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LOS DERECHOS
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universitaria española.
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COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH
Valencia, 2015
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ISBN: 978-84-9086-856-0
MAQUETA: Tink Factoría de Color
Rudolf Smend
La ciencia del Derecho Constitucional, tan ayuna tanto tiempo entre nosotros,
hubo de arrancar desde niveles muy modestos después del desentendimiento e
incluso aversión del régimen de Franco Bahamonde por esta rama de la ciencia
siempre sospechosa de espíritu revolucionario. Durante la larga y áspera dictadu-
ra totalitaria hubimos de surtirnos de más manuales y monografías extranjeras
que españolas. Procurábamos alargar las explicaciones de Derecho Constitucio-
nal Comparado e incluso acudíamos a la argucia de explicar el constitucionalis-
mo soviético, valga el oxímoron, para llegar finales de mayo, convocar exámenes
finales y dar por concluido el curso. Todo menos asumir el riesgo de explicar las
Leyes Fundamentales del franquismo y vernos afectados por sarpullidos de tedio
insufrible o visitados por agentes de la Brigada Político-Social.
Algo de Derecho Constitucional aprendimos durante la transición a la demo-
cracia y principalmente durante el proceso constituyente, sobre los que tantas
mezquindades se escriben ahora. Es un hecho perfectamente comprobable que a
los cinco o seis años de promulgada la Constitución, ya se había publicado sobre
ella más que sobre todas las demás Constituciones históricas españolas juntas.
Fue un jubiloso hervidero, una carrera contra el reloj para ponernos al nivel del
Derecho Constitucional que se hacía y se explicaba en las universidades europeas;
carrera que contó con la inapreciable colaboración de juristas foráneos, sobre
todo italianos, no sólo en el análisis de la organización territorial (cuestión que
siempre les interesó por motivos obvios), sino también en materia de fuentes, de
derechos y de justicia constitucional.
A esta explosión y continua intensificación de estudios jurídicoconstituciona-
les contribuyó impremeditadamente una disposición gubernamental que obligó a
los profesores de Derecho Político a optar entre Derecho Constitucional y Ciencia
Política como dos áreas de conocimiento diferenciadas, haciéndolo la mayoría
por la primera. Fue un desgarro para más de uno y ciertamente para mí, que aún
no me he desprendido, ni quiero hacerlo, de algunas de las peculiaridades de aquel
viejo Derecho Político que me parecen francamente complementarias del Derecho
Constitucional pese a las muchas gracietas que se han escrito sobre él buscando
el fácil aplauso del publico necio, que diría Lope, y ser citados en oposiciones y
tertulias. Si el Derecho Político no rindió mejores frutos no fue por tratarse de
un rótulo anticientífico, sino por impedirlo un régimen político intolerante que
14 Antonio Torres del Moral
los últimos años de aquel régimen. Como decía con hiperbólica y sarcástica ironía
un grafiti de la época, “contra Franco vivíamos mejor”; no era verdad, pero la
pintada quería sugerir que, pese a la represión, cundía un optimismo de final de
época y comienzo de otra que no podía no ser democrática.
En este ambiente, la Universidad era una algarada continua de carteles, reu-
niones y asambleas informativas (!), en las que se hacía un uso de la palabra no
siempre moderado y frecuentemente arriesgado. Siempre me extrañó la prontitud
con que la Policía se presentaba en la Facultad de Derecho nada más iniciarse una
cierta agitación. Parecía una señal de gran eficacia, mal que nos pesara, acaso la
única eficacia de un régimen decrépito que estaba en almoneda, pero que aún da-
ba sacudidas peligrosas, incluso sangrientas. Pronto encontré la respuesta. Quien
tenga curiosidad, siga las siguientes instrucciones:
Busque una guía telefónica de Madrid de los años 1970 a 1975 (permítanme
que mi memoria no sea en esto más precisa; pero es casi igual, porque lo que narro
a continuación perduró varios años). Ábranla por “Universidad Complutense”.
Dentro de ella busquen “Facultad de Ciencias”. Lean ahora los números telefóni-
cos de los diversos órganos y servicios internos: Decanato, Secretaría... ¡Policía!
La Brigada Político-Social, la más peligrosa y especializada en la represión políti-
ca, universitaria, sindical, etc., en la que estaba destinado un protagonista famoso
por su crueldad y por su apodo tomado del lejano Oeste, tenía un cuartelillo en
la propia Facultad de Ciencias. Con el beneplácito, eso sí, del Rector (de nom-
bramiento gubernamental y procurador en Cortes nato) y del Decano. Por eso se
presentaba la Policía tan pronto en la revoltosa Facultad de Derecho: estaba a dos
pasos y dentro de la propia Universidad, con una presencia oprobiosa.
¿Sucede eso en el actual régimen constitucional? Antes al contrario, la Cons-
titución, en su artículo 27.10, consagra la autonomía universitaria, el Tribunal
Constitucional la ha elevado a la categoría de derecho fundamental, la Policía se
encuentra a varios kilómetros y los rectores y decanos son elegidos por la comu-
nidad universitaria respectiva. Ésa es la diferencia, ésa es la diferencia.
Brindo el anterior relato para futuras hagiografías auspiciadas de nuevo por
la Real Academia de la Historia y para que el lector de este libro sonría un poco
cuando oiga lo que suelen decir políticos desmemoriados y advenedizos.
***
El presente libro —ya era hora de que me ocupara de él— contiene la mejor
doctrina académica acerca de los derechos, así como la doctrina jurisprudencial
más relevante. De la mano de una y de otra puede el lector —estudiante o estudio-
so— profundizar en el conocimiento del bien jurídico protegido en cada derecho,
de su titular o titulares, de sus relaciones con otros derechos y bienes constitucio-
nalmente relevantes y, en una palabra, de la ciencia jurídico-constitucional conso-
lidada al respecto. Tiene asegurada, por tanto, una lectura amena, útil y leal con
Prólogo 17
1. INTRODUCCIÓN
Desde el surgimiento del Estado Constitucional a finales del siglo XVIII como
consecuencia del triunfo de las revoluciones liberal-burguesas, los derechos funda-
mentales se configuran como una de sus señas de identidad. El concepto mismo de
Constitución, tal y como se desprende del artículo 16 de la Declaración de Derechos
del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional francesa en agosto
de 1789, incluye como uno de sus dos elementos básicos, junto a la división de pode-
res, la garantía de los derechos: “una sociedad donde la separación de poderes no está
establecida y los derechos no están garantizados no tiene Constitución”. Si no existe
reconocimiento y garantía de los derechos, no cabe hablar de Constitución.
Este concepto material de Constitución permite diferenciar en su seno a la deno-
minada parte orgánica (separación de poderes) de la parte dogmática (garantía de los
derechos). La distinción es útil a efectos didácticos, pero no se puede olvidar que am-
bas dimensiones, la orgánica y la dogmática, son expresión de una misma realidad: la
garantía jurídica de la libertad. La libertad —como advirtiera Heller— sólo puede ser
libertad organizada. La separación de poderes es un medio o instrumento al servicio
de un fin, la libertad, y esta se traduce jurídicamente en los derechos fundamentales.
La historia había confirmado que la concentración de todos los poderes en una sola
persona o institución era incompatible con la libertad. De ahí la exigencia de orga-
nizar el Estado conforme al principio de división de poderes. Principio que no puede
desligarse de la función que cumple al servicio de la libertad y de los derechos.
Ello explica que, históricamente, la aprobación de las declaraciones de de-
rechos precedió —tanto en el contexto revolucionario francés como en el ame-
ricano— a la de las Constituciones mismas. Resulta incuestionable el hecho de
que la primera preocupación de los revolucionarios liberal-burgueses, tanto en
Francia como en América, fue la de proceder al reconocimiento de la existencia
de una esfera de libertad individual absoluta. Esa preocupación se tradujo en el
plano normativo en las Declaraciones de Derechos. Será en un momento posterior
cuando se proceda a aprobar la Constitución y esto último se hará siempre, preci-
samente, para garantizar aquellos derechos mediante la separación de poderes. En
cualquier caso, lo que importa subrayar es que las Declaraciones de Derechos se
configuran como un presupuesto inexcusable para la existencia misma del Estado
Constitucional y que lo distinguen del Estado absoluto. Frente a las concepciones
22 Javier Tajadura Tejada
absolutistas según las cuales los privilegios son concesiones graciosas de los mo-
narcas a las clases sociales más poderosas, se impone la tesis, tributaria de las doc-
trinas iusnaturalistas, de que todo hombre por el hecho de serlo es titular de unos
derechos preexistentes al Estado y que, por tanto, deben ser por él respetados.
Una vez que, mediante la Declaración de Derechos, se ha establecido la esfera
de libertad individual, de lo que se trata es de hacerla efectiva. En ello consiste
el acto constitucional, en aprobar un Texto constitucional que, organizando el
Estado conforme al principio de división de poderes, asegure al ciudadano el
respeto a su ámbito de libertad personal. Evidente resulta que este acto consti-
tucional, concebido como supremo sistema de garantía de la libertad individual
,requiere, por ineludible exigencia del racionalismo jurídico, su plasmación en un
documento escrito, formal y solemne, aprobado por el Pueblo, titular del Poder
Constituyente. Fue así como surgieron las primeras Constituciones en el sentido
contemporáneo del término.
Desde entonces y hasta hoy, los derechos fundamentales se configuran como el
núcleo esencial de todo Estado constitucional. Es cierto que, técnicamente, existen
diferencias en cuanto a la forma en que los distintos ordenamientos constitu-
cionales incorporan los derechos fundamentales. En el Reino Unido, se recogen
como garantías no escritas, de acuerdo con el carácter consuetudinario de su De-
recho; en Francia, por su parte, la recepción se efectúa mediante una remisión a
otros textos normativos (Declaración de 1789 y Preámbulo de la constitución de
1946). En otros muchos ordenamientos, es la propia Constitución la que recoge
una tabla detallada y exhaustiva de derechos. Pero sea cual sea la fórmula para su
recepción en el ordenamiento, como advierte Torres del Moral: “Los derechos y
libertades son la esencia del Estado democrático y éste la garantía de aquellas: no
hay derechos sin Estado democrático de Derecho, ni viceversa”.
Desde esta óptica, los derechos cumplen con las dos funciones propias de todo
Texto Constitucional: por un lado, fundamentar y legitimar el poder del Estado;
y, por otro, limitarlo. Los derechos, como veremos en este capítulo, legitiman el
poder del Estado y al mismo tiempo lo limitan.
En el proceso constituyente, en nuestro país, se discutió también sobre la con-
veniencia de recoger en la Constitución una tabla de derechos, como finalmente
se hizo, siguiendo la estela iniciada por Alemania, y continuada por otros muchos,
el último de los cuales fue el constituyente portugués de 1975-76. Frente a esta
postura, defendida por el PSOE y por AP, la UCD propuso realizar una remisión
a los Tratados Internacionales de Derechos Humanos, especialmente al Convenio
Europeo de Derechos humanos de 1950 (CEDH). Esta fórmula ofrecía la ventaja
de una mayor rapidez en tanto que hubiera evitado las discusiones sobre los te-
mas controvertidos, y por otro lado —se decía— aportaba una mayor seguridad
jurídica en tanto en cuanto existía ya una jurisprudencia abundante que había
Los derechos fundamentales y sus garantías 23
perfilado con bastante nitidez el contenido y alcance de la mayor parte de los de-
rechos. Esa remisión se realizó, como veremos después, pero el constituyente optó
por recoger también, de forma expresa y detallada, una tabla de derechos que
terminó siendo “densa, retórica, reiterativa y a veces minuciosa y reglamentista,
debido a que se fue adoptando una actitud garantista contrapuesta al régimen po-
lítico precedente” (Torres del Moral). El régimen franquista operó, una vez más,
como el contramodelo. Y la Constitución portuguesa —que había sido la última
Constitución democrática aprobada en Europa— se tomó como ejemplo, lo que
explica el muy elevado número de derechos incluidos en el Título Primero.
La Constitución de 1978 es la primera en nuestra historia que recoge la expre-
sión “Derechos Fundamentales”. Con esta fórmula, el Constituyente reconoció la
existencia de unos derechos inherentes a todas las personas, y cuyo fundamento
radica en la dignidad humana. El artículo 10 de la Constitución les atribuye la
condición de “fundamento del orden político y de la paz social”: “La dignidad de
la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la
personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás, son el fundamento
del orden político y de la paz social”.
Ahora bien, pese al lugar central que ocupan en la Constitución, no resulta
fácil determinar del amplio elenco de derechos reconocidos en el Texto Constitu-
cional, principalmente en el Título I, pero no sólo en él, cuáles revisten el carácter
de fundamentales. Y tampoco, cuáles son las consecuencias que se derivan de esa
“fundamentalidad”.
La doctrina ha criticado por ello la redacción del Título I, por su falta de sis-
temática, por la utilización de términos heterogéneos, por la clasificación de los
mismos, y por el carácter aparentemente cerrado de la tabla de derechos. En las
páginas que siguen examinaremos los problemas planteados, aunque cabe ya an-
ticipar que la recepción del Derecho Internacional prevista en el artículo 96 (“Los
tratados internacionales válidamente celebrados, una vez publicados oficialmente
en España, formarán parte del ordenamiento interno. Sus disposiciones sólo po-
drán ser derogadas, modificadas o suspendidas en la forma prevista en los propios
tratados o de acuerdo con las normas generales del Derecho internacional”) y la
remisión interpretativa que el artículo 10.2 hace a los Tratados sobre Derechos
Humanos, corrigen cualquier posible efecto contraproducente que pudiera deri-
varse del establecimiento de una tabla cerrada de derechos.
sona tiene como tal persona y derivados de su dignidad. Estos derechos se conci-
ben como inherentes a la persona, anteriores al Estado, inalienables e inviolables,
imprescriptibles, irrenunciables e intransmisibles. En este sentido, las doctrinas
iusnaturalistas están en la base del surgimiento de las revoluciones liberales de
fines del XVIII, y al rechazar la identificación entre ley y Derecho, permiten apelar
a los derechos como unas normas suprapositivas, que se imponen al legislador.
Ahora bien, la fundamentación iusnaturalista de los derechos es insuficiente
puesto que no nos permite distinguir un derecho humano de un derecho funda-
mental. El fundamento exclusivamente iusnaturalista al prescindir de la positiva-
ción de los derechos, esto es, de su inserción en un sistema jurídico dado, resulta
insuficiente para garantizar su eficaz protección. Únicamente puede servir para
denunciar situaciones de injusticia y para reclamar la vigencia de los derechos allí
donde no rigen.
Por otro lado, una fundamentación exclusivamente iusnaturalista de los de-
rechos puede comprometer el principio democrático, al pretender imponer al le-
gislador una determinada concepción del hombre y de la sociedad, con indepen-
dencia de las decisiones constitucionales básicas adoptadas por el constituyente.
De otro lado y como con meridiana claridad ha subrayado Bobbio, el iusnatu-
ralismo desconoce la historicidad de los derechos. Está históricamente comproba-
do que el número y el contenido de los derechos fundamentales ha evolucionado y
se ha modificado con el paso del tiempo. “El hombre —escribe Torres del Moral—
se hace en la Historia; es naturaleza y circunstancia; y la circunstancia es históri-
ca; el mismo concepto de Humanidad está preñado de sentido histórico. No es de
extrañar que ese hombre concreto (…) reivindique más derechos y diferentes de
los de otras épocas y culturas: a poco sensibles que seamos ante la evolución de
los derechos, habremos de aceptar su historicidad”.
Pero, con todo, la mayor debilidad del iusnaturalismo es la inexistencia de una
instancia a la que podamos apelar para decidir y definir cuáles son los derechos
humanos.
Frente a la fundamentación iusnaturalista de los derechos, el positivismo en-
tiende que son derechos fundamentales aquellos que el poder determina como
tales. Sólo cabe hablar de derechos humanos o fundamentales en la medida en
que exista un ordenamiento jurídico que los reconozca. El derecho no deriva ya
de la persona humana, sino de la voluntad del Estado. La gran ventaja del positi-
vismo, en cuanto establece un criterio claro y preciso de determinación de cuales
sean los derechos fundamentales, no puede hacernos olvidar el riesgo que implica
una fundamentación exclusivamente positivista de los derechos: el poder podría
destruirlos. La absoluta identificación entre ley y Derecho que llevó a Kelsen a
rechazar la distinción entre legalidad y legitimidad, supone admitir que el poder
Los derechos fundamentales y sus garantías 25
Sólo por ley, que en todo caso habrá de respetar su contenido esencial, podrá re-
gularse el ejercicio de tales derechos y libertades, que se tutelarán de acuerdo con
lo previsto en el artículo 161. 1. a”. Mientras que el apartado tercero establece lo
siguiente: “El reconocimiento, el respeto y la protección de los principios recono-
cidos en el Capítulo tercero, informarán la legislación positiva, la práctica judicial
y la actuación de los poderes públicos. Sólo podrán ser alegados ante la jurisdic-
ción ordinaria de acuerdo con lo que dispongan las leyes que los desarrollen”.
Por otro lado, el apartado segundo de este artículo 53 excluye de la protección
extraordinaria que supone el recurso de amparo la práctica totalidad de los dere-
chos enumerados en la Sección segunda: “Cualquier ciudadano podrá recabar la
tutela de las libertades y derechos reconocidos en el artículo 14 y en la sección 1ª
del Capítulo segundo ante los tribunales ordinarios por un procedimiento basado
en los principios de preferencia y sumariedad, y en su caso, a través del recurso
de amparo ante el Tribunal Constitucional. Este último recurso será aplicable a la
objeción de conciencia, reconocida en el artículo 30”.
Por otro lado, es preciso recordar que el constituyente incluyó otros derechos
fuera del Título I, dentro de los títulos dedicados a los distintos poderes del Es-
tado:
a) El derecho a ser oídos —directamente o a través de las organizaciones y
asociaciones reconocidas por la ley— en el procedimiento de elaboración de las
disposiciones administrativas que les afecten (art. 105. a).
b) El derecho de acceso a los archivos y registros administrativos, salvo en lo
que afecte a la seguridad y defensa del Estado, la averiguación de los delitos y la
intimidad de las personas (art. 105. b).
c) El derecho a indemnización por lesiones sufridas como consecuencia del
funcionamiento de los servicios públicos (art. 106. 2).
d) El derecho a la gratuidad de la justicia (art. 119).
e) El derecho a una indemnización por daños causados por errores judiciales o
como consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de Justicia
(art. 121).
f) El derecho a ejercer la acción popular y participar en la Administración de
Justicia mediante la institución del Jurado, en la forma y con respecto a aquellos
procesos penales que la ley determine, así como en los tribunales consuetudina-
rios y tradicionales (art. 125).
g) El derecho de participar —según la forma legalmente establecida— en la
Seguridad Social y en la actividad de los organismos públicos cuya función afecte
directamente a la calidad de la vida o al bienestar general (art. 129).
h) El derecho a ejercer la iniciativa legislativa —en la forma y con los requisi-
tos previstos en una Ley Orgánica— mediante la presentación de proposiciones
36 Javier Tajadura Tejada
Se trata de casos en los que la propia naturaleza del derecho exige una actuación
de los poderes públicos tendente a crear las condiciones y remover los obstáculos
para lograr su efectividad (art. 9. 2 CE).
Pero no sólo los derechos de prestación presentan esta faceta. También los
derechos clásicos de libertad obligan al poder a adoptar un determinado compor-
tamiento, aunque en este caso sea negativo y consista en una abstención. Y desde
esta óptica, también son mandatos a los poderes públicos.
Esta tercera dimensión de los derechos es la que permite a la doctrina alemana
reivindicar “una política de derechos fundamentales como tarea del Estado” (P.
Haberle). Una política activa de prestación y de promoción dirigida a lograr la
máxima efectividad y la optimización de los derechos. Una tarea que, como ha
advertido Torres del Moral, busca crear la realidad y no meramente respetarla:
“Este rasgo es un elemento más del sistema constitucional de derechos, sin el
cual no sería diferenciable el constitucionalismo social del liberal. Esta política de
derechos concierne a todos los poderes públicos, pero ante todo y sobre todo, al
legislativo porque es por ley como se los ha de regular”.
De cada uno de estos status surgen derechos públicos subjetivos. Del status
libertatis, los derechos civiles, del status civitatis, los derechos sociales y cultu-
rales; del status de ciudadanía activa, los derechos políticos.
En parecidos términos, Schmit reagrupó los derechos en los siguientes blo-
ques. Por un lado, los derechos de libertad del individuo aisladamente consi-
derado (libertad personal, libertad de conciencia, etc.). Por otro, los derechos
de libertad del individuo en su relación con los demás (derechos de asociación,
de reunión, etc.). En tercer lugar, los derechos del individuo en el Estado como
ciudadano (derecho a participar en los asuntos públicos, derecho de acceso a
cargos públicos, etc.). Finalmente, los derechos del individuo a recibir presta-
ciones positivas del Estado (derecho a la educación, a la seguridad social, etc.).
Por otro lado a Schmitt se debe también la creación del concepto de “garan-
tía institucional” referida al ámbito público (autonomía municipal) o privado
(matrimonio). Se trata de un concepto diferente del de derechos fundamenta-
les pero que influirá en la dogmática de éstos a través de la noción del “con-
tenido esencial”. La garantía institucional se refiere a aquellas disposiciones
constitucionales que reconocen y garantizan la existencia de una determinada
institución, no estableciendo medidas protectoras a favor de individuos con-
cretos sino en pro de la existencia y de la conservación de la institución misma,
tal y como esta es socialmente concebida.
Con base en estas clasificaciones clásicas, la más frecuentemente utilizada
por su capacidad sistematizadora es la que clasifica los derechos en función de
su contenido u objeto en cuatro bloques.
a) Derechos y libertades de la persona física que, con un contenido muy
amplio, excluyen, en principio, cualquier intromisión o injerencia de un terce-
ro: derecho a la vida, a la integridad, a la libertad personal, a la intimidad, a
la inviolabilidad del domicilio, etc.
b) Derechos de la persona de contenido intelectual o moral, o libertades de
pensamiento en sentido amplio: libertad ideológica, libertad religiosa, libertad
de expresión y de comunicación, libertad de cátedra, libertad de enseñanza,
libertad de creación literaria, científica y artística, etc.
c) Derechos y libertades de contenido cívico-político: derecho de asocia-
ción, de reunión, de manifestación, de sufragio activo y pasivo, de iniciativa
legislativa popular, etc.
d) Derechos y libertades de contenido económico y social: derechos de pro-
piedad, de fundación, de libertad de empresa, al trabajo, de huelga, de libertad
sindical, a la educación, a la salud, a la seguridad social, etc.
50 Javier Tajadura Tejada
la tutela judicial que, para ser efectivo, exige que el poder público establezca y or-
ganice una Administración de Justicia dotada de los medios materiales, humanos,
procedimentales e institucionales necesarios para prestar dicha tutela.
En todo caso, y aunque desde un punto de vista conceptual, esta distinción
entre derechos de prestación y libertades públicas pueda parecer clara, en la prác-
tica dista mucho de serlo. Y ello porque, al margen de unos pocos derechos cuya
naturaleza permite encuadrarlos sin ningún género de dudas en uno u otro blo-
que, la gran mayoría de derechos presentan rasgos de uno y otro y únicamente
puede decirse que son predominantemente derechos fundamentales o preponde-
rantemente libertades públicas, pues, en muchos casos, estas también contienen
elementos prestacionales. Como ha escrito Balaguer: “Dada la complejidad de
las sociedades actuales y la estrecha relación que existe entre todos los derechos,
difícilmente puede pensarse en ámbitos de la actividad humana que no requieran,
además del respeto del Estado a determinadas posiciones y situaciones, una cierta
actividad positiva para que los derechos y libertades sean una realidad y no una
declaración”.
El mismo Estado cuyo poder resulta limitado por los derechos se configura
como garante de los mismos. El Estado puede ser una amenaza para la libertad
pero su existencia e intervención son imprescindibles para la garantía de los de-
rechos. Sólo el Estado puede garantizar la libertad y donde no hay Estado no hay
derechos.
públicas que garantiza el presente Título en los términos que establezcan los Tra-
tados y la Ley”.
El segundo apartado es muy relevante porque al excluir a los extranjeros de la
titularidad de los derechos políticos reconocidos en la Constitución (con la única
salvedad de la participación en las elecciones municipales) se confirma que no po-
demos interpretar de forma literal los términos que la Constitución emplea para
designar a los titulares de los diferentes derechos: “Solamente los españoles serán
titulares de los derechos reconocidos en el artículo 23, salvo lo que, atendiendo a
criterios de reciprocidad, pueda establecerse por tratado o ley para el derecho de
sufragio activo y pasivo (el inciso ‘y pasivo’ fue añadido mediante reforma cons-
titucional efectuada en agosto de 1992) en las elecciones municipales”. La razón
es fácilmente comprensible. Si la intención del constituyente hubiera sido atribuir
un significado preciso a esas designaciones, el artículo 13. 2 resultaría redundante
puesto que el precepto al que se remite (el art. 23) ya dispone expresamente que
los derechos de participación política son derechos “de los ciudadanos”.
A continuación expondremos brevemente la doctrina del Tribunal Constitu-
cional al respecto. De lo que se trata es de dar respuesta a estos dos interrogantes:
¿cuál es el exacto elenco de derechos que nuestra Constitución reconoce por igual
a españoles y extranjeros? Y, sensu contrario, ¿con respecto a qué derechos el
legislador es libre de establecer diferencias —en cuanto a su titularidad y ejerci-
cio— entre españoles y extranjeros, o entre distintos tipos de extranjeros? Como
ha advertido Vidal Pueyo, sobre estas cuestiones a fecha de hoy “no existe una
interpretación cerrada del Tribunal Constitucional, ni un acuerdo generalizado de
la doctrina”.
La doctrina del Tribunal está basada en estas tres afirmaciones:
a) Los derechos fundamentales de los que gozan los extranjeros (esto es, aque-
llos cuya titularidad no les está excluida expresamente por la Constitución) tienen
el contenido que les atribuyen los Tratados y las leyes, y son por ellos derechos de
configuración legal.
b) La libertad del legislador para configurarlos no es absoluta puesto que aque-
llos derechos que son imprescindibles para preservar la dignidad humana, esto
es, aquellos cuya conexión con la dignidad de la persona es directa e inmediata,
corresponden a los extranjeros, por imperativo constitucional, en los mismos tér-
minos que a los españoles.
c) A la hora de configurar el resto de los derechos el legislador es libre para
considerar o no relevante el criterio de la nacionalidad, y, en consecuencia, esta-
blecer diferencias entre españoles y extranjeros.
Estas premisas llevaron al Tribunal Constitucional —en la primera ocasión en
que se enfrentó a esta cuestión (STC 107/84)— a establecer una doctrina según la
Los derechos fundamentales y sus garantías 59
cual cabe hacer una clasificación tripartita de los derechos según la participación
que en los mismos tengan los extranjeros: “Existen derechos que corresponden
por igual a españoles y extranjeros y cuya regulación ha de ser igual para ambos;
existen derechos que no pertenecen en modo alguno a los extranjeros (los recono-
cidos en el artículo 23 de la CE, según dispone el artículo 13. 2 y con la salvedad
que contiene); existen otros que pertenecerán o no a los extranjeros según lo dis-
pongan los tratados y las leyes, siendo entonces admisible la diferencia de trato
con los españoles en cuanto a su ejercicio”.
Según la mencionada clasificación tripartita, podemos distinguir los siguientes
tres bloques de derechos, a los que cabría añadir un cuarto integrado por dere-
chos privativos de los extranjeros:
a) El primer grupo de derechos es aquél en el que los españoles y extranjeros
están absolutamente equiparados. Se trata de un grupo que no está expresamente
recogido como tal en el Texto Constitucional, sino que resulta de una interpreta-
ción sistemática del mismo. “Una completa igualdad entre españoles y extranjeros
como la que efectivamente se da respecto de aquellos derechos que pertenecen a
la persona en cuanto a tal y no como ciudadano (…) o, de aquellos que son im-
prescindibles para la garantía de la dignidad de la persona humana (…) Derechos
tales como el derecho a la vida, a la integridad física y moral, a la intimidad, a
la libertad ideológica, etc., corresponden a los extranjeros por propio mandato
constitucional, y no resulta posible un tratamiento desigual respecto a ellos en
relación a los españoles” (STC 107/84).
Estos derechos —imprescindibles para preservar la dignidad humana— son
por tanto, también en relación a los extranjeros, indisponibles para el legislador, y
su regulación o configuración legal queda fuera del alcance de la Ley de Derechos
y Libertades de los Extranjeros en España. Al no poderse establecer diferencias de
trato y regulación entre españoles y extranjeros, el desarrollo de estos derechos
se lleva a cabo en los mismos términos para todos en las correspondientes Leyes
Orgánicas reguladoras del ejercicio de los diferentes derechos fundamentales y en
las demás leyes de desarrollo de aquellos.
La introducción del criterio material de la mayor o menor vinculación de los
derechos fundamentales con la dignidad de la persona, como base para llevar a
cabo una clasificación de los derechos fundamentales de los extranjeros ha sido
objeto de críticas fundadas por parte de la doctrina. Desde luego, no se puede
poner en duda el indiscutible fundamento axiológico de los derechos fundamen-
tales pero “elaborar una clasificación de estos derechos según su mayor o menor
vinculación con dicha dignidad resulta extremadamente complicado y, de hecho,
el TC no ha cerrado el elenco de derechos que de acuerdo con dicha dignidad re-
conoce a todas las personas y respecto de los que el legislador no puede establecer
diferencias de trato” (Vidal Pueyo).
60 Javier Tajadura Tejada
de las relaciones privadas al margen y sin ayuda del concepto de derechos funda-
mentales” (Cruz Villalón). Esto quiere decir que había “dritwirkung”, y que no
se consideraba necesario acudir a la categoría de derechos fundamentales y a su
supuesta eficacia horizontal, para garantizar su protección.
Sin embargo, a partir de un determinado momento histórico, se buscó la pro-
tección horizontal de esos derechos apelando a la eficacia horizontal de los dere-
chos fundamentales. El cambio se produjo como consecuencia de tres factores, a
los que podemos considerar “los presupuestos de la dritwirkung” (Cruz Villalón).
2 CE, decidió limitar el amparo frente a los actos del Poder Judicial a aquellas
violaciones que tuvieran un origen directo e inmediato en ellas. En consecuencia,
parece obvio que la garantía de la eficacia horizontal de los derechos queda en-
comendada de forma exclusiva al Poder Judicial, por lo que la asunción de la vía
alemana, esto es, de la teoría de la eficacia mediata, supone, en última instancia,
una ilegítima atribución de competencias por parte del máximo custodio de la
Constitución.
Según esos autores, la idea de imputar la vulneración del derecho al Poder Ju-
dicial, a pesar de que, materialmente, la lesión del derecho que da lugar al recurso
sea imputable a un particular, es ingeniosa, pero no se puede negar que se enmarca
dentro de una tendencia expansionista de la jurisdicción constitucional.
Por otro lado, —y desde posiciones doctrinales opuestas— quienes entienden
que la “drittwirkung” o es inmediata o no sirve para nada, consideran que la exi-
gencia de interposición de una actuación del poder público para poder enjuiciar
la vulneración de un derecho fundamental por un particular, impide hablar real-
mente de eficacia horizontal.
En todo caso, y a pesar de las críticas mencionadas, se puede afirmar que la
concepción de la eficacia horizontal mediata o indirecta de los derechos funda-
mentales está plenamente consolidada en nuestra doctrina y jurisprudencia cons-
titucionales.
Nuestro Tribunal Constitucional afirma sin ambages que: “En un Estado So-
cial de Derecho no puede sostenerse con carácter general que el titular de tales
derechos no lo sea también en la vida social” (STC 18/1984).
“Los derechos constitucionales —escribe Torres del Moral— no pueden ser in-
vocados para eludir las obligaciones nacidas de relaciones jurídico-privadas. Pero
tampoco pueden esgrimirse los principios que rigen dichas relaciones para impe-
dir, más allá, de los imperativos propios impuestos por el contrato, el ejercicio de
un derecho o libertad constitucional. Menos aun pueden validarse las estipula-
ciones contractuales incompatibles con el respeto a los derechos constitucionales,
sino que deben tenerse por nulas”.
Esta concepción dista mucho de ser una doctrina inútil, o que, como sostienen
algunos, nos sitúe de nuevo en el punto de partida. Como ha destacado Cruz Vi-
llalón “la facultad que con base en la teoría de la eficacia mediata, se reconoce a
los órganos judiciales de hacer pasar por el tamiz de los derechos fundamentales
al Derecho privado en su doble vertiente de derecho imperativo y derecho dispo-
sitivo, supone, por la inherente generalidad de los preceptos constitucionales rela-
tivos a los derechos fundamentales, un instrumento de enorme trascendencia, en
la tarea de concreción de los derechos fundamentales, puesto en manos de dichos
órganos judiciales”. Ahora bien, el inconveniente de esta opción es la inseguridad
jurídica que provoca.
Los derechos fundamentales y sus garantías 75
conforman los demás derechos y los derechos de los demás, así como el interés ge-
neral y las normas penales. Pero no pueden ser subordinados, sin más, a cualquier
fin social: “ha de tratarse de fines sociales que constituyan en sí mismos valores
constitucionalmente reconocidos y la prioridad ha de resultar de la propia Cons-
titución”. (STC 22/84). El propio artículo 10. 1 establece, en este sentido, que el
respeto a la ley y a los derechos de los demás son también, junto a la dignidad de
la persona, los derechos inviolables que le son inherentes y el libre desarrollo de la
personalidad, “fundamento del orden político y de la paz social”.
Como hemos visto, la única fuente válida para la creación de un derecho fun-
damental es la propia Constitución. Sin embargo, en su configuración colaboran
otras fuentes, singularmente, las leyes y los tratados internacionales, y la juris-
dicción —tanto ordinaria como constitucional— que es quien define, en última
instancia, el significado, contenido y alcance de cada uno de los derechos. Los
poderes legislativo y judicial llevan a cabo esa tarea de configuración dentro del
marco que la propia Constitución establece para la delimitación de los derechos.
Aunque sólo en algunos casos la Constitución se refiere de forma expresa a
los límites de los derechos, todos ellos plantean la necesidad de precisar su ám-
bito de protección y de determinar las condiciones de su ejercicio. En definitiva,
de delimitarlos. Delimitar significa determinar o fijar con precisión los límites de
una cosa. En ese sentido delimitación y limitación son términos equivalentes. Los
límites de los derechos pueden ser de dos tipos: explícitos o implícitos.
Los límites explícitos son aquellos que, o bien aparecen incorporados a la de-
finición misma del derecho, o bien se añaden a aquella como tales límites. Así por
ejemplo:
a) El artículo 20.4 establece el respeto al honor, a la intimidad personal y fami-
liar, a la propia imagen y la protección de la juventud y de la infancia como límites
frente a las libertades de expresión y de comunicación.
b) El artículo 16. 1 dispone como límite de la libertad ideológica y de culto el
mantenimiento del orden público protegido por la ley.
c) En el mismo orden de consideraciones, la mendacidad es un límite al dere-
cho a comunicar información (art. 20. 1 d).
d) El porte de armas o la conducta no pacífica es un límite del derecho de reu-
nión (art. 21. 1);.
e) El interés particular es un límite para el derecho de fundación (art. 34. 1).
f) El delito flagrante es un límite a la inviolabilidad del domicilio (art. 18.2).
g) La persecución de fines o utilización de medios delictivos, o el carácter secre-
to o paramilitar son límites del derecho de asociación (art. 22. 2 y 5).
Los derechos fundamentales y sus garantías 89
Los límites implícitos de los derechos son todos aquellos derivados de la nece-
sidad de asegurar el respeto a los derechos de los demás así como los que tienen
por objeto preservar otros bienes constitucionalmente protegidos. En la mayor
parte de los casos en que se emplea esta noción, se hace para destacar esa ne-
cesidad de hacer compatible entre sí el goce de distintos derechos por parte de
diferentes sujetos y, de forma muy especial, para aludir a los límites que impone a
la libertad de expresión la preservación de los derechos a la intimidad y al honor
(SSTC 2/82 y 77/85).
Como consecuencia de todo lo anterior es un lugar común en la doctrina y
en la jurisprudencia de casi todas las cortes constitucionales afirmar que ningún
derecho fundamental puede tenerse por ilimitado o absoluto. Todos los derechos
estarían sujetos a limitaciones.
Ahora bien, frente a esta común afirmación, Torres del Moral sostiene, con
apoyo en la redacción literal de algunos preceptos constitucionales, por un lado,
y en las consecuencias últimas de la proclamación de la libertad como valor su-
perior del ordenamiento, por otro, que sí cabe hablar de la existencia de derechos
absolutos. Se refiere, concretamente, al menos a tres derechos. Reproducimos aquí
su razonamiento que compartimos plenamente: “La Constitución española afir-
ma algunas garantías con tal rotundidad y tal ausencia de distinciones que se
impone su concepción como absolutas. Así ocurre con el derecho a la integridad
física y psíquica, sin que en ningún caso pueda nadie ser sometido a tortura ni a
penas o tratos inhumanos o degradantes (art. 15), así como la no obligación de
declarar sobre la propia ideología, religión, o creencias (art. 16. 2). De otro lado,
aunque la Constitución ni siquiera repara en ello, o precisamente, por eso mismo,
la condición de hombre libre de todo ser humano que pise suelo español es tam-
bién un derecho absoluto; las medidas y penas de privación de libertad no reducen
a la esclavitud a quien las padece y no impiden totalmente el disfrute y ejercicio
de los derechos”.
Por otro lado, la prohibición de cualquier tipo de censura previa parece estar
formulada también en términos absolutos. El artículo 20. 1 CE reconoce y prote-
ge los derechos a la libertad de expresión, de creación científica, artística, técnica y
literaria, a la libertad de cátedra, y a comunicar y recibir libremente información.
Y en su apartado segundo dispone que “el ejercicio de estos derechos no puede
restringirse mediante ningún tipo de censura previa”. El Tribunal Constitucional
ha entendido que esto supone el rechazo sin excepción de “la intervención pre-
ventiva de los poderes públicos para prohibir o modular la publicación o emisión
de mensajes escritos o audiovisuales” (STC 176/1995), es decir, la prohibición de
“cualesquiera medidas limitativas de la elaboración o difusión de una obra del
espíritu, especialmente al hacerlas depender del examen oficial de su contenido,
y siendo ello así parece prudente estimar que la Constitución, precisamente por
lo terminante de su expresión, dispone eliminar todos los tipos imaginables de
90 Javier Tajadura Tejada
censura previa, aun los más débiles y sutiles” (STC 52/1983). Sin embargo, y a
diferencia de lo que ocurre con los derechos anteriormente mencionados, el art.
20 es susceptible de ser suspendido —como veremos— durante los estados de
excepción y sitio.
Finalmente, y aunque ya nos hemos referido a ello, es importante subrayar
que existen también límites claros para la propia limitación de los derechos fun-
damentales: “Es cierto que los derechos fundamentales no son absolutos, —ad-
vierte el Tribunal en una doctrina muy consolidada— pero no lo es menos que
tampoco puede atribuirse dicho carácter a los limites a que ha de someterse el
ejercicio de los mismos. Todas las normas relativas a tales derechos se integran en
un único ordenamiento inspirado por los mismos principios; y tanto los derechos
individuales como sus limitaciones, en cuanto éstas derivan del respeto a la Ley
y a los derechos de los demás, son igualmente considerados por el art. 10.1 de
la Constitución como ‘fundamento del orden político y de la paz social’. Se pro-
duce así, en definitiva, un régimen de concurrencia normativa, no de exclusión,
de tal modo que tanto las normas que regulan el derecho fundamental como las
que establecen límites a su ejercicio vienen a ser igualmente vinculantes y actúan
recíprocamente. Como resultado de esta interacción, la fuerza expansiva de todo
derecho fundamental restringe, por su parte, el alcance de las normas limitadoras
que actúan sobre el mismo; de ahí la exigencia de que los limites de los derechos
fundamentales hayan de ser interpretados con criterios restrictivos y en el sentido
más favorable a la eficacia y a la esencia de tales derechos” (STC 254/1988).
El principio de proporcionalidad cumple una función importante a la hora de
enjuiciar la legitimidad constitucional de las limitaciones de derechos y opera, en
este ámbito, en una triple dirección:
a) Las limitaciones que se establezcan en relación con cualquier derecho no
pueden obstruirlo más allá de lo razonable (SSTC 53/86 y 120/90).
b) Las medidas limitadoras han de ser adecuadas y razonables en orden a la
consecución del fin que se pretende, que ha de ser un fin constitucionalmente am-
parado (STC 62/82).
c) La restricción resultante del derecho ha de ser proporcional a la situación en
que se halle aquel a quien se impone, incluso en aquellos casos en los que los ti-
tulares de los derechos en cuestión se encuentren en una situación de las llamadas
de sujeción especial (SSTC 37/1989 y 120/1990).
El CEDH también prevé expresamente que la posibilidad de que el legislador
establezca determinadas limitaciones para derechos concretos en el ejercicio de su
libertad de configuración siempre que el fin perseguido esté constitucionalmente
justificado. Así, respecto a las libertades de expresión, el apartado 2 del artículo
10 señala: “El ejercicio de estas libertades, que entrañan deberes y responsabilida-
des, podrá ser sometido a ciertas formalidades, condiciones, restricciones o san-
Los derechos fundamentales y sus garantías 91
ciones previstas por la ley, que constituyan medidas necesarias, en una sociedad
democrática, para la seguridad nacional, la integridad territorial o la seguridad
pública, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud
o de la moral, la protección de la reputación o de los derechos ajenos, para impe-
dir la divulgación de informaciones confidenciales o para garantizar la autoridad
y la imparcialidad del poder judicial”. En parecidos términos, el apartado 2 del
artículo 11 relativo a las libertades de reunión y asociación, prevé la posibilidad
de adoptar restricciones por medio de la ley que, “constituyan medidas necesarias
en una sociedad democrática, para la seguridad nacional, la seguridad pública,
la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la
moral, o la protección de los derechos y libertades ajenos”.
La motivación de la medida limitativa debe ser expresa puesto que sólo así
puede el Tribunal Constitucional controlar la correcta aplicación del principio de
proporcionalidad (STC 200/1997).
En definitiva, el principio de proporcionalidad opera como un importantísimo
canon de constitucionalidad de los actos de aplicación de la ley, concretamente de
todos aquellos que impliquen una limitación de un derecho fundamental. Ahora
bien, ¿puede utilizarse también como parámetro para enjuiciar la constituciona-
lidad de la ley?
El Tribunal Constitucional considera que “el principio de proporcionalidad
no constituye en nuestro ordenamiento constitucional un canon de constitucio-
nalidad autónomo cuya alegación pueda producirse de forma aislada respecto de
otros preceptos constitucionales”. Sin embargo —en el ámbito de los derechos
fundamentales— el Tribunal reconoce que “la desproporción entre el fin persegui-
do y los medios empleados para conseguirlo puede dar lugar a un enjuiciamiento
desde la perspectiva constitucional cuando esa falta de proporción implica un
sacrificio excesivo e innecesario de los derechos que la Constitución garantiza”
(STC 136/1999).
Con estas premisas el Tribunal ha aplicado a las leyes limitativas de derechos,
singularmente las leyes penales, el canon del principio de proporcionalidad. Por
su relevancia, reproducimos aquí el FJ 23 de la citada sentencia: “El juicio de pro-
porcionalidad respecto al tratamiento legislativo de los derechos fundamentales
y, en concreto, en materia penal, respecto a la cantidad y calidad de la pena en
relación con el tipo de comportamiento incriminado, debe partir en esta sede de
la potestad exclusiva del legislador para configurar los bienes penalmente prote-
gidos, los comportamientos penalmente reprensibles, el tipo y la cuantía de las
sanciones penales, y la proporción entre las conductas que pretende evitar y las
penas con las que intenta conseguirlo. En el ejercicio de dicha potestad el legis-
lador goza, dentro de los límites establecidos en la Constitución, de un amplio
margen de libertad que deriva de su posición constitucional y, en última instancia,
de su específica legitimidad democrática (…). De ahí que, en concreto, la relación
de proporción que deba guardar un comportamiento penalmente típico con la
sanción que se le asigna será el fruto de un complejo juicio de oportunidad que no
supone una mera ejecución o aplicación de la Constitución, y para el que ha de
atender no sólo al fin esencial y directo de protección al que responde la norma,
sino también a otros fines legítimos que pueda perseguir con la pena y a las diver-
sas formas en que la misma opera y que podrían catalogarse como sus funciones o
fines inmediatos a las diversas formas en que la conminación abstracta de la pena
y su aplicación influyen en el comportamiento de los destinatarios de la norma
—intimidación, eliminación de la venganza privada, consolidación de las con-
vicciones éticas generales, refuerzo del sentimiento de fidelidad al ordenamiento,
resocialización, etc.— y que se clasifican doctrinalmente bajo las denominaciones
94 Javier Tajadura Tejada
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Capítulo II
Las garantías de los derechos
1. INTRODUCCIÓN
Un derecho vale jurídicamente lo que valen sus garantías. Desde los inicios del
régimen constitucional se tuvo conciencia de que no bastaba con proclamar las
libertades sino que era preciso también asegurarlas. Desde esta óptica, García-He-
rrera ha advertido que las garantías “nos muestran la sinceridad del ordenamien-
to”. Por ello, todos los Textos Constitucionales incluyen, junto a las declaraciones
de derechos, las garantías tendentes a dotarlos de efectividad.
Por lo que se refiere a la Constitución española de 1978, podemos afirmar que
su actitud garantista de los derechos y libertades es uno de sus rasgos más destaca-
dos. “Esto no significa —explica Torres del Moral— que haya en la Constitución
un sistema perfilado de garantías; lo que hay en ella es más bien una acumulación
de garantías”.
El derecho comparado nos muestra que las garantías establecidas por los Esta-
dos constitucionales son muy variadas. Desde el punto de vista de su naturaleza
jurídica pueden clasificarse en garantías normativas, jurisdiccionales e institucio-
nales.
a) Garantías normativas: Por regla general, todos los Estados democráticos
exigen que sea la ley la que regule el ejercicio de los derechos y fije sus límites. En
España, como ya sabemos, la ley debe respetar el contenido esencial del derecho
y, además, habrá de revestir el carácter de orgánica —cuya aprobación, y modifi-
cación exige mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados— si regula alguno
de los derechos fundamentales recogidos en la sección primera del capítulo II del
Título I. En este capítulo nos ocuparemos tanto de la reserva de ley como del
respeto al contenido esencial como garantías normativas de los derechos funda-
mentales.
b) Garantías jurisdiccionales: El derecho a la tutela judicial efectiva es la garan-
tía jurisdiccional genérica y se configura como un derecho que se establece como
garantía de todos los demás. Así, el artículo 24 de nuestra Constitución reconoce
el derecho de acceso a la jurisdicción en defensa de derechos propios e incluye
también varias garantías que presiden el desarrollo del proceso, tales como la
presunción de inocencia, la asistencia letrada, la prohibición de dilaciones indebi-
das, la necesaria fundamentación en derecho de la sentencia que ponga término al
98 Javier Tajadura Tejada
proceso, etc. Las garantías jurisdiccionales de los derechos serán por ello también
examinadas en este capítulo.
A la garantía ofrecida por el Poder Judicial, se añade la proporcionada por el
Tribunal Constitucional a través del recurso de amparo —que será abordada en
el capítulo tercero de esta obra—; y también, la que ofrece el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos en el orden internacional.
c) Garantías institucionales. Suele ser común también en los Estados Constitu-
cionales, el establecimiento de instituciones cuyo cometido exclusivo o principal
es la defensa o protección de los derechos constitucionales. Entre estas y por lo
que se refiere a nuestro ordenamiento cabe señalar las dos siguientes: el Defensor
del Pueblo (art. 54) y el Ministerio Fiscal (art. 124). En este capítulo nos ocupa-
remos de ambas.
inadmisión prevista en la ley, y esa aplicación no sea arbitraria y esté bien funda-
mentada.
En cuanto derecho de prestación —vinculado al principio y valor de la igual-
dad y a la cláusula de Estado social— el respeto a su contenido esencial exige que
el coste del proceso no pueda suponer nunca un obstáculo para acudir a la juris-
dicción. En este sentido, el artículo 119 de la Constitución dispone que “la justicia
será gratuita cuando así lo disponga la ley, y, en todo caso, respecto de quienes
acrediten insuficiencia de recursos para litigar”. El Tribunal Constitucional ha
destacado la relación existente entre el derecho a la asistencia jurídica gratuita de
quienes carecen de recursos para litigar y el derecho a la tutela judicial efectiva,
destacando el carácter instrumental de aquél respecto de este (STC 127/2005).
Aunque el derecho reconocido en el artículo 119 es también de configuración
legal, el Tribunal advierte que esa libertad de configuración no es absoluta puesto
que el segundo inciso del precepto establece un contenido constitucional indispo-
nible (STC 117/1998).
ciales una especial diligencia con el fin de preservar el derecho de defensa de las
partes. Los órganos judiciales están obligados a procurar que en el proceso exista
la exigible contradicción entre las partes, así como que estas dispongan de iguales
posibilidades de alegación y prueba en el ejercicio de su derecho de defensa a lo
largo de todas las instancias (STC 168/2008).
La indefensión carece de relevancia constitucional cuando es el titular del de-
recho el que voluntariamente, o por negligencia, se coloca en esa situación (STC
66/2009). El derecho a la tutela judicial sin indefensión exige la salvaguardia del
derecho a la defensa contradictoria de las partes litigantes a través de la oportu-
nidad de alegar y probar sus derechos e intereses dentro de un proceso en el que
se respeten los principios de bilateralidad e igualdad de armas procesales, sin que
pueda dictarse la resolución judicial inaudita parte salvo incomparecencia volun-
taria o debida a negligencia atribuible a la parte que pretenda hacer valer aquel
derecho fundamental (STC 84/2008).
Con estas premisas, el Tribunal Constitucional ha elaborado un concepto ma-
terial —y no exclusivamente formal— de indefensión que engloba toda privación
al justiciable de cualesquiera de los instrumentos que el ordenamiento jurídico
pone a su alcance para la defensa de sus derechos: “La indefensión en su manifes-
tación constitucional es una situación por la que una parte resulta impedida (…)
del ejercicio del derecho de defensa, al privarla de ejercitar su potestad de alegar y,
en su caso, justificar sus derechos e intereses para que les sean reconocidos o para
replicar las posiciones contrarias en el ejercicio del derecho de contradicción”.
(STC 367/1993).
Como hemos expuesto al inicio de este apartado, la Constitución no se limita a
reconocer el derecho a la tutela judicial como derecho de acceso a la jurisdicción,
sino que también garantiza el derecho fundamental a que el proceso se desarrolle
con las garantías debidas.
indefensión ya que el juez está facultado para rechazarlas y evitar así dilaciones
indebidas en el proceso.
Este derecho debe ser interpretado como un mandato a los poderes públicos
para que actúen sobre las causas que hacen posibles los retrasos, y para que, en
todo caso, doten a los órganos judiciales de los medios personales y materiales
adecuados.
El contenido de esta garantía consiste en que los jueces y tribunales juzguen y
hagan ejecutar lo juzgado dentro de unos términos temporales que resulten razo-
nables, por utilizar la expresión empleada en el artículo 6. 1 del Convenio Euro-
peo de Derechos Humanos. El artículo 24 no ha constitucionalizado un derecho a
los plazos sino el derecho de toda persona a que su causa se resuelva en un tiem-
po razonable (STC 5/1985). Es una garantía aplicable a todo tipo de procesos.
Aunque el celo que los órganos judiciales deben poner en asegurar la rapidez del
procedimiento es, lógicamente, mucho mayor en las causas con preso, atendiendo
al valor de lo que está en juego, la libertad (STC 8/1990).
La valoración de la duración de un proceso en términos de razonabilidad de-
be realizarse en cada caso (STC 142/2010) en función de una serie de criterios
objetivos que el Tribunal Constitucional toma de la jurisprudencia del TEDH: la
complejidad del litigio, el comportamiento de las partes o las autoridades compe-
tentes implicadas, la forma en que ha sido llevado por el órgano judicial, el tiempo
medio admisible en ese tipo de procesos, las consecuencias que de la demora se
siguen para los litigantes (STC 324/1994). De esta forma para apreciar la exis-
tencia de una “dilación indebida” no basta con que no se haya respetado el plazo
para dictar sentencia, ni con que esta haya sido pronunciada mucho después del
vencimiento del plazo para dictarla. Es preciso, además, que esa dilación no pueda
considerarse “razonable” según alguno de los parámetros anteriormente expues-
tos (STC 177/2004).
Por otro lado, hay que subrayar también que para que se pueda apreciar la vul-
neración de este derecho es preciso que el recurrente haya invocado previamente
la existencia de esas dilaciones mediante un requerimiento expreso al órgano ju-
dicial supuestamente causante de aquellas para que ponga fin a las mismas. Esto
último resulta imprescindible para que el propio juez concernido pueda remediar
el retraso o paralización del procedimiento, y quede así garantizado el carácter
subsidiario del recurso de amparo.
En el supuesto de que se demuestre que, efectivamente, se han producido en el
proceso, dilaciones indebidas, será muy difícil —si no imposible— restablecer al
recurrente en la integridad de su derecho. En estos casos, habrá que acudir siem-
pre a vías compensatorias (la indemnización por daños causados por “funciona-
miento anormal de la Administración de Justicia” prevista en el art. 121 CE).
El Tribunal Constitucional ha elaborado, como acabamos de ver, una doctri-
na coherente sobre este derecho que es de aplicación a la labor realizada por la
Justicia ordinaria. Ahora bien, es preciso reconocer que también en el ámbito de
122 Javier Tajadura Tejada
cumplidos con rigor puesto que, en otro caso, la presunción de inocencia podría
verse vulnerada.
Según el Tribunal Constitucional “sólo cabrá constatar la vulneración del de-
recho a la presunción de inocencia cuando no haya pruebas de cargo válidas, es
decir, cuando los órganos judiciales hayan valorado una actividad probatoria lesi-
va de otros derechos fundamentales o carente de garantías, o cuando no se motive
el resultado de dicha valoración o, finalmente, cuando por ilógico o insuficiente,
no sea razonable el iter discursivo que conduce de la prueba al hecho probado”
(STC 111/2008).
Respecto a su ámbito de aplicación, este no se limita a la jurisdicción penal,
sino que se extiende también al procedimiento administrativo sancionador (STC
36/1985). No es de aplicación, en cambio, en el orden laboral en el cual no se
ejerce el ius punitivo del Estado (STC 30/1992).
ilegal. La eficacia del procedimiento exige que sea rápido y sencillo. Por ello, la
rapidez y la sencillez son los principios inspiradores del procedimiento así como
el de su aplicación general.
a) El principio de agilidad se traduce en su configuración como procedimiento
sumario que se sustancia en 24 horas.
b) El principio de sencillez o antiformalismo determina que la comparecencia
no requiere ni abogado ni procurador y que puede ser verbal.
c) El principio de generalidad implica que es aplicable a toda detención, con
independencia de quién la practicó y ello sin excepción alguna, por lo que se in-
cluyen también las detenciones —incluido el arresto domiciliario— practicadas
por la autoridad militar, las detenciones de enajenados mentales o las de extran-
jeros pendientes de una orden de expulsión; que puede ser instada no sólo por el
privado de libertad, sino también por sus allegados (cónyuge o persona unida por
análoga relación de afectividad, ascendientes, descendientes, hermanos y repre-
sentantes legales en caso de menores e incapacitados), por el Ministerio Fiscal y
por el Defensor del Pueblo, e incluso puede ser instado de oficio por el juez; que
es aplicable a todos los supuestos de detención ilegal, ya sea por razones de fondo,
ya sea de forma, de prolongación del tiempo máximo legalmente permitido, o de
vulneración de derechos de la persona detenida.
La LO conecta, por tanto, la garantía del Habeas corpus con las previstas para
la detención preventiva (art. 17.2) y con las contenidas en los artículos 17.3 y 24.
2 que consagran, respectivamente, los derechos del detenido y del acusado.
El artículo 17. 2 dispone que la detención preventiva no podrá durar más del
tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones para el
esclarecimiento de los hechos, y, en todo caso, en el plazo máximo de 72 horas
el detenido debe ser puesto en libertad o a disposición de la autoridad judicial.
Por ello, toda detención que sobrepase ese plazo es ilegal y puede dar lugar a un
procedimiento de habeas corpus.
Igualmente, puede dar lugar al habeas corpus una detención legal dentro del
plazo, en la que se hayan vulnerado algunas de las garantías y derechos del dete-
nido:
a) El derecho a la vida e integridad física, psíquica y moral, que comporta el de
no ser sometido a tortura ni a trato inhumano o degradante.
b) El derecho a guardar silencio, a no declarar contra sí mismo y a no confe-
sarse culpable.
c) El derecho a conocer las razones de su detención y a que se le comuniquen
en una lengua que comprenda, por lo que quien alegue desconocimiento del cas-
tellano tiene derecho a un intérprete.
d) El derecho de asistencia letrada.
Los derechos fundamentales y sus garantías 125
será, en esos casos, —al margen de la legitimación de las CC. AA— el único expe-
diente posible para lograr la intervención del Tribunal Constitucional.
Por otro lado, la legitimación para interponer el recurso de amparo se en-
cuentra recogida en el artículo 162. 1 b) CE y en los artículos 46.1 a) LOTC y
20 LODP. Se trata de una legitimación directa y no en sustitución de la persona
afectada. Esta legitimación refuerza la dimensión objetiva del recurso de amparo,
aunque para garantizar también su dimensión subjetiva, el artículo 46.2 LOTC
señala que la Sala competente para conocer el amparo lo pondrá en conocimiento
de los posibles agraviados y ordenará su publicación en el BOE a efectos de com-
parecencia de los interesados. En sus 34 años de historia, el Defensor ha hecho un
uso muy escaso de esta legitimación.
Finalmente, es preciso mencionar también las funciones relacionadas con el
Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura, establecido por la Ley Orgáni-
ca 1/2009. En dicha ley se crea un Consejo Asesor como órgano de cooperación
técnica y jurídica, para ejercer las funciones previstas en el Mecanismo, que presi-
de el Adjunto en el que el Defensor delega estas funciones.
La relevancia de la institución llevó a muchas Comunidades Autónomas a in-
troducir —a través de sus Estatutos de Autonomía o mediante Leyes específicas—
figuras equivalentes, que reproducen el diseño estatal, en tanto se les confiere la
función de defensa de los derechos constitucionales y el control de la Administra-
ción autonómica, y, en ciertos casos, también la local.
La ventaja que supone el establecimiento de una garantía adicional de los dere-
chos se ve contrarrestada por el solapamiento funcional provocado por la ausen-
cia de un reparto competencial claro entre los distintos órganos. La Ley 36/1985,
de 6 de noviembre, por la que se regulan las relaciones entre la institución del
Defensor del Pueblo y las figuras similares en las distintas Comunidades Autó-
nomas y las SSTC 142/1988 y 157/1988 intentaron articular formas efectivas de
colaboración.
En la práctica, el Defensor del Pueblo permite que sus homólogos autonómi-
cos controlen en exclusiva a la Administración Local. Respecto a la Administra-
ción Autonómica hay concurrencia competencial, pues puede realizar esa función
cualquiera de los dos órganos, remitiendo el expediente del caso al Defensor au-
tonómico si es el estatal quien se encarga de la fiscalización. Cuando se trata de
un asunto que incumbe a ambas administraciones, cada uno circunscribe su ac-
tuación a su propio ámbito. Por último, el control de la Administración periférica
corresponde al Defensor del Pueblo de ámbito estatal.
Finalmente es preciso recordar que con ocasión de la aprobación del Estatuto
de Autonomía de Cataluña (LO 6/2006), el Defensor del Pueblo interpuso recurso
de inconstitucionalidad contra el mismo, entre otros motivos porque encomen-
daba en exclusividad el control de la Administración autonómica al Sindic de
132 Javier Tajadura Tejada
una duración de cuatro años. Antes de que concluya dicho mandato únicamente
podrá cesar por los siguientes motivos: a) a petición propia, b) por incurrir en
alguna de las incompatibilidades o prohibiciones establecidas en esta Ley; c) en
caso de incapacidad o enfermedad que lo inhabilite para el cargo; d) por incum-
plimiento grave o reiterado de sus funciones; e) cuando cese el Gobierno que lo
hubiera propuesto”.
Con ello se ha reforzado notablemente la independencia del Ministerio Fiscal
respecto del Gobierno. Sin embargo, para que esta fuera plena sería preciso refor-
mar el artículo 124 de la CE, en el sentido de atribuir la designación del Fiscal Ge-
neral a una mayoría cualificada del Congreso de los Diputados (3/5) y otorgarle
un mandato superior al de la Cámara (5 o 6 años). La relevancia de sus funciones,
y singularmente las relacionadas con los derechos y libertades, aconsejan, a nues-
tro juicio, una reforma en ese sentido.
En el capítulo siguiente abordaremos la intervención del Ministerio Fiscal en
los procesos de amparo ante el Tribunal Constitucional.
5. LA SUSPENSIÓN DE DERECHOS
5.1. Estado de Derecho y derecho de excepción
Pese al privilegiado lugar que ocupan en el ordenamiento constitucional, la
Constitución prevé que, en determinadas situaciones o cuando concurran ciertas
circunstancias, los derechos fundamentales puedan ser suspendidos, tanto de for-
ma individual como colectiva. La suspensión sólo puede justificarse en la necesi-
dad de defender y preservar el Estado de derecho y los derechos fundamentales.
Esta es la paradoja que encierra el derecho de excepción: con él el Estado de De-
recho suspende el ejercicio de los derechos para garantizar su propia subsistencia.
La suspensión de derechos fundamentales debe considerarse siempre como un
último recurso para hacer frente a circunstancias de tal gravedad que no puedan
136 Javier Tajadura Tejada
ser afrontadas por otros medios, esto es, mediante el ejercicio de los poderes or-
dinarios del Estado. La suspensión de derechos en cuanto disminuye de forma
notable el ámbito de libertad de los ciudadanos produce, en consecuencia, un
incremento de los poderes del Estado. En estos casos, el Gobierno asume unos po-
deres extraordinarios, desde el punto de vista de su contenido, pero jurídicamente
limitados puesto que el Estado de Derecho, como tal, no se suspende.
La finalidad principal que el constituyente perseguía con la inclusión en el
artículo 55 de la Constitución del derecho de excepción era —y es— precisamen-
te, evitar que ante una situación excepcional, la falta de regulación constitucio-
nal determinara que los hechos acabaran prevaleciendo sobre el Derecho. No se
puede descartar que ante el silencio constitucional, la respuesta del Estado ante
una situación de excepción (una insurrección violenta, por ejemplo) discurra al
margen del ordenamiento y, de esta forma, la ausencia de un poder de excepción,
configurado jurídicamente como un poder extraordinario pero limitado, conduz-
ca, en definitiva, a la ruptura del Estado de Derecho —en el supuesto de que logre
hacer frente a la emergencia por la vía de hecho y mediante el recurso a la nuda
violencia— o al colapso y destrucción misma del Estado en caso de no tener éxito
en su respuesta a la crisis.
Para evitar cualquiera de estos indeseados resultados, la mayor parte de los
Estados Constitucionales de nuestro tiempo incluyen en su ordenamiento el dere-
cho de excepción. Al fin y al cabo, si como advirtiera Carl Schmitt “soberano es
quien decide sobre el estado de excepción”, es conveniente que el constituyente
en ejercicio de su soberanía juridifique los poderes excepcionales. De esta forma,
la crisis no impone la ruptura del Estado de Derecho sino, como advirtió Pérez
Serrano, su reafirmación. Con arreglo a Derecho se entre ella, se actúa mientras
dura y se liquidan sus consecuencias, depurando en su caso las responsabilidades
correspondientes. Bien es cierto que, como advierte Torres del Moral, en la prácti-
ca no sea fácil “que las cosas circulen siempre tan jurídicamente”. Pero el derecho
no puede hacer más.
El derecho comparado nos muestra que, en este ámbito, existen dos modelos
básicos: el estado excepcional y la dictadura constitucional. Ambos tienen en co-
mún su transitoriedad y su finalidad que es siempre el restablecimiento del orden
constitucional. La diferencia estriba en que en el caso de la dictadura constitu-
cional se produce la concentración de todos los poderes del Estado en una única
magistratura, el Jefe del Estado, y el principio mismo de división de poderes que-
da en suspenso. En el estado excepcional, por el contrario, se prevén diferentes
situaciones o grados de gravedad de la crisis, lo que se traducirá en la suspensión
de un mayor o menor número de derechos constitucionales, pero el principio de
división del poder se mantiene. El caso paradigmático de dictadura constitucional
es el previsto en el artículo 16 de la Constitución francesa de 1958, cuyo antece-
dente se encuentra en el artículo 48 de la Constitución de Weimar. No hace falta
Los derechos fundamentales y sus garantías 137
insistir en los graves riesgos que implica. En el caso de Weimar facilitó la definitiva
destrucción del orden constitucional democrático y el advenimiento del régimen
nacional-socialista del Tercer Reich.
Nuestra Constitución no recoge la dictadura constitucional, y opta por el mo-
delo de los estados excepcionales en términos parecidos a los previstos por la
constitución holandesa (art. 103) o portuguesa (art. 19).
En nuestro ordenamiento, el derecho de excepción regula aquellas situaciones
en las que se produce la quiebra del normal funcionamiento del Estado (por catás-
trofes naturales, crisis del orden público o insurrecciones violentas) atribuyendo
en esos casos al Gobierno unos poderes extraordinarios que implican la suspen-
sión de determinados derechos fundamentales. De esta forma, se garantiza que la
situación de excepción va a afrontarse en el marco del Estado de Derecho y con
pleno respeto a sus principios (responsabilidad y control judicial). Y ello porque
los poderes resultantes de estas situaciones van a configurarse como poderes ju-
rídicamente limitados. La Constitución dice cuáles son los derechos que pueden
suspenderse y remite al legislador orgánico la función de sustituir la regulación
ordinaria del derecho por otra más gravosa y notablemente más restrictiva. En el
caso de la suspensión general de derechos, como veremos, establece incluso una
doble reserva de ley.
Con estas premisas, el artículo 55 de la Constitución viene a cerrar el Título
I, de los derechos y deberes fundamentales, regulando dos formas de suspensión
de derechos: la suspensión general, mediante la declaración de los estados de ex-
cepción y sitio, y la suspensión individual para integrantes de bandas armadas o
elementos terroristas:
“1. Los derechos reconocidos en los artículos 17, 18, apartados 2 y 3; artícu-
los 19, 20, apartados 1, a) y d), y 5; artículos 21, 28, apartado 2, y artículo 37,
apartado 2, podrán ser suspendidos cuando se acuerde la declaración del estado
de excepción o de sitio en los términos previstos en la Constitución. Se exceptúa
de lo establecido anteriormente el apartado 3 del artículo 17 para el supuesto de
declaración de estado de excepción.
2. Una ley orgánica podrá determinar la forma y los casos en los que, de forma
individual y con la necesaria intervención judicial y el adecuado control parla-
mentario, los derechos reconocidos en los artículos 17, apartado 2, y 18, aparta-
dos 2 y 3, pueden ser suspendidos para personas determinadas, en relación con las
investigaciones correspondientes a la actuación de bandas armadas o elementos
terroristas.
La utilización injustificada o abusiva de las facultades reconocidas en dicha
ley orgánica producirá responsabilidad penal, como violación de los derechos y
libertades reconocidos por las leyes”.
138 Javier Tajadura Tejada
transcurridos dos meses desde la primera votación de investidura sin que ningún
candidato a la Presidencia del Gobierno resulte investido). Ahora bien, no está
previsto que hacer si llega el momento de celebrar elecciones durante la vigencia
de un estado excepcional. La LO 2/1980, reguladora de las distintas modalidades
de referéndum prevé su suspensión: “No podrá celebrarse referéndum, en nin-
guna de sus modalidades, durante la vigencia de los estados de excepción y sitio
en algunos de los ámbitos territoriales en los que se realiza la consulta o en los
noventa días posteriores a su levantamiento. Si en la fecha de la declaración de
dichos estados estuviera convocado un referéndum, quedará suspendida su cele-
bración, que deberá ser objeto de nueva convocatoria”. Naturalmente, la solución
no puede extrapolarse, sin más, a las elecciones a Cortes.
Por otro lado, el control jurisdiccional de los actos de la administración, así
como el derecho a ser indemnizado por los daños y perjuicios sufridos como con-
secuencia de la aplicación de actos y disposiciones por parte de la Administración
no se ve afectado por el derecho de excepción (art. 3).
Además, la propia declaración del estado excepcional es susceptible de control
jurisdiccional. Y ello porque, como vamos a ver, ésta no se limita a constatar la
existencia de una emergencia sino que reviste un marcado carácter normativo en
cuanto configura el estatuto jurídico del estado excepcional declarado.
a) La declaración del estado de sitio es una “disposición normativa con fuer-
za de ley” (art. 161.1 a CE) susceptible de ser impugnada tanto a través de un
recurso de inconstitucionalidad, como de una cuestión de inconstitucionalidad e,
indirectamente, a través de un recurso de amparo.
b) La autorización de la declaración del estado de excepción (y de prórroga del
de alarma) puede ser comprendida como un “acto del Estado con fuerza de ley”
y en consecuencia sujeta también al control de constitucionalidad (art. 27.2. b,
LOTC) a través del recurso de inconstitucionalidad. Por el contrario, por su falta
de eficacia jurídica inmediata no pueden ser recurridas en amparo ni a través de
la cuestión de inconstitucionalidad. En esos últimos casos, la impugnación debe
dirigirse contra el decreto de declaración. Estos decretos de declaración del estado
de excepción (y de prórroga del de alarma) pueden ser controlados jurisdiccional-
mente desde el punto de vista del respeto al principio de legalidad, directamente
por relación a la LO 4/81, como indirectamente por violación de la autorización
del Congreso.
c) El decreto de declaración del estado de alarma es susceptible de control ju-
risdiccional por violación de la LO 4/81.
La entrada en vigor de los estados excepcionales se produce de forma inme-
diata y se rodea de unas especiales garantías de publicidad. En este sentido, el ar-
tículo 2 de la ley establece lo siguiente: “La declaración de los estados de alarma,
excepción o sitio será publicada de inmediato en el «Boletín Oficial del Estado»
140 Javier Tajadura Tejada
expresamente los efectos del mismo (esto es los derechos que se suspenden), el
ámbito territorial a que se extiende y su duración, que no podrá exceder de treinta
días, prorrogables por otro plazo igual, y con los mismos requisitos. Ahora bien,
el artículo 13. 3 de la ley viene a identificar, materialmente, la intervención del
Congreso en el estado de excepción con la que veremos después que se prevé para
el estado de sitio. “El Congreso debatirá la solicitud de autorización remitida por
el Gobierno, pudiendo aprobarla en sus propios términos o introducir modifica-
ciones en la misma”. A pesar de que el acto del Congreso se llame autorización,
materialmente es una declaración.
Como ha advertido Cruz Villalón, “formalmente, la declaración del estado de
excepción toma la forma de un decreto acordado en Consejo de Ministros, pero el
tenor del artículo 14 de la LO 4/81 parece indicar que, una vez obtenida la auto-
rización del Congreso, el decreto de declaración no tiene un carácter muy distinto
al de un requisito formal, como puede ser la promulgación o la publicación, que
es poco menos que un acto debido del Gobierno”. El Gobierno, una vez autoriza-
do, no podría posponer la declaración del estado de sitio, y habría que considerar
inconstitucionales las autorizaciones abiertas con un plazo determinado. Efecti-
vamente, el tenor literal del artículo 14 es el siguiente: “El Gobierno, obtenida
la autorización a que hace referencia el artículo anterior, procederá a declarar el
estado de excepción, acordando para ello en Consejo de Ministros un decreto con
el contenido autorizado por el Congreso de los Diputados”. Este precepto pone
de manifiesto que la autorización del Congreso es, en realidad, un acto con fuerza
de ley, de ahí que podamos afirmar que, en materia de suspensión de derechos, la
Constitución establece una doble reserva de ley. En primer lugar, la reserva genéri-
ca del artículo 116, y en segundo lugar, esta reserva específica, en la medida en que
las Cortes deben pronunciarse siempre sobre cualquier suspensión concreta. “Esta
doble intervención del Legislativo —subraya Cruz Villalón— es algo inserto en
la naturaleza misma del derecho de excepción, algo derivado de la trascendencia
política inherente a la competencia para constatar la presencia de la emergencia y,
consiguientemente, para declarar el estado excepcional”.
El Gobierno puede poner fin anticipado al estado de excepción o solicitar, en
su caso, la prórroga del mismo. Lo primero no plantea problemas dado el prin-
cipio de necesidad que inspira el Derecho de excepción. Por lo que se refiere a lo
segundo, el legislador orgánico reguló restrictivamente la prórroga para evitar
encadenamientos sucesivos como ocurriera en otras épocas históricas. La prórro-
ga debe ser solicitada al Congreso de los Diputados que podrá autorizarla por un
plazo que no podrá exceder de treinta días (art. 15 LO 4/81).
El número de los derechos y libertades suspendidos en este estado es el taxa-
tivamente fijado en el artículo 55.1 CE (artículos 17, apartados 1 y 2; artículo
18, apartados 2; artículo 18, apartado 3; artículo 19; artículo 20, apartados 1,
Los derechos fundamentales y sus garantías 145
a); artículo 20, apartado 1 d); artículo 20, apartado 5; artículo 21; artículo 28,
apartado 2; artículo 37, apartado 2).
La declaración del estado de excepción (o de sitio) no produce, per se y de
forma automática, la suspensión de ningún derecho, sino sólo en la medida en
que la autorización de la declaración (o la declaración misma en el estado de
sitio) lo prevea. Además, en principio, esa suspensión no debe identificarse con
la supresión del derecho. La suspensión implica únicamente la sustitución de su
régimen jurídico ordinario por otro extraordinario e indudablemente mucho más
restrictivo (que puede llegar a hacerlo irreconocible puesto que el contenido esen-
cial del mismo se ve afectado) pero sometido igualmente al principio de legalidad.
Es cierto, en todo caso, que en relación a algunos derechos, como vamos a ver a
continuación, cabe hablar de pura y simple supresión.
El régimen jurídico de los derechos suspendidos es el siguiente:
a) El artículo 16 de la ley permite suspender la libertad individual, pero di-
cha suspensión tiene una limitación temporal y no puede extenderse más de diez
días: La Autoridad gubernativa podrá detener a cualquier persona si lo considera
necesario para la conservación del orden, siempre que, cuando menos, existan
fundadas sospechas de que dicha persona vaya a provocar alteraciones del orden
público. La detención no podrá exceder de diez días y los detenidos disfrutarán
de los derechos que les reconoce el 17. 3 de la Constitución. La detención habrá
de ser comunicada al Juez competente en el plazo de veinticuatro horas. Durante
la detención, el Juez podrá, en todo momento, requerir información y conocer
personalmente, o mediante delegación en el Juez de Instrucción del partido o de-
marcación donde se encuentre el detenido, la situación de éste.
b) El artículo 17 de la ley regula minuciosamente la suspensión de la inviolabi-
lidad del domicilio: la Autoridad gubernativa podrá disponer inspecciones y regis-
tros domiciliarios si lo considera necesario para el esclarecimiento de los hechos
presuntamente delictivos o para el mantenimiento del orden público.
– La inspección o el registro se llevarán a cabo por la propia Autoridad o por
sus agentes, a los que proveerá de orden formal y escrita.
– El reconocimiento de la casa, papeles y efectos, podrá ser presenciado por el
titular o encargado de la misma o por uno o más individuos de su familia mayores
de edad y, en todo caso, por dos vecinos de la casa o de las inmediaciones, si en
ellas los hubiere, o, en su defecto, por dos vecinos del mismo pueblo o del pueblo
o pueblos limítrofes.
– No hallándose en ella al titular o encargado de la casa ni a ningún individuo
de la familia, se hará el reconocimiento en presencia únicamente de los dos veci-
nos indicados.
146 Javier Tajadura Tejada
asociarse para los fines que ellos determinen y protege igualmente a las asociacio-
nes a su amparo creadas. Pero, por lo que a nuestro tema se refiere, también las
asociaciones deben respetar los mandatos y prohibiciones establecidos en el orde-
namiento jurídico con carácter general. En este contexto, y como ya anticipamos,
las pretensiones de los inmigrantes van a fundamentarse casi siempre en el dere-
cho a la libertad religiosa, reconocido por todas las Constituciones europeas y por
el artículo 9 CEDH. La libertad religiosa es un derecho individual que garantiza
al individuo la libertad de decidir sobre su adscripción a una u otra religión, y a
orientar su vida conforme a ella. Garantiza igualmente el derecho a no profesar
religión alguna. Y en numerosas constituciones europeas se reconoce también de
forma transitoria el derecho de los padres a determinar la religión de sus hijos.
Pero aun siendo un derecho individual, remite, necesariamente a un contexto su-
praindividual, a una comunidad religiosa.
En definitiva, lo anterior nos pone de manifiesto que la resolución de las con-
troversias jurídicas generadas por el multiculturalismo dependerá del significado,
alcance y límites que se atribuyan al derecho fundamental a la libertad religiosa
garantizada por el artículo 16 CE.
Y si ello es así, quedan descartadas por su incompatibilidad con el texto cons-
titucional dos posiciones extremas (asimilación cultural plena y relativismo cul-
tural absoluto). La asimilación completa del extranjero no puede ser impuesta
por el Estado sino que sólo es posible como resultado de una decisión individual
libre. Por otro lado, tampoco puede pretenderse la aceptación incondicionada de
cualquier conducta basada en una determinada religión o práctica cultural.
Frente a la teoría de la asimilación y la de la libertad cultural y religiosa plena,
queda la opción de la integración. “La integración —escribe el profesor Grimm—
se distingue de la asimilación en que no espera de los migrantes un pleno ajuste
a los valores y formas de vida de la sociedad de acogida. De una plena libertad
cultural se diferencia en que no renuncia a una apertura por parte de ellos a la
cultura del país de acogida. La sociedad receptora se hace así más pluralista, pero
no tiene que temer que se pongan radicalmente en cuestión sus valores fundamen-
tales. La integración no es, por tanto, un proceso unidireccional, en el que el es-
fuerzo de adaptación sólo haya de ser realizado por los migrantes. Pero tampoco
es un proceso de acercamientos equivalentes. Incluso aceptando que la sociedad
de acogida se transforma a sí misma con la integración, seguimos estando ante
una recepción en dicha sociedad”.
Con estas premisas, debemos retomar la clasificación de los conflictos expuesta
en el apartado anterior:
a) Supuestos en los que los integrantes de una minoría, por motivos culturales
o religiosos, quieren que se les permita hacer algo que con carácter general está
prohibido. (casos de ampliación del ámbito de libertad).
Los derechos fundamentales y sus garantías 157
En este primer bloque de casos, esto es, donde lo que se pide es una exención a
una prohibición general, es donde más margen de maniobra existe.
En primer lugar, la ponderación de derechos exige determinar si esa prohi-
bición legal protege al individuo o a terceros. Si la prohibición tiene por objeto
proteger al individuo habría que entender que la dispensa es posible, y no así si la
finalidad tuitiva es a favor de terceros. Ahora bien, esta delimitación no siempre
es clara porque en muchas prohibiciones convergen ambas finalidades. Así por
ejemplo, la pretensión de los motoristas siks de llevar turbante.
Por otro lado, hay que analizar si es posible armonizar los intereses en con-
flicto. Si existe esa posibilidad habría que entender que cabe la dispensa. Así, por
ejemplo, si el tiempo de trabajo que se pierde al realizar las oraciones u otras prác-
ticas religiosas puede ser recuperado sin perjuicio para el proceso organizativo y
laboral de la empresa.
Finalmente, hay que ver los efectos de la dispensa, porque lo que no podría
aceptarse es que con ella se privilegiase a una minoría y se le proporcionara una
clara ventaja respecto a la mayoría. Así, por ejemplo, el caso planteado en Canadá
sobre la apertura de negocios en domingo por los judíos.
b) Supuestos en los que los integrantes de una minoría, por motivos culturales
o religiosos, quieren que se les reconozca el derecho a prohibir a los miembros de
esa minoría algo que con carácter general está permitido (casos de restricción del
ámbito de libertad).
Estos casos son sustancialmente diferentes. El grupo cultural o religioso pre-
tende dotarse de una libertad para suprimir en el seno del grupo una libertad o
igualdad reconocidas con carácter general. En la mayor parte de los casos, se
trata de restricciones a la libertad en el ámbito familiar. La cobertura jurídica a
esa pretensión es el derecho fundamental a la libertad religiosa combinado con
el derecho a la patria potestad. En estos casos debe prevalecer siempre el derecho
fundamental del miembro del grupo. Aunque a nuestro juicio, la respuesta debe
ser siempre la misma, cierto es que en el mismo bloque encajan problemas de muy
diferente envergadura.
Podría alegarse en todo caso que lo relevante debiera ser el hecho de que esa
limitación de la libertad tuviera lugar con o contra la voluntad del afectado. Una
limitación de la libertad contra la voluntad del titular del derecho fundamental
sería siempre inconstitucional y exigiría una actuación del Estado, como garante
de los derechos fundamentales. Por el contrario, una limitación producida con
el acuerdo del afectado, sería legítima y no exigiría la intervención del Estado.
Creemos que esa distinción no puede ser aceptada por la razón evidente de que no
existen garantías de que en el seno de la familia, la determinación de la voluntad
del afectado se haya formado de modo auténticamente libre.
158 Javier Tajadura Tejada
d) Supuestos en los que los integrantes de una minoría, por motivos culturales
o religiosos, pretenden algo en beneficio de la preservación de su identidad cul-
tural o del ejercicio de su religión, que no está reconocido con carácter general.
Encontramos estos supuestos en el marco de las relaciones especiales de suje-
ción. Por ejemplo la reivindicación de un menú especial en establecimientos esco-
lares o penitenciarios. En estos casos debemos realizar un juicio de proporciona-
lidad entre el significado que esa especialidad tiene para la religión del afectado y
el coste que dicha prestación supondría para el Estado. En este juicio puede jugar
un papel importante el número de afectados.
Son por completo inaceptables las pretensiones de ser o no ser atendidos por
personal médico de determinado género, en la medida en que dichas reivindica-
ciones atentan contra el principio de igualdad entre hombres y mujeres.
Pero la cuestión fundamental en este ámbito es la siguiente: ¿tienen derecho
los integrantes de minorías culturales a recibir ayudas del Estado para preser-
var su identidad cultural? Ningún precepto constitucional atribuye a los poderes
públicos una tal obligación. El Estado puede, si quiere, prestar su apoyo para la
promoción de las culturas minoritarias, pero no se trata de una tarea a la que esté
constitucionalmente obligado. Sus únicas obligaciones en este campo derivan de
su condición de garante de los derechos fundamentales en aquellos casos en que
estos resulten afectados. Pero, “no puede considerarse deducida de los derechos
fundamentales la protección de contenidos religiosos o culturales determinados,
al modo de una ‘protección de las especies’ cultural, sino que sólo puede tratarse
de la libre actividad cultural o religiosa de las personas”.
De todo lo anterior podemos concluir que, afrontando cada controversia inter-
cultural en su individualidad, los derechos fundamentales nos permiten reducir el
potencial conflictivo de aquellas. Y, por otro lado, los derechos fundamentales nos
marcan también los límites que el multiculturalismo no puede sobrepasar.
BIBLIOGRAFÍA
BALAGUER CALLEJÓN, F. (coord.): Manuel de Derecho Constitucional. Vol. II. Séptima edición,
Tecnos, Madrid, 2012.
CRUZ VILLALÓN, P.: “El legislador de los derechos fundamentales” en López Pina, A. (Dir.), La
garantía constitucional de los derechos fundamentales: Alemania, España, Francia e Italia. Ci-
vitas, Madrid, 1991.
CRUZ VILLALÓN, P.: “El nuevo derecho de excepción (La LO 4/1981, de 1 de junio, sobre los
estados de alarma, de excepción y de sitio)” en La curiosidad del jurista persa, y otros estudios
sobre la Constitución, CEPC, Madrid, 1999.
JIMÉNEZ CAMPO, J.: Derechos fundamentales. Concepto y garantías. Trotta, Madrid, 1999.
162 Javier Tajadura Tejada
1
El recurso de amparo fue introducido en la República Federal de Alemania, sin cobertura
constitucional expresa, por la Ley del Tribunal Constitucional Federal (de 12 de noviembre de
1951). Dieciocho años después, fue incorporado a la Ley Fundamental mediante la decimono-
vena Ley de Reforma de la Constitución (de 29 de enero de 1969). La constitucionalización del
amparo está conectada con la introducción por parte de la decimoséptima Ley de reforma (de
24 de junio de 1968) de previsiones constitucionales relativas al estado de excepción.
Los derechos fundamentales y sus garantías 165
disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho de los poderes pú-
blicos del Estado, las comunidades autónomas y demás entes públicos de carácter
territorial, corporativo o institucional, así como de sus funcionarios o agentes”.
De ello se deduce que el amparo protege frente a violaciones de derechos fun-
damentales imputables a un poder público. Desde esta óptica es posible establecer
una tipología de los recursos en función de que el autor de la lesión sea el poder
ejecutivo, el legislativo o el judicial. Así, los tres siguientes artículos (42, 43 y 44)
desarrollan sucesivamente los amparos frente a vulneraciones llevadas a cabo por
órganos administrativos, parlamentarios o judiciales. Las consecuencias de esta
distinción son procesales.
En principio no cabría el amparo contra violaciones de derechos fundamen-
tales imputables a particulares. Ahora bien, como ya anticipamos en el capítulo
primero, las vulneraciones de derechos producidas por actuaciones de particula-
res tienen acceso al tribunal mediante el artificio de entender que son los órganos
jurisdiccionales que confirman y no remedian la lesión los que, con su resolución,
están lesionando el derecho fundamental.
a) El artículo 42 regula el recurso de amparo contra decisiones parlamentarias:
“Las decisiones o actos sin valor de Ley, emanados de las Cortes o de cualquiera
de sus órganos, o de las Asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas, o
de sus órganos, que violen los derechos y libertades susceptibles de amparo cons-
titucional, podrán ser recurridos dentro del plazo de tres meses desde que, con
arreglo a las normas internas de las Cámaras o Asambleas, sean firmes”.
b) El artículo 43 desarrolla el recurso de amparo contra decisiones gubernati-
vas y administrativas: “1. Las violaciones de los derechos y libertades antes referi-
dos originadas por disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho
del Gobierno o de sus autoridades o funcionarios, o de los órganos ejecutivos
colegiados de las comunidades autónomas o de sus autoridades o funcionarios o
agentes, podrán dar lugar al recurso de amparo una vez que se haya agotado la
vía judicial procedente. 2. El plazo para interponer el recurso de amparo constitu-
cional será el de los veinte días siguientes a la notificación de la resolución recaída
en el previo proceso judicial. 3. El recurso sólo podrá fundarse en la infracción
por una resolución firme de los preceptos constitucionales que reconocen los de-
rechos o libertades susceptibles de amparo”.
c) El artículo 44 regula el recurso de amparo contra decisiones judiciales: “1.
Las violaciones de los derechos y libertades susceptibles de amparo constitucio-
nal, que tuvieran su origen inmediato y directo en un acto u omisión de un órgano
judicial, podrán dar lugar a este recurso siempre que se cumplan los requisitos
siguientes: a) Que se hayan agotado todos los medios de impugnación previstos
por las normas procesales para el caso concreto dentro de la vía judicial. b) Que la
violación del derecho o libertad sea imputable de modo inmediato y directo a una
Los derechos fundamentales y sus garantías 169
acción u omisión del órgano judicial con independencia de los hechos que dieron
lugar al proceso en que aquellas se produjeron, acerca de los que, en ningún caso,
entrará a conocer el Tribunal Constitucional. c) Que se haya denunciado formal-
mente en el proceso, si hubo oportunidad, la vulneración del derecho constitucio-
nal tan pronto como, una vez conocida, hubiera lugar para ello. 2. El plazo para
interponer el recurso de amparo será de 30 días, a partir de la notificación de la
resolución recaída en el proceso judicial”.
Junto a estos recursos típicos hay que tener en cuenta la existencia también de
unos recursos de amparo excepcionales.
a) Por un lado, los recursos de amparo electorales para la rectificación del
censo y la proclamación de candidatos. La LOREG establece un recurso contra la
proclamación de candidatos (art. 49) y otro contra la proclamación de candidatos
electos (art. 114), que son recursos contra la Administración electoral. Aunque
se trata, por tanto, de recursos contra actos administrativos tienen una serie de
peculiaridades procesales que se recogen en el Acuerdo del Pleno del Tribunal
Constitucional de 20 de enero de 2000.
b) Por otro lado, el artículo 6 de la LO 3/1984, reguladora de la iniciativa le-
gislativa popular, establece la posibilidad de recurrir en amparo ante el Tribunal
Constitucional, la decisión de la Mesa del Congreso de no admitir este tipo de ini-
ciativa: “Contra la decisión de la Mesa del Congreso de no admitir la proposición
de ley, la Comisión Promotora podrá interponer ante el Tribunal Constitucional
recurso de amparo”. Aunque se trata de un amparo contra una decisión parla-
mentaria, presenta también algunas singularidades (ATC 140/1992).
Sala competente para conocer del amparo constitucional lo comunicará a los posibles
agraviados que fueran conocidos y ordenará anunciar la interposición del recurso en
el BOE a efectos de comparecencia de otros posibles interesados.
personas favorecidas por la decisión, acto o hecho en razón del cual se formule el
recurso o que ostenten un interés legítimo en el mismo”.
Por otro lado, aunque el art. 53. 2 CE se refiere a la posibilidad de recurrir de
“cualquier ciudadano”, la mayor amplitud del art. 162. 1 b) ha determinado que
puedan recurrir también los extranjeros. Y que puedan hacerlo tanto las perso-
nas físicas como las jurídicas (STC 189/93). Pueden hacerlo incluso las personas
jurídicas públicas (STC 99/89). Pero debe tenerse siempre presente que —como
vimos en el capítulo I de esta obra— las personas jurídicas no son titulares de
todos los derechos fundamentales.
Las personas jurídicas privadas están legitimadas para defender los derechos
que expresamente se les reconoce —libertad religiosa o derecho de asociación,
por ejemplo—, aquellos que sean coherentes con sus fines, y los que resulten ins-
trumentales para el cumplimiento de dichos fines. También pueden defender los
derechos de sus miembros cuando tengan un interés legítimo en ello. El Tribunal
ha considerado legitimadas a las asociaciones en general, a las organizaciones de
consumidores y usuarios, a los partidos políticos, a los sindicatos, y a los grupos
parlamentarios.
Las personas jurídicas públicas pueden recurrir en defensa de la autonomía
universitaria (STC 75/97), o de sus derechos y garantías procesales —igualdad en
la aplicación de la ley— o de su derecho a la tutela judicial efectiva.
En los supuestos en que no ha habido proceso judicial previo, el art. 46.1 a)
atribuye legitimación para recurrir a la persona directamente afectada. Por esta
vía se ha permitido a los partidos políticos defender a los integrantes de sus can-
didaturas y a los grupos parlamentarios para defender a sus miembros.
rechazada por quienes advirtieron que la nueva regulación del trámite de admi-
sión confiere un gran papel a los abogados que deben justificar la especial tras-
cendencia constitucional del recurso, lo que les exige una formación en derechos
fundamentales.
Esta última fue la interpretación de la norma llevada a cabo por el Tribunal
Constitucional quien, desde el momento mismo de entrada en vigor de la reforma,
comenzó a inadmitir recursos de amparo, no ya por falta de especial trascenden-
cia constitucional, sino por falta de justificación de la misma. Justificar la especial
trascendencia constitucional del recurso es tarea distinta de la de argumentar la
existencia de una vulneración de un derecho fundamental.
La doctrina ha advertido que “los criterios establecidos por la LO 6/2007 para
delimitar el concepto de especial trascendencia constitucional son conceptos tan
abiertos y abstractos que dejan en manos del Tribunal un amplísimo nivel de dis-
crecionalidad para llenarlos y determinar qué tiene y qué no ‘especial trascenden-
cia constitucional’. Por tal razón, resulta complicado —e incluso estéril— intentar
fijar de antemano el alcance de cada uno de los criterios establecidos por el legis-
lador, porque, en último término, queda a la exclusiva determinación del Tribunal
la selección de los asuntos que han de ser admitidos a trámite” (Balaguer).
En este contexto, ha sido el propio Tribunal quien ha precisado el significado
y alcance de este nuevo y relevante requisito en su STC 155/2009, de 25 de ju-
nio. En el Fundamento Jurídico segundo que analizaremos después se enumeran
los distintos supuestos en los que el Tribunal entiende que concurre esa especial
trascendencia constitucional. Pero lo que nos importa ahora subrayar es que, si
no concurre ese requisito, por muy grave que sea la lesión del derecho producida,
en teoría, el recurso no puede ser admitido a trámite. Esta afirmación ha sido ma-
tizada por algún autor en el sentido de que, si bien no cabe confundir la especial
trascendencia constitucional con la gravedad de la lesión, la gravedad del perjui-
cio sí que podría servir para justificar esa especial trascendencia.
Pero esto no significa que la admisión sea discrecional. La admisión es una fa-
cultad reglada. Por ello es de singular importancia precisar el alcance del concepto
especial trascendencia constitucional.
El artículo 50. 1 b dice que la especial trascendencia constitucional se decide
atendiendo: “a su importancia para la interpretación de la Constitución, para su
aplicación o para su general eficacia y para la determinación del contenido y al-
cance de los derechos fundamentales”.
El Tribunal ha establecido su doctrina general al respecto en la STC 155/2009.
En ella enumera una serie de supuestos generales en los que cabe apreciar la
concurrencia de la especial trascendencia constitucional. Pero, más allá de estos
criterios, no es fácil conocer cómo se concretan en cada caso. Como la especial
trascendencia constitucional se exige en la fase de admisión del recurso y esta se
Los derechos fundamentales y sus garantías 175
plazo de tres meses desde que, con arreglo a las normas internas de las Cámaras
o Asambleas, sean firmes”.
Este primer tipo de recurso de amparo se caracteriza por la naturaleza legisla-
tiva de los órganos de los que provienen los actos supuestamente vulneradores de
derechos fundamentales. Obsérvese, en todo caso, que se trata siempre de actos
“sin valor de ley”, lo que distingue a este recurso —por su objeto— del recurso
de inconstitucionalidad.
El recurso puede interponerse frente a cualquier decisión o acto sin valor de ley
del Congreso de los Diputados, del Senado o de cualquier Parlamento Autonómi-
co. No son susceptibles de este tipo de recurso los actos del Parlamento Europeo,
ni tampoco de asambleas legislativas infraautonómicas como pueden ser las Jun-
tas Generales de los Territorios Históricos del País Vasco. Por otro lado, los actos
recurribles no son sólo los emanados del Pleno, sino también los procedentes de
los distintos órganos que configuran la estructura interna de las asambleas: las
Mesas, los Presidentes; los Vicepresidentes; los Secretarios, las Juntas de Porta-
voces; las diversas Comisiones y sus correspondientes Mesas; y las Diputaciones
Permanentes.
Los Reglamentos parlamentarios no pueden ser recurridos en amparo —a sal-
vo de su impugnación indirecta a través de la cuestión interna de inconstitucio-
nalidad que veremos después—. Sin embargo ha sido controvertida la posibilidad
de recurrir las resoluciones normativas dictadas por los órganos competentes de
las Cámaras legislativas para interpretar o suplir los Reglamentos. Inicialmente, el
Tribunal Constitucional equiparó estas resoluciones —a efectos impugnatorios—
a los Reglamentos de las Cámaras, por lo que el cauce procesal idóneo para su
impugnación era el recurso de inconstitucionalidad (STC 118/1988). Posterior-
mente, el Tribunal modificó completamente su doctrina al respecto y recondujo la
impugnación de estas resoluciones al recurso de amparo siempre que sean lesivas
de derechos fundamentales (STC 44/1995, 226/2004).
La posibilidad de recurrir en amparo los denominados interna corporis acta
también ha resultado controvertida. Inicialmente, la relevancia externa o interna
de los actos de las Asambleas fue el criterio utilizado por el Tribunal Constitu-
cional para determinar en qué casos cabía el amparo. Los actos internos no eran
recurribles (STC 90/1985). A partir de 1986 esa doctrina fue abandonada. Desde
el decisivo Auto 12/1986 el Tribunal sostiene que todos los actos parlamentarios,
internos y externos, son recurribles en amparo. Esa doctrina se fundamenta en
el principio de sujeción de todos los poderes públicos a la Constitución y en el
carácter vinculante de los derechos fundamentales también para las Cámaras. La
autonomía de las Cámaras no podía ser utilizada —como lo era en la doctrina
inicial del Tribunal— para desvincular a los órganos parlamentarios de su some-
timiento pleno a la Constitución.
Los derechos fundamentales y sus garantías 181
so. Esto quiere decir que si la supuesta vulneración del derecho fundamental ya fue
denunciada en el proceso judicial antes de recaer la resolución no recurrible ante la
jurisdicción ordinaria, el incidente no es ni exigible ni procedente. Por el contrario, el
recurso de amparo resultará inadmisible por falta de agotamiento de la vía judicial
previa si no se promueve el incidente contra la resolución que pone fin al proceso
cuando esta es la causante de la lesión del derecho fundamental y no ha existido
oportunidad de denunciar esa supuesta vulneración del derecho fundamental antes
de que recaiga dicha resolución.
El recurso de amparo será igualmente inadmisible por falta de agotamiento de la
vía judicial previa cuando se interponga de forma prematura por estar pendiente de
resolución el incidente de nulidad de actuaciones promovido por el mismo recurrente
contra la misma resolución judicial que pone fin al proceso y que se recurre en am-
paro.
Los supuestos de inadmisión pueden clasificarse en dos bloques. Por un lado, falta
de agotamiento común que se produce en todos aquellos casos en que el recurso es
prematuro, y que puede afectar tanto a recursos contra actos gubernativos, como
parlamentarios o judiciales. Por otro, los debidos al hecho de no haber promovido el
incidente de nulidad de actuaciones que sólo se da en los recursos frente a resolucio-
nes judiciales. En todos esos casos el Tribunal resuelve mediante una Providencia en
la que se declara que la Sección ha acordado no admitir a trámite el recurso por falta
de agotamiento de la vía judicial.
Como advierte Pedro Tenorio “debe subrayarse que, en caso de que se tengan
dudas acerca de la interposición de un recurso ante el Poder Judicial o un recurso de
amparo ante el Tribunal Constitucional, la solución nunca será interponer los dos ad
cautelam, pues, en tal caso, el recurso de amparo será prematuro en todo caso. A lo
que se añade que si se intenta recurrir en amparo cuando se haya resuelto el recurso
jurisdiccional que se interpuso, tal vez suceda que dicho recurso jurisdiccional fuera
manifiestamente improcedente y en consecuencia el recurso de amparo sea extempo-
ráneo por alargamiento indebido de la vía judicial”.
Como complemento del que nos ocupa, otro requisito de admisión del recurso de
amparo es la invocación en la vía judicial previa del derecho fundamental supuesta-
mente vulnerado. El Tribunal, basándose en el carácter subsidiario del recurso, exige
esa invocación tanto en la vía administrativa como en la judicial. Y que el derecho
invocado sea el mismo en las distintas instancias, y que la vulneración se sustente en
las mismas razones (STC 7/2007).
En todo caso, el Tribunal ha interpretado este requisito con una gran flexibili-
dad estimando que basta referirse a los términos en que se planteó el debate pro-
cesal o con la descripción de los hechos que constituyen la lesión, pero no siendo
exigible la invocación del concreto precepto constitucional ni la designación del
186 Javier Tajadura Tejada
derecho por su nomen iuris. “La jurisprudencia es tan laxa —advierte Pedro Te-
norio— que casi dispensa de este requisito”.
LOTC; otro es el de prueba que veremos después (art. 89 LOTC); y el más común
es el incidente de suspensión previsto en el art. 56. 2 LOTC.
La regla general —establecida en el art. 56. 1 LOTC— es que la interposición
del recurso de amparo no suspende los efectos del acto o sentencia impugnados.
Establecido eso, el apartado segundo del art. 56 LOTC —en la redacción da-
da por la reforma de 2007— atribuye a la Sala (o a la Sección) que conozca del
recurso la facultad de suspender —total o parcialmente— la ejecución del acto
impugnado cuando de lo contrario pudiera perder el amparo su finalidad, siempre
y cuando la suspensión no ocasione perturbación grave a un interés constitucio-
nalmente protegido, ni a los derechos fundamentales o libertades de otra persona.
La suspensión puede ser decretada de oficio —lo que es muy poco frecuente—
o a instancia de parte, pero sólo cabe en virtud de una resolución expresa del
Tribunal. En el ámbito del recurso de amparo no existen supuestos de suspensión
automática u ope legis.
Es preciso subrayar que la suspensión reviste un carácter absolutamente ex-
cepcional. En el caso concreto de amparos contra resoluciones judiciales, se trata
de una medida provisional y de aplicación restrictiva (ATC 530/2004), que sólo
puede ser acordada cuando la ejecución del fallo cause un perjuicio irreparable en
los derechos fundamentales (ATC 170/2001).
El carácter excepcional de la suspensión se justifica en la presunción de legiti-
midad de las actuaciones de los poderes públicos. En el caso de la pretensión de
suspensión de una resolución judicial firme se solicita excepcionar el principio
general contenido en el art. 117 CE en virtud del cual corresponde a los jueces y
tribunales ordinarios juzgar y hacer ejecutar lo juzgado; y se limita el derecho a la
tutela judicial efectiva de las restantes partes procesales.
El “perjuicio irreparable” que justifica la suspensión del acto recurrido es pa-
ra el Tribunal aquel que hace imposible la restitución a su estado anterior (ATC
274/2006). De ello se deriva la improcedencia de suspender los pronunciamientos
de contenido patrimonial ya que, en estos casos es posible restablecer la situación
anterior. Así no se concede la suspensión de resoluciones que tienen por objeto
cantidades dinerarias (pago de multas ya sean penales o administrativas —ATC
310/2008—, pago de costas procesales —ATC 318/2008—, abonos de indemni-
zaciones o intereses —ATC 208/2008—).
En el caso de que la resolución impugnada se refiera a una transmisión irrecupera-
ble del dominio sobre un bien determinado o al lanzamiento de una vivienda o local sí
es posible la suspensión. Si la resolución impugnada se refiere a la subasta de una finca
—y puede dar lugar a la transmisión a terceros adquirentes de buena fe— el Tribunal
considera procedente la suspensión (ATC 45/2001). En este caso, y como establece el
art. 56. 5, la Sala (o Sección): “La Sala o la Sección podrá condicionar la suspensión
Los derechos fundamentales y sus garantías 191
6.3. Alegaciones
Admitida la demanda de amparo, la Sala requerirá, con carácter urgente, al
órgano o a la autoridad de que dimane la decisión, el acto o el hecho, o al Juez o
192 Javier Tajadura Tejada
Tribunal que conoció del procedimiento precedente para que, en plazo que no podrá
exceder de diez días, remita las actuaciones o testimonio de ellas. (art. 51 LOTC).
Recibidas las actuaciones y transcurrido el tiempo de emplazamiento, la Sala dará
vista de las mismas a quien promovió el amparo, a los personados en el proceso, al
Abogado del Estado, si estuviera interesada la Administración Pública y al Ministerio
Fiscal. La vista será por plazo común que no podrá exceder de veinte días, y durante
él podrán presentarse las alegaciones procedentes (art. 52. 1 LOTC).
En esta fase, el demandado puede aducir causas de inadmisión o de desestimación
del recurso. Sin embargo, la utilidad para el demandante de esta fase de alegaciones
es muy escasa. Como hemos dicho, la demanda de amparo determina el objeto del
recurso y no es posible llevar a cabo una modificación sustancial de este mediante
escritos posteriores. En todo caso, el recurrente puede utilizar este trámite para pre-
cisar el amparo que solicita, y corregir posibles imprecisiones en relación al derecho
fundamental vulnerado (pero no modificar el concreto precepto constitucional que se
considera vulnerado). El demandante puede también incorporar documentos, propo-
ner la práctica de determinadas pruebas o solicitar la celebración de vista.
Pero lo que no cabe, de ningún modo, es que en la fase de alegaciones se aduz-
can nuevos motivos de impugnación pues ello provocaría indefensión.
Por otro lado, una vez presentadas las alegaciones o transcurrido el plazo pa-
ra hacerlo, la Sala puede deferir la resolución del recurso a una de sus Seccio-
nes “cuando para su resolución sea aplicable doctrina consolidada del Tribunal
Constitucional” (art. 52. 2 LOTC). Salvo los supuestos de “series de recursos” en
los que se plantea lo mismo en todos ellos y, resuelto uno, puede remitirse a las
secciones la resolución de los demás, no es fácil determinar cuando cabe hablar
de “doctrina consolidada”.
presente que el art. 88. 1 LOTC faculta al Tribunal para solicitar de los poderes
públicos “la remisión del expediente y de los informes y documentos relativos a
la disposición o acto origen del proceso constitucional”. Esta facultad puede ser
ejercida en cualquier momento.
La fase de prueba tiene en el recurso de amparo algunas características co-
munes a las de otro tipo de recursos: sólo procede cuando no hay acuerdo entre
las partes sobre un determinado hecho, y la parte que la solicite debe justificar
su pertinencia. Junto a esas notas, esta fase de prueba presenta también algunas
singularidades derivadas de la propia naturaleza del amparo constitucional. Des-
de esta óptica, las pruebas sólo pueden estar orientadas a acreditar vulneraciones
de derechos fundamentales protegibles en amparo. No cabe solicitar o practicar
pruebas cuya finalidad sea introducir hechos nuevos o alterar hechos que ya han
sido considerados probados por los órganos judiciales correspondientes.
Todo lo anterior determina que, en el ámbito del recurso de amparo, la activi-
dad probatoria sea prácticamente inexistente. Para constatar la posible vulnera-
ción de un derecho fundamental llevada a cabo por una resolución judicial bas-
tarán las actuaciones judiciales y administrativas. A ello se añade la previsión del
art. 54 LOTC según la cual la función del Tribunal Constitucional debe limitarse
a “concretar si se han violado derechos o libertades del demandante y a preservar
o restablecer estos derechos o libertades y se abstendrá de cualquier otra conside-
ración sobre actuaciones de los órganos jurisdiccionales”.
En este sentido, es doctrina reiterada y constante del Tribunal la de que a él no
le corresponde revisar la valoración de la prueba con la finalidad de modificar las
declaraciones fácticas realizadas por la jurisdicción ordinaria, sino tan sólo rea-
lizar un control externo de la razonabilidad que conecta la actividad probatoria
con el relato fáctico resultante (STC 110/2007).
En todo caso, la práctica de pruebas tiene especial relevancia en algunos inci-
dentes como el ya visto de suspensión o el de recusación, en los que se plantea la
necesidad de averiguar y acreditar cuestiones ajenas al proceso principal.
Siempre que se practique prueba, el Tribunal debe dar oportunidad a las partes
de presentar alegaciones respecto del resultado de la misma.
Según el cómputo efectuado por Pedro Tenorio, en la historia del Tribunal úni-
camente se han celebrado hasta hoy quince vistas públicas. Entre las más destaca-
das podemos señalar los casos de la STC 119/2001 (relativa al ruido que afectaba
a una vivienda); STC 132/2001 (sanción de suspensión de licencia a un taxista);
STC 70/2002 (segunda instancia en el ámbito penal); STC 98/2002 (prisión pro-
visional); STC 155/2002 (caso GAL).
En los trece últimos años no se ha celebrado ninguna vista pública.
Se trate de un trámite que se limita a repetir el procedimiento escrito por lo que
es comprensible su muy escasa utilización.
Los votos particulares revisten un especial interés para el estudio de los dere-
chos fundamentales. Permiten contrastar la decisión de la mayoría con una argu-
mentación alternativa. En algunos casos, estos votos minoritarios o discrepantes
contienen doctrina que, con el paso del tiempo, acaba por ser asumida por la
mayoría del Tribunal. En este sentido, algunos votos se configuran como pioneros
de lo que será después la doctrina mayoritaria del Tribunal. Por otro lado, en el
supuesto de que, rechazado el amparo, el recurrente decida presentar un recurso
frente al Tribunal Europeo de Derechos Humanos por violación del CEDH, la
argumentación contenida en los votos particulares le resultará de extraordinaria
utilidad.
Frente a estas ventajas, se alega en contra de los votos particulares que su
existencia erosiona la auctoritas de la decisión del Tribunal en la medida en que
pone de relieve la fragmentación del mismo y la falta de acuerdo. Por ello, en la
medida de lo posible es preferible llegar a soluciones integradoras que incorporen
—cuando sea factible— los argumentos de todos los magistrados. Pero, cuando
la discrepancia sea insalvable, es preferible mostrar a la opinión pública, en gene-
ral, y a la doctrina en particular, la existencia de esa controversia. Es cierto que,
ocultándola, la decisión del Tribunal formalmente aparecerá siempre respaldada
por la totalidad del Tribunal, pero no por ello desaparecerán las dudas sobre el
verdadero respaldo de la decisión. La posibilidad de que los Magistrados formu-
len votos particulares permite conocer con claridad si existen o no discrepancias
y el alcance de ellas.
No todos los ordenamientos permiten los votos particulares. En el caso italia-
no, por citar un ejemplo cercano, están prohibidos.
La Sala, o en su caso la Sección, pronunciará la sentencia que proceda en el
plazo de 10 días a partir del día señalado para la vista o deliberación (art. 52. 3
LOTC).
Finalmente, el art. 86. 2 LOTC recoge el principio de publicidad de las senten-
cias: “Las sentencias y las declaraciones a que se refiere el título VI se publicarán
en el “Boletín Oficial del Estado” dentro de los 30 días siguientes a la fecha del
fallo. También podrá el Tribunal ordenar la publicación de sus autos en la misma
forma cuando así lo estime conveniente”.
lo que no cabe nunca es que sea el propio Tribunal el que para restablecer al recu-
rrente en la integridad de su derecho fije la cuantía de la indemnización.
La LOTC prevé toda una batería de disposiciones tendentes a garantizar el
cumplimiento y la plena eficacia de las sentencias del Tribunal Constitucional.
El art. 87. 1 LOTC dispone que: “Todos los poderes públicos están obligados
al cumplimiento de lo que el Tribunal Constitucional resuelva”. Además todos
los Juzgados y Tribunales deben prestarle, con carácter preferente y urgente, el
auxilio jurisdiccional que solicite. Por otro lado, el art. 92. 1 LOTC le atribuye la
facultad de resolver los incidentes de ejecución de sentencias. Y el 92. 2 añade que
“podrá también declarar la nulidad de cualesquiera resoluciones que contraven-
gan las dictadas en el ejercicio de su jurisdicción, con ocasión de la ejecución de
estas, previa audiencia del Ministerio Fiscal y del órgano que las dictó”.
Finalmente, hay que recordar que el Tribunal tiene facultades de coerción di-
recta, puesto que según el art. 95. 4 LOTC puede imponer multas coercitivas de
600 a 3000 euros a cualquier persona —investida o no de poder público— que
incumpla sus requerimientos dentro de los plazos señalados, y reiterar estas mul-
tas hasta lograr el cumplimiento de los interesados, sin perjuicio de las responsa-
bilidades en que los incumplidores pudieran incurrir.
Por otro lado, el art. 55. 2 LOTC —tras señalar los posibles pronunciamientos
de la sentencia estimatoria de amparo— regula las cuestiones internas de incons-
titucionalidad que estudiaremos en el siguiente epígrafe. “En el supuesto de que el
recurso de amparo debiera ser estimado porque, a juicio de la Sala o, en su caso,
la Sección, la ley aplicada lesione derechos fundamentales o libertades públicas,
se elevará la cuestión al Pleno con suspensión del plazo para dictar sentencia, de
conformidad con lo prevenido en los artículos 35 y siguientes”. En estos supues-
tos, primero se dicta la sentencia resolutoria de la cuestión interna y luego la que
resuelve el recurso de amparo.
a las relaciones interindividuales, pero este riesgo es menor que el de reducir todo
el ordenamiento a la Constitución”.
Lo expuesto pone de manifiesto que la versión española de la denominada en
Italia “guerra de las Cortes” ha enfrentado básicamente a la Sala (Primera) de lo
Civil del Tribunal Supremo con el Tribunal Constitucional. Pero no ha sido la
única. La Sala (Segunda) de lo Penal ha registrado también diversos choques con
el Tribunal Constitucional. Por la importancia material del asunto controvertido
(interrupción del plazo de prescripción de los delitos) podemos señalar como un
claro ejemplo de invasión del ámbito competencial de la jurisdicción penal ordi-
naria la STC 29/2008.
El asunto tuvo como protagonistas a dos conocidos empresarios (los Albertos).
La Audiencia Provincial de Madrid (25 de enero de 2001) confirmó un delito de
estafa cometido por Alberto Cortina y Alberto Alcocer, pero los absolvió por con-
siderar prescrito el delito (en contra de la interpretación sobre la prescripción del
Tribunal Supremo). Se había interpuesto una querella contra ellos antes de finali-
zar el plazo de prescripción pero está no fue admitida hasta pasado ese plazo. Los
Albertos habían estafado a sus socios en la negociación de la venta del conjunto
de Urbanor —una sociedad propietaria de los terrenos donde se construyeron
las Torres Kio en la madrileña plaza de Castilla—. Los Albertos ofrecieron a los
socios minoritarios una suscripción preferente sobre los valores a un precio de
150.000 pesetas el metro cuadrado cuando ellos habían pactado previamente con
los vendedores un precio de 231.000 pesetas. La sentencia absolutoria fue recu-
rrida por los afectados y por el Ministerio Fiscal ante el Tribunal Supremo que
falló a favor de los recursos y restableció así la vigencia de su doctrina sobre la
prescripción, según la cual la presentación de una querella interrumpe el plazo de
prescripción de un delito. Los empresarios fueron condenados a tres años y cuatro
meses de prisión cada uno y recurrieron en amparo al Tribunal Constitucional.
Y he aquí que el Tribunal, en su STC 29/2008, estimó el amparo. La sentencia
provocó un auténtico terremoto en el ámbito judicial. La Sala Segunda del Tribu-
nal Supremo adoptó el 26 de febrero un acuerdo en el que se acusaba al Tribunal
Constitucional de “vaciar de contenido” el artículo 123 CE al entrar en cuestiones
de legalidad ordinaria e invadir así, de forma clara y manifiesta, el ámbito compe-
tencial propio del Tribunal Supremo. Los Magistrados del Supremo sostenían que
para determinar si un delito ha prescrito se debe tomar como referencia la fecha
en la que se interpone la querella, y no el momento en el que el juez la admite a
trámite (tesis del TC). El Fiscal General del Estado se pronunció también abierta-
mente en contra de la sorprendente decisión del Tribunal Constitucional. El Pleno
de este último reaccionó remitiendo una carta de queja al Presidente del Gobierno
por las declaraciones del Fiscal General.
Lo cierto es que la sentencia del Tribunal Constitucional evitó que los Al-
bertos ingresasen en prisión tal y como había sentenciado el Tribunal Supre-
220 Javier Tajadura Tejada
mo. En todo caso, en 2010, se llevó a cabo una reforma del Código Penal que
incorporó expresamente la postura defendida tradicionalmente por el Tribu-
nal Supremo: la presentación de denuncia o querella interrumpe el plazo de
prescripción del delito, pero se impone al juez el plazo de seis meses para re-
solver sobre su admisibilidad.
El razonamiento defendido por el Magistrado constitucional, Rodríguez Arri-
bas —que de forma tan lamentable como inexplicable se quedó sólo en su discre-
pancia— resulta, desde una perspectiva constitucional, impecable: “Las Sentencias
y Autos que hasta ahora —esto es hasta la STC citada— ha dictado este Tribunal
en relación con la prescripción penal, (…) han partido de una constante doctrina
en la que, por un lado, se ‘ha señalado que la apreciación del sentido y alcance del
instituto jurídico de la prescripción, como causa extintiva de la responsabilidad
penal, es una cuestión de legalidad, que corresponde a los órganos judiciales or-
dinarios y sobre cuya procedencia no puede entrar este Tribunal desde la perspec-
tiva del derecho a la tutela judicial efectiva (SSTC 152/1987, y 157/1990)’, (…).
En definitiva, la interpretación del precepto regulador de la prescripción penal es
una cuestión de legalidad ordinaria que solo puede ser examinada en amparo con
arreglo al canon del art. 24.1 CE, es decir, comprobando si existe razonabilidad
y ausencia de arbitrariedad o error patente, en el caso concreto (…) El referido y
hasta ahora invariable criterio ha supuesto que los casos que nos son sometidos,
han de examinarse uno por uno, con un inevitable y obligado casuismo, sin esta-
blecer ninguna doctrina interpretativa general que, por sugestiva y acertada que
se presente, puede invadir las funciones que son propias de la jurisdicción ordi-
naria, conforme al art. 117 CE y singularmente, de la Sala Segunda del Tribunal
Supremo, la que, por otra parte, en esta cuestión tampoco ha tenido un criterio
uniforme”.
El caso referido es un claro ejemplo de extralimitación de funciones del Tri-
bunal Constitucional. Aunque podrían traerse otros a colación, los mencionados
permiten comprender suficientemente el alcance del problema.
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Los derechos fundamentales y sus garantías 223
SORIANO GARCÍA, J. E.: “La guerra de los dos tribunales: una propuesta de paz (la necesaria
reforma del recurso de amparo)” en Revista Española de Derecho Administrativo, núm. 123,
2004.
TENORIO, P.: El recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional. Perspectivas de reforma. Fun-
dación Wolters Kluwe, Madrid, 2014.
URIAS, J.: La cuestión interna de inconstitucionalidad, McGraw-Hill, Madrid, 1996.
Epílogo
1
Según lo ha definido Fioravanti, “el constitucionalismo es, desde sus orígenes, una corriente
de pensamiento encaminada a la consecución de finalidades políticas concretas consistentes,
fundamentalmente, en la limitación de los poderes públicos y en la consolidación de esferas
de autonomía garantizadas mediante normas”. FIORAVANTI, M.: Constitucionalismo. Expe-
riencias históricas y tendencias actuales. Trotta, Madrid, 2014, p. 17.
226 Javier Tajadura Tejada
ción de ese poder absoluto mediante el mismo instrumento empleado por Hobbes
para su construcción: el Derecho.
En un proceso que duró siglos —y que tuvo como hito principal, las revolu-
ciones liberales de fines del S. XVIII, pero que realmente no puede considerarse
verdaderamente concluido en Europa hasta que, con posterioridad a la Segunda
Guerra Mundial, los Textos Constitucionales se configuraron como normas su-
premas del ordenamiento jurídico (merced a la existencia de mecanismos especia-
les de reforma constitucional y procedimientos de control de constitucionalidad
de las leyes)— el constitucionalismo fue articulando procedimientos y mecanis-
mos que limitaran el poder del Estado y de esa manera garantizaran las libertades
y los derechos de las personas. En este sentido, el Estado Constitucional de De-
recho entendido como Estado material —y no meramente formal— de Derecho
es aquel en el que la libertad está jurídicamente garantizada. Por ello, el Derecho
debe tener un contenido sustantivo determinado. Ese contenido se deriva de unos
valores (la dignidad de la persona y la igual libertad de todos) y se concreta en
los derechos fundamentales. Los derechos fundamentales son así la sustancia del
Estado Constitucional.
Ahora bien, culminado, de esta forma, el proceso histórico de limitación del
poder del Estado, nos encontramos con que las nuevas circunstancias históricas
y políticas del mundo del siglo XXI obligan a replantear —como decíamos— la
relación entre el Estado y los derechos. Ciertamente, el Estado sigue siendo una
amenaza potencial para la libertad de las personas. La existencia de numerosos
regímenes autocráticos, por un lado, y los riesgos de involución de los Estados de-
mocráticos (incluidos algunos de la Unión Europea como puede ser Hungría en el
momento de redactar estas líneas), por otro, así lo confirma. Pero, junto al poder
político o poder público ejercido por los órganos del Estado, han ido apareciendo
numerosos poderes privados: grandes grupos económicos, corporaciones finan-
cieras, fondos de inversión, industrias farmacéuticas, grupos multimedia, etc., que
por su propia naturaleza se yerguen como potenciales y formidables amenazas
para la libertad de las personas.
“La amenaza de la libertad humana por medio de poderes no estatales, —escri-
be Hesse— en la actualidad puede ser un riesgo mayor que el propio Estado”. Y
en este contexto, la libertad sólo puede ser defendida y garantizada como un todo
unitario: “no ha de ser sólo una libertad que faculta, sino también una protección
frente a los daños sociales”2. Por ello, la concepción de los derechos fundamen-
tales únicamente como derechos subjetivos de defensa frente al Estado resulta
insuficiente. Para hacer frente a esta problemática surge la comprensión de los
2
HESSE, K.: “El significado de los derechos fundamentales” en Escritos de Derecho Constitu-
cional. Fundación coloquio jurídico europeo-CEPC, Madrid, 2011.
Epílogo 227
legitiman la existencia misma del Estado y del poder público que limitan. La
legitimidad del Estado reside en su condición de garante de los derechos. Para de-
cirlo con mayor claridad, un Estado que no protege adecuadamente los derechos
fundamentales carece de legitimidad. Los derechos fundamentales son así —y esta es
una de sus funciones esenciales como ya vimos— el fundamento de legitimidad del
orden estatal.
Por ello, y citando una vez más al insigne profesor alemán, Konrad Hesse, “Dere-
chos fundamentales y Estado fuerte no se excluyen recíprocamente, antes al contrario,
son mutuamente dependientes. Ello se explica porque hacer efectivos y asegurar los
derechos fundamentales está, bajo las condiciones de nuestro tiempo, encomendado
al Estado; una y otra tarea requieren de un Estado fuerte, capaz de funciones y presta-
ciones, en condiciones de cumplir su misión. Tal fortaleza es, por ello, no tanto asunto
de un aparato de poder estatal lo más eficaz posible cuanto del asentimiento libre
de un número tan vasto como sea posible de ciudadanos a quienes importe lograrla,
mantenerla y renovarla en todo momento”.
Ahora bien, el hecho de que la existencia y la fortaleza del Estado resulten im-
prescindibles para poder garantizar la plena y efectiva vigencia de los derechos fun-
damentales no quiere decir, en modo alguno, que la necesidad de limitar su poder
haya desaparecido. Al contrario, esa limitación es la seña de identidad del Estado
Constitucional.
En el contexto de esta relación entre los derechos fundamentales y el Estado
Constitucional se plantean problemas que distan mucho de haber encontrado
una respuesta definitiva. La ambivalente posición del Estado —como garante y
amenaza para la libertad simultáneamente— se muestra, con toda crudeza, en el
ámbito de las nuevas regulaciones para hacer frente al terrorismo aprobadas en
algunos Estados como respuesta a los criminales atentados islamistas del 11 S.
El 11-S marcó un punto de inflexión en el siempre precario equilibrio entre
la libertad (como valor superior del ordenamiento) y la seguridad (como fin del
Estado). En este sentido, no se trata ahora de examinar aquellos supuestos en que
dicho equilibrio ha sido vulnerado de forma clara, y de los excesos cometidos en
la lucha contra el terrorismo global (torturas a prisioneros, vuelos secretos de la
CIA. o incluso ejecuciones extrajudiciales con violación del derecho al debido
proceso), sino de poner de manifiesto dilemas más sutiles, como puede ser el si-
guiente: ¿Puede el Estado abatir un avión con inocentes a bordo para prevenir un
atentado kamikaze? Este caso límite del Derecho Constitucional se ha planteado
ya en Alemania, y en la medida en que podría plantearse también en España, re-
sulta oportuno conocer los términos del debate.
La intervención del legislador alemán vino impulsada por un grave incidente
acaecido a principios del año 2003. El 5 de enero de 2003, un hombre armado
secuestró una avioneta y sobrevoló el barrio financiero de Fráncfort del Meno. El
Epílogo 229
secuestrador amenazó con estrellarse contra la sede del Banco Central Europeo
por lo que el centro de la ciudad tuvo que ser evacuado. Un helicóptero de la
policía y dos aviones de caza militares acudieron al lugar y se situaron cerca de
la avioneta. Tras algo más de media hora, quedó claro que el secuestrador era un
perturbado y, tras negociar con él, depuso su actitud, aterrizó y se entregó. Este
grave incidente está en el origen de la aprobación —dos años después— de la Ley
de seguridad aérea de 11 de enero de 2005. El parágrafo 14 de esta norma per-
mite a las autoridades federales ordenar el derribo de una aeronave cuando, a la
vista de las circunstancias, pueda concluirse que va a ser utilizada contra la vida
de personas inocentes, y esta medida constituya la única manera de evitar dicho
peligro. El apartado 3 del mismo dispone textualmente que “el ataque armado
sólo será lícito cuando, de acuerdo con las circunstancias, pueda concluirse que la
aeronave va a ser utilizada contra la vida de las personas y éste sea el único medio
de defensa contra dicho peligro inminente”. El ataque sólo podrá ser ordenado
por el Ministro Federal de Defensa o, en su lugar, por el miembro del Gobierno
Federal autorizado para ello. La Exposición de Motivos de la Ley reconoce con
toda claridad que el mencionado apartado tercero autoriza el uso de las armas
para abatir el correspondiente avión aun en el caso de que en él se encuentren
inocentes y el ataque armado les ocasione una muerte prácticamente segura.
En definitiva, la norma que nos ocupa está configurada como una cláusula
de ultima ratio que faculta al Estado para sacrificar la vida de las personas que
viajan a bordo de un avión —terroristas, tripulantes y pasajeros—a fin de salvar
la vida de otras personas. El precepto fue recurrido en amparo ante el Tribunal
Constitucional por varias personas que viajaban frecuentemente en avión. El Tri-
bunal Constitucional Federal alemán, en una célebre y polémica sentencia de 15
de febrero de 2006, estimó el recurso de amparo y anuló la norma recurrida por
vulnerar el derecho fundamental a la vida y la garantía constitucional de la digni-
dad humana, en la medida en que resulte afectado algún inocente.
El Alto Tribunal alemán declaró que la “instrumentalización” de las personas
inocentes que viajaban en el avión atenta contra su dignidad humana. El respeto
a este principio impide que el Estado pueda tratar a una persona como un ins-
trumento, y la ley enjuiciada lo hace al aceptar el sacrificio de las vidas de los
inocentes que viajan en el avión para salvar las vidas de las personas que están en
tierra. Para el Tribunal la vida humana es imponderable. No se puede sacrificar
una para salvar cien.
La sentencia fue objeto de numerosas críticas. Baste señalar aquí alguna incon-
gruencia. El Tribunal señala que en el supuesto de que en el avión sólo viajasen te-
rroristas sí podría ser abatido. Sin embargo, matar a los terroristas para proteger
a las personas que se hallan en tierra firme también supone instrumentalizarlos.
Como ha advertido uno de los críticos de este fallo, “cuando se trata de abatir
una aeronave con inocentes a bordo, la vida es imponderable, mientras que cuan-
230 Javier Tajadura Tejada
3
DOMENECH, G.: “Comentario a la Sentencia del Tribunal Constitucional Federal alemán
sobre la Ley de Seguridad Aérea” en Revista de Administración Pública, núm. 170, 2006, p.
423.
Epílogo 231
cional la democracia debe ser entendida —de la misma forma que el Estado de
Derecho— en un sentido material. Sólo es democrático aquello que resulta con-
forme con los derechos fundamentales. Y esto vale no sólo para el legislador que
no podría aprobar legítimamente una ley que violase aquellos, sino también para
el poder de reforma, que —por la misma razón— no podría aprobar una modifi-
cación constitucional contraria a un derecho fundamental. En definitiva, para que
la garantía de la libertad no resulte vana es preciso que en el Texto Constitucional
se garantice no sólo la indisponibilidad de los derechos por el legislador —lo que
ya se hace en el art. 53— sino también que se prohíba expresamente al poder de
reforma la posibilidad de desnaturalizarlos o violarlos de cualquier modo. Natu-
ralmente, la cláusula de intangibilidad debería incluirse en el Título dedicado a la
Reforma, haciendo desaparecer el tan confuso como peligroso sintagma “revisión
total” del art. 168. Expresión que interpretada literalmente conduciría al despro-
pósito de identificar reforma de la Constitución —como operación jurídica y por
ello materialmente limitada— con destrucción de la misma.
Si los derechos fundamentales se configuran como el núcleo de legitimidad de
la democracia constitucional, es evidente que la legitimidad no puede ser destrui-
da sin que lo sea también la propia Constitución. Ello hace necesario incluir en
la Constitución una cláusula de intangibilidad en defensa de los derechos funda-
mentales. La necesidad ciertamente es relativa. En principio cabría afirmar que los
derechos fundamentales —aunque no haya cláusula de intangibilidad alguna—
son un límite material implícito al poder de reforma que se deduce del propio
concepto de Constitución. Sin embargo, en la medida en que nuestro Tribunal
Constitucional no se ha hecho eco de esta doctrina, sino que, por el contrario,
la ha rechazado expresamente, afirmando que siguiendo los procedimientos del
artículo 168, el poder de reforma carece de límites materiales, el establecimiento
de esa cláusula sí que resulta procedente y necesario. La reforma que proponemos
tendría un efecto jurídico claro: el establecimiento de un límite material explícito
al poder de reforma, es decir, el blindaje del fundamento de legitimidad del orden
estatal y, en consecuencia, la conversión de nuestro régimen constitucional en una
democracia militante.
b) Una segunda reforma consistiría en incluir expresamente en la cláusula de
apertura al derecho internacional de los Derechos Humanos del art. 10. 2, las
referencias a dos Textos cuya importancia para la interpretación de los derechos
fundamentales es crucial: el Convenio Europeo de Derechos Humanos y la Carta
de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. El efecto de la reforma sería
simbólico y político en cuanto permitiría visualizar los Textos citados pero, desde
un punto de vista estrictamente jurídico, no supondría la atribución a los mismos
de un valor superior al que ya tienen.
En este contexto, y dando un paso más, se podría dar valor constitucional a
ambas declaraciones mediante su inclusión en el propio artículo 53. 1 CE. De lo
Epílogo 233
que se trataría es de establecer que ambos Tratados vinculan a todos los poderes
públicos. La propuesta figura en el Informe sobre la reforma constitucional diri-
gido por Javier García Roca y tendría efectos muy positivos. La referencia a la
Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea —que debería enmarcar-
se dentro de una reforma más completa y ambiciosa que adaptara nuestro Texto
Fundamental no sólo al estadio actual del proceso de integración europea sino al
deseable horizonte federal del mismo— en el art. 53 supondría una extensión de
su ámbito de aplicación. Según el art. 51 de la Carta, sus disposiciones se dirigen
a los Estados cuando “apliquen el Derecho de la Unión”. La reforma propuesta
implicaría que los poderes públicos españoles estarían sujetos a ella también en
aquellos ámbitos en los que no actúen ejecutando Derecho de la Unión. “Una
homogeneización de los estándares de garantía —advierte el Informe citado— pa-
rece lógica, para impedir disfunciones y asimetrías en su exégesis, que carecerían
de toda razonabilidad, y ello ubicaría además a España en una posición a la van-
guardia europea dentro de la Unión”4.
c) Junto a las reformas anteriores que afectan a la propia comprensión y na-
turaleza de los derechos fundamentales en su conjunto, y al reforzamiento de su
inserción en el sistema europeo, cabe abordar también algunas otras de carácter
puntual. Así, la relativa a las garantías constitucionales del derecho al matrimo-
nio (art. 32 CE) y del derecho a la propiedad privada (art. 33 CE). Se trata de
derechos reconocidos en el Convenio Europeo de Derechos Humanos pero que,
por figurar en la Sección segunda del Capítulo segundo del Título I, carecen de la
garantía procesal específica del recurso de amparo ante el tribunal Constitucional.
Ello impide, en la actualidad, que el Tribunal Constitucional pueda pronunciarse
sobre ellos con carácter previo y facilita el acceso directo al TEDH. Esta situación
no facilita el diálogo entre el Tribunal Constitucional y el TEDH. De hecho, tras el
fallo correspondiente dictado en Estrasburgo, nuestro Alto Tribunal se ve obligado
a otorgar amparos por vulneración de derechos no susceptibles de amparo median-
te interpretaciones forzadas como pudo ser el caso de la STC 51/2011 (derecho al
matrimonio). En este sentido, algunos han defendido el traslado de ambos derechos
a la Sección primera para otorgarles así la protección del recurso de amparo.
En nuestra opinión, sin embargo, es preferible suprimir la limitación material
establecida en el art. 53 al recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional y
extender su ámbito de protección a todos los derechos fundamentales contenidos
en el Capítulo Segundo, es decir, también a los de la Sección segunda. Como he-
mos visto en esta obra, en nuestro ordenamiento es el recurso de amparo el que
garantiza que el Tribunal Constitucional, como supremo intérprete de la Cons-
4
GARCÍA ROCA, J. (ed.): Pautas para una reforma constitucional. Informe para el debate.
Aranzadi, Cizur Menor, 2014, p. 35.
234 Javier Tajadura Tejada
5
ARAGÓN, M.: “Problemas del recurso de amparo” en Estudios de Derecho Constitucional
CEPC, 3ª edición revisada y aumentada, Madrid, 2013.
Epílogo 235
6
SÁNCHEZ, R., y JIMENA, L.: La enseñanza de los derechos humanos, Ariel, Barcelona, 1995.
236 Javier Tajadura Tejada
7
LUCAS VERDU, P.: EL sentimiento constitucional, Reus, Madrid, 1985.
8
TORRES DEL MORAL, A.: Estado de Derecho y democracia de Partidos, 4ª edición, Univer-
sitas, Madrid, 2012, p. 103.
Epílogo 237
LOS DERECHOS
especialidades de Derecho,
universitaria española.
www.tirant.es
manuales