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Carrera: Profesorado de Educación Secundaria en Lengua y Literatura

Unidad Curricular de Contenido Variable: Movimientos Artísticos y Proyectos Culturales

Cursos y Profesoras:
1° año 1ra. División (Natalia Sara)
1° año 2da. División (Claudia Chamudis)

CLASE 2:

El problema de la belleza, la moda y el gusto

Lo bello consiste en la debida proporción,


porque los sentidos se deleitan con las cosas bien proporcionadas.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica I q. 5 a 4 ad 1.

Nihil absolutum pulchrum, sed ad aliquim pulchrum


(Nada es absolutamente bello, sino que todo es bello en relación con alguna cosa).
Giordano Bruno, De vinculis in genere III, 63.

La belleza no es una cualidad de las cosas mismas: existe tan sólo en la mente del que las
contempla y cada mente percibe una belleza distinta. Puede incluso suceder que alguien
perciba fealdad donde otro experimenta una sensación de belleza;
y cada uno debería conformarse con su sensación sin pretender regular la de los demás.
David Hume, Ensayos morales, políticos y literarios.

Tal como plantemos en la clase anterior, el objetivo de la presente clase es profundizar la


problemática de la belleza, la moda y el gusto, la implicancia de estas concepciones a la hora
de pensar en la práctica de la lectura literaria y el lugar que ocupan los marcos de regulación
cultural y el mercado.

Según wikipedia, belleza es una noción abstracta ligada a numerosos aspectos de la existencia
humana. Este concepto es estudiado principalmente por la disciplina filosófica de la Estética,
pero (como planteábamos en la clase anterior) también ha sido abordado por otras disciplinas
como la historia, la sociología, la antropología, la psicología, etc.

Elegimos algunos epígrafes1 para inaugurar la clase porque creemos que los mismos ponen el
acento en lo que nos interesa plantear desde la materia, nuestro objetivo aquí no es historizar
1
Frase o cita al comienzo de un escrito o capítulo que sugiere su contenido o expresa la idea o
pensamiento que lo ha inspirado.

1
el concepto o ceñirlo a un ámbito de estudio en particular, sino que ustedes puedan advertir
que la percepción de la belleza o fealdad, es justamente eso, una percepción, una posible
entre muchas otras; en última instancia se trata siempre de una interpretación. Como dice Eco
en el texto que ustedes ya leyeron, “los conceptos de bello y feo están relacionados con los
distintos periodos históricos o las distintas culturas. (…) A menudo la atribución de belleza o de
fealdad se ha hecho atendiendo no a criterios estéticos, sino a criterios políticos y sociales”.
Entonces, por ejemplo, para Tomás de Aquino la belleza se relaciona con aquello que está en
equilibrio y armonía con la naturaleza, y puede conducir a sentimientos de atracción y
bienestar emocional. Lo cual nos lleva a pensar que apreciar algo como bello o feo, constituye
siempre una experiencia subjetiva, podríamos decir que “la belleza está en el ojo del
observador”.

La fealdad es una propiedad de una cosa que no es agradable de mirar y trae como
consecuencia, una evaluación desfavorable. Ser feo es ser poco estético, repulsivo u ofensivo.
Al igual que su opuesto, la belleza, la fealdad implica un juicio subjetivo y está, por lo menos en
parte, en el “ojo del observador”. Tampoco debemos olvidar, como bien dice Eco, la influencia
ejercida por la cultura del “observador”. Así, la percepción de la fealdad puede ser errónea o
miope, como en el cuento de El patito feo de Hans Christian Andersen. O podemos pensar en
el ejemplo que brinda Eco, cuando comparte el cuento El centinela, en el que se expresa el
punto de vista del extraterrestre, dice Eco: “basta leer uno de los relatos más hermosos de la
ciencia ficción contemporánea, El centinela de Frederic Brown, para ver que la relación entre
lo normal y lo monstruoso, lo aceptable y lo horripilante, puede invertirse según la mirada
vaya de nosotros al monstruo del espacio o del monstruo del espacio a nosotros”.

En este sentido, podemos pensar también que no por azar Eco elige una de las obras de Pablo
Picasso, “Mujer que llora”, para comenzar su reflexión sobre la fealdad… Aquí les dejamos un
enlace, en el que puede verse cómo las obras de algunos de los artistas que hoy se consideran
maestros, fueron rechazadas y fuertemente criticadas por sus contemporáneos, como en el
caso del Impresionismo que comentábamos en la clase pasada:

https://www.agora-gallery.com/advice/blog/2017/03/01/critica-arte-obras-maestras/?lang=es

Retomemos:

En el prólogo a Historia de la Belleza, Eco nos advierte que el libro es “un intento por sacar a la
luz diferentes concepciones y puntos de vista en cada época y civilización desde distintas

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disciplinas que muchas veces no concuerdan entre sí”. También, nos dice que utilizar la palabra
bello o feo no solamente refiere a la belleza o fealdad humana, sino a todas aquellas cosas que
nos suscitan una experiencia sensible positiva o negativa tanto del arte como de la naturaleza.
Lo bello siempre ha estado relacionado con lo verdadero, lo bueno, lo justo y lo armonioso,
mientras que lo feo ha estado relacionado con lo marginal, lo malo, lo distinto y lo decadente.

La historia del arte se ha encargado de dar cuenta de los límites de cada movimiento o
pensamiento artístico, conceptual y cultural. Tanto los romanos como los ilustrados o los
románticos, en su momento creían en la necesidad de establecer límites. Pero hoy en día, los
límites cada vez son más difusos y desplazables. La belleza y la fealdad como conceptos
inamovibles es lo que hoy debemos discutir. Aunque son conceptos que dan pie a muchos
símbolos, también dan pie también a preguntarnos por nuestra forma de percepción del
mundo.

Historia de la Fealdad y la introducción que ustedes ya han leído, se inclina en el mismo


sentido. Al principio pareciera que la distinción entre belleza y fealdad es fácil pero más
adelante todo se relativiza. Hay que entender que los conceptos fueron y son necesarios en su
momento, así como hoy en día, con la diferencia que actualmente el concepto no es suficiente
para comprender la realidad. El arte (incluyamos aquí también a las manifestaciones literarias)
ha sido herramienta y objeto de estudio para cuestionar la realidad y el discurso social, político
y religioso. La búsqueda de conceptos que definimos y que, por ende, nos definen como
sociedad, son a su vez históricos… lo que quiere decir que cambian con el tiempo atendiendo a
distintas necesidades.

Lo bello en la moda y la literatura. Las instituciones y los géneros. Legitimación de los


marcos de regulación cultural y la puja por el mercado
La rareza y el azar no son defectos, son fuente de salud, y deberán preservarse para que la
lectura —la experiencia particular, personal de "el que lee", al que suele llamarse "lector"— no
se malogre. El lector tiene derecho al azar —tiene derecho a desviarse de la necesidad— a
partir del momento en que acepta el riesgo de leer. Puesto frente al texto, puede permitirse
errar, en su doble significado de vagar a su aire y de equivocarse, aunque eso suponga
contradecir lo establecido de antemano, el orden. Es imprevisible el modo en que dará con el
ogro y le arrancará al menos una pluma, y esa imprevisibilidad debe ser bienvenida. Si la

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imprevisibilidad y la feliz casualidad desaparecieran, la lectura del lector, como el rey del
cuento, moriría.

Graciela Montes

Como decíamos en la clase pasada, hay varias puertas para entrar al problema que se delinea
en este punto del programa, pensar “lo bello” en la moda y en la literatura no es una empresa
fácil, no sólo por la relatividad ya mencionada que implica evocar/mencionar/utilizar
cualquiera de estos conceptos, sino por la multiplicidad de enfoques o perspectivas desde las
que se puede encarar este problema. En última instancia (o en primera) nos puede llevar
justamente a preguntarnos qué se entiende por literatura y contestar a esa pregunta implicaría
un recorrido exhaustivo y profundo, el cual, seguramente, ya han comenzado a hacer en la
materia Lecturas críticas I. Porque, precisamente, las principales herramientas a partir de las
cuales será posible abordar el concepto, provienen de la Teoría y la Crítica Literarias. Entonces,
a los fines de esta materia y del problema que nos ocupa, diremos (algo que quizás ya vienen
intuyendo) que el concepto mismo de lo que se entiende por literatura es cambiante y ello nos
conduce a la noción de canon literario: entendido como conjunto de obras consideradas
literarias o con valor artístico, indispensables, de una época o momento histórico
determinado. El concepto mismo de canon es variable, en tanto obras y autores que han sido
incluidos en el canon de un período histórico, pueden ser excluidos en otro y viceversa.

Para comenzar a acercarnos a los planteos de Graciela Montes (texto que ustedes ya han
recorrido) y también a pensar este problema en clave pedagógica, es decir, en tanto fututos
docentes de lengua y literatura, ampliaremos este planteo a partir de lo que expresa Martín
Kohan. Lean con mucha atención:

La temática del canon literario toca un aspecto fundamental del trabajo de los docentes (pero
también del trabajo de los escritores, los críticos, los periodistas culturales, los bibliotecarios,
los editores, los traductores, los sociólogos, etc.): en la definición del canon se dirimen
centralidades y periferias, valores y disvalores literarios, consagraciones y postergaciones,
pedestales y olvidos; también se determina qué literatura va a ser leída y qué literatura no va a
ser leída, y de qué manera va a ser leída la que sea leída (dentro de qué tradición, con qué
categorías, con qué sentidos); en la definición del canon literario se dirime también una

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manera de concebir una identidad (aquella a la que una determinada literatura puede
interpelar; ya sea por ejemplo la literatura latinoamericana, o la literatura judía, o la literatura
argentina, o la literatura universal, etc.).

Cuando enseñamos literatura estamos interviniendo de hecho sobre estas cuestiones: las de
qué leer y cómo leer. Cuestiones que de alguna manera condensan todo lo que se juega en
torno a la definición de un canon. Por supuesto que la enseñanza formal de literatura es tan
sólo una de las variables a tener en cuenta a la hora de considerar este problema. También
cuenta, y mucho, lo que se hace (o se deja de hacer) desde la crítica literaria, ya sea en su
vertiente académica o en su vertiente periodística; los rumbos que trazan las políticas
editoriales (qué se publica o no se publica, qué se traduce o no se traduce, qué libros se
distribuyen y con qué alcances se efectúa esa distribución); el papel que juegan los medios de
comunicación (qué se publicita, qué se difunde y qué se posterga en un cono de sombras); la
acción o la inacción de las políticas de Estado (por lo pronto en lo atinente a la confección de
los programas de estudio, pero también en lo que hace a regímenes de promoción cultural,
abastecimiento de bibliotecas públicas, etc.).

Existen al menos dos modos de concebir lo que es el canon literario, dos criterios, que más que
complementarse se oponen, acerca de la manera en que un canon se integra a través del
proceso histórico de su conformación. Uno de esos criterios ve en los propios escritores, en su
talento artístico personal y en el mérito objetivo de sus obras, el verdadero motor de la
máquina de valor y de prestigio por la que llega a definirse un canon. El otro criterio, en
cambio, postula una serie de mediaciones institucionales: diversas instancias de valoración que
definen centros y periferias, inclusiones y exclusiones, más allá de lo que pueda estar al
alcance de los propios escritores o del poder que sus obras tendrían para imponerse por sí
mismas.

Estas dos maneras de entender la conformación del canon responden, por necesidad, a dos
maneras bien distintas de concebir la literatura, y es por eso que el estado de la cuestión que
se traza en un caso y en el otro difieren sensiblemente. Si se adopta el primer criterio (…), se
supondrá que el verdadero canon de la literatura existe objetiva y manifiestamente (porque
objetiva, y manifiesta, es la superioridad estética de determinadas obras); que son los
escritores, en la lucha que sostienen entre sí para desplazarse y darse un sitio, los que dirimen
este orden de prestigios y jerarquías; y que los integrantes de la institución literaria (ya sean
críticos, profesores, traductores, etc.) no cumplen otra función que la de reconocer y ratificar
un orden de valores que detectan pero que no fundan. Sólo desde la perspectiva contraria (…)
se les concede un papel más decisivo a quienes escriben sobre literatura o enseñan literatura:
sólo concibiendo a la institución literaria como generadora de valores y disvalores se la puede
reconocer como la verdadera productora del canon. Su función ya no sería entonces tan sólo
descriptiva, sino formativa; lo que hace es mucho más que reconocer un orden ya dado: lo que
hace es disponer ese orden y legitimarlo para que sea aceptado. En vez de limitarse a
reconocer y a describir el estado de cosas de la literatura, interviene sobre él y bien puede
transformarlo.

El canon no le viene dado, aunque tantas veces así lo parezca, sino que es algo en lo que, con
su práctica específica, puede incidir. En lo referente al ámbito específico de la enseñanza,
podría establecerse entonces: la escuela no sólo imparte el canon; la escuela, además,
canoniza.

5
Kohan, Martín: (2009) Clase 11 “Notas sobre el canon”. Diploma Superior en Lectura,
Escritura y Educación. FLACSO, Buenos Aires.

Quizás aquí comiencen a tomar otro sentido las palabras de Graciela Montes, cuando afirma
que el lector de literatura no opera en el vacío:

El lector, pues, no opera en el vacío. Está inmerso en una situación, un estado de lectura, un
"orden de lectura" podemos decir (siempre y cuando no se piense en orden como algo
demasiado ordenado porque se trata de una trama compleja, a veces contradictoria). Pero
frente a la situación, al estado, al orden, el lector hace valer su experiencia, la experiencia de
"el que está leyendo". Una experiencia histórica, un acontecimiento, un suceso, algo que
empieza, hace un recorrido, culmina. En el curso de esa experiencia, su experiencia —porque la
experiencia es siempre única, personal e inalienable—, el lector coteja con el orden y revalida
sus poderes. (Graciela Montes, versión on line).

El poder de la lectura literaria en tanto experiencia, como la entiende Montes, reside


justamente en la fabricación de significaciones propias, es decir, en la construcción de sentido
particular y singular que cada leer pueda hacer frente a la obra. Para la autora, las acciones
públicas de lectura, ya sea que provengan de políticas públicas (entre las que se incluye la
institución escolar) o de la exaltación del gusto (mediante la que operan ciertos programas de
animación a la lectura y de la que participa, también, el mercado), muchas veces entorpecen la
tarea del lector e intentan arrebatarle su experiencia. Las reglas sobre lo que se considera
apropiado o inapropiado, se van configurando socialmente y muchas veces funcionan como
mandatos (no siempre explícitos) sobre todo cuando entramos al terreno de la literatura para
niños y jóvenes, dice la autora: las legislaciones sobre lo apropiado —a diferencia de la
censura, que se hace ver— son un asunto más bien tácito y muy establecido, que todos dan
por sentado. No toman la forma de mandatos y eso las vuelve todavía más eficaces y
resistentes. Hasta hoy siguen en vigencia. Por supuesto que hubo transformaciones, se
saltaron algunas vallas y, en ciertos ámbitos, se ampliaron los circuitos, pero "lo apropiado" —
con la incorporación de regímenes nuevos, como el de la political correctness, por ejemplo, o
la "corrección psicológica", de la que se habla menos— sigue constituyendo una forma de
organización del territorio de la lectura. Especialmente en el caso de la siempre vigilada lectura
infantil, que carga además con su propia legislación etaria, el curioso asunto de determinar
qué es "lo apropiado para cada edad".

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La exaltación del gusto (“al lector hay que darle lo que le gusta”) opera sobre los presupuestos
de lo que a otro, en el terreno de su deseo, le gustaría o desearía leer. Así la autora cita ciertas
acciones de animación a la lectura y destaca el lugar del mercado, quien, con una lógica de
novedad-saturación-descarte hace del gusto su lema, por ejemplo, las técnicas de venta de las
editoriales que incluyen en sus colecciones la indicación "a partir de tantos años", o "para
niños de tantos a tantos años". Al respecto, afirma Montes: La exaltación del gusto convertido
en ley y el creer que uno siempre sabe lo que le gusta al otro es un intervencionismo
particularmente perverso y enfermizo para el lector, ya que tiende a despojarlo de su propio
deseo, que tal vez tomaría por un atajo diferente y haría opciones rarísimas y por completo
fuera del parámetro de las bienintencionadas previsiones. Las editoriales, cuyo interés es
siempre vender más, no se atreven por lo general a contradecir la legislación de lo
apropiado, y se sirven del gusto, la costumbre o moda para orientar su producción; de esa
manera, al evitar las disonancias, al huir de lo raro y lo azaroso, ayudan a consolidar los
carriles. (El destacado en negrita es nuestro).

La forma en que intervienen la escuela y la academia (formas asociadas al conocimiento o al


saber) muchas veces se plasma en las indicaciones al lector sobre cómo debe leer lo que está
leyendo, cuál es el recorrido que debe hacer dentro del texto, qué debe entender, qué debe
privilegiar y cuál es el significado último. De este modo, en muchas oportunidades se clausura
el sentido del texto literario en lugar de abrirlo. Pero pensemos ¿esto quiere decir que no hay
que intervenir desde el ámbito escolar? ¿Quiere decir que no hay intervención “sana” posible
para trabajar en estos ámbitos? No, no quiere decir esto. Hay mucho para hacer y debemos
intervenir en la formación de lectores desde los ámbitos escolares, la pregunta es cómo y
Montes la responde: “un maestro o un lector avezado tienen mucho que hacer por un lector
más novato. Por ejemplo, pueden enriquecer los recorridos remitiendo el texto en cuestión a
otros textos, acercándole otras historias, otras imágenes, volviéndolo por así decir poroso. Eso
le va a dar nuevas armas, mejores recursos al lector, lo va a volver más sabio, más culto, con
más capacidad de maniobra, más perspectiva... Otra cosa que puede hacer es escuchar al
lector, darle la palabra, aunque se trate de un lector incipiente, y de esa manera permitir que
esas lecturas personales, esas interpretaciones a veces rarísimas se muestren, se desplieguen…
Puede dar lugar a la discusión, a la polémica: eso va a reforzar la lectura de cada uno ya que al
lector le hace bien la resistencia. Se trata en fin de multiplicar los caminos, los atajos, las
picadas, exactamente lo contrario de reducir todos los caminos a una única avenida: la de la
interpretación oficial, la interpretación correcta”. (G. Montes, versión on line).

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Para cerrar, les dejamos las consignas de la actividad a resolver en relación con el recorrido
realizado hasta aquí.

Trabajo práctico: participación en dos foros

FORO 1: Sobre los conceptos de belleza y fealdad.

En estas clases estuvimos revisando las concepciones de belleza y fealdad,


presentamos varias definiciones distintas y desde varios autores se plantea la
idea de una percepción o interpretación cambiante. Ahora les queremos
preguntar a ustedes: ¿Se habían puesto a pensar en esta concepción
cambiante de la belleza y la fealdad? ¿Les pareció novedoso o es un tema con
el que ya estaban familiarizados? ¿Pueden pensar algunos ejemplos que
puedan demostrar esta relatividad?

FORO 2: Sobre el canon literario

En la segunda parte de la clase 2 introdujimos otro concepto que tal vez para
algunos ya es conocido y para otros no: el del canon, y específicamente el
canon literario. ¿Podrían explicar con sus palabras esas dos tendencias de
concebir el canon literario de las que habla Martín Kohan? ¿Podrían relacionar
esta distinción con lo que dice Graciela Montes? No es fácil esto de vincular
temas y autores, se pueden animar a comentar alguno de los dos, o tratar de
relacionarlos.

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