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Introducción
El 6 de abril de 1994, el presidente rwandés Juvenal Habyarimana fue asesinado por un misil que
alcanzó el avión presidencial que le habían regalado los franceses. Durante los siguientes cinco
meses, Rwanda se vio atravesada por una ola de violencia desmedida que provocó la muerte de
entre 800, 000 y un millón de tutsis (y hutus moderados), además de unos dos millones de
refugiados, según los datos oficiales. El 85% de la población del país, los hutus, persiguieron,
torturaron y exterminaron sistemáticamente a las “cucarachas tutsis”, como se les llamaba en la
Radio Nacional, en la que se incitaba abiertamente al genocidio.
Los medios de comunicación de la época, encontraron este estallido de violencia inextricable y
rápidamente lo atribuyeron a “impulsos primitivos” de pueblos “salvajes” [sic]. Se llegó al
simplismo de etiquetarla como una guerra de buenos contra malos; siendo los inocentes los tutsi y
los culpables los hutu.1
Hay importantes inconsistencias entre esta lectura de los acontecimientos y la revisión de la
historia rwandesa. No es nuevo que la memoria colectiva se manipule y deforme a fin de implantar
una imagen errónea de lo ocurrido en una crisis. En el caso de África, el desconocimiento de su
historia y costumbres por la mayor parte del mundo occidental, acentuada por prejuicios raciales,
facilita la incomprensión.
El propósito de este trabajo es, precisamente, dejar de lado esa visión distorsionada y llegar a una
mejor comprensión del conflicto rwandés de 1994. Para esto, no haré una exposición de aquellos
meses de terror, sino que parece necesario revisar en la historia para hallar los factores que pudieron
contribuir a la gestación del conflicto.
En primer lugar, es importante definir qué es un genocidio. En el mes de junio de 1994, los
acontecimientos ocurridos ese mismo año en Rwanda fueron tipificados por el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas como genocidio (crimen de lesa humanidad, que puede ser
intencionalmente castigado). Para noviembre, se había establecido un tribunal internacional para
juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos por rwandeses. En primer término, habría que
esclarecer qué es exactamente un genocidio. ¿Qué características debe cumplir? ¿Se califica como
genocidio de acuerdo al número de víctimas? ¿Influyen en la tipificación los medios utilizados para
exterminarlas?
1Hilda Varela, “De crisis humanitarias ignoradas y mitificadas: Rwanda 1994” en Estudios de Asia y África, Num. XXXV, El
Colegio de México, 2000, p. 447.
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Se consultaron varias definiciones que han sido propuestas por académicos; unas amplias, otras
vagas, casi todas criticando a la anterior. Por razones de espacio, se transcriben las que a mi criterio
parecen más explícitas. También estudié otros casos tipificados como genocidio a lo largo de la
historia, pero procuraré acotarme al caso rwandés, el que ya es bastante complejo…
Posteriormente, expondré las características del país y su población, entendiendo que estas
peculiaridades le dan una dinámica especial que debe ser tomada en cuenta al tratar de comprender
sus conflictos sociales.
Expondré también las teorías revisadas sobre las causas de la masacre pues encontré que la
explicación no puede circunscribirse a una sola. Más bien, me parece que cada teoría contiene algún
elemento determinante para la preparación de la sociedad, ideología, política y economía necesarias
para que explotara el genocidio. Y finalmente, en la búsqueda de una explicación que no sea
ahistórica ni basada en mitos racistas, expondré los antecedentes históricos que permiten dar sentido
a una serie de acontecimientos que de otra forma parecerían incomprensibles.
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Tipificando el genocidio
Raphael Lemkin, profesor de derecho internacional y judío estadounidense de origen polaco, acuñó
en 1944 la expresión "genocidio" a partir de la palabra griega genos (raza, pueblo) y del sufijo
latino cide (de caedere, matar).2 Pero, en primer lugar, habría que definir genocidio. El 9 de
diciembre 1948, la ONU aprobó la Convención sobre el Genocidio, que incorporaba la siguiente
definición:
Artículo II. En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos
mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) Matanza de
miembros del grupo. b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del
grupo. c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de
acarrear su destrucción física, total o parcial. d) Medidas destinadas a impedir los
nacimientos en el seno del grupo. e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.3
Esta definición parecería acotada porque no distingue entre actos de violencia que tienen como fin
aniquilar a un grupo y ataques no letales hacia estos, y porque excluyó la aniquilación deliberada de
grupos políticos y clases sociales. Aunque, en realidad, el definir a un grupo enemigo resulta
complicado pues ese “enemigo” no necesariamente es objetivo ni real, sino una construcción
impuesta por una ideología determinada a justificar la eliminación de ese grupo determinado.
La polémica en la definición del término se ha dado debido a que se trata de abandonar una
definición demasiado amplia y "consagrar el término "etnocidio" para designar todos los casos
históricos en los que un grupo desaparece cultural o lingüísticamente, sin que haya habido masacre
en masa".4
En 1981 la Asamblea General de la ONU, definió así el genocidio:
El genocidio es la negación del derecho a la existencia a grupos humanos enteros, como
el homicidio es la negación del derecho a la vida a seres humanos individuales; tal
negación del derecho a la existencia conmueve la conciencia humana, causa grandes
pérdidas a la humanidad a partir de las contribuciones culturales y de otros tipos que
representan esos grupos humanos y es contraria a la ley moral y al espíritu y a los
objetivos de las Naciones Unidas. Muchos de estos delitos de genocidio han ocurrido ante
la aniquilación, total o parcial, de grupos raciales, religiosos, políticos y otros. La
11 Ibid., p. 54.
12 Bernardo Bruneteau, Op. Cit. p. 28.
13 Ibid., p. 29.
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Más allá de los detalles morbosos, no hay que dejar de lado la propia ejecución del genocidio.
Los métodos y tiempos en los que éste se comete, dicen mucho sobre la planeación y organización
que le precedió.
- Tipo de sociedad. Irving Louis Horowitz las categoriza según la medida en que el Estado permite
o reprime la disidencia y el derecho a ser diferente. Sin embargo, estas categorías tienen
naturaleza tautológica, es decir, a una sociedad se asigna un determinado tipo o categoría según
los resultados, no según las características que llevan a determinados resultados.14
- Tipos de genocida. En la época pre-moderna, los genocidios eran usados para construir imperios.
Pero ahora es muy común que se cometan para implementar una ideología y esto parece estar
asociado con el surgimiento de nuevos regímenes y Estados.15
- Tipos de grupos. Grupos reales o seudogrupos. A los primeros los puede identificar un
observador externo, mientras que a los segundos los puede identificar únicamente el genocida. El
observador externo puede identificar al grupo de víctimas únicamente después de que la
victimización ha comenzado.17
- Tipos de resultados para la sociedad genocida. Existe poca bibliografía desde el punto de vista
del genocida. En el caso de genocidios ideológicos, el motivo es mucho más abstracto que
Al hacer una revisión histórica de los genocidios registrados, puede apreciarse que estos
comenzaron muy temprano en la historia de la humanidad. Puede encontrarse también que es
posible distinguirlos de acuerdo a la motivación que los impulsa.
Así, encontramos que el primer tipo de genocidio fue seguramente motivado por la necesidad de
eliminar una posible amenaza futura. Al obtener la victoria, la única forma de garantizar un futuro
estable era eliminar por completo a los vencidos o venderlos como esclavos. En la Historia Antigua
se encuentran testimonios de genocidios sobre todo en Oriente Medio, donde se cruzaban las rutas
comerciales que conectaban Asia, África y Europa. Claro ejemplo: el exterminio de tártago a manos
de los romanos.20
El segundo tipo de genocidio es el que se ejecuta con el fin de aterrorizar a enemigos reales o
potenciales. Este era el tipo de genocidio perpetrado por los grandes imperios, pues para conquistar
a otros y mantenerlos sometidos es necesario contar con un gran ejército e invertir constantemente
en una gran fuerza de ocupación. Los asirios, por ejemplo, acostumbraban asediar las ciudades con
pilas de calaveras y cadáveres empalados.21
El tercer tipo de genocidio se realizó incontables ocasiones para obtener riqueza económica, que
normalmente eran tierras fértiles y otros recursos primarios que sólo se podían adquirir ocupando la
tierra y esclavizando o exterminando a la población indígena. Encontramos numerosos ejemplos de
estos crímenes en la expansión europea hacia el continente americano, Asia y África.22
Finalmente, el cuarto tipo de genocidio que identifican Chalk y Jonassohn es el que se realiza
con el objetivo de implementar una teoría, creencia o ideología. Las víctimas son ciudadanos del
Estado genocida, no extranjeros. Difiere de los demás en el resultado; en este tipo, el genocidio se
lleva a cabo a pesar de los enormes costos para el Estado, costos políticos, económicos y de
desarrollo.23
19 Ibid., p. 58.
20 Ibid., p. 60.
21Ibid., p. 64.
22 Ibidem.
23 Ibid., p. 65.
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El país
Étnico: El término Banyarwanda (la gente de Rwanda) abarca tres sub-grupos, como ya dijimos,
Bahutu, Batutsi y Batwa, lo que provoca que Rwanda siempre haya sido una sociedad estratificada.
En tiempos pre-coloniales, los Tutsi jugaron el papel de señores de las otras etnias, cuyo destino
inamovible era ser siervos de los dueños del ganado. Esta visión del conflicto, sugiere que estas
desigualdades pre-coloniales fueron arrastradas hasta el período colonial, en el que se agravaron. Ya
en el siglo veinte, el conflicto es un intento de redireccionar o quizá resistir el desequilibrio creado
en el pasado.26
Colonialismo: Esta linea de pensamiento niega cualquier desigualdad pre-colonial y afirma que los
dos grupos principales (hutu y tutsi) coexistían en cierta armonía, pero su equilibrio fue
interrumpido por la irrupción de los colonizadores. Afirma también que la herencia cultural que
comparten les aportaba unidad, siendo la única diferencia real la actividad económica tradicional a
la que se dedica cada grupo. Aunque se admite que los tutsi llegaron a convertirse en los líderes en
Rwanda, esto no causó antagonismo entre los sub-grupos.27
Liderazgo: “Aunque no exoneran a los otros regímenes post-coloniales, ponen la mayor culpa por
el conflicto actual en el gobierno de Habyarinama.”28 La argumentación es que este gobierno falló
en atender los asuntos más relevantes que llevarían al desarrollo del país y, más bien, alentó la
continuación del sectarismo político de la era colonial. Por ejemplo, extendiendo el uso de las
tarjetas de identidad que indicaban la etnia a la que se pertenecía y determinaban con ello el acceso
al empleo e incluso con quién podían casarse.
Económico: Esta tesis considera la superpoblación y la falta de tierra como la fuente del conflicto
social y de la violencia crónica. En un contexto de crisis económica y presupuestaria, marcado por
el hundimiento de los precios del café y el aumento de los impuestos exigidos por el FMI y el
Banco Mundial.29
26 Ibid., p. 5.
27 Ibid., p. 6.
28 Ibid., p. 7.
29 Bernardo Bruneteau, Op. Cit. p. 229.
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Cultural: Esta tesis, propuesta por antropólogos y etnólogos afirma que la cultura tradicional de
"conformismo" y "obediencia" y la rígida estructura vertical de mando, produjo naturalmente que el
rwandés fuese un fiel ejecutor de órdenes. “La peculiaridad de las matanzas, que todos los días
comenzaban y terminaban a horas fijas, como una tarea que debía ser ejecutada, seria un ejemplo
sobrecogedor de ello.”30
Poder: Esta tesis, compartida por muchos historiadores y politólogos, afirma que el motivo del
genocidio fue la voluntad de mantenerse en el poder de la elite hutu, más específicamente el clan de
la mujer del presidente, el akazu (pequeña casa). Al ver amenazados sus privilegios, abusó de la
ideología racista del "Poder Hutu", para refundar su legitimidad. Basan sus afirmaciones en el
hecho de que esta ideología fue particularmente difundida a partir de 1990 por la prensa y la radio.31
Cada una de estas teorías centra su atención y adjudica los motivos del conflicto a relaciones
sociales, económicas y políticas de un momento histórico específico, pero afirmar que el genocidio
rwandés tiene un sólo motivo o una sola explicación sería tan simplista como calificar a los hutus de
“malos” y a los tutsis de “buenos”. Por ello, examinaré los antecedentes de dichas relaciones entre
los dos grupos poblacionales más importantes del país. Relaciones que hunden sus raíces en siglos
de historia pre-colonial, pero atendiendo también el importante impacto de la colonización europea,
el proceso de descolonización y la formación del Estado nación independiente.
El autor Bernardo Bruneteau, de hecho apuesta por combinar las últimas teorías.
Las graves tensiones nacidas de la disminución constante de los recursos y la tierra
influyeron en la generalización de una cultura de la violencia entre las masas hutus, pero
está sólo podía desembocar en un genocidio si contaba con el refuerzo de un proceso
político caracterizado por la existencia de una cadena de mando y un discurso ideológico.
La frustración social de los aldeanos hutus sólo se activó cuando el discurso de las
autoridades les condujo a interpretar su situación en términos "étnicos".32
30 Ibid., p. 230.
31 Ibidem.
32 Ibid., p. 231.
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Antecedentes históricos
No se sabe en qué momento exactamente llegaron los hutu al territorio que hoy es Rwanda, pero
según las evidencias fue mucho tiempo antes que los tutsi, los cuales llegaron alrededor del siglo
XIII, provenientes del Norte, probablemente Etiopía. Los Batutsi, un pueblo de pastores,
gradualmente comenzó a dominar a las otras tribus mediante el control del uso y distribución del
ganado, forzando a los agricultores hutu a intercambiar sus cosechas a cambio del uso del ganado y
la protección que ofrecían los tutsi.33
Desde luego, aun dentro de la tribu tutsi surgió un grupo hegemónico que se alzó como la
aristocracia, siendo esta la que recibía los tributos y la obediencia. Este era el clan Nyiginya.
Siglos de dominación tutsi fueron creando en la clase dirigente un sentido de superioridad innata,
creyendo que tenían el control debido a su inteligencia y capacidad, mientras que los hutu aceptaban
la idea de que ellos eran inferiores y sólo capaces de ser campesinos.34
Los colonizadores alemanes encontraron en la Región de los Grandes Lagos a dos entidades
humanas distintas. Aunque la diferenciación hutu/ tutsi no es una pura invención, los antropólogos
actuales coinciden en que la relación original entre los dos pueblos no estaba polarizada.35 Según
Frank Chalk y Kurt Jonassohn, sí existen claras diferencias físicas entre los dos pueblos: los tutsi
son de rasgos algo más delicados, altos, delgados y de piel ligeramente más clara que la de la
mayoría de los africanos. Mientras que los hutu son un pueblo de lengua bantú, bajos y fornidos, de
piel oscura y rasgos negroides.36
Ambos grupos eran conscientes de las diferencias en las que se legitimaba el dominio de la
realeza tutsi, sin embargo, entre ellos no había un foso infranqueable.37 En la época colonial, las ya
existentes contradicciones de clase, se agravaron gracias a la intervención de los belgas. Estos se
aliaron con la clase dominante con el fin de evitarse las dificultades de desmantelar el sistema
rwandés y además traer costoso personal desde Europa. Los tutsi entonces se convirtieron en
funcionarios del gobierno belga, teniendo entre sus labores aplicar políticas opresivas como trabajos
forzados que incluían cultivar café, despejar caminos, plantar árboles y trabajos de construcción.38
39 Ibid., 28.
40 Ibid., 31.
41 Bernardo Bruneteau, Ibidem.
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Rwanda independiente
42 Ibidem.
43 Ibid., p. 234.
44 Hilda Varela, Op. Cit., p. 462.
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Como ya se había mencionado al principio de este trabajo, Rwanda produce importantes
cantidades de refugiados; muchos de estos huyen a Uganda. Los que habitaban en Uganda
provenían de hutus y tutsis emigrados probablemente antes de la colonización; de hutus emigrados
en la década de 1920-1930, debido a los excesos de los belgas o para buscar nuevas oportunidades
en las plantaciones de la entonces colonia británica de Buganda; y por último, de tutsis que huyeron
de las matanzas de la “revolución social” a finales de 1950.
Muchos de los que emigraron a Uganda lo hicieron con sus ganados, los que pronto invadieron
las tierras de pastoreo y provocaron el enriquecimiento de los extranjeros. El ascenso social de los
refugiados, acabó con la inicial hospitalidad de los locales.45
Durante la década de los ochenta, los emigrantes rwandeses y sus descendientes fueron víctimas
de hostigamiento directo por parte del gobierno local, lo que facilitó la adhesión de muchos de estos
rwandeses en las filas de la guerrilla opositora ugandesa, el FPR.
Varios factores se conjuntaron en la creación de una guerrilla extremista como el FPR. Muchos
de los adeptos eran nacidos en el exilio, con una idea prejuiciada y hasta mitificada de Rwanda.
Aunado a ello, la propuesta política planteaba el combate al gobierno rwandés de Habyarimana,
considerado como una dictadura que buscaba el eterno exilio tutsi.
Para 1980, el FPR había formado células clandestinas al interior del territorio rwandés,
reclutando tanto a tutsis como a hutus opositores al régimen -estos últimos generalmente con
estudios.46
A principios de 1990, y ante la presión interna y externa, el régimen de Juvenal Habyarimana
pretendió realizar una serie de reformas supuestamente encaminadas a democratizar el gobierno,
aunque en realidad el fin último fuera la perpetuación en el gobierno del dictador. Aun así, este
discurso precipitó los ataques del FPR contra el gobierno de Habyarimana, asentado en Kigali.
El gobierno reaccionó con furia a partir del primer ataque, desintegrando prácticamente todas las
células disidentes y matando a todos los posibles rebeldes. Promoviendo también una campaña de
satanización contra los hutus disidentes. Sin embargo, los ataques del FPR continuaron, logrando
desestabilizar las frágiles estructuras del Estado rwandés y comenzando una guerra civil.
“A grandes rasgos, el gobierno siguió una política errática, oportunista e hipócrita frente al
proceso de democratización y a la guerra civil.”47
48 Ibidem.
49 Ibid., p. 467.
50 Bernardo Bruneteau, Op. Cit., p. 234.
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controlado por la tribu minoritaria de los tutsi, intentó eliminar en su totalidad a la mayoría hutu.
Todos aquellos que tuvieran cierta formación, trabajaran para el gobierno o tuvieran dinero debían
morir. En ese momento, los hutu representaban el 85% de la población de este país del centro de
África, pero ofrecieron poca resistencia. Mientras que los tutsi, sabiéndose en desventaja numérica,
temían que el poder les fuera arrebatado. Es por ello que eliminaron toda posible amenaza, matando
a cualquier hutu con posibilidades económicas o intelectuales para convertirse en líder de algún
movimiento liberador. Es probable que el gobierno haya asesinado entre cien mil y doscientos mil
hutu ese año.51 “Los acontecimientos de 1972-1973 constituyen una etapa importante en el camino
que conduce al genocidio de 1994.”52
El genocidio
Algunas líneas sobre el genocidio per se. Habyarimana había logrado evadir la aplicación del
Acuerdo de Arusha, pero el 6 de abril regresaba, acompañado del presidente de Burundi, de una
reunión cumbre que finalmente llevaría a la aplicación del acuerdo. Su avión fue derribado y ese
asesinato desencadenó finalmente el genocidio.
La violencia política comenzó en Kigali, pero pronto se extendió por todo el país. Durante esos
meses de terror, nadie quedó al margen.
En la primera fase del genocidio, entre abril y junio -y en presencia de fuerzas de paz
internacionales-, fueron asesinados entre 500 mil y un millón de rwandeses. Hutus extremistas
organizaron el exterminio de los tutsis y hutus moderados, opuestos al régimen de Habyarimana,
principalmente en la región sur. En la segunda fase, el FPR encabezado por el tutsi Paul Kagame,
derrocó el decadente régimen rwandés. Aun así, otros miles de rwandeses -predominantemente
hutus- fueron victimados.53
La especificidad del genocidio de los tutsis rwandeses radica en la dimensión masiva y total, rara
vez conseguida: 1.250.000 tutsis antes de 1994 (15% de la población total), no quedaron más que
200.000-300.000. La tasa de desaparición fue del 80 por ciento. La rapidez de su ejecución: tres
Ideología de la masacre
Para la década de 1960, se había consolidado la inversión del estigma sociorracial: "el hutu devino
en el autóctono, el único "indígena" verdadero, el campesino labrador y el fundador de la
organización social; el tutsi se identificó desde entonces con un invasor extranjero, un "colono" que
pronto fue descrito como un parásito del trabajo hutu. Desde entonces, esta ideología permitió la
masacre de unos “14,000 tutsis y y la expulsión de otros 250.000, mientras que el resto de la
comunidad quedó asociada a extranjeros apenas tolerados." 55 La hostilidad hacia la antigua clase
dominante llegaba así a niveles de verdadera xenofobia.
El miedo acechaba en ambos grupos. Del lado de los tutsi -que además hay que recordar que
eran la minoría- era un miedo bastante fundado pues a cada momento se les culpaba de las peores
atrocidades. En cuanto a los hutu, vivían temiendo una posible revancha de sus antiguos amos y eso
56Politólogo estadounidense, autor de El miedo: historia de una idea política y profesor de Ciencias políticas en el Brooklyn
College.
57Citado por Maximiliano E. Korstanje en “El miedo político en C. Robin y M. Foucault” en Revista de Antropología Experimental,
no. 10, Texto 6, España, Universidad de Jaén, 2010, p.118.
58 Ibid., p. 124.
59 Jean Piaget, La explicación en sociología, España, Planeta-Agostini, 1986, p. 46.
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Entonces, mi tesis es que se ha construido históricamente un odio y resentimiento profundos
entre las distintas etnias rwandesas. Resentimiento basado en la desigualdad imperante en casi cada
aspecto de la vida cotidiana. Las élites no sólo no hicieron nada por ir borrando la desigualdad, sino
que la fortalecieron porque convenía a sus intereses políticos. Porque un pueblo temeroso se sujeta
calladamente al poderoso.
Rwanda siempre ha sido una sociedad estratificada y escandalosamente desigual; los episodios
de violencia no son nuevos. Ambos grupos, hutus y tutsis, han sido culpables de genocidio en su
momento. Grandes matanzas que no han sido perpetradas por psicópatas aislados, sino por gente
común y corriente; por campesinos que el mes anterior sólo se preocupaban por alimentar a sus
familias pero que se han visto acorralados ideológicamente, convencidos de que su vecino de otro
grupo étnico no sólo es el culpable de su paupérrima situación, sino que también pone en peligro lo
poco que ahora tiene. Pero el que nos ocupa, el genocidio de 1994, aunque teniendo como base los
antecedentes históricos, respondió a las necesidades específicas del momento de crisis. También me
atrevería a decir que este estallido de violencia no fue espontáneo ni autónomo, sino que siguió las
directrices que marcaron las élites que la incitaban.
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Conclusiones
De acuerdo a la investigación realizada, no cualquier matanza a gran escala puede ser calificada
como genocidio. Para poder hablar de genocidio se debe tomar en cuenta al perpetrador, que
normalmente se trata de una elite con poder dentro del Estado -si no es el propio Estado- que lleva a
cabo una campaña de redefinición del supuesto enemigo para que las masas lo identifiquen como
una amenaza. Las víctimas también suelen ser peculiares. Se trata de un grupo, definido por el
genocida de acuerdo a criterios políticos, raciales, culturales, nacionales, religiosos, ideológicos o
cualquier otro que cumpla con el propósito de deshumanizar y excluir a dicho grupo de aquel al que
pertenecen los genocidas.
Debe haber una intencionalidad evidente. Un claro deseo por exterminar al grupo identificado
como peligroso, reflejado en la planificación de la matanza y hasta en la posible coerción sobre la
población para que funjan como perpetradores.
Tomando en cuenta lo anterior, el caso rwandés encaja perfectamente en la categoría de
genocidio.
Los antecedentes históricos muestran que se trata de un largo camino preparatorio. Desde antes
de la época colonial los tutsi dominaron a los otros grupos, forzándolos a trabajar como sirvientes,
humillando y excluyéndolos de cualquier posible beneficio social o económico. Esta dominación
sentó las bases de una sociedad con fuerte antagonismo de clase, estratificada y desigual que, si bien
al principio mantuvo a los hutu en un lugar de subordinación, contribuyó también al resentimiento
social.
Las políticas colonialistas no ayudaron tampoco, al contrario; hicieron más profundas las
desigualdades. Con los carnets de identificación, la exclusión de los hutu a la educación y el
empleo, se procuró seguir alimentando la ideología de superioridad tutsi.
Pero cuando la dinámica económica y social permitió que los hutu cobraran conciencia de su
importancia, no sólo numérica, las ideas independentistas, democráticas e igualitarias comenzaron a
implantarse en la sociedad rwandesa. Sin embargo, no con esto estoy asegurando que una vez
conseguida la independencia y convertida en una joven República, Rwanda alcanzó esos ideales. Ni
mucho menos. Debe recordarse que África se mueve a su propio ritmo, un ritmo en el que no se
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puede dejar atrás el pasado tribal y las hondas tradiciones, así como la no siempre afortunada -por
no entrar en demasiados detalles al respecto- intervención europea, que pareciera incentivar los
conflictos internos a fin de servirse de los recursos naturales del continente a manos llenas y sin la
condena internacional. Por ejemplo, la explicación que se dio en 1994 del genocidio rwandés como
conflicto entre “pueblos primitivos” resulta sospechosamente conveniente para justificar la
intervención de las potencias occidentales en los países africanos.
Al alcanzar los hutu el poder, las contradicciones sociales no se resolvieron; sólo cambiaron de
papeles. Ahora la mayoría hutu tenía el poder para vengarse y mantener a raya a los poquísimos y
tan odiados tutsi. Y vaya que usaron ese poder…
En una conjunción de crisis económica, política y social, la violencia fue la respuesta. Una
violencia sin medida, incitada por el propio gobierno incluso a través de la radio oficial. En ella se
alentaba a acabar con “las cucarachas tutsi”. Esta Radio-televisión Libre de las Mil Colinas era
usada para reafirmar entre la población el miedo, odio y venganza fundados en una visión
distorsionada del pasado histórico en la que los tutsis eran seres malignos que en cualquier
momento recuperarían el poder y la cruel dominación sobre los hutus.
Se incitó a los líderes locales a movilizar a sus vecinos. La redefinición de los tutsis como una
amenaza necesaria de eliminar tuvo tal éxito que la gran mayoría de la población salió a matar a sus
propios vecinos, a aquellos desdichados que portaban un carnet que los identificara como tutsi.
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Bibliografía
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Argentina, Prometeo, 2010.
- KAMUKAMA, Dixon, Rwanda conflict: its roots and regional implications, Kampala, Uganda:
Fountain, 1997.
- PÉRIÈS, Gabriel y David Servenay, Una guerra negra. Investigación sobre los orígenes del
genocidio rwandés (1959-1994), Prometeo Libros, Buenos Aires, 2011.
- VARELA, Hilda, “De crisis humanitarias ignoradas y mitificadas: Rwanda 1994” en Estudios de
Asia y África, Num. XXXV, El Colegio de México, 2000.
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