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Paidós Comunicación/27

1. M. L. Knapp - La comunicación nó verbal: el cuerpo y el entorno


2. M. L. De«Fleur y S. J. Ball-Rokeach - Teorías de la comunicación de masas
3. E . H. Gombrich, J. Hochberg y M. Black - Arte, percepción y realidad
4. R. Williams - Cultura. Sociología de la comunicación y del arte
5. T. A. van Dijk - La ciencia del texto. Un enfoque interdisciplinario
6. J. Lyons - Lenguaje, significado y contexto
7. A. J. Greimas - La semiótica del texto: ejercicios prácticos
8. K K. Reardon - La persuasión en la comunicación. Teoría y contexto
9. A. Mattelart y H . Schmucler - América Latina en la encrucijada telemática
10. P. Pavis - Diccionario del teatro
11. L. Vilches - La lectura de la imagen
12. A. Kornblit - Semiótica de las relaciones familiares
13. G. Durandin - La mentira en la propaganda política y en la publicidad
14. Ch. Morris - Fundamentos de la teoría de los signos
15. R. Pierantoni - El ojo y la idea
16. G. Deleuze - La imagen-movimiento. Estudios sobre cine /
17. J. Aumont y otros - Estética del cine
18. D . McQuail - Introducción a la teoría de la comunicación de masas
19. V. Mosco - Fantasías electrónicas
20. Ph. Dubois - El acto fotográfico
21. R. Baithes - Lo obvio y lo obtuso
22. G. Kanizsa - Gramática de la visión
23. P.-O. Costa - La crisis de la televisión pública
24. O. Ducrot - El decir y lo dicho
25. L. Vilches - Teoría de la imagen periodística
26. G. Deleuze - La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2
27. Grupo (j - Retórica general
Grupo fl|i
Retórica general

~Ediciones
^ Ediciones Paidós
Barcelona-
B Buenos
a rc elo n a - B Aires-
u en o s A México
ires - M éxico
6. Acercamiento al fenómeno del ethos

0. GENERALIDADES

0.1. Llegado a este lugar nuestro ensayo, el lector no se podrá


probablemente deshacer de cierto malestar. Si se asignase como
finalidad al estudio de los mecanismos retóricos la elucidación
global del fenómeno poético, deberíamos adm itir que la descom­
posición a la que nos hemos venido dedicando dista m ucho de dar
cuenta de esta realidad compleja. La crítica puede hacerse más
precisa: de la misma m anera que no se puede aprehender al homo
sapiens sino a través del examen repetido de m últiples individua­
lidades hum anas, la realidad poética no puede ser captada sino a
través de los seres únicos que denom inam os «textos» (poco im ­
porta aquí si el mensaje percibido como poético es oral o escrito).
¿Son ya operatorios a nivel de los textos los resultados que hemos
obtenido? N unca fue ésta nuestra pretensión, y podemos suscribir
m om entáneam ente la célebre frase de Valéry; «Por más que con­
temos los pasos de la diosa y anotemos su frecuencia y longitud
media, no deduciremos el secreto de su gracia instantánea.»'
En ese caso, ¿es lítico nuestro estudio? O mejor, ¿tiene senti­
do? Si se conviene con M. Juilland en que el hecho literario no
resiste un desmontaje y en que su esencia reside en una indisolu­
ble integración,^ toda gestión divisora parece condenarse por sí

1. Varietés III, París, Gallimard, 1936, pág. 42.


2. «Stylistique et linguistique autour de Charles Bruneau, L’époque réaliste, I»,
en Langage, t. X X X (1954), pág. 323.
232 1. RETÓRICA FUNDAMENTAL

misma. Otros han hablado ya, m ucho mejor que podríamos ha­
cerlo nosotros, de los daños de la «atomización de los textos», o
del «análisis por fichas». Y si la obra'es, tal como sugiere S. Dres-
den, un tipo de absoluto a la vez independiente e incomparable,
la actividad crítica —que consiste en dar cuenta de todas las di­
mensiones del texto— reposa en una ambigüedad interna: tal acti­
vidad «debe caracterizar una obra que por naturaleza es única, e
incluso inconmensurable, para apreciarla, en últim a instancia, se­
gún criterios comunes y objetivos y según un método universal y
razonable».’ Es grande la tentación de asum ir totalm ente esta am ­
bigüedad desechando la ambición de aprehender la realidad poéti­
ca por otra vía que no sea la de intuición. Es esta actitud la que
defienden ciertos herederos de Croce, los cuales rechazan todo
trabajo analítico. Se llega así a una concepción sacralizante —y
por eso esclerotizante— de la obra de arte. En su tan sugestivo
preám bulo, Jean Cohén ha mostrado el débil valor operatorio de
ciertas definicipnes demasiado líricas de la poesía.'* Siguiendo una
de ellas, encontram os un poco inquietantes las ideas que se expre­
san de esta forma: «La única m anera dé entrar al recinto es un
afortutiado salto, una intuición. Toda intuición es querenciosa, es
acto de amor, o que supone el am or (...) La última unicidad del
objeto literario sólo es cognoscible por salto ciego y oscuro.»'^ In­
cluso cuando la concepción globalizante de la obra de arte está
acom pañada de un gran saber y de una sensibilidad aguda, como
era el caso de Léo Spitzer, la ambigüedad denunciada no está re­
suelta, y la intuición —con todo lo que este concepto puede tener
de poco riguroso— reina como soberana indiscutida.
Nos parece que esta soberanía seguirá subsistiendo mientras
no se haya comprendido que, tanto en poética corno en las demás
ciencias, el adagio «dividir para reinan) toma el valor que la
moral le recusa. Sabemos muy bien que la lingüística no pudo ser
elaborada seriamente hasta el día en que se rechazó la hipótesis
sustancialista, cuando se distinguió cuidadosamente el objeto del
signo lingüístico y, en el interior de este último, un significante y
un significado. Asimismo, toda la historia de la estilística com ­
porta una gran lección: si esta disciplina es la Babel que tantas ve­
ces se ha denunciado, es porque cada estilista (o casi) ha tenido la
pretensión de aportar una explicación global del fenómeno de es­
tilo, sin resolverse a parcelar previamente el inmenso dominio

3. E ls a D e h e n n in , «La Stylistique littéraire en marche» en la Revue belge de


philologie et d'histoire, t. XLII (1964), pág. 880.
4. Op. cit., pág. 25.
5. D á m a s o A l o n s o , J“o « / a « p a ñ o / f l . Madrid, 1952, pág. 197.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 233

que se había arrogado. La «crítica» no podrá salir de la m araña de


relaciones complejas en que se ha enredado hasta que no se des­
haga de una buena parte de sus pretensiones. Si la obra es una
unidad fuertemente individualizada, ¿no puede ser reducida, en
un prim er estadio, a elementos comparables? También el hombre
es único e incom parable, pero su conocim iento no ha progresado
hasta el día en que se aceptó olvidar esta individualidad; ¿quién,
en el día de hoy, discutiría el derecho a la existencia de la citolo­
gía, de la osteología y de la neurología? Cada una de estas discipli­
nas estudia realidades conmensurables entre sí, y los progresos así
realizados perm iten una mejor comprensión clínica del individuo.
Al em prender este trabajo, hemos querido «dividir» el proble­
ma literario para mejor aprehenderlo. Partimos de la constatación
según la cual el fenómeno poético posee una dimensión lingüísti­
ca y una dimensión extralingüística. Y en el problema forma-
sustancia, es la expresión la que domina: «las cosas sólo son poé­
ticas en potencia y (...) es el lenguaje el que tiene.que hacer pasar
esta potencia al acto (...). De donde resulta con evidencia que la
tarea específica de la poética literaria es la de interrogar no el
contenido, que es siempre el mismo, sino la expresión, a fin de sa­
ber en qué consiste la diferencia».'’ Por otra parte, lo que se
denom ina «categorías estéticas» y que constituye efectivamente
un aspecto esencial de la obra de arte es, finalmente, indepen­
diente del médium elegido, puesto que pueden ser suscitados
sentimientos idénticos igualmente por obras dependientes de dis­
ciplinas diferentes.’ Así pues, no aceptamos los puntos de vista
demasiado simplistas de Elsa Dehennin quien, criticando la posi­
ción de Jakobson. declara; «a un carácter no lingüístico le es ne­
cesario un método no lingüístico».** Esto no es óbice para que la
parte de la poética que es lingüística necesite un estudio lingüísti­
co, a reserva de hacer intervenir después otras consideraciones.

0.2. Si el fenómeno literario es complejo, es porque las no­


ciones de efecto y de valor tienen en él un lugar preponderante.
Es hacia este punto adonde se tendrán que dirigir nuestros futuros
análisis. Pues sabemos que el valor específico de un conjunto de
hechos de estilo no es sim plem ente función de meros mecanismos
estructurales que actúan a nivel de las unidades pequeñas, sino
que hay tam bién otros elementos numerosos que entran en juego.

6. Jean Cohén. <;/). di., págs. 38-39.


7. Véase A »ne S o u ria u . «La notion de catégoríe esthétique» en la Reme
d'e.srhétique. t. XIX (1966), págs. 225-242.
8. Op. di., pág. 902.
234 1. RETÓRICA FUNDAMENTAL

Es aquí donde tendremos que descomponer, distinguir y jerarqui­


zar.
En las páginas que siguen, utilizaremos el nombre de ethos,
corrientem ente empleado en la terminología estética moderna. El_
ethos es asimilable a lo que Aristóteles denominaba el TtaGoq en
^ ^ o é t i c a y a las Rasas de la India clásica.’ Lo definimos como
un estado afectivo suscitado en el receptor por un mensaje parti­
cular cuya cualidad específica varía en función de cierto número
de parámetros. Entre éstos, hay que conceder un lugar importante
al propio destinatario. El valor concedido a un texto no es una
pura entelequia, sino una respuesta del lector o del oyente. En
otros términos, este último no se contenta con recibir un dato es­
tético o intangible, sino que reacciona a ciertos estímulos. Y esta
respuésta es una apreciación. En fisiología, la vista y el oído no
son las «virtudes», las «propiedades» que los antiguos han creído
definir, sino las respuestas elaboradas por un organismo sometido
a ciertas excitaciones físicas que son objetivamente descriptibles.
Com o la vista o el tacto, el efecto depende a la vez de los estím u­
los (las metáboles) y del receptor (el lector, el oyente).
De esto resulta que si la noción de efecto es psicológicamente
prim era cuando se habla del hecho literario, esta cuestión (y, a
fortiori, la del valor de este efecto) pasa a segundo plano en el
terreno epistemológico. Michael Rifíaterre ha visto muy bien que,
, en un prim er proceso, es necesario disociar el juicio de sus estí­
mulos,'® que las propiedades estéticas reconocidas a ciertos he­
chos, las reacciones psicológicas suscitadas por ellos, no son en
principio para el lingüista sino simples señales.^' M uiatis inulan-
dis, estos estímulos, estas señales, es lo que hemos enum erado y
descrito en nuestro estudio. Proceso' incompleto, pero indispensa­
ble, puesto que el ethos, impresión subjetiva, está siempre motiva­
do, en último análisis, por un dato objetivo.
Para llevar a térm ino nuestro propósito, quedan por describir
las condiciones de producción de un ethos específico. En las
líneas siguientes se encontrará solamente un simple esbozo de
las direcciones que tom arán nuestros futuros análisis. El lector
podrá tom ar un conocim iento más detallado de estas miras en
una obra ulterior y que constituirá de alguna manera la prolonga­
ción de ésta.
*
* K

9. Véase S u b o d h C h a n d r a M u k e r j e e , Le Rasa. París, Alean, 1927.


10. «Vers la déflnition linguistique du style», en IVord. t. XVII (1961), págs.
323-324.
1 1 . p á g s . 318,320-321.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 235

Es imposible responder de golpe a la pregunta «¿qué es lo que


constituye el estilo?» El térm ino estilo designa en realidad «una
de esas abstracciones complejas que se han com parado a los polie­
dros: presentan una m ultiplicidad de facetas, cada una de las
cuales sirve de base a una d e f m i c i ó n » . ' 2 Reduzcamos nuestra
ambición al ethos y tratem os de enum erar y jerarquizar sus com ­
ponentes. Los elementos que concurren a la creación de un ethos
en una metábole determ inada pueden tener cabida en el cuadro
siguiente:
CUADRO X III
Constinu um dc-l cilios

Componentes Efecto

1. Ethos nuclear Estructura de la En potencia


metábole
2. fc'/to.v autónom o Estructura + sustancia En potencia
3. ¿7/iav sínnomo Estructura + sustancia + En acto
+ contexto

1. ETHOS NUCLEAR

1 .1 . L a f u n c ió n r e t ó r ic a y l a n o e s p e c if ic id a d
DE LAS METÁBOLES

M ediante una operación analítica, nos es posible concebir una


metábole vacía, es decir, una figura de la que no existiera sino la
estructura, sin que venga a darle cuerpo ningún material verbal.
Se nos podría objetar que esta realidad no existe en la experiencia
cotidiana: sabemos también que nunca lingüista alguno ha podido
aislar, en los hechos, un significante de su significado, pero tam ­
bién que esta distinción es fecunda. Esta figura vacía, a la que se
puede aprehender por una operación de la mente, ¿posee un
ethos?
El efecto prim ordial de una metábole, cualquiera de ellas, es el
de desencadenar la percepción de la literaridad (en el sentido
amplio) del texto en que se inserta. Es, pues, reveladora de esta
función, a la que Jakobson llama poética y que por nuestra parte
preferimos designar con el nom bre menos marcado de retórica.

12. S te p h e n U llm a n n , «Psychologie et stylistique», en el Journal de psycholo-


gie, abril-junio 1953, pág. 133.
236 1. RETÓRICA FUNDAMENTAL

Esta función hace hincapié en el mensaje en tanto que tal, tanto


en su forma como en su contenido, y «pone de relieve el lado pal­
pable de los signos».'^ En su corto ensayo sobre dos tropos, T.
Todorov observa que «la única c u a lid ^ común a todas,J_asjiguras
rétoncas es (...) su opacidad, es decir, su Tendencia a hacem os per­
cibir el propio discurso y no solamente su significación». 1‘* Las
cosas no van más allá. Nuestro trabajo muestra efectivamente que
apenas'hay relaciones necesarias entre la estructura de una figura
y su ethos; los ejemplos que hemos aportado —y que hemos que­
rido variados— lo prueban. Jakobson había precisado ya que la
«función poética» desbordaba am pliam ente el m arco que se asTf^
na generalmente a la poesía; los más sorprendentes de estos ejem­
plos eran por otra parte, como se recordará, los tomados del regis­
tro de la invectiva y de la propaganda política. El análisis retórico
de los mensajes deja escapar hasta aquí lo que constituye la espe­
cificidad de la poesía, la cual se encuentra, por otras dimensiones,
opuesta al argot y a la publicidad. Así, la metábole es la condición
necesaria de un ethos, pero no suficiente. El cuadro simplificado
(sólo tom a las figuras de las colum nas A y C) que exponemos a
continuación ilustrará mejor que una larga exposición esta amplia
independencia de las figuras y de sus valores posibles. Es obvio
que este esquema es solamente ejemplificador.

C i ’A D R O X i y
E je m p lo s d e p o liv a le n c ia d e la s m e lá b a le s

Actividad Función Metapíasmo Metasemema


Literatura Lirismo, etc. «a/eglo /elojes» Párpados, riberas
de la mirada
Publicidad Persuasión Es Shell a quien Ponga un tigre en
quiero su motor
Argot Irrisión y/o Ligamen = ligue Tirarse a la
hermetismo bartola (acostarse)
Evolución Necesidad, Miniatura (atrac­ Un embotella­
lingüística desgaste ción minio-mini) miento de circu­
lación
Crucigramas Función lúdica «Fonéticamente: Cuenta de rosario
nombre familiar» (= avemaria)
Rep.: PP {= Pepe)
Religión Sacralización Temuráh de la El Cordero
Cábala (divino)

13. J a k o b s o n , Essais de linguistigue générale, pág. 218 (versión española,


anteriorm ente citada).
14. Op. cil, pág. 116.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 237

Cada una de las colum nas del cuadro da ejemplos cuya estruc­
tura operatoria es en principio idéntica e intercambiable. Ni la re­
tórica tradicional, ni las disciplinas que son reagrupadas bajo e!
rótulo de la estilística, ni hasta ahora nuestra retórica general
aportan criterios formales que perm itan distinguir, por ejemplo,
una metáfora argótica de una metáfora publicitaria...
De ello concluimos que las metáboles no se distinguen en el
plano operatorio. Ya se trate de la exaltación de los valores (cierto
tipo de poesía) o de su destrucción (argot), ya de persuadir (publi­
cidad), de entretenerse (crucigramas) o incluso de una actividad
sin ethos aparente (encontrar un nombre para designar una reali­
dad nueva), son empleadas las mismas estructuras, é idénticam en­
te. Así pues, resulta vano, si no pueril, el denunciar, aún hoy, en
la metáfora o la metonimia agentes dobles al servicio de una
metafísica más o menos sospechosa.

1.2. V a ria b ilid a d d e l ethos n u c le a r

No obstante conviene ser prudente y no rechazar a priori la


existencia de cierto vínculo entre la estructura de la metábole y el
estado afectivo que suscita. Es por eso por lo que no nos contenta-
rernos diciendo que la figura vacía es designación del discurso re­
tórico. Cada especie de figura difiere de su vecina por su operador
y/o su operando. Estas distinciones, a las que quizá se podría
estructurar en oposiciones binarias, acarrean varias consecuencias
en el plano del ethos: las metáboles se distinguirán a la vez por su
fuerza y por sus virtualidades estéticas específicas.

1 .2.1. La distancia. - La fuerza de una metábole puede pro­


venir del grado de su anormalidad: la am plitud del desvío en el
cual reposa puede ser muy variable y depende, tal como hemos
sugerido, de la fijeza más o menos grande de los elementos de
partida. Tom amos el térm ino de distancia de la teoría de la infor­
mación, el cual designa el núm ero de unidades de significación
por las cuales un mensaje mal cifrado difiere del mismo mensaje
correctamente cifrado. Sin entrar en detalles, recurram os a la ex­
periencia del lector, el cual sabe confusamente que el m etaplasmo
constituye en general un ataque más flagrante al código que el
metasemema. Pero eso no es todo: si la distancia varía con la co­
lum na del operando, depende igualmente del nivel apuntado en el
interior de la misma columna. En el dom inio de los metaplasmos,
será posible disponer por orden de distancia creciente las sinoni­
mias, las sustituciones o adjunciones de afijos, la antístrofa.
Pero el efecto de vigor provocado por esta distancia puede ser
238 I. RETÓRICA FUNDAMENTAL

reforzado o corregido por las otras variables que concurren a ins­


tituir el ethos efectivo de la figura. Por ello el ethos nuclear
vincula solamente las posibilidades, y no las realidades.

1.2.2. Virtualidades estéticas especificas. - Es sabido que


Román Jakobson hace de la metonim ia la figura privilegiada para
las artes de tendencia realista, m ientras que el procedimiento
metafórico le parece más propio a las estéticas rom ántica y sim­
bolista.'^ Efectivamente, parece ser que ciertas figuras están más
de acuerdo que otras con las grandes clases de actitud mental. Las
apócopes, las elipsis y, más generalmente, todas las metáboles por
supresión pueden (pero no de manera obligatoria) revelar cierta
impaciencia en el habla; la sinécdoque generalizante parece favo­
recer un movim iento de abstracción, mientras que su conversión
revela una especie de miopía. Otros han mostrado que las artes
clásicas empleaban sin ningún problema la litote, mientras que
la hipérbole es más bien constitutiva de la estética barroca.
Pero es evidente que podríamos encontrar cien hipérboles en
las obras clásicas, cien obras barrocas con no pocas litotes, pelícu­
las realistas que emplean la metáfora y cuadros románticos que
utilizan la metonimia. Así pues, a nivel nuclear, las figuras no tie­
nen ethos si no es puram ente virtual, y estos ethos son tendencias
bastante vagas.

2. ETHOS AUTONOM O

El efecto autónom o es función del efecto nuclear por una par­


te y de los materiales utilizados por una metábole precisa por
otra. Tomemos dos metáforas que hacen uso respectivamente de
un vocabulario argótico y de términos aristocráticos: sus efectos
serán bastante diferentes. Los elementos lingüísticos, sean léxicos
o sintácticos, están efectivamente marcados por estilemas genera­
les: independientemente de los contextos en que estos últimos
pueden insertarse, penco evoca una actitud despectiva, mientras
que corcel impresiona por su elegancia. Se llega así a constituir
series sinonímicas, siguiendo las directrices de Bally.''’ Ejemj3lo:
morir, fallecer, diñarla, estirar la pata, finar, fenecer, expirar,
llegar a uno la hora. etc. En tom o a cada noción esencial viene a
gravitar una serie de procedimientos de expresión, desprendiendo
cada uno su propio valor (más o menos acentuado) por la conipa-

15. Op. cil., págs: 62-63.


16. Op. cit., págs. 104-105 y pas'sim.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 239

ración (implícita o explícita) con todos los elementos del paradig­


m a susceptibles de ser conm utados con él sin alteración de la
denotación. Es obvio que el concepto de sinonim ia puede ser ex­
tendido del dom inio del léxico al de la sintaxis. Las expresiones
quería ir a verte, y te quería ir a ver forman efectivamente una pa­
reja sinonímica en donde la prim era construcción figura como
térm ino neutro, y la segunda como térm ino marcado.
¿Pero a qué corresponden estos estilemas y en dónde encuen­
tran su origen? Es evidente que el material verbal no tiene en sí,
por decreto de tal potencia inmanente, el poder de evocar un
nivel de lengua; el valor del térm ino representa más bien la suma
de las experiencias lingüísticas acumuladas por el receptor. Si
semblante y fragoso evocan para él un «estilo poético», es sobre
todo porque apenas ha encontrado estas palabras en otros textos
que los que le han dado como poéticos. Así pues, es aquí donde
hay que alegar la noción de ecología, por referencia a esa discipli­
na que, en ciencias naturales, estudia los medios en que puede de­
sarrollarse un tipo de vida dado. El estilema general podrá defi­
nirse como el movimiento de reminiscencia, de referencia, que
consiste en volver a situar a la unidad en el o los medios más o
menos especializados en que vive normalmente. La coloración
particular de este valor proviene sobre todo de las relaciones
m antenidas por el sujeto hablante con el o los medios identifica­
dos. Enumeremos rápidamente, sin prejuzgar la dirección que
tome nuestra investigación futura, lo que pueden ser estos valores
de evocación.

a) Pertenencia localizante.

— Género literario preciso (burlesco, poético, etc.).


— Epoca histórica (arcaísmo, etc.).
— Medio geográfico (rural, criollo, etc.).
— Medio sociocultural, clases.
— Profesiones y otros dominios de la actividad hum ana.
— Relaciones naturales (entre personas del mismo sexo, de
edades diferentes, unidas o no por un lazo familiar, etc.).

b) Rendimiento de la unidad.

— Frecuencia en lengua muy alta, media, baja (realidad


constatada empíricamente).

17. Según los trabajos del Trésor de la langue frarnaisc, por amable com unica­
ción de M. Paul Imbs.
240 I. RETÓRICA FUNDAMENTAL

— Aptitud más o menos fuerte para la derivación, compo­


sición, etcétera.
— Metáboles llenas en vías de fijación, arcaísmos residua­
les, comparaciones tradicionales, neologismos llegados
al térm ino de su duración estilística, citas, palabras ex­
tranjeras, metáboles llenas envejecidas y renovadas,
etcétera.'®

Tal estudio nos llevaría probablemente a volver a abrir el


venerable Tratado de esliUstica, y a dar un lustre nuevo a la no­
ción de «elección» tan querida de los estilistas. Bally se ha intere­
sado por el valor afectivo de los hechos del lenguaje organizado, y
por la acción recíproca de los hechos que concurren a la forma­
ción del sistema de ios medios expresivos de una lengua.'^ Pero se
equivocó al querer «separar para siempre el estilo de la estilísti­
ca»^® (en un parágrafo frecuentísimamente citado, im propiam en­
te, con mala fe), pues por voluntario y consciente que pueda ser el
empleo de la lengua en un literato, es de esta lengua de donde
toma sus materiales. Por otra parte, el maestro ginebrino recono­
cía esta ambigüedad, reservando al «lenguaje natural» el derecho
de estar siempre «en potencia de belleza»;^' traduzcámoslo: de ser
integrable en una obra literaria y de ejercer en ella una función.
En el estado actual de nuestros conocimientos, no podemos
formalizar con seguridad todos los matices de rendim iento o de
pertenencia localizante. El esbozo que hemos dado constituye
más una enumeración que una organización y, además, esta clasi­
ficación es a la v6z arbitraria y susceptible de divisiones hasta el
infinito. No obstante, existen tentativas que van en el sentido de
una estructuración de las ecologías. Los trabajos de Eugenio Cose-
riu (que distingue «zona lingüística» y «medio objetivo», «léxico
estructurado» y «léxico nomenclador», «técnica del discurso» y
«discurso repetido», «sincronía de la lengua» y «sincronía de las
estructuras», y, sobre todo, «arquitectura» y «estructuras» de la

18. Es, pues, ya en el nivel de la función autónom a donde las metáboles pue­
den desvanecerse en el plano del eihos, o, por el contrario, reaparecer. Esto explica
la crítica, justificada, de Riffaterre a John Hollander. «El desvío semántico (...) es
interpretado como un empleo metafórico y figurativo, necesariamente más “origi­
n a r ’ que el empleo literal; las cosas, sin embargo, no son tan simples: muchos em ­
pleos figurados son clichés, y otros muchos, en un contexto saturado, solamente
servirán para dar relieve estilístico a una palabra empleada literalmente» («Vers la
définition linguistique du style», pág. 334).
19. /¿/í/., sumario, pág. I.
20. Ibid.pág. I 9 ,§ 2 I ,¿ .
21. /Wí/.. pág. 181, §190.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 241

lengua) están a este respecto llenos de interés.-- Lo mismo ocurre


con la teoría de los Begriffsfelder. de Trier y Weisberger; el infor­
me de L. Hjelmslev sobre la estructuración del léxico en las Actes
lili huitiem e congres in tc m a tio m l des lingiiistes. tam bién contie­
ne, por su parte, sugestiones preciosísimas.
Es verdad que estas teorías contienen numerosos elementos
paralingüísticos. Pero, aquí, nos vemos obligados a salir del dom i­
nio lingüístico puro: el eíhos autónom o depende no solamente de
mecanismos estructurales, sino tam bién de datos psicológicos y
sociológicos. En un artículo que contiene a veces puntos de vista
discutibles, Jean M ourot llega hasta volver a abrir el proceso de la
estilística y a «preguntarse si el verdadero tratam iento de la litera­
tura, una vez adquiridos todos los preliminares históricos y filoló­
gicos, no está en el estudio sociológico de la constitución de los
valores literarios».” Si el valor concedido a un hecho literario es
también función del individuo, integrado él mismo en un contex­
to sociocultural, es normal que se fije la atención en estos dos ele­
mentos. que crean y destruyen los sistemas de norm a y de des­
composición gracias a los cuales es percibido el objeto literario.
Tendremos que recordar que en The Brave New World, el perso­
naje denominado «el salvaje» ha aprendido a leer el inglés en las
obras completas de Shakespeare, única obra a su disposición. Su
lenguaje, tejido de citas, de retazos de réplicas y de imágenes pro­
piam ente shakesperianas. no puede por menos que desentonar en
el m undo aséptico de A. Huxley. El choque del hombre con la so­
ciedad que lo suprime es tanto más emocionante por cuanto, para
este «salvaje», el genio de Stratford es a la vez una norma y un có­
digo de buen uso... Este ejemplo extremado es para hacer com­
prender que, en el análisis de los valores autónom os, tenemos que
tener en cuenta los datos culturales a veces difíciles de captar...
Sobre la m archa, se habrá observado seguramente un nuevo
vínculo de parentesco entre nuestro trabajo y la retórica de los an­
tiguos. En efecto, la noción de ecología no deja de recordar la teo­
ría de los tres estilos, que los comentadores posclásicos concreta­
ron en la «Rueda de Virgilio» y que todos los retóricos han repetido
hasta el siglo xvill, refínándola y diversificándola, pero sobre
todo conservándole su forma dogmática.^'* El prim er esfuerzo de
liberación hacia una retórica que no sea ya norm ativa y apriorísti-

22. Véase «Pour une sémantique diachronique structurale», en los T r a v a u x d e


lin g u istiq u e el d e liu éra tu re, 1964, II, n.° 1, págs. 139-186 y S tn ic tu r e le x ic a l et
e n s e ig n e m e n t d u vocabiilaire. curso profesado en la Universidad de Tubinga.
23. «Stylistique des intentions et stylistique des effects», op. cit., pág. 79.
24. Véase P. G u i r a u d , L a S ty listiq u e , págs. 17-19.
242 I. RETÓRICA FUNDAMENTAL

ca, sino descriptiva, se lo debemos a Bally.^^ Precisaremos que los


estilemas no tienen nada de perm anente. En diacronía, la sustitu­
ción de los valores puede ser rápida y completa; tal arcaísmo que
en el siglo romántico dispensa un efecto de nobleza, en el siglo
XVII podía muy bien ser bajo y burlesco. Por otra parte, en el pla­
no de ja sincronía, se puede establecer en principio que, fuera de
los vocabularios técnicos, cuyo estatuto lingüístico presenta a ve­
ces dificultades, apenas existe pertenencia ecológica única.
Así, el mecanismo estilístico, tomado en su nivel autónomo,
posee una polivalencia cierta, y el vínculo existente entre estos
ethos y el efecto específico de la figura integrada en un contexto
carece de rigidez. Incluso en el caso en que el valor intrínseco
autónom o de una metábole parece suficientemente característico,
lo cual dista m ucho de constituir la regla general, este valor no
está al abrigo de la nivelación por el contexto; pues también el
valor existe nada más que en potencia.-'’ Esta simple constatación,
que es, propiam ente hablando, una verdadera perogrullada, con­
dena todos los acercamientos estáticos a la obra literaria, procesos
que consisten en una descripción sin orden ni jerarquía de los me­
canismos captados en su nivel autónom o. Decimos a la ohm. no
a\ fenóm eno poético como tal.

3. FUNCION CO N TEX TU A L

Si el estilo es algo «más que la suma de sus elementos».-^ esta


plusvalía proviene evidentemente de la correlación jerarquizada
de los mecanismos. Generalm ente se está de acuerdo con Pierre
G uiraud en reconocer que «toda obra es un universo verbal autó­
nomo»,-* y que en esta perspectiva la combinación es tan im por­
tante como la selección.-*^ El tercer nivel, el de la obra, integra los

25. P. G u i r a u d . «L.es tendances de la stylistique contem poraine», pág. 12, nota


este parentesco. La lingüística actual no ha ido más lejos en la explicación de este
aspecto de la «teoría de los colores».
26. Véase M ic h a e l R if p a te r r e . «Stylistic context» en H'ord. t. XVI (1960).
pág. 216, y «Vers la définition linguistique du fait de style», pág. 335. RifTaterre
habla de «palabras poéticas en sí», pero hace la observación de que este carácter és
segundo desde el m om ento en que hay integración en un contexto. La observación
podría haber sido extendida a lodos los demás casos de ecología.
27. P a u l Imbs. «Analyse linguistique, analyse philologique, analyse stylisti­
que», en el P r o fíia m m c d ii C c n itv d v P liilo lo iík’ rom ciiw d e Sirci'ihoiirf; ( 1957-
I 95H). Estrasburgo, 1957, pág. 75.
28. G u I ra u d . L a S ty lisiiq u c . pág. 20.
29. R ebecc'a P o s n e r, «Linguistique et littérature», en M a r c h e R o m a n e , t. XIII
(1963), pág. 49.
ACERCAM IENTO AL FENÓM ENO DEL ETHOS 243

dos primeros. Cada fenómeno de estilo ocupa un lugar en la es­


tructura de un texto que contiene otras metáboles, dotadas igual-
niente de un ethos autónom o. Y por este juego de influencias re­
cíprocas, de vecindades y de interacciones, se opera la selección
de los ethos en potencia, los cuales pasan entonces al plano de la
realización.
Las relaciones que los rasgos lingüísticos de un texto m antie­
nen entre sí son de la más alta complejidad. Son relaciones de
tipo rítmico, métrico, fonético y fonológico las que sirven de base
a las convenciones del verso, así como tam bién los fenómenos de
aliteración o asonancia. Estas estructuras se elaboran de m anera a
veces muy refinada, tal como ha demostrado N. Ruwet en su aná­
lisis de un verso de Baudelaire.^® La realidad del ethos de una obra
debe ser buscada en la integración de todos sus elementos, en las
interferencias, convergencias y tensiones que ellos crean.
El tupido dom inio de la función contextúa! ha sido ya explo­
rado por más de un estilista. Entre todos los trabajos que este
problem a ha suscitado, queremos señalar los de Michael RifTate-
rre, el cual, ayudándose con los conceptos que le proporcionaba
la teoría de la información, ha elaborado una teoría bastante rigu­
rosa del contexto lingüístico.^' Una de las distinciones más fecun­
das que M. RifFaterre haya podido proponer es la de microcontex-
to y macrocontexto.
No nos extenderemos más en el prim er tipo de contexto, pues­
to que ya ha sido descrito com o el medio empírico más cómodo
para lograr el grado cero (cap. I, 2.1.3.). En las secuencias verba­
les con función retórica, algunos elementos pueden contrastar con
lo que la redundancia y las relaciones distribucionales perm itirían
esperar. M. Riffaterre ha demostrado perfectamente que el stylis-
tic device (que es, en todos los casos, una metábole) era por defini­
ción inseparable de su contexto. Lo cual se com prende fácilmente
si se sabe que la reducción de| desvío se realiza siempre a nivel de
la unidad superior en que se integra. La observación nos parece
de importancia, pues evidencia el hecho siguiente: los elementos
lingüísticos no marcados (el microcontexto) participan lo mismo
que los elementos marcados (el stylislic device) en la constitución

3 0 . N i c o l á s R u w e t , «Sur un vers de Charles Baudelaire», en Linguisiics, n.


l7 ,o c t. 1965, págs. 69-77.
31. A los trabajos que ya hemos citado, conviene añadir «Criteria for style ana-
lysis» en Word, t. XVI (1960), págs. 207-218; «Problémes d ’analyse du style litté-
raire», en Romance Philology, t. XIV (1961), p á ^ . 216-227; y «Com m ent décrire
le style de Chateaubriand?», en The Romank Review, t. LUI (1962), págs.
128-138. El punto más discutible de estas teorías es la determinación de un Avera-
ne reader, «Archilecton>.
244 I. RETÓRICA FUNDAMENTAL

del estilo. Esto sólo debería ya bastar para arruinar las prevencio­
nes de los detractores de la noción de desvío.
El m acrocontexto es «that part of the literary message wich
precedes the SD (traduzcamos a nuestro sistema: la metábole) and
wich is exterior to it».^^ La extensión de este contexto es evidente­
m ente muy variable. Depende a la vez del tipo de texto determi­
nado, de su dificultad, de la rapidez o de la lentitud del lector, de
su memoria, de sus conocim ientos, de su experiencia literaria. Se­
gún se puede ver, nos hallamos en el reino de los imponderables:
¿en qué medida influyen en el lector llegado al último capítulo de
Ulises las primeras palabras de Stephen Dedalus? Es posible pen­
sar que no puede haber respuesta universal para problemas de
este tipo. A los estudios de los patlerns se les ofrece aquí un gran
porvenir. En todo caso, podemos decir que, en el curso de la lec­
tura, se constituye una norm a al respecto. Sea ún texto escrito en
francés moderno. A partir de cierto momento, el artista puede de­
cidir escribir en la lengua del siglo xvi. Los primeros rasgos
lingüísticos del francés clásico serán tomados evidentemente
com o figura. Pero poco a poco el desvío se reabsorbe. Si la se­
cuencia es bastante larga, puede incluso cambiarse en una verda­
dera convención, y sería entonces la vuelta al lenguaje del siglo
XX el que tom aría aspecto de desvío. Se da, en todos los casos, un
fenómeno de adaptación del receptor al tipo de mensaje recibido.
No se lee Nanelte y un señor de Murcia de la misma manera
que las Obras completas de Unam uno; y dentro de ellas Niebla
y La vida de Don Quijote y Sancho son vistas bajo luces dife­
rentes. Así pues, según los contextos, hay desplazamiento cons­
tante de un grado cero local que se superpone al grado cero
absoluto. Es lo que sugiere Paul Imbs, el cual propone representar
la noción de estilo en forma de una correlación jerarquizada.” En
la cima, las áreas más amplias, y abajo las más limitadas, pero las
más inmediatamente percibidas.

Estilo
— de un grupo de lenguas,
— de una lengua,
— de una época,
— de los géneros literarios, estilos propios de ciertos temas,
— de una escuela o de un medio literario,
— de un escritor,
— de una obra,

32. Stylistic context, pág. 212.


33. P a u l Imbs, op. cii., pág. 76.
ACERCAM IENTO AL FENOM ENO DEL ETHOS 245

— de una parte, de un párrafo, de un movimiento, etc., de una


obra,
— de una frase.

Cada nivel constituye, pues, un tipo de contexto, creador de nor­


ma, que orienta hacia una realización efectiva a todos los ethos
autónom os que se desarrollan en el escalón inferior.
En la lectura, hay que estar atento a la reciprocidad de los fe­
nómenos que presentan rasgos idénticos (metáboles con efectos
autónom os comparables, concatenaciones léxicas, etc.). Alrededor
de éstos, se constituye un verdadero «campo estilístico», suma de
los valores literarios de los que se han cargado a lo largo de sus
ocurrencias. Se trata en cierto modo de un nuevo tipo de perte­
nencia localizante, que ya no actúa, esta vez, en el plano de la
lengua, sino en el plano del texto. Lo que hace complicado el es­
tudio de los campos es que, como en el macrocontexto, tam poco
se constituyen inm ediatam ente,’-*sino a lo largo del desciframien­
to del mensaje. Es en este lugar donde interviene plenam ente la
tendencia, propia del lector, a com pletar los conjuntos de metá-
boles.
Se llega así a representar el texto como un espacio en donde el
esteta debe estudiar las redes multidimensionales de interdepen­
dencias. de correspondencias, de relaciones sintagmáticas o para­
digmáticas que se establecen entre las diversas metáboles, condu­
ciendo así a crear efectos contextúales. No hay duda alguna de
que el problem a es complejo. Y lo es tanto más por cuanto a los
ethos contextúales de las metáboles lingüísticas vienen a aiiadir-
se, para crear un cuarto nivel (hasta hoy poco explorado), los ci­
lios desprendidos por las figuras pertenecientes a otros sistemas
semiológicos: metáboles del relato, de los interlocutores, del so­
porte, etc. Así pues, antes de profundizar las investigaciones acer­
ca del ethos literario, tendremos que determ inar el estatuto retóri­
co de estas nuevas figuras y describir su funcionamiento.

4. ETHOS Y JUICIO

En las líneas que preceden, hemos distinguido cuidadosamente


ethos y juicio de valor. Sin embargo, es obvio que todo texto pue-

34. La crítica principal que se puede hacer a los estudios de campos estilísticos,
tal como los h?i propuesto F ie r r e G u i r a u d («Le cham p stylistique du Gouffre de
Baudelaire» en Orbis Litterarum, 1958) es la de no tener en cuenta ese dinam ismo
y el proceso de lectura.
246 I. RETÓRICA FUNDAMENTAL

de suscitar una apreciación determinada. Pero este proceso es


metaestilístico; es lógicamente posterior al reconocimiento del
ethos provocado por el texto entero. En todo caso, hay que obser­
var que deja un espacio aún más grande a los receptores del men­
saje. El acto consistente en expresar, de m anera manifiesta o no,
su satisfacción estética o su descontento ante un texto determ ina­
do, supone efectivamente la presencia de una escala de valores
cuya constitución escapa hasta ahora a toda medida precisa. En
efecto, depende de muchas variables (psicológicas, culturales,
sociológicas, etc.) y puede estar contam inada por otros sistemas
de valores (éticos, políticos, etc.) existentes en el individuo. El
estudio profundizado de la respuesta que constituye la aprecia­
ción es, pues, «de otro orden» y reclama métodos y conceptos
radicalmente diferentes de aquellos de los que nos hemos servido
hasta aquí.
II
Hacía una retórica general

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