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Comentario bibliográfico

Bernard BRUNETEAU, El siglo de los genocidios,


Barcelona, Minotauro, 2006, 288 pp.

I. Un concepto y la realidad

D
esde las atrocidades de Armenia hasta Ruanda, el presente libro de Bernard
Bruneteau se aproxima a los hechos con una mirada analítica. Ya se
había anticipado otro excelente libro, en este caso, A Century of Genoci-
de, Utopias of Race and Nation, de Eric D. Weitz,1 aunque con un enfoque más
que fáctico, crítico de los dogmas del Estado-nación como la identidad racial, o
el propio concepto de nacionalismo. En el ensayo de Bruneteau se trata de tener
una visión más redonda de un fenómeno que si bien no era inédito en la historia,
en el siglo XX dejó una huella indeleble. No obstante que en 1944 el jurista judío-
polaco Raphael Lemkin acuñó el término “genocidio” (de la raíz griega genos, es
decir origen, y del latín caeder, o sea, matar), y que el 9 de diciembre de 1948
fue tipificado como crimen de lesa humanidad mediante la Convención para la
Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada y abierta a la firma y
ratificación, o adhesión, por la Asamblea General en su resolución 260 A (III), la
carrera de los comicios de Estado había comenzado con antelación.

II. Los genocidios olvidados

En 1904 se dio la Masacre de Herero, en Sudáfrica. Poco recordada, esta trage-


dia merece traerse a colación. Hay que tener presente que África del Sur había
sido poblada por diversas etnias: los San (bosquimanos) y khoikhoi; hacia el
norte por los ovambo y los herero de lengua bantú. Posteriormente arribarían los

1
Eric D. Wetiz, A Century of Genocide, Utopias of Race an Nation, Princeton, Princeton
University Press, 2003, 360 pp.

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nama. En el siglo XVII, a esta región llegaron los holandeses, ingleses y otros
grupos centroeuropeos, afectando gravemente al equilibrio étnico. Así, en 1870,
los británicos realizaron un pacto con los herero estableciéndose en Walvis Bay.
Pero el Imperio alemán (el de Bismarck y Guillermo) en 1884 incorporó para sí
el territorio de Namibia, eso será Sudáfrica, y el comienzo de la resistencia de
los herero, quienes en 1885 replegaron a los alemanes hasta Walvis Bay. Pero los
germanos no querían la rendición, ya habían forjado una considerable infraes-
tructura destinada a la explotación de hierro, plomo, cobre y diamantes, manga-
neso, cadmio y uranio, entre otros. La suerte de los herero estaba echada y en
1904 muchos fueron ejecutados por ahorcamientos y fusilamientos, otros fueron
recluidos en campos de concentración. El guión había sido redactado. Y la adop-
ción de tal ruta crítica rebasa a la imaginación: entre 1915 y 1916 sucedió el
genocidio armenio perpetrado por los “jóvenes turcos” en el seno del Imperio
otomano. Ya habían sucedido masacres desde 1895. El pretexto era la imposición
de la raza turca en la región y de ahí que también se diesen despojos y requisas de
tierras. Pero en 1915, el Ministro del Interior, Taalat Pashà, publicó el terrible
decreto que ordena el exterminio de los armenios. El contexto de la Primera Gue-
rra Mundial era idóneo para tal propósito. El exterminio no hizo distingos entre
militares, civiles, entre ancianos, mujeres y niños. Entre 1930 y 1932 se dio la
“deskulakización” en la Unión Soviética, en otras palabras, el exterminio de cam-
pesinos ucranianos contrarios al régimen de Stalin. Para 1933, las matanzas se
dieron por hambrunas intencionadas. La Unión Soviética mantuvo en silencio
estos sucesos, que hasta la fecha marcan las radicales diferencias entre Rusia y
Ucrania, que para muchos analistas son tan difíciles de comprender.

III. Lecciones y advertencias

Son de sobra conocidos los crímenes perpetuados por el Tercer Reich alemán
entre 1933 a 1945 contra diversos grupos como los judíos, los gitanos, los Testi-
gos de Jehová, los polacos, los rusos y el largísimo etcétera que no fue ceñido al
Holocausto, basta tener presente que la Unión Soviética perdió alrededor de 15
millones de vidas humanas en la población civil durante la Segunda Guerra Mun-
dial. Irónicamente, en la década que transcurrió entre 1940 y 1950 hubo depor-
taciones millonarias en la propia Unión Soviética stalinista. Pero, sin querer
ofender a la memoria histórica, basta en este espacio con tal enunciación de
hechos. Desafortunadamente, el drama genocida del siglo XX no ha cesado, to-
davía, en 1994, en Ruanda las tropas gubernamentales perpetraban masacres.
El ensayo de Bernard Bruneteau trata de explicar los sucesos ¿Por qué la
intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o
religioso? La respuesta no es sencilla, pero como ya se decía, pareciera haber un
guión o patrón para tal sucesión de hechos. En primer lugar, se fabrican ideas

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Comentario bibliográfico

como la creencia de una supremacía racial o cultural. También se concibe un


nacionalismo que no necesariamente empata con la historia. Finalmente, lo an-
terior enmascara algo insoslayable: las ambiciones económicas, el poder sin lí-
mite alguno, en suma, las ambiciones más mezquinas. La ignorancia y la deses-
peración de un pueblo son tierra fértil para sembrar en él el odio, la crueldad y
la violencia. Pero es más fácil encontrar lecciones que aprender ante esto.
En principio, y hay que tenerlo bien presente, las secuelas de estos hechos
suelen ser mimetizadas por una historiografía manipulada, y peor aún, por una
conciencia colectiva que muchas veces prefiere la indiferencia y el olvido, que el
compromiso humanitario, la sanción y la condena. En torno al genocidio armenio,
en un libro de extraordinaria valía, Hélene Piralian advierte que la negación es en
sí misma un crimen contra la humanidad: “Todos somos, entonces, solidarios y
responsables de las redes simbólicas que ligan entre sí a los grupos, así como de
sus agujeros por donde no pueden sino (re)surgir el terror y la barbarie, y esto,
cada vez más, a escala de todo el planeta”.2

Rigoberto Gerardo ORTIZ TREVIÑO


Centro Nacional de Derechos Humanos de la CNDH

2
Hélene Piralian, Genocidio y transmisión, Buenos Aires, FCE, 2000, p. 147.

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