 CC), con
la salvedad de la costumbre y del Derecho extranjero, cuya existencia, vigencia y
contenido deberá ser probado por las partes que los aleguen (arts. 1.3 y 12.6 CC).
Además, los Tribunales, para resolver el caso litigioso, podrán utilizar fundamentos
jurídicos distintos a los invocados por las partes, de acuerdo con el principio da mihi
factum, dabo tibi ius (dame los hechos y te daré el Derecho), el cual, sin embargo, debe
aplicarse con matizaciones. Así, la STS 27 octubre 2011 (Tol 2263658) observa que di-
cho principio no permite la extralimitación en la causa de pedir, ni autoriza la resolución
de problemas distintos de los propiamente controvertidos o que se transforme el proble-
ma litigioso en otro distinto del planteado.

3. El fraude de la ley
Según el art. 6.4 CC, existe fraude de ley cuando se realizan determinados ac-
tos “al amparo del texto de una norma que persigan un resultado prohibido por
el ordenamiento jurídico, o contrario a él”.
En consecuencia, se realiza una conducta aparentemente lícita, amparada en
la denominada norma de cobertura que autoriza el comportamiento realizado,
intentando eludir el cumplimiento de una ley imperativa (ley defraudada).
El efecto fundamental del fraude a la ley es la aplicación de la norma o normas
defraudadas.

4. La exclusión voluntaria de la ley aplicable y la renuncia de derechos


No obstante lo dicho, el 6.2 CC establece la validez de la “exclusión voluntaria
de la Ley aplicable y la renuncia a los derechos en ella reconocidos”, “cuando no
contraríen el interés o el orden público ni perjudiquen a terceros”.
Con apoyo en este precepto, es posible, p. ej., renunciar a una herencia (art. 833 CC)
o a una pensión compensatoria (art. 97 CC).
Aplicación y eficacia de las normas jurídicas

La exclusión voluntaria de la ley aplicable sólo es posible, cuando la misma


tenga carácter dispositivo, pero no, cuando tenga carácter imperativo (afecten al
orden público o al interés general), pues, como expresa el art. 6.3 CC, los actos
contrarios a dichas normas serán “nulos de pleno derecho, salvo que en ellas se
establezca un efecto distinto para el caso de contravención”.
Las normas de carácter dispositivo pueden, pues, ser excluidas por la voluntad de las
partes, porque rigen, si éstas no pactan otra cosa diversa. P. ej., el 1711.1 CC establece
que “a falta de pacto en contrario, el mandato se supone gratuito”. Luego las partes pue-
den pactar que el mandato sea retribuido. En cambio, las normas de carácter imperativo,
por afectar al orden público o al interés general, se aplican con independencia de la vo-
luntad de los interesados, que no pueden pactar su exclusión. P. ej., los contrayentes que
pretender casarse no pueden excluir la aplicación del art. 47.2 CC, que impide contraer
matrimonio a los hermanos entre sí.

IV. CUESTIONARIO
1º. ¿En qué consiste la interpretación de la ley?
2º. ¿Cuáles son los criterios interpretativos recogidos en el CC?
3º. ¿Cuándo procede la aplicación analógica de las normas?
4º. ¿Cuándo entran en vigor las leyes?
5º. ¿Qué tipo de leyes pueden ser retroactivas?
6º. ¿Qué es el fraude de ley y qué consecuencia produce?
7º. ¿Qué es la vacatio legis?
8º. ¿Qué es el principio iura novit curia?
9º. ¿Respecto de que tipo de leyes es posible pactar la exclusión voluntaria?

V. CASO PRÁCTICO
Don Juan, vecino de Madrid, compró un terreno en la provincia de Alicante con la
intención de construir un chalet, sin que el vendedor, sabiendo su intención, le informara
de que la normativa urbanística le impedía edificar sobre él.

Cuestiones
1) ¿Podrá Don Juan alegar el error padecido para pedir la invalidez del contrato?
Derecho Civil I

VI. BIBLIOGRAFÍA
Carrión Olmos, S.: El error de Derecho, Madrid, 2012; Diez Picazo, L.M.: La derogación de las
leyes, Madrid, 1990; Pérez Álvarez, M.A.: Interpretación y jurisprudencia. Estudio del artí-
culo 3.1 del Código Civil, Pamplona, 1994; Suárez Collía, J. M.: La retroactividad, Madrid,
2005; Vallet de Goytisolo, J.: “La analogía en el Derecho”, ADC, 1995, pp. 1039 y ss.
Tema 4
Los derechos de la personalidad

Sumario: I. Concepto y caracteres.- II. Protección de los derechos de la personalidad.- III. El derecho
a la vida.- IV. El derecho a la integridad física.- A) La extracción y trasplante de órganos.- B) Las
técnicas de reproducción asistida.- V. La ley orgánica 1/1982, de 5 de mayo de protección civil del
derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.- 1. El derecho al honor.- 2.
El derecho a la intimidad.- 3. El derecho a la propia imagen.- 4. La tutela civil frente a las intro-
misiones ilegítimas.- VI. El derecho al nombre.- VII. Referencia a la cuestión de la transexualidad.-
VIII. Cuestionario.- IX. Bibliografía.

I. CONCEPTO Y CARACTERES
Los derechos de la personalidad son derechos que, a diferencia de los reales
o de crédito, recaen sobre una realidad, que no es externa al propio titular del
derecho, sino sobre bienes o atributos del mismo: los denominados bienes de la
personalidad (p. ej., la vida o el honor).
Sus caracteres básicos son los siguientes:
a) Son derechos que afectan a la propia esfera de la persona, tanto física (vida
o integridad física) como psíquica (honor, intimidad personal y familiar o propia
imagen).
b) Son derechos absolutos: existe un deber de respeto general, tanto de los
particulares, como de los poderes públicos (arts. 9.1 y 53.1 CE).
c) Son derechos que entroncan con la propia dignidad de la persona; en conse-
cuencia son “inherentes” a ella (art. 10.1 CE).
De ahí que, como dice el art. 1.3 LO 1/1982, de 5 mayo, de protección civil del
honor, intimidad y propia imagen, sean irrenunciables, indisponibles e imprescriptibles.

II. PROTECCIÓN DE LOS DERECHOS DE LA PERSONALIDAD


Los derechos de la personalidad son objeto de una triple protección por parte
del ordenamiento jurídico: constitucional, penal y civil.
a) La protección constitucional resulta de la consagración de la mayor parte
de los derechos de la personalidad como derechos fundamentales: es el caso de
los derechos a la vida, a la integridad física y moral, el honor, a la intimidad y a la
Los derechos de la personalidad

propia imagen; no, en cambio, del derecho al nombre, que no está previsto en la
CE, aunque se proteja civilmente.
La consagración del derecho a la propia imagen como derecho fundamental
significa que sólo podrá ser regulado por ley orgánica, que deberá respetar su
contenido esencial, según prevé el artículo 53.1 CE; y, así mismo, que los actos de
los poderes públicos, que lo vulneren, podrán ser objeto de un recurso de amparo
ante el TC, como resulta del art. 53.2 CE, en relación con el artículo 41.2 de su
LO 2/1979, de 3 de octubre.
b) La tutela penal se realiza a través de diversos tipos, regulados en el CP, cuya
comisión comportará la pena de cárcel o multa correspondiente, p. ej., los delitos
de homicidio o aborto (derecho a la vida); los de lesiones (derecho a la integridad
física); delitos de calumnias e injurias (derecho al honor) o de descubrimiento y
revelación de secretos (derecho a la intimidad).
c) La tutela civil, objeto de estudio en este tema, es dispensada, a través del art.
1902 CC; y, por cuanto concierne a los derechos al honor, intimidad e imagen, por
la LO 1/1982, de 5 de mayo, la cual se dicta en desarrollo del art. 18 CE, y tiene
como finalidad primordial posibilitar la reparación del daño moral resultante de
la intromisión ilegítima en los derechos de la personalidad ajenos, así como hacer
cesar dicha intromisión.
Existe, además, una creciente tutela administrativa, que se realiza a través de la LO
15/1999, de 13 de diciembre, la cual, aunque directamente se dirige a hacer efectivo el
derecho fundamental a la protección de los datos de carácter personal (atribuyéndole un
poder para decidir sobre su captación utilización o difusión); sin embargo, es claro que
indirectamente tutelará derechos de la personalidad, como el derecho a la intimidad o a
la propia imagen, en particular, cuando a través de soportes informáticos o de internet se
divulguen hechos íntimos o fotografías de alguien, que son datos personales del mismo,
sin su consentimiento1.

III. EL DERECHO A LA VIDA


El derecho a la vida es el más importante de todos los derechos de la persona-
lidad, ya que su objeto es la realidad ontológica del ser humano, previa al recono-
cimiento de cualquier derecho sobre sus bienes o atributos.

1
La jurisprudencia, con apoyo en el art. 18.4 CE, reconoce un específico derecho a la autodeter-
minación informativa o a la protección de datos de carácter personal. V. en este sentido STC
254/1993, de 20 de julio (Tol 82275).
Derecho Civil I

Por ello, tiene un “valor constitucional central”2; y de ahí que ocupe el primer
lugar en la enumeración de los derechos fundamentales, consagrándolo como tal el
art. 15 CE, conforme al cual “Todos tienen derecho a la vida”.
En sentido estricto, la titularidad del derecho a la vida corresponde a las per-
sonas nacidas. Sin embargo, la jurisprudencia constitucional ha precisado que el
concebido, no nacido, es un “bien constitucionalmente protegido” por el art. 15
CE, lo que implica para el Estado dos obligaciones: “la de abstenerse de interrum-
pir o de obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un sistema
legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma
y que, dado el carácter fundamental de la vida, incluya también, como última
garantía, las normas penales”3.
Hay que tener en cuenta, por otra parte, que el derecho a la vida no comprende el dere-
cho a la muerte. Así, la STC 120/1990, de 27 de junio (Tol 119205), afirmó que el derecho a
la vida tiene “un contenido de protección positiva que impide configurarlo como un derecho
de libertad que incluya el derecho a la propia muerte”4. Con todo, el Constitucional matiza
lo anterior, precisando que “siendo la vida un bien de la persona que se integra en el círculo
de su libertad, pueda aquélla fácticamente disponer sobre su propia muerte”, si bien ello en
cuanto “manifestación del agere licere”, y no en el ejercicio de un derecho subjetivo a la
muerte.

Desde el punto de vista estrictamente civil, se plantean dos cuestiones intere-


santes.
a) En primer lugar, si es posible el resarcimiento del daño que experimentan los
padres, por no haber sido informados (correctamente y en tiempo) de la existen-
cia en el feto de deficiencias graves, privándoles, así, de la facultad de interrumpir
el embarazo.
A nuestro parecer, en su caso, el daño resarcible será el perjuicio moral que su-
fra la madre, por la privación de su facultad de interrumpir el embarazo, perjuicio
éste, cuya cuantificación presenta la dificultad inherente a la valoración de todo
daño moral.
El Tribunal Supremo parece haber ido orientándose en este sentido en sus SSTS 19
junio 2007 (Tol 1116437), 23 noviembre 2007 (Tol 1213902) y STS 15 septiembre 2015
(Tol 5439307)5.

2
V. en este sentido STC 53/1985, de 11 de abril (Tol 79468).
3
V. en este sentido STC 53/1985, de 11 de abril (Tol 79468).
4
V. en el mismo sentido las SSTC 137/1990, de 19 de julio (Tol 119206); 11/1991, de 17 de
enero (Tol 119207); y 154/2002, de 18 de julio (Tol 258486).
5
Por el contrario, a nuestro juicio, incorrectamente, consideran daño moral resarcible el hecho
de que, como consecuencia de no haber podido abortar, se haya dado a luz un niño “anormal”,
las SSTS 6 junio 1997 (Tol 216553), 21 diciembre 2005 (Tol 795310) y 31 mayo 2011 (Tol
2145221).
Los derechos de la personalidad

Hay que matizar, sin embargo, que no es admisible que, con el pretexto de re-
parar dicho daño moral, de hecho, se acabe resarciendo a la madre, no ya por la
privación de la facultad de optar por el aborto, sino por el nacimiento del niño6:
el nacimiento de un ser humano, por muy graves que sean sus deficiencias, nunca
puede constituir un daño resarcible; a ello se opone el principio constitucional
de respeto a la dignidad de la persona. Por ello, no debieran ser susceptibles de
indemnización los perjuicios, psíquicos (hipotético impacto emocional) o econó-
micos, que pueda experimentar la mujer que da a luz un hijo enfermo, como son
las mayores cargas que, en este caso, conlleva la maternidad.
b) En segundo lugar, en su momento fue motivo de discusión doctrinal y ju-
risprudencial7 la cuestión de a quién corresponde la indemnización en caso de
fallecimiento de una persona (especialmente, en los casos de muerte por accidente
de tráfico), esto es, si aquéllos a quienes la defunción de la víctima causa perjuicios
(en cuanto a que la muerte constituye, bien un daño material que experimentan
las personas que dependían de la víctima, bien un daño moral que afecta a los
familiares más allegados a la víctima) o a sus herederos (suponiendo aquí que el
daño lo sufre la propia víctima en vida y que los herederos suceden al causante
en sus derechos, entre ellos el de ser resarcido, como consecuencia de su muerte).
No obstante, la cuestión fue ya superada hace décadas. Como regla general,
el TS (tanto la Sala Civil8, como la Penal9) reconoce la reparación del daño, úni-
camente, a quienes resultan perjudicados, moral o económicamente, por el falle-
cimiento, sin tener en cuenta el daño causado a la propia víctima10 (por la que la
misma no puede transmitir a sus herederos el derecho a su resarcimiento).

6
Se trata de un riesgo evidente, al que, como ha quedado expuesto, se refiere la STS 4 febrero
1999 (RJ 1999, 748), cuando avisa de que “los que defienden que el daño es la privación del
derecho a optar, no hacen más que sostener de modo más o menos indirecto, que el daño es el
nacimiento”.
7
En particular, entre la Sala Primera (Civil) y Segunda (Penal) del TS.
8
Así, la STS 14 diciembre 1996 (Tol 1658769) sostiene que “puede afirmarse, en términos ge-
nerales, que la legitimación para reclamar resarcimiento (por daños morales)en caso de muerte
corresponde, de ordinario, a los más próximos parientes de la víctima, si bien “iure propio” y
no por sucesión hererditaria”. En cuanto al concepto de perjudicado por la muerte, añade el
Supremo que “claro es que también podría tener la cualidad de perjudicada cualquier persona
que, sin relación de parentesco, acreditase estar ligada a la víctima por vínculos de afecto”
V. en el mismo sentido las SSTS 4 mayo 1983 (RJ 1983, 2622), 18 junio 2003) (Tol 285641),
2 febrero 2006 (Tol 827053) y 4 octubre 2006 (Tol 1014555).
9
V. en este sentido las SSTS (Sala 2ª) 20 octubre 1986 (Tol 2324132), 21 diciembre 1987 (Tol
2345766), 15 abril 1988 (Tol 2355920), 12 mayo 1990 (Tol 2402201) y 19 diciembre 1997
(Tol 407011).
10
V. en el mismo sentido las SSTS 4 mayo 1983 (RJ 1983, 2622), 18 junio 2003 (Tol 285641), 2
febrero 2006 (Tol 827053) y 4 octubre 2006 (Tol 1014555).
Derecho Civil I

En relación con esta cuestión, recientemente se ha publicado la Ley 35/2015, de


22 de septiembre, de reforma del sistema para la valoración de los daños y perjuicios
causados a las personas en accidentes de circulación. Dicha Ley contiene un Anexo
con las cuantías de las indemnizaciones en cada uno de los eventos (muerte, lesio-
nes, etc.) que sustituye al Anexo que figura en el Real Decreto Legislativo 8/2004, de
29 de octubre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley sobre responsabi-
lidad civil y seguro en la circulación de vehículos a motor, y que iba actualizándose
año tras año mediante Resolución de la Dirección General de Seguros y Fondos de
Pensiones.
El art. 62.1 de la nueva ley establece cinco categorías autónomas de perjudicados
que pueden solicitar indemnizaciones por causa de muerte, a saber: a) el cónyuge
viudo; b) los ascendientes; c) los descendientes; d) los hermanos; y e) los allega-
dos. Todos los anteriores perjudicados sufren siempre un perjuicio resarcible y de la
misma cuantía con independencia de que concurran o no con otras categorías de
perjudicados. Además, la condición de perjudicado tabular se completa con la no-
ción de perjudicado funcional o por analogía, que incluye a aquellas personas que,
"de hecho y de forma continuada, ejercen las funciones que por incumplimiento o
inexistencia no ejerce la persona perteneciente a una categoría concreta o que asu-
men su posición" (art. 62.3).

IV. EL DERECHO A LA INTEGRIDAD FÍSICA


A tenor del art. 15 CE, “Todos tienen derecho […] a la integridad física y mo-
ral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos
inhumanos o degradantes”.

1. La extracción y trasplante de órganos


Por cuanto concierne al derecho a la integridad física, hay que tener en cuen-
ta la Ley 30/1979, de 27 de octubre, sobre extracción y trasplante de órganos y
el RD 1723/2012, de 28 de diciembre, por el que se regulan las actividades de
obtención, utilización clínica y coordinación territorial de los órganos humanos
destinados al trasplante y se establecen requisitos de calidad y seguridad.
La “donación” de órganos es esencialmente gratuita. No se puede recibir una
compensación económica, a cambio de permitir la extracción de un órgano (art. 2
Ley 30/1979). Los órganos son bienes de la personalidad y, por lo tanto, están fue-
ra del comercio humano: no pueden ser objeto de tráfico jurídico (art. 1271.I CC).
Se prohíbe hacer publicidad sobre la necesidad o disponibilidad de un órgano, bus-
cando algún tipo de gratificación o remuneración (art. 7.3 RD 1723/2012, de 28 de di-
ciembre). Sin embargo, parecen admisibles las gratificaciones realizadas posteriormente
al donante por el receptor del órgano o sus familiares.
Los derechos de la personalidad

Los requisitos de la donación de órganos son distintos, según procedan de


personas vivas o fallecidas.
a) La donación de órganos de personas vivas ha de tener una finalidad, exclusiva-
mente, terapéutica, es decir, el órgano extraído ha de destinarse a ser trasplantado “a
una persona determinada, con el propósito de mejorar sustancialmente su esperanza
o sus condiciones de vida, garantizándose el anonimato del receptor” (art. 4.d Ley
30/1979 y art. 8.1.d RD 1723/2012, de 28 de diciembre). Se excluye, pues, la dona-
ción de órganos de personas vivas con destino a la investigación.
Sólo podrán ser donados órganos, cuya extracción sea compatible con la vida
del donante y cuya función pueda ser compensada por su organismo de forma
adecuada y suficientemente segura (art. 8.1.b RD 1723/2012, de 28 de diciembre).
Pueden ser donantes las personas mayores de edad, que gocen de plenas fa-
cultades mentales y de un estado de salud adecuado (art. 4.a y b Ley 30/1979, y
art. 8.1.a. RD 1723/2012, de 28 de diciembre). No pueden extraerse órganos de
menores, ni de incapacitados, ya que el consentimiento a la extracción es un acto
jurídico personalísimo, por lo que no puede ser realizado a través de represen-
tantes legales, padres o tutores (art. 8.1.d RD 1723/2012, de 28 de diciembre)11.
El donante deberá prestar su consentimiento a la extracción de manera libre y cons-
ciente (art. 4.b y c Ley 30/1979 y art. art. 8.1.c RD 1723/2012, de 28 de diciembre),
debiendo ser previamente informado por un médico distinto del que vaya a realizar la
extracción de los riesgos de la intervención, de las consecuencias previsibles en el orden
somático o psicológico, de las repercusiones en su vida personal, familiar o profesional,
así como de los beneficios que espera obtener el receptor (art. 9.3 Reglamento).
El donante debe dar el consentimiento a la extracción, por escrito, ante el juez encar-
gado del Registro civil (art. 4.c Ley 30/1979). Entre la manifestación del consentimiento
y la extracción debe de transcurrir un plazo mínimo de 24 horas, a fin de que el donante
tenga un período de reflexión para valorar su decisión después de adoptarla (art. 8.6 RD
1723/2012, de 28 de diciembre). El “donante” puede arrepentirse y revocar su consen-
timiento, en cualquier momento, antes de la intervención, sin que dicha revocación dé
lugar a ningún tipo de indemnización (art. 8.6 RD 1723/2012, de 28 de diciembre), por
ejemplo, gastos hospitalarios, que hubieran originado su previo consentimiento.

b) La extracción de órganos de personas fallecidas podrá realizarse con finali-


dad terapéutica o científica, en el caso de que aquéllas no hubieran dejado cons-
tancia expresa de su oposición (art. 5.2 Ley 30/1979).
Se sigue, pues, el principio de solidaridad, lo que significa que la extracción
está autorizada, salvo oposición expresa del difunto, manifestada en vida o, si era

11
A tenor del art. 4.c.II Ley 30/1979, “no podrá obtenerse ningún tipo de órganos de personas
que, por deficiencias psíquicas o enfermedad mental o por cualquiera otra causa, no puedan
otorgar su consentimiento expreso, libre y consciente”.
Derecho Civil I

un menor, de quienes lo hubieran representado en vida (art. 9.1.a RD 1723/2012,


de 28 de diciembre).
Para comprobar la existencia de una voluntad contraria a la extracción del
difunto, según el art. 9.1 b RD 1723/2012, de 28 de diciembre, en primer lugar, se
deberá “Investigar sobre si el interesado hizo patente su voluntad a alguno de sus
familiares o profesionales que le han atendido”. Por lo tanto, en la práctica, para
evitar la extracción, bastará que los familiares digan que el fallecido manifestó
su voluntad contraria a una hipotética extracción de sus órganos. Otros medios
para averiguar la voluntad del difunto son el historial clínico y la información que
figure en el Registro de declaraciones de última voluntad.
La extracción del órgano sólo será posible previa acreditación del fallecimien-
to de la persona, mediante certificado médico, en el que se constará el cese irre-
versible de las funciones cardiorrespiratorias o el cese efectivo de las funciones
encefálicas (art. art. 9.2 RD 1723/2012, de 28 de diciembre).
En los casos de muerte accidental o en los que medie una investigación penal, la ex-
tracción podrá realizarse con autorización del juez, previo informe del forense, siempre
que ello no obstaculice las diligencias penales (art. 9.5 RD 1723/2012, de 28 de diciem-
bre). La solicitud deberá ir acompañada del certificado de defunción y de un documento
en el que se haga constancia expresa de que se han realizado las comprobaciones perti-
nentes acerca de la voluntad del fallecido, sobre el destino de sus órganos, y de que se ha
preguntado a este respecto a sus familiares (art. 9.6 RD 1723/2012, de 28 de diciembre).

Tras la respuesta positiva del Juzgado o transcurridos quince minutos sin res-
puesta negativa del mismo, podrá procederse a la extracción del órgano, realizan-
do antes, extracción de muestra de 20 cc de sangre, orina y jugos gástricos (Anexo
I.3 RD 1723/2012, de 28 de diciembre).

2. Las técnicas de reproducción asistida


Las técnicas de reproducción asistida se regulan en la Ley 14/2006, de 26 ma-
yo.
Dichas técnicas (p.ej., inseminación artificial o fecundación in vitro) requieren
la existencia de un donante de gametos (esperma u óvulo), el cual ha de ser mayor
de edad, hallarse en buen estado de salud psicofísica y tener plena capacidad de
obrar (art. 5.6 Ley 14/2006)12.

12
A diferencia de lo que sucede respecto del consentimiento a la extracción de órganos, el re-
lativo a la extracción de gametos, en principio, sólo puede revocarse, excepcionalmente, abo-
nándose, los gastos correspondientes. “La donación sólo será revocable cuando el donante
precisase para sí los gametos donados, siempre que en la fecha de la revocación aquéllos estén
Los derechos de la personalidad

La donación tiene carácter gratuito13 y anónimo14 (salvo que el esperma do-


nado sea el del marido o conviviente de hecho15), no pudiendo ser superior a seis
el número hijos nacidos en España con gametos procedentes del mismo donante
(art. 5.7 Ley 14/2006).
La usuaria de las técnicas de reproducción asistida es la mujer, soltera o casada,
en cuyo último caso, salvo que estuviera separada, será necesario el consentimien-
to de su marido para someterse a dichas técnicas (art. 6.3 Ley 14/2006), siendo
matrimonial el hijo así nacido, aunque el esperma procediera de un tercero (art
8.1 Ley 14/2006).
Es posible la fecundación post mortem con esperma congelado del marido, si
éste, previendo esta posibilidad, lo hubiera consentido explícitamente y siempre
que dicha fecundación se realice dentro de los 12 meses siguientes a su falleci-
miento (art. 9.1 Ley 14/2006)16.
Es nulo el llamado “contrato” de útero “por el que se convenga la gestación,
con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor
del contratante o de un tercero” (art. 10.1 Ley 14/2006), por lo que, legalmente,
“La filiación de los hijos nacidos por gestación de sustitución será determinada
por el parto” (art. 10.2 Ley 14/2006). Por lo tanto, si, p. ej., un matrimonio acuer-
da con una mujer, que ésta lleve a cabo la gestación de un embrión formado con
el esperma y el óvulo de los cónyuges, los mismos no podrán exigir a la gestante,
la cual será la madre legal (aunque no lo sea desde un punto de vista biológico),
que les entregue el niño nacido17.

disponibles. A la revocación procederá la devolución por el donante de los gastos de todo tipo
originados al centro receptor” (art. 5.2 Ley 14/2006).
13
Se dice, así, que “La donación nunca tendrá carácter lucrativo o comercial”, lo que sin embar-
go, no excluye la posibilidad de percibir una “compensación económica resarcitoria”, por “las
molestias físicas y los gastos de desplazamiento y laborales que se puedan derivar de la dona-
ción”, las cuales se fijarán anualmente de modo reglamentario, y no podrán “suponer incentivo
económico para ésta” (art. 5.1 y 2 y art. 3 Ley 14/2006).
14
En realidad, a pesar de lo dicho por la STC 116/1999, de 17 de junio, debe reflexionarse has-
ta qué punto el principio del anonimato del donante es compatible con el principio de libre
investigación de la paternidad, que consagra el art. 39 CE, y hasta qué punto no supone una
discriminación de los hijos concebidos mediante las técnicas de reproducción asistida.
15
Sólo excepcionalmente, en circunstancias extraordinarias que comporten un peligro cierto pa-
ra la vida o la salud del hijo o cuando proceda con arreglo a las Leyes procesales penales, podrá
revelarse la identidad de los donantes, siempre que dicha revelación sea indispensable para
evitar el peligro o para conseguir el fin legal propuesto” (art. 5.5 Ley 14/2006).
16
Distinta a la fecundación post mortem es la transferencia post mortem de embriones ya fecun-
dados a la muerte del marido, que es posible realizar sin un específico consentimiento de éste a
la misma.
17
No obstante, el art. 10.3. Ley 14/2006 establece que “Queda a salvo la posible acción de recla-
mación de la paternidad respecto del padre biológico, conforme a las reglas generales”. Esta
norma puede posibilitar un fraude de ley, siempre con el consentimiento de la madre gestante.
Derecho Civil I

A veces, para eludir la prohibición de acudir a la gestación por sustitución un matri-


monio acude a países donde sí se admite. El niño nace en el extranjero y se inscribe allí
como hijo de los cónyuges. Posteriormente, se insta la inscripción en el Registro Consu-
lar español, con apoyo en un documento público del país extranjero, lo que constituye
un claro fraude de ley18.
La STS (Pleno) 6 febrero 2014 (Tol 4100882) ha confirmado la cancelación de la
inscripción de la filiación, que había sido realizada en el Registro Civil Consular de los
Ángeles, con apoyo en una certificación registral californiana, en favor de dos varones,
que habían acudido a la gestación por sustitución. Ha considerado que tal inscripción
iba contra el orden público español, pues en “nuestro ordenamiento jurídico y en el de
la mayoría de los países con ordenamientos basados en similares principios y valores, no
se acepta que la generalización de la adopción, incluso internacional, y los avances en
las técnicas de reproducción humana asistida vulneren la dignidad de la mujer gestante
y del niño, mercantilizando la gestación y la filiación, ‘cosificando’ a la mujer gestante
y al niño, permitiendo a determinados intermediarios realizar negocio con ellos, posi-
bilitando la explotación del estado de necesidad en que se encuentran mujeres jóvenes
en situación de pobreza y creando una especie de ‘ciudadanía censitaria’ en la que
solo quienes disponen de elevados recursos económicos pueden establecer relaciones
paterno-filiales vedadas a la mayoría de la población”.

V. LA LEY ORGÁNICA 1/1982, DE 5 DE MAYO DE PROTECCIÓN


CIVIL DEL DERECHO AL HONOR, A LA INTIMIDAD PERSONAL Y
FAMILIAR Y A LA PROPIA IMAGEN
El art. 18 CE sanciona como derechos fundamentales los derechos al honor,
a la intimidad, personal y familiar, y a la propia imagen, cuya protección civil,
frente a las intromisiones ilegítimas, se desarrolla a través de la LO 1/1982, de 5
de mayo.

En el ejemplo visto, el marido con cuya esperma se ha fecundado el óvulo de su esposa puede
ejercitar la acción de reclamación de paternidad; posteriormente, la madre gestante consiente
en dar a su hijo en adopción, la cual se concede a la madre biológica, que no necesita la previa
declaración administrativa de ser idónea, por ser cónyuge del padre del niño (art. 176.2 CC)
18
Fraude de ley, al que, sin embargo, la Dirección General de los Registros y del Notariado en
su Instrucción de 5 de octubre de 2010 da cobertura, al admitir la inscripción en los Registros
civiles consulares de los hijos nacidos mediante gestación por sustitución, cuando, al menos,
uno de los solicitantes sea español y se presente ante el encargado del Registro una resolución
judicial, dictada en el país de origen, la cual (salvo que resulte de aplicación un Convenio In-
ternacional), como regla general, deberá ser objeto de exequátur, conforme al procedimiento
establecido en los arts. 954 y ss. LEC 1881 (tras la reforma operada por la L 62/2003, de 30
de diciembre de medidas, fiscales, administrativas y del orden social).
Los derechos de la personalidad

1. El derecho al honor
Por honor, ha de entenderse la “dignidad personal reflejada en la consideración
de los demás y en el sentimiento de la propia persona”19.
La jurisprudencia, a nuestro entender, un tanto incoherentemente, entiende que la titu-
laridad del derecho al honor corresponde, no sólo a las personas físicas, sino también a las
personas jurídicas20. A nuestro parecer, existe cierta contradicción en atribuir a una persona
jurídica un bien de la personalidad, como es el honor, cuyo fundamento radica en la dig-
nidad del individuo. Ciertamente, es posible que, por ejemplo, la imputación de un hecho
reprobable pueda afectar a todos los miembros de una asociación, pero creemos que, en este
caso, lo vulnerado será el honor de los socios, y no, el de la persona jurídica, pues, al ser una
mera personificación por razones de conveniencia social, no se le puede asignar atributos
esenciales del ser humano, como son los derechos de la personalidad. Cuestión distinta es
que se reconozca legitimación activa a la asociación, en sustitución procesal de sus miem-
bros, con el fin de evitar una pluralidad de demandas individuales de aquéllos.

El art. 7.3º LO 1/1982, considera intromisiones ilegítimas en el derecho al


honor “La divulgación de hechos relativos a la vida privada de una persona o
familia que afecten a su reputación y buen nombre” (p. ej., la divulgación de com-
portamientos reprobables socialmente, como puede ser la drogadicción u otras
adicciones); y el artículo 7.6º LO 1/1982 “La imputación de hechos o la mani-
festación de juicios de valor a través de acciones o expresiones que de cualquier
modo lesionen la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando
contra su propia estimación”.
Ahora bien, la protección del derecho al honor no es absoluta, sino que debe
realizarse con el debido respeto a las libertades de información y de expresión,
consagradas en el art. 20 CE.
La jurisprudencia resuelve los conflictos que entre dichos derechos fundamentales
puedan darse, atribuyendo una inicial preferencia a las libertades de información y
de expresión, porque en ellas concurre un doble carácter: de un lado, son libertades
individuales; y, de otro, garantías institucionales “de una opinión pública indisoluble-
mente unida al pluralismo político dentro de un Estado democrático”21.
Ahora bien la prevalencia de la libertad de información se supedita a que los
hechos que se transmiten tengan interés público; y, además, sean veraces.
No obstante, el deber de veracidad no exige la total exactitud de lo que se transmite,
so pena de incurrir, en caso contrario, en responsabilidad civil, pues tal carga, en la prác-
tica, haría inoperante el reconocimiento de la libertad de información. Lo que el deber
de veracidad impone es la obligación de desplegar la diligencia propia de un correcto

19
V. en este sentido STS 24 abril 2009 (Tol 1509894).
20
V. en este sentido STC 139/1995, de 26 septiembre (Tol 82878).
21
V. en este sentido, entre otras muchas, STC 240/1992, de 21 diciembre (Tol 82020).
Derecho Civil I

profesional de los medios de comunicación en la averiguación de la verdad22. Además,


la jurisprudencia ha creado la llamada “doctrina del reportaje neutral”23, encaminada a
exonerar al comunicador de desplegar un deber de comprobar la veracidad, cuando él
mismo no es autor de la información, sino un puro transmisor de la misma, siempre que
ésta verse sobre un asunto de interés público y cite una fuente digna de solvencia. P. ej.,
un periódico se hace eco de una información aparecida en un documental televisivo,
en el que se atribuye a una persona la comisión del delito. Si el periódico se limita a dar
noticia de dicha información, indicando de donde procede, sin hacer juicios de valor
sobre la misma, ni asumirla como propia, no incurrirá en responsabilidad, aunque luego
se demuestre su falta de veracidad.

La prevalencia de la libertad de expresión no exige el cumplimiento de un deber


de veracidad, porque las ideas o juicios de valor no son, en sí mismos, ni verdaderos,
ni falsos24. No obstante, al igual que sucedía respecto de la libertad de información,
la preferencia de la libertad de expresión exige que los pensamientos, ideas o jui-
cios de valor que se emitan tengan interés general, bien por la materia sobre la que
recaen, bien por las personas a las que se refieren, pues, de otro modo, carecería de
justificación el sacrificio del derecho al honor del ofendido, ya que no se estaría con-
tribuyendo a la formación de una opinión pública libre25. Se requiere, además, que
las manifestaciones que se realicen en ejercicio de la misma, no sean absolutamente
injuriosas o manifiestamente vejatorias o sin relación con la opinión o juicio de valor
que se emite.
Por ello, la STC 336/1993, de 15 de noviembre (Tol 82357), consideró una intromi-
sión ilegítima en el derecho al honor una carta publicada en un periódico, en la que se
aludía al “analfabetismo” de un alcalde, a “su manera de andar por la vida insultando
como un chulo barriobajero” y se le califica como “chabacano” y “mentiroso”; así mis-
mo, se decía que el alcalde “Robó, pero robó poco”, para concluir que “Con gente así
da asco ser ciudadano y pagar como tal”. La STC 170/1994, de 7 de junio (Tol 82575),
consideró también intromisión ilegítima la ocasionada en un artículo, publicado en un
periódico, en el cual se denunciaba la desidia de las autoridades municipales respecto
del estado de conservación de las fachadas de los edificios de la ciudad, relatándose el
desprendimiento de una losa de un edificio, el cual había causado daños a una tran-
seúnte. Concretamente, en el artículo periodístico “se moteja a una de las víctimas como
‘Titi’, cuyo significado peyorativo, insultante en fin, es de sobra conocido y se hace en
tono ostensiblemente despectivo, se inventa un propósito de abandono por parte del no-
vio para conseguir un efecto burlesco, con un ataque frontal a la intimidad, y se imagina
un futuro que sirve tan sólo para darse el gusto de calificar a la mujer ‘como una foca,
coja, pero como una foca’”.

22
V. en este sentido SSTC 240/1992, de 21 diciembre (Tol 82020); 134/1999, de 15 de julio (Tol
81188); y 158/2003, de 15 de septiembre (Tol 312604).
23
V. en este sentido, entre otras muchas, SSTC 53/2006, de 27 de febrero (Tol 860735); y
139/2007, de 4 de junio (Tol 1082618).
24
V. en este sentido STC 9/2007, de 15 enero (Tol 1032871).
25
V. en este sentido SSTC 174/2006, de 5 de junio (Tol 956789); 204/2001, de 15 de octubre (Tol
113846); 181/2006, de 19 de junio (Tol 956907); y 9/2007, de 15 enero (Tol 1032871).
Los derechos de la personalidad

2. El derecho a la intimidad
La intimidad es un espacio de privacidad que la persona tiene derecho a preser-
var del conocimiento de los demás, por referirse a aspectos que sólo a ella atañen
y que entroncan con su propia dignidad (p. ej., sus convicciones religiosas, sus
relaciones afectivas no exteriorizadas socialmente o la información genética).
La STC 127/2003, de 30 junio (Tol 285457), define el derecho a la intimidad como
“un derecho al secreto, a ser desconocido, a que los demás no sepan qué somos o lo que
hacemos, vedando que terceros, sean particulares o poderes públicos, decidan cuáles
sean los lindes de nuestra vida privada pudiendo cada persona reservarse un espacio
resguardado de la curiosidad ajena, sea cual sea lo contenido en ese espacio”.

Dado que la persona tiene el derecho a decidir qué ámbito de su vida privada
quiere que se conozca y cuál no, si consiente, en los términos previstos por el art.
2.2 LO 1/1982, en que un tercero se entrometa en dicho ámbito, tal consentimien-
to excluirá el carácter ilegítimo de la intromisión, por lo que no habrá daño moral
alguno que deba ser reparado.
El art. 18 CE y la LO 1/1982 reconocen el derecho fundamental a la intimidad,
“personal y familiar”.
La doctrina española ha descartado una lectura de esas normas en el sentido
de interpretar que la titularidad del derecho a la intimidad corresponda a la fa-
milia. Lo que sucede es que, dicho derecho “se extiende, no sólo a aspectos de la
vida propia y personal, sino también a determinados aspectos de la vida de otras
personas con las que se guarde una especial y estrecha vinculación, como es la
familiar; aspectos que, por la relación o vínculo existente con ellas, inciden en la
propia esfera de la personalidad del individuo”26. Es, por ello, que se ha conside-
rado una intromisión ilegítima en el derecho a la intimidad familiar de un menor,
el que un medio de comunicación revelara su filiación biológica y el ser su madre
natural una prostituta27 o atribuirse al padre una conducta infiel y una adicción
al sexo28.
El art. 7 LO 1/1982, en sus números 1, 2 y 4, considera intromisiones ilegítimas en el
derecho a la intimidad: 1º) “El emplazamiento en cualquier lugar de aparatos de escucha,
de filmación, de dispositivos ópticos o de cualquier otro medio apto para grabar o reprodu-
cir la vida íntima de las personas”. 2º) “La utilización de aparatos de escucha, dispositivos
ópticos, o de cualquier otro medio para el conocimiento de la vida íntima de las personas
o de manifestaciones o cartas privadas no destinadas a quien haga uso de tales medios,
así como su grabación, registro o reproducción”. 3º) “La revelación de datos privados de

26
V. en este sentido STC 231/1988, de 2 de diciembre (Tol 80078).
27
V. en este sentido STC 197/1991, de 17 de octubre (Tol 81885).
28
V. en este sentido STS 17 junio 2009 (Tol 1554268).
Derecho Civil I

una persona o familia conocidos a través de la actividad profesional u oficial de quien los
revela”.

Hay que tener en cuenta, que, a diferencia de lo dicho respecto del derecho
al honor, la veracidad de los hechos que se desvelan, por sí misma, no excluye el
carácter ilegítimo en la intromisión en el derecho a la intimidad de una persona.
Así resulta de una reiterada jurisprudencia recaída a propósito de conflictos
entre el derecho a la intimidad y la libertad de información, en cuya resolución
se prescinde de la veracidad o falsedad de los hechos sobre las que aquélla versa,
examinándose, tan sólo, si los mismos son de interés general o, por el contrario,
satisfacen un interés puramente morboso derivado del conocimiento de aspectos
de la vida privada de personas famosas, en cuyo caso se considera que la intromi-
sión es ilegítima.
La STC 115/2000, de 5 de mayo (Tol 2784), p. ej., afirma que “a nadie se le puede
exigir que soporte pasivamente la revelación de datos, reales o supuestos, de su vida pri-
vada, personal o familiar”. Por ello, consideró ser una intromisión ilegítima en el derecho
a la intimidad familiar el hecho de que en una revista se divulgaran “defectos, reales o
supuestos” de la recurrente, sin entrar a valorar si era cierta o falsa la declaración de la
antigua niñera de su hija, de que a aquélla le salían granos con frecuencia y de que tenía
celulitis en los muslos.

3. El derecho a la propia imagen


El diccionario de la Real Academia de la lengua española define la “imagen”
como “figura, representación, semejanza o apariencia de una cosa”; y, así mismo,
como “reproducción de la figura de un objeto”.
Por lo que a nosotros nos interesa, y respecto de la persona, podemos tomar
dos acepciones de la “imagen”: de un lado, la “imagen” como “figura”; de otro
lado, la “imagen” como “reproducción” de dicha figura por cualquier procedi-
miento gráfico, técnico o artístico que la haga perceptible por el sentido de la
vista: fotografía, dibujo, pintura, grabado, escultura, televisión, proyección cine-
matográfica, etc.
La “imagen” como “figura” es un bien de la personalidad, un atributo inheren-
te a la persona, consistente en su aspecto exterior físico, que contribuye a indivi-
dualizarla y a identificarla ante la sociedad. La “imagen” como “reproducción” es
un objeto exterior a la propia persona, esto es, el concreto procedimiento a través
del cual se representa la figura humana de modo reconocible por la sociedad.
El derecho a la propia imagen es entonces el poder que el ordenamiento jurídi-
co atribuye a la persona para determinar cuándo es posible la representación de
Los derechos de la personalidad

su figura, o dicho de otro modo, la facultad de decidir cuándo su figura puede ser
reproducida por un tercero y cuándo no.
El art. 7 LO 1/1982, en sus números 5 y 6, considera intromisiones ilegítimas: 1º) “La
captación, reproducción o publicación por fotografía, filme, o cualquier otro procedi-
miento, de la imagen de una persona en lugares o momentos de su vida privada o fuera
de ellos, salvo los casos previstos en el artículo octavo, dos” (al que posteriormente nos
referiremos). 2º) “La utilización […] de la imagen de una persona para fines publicitarios,
comerciales o de naturaleza análoga”.

Al igual que decíamos respecto del derecho a la intimidad, una persona puede
consentir que un tercero capte, difunda o publique su imagen, en cuyo caso la intro-
misión será legítima y no habrá ningún daño moral que resarcir.
Según exige el art. 2 LO 1/1982, tal consentimiento habrá de ser “expreso” y
“será revocable en cualquier momento, pero habrán de indemnizarse en su caso,
los daños y perjuicios causados, incluyendo en ellos las expectativas justificadas”.
Creemos que hay que considerar que el carácter expreso del consentimiento no se
refiere tanto a la forma de prestarlo, como a cada uno de los posibles usos de la imagen
(captación, reproducción o publicación), los cuales deberán ser específicamente autori-
zados. Por ello, el hecho de que una persona haya consentido ser fotografiada no autori-
za a deducir que implícitamente haya dado también su autorización para la publicación
de las fotografías. Así mismo, la autorización para publicar una imagen en un concreto
medio de comunicación no implica que se preste el consentimiento para que la imagen
sea publicada en medios distintos a aquél al que se concedió la autorización29. El medio
de comunicación autorizado para publicar una imagen no puede utilizarla en reportajes
distintos o para fines diversos a los acordados con el titular del derecho30: por ejemplo,
aquél, a quien se concede autorización para publicar una fotografía para ilustrar un
reportaje periodístico, no puede utilizar dicha fotografía para insertarla en un anuncio
publicitario; e, igualmente, el consentimiento dado a un fotógrafo para que exponga un
retrato en un escaparate no autoriza para que pueda reproducirlo en postales.

El art. 3.1 LO 1/1982 prevé que los menores e incapaces presten el consenti-
miento a una intromisión en su propia imagen, “si lo permiten sus condiciones de
madurez”. En el caso de que los menores no tengan suficientes condiciones para
prestar, por sí mismos, su consentimiento para la intromisión, entonces cabe que
lo presten, en su nombre, sus representantes legales. En este caso los represen-
tantes legales deberán prestar dicho consentimiento por escrito, requiriéndose,
además, que lo pongan previamente en conocimiento del Ministerio Fiscal, quien
podrá oponerse en el plazo de ocho días, en cuyo caso decidirá el Juez.
Lo expuesto debe matizarse, teniendo en cuenta las previsiones de la LO 1/1996, de
15 de enero, del menor, que establece un régimen mucho más restrictivo. Según el art. 4

29
V. en este sentido SSTS 24 abril 2000 (Tol 1837) y 24 diciembre 2004 (Tol 340987).
30
V. en este sentido SSTS 3 de diciembre 2008 (Tol 1413580) y 2 junio 2010 (Tol 1878914).
Derecho Civil I

de esta Ley se considera intromisión ilegítima cualquier utilización de la imagen de un


menor en los medios de comunicación “que pueda implicar menoscabo de su honor o
reputación o que sea contraria a sus intereses, incluso, si consta el consentimiento del
menor o de sus representantes legales”. Por lo tanto con independencia de que el menor
tenga condiciones suficientes de madurez y haya prestado su consentimiento, o de que
no la tenga y en su caso lo hayan prestado sus representantes legales, dicho consenti-
miento no actuará como causa de exclusión de la ilegitimidad de la intromisión cuando
el uso de la imagen del menor menoscabe su honor o, en general, sea contraria a sus
intereses, por atentar contra su integridad moral o ser negativa para su formación.

En otro orden de ideas, en algunos supuestos, enunciados en el párrafo segun-


do del art. 8 LO 1/1982, se autoriza la captación, reproducción y publicación de
la imagen de una persona, prescindiéndose de su consentimiento. La razón de esta
autorización estriba en la consideración de que, en tales casos, existe un interés
general que justifica la intromisión, el cual debe prevalecer sobre el interés parti-
cular de la persona en evitar la reproducción de su figura. Se trata de la necesidad
de que en una sociedad democrática pueda existir una opinión pública, libremen-
te formada mediante el acceso a informaciones veraces y a través del contraste de
opiniones, ideas y valoraciones plurales, sobre asuntos de interés público.
A tenor del precepto, el derecho a la propia imagen no impedirá:
1º) “Su captación, reproducción o publicación por cualquier medio cuando
se trate de personas que ejerzan un cargo público o una profesión de notoriedad
o proyección pública y la imagen se capte durante un acto público o en lugares
abiertos al público” (p. ej., en la calle31 o en la terraza de un hotel32).
Por lo tanto, no es lícito captar la imagen de un personaje público en lugares
o momentos de su vida privada (art. 7.5º LO 1/1982), como, p. ej., su domicilio
particular33, el probador de ropa de una tienda34, un coche estacionado en un
lugar discreto a avanzadas horas de la noche35, la habitación de un hotel36 o una
playa recóndita, de difícil acceso al público37.
La STC 19/2014, de 10 de febrero (Tol 4129085), F.J. 8º, ha considerado ilegítima la
publicación de las fotografías de una mujer famosa (en una revista conocida por este tipo
de actuaciones) mientras hacía topless en una playa de Formentera con varias amigas,
porque “No satisfacen objetivamente la finalidad de formación de la opinión pública.
Se mueven en el terreno del mero entretenimiento y de la satisfacción de la curiosidad
intrascendente de cierto público. En definitiva, la contribución del concreto reportaje

31
V. en este sentido STS 15 enero 2009 (Tol 1432548).
32
V. en este sentido STS 16 noviembre 2009 (Tol 1768870).
33
V. en este sentido SSTS 24 abril 2000 (Tol 1837) y 12 julio 2002 (Tol 202926).
34
V. en este sentido STS 22 marzo 2001 (Tol 99621).
35
V. en este sentido STS 13 noviembre 2008 (Tol 1408467).
36
V. en este sentido STS 16 noviembre 2009 (Tol 1768870).
37
V. en este sentido SSTS 1 julio 2004 (Tol 483325) y 12 junio 2009 (Tol 1554275).
Los derechos de la personalidad

publicado a un debate de interés general o a la formación de la opinión pública es nula”.


Frente al criterio del TS, que había sostenido que la información publicada tenía “el
interés propio de los medios pertenecientes al género de entretenimiento”, el TC decla-
rara “que si bien es aceptable que el concepto de interés noticiable sea aplicado a los
programas de entretenimiento, dicho carácter del medio o de las imágenes publicadas
no permite eludir ni rebajar la exigencia constitucional de relevancia pública de la infor-
mación que se pretende divulgar al amparo de la libertad de información. De aceptarse
ese razonamiento, la notoriedad pública de determinadas personas —que no siempre es
buscada o deseada— otorgaría a los medios de comunicación un poder ilimitado sobre
cualquier aspecto de su vida privada, reduciéndolas a la condición de meros objetos de
la industria de entretenimiento”.

2º) La utilización de la caricatura de personas públicas, “de acuerdo con el uso


social38”.
3º) “La información gráfica sobre un suceso o acaecimiento público cuando
la imagen de una persona determinada aparezca como meramente accesoria”39.
El precepto permite, así, la representación gráfica de la imagen de personas, carentes
de proyección pública, pero con una condición, que la misma sea “meramente acceso-
ria” (expresión ésta, que indica, bien a las claras, que la autorización ha de ser interpre-
tada con carácter restrictivo) de un “suceso o acontecimiento público”; y ello, porque,
en este caso, la intromisión se justificará en el ejercicio de la libertad de información
El carácter accesorio de la imagen significa que ésta debe estar siempre en relación de
subordinación, con el suceso o acontecimiento público que ilustra, el cual debe ser “el
objeto principal de la noticia o reportaje”. Dicho de otro modo, imagen accesoria es la
que se encuentra dentro de un reportaje gráfico de manera secundaria y al servicio de
aquél. Por lo tanto, la representación gráfica debe ser realizada de tal modo, que, por su
tamaño40, el plano desde que se capte41 o su carácter repetitivo42, no acabe convirtiendo
a una persona, que no tiene proyección pública (ni por sus circunstancias personales, ni

38
Remitirse al “uso social” como criterio para determinar la legitimidad o ilegitimidad del uso de
la caricatura tiene sus riesgos; y ello, por el creciente proceso de intromisión en los bienes de la
personalidad de los personajes públicos, que tiene lugar en algunos medios de comunicación,
lo que provoca que socialmente comiencen a verse normales conductas que, en ningún modo,
pueden verse amparadas por el Derecho. Por ello, no puede perderse de vista que la autoriza-
ción legal para usar la caricatura se fundamenta en la libertad de expresión. V. en este sentido
STC 23/2010, de 27 de abril (Tol 1841505).
39
Al efecto de enjuiciar el carácter accesorio de la imagen habrá que ponderar su tamaño, en re-
lación con el de la página en la que aparece publicada, tratándose de medios de comunicación
impresos, o en relación con el de la pantalla, si aparece reproducida en televisión. V. en este
sentido STS 14 julio 2005 (Tol 674311) y 20 noviembre 2008 (Tol 1401685). La jurispruden-
cia tiene, además, en cuenta el plano desde el que se capta la imagen publicada, así como el
carácter fugaz o repetitivo de la representación gráfica. V. en este sentido STS 28 mayo 2002
(Tol 162054).
40
V. en este sentido STS 14 julio 2005 (Tol 674311) y 20 noviembre 2008 (Tol 1401685).
41
V. en este sentido SSTS 3 noviembre 1988 (RJ 1988, 8408) y 28 mayo 2002 (Tol 162054).
42
V. en este sentido STS 15 julio 2005 (Tol 674289).
Derecho Civil I

por no tener ningún tipo de relación con asuntos de interés general), en el objeto princi-
pal de la información.

4. La tutela civil frente a las intromisiones ilegítimas


Frene a una intromisión ilegítima en los derechos al honor, a la intimidad o a
la propia imagen, el art. 9 LO 1/1982 se establecen tres tipos de tutela:
a) La inhibitoria, a través de la cual se pretende hacer cesar la intromisión (p.
ej. quitar una cámara oculta, ilícitamente colocada para captar imágenes de una
persona en momentos de su vida privada).
b) La resarcitoria, que se dirige a la obtención de una indemnización para
la reparación del daño moral ocasionado a la víctima de la intromisión, daño
que se presume, una vez acreditado el carácter ilegítimo de aquella y para cuya
reclamación existe un plazo de caducidad de cuatro años.
c) La restitutoria, con la que el perjudicado, en aplicación del principio de pro-
hibición de enriquecimiento injusto, podrá apropiase del “lucro obtenido con la
intromisión ilegítima en sus derechos” por el infractor (p. ej. los ingresos obteni-
dos por una revista con la venta de ejemplares de la misma, debido a que en ellas
hay fotos de un personaje famoso ilícitamente obtenidas).
El art. 4 LO 1/1982 prevé la posibilidad de defensa de los derechos de la persona-
lidad de una persona fallecida, a cargo de quien ésta hubiera designado a tal efecto en
su testamento; en su defecto, en favor de sus parientes próximos (el cónyuge, los des-
cendientes, ascendientes y hermanos de la persona afectada que viviesen al tiempo de
su fallecimiento); y, a falta de todos ellos, al Ministerio Fiscal, siempre que no hubieren
transcurrido más de ochenta años desde el fallecimiento del afectado43.

43
Sin embargo, a nuestro parecer, cabe dudar de si lo que aquí se repara es un daño moral por
intromisión en el derecho al honor, intimidad o propia imagen de una persona, ya fallecida, lo
que es un poco absurdo, ya que la muerte extinguió su personalidad (ex art. 32 CC); o, si, por
el contrario, lo que se repara es el daño moral que experimentan los parientes más próximos,
al haberse cuestionado la reputación de un familiar difunto, haberse desvelado datos privados
o haberse utilizado la imagen del mismo sin el consentimiento de aquéllos.
A este respecto, hay que observar que es a los familiares, a quienes el art. 4 LO 1/982 atribuye
legitimación activa para ejercitar la acción; e igualmente, el art. 9.4 LO 1/1982 les señala como
acreedores de la indemnización; y no, a los herederos del difunto, como, en cambio, establece
el mismo precepto, en los casos de sucesión procesal de la acción, ya ejercitada en vida de
la persona fallecida en el curso del proceso. Acontece, pues, algo parecido a lo que sucede a
propósito de la indemnización por causa de muerte, que según la tradicional jurisprudencia de
la Sala Primera del Tribunal Supremo, corresponde a los familiares próximos del difunto, por
razón del daño moral que éstos experimentan al verse privados de su vida, y no a sus herede-
ros, ya que el fallecido no pudo adquirir ningún derecho a percibir una indemnización por el
hecho de su muerte, porque ésta extinguió su personalidad y, por lo tanto, su capacidad para
ser titular de derechos y de obligaciones.
Los derechos de la personalidad

VI. EL DERECHO AL NOMBRE


Aunque el derecho al nombre no sea consagrado como un derecho fundamental
en la CE, sin embargo, es, sin duda, un derecho de la personalidad, en cuanto, que,
a través de él, se individualizada e identifica al ser humano44.
“A dicho derecho, en cambio, sí se refiere el art. 7.6 LO 1/1982, al tipificar como
intromisión ilegítima “La utilización del nombre […] de una persona para fines publici-
tarios, comerciales o de naturaleza análoga”. La utilización de un nombre, sin el consen-
timiento de la persona afectada dará lugar a la indemnización del daño moral causado.

En principio, la facultad de elegir el nombre es libre y corresponde a los padres.


No obstante existen límites a dicha facultad de elección: a) No podrá consignarse, en
la inscripción, “más de un nombre compuesto, ni más de dos simples” (art. 54.I LRC 1957
y art. 192.I RRC). b) Se prohíben los nombres que “objetivamente perjudiquen a la perso-
na, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan a error en cuanto al sexo”
(art. 54.II LRC 1957 y 192.II RRC). c) “No puede imponerse al nacido nombre que ostente
uno de sus hermanos, a no ser que hubiera fallecido, así como tampoco su traducción
usual a otra lengua” (art. 54.III LRC 1957). No obstante, a tenor del art. 54.IV LRC 1957,
“A petición del interesado o de su representante legal, el encargado del Registro sustituirá
el nombre propio de aquél por su equivalente onomástico en cualquiera de las lenguas
españolas”.

Los apellidos de una persona constituyen el distintivo de su pertenencia a una


familia determinada y derivan de la filiación (art. 109.I CC y art. 55.I LRC 1957).
En esta materia hay que tener en cuenta las siguientes reglas:
a) Si la filiación está determinada respecto de ambos progenitores (esto es, se
sabe quién es el padre y quién la madre), “el padre y la madre de común acuerdo
podrán decidir el orden de transmisión de su respectivo primer apellido, antes de
la inscripción registral” (art. 109.II CC).
Por tanto, puede ocurrir que los progenitores, de común acuerdo, decidan que el
primer apellido del hijo sea el materno y el segundo el paterno. “Si no se ejercita esta
opción, regirá lo dispuesto en la ley” (art. 109.II CC), es decir, el primer apellido de un
español será el primero del padre y el segundo apellido el primero de los personales de
la madre, aunque sea extranjera (art. 194 RRC).

b) Si la filiación está determinada únicamente por una línea (es decir, sólo se
conoce a uno de los progenitores), “ésta determina los apellidos, pudiendo el pro-

44
El derecho al nombre es inalienable (no se puede disponer de él); imprescriptible (los nombres,
ni se pierden por su desuso, ni se adquieren por el uso prolongado); irrenunciable (como con-
secuencia de ser inalienable; y es objeto de protección erga omnes (cfr. en este sentido art. 53
LRC 1957).
Derecho Civil I

genitor que reconozca su condición de tal determinar, al tiempo de la inscripción,


el orden de los apellidos” (art. 55.II LRC 1957).
c) Si la filiación no estuviese determinada por ninguna línea (no se conoce a
ninguno de los progenitores) el encargado del Registro impondrá un nombre y
unos apellidos de uso corriente al nacido (art. 55.V LRC 1957).
d) El orden de apellidos inscrito para el mayor de los hijos regirá en las inscrip-
ciones de nacimiento posteriores de sus hermanos del mismo vínculo (art. 109.III
CC y art. 55.III LRC 1957).
e) Al alcanzar la mayoría de edad, el hijo podrá solicitar que se altere el orden
de los apellidos (art. 109.IV CC y art. 55.IV LRC 1957).

VII. REFERENCIA A LA CUESTIÓN DE LA TRANSEXUALIDAD


En el pasado, ante la ausencia de una norma legal que contemplara la problemá-
tica de la transexualidad, la jurisprudencia45, con apoyo en el art. 10.1 CE, admitió
que los transexuales, quirúrgicamente operados, pudieran cambiar su mención de
sexo en el Registro Civil, pero excluyó que pudieran casarse con personas de su
mismo sexo cromosómico, por considerar que se trataba de un matrimonio homo-
sexual (hay que tener en cuenta que dicha jurisprudencia recayó con anterioridad
a la Ley 13/2005, de 1 de julio, que permitió casarse a personas del mismo sexo)46.
En la actualidad, la Ley 3/2007, de 15 de marzo, permite la rectificación regis-
tral de la mención del sexo, a través de un expediente gubernativo, que se trami-
tará ante el Registro Civil del domicilio del solicitante47.
En dicho expediente hay que acreditar la concurrencia de dos requisitos: en pri-
mer lugar, que el solicitante acredite, mediante la presentación de un informe médico
o psicológico, que sufre una “disforia de género”, es decir, una disociación entre su

45
V. en este sentido SSTS 2 julio 1987 (Tol 409977), 15 julio 1988 (Tol 1735745), 3 marzo 1989
(Tol 1731668) y 19 abril 1991 (Tol 1728846). La STS 6 septiembre 2002 (Tol 212780) no acce-
dió, así, al cambio solicitado (de mujer a varón, en el caso), porque no se había llegado, ni a la
resección del útero y los ovarios, ni a la reconstrucción del pene.
46
No obstante, ya las RRDGRN 8 enero 2001 (Tol 242130) y 31 enero 2001 (RJ 2001, 5095)
admitieron la validez del matrimonio del transexual con otra persona de su mismo sexo cro-
mosómico.
47
Hay que tener en cuenta que, después de la promulgación de la Ley, la jurisprudencia, basán-
dose en los principios sancionados por la misma, admitió el cambio de la mención registral de
sexo, respecto a supuestos que no entraban dentro de su ámbito de aplicación temporal, sin
necesidad de que el solicitante se hubiera sometido a una operación de reasignación sexual,
por prevalencia de los criterios fenotípicos, psicológicos y sociales sobre los puramente cro-
mosómicos. V. en este sentido SSTS 17 septiembre 2007 (Tol 1146766), 28 febrero 2008 (Tol
1347129), 18 julio 2008 (Tol 1353319) y 22 junio 2009 (Tol 1554270).
Los derechos de la personalidad

sexo cromosómico y el que siente como propio, exigiéndose que dicho sentimiento sea
permanente y no se deba a trastornos de la personalidad; y, en segundo lugar, que el
solicitante pruebe que ha sido tratado médicamente durante, al menos, dos años, para
acomodar sus características físicas a las correspondientes al sexo reclamado, salvo que
“concurran razones de salud o edad que imposibiliten su seguimiento y se aporte certi-
ficación médica de tal circunstancia”. En cambio, no será necesario para la concesión
de la rectificación registral de la mención del sexo de una persona que el tratamiento
médico haya incluido cirugía de reasignación sexual.

La resolución que acuerde la rectificación de la mención registral del sexo


tendrá efectos constitutivos a partir de su inscripción en el Registro Civil. La rec-
tificación registral permitirá a la persona ejercer todos los derechos inherentes a
su nueva condición.
El cambio de sexo y nombre acordado no alterará la titularidad de los derechos y
obligaciones jurídicas que pudieran corresponder a la persona con anterioridad a la ins-
cripción del cambio registral (si el transexual estuviera casado, por este mero hecho, no
se disolverá su matrimonio, ni tampoco perderá, salvo que así lo aconseje el interés de los
menores, el derecho a relacionarse con sus hijos48).

En realidad, desde la entrada en vigor de la Ley 13/2005, de 1 de julio, es evi-


dente que el matrimonio de los transexuales no plantea ningún problema de vali-
dez. Pero conviene precisar que el matrimonio contraído por un transexual (que,
conforme a lo dispuesto en la Ley 3/2007, de 15 de marzo, hubiera cambiado la
mención de su sexo en el Registro) con una persona, que, aunque tenga su mismo
sexo cromosómico, legalmente sea de sexo diverso, no será homosexual, sino he-
terosexual. En cualquier caso, el contrayente que desconociera el cambio de sexo
de su consorte podría pedir la nulidad del matrimonio al amparo del art. 73.4 CC
(por error en cualidad personal).
El error es posible, desde el momento en que, recaída la resolución, “Se cambiará el
nombre, imponiéndose uno acorde a su nuevo sexo. El cambio de sexo y nombre obli-
gará a quien lo hubiere obtenido a solicitar la emisión de un nuevo documento nacional
de identidad ajustado a la inscripción registral rectificada. En todo caso se conservará el
mismo número del documento nacional de identidad. No se dará publicidad sin autori-
zación especial de la rectificación registral de la mención relativa al sexo de la persona”.

48
V. en este sentido la STC 176/2008, de 22 de diciembre (Tol 1416108), que consideró cons-
titucional la restricción del régimen de visitas, inicialmente acordado en favor del padre, que
posteriormente se sometió a una cirugía de reasignación sexual. Esta restricción se basó en los
informes periciales psicológicos, que encontraban riesgos relevantes para la integridad psíquica
del niño debido a la inestabilidad emocional del recurrente. La resolución fue posteriormente
confirmada por la STEDH 30 noviembre 2010 (Tol 2647876).
Derecho Civil I

VIII. CUESTIONARIO
1º. Explique la protección constitucional de los derechos de la personalidad.
¿Son todos ellos protegibles por esta vía?
2º. ¿Es resarcible el daño moral que sufren los padres como consecuencia de
verse privados de la facultad de abortar, en el caso de que no se les informase
adecuadamente de que el feto padecía malformaciones?
3º. Explique la donación de órganos, distinguiendo su alcance según los do-
nantes estén vivos o fallecidos.
4º. ¿Con qué libertades choca habitualmente el derecho al honor? Explique las
pautas y criterios para resolver el conflicto de derechos.
5º. ¿Qué se entiende por ‘intimidad familiar’?
6º. ¿Qué protege el derecho a la propia imagen?
7º. Enumere los medios de tutela civil frente a una intromisión ilegítima en los
derechos al honor, intimidad o propia imagen.
8º. ¿Es posible el matrimonio del transexual? ¿Qué problema planteaba con
anterioridad a la Ley 13/2005, de 1 de julio?
9º. Enumere los límites que existen a la elección del nombre.
10º. ¿Puede alterarse el orden de los apellidos de una persona? En caso afirma-
tivo, ¿en qué momento?

VI. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Una publicación perteneciente al llamado ámbito de la “prensa rosa” publicó la ima-
gen desnuda de una conocida modelo, mientras ésta tomaba el sol en el jardín de su casa.
La imagen fue captada aéreamente con un objetivo de gran distancia.

Cuestiones
1. ¿Es legítima la intromisión en el derecho a la propia imagen de la actriz?
2. De no serlo, ¿qué consecuencias produciría?

2º. Supuesto de hecho


Don Juan falleció en un hospital, como consecuencia de una larga enfermedad, sin
haber dejado instrucciones de última voluntad sobre el destino de sus órganos. Un equipo
médico que necesitaba un riñón para trasplantarlo a una persona enferma comunicó a los
familiares de Don Juan su propósito de extraérselo, ante lo cual se opusieron.
78 Los derechos de la personalidad

Cuestiones
1. ¿Podrá procederse a la extracción del riñón de Don Juan contra la oposición de sus
familiares?

X. BIBLIOGRAFÍA
AA.VV.: Veinticinco años de Aplicación de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección
Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen (director
JR. de Verda y Beamonte, J. R.), Cizur Menor, 2007; AA.VV.: El derecho a la imagen desde
todos los puntos de vista (director de Verda y Beamonte), Cizur Menor, 2011; Blasco Gascó,
F.: Patrimonialidad y personalidad de la imagen, Barcelona, 2008; AA.VV.: Derecho al honor tu-
tela constitucional, responsabilidad civil y otras cuestiones: (director JR. de Verda y Beamonte),
Cizur Menor, 2015. Verda y Beamonte, J. R.: “Inscripción de hijos nacidos mediante gestación
por sustitución (a propósito de la Sentencia del Juzgado de Primera Instancia número 15 de Va-
lencia, de 15 de septiembre de 2010”, LL, núm. 7501, 2010, De Verda y Beamonte, J.R. “Los
derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen como límites del ejercicio de los derechos
fundamentales de información y de expresión: ¿una nueva sensibilidad de los tribunales?", De-
recho Privado y Constitución, 2015; Gordillo Cañas, A.: Transplantes de órganos: ‘pietas’
familiar y solidaridad humana, Madrid, 1987; Grimalt Servera, P.: La protección civil de los
derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen, Madrid, 2007; Hualde Sánchez, J.J.: “La
protección ‘post mortem’ de los de la personalidad y la defensa de la memoria del desaparecido”, en
AA.VV.: Bienes de la personalidad, XIII Jornadas de la Asociación de Profesores de Derecho Civil,
Murcia, 2008; Jiménez Muñoz, F.J.: “Denegación de la inscripción de la filiación determinada por
la celebración de un contrato de gestación por sustitución. Comentario a la STS 835/2013, de 6 de
febrero de 2014”, Revista Boliviana de Derecho núm. 18, 2014; Linacero de la Fuente, Mª.
A.: El nombre y los apellidos, Madrid, 1992; Ponce Peñaranda, C., Martínez Otero, J. y
García Moliner, L.: “La legitimidad jurídica y deontológica del uso de cámaras ocultas en pe-
riodismo”, RdNT, núm. 30, sept.-dic. 2012; Requena López, T.: “Sobre el ‘derecho a la vida’”,
Revista de Derecho constitucional europeo, núm. 12, 2009; Vidal Martínez, J.: El derecho a
la intimidad en la Ley Orgánica de 5-5-1982, Madrid, 1984.
Lección 5
Comienzo y extinción de la personalidad

Sumario: I. Capacidad jurídica y capacidad de obrar.- II. Comienzo de la personalidad.- 1. Requi-


sitos- 2. Partos múltiples.- 3. Prueba del nacimiento.- III. Protección jurídica del concebido no
nacido.- III. La extinción de la personalidad: la muerte. - 1. Determinación y efectos.- 2. Presunción
de fallecimiento simultáneo o conmoriencia.- 3. Prueba de la muerte.- IV. Cuestionario.- V. Casos
prácticos.- VI. Bibliografía.

I. CAPACIDAD JURÍDICA Y CAPACIDAD DE OBRAR


Es necesario distinguir claramente entre capacidad jurídica y capacidad de
obrar.
a) La capacidad jurídica, concepto equivalente al de personalidad, es la aptitud
para ser sujeto de derechos y de obligaciones. Se dice que tiene carácter absoluto,
en la medida en que, como posteriormente veremos, el ordenamiento jurídico
atribuye dicha aptitud a toda persona, por el mero hecho de serlo y como conse-
cuencia del reconocimiento de su dignidad como ser humano; p. ej., toda persona,
con independencia de su edad (un recién nacido) o de su aptitud para gobernarse
por sí misma (un incapacitado judicialmente), puede, en abstracto, ser propietario
de un bien.
b) La capacidad de obrar es, por el contrario, la aptitud para celebrar, válida y
eficazmente, actos y negocios jurídicos (p. ej., contratos). A diferencia de la perso-
nalidad, se dice que tiene carácter relativo, por depender de la edad y de la aptitud
de la persona gobernarse por sí misma. Tienen, así, plena capacidad de obrar (y,
por tanto, para contratar) los mayores de edad, que no hayan sido incapacitados
judicialmente por padecer una enfermedad persistente, física o psíquica, que así
lo haga necesario.
Así, un niño de 6 años tiene capacidad jurídica o personalidad, por lo que podrá
ser propietario de una vivienda. Ahora bien, al carecer de plena capacidad de obrar no,
podrá comprarla, por sí mismo, por lo que deberán ser sus representantes legales (padres
o tutores) quienes celebren, en su nombre, el contrato de compraventa.
Comienzo y extinción de la personalidad

II. COMIENZO DE LA PERSONALIDAD


1. Requisitos
A tenor del art. 30 CC, “La personalidad se adquiere en el momento del na-
cimiento con vida, una vez se ha producido el entero desprendimiento del seno
materno”. A partir de ese momento se tiene, pues, capacidad jurídica o aptitud
para ser titular de derechos y de obligaciones (comienza a contarse la edad, se es
titular de los derechos fundamentales, de un patrimonio, se es capaz de suceder
mortis causa y de ser causante de herencia).
A diferencia de lo que sucedía en el Derecho anterior, el vigente art. 30 CC, ya no se
exige para adquirir la personalidad jurídica que el nacido tenga figura humana, ni que lo-
gre vivir 24 horas enteramente desprendido del seno materno, requisitos que pretendían
evitar cambios en la trayectoria de los bienes hereditarios de los patrimonios familiares
cuando el heredero sólo sobreviviera unos instantes después del nacimiento.
Esta modificación ha sido introducida por la Disposición Final 3ª de la Ley
20/2011, de 21 de julio, del Registro Civil, que entró en vigor en este apartado al día
siguiente de su publicación en el BOE. De este modo se adapta el Derecho español a
lo dispuesto por el art. 7 de la Convención sobre los derechos del niño, adoptada por
la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 20 de noviembre de 1989, ratificada
por el Estado español el 30 de noviembre de 1990.

2. Partos múltiples
Según dispone el art. 31 CC, la prioridad del nacimiento, en caso de partos
dobles, otorga al primer nacido los derechos que la ley reconoce al primogé-
nito. El precepto se aplica no sólo a los partos dobles, sino a todos los partos
múltiples. Debe hacerse constar en la inscripción del nacimiento en el Registro
Civil la hora del mismo, se hará constar la prioridad entre ellos, o que no ha
podido determinarse (art. 170.1 RRC).
El precepto no establece más derechos para el primogénito respecto de sus
hermanos, simplemente se refiere a que puede haber una serie de efectos que
deriven de esa prioridad del nacimiento, bien voluntarios, como en la sucesión
testamentaria, la designación de heredero o mejora a favor del primogénito, bien
legales, como las normas excepcionales que rigen la sucesión al trono o ciertos
títulos nobiliarios.

3. Prueba del nacimiento


Las actas del Registro Civil son la prueba del nacimiento. Éste debe inscribirse
en el Registro Civil (art. 40 LRC 1958) y dan fe de la fecha, la hora, el lugar de
nacimiento, el sexo y la filiación del inscrito (art. 41 LRC 1957). Sólo podrán
Derecho Civil I

sustituirse las actas del Registro Civil por otros medios de prueba cuando hayan
desaparecido los libros por cualquier causa.
Están obligados a promover esta inscripción los padres o parientes más próxi-
mos y, en caso de que no existan, cualquier persona mayor de edad que estuviera
presente en el lugar del nacimiento o el establecimiento donde se hubiera produci-
do el parto (art. 43 LRC 1957) durante los nueve días siguientes al nacimiento. En
cualquier caso, no es necesario llevar al recién nacido a las oficinas del Registro
sino que basta con la declaración del solicitante y el parte médico.

III. PROTECCIÓN JURÍDICA DEL CONCEBIDO NO NACIDO


A tenor del art. 29 CC, “El nacimiento determina la personalidad”, pero “el
concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables, siem-
pre que nazca “con vida, una vez producido el entero desprendimiento del seno
materno”.
Esta regla que parte del Derecho romano, trata de evitar las consecuencias desfavo-
rables que supondría la estricta aplicación del Derecho sucesorio hacia el hijo póstumo,
toda vez que uno de los efectos de la adquisición de la personalidad es la adquisición
de la capacidad para suceder. Con la regla prevista en nuestro actual art. 29 CC, no
se atribuye personalidad a quien todavía no ha nacido, pero se le protege como si lo
hubiera hecho sólo en relación con aquellos efectos que le fueren favorables. Todo ello
supeditado a que finalmente nazca y adquiera la personalidad1.

Los efectos civiles favorables en los que está pensando el precepto son, bási-
camente, la posibilidad, por parte del concebido no nacido, de ser donatario y de
adquirir bienes de la herencia a la que es llamado antes de su nacimiento (y, por
lo tanto, antes de que tenga capacidad para suceder en ella2).

1
Es distinta la situación de los concepturi o nondum concepto, esto es, de quienes todavía no
han sido concebidos, por lo que estamos hablando de la protección de las personas futuras o
que todavía no existen o cuya existencia no está siquiera proyectada. En estos casos falta el
sujeto del derecho subjetivo, por lo que no puede hablarse de protección exactamente ni de
atribución de derechos, sino más bien de creación de situaciones de administración o goce
temporal de los bienes que corresponderán al futuro individuo por otras personas que quedan
condicionadas al nacimiento del hijo. Ello es posible en nuestro mediante figuras como la
sustitución fideicomisaria, el llamamiento directo sujeto a la condición de que nazcan, o las
donaciones con cláusula de reversión del art. 641, incluso en contratos con aseguradoras, renta
vitalicia, etc.
2
En materia sucesoria, los arts. 959 y ss. CC regulan una serie de cautelas a tener en cuenta
cuando la viuda del causante queda encinta. No obstante, las normas son aplicables a todas
aquellas herencias en las que participe un nasciturus aunque la madre no sea la viuda del cau-
sante, tanto en la sucesión voluntaria o testada como en el abintestato o legal.
Comienzo y extinción de la personalidad

Ahora bien, dichos efectos favorables no son los únicos3. Así, p. ej., la SAP Córdoba
25 septiembre 1997 (AC 1997, 1793) considera perjudicada y, por tanto, coacreedora
de la indemnización cobrada por los padres del difunto, a la hija menor del mismo, que
todavía no había nacido al tiempo de producirse el accidente de tráfico que le quitó la
vida a su padre. En consecuencia, estima parcialmente el recurso de apelación interpues-
to por la madre y condena a los abuelos a abonar a su nieta, representada por su madre,
la mitad de las indemnizaciones por ellos percibidas4.

Así, según el art. 627 CC, “Las donaciones hechas a los concebidos y no naci-
dos podrán ser aceptadas por las personas que legítimamente los representarían,
si se hubiera verificado ya su nacimiento”, esto es, sus padres.
La finalidad de la norma consiste en impedir que el donante revoque la dona-
ción, cosa que ya no es posible una vez aceptada. Ni reconoce personalidad al aún
no nacido, ni le atribuye derechos de manera inmediata, simplemente se suspende
la atribución de derechos a favor de otras personas hasta que se produzca o quede
claro que no va a producirse el nacimiento en la forma prevista en el art. 30 CC.
Verificado el mismo, los derechos se adquieren por el nacido con efectos retroac-
tivos al momento de la concepción.

III. LA EXTINCIÓN DE LA PERSONALIDAD: LA MUERTE


1. Determinación y efectos
Según el art. 32 CC, “La personalidad civil se extingue por la muerte de las
personas”.

Las reglas se dirigen al nasciturus y a las personas que tengan un derecho a la herencia que
deba desaparecer o disminuir si el niño nace. De ahí que el art. 966 CC disponga la suspensión
de la división de la herencia hasta que se verifique el nacimiento o el aborto o resulte por el
transcurso del tiempo que la viuda no estaba encinta. Se proveerá, además, durante ese período
temporal la seguridad y la administración de los bienes hereditarios (art. 965 CC) Así como la
adopción de medidas para evitar la suposición del parto, o que la criatura pase por viable no
siéndolo en realidad (arts. 96 y 961 CC).
3
Un efecto civil favorable evidente es la posibilidad de que el nacido con daños que tengan su
origen en una negligencia médica durante el período de embarazo pueda reclamar su resarci-
miento.
4
Otro efecto civil favorable, que la jurisprudencia reconoce con apoyo en el art. 29 CC, es el
de poder pedir la madre embarazada una pensión de alimentos antes de que el hijo nazca y
en previsión de que nacerá. V. en este sentido SAP Cuenca 27 mayo 1999 (AC 1999, 5908),
así como AAPP La Coruña 23 marzo 2001 (JUR 2001, 178683) y 26 abril 2012 (JUR 2012,
180445).
Derecho Civil I

La extinción de la personalidad supone el cambio de la condición de sujeto de


Derecho a la de “objeto” de Derecho: la persona se “cosifica”, convirtiéndose su
cuerpo en cadáver.
En el orden civil son numerosas las sentencias que, con apoyo en la costumbre,
entienden que la custodia del cadáver y por lo tanto la facultad de decidir sobre
su traslado, corresponde al cónyuge viudo, con preferencia a los padres, incluso,
aunque estos sean los herederos del difunto, por haber fallecido sin testamento, ya
que dicha facultad de custodia, al no tener carácter patrimonial, no se integra en el
contenido de la herencia5.

Es, por tanto, un hecho físico, la muerte biológica (y no otras antiguamente


aplicadas, como la esclavitud o la muerte civil), la única causa de extinción de la
personalidad civil (lo contrario contravendría el art. 10 CE).
Cabe, sin embargo, una tutela civil post mortem, en defensa de lo que se ha deno-
minado personalidad pretérita, ya sea confiándola a los herederos, como sucede con el
ejercicio de las acciones de reconocimiento o impugnación de la filiación (arts. 132.II y
136.II CC); ya sea confiando su tutela a quien el difunto hubiere designado en testamento
o, en caso de que no lo hubiere, a los parientes o al Ministerio Fiscal, como sucede en
el caso de la protección del derecho al honor, intimidad personal y familiar y propia
imagen (art. 3 LO 1/1982).

El CC no dice cuándo debe reputarse muerta una persona, pero el art. art. 9.2
RD 1723/2012, de 28 de diciembre, el cual desarrolla la Ley 30/1979, de 27 de
octubre, sobre extracción y trasplante de órganos, la fija en el momento en que
conste el cese irreversible de las funciones cardiorrespiratorias o el cese efectivo
de las funciones encefálicas.
La muerte determina la extinción de las relaciones jurídicas de carácter per-
sonalísimo, ya sean de carácter personal, como son la disolución del matrimonio
(arts. 85 y 88 CC) y la extinción de la patria potestad (art. 169.1 CC) y la tutela
(art. 266. 3 CC); ya sean de carácter patrimonial, como son la extinción del usu-
fructo (art. 513.1 CC) o de los contratos de obra (art. 1595 CC), sociedad (art.
1700.3 CC) o mandato (art. 1732. 3 CC).
En cambio, no se extinguen los derechos y obligaciones, que no tengan carácter
personalísimo, los cuales se integrarán en la herencia del difunto y, junto con sus
bienes, se transmitirán, desde el momento de su muerte, a quienes tengan derecho
a sucederle (arts. 657 y 659 CC).

5
V. en este sentido SSAP Pontevedra 9 diciembre 1998 (AC 1988, 2483), Málaga 7 junio 2000
(JUR 2000, 265019) y 11 diciembre 2003 (JUR 2006, 18440).
Comienzo y extinción de la personalidad

2. Presunción de fallecimiento simultáneo o conmoriencia


Para que alguien pueda heredar es preciso que sobreviva al causante de la
herencia. Por ello, cuando fallecen dos personas llamadas a sucederse (p. ej., un
padre y un hijo, en un mismo accidente de circulación), es necesario saber quién
ha muerto antes, para poder determinar cuál de ellas heredará a la otra.
Según el art. 33 CC, “Si se duda, entre dos o más personas llamadas a suceder-
se, quién de ellas ha muerto primero, el que sostenga la muerte anterior de una o
de otra, debe probarla; a falta de prueba, se presumen muertas al mismo tiempo
y no tiene lugar la transmisión de derechos de uno a otro”6.
Aunque la norma no lo especifique, no se requiere que el fallecimiento sea con-
secuencia de un mismo accidente o suceso, de modo que ambas muertes pueden
deberse a causas diferentes.
También se aplica la regla contenida en la norma fuera del ámbito hereditario, esto
es, en cualquier supuesto que exija la supervivencia de uno de ellos para la adquisición
de un derecho.

La prueba podrá practicarse a través de cualquiera de los admitidos en Dere-


cho (documental, testifical, pericial, etc.).

3. Prueba de la muerte
Al igual que el nacimiento, el fallecimiento de una persona debe inscribirse en
el Registro Civil constituyendo ésta prueba del mismo. En ella se hace constar la
fecha, hora y lugar de la muerte (art. 16 LRC 1957) y están obligados a promover-
la los parientes consanguíneos hasta el cuarto grado y afines hasta el segundo (art.
83 LRC 1957) Para enterrar el cadáver es necesario que hayan transcurrido 24
horas, salvo que hubiere indicios de muerte violenta, en cuyo caso se suspenderá
la licencia de enterramiento hasta que lo decida la autoridad judicial competente.

IV. CUESTIONARIO
1º. Diferencie los conceptos de capacidad jurídica y capacidad de capacidad
de obrar.
2º. ¿De qué circunstancias depende la capacidad de obrar?
3º. ¿Cuándo se adquiere la personalidad?

6
V., para un caso de aplicación del precepto, STS 10 marzo 1998 (RJ 1998, 1283).
Derecho Civil I

4º. ¿Para qué efectos el concebido se tiene por nacido?


5º. ¿Cuándo se extingue la personalidad?
6º. ¿Cómo se determina legalmente la muerte de la persona?
7º. ¿Cómo se prueba la muerte de una persona?
8º. ¿Qué relaciones jurídicas se extinguen como consecuencia de su muerte?

V. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


D. Ángel, enterado de que hija estaba embarazada, queriendo favorecer a su futuro
nieto, donó a éste la propiedad de una vivienda, donación que fue aceptada por su madre.
A las pocas semanas, como consecuencia de las desavenencias con su hija, D. Ángel revocó
la donación.

Cuestiones.
1. ¿Es válida la donación hecha por D. Ángel a su futuro nieto?
2. En caso de serlo, ¿podrá después revocarla?

VI. BIBLIOGRAFÍA
Callejo Rodríguez, C.: Aspectos civiles de la protección al concebido no nacido, Madrid, 1997;
Gullón Ballesteros, A.: “Capacidad jurídica y capacidad de obrar”, en “Estudios de Derecho
Judicial”, núm. 22, 1999, pp. 11 y ss.; Lalaguna Domínguez, E.: “El artículo 29 del Código
Civil como norma de protección jurídica del concebido”, RJN, 2001, pp. 137 y ss.; Ramos
Chaparro, E.: La persona y su capacidad civil, Madrid, 1995.
Lección 6
El estado de la persona y el Registro Civil

Sumario: I. Consideraciones preliminares.- II. El estado de la persona.- III. El registro civil. - 1. Re-
gulación.- 2. Datos inscribibles.- 3. Secciones del Registro Civil.- 4. Organización territorial del
Registro Civil.- A) Registros municipales.- B) Registro consular.- C) Registro central.- 5. Tipos
de asientos.- A) Las inscripciones.- a) Inscripciones principales o marginales.- b) Inscripciones
constitutivas y declarativas. – B) Las anotaciones.- C) Las notas marginales. – D) Asientos de
cancelación.- E) Indicaciones.- 6. La rectificación de asientos registrales.- A) Por vía judicial.- B)
Por expediente gubernativo.- IV. Cuestionario.- V. Casos prácticos.- VI. Bibliografía.

I. CONSIDERACIONES PRELIMINARES
El art. 1 de la todavía vigente Ley de 8 de junio de 1957, del Registro Civil es-
tablece que en el Registro se inscribirán los hechos concernientes al estado civil de
las personas y aquellos otros que determina la Ley. De forma similar, la futura Ley
20/2011, de 21 de julio, de Registro Civil, que entrará en vigor en el 30 de junio
de 2017, según dispone la disposición final 4ª de la LJV, en su apartado número
doce, especifica en su art. 2 que el Registro Civil tiene por objeto hacer constar
oficialmente los hechos y actos que se refieren al estado civil de las personas y
aquellos otros que determine la presente Ley.
De lo expuesto se desprende, por tanto, que el Registro Civil gira básicamente
sobre el estado de la persona, del que omite, al igual que hiciera el CC en sus arts.
325 y ss., concretar su contenido.

II. EL ESTADO DE LA PERSONA


El concepto de estado de la persona nunca ha sido un concepto estático. Por
el contrario, a lo largo de la historia siempre se ha encontrado influenciado por
factores políticos, sociales o religiosos que han sido determinantes para establecer
un modo de estar la persona en el seno de la familia y de la comunidad, como
anteriormente fuera la edad de mujer para alcanzar la mayoría de edad, su limi-
tación de capacidad por razón de matrimonio… Estas restricciones han quedado
superadas actualmente, reconociendo el art. 14 CE, el principio de igualdad de
todos los españoles ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna
por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición
o circunstancia personal o social.
El estado de la persona y el Registro Civil

Sin embargo, sigue habiendo circunstancias que motivan que los individuos
ostenten estatutos diferentes, que no hacen sino poner de manifiesto que dicha ap-
titud ante el Derecho queda concretada en atención a determinadas condiciones
o cualidades objetivas, como ser mayor o menor de edad; estar casado o soltero,
ser nacional o extranjero, etc.
A este conjunto de cualidades que condiciona el régimen jurídico de la per-
sona, se le denomina estado civil. Dichas cualidades suelen estar vinculadas con
la capacidad de obrar, con la existencia de vínculos familiares y con criterios de
determinación del Derecho aplicable a la persona en atención a su nacimiento y
residencia. De ahí, que se pueda entender que fundamentalmente están vinculados
con la edad; matrimonio y filiación; nacionalidad y vecindad civil y situaciones
declaradas de incapacidad.
El estado civil es una característica que tiene toda persona, a la que el ordena-
miento jurídico ampara dotándole de protección penal (art. 401 CP) y civil (art.
1902 CC), de carácter indisponible, irrenunciable e imprescriptible. Las normas
que le afectan son de naturaleza imperativa, por estar consideradas de orden pú-
blico, lo que justifica la intervención del Ministerio Fiscal en todas las cuestiones
que le afecten.
Los procedimientos vinculados con el estado de las personas se instarán me-
diante juicio verbal y se encuentran regulados en la LEC (arts. 748 y ss.). En todo
caso, en las sentencias sobre estado civil, matrimonio, filiación, paternidad, ma-
ternidad e incapacitación y reintegración de la capacidad la cosa juzgada tendrá
efectos frente a todos a partir de su inscripción o anotación en el Registro Civil
(art. 222.3º LEC).
La prueba del estado civil se hace mediante inscripción en el Registro Civil (arts. 7 y
8 LRC 1957), que constituye la prueba de los hechos relativos al estado civil (art. 327 CC,
art. 2 LRC 1957 y art. 17 LRC 2011). No obstante, la filiación también podrá acreditarse
mediante la posesión de estado.

En nuestro ordenamiento jurídico, el principal título de legitimación lo consti-


tuye la inscripción en el Registro Civil, y sus certificaciones y, sólo en su defecto, la
posesión de estado. Esta presunción parte del entendimiento de que quien disfruta
de un determinado estado recibiendo la denominación, el trato y el reconocimien-
to social correspondiente al mismo es porque lo tiene adquirido, como queda
plasmado en la exigencia de haber adquirido: nomem, tractatus y fama.
Dicho título cabe contraponerlo al título de adquisición. Cuando se cumplimentan
los presupuestos exigidos por el ordenamiento para la adquisición de un determinado
estado, se está obteniendo el título de adquisición mientras que el que hace posible el
ejercicio de las acciones y facultades inherentes a dicha situación sin necesidad de tener
que demostrar cada vez la existencia de la causa por la que se ostenta dicho estado es
el título de legitimación
Derecho Civil I

III. EL REGISTRO CIVIL


1. Regulación
Su regulación se encuentra contenida en los arts. 325 y ss. C.C., en la LRC
1957 y en el Decreto de 14 de noviembre de 1958, por el que se aprueba el Re-
glamento de la LRC 1957. Ahora bien, esta normativa será sustituida por la LRC
2011, con el propósito de introducir un cambio radical en la concepción y estruc-
tura del Registro, lo que obliga a referirse a ambas normativas.
Aunque la finalidad del Registro es la misma, dicha reforma concibe el Regis-
tro Civil como un registro electrónico, en el que se practican asientos informáti-
cos, que organiza la publicidad y da fe de los hechos y actos del estado civil.

2. Datos inscribibles
En la actualidad, constituyen objeto del Registro Civil los siguientes datos re-
lativos a las personas: el nacimiento, la filiación, el nombre y apellidos, la eman-
cipación y habilitación de edad, las modificaciones judiciales de la capacidad de
las personas o que éstas han sido declaradas en concurso, quiebra o suspensión de
pagos, las declaraciones de ausencia o fallecimiento, la nacionalidad y vecindad,
la patria potestad, tutela y demás representaciones que señala la Ley, el matrimo-
nio y la defunción.
La inscripción de estas circunstancias en el Registro Civil constituye la prueba de
los hechos inscritos. Será requisito indispensable para su admisión que, previa o simul-
táneamente, se haya instado la inscripción omitida o la reconstitución del asiento. Sólo
en los casos de falta de inscripción o en los que no fuere posible certificar del asiento se
admitirán otros medios de prueba.
El art. 4 LRC 2011 expresa que tienen acceso al Registro Civil los hechos y actos que
se refieren a la identidad, estado civil y demás circunstancias de la persona.

Son, por tanto, inscribibles: 1º. El nacimiento. 2º. La filiación. 3º. El nombre y
los apellidos y sus cambios. 4º. El sexo y el cambio de sexo. 5º. La nacionalidad y
la vecindad civil. 6º. La emancipación y el beneficio de la mayor edad. 7º. El ma-
trimonio. La separación, nulidad y divorcio. 8º. El régimen económico matrimo-
nial legal o pactado. 9º. Las relaciones paterno-filiales y sus modificaciones. 10º.
La modificación judicial de la capacidad de las personas, así como la que derive
de la declaración de concurso de las personas físicas. 11º. La tutela, la curatela y
demás representaciones legales y sus modificaciones. 12º. Los actos relativos a la
constitución y régimen del patrimonio protegido de las personas con discapaci-
dad. 13º. La auto-tutela y los apoderamientos preventivos. 14º. Las declaraciones
de ausencia y fallecimiento. 15º. La defunción.
El estado de la persona y el Registro Civil

3. Secciones del Registro Civil


La vigente LRC 1957 organiza el Registro civil en cuatro Secciones, que se
llevan en libros distintos: la primera, “Nacimientos y general”; la segunda, “Ma-
trimonios”; la tercera, “Defunciones”, y la cuarta, “Tutelas y representaciones
legales”.
- Sección 1ª. Nacimientos y general.
La inscripción del nacimiento queda regulada en los arts. 40 LRC 1957 y ss., como
asiento inicial y principal sobre el que giran todos los hechos o circunstancias suscepti-
bles de inscripción. En él deberá inscribirse el nacimiento de la persona, con expresión
de fecha, hora y lugar en que acaeció, sexo y en su caso filiación (art. 41 LRC 1957).
Como dice el Preámbulo de la Ley se trata de “hacer del folio de nacimiento un
cierto Registro particular de la persona, que ha de facilitar la publicidad registral”. Tal
finalidad se conseguirá no sólo por medio de las notas de referencia, sino también por
las inscripciones marginales.
a) Notas de referencia. “Al margen de la inscripción de nacimiento se pondrá nota re-
ferencia a las de matrimonio, tutela, representación y defunción del nacido. En estas ins-
cripciones se hará constar, a su vez, referencia a la del nacimiento” (art. 39 LRC 1957).
b) Inscripciones marginales. Según el art. 46 LRC 1957, se inscriben el margen de la
correspondiente inscripción de nacimiento: la adopción, las modificaciones judiciales
de capacidad, las declaraciones de concurso, quiebra o suspensión de pagos, ausencia o
fallecimiento, los hechos relativos a la nacionalidad o vecindad y, en general, los demás
inscribibles para los que no se establece especialmente que la inscripción se haga en otra
Sección del Registro.
Cuantos hechos afecten a la patria potestad, salvo la muerte de los padres, se inscri-
birán al margen de la inscripción de nacimiento de los hijos.
- Sección 2ª. Matrimonios.
En esta sección se inscriben, abriendo folio, los matrimonios, cualquiera que sea la
forma, civil o religiosa, en que se hayan celebrado.
Como anotaciones marginales a dicha inscripción principal se inscribirán las senten-
cias y resoluciones sobre validez, nulidad, separación (art. 76 LRC 1957 y Disposición
ad. 9ª Ley 7 julio 1981).
La existencia de pactos, resoluciones judiciales y demás hechos que modifiquen el
régimen económico de la sociedad conyugal (art. 77 LRC 1957 y art. 1332 CC).
- Sección 3ª. Defunciones.
Se inscribe la muerte de las personas, con expresión de la fecha, hora y lugar en que
aconteció previa la certificación medica de la existencia de señales inequívocas de la
muerte.
La inscripción es necesaria para que pueda expedirse la licencia para el entierro (arts.
81 a 85 LRC 1957).
El fallecimiento que se inscribe en esta sección 3ª es el comprobado, mientras que la
declaración de fallecimiento del art. 195 CC se inscribe en la sección 1ª al margen de la
inscripción de nacimiento (art. 46.1 LRC 1957 y disposición transitoria 7ª RRC).
- Sección 4ª. Tutelas y representaciones legales.
El art. 218 CC dispone que: “Las resoluciones judiciales sobre los cargos tutelares y de
curatela habrán de inscribirse en el Registro Civil. Dichas resoluciones no serán oponibles a
terceros mientras no se hayan practicado las oportunas inscripciones”.
Derecho Civil I

Son objeto de inscripción los cargos tutelares o de la curatela, sus modificaciones


y las medidas judiciales sobre guarda o administración, o sobre vigilancia o control de
aquellos cargos. También son inscribibles los cargos de Albacea, Depositario, Adminis-
trador e Interventor judiciales, Síndico o cualesquiera otros representantes que tengan
nombramiento especial y asuman la administración y guarda de un patrimonio (art. 283
RRC).
A continuación, el art. 284 RRC dispone que, no estarán sujetos a inscripción: 1º.
La patria potestad y sus modificaciones sin perjuicio de lo dispuesto para la Sección 1ª
del Registro Civil y de la inscripción de Administradores nombrados para los menores.
2º. Las representaciones de personas jurídicas o de su patrimonio en liquidación. 3º. Los
apoderamientos voluntarios. 4. Organización territorial del Registro Civil.
Sin embargo, partir de la entrada en vigor de la LRC 2011, la Ley suprime el tradicional
sistema de división del Registro Civil y crea un registro individual para cada persona a la que
desde la primera inscripción que se practique se le asigna un código personal.

4. Organización territorial del Registro Civil


Según dispone el art. 10 LRC 1957, el Registro Civil está integrado por:

A) Registros municipales
Conforme al art. 11 LRC 1957, existirá, cuando menos, un Registro para cada
término municipal, salvo la Sección IV que será la única para toda la circunscrip-
ción del Juzgado de distrito correspondiente. A cargo del Registro Municipal está
el Juez de Distrito.

B) Registro consular
Existirá uno en cada circunscripción consular y a cargo de los cónsules de Es-
paña en el extranjero.
Las funciones de los Registros Consulares son muy similares a las de los Regis-
tros municipales con las siguientes especialidades:
– no existe en estos Registros secretario; los asientos, certificaciones y diligen-
cias se autorizan sólo por el Encargado.
– los cónsules extenderán por duplicado las inscripciones que abren folio en
el Registro a su cargo, uno de cuyos ejemplares será remitido al Registro
Central para su debida incorporación. En uno y otro Registro se extenderán
en virtud de parte, enviado por conducto reglamentario, todas las inscrip-
ciones marginales que se practiquen en cualquiera de ellos (art. 12 LRC
1957).
El estado de la persona y el Registro Civil

C) Registro Central
Es un Registro subsidiario. En él se inscribirán los hechos para cuya inscripción
no resulte competente ningún otro Registro y aquellos que no puedan inscribirse
por concurrir circunstancias excepcionales de guerra u otras cualesquiera que
impidan el funcionamiento del Registro correspondiente. Igualmente se llevarán
en el Registro Central los libros formados con los duplicados de las inscripciones
consulares (art. 18 LRC 1957).
Se inscribirán en el Registro Central aquellos hechos o actos para los que sea
competente un Registro consular, cuando el promotor esté domiciliado en Es-
paña. En estos casos, la inscripción se trasladará después al Registro Consular
correspondiente (art. 68 RRC).
La LRC 2011 suprime dicha organización por otra más sencilla.
En la nueva estructura del Registro Civil habrá que diferenciar entre Oficinas
Generales, Oficina Central y Oficinas Consulares, cuyo régimen jurídico no difiere
sustancialmente del vigente.
Existirá una Oficina General por cada Comunidad o Ciudad Autónoma y otra
más por cada 500.000 habitantes, al frente de la cual se encontrará un Encargado
al que se le asignan las funciones de recepción de declaraciones y solicitudes, la
tramitación y resolución de expedientes, la práctica de inscripciones y, en su caso,
la expedición de certificaciones.
A la Oficina Central le corresponderá, entre otras funciones, practicar las ins-
cripciones derivadas de resoluciones dictadas por la Dirección General de los Re-
gistros y del Notariado en los expedientes que son de su competencia.

5. Tipos de asientos
La legislación del Registro Civil distingue las siguientes clases de asientos:

A) Las inscripciones
Es el asiento fundamental del sistema registral. Se caracterizan por su natura-
leza permanente y por no depender de ningún otro asiento, ni complementarlo.
Hacen fe del hecho o acto a que se refiere. Solamente las inscripciones (ya sean
principales, ya marginales) tienen plena eficacia probatoria. Los demás asientos
tienen un valor jurídico secundario.
Las inscripciones pueden ser de varios tipos.
Derecho Civil I

a) Inscripciones principales o marginales


La inscripción principal abre folio registral que puede contener varias páginas
del libro (art. 131 RRC). Son las correspondientes a las inscripciones de nacimien-
to, matrimonio, defunción y la primera de cada tutela o representación legal.
Las demás son marginales y se practican al margen de la principal (art. 130
RRC).

b) Inscripciones constitutivas y declarativas


Las inscripciones, como principio general, son declarativas respecto del estado
civil. No hacen más que publicar o declarar su existencia o modificación, que se
opera extrarregistralmente, con independencia de la inscripción. En algunos casos
la inscripción posee carácter constitutivo, siendo entonces requisito necesario pa-
ra la adquisición de ese estado civil.

B) Las anotaciones
Su principal característica es que tienen valor puramente informativo (art. 38
LRC 1957) y que en ningún caso constituyen la prueba que proporciona la ins-
cripción.
Se caracterizan por su carácter provisional y por ser de menor importancia que
las anteriores.
Las anotaciones también pueden ser principales o marginales. Las primeras
abren folio registral y son preparatorias de una inscripción principal que no puede
practicarse inmediatamente (arts. 150 y 154 RRC). Las accesorias se extienden al
margen del folio afectado por los hechos anotados.
Estas anotaciones se extinguen:
a) Por cancelación (art. 154.1º RRC);
b) Por su conversión en inscripción (art. 146.2º RRC);
c) Las de procedimiento, por caducidad) a los cuatro años de su fecha, salvo
prórroga (art. 150 RRC.

C) Las notas marginales


Son asientos breves y concisos que cumplimentan una función meramente ins-
trumental, encaminada fundamentalmente a relacionar inscripciones entre sí.
El estado de la persona y el Registro Civil

También reciben la denominación de notas de referencia. Así, en la inscripción


de nacimiento se pondrá nota de referencia a las de matrimonio, tutela y repre-
sentación y defunción del nacido, y en éstas se hará, a su vez, referencia a la de
nacimiento (art. 39 LRC 1957).

D) Asientos de cancelación
La cancelación es un asiento marginal en virtud del cual se deja sin efecto, to-
tal o parcialmente, un asiento anterior, en cuyo margen se practica (art. 163-164
RRC).

E) Indicaciones
La LRC 1957 incorporó las denominadas indicaciones, cuyo único ejemplo
son los que se practican al margen de la inscripción de matrimonio para dar
publicidad, en su caso, a la existencia de capitulaciones matrimoniales, así como
de los pactos, resoluciones judiciales y demás hechos que modifiquen el régimen
económico del matrimonio.
La LRC 2011 contempla únicamente como asientos registrales las inscripcio-
nes, las anotaciones y las cancelaciones.

6. La rectificación de asientos registrales


Para cumplir su finalidad, los asientos del Registro han de ser exactos y com-
pletos. Por ello la ley dispone los medios oportunos para rectificarlos cuando no
correspondan a la realidad.
Las rectificaciones pueden hacerse por vía judicial y por medio de expediente
gubernativo.

A) Por vía judicial


La regla general es que las inscripciones sólo pueden rectificarse por sentencia
firme recaída en juicio ordinario, como establece el art. 92 LRC 1957.
La demanda se dirigirá contra el Ministerio Fiscal y aquellos a quienes se refie-
re el asiento que no fueren demandantes.
Derecho Civil I

B) Por expediente gubernativo


Podrán rectificarse por expediente gubernativo: los errores que recaen sobre
menciones de identidad, si ésta queda indudablemente establecida por las demás
circunstancias de la inscripción; la indicación equivocada del sexo cuando igual-
mente no haya duda sobre la identidad del nacido por las demás circunstancias;
y cualquier otro error cuya evidencia resulte de la confrontación con otra u otras
inscripciones que hagan fe del hecho correspondiente (art. 93 LRC 1957). También
pueden rectificarse por expediente gubernativo, con dictamen favorable del Mi-
nisterio Fiscal aquellos errores cuya evidencia resulte de la confrontación con los
documentos en cuya sola virtud se ha practicado la inscripción; y los que procedan
de documento público o eclesiástico ulteriormente rectificado (art. 94 LRC 1957).
Podrán promover estos expedientes cualquier persona que tenga interés legiti-
mo en los mismos y están obligados a ello los que, en su caso deben promover la
inscripción. Siempre será oído el Ministerio Fiscal (art. 97 LRC 1957).
La rectificación se efectúa mediante la correspondiente inscripción marginal
en el folio registral a que se refiera la resolución, determinando con claridad las
expresiones o conceptos erróneos que se rectifican y las que les sustituyen.

IV. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué es el estado civil de la persona?
2. ¿Cuál es la función del Registro Civil?
3º. ¿Quién puede inscribirse en el Registro Civil?
4º. ¿Cuántos Registros civiles hay?
5º. Señale los asientos del Registro Civil.
6º. Señale los hechos que deben inscribirse en el Registro Civil.
7º. ¿Cuál es el carácter de sus inscripciones: constitutivo o declarativo?
8º. Señale las principales modificaciones que introducirá la LRC 2011.
9º. ¿Qué significa la cancelación de un asiento registral?

V. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Don Remigio, desde niño siempre se había sentido mujer. Durante su etapa escolar ya
se enfrentó con problemas de rechazo y discriminación por parte de otros niños. Ya de
El estado de la persona y el Registro Civil

adulto, con su actitud ante la vida, ha ido demostrando que es una mujer, lo que finalmen-
te ha exteriorizado con su vestimenta y semblante femeninos y le ha conducido a pensar
en cambiar su nombre por uno más femenino y el sexo por el de mujer.

Cuestiones
1. ¿Podría cambiar su nombre y su sexo?
2. ¿Podría cambiarse de sexo?
3. ¿Qué trámites debería cumplimentar?

2º. Supuesto de hecho


El menor León fue declarado en situación de desamparo tras haber suspendido la
patria potestad a su madre, que se encontraba en fase terminal por drogadicción, por lo
que se procede a atribuir la asunción de la tutela a una Entidad Pública de protección de
menores.

Cuestiones
1. ¿Es inscribible en el Registro Civil la suspensión de la patria potestad?
2. ¿Es inscribible en el Registro Civil la tutela por parte de la Entidad Pública?
3. ¿En qué casos debe inscribirse la tutela?

VI. BIBLIOGRAFÍA
AA.VV.: Problemas actuales del Registro Civil (director J. Mª Bento Company), Madrid 2007;
AA.VV: Comentarios a la Ley del Registro Civil (directores J.A. Cobacho Gómez y A. Leci-
ñena Ibarra), Cizur Menor, 2012; Espinar Vicente, J.M.: “Algunas reflexiones sobre la nueva
Ley del Registro Civil”, LL, núm. 7771, 2012; Linacero de la Fuente, M.A.: Derecho del
registro civil, Barcelona, 2002; Linacero de la Fuente, M.A.: “El nuevo modelo de Registro
Civil del siglo XXI”, LL, núm. 7846, 2012; Luces Gil, F.: Derecho del Registro Civil, Barcelona
1991; Peré Raluy, J.: Derecho del registro civil, Madrid, 1963.
Lección 7
La edad

Sumario: I. La edad: Concepto, significación jurídica y cómputo.- II. La mayor edad.- III. La menor
edad.- IV. La emancipación.- 1. Consideraciones generales.- 2. Causas de emancipación.- 3. Efec-
tos de la emancipación.- V. Cuestionario.- VI. Casos Prácticos.- VII. Bibliografía.

I. LA EDAD: CONCEPTO, SIGNIFICACIÓN JURÍDICA Y CÓMPUTO


La edad es el tiempo transcurrido desde que el individuo nace hasta un mo-
mento determinado.
Ese transcurso del tiempo, en las primeras etapas de la vida, y en situaciones
de desarrollo normal de la persona, lleva consigo la progresiva adquisición de la
capacidad de obrar, esto es, la aptitud para entender y querer, para valorar las
consecuencias de las propias conductas y actuar de acuerdo a dicha valoración.
La capacidad de obrar se atribuye de forma plena al alcanzar los dieciocho años
(salvo dos excepciones: que antes de cumplirlos el menor hubiera obtenido la
emancipación, o que al alcanzar la mayoría de edad se procediera a su incapaci-
tación).
De ese modo, el ordenamiento jurídico adopta un sistema objetivo para atri-
buir al individuo el pleno ejercicio de sus derechos y obligaciones: la edad, con
independencia de su madurez personal.
Así las cosas, la edad da lugar siempre a dos estados civiles: la mayor y la menor
edad, y en algunos casos, a un tercero, el de emancipación. El CC, sin embargo, sólo
dedica el Título XI del Libro primero a la “mayoría de edad y a la emancipación”,
mientras que no regula propiamente la minoría de edad, sino de forma fragmenta-
ria y en función, como después veremos, de cada institución.

II. LA MAYOR EDAD


El art. 12 CE señala que la mayor edad se alcanza a los dieciocho años, decla-
ración que es reiterada por el art. 315.I CC.
Conforme al art. 315.CC, “para el cómputo de los años de la mayoría de edad se
incluirá completo el día del nacimiento”. Dos son las consecuencias que se predican de
este cómputo (llamado civil) de la edad: la primera, que es indiferente, a efectos civiles,
la hora en que se nace porque el día del nacimiento se computa como el primero de
La edad

los vividos con independencia de aquélla; y la segunda, que la edad se alcanza en el


momento en que comienza el día del aniversario, sin necesidad de que éste transcurra.

La principal consecuencia jurídica de este estado civil es la adquisición de la


capacidad de obrar plena. El Derecho entiende que el mayor de edad tiene aptitud
para realizar válidamente cualquier acto jurídico y para responder de sus conse-
cuencias. En ese sentido, el art. 322 CC señala que el mayor de edad “es capaz
para todos los actos de la vida civil, salvo las excepciones establecidas en casos
especiales por este Código”.
El mayor de edad tiene, pues, capacidad para ejercitar sus derechos y contraer
obligaciones, y total independencia para regir su persona y bienes. Por ello, la con-
secuencia inmediata de la adquisición de la mayoría de edad es la extinción auto-
mática de la patria potestad (arts. 169 y 314 CC), o, en su caso, de la tutela a la
que hubiera estado sometido el sujeto durante su minoría de edad (art. 276.1 CC).
La capacidad de obrar plena subsiguiente a la mayor edad sólo puede ser limitada
por una decisión judicial, como ocurre en los casos de incapacitación, prodigalidad o
concurso.

III. LA MENOR EDAD


La menor edad es la situación en la que se encuentra la persona desde que nace
hasta que cumple dieciocho años (art. 315.I CC y art. 12 CE).
En realidad, el CC no contiene una regulación expresa de la minoría de edad,
sino de la situación del menor que está sometido a patria potestad o, en su caso, a
tutela. El hecho de que el menor de edad deba actuar a través de sus representan-
tes legales se debe a que tiene limitada su capacidad de obrar, y, por consiguiente,
no tiene autonomía para regir sus bienes y persona; por ello, se encuentra bajo
la dependencia o sujeción de los titulares de la patria potestad o, en su caso, bajo
tutela. En ese sentido, padres y tutores administran el patrimonio del menor y le
representan, y asumen, como señalan los arts. 162 y ss. CC., la obligación de velar
por sus intereses en un sentido amplio (esto es, alimentarlo, educarlo, protegerlo,
etc.); por su parte, el menor les debe obediencia y respeto (arts. 155 y 268 CC).
A pesar de la limitación de la capacidad de obrar de los menores de edad, la ley
les habilita para llevar a cabo determinadas actuaciones que inciden en su esfera
jurídica1.

1
En cuanto a la responsabilidad del menor derivada de sus propias conductas, hay que distin-
guir, según el hecho esté o no penalmente tipificado como delito o falta.
Derecho Civil I

Señaladamente, el art. 162.II.1º CC, en la redacción dada por la Ley 26/2015,


de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y a la ado-
lescencia, establece que en los actos relativos a los derechos de la personalidad
que el menor, de acuerdo con su madurez, pueda ejercitar por sí mismo, queda
excluida la representación legal que tienen los padres sobre él. Dicha ley, además,
añade al precepto que “no obstante, en esos casos, los responsables parentales
intervendrán en virtud de los deberes de cuidado y asistencia”.
Hay que tener en cuenta que, antes de la reforma introducida por la Ley 11/205, de
21 de septiembre, para reforzar la protección de las menores y mujeres con capacidad
modificada judicialmente en la interrupción voluntaria del embarazo, la menor, podía
actuar sin sus representantes legales, de acuerdo con las previsiones de la Ley Orgánica
2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y repro­ductiva y de la interrupción voluntaria
del embarazo. De este modo, las menores, a la edad de dieciséis y de diecisiete años,
podían interrumpir voluntariamente el embarazo, con el mismo régimen establecido
para las mayores de edad. En este caso lo úni­co que se exigía era que uno de los repre-
sentantes legales, padre o madre, o de los tutores de estas menores fuera informado de
la decisión (art. 13, apartado cuarto, segundo inciso). Sin embargo, no existía obliga-
ción de informar, cuando la menor fundamentaba que esa información le provocaba un

a) En el caso de hechos dañosos que no están contemplados en el CP como delito o falta, se


aplican los párrafos 2º y 3º del art. 1903 CC, que establecen la responsabilidad de los padres
y tutores por los daños causados por sus hijos y pupilos menores de edad. No obstante, estos
sujetos podrían exonerarse de dicha responsabilidad si acreditan que emplearon toda la dili-
gencia de un buen padre de familia para prevenir y evitar el daño (último párrafo del art. 1903
CC); hay que advertir, no obstante, que la jurisprudencia muy pocas veces da por buena la
prueba de esa diligencia y, siempre que se acredita que el menor ha causado el daño, sus padres
han de resarcirlo.
En cuanto a la posibilidad de exigir al menor que repare el daño que ha causado, conforme
a lo dispuesto en el art. 1902 CC, la respuesta afirmativa cada vez goza de mayor respaldo,
en la doctrina y en la jurisprudencia. Así, siempre que el menor sea capaz de actuar con culpa
civil —esto es, que tenga capacidad de discernimiento, de valorar las consecuencias de sus pro-
pias conductas— podría ser llamado a responder del daño por él causado. Por otra parte, hay
que tener en cuenta que los menores responden civilmente de los daños que causan las cosas
o animales de su propiedad, porque esa responsabilidad no se basa en la culpa (arts. 1.905 y
1.908.3º CC).
b) En el caso de hechos dañosos que estén penalmente tipificados como delitos o faltas, resulta
de aplicación LORPM, que, además de regular la responsabilidad penal del menor a partir de
los catorce años, contiene también en su Título VIII el régimen de la responsabilidad civil por
los mismos. Novedosamente, el art. 61 LORPM establece que el menor debe responder soli-
dariamente de los daños junto con sus padres, tutores, acogedores, o guardadores legales o de
hecho, por este orden. En este caso, la responsabilidad de estos sujetos es objetiva, con lo que
no podrán liberarse de la misma con base en su actuación sin culpa. No obstante, si ninguno
de los sujetos mencionados en el art. 61 LORPM hubiera contribuido a la causación del daño
con dolo o negligencia grave, su responsabilidad, según los casos, podría ser moderada por el
juez. Por último, hay que tener en cuenta que la víctima también podría reservarse la acción
civil para solicitar la indemnización de los daños y perjuicios en el orden jurisdiccional civil (en
cuyo caso, se aplicarían las reglas previstas en el apartado anterior).
La edad

conflicto grave, manifestado en el peligro cierto de violencia intrafamiliar, amenazas,


coacciones, malos tratos o se producía una situación de desarraigo o desamparo (art.
13, apartado cuarto, tercer inciso). En el caso de mujeres de menos de dieciséis años, el
consentimiento expreso y por escrito para la interrupción del embarazo lo prestaban sus
representantes legales, de conformidad con la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica
reguladora de la autonomía del paciente (por remisión del art. 13, apar­tado tercero de la
Ley Orgánica 2/2010). No obstante, podía prescindirse de ese consentimiento en caso
de riesgo inmediato grave para la integridad física o psíquica de la mujer e imposibilidad
de conseguir su autorización, consultando, cuando las circunstancias lo permitiesen, a
sus familiares o personas vinculadas de hecho a ella.
Este régimen jurídico (que suscitó una gran polémica y crítica) ha sido reformado
sustancialmente por la mencionada Ley Orgánica 11/2015, de 21 de septiembre, para
reforzar la protección de las menores y mujeres con capacidad modificada judicial-
mente en la interrupción voluntaria del embarazo, que ha suprimido íntegramente el
apartado 4 del art. 13 de la Ley Orgánica 2/2010, de salud sexual y reproductiva y de la
interrupción voluntaria del embarazo, de modo que las menores de edad ya no pueden
interrumpir voluntariamente la gestación con el mismo régimen jurídico que las mayores
de edad. Coherentemente con ello, se ha modificado también el art. 9, apartado 5 de
la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente
y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica, que,
en la actualidad, señala que “para la interrupción voluntaria del embarazo de menores
de edad o personas con capacidad modificada judicialmente será preciso, además de
su manifestación de voluntad, el consentimiento expreso de sus representantes legales.
En este caso, los conflictos que surjan en cuanto a la prestación del consentimiento por
sus representantes legales, se resolverán de conformidad con lo dispuesto en el Código
Civil”.
Algo similar ha sucedido en el caso de los tratamientos médicos: La ley 41/2002,
de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y
obligaciones en materia de información y documentación clínica, al regular el consen-
timiento informado —que es la conformidad voluntaria del paciente, tras haber recibido
la información adecuada, para que tenga lugar una actuación que afecta a su salud—
permitía que lo prestase el propio menor, y no sus representantes legales, cuando aquél
tuviera dieciséis años cumplidos (también en el caso de que estuviese emancipado). No
obstante, en estos dos supuestos los padres tenían derecho a ser informados cuando la
actuación fuera de grave riesgo y su opinión se tenía en cuenta para tomar la correspon-
diente decisión. En los demás casos era el representante legal quien daba el consenti-
miento, aunque debía oírse la opinión del menor con doce años cumplidos (art. 9.3.c)
Ley 41/2002). En la actualidad, este punto del art. 9 Ley 41/2002, ha sido reformado por
la Ley 26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia
y a la adolescencia y por la Ley Orgánica 11/2015, de 21 de septiembre, para reforzar
la protección de las menores y mujeres con capacidad modificada judicialmente en la
interrupción voluntaria del embarazo, que señala que aunque los menores emancipados
o mayores de dieciséis años han de consentir ellos mismos la intervención, cuando se
trate de una actuación de grave riesgo para la vida o salud del menor, según el criterio
del facultativo, será el representante legal del menor, una vez oída y tenida en cuenta la
opinión del mismo, quien prestará ese consentimiento.

El CC reconoce, además, a las personas menores capacidad para realizar deter-


minados actos que afectan a su esfera patrimonial; en ocasiones, exige una edad
determinada para ello, por ejemplo, haber cumplido 14 años para poder otorgar
Derecho Civil I

testamento, salvo que sea ológrafo (art. 663 CC); por el contrario, en otros casos,
no la exige, para dar el consentimiento a los contratos que celebren sus padres y
que obliguen al menor a realizar prestaciones personales (art. 162, último párrafo
del CC).
Especial consideración merecen los contratos de trabajo que vinculan al menor a rea-
lizar una determinada prestación laboral. En ese sentido, hay que tener en cuenta que,
en realidad, el contrato han de celebrarlo los representantes legales del menor porque
él no tiene capacidad (si tuviera madurez habría de consentirlo también, conforme a lo
dispuesto en el art. 162, último párrafo del CC). Y, además, existe una doble limitación
para dichos contratos, puesto que los menores sólo pueden trabajar a partir de los dieci-
séis años (excepto en las intervenciones en espectáculos públicos, que se autorizarán por
la autoridad laboral, si no implican peligro alguno) y nunca pueden quedar obligados a
realizar un trabajo nocturno, ni horas extraordinarias (art. 6 ET).

Para todos los demás actos, los padres o el tutor del menor actúan como re-
presentantes legales del mismo y pueden realizar actos jurídicos que afectan a su
esfera patrimonial (en ese sentido, pueden vender bienes de la propiedad de sus
hijos, arrendarlos, etc.).
No obstante, el art. 166 CC pone límites a esas actuaciones de los padres y exige
que dispongan de autorización judicial para realizar determinados actos2, que son los
siguientes: renunciar a los derechos cuya titularidad sea de los hijos; enajenar o gravar
bienes inmuebles, establecimientos mercantiles o industriales, objetos preciosos, y va-
lores mobiliarios, salvo el derecho de suscripción preferente de acciones; y repudiar la
herencia o legado diferidos a su hijo3. En los dos primeros casos, además, los padres
habrán de justificar el acto por causas de utilidad o necesidad4.

2
Hay que tener en cuenta que cabe la subsanación del defecto mediante la posterior obtención
de la autorización judicial. V. en este sentido, entre otras, STS 30 marzo 1987 (Tol 1736231).
3
Sin embargo, no será necesaria esa autorización judicial, cuando el menor, mayor de dieciséis
años, preste su consentimiento en documento público para que sus representantes legales re-
nuncien a la herencia o legado o para que enajenen valores mobiliarios siempre que su importe
se reinvierta en bienes o valores seguros (art. 166 CC).
4
Existe una copiosa jurisprudencia respecto de los casos en que los representantes legales rea-
lizan alguno de los actos previstos en el art. 166 CC sin la pertinente autorización judicial. En
ese sentido, se ha discutido ampliamente cuál es la categoría de ineficacia aplicable al contrato
así celebrado. El TS, en algunas sentencias antiguas, admitió la nulidad radical como sanción;
sin embargo, muchas sentencias posteriores se han pronunciado a favor de la anulabilidad
del contrato, dado que el mismo puede ser después confirmado por el menor, al alcanzar la
mayoría de edad. V. en este sentido SSTS 21 mayo 1984 (Tol 1737782), 30 marzo 1987 (Tol
1736231) y 9 mayo 1994 (Tol 1657170), así como SSAP Valencia 30 junio 2005 (AC 2005,
1168) y Valencia 2 mayo 2001 (AC 2001, 196570). No obstante, la jurisprudencia más recien-
te afirma que se trata de un negocio jurídico incompleto, que mantiene una eficacia provisio-
nal, pues queda pendiente de la ratificación expresa o tácita del menor. En ese sentido es muy
clarificadora la STS 22 abril 2010 (Tol 1864654), según la cual “No se trata de un supuesto
de nulidad radical absoluta, que no podría ser objeto de convalidación, sino de un contrato
que aun no ha logrado su carácter definitivo al faltarle la condición de la autorización judicial
La edad

Hay que tener en cuenta que hasta la reciente reforma, introducida por la Ley
26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y
a la adolescencia, los menores de edad no emancipados, al tener limitada su capa-
cidad de obrar, no podían prestar un consentimiento válido para contratar (art.
1.263.1º CC). El contrato celebrado por ellos podía, en consecuencia ser anulado
por sus representantes legales o, por ellos mismos, en plazo de cuatro años, a con-
tar desde que cumplieran la mayoría de edad (art. 1300 CC).
Dicho sistema fue duramente criticado por la doctrina y jurisprudencia con-
temporáneas. En ese sentido, alguna sentencia y algún autor propugnaron tener
en cuenta las condiciones de madurez de los menores no emancipados, para salvar
la validez de algunos contratos que en la vida cotidiana aquéllos llevaban a cabo
con toda normalidad (piénsese, por ejemplo, en los contratos de transporte, o
en los que celebran para consumir en establecimientos públicos, o para asistir a
una sesión cinematográfica, etc.). Mantener la anulabilidad en estos casos parecía
excesivo y alejado de la realidad social. Estas voces de la doctrina y de la jurispru-
dencia han hecho eco en que, con la Ley 26/2015, de 28 de julio, de modificación
del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, ha dado una nueva
redacción al art. 1.263 CC. El precepto, en su redacción actual, en línea con lo
que acabo de explicar, señala que los menores no emancipados no pueden prestar
el consentimiento válido para contratar, pero exceptúa los supuestos en que “las
leyes les permitan realizar actos por sí mismos o con asistencia de sus represen-
tantes” así como “los relativos a bienes y servicios de la vida corriente propios de
su edad de conformidad con los usos sociales5”.

exigida legalmente, que deberá ser suplida por la ratificación del propio interesado, de acuerdo
con lo dispuesto en el art. 1.259 CC, de modo que no siendo ratificado, el acto será inexistente”
5
Muy interesante, en esa línea, la STS 10 junio 1991 (Tol 1728974) que señaló: “resulta in-
cuestionable que los menores de edad no emancipados vienen realizando en la vida diaria
numerosos contratos para acceder a lugares de recreo y esparcimiento o para la adquisición de
determinados artículos de consumo, ya directamente en establecimientos abiertos al público,
ya a través de máquinas automáticas, e incluso de transporte en los servicios públicos, sin que
para ello necesite la presencia inmediata de sus representantes legales, debiendo entenderse
que se da una declaración de voluntad tácita de éstos que impide que tales contratos puedan
considerarse inexistentes, teniendo en cuenta “la realidad social del tiempo en que han de ser
aplicadas (las normas), atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas” (art.
3.1 CC), y siendo la finalidad de las normas que sancionan con la inexistencia o anulabilidad
de los contratos celebrados por los menores, una finalidad protectora del interés de éstos”.
Derecho Civil I

IV. LA EMANCIPACIÓN
1. Consideraciones generales
El legislador da una regulación extensa a la figura de la emancipación, que
contrasta en la actualidad con su escasa razón de ser: rebajada la mayoría de
edad a los dieciocho años, es difícil justificar la figura como en otras épocas en las
que aquélla se alcanzaba con veintiún o, incluso, con veintitrés años, y se veía la
necesidad de anticipar los efectos de la mayor edad.
La emancipación puede definirse como un estado civil a caballo entre la menor
y la mayor edad, que, a diferencia de estos otros dos, requiere —como se verá al
analizar sus clases— de un concreto acto o decisión para ser obtenido.
En ese sentido, la mayoría de edad no sería una causa de emancipación, a
pesar de que el art. 314.1º CC la mencione entre ellas y ambas impliquen una
extinción de la patria potestad. Se trata de dos situaciones jurídicas distintas: la
mayoría de edad se atribuye, como hemos visto, de forma automática al adquirir
los dieciocho años, mientras que la emancipación requiere de un acto o decisión
específicos para obtenerse, y no todos los menores pasarían por esa situación de
forma natural.

2. Causas de emancipación
Antes eran tres las causas por las que un menor de edad podía obtener la eman-
cipación: su concesión por los padres que ejercen la patria potestad, por el juez o
el hecho de contraer matrimonio (art. 314 CC). En la actualidad, la Ley 15/2015,
de 2 de julio, de Jurisdicción Voluntaria, ha modificado el precepto y ha elimina-
do el matrimonio como causa de emancipación, de modo tal que también se ha
derogado el art. 316 CC, que establecía que le matrimonio producía de Derecho
la emancipación. Y ello porque, con dicha reforma, el menor de edad, a partir de
los catorce años, ya no puede obtener la dispensa judicial de la edad para contraer
matrimonio (contemplada, con anterioridad, en el art. 48 CC). Así las cosas, en la
actualidad, ex art. 46 CC, sólo pueden contraer matrimonio los menores de edad
emancipados (y, por tanto, mayores de dieciséis años).
Cuando el menor está sometido a tutela, el tutor no puede concederle la emancipa-
ción, pero el juez podrá otorgarle el “beneficio de la mayor edad” (arts. 321 y 323.III
CC). Sin embargo, se trata de una cuestión puramente terminológica, puesto que el art.
323 CC equipara los efectos de la emancipación y del beneficio de mayor edad. Junto
a estas causas hay que tener en cuenta la situación fáctica y, por ende, no de Derecho,
en la que un menor vive de forma independiente de sus padres. Se trata de la llamada
emancipación de hecho.
La edad

a) Los padres pueden voluntariamente conceder la emancipación a su hijo me-


nor de edad, sin necesidad de justificar los motivos ni fundamentar su decisión,
siempre que concurran los requisitos del art. 317 CC; a saber: que el menor tenga
dieciséis años cumplidos, que también la consienta y que se otorgue en escritura
pública o por comparecencia ante el juez encargado del Registro civil. Si concurren
estos requisitos la emancipación del menor quedará válidamente establecida y será
un acto jurídico de Derecho de familia que tendrá el carácter de irrevocable. La
emancipación así concedida ha de inscribirse en el Registro civil para surtir efectos
contra terceros (art. 318 CC)6.
Como ya he señalado, en los casos en que el menor esté sometido a tutela, el tutor
no puede conceder la emancipación, sino que el primero ha de solicitarla a la autoridad
judicial. Ello se justifica por el rígido control existente sobre las facultades de los tutores
y por las limitaciones legales que éstas encuentran.

b) La emancipación puede ser judicialmente ser concedida, tanto a los menores


que estén bajo patria potestad, como a quienes estén sometidos a tutela.
En el caso de los menores sometidos a patria potestad, la puede conceder el
juez (el de primera instancia), a iniciativa de los mayores de dieciséis años, previa
audiencia de los padres en un expediente de jurisdicción voluntaria (art. 320 CC).
Se trata de una decisión discrecional del juez, que será adoptada en atención a las
circunstancias del caso y a la aptitud del menor.
Los casos en que procede conceder judicialmente la emancipación son los si-
guientes (art. 320 CC)7: a) cuando quien ejerce la patria potestad contrae nuevas
nupcias o convive maritalmente con otra persona; b) cuando los padres viven
separados; c) cuando concurre cualquier causa que entorpece gravemente el ejer-
cicio de la patria potestad.
Es importante tener en cuenta que la emancipación sólo puede solicitarla el
menor de edad, no sus propios padres, a los que simplemente se les da audiencia.
Si éstos quisieran que el hijo se emancipara habrían de concederla en virtud de
lo previsto en el art. 317 CC, siempre que el menor estuviera de acuerdo. Ello es
debido a que el ordenamiento jurídico concibe la emancipación siempre en inte-

6
Sin embargo, la inscripción no es un requisito constitutivo de esta última, sino sólo para que
sea oponible frente a terceros. V. en este sentido RRGRN 14 mayo 1984 (RJA 1984, 2589) y
14 mayo 1984 (RJA 1984, 4077).
7
La razón de ser de estas tres causas, como señala la SAP Madrid 15 febrero 2007 (JUR 2007,
153031), reside en “la existencia de una situación más o menos anormal entre los progenitores,
que repercute o puede repercutir negativamente en el ejercicio de la patria potestad. […] y en
evitar las posibles y desagradables consecuencias que pudieran derivar para los hijos de las
crisis matrimoniales”.
Derecho Civil I

rés del propio menor y nunca como una imposición para éste a la que pudieran
constreñirle sus progenitores
En ese sentido, es muy ilustrativa la SAP de Burgos 11 abril 2003 (AC 2003, 1342),
que se pronunció en un caso en que los padres solicitaron al juez la emancipación de
su hija de dieciséis años con base en que aquélla no les respetaba, ni obedecía, y les
resultaba imposible ejercer la patria potestad. Con buen criterio, la AP desestimó el re-
curso de apelación interpuesto por aquéllos, que pretendían que la emancipación fuera
concedida judicialmente, y que la menor sólo fuera oída. Según la sentencia, con base
en el art. 320 CC el único legitimado para solicitarla al juez era el propio hijo menor de
edad, y los padres únicamente podrían concederla extrajudicialmente por la vía del art.
317 CC, aunque para ello habrían de contar con el consentimiento del hijo. Así, una y
otra vía siempre están supeditadas a que el menor quiera ser emancipado pues, como
dice la Audiencia: “una de dos, o la pide él personalmente, cosa que solo podrá hacer
en vía judicial, o, en otro caso, debe consentirla expresamente (en vía extrajudicial)”8.

En el caso de los menores sujetos a tutela, pueden obtener los mismos efectos
que los derivados de la emancipación, mediante la concesión judicial del beneficio
de la mayor edad. Para ello, habrá de ser solicitada por quienes ya hayan alcan-
zado los dieciséis años, y requerirá del informe favorable del Ministerio Fiscal.
La doctrina, con buen criterio, ha criticado que dicho informe no sea exigido al
propio tutor, a quien ni siquiera se da audiencia en este procedimiento (a diferen-
cia de lo que ocurre, como acabamos de ver, con los padres, cuando se trata de la
emancipación judicial del hijo menor de edad). Tampoco hay un listado de causas
—como el previsto en el art. 320 CC— para conceder este beneficio.
Tanto en el caso de los menores sometidos a patria potestad, como en el de los
que están sujetos a tutela, la resolución judicial que conceda la emancipación o
el beneficio de la mayor edad ha de inscribirse en el Registro civil para producir
efectos frente a terceros y tiene el carácter de irrevocable9.
A lo dicho hay que añadir que cabe también la llamada emancipación de hecho o
por vida independiente Es una situación fáctica en la que un menor vive de forma inde-
pendiente de sus padres y que se contempla en el art. 319 CC, que señala: “Se reputará
para todos los efectos como emancipado al hijo mayor de dieciséis años que con el con-
sentimiento de sus padres viviere independientemente de éstos. Los padres podrán revocar
este consentimiento”.
Dos son las principales dudas que esta figura suscita: En primer lugar, se plantea si se
trata realmente de un supuesto de emancipación. Y ello porque la posibilidad que tienen
los progenitores de revocar el consentimiento —y, por ende, acabar con esa situación—
parece indicar que no queda extinguida la patria potestad, con lo que, a pesar de la
equiparación de los efectos, no habría una auténtica emancipación. En segundo lugar,

8
En el mismo sentido puede verse la SAP Barcelona 25 mayo 2007 (RJA 2007, 260388).
9
Hay que tener en cuenta que es el juez quien concede la emancipación, y que la decisión judicial
no puede ser recurrida ante la DGRN. V. en este sentido RDGRN 19 noviembre 1990 (RJA
1990, 9325).
La edad

cabe también cuestionar si el 319 CC es aplicable a los menores que están bajo tutela;
una interpretación mayoritaria defiende que sería posible por clara analogía.
Los requisitos para que tenga lugar la emancipación de hecho son: a) que el menor
sea mayor de 16 años; b) que viva con independencia de los padres, lo cual se interpreta
de forma amplia en el sentido de que no es necesario que haya una independencia física
(esto es, que viva en otra casa), sino que tenga una autonomía económica, en el sentido
de que disfrute de una profesión, empleo, oficio o industria y que administre sus bienes
por y para sí (lo que la doctrina denomina “economía doméstica separada”; c) que los
padres consientan, aun tácitamente, esa situación. Además, como ya se ha dicho, estos
últimos podrían en cualquier momento revocar ese consentimiento en beneficio del me-
nor.

3. Efectos de la emancipación
Con independencia de cuál sea la forma por la que se ha accedido a la eman-
cipación, resulta de aplicación el art. 323 CC que contempla los efectos de la
misma.
En la regulación de los efectos, el precepto se vertebra en una regla general y
varias excepciones:
a) La regla general es que el menor emancipado es tratado como mayor de
edad; esto es, puede regir sus bienes y persona como si lo fuera10. Y, en cualquier
caso, puede comparecer por sí solo en juicio.
b) Las excepciones vienen constituidas por aquellos actos que, por su trascen-
dencia jurídica o económica, requieren que el menor sea asistido por sus padres
o por el curador para su realización (hay que tener en cuenta que, al extinguirse
la tutela, con la emancipación, el tutor se convierte en curador)11. Tales actos son

10
Hay que tener en cuenta que en el caso de los menores emancipados (y también de los que
hubieran obtenido el beneficio de la mayoría de edad e incluso los de vida independiente),
sus padres ya no van a responder de los daños que causen, conforme al art. 1903.II CC, y la
única responsabilidad civil que se va a originar va a ser la propia. En ese sentido, respecto de
la emancipación de hecho, la STS 22 enero 1991 (Tol 1728173) entiende que esa circunstancia
excluiría la responsabilidad civil de los padres siempre que se probara (cosa que no sucedió en
el caso resuelto por la decisión).
Según la doctrina, el único caso en que podrían resultar condenados los padres es que se de-
muestre que la emancipación ha sido concedida por éstos de un modo precipitado o, incluso,
para eludir sus responsabilidades para con los hijos; cuando ello suceda la víctima podría
considerar fraudulenta la emancipación y pedir su nulidad, amén de la consiguiente responsa-
bilidad civil de los progenitores.
11
La jurisprudencia ha señalado que las restricciones contenidas en el art. 323 CC no deben in-
terpretarse extensivamente porque, de lo contrario, las ventajas de la emancipación quedarían
sumamente mermadas y resultarían ilusorias. Puede verse, en ese sentido la SAP Orense 23
marzo 1996 (AC 1996, 587) que, en el caso, apreció que la madre ya no tenía legitimación para
Derecho Civil I

“tomar dinero a préstamo12, gravar o enajenar bienes inmuebles y establecimien-


tos mercantiles o industriales u objetos de extraordinario valor”.
Hay que tener en cuenta que, como quiera que la patria potestad y la tutela ya han
quedado extinguidas, los padres y curadores, en la realización de esos actos, no actúan
como representantes del emancipado, esto es, no sustituyen su voluntad13 (como sucede
en el caso de los menores de edad no emancipados), sino que simplemente la “comple-
mentan”, consintiendo dichos actos14.

Si el menor emancipado realiza, por sí solo, cualquiera de los actos para los
que el art. 323 CC exige ser asistido por sus padres o curadores, dicho acto será
anulable15.
Por último, hay que analizar la especialidad que se plantea en el caso de que
el emancipado esté casado. En ese supuesto, conforme al art. 324 CC, si los bie-
nes (inmuebles, establecimientos mercantiles o industriales, o de extraordinario
valor) son comunes o gananciales habrá que distinguir según el otro cónyuge
sea también o no menor de edad: en el primer caso, se necesitará el consenti-
miento de ambos consortes y además el de los padres o curadores de cada uno
de ellos; en el segundo, bastará el consentimiento de los dos cónyuges, ya que la
intervención del que es mayor de edad (cotitular, además, del bien) es una causa
de dispensa del complemento de capacidad.

comparecer en juicio —proceso de alimentos contra el padre— en nombre del hijo, puesto que
éste había sido emancipado judicialmente por la vía del art. 320 CC.
12
Obsérvese que la restricción opera para ser prestatario, no para ser prestamista.
13
La STS 28 septiembre 1968 (RJA 1968, 3961) señala que no cabe que “el consentimiento de
los padres o curadores, sea general y con carácter anticipado, sino que ha de prestarse para
cada acto concreto que lo exija”.
14
En cuanto a la forma en que los padres han de prestar ese consentimiento habrá que estar a
las siguientes reglas: a) actuación conjunta de ambos progenitores, cuando estén de acuerdo;
b) en caso de discrepancia, será el juez quien decida; d) si uno de los padres hubiera fallecido
o hubiera sido privado de la patria potestad, decidirá el otro; e) si ambos hubieran muerto o
estuvieran impedidos para prestarlo (por ausencia, incapacitación, etc.), se nombraría un cura-
dor.
15
En otro orden de cosas, hay que señalar que en clara concordancia con esas restricciones del
art. 323 CC, el menor sufre también algunas limitaciones en su capacidad de obrar. Así: no
puede aceptar por sí solo una herencia sin beneficio de inventario porque no tiene libre dis-
posición de sus bienes (art. 992 CC); tampoco ser tutor, ni curador, porque no está en pleno
ejercicio de sus derechos civiles (arts. 241 y 291 CC); ni puede ser defensor de un desaparecido,
ni representante del declarado ausente (arts. 181 y 184 CC); ni, por último, otorgar testamento
ológrafo porque para ello se exige ser mayor de edad (art. 688 CC).
La edad

V. CUESTIONARIO
1º. Explique el sistema que sigue el CC para el cómputo de la edad.
2º. Cite algunos casos en los que se exija que el menor sea oído y distíngalos,
según se contemplen en el CC o en la LOPJM.
3º. ¿Quién debe prestar el consentimiento para que un menor de diecisiete años
reciba un tratamiento quirúrgico? ¿Por qué?
4º. ¿Están legitimados los progenitores para vender una casa, propiedad de su
hijo?
5º. ¿Es válido el contrato celebrado por un menor de edad no emancipado?
¿Por qué?
6º. ¿Pueden los padres impugnar el contrato realizado por su hijo menor de
edad antes de que alcance la mayoría de edad? ¿Y confirmarlo?
7º. Si un menor de diecisiete años de edad atropella intencionadamente a al-
guien con su ciclomotor, ¿qué responsabilidades podrían derivarse de ese hecho?
8º. ¿Qué requisitos se exigen para que los padres puedan conceder la emanci-
pación a su hijo?
9º. ¿Qué es el beneficio de la mayor edad?
10º. ¿Cuáles son los actos que un menor de edad emancipado no puede realizar
por sí solo, sin ser asistido por sus padres o por su curador?

VI. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Segismundo, de diecisiete años de edad, emancipado por concesión judicial, regaló a
su novia una joya antiquísima, de gran valor, que le había donado su abuelo. Por su parte,
su hermano Gabriel, de dieciséis años, que vivía con sus padres, con un dinero que tenía
ahorrado, compró a Juan —mediante un contrato privado— una moto apta para ser con-
ducida por menores de edad.

Cuestiones
1º. Respecto a la donación de la joya:
a) ¿Es válido el contrato? ¿Por qué?
b) ¿Podrían los padres, como odiaban la joya, confirmar el contrato realizado por el
hijo?
c) ¿Las consecuencias serían las mismas si en lugar de una joya se tratara de un IPod?
Derecho Civil I

2º. Respecto del contrato celebrado por Gabriel, explique si adolece de algún defecto,
y en caso afirmativo cuál sería la sanción para impugnarlo, los legitimados para solicitarla
y los efectos que se derivarían de ser apreciada por el juez.
3º. Por último, en uno y otro caso, analice qué ocurriría si no se impugnara ninguno de
los contratos que aparecen en el supuesto.

2º. Supuesto de hecho


Berta es una adolescente, de diecisiete años de edad, que tiene una relación muy pro-
blemática con sus padres, debido —entre otras muchas cosas— a que no quiere ni estudiar
ni trabajar. Como no encuentran forma de arreglar las desavenencias, sus progenitores pi-
den a la menor que se emancipe, a lo que aquélla se niega, porque no desea llevar una vida
independiente, y en el fondo le resulta cómodo vivir en el hogar familiar. Ante ello, sus
padres promueven un expediente de jurisdicción voluntaria para instar la emancipación
judicial de Berta, con base en que les resulta imposible ejercer la patria potestad, dada la
actitud de su hija, que ni les obedece ni les respeta, y que incluso, en alguna ocasión, ha
llegado a agredirles.

Cuestiones
1º. ¿Cree que en este caso los padres podrían haber emancipado a la menor, sin haber
acudido a la vía judicial, con base en lo dispuesto en el art. 317 CC? ¿Por qué?
2º ¿Están los padres legitimados para solicitar la emancipación de su hija por conce-
sión judicial? ¿Por qué?
3º. ¿Cree que en un caso como el propuesto habría algún modo de emancipar a Berta?

VII. BIBLIOGRAFÍA
García Garnica, Mª C.: El ejercicio de los derechos de la personalidad del menor no emancipado.
Especial consideración al consentimiento a los actos médicos y a las intromisiones en el honor,
la intimidad y la propia imagen, Pamplona, 2004; Gete-Alonso, Mª C.: La nueva normativa en
materia de capacidad de obrar de las personas, Madrid, 1985; Jordano Fraga, F.: “La capaci-
dad general del menor”, RDP, Madrid, 1984, pp. 883-903; Lázaro González, I.: Los menores
en el Derecho español, Madrid, 2002; López San Luis, R.: La capacidad contractual del menor,
Madrid, 2001; López Sánchez, C.: La Responsabilidad civil del menor, Madrid, 2001; Puig
Ferriol, L.: “Comentario a los arts. 314 a 324 CC”, AA.VV.: Comentarios al Código civil
(dirigidos por C. Paz-Ares, L. Díez-Picazo, R. Bercovitz y P. Salvador), t. I, Madrid, 1991.
Lección 8
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad
de obrar

Sumario: I. La incapacitación.- 1. Concepto y regulación de la incapacitación-. 2. Causas de


incapacitación.- 3. Sujetos susceptibles de ser incapacitados.- 4. Procedimiento de incapacita-
ción.- 5. Alcance de la incapacitación- 6. Régimen específico del internamiento no voluntario
por razón de trastorno psíquico.- 7. Revisión de la sentencia de incapacitación.- II. La capacidad
de obrar y la prodigalidad.- III. Otros supuestos de limitación de la capacidad de obrar.- IV. Cuestio-
nario.- V. Casos prácticos.- VI. Bibliografía.

I. LA INCAPACITACIÓN
1. Concepto y regulación de la incapacitación
Además de la edad, otro factor que determina la capacidad de obrar de las
personas es la posibilidad de gobernar su vida con independencia.
En este sentido, nuestra legislación establece que cuando una persona no puede
gobernarse con autonomía se puede solicitar la incapacitación de la misma.
La incapacitación supone la privación de la capacidad de obrar de una persona
declarada por sentencia judicial por las causas establecidas en la ley (arts. 199 y
200 CC)1. Y, una vez declarada, se prevé un régimen de tutela o de guarda de la
persona incapacitada.
Así, la incapacitación se configura como un sistema de protección de la perso-
na cuando ésta es incapaz de proveerse por si misma de dichos medios de protec-
ción de su persona y de sus bienes.
Es necesario distinguir la incapacitación de la incapacidad natural. La incapacidad
natural es una situación de hecho en la cual la persona carece de la aptitud de entender

1
V. en este sentido STS 30 junio 2004 (Tol 483303), entre otras. En un conflicto planteado ante
nuestros tribunales, el Ministerio Fiscal en el recurso de casación cuestionó si la interpretación
de los arts. 199 y 200 CC eran acordes con la Convención sobre los Derechos de las Personas
con Discapacidaad de 2006; en la STS 282/2009, 29 de abril (Tol 1514778) se dictaminó que
el sistema de protección establecido en el CC sigue vigente, teniendo siempre en cuenta que
el incapaz sigue siendo tittular de sus derechos fundamentales y que la incapacitación es sólo
una forma de protección a favor de una persona cuyas facultades intelectivas y volitivas no le
permiten ejercer sus derechos plenamente, impidiendole autogobernarse, no siendo por tanto
una medida discriminatoria, concedida única y exclusivamente a favor de dicha persona y no
de la familia.
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

y querer, núcleo de la capacidad de obrar. Sin embargo, la incapacitación, basándose en


la falta de esta aptitud, supone el paso de la situación de hecho a una situación jurídica,
pues implica una declaración judicial a través de la cual se dota a la persona incapaci-
tada de un sistema de protección concreto de la que carece un incapaz natural. Ello no
significa que todos los actos que realice un incapaz natural sean válidos jurídicamente,
pues nuestro ordenamiento prevé la realización de dichos actos y establece, en su caso,
la ineficacia de los mismos con diverso alcance (así, arts. 1300 y ss., 56 y 663 CC).

Actualmente la regulación de la incapacitación se realiza fundamentalmente en


dos textos legales: el CC (arts. 199 a 201) y la LEC (arts. 756 a 763)2.
A ello hay que añadir que en el propio CC se realizan referencias a la incapaci-
tación en otros preceptos del mismo (así, en materia de capacidad para contratar
en el art. 1263.2º; en materia de capacidad para contraer matrimonio en el art.
56; en materia de capacidad para testar en los arts. 663 a 665).
Existen también otras normas de carácter nacional que inciden sobre la materia. Así,
la Ley 41/2003, de 18 de noviembre, de protección patrimonial de las personas con dis-
capacidad, y de modificación del Código civil, de la Ley de Enjuiciamiento Civil y de la
normativa tributaria (modificada por la Ley 1/2009, de 25 de marzo), que se publicó con
la finalidad de proteger la masa patrimonial de las personas con discapacidad, vincu-
lándola a la satisfacción de las necesidades vitales de la misma, e introdujo por primera
vez en nuestro Derecho la figura de la autotutela. Y la Ley 39/2006, de 14 de diciembre,
de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de de-
pendencia3.

Por otra parte, hay que tener en cuenta la normativa internacional, como la
Convención sobre los Derechos de las personas con discapacidad, de 13 de di-
ciembre de 2006, hecha en Nueva York, que ha determinado la publicación de la

2
Esta legislación se complementa con las medidas que se prevén en la Ley 15/2015, de 2 de
julio, de la Jurisdicción Voluntaria, relativas a la autorización o aprobación judicial para la
realización de actos de disposición, gravamen u otros que se refieran a los bienes y derechos de
personas con capacidad modificada judicialmente (arts. 61 a 66), y a las medidas de protección
relativas al ejercicio inadecuado de la potestad de guarda o de administración de los bienes de
persona con capacidad modificada judicialmente (arts. 87 a 89).
3
Es necesario distinguir la incapacitación de la discapacidad y de la dependencia. La discapaci-
dad implica la existencia de minusvalías físicas o psíquicas en una persona; y la dependencia
supone una limitación en la autonomía de la persona debido a la existencia de ciertas circuns-
tancias que le impiden funcionar con independencia (V. art. 1 de la Convención de la ONU
sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, de 13 de diciembre de 2006, art. 2.2
de la Ley 41/2003, y art. 2 de la Ley 39/2006). Tanto la discapacidad como las situaciones
de dependencia no son por sí mismas situaciones que puedan determinar la incapacitación de
las personas que las padecen; pero suelen ser circunstancias de la persona que pueden llegar
a determinar en las mismas la imposibilidad del autogobierno, que es el núcleo esencial de la
incapacitación.
Derecho Civil I

Ley 26/2011, de 1 de agosto, de adaptación normativa a la Convención Interna-


cional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad4.
Por último, cabe señalar que existe una legislación autonómica relativa a la
protección de las personas con discapacidad5.

2. Causas de incapacitación
Como anteriormente se ha indicado, sólo se puede incapacitar a una persona
por las causas señaladas en la ley.
Dichas causas vienen establecidas en el art. 200 CC, al disponer: “Son causas
de incapacitación las enfermedades o deficiencias persistentes de carácter físico o
psíquico, que impidan a la persona gobernarse por sí misma”.
Como se observa, el precepto no es muy preciso al indicar las causas de inca-
pacitación, formulándolas de un modo general.
Ahora bien, de dicho precepto se deduce que para que las circunstancias que
puedan incapacitar a una persona se consideren como causas de incapacitación
deben reunir dos requisitos, que deben darse simultáneamente6:

4
Para adaptarse a las normas que establece dicha Convención, la Ley 15/2015, de 2 de julio,
de la Jurisdicción Voluntaria, señala en su Preámbulo, que se debe modificar la terminología
empleada para designar a las personas incapacitadas “en la que se abandona el empleo de los
términos de incapaz o incapacitación, y se sustituyen por la referencia a las personas cuya
capacidad está modificada judicialmente” (apartado III, parr. 5º). Dicha medida se ha aplicado
en esta Ley (así, en los arts. 61 ss, y 87 ss), y en algunos artículos del CC, modificados por la
propia Ley (p. ejm. en materia de filiación, art. 137, y en materia de contratos, el art. 1263.2º);
sin embargo, esta modificación terminológica no se ha producido en todas las normas que
regulan o se refieren a la incapacitación; así, no se ha modificado la terminología del CC en
materia de incapacitación (arts. 199 ss), e incluso en materia de filiación se sigue manteniendo
el término incapacitado en los arts. 121 y 125; tampoco ha alcanzado dicha modificación a las
normas relativas al procedimiento de incapacitación (arts. 756 ss LEC).
5
En particular, en la Comunidad Valenciana cabe destacar la Ley 11/2003, de 10 de abril, sobre
el Estatuto de las Personas con Discapacidad, complementada por otra normativa de rango in-
ferior, como son los Decretos 182/2006, de 1 de diciembre, 43/2010, de 5 de marzo, y 18/2011,
de 25 de febrero. Mención especial merece, en relación a los menores, la Ley Ley 10/2014, de
29 de diciembre, de la Generalitat, de Salud de la Comunitat Valenciana, en la que se propugna
que los niños y adolescentes de la Comunidad Valenciana tengan garantizado su derecho a
la salud en sentido amplio, apostando, claramente, por la integración social de los niños con
enfermedad o discapacidad, articulándose los derechos de promoción de la salud, prevención
de minusvalías psíquicas y físicas, y garantizando una atención sanitaria a los menores en si-
tuación de alta vulnerabilidad, tales como los menores discapacitados (Título V, Capítulo II).
6
V. en este sentido STS 31 diciembre 1991 (Tol 1726781).
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

a) Por un lado, que se trate de enfermedades o deficiencias de carácter físico


o psíquico7 persistentes. Este último carácter es determinante de la incapaci-
tación de la persona, pues una incapacidad temporal no daría lugar a dicha
posibilidad8.
Ello no significa que circunstancias que pueden durar un lapso de tiempo más o me-
nos definido no den lugar a una incapacitación durante el tiempo que pueda durar dicha
causa; por ejemplo, piénsese en personas alcoholizadas o toxicómanas para las cuales se
puede solicitar la incapacitación mientras dura el período de rehabilitación9.

b) Y, por otro lado, que tales circunstancias impidan a la personada gobernarse


por sí misma10. Lo que significa que la capacidad natural de la persona para to-
mar decisiones sobre su vida se encuentra menoscabada por aquellas enfermeda-
des o deficiencias, y, por tanto, no puede tomar con pleno conocimiento y libertad
aquellas decisiones.
Una persona tetrapléjica, p. ej., padece una enfermedad persistente, pero ello no
significa que tenga las facultades mentales disminuidas y que no pueda tomar decisiones
sobre los distintos aspectos de su vida personal y jurídica; en este caso, faltaría el segun-
do de los requisitos mencionados para poder incapacitar a esta persona; en este supuesto
existen otros instrumentos para poder paliar las deficiencias de esta persona11.

7
V. en este sentido SSTS 31 diciembre 1991 (Tol 1726781), 31 octubre 1994 (Tol 1656599), 16
septiembre 1999 (Tol 2320).
8
V. en este sentido SSTS 10 febrero 1986 (Tol 228282) y 11 junio 2004 (Tol 449274), entre
otras.
9
Sin embargo, para una persona que sufre una enfermedad que le impide gobernarse durante el
tiempo que dura su permanencia en el hospital no se solicita la incapacitación, ya que la Ley
prevé también mecanismos concretos de protección legal del paciente en estos casos (así, la Ley
41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos
y obligaciones en materia de información y documentación clínica, y legislación autonómica
correspondiente, entre ellas, la Ley 10/2014, de 29 de diciembre, de la Generalitat, de Salud de
la Comunitat Valenciana (Título V, Capítulo I).
10
En este sentido se pronuncia la STS 28 julio 1998 (Tol 132072), entre otras. La STS 27 noviem-
bre 2014 (Tol 4561600) subraya la necesidad de este requisito al señalar que la enfermedad
que padecía el declarado incapaz (trastorno delirante) le impedía gobernarse por si mismo y
había interferido ampliamente en su vida familiar, social y laboral, por lo que tal enfermedad
afectaba a su capacidad de autogobierno de su persona y bienes, por lo que desestimó el recur-
so de casación interpuesto por el propio incapacitado.
11
Otro supuesto sería el de los menores de edades muy pequeñas (piénsese en un recién nacido o
en un niño de tres años); en este caso es claro que el menor no puede gobernarse por si mismo;
sin embargo faltaría el primero de los requisitos para poder incapacitarlo; en el supuesto de la
minoría de edad existen otros mecanismos legales (la representación legal de padres o tutores)
para actuar en nombre del menor y de esta manera proteger los intereses del mismo.
Derecho Civil I

La existencia de una causa de incapacitación en una persona la determina el


Juez en el procedimiento de incapacitación12 a la vista de las pruebas que se prac-
tiquen durante el mismo, y que consisten, entre otras, en el examen del presunto
incapaz, en los testimonios de los parientes y en los dictámenes periciales corres-
pondientes.

3. Sujetos susceptibles de ser incapacitados


Nuestro CC no hace especial mención a los sujetos que pueden ser incapacita-
dos, excepto una referencia a los menores de edad.
De la legislación relativa al tema y de la jurisprudencia se puede concluir que
pueden ser incapacitados tanto los mayores de edad como los menores emanci-
pados.
En relación a los menores no emancipados dispone el CC que podrán ser in-
capacitados cuando concurra en ellos causa de incapacitación y se prevea razo-
nablemente que la misma persistirá después de la mayoría de edad (art. 201 CC).
Si el incapacitado fuese un menor de edad, a tenor del art. 171, la patria potestad
quedará prorrogada por ministerio de la ley al llegar aquéllos a la mayor edad. Y si se
trata de un hijo mayor de edad soltero que viviere en compañía de sus padres o de cual-
quiera de ellos se rehabilitará la patria potestad, que será ejercida por quien correspon-
diere si el hijo fuese menor de edad13. En ambos casos, la patria potestad prorrogada se

12
V. en este sentido STS 20 noviembre 2002 (Tol 225543); y STS 14 octubre 2015 (JUR
2015\248781), en donde se realiza una consideración acerca de las causas de incapacitación
en relación con las previsiones establecidas en la convención de Nueva York señalando que
“la incapacitación de una persona, total o parcial, debe hacerse siguiendo siempre un criterio
restrictivo por las limitaciones de los derechos fundamentales que comporta”; lo que se cues-
tiona en este caso es de que manera se encuentra afectada la presunta incapaz para adoptar la
medida que sea más favorable a su interés y como puede evitarse una posible disfunción en la
aplicación de la Convección de Nueva York sobre los derechos de las personas con discapaci-
dad, “que tenga en cuenta, como principio fundamental, la importancia que para las personas
con discapacidad reviste su autonomía e independencia individual, sus habilidades, tanto en el
ámbito personal y familiar, que le permitan hacer una vida independiente, pueda cuidar de su
salud, de su economía y sea consciente de los valores jurídicos y administrativos, reconociendo
y potenciando la capacidad acreditada en cada caso, mas allá de la simple rutina protocolar,
evitando lo que sería una verdadera muerte social y legal que tiene su expresión más clara en
la anulación de los derechos políticos, sociales o de cualquier otra índole reconocidos en la
Convención”; atendiendo a estos principios y a las circunstancias del caso, en este supuesto el
tribunal declaró una incapacitación parcial, designando a la incapacitada un curador.
13
Así se estableció en las SSAP Asturias 13 abril 2000 (AC 2000, 3801), Soria 12 marzo 1998
(AC 1998, 677), Jaén 4 marzo 1998 (AC 1998, 660), Barcelona 8 febrero 2002 (JUR 2002,
113594). Pontevedra 2 octubre 2014 (Tol 4554250), Soria 14 septiembre 2015 (Tol 5503238),
entre otras muchas. En la SAP de Albacete de 21 septiembre 2015 (Tol 5504595), sin embargo,
la madre, que ejercía la patria potestad prorrogada de su hija mayor de edad incapacitada, so-
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

ejercerá con sujeción a lo especialmente dispuesto en la resolución de incapacitación


y subsidiariamente en las reglas del título relativo a las relaciones paterno-filiales. Si al
cesar la patria potestad prorrogada subsistiere el estado de incapacitación, se constituirá
la tutela o curatela, según proceda (art. 171, 3º CC)14.

4. Procedimiento de incapacitación
La regulación del procedimiento en que se declara la incapacitación se realiza
fundamentalmente en la LEC (arts. 756 y ss.), dentro de los procesos sobre la
capacidad de las personas15.
La declaración de incapacidad puede promoverla el presunto incapaz, el cón-
yuge o pareja de hecho, los descendientes, los ascendientes, o los hermanos del
presunto incapaz; si tales personas no la promoviesen, podrá hacerlo el Ministerio
Fiscal16.
Por otra parte, cualquier persona está facultada para poner en conocimiento
del Ministerio Fiscal los hechos que puedan ser determinantes de la incapacita-
ción. Además, las autoridades y funcionarios públicos que, por razón de sus car-
gos, conocieran la existencia de posible causa de incapacitación en una persona,
están obligados a ponerlo en conocimiento del Ministerio Fiscal (art. 757 LEC)17.

licitó que se nombrará tutor al hermano de la incapacitada dada la avanzada edad de la madre
que hasta el momento ejercía dicha tutela, a lo que la Audiencia accedió.
14
Señala el art. 171.2º CC que “La patria potestad prorrogada terminará: 1º Por la muerte o
declaración de fallecimiento de ambos padres o del hijo. 2º Por la adopción del hijo. 3º Por
haberse declarado la cesación de la incapacidad. 4º Por haber contraído matrimonio el incapa-
citado”.
15
Establece el art. 756 LEC que será competente para conocer de las demandas sobre capacidad
y declaración de prodigalidad el Juez de Primera Instancia del lugar en que resida la persona a
la que se refiera la declaración que se solicite.
16
Pero no podrán solicitarla otras personas no señaladas en la ley (salvo a través del Ministerio
Fiscal). V. en este sentido STS 7 julio 2004 (Tol 483369), que desestimó la demanda de incapa-
citación por falta de legitimación activa de la demandante (sobrina de las declaradas incapaci-
tadas), sin prejuzgar la existencia o inexistencia de causa legal de incapacidad.
17
Además, cuando el tribunal competente tenga conocimiento de la existencia de posible causa
de incapacitación en una persona, adoptará de oficio las medidas cautelares que estime necesa-
rias para la adecuada protección del presunto incapaz o de su patrimonio y pondrá el hecho en
conocimiento del Ministerio Fiscal para que promueva, si lo estima procedente, la incapacita-
ción; de la misma manera, éste puede solicitar también que el tribunal establezca tales medidas
(art. 762 LEC).
Derecho Civil I

No obstante, la incapacitación de menores de edad, en los casos en que pro-


ceda conforme a la Ley, sólo podrá ser promovida por quienes ejerzan la patria
potestad o la tutela (art. 757.4 LEC)18.
En los procesos de incapacitación, además de las pruebas que se practiquen de con-
formidad con lo dispuesto en la LEC (art. 752), el tribunal oirá a los parientes más próxi-
mos del presunto incapaz19, examinará a éste por sí mismo20 y acordará los dictámenes
periciales necesarios o pertinentes en relación con las pretensiones de la demanda y
demás medidas previstas por las leyes, de manera que nunca se decidirá sobre la incapa-
citación sin previo dictamen pericial médico, acordado por el tribunal. Si en la demanda
de incapacitación se hubiera solicitado el nombramiento de la persona o personas que
hayan de asistir o representar al incapaz y velar por él, sobre esta cuestión se oirá a los
parientes más próximos del presunto incapaz, a éste, si tuviera suficiente juicio, y a las
demás personas que el tribunal considere oportuno (art. 759 LEC)21, de manera que la
inobservancia de estos trámites puede ser apreciada de oficio22.

El juez declarará la incapacitación mediante sentencia (art. 199 CC), en la que


determinará la extensión y los límites de la incapacitación, así como el régimen de
tutela o guarda a que haya de quedar sometido el incapacitado, y se pronunciará,
en su caso, sobre la necesidad de internamiento, sin perjuicio de lo dispuesto en el
art. 763 (art. 760.1 LEC).
Dicha incapacitación produce efecto desde su firmeza, no desde el momento en que
se produjo la circunstancia que dio lugar a la causa de incapacitación23.

18
El presunto incapaz puede comparecer en el proceso con su propia defensa y representación. Si
no lo hiciere, será defendido por el Ministerio Fiscal, siempre que no haya sido éste el promo-
tor del procedimiento. En otro caso, el Secretario judicial les designará un defensor judicial, a
no ser que estuviere ya nombrado (art. 758 LEC).
19
V. en este sentido SSTS 20 marzo 1991 (Tol 1728239), 19 febrero 1996 (Tol 216861) y 4 mar-
zo 2000 (Tol 1471).
20
V. en este sentido SSTS 15 octubre 2001 (Tol 66418) y 14 octubre 2002 (Tol 225498), entre
otras.
21
La STS 15 julio 2005 (Tol 674287) declaró la nulidad de pleno derecho de la sentencia impug-
nada, solicitada por el Ministerio Fiscal, por infracción del art. 759 LEC, pues era evidente la
indefensión producida por la declarada incapacitada atendida la especial finalidad protectora
de la persona que caracteriza esta clase de procesos.
22
V. en este sentido SSTS 20 febrero 1989 (Tol 228283), 12 junio 1989 (Tol 1732590), 20 marzo
1991 (Tol 1728239), 24 mayo 1991 (Tol 1726963), 30 diciembre 1995 (Tol 1667719) y 4
marzo 2000 (Tol 1471).
23
Entre otras, las SSTS 19 febrero 1996 (Tol 216861), 19 mayo 1998 (RJA 1998, 3378) y 26
abril 2001 (Tol 63693), consideran que la sentencia de incapacitación es constitutiva de la
misma e irretroactiva.
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

5. Alcance de la incapacitación
El juez debe, pues, decidir si somete al incapacitado a un régimen de tutela (art.
222, 2º CC) o de curatela (art. 287 CC), en atención a su grado de discapacidad.
La diferencia entre uno y otro supuesto es clara: el tutor es el representante legal
del pupilo (actúa en su nombre en el tráfico jurídico), mientras que el curador se
limita a asistir a la persona incapacitada en la celebración de los actos y contratos
que judicialmente se determinen (en este caso es, pues, la propia persona sujeta a
curatela quien actúa, si bien asistida por su curador)24.
La incapacitación es graduable, ya que el Juez en la sentencia puede establecer
una privación plena de la capacidad de obrar o, simplemente, puede señalar una
serie de actos y/o negocios jurídicos que el incapacitado no puede realizar25.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que el Juez puede establecer en la sentencia
de modo preciso los actos que el incapacitado puede o no realizar, o puede que no
realice esta puntualización. En este último caso puede plantearse la duda de cuales
serían los actos que el incapacitado podría realizar o no. Parece obvio que si el Juez
establece la privación de la capacidad de obrar sin señalar excepciones, el incapaci-
tado no podrá realizar actos jurídicos válidos. Sin embargo, hay que tener en cuenta
que el Código civil dispone en algún precepto que el incapacitado puede realizar ac-
tos por si mismo (art. 267: “El tutor es el representante del menor o incapacitado sal-
vo para aquellos actos que pueda realizar por sí solo, ya sea por disposición expresa
de la ley o de la sentencia de incapacitación”26), y en otros, sin embargo, establece

24
V. STS 1 julio 2014 (Tol 4468983), en la que se señala por el tribunal la necesidad de adaptarse
a la concreta protección de la persona afectada por la incapacidad, distinguiendo a estos efec-
tos los conceptos de tutela y curatela.
25
V. en relación a la incapacidad parcial SSAP Barcelona 17 febrero 2004 (Tol 358269) y Álava
23 junio 2005 (Tol 702955), y STS 13 mayo 2015 (Tol 5000594) en la que no admitió una
incapacitación total porque no “consta que el deterioro cognitivo del presunto incapaz sea
tan severo que haya anulado su capacidad de deliberación y la posibilidad de decidir sobre
cuestiones que guardan relación con su persona”, así como STS 16 marzo 2001 (Tol 26965) y
30 junio 2014 (Tol 4525361) y 20 octubre 2014 (Tol 4530349), en las que el propio Tribunal
sustituye una incapacitación total por una incapacitación parcial. Por su parte, la SAP Barce-
lona 23 septiembre 2002 (EDJ 2002, 66122) declaró la incapacidad absoluta del demandado
para la administración y disposición de sus bienes y recursos económicos, y la parcial respecto
de sus asuntos personales, exceptuando que pudiera vivir solo sin control de ningún tipo. Sin
embargo, establecen la incapacidad total las SSTS 16 septiembre 1999 (Tol 2320), 29 abril
2009 (Tol 1514778), y 17 julio 2012 (Tol 2635528), así como las SSAP Baleares 7 mayo 2004
(Tol 447802) y Barcelona 27 julio 2006 (Tol 1037899), entre otras.
26
Sin embargo, la STC 18 diciembre de 2000 (Tol 81734) consideró permisible que la tutora de
una mujer incapacitada (su madre) pudiera interponer una acción de divorcio ya que en caso
contrario, señala el Tribunal, se produce una negación rigurosa y desproporcionada de la tutela
judicial efectiva, y una conculcación del principio de igualdad entre los cónyuges, en defensa
de sus intereses patrimoniales y personales. V. también en el mismo sentido STS 21 septiembre
2011 (Tol 2248621).
Derecho Civil I

para el incapacitado la prohibición de realizar actos concretos (así, la celebración


de contratos en el art. 1263. 2º, o el otorgamiento de testamentos en el art. 663. 2º).

Los actos realizados por el incapacitado, contra lo dispuesto en sentencia de


incapacitación, serían inválidos, pudiendo ser anulados por el tutor (su represen-
tante legal) o por el propio pupilo, en el plazo de cuatro años, a contar, desde que
hubiera salido de tutela (art. 1301 CC).
Si, por el contrario, el incapacitado hubiera sido sometido a curatela, los actos
jurídicos por él realizados sin la intervención del curador, cuando ésta fuese pre-
ceptiva, podrían ser anulados, por él mismo o por su curador (art. 293 CC), en
el plazo de cuatro años, a contar desde que se hubiese finalizado la situación de
curatela.

6. Régimen específico del internamiento no voluntario por razón de trastor-


no psíquico
Como se ha indicado, el Juez en la sentencia de incapacitación puede ordenar
el internamiento del incapacitado si lo estima oportuno en beneficio del mismo.
Sin embargo, cabe que se produzcan situaciones en las que sea necesario, para
proteger a la persona afectada o a terceros, el internamiento de una persona en
establecimiento adecuado al caso, aún cuando no exista sentencia de incapacita-
ción y consiguiente internamiento determinado por el Juez.
La LEC regula de modo detallado el internamiento no voluntario de una per-
sona por razón de trastorno psíquico en el art. 763.
Señala este precepto, en su núm. 1, que el internamiento, por razón de trastor-
no psíquico, de una persona que no esté en condiciones de decidirlo por sí, aunque
esté sometida a la patria potestad o a tutela, requerirá autorización judicial, que
será recabada del tribunal del lugar donde resida la persona afectada por el inter-
namiento27 (en consonancia con el art. 271.I.1º CC).
Precisa la Ley que, como regla general, dicha autorización será previa al inter-
namiento28. Pero exceptúa de esta regla la existencia de situaciones de urgencia que

27
El TC en su sentencia 132/2010, de 2 de diciembre (Tol 2007387), consideró inconstitucional
el art. 763.1 LEC porque afecta a derechos fundamentales de la persona y la regulación de lo
mismos es materia reservada a ley orgánica; aunque no declaró nula la norma para no dejar
un vacío en el ordenamiento jurídico, instando al legislador a regular dicho internamiento por
aquel tipo de ley. Lo establecido en esta resolución ha sido recogido en la Ley Orgánica 8/2015,
de 22 de julio, de modificación del sistema de protección de la infancia y de la adolescencia,
que modifica la LEC en el sentido de atribuir carácter orgánico al art. 763 (art. segundo, tres).
28
Con respecto a los menores, especifica la Ley que el internamiento de éstos se realizará siempre
en un establecimiento de salud mental adecuado a su edad, previo informe de los servicios de
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

hicieren necesaria la inmediata adopción de la medida. En este caso, el responsable


del centro en que se hubiere producido el internamiento deberá dar cuenta de éste al
tribunal competente lo antes posible y, en todo caso, dentro del plazo de veinticuatro
horas, a los efectos de que se proceda a la preceptiva ratificación de dicha medida,
que deberá efectuarse en el plazo máximo de setenta y dos horas29 desde que el in-
ternamiento llegue a conocimiento del tribunal30.

Debido al carácter graduable y revisable de la sentencia de incapacitación, la


Ley indica que en la misma resolución que acuerde el internamiento se expresará
la obligación de los facultativos que atiendan a la persona internada de informar
periódicamente al tribunal sobre la necesidad de mantener la medida, sin perjuicio
de los demás informes que el tribunal pueda requerir cuando lo crea pertinente.
Dichos informes serán emitidos cada seis meses, a no ser que el tribunal, atendida
la naturaleza del trastorno que motivó el internamiento, señale un plazo inferior.
Recibidos los referidos informes, el tribunal, previa la práctica, en su caso, de las
actuaciones que estime imprescindibles, acordará lo procedente sobre la conti-
nuación o no del internamiento.
Por otra parte, la Ley también estipula que cuando los facultativos que atiendan a la
persona internada consideren que no es necesario mantener el internamiento, darán el
alta al enfermo, y lo comunicarán inmediatamente al tribunal competente.

7. Revisión de la sentencia de incapacitación


La sentencia donde se declara la incapacitación no es inamovible, es revisa-
ble, ya que no tiene eficacia de cosa juzgada, puesto que las condiciones físicas o
psíquicas del declarado incapaz pueden variar (para mejorar o para empeorar),
necesitando, por tanto, un ajuste del contenido de la sentencia. Así, el art. 761
LEC establece que “La sentencia de incapacitación no impedirá que, sobrevenidas

asistencia al menor.
29
V. sobre el transcurso del plazo de las 72 horas, SSTC 2 julio 2012 (RTC 2012\141) y 7 sep-
tiembre 2015 (RTC 2015\182), cuyo recurso interpuso el Ministerio Fiscal y cuya legitimidad
para interponerlo se cuestionó y en la que el TC estableció sin lugar a dudas la legitimidad del
mismo como parte demandante.
30
Antes de conceder la autorización o de ratificar el internamiento que ya se ha efectuado, la
Ley establece que el tribunal oirá a la persona afectada por la decisión, al Ministerio Fiscal y a
cualquier otra persona cuya comparecencia estime conveniente o le sea solicitada por el afec-
tado por la medida. Además, y sin perjuicio de que pueda practicar cualquier otra prueba que
estime relevante para el caso, el tribunal deberá examinar por sí mismo a la persona de cuyo
internamiento se trate y oír el dictamen de un facultativo por él designado. En todas las actua-
ciones, la persona afectada por la medida de internamiento podrá disponer de representación y
defensa (según se establece en el art. 758 LEC). En todo caso, la decisión que el tribunal adopte
en relación con el internamiento será susceptible de recurso de apelación.
Derecho Civil I

nuevas circunstancias, pueda instarse un nuevo proceso que tenga por objeto de-
jar sin efecto o modificar el alcance de la incapacitación ya establecida”.
La petición de este nuevo proceso pueden instarla las personas que formularon la de-
manda anterior, las que ejercieren cargo tutelar o tuvieran bajo su guarda al incapacita-
do, el Ministerio Fiscal y el propio incapacitado. La sentencia que se dicte en este nuevo
proceso deberá pronunciarse sobre si procede o no dejar sin efecto la incapacitación, o
sobre si deben o no modificarse la extensión y los límites de ésta (art. 761.3º LEC).

II. LA CAPACIDAD DE OBRAR Y LA PRODIGALIDAD


El CC no define la prodigalidad31. Sin embargo, la jurisprudencia del Tribunal
Supremo señala que se trata de un comportamiento significativo de gastos inútiles
que ponen de manifiesto un espíritu desordenado, de disipación y reproche32.
Así, se puede apuntar que la prodigalidad es la conducta de una persona que
se caracteriza por la habitualidad en la disipación de los bienes propios, malgas-
tándolos de forma desordenada.
Actualmente, la prodigalidad no supone una causa de incapacitación, sino una
limitación de la capacidad de obrar en la esfera patrimonial33.
Está regulada fundamentalmente en la LEC, junto a la incapacitación, en los
arts. 756 y ss. Sin embargo, todavía existe alguna referencia a la misma en el CC.
Así, el art. 286 CC señala que están sometidos a curatela los declarados pródi-
gos. Y la curatela, según el art. 288, “no tendrá otro objeto que la intervención del
curador en los actos que los menores o pródigos no puedan realizar por sí solos”.
Al pródigo, por tanto, se le designa curador y no tutor, por lo que no constituye
representación legal de aquél.
Según la jurisprudencia, las notas principales de la prodigalidad son las siguientes: a)
Se requiere una conducta habitual. b) Se requiere que dicha conducta sea esencialmente
condenable, que exceda de una administración mala o arriesgada. c) La conducta ha de

31
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), define el término prodigar
de la siguiente manera: “1. tr. Disipar, gastar pródigamente o con exceso y desperdicio algo. 2.
tr. Dar con profusión y abundancia. 3. tr. Dispensar profusa y repetidamente elogios, favores,
dádivas, etc. U. t. c. prnl. 4. prnl. Excederse indiscretamente en la exhibición personal”.
32
Así, las SSTS de 2 enero 1990 (Tol 1730558) y 8 marzo 1991 (Tol 1728227). En relación a la
ludopatía, causa habitual de la prodigalidad, la SAP Guipúzcoa, Sec. 3ª, 28 junio 2007 (JUR
2002, 342823) señala que “Respecto a la ludopatía ha de definirse como aquella conducta de
la persona que de modo habitual pone en riesgo injustificado su patrimonio, en perjuicio de su
familia más cercana e íntima”.
33
V. en este sentido SSAP Guipúzcoa 28 marzo 2001 (AC 2001, 760) y Córdoba 29 abril 2003
(Tol 275992).
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

crear un riesgo injustificado para el patrimonio. d) Dicho riesgo repercute en perjuicio


de su familia más íntima que perciban alimentos del presunto pródigo o se encuentren
en situación de reclamárselo, pues la declaración de prodigalidad no se da en beneficio
de la sociedad, sino para proteger un interés privado familiar34.

Por su parte, el art. 293 CC se refiere a las consecuencias que conlleva la rea-
lización de actos por los pródigos sin el asentimiento del curador: “Los actos
jurídicos realizados sin la intervención del curador, cuando esta sea preceptiva,
serán anulables a instancia del propio curador o de la persona sujeta a curatela,
de acuerdo con los artículos 1301 y siguientes de este Código”.
En el art. 757.5 LEC se establece que “La declaración de prodigalidad sólo
podrá ser instada por el cónyuge, los descendientes o ascendientes que perciban
alimentos del presunto pródigo o se encuentren en situación de reclamárselos y
los representantes legales de cualquiera de ellos. Si no la pidieren los representan-
tes legales, lo hará el Ministerio Fiscal”.
La persona cuya declaración de prodigalidad se solicite puede comparecer en el
proceso con su propia defensa y representación, de tal manera que si no lo hiciere,
será defendida por el Ministerio Fiscal, siempre que no haya sido éste el promotor del
procedimiento. En otro caso, se designará un defensor judicial, a no ser que estuviere ya
nombrado (art. 758 LEC).

La sentencia que declare la prodigalidad determinará los actos que el pródigo


no puede realizar sin el consentimiento de la persona que deba asistirle, y nom-
brará a la persona o personas que, con arreglo a la Ley, hayan de asistir o repre-
sentar al incapaz y velar por él (art. 760, 2 y 3 LEC).
La finalidad de la declaración judicial de prodigalidad es limitar la capacidad de ad-
ministración del patrimonio del presunto pródigo, para proteger a personas que tengan
una dependencia económica del mismo. Por ello, cuando una persona se encuentre en
situación de prodigalidad se debe instar la correspondiente demanda cuanto antes, pues
dicha declaración sólo tiene efectos a partir de la presentación de la demanda, ya que
los actos del declarado pródigo anteriores a la demanda de prodigalidad no podrán ser
atacados por esta causa (art. 297 CC). La sentencia donde se declare la prodigalidad se
puede inscribir en el Registro Civil y en los demás Registros que fueren necesarios, a
juicio del Juzgador, tales como el Registro de la Propiedad o el Registro Mercantil (art.
755 LEC).

Los actos realizados por el pródigo por sí solo, sin el control del curador, serán
anulables por el propio pródigo en el plazo de cuatro años, contados a partir de

34
V. en este sentido STS 30 junio 2004 (Tol 483303) y SAP Guipúzcoa 28 marzo 2001 (AC
2001/760).
Derecho Civil I

que cese esta situación, o por el curador, salvo que los ratifique (art. 293 en rela-
ción con los arts. 1301 y ss. CC)35.

III. OTROS SUPUESTOS DE LIMITACIÓN DE LA CAPACIDAD DE


OBRAR
Además de los supuestos de incapacitación y de prodigalidad, hay otros casos
en que la ley limita a determinadas personas el ejercicio de ciertas facultades de
carácter patrimonial, como la administración de los bienes. Este es el caso de los
declarados en concurso.
Las situaciones de concurso se regulan actualmente por la Ley 22/2003, de 9
de julio, Concursal, reformada por la Ley 38/2011, de 10 de octubre.
Según la Ley, una persona puede ser declarada en concurso cuando se cons-
tata judicialmente que es un deudor insolvente, es decir, que no puede hacer
frente a las deudas que tiene con varios acreedores (art. 2 LC).
La declaración de concurso debe señalar las facultades de administración y
disposición del deudor respecto del patrimonio y el nombramiento y facultades
del administrador (según se trate de concurso voluntario o concurso necesario,
art. 21, 1, 1 LC).
Por lo que uno de los efectos de dicha declaración es que el concursado ve
restringidas o limitadas sus facultades jurídico-patrimoniales (arts. 22 y 40 LC).
Sin embargo, la Ley permite al concursado facultades de administración y de
decisión sobre el mínimo inembargable (art. 76 LC).

IV. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué es la incapacitación?
2º. ¿Cuáles son las causas de incapacitación?
3º. ¿Quién puede solicitar la incapacitación?
4º. ¿Se puede incapacitar a un menor?
5º. ¿Se puede incapacitar a un toxicómano?
6º. ¿La incapacitación es de por vida?
7º. Al incapacitado, ¿se le nombra curador o tutor?

35
V. en este sentido STS 10 junio 2010 (Tol 1882286).
La incapacitación y otras limitaciones de la capacidad de obrar

8º. ¿Qué es la prodigalidad?


9º. ¿Cuáles son las causas para declarar la prodigalidad?
10º. Al pródigo, ¿se le nombra tutor o curador?
11º. El Ministerio Fiscal, ¿puede solicitar la prodigalidad?
12º. Los concursados, ¿son incapacitados?

V. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Un joven sufría brotes psicóticos alucinatorios, por consumo de droga. En el informe pe-
ricial obrante en las actuaciones, emitido por un psiquiatra que evaluó al joven, se señala
claramente que el mismo no se encontraba en condiciones apropiadas para gobernar ade-
cuadamente su propia vida. En el informe del médico forense especialista en Psiquiatría y
Neurología se manifiesta que dicho joven, cuando hacía el servicio militar, consumía drogas,
desde hachís a cocaína; que, en esta situación, sufrió un brote psicótico alucinatorio delirante,
por lo que necesitó ser internado; que le habían quedado graves secuelas, fundamentalmente
mentales, entre ellas, una epilepsia secundaria, con crisis epilépticas generalizadas, por lo que
precisaba un tratamiento específico intenso, presentando un perfil imprevisible; concluyó, en
definitiva, que se estaba ante un paciente neurológico residual con antecedentes psiquiátricos
graves, y aunque lúcido y coherente en pensamiento, la severidad de la patología, su impul-
sividad, el mal control de su alteración (a pesar de la medicación que recibía) y el carácter
irreversible del proceso, aconsejaban su tutelaje, siendo un paciente candidato para institución
psiquiátrica de por vida. En la sentencia de incapacitación se declaró una incapacidad parcial.
El Ministerio Fiscal recurrió tal sentencia, solicitando la incapacitación total.

Cuestiones
1º. ¿Cree que puede haber causas de incapacitación total en este caso?
2º. ¿A este joven, se le designaría tutor o curador?

2º Supuesto de hecho
Un padre de familia, diagnosticado de ludopatía, que había recibido un tratamiento
no culminado, iba regularmente al bingo. En el informe médico forense se manifestó que
estaba imposibilitado para el gobierno de sus bienes. Reconociendo su ludopatía, dicho
padre de familia señaló que no se oponía a que una persona gobernara sus bienes, pero
que deseaba que sus curadores no fuesen sus hijos o su cónyuge. Dicho sujeto tenía como
único ingreso y fundamental la pensión de jubilación que percibía por una suma cercana
a mil euros. El Tribunal estimó que dicha cantidad podía ser administrada por el mismo,
dado que la prodigalidad no tiene como objetivo la defensa de la sociedad, en general,
sino la de la familia más próxima, pero, al mismo tiempo, estableció la curatela, para que
pudiese enajenar o gravar bienes inmuebles, dar o tomar dinero a préstamo y disponer a
título gratuito de bienes.
Derecho Civil I

Cuestiones
1º. ¿Hay causas para la declaración de prodigalidad en este caso?
2º. ¿Se puede designar curador a personas distintas de los parientes del pródigo?

VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA


AA.VV: Hacia una visión global de los mecanismos jurídico-privados de protección en materia de dis-
capacidad (coord. S. de Salas Murillo), Zaragoza, 2010; AA.VV: La encrucijada de la incapacita-
ción y la discapacidad (coord. J. Pérez de Vargas Muñoz y Montserrat Pereña Vicente), vol.
1º, Madrid, 2011; AA.VV., “Protección jurídica de personas vulnerables”, La Ley. Derecho de Fami-
lia. Revista jurídica sobre familia y menores, 2014 (2); Bercovitz Rodríguez-Cano, R.: “Incapaci-
tación. Práctica de las pruebas de audiencia de parientes, dictamen de facultativos y examen personal
del presunto incapaz; limitación de la incapacitación a las actuaciones procesales por querulancia;
sometimiento a curatela”, CCJC, 2001, núm. 56, pp. 821 y ss.; Berrocal Lanzarot, A.I.: “De
nuevo sobre la prodigalidad”, RCDI, 2012, núm. 729, 2012, pp. 383 y ss.; Carrión Olmos, S.: La
prodigalidad, Valencia, 2007; Lasarte Álvarez, C.: “Incapacitación y derechos fundamentales: La
Convención de Nueva York de 2006, la Ley 1/2009 y la STS 282/2009, de 29 de abril”, en AA.VV.:
Estudios jurídicos en homenaje a Vicente L. Montés Penadés, t. I, Valencia, 2011, pp. 1325 y ss. y
Principios de Derecho civil I. Parte General y Derecho de la Persona, 21ª ed., Madrid, 2015; Marín
Pérez, J.A.: “Discapacidad y modificación de la capacidad de obrar: revisión del modelo de protec-
ción basado en la incapacitación”, en AA.VV.: Estudios jurídicos en homenaje a Vicente L. Montés
Penadés, t. II, Valencia, 2011, pp. 1469 y ss.; Nadal i Oller, N.: La incapacitación: comentarios
al título IX del libro 1 del Código civil, según redactado de la Ley 13/83, de 24 de octubre y Ley
orgánica 1/1996, de 15 de enero, Barcelona, 1999; Pérez de Ontiveros Baquero, M.C.: “La inca-
pacitación en las Sentencias del Tribunal Supremo”, AC, Revista doctrinal, 2000, núm. 1º, pp. 1919
y ss.; Romero Coloma, A.M.: “La prodigalidad y su problemática jurídica”, LL, núm. 7890, 2012.
Lección 9
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

Sumario: I. La ubicación de la persona.- II. El domicilio.- 1. Concepto.- 2. Clases y figuras


afines. III. Situaciones de ausencia.- 1. La desaparición.- 2. La ausencia legal.- A. Concepoto
y presupuestos.- B. Efectos: el representante del ausente.- C. Cese de la situación de ausencia.- 3.
La declaración de fallecimiento.- A. Concepto y requisitos. B. Efectos. C. Extinción y revocación
de la declaración de fallecimiento. IV. Cuestionario.- V. Casos prácticos.

I. LA UBICACIÓN DE LA PERSONA
Para el Derecho, la ubicación de la persona es determinante para el desarrollo
de las relaciones jurídicas, tanto de carácter personal como patrimonial, razón
por la cual deberá pronunciarse sobre las consecuencias que tendrá la imposibili-
dad de su localización.
Por ello, en este tema se analizará como principal elemento de trabajo el con-
cepto de domicilio, los distintos tipos existentes en el ordenamiento jurídico y sus
funciones, para entrar a continuación con la regulación de las situaciones de au-
sencia, cuyo elemento común es la falta de noticias y que, reuniendo determinadas
condiciones, puede concluir con una presunción de muerte del sujeto, por medio
de la declaración de fallecimiento.

II. EL DOMICILIO
A tenor del art. 40.I CC, “Para el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de
las obligaciones civiles, el domicilio de las personas naturales es el lugar de su re-
sidencia habitual, y en su caso, el que determine la Ley de Enjuiciamiento Civil”1.

1
Tradicionalmente se ha distinguido entre el domicilio voluntario y los domicilios legales. Ba-
sándose el primero en el derecho de libertad de residencia del art. 19 CE, se reconocerá el
domicilio allí donde la persona haya querido establecerse de forma estable, esto es, donde haya
situado su residencia habitual. Por el contrario, los domicilios legales se fijarán por determina-
ción expresa de la ley, surtiendo todos los efectos con independencia de la efectiva residencia
de la persona en ellos. Un ejemplo de domicilio legal lo encontramos en el art. 40.II CC, a
cuyo tenor “El domicilio de los diplomáticos residentes por razón de su cargo en el extranjero,
que gocen del derecho de extraterritorialidad, será el último que hubieren tenido en territorio
español”.
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

1. Concepto
El elemento determinante en la fijación del domicilio de las personas físicas es
la residencia habitual, que no necesariamente ha de coincidir con la dirección que,
a efectos administrativos, figure en el padrón municipal2.
Siguiendo la letra precepto, se puede definir el domicilio como el “lugar de
residencia habitual de la persona, en cuanto medio principal para su localización
jurídica”3.

2. Clases y figuras afines


Teniendo en cuenta su ámbito de operatividad, se distingue entre el domicilio
general y los domicilios especiales.
El domicilio general es el recogido en el art. 40.I CC, fundado, como se ha
visto, en la residencia habitual de la persona que voluntariamente ha establecido
allí su lugar de permanencia, siendo el centro de su localización jurídica a todos
los efectos.
Igualmente el elemento determinante a la hora de calificar el domicilio general, sea
en su adquisición como en su pérdida es el de residencia habitual. Ahora bien, ¿qué se
ha de entender por tal? La inmediatez de este concepto no es más que aparente.
En una primera aproximación se podría describir como el establecimiento ordinario
y estable de la persona en un lugar determinado, pero rápidamente surge la cuestión

La remisión que el art. 40.I CC hace a las normas de la LEC de 1881, que recogían distintos
domicilios legales, carece hoy de sentido, en cuanto tales preceptos han sido derogados por la
LEC 2001. En la actualidad, con la excepción del domicilio de los diplomáticos, se puede en-
tender que los llamados domicilios legales han sido desplazados por los denominados domici-
lios especiales, con la salvedad acaso del domicilio de los presos, que se entiende que adquieren
el del centro penitenciario en que cumplen condena.
2
Respecto de las personas jurídicas, habrá que estar a lo dispuesto en el art. 41 CC, según el
cual, “cuando ni la ley que las haya creado o reconocido, ni los estatutos o las reglas de fun-
dación fijaren el domicilio de las personas jurídicas, se entenderá que lo tienen en el lugar en
que se halle establecida su representación legal, o donde ejerzan las principales funciones de su
instituto”.
3
La relevancia del domicilio no sólo incidirá en la localización jurídica de la persona, a efectos
de notificaciones, citaciones o determinación de la competencia de los Tribunales, su operativi-
dad se despliega también efectos como, sin ánimo de exhaustividad, la determinación del Juez
o Alcalde para celebrar el matrimonio (art. 57 CC), nombramiento de defensor a un desapare-
cido (art. 181 CC), o representante en caso de ausencia (art. 183 CC), establecimientos encar-
gados de realizar sufragios y obras piadosas en beneficio del alma del testador (art. 747 CC), o
determinación de los establecimientos benéficos en las disposiciones genéricas en favor de los
pobres (art. 749 CC); la sucesión del Estado y la cesión de una tercera parte de la herencia a
instituciones municipales (art. 956 CC), lugar del pago (art. 1171.2 CC), o inicio del cómputo
de la acción rescisoria (art. 1299 CC).
Derecho Civil I

de saber si se requiere un cierto lapso tiempo mínimo, o bien basta con la voluntad del
sujeto para fijarla, y en este caso, si sería necesaria una manifestación expresa.
La jurisprudencia del TS, aun manejando criterios subjetivos a la hora de entender el
domicilio, en cuanto permanencia y voluntad de mantenerla, ha resuelto objetivar este
elemento intencional priorizando la “vivencia y habitualidad con raíces familiares y eco-
nómicas” en un determinado lugar sobre la ocasional estancia de la persona4.
Así las cosas, la residencia habitual puede definirse como aquella en que habita
la persona con vocación de permanencia manifestada por las circunstancias objetivas
del establecimiento, sin que por ello sea necesario un tiempo mínimo de estancia o
cualquier otra condición, adquiriéndose incluso el domicilio contra la voluntad de la
persona5.

Los domicilios especiales son aquellos que, además del general, se le reconocen
a determinados sujetos que se encuentran en una determinada situación, por ra-
zones de eficacia o de seguridad jurídica6.
Así, el art. 50.2 LEC, en materia de competencia judicial territorial, establece la po-
sibilidad de demandar a los empresarios y profesionales allí donde realice su actividad,
y si fuese en distintos lugares, a elección del demandante; o las personas jurídicas, que
además de su domicilio social podrán ser demandadas donde haya tenido lugar la rela-
ción jurídica en litigio, o donde deba tener su efectos (art. 51 LC). En materia administra-
tiva, tendrá plenos efectos —administrativos— el domicilio inscrito en el padrón muni-
cipal (arts. 15 y 16 LBRL), que podrá coincidir o no con la residencia real de la persona,
al igual que el denominado domicilio fiscal, que si bien está basado en la residencia
habitual, deberá notificarse cualquier variación desplegando plenos efectos el domicilio
que constase, en caso contrario, y si se trata de empresarios o profesionales, se añadirá
el lugar donde desarrollen principalmente su actividad (art. 48 LGT)7.

Dentro de los domicilios especiales, cabe hacer especial mención a los de las
personas casadas, al de los hijos sometidos a la patria potestad y al de los inca-
paces.
a) Al domicilio conyugal, se refiere el art. 70 CC, según el cual “los cónyuges
fijarán de común acuerdo el domicilio conyugal y, en caso de discrepancia, resol-
verá el Juez, teniendo en cuenta el interés de la familia”8.

4
V. en este sentido STS 30 enero 1993 (Tol 1662639).
5
Tal sería el caso del preso, que adquiriría como domicilio el del establecimiento penitenciario,
siguiendo no obstante el principio de la residencia habitual (en régimen de internamiento ordi-
nario).
6
En la confrontación entre los domicilios especiales, y un eventual domicilio real o residencia
habitual (art. 40.1 CC), la jurisprudencia es uniforme a la hora de primar a este último, despla-
zando los anteriores. V. en este sentido ATS 13 mayo 2005 (RAJ 2005, 7038).
7
No obstante, el domicilio real prevalece sobre el administrativo
8
No tendrá que coincidir el domicilio conyugal —aunque será lo más frecuente— con la de-
nominada vivienda familiar, objeto de un régimen excepcional a efectos de realizar actos de
disposición unilaterales por el cónyuge propietario (art. 1320 CC) o la posibilidad de ser adju-
dicado su uso de forma exclusiva y excluyente a cualquiera de ellos en procesos de separación,
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

b) Por regla general, el domicilio de los hijos sometidos a patria potestad será
el de los titulares de ésta, teniendo en cuenta el deber impuesto por el art. 154. 1º
CC de “tenerlos en su compañía”9.
c) Igual solución cabe aplicar respecto a los incapacitados judicialmente, cuyo
domicilio será el de su tutor, siempre que en la sentencia de incapacitación le hu-
biesen encomendado su guarda10.
Desde una perspectiva distinta se habla de domicilio electivo. Por tal se en-
tiende el que las partes voluntariamente hubiesen designado las partes en un acto
o negocio para todos o alguno de sus efectos, no teniendo que coincidir necesa-
riamente con el domicilio real. Se trata de un domicilio ficticio, utilizado para la
determinación de los efectos propios del domicilio (notificaciones, sometimiento
a una determinada jurisdicción…).
Igualmente, se encuentra el llamado domicilio constitucional, en relación con el art.
18.2 CE, precepto que sanciona la inviolabilidad del domicilio.
A estos efectos, se entiende por domicilio “un ámbito espacial determinado […] por
ser aquel en el que los individuos, libres de toda sujeción a los usos y convenciones so-
ciales, ejercen su libertad más íntima, siendo objeto de protección de este derecho tanto
el espacio físico en sí mismo considerado, como lo que en él hay de emanación de la
persona y de su esfera privada”11.
Estamos, por lo tanto, ante un concepto de domicilio más amplio que el jurídico-
privado12, en el que es posible incluir (en la medida en que constituyen un ámbito de

nulidad o divorcio (arts. 96 y 103.2º CC). El criterio rector para calificar la vivienda familiar
será el de su efectiva residencia en ella.
9
Pero en una lectura integral de los arts. 155. 2º in fine, 165. 2º a contrario y 319 CC, se da la
posibilidad de que los hijos menores puedan fijar un lugar de residencia distinto a la de sus
padres —siempre de mutuo acuerdo, o con asentimiento de éstos al menos. En cualquier caso,
tal domicilio particular del menor se entenderá concurrente al familiar, en caso de ignorancia
o desconocimiento de terceros interesados, existiendo una presunción de que el domicilio del
menor será el de los titulares de la patria potestad.
10
No obstante, para ambos supuestos —menores sujetos a patria potestad e incapacitados— se
ha defendido que al no tener capacidad para regir su persona no podrían establecer domicilio
propio, aunque sí residencia, si bien tal puntualización técnica no tendrá relevancia práctica
cuando efectivamente los terceros sepan de tal circunstancia (vida independiente del domicilio
familiar o del tutor). En tal sentido, el TS ha reconocido la posibilidad de que tenga un domici-
lio distinto al de su tutor, y sea preferente a éste (internamiento en un centro asistencial). V. en
este sentido ATS 21 abril 2006 (RAJ 2006, 3027), a efectos de la rendición de cuentas del tutor
y Juzgado competente.
11
V. en este sentido SSTC 22/1984, de 17 de febrero (Tol 79311); 119/2001, de 24 de mayo (Tol
2778) y 10/2002, de 17 de enero (Tol 123266).
12
V. en este sentido STC 228/1997, de 16 de diciembre (Tol 268803) y ATC 290/2004, de 19 de
julio (RTC 2004/290).
Derecho Civil I

privacidad excluyente) las caravanas y los autorremolques13, las habitaciones de hotel14,


las embarcaciones y los camarotes15, o las casas en estado ruinoso16.

III. SITUACIONES DE AUSENCIA


El presente tema, ubicado sistemáticamente en el Título VIII del Libro I del Código
civil (arts. 181 ~ 198 CC) ha sido objeto de reforma por la Ley 15/2015, de 2 de julio, de
Jurisdicción voluntaria (en edelante, LJV). Como principales novedades de tal Ley se pue-
den resaltar, en primero término, el mayor protagonismo del Secretario judicial, sea en la
incoación de expedientes, sea en su resolución, y en segundo lugar, la modificación de
las causas y plazos de la declaración de fallecimiento (art. 194 CC).

El hecho de que el sujeto no se encuentre presente en al ámbito donde se desa-


rrollan sus relaciones jurídicas, personales o patrimoniales, ni exista la posibilidad
de entrar en contacto con él, junto a la necesidad de que requieran su atención por
parte de su titular, hace que el Derecho intervenga a fin de procurar en último ex-
tremo que la incertidumbre sobre el paradero o existencia de la persona, se pueda
proyectar al ámbito de sus relaciones jurídicas.
Así, con relación a eventuales acreedores, o la necesaria gestión de bienes de su
patrimonio para evitar su pérdida o menoscabo, ejercicio de la patria potestad, apertura
de la sucesión...

Ante tal situación, el CC dispone de diversas soluciones en función de lo que


se prolongue la ausencia o la inseguridad de que el desaparecido siga con vida,
ofreciendo distintas líneas de actuación, de mayor o menor intensidad o injerencia
en el ámbito de la persona ausente.
El CC esencialmente conoce tres situaciones de incertidumbre:
a) La mera desaparición, en que la ausencia de un sujeto se junta con la nece-
sidad de comunicarse con él, sea por cuestiones relativas a relaciones jurídicas de
contenido patrimonial o personal; y que dará lugar a la posibilidad de nombrar
un defensor para hacerse provisionalmente cargo de ellas (art. 181 CC).

13
V. en este sentido SSTS (2ª) 19 septiembre 1994 (RAJ 1994, 6996) y 29 enero 2001 (RAJ 2001,
405).
14
V. en este sentido SSTS (2ª) 3 julio 1992 (RAJ 1992, 6017), 4 abril 1995 (RAJ 1995, 2810) y 2
octubre 1995 (RAJ 1995, 5437).
15
V. en este sentido STS (2ª) 18 octubre 2006 (Tol 1006861).
16
V. en este sentido SSTS (2ª) 23 septiembre 1997 (Tol 407865) y 19 mayo 1999 (RAJ 1999,
5408).
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

b) En el supuesto de que tal falta de noticias se prolongue en un tiempo de-


terminado, y a efectos de dotar de estabilidad a su ámbito de gestión y adminis-
tración, se puede dar lugar a una declaración de ausencia legal, por la que se le
nombrará un representante para atender su esfera patrimonial, principalmente
(arts. 182-192 CC).
c) En tercer lugar, cuando por determinadas circunstancias (sucesos dramá-
ticos, o el mero transcurso del tiempo sin tener noticias del desaparecido) el
estado de incertidumbre se cierne sobre la propia vida de la persona, se podrá
instar una declaración de fallecimiento, permitiendo equipararla —aunque no
identificarla—, a la muerte física (arts. 193-197 CC).

1. La desaparición
A tenor del art. 181 CC, “desaparecida una persona de su domicilio o del lugar
de su última residencia, sin haberse tenido en ella más noticias, podrá el Secreta-
rio judicial, a instancia de parte interesada17 o del Ministerio fiscal, nombrar un
defensor que ampare y represente al desaparecido en juicio o en los negocios que
no admitan demora sin perjuicio grave”18.
Pero ello, siempre que el desaparecido no estuviese legítimamente representado por
medio de un persona, a quien hubiera apoderado para administrar todos sus bienes (art.
183 CC), pues en tal caso, sería su representante quien cuidara de sus intereses, siendo
innecesario el nombramiento de un defensor judicial.

Estamos por lo tanto ante una situación provisional, caracterizada por la im-
posibilidad de localizar a una persona, habiendo asuntos que le conciernen que
requieren ser atendidos rápidamente, con el fin de que no sufra un perjuicio grave.
No tiene por qué existir necesariamente incertidumbre sobre la propia vida del des-
aparecido, sino la imposibilidad de ponerse en contacto con él sea por dificultades téc-
nicas (p. ej., un alpinista) o por cualquier otra circunstancia (sencillamente, desconocer
dónde se encuentra).

17
Por parte interesada debe entenderse cualquier persona que presente un interés legítimo en
consideración a la administración o gestión del patrimonio del desaparecido, aunque no nece-
sariamente en asuntos de contenido patrimonial.
18
A las personas que deberán ser nombradas como defensores se refiere el art. 181.II CC, dis-
poniendo como defensor nato del desaparecido, al cónyuge mayor de edad no separado le-
galmente; en su defecto, al pariente mayor de edad más próximo hasta el cuarto grado, y en
defecto de parientes, no presencia o urgencia notoria, cualquier persona solvente y de buenos
antecedentes, previa audiencia del Ministerio Fiscal. Al defensor judicial se le aplican las causas
de inhabilidad, excusa y remoción de tutores y curadores (art. 301 CC con relación a los arts.
243-258 CC).
Derecho Civil I

Es por ello, que se le nombra un defensor judicial19 cuyas facultades se preci-


sarán en la resolución que lo designe, teniendo en cuenta que su legitimación pa-
ra poder gestionar los intereses de su representado se justifica en una situación
de urgencia y, por definición, tiene carácter transitorio, por lo que cesa cuando
se cumplen los asuntos que le han sido encomendados20.
En cualquier caso, la actuación del defensor es de carácter conservativo, por
lo que para cualquier acto que exceda una administración ordinaria requerirá la
correspondiente autorización del Secretario Judicial21.
Las causas de extinción del cargo son las siguientes:
a) La realización por parte del defensor de la gestión encomendada en la reso-
lución que lo nombre.
b) El retorno del desaparecido (o tener noticias de él, siendo ya posible la co-
municación).
c) La declaración de ausencia legal o de fallecimiento. Como veremos a conti-
nuación, por la propia idiosincrasia de tales situaciones el régimen de la desapari-
ción o mera ausencia quedará desplazado o, en su caso, integrado en ellas.

2. La ausencia legal
A) Concepto y presupuestos
Conforme al art. 183 CC, “Se considerará en situación de ausencia legal al
desaparecido de su domicilio o de su última residencia:

19
¿Tiene derecho a una remuneración el defensor del desaparecido? El CC no se pronuncia ex-
presamente sobre ello, aunque aplicando analógicamente el régimen de la tutela no parece ha-
ber impedimento para que el Juez pueda acordarla en función de la gestión que le encomiende
(art. 274 CC).
20
El nombramiento se encauzará por los trámites de jurisdicción voluntaria, (Ley 15/2015, de 2
de julio), iniciándose mediante solicitud donde se expresarán los datos de localización de los
parientes más próximos del desaparecido hasta el cuarto grado de consanguinidad y el segun-
do de afinidad (art. 68. 3 LJV). A continuación, el Secretario Judicial acordará una compare-
cencia en el plazo de cinco días entre él y los interesados, el Ministerio Fiscal y el solicitante,
resolviendo lo pertinente. En caso de que exista riesgo cierto de perjuicio, el Secretario podrá
nombrar interinamente a un defensor (“quien corresponda”, o en su caso, el propuesto por el
solicitante) y adoptar aquellas medidas urgentes de protección de su patrimonio, estando tales
decisiones supeditadas a su ulterior ratificación o revocación (art. 69 LJV).
21
Del mismo modo, cabe indicar que la actuación del defensor no se limitará necesariamente a la
esfera patrimonial del desaparecido, desde el momento en que deberá amparar y representar al
desaparecido en juicio, sin que se especifique el carácter patrimonial o personal del mismo (p.
ej., demanda de alimentos)
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

1. Pasado un año desde las últimas noticias o, a falta de éstas, desde su desapa-
rición, si no hubiese dejado apoderado con facultades de administración de todos
sus bienes.
2. Pasados tres años, si hubiese dejado encomendada por apoderamiento la
administración de todos sus bienes”22.
No se trata, pues, de una mera desaparición provisional, sino de una desaparición
cualificada —una falta de noticias— por el transcurso de los plazos previstos en el art.
183 CC, lo que impondrá la obligación de solicitar judicialmente la situación de au-
sencia a las personas determinadas en el art. 182 CC, con independencia de que con
anterioridad se hubiese nombrado un defensor.

B) Efectos: el representante del ausente


La situación de ausencia legal, en sentido estricto, se constituye por resolución
judicial23 ante la desaparición prolongada de una persona por dudarse de su exis-
tencia, razón por la que se le nombra un representante legal (entre las personas
previstas en el art. 184 CC) con carácter permanente, para que administre su
patrimonio con carácter general.
El art. 184.I CC llama como representante legal del ausente a sus parientes, estable-
ciendo el siguiente orden de prelación que podrá ser alterado por el Juez cuando con-
curra “motivo grave”: 1º) el “cónyuge presente mayor de edad no separado legalmente
o de hecho”; 2º) el “hijo mayor de edad” y, “si hubiese varios, serán preferidos los que
convivían con el ausente y el mayor al menor”; 3º) el ascendiente más próximo de menos
edad de una u otra línea; 4º) los hermanos mayores de edad que hayan convivido fami-
liarmente con el ausente, con preferencia del mayor sobre el menor”.
Frente a estos representantes, llamados legítimos, por estar determinados directa-
mente por la Ley, se hallan los dativos, que son los designados por el Secretario Judicial,
en los términos previstos por el art. 184.II CC, según el cual “En defecto de las personas
expresadas, corresponde en toda su extensión a la persona solvente de buenos antece-
dentes que el Secretario Judicial, oído el Ministerio fiscal, designe a su prudente arbitrio”.

22
El art. 183.II CC precisa que “la muerte o renuncia justificada del mandatario, o la caducidad
del mandato, determina la ausencia legal, si al producirse aquellas se ignorase el paradero del
desaparecido y hubiere transcurrido un año desde que se tuvieron las últimas noticias, y, en su
defecto, desde su desaparición. Inscrita en el Registro Civil la declaración de ausencia, quedan
extinguidos de derecho todos los mandatos generales o especiales otorgados por el ausente”.
23
Procesalmente, se rige por los arts. 70-73 LJDV. Instada la declaración de ausencia ante el
Secretario Judicial, se acordará una comparecencia ante él del solicitante, el Ministerio Fiscal,
y las personas indicadas en la solicitud (parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad, y
segundo por afinidad, así como todos aquellos interesados), en el plazo de un mes, junto a la
publicación por edictos de la resolución de admisión.
Derecho Civil I

El representante legal del ausente, después de cumplir las obligaciones que le


corresponda conforme a lo dispuesto en el art. 185 CC, entrará en su caso, en la
posesión temporal de los bienes de éste (186.I CC).
El representante tiene amplias facultades para realizar actos de administración
de los bienes, pero no de disposición, ya que no podrá “venderlos, gravarlos, hi-
potecarlos o darlos en prenda, sino en caso de necesidad o utilidad evidente, reco-
nocida y declarada por el Secretario, quien, al autorizar dichos actos, determinará
el empleo de la cantidad obtenida” (186.III CC).
El representante legítimo tendrá derecho a retribución, conforme a lo dispuesto en el
art. 186.I y II CC, que distingue, según el grado de parentesco que guarde con su represen-
tado: a) Si se trata del cónyuge o de un descendiente o ascendiente, percibirá los productos
líquidos de los bienes que posea “en la cuantía que el Juez señale, habida consideración
al importe de los frutos, rentas y aprovechamientos, número de hijos del ausente y obli-
gaciones alimenticias para con los mismos, cuidados y actuaciones que la representación
requiera, afecciones que graven al patrimonio y demás circunstancias de la propia índole”.
b) Si se trata de hermanos “harán suyos los frutos, rentas y aprovechamientos en la cuantía
que el Juez señale, sin que en ningún caso puedan retener más de los dos tercios de los
productos líquidos, reservándose el tercio restante para el ausente, o, en su caso, para sus
herederos o causahabientes”. Por su parte, el representante dativo, nombrado judicialmen-
te conforme a lo dispuesto en el art. 184.II, tendrá derecho a una remuneración, que no
podrá ser interior al cuatro por ciento del rendimiento neto de los bienes, ni exceder del
veinte (art. 274 CC, en relación con art. 185.II CC).

No obstante a lo expuesto, hay que tener en cuenta que la declaración de au-


sencia legal no restringe la capacidad de obrar del desaparecido, por lo que los
actos que pueda realizar allí donde se encuentre con relación a su patrimonio
serán válidos, incluso los incompatibles con los que eventualmente pudiera haber
realizado su representante.
Así lo corrobora el art. 188.II CC, según el cual, en el supuesto de que se presentase
un tercero con un título fehaciente probando haber adquirido bienes del ausente, cesará
la representación respecto a éstos, quedando a disposición del adquirente24.

24
De igual modo, hay que tener presente que los actos de disposición o gravamen realizados por
el representante de ausente requerirán la correspondiente autorización (art. 186.III CC), y tan
sólo en este caso, sus actos prevalecerán sobre los del ausente. En esta materia, será determi-
nante la anotación de la resolución de ausencia legal así como la designación del representante,
en el Registro civil. El único legitimado para poder disponer de tales bienes, contando con la
licencia judicial, será el representante, inmovilizándose a estos efectos las facultades de dispo-
sición y en general administración de los bienes, por el ausente. En tal sentido, se habla de la
existencia de un patrimonio separado, el administrado por el representante y el que tenga el
ausente vivo allí donde se encuentre.
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

C) Cese de la situación de ausencia


La situación de ausencia legal termina por las siguientes causas:
a) La aparición o prueba de vida del ausente (art. 187.II CC y art. 75.1-2 LJV),
bien por evidencia física, bien porque se tengan noticias de él25.
b) La declaración de fallecimiento, por la cual, tal y como dispone el art. 195
CC y 74.2 LJV, cesa la situación de ausencia en los términos que veremos en el
epígrafe siguiente.
c) La prueba de muerte del sujeto, que pondrá fin a la situación de ausencia, en
cuanto supone la extinción de la personalidad (art. 188 CC y 76 LJV).
Con la finalización de la situación de ausencia legal se producirá la extinción del
poder de representación y, en el caso de reaparición del ausente, según el art. 187 CC,
habrá que distinguir dos supuestos: que el representante tuviese buena fe, entendiendo
por la ignorancia de la existencia del ausente o de la posibilidad de ponerse en comuni-
cación con él, supuesto en que deberá restituir el patrimonio —se entiende, la posesión
de los bienes, en el caso de representantes legítimos—, junto al producto de los bienes,
detrayendo la cantidad fijada por el Secretario Judicial; y en segundo lugar, el supuesto
de que el representante fuese de mala fe, en cuyo caso deberá restituir al declarado au-
sente los bienes administrados y frutos percibidos o debidos percibir26. Por su parte, se
podrá solicitar la rescisión de los contratos que se hubiesen celebrado en perjuicio del
ausente.

3. La declaración de fallecimiento
La tercera de las situaciones a las que puede dar la “ausencia”, entendida ésta
en sentido amplio la constituye la declaración de fallecimiento, la cual llevará
consigo la finalización del estado de incertidumbre sobre la existencia del desapa-
recido, con efectos equiparables a los de la muerte física, aunque no coincidentes.

A) Concepto y requisitos
La conveniencia a efectos prácticos de poner fin, bajo determinadas circuns-
tancias, al estado de pendencia de las relaciones jurídicas del desaparecido, se
tiene que conjugar con la principal nota distintiva respecto a la defunción: la

25
En cualquier caso, será necesario iniciar un nuevo procedimiento que ponga fin a la situación
de ausencia por resolución judicial motivada (auto).
26
Conforme al art. 1291.2º CC, los contratos celebrados en representación del ausente, serán
rescindibles siempre que se hubiese producido una lesión en más de una cuarta parte del valor
de los bienes. Se exceptúan los actos de disposición realizados con la correspondiente licencia
del Secretario Judicial (art. 186.III CC).
Derecho Civil I

reversibilidad, esto es, la posibilidad de que el declarado fallecido, sencillamente,


no lo esté; y en su momento haga acto de presencia.
La declaración de fallecimiento tiene lugar mediante resolución del Secretario
Judicial (decreto)27, “que expresará la fecha a partir de la cual se entienda su-
cedida la muerte” (art. 195.II CC)28, la cual tendrá lugar ante una situación de
desaparición prolongada u ocurrida en circunstancias que impliquen un riesgo
inminente para la vida.
a) Desaparición prolongada. Se podrá instar la declaración de fallecimiento,
cuando el sujeto se encuentre desaparecido —en cuanto falta de noticias e igno-
rancia de su paradero— en los siguientes plazos:
1º. Diez años, desde las últimas noticias o en su defecto, desde su desaparición
(art. 193.1º CC).
2º. Cinco años, desde las últimas noticias o en su defecto, desde su desapari-
ción, si la persona al expirar tal plazo hubiese cumplido setenta y cinco años de
edad (art. 193, 2º CC)29.
b) Desaparición y riesgo inminente para la vida. Se recogen una serie de su-
puestos, en los que se considera la probabilidad de muerte del sujeto, en función
del plazo de desaparición o falta de noticias y la naturaleza del suceso en que se
ha producido la desaparición:
1º. Un año, desde la existencia de un riesgo inminente de muerte, por causa de
violencia contra la vida, sin haberse tenido más noticias suyas desde el final de la
violencia (art. 193. 3º CC). Se presume la violencia, si en una subversión de tipo polí-
tico o social, hubiese desaparecido la persona y no se hubiesen tenido noticias suyas
en el plazo de seis meses una vez terminada aquélla (art. 193.II CC). Esto es, seis
meses sin noticias para presumir que ha habido violencia, y un año más para poder
instar la declaración de fallecimiento. Por violencia contra la vida se debe entender
más que una agresión contra la persona, una situación de violencia (p. ej., algaradas,
manifestaciones...).

27
La declaración de fallecimiento es inscribible en el Registro civil (art. 198 CC y arts. 46 LRC y
179 RRC), así como en el Registro de la propiedad (art. 2.4 LH y art. 10 RLH).
28
Dicha resolución, que revestirá la forma de decreto, recaerá como resultado de un proceso, de
acuerdo con las pautas del art. 74 LJV. El proceso se iniciará a petición por parte interesada o
del Ministerio Fiscal, según la causa que se alegue (art. 193, 1, 4 y 5 y art. 194 CC; y art. 194.2
y 3 CC, respectivamente). No es obligatorio instar la declaración de fallecimiento, ni necesa-
riamente subsiguiente a una declaración de ausencia legal (art. 74.2 LJV). En este sentido, por
parte interesada debe entenderse cualquiera que presente un interés legítimo en la declaración,
sea de carácter patrimonial o personal.
29
Esto es, que se podrá solicitar la declaración de ausencia a una persona de setenta años, pa-
sados cinco años, computándose el plazo a partir de la finalización del año natural en que se
tuvieron las últimas noticias, o en su defecto, de su desaparición (a quo: el 31 de diciembre).
En el caso de que cumpliese los setenta y cinco años con posterioridad al plazo de cinco años,
pero antes del general de diez años, se podrá instar desde tal momento.
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

2º. Tres meses, en caso de siniestro, sin tenerse noticias, desde su cesación (art.
193.I.3º CC). Por siniestro, en contraposición a la violencia del mismo artículo, pa-
rece referirse a sucesos ajenos al menos directamente, a la acción del hombre (así,
tormentas, accidentes laborales, explosiones o catástrofes naturales)
3º. Operaciones de campaña: dos años de desaparición, desde el tratado de paz
o, en su caso, desde la declaración oficial de la guerra (art. 194. 1º CC). Desde el
punto de vista de los sujetos, habrán de pertenecer a un contingente armado o bien
estar unidos a él en calidad de funcionarios auxiliares voluntarios o bien con labores
informativas, y deberán haber participado en operaciones de campaña en tiempo de
guerra, desapareciendo en ellas. Así, no parece que sea de aplicación en supuestos
de operaciones militares de carácter civil (policíaco) o maniobras, aplicándose el
régimen general en tales casos.
4º. Naufragio: ocho días de desaparición, desde el momento de la comprobación
del naufragio o inmersión en mar, presumiéndose el naufragio si no arriba a su des-
tino o bien no retorna a puerto transcurrido el plazo de un mes a contar desde las
últimas noticias o en su defecto, desde la fecha partida (art. 194. 4º CC). Los plazos
se entienden acumulativos, debiendo esperarse nueve meses antes de poderse instar
la declaración de fallecimiento en cuanto no se ha podido constar el naufragio.
5º. Siniestro aéreo: ocho días de desaparición desde la comprobación del sinies-
tro de la aeronave ante la falta de noticias de sus ocupantes, o la imposibilidad de
identificar los restos humanos que en su caso se encuentren. De igual modo que en el
supuesto anterior, se presumirá el siniestro, si transcurre un mes desde de la falta de
noticias sean de las personas, sea de la aeronave o en su defecto, desde el momento
de partida, si se trata de un viaje sobre mares, zonas desérticas o deshabitadas (art.
194.5º CC). En el caso de que se trate de un viaje por etapas, el plazo se iniciará en
la última escala en que se recibieron noticias. Los plazos son acumulativos.
Por lo general, en los supuestos de desaparición prolongada (art. 193 CC), la fecha de la
muerte se fijará en el último día del cómputo de los plazos, pero tal regla no parece adecua-
da para el resto de supuestos (violencia, naufragio o siniestro y operaciones de campaña) en
que, por su propia naturaleza, se ha entendido más lógico que la muerte se produjo en el mo-
mento del siniestro, naufragio o situación violenta, es decir, el riesgo inminente de muerte.

c) Evidencia de muerte. Cuando existe “evidencia racional de ausencia de su-


pervivientes” ante un naufragio o desaparición de una nave verificado, o siniestro
comprobado de aeronave, y siempre que se hubiese acreditado el embarque de la
persona desaparecida, se puede acceder directamente a la solicitud y declaración
de fallecimiento, sin que sea necesaria la falta de noticias ni cómputo de plazo
alguno (art. 194. 2º CC).
En estos casos, instará la solicitud de declaración de fallecimiento el Ministerio Fiscal
“inmediatamente después del siniestro” (art. 74.1 LJV).

B) Efectos
Las consecuencias de la declaración de fallecimiento, similares a las de la de-
función, se proyectan tanto en la esfera patrimonial, como en la personal y fami-
liar: cese de la situación de ausencia legal, cuando le haya precedido (art. 195.I CC
Derecho Civil I

y art. 74.2 II LJV); disolución del matrimonio (art. 85 CC, en la redacción dada por
la Ley 30/1981, de 7 de julio)30; y extinción de la patria potestad (art. 169.1º CC)31.
En la esfera estrictamente patrimonial, la declaración de fallecimiento provoca
la extinción de las relaciones obligatorias no transmisibles por causa de muerte32.
Así, los derechos que se hayan constituido en consideración de la persona, como
el usufructo (art. 513.1º CC) o los derechos de uso y habitación (art. 529 CC), o contra-
tos que se extinguen con la muerte de cualquiera de las partes, como el mandato (art.
1732.3º CC) o el contrato de sociedad (art. 1700.3º CC).

Especialmente importante es el efecto consistente en la apertura de la sucesión


en los términos previstos por el art. 196 CC. Una vez firme el auto que declare
el fallecimiento y el momento en que se considera que se produjo la muerte del
desaparecido, se procede a la apertura de la sucesión, refiriendo a tal instante los
requerimientos de capacidad sucesoria de los causahabientes.
En cuanto se trata de una suerte de presunción iuris tantum de muerte, no pue-
de ignorarse la posibilidad de que la persona en cuestión aparezca, y a tal efecto
se establecen determinadas obligaciones a los herederos, a modo de cautela.
Así, a tenor del art. 196 CC, los herederos habrán de formar notarialmente un inven-
tario detallado de los bienes muebles y una descripción de los inmuebles y no podrán
disponer de los bienes hereditarios a título gratuito hasta pasados cinco años, ni entregar
legados mientras no transcurra ese mismo plazo.

C) Extinción y revocación de la declaración de fallecimiento


La declaración de fallecimiento, conforme a lo dispuesto en el art. 197 CC y
art. 75 LJV, es revocable por las siguientes causas.
a) Por la aparición del ausente o la prueba de que vive prueba de vida33.

30
Por lo que el cónyuge presente podrá volver a contraer matrimonio. Si el declarado fallecido
aparece, el segundo matrimonio se mantendrá vigente. De igual modo, la Ley 7/1981 no tiene
efectos retroactivos, respecto a los matrimonios celebrados con anterioridad a su entrada en
vigor. V. en este sentido RDGRN 18 febrero 1995 (RAJ 1995, 2280).
31
¿Revivirá la patria potestad sobre los hijos? Y en el caso de que hayan sido adoptados, ¿la
habrá perdido definitivamente? El art. 169.1º CC parece claro al respecto de ambas preguntas:
la patria potestad se habrá extinguido, por lo que habrían desaparecido los vínculos jurídicos
respecto a los hijos.
32
La equiparación a la defunción de la persona se proyectará igualmente a los derechos, facultades
y obligaciones que pueden derivarse de ella, como los derechos de viudedad, o los derivados del
contrato de seguro de vida. V., respecto a la primera de las cuestiones, STS (3ª) 24 febrero 1987
(RAJ 1987, 1009); y, respecto de la segunda de ellas, STS 18 junio 2010 (Tol 1881367).
33
Ante tal circunstancia, será necesario iniciar el correspondiente procedimiento judicial por la
vía del art. 2043 LEC 1881, que tras comprobarse la identidad del sujeto, concluirá con auto
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

En este caso, el declarado fallecido “recobrará sus bienes en el estado en que se


encuentren y tendrá derecho al precio de los que se hubieran vendido, o a los bie-
nes que con este precio se hayan adquirido, pero no podrá reclamar de sus suceso-
res rentas, frutos ni productos obtenidos con los bienes de su sucesión, sino desde
el día de su presencia o de la declaración de no haber muerto” (art. 197 CC).
b) Por prueba de la muerte, esto es, de la defunción de la persona declarada
fallecida, sea de una forma directa, a partir de la constatación del cadáver, o indi-
recta, mediante los indicios suficientes para crear la certeza de la muerte34.
En este supuesto, se producirá la consolidación de la situación jurídica
creada por la declaración de fallecimiento, poniendo fin a las prohibiciones
de disponer de los herederos, las reservas y demás limitaciones a la hora de
entregar o reclamar los legados, previstas en el art. 196.II y III CC).

IV. CUESTIONARIO
1º. ¿El domicilio civil de las personas coincidirá necesariamente con el deter-
minado en el padrón municipal?
2º. ¿Qué es el denominado domicilio electivo?
3º. ¿Cuándo procederá nombrar un defensor de una persona desaparecida?
4º. ¿Cuáles son las funciones del defensor del desaparecido?
5º. ¿Cuándo se debe proceder a instar la declaración de ausencia legal?
6º. ¿Cuáles son las funciones del representante del ausente?
7º. ¿Cuándo procederá la declaración de fallecimiento?
8º. ¿Puede declararse a una persona fallecida sin haber sido previamente de-
clarada ausente?
9º. Determine los efectos de la declaración de fallecimiento.
10º. Determine los efectos que produce la reaparición del declarado fallecido.

haciendo cesar los efectos de la declaración de fallecimiento.


34
Al respecto, es doctrina consolidada de la DGRN que la denominada “fama de muerte” no es
suficiente para dar lugar a una inscripción de defunción, distinguiendo entre la ausencia de ca-
dáver, o inhumación del mismo, de la desaparición de una persona viva, aunque pueda inferirse
la defunción de ella por el transcurso de tiempo. V. en este sentido RDGRN 29 octubre 1996
(RAJ 1997, 4455), y las resoluciones que cita. Será necesaria una prueba concluyente para
concluir con la presunción sentada por la declaración de fallecimiento (art. 278 RRC).
Derecho Civil I

V. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Álvaro Pespunte, empadronado en el municipio de Calasparras, al haber sido destina-
do como interventor del Ayuntamiento de tal localidad, sufrió de nuevo traslado a la lo-
calidad de Vitigudino, habiéndose instalado en ella con intención de fijar definitivamente
su domicilio. Al año de residencia, constata el embargo de su nómina por la Alcaldía del
Ayuntamiento de Calasparras. Tras realizar las indagaciones correspondientes, es infor-
mado que tiene una deuda con tal Organismo a partir del impago de dos años del impues-
to de vehículos de tracción mecánica, más los intereses de demora y la correspondiente
sanción.
Ante tal situación, recurre por la vía administrativa alegando indefensión, por no ha-
ber sido notificado en tiempo y forma.

Cuestiones
1. ¿Cuál sería el domicilio civil de Álvaro?
2. ¿Estarían justificadas en Derecho sus alegaciones?

2º. Supuesto de hecho


A partir de ciertos problemas con la Hacienda Pública, Álvaro Pespunte abandona el
lugar de su residencia habitual, poco antes de que se le notificase un procedimiento judi-
cial de embargo de la vivienda de la que es titular en Calasparras.
Pasado el tiempo, a los tres años se tiene noticia de que Álvaro se había enrolado en la
tripulación de un buque mercante con destino al Cabo de Buena Esperanza. En las costas
de Luanda deja de tenerse noticias del rumbo de la nave, habiéndose despachado la eje-
cución de parte de su patrimonio y recibido una demanda de paternidad interpuesta por
una vecina de Vitigudino.
Cinco años después, un velero bergantín encuentra el barco con el cadáver de veinti-
cinco personas sin posibilidad de identificación. Había un total de cuarenta y cinco miem-
bros de la tripulación.

Cuestiones
1. Determine las actuaciones que puede acometer un tercero interesado en las situacio-
nes jurídicas de Álvaro Pespunte localizables en el texto.
2. Concrete el momento en que se abre la sucesión hereditaria de Álvaro Pespunte, y
en su caso, el sucesor.
Domicilio, ausencia y declaración de fallecimiento

VI. BIBLIOGRAFÍA SUMARIA


De Castro y Bravo, F: Derecho civil de España, t. II, Derecho de la persona, Madrid, 1991; Serra-
no y Serrano, I.: La ausencia en el Derecho español, Madrid, 1943; Albaladejo García, M.:
“Comentario a los arts. 40-41 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil y Compilaciones
forales, dirigidos por M. Albaladejo y S. Díaz Alabart), t. I, Madrid; Cabanillas Sánchez,
A.: “Comentarios a los arts. 181-197 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil (dirigidos
por C. Paz-Ares, L. Díez-Picazo, R. Bercovitz y P. Salvador), t. I, Madrid, 1991; Caffare-
na Laporta, J.: “Comentarios a los arts. 40-41 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil
(dirigidos por C. Paz-Ares, L. Díez-Picazo, R. Bercovitz y P. Salvador), t. I, Madrid, 1991;
Gómez Laplaza, C.: “Comentario al art. 40 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil
(coordinados por R. Bercovitz Rodríguez Cano), Cizur Menor, 2009; Ogayar Ayllón, T.;
“Comentarios a los arts. 181-197 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil y Compilacio-
nes forales (dirigidos por M. Albaladejo y S. Díaz Alabart), t. I, vol. 3º, Madrid,2004; Pérez
de Castro, N.: “Comentarios arts. 181-198 CC”, en AA.VV.: “Comentario a los arts. 181-198
CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil (coordinados por R. Bercovitz Rodríguez
Cano), Cizur Menor, 2009; Puig Ferriol, L.: “Cuestiones en torno al domicilio civil de las
personas”, RDP, t. LXII, 1978, pp. 235 y ss.
Lección 10
Nacionalidad y vecindad civil

Sumario: I. La Nacionalidad.- II. Adquisición de la nacionalidad española. - 1. Clases de adquisi-


ción de la nacionalidad española.- A) Adquisición originaria.- a) Por filiación.- b) Por nacimien-
to en España.- c) Por opción.- B) Adquisición derivativa.- a) Por opción.- b) Por residencia.- c)
Por carta de naturaleza.- d) Por posesión de estado.- III. Pérdida de la nacionalidad española. - IV.
Recuperación de la nacionalidad española.- V. La Vecindad civil. - 1. Concepto y significación jurí-
dica.- 2. Adquisición de la vecindad civil.- 3. Pérdida y recuperación de la vecindad civil.- VI.
Cuestionario.- VII. Casos prácticos.- VIII. Bibliografía.

I. LA NACIONALIDAD
La nacionalidad es un vínculo jurídico existente entre la persona y el Estado; y
de ahí que se entienda como aquella relación jurídica que se crea entre ambos, en
virtud de la cual se le atribuyen determinados derechos y deberes derivados de la
integración de éste en una organización política y territorial.
La obtención de la nacionalidad no constituye un derecho subjetivo, sino un
acto que constituye una de las más plenas manifestaciones de la soberanía de un
Estado que entraña el otorgamiento de una cualidad que lleva implícita un con-
junto de derechos y obligaciones.
La CE enuncia algunos principios básicos en relación a la nacionalidad en su art. 11,
como que la nacionalidad española se adquiere, se conserva y se pierde de acuerdo con lo
establecido por la Ley, que ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad.
El Estado podrá además concertar tratados de doble nacionalidad con los países ibe-
roamericanos o con aquellos que hayan tenido o tengan una particular vinculación con
España. En estos mismos países, aun cuando no reconozcan a sus ciudadanos un derecho
recíproco, podrán naturalizarse los españoles sin perder su nacionalidad de origen. Estos
principios encuentran correspondencia en el articulado del CC, en la normativa y en el art.
15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece el derecho de toda
persona a una nacionalidad, y a no verse privado arbitrariamente de su nacionalidad ni del
derecho a cambiarla.
En consonancia con los principios que identifican la nacionalidad, las personas con
discapacidad accederán en condiciones de igualdad a la nacionalidad española. Será
nula cualquier norma que provoque la discriminación, directa o indirecta, en el acceso
de las personas a la nacionalidad por residencia por razón de su discapacidad. En los
procedimientos de adquisición de la nacionalidad española, las personas con discapaci-
dad que lo precisen dispondrán de los apoyos y de los ajustes razonables que permitan
el ejercicio efectivo de esta garantía de igualdad1.

1
V. Disposición adicional duodécima. Acceso a la nacionalidad española en condiciones de
igualdad, de acuerdo al Texto refundido de la Ley General de las personas con discapacidad
Nacionalidad y vecindad civil

La nacionalidad ha sido tradicionalmente considerada un estado civil, en tanto


que incide en la capacidad de obrar de las personas.
Sin embargo, el criterio de la nacionalidad como estado civil no goza de unanimidad
entre los autores, por entender algunos de ellos que no afecta directamente la capacidad
de obrar de la persona, y sólo indirectamente, en la medida en que lo que hace es iden-
tificar el bloque de normas que son de aplicación a la persona (las de su Estado).
La STS 22 abril 2004 (Tol 421433) se decanta, en cualquier caso, por el tratamiento
tradicional de considerar la nacionalidad como estado civil de las personas, porque
influye en su capacidad de obrar, y de acuerdo a la misma se aplica las leyes relativas a
la familia, a las sucesiones, al estado y a la capacidad de la persona, es la ley personal
o nacional de cada individuo y reguladora de estas materias para los españoles en el
extranjero y para los extranjeros en España, en relación a lo previsto en el art. 9.1 del
Título Preliminar del CC2.
La importancia que reviste es que la misma permite a la persona ostentar determina-
dos deberes por su pertenencia a un determinado país, y como contrapartida a su vez
obliga a la persona a cumplir con esa pertenencia, y tiene una especial incidencia en su
estatuto jurídico.
La nacionalidad ofrece derechos que resultan vitales para la persona, que de carecer
una determinada nacionalidad se vería imposibilitado de ejercer, como el derecho al su-
fragio, determinados derechos como el acceso a cargos y trabajos específicos, a opositar
para acceder a determinadas funciones adscritas al Estado, como Registrador, Notario o
Juez, para las que piden el requisito de la nacionalidad española. Como refiere la juris-
prudencia es un plus respecto a la adquisición de la residencia por la naturaleza política
que tiene ese algo que se añade a la personalidad del solicitante cuando su solicitud es
estimada3.

II. ADQUISICIÓN DE LA NACIONALIDAD ESPAÑOLA


La obtención de la nacionalidad no se produce de manera automática, ni de
oficio. Se otorga por el Estado, y no constituye una simple autorización, indica la
pertenencia de una persona a un determinado Estado, por ello la concesión de la
nacionalidad no constituye un mero reconocimiento de derecho, de ahí que no es-
tamos en presencia de un derecho cualquiera4, por esta razón el otorgamiento de
la nacionalidad no es libre, está condicionado al cumplimiento de determinados

y de su inclusión social, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/2013, 29 de noviembre,


modificación en virtud de Ley 12/2015, de 24 junio en materia de concesión de la nacionali-
dad española a los sefardíes originarios de España, publicado en BOE núm. 151,25 Junio 2015,
Disposición final segunda.
2
V. en el mismo sentido STS 4 julio 2012 (Tol 2586373), como también STS (Sala de lo Conten-
cioso-Administrativo) 5 octubre 2002 (Tol 222240).
3
La CE resalta claramente la cuestión, en su art. 13. V. en este sentido STS (Sala de lo Conten-
cioso-Administrativo) 26 julio 2004 (Tol 502400).
4
V. en este sentido STS 22 abril 2004 (Tol 421433)
Derecho Civil I

requisitos, que fija el Estado y la ley, y que de acuerdo a lo que establece el CC en


su art. 21, puede ser denegada por razones de orden público o interés nacional5.
Esto hace que en cuestiones de nacionalidad se excluye la discrecionalidad de la
Administración, la valoración de la misma lleva a una única solución justa, jurisdiccio-
nalmente controlable, que se adopta por la propia Administración, a tenor de lo previsto
en el art. 103 CE, sin que se puedan ofrecer determinas alternativas, que son propias
de la llamada discrecionalidad administrativa, de ahí que si la persona cumple con los
requisitos legales ha de concedérsele la nacionalidad, y no dependerá de la libertad de
la Administración6.

El CC establece las fórmulas o vías para la obtención de la misma, pero los


requisitos concretos para acceder al largo camino de obtener la misma son esta-
blecidos por ley, y por el Ministerio de Justicia siguiendo la realidad social impe-
rante.
La obtención de la nacionalidad puede transitar por diferentes modalidades, de ahí
que no exista una única vía para su obtención, su regulación está prevista en el Libro
Primero dedicado a las Personas, Título Primero, de los españoles y los extranjeros en
los arts. 17 al 28 CC y tiene como una nota característica que no es perpetua, lo que
significa que las personas pueden cambiar de nacionalidad, siempre y cuando se cum-
plan los requisitos establecidos por las leyes de los respectivos Estados. Se solicita en
el Registro Civil aunque en 2012 se incorporaron a la tramitación de los expedientes a
los Registradores de la Propiedad, mediante un Acuerdo de Encomienda de Gestión de
nacionalidades Instrucción 2 octubre 2012 de la DGRN (BOE núm. 247 13-10-2012).
El procedimiento de la tramitación de los expedientes de concesión de la naciona-
lidad por residencia ha participado de un carácter mixto entre el ámbito judicial y el
ámbito administrativo, determinado por la atribución de una primera fase del proce-
dimiento a los Registros Civiles, llevados actualmente por los Jueces- Encargados, y el
ámbito administrativo, derivado de la esencia del procedimiento y de su resolución por
un órgano de la Administración.
Con vistas a la agilización, unificación, sistematización de la tramitación de la nacio-
nalidad, se ha aprobado el Real Decreto 1004/2015, de 6 de noviembre, por el que se
aprueba el Reglamento por el que se regula el procedimiento para la adquisición de la
nacionalidad española por residencia (BOE núm. 267, 7-11-2015).
El procedimiento es iniciado a solicitud del interesado se instruye por la Dirección
General de los Registros y del Notariado y finaliza con la resolución del Ministro de
Justicia. En el citado texto normativo también se incluyen las previsiones relativas a la re-
gulación de las pruebas objetivas tanto de diplomas de español como lengua extranjera,
así como los conocimientos constitucionales y socioculturales de España.

5
V. en este sentido STS 22 abril 2004 (Tol 421433).
6
La jurisprudencia es reiterada en este punto. V. en este sentido STS 24 de abril de 1999 (Tol
1715810), STS 22 junio 1982 (RAJ 1982,4829), STS 8 noviembre 1993 (RAJ 1993, 8607) y
STS 21 diciembre 1998 (Tol 1715584).
Nacionalidad y vecindad civil

Las formas de adquirir la nacionalidad se distinguen por los plazos en que se


pueden solicitar, las fórmulas establecidas por la ley, y cómo se obtienen, de ahí
que habrá que atenerse a la casuística y a cada caso en concreto.

1. Clases de adquisición de la nacionalidad española


Se distinguen dos formas de adquirir la nacionalidad, originaria y derivativa.
a) La originaria o automática es aquella que se le fija a una persona desde su
nacimiento, sin que haya otra nacionalidad previa.
b) La derivativa es la que se obtiene por cambio o modificación de la origina-
riamente obtenida. Es un modo sobrevenido.

A) Adquisición originaria
En la adquisición originara la atribución es directa, sin necesidad de trámite
alguno. y concede un régimen privilegiado en relación con la nacionalidad deriva-
da, porque al ser automática concede todos los derechos previstos en la CE para
los españoles.
La idea esencial que hay que destacar es que la nacionalidad originaria constituye
una categoría dentro del derecho que justifica un régimen privilegiado. Los españoles de
origen no pueden ser privados de su nacionalidad, a tenor del art.11.2 CE y art. 25.1 CC,
esto significa que no pueden perderla por sanción, aunque sí por otras circunstancias7.

El art. 17 CC da, así, cabida a dos supuestos de obtención de la nacionalidad


originaria: por filiación (ius sanguinis) y por nacimiento (ius soli).

a) Por filiación
La adquisición de la nacionalidad española por filiación natural aparece regu-
lada en el art. 17.a) CC, considerando como españoles a los nacidos de padre o
madre que sean españoles, bien por línea materna o paterna, sin discriminación
alguna y con independencia de que la filiación sea matrimonial o no.
La nacionalidad de los padres (bien el padre o la madre) ha de ser española al
momento del nacimiento, sin que se tome en consideración si es de origen o no.
La adquisición de la nacionalidad española por adopción aparece regulada en
el art.19.1 CC. Conforme a este artículo, el extranjero menor de 18 años adop-

7
Un ejemplo de ello sería por renuncia expresa a la nacionalidad. V. en este sentido RDGRN 5
marzo 2007 (Tol 1044488).
Derecho Civil I

tado por un español adquiere la nacionalidad de origen, si es mayor de aquella


edad podrá optar por la nacionalidad en el plazo de dos años a partir de que se
produzca la adopción8.
Teniendo en cuenta que la adopción es irrevocable, a tenor del art. 180.1 CC
y la connotación que ello conlleva, la extinción de la misma no constituye una
causa de pérdida de la nacionalidad, de acuerdo a lo que regula el art. 180.3 CC.
Sin perjuicio del derecho del menor a adquirir la nacionalidad española, si de
acuerdo con el sistema jurídico del país de origen el menor mantiene su nacionali-
dad, ésta será reconocida en España, a tenor de lo que regula el artículo 19. 3 CC
[según redacción dada por la Ley 26/2015, 28 julio, de modificación del sistema
de protección a la infancia y a la adolescencia (BOE núm. 180, de 29 de julio)].
Dicha regulación tiene como objetivo preservar la doble nacionalidad de los me-
nores en supuestos de adopción internacional.

b) Por nacimiento en España


El art.17 CC reconoce la nacionalidad española, con apoyo en el criterio del
lugar del nacimiento (acompañado de otros requisitos adicionales):
1º) A los nacidos en España de padres extranjeros, si, al menos, uno de ellos
hubiera nacido también en España. Se exceptúan los hijos de funcionario diplo-
mático o consular acreditado en España. No se requiere que quien ostente el cargo
de funcionario diplomático o consular sea español, puede ser el otro progenitor.
2º) A los nacidos en España de padres extranjeros, si ambos carecieren de na-
cionalidad o si la legislación de ninguno de ellos atribuye al hijo una nacionalidad.
La aplicación de este artículo encuentra su fundamento en el interés del menor y
la protección de los derechos del niño; reforzada por la aplicación del art. 7 de
la Convención de los Derechos del Niño, puesto que en él se señala que “el niño
tendrá derecho desde que nace a una nacionalidad” y se establece la obligación de
los Estados partes de velar por la efectividad de este derecho “sobre todo, cuando
el niño resultara de otro modo apátrida”9.
3º) A los nacidos en España, cuya filiación no resulte determinada. A estos
efectos, se presumen nacidos en territorio español los menores de edad cuyo pri-
mer lugar conocido de estancia sea territorio español.

8
La adopción internacional sigue la misma suerte (cfr. art. 9.5 CC, en la redacción dada otorga-
da por la Ley 54/2007, de 28 de diciembre, de adopción internacional).
9
V. a este respecto RDGRN 22 junio 2001 (Tol 266205).
Nacionalidad y vecindad civil

c) Por opción
Constituye una facultad que otorga la ley a quien no siendo español pueda
optar por la misma, por lo tanto estamos en presencia de una situación de excep-
ción al tratamiento común de la nacionalidad originaria, por lo que la adquisición
no se produce automáticamente, debiendo el interesado en obtenerla solicitarla
mediante declaración de voluntad, y teniendo en cuenta los requisitos previstos
en la ley10.
La regulación jurídica se encuentra en el CC y en la Ley 52/2007, de 26 de
diciembre, conocida como Ley de Memoria Histórica.
Los supuestos a los que hace referencia son los siguientes:
1º) Los extranjeros cuya filiación se determine respecto de un español o cuyo
nacimiento en España se establezca después de cumplir los 18 años de edad. Se
concede un plazo de dos años para optar, en virtud del art. 17.2 CC.
2º) Los extranjeros mayores de 18 años de edad, que haya sido adoptados por
un español. Se concede un plazo de dos años desde que se ha producido la misma,
de acuerdo a lo previsto en el art.19. 2 CC.
3º) Habrá, además, que tener en cuenta lo previsto en la Disposición adicional
7ª de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, que estableció la posibilidad de adquirir
por opción la nacionalidad española de origen a las personas cuyo padre o madre
hubieran sido originalmente españoles y a los nietos de quienes perdieron o tu-
vieron que renunciar a la nacionalidad española como consecuencia del exilio11.
Esta modalidad de adquisición de la nacionalidad constituye una ficción
jurídica que permite que una persona adquiera la nacionalidad por origen des-
pués de su nacimiento, por lo cual se extiende a las personas sujetas a la patria
potestad de un español, o a los que hayan sido adoptados. Esta modalidad está
sujeta al cumplimiento de determinados plazos que fija la ley, de ahí que la ley
regule que la opción caducará a los veinte años, pero si el optante no estuviere
emancipado según su ley personal al llegar a los dieciocho años, el plazo para
optar se prolongará hasta que transcurran dos años desde la emancipación. La
Ley de Memoria Histórica igualmente estableció un determinado plazo para el
ejercicio del derecho a optar por la nacionalidad española, de dos años luego
de publicada la ley12.

10
Así lo ha visto la RDGRN 20 noviembre 1993 (RAJ 1994, 567).
11
A este respecto habrá que tener en cuenta lo previsto en la Instrucción 4 noviembre de 2008,
que estableció las reglas orientativas acerca de la interpretación sobre la nueva regulación y la
práctica registral en referencia a ello.
12
El ejercicio del derecho caducaba en el 2010, pero el legislador reguló la posibilidad de la pró-
rroga del mismo a otro año.
Derecho Civil I

B) Adquisición derivativa
La adquisición de la nacionalidad derivativa consta de varias modalidades: la
adquisición por opción, por residencia, por carta de naturaleza y por posesión de
estado.
La adquisición de la nacionalidad española derivativa presenta determinados
requisitos comunes para su validez, que prevé el art. 23 CC, que se resumen en ju-
rar fidelidad al Rey, y obediencia a la Constitución y a las leyes (para mayores de
14 años), la renuncia a la anterior nacionalidad del interesado, con la excepción
de los países que aparecen consignados en el apartado 1 del art. 24 CC13, y los
sefardíes originarios de España14, y, como último requisito, que la adquisición se
inscriba en el Registro Civil.

a) Por opción
Consiste en la facultad de optar por la nacionalidad española, no de origen, en
virtud de lo previsto en el art. 20.1 CC. Cabe decir que este tipo de adquisición no
es voluntaria ni automática y requiere la solicitud del interesado.
La ley reconoce esta facultad de opción:
1º) A las personas que hayan estado o estén o hayan estado sujetos a la patria po-
testad de un español. En este caso, por lo menos uno de los padres ha de ser español15.

También habrá de tenerse en cuenta la Disposición Final sexta. Adquisición de la nacionalidad


española por los nietos de exiliados durante la guerra civil y la dictadura, de la Ley 20/2011,
de 21 de julio (Ley del Registro Civil), que estableció que “ el derecho de opción previsto en la
disposición adicional séptima de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen
y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o vio-
lencia durante la guerra civil y la dictadura, podrán también ejercerlo los nietos de las exiliadas
españolas que conservaron la nacionalidad española tras haber contraído matrimonio con un
extranjero con posterioridad al 5 de agosto de 1954, fecha de entrada en vigor de la Ley de 15
de julio de 1954, siempre que no transmitiesen la nacionalidad española a sus hijos, por seguir
éstos la del padre, y formalicen su declaración en tal sentido en el plazo de un año desde la
entrada en vigor de la presente disposición.
13
En previsión a los Tratados internacionales y a los vínculos con determinados países por su
condición de colonias españolas en un momento histórico determinado el CC exceptúa de esta
renuncia a países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal.
14
Redacción dada por la modificación introducida por la Ley 12/2015, de 24 de junio, en mate-
ria de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España, publicado
en BOE núm. 151 de 25 de Junio de 2015 (vigencia desde 1 de Octubre de 2015). V en relación
a este punto Instrucción DGRN 29 septiembre 2015, sobre la aplicación de la Ley 12/2015, de
24 de junio, en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de
España. (BOE, núm. 234).
15
Este requisito resulta esencial, de ahí que la jurisprudencia ha denegado este derecho cuando
uno de los padres habiendo sido español se ha acogido a otra nacionalidad, y por ello el hijo
Nacionalidad y vecindad civil

2º) A las personas, cuyo padre o madre hubiera sido originariamente español
y nacido en España.

b) Por residencia
La nacionalidad española también se adquiere por residencia en España, en las
condiciones que regula el ordenamiento jurídico y mediante la concesión otor-
gada por el Ministro de Justicia, que podrá denegarla por motivos razonados de
orden público o interés nacional. Constituye la forma más común de acceso a la
nacionalidad española por parte de los extranjeros que viven en España.
La concesión de la nacionalidad española por residencia, que exige solicitud del
interesado, se regula en los arts. 21 y 22 del CC, exigiendo dos tipos de requisitos.
El primer requisito es la residencia legal16, continuada17, e inmediatamente an-
terior a la petición18, durante determinados plazos, de diez, cinco, dos o un año,
que, según los casos, se establece.
18

1º) Como regla general, se requiere un plazo de diez años.

menor de edad nunca ha estado sometido a la patria potestad de un español. Y aun cuando
la madre haya vuelto a recuperar su nacionalidad de origen, si el hijo era mayor de edad le ha
denegado el derecho. V. en este sentido RDGRN 23 febrero 2000 (Tol 140146).
16
Ha de tratarse siempre de una “residencia legal”, entendiendo por tal únicamente la que se
encuentra amparada por el correspondiente permiso de permanencia o autorización de resi-
dencia, obtenida legalmente, de ahí que no basta, al objeto indicado, cualquier estancia o per-
manencia en territorio español, aunque sea legal (la de los miembros del servicio diplomático
o consular de una nación extranjera, o de los miembros de fuerzas extranjeras destacadas en
España, o de extranjeros con pasaporte debidamente visado, etc.).
17
La permanencia continuada no se entiende interrumpida por ausencias cortas o viajes al ex-
tranjero, así lo ha matizado la jurisprudencia en la materia. V. en este sentido STS 19 septiem-
bre 1988 (Tol 1735964), aunque en el supuesto por ella resuelto las ausencias de la persona
que solicitaba la nacionalidad excedían un tiempo razonable de permanencia, ascendiendo a
un total de quinientos trece días (lo que integraba un año, cuatro meses y veintiocho días). La
STS 23 mayo 2001 (Tol 33200) ha admitido que se sume en el período para computarse el
tiempo de permanencia, el período en que un hijo que aunque tenía más de 18 años de edad
figuraba en el permiso de residencia del padre y tenía tarjeta de estudiante.
18
No obstante ello, el requisito de que la residencia sea inmediatamente anterior a la petición
también habrá de ajustarse a cada caso en concreto. Así lo ha entendido la jurisprudencia en
el supuesto de la pérdida de tarjeta de residente comunitario por separación, al decir: “No es
evidente que la mera pérdida de vigencia de la tarjeta de familiar de residente comunitario
suponga que automáticamente su titular pase a encontrarse en una situación de estancia ile-
gal en España; máxime cuando, como ocurre en el presente caso, el solicitante seguramente
tenía derecho a residir en territorio español por otros conceptos, tales como tener la custodia
de su hijo menor de nacionalidad española”. V. en este sentido STS (Sala de lo Contencioso-
Administrativo) 11 mayo 2010 (Tol 1 860263).
Derecho Civil I

2º) Dicho plazo se reduce a cinco años “para los que hayan obtenido la condición de
refugiado y dos años cuando se trate de nacionales de origen de países iberoamericanos,
Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal o de sefardíes”.
3º) Bastará el plazo de un año para las siguientes personas: el que haya nacido en
territorio español; el que no haya ejercitado oportunamente la facultad de optar; el que
haya estado sujeto legalmente a la tutela, guarda o acogimiento de un ciudadano o insti-
tución españoles durante dos años consecutivos, incluso si continuare en esta situación
en el momento de la solicitud; el que al tiempo de la solicitud llevare un año casado con
español o española y no estuviere separado legalmente o de hecho; el viudo o viuda de
española o español, si a la muerte del cónyuge no existiera separación legal o de hecho.;
y el nacido fuera de España de padre o madre, abuelo o abuela, que originariamente
hubieran sido españoles.

El segundo requisito, que se desdobla en dos, consiste “la buena conducta cí-
vica y el suficiente grado de integración en la sociedad española”19, que deberán
ser justificadas por el interesado en expediente tramitado ante el Registro Civil
(art. 24.4 CC)20.
La existencia de antecedentes penales no es suficiente para la denegación de la na-
cionalidad de una persona; aunque es un elemento a tener en cuenta, también existen
otras condicionantes, como las circunstancias concurrentes, la índole del delito cometi-
do y todos los elementos vinculados con el supuesto, que inciden en la concesión o no
de la misma21.

El requisito de la integración en la sociedad española es complejo, interpretán-


dolo la jurisprudencia como la aceptación y seguimiento de los principios sociales
básicos, especialmente aquellos recogidos en disposiciones legales que disciplinan los
presupuestos esenciales de la convivencia entre ciudadanos, lo que se traduce en una
integración real y efectiva en las costumbres y forma de vida del pueblo español22.
Las recientes regulaciones en la materia fijan los criterios de la integración en
la sociedad española, con las pruebas, que aparecen reguladas en el Reglamento

19
Estos requisitos recaen sobre determinados parámetros que indican un estándar medio de
conducta capaz de ser asumido por cualquier individuo y cultura, en definitiva por un hombre
medio y común. V. en este sentido STS de 22 abril 2004 (Tol 421433).
20
La conducta cívica ha de ser justificada lo que significa que el interesado debe acreditar en el
expediente la concurrencia del citado requisito, no estamos en presencia de una presunción,
por lo que ha de probarse por la persona que la solicita.
21
V. a este respecto STS (Sala de lo Contencioso-Administrativo) 5 octubre 2002 (Tol 222240).
22
V. en este sentido STS (Sala de lo Contencioso Administrativo) 13 junio 2011 (Tol 2155257).
Por ello, en supuestos de poligamia por la jurisprudencia que ha denegado la nacionalidad a
marroquí casado con dos mujeres; por considerar que la poligamia no es simplemente algo
contrario a la legislación española, sino algo que repugna al orden público español, que cons-
tituye siempre un límite infranqueable a la eficacia del Derecho extranjero (art. 12.3 CC). V. en
este sentido STS (Sala de lo Contencioso-Administrativo) 26 julio 2004 (Tol 502400).
Nacionalidad y vecindad civil

por el que se establece el procedimiento para la adquisición de la nacionalidad


española por residencia, de acuerdo a lo previsto en el art. 6.

c) Por carta de naturaleza


La nacionalidad española, según prevé el art. 21.1 CC, se adquiere por carta
de naturaleza, otorgada discrecionalmente mediante Real Decreto, cuando en el
interesado concurran circunstancias excepcionales, que aparecen reguladas en el
art. 21.1 CC.
A manera de ejemplo suelen ser destinatarios de esta modalidad deportistas de élite
o personas de trascendencia en el ámbito de la cultura internacional, que carezcan de
la nacionalidad española.

Esta modalidad es excepcional y su ejercicio corresponde al Consejo de Mi-


nistros sobre la base de hechos excepcionales, situándose como ha dicho la juris-
prudencia en un ámbito muy cercano al del ejercicio del derecho de gracia, siendo
ésta su característica específica23. Se distingue de otras formas de otorgamiento de
la nacionalidad, precisamente, porque no es un deber jurídico concederla, como
sucede en el caso de la nacionalidad por residencia, que cuando se cumplen los
requisitos legalmente exigidos debe otorgarse, sino que depende de determinadas
circunstancias no cotidianas y sí únicas24.

d) Por posesión de estado


La nacionalidad se adquiere por la posesión y utilización continuada de la na-
cionalidad española durante diez años, con buena fe y basada en un título inscrito
en el Registro Civil. Ello es causa de consolidación de la nacionalidad, aunque se
anule el título que la originó, en virtud de lo previsto en el art. 18 CC25.
Es esencial el requisito de un título inscrito en el Registro Civil que sea idóneo
para fundar la posesión y utilización de la nacionalidad española26.

23
V. en este sentido STS (Sala de lo Contencioso-Administrativo) 20 octubre 2010 (Tol 1978044).
24
V. a este respecto SAN 31 enero 2001 (Tol 45494).
25
V. RDGN 23 junio 2000 (Tol 140146), en la cual se dan valor a los documentos administrati-
vos expedidos por las autoridades españolas como signos de posesión de estado y por tanto ser
tenidos en cuenta como medios de prueba.
26
V. en este sentido RDGRN 30 mayo 2002 (Tol 474291).
Derecho Civil I

III. PÉRDIDA DE LA NACIONALIDAD ESPAÑOLA


Las causas de la pérdida de la nacionalidad española son las siguientes:
a) La adquisición o utilización exclusiva de otra nacionalidad.
A tenor del 24.1 CC, la nacionalidad española de origen o derivativa se pierde por
“los emancipados que, residiendo habitualmente en el extranjero, adquieran volunta-
riamente otra nacionalidad27 o utilicen exclusivamente la nacionalidad extranjera que
tuvieran atribuida antes de la emancipación. La pérdida se producirá una vez que trans-
curran tres años, a contar, respectivamente, desde la adquisición de la nacionalidad ex-
tranjera o desde la emancipación. No obstante, los interesados podrán evitar la pérdida
si dentro del plazo indicado declaran su voluntad de conservar la nacionalidad española
al encargado del Registro Civil”. No obstante, “La adquisición de la nacionalidad de paí-
ses iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal no es bastante para
producir, conforme a este apartado, la pérdida de la nacionalidad española de origen”.

b) La renuncia.
Según el art. 24.2 CC, “En todo caso, pierden la nacionalidad española los españoles
emancipados que renuncien expresamente a ella, si tienen otra nacionalidad y residen
habitualmente en el extranjero”.

c) La sanción (solamente respecto de la nacionalidad no adquirida originaria-


mente).
Según el art. 25.1 CC, “Los españoles que no lo sean de origen perderán la naciona-
lidad” en dos supuestos: a) cuando “durante un período de tres años utilicen exclusiva-
mente la nacionalidad a la que hubieran declarado renunciar al adquirir la nacionalidad
española”; y b) cuando “entren voluntariamente al servicio de las armas o ejerzan cargo
político en un Estado extranjero contra la prohibición expresa del Gobierno”.

IV. RECUPERACIÓN DE LA NACIONALIDAD ESPAÑOLA


El art. 26, apartado 1, letra a) CC establece que “quien haya perdido la nacio-
nalidad española podrá recuperarla”, podrá recuperarla cumpliendo los siguientes
requisitos:
a) “Ser residente legal en España”.
Este requisito no será de aplicación a los emigrantes ni a los hijos de emigrantes28.
En los demás casos podrá ser dispensado por el Ministro de Justicia cuando concurran
circunstancias excepcionales.

27
Éste es el supuesto más frecuente.
28
Esta protección hacia los emigrantes o hijos de emigrantes que regula este precepto, tiene co-
mo finalidad la de orientar su política hacia el retorno a España de los trabajadores españoles
Nacionalidad y vecindad civil

b) Declarar ante el encargado del Registro Civil su voluntad de recuperar la


nacionalidad española.
c) Inscribir la recuperación en el Registro Civil.
La recuperación de la nacionalidad española conlleva consigo la adquisición
de la vecindad civil que ostentara el interesado al tiempo de su pérdida. Esta
solución es lógica teniendo en cuenta lo que significa recuperar la nacionalidad
anterior: si no se recuperara en las mismas condiciones que se perdió, no se podría
hablar de recuperación, sino de modificación a tenor del art. 15.3 CC.

V. LA VECINDAD CIVIL
1. Concepto y significación jurídica
La vecindad civil, como dice el art. 14.1 CC, determina la “sujeción de la per-
sona al Derecho civil común, o al especial o foral” de una Comunidad Autónoma.
La vecindad civil es un estado civil o condición de la persona, pues establece la
ley regional aplicable (lo que comporta importantes consecuencias jurídicas, p.ej., en
materia sucesoria o de régimen económico matrimonial), influyendo en su capacidad
de obrar29.
La vecindad civil es un concepto diferente a la vecindad administrativa. El elemen-
to determinante para la adquisición de la vecindad civil es la residencia habitual, que
a su vez se identifica con el domicilio civil, siendo una cuestión distinta a la vecindad
administrativa que se deduce de la inscripción en el padrón municipal30.

en el extranjero, conforme con lo previsto en el art. 42 CE.V. en este sentido STS (Sala de lo
Contencioso-Administrativo) 18 mayo 2009 (Tol 1564551).
29
Cada persona tiene una vecindad, no cabe hablar de la existencia de una doble vecindad. Las
personas jurídicas tienen vecindad civil igualmente, aunque el CC sólo haga referencia a las
personas físicas.
30
La jurisprudencia así lo ha reafirmado al señalar que el domicilio no debe confundirse con la ve-
cindad, según la Ley municipal, y que sólo deben merecer la calificación de principios de prueba
las certificaciones del censo de población, censo electoral y padrón de habitantes. V. en este sentido
STS 15 noviembre 1991 (Tol 1727930). De ahí que “las vecindades administrativas no siempre
coinciden con el efectivo domicilio, teniendo escasa influencia las certificaciones administrativas
que derivan de los datos del padrón municipal de habitantes, siendo el lugar de residencia habitual
aquel que corresponde a la residencia permanente e intencionada en un precisado lugar debiendo
tenerse en cuenta la efectiva vivencia y habitualidad, con raíces familiares y económicas”. V. en este
sentido STS 14 septiembre 2009 (Tol 1597467).
Derecho Civil I

2. Adquisición de la vecindad civil


Los criterios de atribución de la vecindad civil, sucintamente expuestos, son
los siguientes:
a) La filiación (o ius sanguinis)
“Tienen vecindad civil en territorio de derecho común, o en uno de los de derecho
especial o foral, los nacidos de padres que tengan tal vecindad”; además, “Por la
adopción, el adoptado no emancipado adquiere la vecindad civil de los adoptantes”
(art. 14.2 CC).
P. ej., si ambos padres tienen la vecindad civil aragonesa, aunque el hijo nazca o sea
adoptado en Navarra, éste tendrá la vecindad civil de Aragón

b) El lugar del nacimiento (o ius soli).


Si, “al nacer el hijo o al ser adoptado, los padres tuvieren distinta vecindad
civil”, el niño “tendrá la del lugar del nacimiento”; no obstante, los progenitores
“podrán atribuirle la vecindad civil de cualquiera de ellos”, en el plazo de seis
meses, a contar desde el nacimiento o a la adopción” (art. 14.3 CC).
P. ej., en el caso de que el padre tenga la vecindad civil aragonesa y la madre la
navarra, si el niño nace en Galicia, tendrá la vecindad civil gallega, a no ser que los
progenitores opten por atribuirle la vecindad civil de cualquiera de ellos, en el plazo de
seis meses, a contar desde el nacimiento.

c) La opción
Se contemplan dos supuestos.
En primer lugar, “En todo caso el hijo desde que cumpla catorce años y hasta
que transcurra un año después de su emancipación podrá optar bien por la vecin-
dad civil del lugar de su nacimiento, bien por la última vecindad de cualquiera de
sus padres. Si no estuviera emancipado, habrá de ser asistido en la opción por el
representante legal” (14.3 CC).
En segundo lugar, aunque el “matrimonio no altera la vecindad civil”, conser-
vando pues, cónyuges la que tuvieran antes de casarse, sin embargo, cualquiera
de ellos, siempre que no estuvieran separados (legalmente o de hecho), “podrá, en
todo momento, optar por la vecindad civil del otro” (art. 14.4 CC).
d) La residencia
La vecindad civil se adquiere por la residencia continuada “durante dos años,
siempre que el interesado manifieste ser esa su voluntad”31 (declaración positiva);

31
La declaración de voluntad la que se ha tomado por válida de acuerdo a la jurisprudencia es la
que se ha hecho frente al encargado del Registro Civil o el Registro Consular, sin que puedan
Nacionalidad y vecindad civil

así como por la “residencia continuada de diez años, sin declaración en contrario
durante este plazo” (declaración negativa). “Ambas declaraciones se harán cons-
tar en el Registro Civil y no necesitan ser reiteradas” (art. 14.5 CC).
Así, si un navarro reside de manera continuada en Aragón, durante diez años, adqui-
rirá la vecindad civil aragonesa. Si quiere evitarlo, tendrá que acudir al Registro Civil y
hacer una declaración de querer conservar su vecindad civil originaria (la navarra).

A lo dicho, hay que añadir que el art. 15.6 CC contiene una cláusula de cierre
para resolver los supuestos dudosos. A tenor del precepto, “En caso de duda pre-
valecerá la vecindad civil que corresponda al lugar de nacimiento”.
La adquisición de la nacionalidad española por parte de extranjero lo obliga a optar
por la vecindad civil, teniendo en cuenta el principio de que nadie puede carecer de
vecindad. Se sigue lo previsto en el art.15.1.I CC, el cual establece las diversas opciones:
la correspondiente al lugar de residencia, la del lugar de nacimiento, la última vecindad
de cualquiera de sus progenitores u adoptantes o la del cónyuge. En el caso de que la
nacionalidad se haya obtenido por carta de naturaleza, no cabe esta opción, siendo la
vecindad civil la que el Real Decreto conceda, en virtud del art.15.2 CC

3. Pérdida y recuperación de la vecindad civil


El CC no se refiere a la pérdida de la vecindad civil y, por lo tanto, a su recu-
peración, salvo lo previsto en el art. 15.3 CC, según el cual, “La recuperación de
la nacionalidad española lleva consigo la de aquella vecindad civil que ostentara
el interesado al tiempo de su pérdida”.
En cualquier caso, la vecindad civil se puede perder si se adquiere otra distinta
o si se produce la pérdida de la nacionalidad española32.

VI. CUESTIONARIO
1º) ¿Considera usted que la nacionalidad constituye un estado civil?
2º) ¿Cómo se adquiere la nacionalidad española?

tener consideración de declaración de adquisición de la vecindad civil las manifestaciones con-


tenidas en una escritura pública u otro documento público u oficial. V. en este sentido STS 14
septiembre 2009 (Tol 1597467). En igual sentido RRDGN 21 noviembre 1992 (Tol 1003702)
y 19 febrero 2007 (Tol 1970589).
32
La jurisprudencia hace referencia al término de pérdida de la vecindad civil, en un supuesto
en que se pierde la vecindad civil vizcaína del causante y la aplicación de la vecindad civil
común, por llevar residiendo diez años en Madrid. V. en este sentido STS 11 marzo 2010
(Tol1824749).
Derecho Civil I

3º) Si un brasileño que ha obtenido la nacionalidad española por matrimonio


se divorcia de su cónyuge, ¿pierde la nacionalidad que ha adquirido?
4º) Enumere los requisitos legales para la obtención de la nacionalidad por
residencia.
5º) ¿Qué considera la jurisprudencia buena conducta cívica?
6º) ¿En qué consiste la adquisición de la nacionalidad por carta de naturaleza?
7º) Enumera las causas de extinción de la nacionalidad.
8º) ¿Qué importancia reviste la vecindad? Analice la cuestión a través una
sentencia.
9º) Diferencie la vecindad civil de la vecindad administrativa.
10º) ¿Cómo se adquiere la vecindad? Distinga las diversas fórmulas que ofrece la
ley.

VII. CASOS PRÁCTICOS


1º. Supuesto de hecho
El Sr. Jackie Chan de nacionalidad china quiere solicitar la nacionalidad española en
el año 2010. Había entrado en España con visado de turista en diciembre de 1990. En
el diciembre de 1994 consiguió su primera autorización para trabajar y residir. En mayo
de 1998, inaugura su restaurante La Flor de Lis, de exquisita comida china con un toque
mandarín. Contrae matrimonio ese mismo año con una española llamada Rosita, cama-
rera de su selecto restaurante. En diciembre de 1999, es sancionado administrativamente
por carecer del seguro obligatorio para su negocio, paga la citada multa y asegura el res-
taurante, manteniendo hasta la actualidad una conducta irreprochable y correcta.

Cuestiones
1) Dentro de las diversas opciones que le ofrece la ley para solicitar la nacionalidad, de
ser usted el abogado de Chan, ¿cuál le hubiera aconsejado?
2) Qué requisitos habrían de tenerse en cuenta para la solicitud de la misma?
3) ¿Podría concederse la nacionalidad a pesar de la multa? Razone jurídicamente te-
niendo en cuenta los requisitos necesarios para optar por la misma.

2º. Supuesto de hecho


El Sr. Chan finalmente ha obtenido la nacionalidad española en el año 2010, es vecino
de Cataluña al momento de adquisición de la misma. Se ha divorciado de su amada es-
posa Rosita en enero del 2012, y como consecuencia de ello, se ha trasladado a Murcia,
para olvidar todo lo sucedido. Ha puesto otro restaurante igualmente de comida china
158 Nacionalidad y vecindad civil

llamado Chinatown. Una vez al mes visita Barcelona para ver a su pequeño Mao nacido
en diciembre de 2011.

Cuestiones
1) ¿Qué sucede con la nacionalidad española del Sr. Chan adquirida en el año 2010?
2) ¿Al adquirir la nacionalidad, qué otro estado civil adquiere el Sr. Chan?
3) ¿Qué nacionalidad y vecindad adquiere el pequeño Mao? Argumente de acuerdo
al CC.
4) ¿Pierde la vecindad catalana el sr Chan por mudarse a Murcia? Explique.

VIII. BIBLIOGRAFÍA
Alarcón Moreno, J.: “¿Futura reforma del sistema de adquisición de la nacionalidad española por
residencia?”, Cizur Menor, 2012; Cobas Cobiella, M. E.: “ Una mirada a los requisitos de la
obtención de la nacionalidad española por residencia”, en Barataria: Revista Castellano- Man-
chega de Ciencias Sociales, Toledo, 2014; Cobas Cobiella, M. E.: “Nacionalidad y Registrado-
res de la Propiedad: una curiosa combinación”, Diario La Ley, 2013; Delgado Echevarría,
J.: “Comentario a los arts. 14 y 15 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código civil, I, Título Pre-
liminar, Barcelona, 2000; Díaz Fraile, J.M.: El derecho de opción a la nacionalidad española
establecido por la Ley de Memoria Histórica. Exégesis de la disposición adicional séptima de la
Ley 52/2007, Madrid, 2010; Montes Rodríguez, M.P.: “Competencia legislativa de la Comu-
nidad Autónoma Valenciana en materia de Derecho Civil,”, Valencia, 2008; Navarro Gómez-
Ferrer, S., Llopis Rausa, F., Ortega Giménez, A., Cobas Cobiella, M.E.: “Adquisición de
la nacionalidad española por residencia: la encomienda de nacionalidad a los Registradores de
la Propiedad”, Diario La Ley, 2013; Ortega Giménez, A.: Antecedentes penales y acceso a la
nacionalidad española, Cizur Menor, 2011; Ortega giménez, A, Herrero Botella, J.M, y
Palomar Olmeda, A.: Tratado de Extranjería, Cizur Menor, 2010; Sillero Crovetto, B.: “La
vecindad civil como criterio de vinculación en un estado plurislegislativo: nuevos retos ante el
avance de las competencias del legislador de la UE”, Revista Doctrinal Aranzadi Civil- Mercan-
til, núm 7, Cizur, 2015.
Lección 11
Autonomía privada: el derecho subjetivo

Sumario: I. Consideraciones preliminares.- II. El derecho subjetivo.- 1. Concepto de derecho sub-


jetivo.- 2. Estructura del derecho subjetivo.- A) Sujeto.- B) Objeto.- C) Contenido.- 3. Clases
de derechos subjetivos.- 4. Distinción del derecho subjetivo de figuras afines.- 5. Límites al
ejercicio de los derechos subjetivos.- A) Los límites naturales.- B) La buena fe.- C) El abuso de
derecho.- D) La prescripción.- a) Presupuestos de la prescripción extintiva.- b) Interrupción de la
prescripción.- c) Renuncia de la prescripción.- d) Diferencias entre prescripción y caducidad.-
III. Cuestionario.- IV. Casos prácticos.- V. Bibliografía.

I. CONSIDERACIONES PRELIMINARES
La autonomía privada es el poder concedido a la persona para gobernar su
propia esfera jurídica. Se trata, pues, de una manifestación de la “libertad” de la
persona, la cual es reconocida como un valor superior del ordenamiento jurídico
por el art. 1.1. CE, y, más específicamente, de un medio al servicio del principio de
libre desarrollo de la personalidad, consagrado en el art. 10.1 de la Constitución,
que se manifiesta fundamentalmente en tres instituciones:
a) El derecho subjetivo, es decir, la atribución a la persona de un poder jurídico
sobre una serie de bienes, cuyo ejercicio queda a su arbitrio y cuya efectivi-
dad es protegida por el ordenamiento jurídico.
b) El patrimonio, esto es, la concesión de un poder de disposición sobre un
conjunto de bienes y derechos de naturaleza económica, de los que se es
titular.
c) El negocio jurídico, en virtud del cual se reconoce la posibilidad de crear,
modificar y extinguir relaciones jurídicas, a las que se reconocen efectos, en
cuanto son queridos por las partes que en el intervienen: su expresión más
típica en el ámbito patrimonial es el contrato.

II. EL DERECHO SUBJETIVO


1. Concepto de derecho subjetivo
La noción de “derecho subjetivo” se contrapone a la de “Derecho objetivo”.
El Derecho objetivo es el conjunto de normas jurídicas en sí mismas conside-
radas (p. ej., las contendidas en el CC). Por el contrario el derecho subjetivo es
Autonomía privada: el derecho subjetivo

el concreto poder que dichas normas jurídicas conceden a una persona sobre los
propios bienes de su personalidad (p. ej., su honor, intimidad o propia imagen) o
sobre un objeto del mundo exterior (una cosa, si estamos ante un derecho real,
como sucede en el derecho de propiedad, o una conducta del deudor, si estamos
ante un derecho de crédito, como por ejemplo, el pago de la renta mensual en el
arrendamiento de una vivienda).
Así, el art. 348 CC, que reconoce el derecho de propiedad, es una norma jurídica,
que forma parte del Derecho objetivo. En cambio, la concreta propiedad, que en virtud
de esa norma, corresponde a una persona sobre un bien determinado es un derecho
subjetivo (en este caso, de propiedad).

Los caracteres del derecho subjetivo son los siguientes:


a) El poder jurídico del titular se le concede para la satisfacción de intereses o
necesidades propias, como un cauce de realización de legítimos intereses y fines
dignos de tutela jurídica; y ello, a diferencia de lo que sucede con otras figuras
distintas, como son las potestades, las cuales atribuyen un poder jurídico para la
satisfacción de necesidades o intereses ajenos, por los que hay que velar. Es el caso
de la potestad que tienen los padres sobre los hijos menores de edad o los tutores
sobre los pupilos, potestad que ha de ejercerse en beneficio de ellos, por lo que su
actuación está bajo el control de la autoridad judicial, que, con causa justificada,
puede privar a los progenitores de la patria potestad (art. 170 CC) o remover al
tutor de su cargo (art. 247 CC).
b) El ejercicio de las facultades que forman parte del derecho subjetivo depen-
de de la libre voluntad del titular, que puede renunciar a su derecho, siempre que
dicha renuncia no contraríe el interés o el orden público o perjudique a tercero
(art. 6.2 CC). Por el contrario, el ejercicio de las potestades, no es libre, sino obli-
gatorio (art. 216 CC): la patria potestad sobre los hijos menores no emancipados
es irrenunciable; como tampoco la tutela, a no ser que, por razones de edad, en-
fermedad, ocupaciones personales o profesionales, por falta de vínculos de cual-
quier clase entre tutor y pupilo o por cualquier otra causa, resulte excesivamente
gravoso el cargo (art. 251 CC).
c) El Estado garantiza a los titulares de los derechos subjetivos la posibilidad
de que puedan dirigirse a los Tribunales para reclamar su efectividad en el caso
de que sean vulnerados. Sin esta tutela judicial el reconocimiento de un derecho
subjetivo a una persona carecería de efectividad. Esta característica es también
propia de la potestad.

2. Estructura del derecho subjetivo.


La estructura del derecho subjetivo se integra por tres elementos:
Derecho Civil I

a) sujeto;
b) objeto;
c) contenido.

A) Sujeto
El sujeto es la persona a la que se concede el poder jurídico en que el derecho
subjetivo consiste. Técnicamente, la cualidad de pertenencia del derecho subjetivo
a un determinado individuo se llama titularidad. Sin embargo, es también usual
hablar de sujeto pasivo para designar, no el titular del derecho, sino el obligado a
padecer su ejercicio.
Por ejemplo, en una relación jurídico-personal, el acreedor es el titular del derecho
de crédito, mientras que el deudor es el sujeto pasivo.

B) Objeto
El objeto del derecho subjetivo es aquello sobre lo que recae el poder del titu-
lar, que puede ser:
a) Una cosa, en cuyo caso hablamos de derechos reales (p. ej., el derecho de
propiedad o de usufructo sobre una casa).
b) Un comportamiento de determinada persona, llamada deudor, en cuyo ca-
so se trata de derechos personales o de crédito, p. ej., el derecho del arrendador
(acreedor) a obtener el pago de renta mensual del inquilino (deudor) o el del pres-
tamista (acreedor) a pedir al prestatario (deudor) la restitución del capital, junto
con el pago de los intereses pactados.
c) Un bien o atributo inherente a la persona, que es lo que sucede en los dere-
chos de la personalidad (p. ej., el derecho a la vida o al honor).

C) Contenido
El contenido de un derecho subjetivo está formado por las facultades que lo
integran.
Así, el del derecho de propiedad es el de gozar y disponer de una cosa, sin
más limitaciones que las establecidas en las leyes (art. 348 CC); el del derecho de
prenda, poseer la cosa pignorada e instar la venta de la misma, en caso de impago
del crédito garantizado (art. 1872 CC); o el del retracto, la facultad del retrayente
de subrogarse en las mismas condiciones del adquirente de un determinado bien
(art. 1521 CC)
Autonomía privada: el derecho subjetivo

3. Clases de derechos subjetivos


Los derechos pueden ser clasificados con arreglo a diversos criterios.
1ª) Por la concreta institución del derecho civil a la que afectan, se distinguen
los derechos de la personalidad (derecho a la vida, integridad física, honor, inti-
midad y propia imagen), los derechos familiares (p. ej., derecho a contraer ma-
trimonio) y los derechos patrimoniales, que, según se ha dicho, recaen sobre una
realidad del mundo exterior y tienen carácter económico.
2ª) Por su objeto, dichos derechos patrimoniales, pueden ser de dos clases:
a) Derechos personales o de crédito, que vinculan a una persona, llamada
acreedor, con otra llamada deudor, de forma que esta última tiene una deuda con
aquél, o lo que es lo mismo, aquél tiene un crédito contra ésta.
b) Derechos reales, que son aquellos que consagran un poder del titular sobre
una cosa, el cual puede ser ejercitado sobre la misma inmediatamente, sin que
tenga por destinatario una persona determinada. Es el caso de la propiedad y
de los derechos reales sobre cosa ajena, que pueden ser de disfrute (usufructo o
servidumbre), de garantía (prenda e hipoteca) o de adquisición preferente (tanteo
y retracto).
3º) Por su ámbito de eficacia, cabe distinguir:
a) Derechos absolutos, los cuales son eficaces erga omnes, por los que el titular
puede exigir su efectividad frente a cualquier tercero.
b) Derechos relativos, que sólo pueden hacerse valer frente a una determinada
persona especialmente obligada a su cumplimiento (el deudor)
Los derechos reales son absolutos, mientras que los derechos personales o de
crédito son relativos.

4. Distinción del derecho subjetivo de figuras afines


La noción de derechos subjetivo debe diferenciarse de la de potestad.
El derecho subjetivo es un poder que el ordenamiento reconoce a persona para
la satisfacción de intereses propios. Por el contrario, la potestad es un poder jurí-
dico que el ordenamiento reconoce para la satisfacción de intereses ajenos, poder
que siendo anejo a una determinada situación, debe ser ejercitado necesariamente
para la consecución del fin al que sirve. El caso paradigmático de potestad es la
que corresponden a los padres sobre sus hijos menores en orden a posibilitar el
libre desarrollo de la personalidad de éstos.
Derecho Civil I

5. Límites al ejercicio de los derechos subjetivos


Todos los derechos subjetivos tienen límites, los cuales pueden ser de tres tipos:
a) naturales;
b) genéricos o institucionales (principio de buena fe y prohibición del abuso
de derecho);
c) temporales (prescripción y caducidad).

A) Los límites naturales


Existen unos límites que se han dado en denominar “naturales”, habida cuenta
que derivan de la naturaleza de cada derecho subjetivo y de la manera en que es
configurado por el ordenamiento, conforme a la función económico-social que a
través de él se trata de realizar.
Así:
a) el derecho de usufructo, a tenor del art. 467 CC, atribuye al usufructuario la
facultad de disfrutar de la cosa usufructuada, por lo que el titular del derecho de
usufructo no puede vender la cosa.
b) el acreedor hipotecario, podrá pedir la venta en pública subasta del bien
hipotecado, en caso de impago del crédito (art. 1858 CC), pero no podrá apro-
piarse del bien, como tampoco venderlo por sí mismo (art. 1859 CC).

B) La buena fe
La buena fe es un límite genérico o institucional, porque, al igual que el abuso
de derecho, es exigible respecto de toda clase de derechos subjetivos.
El art. 7.1 CC dispone que “los derechos deberán ejercitarse conforme a las
exigencias de la buena fe”, lo que significa que no está permitido realizar actos
de ejercicio de un derecho subjetivo, que, aunque, en principio, correspondan a
facultades que integren su contenido, sin embargo, se aparten de la regla de leal-
tad que rige en las relaciones sociales, lo que, en última instancia, dependerá de
la apreciación judicial, que deberá tener en cuenta las convicciones imperantes en
cada momento en la sociedad.
Por lo tanto, en el caso en que el titular del derecho lo ejercite de mala fe en perjui-
cio de una persona, ésta podrá oponerse a dicho ejercicio mediante una excepción, que
paralizará la pretensión del titular: es la llamada exceptio doli generalis.

La doctrina ha enumerado una serie de supuestos típicos que en los que la


buena fe aparece como límite al ejercicio de los derechos subjetivos:
Autonomía privada: el derecho subjetivo

1º) La prohibición de ir contra los actos propios1, lo que significa que el titular
del derecho no puede ejercitarlo contradiciendo lo que objetivamente y de acuer-
do con la buena fe resulta de un comportamiento suyo anterior.
Veamos un ejemplo. El art. 8 LAU prohíbe al arrendatario ceder el contrato de arren-
damiento sin el consentimiento escrito del arrendador. Imaginemos que el arrendador no
consiente por escrito la cesión, pero, una vez enterado de ella, no se opone, e, incluso
acepta recibir una compensación económica por este concepto. Es evidente que luego
no podrá alegar que no consintió la cesión para resolver el contrato de arrendamiento.

2º) El retraso desleal en el ejercicio de un derecho2, lo que significa que el titular


de un derecho no puede ejercitarlo cuando su inactividad por tiempo prolongado ha
suscitado en una persona la confianza de que ya no lo ejercitará.
Veamos un ejemplo. El art. 23 LAU prohíbe al arrendatario hacer obras que modifi-
quen la configuración de la vivienda sin el permiso por escrito del arrendador, conce-
diendo a éste la posibilidad de resolver el contrato por obras no consentidas. Imagine-
mos que el inquilino realiza obras, sin que el arrendador las consienta por escrito, pero
sin que, conociéndolas, se oponga a ellas. Trece años después insta la resolución del
contrato por obras no consentidas. Evidentemente, su pretensión resolutoria no podrá
prosperar, a pesar de no haber transcurrido el plazo para el ejercicio de la acción de
resolución del contrato, que es de 15 años (art. 1964 CC).

3º) El abuso de la nulidad por motivos puramente formales, lo que significa


que quien cumple un negocio a sabiendas de que en nulo por un defecto de forma
no puede después impugnar su validez alegando la existencia de dicho defecto de
forma.
La jurisprudencia ha aplicado esta regla en materia testamentaria y quizás pudiera
también aplicarse en materia de donación. El art. 633 CC dispone que, para su validez,
la donación de bienes inmuebles debe ser hecha en escritura pública. Dicho requisito no
se cumple cuando se formaliza en un mero documento privado. Ahora bien, pensemos
que el donante, que no tiene herederos forzosos, ni acreedores que puedan ser perju-
dicados por la donación, entrega la posesión del bien al donatario, desentendiéndose
de su cuidado, del pago de contribuciones, dejando que el donatario haga inversiones
de cultivo y riego, que arriende el bien. Podría ser considerado contrario a la buena fe
que luego impugnara la validez de la donación por un motivo puramente formal, como
consecuencia de un enfado posterior con el donatario.

1
V. en este sentido SSTS 29 enero 1965 (RAJ 1965, 262), 21 septiembre 1987 (Tol 1739835), 6
junio 1992 (Tol 1660694), 2 febrero 1996 (Tol 1768883), 4 julio 1997 (Tol 215266), 31 enero
2007 (Tol 1040241), 23 octubre 2009 (Tol 1748174) y 20 marzo 2012 (Tol 2494364).
2
V. en este sentido SSTS 29 enero 1965 (RAJ 1965, 262), 21 septiembre 1987 (Tol 1739835),
6 junio 1992 (Tol 1660694), 2 febrero 1996 (Tol 1768883), 4 julio 1997 (Tol 215266) y 31
enero 2007 (Tol 1040241).
Derecho Civil I

C) El abuso de derecho
El art. 7.2 CC prohíbe el abuso de derecho, el cual tiene lugar cuando su titular
lo ejercita de manera antisocial, sobrepasando manifiestamente los límites norma-
les de su ejercicio.
La jurisprudencia ha destacado que el abuso de derecho “es un límite intrínseco del
derecho subjetivo”3, y, asimismo, ha establecido los siguientes requisitos para que con-
curra4, pues se trata, como ha reconocido el Tribunal Supremo, de un “concepto jurídico
indeterminado”5, cuya existencia deberá apreciarse atendiendo al caso concreto: a) el
uso de un derecho, objetiva o externamente legal; b) el daño a un interés no protegido
por una específica prerrogativa jurídica; c) la inmoralidad o carácter antisocial del daño,
manifestada en forma subjetiva (cuando el derecho se actúa con la intención de perjudi-
car o, sencillamente, sin un fin serio o legítimo), u objetiva (cuando el daño proviene de
exceso o anormalidad en el ejercicio del derecho).

Del tenor del precepto resulta que el carácter abusivo de un acto puede ser
consecuencia de la intención de su autor, de su objeto o de las circunstancias en
que se realice el ejercicio del derecho. Por lo tanto, para la existencia de un abuso
de derecho, no es esencial demostrar la existencia de un específico propósito del
titular de perjudicar a una persona6, sin sacar de hecho provecho alguno.
Por ejemplo, se produce un abuso de derecho cuando un vecino no se opone a que
la mayoría de los propietarios del edificio cierren sus terrazas y solamente se opone al
cierre de la terraza de uno de ellos con el que mantiene una contienda, con la evidente
finalidad de perjudicarle; cuando se acude a la vía judicial con una pretensión insoste-
nible desde el punto de vista del Derecho7; cuando se utilizan de forma caprichosa los
cauces legalmente establecidos para la efectividad del crédito hipotecario, iniciando,
primero, un procedimiento ejecutivo común con embargo del inmueble hipotecado,
e interponiendo, luego, un procedimiento judicial sumario de ejecución hipotecaria8;
cuando se requiere a un socio de una sociedad constituida entre hermanos por disposi-
ción testamentaria a que desaloje una de las casas de la sociedad, que venía ocupando,

3
V. a este respecto SSTS 6 febrero 1999 (Tol 2463), 21 diciembre 2000 (Tol 99615) y 21 sep-
tiembre 2007 (Tol 1146779).
4
V. en este sentido SSTS 14 febrero 1944 (RAJ 1944, 293), 6 febrero 1999 (Tol 2463), 21 di-
ciembre 2000 (Tol 99615), 28 enero 2005 (Tol 582622), 25 enero 2006 (Tol 820923) y 19
diciembre 2008 (Tol 1413607).
5
Así, por ejemplo, la STS 6 febrero 1999 (Tol 2463) afirma que “La doctrina del abuso del
derecho es uno de los conceptos denominados concepto jurídico indeterminado o concepto
‘válvula’, que, por ello, no puede ser conceptuado apriorísticamente, sino que es preciso deli-
mitarlo caso por caso”.
6
En este sentido se pronuncia, entre otras, la STS 25 enero 2006 (Tol 820923), que afirma ilus-
trativamente que “no resulta imprescindible el elemento subjetivo —intención de dañar— para
que un derecho pueda entenderse ejercido en forma abusiva”.
7
V. en este sentido ATS 3 octubre 2005 (Tol 715821).
8
V. a este respecto STS 25 enero 2006 (Tol 820923).
Autonomía privada: el derecho subjetivo

sin una razón objetiva que lo justifique9; o cuando un copropietario de una comunidad,
que ostenta una cuota del 50% del edificio, se opone a la división del elemento privativo
del otro, sin que exista una finalidad seria y legítima que justifique la oposición10.

En cambio, no se ha apreciado abuso de derecho en los siguientes casos: apertura,


por parte del jefe del área financiera de la “Unión de Consumidores de España”, de
diversos contratos de cuenta corriente en varios bancos, para después solicitar judicial-
mente la nulidad de determinadas cláusulas que incluían condiciones generales de la
contratación11; ejercicio de una acción no claramente infundada, con dudosa concu-
rrencia de los presupuestos justificativos de la suspensión interdictal12; o resistencia de
una de las partes a modificar en su perjuicio lo previamente convenido en el marco de
un contrato sinalagmático13.

Producido un abuso de derecho, según resulta del art. 7.2 CC, la persona per-
judicada podrá pedir una indemnización de daños y perjuicios, así como la adop-
ción de las medidas administrativas y judiciales tendentes para evitar la persisten-
cia del abuso (esto último puede ser lo que más le interese).

D) La prescripción
El CC dedica el título XVIII del Libro IV a la prescripción. En el capítulo I
contiene normas generales para las dos clases de prescripción que se contemplan,

9
La STS 21 septiembre 2007 (Tol 1146779) afirma en relación con el caso que existe abuso de
derecho porque “Todos los hermanos tienen derecho a ocupar vivienda en las fincas de la so-
ciedad y sólo a doña Julia se le niega el derecho; uno o varios de ellos viven efectivamente allí e
incluso trabajadores y empleados y a ella se le impide. Lo que es importante: ninguna razón se
expresa para motivar el desalojo, ni en el requerimiento, ni en el acta de la Junta de accionistas,
ni en la propia demanda, ni a lo largo del proceso”. Concluye la sentencia que “En definitiva,
no aparece razón objetiva alguna para negar el derecho a ocupar la finca demandada; sí apare-
ce, por el contrario, una extralimitación injustificada por la sociedad demandante, del derecho
a disponer del uso de las fincas que le pertenecen, de cuya sociedad también es accionista la
demandada”.
10
Caso éste resuelto por la ya citada STS 19 diciembre 2008 (Tol 1413607).
Sin embargo, no había intención de perjudicar a nadie en el conocido caso resuelto por la STS
14 febrero 1944 (RAJ 1944, 293). La concesionaria del derecho de extraer arenas del litoral
de Barcelona extrajo un gran volumen de arena de una playa, lindante a la desembocadura de
un río, en el que había una central eléctrica. Como consecuencia de esta excesiva extracción
de arena desaparecieron las defensas naturales frente a las avenidas del río y la acción del mar.
Hubo un temporal y la central eléctrica sufrió cuantiosos daños, cuya reparación pidió y obtu-
vo de los Tribunales.
11
V. en este sentido STS 21 diciembre 2000 (Tol 99615).
12
V. en este sentido STS 29 diciembre 2004 (Tol 564795).
13
V. en este sentido STS 18 junio 2012 (Tol 2572704).
Derecho Civil I

a saber, la adquisitiva, también llamada usucapión, y la extintiva, que se regulan


en los capítulos 2º y 3º, respectivamente.
A las dos clases de prescripción se refiere el art. 1930 CC. La doctrina observa que,
en rigor, ambas clases de prescripción son diversas y deben ser tratadas separadamente,
pudiéndose señalar las siguientes diferencias: a) La usucapión es un modo de adquirir el
dominio y demás derechos reales; la prescripción extintiva es, por el contrario, causa de
extinción de derechos y acciones. b) La usucapión exige la actividad de un sujeto (pose-
sión); la prescripción extintiva, en cambio, sólo requiere inactividad. c) La usucapión es
sólo aplicable a derechos reales susceptibles de posesión; por el contrario, la prescrip-
ción extintiva afecta a todos los derechos patrimoniales, reales o de crédito.

En el presente curso corresponde exclusivamente el estudio de la prescripción


extintiva, así llamada, porque da lugar a la extinción de los derechos y acciones,
como consecuencia de la falta de ejercicio de los mismos por su titular, durante el
tiempo legalmente establecido.
El fundamento de la prescripción extintiva se encuentra en la exigencia de
seguridad en el tráfico jurídico14, que impone la necesidad de que se establezcan
límites temporales máximos para el ejercicio de los derechos que permanecen
actualmente inactivos, pues lo contrario sería tanto como prolongar indefinida-
mente el mantenimiento de situaciones de incertidumbre en torno a la titularidad
de aquéllos. Si el titular de un derecho subjetivo pudiera ejercitar en cualquier
momento las facultades que ostenta y dejar pasar un largo periodo temporal sin
hacerlo, podría darse el caso de que reclamara en un momento tan tardío, que el
sujeto pasivo pudiera pensar razonablemente que tal derecho no se encontraba
vivo y activo.
Por ejemplo, una persona crea una empresa y pide un préstamo. No es pensable que
el prestamista pueda reclamarle la devolución del capital y el pago de los intereses ad
aeternum. El empresario hace un cálculo de costos para amortizar el capital en un tiem-
po previsible racionalmente (5 años), pasado el cual debe poder confiar razonablemente
en que no se verá obligado a efectuar el pago.

a) Presupuestos de la prescripción extintiva


La prescripción extintiva sólo opera concurriendo una serie de presupuestos,
que son los siguientes:
1ª) Que se trate de un derecho prescriptible, es decir, un derecho de carácter
patrimonial, sea éste real o de crédito. Es pues necesario matizar el tenor del art.
1930.II CC, excluyendo del ámbito de la prescripción extintiva los derechos de
la personalidad (por ejemplo, del derecho al honor o la intimidad) y los estric-

14
V. en este sentido STS 28 enero 1983 (RAJ 1983, 393).
Autonomía privada: el derecho subjetivo

tamente familiares, (por ejemplo, el derecho a contraer matrimonio), que no se


extinguen por su no ejercicio.
2ª) Que el titular del derecho no lo ejercite, es decir, que tenga lugar el denomi-
nado “silencio de la relación jurídica”15.
3ª) Que transcurra el plazo previsto por la norma.
El art. 1961 CC establece que las acciones prescriben por el mero lapso del
tiempo fijado por la ley.
En particular: las acciones reales sobre bienes inmuebles prescriben a los 30 años
(art. 1963 CC); las acciones reales sobre bienes muebles a los 6 años (art. 1962 CC); la
acción hipotecaria a los 20 años (art. 1964 CC); las acciones personales que no tengan
señalado plazo especial de prescripción a los 5 años (esto, tras la entrada en vigor de
la Ley 42/2015, de 5 de octubre, pues con anterioridad el plazo era de 15 años); y las
acciones para exigir responsabilidad extracontractual al año (art. 1968.2º CC).

Para el cómputo del plazo habrá que estar a lo dispuesto en el art. 1969 CC,
según el cual “El tiempo para la prescripción de toda clase de acciones cuando
no haya disposición especial que otra cosa determine, se contará desde el día en
que pudieron ejercitarse”; y, así mismo, en el 1960.3º CC. A tenor de este último
precepto, “El día en que comienza a contarse el tiempo se tiene por entero, pero
el último debe cumplirse en su totalidad”.
Pongamos un ejemplo. Se celebra un contrato de arrendamiento sobre un campo,
pactándose pagar las rentas el día uno de cada mes. El arrendatario no paga la renta co-
rrespondiente al mes de enero de 1996. A efectos del cómputo del plazo de prescripción
respecto de la obligación de pagar la renta de ese mes, el 1 de enero de 1996 se cuenta
en su totalidad, desde las 00.00 horas. Por lo tanto, el plazo de prescripción se cumple a
las 00.00 horas del 1 de enero de 2001.

El art. 1964 CC, en la redacción dada por la reciente Ley 42/2015, de 5 de


octubre, establece que el plazo general de 5 años (anteriormente era de 15) de
las acciones personales que no tengan señalado otro especial comenzará a correr
"desde que pueda exigirse el cumplimiento de la obligación. En las obligaciones
continuadas de hacer o no hacer, el plazo comenzará cada vez que se incumplan".
4º) El último de los presupuestos es que la prescripción sea alegada por la per-
sona a la que beneficie, no pudiendo ser aplicada de oficio por el juez16.

15
Que se puede manifestar, por ejemplo, en la “falta de reconocimiento del deudor correlativa a
la inactividad del acreedor”. V. en este sentido STS 4 octubre 2002 (Tol 225419).
16
La STS 28 enero 1983 (RAJ 1983, 393) afirmó en este sentido que la prescripción “es estimable
sólo a instancia de parte”.
Derecho Civil I

b) Interrupción de la prescripción
La interrupción de la prescripción significa que cuando se produzca cualquier
acto de ejercicio del derecho dentro del plazo, éste deja de correr, entendiéndose
que ha renacido, requiriéndose empezar a contar el plazo prescriptivo desde el co-
mienzo otra vez, caso de que tras ese acto de ejercicio comience una nueva etapa
de actividad del titular.
Según resulta del art. 1973 CC, la interrupción puede realizarse de tres mane-
ras:
1º) Por reclamación judicial del acreedor, mediante la interposición de una de-
manda judicial en la que el titular del derecho subjetivo reclama su cumplimiento.
Una cuestión que se plantea en relación con este punto es si deben atribuírsele efec-
tos interruptivos a la demanda presentada de la que posteriormente se desiste. La doc-
trina ha entendido tradicionalmente que el desistimiento de la demanda no interrumpía
el cómputo del plazo de prescripción, pues dicho desistimiento sólo podía implicar un
reconocimiento implícito de que no se tenía derecho a pedir lo que se pedía. No obstan-
te, un sector más moderno de la doctrina ha optado por realizar una interpretación literal
del precepto, considerando que la mera interposición de la demanda origina el efecto
interruptivo de la prescripción.
El Tribunal Supremo, por su parte, ha sostenido una postura que podría calificarse
de “mixta”, según la cual, en principio, la demanda de la que se desiste no produce
efectos interruptivos, salvo el caso en que ya hubiera sido comunicada a la parte
demandada, pues ésta ya tendría constancia de la reclamación. El fundamento de
esta postura radicaría en que “para que opere la interrupción de la prescripción, es
preciso que la voluntad se exteriorice a través de un medio hábil y de forma adecua-
da, que debe trascender del propio titular del derecho, de forma que se identifique
claramente el derecho que se pretende conservar, la persona frente a la que se pre-
tende hacerlo valer y que dicha voluntad conservativa del concreto derecho llegue
a conocimiento del deudor, ya que es doctrina reiterada que la eficacia del acto que
provoca la interrupción exige no sólo la actuación del acreedor, sino que llegue a
conocimiento del deudor su realización”17.

2º) Por reclamación extrajudicial del deudor, fundamentalmente, a través de


un requerimiento notarial.
La jurisprudencia ha entendido que no es necesario que el requerimiento
extrajudicial conste por escrito. Así, “no se requiere que se formulen las recla-
maciones por escrito ni que asuma ninguna forma; otra cosa será la prueba

17
V. en este sentido SSTS 13 octubre 1994 (Tol 208577), 12 diciembre 1995 (Tol 1667939),
12 noviembre 2007 (Tol 1213838), 30 septiembre 2009 (Tol 1627883) y 25 mayo 2010 (Tol
1877891).
Autonomía privada: el derecho subjetivo

de que se haya efectuado el acto interruptivo, pero no debe confundirse la


dificultad de prueba con la forma de determinados actos”18.
Otros ejemplos susceptibles de ser considerados como una reclamación extrajudicial
son los siguientes: a) cartas reclamando daños19; b) reclamaciones efectuadas según un
mandato verbal por un abogado “en nombre de mis clientes”20; y c) resoluciones de
embargo del crédito que el asegurado ostentaba frente a su compañía21.

3º) Por cualquier acto de reconocimiento de deuda por el deudor.


Por ejemplo: por carta; en un juicio22; por pago de una cantidad de dinero, a cuenta
de una deuda23; o incluso por figurar la deuda en la contabilidad de una empresa24.

La jurisprudencia ha señalado, en otro orden de ideas, que no es posible una


interpretación extensiva de los supuestos de interrupción25, “por la incertidumbre
que llevaría consigo la exigencia y virtualidad del derecho mismo”.
En fin, la jurisprudencia ha sostenido que el acto interruptivo “exige, no
sólo la actuación del acreedor, sino que llegue a conocimiento del deudor su
realización”26, algo que, como se ha visto, cobra especial importancia en el caso
de la reclamación judicial.

18
V. en este sentido SSTS 14 diciembre 2004 (Tol 675939), 22 noviembre 2005 (Tol 795263), 6
febrero 2007 (Tol 1036550), 27 septiembre 2007 (Tol 1150983) y 21 julio 2008 (Tol 1355867),
y, más recientemente, la SAP Madrid 29 junio 2012 (Tol 2597489).
19
V. en este sentido STS 11 marzo 2004 (Tol 360024).
20
V. en este sentido SSTS 18 enero 1968 (RAJ 1968, 448), 27 junio 1969 (RAJ 1969, 3868) y 10
marzo 1983 (RAJ 1983, 1469).
21
V. en este sentido STS 9 mayo 2012 (Tol 2533718).
22
V. en este sentido SSTS 12 mayo 2006 (Tol 934861), 13 septiembre 2007 (Tol 1146776) y 17
mayo 2012 (Tol 2538633).
23
La STS 1 diciembre 2006 (Tol 1019351) entendió, en la misma línea que la sentencia cuya
modificación se solicita en el recurso de casación, que no había existido prescripción de la
acción, siendo determinante, en tal sentido, que los demandados hubieran satisfecho una parte
de los honorarios profesionales que adeudaban a los abogados demandantes, lo que suponía
un inequívoco acto de reconocimiento de deuda.
24
La STS 26 junio 2001 (Tol 32396) afirmó, parafraseando los argumentos de las sentencias de
instancia, que “nunca podríamos estimar que el plazo de prescripción está corriendo mientras
la deuda figurara en la contabilidad de la demandada, lo que, teniendo en cuenta la publicidad
de las cuentas o al menos su permanente conocimiento por los socios de la acreedora, supone
un palmario y constante reconocimiento de la deuda por el deudor con el efecto establecido
por el artículo 1973 del Código Civil”.
25
V. en este sentido SSTS 8 noviembre 1958 (RAJ 1958, 3438), 3 junio 1972 (RAJ 1972, 3591),
18 abril 1989 (RAJ 1989, 3064), 26 septiembre 1997 (Tol 215094), 27 septiembre 2005 (Tol
725233), 3 mayo 2007 (Tol 1073405), 19 octubre 2009 (Tol 1639039), 16 marzo 2010 (Tol
1808696), y 17 julio 2012 (Tol 2594412).
26
V. en este sentido SSTS 13 octubre 1994 (Tol 208577), 27 septiembre 2005 (Tol 725233) y 12
noviembre 2007 (Tol 1213838).
Derecho Civil I

c) Renuncia de la prescripción
Dice el art. 1935 CC que “Las personas con capacidad para enajenar pueden
renunciar a la prescripción ganada27; pero no el derecho de prescribir para lo
sucesivo”.
Es, pues, nula, una estipulación por la que alguna de las partes del contrato re-
nuncie a la posibilidad de hacer valer la prescripción en un futuro. Dicha estipulación
iría contra el interés público en la seguridad del tráfico jurídico. Nada impide, sin
embargo, que, ante una concreta reclamación del titular del derecho, el demandado
no oponga la excepción de prescripción, lo que daría lugar a una renuncia tácita de
la misma28 (art. 1935.II CC), como podría ser no oponer la excepción de prescripción
en el momento procesal oportuno29.
Hay que precisar, no obstante, que el Tribunal Supremo ha recordado que la renuncia
de derechos debe ser interpretada restrictivamente30.

d) Diferencias entre prescripción y caducidad


La caducidad consiste en la extinción de un derecho por su falta de ejercicio
durante un plazo temporal prefijado que no es susceptible de ser interrumpido.
Se trata, como se puede observar, de un concepto muy similar al de prescripción,
pero que debe diferenciarse del mismo, lo que se puede hacer atendiendo a las dos
siguientes notas:

27
V. en este sentido STS 3 julio 1984 (RAJ 1984, 3792).
28
En este sentido, la SAP Valladolid 18 septiembre 1996 (AC 1996, 1540) señala que “En todo caso,
ha de añadirse que el reconocimiento de la deuda, hecho en el proceso, permite la aplicación del
artículo 1935 del Código Civil, comportando una renuncia a la prescripción ganada, en el supuesto
hipotético de que se considerara transcurrido el plazo antes de 1995, conocido es que la renuncia
de la prescripción ganada puede ser tanto expresa como tácita, siendo ésta la que resulta de hechos
de los que deba derivarse tal conclusión”.
29
V. en este sentido AAP Guipúzcoa 16 marzo 1999 (AC 1999, 4033) y SAP Murcia 1 diciembre
2011 (Tol 2342713).
30
V. en este sentido la STS 25 enero 2007 (Tol 1040245), en la que el Supremo entendió que no se
había producido la renuncia de un Ayuntamiento a un terreno que había obtenido por usucapión,
por el mero hecho de haber sido aquél abandonado, pues “El abandono del terreno y de la escuela
en él construida es un hecho material, una dejación de hecho, pero que no implica ni la pérdida del
derecho de propiedad, ni puede derivarse de ello la renuncia a la usucapión ganada, pues para ser
tenida como renuncia tácita, debe resultar de actos que hacen suponer el abandono del derecho
adquirido, como exige el artículo 1935 del Código Civil, lo que no ocurre en el presente caso ya que
cuando se le reclamó la propiedad en trámite administrativo, en 1997 se opuso frontalmente”.
Autonomía privada: el derecho subjetivo

1º) Los plazos de caducidad no admiten interrupción31;


2º) La caducidad puede ser aplicada de oficio por los tribunales, sin necesidad
de que sea alegada por las partes32. En cambio, la prescripción, al existir la norma
del art. 1935 CC, que, como se ha visto, permite al favorecido por ella renunciar
a la misma expresa o tácitamente, ha sido considerada como una institución “ín-
tegramente regida por el principio de la autonomía privada”33.
La caducidad hace referencia a derechos que exigen ser ejercitados en un lapso de
tiempo limitado34, porque no resisten una excesiva situación de incertidumbre en tor-
no a su existencia o inexistencia35. Es el caso de los derechos potestativos que tienden
a la impugnación de un negocio jurídico: arts. 1301 y 76.II CC y, en general, de todos
los actos procesales (por ejemplo, el plazo para contestar a la demanda).

III. CUESTIONARIO
1º. Defina el concepto de autonomía privada.
2º. Distinga entre ‘Derecho objetivo’ y ‘derecho subjetivo’.
3º. Enumere y caracterice brevemente los elementos que integran el derecho
subjetivo.
4º. Diferencie entre derecho subjetivo y potestad.

31
Así lo ha admitido la jurisprudencia del Tribunal Supremo de antiguo, pudiendo consultarse
en este sentido las SSTS 25 junio 1962 (RAJ 1962, 3051), 22 mayo 1965 (RAJ 1965, 3013), 25
mayo 1979 (RAJ 1979, 1893), 1 febrero 1982 (RAJ 1982, 371), 23 diciembre 1983 (RAJ 1983,
6995), 11 octubre 1985 (Tol 1737241), 14 diciembre 1993 (Tol 1655900), 10 noviembre 1994
(Tol 1657127), 12 junio 1997 (Tol 215916) y 31 julio 2000 (RAJ 2000, 6206).
32
La STS 28 enero 1983 (RAJ 1983, 393) señaló en este sentido que la prescripción “es estimable
sólo a instancia de parte, en tanto que la caducidad es acogible también de oficio”.
33
V. AAP Guipúzcoa 16 marzo 1999 (AC 1999, 4033).
34
V. en este sentido SSTS 27 abril 1940 (RAJ 1940, 303), 30 abril 1940 (RAJ 1940, 304), 7 di-
ciembre 1943 (RAJ 1943, 1307), 17 noviembre 1948 (RAJ 1948, 1413), 25 septiembre 1950
(RAJ 1950, 1406), 5 julio 1957 (RAJ 1957, 2554), 18 octubre 1963 (RAJ 1963, 4138), 11
mayo 1966 (RAJ 1966, 2419), 25 mayo 1979 (RAJ 1979, 1893), 10 noviembre 1994 (Tol
1657127), 12 junio 2008 (Tol 1333408) y 22 enero 2009 (Tol 1432549). La doctrina que se
extrae de las mismas se puede sintetizar en que el plazo de caducidad es de carácter preclusivo,
al tratarse “de un plazo dentro del cual, y únicamente dentro de él, puede realizarse un acto
con eficacia jurídica, de tal manera que transcurrido sin ejercitarlo impone la decadencia fatal
y automática de tal derecho en razón meramente objetiva de su no utilización”.
35
La ya mencionada STS 28 enero 1983 (RAJ 1983, 393) afirmó a este respecto que “la caduci-
dad descansa no sólo sobre la necesidad de poner término a la incertidumbre de los derechos,
sino también sobre una presunción de abandono por parte de su titular, mientras que la pres-
cripción se funda exclusivamente en la necesidad de la seguridad del tráfico jurídico y opera
por el mero transcurso del tiempo”.
Derecho Civil I

5º. Explique en qué consisten los llamados ‘límites naturales’ al ejercicio de los
derechos subjetivos.
6º. Defina la buena fe y ponga 3 ejemplos de comportamientos que no se ajus-
ten a ella.
7º. Explique qué se entiende por abuso de derecho.
8º. Señale las diferencias entre la prescripción adquisitiva (o usucapión) y la
extintiva.
9º. Enumere los supuestos de interrupción de la prescripción extintiva.
10º. Diferencie entre prescripción y caducidad.

IV. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Bank Arrota S.A. concertó en 1998 un contrato de préstamo con don Miguel, con
vencimiento en 2003. Don Miguel, que atravesaba por graves dificultades económicas, no
pudo hacer frente a la totalidad del préstamo, dejando a deber las dos últimas cuotas. En
2012, tras un período dilatado de tiempo sin tener noticias de dicho banco (y pudiendo
dormir tranquilamente por las noches al considerar que ya no volvería a saber nada más
del préstamo), Bank Arrota S.A. le reclama extrajudicialmente las dos cuotas que resta-
ban por satisfacer, junto a unos desproporcionados intereses moratorios, muy superiores
al nominal impagado. En 2013, y tras no atender don Miguel dicha reclamación, Bank
Arrota S.A. interpone demanda de juicio monitorio.

Cuestiones
1. ¿Se ajusta la conducta de Bank Arrota S.A. a los cánones de la buena fe?
2. En caso negativo, ¿qué supuesto constituye la conducta del banco?

2º. Supuesto de hecho


María, propietaria de un inmueble, había votado favorablemente en la Junta de pro-
pietarios al cierre de las terrazas de varios vecinos de la comunidad. Sin embargo, se opone
al cierre de la terraza de Andrea, quien la ha denunciado por organizar fiestas nocturnas
y tener la música excesivamente alta en horas intempestivas.

Cuestiones
1. ¿Está incurriendo María en alguna conducta reprochable desde el punto de vista
jurídico? En caso afirmativo, ¿en cuál?
2. ¿Puede Andrea reclamar algo? ¿Qué?
Autonomía privada: el derecho subjetivo

V. BIBLIOGRAFÍA
Cañizares Laso, A.: La caducidad de los derechos y acciones, Madrid, 2001; De los Mozos,
J. L.: El principio de la buena fe, Barcelona, 1965; Díez-Picazo y Ponce de León, L.: La
doctrina de los actos propios, Barcelona, 1963; Martínez esteruelas, C.: “La finalidad en la
delimitación del derecho subjetivo”, RCDI, núm. 639, 1997, pp. 599 ss.; Orozco Pardo, G.:
De la prescripción extintiva y su interrupción en el Derecho civil, Granada, 1995; Puig Bru-
tau, J.: Caducidad, prescripción extintiva y usucapión, Barcelona, 1996; Rivero Hernández,
F.: “¿Apreciación de oficio de la caducidad en todo caso?”, RDP, 2001, pp. 465 ss.; Vattier
Fuenzalida, C.: “Observaciones críticas en tema de derecho subjetivo”, ADC, 1981, pp. 3 ss.
Lección 12
El negocio jurídico

Sumario: I. El negocio jurídico como manifestación de la autonomía privada.- II. Clases de negocios
jurídicos.- 1. Negocios consensuales, reales y formales.- 2. Negocios unilaterales y bilaterales.-
3. Negocios inter vivos y mortis causa.- 4. Negocios familiares y patrimoniales.- 5. Negocios
onerosos y lucrativos o gratuitos.- III. Especial estudio del contrato.- 1. El consentimiento.- A)
La capacidad para contratar.- B) Los vicios del consentimiento.- a) El error.- b) El dolo.- c) La
violencia y la intimidación.- 2. El objeto del contrato.- A) La posibilidad.- B) La licitud.- C) La
determinabilidad.- 3. La causa.- A) La existencia de la causa.- B) La falsedad de la causa.- C)
La ilicitud de la causa.- 4. La invalidez.- IV. Cuestionario.- V. Casos prácticos.- VI. Bibliografía.

I. EL NEGOCIO JURÍDICO COMO MANIFESTACIÓN DE LA


AUTONOMÍA PRIVADA
El negocio jurídico consiste en una declaración de voluntad a la que el Derecho
reconoce efectos jurídicos, en cuanto que éstos son queridos por las partes que lo
celebran.
Por ejemplo, el Derecho reconoce los efectos jurídicos del matrimonio, esto es, la
constitución de una comunidad de vida, con los derechos-deberes de convivencia, res-
peto, auxilio mutuo y fidelidad (arts. 67 y 68 CC), en la medida en que tales efectos son
queridos por los contrayentes. Por lo tanto, los efectos jurídicos no se ligan a una pura
declaración de voluntad formal, sino a una declaración de voluntad que corresponde a
lo realmente querido por quienes la manifiestan. Si no hay una correspondencia entre la
voluntad real y la declarada por las partes, no existirá un negocio jurídico válido, sino
que éste será nulo, por simulación (art. 73.1º CC), dando lugar a un puro matrimonio de
conveniencia, en el que los efectos que se pretenden conseguir no son los propios del
matrimonio, sino sólo alguna de las ventajas que la ley asigna al estado civil de casado,
p. ej., el permiso de residencia.

El negocio jurídico implica reconocer a los particulares, como regla general,


el poder de crear entre ellos relaciones jurídicas en diversos ámbitos de su vida
privada, así como el de regular el contenido; y ello, con mayor o menor amplitud,
según la materia sobre la que recaigan.
En el negocio jurídico del matrimonio, existe, así, total libertad para decidir ce-
lebrarlo o no, creando la relación jurídica conyugal, pero no existe la posibilidad
de pactar su contenido, ya que, al afectar a una institución de orden público, los
derechos-deberes que conforman el estado civil de casado vienen imperativamen-
te determinados por la ley (arts. 67 y 68 CC).
En cambio, en los negocios jurídicos patrimoniales, cuyo paradigma son los
contratos, no sólo se concede a los particulares la posibilidad de crear voluntaria-
El negocio jurídico

mente relaciones jurídicas, sino también una amplia libertad para determinar su
contenido, tal y como establece el art. 1255 CC, según el cual “Los contratantes
pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente,
siempre que no sean contrarios a las leyes, a la moral ni al orden público”.
Existen, pues, tres limitaciones a la libertad de los contratantes para determi-
nar el contenido de la relación jurídica que creen.
1º) El primero de los límites que han de respetar son las leyes, entendiendo por
tales, exclusivamente, las que tienen carácter imperativo, no, en cambio, las que
tienen un carácter dispositivo.
Las de carácter imperativo son aquéllas que se imponen a las partes, con indepen-
dencia de su voluntad. Son, pues, inderogables por voluntad de los particulares. Por el
contrario, las leyes de carácter dispositivo sólo se aplican si los contratantes no regulan la
materia sobre la que versan. Los particulares pueden, pues, excluir su aplicación y crear
una reglamentación distinta de la que dichas leyes establecen.

En un Derecho civil, como el nuestro, en el que el respeto a la autonomía priva-


da es un principio general del Derecho, la mayoría de las leyes son, evidentemente
dispositivas. Esto es particularmente cierto respecto de la generalidad de las nor-
mas contenidas en el CC, ya que se trata de un cuerpo legal de inspiración liberal
burguesa, que parte de la radical libertad de las partes para regular sus relaciones.
No obstante, esta idea presupone que las partes se hallan en una situación de
igualdad al contratar, lo que no siempre es cierto.
Es, por ejemplo, claro que el empresario y el trabajador no se hallan en una efectiva
situación de igualdad, sino que el primero tiene una posición preeminente respecto del
segundo. De ahí que hubiera que dictar normas imperativas a propósito del contrato de
trabajo1. Lo mismo ha sucedido en los arrendamientos de viviendas, al entenderse que
éstos satisfacen una necesidad básica de la persona, por lo que ha sido tradicional dictar
normas imperativas a favor del inquilino, como p. ej., el art. 9.1 LAU, que prevé la po-
sibilidad de que aquél pueda exigir la prórroga forzosa del arrendamiento urbano hasta
completar un máximo de 3 anualidades.
Idéntica tendencia hacia la imperatividad se observa en las relaciones de las que
forma parte un consumidor, al que el Estado, presuponiendo que se halla en una situa-

1
Como por ejemplo el art. 17.1.I ET (redactado según Ley 35/2010, de 17 de septiembre, de
medidas urgentes para la reforma del mercado de trabajo), según el cual “Se entenderán nulos
y sin efecto los preceptos reglamentarios, las cláusulas de los convenios colectivos, los pactos
individuales y las decisiones unilaterales del empresario que den lugar en el empleo, así como
en materia de retribuciones, jornada y demás condiciones de trabajo, a situaciones de discrimi-
nación directa o indirecta desfavorables por razón de edad o discapacidad o a situaciones de
discriminación directa o indirecta por razón de sexo, origen, incluido el racial o étnico, estado
civil, condición social, religión o convicciones, ideas políticas, orientación o condición sexual,
adhesión o no a sindicatos y a sus acuerdos, vínculos de parentesco con personas pertenecien-
tes a o relacionadas con la empresa y lengua dentro del Estado español”.
Derecho Civil I

ción de debilidad frente a un profesional, le concede una serie de derechos, que son
inderogables por la voluntad de las partes. La protección jurídica de los consumidores y
usuarios, ordenada en el art. 51 CE, se realiza, fundamentalmente, a través del TRLGD-
CU 2007, cuyo art. 10, dispone que “La renuncia previa a los derechos que esta norma
reconoce a los consumidores y usuarios es nula”. Especial mención merece el art. 82 de
dicho Texto, que considera nulas, por abusivas, “todas aquellas estipulaciones no nego-
ciadas individualmente y todas aquéllas prácticas no consentidas expresamente que, en
contra de las exigencias de la buena fe causen, en perjuicio del consumidor y usuario,
un desequilibrio importante de los derechos y obligaciones de las partes que se deriven
del contrato2”.

2º) El segundo de los límites de la autonomía privada es el orden público, que


es el conjunto de valores fundamentales de tipo político y económico en el que se
inspira la sociedad y, que, por lo tanto, ha de ser respetado por las partes.
En la práctica, dichos valores se deducen de las normas imperativas, por lo
que entre normas imperativas y orden público existe una relación incuestionable.
Por ejemplo, es de orden público la norma contenida en el art. 1256 CC, según el
cual “La validez y el cumplimiento de las obligaciones no puede dejarse al arbitrio de
una de las partes contratantes”. Un pacto que permitiera a las partes incumplir el con-
trato sería nulo, porque supondría un ataque a la figura del contrato, concebido éste
como un precepto de autonomía privada, a través del cual se opera el intercambio de
bienes y servicios en una economía de mercado, y a una de sus consecuencias más em-
blemáticas, formulada en el art. 1091 CC, según el cual “Las obligaciones que nacen de
los contratos tienen fuerza de Ley entre las partes contratantes, y deben ser cumplidas a
tenor de los mismos”.

En la actualidad, el núcleo fundamental del orden público está constituido


por los valores consagrados en la Constitución y, desde esta perspectiva, se ma-
nifiesta en la necesidad de que los particulares respeten sus respectivos derechos
fundamentales en todos sus actos de autonomía privada, no sólo en el momento
de la celebración del contrato, sino también en todas las etapas de su desarrollo.
Sería, así, nulo, por vulneración del derecho fundamental a la igualdad, un pacto
de que el trabajador recibiera un salario menor por el mero hecho de ser mujer
o se le denegara un ascenso en la empresa por dicha causa3. También sería nulo,
por discriminatorio, el despido de una mujer, basado en la mera circunstancia de

2
En los arts. 85 a 91 TRLGDCU se contiene un extenso catálogo de cláusulas abusivas, por vin-
cular el contrato a la voluntad del empresario, limitar los derechos del consumidor y usuario,
determinar la falta de reciprocidad en el contrato, imponer al consumidor y usuario garantías
desproporcionadas o imponerle indebidamente la carga de la prueba, por resultar despropor-
cionadas en relación con el perfeccionamiento y ejecución del contrato, o contravenir las reglas
sobre competencia y derecho aplicable.
3
V. a este respecto STS 18 julio 2011 (Tol 2238515).
El negocio jurídico

que está embarazada, o en la negativa del empresario a renovarle el contrato por


el puro hecho de su embarazo.
3º) El tercero de los límites de la autonomía privada es la moral, que prohíbe
aquellos pactos contrarios a lo que se considera justo y honesto desde la perspec-
tiva de los valores éticos imperantes en la sociedad.
Al igual que sucede con el orden público, la idea de moral sirve para determi-
nar el carácter imperativo de las leyes.
Por ejemplo, es claro que un pacto por el que se eximiera al deudor de responder en
caso de incumplimiento doloso (pacto que el art. 1102 CC, precepto éste, de carácter
imperativo, considera nulo), sería contrario a la moral. Una sociedad no puede permitir
que quien dolosamente incumple una obligación se vea exonerado de responder de las
consecuencias dañosas que ese incumplimiento ocasiona al acreedor. El abstenerse de
cumplir, voluntaria y conscientemente, un vínculo jurídico libremente asumido, es una
conducta moralmente reprochable en la normal convivencia de las personas honestas.
Ello justifica, que, como resulta del art. 1107 CC, mientras el deudor negligente sólo
responde de los daños “previstos o que se hayan podido prever al tiempo de constituirse
la obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta de cumplimiento”, el deudor
doloso, responde “de todos los que conocidamente se deriven de la falta de cumplimien-
to de la obligación”.

Del mismo modo que el Derecho reconoce a los particulares el poder de crear
relaciones jurídicas, también les atribuye la posibilidad de extinguirlas, de común
acuerdo (mutuo disenso), en los contratos, o, por la voluntad de la única parte
del negocio, si éste es unilateral: así, el testamento se extingue por la revocación
del testador. En el caso del matrimonio, al suponer su disolución la desaparición
de un estado civil (el de casado), no basta la mera voluntad de los cónyuges para
poner fin a la relación, sino que será necesaria sentencia firme de divorcio (art. 85
CC).

II. CLASES DE NEGOCIOS JURÍDICOS


Los negocios jurídicos pueden ser clasificados con arreglo a distintos criterios.

1. Negocios consensuales, reales y formales


Por el momento en que se perfeccionan, los negocios jurídicos pueden ser con-
sensuales, reales y formales.
a) Son consensuales los que se perfeccionan por el mero consentimiento de
la partes. En nuestro Derecho, por regla general, son consensuales los contratos,
según una regla tradicional procedente del Ordenamiento de Alcalá, según la cual
de cualquier manera que el hombre quiera obligarse queda obligado. Así resulta
Derecho Civil I

del art. 1278 CC, según el cual, “Los contratos serán obligatorios, cualquiera
que sea la forma en que se hayan celebrado” siempre que en ellos concurran las
condiciones necesarias para su validez (entre las que lógicamente, no se haya, en
principio, una especial forma).
La idea de que por regla general los contratos son consensuales no queda desvirtuada
por el art. 1280 CC, conforme al cual los contratos que en él se mencionan, por ejemplo,
todos aquellos que recaigan sobre bienes inmuebles, deben constar en documento pú-
blico. Tal exigencia hay que interpretarla a la luz del art. 1279 CC, lo que significa que,
en los casos contemplados en el art. 1280 CC, las partes contratantes podrán compelerse
recíprocamente a otorgar escritura pública.

b) Son negocios reales los que se perfeccionan mediante la entrega de una cosa.
En nuestro Derecho son escasos este tipo de negocios. Es el caso del préstamo (art.
1740 CC) o del depósito (art. 1758 CC), que se perfeccionan por la entrega de la
cosa prestada o depositada al prestatario o al depositario, respectivamente.
c) Son negocios formales, los que sólo se perfeccionan. si se emplean determi-
nadas formas o solemnidades, normalmente, tratándose de contratos, la escritura
pública. En nuestro Derecho son excepcionales los contratos formales. Así, la do-
nación de bienes inmuebles (art. 633 CC) o las capitulaciones matrimoniales (art.
1327 CC) sólo son válidas si se celebran en documento público notarial.

2. Negocios unilaterales y bilaterales


En atención a las partes que intervienen en su celebración, los negocios jurídi-
cos pueden ser unilaterales o bilaterales.
a) Son unilaterales aquellos en cuya celebración interviene una sola parte (p.ej.
el testamento).
b) Son bilaterales aquellos en cuya celebración intervienen dos partes (contrato
y matrimonio).

3. Negocios inter vivos y mortis causa


En atención al momento que producen sus efectos, los negocios jurídicos pue-
den ser inter vivos o mortis causa.
a) Son inter vivos los que producen efectos en vida de las partes: es el caso del
matrimonio y de los contratos.
b) Son mortis causa los que producen efectos a muerte del otorgante, como el
testamento.
El negocio jurídico

4. Negocios familiares y patrimoniales


En atención a su objeto, los negocios jurídicos pueden ser familiares, como el
matrimonio; y patrimoniales, como el contrato y el testamento.

5. Negocios onerosos y lucrativos o gratuitos


Por último, los negocios patrimoniales pueden ser onerosos y lucrativos o gra-
tuitos.
a) Son onerosos aquellos en los que ambas partes están recíprocamente obli-
gadas a realizar una prestación a favor de la otra. Por ejemplo, en el contrato de
compraventa, el vendedor se obliga a entregar la cosa y el comprador a pagar un
precio por ella.
b) Son lucrativos o gratuitos aquellos en los que sólo una de las partes realiza
una prestación a favor de la otra, que la recibe sin dar nada a cambio. El ejemplo
típico es la donación.

III. BREVE ESTUDIO DEL CONTRATO


El contrato es el negocio jurídico bilateral, dirigido a constituir, modificar o
extinguir relaciones jurídicas de carácter patrimonial.
Del art. 1261 CC resulta que son elementos esenciales del contrato, sin los
cuales éste no puede existir, el consentimiento, el objeto y la causa.

1. El consentimiento
El art. 1262 CC afirma que el consentimiento se manifiesta por la concurrencia
de la oferta y de la aceptación sobre la cosa y la causa que han de constituir el
contrato.
Por ejemplo, en la compraventa, el vendedor realiza una oferta de intercambiar una
cosa por precio, oferta que es aceptada por el comprador, momento en el cual se puede
decir que existe consentimiento. El objeto del contrato será aquí doble: la cosa y el pre-
cio. La causa será la función económico-social que el ordenamiento atribuye al contrato
de compraventa, esto es, intercambio de cosa por precio.

Para que el consentimiento dé lugar a un contrato válido, éste debe de proceder


de personas con capacidad para contratar y debe estar exento de vicios.
Derecho Civil I

A) La capacidad para contratar


Según resulta del art. 1262 CC (que debe su redacción actual a la Ley 26/2015,
de 28 de julio) tienen capacidad general para contratar las personas mayores de
edad o emancipadas que no su hubieran sido incapacitadas judicialmente (sin
bien los emancipados necesitan el consentimiento de sus padres o curadores para
celebrar los contratos a los que se refiere el art. 323 CC).
No obstante, a los menores de edad no emancipados se les reconoce capacidad
para concluir contratos “relativos a bienes y servicios de la vida corriente propios
de su edad de conformidad con los usos sociales” (por ejemplo, para comprar un
billete de autobús o una entrada de cine).
El contrato celebrado por el menor de edad no emancipado o por el emancipa-
do sin la asistencia de su padre o curador, cuando ésta (con la excepción señalada
en el párrafo precedente) sea necesaria, será inválido.

B) Los vicios del consentimiento


Los vicios del consentimiento son anomalías en el proceso de formación de la
voluntad, que merman la libertad de los contratantes, razón por la cual, concu-
rriendo ciertos requisitos, provocan la invalidez del contrato.
Según resulta del art. 1265 CC, los vicios del consentimiento son el error, la
violencia, la intimidación y el dolo.

a) El error
El error consiste en una falsa representación mental de la realidad, que puede
recaer sobre la persona del otro contrayente (o sus cualidades) o sobre el objeto
del contrato o las cualidades de éste.
No todo error es causa de invalidez, sino que, para que pueda dar lugar a la
invalidez del contrato, ha de ser esencial y excusable, requisito este último no exi-
gido por el CC, pero sí por reiterada jurisprudencia4.
1º) La esencialidad, según se deduce del art. 1266 CC, significa que el error ha
de recaer sobre una cualidad de la cosa, determinante de la prestación del consen-
timiento, de tal manera que, de haberse sabido que el objeto del contrato carecía

4
V. en este sentido, entre otras muchas SSTS 30 septiembre 1999 (Tol 2331), 12 noviembre
2004 (Tol 513427), 11 diciembre 2006 (Tol 1022959) y 12 noviembre 2010 (Tol 2006853).
El negocio jurídico

de dicha cualidad, no se hubiera celebrado el mismo5. Por ejemplo, se compra un


manantial de agua minero-medicinales, tratándose, en realidad, de aguas bacte-
riológicamente inapropiadas para el consumo humano por contener sustancias
nocivas6; o se traspasa un local en el que supuestamente se venía ejerciendo la
actividad de bar, comprobando después el comprador que los transmitentes care-
cían de la licencia municipal exigible para ello, sin que existiera la posibilidad de
obtenerla7.
El error sobre la persona raramente será esencial, pues la consideración a ella o a sus
cualidades personales (a diferencia de lo que sucede en el matrimonio) raramente será
la causa principal de la celebración del contrato. Esto puede acontecer en la donación,
cuando el donante quiere favorecer a una persona, a la que atribuye ciertas cualidades
(por ejemplo, altruismo o defensa de ciertos valores) de las que realmente carece.

2º) Un error es inexcusable (o negligente) cuando quien lo padece no ha usado


una diligencia regular o media para evitarlo (por lo que no puede invocarlo para
pedir la invalidez del contrato); en cambio, es excusable (o disculpable), cuando
quien lo padece ha obrado de manera diligente al celebrar el contrato, pero, aun
así, no se ha percatado de su error8.
Para juzgar si quien se equivocó fue, o no, diligente, habrá que examinar sus
circunstancias personales, como su edad, nivel de instrucción o profesión: a las per-
sonas expertas es, así, exigible un mayor nivel de diligencia que a las que no lo son9.
Por ejemplo, a lo efectos de apreciar el carácter excusable o inexcusable del error,
no es lo mismo que quien compra un cuadro, creyendo falsamente que es de Sorolla
sea un marchante en arte o, por el contrario una persona sin especiales conocimientos
artísticos10; ni tampoco es lo mismo que quien compra un terreno, calificado urbanística-
mente como zona verde, creyendo que se puede edificar sobre él, sea un constructor o,
en cambio, o una persona sin conocimientos en este sector de la economía11.

5
Así, la STS 14 febrero 1994 (Tol 1656641) considera esencial un error cuando “la cosa objeto
del contrato no tenga alguna de las condiciones que se le atribuyen y aquella de la que carece
sea, precisamente, la que, de manera primordial y básica, atendida la finalidad de dicho con-
trato, motivó la celebración del mismo”. Por ello, la STS 6 noviembre 1996 (Tol 1659131)
consideró como error no esencial la compra de un chalet que no pudo ser destinado, como se pre-
tendía, a oficina, al no quedar suficientemente probado que dicho fin fuera la causa determinante
del contrato.
6
Véase en este sentido la ya reseñada STS 4 enero 1982 (RJ 1982, 179).
7
V. en este sentido STS 14 febrero 1994 (Tol 1656641).
8
V. en este sentido SSTS 4 enero 1982 (RJ 1982, 179), 27 mayo 1982 (RJ 1982, 2605), 14 febre-
ro 1994 (Tol 1656641), 18 febrero 1994 (Tol 1664940) y 12 noviembre 2010 (Tol 2006853).
9
Por ello, la STS 12 julio 2002 (Tol 2411614) afirma que puede pedir la invalidez de una subasta
judicial quien participa habitualmente en operaciones de este tipo.
10
V. en este sentido STS 9 octubre 1981 (JC 1981, 359).
11
V. a este respecto STS 18 abril 1978 (RJ 1978, 1361), con relación a la exigencia exigida a los
constructores.
Derecho Civil I

Además, hay que tener en cuenta que, al valorar la diligencia desplegada por
quien sufre el error, los Tribunales tienen también en cuenta si el mismo es espon-
táneo o si, por el contrario, ha sido causado por un comportamiento incorrecto
de la otra parte contratante, por haber afirmado ésta algo que es falso (aunque no
pueda probarse la existencia de un específico propósito de engaño) o por haber
silenciado alguna circunstancia de la que, en virtud de la buena fe, debía haber
informado; en cuyo caso, tienden a calificarlo como excusable.
Por ejemplo, la STS 10 junio 2010 (Tol 1891669) consideró excusable el error pade-
cido por el comprador de una naviera, que había adquirido la totalidad de las acciones
de la misma, con la garantía, por parte de los vendedores, de un estado contable y
patrimonial, del que se desprendía su viabilidad, cuando, de hecho, estaba en quiebra.
Recientemente, la jurisprudencia se ha referido a la incidencia de la falta del cumpli­
miento de los deberes de información por parte de las entidades bancarias que comer­
cializaron productos financieros complejos (swap) en la apreciación del carácter excusa­
ble del error padecido por sus clientes.
La STS (Pleno) 20 enero 2014 (Tol 4103965) [cuya doctrina es sistematiza­da por
STS 7 julio 2014 (Tol 4429659), STS 7 julio 2014 (Tol 4430489) y 8 julio 2014 (Tol
4430492), todas las cuales se pronunciaron en favor de la anulación de swaps comer-
cializadas por Caixa Penedés] ha dicho, así, que “La información —que necesariamente
ha de incluir orientaciones y advertencias sobre los riesgos asociados a los instrumentos
financieros (…)— es imprescindible para que el cliente minorista pueda prestar válida-
mente su consentimiento (…) El deber de información que pesa sobre la entidad finan-
ciera incide directamente en la concurrencia del requisito de excusabilidad del error,
pues si el clien­te minorista estaba necesitado de esa información y la entidad financiera
estaba obligada a suministrársela de forma comprensible y adecuada, entonces el co-
nocimiento equivo­cado sobre los concretos riesgos asociados al producto financiero
complejo contratado en que consiste el error le es excusable al cliente”.
Entre otras circunstancias se ha deducido el carácter excusable del error, cuando las
entidades bancarias no habían realizado a sus clientes los preceptivos test de convenien­cia o
de idoneidad: el primero debe realizarse, cuando la entidad “opera como simple ejecutante
de la voluntad del cliente, previamente formada” y, a través de él, ha de valo­rar “los conoci-
mientos y la experiencia en materia financiera del cliente, y evaluar si es capaz de compren-
der los riesgos que implica el producto o servicio de inversión que va a contratar”; el segun-
do, es necesario, cuando “el servicio prestado es de asesoramiento financiero”, caso en el
que la entidad, además de la anterior evaluación, ha de “hacer un informe sobre la situación
financiera y los objetivos de inversión del cliente, para poder recomendarle ese producto”.

b) El dolo
El dolo es un vicio del consentimiento caracterizado por el ánimo de engaño
de quien lo comete.
A él se refiere el art. 1269 CC, cuando afirma que “Hay dolo cuando, con pala-
bras o maquinaciones insidiosas de parte de uno de los contratantes, es inducido
el otro a celebrar un contrato que, sin ellas, no hubiera hecho”.
El negocio jurídico

No todo dolo da lugar a la invalidez del contrato, sino que, como exige el art.
1270 CC a estos efectos, el dolo ha de ser grave12, lo que significa que, de no haber
mediado las maquinaciones insidiosas de la otra parte, quien sufre el engaño no
hubiera celebrado el contrato.
El requisito de la gravedad en el campo del dolo es semejante al requisito de la
esencialidad en el campo del error. De hecho, en la mayor parte de los casos el dolo
grave no es sino un supuesto de error esencial, caracterizado por haber sido provocado
por el engaño del otro contratante. De modo que el engañado podrá pedir la anulación,
bien por dolo, bien por error. Sin embargo, si logra acreditar el propósito de engaño de
la otra parte, además, de lograr la anulación podrá pedir una indemnización de daños
y perjuicios, a través del art. 1902 CC (por ejemplo, el resarcimiento de los gastos de
escritura o los hechos en la conservación del bien comprado, que resultan inútiles, como
consecuencia de la invalidez del contrato).

Entre las maquinaciones de las habla el precepto hay que incluir no sólo la
afirmación de que la cosa vendida tiene cualidades de la que realmente carece
(por ejemplo, con ánimo de engaño y para impulsar la venta, el propietario de un
cuadro lo atribuye a Murillo), sino también lo que se llama “reticencia dolosa”13
(o “dolo negativo”), es decir, el guardar silencio o no advertir a la parte contra-
ria de que la cosa tiene un defecto grave del que aquélla no se ha percatado (por
ejemplo, el propietario del terreno no advierte al comprador de que no puede
edificar sobre él, a pesar de saber dicha circunstancia y que el propósito de aquél
es construir un chalet).
Frente al dolo grave se sitúa el incidental, que se caracteriza porque el engaño
no determina la decisión de contratar de quien lo padece: éste hubiera contrata-
do igualmente, sin haber sido engañado, aunque en otras condiciones14 (hubiera
pagado un precio menor).
Por otra parte, el dolo no se presume, es decir, debe ser probado por quien estime
haber sido engañado, no pudiendo ser admitido por meras conjeturas o deducciones15.

12
De la misma forma lo ha entendido el Tribunal Supremo, entre otras, en sus SSTS 29 marzo
1994 (Tol 1664988), 12 junio 2003 (Tol 286091), 19 julio 2006 (Tol 979449) y 3 julio 2007
(Tol 1123949).
13
V. en este sentido SSTS 26 octubre 1981 (RJ 1981, 4001),19 julio 2006 (Tol 979449), 24 abril
2009 (Tol 1530914), 5 marzo 2010 (Tol 1798255), y 28 septiembre 2011 (Tol 2246826).
14
Así, la STS 30 junio 2000 (RJ 2000, 6747) calificó de incidental, y no de causal o grave, el
dolo del vendedor que ocultó al comprador la denegación de una licencia de apertura, con la
consecuencia de indemnización de daños y perjuicios y no de anulación del contrato.
15
V. en este sentido las SSTS 11 mayo 1993 (Tol 1664720), 23 junio 1994 (Tol 1665322), 23
mayo 1996 (Tol 1659274), 13 diciembre 2000 (Tol 99668), 12 junio 2003 (Tol 286091) y 26
marzo 2009 (Tol 1485162). Algún fallo, no obstante, ha admitido la validez de la prueba de
presunciones. V. en este otro sentido STS 23 julio 1998 (RJ 1998, 6199).
Derecho Civil I

c) La violencia y la intimidación.
A la violencia y la intimidación se refiere el art. 1267 CC.
La violencia es, según, el precepto, “una fuerza irresistible” usada por la otra
parte contratante o por un tercero (art. 1268 CC) para arrancar la voluntad de
la víctima. La “fuerza irresistible” parece hacer referencia al empleo de un medio,
contra el que no cabe oposición posible, de manera que, más que viciar la volun-
tad, la excluiría. Por ejemplo, se coge la mano de un contratante y se le obliga a
firmar.
La intimidación es una amenaza que provoca un estado de temor, que no anula
la voluntad, pero impide que ésta se forme libremente16. Dice el art. 1267.II CC
que hay intimidación “cuando se inspira a uno de los contratantes el temor racio-
nal y fundando de sufrir un mal inminente y grave en su persona o bienes, o en la
persona o bienes de su cónyuge, descendientes o ascendientes”.
La mención del cónyuge, descendientes y ascendientes no parece excluir la
posibilidad de que un contrato pueda anularse por intimidación, cuando el mal
con que se amenaza pueda recaer sobre personas distintas, por ejemplo, un her-
mano. Parece que hay que interpretar el precepto en el sentido de que, cuando la
amenaza se refiere al cónyuge, descendientes o ascendientes, se presume que la
intimidación fue la causa determinante de la celebración del contrato, mientras
que, cuando la amenaza se refiera a personas distintas, quien invoque la intimida-
ción deberá demostrar que, sin dicha amenaza, no hubiera celebrado el contrato.
La jurisprudencia exige que la amenaza sea antijurídica (ilícita o injusta), conside-
rando que no lo es el anuncio de ejercitar una facultad que se tiene, por ejemplo, una
acción penal, siempre que los hechos imputados sean presumiblemente ciertos, y no se
quiera conseguir más de lo que se obtendría con el proceso penal con el que se amena-
za, pues, en tal caso, habría un ejercicio de derecho abusivo17.

A diferencia de lo que sucede respecto del dolo, “La violencia o intimidación


anularán la obligación, aunque se hayan empleado por un tercero que no inter-
venga en el contrato” (art. 1268 CC).

16
Como observa la jurisprudencia, es necesario que entre la intimidación y el consentimiento
otorgado, “medie un nexo eficiente de causalidad”. V. en este sentido SSTS 22 abril 1991 (Tol
1728888), 4 octubre 2002 (Tol 2411631) y 20 febrero 2012 (Tol 2459402),
17
V. en este sentido SSTS 5 abril 1993 (Tol 1662888), 7 febrero 1995 (Tol 1667019) y 4 octubre
2002 (Tol 225416), 21 octubre 2005 (Tol 731293) y 8 noviembre 2007 (Tol 1213841).
El negocio jurídico

2. El objeto del contrato


El art. 1261 CC nos dice que no hay contrato sin objeto cierto, que sea materia
del mismo.
Para que el contrato sea válido, el objeto ha de ser posible, lícito y determina-
do.

A) La posibilidad
El art. 1272 CC establece que “No pueden ser objeto de contrato las cosas o
servicios imposibles”.
Ahora bien dado que, según el art. 1271.I CC, cabe contratar sobre cosas
futuras, hay que interpretar el precepto en el sentido de que las cosas, objeto del
contrato, han de tener una existencia actual o futura.
Es, por ejemplo, el caso de la venta de una casa en construcción, que no existe al
tiempo de la celebración del contrato, pero existirá, si el vendedor cumple su obligación
de construirla. Lo que el precepto impide es que pueda ser objeto del contrato una cosa
que ha dejado de existir, por ejemplo, una vivienda que ha sido destruida, siendo tal
contrato nulo, según confirma el art. 1460 CC.

B) La licitud
Al requisito de la licitud se refiere el art. 1271.I CC cuando afirma que “Pueden
ser objeto de contrato todas las cosas que no están fuera del comercio público”.
Por lo tanto, es inválido el contrato celebrado sobre res extra commercium,
como, por ejemplo, los bienes de la personalidad o los bienes de dominio público.
El párrafo tercero del mismo precepto se refiere también al requisito de la
ilicitud, al establecer que “Pueden ser igualmente objeto de contrato todos los
servicios que no sean contrarios a las leyes o a las buenas costumbres”.
Sería, por ejemplo, nulo el contrato por quien alguien encomienda a otro la
realización de un acto delictivo.

C) La determinabilidad
Del art. 1273 CC resulta que el requisito de que el objeto del contrato sea
cierto significa, no tanto que esté perfectamente determinado al momento de la
celebración del negocio, como que sea posible determinarlo, sin necesidad de un
nuevo acuerdo entre las partes, ya que, en caso contrario, el contrato sólo existirá
después de que dicho acuerdo se haya producido.
Derecho Civil I

Así, por ejemplo, el contrato de arrendamiento de servicios entre el abogado y el


cliente no es nulo porque no se haya estipulado un precio al tiempo de celebrarse, en-
tendiéndose que la cantidad que se tiene derecho a cobrar es la que resulte de aplicar las
tarifas del colegio de abogados.

3. La causa
La causa es uno de los elementos del contrato, según resulta del art. 1261 CC.
De la causa se puede hablar en un sentido objetivo o en un sentido subjetivo.
En un sentido objetivo, la causa es la función económico-social del contrato.
A esta acepción de la causa nos referimos, cuando decimos que ésta ha de existir
y ser verdadera.
En un sentido subjetivo, la causa es el motivo práctico por el cual las partes ce-
lebran un determinado contrato. De esta acepción de la causa hablamos, cuando
afirmamos que la misma ha de ser lícita.

A) La existencia de la causa
El art. 1275 CC afirma que los contratos sin causa no producen efecto
alguno. El precepto significa que para que un contrato sea válido las partes
han de aceptar su función económico-social. En caso contrario, no habrá un
verdadero contrato, sino una pura apariencia para conseguir fines distintos a
los efectos que el Ordenamiento asigna al contrato celebrado.
La causa es inexistente cuando el negocio es simulado absolutamente.
Por ejemplo, una persona con deudas, para evitar que sus acreedores embarguen
sus bienes, se pone de acuerdo con una persona de su confianza para ponerlos a su
nombre. Con tal fin, celebra un contrato de compraventa, que no es real, sino una pura
apariencia, puesto que no se ha pagado un precio, de modo que las partes no han asu-
mido la función económico-social de la compraventa (intercambio de cosa por precio).
El contrato de compraventa será, pues, nulo y el vendedor podrá alegar la simulación
absoluta, es decir, la inexistencia de la causa para recuperar sus bienes si quien aparecía
como comprador se negara a devolvérselos. Del mismo modo, los acreedores de quien
aparecía como vendedor podrán impugnar la validez de la compraventa.

B) La falsedad de la causa
La causa del contrato ha de ser, no sólo existente, sino también verdadera, es
decir, correspondiente al negocio celebrado. Por ello, el art. 1276 CC dispone que
la expresión de una causa falsa en los contratos dará lugar a la nulidad, si no se
probase que estaban fundados en otra verdadera y lícita, lo que parece admitir la
conversión del contrato nulo en otro correspondiente a esa causa verdadera.
El negocio jurídico

El ejemplo paradigmático es el de la donación encubierta bajo la apariencia de una


compraventa con precio ficticio. El caso es el siguiente. Alguien desea donar a una per-
sona con la que tiene algún vínculo familiar o de amistad la propiedad de un bien, por
ejemplo, la casa donde vive. Sin embargo, para evitar que el donatario tenga que pagar
el impuesto de sucesiones, se simula una compraventa con causa falsa, ya que no tiene
lugar un verdadero intercambio de cosa por precio, sino que lo realmente querido por las
partes es una donación. En este caso, a diferencia del supuesto de simulación absoluta,
en el que las partes no quieren ningún negocio, se habla de simulación relativa, porque
las partes no quieren el negocio simulado (compraventa), sino el disimulado bajo la
apariencia de aquél (donación). No obstante el tenor del art. 1276 CC, la jurisprudencia
actual no admite la validez de la donación encubierta, razonando que la voluntad de
donar debe aparecer de manera clara y directa en la escritura pública, aunque la conver-
sión del negocio jurídico (de compraventa en donación) no perjudique a los acreedores
del donante, ni a sus herederos forzosos18.

C) La ilicitud de la causa
La causa del contrato ha de ser lícita, según el art. 1275 CC, determinando el
precepto que la causa es ilícita cuando se opone a las leyes o la moral.
La STS 24 octubre 2006 (Tol 1006919) consideró nulo, por tener causa ilícita, el
acuerdo del Consejo de Administración de una sociedad, por el que se concedía al Con-
sejero Delegado, para sí y para sus herederos, una comisión de cartera del 2% (reducida
por renuncia del interesado al 1%), por el total de las cuotas que se cobraran anualmen-
te, deducidos los ocho primeros millones. El Tribunal entendió que “los principios éticos
que rigen los comportamientos sociales, que trascienden al orden jurídico, no permiten
el aprovechamiento de situaciones de prevalencia o influencia personal para obtener
beneficios futuros exorbitantes a cargo de otras personas, sin que existan razones que
expliquen o justifiquen la desmesura”.

Normalmente, el Derecho no toma en consideración la causa en sentido subje-


tivo, prescindiendo de los motivos perseguidos por las partes al celebrar el contra-
to para determinar la validez de éste. Se exceptúa el caso en el que ambas partes
persigan un fin contrario a la moral o dicho fin lo persiga una sola de las partes,
pero conste a la otra19.

18
Esto, a partir de la STS (Pleno) 11 enero 2007 (Tol 1038338), seguida posteriormente, entre
otras, por SSTS 20 noviembre 2007 (Tol 1221221), 5 mayo 2008 (Tol 1370043), 27 mayo
2009 (Tol 1547709) y 21 diciembre 2009 (Tol 1762173).
19
V. en este sentido STS 11 abril 1994 (Tol 1665304), como también SSTS 30 septiembre 1988
(Tol 1733780), 21 noviembre 1988 (Tol 1734202), 4 enero 1991 (RAJ 1991, 106), 30 noviem-
bre 2000 (Tol 10994) y 6 junio 2002 (Tol 202863).
Derecho Civil I

4. La invalidez
La invalidez es una sanción del ordenamiento jurídico, ante un contrato que
adolece de algún defecto al tiempo de su celebración.
La invalidez del contrato tiene dos categorías distintas: la nulidad y la anula-
bilidad.
La diferencia conceptual entre ambas categorías radica en lo siguiente. El contrato
nulo no produce, en ningún momento, los efectos jurídicos que le son propios: es
absolutamente inválido desde su celebración. Por ello, la sentencia que, en su caso,
constate la nulidad de un contrato, será meramente declarativa de la misma. Por el
contrario, el contrato anulable tiene una eficacia claudicante, lo que significa que, en
principio, produce sus efectos, si bien la plena consolidación de éstos se supedita a que
no recaiga una sentencia que lo anule, pues, recaída ésta, habrá que considerar que el
contrato fue inválido desde su celebración. Se dice que, en este caso, la sentencia no
es declarativa de la anulabilidad, sino constitutiva, de modo que es un presupuesto de
este tipo de invalidez: sin sentencia, no hay anulación posible.
En realidad, las consecuencia prácticas de la nulidad y la anulabilidad, una vez
recaída la sentencia constitutiva de ésta, son semejantes, esto es, la inexigibilidad
de las prestaciones o la restitución de las mismas, si el contrato hubiera sido ejecu-
tado, según dispone el art. 1302 CC. Esta asimilación de las consecuencias prác-
ticas de la nulidad y de la anulabilidad parece correcta, ya que, en definitiva, no
parece existir gran diferencia entre un contrato inválido ab initio y un contrato,
que, si bien es originariamente válido, sin embargo, acaba por no serlo, retrotra-
yéndose los efectos de la sentencia de anulabilidad al momento de su celebración.
No obstante, es necesario delimitar con precisión las causas de nulidad y anu-
labilidad, porque es distinto el régimen procesal de la acción, en lo relativo a la
legitimación activa y al plazo de su ejercicio.
Son causas de nulidad, los defectos negociales más graves, esto es, la inexistencia
de alguno de los elementos esenciales del contrato, la imposibilidad o ilicitud del
objeto, la falsedad e ilicitud de la causa y la contravención de una norma imperativa,
según resulta del art. 6.3 CC. Por el contrario, son causas de anulabilidad los vicios
del consentimiento (error, dolo, intimidación y violencia) y los defectos de capacidad
de las partes contratantes (contratos celebrados por menores o incapacitados)20.
La acción de nulidad puede ser ejercitada por ambas partes contratantes, así
como por cualquier interesado en constatarla, sin sujeción a plazo, ya que la

20
Así mismo, la falta de consentimiento de uno de los cónyuges al acto realizado por el otro,
cuando dicho consentimiento sea exigido por la Ley. V. en este sentido arts. 1301, in fine, y
1322 CC.
El negocio jurídico

acción declarativa de la nulidad es imprescriptible. En el caso de simulación ab-


soluta, por ejemplo, pueden hacer valer la nulidad del contrato simulado, tanto el
vendedor ficticio, real propietario de los bienes, como sus acreedores, interesados
en que dichos bienes vuelvan a estar a su nombre para poder embargarlos.
La acción de anulabilidad, por el contrario, sólo podrá ser ejercitada por la
parte a quien expresamente se le concede, esto es, el contratante que sufrió el vi-
cio del consentimiento o el que contrata sin tener capacidad suficiente para ello:
según resulta del art. 1302 CC, las personas mayores de edad no podrán invocar
la minoría de edad o la incapacitación de aquellos con quienes contrataron. Ade-
más, la acción de anulabilidad está sujeta a un plazo de caducidad de cuatro años,
conforme a lo dispuesto en el art. 1301 CC, que determina el día de inicio del
cómputo de dicho plazo, en atención a cada causa de anulabilidad.

IV. CUESTIONARIO
1º. ¿En qué consiste un negocio jurídico?
2º. Diferencie entre los negocios onerosos y los lucrativos (o gratuitos).
3º. ¿Cuándo el error puede dar lugar a la invalidez del contrato? Incida en los
conceptos de esencialidad y excusabilidad.
4º. Distinga entre dolo positivo (o dolo por comisión) y dolo negativo (o reti-
cencia dolosa).
5º. Diferencie entre dolo grave y dolo incidental.
6º. ¿Se puede solicitar la invalidez del contrato cuando el mal con que se ame-
naza recae sobre una persona distinta de las mencionadas en el art. 1267.II CC?
¿Qué se requiere en este caso?
7º. ¿Existe la posibilidad de contratar sobre cosas futuras?
8º. ¿Qué significa que el objeto del contrato ha de ser cierto?
9º. Defina la causa en sentido objetivo y en sentido subjetivo.
10º. Explique las diferencias existentes entre nulidad y anulabilidad.

V. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Don Eduardo celebra un contrato de seguros con Inseguros, S.A., cubriendo el riesgo
de que pudiera perecer su recién adquirida casita de madera prefabricada en Moraira.
Derecho Civil I

En el momento de firmar, don Eduardo, en el cuestionario previo que la compañía pone


a su disposición para saber las circunstancias exactas del riesgo que concurren, silencia
que otros chalets de la zona han sido devorados por una especie autóctona, la termita de
cabeza negra, que, no obstante, le había permitido adquirir la casita a precio de ganga
(celebrándolo eufóricamente habida cuenta su tacañería).

Cuestiones
1. ¿Incurre don Eduardo en alguna conducta que pudiera afectar a la validez del con-
trato? En caso afirmativo, ¿en cuál?
2. ¿Qué podría reclamar la compañía de seguros?

2º. Supuesto de hecho


Pedro, estudiante de doctorado en la Universidad de Valencia, decide acudir el domingo
a las 7 de la mañana al rastro que se organiza en el aparcamiento del campo de fútbol del
Valencia C.F. Una vez allí, distingue entre los distintos trastos un grabado del s. XVII que
le llama especialmente la atención, y decide que puede ser un buen regalo para su maestro
don José Ramón. Consultando con el comerciante, éste le asegura fehacientemente que el
grabado no sólo no es una copia exacta, sino que es original, y le exige un alto precio por
el mismo. Pedro, debatiéndose entre adquirirlo o dejarlo, observa de reojo cómo una serie
de individuos, ajenos en un principio a la escena, se iban acercando blandiendo navajas y
demás elementos punzantes, al tiempo que decían ser primos del comerciante. Pedro no
duda más y compra el grabado, dejando no sólo el alto precio exigido por el comerciante,
sino todo cuanto aquello portaba en el monedero, por si acaso.

Cuestiones
1. ¿La actitud de los “primos” del comerciante es causa de invalidez del contrato?
Concretamente, ¿en qué tipo de vicio del consentimiento incurren?
2. ¿Qué podrá exigir Pedro?

IV. BIBLIOGRAFÍA
Carrasco Perera, A.: Derecho de contratos, Cizur Menor, 2010; Clavería Gosálvez, L.H.: La
causa del contrato, Bolonia, 1998; De Castro, F.: El negocio jurídico, Madrid, 1967; De Verda
y Beamonte, J.R.: Error y responsabilidad en el contrato, Valencia, 1999; Díez Picazo y Pon-
ce de León, L.: Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, IV, 6ª ed., Madrid, 2010; Galicia
Aizpurua, G.: Causa y garantía fiduciaria,Valencia, 2012. García Vicente: “La intimidación
en los contratos (Estudio Jurisprudencial)”; RdP, vol. 9, 2002, pp. 117 y ss.; López Beltrán de
Heredia, C.: La nulidad de los contratos, Valencia, 2009; Marín López, M.: “Requisitos esen-
ciales del contrato”, en AA.VV.: Tratado de Contratos (dir. R. Bercovitz), I, Valencia, 2009;
Morales Moreno, M.A.: El error en los contratos, Madrid, 1988; Rojo Ajuria, L.: El dolo
en los contratos, Madrid, 1994; San Julián Puig, V.: El objeto del contrato, Pamplona, 1996;
Santos Morón, Mª J.: La forma de los contratos en el Código Civil, Madrid, 1996.
Lección 13
El patrimonio

Sumario: I. El patrimonio.- 1. Concepto y utilidad práctica.- 2. Clases de patrimonio.- 1. Patrimonio


personal.- 2. Los patrimonios autónomos.- A) Patrimonio separado. - B) Patrimonio colectivo.-
C) Patrimonio de destino.- III. Los bienes y las cosas en sentido jurídico.- IV. Clases de bienes.- 1.
Bienes muebles e inmuebles.- A) Categorías de bienes inmuebles.- a) Bienes inmuebles por
naturaleza.- b) Bienes inmuebles por incorporación.- c) Bienes inmuebles por destino.- d) Bie-
nes inmuebles por analogía.- B) Reglas interpretativas.- 2. Bienes de dominio público y bienes
patrimoniales del Estado.- 3. Bienes fungibles y no fungibles/bienes consumibles y no consumi-
bles.- V. Los frutos. - VI. Cuestionario.- VII. Caso práctico.- VIII. Bibliografía.

I. EL PATRIMONIO
1. Concepto y utilidad práctica
Todos hemos utilizado en alguna ocasión la expresión patrimonio en un senti-
do jurídico o económico. Se trataría de un “bolsillo” ficticio creado por el Dere-
cho, en el que se reúnen todos los derechos y obligaciones de contenido económi-
co, de los que es titular un individuo a lo largo de su vida y que no se extinguen
con su fallecimiento.
La mayoría de los autores describen el patrimonio como el conjunto de derechos y
obligaciones de una persona susceptibles de evaluación económica. No obstante, otra
parte de la doctrina defiende que los bienes también forman parte del mismo. Y lo cierto
es que así parecen entenderlo los arts. 1381 y 1911 CC y el diccionario de la RAE, que
nos los define como “conjunto de los bienes propios adquiridos por cualquier título”1.

En el patrimonio se integran, pues, los derechos subjetivos de carácter econó-


mico, tanto reales como personales o de crédito (activo), así como las obligaciones
(pasivo). Por lo tanto, no forman parte del patrimonio los derechos de la persona-
lidad (p.ej., el derecho a la vida, a la integridad física o al honor).

1
Desde un punto de vista jurídico, la noción de patrimonio inicia su construcción en el siglo
XIX, en la pandectística alemana, aunque en nuestros textos legales ha tenido escasa impronta.
En la actualidad mantiene plena vigencia aunque plantea numerosos interrogantes atendiendo
al escenario de crisis económica en que nos movemos y al principio de responsabilidad pa-
trimonial universal, que lo utiliza como instrumento. Buena muestra de todo ello son la Ley
41/2003, de 18 de noviembre, de protección patrimonial de las personas o la Ley 1/2009, de
25 de marzo, de reforma de la anterior así como la todavía LRC 1957, en materia de incapaci-
taciones, cargos tutelares y administradores de patrimonios protegidos.
El patrimonio

La noción de patrimonio resulta especialmente útil para entender algunas cues-


tiones jurídicas de gran importancia.
a) En primer lugar, es un presupuesto básico para la idea de herencia. El art.
659 CC define la herencia como el conjunto de bienes, derechos y obligaciones
que no se extinguen con la muerte. Tras el fallecimiento de una persona, el con-
junto de derechos personales o reales y las obligaciones que tienen carácter eco-
nómico no desaparecen, sino que se trasmiten a sus sucesores.
b) En segundo lugar, es el objeto sobre el que recae la responsabilidad pa-
trimonial del deudor. Como señala el art. 1911 CC, “del cumplimiento de las
obligaciones responde el deudor con todos sus bienes presentes y futuros”. Esta
responsabilidad patrimonial universal es una garantía para el acreedor frente al
incumplimiento del deudor y a su insolvencia, presente o futura.
c) En tercer lugar, sirve para justificar la existencia de conjuntos de bienes
pertenecientes a una misma persona que están sometidos a diversos regímenes
de responsabilidad, como ocurre en los supuestos de aceptación de la herencia
a beneficio de inventario por un heredero (en los términos que posteriormente
veremos al hablar del patrimonio separado).
d) En cuarto lugar, permite entender la esfera patrimonial en la representación
legal y en la voluntaria cuando se otorga un poder general. Esto es, como alguien
puede gestionar y administrar un conjunto de derechos y cumplir una serie de
obligaciones pertenecientes a otro. Así le sucede al padre que representa legalmen-
te al menor de edad no emancipado y administra su patrimonio.
La doctrina apunta los siguientes caracteres del patrimonio: en primer lugar, su tras-
cendencia económica, porque de él cabe excluir a los derechos subjetivos, facultades o
posiciones jurídicas sin contenido económico; en segundo lugar, su carácter instrumen-
tal, pues como hemos visto a través de la noción de patrimonio podemos explicar ciertas
situaciones jurídicas y satisfacer interés del individuo protegidos por el ordenamiento
jurídico. Además el patrimonio, concebido como una unidad (el art. 506 CC habla de
usufructo sobre la totalidad de un patrimonio) idéntica y autónoma, parece, a priori,
intransmisible en su totalidad, aunque no quepa obviar que nuestro CC admite en su art.
634 que la donación pueda comprender todos los bienes presentes del donante.

2. Clases de patrimonio
Existen distintas clasificaciones del patrimonio adoptadas por la doctrina.

A) Patrimonio personal
El patrimonio personal es el más común. Como su nombre indica, es el que
pertenece a una persona. Contribuye a satisfacer las necesidades del individuo y
Derecho Civil I

es, además, una garantía para los acreedores, que se plasma en la denominada
responsabilidad patrimonial universal, consagrada en nuestro ordenamiento jurí-
dico, como hemos visto, en el art. 1911 CC.
El patrimonio inicia su formación tras el nacimiento (arts. 29 y 30 CC), con la
atribución de personalidad. En ese momento, pueden incorporarse a él derechos
patrimoniales recibidos a título gratuito por el nasciturus y que se consolidan tras
el nacimiento con vida (art. 29 CC). El titular del patrimonio, durante la minoría
de edad o la incapacitación, no puede gestionarlo, ni administrarlo, y necesita que
otros, padres (arts. 154 y 164 y ss. CC) y tutores (art. 270 y ss.), lo hagan por él.
Tampoco puede hacerlo en las situaciones de ausencia, y por ello su representante
legal (art. 185) está obligado a conservar y defender el patrimonio del ausente y
obtener de los bienes los rendimientos normales de que fueren susceptibles.

B) Los patrimonios autónomos


Además del patrimonio personal, cabe encontrar en nuestro ordenamiento ju-
rídico masas patrimoniales a las que se dota de autonomía y que pueden pertene-
cer a una o varias personas, coexistiendo con su patrimonio personal.
Dentro de esta categoría encontramos a su vez distintos grupos:
a) Patrimonio separado
Es un conjunto de bienes, aislado del resto del patrimonio personal y que se
destina a un fin. Está creado por la ley aunque no todos los supuestos atienden a
las mismas reglas.
Un claro ejemplo de patrimonio separado es la herencia aceptada a beneficio
de inventario. La aceptación beneficiaria produce como resultado que sólo el con-
tenido positivo de la herencia se incorpore al patrimonio del heredero. Para ello
resulta imprescindible hacer una previa liquidación, pagando las deudas y cargas
de la herencia. Mientras tanto, el haber hereditario permanece separado del resto
del patrimonio del heredero pues, como señala el art. 1023 CC, no se confunden
para ningún efecto, en daño del heredero, sus bienes particulares con los que per-
tenezcan a la herencia2.
Un supuesto controvertido lo constituye el patrimonio protegido de las personas con
discapacidad. Para la Exposición de Motivos de la Ley 41/2003, de 18 de noviembre, de
protección patrimonial de las personas con discapacidad, se trataría de un patrimonio
de destino, en cuanto las distintas aportaciones tienen como finalidad la satisfacción
de las necesidades vitales de sus titulares. No obstante, esta masa patrimonial no reúne
los perfiles del patrimonio de destino, pues no se trata de una situación transitoria en la

2
Otro ejemplo lo constituyen los bienes del menor, mayor de 16 años, obtenidos con su trabajo
e industria y excluidos de la administración paterna (art. 164 CC).
El patrimonio

que el titular es provisional, sino definitivo. Parece más adecuado calificarlo como un
patrimonio separado por cuanto, y tal como señala la misma Exposición de Motivos los
bienes y derechos que forman el mismo, que no tiene personalidad jurídica, se aíslan del
resto del patrimonio personal de su titular-beneficiario, sometiéndolos a un régimen de
administración y supervisión específico.

b) Patrimonio colectivo
Cabe utilizar tal denominación ante un conjunto de derechos u obligaciones
cuya titularidad es compartida por varios individuos.
La doctrina ha diferenciado diversos supuestos3. El caso mas claro es el de la
sociedad legal de gananciales y los derechos y obligaciones que, durante la misma,
se contraen (art. 1344 CC). El régimen económico de sociedad de gananciales se
caracteriza por la existencia de tres masas patrimoniales, dos privativas, corres-
pondientes a cada uno de los cónyuges, y una común, que pertenece a ambos
conjuntamente. El CC dedica una serie de reglas para perfilar que bienes corres-
ponden a unos u otros (arts. 1346 y 1347).
c) Patrimonio de destino
Se trata de una situación provisional que se produce cuando no se conoce cual
va a ser el titular definitivo de los derechos. Ejemplos de este tipo de patrimonio
serían la herencia yacente4, el patrimonio del concebido y no nacido5, los derechos
y obligaciones de una persona jurídica en formación6, así como los bienes y dere-
chos objeto de reserva hereditaria (arts. 811 y 968 CC)7.

3
Otros ejemplos dentro de esta categoría serían la herencia aceptada por diversos herederos,
hasta la partición de la misma, las comunidades de montes vecinales en mano común o las
explotaciones agrarias.
4
La STS de 11 abril 2000 (Tol 1553) afirma que “la situación de yacencia hereditaria no equi-
vale a herencia vacante y se produce en tanto no se acepte la misma”. La herencia yacente
está dotada de personalidad jurídica especial como comunidad de intereses, que exige estar
incorporada a la misma, por lo que no cabe ser entendida con separación absoluta de las per-
sonas llamadas a suceder, ya que los derechos y obligaciones del causante se trasmiten desde su
fallecimiento (arts. 657 y 659 CC). Por tanto, los bienes relictos que forman la herencia yacente
constituyen una masa patrimonial que, provisionalmente, no tienen titular en tanto la herencia
no sea aceptada.
5
En el caso de los bienes atribuidos al nasciturus, su inclusión definitiva en el patrimonio del
mismo está condicionada al nacimiento del sujeto en las condiciones del art. 30 y la correspon-
diente atribución de personalidad.
6
Las aportaciones hechas por los socios fundadores en una sociedad en formación, todavía
no forman parte del patrimonio social, en tanto la sociedad mercantil se haya constituido de
acuerdo con la ley (otorgamiento de escritura pública e inscripción en el RM).
7
En cuanto a los bienes sujetos a reserva o sustitución fideicomisaria, deben ser conservados
por sus titulares provisionales hasta llegar a los titulares definitivos previstos por la ley o el
testador.
Derecho Civil I

III. LOS BIENES Y LAS COSAS EN SENTIDO JURÍDICO


En el lenguaje coloquial la palabra “bien” suele utilizarse como adjetivo y no
como sustantivo. Tan sólo en el ámbito jurídico se habla de bien para referirse a
toda realidad corporal, idea o creación del intelecto (existen bienes incorporales
como la propiedad intelectual) que nos reporta alguna utilidad, ostenta valor eco-
nómico y puede ser objeto de derecho. En ese sentido tiene muchas semejanzas
con el término “cosa”, aunque este último parece más referido a la materialidad.
El CC no diferencia de forma nítida ambas figuras y en ocasiones las identifica
(art. 346). Así, el art. 333 CC señala que todas las cosas que son o pueden ser
susceptibles de apropiación se consideran bienes muebles o inmuebles. En general,
la doctrina suele entender que el “bien” es el género, mientras que la “cosa” sería
una especie dentro del mismo.
En el Libro IV del CC, al iniciarse, a partir del art. 1088, el régimen jurídico de la
obligación, se utiliza frecuentemente el término “cosa” para perfilar su objeto: dar (art.
1094 y ss.), hacer o no hacer a alguna cosa.
En otras ocasiones, se diferencia (arts. 865, 1271 y 1936 CC) entre cosas que están
fuera del comercio de los hombres y cosas que están dentro, y por tanto pueden dar lugar
a una relación jurídica válida.
También el CC, en sede de accesión, diferencia entre cosa principal y accesoria. De
acuerdo con el art. 376, se reputa principal, entre dos cosas incorporadas, aquella a que
se ha unido otra por adorno, o para uso o perfección. Esta última será la cosa accesoria,
que debe ser entregada, aunque no haya sido mencionada, conjuntamente con la princi-
pal, en el caso de obligaciones de dar (art. 1097).
La doctrina ha diferenciado entre cosas simples y compuestas. La cosa simple es
unitaria, natural o artificialmente mientras que la compuesta está dividida en partes o
elementos, homogéneos o heterogéneos. En este sentido cabe recordar que el CC alemán
(BGB) diferencia entre parte integrante y pertenencia. La primera sería aquel elemento
necesario y esencial de una cosa, mientras que la segunda la conforman bienes muebles,
corporales y plenamente distinguibles, pero que se destinan al servicio duradero o per-
manente de otra cosa principal.

Ambos, “bien” y “cosa”, han de ser susceptibles de apropiación y tener un valor


económico, cuantificable en dinero. Además, han de ser individualizables y propor-
cionarnos una utilidad, satisfacer necesidades del individuo.

IV. CLASES DE BIENES


1. Bienes muebles e inmuebles
Al comenzar el Título I de su Libro II, el CC distingue en el art. 333, entre
bienes muebles e inmuebles. Los primeros son los transportables e históricamente
El patrimonio

tenían un valor económico mucho más reducido frente a los inmuebles, que son
los que no podían ser trasladados, ni tampoco escondidos.
Lo cierto es que la importancia de unos y otros ha variado, pues los bienes
muebles han adquirido una relevancia social y, sobre todo, económica que han
perdido una parte de los inmuebles, las fincas rústicas. Ello permitió extender el
derecho real de hipoteca, limitado por el CC a los bienes inmuebles (art. 1874), a
bienes muebles identificables con gran valor económico, tras la aprobación de la
Ley de hipoteca mobiliaria y prenda sin desplazamiento de la posesión, de 16 de
diciembre de 1954.
Por ello, y porque son mucho más limitados los supuestos de inmuebles, el CC
opta por enumerar estos en el art. 334, ubicado en su Capítulo I, y establecer en
el Capítulo siguiente y respecto de los muebles una cláusula residual (art. 335)8,
al calificar como muebles los que no son inmuebles, y, en general, todos los que
pueden transportarse de un punto a otro sin menoscabo de la cosa inmueble a que
estuvieren unidos9.
Tal afirmación parece contradecir lo dispuesto en el art. 334.3º CC, que considera
bien inmueble a “todo lo que esté unido a un inmueble de una forma fija, de suerte que
no pueda que no pueda separarse de él sin quebrantamiento de la materia”. La doctrina
intenta salvar esa aparente antinomia atendiendo al carácter de la unión, si es pasajera
será mueble10 y si es permanente, inmueble.

A) Categorías de bienes inmuebles


En el Capítulo I, el art. 334 CC describe y enumera una serie de supuestos de
bienes inmuebles, que la doctrina ha clasificado en diversas categorías: bienes in-
muebles por naturaleza, por incorporación, por destino y por analogía.

8
Además, el TRLGDCU, en su art. 5, considera producto a todo bien mueble conforme a lo
previsto en el art. 335 CC. El TRLGDCU ofrece otra definición de producto en el art. 136 para
delimitar el ámbito objetivo de aplicación de su Libro III, dedicado a la responsabilidad civil
por bienes o servicios defectuosos: “cualquier bien mueble, aun cuando esté incorporado a otro
bien mueble o inmueble, así como el gas y la electricidad.”
9
También se consideran bienes muebles ciertos derechos (art. 336 CC).
10
La STS 30 marzo 2000 (Tol 1795) considera que, si bien mientras permanecieron unidos los
azulejos a las paredes constituían un bien inmueble, este carácter lo perdieron cuando las pro-
pietarias del edificio vendieron el conjunto de azulejos al Estado y decidieron su separación de
las paredes que revestían.
Derecho Civil I

a) Bienes inmuebles por naturaleza


Es común en la doctrina incluir entre los bienes inmuebles por naturaleza, las
tierras, incluidas en el apartado 1º del art. 334, las minas, canteras y escoriales,
mientras su materia permanece unida al yacimiento, y las aguas vivas o estanca-
das, que figuran en el apartado 9º del mismo precepto. En ambos supuestos, se
trata del suelo o subsuelo de la superficie terrestre.

b) Bienes inmuebles por incorporación


Son bienes inmuebles por incorporación los edificios, caminos y construccio-
nes de todo género adheridas al suelo (art. 334.1º CC), los árboles, plantas y fru-
tos pendientes, mientras estuvieren unidos a la tierra o formaren parte integrante
de un inmueble (art. 334.2 CC) y, en general, todo lo unido a un inmueble de una
manera fija, de suerte que no pueda separarse de él sin quebrantamiento de la
materia o deterioro del inmueble (art. 334.3º CC).
La incorporación puede ser obra de la naturaleza o del hombre. En este último caso
se deberán tener presentes las reglas sobre accesión (arts. 358 y ss. CC). El apartado 3º
del art. 334 exige que la unión al inmueble de lo incorporado sea fija, a diferencia del
art. 335, que contempla bienes que puede transportarse sin menoscabo de la cosa in-
mueble a que estuvieren unidos. En este segundo supuesto la unión es provisional, no
definitiva.

c) Bienes inmuebles por destino


Se consideran bienes inmuebles por destino aquellos bienes muebles que, por
voluntad del dueño, se colocan en el inmueble como accesorios, de forma depen-
diente en relación al mismo y le prestan utilidad o le decoran.
En el art. 334 CC encontramos 5 apartados en que se incluyen tales supuestos:
– Las estatuas u otros objetos ornamentales colocados por el dueño del
inmueble en edificios o heredades de tal forma que revele el propósito de
unirlos de modo permanente al fundo (apartado 4º).
– Las máquinas, instrumentos y otros utensilios destinados por el propieta-
rio a la industria o explotación que se realice en un edificio o heredad y
que concurran a satisfacer las necesidades de aquellas (apartado 5º).
– Los viveros, palomares, colmenas u otros criaderos de animales análogos
cuando se hayan colocado con el propósito de mantenerlos unidos de
forma permanente a la finca (apartado 6º).
El patrimonio

– Los abonos destinados a cultivo que estén en las tierras en donde hayan
de utilizarse (apartado 7º).
– Los diques y construcciones, incluso las flotantes, destinados a permane-
cer en un punto fijo de un río, lago o costa (apartado 9º).

d) Bienes inmuebles por analogía


La doctrina incluye en esta categoría a los derechos reales inmobiliarios (p.ej.,
el derecho de hipoteca o de usufructo recayente sobre una vivienda). El apartado
10º del art. 334 CC considera bienes inmuebles a las concesiones administrativas
de obras públicas y las servidumbres y demás derechos reales sobre bienes inmue-
bles.

B) Reglas interpretativas
A lo dicho, hay que añadir que el CC, para perfilar ambas categorías (la de
muebles e inmuebles), aporta algunas reglas interpretativas en los arts. 346 y 347.
a) Si por disposición legal o por declaración individual, se utiliza la expresión
“cosa” o “bien inmueble”, se incluirán comprendidos en ella los supuestos del art.
334 CC (incluyéndose, pues, los inmuebles por naturaleza, por incorporación, por
destino y por analogía); y, si se habla de “cosa” o “bien mueble”, los incluidos en
el capítulo I (arts. 335 a 337).
b) Si sólo se utilizara la palabra “muebles”, no se incluirán en ella ni el dine-
ro, ni los créditos, efectos de comercio, valores, alhajas colecciones artísticas o
científicas, libros, medallas, armas, ropas o, en general, cosas que no tengan por
destino amueblar o alhajar las habitaciones, salvo que del contexto de la ley o de
la disposición individual resulte claramente lo contrario.
c) Cuando, en virtud de un negocio jurídico, se pretenda transferir la posesión
o propiedad de cosa mueble o inmueble, no se entenderán comprendidos en la
misma el dinero, los créditos y acciones cuyos documentos se hallen situados en
la misma, salvo que conste expresamente la voluntad de trasmitirlos.

2. Bienes de dominio público y bienes patrimoniales del Estado


El Capítulo II, del Título I, del Libro segundo del CC lleva como rúbrica “De
los bienes según las personas a que pertenecen”, y se inicia con el art. 338, en el
que se afirma que “Los bienes son de dominio público o de propiedad privada”.
Derecho Civil I

Los primeros han sido denominados por la doctrina demaniales y los segundos pa-
trimoniales, cuando pertenecen al Estado u otro ente público, como las CCAA o los
Ayuntamientos.

El art. 339 CC enumera los bienes de dominio público, que son los siguientes:
a) Los destinados al uso público como los caminos, canales, ríos, torrentes,
puertos y puentes construidos por el Estado, las riberas, las playas, radas u otros
análogos. El art. 344 señala que son bienes de uso público, en las provincias y los
pueblos los caminos provinciales y los vecinales, las plazas calles, fuentes y aguas
públicas de servicio general, costeadas por los mismos pueblos o provincias.
El art. 132 CE incluye algunos de estos supuestos dentro de los bienes de dominio pú-
blico y se remite a la Ley para regular su régimen jurídico, inspirándose en los principios
de inalienabilidad, imprescriptibilidad e inembargabilidad. Es, p.ej., el caso de la Ley
de 28/1998, de 28 de julio, de Costas, o de la Ley de Aguas, aprobada por Real Decreto
Legislativo 1/2001, de 20 de julio.

b) Los que pertenecen privativamente al Estado, sin ser de uso común, y están
destinados a algún servicio público o al fomento de la riqueza nacional, como las
murallas, fortalezas y demás obras de defensa del territorio, y las minas, mientras
no se otorgue su concesión.
Todos los demás bienes pertenecientes, a Estado, tienen el carácter de propie-
dad privada (art. 340 CC). En este sentido, el art. 345 CC señala que son bienes
de propiedad privada, además de los patrimoniales del Estado, la provincia o el
Municipio (ahora deberíamos incluir a las CCAA), los pertenecientes a particula-
res, individual o colectivamente.

3. Bienes fungibles y no fungibles/bienes consumibles y no consumibles


El art. 337 CC divide los bienes muebles entre fungibles y no fungibles; y, a
continuación, afirma: “A la primera especie pertenecen aquellos de que no puede
hacerse uso adecuado a su naturaleza sin que se consuma; a la segunda especie
corresponden los demás.”
En general, la doctrina ha criticado este precepto, por confundir los bienes
fungibles con los consumibles, cuando, en realidad, son conceptos que responden
a ideas distintas.
a) Un bien será fungible cuando quepa sustituirlo por otro, al haber varios que
reúnen las mismas características (p.ej., dos electrodomésticos, de la misma marca
y modelo), mientras que será no fungible, cuando no pueda ser sustituido por otro
bien, al encontrarse individualizado a través de unas características particulares,
que solo él tiene (p. ej., un coche “Ford Focus” verde, con la matrícula 2354 DSC).
El patrimonio

Esta diferencia tiene su incidencia en el régimen de extinción de la obligación de


dar, por pérdida de la cosa debida: la pérdida de un bien fungible, que es una cosa
genérica, no produce la extinción de la obligación, ya que los géneros nunca perecen
(genus numquam perit); en cambio, la pérdida de un bien no fungible, que es una cosa
específica, sí produce la extinción de la obligación (1182 CC).

b) Por el contrario, serán bienes consumibles, tal y como señala el segundo


inciso del art. 337 CC, aquellos de los que no puede hacerse uso adecuado a su
naturaleza sin que se consuman, p.ej., los alimentos; y serán no consumibles aque-
llos bienes que se puedan utilizar reiteradamente sin que desaparezcan, p.ej., un
coche o un electrodoméstico.
Cierto es que muchos bienes consumibles son también fungibles pero su equi-
paración por el CC es, en definitiva, errónea.
Aunque no es el único en incurrir en este error porque ha sido habitual denominar
bienes de consumo a los bienes adquiridos por un consumidor sujeto a su normativa de
defensa. Un ejemplo lo fue la ya derogada Ley 23/2003, de 10 de julio, de garantías en
la venta de bienes de consumo.

V. LOS FRUTOS
Los frutos son el producto, el rendimiento de los bienes, tanto inmuebles como
muebles.
Pueden ser de tres clases, atendiendo lo dispuesto en el art. 354 CC.
a) Frutos naturales, que, de acuerdo el art. 355 CC, son las producciones es-
pontáneas de la tierra y las crías y demás productos de los animales.
b) Frutos industriales, que son los que producen los predios de toda clase a
beneficio del cultivo y del trabajo.
c) Frutos civiles, esto es, el alquiler de los edificios, el precio del arrendamiento
de las tierras y el importe de las rentas perpetuas, vitalicias u otras análogas.
Tal clasificación ha sido criticada por la doctrina porque la diferencia entre frutos
naturales e industriales carece de relevancia jurídica en la actualidad, y en definitiva,
sus diversos perfiles no producen efecto alguno en relación a su régimen jurídico (art.
471 CC).

El CC se ocupa en diversos lugares de los frutos, tanto para perfilar el conte-


nido de algún derecho real, como el usufructo (art. 467 y ss.) o la anticresis (art.
1881 CC), como para atribuirlos al acreedor desde el nacimiento de la obligación
de dar alguna cosa hasta su entrega (art. 1095 CC), o restituirlos en el caso de
nulidad de un contrato (art. 1303 CC).
Derecho Civil I

VI. CUESTIONARIO
1º. ¿Para qué resulta útil la noción de patrimonio?
2º. ¿Cuáles son los diversos caracteres que presenta el patrimonio en nuestro
Ordenamiento jurídico?
3º. ¿Qué es el patrimonio personal? ¿Cuándo se crea y se extingue?
4º ¿Qué es un patrimonio separado? Ponga un ejemplo y explíquelo.
5º. ¿Qué es un patrimonio colectivo? Ponga un ejemplo y explíquelo.
6º. ¿Qué es un patrimonio de destino? Ponga un ejemplo y explíquelo.
7º. Diferencie entre bienes fungibles y bienes consumibles.
8º Diga qué entiende el CC por bien mueble y en qué se diferencia del inmue-
ble.
9º. Diferencie entre los bienes demaniales y patrimoniales del Estado.
10º. ¿En qué se diferencian los frutos naturales, los industriales y los civiles?
Ponga un ejemplo de cada una de estas categorías.

VII. CASO PRÁCTICO

Supuesto de hecho
D. José y Dña. Leonor son un pareja residente en Burgos, que deciden contraer ma-
trimonio bajo el régimen económico matrimonial de sociedad de gananciales. Con an-
terioridad al matrimonio, D. José era propietario de un chalet en Las Rozas, Madrid,
heredado de sus padres ya difuntos, un todoterreno Land Rover y un paquete de acciones
de Telefónica SA; y Dña. Leonor era propietaria de un apartamento en Calpe, donado por
su hermana mayor y de un Fiat Mini. Tras el matrimonio, deciden adquirir y amueblar un
piso en la ciudad de Burgos donde trabajan y en donde a los dos años tienen a su primer
hijo Jaime. Transcurridos seis meses del nacimiento, fallece D. José víctima de un infarto.
Como D. José no había hecho testamento, se abre su sucesión ab intestato y su hijo Jaime
se convierte en su heredero, a salvo la cuota en usufructo correspondiente a la madre. Se
procede a la liquidación de la sociedad de gananciales para determinar los bienes, la mitad
indivisa del piso, que se han de incluir en la herencia yacente. La madre, en nombre de su
hijo, acepta la herencia a beneficio de inventario.

Cuestiones
1. Identifique y califique, razonándolo jurídicamente, los distintos tipos de patrimonios
que aparecen en el supuesto de hecho.
2. Identifique y califique los diversos bienes que aparecen en el supuesto de hecho.
El patrimonio

VIII. BIBLIOGRAFÍA
AA.VV.: Protección jurídica patrimonial de las personas con discapacidad (coord. por J. Pérez de
Vargas Muñoz), Madrid, 2006; Capilla Roncero, F.: La responsabilidad patrimonial univer-
sal y el fortalecimiento de la protección del crédito, Jerez de la frontera, 1989; Doral García,
J.A.: “El patrimonio como instrumento jurídico técnico”, ADC, 1983, pp. 1269 y ss.; García
García, J.M.: “Teoría General de los bienes y las cosas”, RCDI., 2003, pp. 919 y ss.; Horgué
Baena, C.: Régimen patrimonial de las Administraciones públicas, Iustel, 2007; Moral Gon-
zalez, J.: Los bienes inmuebles: aspectos jurídicos y económicos de su valoración, Barcelona,
1991; Prada Gonzalez, J.Mª.: “Patrimonios adscritos a fines”, RJN, nº 20, 1996, pp. 149 y ss.;
Santos Briz, J., “Comentario a los arts. 333 a 337 y 346 a 347 CC, en Comentarios al Código
civil y Compilaciones Forales (dir. por M. Albaladejo), t.V, vol. 1º, Madrid, 1980, pp. 1 a 46
y 96 a 99.
Lección 14
La representación

Sumario: I. Concepto y utilidad práctica.- II. Ámbito de la representación.- III. Clases.- 1. La re-
presentación legal.- 2. La representación voluntaria.- IV. El autocontrato o contrato consigo
mismo.- V. Cuestionario.- VI. Casos prácticos.- VII. Bibliografía.

I. CONCEPTO Y UTILIDAD PRÁCTICA


Normalmente, quien realiza un negocio jurídico lo hace para sí, en su propio
nombre e interés. Pero es también posible que una persona concluya negocios por
medio de otra, la cual actuará entonces en nombre de aquélla, recayendo los efec-
tos de sus actos en una esfera jurídica ajena. En esto consiste la representación.
La representación es, pues, la facultad que tiene el representante para actuar
frente a terceros en nombre del representado, obligando a éste frente a ellos, fa-
cultad derivada, bien del negocio de apoderamiento, que es conferido por el po-
derdante (representado) al apoderado (representante), bien de la ley (es el caso
de la representación legal, como la que corresponde a los padres sobre los hijos
menores sujetos a su patria potestad).
Por ejemplo, “A” (representado) faculta a “B” (representante) para que compre en su
nombre un bien a “C”. Dado que “B” actúa en nombre de “A” y así lo declara al celebrar
el contrato de compraventa, será el representado quien adquiera directamente dicho
bien, quedando obligado a pagar su precio a “C”, el cual no podrá dirigirse contra “B”,
que es un mero representante del comprador.

II. ÁMBITO DE LA REPRESENTACIÓN


En general, la representación puede utilizarse en todos los negocios jurídicos
inter vivos de carácter patrimonial, que no tengan carácter personalísimo. Por
ello, no pueden celebrarse por medio de representante negocios tales como el
matrimonio o el testamento.
El art. 55.I CC prevé que, si uno de los contrayentes no reside en la demarcación del
funcionario autorizante1, pueda permitirse en el expediente matrimonial la celebración

1
La RDGRN 23 octubre 2004 (RJ 2005, 1079) insiste en la concurrencia de este requisito para
poder autorizarse la celebración del matrimonio por poderes.
La representación

del matrimonio “por apoderado a quien haya concedido poder especial en forma autén-
tica, pero siempre será necesaria la asistencia personal del otro contrayente”2. Éste es el
llamado matrimonio por poderes, en el que el apoderado no es, sin embargo, un repre-
sentante en el sentido estricto del término, sino un mero “portador de una declaración
de voluntad ajena predeterminada en todas sus partes por el poderdante”3. Evidente-
mente, el apoderado no tiene ningún margen de libertad para elegir al otro contrayente,
por lo que en el poder, que deberá constar en documento público (art. 1280.5 CC), se
determinará “la persona con quien ha de celebrarse el matrimonio, con expresión de las
circunstancias personales precisas para establecer su identidad” (art. 55.II CC).

III. CLASES
Existen dos tipos básicos de representación: la legal y la voluntaria.
a) En la representación legal es la propia ley la que ordena a una persona repre-
sentar a otra, independientemente de la voluntad del representado (así, el padre a
sus hijos menores de edad o el tutor a su pupilo).
b) En la representación voluntaria es, en cambio, el representado (poderdante)
quien concede al representante (apoderado) la facultad para que pueda celebrar
en su nombre negocios jurídicos, vinculándole, así, directamente frente a terceros.
Junto a la representación legal y voluntaria, y combinando rasgos propios de ambas,
existe un tercer supuesto de representación que se da respecto de las personas jurídicas
y que tiene gran importancia en el ámbito mercantil, conocido con el nombre de “re-
presentación orgánica”. Dicho término alude al hecho de que determinadas personas
físicas, como son los administradores de la sociedad, reciban por ley, en cuanto órgano
de ella, la facultad de que los actos que realicen se entiendan hechos por ésta4. En la
medida en que es la propia ley la que atribuye la facultad de representar al administrador
o administradores, este tipo de representación no es sino un supuesto de representación
legal. Pero, además, es también un supuesto de representación voluntaria, porque, a di-
ferencia de la legal, es la propia sociedad quien elige y revoca libremente a los adminis-
tradores, y éstos, del mismo modo, pueden aceptar y/o rechazar dicho cargo libremente5.

2
El poder “se extinguirá por la revocación del poderdante, por la renuncia del apoderado o por
la muerte de cualquiera de ellos. En caso de revocación por el poderdante bastará su manifes-
tación en forma auténtica antes de la celebración del matrimonio. La revocación se notificará
de inmediato al Juez, Alcalde o funcionario autorizante” (art. 55.III CC).
3
V. en este sentido RDGRN 7 junio 2005 (Tol 662871).
4
La STS 14 marzo 2002 (Tol 155159) se refiere a la representación orgánica como aquella “que
por imperio de la ley corresponde al administrador o administradores de la sociedad”.
5
Con todo, existe una tendencia actual en la doctrina de negar a esta forma de actuar de las per-
sonas jurídicas el carácter de representación stricto sensu, justificando tal postura en el hecho
de que son los órganos de la sociedad los que contribuyen a crear la propia voluntad del ente
personificado, de suerte que, si se admitiera la existencia de la representación, sería tanto como
decir que los administradores se están representando a sí mismos.
Derecho Civil I

1. La representación legal
La representación legal es la establecida por la ley, prescindiéndose de la volun-
tad del representante y del representado.
Así, son representantes legales:
1º) Los padres, en cuanto, titulares de la patria potestad, respecto de los hijos
menores de edad no emancipados (art. 162 CC), así como respecto de los inca-
pacitados, cuando la patria potestad hubiere sido prorrogada o rehabilitada (art.
171 CC).
2º) Los tutores, respecto de sus pupilos, menores de edad o incapacitados (art.
267 CC).
3º) El defensor del ausente (art. 184 CC) y del desaparecido (art. 181 CC).
El rasgo característico de la representación legal es que ésta constituye un dere-
cho-deber, de carácter irrenunciable, por lo que el representante tiene que actuar
necesariamente, para salvaguardar los intereses de su representado, necesitando
autorización judicial para realizar en nombre del representado contratos que pue-
dan comprometer gravemente su patrimonio, p. ej., vender o gravar sus bienes
inmuebles (art. 271 CC).

2. La representación voluntaria
La representación voluntaria es la que tiene su origen en un acto de voluntad
del representante, esto es, en el denominado negocio jurídico de apoderamiento,
por el cual una persona (poderdante) confiere a otra (apoderado), el poder de
representarla6.
Para otorgar válidamente poderes, es necesario que quien los otorgue tenga, confor-
me al art. 1263 CC, la capacidad general para contratar. Debe matizarse, no obstante,
que no surtirán efectos los poderes otorgados para realizar un concreto negocio, si quien
los otorga no puede realizarlo válidamente por sí mismo (éste sería el caso del poder
otorgado por un menor emancipado para tomar dinero a préstamo o enajenar bienes
inmuebles, operaciones que, de acuerdo al art. 323 CC, precisan para su validez la con-
currencia del consentimiento de sus padres).

Para que el poderdante quede obligado frente a terceros por la actuación del
apoderado es necesario que este último exteriorice su condición de representante7

6
V. en este sentido STS 30 julio 2001 (Tol 32426).
7
V. en este sentido STS 10 noviembre 2006 (Tol 1014476).
La representación

(o que ésta pueda deducirse tácitamente8); y, así mismo, que obre dentro de los
límites que le marca el poder que ha recibido.
Por lo tanto, el apoderado no queda obligado por la actuación de quien no ha
recibido un poder para actuar en su nombre (procurador falso) o por la de quien,
habiéndolo recibido (procurador real), sin embargo, se ha extralimitado en el ejer-
cicio de sus facultades (p. ej., se le ordena comprar una casa por 200.000 euros y,
en cambio, la adquiere por 400.000).
Así resulta del 1259.II CC, según el cual “El contrato celebrado a nombre de
otro por quien no tenga su autorización o representación legal será nulo, a no ser
que lo ratifique la persona a cuyo nombre se otorgue antes de ser revocado por la
otra parte contratante”.
Pensemos en el siguiente supuesto: “A” compra en nombre de “B” una casa, sin ha-
ber recibido un poder para ello, pero sabiendo que podría estar interesado en ella. En
principio, el contrato de compraventa celebrado por “A” no vincula a “B”. Sin embargo,
nada impide que este último ratifique dicho contrato, lo que “viene a suponer, pues, un
apoderamiento a posteriori que, no obstante, tiene eficacia retroactiva y sana el defecto
de poder de la actuación del representante, originariamente no apoderado”9.

La ratificación de lo hecho por el representante, extralimitándose de sus pode-


res, puede realizarse tácitamente, si el representado aprovecha los actos ejecuta-
dos por el representante10, p. ej., paga el precio del bien adquirido por el manda-
tario11 o se encuentra en posesión del mismo (una vivienda), pagando las cuotas
de la comunidad de propietarios12.
Es usual que el negocio de apoderamiento se subsuma en un negocio distinto,
el contrato de mandato, que el art. 1709 CC define como aquel por el que una
persona se obliga a prestar o hacer alguna cosa, por cuenta o encargo de otra.
Sin embargo, la identificación del mandato con el poder no es exacta. En primer
lugar, porque dicho contrato puede contener un poder de representación (mandato re-
presentativo) o carecer de él (mandato no representativo). En segundo lugar, es posible
que exista una representación sin mandato. Así sucede en la representación legal de los
padres o tutores respecto de sus hijos sujetos a patria potestad o pupilos y en la repre-
sentación voluntaria, cuando el poder no acompaña al contrato de mandato, sino a otro
distinto, como, por ejemplo, el contrato de sociedad, habilitando al administrador único
para actuar en nombre de la sociedad.

8
V. en este sentido las SSTS 8 junio 1966 (RJ 1966, 3023), 28 noviembre 1973 (RJ 1973, 4340),
1 diciembre 1982 (RJ 1982, 7454) y 3 enero 2006 (Tol 809287).
9
V. en este sentido SAP Islas Baleares 29 junio 2011 (Tol 2220617).
10
V. en este sentido SSTS 13 junio 2002 Tol 202938), 29 enero 2004 (Tol 348555), 24 noviembre
2004 (Tol 536340) y 10 junio 2010 (Tol 1877819).
11
V. en este sentido STS 10 junio 2010 (Tol 1877819).
12
V. en este sentido STS 6 junio 2008 (Tol 1333422).
Derecho Civil I

Lo característico del mandato es actuar por cuenta de otro: la concesión al


mandatario de la facultad de actuar frente a terceros en nombre del mandante de-
penderá de la voluntad del propio mandante, quien puede configurar el mandato
como representativo o, en cambio, como no representativo.
a) Un mandato es representativo, cuando el mandatario actúa en nombre y por
cuenta del mandante, es decir, con poder de representación, por lo que los efectos
jurídicos de sus actos recaen directamente en el patrimonio de la persona en cuyo
nombre y por cuya cuenta actúa.
Si “A”, mandatario de “B”, ha recibido de este último poder de representación, la
casa que adquiera para su mandante ingresará directamente en el patrimonio de éste,
que es quien tendrá que pagarla.

A este tipo de mandato se refiere el art. 1725 CC, con notoria impropiedad,
hablando del mandatario que “obra en concepto de tal”, afirmando que, en tal
caso, “no es responsable personalmente frente a la parte con quien contrata”, por
lo que no puede ser demandado por ella13.
El precepto exceptúa esta regla cuando el mandatario “se obliga a ello expresamen-
te”, es decir, asume la responsabilidad del cumplimiento del contrato14; y también si
“traspasa los límites del mandato, sin darle conocimiento suficiente de sus poderes” (a
la parte con quien contrata), en cuyo caso el mandante representado no quedará obliga-
do frente al tercero, pero como dicha extralimitación no puede perjudicar “a quien, de
buena fe, contrató con él”15, será el mandatario quien quede obligado (p. ej., si, en vez
de vender el vehículo para cuya enajenación se le había autorizado, vende otro, que no
pertenecía al mandante y que había adquirido de otra persona16).

b) El mandato es no representativo, cuando el mandatario actúa en nombre


propio y por cuenta del mandante, es decir, sin poder de representación, por lo
que los efectos jurídicos de sus actos recaen directamente en su propio patrimo-
nio, siendo necesaria la celebración de un nuevo contrato para que los bienes por
él adquiridos pasen al patrimonio del mandante.
Si “A”, mandatario de “B”, ha recibido el encargo de comprar una casa, pero no la
facultad de representarle frente a terceros en la celebración de la compraventa (p. ej.,
porque el comprador “real” no quiere aparecer como tal en la operación), será “A”,
quien “formalmente” adquiera la propiedad de la vivienda, quedando obligado a pagar

13
V. en este sentido SSTS 10 noviembre 2006 (Tol 1014476) y 3 abril 2000 (Tol 1526).
14
V. en este sentido SSTS 16 mayo 1984 (Tol 1737755) y 3 noviembre 2010 (Tol 1992303).
Posición contraria mantiene, sin embargo, la STS 26 noviembre 2010 (Tol 2032965), la cual
afirma que, “cuando el mandato tiene por objeto actos de disposición es menester que se desig-
nen específicamente los bienes sobre los cuales el mandatario puede ejercer dichas facultades,
y no es suficiente con referirse genéricamente al patrimonio o a los bienes del mandante”.
15
V. en este sentido STS 17 mayo 1971 (RAJ 1971, 2857).
16
V. en este sentido STS 12 noviembre 1982 (RAJ 1982, 6540).
La representación

su precio, que le habrá anticipado “B”, a quien posteriormente tendrá que transmitir la
vivienda (p. ej., mediante una compraventa simulada).

Esta clase de mandato aparece contemplado en el art. 1717.I CC, según el cual
“Cuando el mandatario obra en su propio nombre, el mandante no tiene acción
contra las personas con quienes el mandatario ha contratado, ni éstas tampoco
contra el mandante”. En este caso, dice el art. 1717.II CC, “el mandatario es el
obligado directamente en favor de la persona con quien ha contratado, como si el
asunto fuera personal suyo”.
El mandato no surte, pues, efectos frente a terceros, que no lo conocen, sino
sólo entre las partes: es, por ello, que el párrafo 3º deja a salvo “las acciones entre
mandante y mandatario”.
No obstante, el art. 1717.II CC admite la vinculación del mandante con el tercero, en
el caso “en que se trate de cosas propias del mandante”, entendiendo la jurisprudencia la
expresión “cosas”, en el sentido amplio, de “asuntos o negocios” suyos17, interpretando
que, si el tercero sabía la condición de mandatario de la persona con la que contrataba,
puede dirigirse directamente contra el mandante18. La STS 11 marzo 1987 (Tol 1739408)
permitió, así, al vendedor dirigirse directamente contra la “Citroën” para exigir el cobro,
al no haber ocultado la entidad compradora que actuaba como mandataria de aquélla.

Dado que en el mandato no representativo, los efectos de la actuación del


mandatario se producen en el patrimonio de éste, es necesario un posterior acto
de transferencia formal al patrimonio del mandante.
La jurisprudencia interpreta que, en las relaciones internas, el mandatario tiene una
titularidad provisional “en tránsito hacia el patrimonio del mandante”19 e incluso que
el bien le pertenece desde el momento de la consumación del contrato, es decir, desde
su entrega al mandatario, siendo éste un mero poseedor en nombre ajeno, aunque, sin
embargo, es necesario “un acto que revele hacia el exterior la titularidad” real del man-
dante, lo que puede hacerse mediante una escritura de reconocimiento de su propiedad,
otorgada de común acuerdo, y, en su defecto, por sentencia declarativa del dominio,
previa prueba en el proceso de la existencia de una relación representativa oculta20.

17
V. en este sentido STS 3 enero 2006 (Tol 809287).
18
V. en este sentido SSTS 10 julio 1946 (RAJ 1946, 938), 1 diciembre 1982 (RAJ 1982, 7454),
18 enero 2000 (Tol 72855) y 22 abril 2005 (Tol 1211525).
19
V. en este sentido STS 16 mayo 1983 (Tol 1738598).
20
V. en este sentido RDGRN 6 julio 2006 (Tol 972029).
Derecho Civil I

IV. EL AUTOCONTRATO O CONTRATO CONSIGO MISMO


Se habla de autocontrato cuando una misma persona, actuando en el ejercicio
de sus facultades representativas, crea relaciones jurídicas entre dos patrimonios
distintos.
Bajo esta figura se contemplan dos supuestos:
a) una persona actúa en un mismo negocio en nombre propio y ajeno, p. ej.,
compra para sí la cosa que el representado le ha encargado vender.
b) una misma persona actúa simultáneamente como representante de dos per-
sonas distintas que, respectivamente, le han encargado vender y comprar un bien.
El Código civil no regula esta figura, pero existen normas que evidencian la
prohibición de celebrar actos jurídicos por los representantes, cuando dicha cele-
bración suponga conflicto de intereses con sus propios representados21.
No obstante, la jurisprudencia española ha admitido reiteradamente la validez
del autocontrato, como un medio de simplificación de las operaciones jurídicas,
cuando, en el supuesto concreto, no concurran intereses contrapuestos que pon-
gan en riesgo la imparcialidad del representante22 o cuando exista autorización
del representado para celebrarlo23.
Fuera de estos dos supuestos, el autocontrato carecerá de validez, aunque, sin
embargo, la jurisprudencia admite la posibilidad de que el representado pueda
ratificarlo posteriormente24.
La STS 28 marzo 2000 (Tol 1511) declaró, así, la invalidez de un arrendamiento
otorgado por la administradora única y socia mayoritaria de una sociedad (63,42% de las
acciones) en favor de otra sociedad de la que también era administradora única y titular
del 99% de las participaciones.

No se dará conflicto de intereses entre los del representado y el representante


cuando aquél haya determinado el contenido del contrato en todos sus extre-

21
V. en este sentido art. 163.II.2º CC, art. 244.4º CC, art. 1459.1º y 2º CC, así como art. 267
CCom.
22
V. en este sentido STS 5 noviembre 1956 (RAJ 1956, 3430), 4 enero 1991 (RAJ 1991, 106) y
9 junio 1997 (Tol 216594).
23
V. en este sentido SSTS 12 junio 2001 (Tol 230684) y 29 noviembre 2001 (Tol 130730), que
exigen que dicha autorización conste con claridad, aunque sin ser necesario que esté sujeta a
especiales requisitos de forma. V. igualmente RDGRN 3 diciembre 2004 (Tol 519268), la cual
precisa que no es necesario que se conceda un poder concreto para cada acto sobre el cual se
autoriza la facultad de auto-contratar.
24
V. en este sentido SSTS 24 octubre 1997 (Tol 215960), 14 octubre 1998 (Tol 2521), 29 no-
viembre 2001 (Tol 130730) y 20 enero 2005 (Tol 582610).
La representación

mos25, en particular, el precio, fijándolo de manera cierta o remitiéndose al que


tuvieran los efectos que se han de vender en bolsa o mercado en determinada fe-
cha. En este caso, no parece que tenga importancia que el representante adquiera
el bien para sí o para otro representado.
Parece, pues, que hay que concluir que el autocontrato no es admisible en nues-
tro Derecho, por lo que debe ser considerado nulo, en los casos de representación
legal, y anulable, en los casos de representación voluntaria, salvo que se demuestre
que no hay ningún conflicto de intereses en su celebración26, lo que sucederá siem-
pre que el representado salve dicho conflicto, autorizando la posibilidad de que
su representante compre para sí27 o confirme el contrato, después de realizado28.

V. CUESTIONARIO
1º. Defina la representación y precise el ámbito en que es posible usarla.
2º. Diga en qué consiste la representación legal y enumere algún ejemplo de la
misma.
3º. Explique los requisitos que han de concurrir en la representación voluntaria
para que el poderdante quede vinculado por la actuación del apoderado.
4º. Diferencie entre los conceptos de “poder” y de “mandato”. ¿Es posible que
exista un mandato sin representación? ¿Y a la inversa?
5º. Explique la diferencia entre el mandato representativo y el no representa-
tivo.
6º. En el mandato representativo, ¿qué ocurre si el representante se extralimita
en su actuación?
7º. ¿Qué ha de suceder en el mandato no representativo para que los efectos de
la actuación del mandatario recaigan sobre la esfera patrimonial del mandante?
8º. Explique en qué consiste la representación orgánica.

25
V. en este sentido RRDGRN 14 mayo 1988 (RAJ 1988, 4455) y 2 diciembre 1998 (Tol
132841).
26
Como así ponen de manifiesto las SSTS 15 junio 1966 (RJ 1966, 3108), 14 junio 1974 (RJ
1974, 2637), 10 mayo 1984 (Tol 1737901), 31 enero 1991 (Tol 1728358), 29 octubre 1991
(Tol 1728625), 12 junio 2001 (Tol 230684) y 29 noviembre 2001 (Tol 130730).
27
V. en este sentido la STS 12 junio 2001 (Tol 230684), que precisa algo, por otra parte, fuera
de toda duda, como es que “si hubo autorización previa resulta innecesaria la ratificación o
asentimiento posterior”.
28
No obstante, la ratificación no puede perjudicar a terceros. V. en este sentido RDGRN 2 di-
ciembre 1998 (Tol 132841).
Derecho Civil I

9º. Enumere dos supuestos de autocontrato.


10º. ¿Qué consecuencias tiene el autocontrato en nuestro Derecho? Distinga
según sea la representación legal o voluntaria.

VI. CASOS PRÁCTICOS

1º. Supuesto de hecho


Don José encarga a su representante, don Tomás, la compra de un automóvil de segun-
da mano de gama baja, para poder desplazarse hasta su puesto de trabajo situado en un
barrio conflictivo de las afueras de Valencia. Don Tomás, que actúa en nombre y por cuen-
ta de don José, acude a un concesionario de coches nuevos y seminuevos con el objetivo de
cumplir el mandato. Una vez allí, vislumbra un lujoso y reluciente Mercedes. Convencido
de que dicho vehículo hará las delicias de su mandante, decide comprarlo.

Cuestiones
1. ¿Es correcta la actuación de don Tomás? En caso negativo, ¿por qué?
2. ¿Quedaría vinculado don José por la actuación de su representante don Tomás?

2º. Supuesto de hecho


Don Julián, administrador de la sociedad Transportes S.L., recibió el encargo por par-
te de ésta de vender una flota de camiones y furgones que ya había quedado obsoleta
y había sido amortizada sobradamente. Ello no obstante, las condiciones del mercado,
caracterizado por una profunda crisis económica, favorecían la creciente compraventa de
camiones ya usados por parte de las PYME’s españolas, afectadas profundamente por la
mencionada crisis. Don Julián, que requería de una furgoneta para atender el aumento
de la familia (había sido padre de gemelos recientemente), decidió comprar una, por un
precio sensiblemente inferior al valor residual estimado por la empresa para su venta.

Cuestiones
1. ¿De qué figura es constitutiva la actuación de don Julián?
2. ¿Sería válida la compraventa de la furgoneta efectuada por don Julián para sí mis-
mo?

VII. BIBLIOGRAFÍA
Álvarez Lata, N.: “Contratos de prestación de servicios”, en AA.VV.: Tratado de Contratos (dir.
R. Bercovitz), III, Valencia, 2009; Díaz de Entresotos, M: El autocontrato, Madrid, 1990;
Díez-Picazo, L.: La representación en el Derecho Privado, Madrid, 1979; Díez Picazo y Pon-
ce de León, L.: Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, IV, 6ª ed., Madrid, 2010; León
La representación

Alonso, J.: “Comentarios a los arts. 1709 a 1739 CC”, en AA.VV.: Comentarios al Código
Civil y Compilaciones Forales (dir. M. Albaladejo), t. XXI, vol. 2º, Madrid, 1986; Linares
Noci, R.: Poder y mandato. Problemas sobre su irrevocabilidad, Madrid, 1991.
Lección 15
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

Sumario: I. La persona jurídica.-


II. Modalidades.- III. Regulación.- IV. Capacidad.- V. Adquisición
de la personalidad jurídica.-VI. Constitución.- 1. Asociación.- 2. Fundación.- VII. Órganos.- 1.
Asociaciones.- A) La Asamblea General.- B) Órgano de representación.- 2. Fundaciones.- A) El
Patronato.- B) El Protectorado.- VII. Extinción.- 1. Asociaciones.- 2. Fundaciones.- IX. Domicilio.-
X. Cuestionario.- XI. Caso práctico.- XII. Bibliografía.

I. LA PERSONA JURÍDICA
La organización social requiere que determinadas actividades que no pueden
ser realizadas por personas físicas, sino por una pluralidad de sujetos, como resul-
ta de las asociaciones deportivas, benéficas, culturales… o por un patrimonio que
pretenda la realización de un determinado fin, sean reconocidas por los poderes
públicos, otorgándoles personalidad jurídica propia, independientemente de los
miembros que lo compongan.
Este presupuesto es el requisito previo para procurar la realización de intereses
y objetivos, de carácter fundamentalmente patrimonial, que la persona no podría
desarrollar por sí misma de manera individual, y dotarle de un futuro que perdure
más allá de la vida de sus partícipes.
Los fines de estas entidades son de carácter bien diverso, como se justifica desde
la Edad Media, en que, junto con el reconocimiento del Estado y de entes de carácter
político, ya reconocidos desde el Derecho Romano, surge la necesidad de analizar la
existencia y composición de estas organizaciones, de origen fundamentalmente religio-
so, con identidad separada de los miembros o del patrimonio que las componían, que
con el tiempo fueron el germen de las actuales asociaciones o fundaciones y la causa
de la existencia de reglamentaciones específicas, como las que regulan las asociaciones
deportivas, políticas… sin perjuicio de que para las carentes de normativa propia deban
sujetarse con carácter general a lo dispuesto en la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo,
reguladora del derecho de asociación,y en la Ley 50/2002, de 26 de diciembre, de fun-
daciones, por las razones que se expondrán seguidamente y a las disposiciones propias
de cada Comunidad Autónoma1.

1
Andalucía: Ley 10-2005, de 31 de mayo y Ley 4/2006, de 23 de junio, de Asociaciones; Aragón:
Decreto 276/1995, de 19 de diciembre, modificado por Decreto 25/2004, de 10 febrero y De-
creto 13/1995, de 7 febrero; Asturias: Decreto 34/1998, de 18 de junio, modificado por Decre-
to 12/2000; Baleares: Decreto 61/2007, de 18 de mayo; Canarias: Ley 2-1998, de 6 de abril y
Ley 4/2003, de 28 de febrero; Cantabria: Decreto 26/1997, de 11 abril y Decreto 73/1997, de 7
julio; Castilla y León: Ley 13/2002, de 15 de julio, modificada por Ley 12/2003 y Ley 2/2006;
Cataluña: Ley 4/2008, de 24 de abril; Extremadura: Decreto 2/1987, de 27 enero; Galicia: Ley
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

La naturaleza de estas entidades ha sido objeto de varias teorías que han pre-
tendido justificar su existencia.
Entre éstas, tradicionalmente se ha destacado la denominada teoría de la ficción y la
orgánica o antropomórfica.
a) La primera de ellas, sostenida por Savigny puso de relieve, que se trata de entes
ficticios, creados por el derecho con la finalidad de atender a la realización de objetivos
que la persona física no puede realizar por sí misma.
b) La segunda, expuesta por Gierke, pone el énfasis en la organización social, des-
tacando con ello que la estructura social está compuesta por realidades preexistentes,
necesarias para el funcionamiento de la sociedad, como el Estado, municipio… a los que
el derecho sólo cabe reconocer.
Ambas teorías, superadas a su vez por otras posteriores, no hacen sino poner de
manifiesto que estas realidades, con personalidad jurídica distinta a la de las personas
que lo componen o de los patrimonios de sus miembros, cumplimentan una función en
la sociedad que los individuos no pueden asumir y que los poderes públicos valoran,
graduando su reconocimiento.

Una vez aceptada la función de estos entes dentro de la organización social,


su exposición en el plano jurídico se ha establecido siguiendo el mismo modelo
de relaciones que las articuladas para las personas físicas, denominado por la
doctrina, personificación de la persona jurídica y que configura, al mismo tiempo,
un expediente técnico que justifica la existencia de un patrimonio propio, que
responderá de las decisiones adoptadas.
Precisamente porque la persona jurídica está integrada por personas, posee-
doras de patrimonios distintos al del ente, o de un patrimonio adscrito a un fin,
requiere dotarse de los medios necesarios para actuar, a semejanza de cómo lo
hacen los individuos. Por ello, se les atribuye capacidad jurídica y de obrar; preci-
san contar con un nombre o una denominación específica; un patrimonio distinto
al de los miembros que lo componen y una organización también propia, que
quedará garantizada mediante la pertinente composición de sus órganos y corres-
pondientes Estatutos.
No obstante, como determinadas actuaciones pueden plantear situaciones en
las que ambos patrimonios —el personal y el de la asociación— pueden llegar
a confundirse, para evitar comportamientos fraudulentos, la doctrina jurispru-
dencial, fundamentalmente desde la STS de 28 de mayo de 1984, considera que

12/2006, de 1 de diciembre, y Decreto 276/1997, de 25 septiembre; La Rioja: Ley 1/2007, de


12 de febrero; Madrid: Ley 1/1998, de 2 de marzo, modificada por Ley 2/2004, de 31 de mayo;
Navarra: Ley Foral 10/1996, de 2 de julio; País Vasco: Ley 12/1994, de 17 de junio de 1994, y
Ley 3/1988, de 12 febrero; Comunidad Valenciana: Ley 8/1998, de 9 de diciembre, modificada
por Ley 11/2002, de 23 de diciembre, Decreto 181/2002, de 5 noviembre y Orden de 10 abril
2003.
Derecho Civil I

resulta inoponible la separación entre los patrimonios y las personas cuando se


haya actuado de mala fe.
A tal fin, para garantizar la obtención de los resultados perseguidos y evitar
abusos injustificados o fraudulentos de dicha figura, la jurisprudencia ha consoli-
dado la doctrina del levantamiento del velo, que trata de evitar que el abuso de la
personalidad jurídica pueda perjudicar intereses públicos o privados, causar daño
ajeno, o burlar los derechos de los demás. Se trata, en definitiva, como reitera la
práctica judicial, de evitar que se utilice la personalidad jurídica societaria como
un medio o instrumento para defraudar, o con un fin fraudulento, para eludir
responsabilidades personales, y entre ellas, el pago de deudas2.
La doctrina consolidada del TS establece que dicha figura hace relación, no a la natu-
raleza y efectos de las obligaciones, sino a la proscripción del fraude de Ley y principio
de la buena fe como informadores de nuestro ordenamiento jurídico y por ello también
como forma de combatir dicho fraude o defender la buena fe. De ahí, que en el conflicto
entre seguridad jurídica y justicia, valores consagrados en la Constitución (arts. 1.1 y
9.3), se haya decidido prudencialmente y según los casos y circunstancias, aplicar por
vía de equidad y acogimiento del principio de la buena fe, la práctica de penetrar en el
substratum personal de las entidades o sociedades, a las que la Ley confiere personalidad
jurídica propia, con el fin de evitar que al socaire de esa ficción o forma legal se pue-
dan perjudicar intereses privados o públicos como camino del fraude, admitiéndose la
posibilidad de que los jueces puedan penetrar (“levantar el velo jurídico”) en el interior
de esas personas cuando sea preciso para evitar el abuso de esa independencia en daño
ajeno o de los “derechos de los demás” (art. 10 CE).

En todo caso, y como también pone de relieve el TS, la técnica del levantamien-
to del velo debe utilizarse cuidadosamente puesto que, con carácter general, los
socios de una sociedad no responden con sus bienes, salvo los supuestos excepcio-
nales de ese “levantamiento del velo”, por lo que, este tipo de técnicas no puede
utilizarse de modo automático, que lleve a prescindir totalmente de la persona
jurídica y lleve a situaciones de injusticia material3.
Veamos algunos ejemplos de aplicación de esta doctrina. La STS 31 octubre 1996
(Tol 1659125) consideró probada la existencia de una interconexión de los patrimonios
de dos mercantiles, con la finalidad de defraudar a terceros (en el supuesto, una de estas
sociedades interponía una tercería de dominio para recuperar los bienes embargados a la
otra, defraudando así a la entidad acreedora), de manera que “le es perfectamente aplica-
ble la teoría del ‘levantamiento del velo’, para reponer en sus justos límites, una situación
patrimonial alterada y menoscabada por una simulación fraudulenta, por lo que hay que

2
V. en este sentido SSTS 31 octubre 1996 (Tol 1659125), 2 abril 2002 (Tol 154976 ), 17 diciem-
bre 2002 (Tol 229604), 25 abril 2003 (Tol 275444), 11 diciembre 2003 (Tol 340961), 27
octubre 2004 (Tol 513460), 6 abril 2005 (Tol 619467), 24 mayo 2006 (Tol 952782), 29 junio
2006 (Tol 964451), 23 octubre 2008 (Tol 1389666), 7 octubre 2009 (Tol 1627879), 2 diciem-
bre 2010 (Tol 2003260) y 7 junio 2011 (Tol 2567279).
3
V. en este sentido STS 30 mayo 2012 (Tol 2558191).
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

estimar la perfecta aplicación de las teorías del fraude de ley y del abuso del derecho”.
La STS 11 diciembre 2003 (Tol 340961) estimó probado que, para evitar el pago de una
deuda por parte de una sociedad, se había simulado su insolvencia y se había creado
otra idéntica a ésta (con el mismo administrador, domicilio social y actividad). Así, el
TS afirma que “el caso coincide plenamente con la doctrina del levantamiento del velo,
cuya jurisprudencia es muy reiterada y pretende evitar que la personalidad jurídica sea
un medio de conseguir un fin fraudulento, como, en el presente caso”. La STS 27 octu-
bre 2004 (Tol 513460) consideró probado que se había creado una sociedad para eludir
las responsabilidades patrimoniales de otra entidad del mismo grupo de sociedades, así
como de otras mercantiles de dicho grupo. Algunos de los elementos que se tuvieron
en cuenta fueron los siguientes: identidad del domicilio social, el hecho de que una
sociedad fuese accionista mayoritaria de la otra, la identidad de los socios, la unidad de
dirección y la confusión de cuentas entre ellas.

II. MODALIDADES
Desde siempre, las clasificaciones que se han realizado de las personas jurídicas
han sido múltiples.
Las más características son las siguientes:
a) Por su estructura, se puede diferenciar entre personas de tipo asociacional,
que tienen por base un conjunto de personas frente a las de tipo fundacional, que
la tienen en una masa de bienes adscrita a la realización de un fin. Dentro de las
primeras se encuentran las asociaciones y sociedades.
b) Por la posición que ocupan en la organización estatal: personas jurídicas de
derecho público y de derecho privado.
Dentro de estas primeras se encuentran los entes vinculados con la organiza-
ción territorial y política del Estado.
Sin perjuicio de ello, también existen ciertas entidades que participan de esta
doble naturaleza, como es el caso de los colegios profesionales.
c) Por el fin perseguido, pueden ser éste de utilidad pública, cuando desenvuel-
ven una actividad en interés social y de utilidad privada, cuando persiguen fines
de estricto interés particular, especialmente de naturaleza económica, como pare-
ce deducirse del art. 35.2 en relación con arts. 36 y 1665 CC y 116 CC).
El art. 35 CC se limita a declarar que son personas jurídicas, las corporaciones,
asociaciones y fundaciones de interés público reconocidas por la Ley y las asocia-
ciones de interés particular, sean civiles, mercantiles o industriales, a las que la ley
conceda personalidad propia, independiente de la de cada uno de los asociados,
rigiéndose éstas últimas por las disposiciones relativas al contrato de sociedad.
Derecho Civil I

Este precepto ha suscitado algunos problemas, como el que deriva, en ocasio-


nes, de la dificultad de deslindar los límites entre interés público y privado, y de
la necesidad de establecer las diferencias existentes entre corporaciones y asocia-
ciones.
Las corporaciones son personas jurídicas creadas o reconocidas por leyes espe-
ciales que regulan su capacidad jurídica, por eso, se consideran entes de derecho
público, mientras que las asociaciones se crean por la voluntad individual y son
reconocidas por una ley general o por leyes especiales.
Dentro de las personas jurídicas de naturaleza privada, interesan especialmen-
te las asociaciones y fundaciones. Mientras lo que caracteriza a las primeras, es
la reunión de varias personas, unidas para la obtención de un determinado fin,
lo característico de las fundaciones es la existencia de un patrimonio, que queda
adscrito a la realización de un fin.

III. REGULACIÓN
El derecho de asociación queda reconocido en el art. 22 CE, al mismo tiempo
que establece un sistema de publicidad ó control a posteriori de la asociación una
vez constituida.
Dicho precepto dispone que:
“1. Se reconoce el derecho de asociación.
2. Las asociaciones que persigan fines o utilicen medios tipificados como delito
son ilegales.
3. Las asociaciones constituidas al amparo de este artículo deberán inscribirse
en un registro a los solos efectos de publicidad.
4. Las asociaciones sólo podrán ser disueltas o suspendidas en sus actividades
en virtud de resolución judicial motivada.
5. Se prohíben las asociaciones secretas y las de carácter paramilitar”.
Como consecuencia de tratarse de un derecho fundamental, el derecho de aso-
ciación queda desarrollado en la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo, regulado-
ra del derecho de asociación (en adelante, LODA).
El derecho de asociación se regirá con carácter general por lo dispuesto en
dicha LODA, dentro de cuyo ámbito de aplicación se incluyen todas las asociacio-
nes que no tengan fin de lucro y que no estén sometidas a un régimen asociativo
específico, como partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, igle-
sias, confesiones religiosas, federaciones deportivas, consumidores y usuarios...,
que se regirán por su normativa específica, sin perjuicio de la aplicación supletoria
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

de las disposiciones de la presente Ley Orgánica… Tampoco se aplicará a las co-


munidades de bienes, sociedades, cooperativas y mutualidades, uniones tempora-
les de empresas…
Por su parte, con relación a las fundaciones, el art. 34 CE reconoce el derecho
de fundación para fines de interés general.
Su regulación atiende a lo dispuesto en la Ley 502002, de 26 de diciembre, de
fundaciones (en adelante LF), a salvo la normativa autonómica, cuyo art. 1 las
define como: “organizaciones constituidas sin fin de lucro que, por voluntad de
sus creadores, tienen afectado de modo duradero su patrimonio a la realización
de fines de interés general”.
Las fundaciones se rigen por la voluntad del fundador, por sus Estatutos y, en
todo caso, por la Ley.

IV. CAPACIDAD
Del art. 37 CC cabe inferir que la capacidad civil de las corporaciones se re-
gulará por las leyes que las hayan creado o reconocido; la de las asociaciones por
sus estatutos, y la de las fundaciones por las reglas de su institución, debidamente
aprobadas por disposición administrativa, cuando este requisito fuere necesario.
a) La capacidad que se requiere para ser miembro de una asociación queda estable-
cida en el art. 3 LODA, que distingue según se constituya por personas físicas o jurídicas.
Las personas físicas necesitan tener capacidad de obrar y no estar sujetas a ninguna
condición ó impedimento legal para el ejercicio del derecho, si bien los menores no
emancipados de más de 14 años requieren el consentimiento de sus padres o tutor, salvo
lo dispuesto en la legislación especial de asociaciones infantiles ó juveniles; los miem-
bros de las Fuerzas Armadas o de los Institutos Armados de naturaleza militar habrán de
atenerse a lo que dispongan las Reales Ordenanzas y sus normas específicas y los Jueces,
Magistrados y Fiscales, a su normativa especifica en lo que se refiere a asociaciones
profesionales.
Por su parte, las personas jurídicas si son de naturaleza asociativa necesitarán el
acuerdo expreso del órgano competente (Junta ó Asamblea General), y si son de natura-
leza institucional, el acuerdo de su órgano rector.
b) Podrán constituir fundaciones las personas físicas y las personas jurídicas, sean
éstas públicas o privadas.
Las personas físicas requerirán de capacidad para disponer gratuitamente, inter vivos
o mortis causa, de los bienes y derechos en que consista la dotación.
Las personas jurídicas privadas de índole asociativa requerirán el acuerdo expreso
del órgano competente para disponer gratuitamente de sus bienes, con arreglo a sus
Estatutos o a la legislación que les resulte aplicable. Las de índole institucional deberán
contar con el acuerdo de su órgano rector.
Las personas jurídico-públicas tendrán capacidad para constituir fundaciones, salvo
que sus normas reguladoras establezcan lo contrario (art. 8 LF).
Derecho Civil I

V. ADQUISICIÓN DE LA PERSONALIDAD JURÍDICA


Hay que distinguir, según que se trate de una asociación o de una fundación:
a) La asociación adquirirá personalidad jurídica y plena capacidad de obrar
desde el otorgamiento del acta, sin perjuicio de lo que dispone el art. 10, que en
relación a su inscripción en el Registro, establece que se inscribirán a los solos
efectos de publicidad, añadiendo a continuación que la inscripción registral hace
pública la constitución y los Estatutos y es garantía tanto para los terceros como
para sus propios miembros.
Los promotores realizarán las actuaciones que sean precisas a efectos de la
inscripción, respondiendo en caso contrario de las consecuencias de la falta de
inscripción y responderán solidariamente de las obligaciones contraídas con ter-
ceros en caso de no inscripción, sin perjuicio de que la propia asociación respon-
da frente a los terceros cuando los promotores hubieran manifestado actuar en
nombre de la asociación.
b) Las fundaciones tendrán personalidad jurídica desde la inscripción de la es-
critura pública de su constitución en el correspondiente Registro de Fundaciones.
Sólo las entidades inscritas en el Registro, podrán utilizar la denominación de
“Fundación” (art. 4 LF).
La inscripción sólo podrá ser denegada cuando dicha escritura no se ajuste a
las prescripciones de la ley.

VI. CONSTITUCIÓN
Todas las personas tienen derecho a asociarse libremente para la consecución
de fines lícitos, sin que nadie pueda ser obligado a ello, y sin necesidad de autori-
zación previa.

1. Asociación
Para constituir una asociación, la Ley impone unas condiciones de tipo per-
sonal. En concreto, podrán constituir una asociación personas físicas ó jurídicas,
pero el número mínimo para constituirla es de tres miembros (art. 5 LODA)
Las entidades públicas, pueden constituir asociaciones, entre sí, o con particu-
lares, pero en este caso, siempre que lo hagan en igualdad de condiciones con los
particulares, con objeto de evitar una posición de dominio en el funcionamiento
de la asociación (art. 2.6° LODA).
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

La constitución de la asociación requiere el otorgamiento de un acta, que po-


drá ser en documento publico o privado, en el que sus miembros se comprometen
a poner en común sus conocimientos, medios y actividades para consecución de
finalidades licitas, comunes de interés general o particular, y en la que se incluirán
los Estatutos que rigen el funcionamiento de la asociación (art. 5 LODA).
El acta, según el art. 6 LODA, ha de contener:
a) EI nombre y apellidos de los promotores de la asociación si son personas físicas, de
denominación ó razón social sí son personas jurídicas, y en ambos casos la nacionalidad
y domicilio.
b) La voluntad de los promotores de constituir la asociación, los pactos que, en su
caso, hubiesen establecido y la denominación de esta.
c) Los Estatutos aprobados que regirán el funcionamiento de la asociación. Los Esta-
tutos, a tenor del art. 7 LODA, contendrán: la denominación, el domicilio y su ámbito
territorial de actuación, la duración (salvo que se indefinida), los fines y actividades de
la asociación, los requisitos y modalidades para altas y bajas de asociados así como
consecuencias del impago de cuotas derechos y obligaciones de los asociados4, los cri-
terios que garanticen el funcionamiento democrático de la asociación, los órganos de
gobierno, composición y funcionamiento, el régimen de administración y contabilidad,
el patrimonio inicial y los recursos económicos para uso, y las causas de disolución y
destino del patrimonio.
d) Lugar y fecha del otorgamiento del acta, y firma de los promotores ó representantes
legales de las personas jurídicas.
e) La designación de los integrantes de los órganos provisionales de gobierno.

2. Fundación
La fundación nace en virtud el negocio jurídico fundacional, que es una decla-
ración de voluntad individual realizada, bien inter vivos (en cuyo caso es irrevo-
cable), bien mortis causa, es decir en testamento, teniendo entonces efectos desde
la muerte del testador.
Dicha declaración va dirigida a la constitución de la fundación, dotándola del
bien o bienes con los que se cumplirá el fin de interés público o general perseguido
1º) Si la constitución es inter vivos el negocio jurídico fundacional deberá rea-
lizarse en escritura pública, en la que deberán estar incluidos los Estatutos.
Dicha escritura pública deberá contener, al menos, los siguientes extremos: nombre,
apellidos, edad y estado civil del fundador o fundadores, si son personas físicas, y su de-
nominación o razón social, si son personas jurídicas, y, en ambos casos, su nacionalidad
y domicilio y número de identificación fiscal; la voluntad de constituir una fundación;
la dotación, su valoración y la forma y realidad de su aportación; los Estatutos de la

4
V. en este sentido STS 14 noviembre 2011 (Tol 2288411).
Derecho Civil I

fundación; y la identificación de las personas que integran el Patronato, así como su


aceptación si se efectúa en el momento fundacional.
Los Estatutos, por su parte, deberán recoger: la denominación de la entidad; los fines
fundacionales; el domicilio de la fundación y el ámbito territorial en que se haya de
desarrollar principalmente sus actividades; las reglas básicas para la aplicación de los
recursos al cumplimiento de los fines fundacionales y para la determinación de los be-
neficiarios; la composición del Patronato, las reglas para la designación y sustitución de
sus miembros, las causas de su cese, sus atribuciones y la forma de deliberar y adoptar
acuerdos; y cualesquiera otras disposiciones y condiciones lícitas que el fundador o fun-
dadores tengan a bien establecer.

b) La constitución de la fundación por acto mortis causa se realizará testa-


mentariamente, cumpliéndose en el testamento los requisitos establecidos para la
escritura de constitución.
Si el testador se hubiera limitado a establecer su voluntad de crear una fundación
y de disponer de los bienes y derechos de la dotación, la escritura pública en la que se
contengan los demás requisitos exigidos por la Ley se otorgará por el albacea testa-
mentario y, en su defecto, por los herederos testamentarios.
En el caso de que no existieran herederos testamentarios o incumplieran dicha
obligación, la escritura se otorgará por el Protectorado, previa autorización judi-
cial.
Por lo que se refiere a la dotación, ésta podrá consistir en bienes y derechos de cual-
quier clase, debiendo ser adecuada y suficiente para el cumplimiento de los fines fun-
dacionales. Se presume suficiente cuando el valor económico alcance los 30.000 euros.
Si la aportación es dineraria, podrá efectuarse en forma sucesiva, en cuyo caso el
desembolso inicial será, al menos, del 25 %, y el resto se deberá hacer efectivo en un
plazo no superior a cinco años. Si la aportación no es dineraria, deberá incorporarse a la
escritura de constitución tasación realizada por un experto independiente. En uno y otro
caso, deberá acreditarse o garantizarse la realidad de las aportaciones ante el Notario
autorizante.
Se aceptará como dotación el compromiso de aportaciones de terceros, siempre que
dicha obligación conste en títulos de los que llevan aparejada ejecución.
En ningún caso se considerará dotación el mero propósito de recaudar donativos.

VII. ÓRGANOS
1. Asociaciones
A ello se refieren los arts. 11 y ss. LODA, de los que se desprende que las aso-
ciaciones habrán de ajustar su funcionamiento a lo establecido en sus propios
Estatutos, siempre que no estén en contradicción con la Ley y demás normas
reglamentarias.
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

En cuanto a sus órganos cabe distinguir:

A) La Asamblea General
Es el órgano supremo de gobierno de la asociación integrado por los asocia-
dos, que adopta sus acuerdos por el principio mayoritario o de democracia inter-
na, y que debe reunirse, al menos, una vez al año.
Los acuerdos de la Asamblea general se adoptarán por mayoría simple de las
personas presentes o representadas, cuando los votos afirmativos superen a los
negativos. No obstante, requerirán mayoría cualificada, que resultará cuando los
votos afirmativos superen la mitad: los acuerdos relativos a la disolución de la
asociación; modificación de Estatutos, disposición ó enajenación de bienes, y re-
muneración de miembros del órgano de administración.

B) Órgano de representación
Su función es gestionar y representar a la entidad, de acuerdo con las disposi-
ciones de la Asamblea General.
Solo podrán ser miembros los propios asociados, y salvo que los Estatutos dis-
pongan otra cosa, deben ser mayores de edad, estar en el ejercicio de sus derechos
civiles y no incurrir en causa de incompatibilidad.
Si los Estatutos no disponen otra cosa, las facultades del órgano de represen-
tación se extenderán con carácter general, a todos los actos propios del fin de
la asociación, siempre que no requieran, conforme a los estatutos, autorización
expresa de la Asamblea General.

2. Fundaciones
A) El Patronato
En toda fundación deberá existir, con la denominación de Patronato, un ór-
gano de gobierno y representación de la misma, que adoptará sus acuerdos por
mayoría en los términos establecidos en los Estatutos (art. 14 LF).
Le corresponde cumplir los fines fundacionales y administrar con diligencia
los bienes y derechos que integran el patrimonio de la fundación, manteniendo el
rendimiento y utilidad de los mismos.
El patrimonio de la fundación está formado por todos los bienes, derechos y obli-
gaciones susceptibles de valoración económica que integren la dotación, así como por
aquellos que adquiera la fundación con posterioridad a su constitución, se afecten o no
a la dotación.
Derecho Civil I

La fundación deberá figurar como titular de todos los bienes y derechos integrantes
de su patrimonio.

Debe estar constituido por un mínimo de tres miembros, que elegirán entre
ellos un Presidente, si no estuviera prevista de otro modo la designación del mis-
mo en la escritura de constitución o en los Estatutos.
Asimismo, el Patronato deberá nombrar un Secretario, cargo que podrá recaer
en una persona ajena a aquél, en cuyo caso tendrá voz pero no voto, y a quien
corresponderá la certificación de los acuerdos del Patronato.
Podrán ser miembros del Patronato las personas físicas que tengan plena capacidad
de obrar y no estén inhabilitadas para el ejercicio de cargos públicos. Las personas jurídi-
cas podrán formar parte del Patronato, y deberán designar a la persona o personas físicas
que las representen en los términos establecidos en los Estatutos.
Los patronos entrarán a ejercer sus funciones después de haber aceptado expresa-
mente el cargo en documento público, en documento privado con firma legitimada por
Notario o mediante comparecencia realizada al efecto en el Registro de Fundaciones.
Asimismo, la aceptación se podrá llevar a cabo ante el Patronato, acreditándose a través
de certificación expedida por el Secretario, con firma legitimada notarialmente.
En todo caso, la aceptación se notificará formalmente al Protectorado, y se inscribirá
en el Registro de Fundaciones.

Los patronos ejercerán su cargo gratuitamente sin perjuicio del derecho a ser
reembolsados de los gastos debidamente justificados que el cargo les ocasione
en el ejercicio de su función. Además, el Patronato podrá fijar una retribución
adecuada a aquellos patronos que presten a la fundación servicios distintos de los
que implica el desempeño de las funciones que les corresponden como miembros
del Patronato, previa autorización del Protectorado y siempre que el fundador no
hubiese dispuesto lo contrario.
Si los Estatutos no lo prohibieran, el Patronato podrá otorgar y revocar poderes gene-
rales y especiales, así como delegar sus facultades en uno o más de sus miembros, salvo:
la aprobación de las cuentas y del plan de actuación, la modificación de los Estatutos,
la fusión y la liquidación de la fundación y aquellos actos que requieran la autorización
del Protectorado.

Los Estatutos podrán prever la existencia de otros órganos para el desempeño


de las funciones que expresamente se les encomienden.
Los patronos podrán ser cesados en los casos siguientes: por muerte o declaración de
fallecimiento, así como por extinción de la persona jurídica; por incapacidad, inhabili-
tación o incompatibilidad de acuerdo con lo establecido en la Ley; por cese en el cargo
por razón del cual fueron nombrados miembros del Patronato; por no desempeñar el car-
go con la diligencia de un representante leal, si así se declara en resolución judicial; por
resolución judicial que acoja la acción de responsabilidad; por el transcurso del plazo de
seis meses desde el otorgamiento de la escritura pública fundacional sin haber instado la
inscripción en el correspondiente Registro de Fundaciones; por el transcurso del período
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

de su mandato si fueron nombrados por un determinado tiempo; por renuncia; por las
causas establecidas válidamente para el cese en los Estatutos.

La administración y disposición del patrimonio corresponderá al Patronato en


la forma establecida en los Estatutos y con sujeción a lo dispuesto en la presente
Ley (art. 19).
La enajenación, onerosa o gratuita, así como el gravamen de los bienes y derechos
que formen parte de la dotación, o estén directamente vinculados al cumplimiento de los
fines fundacionales, requerirán la previa autorización del Protectorado.
Los restantes actos de disposición de aquellos bienes y derechos fundacionales dis-
tintos de los que forman parte de la dotación o estén vinculados directamente al cumpli-
miento de los fines fundacionales, incluida la transacción o compromiso, y de gravamen
de bienes inmuebles, establecimientos mercantiles o industriales, bienes de interés cul-
tural, así como aquellos cuyo importe, con independencia de su objeto, sea superior al
20 % del activo de la fundación que resulte del último balance aprobado, deberán ser
comunicados por el Patronato al Protectorado en el plazo máximo de treinta días hábiles
siguientes a su realización.
Las enajenaciones o gravámenes se harán constar anualmente en el Registro de Fun-
daciones y se inscribirán en el Registro de la Propiedad o en el Registro público que
corresponda por razón del objeto.
La aceptación de herencias por parte de las fundaciones se entenderá hecha siempre
a beneficio de inventario. Los patronos serán responsables frente a la fundación de la
pérdida del beneficio de inventario por los actos a que se refiere el art. 1024 CC.
La aceptación de legados con cargas o donaciones onerosas o remuneratorias y la
repudiación de herencias, donaciones o legados sin cargas será comunicada por el Pa-
tronato al Protectorado en el plazo máximo de los diez días hábiles siguientes, pudiendo
éste ejercer las acciones de responsabilidad que correspondan contra los patronos, si los
actos del Patronato fueran lesivos para la fundación, en los términos previstos en la Ley
(art. 22 LF).
Finalmente, otorgada la escritura fundacional, y en tanto se procede a la inscripción
en el correspondiente Registro de Fundaciones, el Patronato realizará, además de los ac-
tos necesarios para la inscripción, únicamente aquellos otros que resulten indispensables
para la conservación de su patrimonio y los que no admitan demora sin perjuicio para
la fundación (art. 13 LF).

B) El Protectorado
Es el órgano al que le corresponde velar por el correcto ejercicio del derecho
de fundación y por la legalidad de la constitución y funcionamiento de las funda-
ciones.
Será ejercido por la Administración General del Estado respecto de las funda-
ciones de competencia estatal.
Sus funciones son, entre otras, las siguientes: asesorar a las fundaciones que se en-
cuentren en proceso de constitución, en relación con la normativa aplicable a dicho
proceso; asesorar a las fundaciones ya inscritas sobre su régimen jurídico, económico-
Derecho Civil I

financiero y contable; velar por el efectivo cumplimiento de los fines fundacionales, de


acuerdo con la voluntad del fundador, y teniendo en cuenta la consecución del interés
general5; verificar si los recursos económicos de la fundación han sido aplicados a los
fines fundacionales; ejercer provisionalmente las funciones del órgano de gobierno de
la fundación si por cualquier motivo faltasen todas las personas llamadas a integrarlo;
cesar a los patronos si hubiesen transcurrido seis meses desde el otorgamiento de la
escritura pública fundacional sin que los mismos hubiesen instado la inscripción en el
correspondiente Registro de Fundaciones, y proceder a nombrar nuevos patronos, previa
autorización judicial, que asumirán la obligación de inscribir la fundación.

VII. EXTINCIÓN
A tenor del art. 39 CC, “Si por haber expirado el plazo durante el cual fun-
cionaban legalmente, o por haber realizado el fin para el cual se constituyeron,
o por ser ya imposible aplicar a éste la actividad y los medios de que disponían,
dejasen de funcionar las corporaciones, asociaciones y fundaciones, se dará a sus
bienes la aplicación que las leyes, o los estatutos, o las cláusulas fundacionales, les
hubiesen en esta previsión asignado. Si nada se hubiere establecido previamente,
se aplicarán esos bienes a la realización de fines análogos, en interés de la región,
provincia o Municipio que principalmente debieran recoger los beneficios de las
instituciones extinguidas”.

1. Asociaciones
Las asociaciones se disolverán por las causas previstas en los Estatutos y, en su
defecto, por la voluntad de los asociados expresada en Asamblea General convo-
cada al efecto, así como por las previstas en el art. 39 CC y por sentencia judicial
firme (arts. 17 y 18 LODA).
En todos estos casos, deberá darse al patrimonio el destino previsto en los Es-
tatutos. Y es que, la disolución de la asociación abre un periodo de liquidación,
hasta el fin del cual la entidad conservará su personalidad jurídica y se nombrarán
los liquidadores de entre los asociados, salvo que el Juez o la Asamblea dispongan
otra cosa.

2. Fundaciones
La fundación se extinguirá, a tenor del art. 31 LF, por las siguientes causas:

5
V. en este sentido STS 7 marzo 2011 (Tol 2088369).
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

a) cuando expire el plazo por el que fue constituida;


b) cuando se hubiese realizado íntegramente el fin fundacional;
c) cuando sea imposible la realización del fin fundacional, sin perjuicio de lo
dispuesto en los arts. 29 y 30 LF (sobre modificación de los Estatutos y fusión de
la fundación);
A tenor del art. 29.2 LF, “Cuando las circunstancias que presidieron la constitución
de la fundación hayan variado de manera que ésta no pueda actuar satisfactoriamente
con arreglo a sus Estatutos, el Patronato deberá acordar la modificación de los mismos,
salvo que para este supuesto el fundador haya previsto la extinción de la fundación6.
Según el art. 30.4 LF. “Cuando una fundación resulte incapaz de alcanzar sus fines,
el Protectorado podrá requerirla para que se fusione con otra de análogos fines que haya
manifestado ante el Protectorado su voluntad favorable a dicha fusión, siempre que el
fundador no lo hubiera prohibido. Frente a la oposición de aquélla, el Protectorado po-
drá solicitar de la autoridad judicial que ordene la referida fusión”.

d) cuando así resulte de la fusión, en los términos previstos por el art. 30 LF;
“Las fundaciones, siempre que no lo haya prohibido el fundador, podrán fusionarse
previo acuerdo de los respectivos Patronatos, que se comunicará al Protectorado” (art.
30.1 LF). “La fusión requerirá el otorgamiento de escritura pública y la inscripción en el
correspondiente Registro de Fundaciones” (art. 30.2 LF). “Cuando una fundación resulte
incapaz de alcanzar sus fines, el Protectorado podrá requerirla para que se fusione con
otra de análogos fines que haya manifestado ante el Protectorado su voluntad favorable a
dicha fusión, siempre que el fundador no lo hubiera prohibido” (art. 30.3 LF).

e) cuando concurra cualquier otra causa prevista en el acto constitutivo o en


los Estatutos; y
f) cuando concurra cualquier otra causa establecida en las leyes.
El acuerdo de extinción o, en su caso, la resolución judicial, se inscribirán en el
correspondiente Registro de Fundaciones (art. 32.4 LF).
La extinción de la fundación, salvo en el supuesto previsto en el art. 31.d)
LF (esto es, en el caso de fusión), determinará la apertura del procedimiento de
liquidación, que se realizará por el Patronato de la fundación bajo el control del
Protectorado (art. 33.1 LF).
Los bienes y derechos resultantes de la liquidación se destinarán a las funda-
ciones o a las entidades no lucrativas privadas que persigan fines de interés gene-
ral y que tengan afectados sus bienes a la consecución de aquellos, y que hayan

6
La modificación o nueva redacción de los Estatutos acordada por el Patronato se comunicará
al Protectorado, que sólo podrá oponerse por razones de legalidad y mediante acuerdo moti-
vado y habrá de ser formalizada en escritura pública e inscrita en el correspondiente Registro
de Fundaciones (art. 29.4 y 5 LF).
Derecho Civil I

sido designados en el negocio fundacional o en los Estatutos de la fundación ex-


tinguida. En su defecto, este destino podrá ser decidido, a favor de estas mismas
fundaciones y entidades, por el Patronato, cuando tenga reconocida esa facultad
por el fundador. A falta de esa facultad, corresponderá al Protectorado cumplir
ese cometido (art. 33.2 LF).
No obstante, las fundaciones podrán prever en sus Estatutos o cláusulas fun-
dacionales que los bienes y derechos resultantes de la liquidación sean destinados
a entidades públicas, de naturaleza no fundacional, que persigan fines de interés
general (art. 33.3 LF).

IX. DOMICILIO
El domicilio de las personas jurídicas será el del lugar que se haya establecido
en los correspondientes estatutos por sus órganos sociales. No obstante, cuando
“ni la ley que las haya creado o reconocido, ni los estatutos o las reglas de fun-
dación fijen el domicilio de las personas jurídicas, se entenderá que lo tienen en
el lugar en que se halle establecida su representación legal, o donde ejerzan las
principales funciones de su instituto” (art. 41 CC).
Las asociaciones que se constituyan con arreglo a la LODA tendrán su domici-
lio en España, en el lugar que establezcan sus Estatutos, que podrá ser el de la sede
de su órgano de representación, o bien aquél donde desarrolle principalmente sus
actividades.
Deberán tener domicilio en España, las asociaciones que desarrollen activida-
des principalmente dentro de su territorio.
Sin perjuicio de lo que disponga el ordenamiento comunitario, las asociaciones
extranjeras para poder ejercer actividades en España, de forma estable o durade-
ra, deberán establecer una delegación en territorio español (art. 9 LODA).
Las fundaciones que desarrollen principalmente su actividad dentro del terri-
torio nacional deberán estar domiciliadas en España. Su domicilio estatutario será
en el lugar donde se encuentre la sede de su Patronato, o bien en el lugar en que
desarrollen principalmente sus actividades (art. 6 LF).

X. CUESTIONARIO
1º. ¿Qué es una persona jurídica?
2º. Clases de personas jurídicas.
3º. ¿Todas las personas jurídicas tienen ánimo de lucro?
Persona Jurídica. Asociaciones y Fundaciones

4º. ¿Dónde se encuentran reguladas las personas jurídicas?


5º. ¿Todas las personas jurídicas tienen personalidad jurídica?
6º. ¿En qué consiste la doctrina del levantamiento del velo?
7º. ¿Qué es una asociación?
8º. ¿Cuáles son sus elementos?
9º. ¿Qué es una fundación?
10º. ¿Cuáles son sus elementos?

XI. CASO PRÁCTICO

1º. Supuesto de hecho


B. Recreativos Sierra SL vende a Juegos OK SL, ochenta y tres máquinas recreativas del
Tipo B, incluyendo en el contrato una cláusula según la cual “en cuanto forma parte in-
trínseca del objeto del presente contrato el mantenimiento de la explotación, el vendedor
se compromete a no concurrir en el futuro con el comprador en aquellos establecimientos
donde en la actualidad se encuentren instaladas las máquinas recreativas. El incumpli-
miento de esta cláusula dará lugar a indemnizar al comprador en concepto de daños y per-
juicios por un importe de 100.000 Euros por cada máquina recreativa a la que afectare”.
Un año más tarde, por ampliación del local, se instalaron más máquinas, pero pertene-
cientes, esta vez, a la entidad Macao SL.
Conocida esta situación por la entidad firmante del primer contrato, reclaman el im-
porte de las cláusulas de penalización por incumplimiento del contrato; sin embargo, el
dueño de los recreativos se opone alegando que se trata de la misma persona jurídica,
basándose en que los locales donde se realiza la actividad es la misma, y ambas entidades
tienen al mismo administrador.

Cuestiones
1. ¿Cuál es la posición acertada? Justifique la respuesta.
2. ¿Qué argumentos podría invocar el dueño de los recreativos en su favor?
3. ¿En qué consiste la teoría del levantamiento del velo?

XII. BIBLIOGRAFÍA
AA.VV.: Constitución y extinción de fundaciones (directora A. Real Pérez), Valencia, 1999;
AA.VV.: Asociaciones y fundaciones, XI Jornadas de la Asociación de Profesores de Derecho
Civil, Alicante 27 a 29 de mayo de 2004; AA.VV.: Tratado de Fundaciones (directores R. de
Lorenzo, J.L. Piñar y T. Sanjurjo), Cizur Menor, 2010, Boldó Roda, C.: Levantamiento del
Derecho Civil I

velo y persona jurídica en el derecho privado español, Cizur Menor, 1996; Capilla Roncero,
F.: La persona jurídica: funciones y disfunciones, Madrid, 1984; De Castro y Bravo, F.: La
persona jurídica, Madrid, 2ª ed., 1984; De Ángel Yágüez, R.: La doctrina del “levantamiento
del velo” de la persona jurídica en la reciente jurisprudencia, Madrid, 1989; Piñar Mañas, J.
L. y Real Pérez, A.: Derecho de fundaciones y voluntad del fundador: estudio, desde la evo-
lución del derecho español de fundaciones, del régimen jurídico de la voluntad del fundador
en la Constitución de 1978 y en la Ley 30-1994, de 24 de noviembre, Madrid, 2000; Salelles
Climent, J.R. y Verdera Server, R.: El patronato de la fundación, Cizur Menor, 1997; Serra
Rodríguez, A.: Las fundaciones: elementos esenciales y constitución: (estudio conforme a la
Ley 30/1994, de 24 de noviembre, de fundaciones y de incentivos fiscales a la participación pri-
vada en actividades de interés general, Sedaví (Valencia), 1995.

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