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PARTE ESPECIAL
Dirección
RENZO MUNITA MARAMBIO
Coordinación
FLORENCIA BANCALARI CHÁVEZ
tirant lo blanch
Valencia, 2023
COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT LO BLANCH
María José Añón Roig Marta Lorente Sariñena
Catedrática de Filosofía del Derecho Catedrática de Historia del Derecho de
de la Universidad de Valencia la Universidad Autónoma de Madrid
Ana Cañizares Laso Javier de Lucas Martín
Catedrática de Derecho Civil de Catedrático de Filosofía del Derecho y
la Universidad de Málaga Filosofía Política de la Universidad de Valencia
Jorge A. Cerdio Herrán Víctor Moreno Catena
Catedrático de Teoría y Filosofía de Derecho. Catedrático de Derecho Procesal de la
Instituto Tecnológico Autónomo de México Universidad Carlos III de Madrid
José Ramón Cossío Díaz Francisco Muñoz Conde
Ministro en retiro de la Suprema Catedrático de Derecho Penal de la
Corte de Justicia de la Nación y Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
miembro de El Colegio Nacional Angelika Nussberger
María Luisa Cuerda Arnau Catedrática de Derecho Constitucional
Catedrática de Derecho Penal de la e Internacional en la Universidad
Universidad Jaume I de Castellón de Colonia (Alemania)
Carmen Domínguez Hidalgo Miembro de la Comisión de Venecia
Catedrática de Derecho Civil de la Héctor Olasolo Alonso
Pontificia Universidad Católica de Chile Catedrático de Derecho Internacional de la
Eduardo Ferrer Mac-Gregor Poisot Universidad del Rosario (Colombia) y
Juez de la Corte Interamericana Presidente del Instituto Ibero-Americano
de Derechos Humanos de La Haya (Holanda)
Investigador del Instituto de Luciano Parejo Alfonso
Investigaciones Jurídicas de la UNAM Catedrático de Derecho Administrativo
Owen Fiss de la Universidad Carlos III de Madrid
Catedrático emérito de Teoría del Derecho Consuelo Ramón Chornet
de la Universidad de Yale (EEUU) Catedrática de Derecho Internacional
José Antonio García-Cruces González Público y Relaciones Internacionales
Catedrático de Derecho Mercantil de la UNED de la Universidad de Valencia
José Luis González Cussac Tomás Sala Franco
Catedrático de Derecho Penal de Catedrático de Derecho del Trabajo y de la
la Universidad de Valencia Seguridad Social de la Universidad de Valencia
Luis López Guerra Ignacio Sancho Gargallo
Catedrático de Derecho Constitucional Magistrado de la Sala Primera (Civil)
de la Universidad Carlos III de Madrid del Tribunal Supremo de España
Ángel M. López y López Elisa Speckmann Guerra
Catedrático de Derecho Civil de Directora del Instituto de Investigaciones
la Universidad de Sevilla Históricas de la UNAM
Ruth Zimmerling
Catedrática de Ciencia Política de la
Universidad de Mainz (Alemania)
© TIRANT LO BLANCH
EDITA: TIRANT LO BLANCH
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ISBN: 978-84-1147-775-8
Presentación .............................................................................................................................. 13
CAPÍTULO PRELIMINAR
ANTE LOS CONTRATOS TIPIFICADOS. UNA APRECIACIÓN DEL
CONJUNTO ........................................................................................................................... 15
Daniel Peñailillo Arévalo
El contrato de promesa............................................................................................................ 43
Carlos Pizarro Wilson
DE LAS CESIONES
*
Doctor en Derecho por la U. Autónoma de Madrid (España). Profesor de Derecho Civil, Pontificia
U. Católica de Valparaíso. Correo electrónico: gonzalo.severin@pucv.cl. Este trabajo se enmarca en
la ejecución del proyecto FONDECYT regular 1210234, del cual el autor es investigador responsa-
ble, y del proyecto Fondecyt Regular 1221864, en el que el autor participa en calidad de coinvestiga-
dor.
I. INTRODUCCIÓN
Este trabajo presenta y revisa críticamente la regulación del arrendamiento “de obra
o servicio” en el Código civil chileno, que pueda servir de contexto e introducción al
estudio del Título XXVI del Libro IV (Del contrato de arrendamiento) y, más preci-
samente, de los contratos especialmente regulados en los párrafos siete a diez de dicho
Título. En particular, este trabajo da cuenta, primero y brevemente, de la razón por la
que la contratación remunerada de obras y servicios se considera una forma de arren-
damiento (II). Luego, se defiende la idea de que, pese a la comprensión generalizada,
el Código civil de Bello no reconoce, ni ofrece bases, para distinguir entre un arren-
damiento “de obra” y un arrendamiento “de servicios”, y que sólo existe una distinción
entre el arrendamiento “de cosas” y el “de obra o servicios”, siendo este último propia-
mente una categoría contractual (III). Tras ello, se dibujan los contornos de esta catego-
ría, a partir del análisis de los distintos criterios de delimitación conceptual que deben
considerarse frente a otros contratos regulados separadamente y que tienen —o pueden
tener— por objeto la prestación de un servicio en sentido amplio, tanto dentro como
fuera del Código civil (IV). Finalmente, se ofrece una visión panorámica de los cuatro
tipos de arrendamiento de obra o servicios regulados por el Código civil al interior del
Título dedicado al contrato de arrendamiento (V).
(D. 19.2.25), un esclavo (D. 19.2.43)] como variadas tareas o actividades, tales como
confeccionar vasos de plata o anillos de oro (D. 19.2.31), lavar vestidos (D. 19.2.31),
remendar o limpiar alguna cosa (D. 19.2.9), transportar alguna cosa (D. 19.2.10), en-
señar a un esclavo o a un aprendiz (D. 19.2.13), custodiar alguna cosa (D. 19.2.40), o
construir alguna cosa, como una casa (D. 19.2.30; D. 19.2.59) o un canal (D. 19.2.62)].
Aunque el origen histórico de esta concepción unitaria del arrendamiento es un
punto debatido en la doctrina romanista, se ha sugerido que dicha unidad conceptual
puede explicarse como el resultado de una cierta proyección evolutiva, cuyo punto de
partida sería la cesión temporal de una cosa material que se entrega o “coloca” (“locare”)
a otro con la finalidad de usarla. Ese tipo contractual inicial da cabida a los trabajos o
servicios remunerados, a partir de la posibilidad de ceder temporalmente un esclavo
(que es considerado una cosa), extendiéndose naturalmente desde ahí al trabajo del li-
berto y finalmente al trabajo del hombre libre (que en algún sentido “se cede a sí mis-
mo” —su esfuerzo o el producto de su trabajo— en forma temporal). Por otro lado, esa
figura inicial, de entrega de una cosa para el uso, se extiende a otras finalidades, tales
como transformarla, transportarla, limpiarla, etc. (El punto ha sido estudiado con ma-
yor detenimiento en Severin, 2015).
No es de extrañar que Bello haya recogido la concepción unitaria del arrendamien-
to, que se recoge ya desde los primeros proyectos de código civil. Desde luego, Bello
conoce el Derecho romano, y él mismo expone el contenido del contrato de locatio
conductio en sus manuales. Pero, además, hay que tener presente que las fuentes más im-
portantes del Código civil en materia de obligaciones y contratos también recogieron
dicha concepción. Por un lado, el Code civil francais de 1804 (que en esta materia está
fuertemente influenciada por los trabajos de Domat y de Pothier), cuyo influjo, en este
punto, alcanzó también a otras fuentes consultadas por Bello, como el Código civil ho-
landés de 1838 o el Proyecto de Código civil español de García Goyena de 1851. La otra
fuente fundamental que recoge también la concepción unitaria son Las Siete Partidas.
Y recordemos, además, que, con anterioridad a la entrada en vigor del Código civil, la
regulación de Las Partidas constituía la base del Derecho vigente en Chile en materia
de Derecho contractual. En este punto, no hay pues innovación (sobre la recepción del
modelo de la locatio conductio en esas fuentes, puede verse Severin, 2016).
Conviene señalar que la tendencia actual en el Derecho comparado es a superar
la concepción unitaria del arrendamiento. En códigos civiles más modernos e instru-
mentos de soft law se reconoce autonomía, tanto normativa como nomenclatural, a los
contratos de prestación de servicio, conservando la voz “arrendamiento” para designar
el contrato que tiene por objeto la cesión remunerada y temporal del uso de un bien
(el arrendamiento de cosas). Este tratamiento separado es razonable considerando tan-
to las diversas finalidades prácticas que persiguen las partes al celebrar esos contratos
como su diversa estructura obligacional (la prestación característica del contrato es de
dar, en un caso, y de hacer, en el otro). Un ejercicio dogmático de “escisión” de los con-
Contrato de arrendamiento “de obra o servicio” en el Código Civil chileno 257
tratos servicios, que los independice del arrendamiento puede ser propuesto también
para el Código civil chileno. De hecho, en los últimos años se observa un creciente inte-
rés doctrinal por los contratos de servicio como categoría contractual, que, en general,
adopta como premisa la autonomía de la figura respecto del arrendamiento de cosas.
Con todo, no debe perderse de vista que, sin una reforma legal, ese ejercicio reconoce
algunos límites. Y es que —y esto es algo que ha pasado inadvertido— la recepción de
la concepción unitaria del arrendamiento en el Código civil de Bello no se agota en la
dimensión terminológica (el uso de la palabra “arrendamiento” para designar a todos
estos contratos). La concepción unitaria del arrendamiento se proyecta también en el
aspecto normativo, al menos en un caso (que, por lo demás, desde el punto de vista
práctico es muy relevante): el art. 1996 CC hace directamente aplicables —aunque en
forma supletoria— las reglas del arrendamiento de cosas al contrato de arrendamiento
de confección de obra. En efecto, la afirmación contenida en el inciso final del artículo
1996 CC, en cuanto señala “el arrendamiento de obra se sujeta a las reglas generales del
arrendamiento” es, o bien una declaración vacía, o bien es una referencia a las reglas del
arrendamiento de cosa; esta última interpretación parece más razonable.
La idea de que es posible distinguir entre un arrendamiento “de obra” y uno “de ser-
vicios” suele fundarse, como se ha dicho, en el Derecho romano. Sin embargo, conviene
recordar que, en las fuentes romanas, el contrato de locatio conductio se trata en forma
unitaria, sin divisiones ni subtipos (cfr. Digesto, 19. 2; Gayo 3. 142 y ss.). La llamada
teoría de la tripartición de la locatio conductio es una construcción de la doctrina roma-
nista, cuyo origen, aunque difícil de precisar, se sitúa probablemente hacia fines del siglo
XVII. Esta teoría comienza a ser fuertemente controvertida a partir del siglo XX.
Aunque es efectivo que muchos de los textos y manuales de Derecho romano de
los siglos XVIII y XIX se sirven de esa división tripartita para presentar el contrato de
arrendamiento, lo cierto es que, como se ha demostrado en otro lugar, no existe base
Contrato de arrendamiento “de obra o servicio” en el Código Civil chileno 259
suficiente para sostener que la tesis de la tripartición fuera dominante, o siquiera ma-
yoritaria, a la época de la codificación. En muchos textos de Derecho romano del siglo
XIX se recoge una división “bipartita” del arrendamiento, distinguiendo, por un lado,
un arrendamiento “de cosas” y, por otro lado, un arrendamiento de “servicios” o “traba-
jos” en un sentido amplio (sobre la cuestión de la tripartición en la doctrina romanista,
véase el trabajo referido: Severin, 2015, pp. 367-275). Es más, y esto es particularmente
relevante, el propio Bello en sus Instituciones de Derecho Romano explica que “La loca-
ción conducción (en castellano alquiler o arrendamiento) es un contrato en que se promete
cierto salario o recompensa por el uso de alguna cosa o el servicio de alguna persona”, una
idea sobre la que insiste inmediatamente explicando que “Hay locación de uso y locación
de servicios” (Bello, 1981-a). Como se ve, Bello no recoge la teoría de la tripartición,
siendo evidente que la palabra “servicios” se utiliza por Bello en un sentido amplio.
Las fuentes inmediatas del Código civil chileno en esta materia tampoco distinguen
entre un “arrendamiento de obras” y un “arrendamiento de servicios”. En Las Partidas se
explica que el contrato de arrendamiento o “loguero” es “quando un hombre loga a otro
obras que ha de facer por su persona, o otorgar un home a otro poder usar su cosa et servirse
de ella por cierto prescio…” [(sic); P. VIII. 1]. Como se ve, en Las Partidas es la palabra
“obras” la que utiliza en un sentido amplio, para referir a toda clase de servicios o tra-
bajos. Además, en Las Partidas, tal como ocurre en el Digesto, no hay ninguna división
interna en la regulación de este contrato de la que pueda desprenderse una distinción
entre un arrendamiento de “obras” y uno de “servicios”.
Por su parte, el Código civil francés de 1804, aunque sí contenía estructuralmente
una división interna del contrat de louage (arrendamiento) sólo reconocía dos tipos: el
louage de choses (arrendamiento de cosas) y el louage d’ouvrage (arts. 1708 y 1709). El
louage d’ouvrage es una categoría contractual, no un tipo (pues no existe una regulación
general), de la que sólo se regulan sus “tres principales especies” (art. 1779) siendo eviden-
te que “ouvagre” simplemente quiere decir “trabajo” o “labor” (y en ningún caso puede
traducirse como “obra” por oposición a “servicio”). Las ideas expresadas sintéticamente
en estos dos párrafos están desarrolladas con detalle en el trabajo ya referido: Severin,
2016, pp. 203-221.
este título, que abre la sección destinada a la regulación del contrato de arrendamien-
to (llamado también en ese proyecto “locación-conducción”) señala expresamente:
“Hay dos especies de locacion-conducción: la de cosas, que se llama propiamente arren-
damiento, i la de obra o servicios”. Resulta completamente evidente que sólo hay dos
clases de arrendamiento, y que el arrendamiento de “obras o servicios” se mira como
un solo y único contrato, ofreciendo una regulación especial para ciertos servicios.
En este Proyecto, además, se definen separadamente “el arrendamiento de cosas” (art.
2) y el “alquiler de obra o servicio”, este último en estos términos: “el alquiler de obra
o servicio es un contrato en que una de las partes promete a la otra sus servicios por cierto
tiempo o para cierta obra, mediante el precio o salario que se estipula” (art. 43). Como
se puede observar, la palabra “servicios” no se opone a “obra”; al contrario, la incluye
naturalmente.
En el Proyecto de Código civil de 1847 conserva esta misma aproximación: no existe
una definición del contrato de arrendamiento, sino que se comienza por explicar que
existen dos clases; y luego, se definen, separadamente, el arrendamiento de cosa y el al-
quiler de obra o servicios. Así, es evidente que las obras y servicios son objeto de un solo
contrato, si bien la definición de este contrato varía en relación con el Proyecto anterior,
pues se incluye el sustantivo “obra” en la descripción del objeto: “El alquiler de obra o
servicios es un contrato en que la una de las partes promete a la otra sus servicios por cierto
tiempo o para cierta obra, mediante el precio o salario que se estipula” (art. 447). El Proyec-
to de Código Civil de 1853 conserva esta misma aproximación.
El cambio se produce en el Proyecto inédito. No existe ningún artículo que señale
que existen dos clases de arrendamiento y, en su lugar, el artículo que abre el Título
ofrece una definición del arrendamiento (art. 2091) que es idéntica a la que contiene el
actual art. 1915 CC. De ello no puede desprenderse una recepción de la teoría tripartita
del arrendamiento, puesto que, si uno mira la evolución en relación con la regulación de
esta materia en los distintos proyectos, es evidente que esa definición de arrendamien-
to es construida precisamente a partir de las definiciones que contenían los proyectos
anteriores para “arrendamiento de cosas” y “arrendamiento de obra o servicio”, defini-
ciones que, en este proyecto, también desaparecen. Es, entonces, una opción de técnica
legislativa, no un cambio de fondo: se sustituyen tres artículos (uno que declaraba la
existencia de dos contratos de arrendamiento, uno que definía el arrendamiento de co-
sas y otro que definía el arrendamiento de obra o servicios) por un solo artículo, que
define el arrendamiento, incluyendo sus dos objetos posibles: las cosas y “las obras o
servicios”. Como se ha apuntado anteriormente, esto es consistente con la comprensión
del propio Bello el contrato de locatio conductio tiene solo dos posibles objetos —cosas
y servicios.
Contrato de arrendamiento “de obra o servicio” en el Código Civil chileno 261
D. La estructura de la regulación del Título XVII del Libro IV no refleja una distinción
entre “obras” y “servicios”. Tampoco el contenido de su regulación
En efecto, si estamos a la estructura del Título XXVI, no hay propiamente una dis-
tinción en tres tipos o categorías de arrendamiento. El Título se divide en diez párrafos.
Los primeros cuatro párrafos se refieren al arrendamiento de cosas en general (todos los
respectivos epígrafes utilizan la palabra “cosas”) y los párrafos cinco y seis contienen
reglas especiales para los arrendamientos de casas, almacenes y edificios, y de predios
rústicos, respectivamente; o sea, ofrecen una regulación para el arrendamiento de cier-
tas cosas. Los restantes cuatro párrafos se refieren a los arrendamientos de criados do-
mésticos, a la confección de obra material, a los servicios inmateriales y al transporte.
El arrendamiento de “obra o servicio” es, por tanto, una categoría conceptual, de la que
sólo se regulan cuatro tipos específicos (los de los párrafos siete a diez) sin ofrecer una re-
gulación genérica o común para todos ellos, y sin la pretensión de excluir otros posibles
tipos (uno de ellos, por ejemplo, es el servicio de depósito si es remunerado). Así, resulta
que la presentación del contrato de arrendamiento en el Código civil chileno a partir de
la existencia de tres tipos diferenciados (“cosas”, “obras”, “servicios”) resulta infundada
desde el punto de vista de la estructura de la regulación. Ella desconoce la estructura
interna del Título, que no realiza tal división.
a obtener un resultado. Por ejemplo, un contrato que tiene por objeto una composi-
ción literaria es típicamente un contrato cuya prestación característica es de resultado y,
por tanto, doctrinalmente sería calificable como un contrato “de obra”. Sin embargo, el
Código civil la califica como “arrendamiento de servicio inmaterial” (cfr. art. 2006 CC)
y ello es así porque el elemento de calificación es el hecho de que prime la inteligencia
sobre la obra de mano, no que la prestación esté dirigida, o no, a obtener un resultado.
Adicionalmente, la identificación de los tipos regulados en los párrafos 8 y 9 con un
contrato “de obra” y uno “de servicio”, sobre la base de la distinción entre obligaciones
de medio y de resultado no considera en absoluto los otros dos tipos de arrendamiento
de obras o servicios que reguló el Código civil, el de los “criados domésticos” (párrafo 7)
y el de “transporte” (párrafo 10). El primero, es típicamente un servicio que no se mate-
rializa en un resultado concreto (sería un contrato de servicio). El segundo, en cambio,
es típicamente un servicio que se materializa en un resultado (sería un contrato “de
obra”). Esa construcción tampoco considera otros casos, como el del depósito remune-
rado, que bien podría calificarse doctrinalmente como “de obra”, si se pone acento en la
obligación de restituir la cosa en el estado en que se recibió (obligación de resultado),
pero que el código denomina “arrendamiento de servicio” (sobre este supuesto, vuelvo
más adelante).
El art. 1915 C señala que “El arrendamiento es un contrato en que las dos partes se
obligan recíprocamente, la una a conceder el goce de una cosa, o a ejecutar una obra o pres-
tar un servicio, y la otra a pagar por este goce, obra o servicio un precio determinado”. Una
primera lectura de esta definición podría llevar a sugerir que es evidente, utilizando un
recurso gramatical, que aquí se reconocen tres tipos de arrendamiento, puesto que se
enuncian tres acciones: i) “conceder el goce de una cosa”; ii) “ejecutar una obra”; iii) “pres-
tar un servicio”.
Sin embargo, un análisis sintáctico más afinado del texto permite sostener que no
se trata de tres prestaciones diferentes, sino solo de dos. En efecto, el texto del artículo
1915 CC señala que una de las partes se obliga “a conceder el goce de una cosa o a ejecutar
una obra o prestar un servicio”. Como se puede apreciar, la preposición “a” precede úni-
camente a dos de los tres verbos enunciados. El verbo “prestar” (un servicio) no viene
precedido de la preposición “a” y, por tanto, es posible sugerir que esta última acción se
vincula con la forma “se obliga” gracias a la preposición “a” que precede al verbo “eje-
cutar”, de modo que la expresión “ejecutar una obra” y la expresión “prestar un servicio”
aparecen como dos formulaciones distintas para una misma y única acción. Ahondando
en este punto, si el texto quisiera marcar inequívocamente que se trata de tres acciones
(prestaciones) distintas, existen dos alternativas: i) pudo decirse: “la una, a conceder el
Contrato de arrendamiento “de obra o servicio” en el Código Civil chileno 263
goce de una cosa, ejecutar una obra o prestar un servicio”, es decir, utilizando una sola vez
la preposición “a”, al comienzo de todos los verbos, por tanto, abarcando a los tres, que
entonces aparecerían como acciones distintas; o ii) pudo utilizarse la fórmula “la una, a
conceder el goce de una cosa, a ejecutar una obra o a prestar un servicio”, esto es, utilizando
la preposición “a” para cada uno de los verbos enunciados. A ello debe sumarse el hecho
de que en el segmento “ejecutar una obra o prestar un servicio” la conjunción disyuntiva
“o” no necesariamente pretende denotar diferencia o alternativa, sino que perfectamen-
te puede tener función de equivalencia.
Es cierto que podría retrucarse que el Código civil sí utiliza la expresión “arren-
damiento de obra” en un sentido más limitado. Lo hace en el inciso final del artículo
1996, que señala “El arrendamiento de obra se sujeta a las reglas generales del contrato
de arrendamiento, sin perjuicio de las especiales que siguen”. Con todo, la expresión
“arrendamiento de obra”, en el sentido limitado en que se utiliza en este artículo, no se
identifica con la categoría doctrinal del contrato “de obra”, pues no se construye a par-
tir de la existencia de una obligación “de resultado” por oposición a una “de medios”.
Pese al tenor literal, la fórmula “arrendamiento de obra” utilizada en el art. 1996 CC
sólo puede entenderse referida a una “obra material”. Ello resulta tanto la situación
de la regla (al interior del párrafo 8: “De los contratos para la confección de una obra
material”), como del hecho de que el mismo Código admite y utiliza la expresión
“obras inmateriales”, como sinónimo de “servicios inmateriales”, en otro párrafo (cfr.
art. 2006 CC).
***
De todo lo dicho hasta este punto, puede concluirse, con verosimilitud, que el
Código civil de Bello, aunque recoge la concepción unitaria del arrendamiento (con-
sidera la contratación de obras y servicios remunerados como una forma de arrenda-
miento), no recogió la llamada teoría tripartita de la locatio conductio, que lo presenta
dividido en tres clases o tipos [cosas (locatio conductio rei), obras (locatio conductio
operis) y servicios (locatio conductio operarum)]. En efecto, en sus trabajos de Derecho
romano, Andrés Bello no recoge ni utiliza la teoría de la tripartición de la locatio
conductio, adopta una división bipartita. Además, del análisis de las fuentes del Có-
digo civil, de la estructura interna de la regulación del Título XXVI del Libro IV, y
del contenido de las normas respectivas, considerando su interpretación sintáctica y
sistemática, es posible concluir que no existe base alguna para sostener una división
tripartita del contrato de arrendamiento y, al contrario, que sólo existen dos catego-
rías generales de arrendamiento: el de cosas, por un lado, y el de “obras o servicios”, por
otro, de la que se regulan algunos tipos específicos (párrafos siete a diez), sin que ello
implique excluir otros.
264 Gonzalo Severin Fuster
to, sino que constituían un contrato innominado sui generis (la exposición detallada de
esas posturas y sus argumentos, en el trabajo ya referido: Severin, 2016, pp. 215-216).
En la regulación del mandato del Código civil chileno, ni la gratuidad ni la repre-
sentación son elementos de la esencia, de modo que ninguno de esos elementos serviría
como criterio para la calificación de los servicios de profesionales liberales. Sin embar-
go, el problema no se plantea, pues Bello se ocupa especialmente de este punto. Por un
lado, introduce un tipo particular de contrato de arrendamiento de obras o servicios,
que denomina “de servicios inmateriales”, una regulación que no existe en ninguna de
las fuentes del Código civil, ni inmediatas ni mediatas; todo indica que se trata de una
innovación de Bello (Libro IV, Título XXVI, párrafo 9). Esa regulación es aplicable a
toda clase de servicios inmateriales, que se definen como aquellos en los que “predo-
mina la inteligencia sobre la obra de mano” se traduzcan o no en un resultado concreto
y que, por cierto, es aplicable a los servicios profesionales (cfr. art. 2012 CC). Es, por
tanto, un tipo de arrendamiento de obra o servicio que convive con la regulación del
arrendamiento del criado doméstico. Así, los contratos de los criados domésticos, de
los artesanos y de los profesionales liberales pertenecen a una misma categoría, la del
arrendamiento de obra o servicio, pero dentro de ella, se mantienen diferenciados. Por
otro lado, introduce una regla, al interior de la regulación del mandato, que establece
que “los servicios de las profesiones y careras que suponen largo estudios, o a que está unida
la facultad de representar y obligar a otra persona respecto de terceros, se sujetan a las reglas
del mandato” (art. 2118 CC). Esta regla, como se puede observar, no dice expresamente
que los contratos de servicios profesionales constituyan un mandato, sino que a esos
contratos “se sujetan a sus reglas”, aplicación que resulta ser, además, preferente respecto
de las reglas de arrendamiento de servicios inmateriales, según disponible el art. 2012
CC. Me parece que el fundamento de esta solución —una suerte de sincretismo de las
diversas posiciones identificables en la doctrina francesa— puede hallarse en un trabajo
de Bello, publicado en forma póstuma, llamado precisamente “La locación de servicios y
el mandato”, en el que expresa que, desde el punto de vista de la naturaleza del servicio,
no ha de distinguirse sustancialmente entre los que presta un abogado y los de un cria-
do, pero sin negar que es posible entender que existen servicios socialmente conside-
rados más honorables que otros (El texto está recogido en Bello, 1981-b, pp. 373-381;
467-474).
guladas por el Derecho civil. La vis atractiva del Derecho Laboral determina que todas
las relaciones que tienen por objeto la prestación de servicios personales remunerados,
existiendo un vínculo de subordinación y dependencia, sean calificadas como “contrato
de trabajo” y queden reguladas por el Derecho laboral.
Desde un punto de vista histórico, la redefinición de la regulación del Código civil
es particularmente evidente en el caso de los trabajos o servicios domésticos, puesto que
el Código del Trabajo de 1931 reguló, como un contrato especial, el de los “empleados
domésticos” (hoy llamados “trabajadores de casa particular”), regulación que se super-
pone completamente a la que contenía el Código civil sobre “arrendamiento de cria-
dos domésticos”, que precisamente regulaba el servicio personal (trabajo) remunerado
en una relación de subordinación (del “criado” al “amo”). La redefinición del Código
civil se traduce, en el caso del arrendamiento de criados domésticos, en la derogación
de estas reglas. En la edición vigente oficial del Código civil, sólo figuran como deroga-
dos los artículos 1987 a 1991, mientras que los arts. 1992 a 1995 figuran formalmente
vigentes. En relación con los primeros, se indica, además, en una nota a pie de página,
que fueron derogados por el artículo 574 del Decreto con Fuerza de Ley número 178
(Código del Trabajo de 1931). Ello, evidentemente, no es efectivo, pues la referida nor-
ma no tenía carácter de derogatoria; es más, no existe en dicho Código del Trabajo
ninguna referencia a la regulación de los criados domésticos del Código civil. Por otro
lado, puede sostenerse que todos los artículos del párrafo están derogados (ya por dero-
gación tácita, ya por la llamada derogación orgánica), precisamente por la razón indi-
cada en el cuerpo del texto: la relación laboral de empleados domésticos se superpone
completamente a la del arrendamiento de criados domésticos. Con todo, sigue siendo
posible sugerir, como hipótesis, que, puesto que no existió una derogación expresa, la
regulación de los arrendamientos de criados domésticos conservara, al menos a la época
de entrada en vigor del Código del trabajo, en algún punto su vigencia y que, por tanto,
algunas de las normas fueran aplicables al contrato especial de empleados domésticos en
forma supletoria. Ello, desde luego, requiere un estudio histórico que excede en mucho
la finalidad de este trabajo.
En el caso de los otros tipos regulados de arrendamiento de obra o servicio, esa re-
definición de la regulación del Código civil no implicó una derogación, sino una res-
tricción del ámbito original de aplicación de sus normas, ámbito que, a la entrada en
vigor del Código civil, alcanzaba naturalmente a las relaciones contractuales de trabajo
con vínculo de dependencia (por ejemplo, el arrendamiento de servicios inmateriales
es aplicable a “escritores asalariados para la prensa” y a “secretarios de personas privadas”,
cfr. art. 2207 CC). Estos tipos no son derogados, pues conservan un ámbito propio de
aplicación: el de las relaciones de trabajo no cubiertas por el Derecho laboral. Es decir,
los tipos de arrendamiento de obra o servicio del Código civil siguen vigentes en cuanto
son aplicables a aquellos casos en que no se dan los elementos caracterizadores del con-
trato de trabajo. En síntesis, a todos los casos en los que quien presta los servicios no es
Contrato de arrendamiento “de obra o servicio” en el Código Civil chileno 269
una persona natural (contratos de servicios entre empresas), y los casos en los que, sien-
do una persona natural, no existe el vínculo de subordinación y dependencia. Como es
bien sabido, es la existencia efectiva de dicho vínculo de subordinación y dependencia
lo que determina la calificación de un determinado contrato como de trabajo (por el
principio de primacía de la realidad); en ningún caso se debe atender a la denominación
que se le haya dado al contrato por las partes, ni al acuerdo que pueda existir entre ellas
en relación con la regulación aplicable, en cuanto pudiera sustraer la aplicación del De-
recho laboral en favor de la regulación del Código civil, debido al carácter protector y
al principio de irrenunciabilidad de los derechos laborales.
que contiene un listado de contratos que quedan cubiertos por la Ley del consumidor
(en algunos casos, con exclusión de ciertas cuestiones o materias vinculados a ellos),
muchos de los cuales son contratos de prestación de servicios. También debe tenerse
en consideración el artículo 2 bis LPDC, que establece que la regulación de la Ley del
consumidor cede —parcialmente— ante regulaciones especiales.
Considerando todas esas reglas, podemos decir, en general, que las normas Código
civil sobre arrendamiento de obra o servicio se aplicarán directamente a los contratos
de servicios prestados por personas naturales que tienen la calidad de profesional y a
todos los contratos de servicios celebrados entre empresas, esto es, relaciones B2B (art.
1.1 inc. 2 CC, contrario sensu). Aunque, en relación con este último punto, debe tenerse
presente que la Ley 20.416 (que establece el llamado “estatuto pyme”) otorga la calidad
de “consumidor” a las micro y pequeñas empresas en relación con los contratos que
celebren con sus proveedores, para ciertos efectos, incluyendo, por ejemplo, el régimen
de las cláusulas abusivas (cfr. art. 9 Ley 20.416 “rol de consumidoras”). Las reglas del
Código civil podrán ser aplicables en forma supletoria, a los contratos de servicios que
puedan ser calificados como de consumo, siempre que ello no implique una afectación
de los derechos establecidos por la ley en favor del consumidor.
lación. En efecto, el art. 2021 CC, que cierra el párrafo, señala expresamente que “Las
reglas anteriores se observarán sin perjuicio de las especiales para los mismos objetos, conte-
nidas en ordenanzas particulares relativas a cada especie de tráfico y en el Código de Co-
mercio”. La preeminencia del Código de Comercio, que se refiere al transporte terrestre,
marítimo y fluvial, resulta además de lo dispuesto en el art. 4 del Código civil, y queda
especial reafirmada en materia de transporte por lo dispuesto en el art. 171 CCom, que
señala que “Las disposiciones del presente título son obligatorias a toda clase de porteadores,
cualquiera que sea la denominación que vulgarmente se les aplique, inclusas las personas
que se obligan ocasionalmente a conducir pasajeros o mercaderías”. Esta norma determina,
por ejemplo, que se apliquen las normas del Código de comercio al contrato que celebra
una persona con un chofer al que ha contactado a través de Uber o de otra plataforma
similar, aun cuando el conductor sólo trabaje en ello ocasionalmente. En todo caso, la
regulación del Código civil puede suplir a la del Código del comercio en relación con
los casos no regulados (en virtud de lo dispuesto en el art. 2 CCom); si ello procede, es
interesante apuntar que podría acudirse no sólo a las reglas del arrendamiento de trans-
porte, sino también a las del contrato de depósito y al arrendamiento de servicios, pues,
según señala el art. 167 C.Com., “El transporte participa a la vez del arrendamiento de
servicios y del depósito”.
Entre las leyes especiales que deben ser tenidas en consideración para la construc-
ción del régimen del contrato de transporte pueden nombrarse el Código Aeronáutico,
la Ley del Tránsito y el Decreto Supremo Nº 212 de 1992, del Ministerio de Trans-
portes y Telecomunicaciones, que establece Reglamento de los Servicios Nacionales de
Transporte Público de Pasajeros.
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