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Introducción

Cuando hablamos de género, hablamos de cultura. Cuando hablamos de feminismo,


hablamos de una reivindicación que tiene que ver con patrones culturales que oprimen.
No me vale, por tanto, cualquier feminismo, sino aquel feminismo ético que se nutre de
la justicia.
Es importante continuar hablando de discriminación por razón de género hoy, y
específicamente, de la desigualdad que persiste en detrimento de los derechos de las
mujeres. Los patrones culturales perpetúan roles y conductas atribuibles a varones y a
mujeres. No hay nada más que ver lo que ocurre cuando tenemos delante un recién
nacido niño o niña. Los calificativos para ellos y ellas son distintos: chico fuerte,
vigoroso, varón hermoso; niña-bebé preciosa, dulce, bonita…
Hemos avanzado mucho, pero mantenemos estereotipos que han penetrado hasta
capas más profundas que el consciente humano. No nos damos cuenta de que funciona el
imaginario colectivo, y respondemos al mundo tal y como se espera de nosotros. Y si no
consigo ser “el macho” que domina, puede ser que ejerza presión o incluso violencia
para alcanzar lo que se espera de mí. Y si no me considero suficientemente “hembra”,
puede ser que me someta, que trate de ser atractiva a toda costa, que soporte lo
insoportable para convertirme en la princesa salvada… por él.
Descubrimos, por fin el amor, experiencia humana de alta intensidad, fuente de placer
y de dolor. Articulación de la convivencia, base de los proyectos compartidos, espacio
que genera convenciones sobre las que se asienta el tinglado social. El amor, es otra
cosa. El amor, es un arte, una apertura, una posibilidad de trascender. Unido al deseo,
crece, más y más. La vivencia de las mujeres en torno al amor es específica, tiene algo
que decir que tiene que ver con definir el amor como un escenario de plenitud humana.
El camino del amor está lleno de trampas, es una vertiente escarpada. No hay amor sin
libertad, por eso queremos el amor libre y solo este amor. Los mitos del amor romántico,
los micromachismos aún presentes, obligan a replantearse cómo amamos y a quién
amamos. El discernimiento, el descubrir lo que hay en el fondo de nuestros fracasos
amorosos y también de nuestras elecciones más prometedoras, es esa posibilidad de
detenerse y hacernos más conscientes, para alumbrar un poco más de verdad sobre mí
misma a través del amor, y para dar una respuesta en consecuencia.
En el amor íntimo, cómo no, se entremezclan otros sentimientos: Miedo, celos,
inseguridad, vanidad, orgullo, egoísmo, posesión… Aprender a identificar cómo

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influyen en nuestras relaciones es cosa de la inteligencia emocional, que también tiene
una versión feminista. Las razones del corazón son elementos a tener en cuenta.
Tradicionalmente asignadas a las mujeres, dan el salto para ser patrimonio de la
humanidad.
Es cierto, hemos avanzado mucho. Hace poco me contaba una mujer cómo, de
pequeña, su padre no dejaba comer en la mesa a su madre cuando estaba enfadado con
ella. La familia lo admitía sin quejas. Ahora, nos damos cuenta de que eso no está bien.
Hemos pasado de verlo “natural” (haciendo la equivalencia de natural a bueno), a
calificarlo de una actitud denigrante. ¿Pero cuántas sutilezas se nos cuelan en nuestra
vida cotidiana? Tendrán que pasar más décadas para que nos demos cuenta de que las
formas que tenemos de tratar a madres y parejas, que ahora nos parecen las mejores, no
están bien, y que hemos permitido que sean nuestras esclavas en el hogar, y también
nuestras “incondicionales” cuando teníamos que despachar la rabia.
De estas anécdotas que formaban parte de la vida cotidiana, no hace tanto tiempo. La
violencia de género ejercida contra las mujeres existe, y también debería formar parte del
pasado vergonzoso. Pero no decrece, por más medidas que se tomen frente a ella. Tal
vez debido a la tierra en la que se asienta. Desprecios, minusvaloraciones, expectativas
de los hombres en relación a las mujeres, para que seamos “todo” para ellos, mientras
ellos solo nos dan “lo suficiente”. El amor íntimo, la intimidad, es el lugar más frágil
porque no tiene testigos, porque es delicado y está desnudo y es allí donde se puede
realizar el ser humano, pero también se puede destruir, utilizando el amor (falso amor)
como instrumento de manipulación.
Este libro está anclado en la experiencia y en el aprendizaje. Está dividido en dos
partes, la primera es un diálogo sobre el feminismo en el contexto en que lo he ido
clarificando. La segunda se centra en el amor y la libertad, los conceptos, relaciones y
consecuencias que supone proclamar una forma de amor libre hoy para las mujeres.
Para mí, escribir estas páginas ha significado un viaje sin retorno, un darme cuenta de
dónde estuve, salir de la confusión del presente y aspirar a cambiar aspectos de mi propia
vida que no me son satisfactorios. El futuro está sin escribir.
Invito a los lectores y lectoras a reflexionar conmigo, adentrándose en los vericuetos
del pensamiento a ras de tierra, ese que no se despega de la realidad, que se nutre de la
mirada concreta.
ROSA MARÍA BELDA MORENO

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Parte I

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Feminismo y contexto

El encuentro cultural de mujeres y hombres que no pretenden supremacismo alguno


y se implican en la invención de interpretaciones y conocimientos necesarios para
mejorar la calidad de vida y eliminar el sufrimiento y la precariedad, es muestra de
que el género se empodera. Y una marca contundente de este poder es visible si la
igualdad no compete solo a las mujeres y los hombres actúan de manera visible,
para desmontar su supremacía… y crean alternativas democráticas.
MARCELA LAGARDE
(El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. P. 120)

Antes de hablar del amor y del desamor desde mi mirada de mujer, no puedo dejar de
describir el contexto en el que me muevo, las ideas de las que parto, mi manera
particular de entender el feminismo, hoy que ya hemos atravesado unas cuantas batallas,
hoy que ya hemos soportado el poder de las etiquetas y las consecuencias que ello trae.
El feminismo, como propuesta, me sirve. Con él sigo buscando significados ocultos en
la trama de la desigualdad que percibo, son las gafas con las que descubrir las estructuras
opresoras y no evidentes que permiten que se perpetúe un sistema injusto para las
mujeres y para otros que en la sociedad están menospreciados, relegando a los de abajo a
lugares de telarañas e invisibilidad.
Atravesando algunos términos como la justicia social, el empoderamiento y la
ciudadanía, propongo poner en relación el feminismo y estos conceptos que son
ineludibles para avanzar en la construcción social.
Es necesario, seguro, renovar el lenguaje, poner en cuestión algunos términos, como el
de “ideología de género”, hacer nuevos esfuerzos para ser propositivas sin dejar de
afirmar que las mujeres y su emancipación son la base para el cambio social que
propiciará relaciones saludables y plenas entre hombres y mujeres.
Es necesario seguir hablando de feminismo hoy. Es necesario hablar de ética y
feminismo hoy. El amor y el desamor acontecen en un contexto. Existen unas
condiciones de partida políticas y sociales desde las que abordar el espacio privado de la
relación y de la intimidad. “Lo personal es político”, como decía Kate Millett.

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El feminismo frente al yugo de las ideologías
Más allá del género

Marta es militante de un partido de derechas y no es querida en la asociación del


barrio, donde todos son de izquierdas. A Elena no le admiten dar un curso de
formación de líderes en su Parroquia por ser feminista. En el hospital, el Comité de
Bioética no cuenta con Lucía, médico y master en bioética, porque al ser creyente
católica, consideran que puede introducir elementos tendenciosos en sus discursos.
María se ha ido a Australia donde no es mirada con recelo por ser lesbiana. ¿Es
este el reflejo del modo democrático de convivencia en el que decimos convivir?

Estos ejemplos, y otros muchos, no son infrecuentes. A menudo los ataques no son
frontales, nadie dice nada abiertamente, los motivos de no admitir a la “diferente” están
ocultos bajo formas correctas y sonrisas de “buen rollo”. Por otra parte, el miedo a ser
excluidas cuando nos sentimos en minoría lleva a la discreción, a no pronunciarse,
incluso a mantenerse en la ambigüedad.
¿Todo esto es posible en un Estado democrático? Sí, lo es. Imaginemos cómo serán
aquellos estados dictatoriales, donde la democracia no existe ni en los papeles. Si en el
tema de las ideas políticas o religiosas existe discriminación según el ambiente en el que
nos encontremos, no digamos si nos declaramos feministas, o si hacemos una
declaración en favor de la perspectiva de género.
En estos tiempos, y en esta cultura, lo “políticamente correcto” esconde demasiada
hipocresía. Tras las formas aparentemente igualitarias y participativas, se esconde el
yugo de las ideologías, las guerras de poder que ignoran la racionalidad y la justicia. Se
hace daño con el desprestigio y se mueven hilos invisibles, sin que nos demos cuenta tú
ni yo.
En los siguientes párrafos se expone una propuesta feminista que va a la raíz de la
discriminación de las mujeres, defendiendo los ideales más allá de ideología, es más, en
postura crítica hacia las ideologías, también la de género.

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Género y cultura

¿Es el género una construcción cultural? La respuesta afirmativa significa que las
personas estamos condicionadas por el contexto en el que nacemos y crecemos, y que el
rol que desempeñamos como varones o mujeres también es adquirido y por lo tanto
transformable, educable. La diversidad cultural informa que somos diferentes y estamos
condicionados según el lugar del mundo donde hayamos nacido, según la educación
recibida y los prejuicios introyectados.
Hemos leído, e incluso hemos participado en los curiosos experimentos que recogen
las reacciones ante fotografías de bebés, destacando determinadas cualidades según si
nos dicen que los bebés son de sexo masculino o femenino: La fuerza y vigorosidad en
ellos, la dulzura y vulnerabilidad en ellas, por ejemplo. Existe un fuerte condicionante
cultural que pesa sobre hombres y mujeres, de manera que su comportamiento está
estipulado en régimen de desigualdad más que de sana diferencia. Es este el sentido que
tiene hablar de género como construcción cultural.
La desigualdad de la que hablamos tiene referentes muy poderosos a nivel de la
argumentación filosófica, que bien se pueden sintetizar en lo que J. J. Rousseau expone
en el siglo XVIII. Define lo “femenino” como propio de las mujeres. A ellas atribuye el
papel de madres, esposas y cuidadoras del hogar, cuyo ámbito de desarrollo es el
privado, mientras que los hombres se realizan en lo público. Esta división de trabajos y
roles en función del sexo se ha considerado “natural”, equiparando el término “natural”,
a lo que es bueno por seguir los designios de la naturaleza. Si la mujer concibe,
engendra, gesta, da a luz y alimenta a los hijos e hijas, lo natural es que esté preparada
para ello, y por lo tanto lo sensato es atribuirle el papel que facilite esta tarea.
El feminismo ha servido para reivindicar el papel múltiple, así como la
responsabilidad compartida de hombres y mujeres en el cuidado, educación y
acompañamiento de los hijos e hijas. Se promueve que hombres y mujeres elijan en
libertad frente a un determinismo interesado. Hoy en día sigue siendo difícil, pero no
imposible, encontrar hombres que asuman el papel de padres que renuncian a su vida
pública cuando es la opción de la unidad familiar cuidar personalmente a los hijos,
reduciendo una de las jornadas laborales o incluso renunciando al trabajo remunerado. El
feminismo pone luz en medio de las sombras para dar lugar a estos “posibles”. Los más
jóvenes forjan ya un nuevo patrón: Ellos no se quieren perder las bondades del cuidado.
Ellas no se conformarán con nada menos.

La desigualdad no es diferencia sino injusticia

Desde la cultura en la que estamos inmersos, sobre todo a través de la publicidad que

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es la enorme “ventana” del sistema, se nos da orientación en cuanto a cualidades y roles:
Unos para chicos que se preparan para la vida pública; otros para chicas, más destinadas
a la maternidad y centradas en “gustar”, pero que además han de ser trabajadoras fuera
del hogar, por supuesto. Mujeres perfectas en todos los campos, pero sin abandonar los
privados como aquellos en los que tienen la máxima responsabilidad.
Habrá quien defienda que la publicidad lo que hace es dar respuesta a lo que el público
quiere oír y ver. Da igual la parte del hilo con la que penetramos en la madeja. Está claro
que hay una situación de sexismo cultural: Hombres que conducen los mejores coches y
por eso son los más audaces. Mujeres que lavan con los mejores detergentes y por eso
viven felices. Niñas que cuidan a sus muñecas. Niños que compiten con los monstruos
del universo. Hay excepciones, es cierto, pero aún son minoritarias.
Cuando la diferencia, que no negamos, entre hombre y mujer, se convierte en
desigualdad, entonces tiene lugar la necesaria perspectiva de género. La desigualdad es
una cuestión sociológica y política, no biológica. La reivindicación feminista señala la
contradicción de tal desigualdad, la incoherencia que supone cuando en el mismo marco
de derechos se defiende que todo ser humano ha de ser digno e igual en tratamiento a
otro. El feminismo entonces, no hace otra cosa que señalar una injusticia.
Desde la perspectiva de género mantenemos una postura crítica necesaria que desvela
la realidad sin disfrazarla o encubrirla, sin “paños calientes”. La mirada de género nos
alerta de las desigualdades también en este mal llamado primer mundo, donde ya está
logrado el derecho al voto y a estudiar las mismas carreras universitarias que los
hombres. Desigualdad que está en la base de las crisis. Crisis que son una oportunidad
para un cambio de paradigma que ha de apoyarse en valores como la cooperación, la
corresponsabilidad, la comunidad.

Ideologías, ¿sí o no?

Si las ideologías son un conjunto de ideas sobre la realidad, que se quieren llevar a la
práctica para cambiar una determinada situación económica, social, cultural o religiosa,
no deberían ser, en principio, algo negativo. El problema, posiblemente, es que hemos
“ideologizado las ideologías”, o lo que es lo mismo, hemos radicalizado las posturas, y
en nombre de tal o cual idea, o en contra de ella, las acciones se han vuelto perversas, e
incluso asesinas.
Los juegos de poder y el fanatismo, son los peligros de las ideologías. Sin llegar a
tanto, hemos de señalar que no es posible, ni quizá humano, ser aséptico, no tener
tendencias. Todos esgrimimos ideas y las defendemos porque creemos que son capaces
de cambiar el mundo. El problema surge cuando juzgamos y excluimos a quien no

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piensa como nosotros, sin buscar la objetividad, sin mantenernos abiertos al diálogo, sin
buscar un punto de confluencia, una verdad mayor.
La “ideología de género”, así llamada a partir de la IV Conferencia Mundial sobre la
Mujer, en 1995, en Beijing, parte de una propuesta de esta asamblea, en la que se decide
el cambio de la categoría “mujer” por el concepto “género” dando lugar al necesario
replanteamiento de toda la estructura de la sociedad a la luz de los estudios de género.
Constituyó un punto de partida para facilitar la igualdad en derechos y oportunidades de
las mujeres. Pero también es cierto que a partir de este momento se comienza a hablar de
ideología de género, utilizando el lenguaje del feminismo, pero sin feminismo. Algo
hemos perdido por el camino.
La ideología de género se ha convertido en un término que da lugar a dudas y encierra
para los críticos la no asunción de que nacemos como hombres o mujeres, seres
diferentes a nivel biológico y psicológico. Dicha ideología promovería que cada persona
pueda elegir lo que quiere ser, su propia identidad, con independencia de su sexo.
Igualmente puede elegir la tendencia u orientación sexual. Identidad (quién soy) y
tendencia (quién me atrae), pueden ser en esta ideología, variables y cambiantes a lo
largo de la vida.
¿Puede existir feminismo no afín a esta ideología de género? Existe. Para muchas
feministas el sexo es ineludible. Distinguimos sexo de género, que como tal es la mirada
que sirve para reconocer que efectivamente existen condicionantes culturales y sociales
que determinan comportamientos discriminatorios hacia las mujeres. El fin de esta
mirada es caer en la cuenta de los machismos o micro-machismos que aún siguen
existiendo, que cargan a las mujeres y las excluyen. El género es para nosotras una
perspectiva, sin poder especificar muy bien lo que es “masculino” o “femenino”, ya no
hablamos de estas categorías, pero sí hablamos de hombres y de mujeres.
Para las feministas, la excepción de quien se siente en desacuerdo profundo con el
sexo con el que ha nacido, ha de tener vías de solución. Igualmente son respetables las
diferentes tendencias sexuales. Hemos de reconocer que hay una realidad dramática en
quien nace con una biología que no siente. O en quien tiene una tendencia sexual que no
es la más aprobada en su entorno y es discriminado por ello. El feminismo participa de la
llamada de atención a reconocer la dignidad de todo ser humano.
Fundamentalmente, el feminismo es un movimiento crítico hacia los patrones
culturales opresores de las mujeres, en ocasiones ocultos. No es lo mismo que la
ideología de género, entendida esta última como una forma de concebir el mundo, donde
parece que el sexo es un accidente y todo queda a la elección de cada cual. La ideología
de género plantea un claro conflicto ético en relación a los límites de la autonomía y a la
concepción omnipotente del ser humano.

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Hombres y mujeres somos diferentes. La construcción de la identidad sexual puede
estar condicionada por el contexto, por las imposiciones de la educación o los patrones
culturales. Hemos de estar atentos a los roles de género que pueden ser discriminatorios
(de ello se ocupa el feminismo). Pero tenemos un sexo biológico y un cerebro, una
psicología que se configura también debido a él. ¿Es arbitraria la elección del sexo según
lo que una piense o sienta? ¿Ser hombre o mujer o ninguno de los dos es algo
radicalmente elegible? Al menos son cuestiones a debatir. En cualquier caso feminismo
e ideología de género no son la misma cosa. Tienen puntos en común cuando se trata de
la defensa de personas que son discriminadas, como también el feminismo se une a otros
movimientos en favor de las minorías étnicas, o como en los primeros tiempos luchó
contra la esclavitud. Donde hay injusticia, el feminismo se suma.

Seres humanos con ideales

Si la ideología, en general, se convierte en un arma arrojadiza, en un elemento de


combate, en “Algo” por lo que se puede destruir o matar, si se radicaliza en una
dirección o en la contraria, ¿quién defenderá las ideologías? El fundamentalismo trae
consigo muerte y destrucción. En este tiempo nuevo, tal vez podemos recuperar “los
ideales” y no tanto las ideologías.
Los seres humanos tenemos ideas por las que vivir, pensamientos “estrella” que nos
ayudan a ser mejores personas, más coherentes, más solidarios, más equitativos, más
honrados. Poseemos valores, ideas referenciales a las que nos adherimos desde el fondo
de nuestro ser, que sirven para acercarnos a un modelo de persona, que se pueda llamar
específicamente humana. Los ideales, siguen siendo necesarios.
Defendemos con vehemencia estos ideales porque no son abstractos, no son pura
intelectualidad sino que se agarran a lo más íntimo, a las emociones, y desde ahí nos
hacen capaces de esforzarnos, tomar decisiones, dar sentido a la existencia.
Estos ideales son los valores que profesamos y se concretan en la vida real de cada
cual, por eso, para saber en qué creemos, vale más un ejemplo que mil palabras. Desde
su ser libres, el hombre y la mujer se construyen profesando unas ideas-valores, que
constituyen su propuesta ética de vida buena, de vida feliz, de vida plenamente humana.
Esta propuesta se hace comunitaria a través de la ciudadanía, asentada en unos
fundamentos éticos mínimos necesarios para la convivencia en concordia y en favor del
bien común. En esas estamos. La individualidad de las ideas no es suficiente. Buscamos
valores que podamos compartir, que sin la comunidad no somos nada.
Si el feminismo es constructor de la justicia y la igualdad, si da luz para que miremos
con lupa la discriminación de las mujeres, entonces es un ideal necesario, una propuesta

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de “valor”, aporta claves éticas para procurar un mundo mejor. Si el feminismo hace
mirar más allá de nuestras fronteras, descubrir la situación de muchas mujeres que aún
cuentan tan poco, son tan poco respetadas, son utilizadas o maltratadas, sin ley que lo
remedie, hagamos del feminismo un ideal, sin transformarlo en lo que no es.

La ideología de género versus la propuesta feminista

No es discutible hoy que los hombres y las mujeres hemos de convivir en igualdad de
oportunidades, con las mismas obligaciones, y ante las diferencias sustantivas como la
maternidad, han de habilitarse medidas que no generen más brecha en la igualdad de
oportunidades ni dejen de fomentar que las mujeres podamos ser madres y los hombres
padres.
Tampoco es discutible que sigue habiendo un discurso políticamente correcto (con
exabruptos sexistas de vez en cuando) pero una realidad que aún no está lograda en
relación a que hombres y mujeres compartan lo doméstico, a que la dimensión del
cuidado sea misión de ambos, y a que nos tomemos en serio las pinceladas machistas
que aún existen, para criticarlas.
El machismo se puede convertir en un crimen, como no cesamos de ver. Y lo que está
en el fondo lo forjamos entre todos. Comienza con la educación. Crece con la
publicidad-espejo social. Va desde lo que sucede en las relaciones hombre-mujer en la
intimidad hasta lo que discutimos en un café. Llega a las instancias laborales y
gubernamentales.
La crítica a la ideología de género desde determinados ambientes, religiosos y
educativos no puede desprestigiar la reivindicación feminista, ni ocultarla. Es más, hay
que profundizar en la defensa de la no discriminación de otro ser humano, más allá de la
identidad y tendencia sexuales. Pero, a su vez, el feminismo no asume todo lo que dice la
ideología de género porque feminismo e ideología de género no son lo mismo. De paso
hay que decir que tampoco el feminismo asume sin discusión otras cuestiones tan
complejas como el aborto. No toda feminista es proabortista, ni toda feminista considera
que el aborto es solo un aspecto más del ejercicio de la libertad de las mujeres. Todo en
un mismo saco, no parece lo mejor. ¿Podríamos abrirnos al diálogo y a la discusión?
El feminismo del que me siento militante anuncia una nueva era, más allá de las
ideologías. Se separa de la versión que la ideología de género ha construido y conecta
más con la ética de la justicia y con la firme creencia de que la humanidad para ser
humana, necesita relaciones de cooperación y no de dominio-sumisión. Necesita que
nadie pueda ser discriminado en razón de su sexo (sentido), de su edad, de su etnia, de su
condición social o cultural, o de su religión. Tampoco de su tendencia sexual. Pide la

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igualdad en la diversidad. Para ello, la educación que fomenta el espíritu crítico es una
pieza clave.

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Ante el clamor de las mujeres pobres
Justicia social y empoderamiento

Me cuenta Sara que le ha subido la tensión, que lo descubrió al ir a urgencias por


un dolor en el pecho y un malestar general. Tiene 45 años, aunque aparenta algunos
más. Se queja de que no tiene dinero para arreglarse los dientes, le faltan algunos y
se acompleja. Cree, y con razón, que así no puede ir a una entrevista para que la
cojan de limpiadora. A la psoriasis no le hace ya ni caso, a pesar de las lesiones que
tiene por todo el cuerpo, que le molestan y llaman la atención. No tiene dinero para
cremas. Lo peor es el panorama para sus hijos, por los que sufre más que por nada.
“Cada vez que los veo salir de casa –me dice–, siento angustia. No sé si van a caer
en la droga o a hacer cualquier cosa”. Y es que no tienen trabajo, han vuelto a vivir
a casa de la madre, y se pasan el tiempo buscando y sin encontrar, ni trabajo ni
sentido. ¿Cómo no estallar o hundirse?

La situación de Sara es real, aunque no el nombre. Es un rostro, como tantos, de la


injusticia social. Son muchas las mujeres que están cargando con el dolor del mundo.
Nos dicen que ya ha pasado la crisis. ¿Para quién?
La realidad de esta mujer hace pensar que la gente que lo pasa mal no está en el
candelero. Parece que estemos entontecidos, entumecidos y calmados por el consumo
(de técnica, de últimos modelos, de vacaciones y ocios de diferentes clases).
Continuamente bombardeados y absorbidos por la buena vida, que parece ser que nos
merecemos por ser buenos trabajadores. El mensaje subliminal es que no disfrutarla a
tope es desperdiciarla. La “buena vida”, que es tan diferente a la “vida buena”
aristotélica, en la que coincide la excelencia humana y la felicidad, y que hoy podría
traducirse como la vida empleada en la búsqueda del bien común. El adormecimiento
colectivo es el viento que sopla en contra de la justicia social hoy.
En este capítulo se penetra en los términos justicia social y empoderamiento,
revindicando el despertar de la conciencia y proponiendo vías de abordaje para que las
mujeres más desfavorecidas y con ellas toda la humanidad, conquisten sus derechos.

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La justicia social, ¿clave olvidada históricamente?

El término justicia social se atribuye a Luigi Taparello, sacerdote jesuita, que en 1843
propone la igualdad de hecho para todos los hombres en lo que se refiere a los derechos.
Es un avance en relación a la justicia distributiva de la que hablaba Aristóteles, que
consideraba que había que repartir los bienes y servicios en función de diferentes
parámetros (méritos, necesidades, etc.).
John Rawls, en su obra Teoría de la Justicia, en 1958, propone la justicia como
equidad, y en este sentido postula el principio de que las desigualdades humanas han de
resolverse siempre a favor de las personas más desfavorecidas. Sugiere que imaginemos
qué pasaría si antes de que se originara la sociedad, no supiéramos qué posición social
vamos a ocupar a lo largo de la vida. Si desde ese “velo de la ignorancia” tuviéramos que
gobernar, ¿qué tendríamos que hacer? Sin duda, él propone, legislar como si fuéramos a
tener la peor de las suertes, por si acaso.
Ciertamente, la justicia social implica el compromiso del Estado para compensar las
desigualdades que surgen en la sociedad por los procesos del mercado. Así debería ser.
Pero los diferentes gobiernos no están logrando llegar a los más desfavorecidos. A esos
que Emilio Lledó, filosofo español, en un programa radiofónico nombró como “los que
han nacido con un ‘no’ de plomo en la cabeza”.
Es cierto que hay propuestas políticas que se acercan más a corregir las desigualdades.
Al menos lo defienden, pero no es fácil. Hoy, gobernar pensando en las personas más
desaventajadas, no lleva el aval de los poderes económico-financieros. Y eso es ir en
contra de la pesada maquinaria del poder establecido. Pareciera que en la compleja trama
que sostiene el mercado mundial, las personas en situación de carencia económica son el
lastre, el producto sobrante, el deshecho. Así llegan a convertirse en excluidos. Entre
ellos, las mujeres son un paso más hacia abajo y hacia fuera.
Nancy Fraser, intelectual feminista estadounidense, profesora en ciencias políticas y
sociales, defiende que en el discurso de la justicia social hay dos posturas: La de la
reivindicación de la redistribución (distribución más justa de los recursos y de la
riqueza), y la reivindicación del reconocimiento (aceptación de la diferencia, donde no es
necesaria la integración en la mayoría para tener el mismo respeto)1. Estas dos
tendencias también están presentes en el feminismo. Hay una tendencia que considera la
redistribución como la solución a la dominación masculina. La otra apuesta por el
reconocimiento de la diferencia. De fondo se plantea una oposición entre la política de
clase y la política de identidad. Fraser propone que ambas son necesarias.
Algo de esto ya ocurría en los discursos feministas en España en los tiempos de Clara
Campoamor y Victoria Kent. Se planteaba el antagonismo en algo tan crucial como la
oportunidad para conseguir el voto de las mujeres. ¿Qué es primero? ¿Conseguir una

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sociedad más justa, donde las mujeres tengan más acceso a la formación de la
conciencia, o es mejor primero dar la oportunidad a que voten, y es este un paso
fundamental para hacer avanzar la conciencia? Difícil cuestión.
Clara Campoamor defendió el voto de las mujeres y logró triunfar. El voto de las
mujeres fue posible en España en 1931, gracias al apoyo conservador, lo cual es muy
elocuente. Frente a ella, Victoria Kent, socialista, propone que este voto de las mujeres
había que posponerlo, que antes había que lograr otros avances sociales. Así dijo: “Si las
mujeres españolas fuesen todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya
un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy
frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino”. La votación dio la ventaja a
Campoamor. Ambas posturas eran vulnerables. Las elecciones siguientes las sacaron a
las dos de sus escaños.

Planteando propuestas, ya

Los antagonismos han ayudado a pensar pero en la actualidad nada es tan necesario
como la integración de propuestas proyectadas desde un centro de gravedad, que en el
caso de las mujeres, son las mujeres más pobres, las mujeres desfavorecidas. Hemos de
fortalecer a las mujeres con el acceso a la formación, y generar una nueva sociedad
donde vivan en condiciones de igualdad. ¿Qué hacer mientras eso llega? Hemos de
proporcionarles ya los medios necesarios a nivel económico como para que no sean
dependientes de los salarios de otros (cuando hay salario). La mayoría de las mujeres
pobres, en nuestro país, son amas de casa, pero además se buscan la vida cada día
pidiendo y haciendo pequeños trabajos aquí y allá para sostener el hogar. ¿Cómo aspirar
a algo más mientras la realidad cotidiana es tan difícil para ellas?
La equidad en cuestiones de género supone reconocer a las mujeres ya, en los roles
que no tienen prestigio y que ellas representan hoy mayoritariamente, aunque nos pese.
La tarea de ama de casa, o servicio especializado en el hogar, es la base de que otros
puedan estudiar, trabajar y descansar, gracias a que alguien se ocupa de lo básico.
Hemos de ofrecer ya una conciliación real de la vida laboral fuera del hogar y la
maternidad o el cuidado de los mayores y los enfermos, alguna forma de favorecer el
contrato a mujeres que pueden ser madres o cuidadoras. De lo contrario, nada de lo que
hablemos en clave de feminismo y justicia social será creíble.
Una nuevo momento histórico puede llegar si las mujeres son reconocidas en su valía,
con hechos, que ya hay bastantes palabras. Al mismo tiempo que las mujeres crecemos
en conciencia, hemos de conseguir más derechos. La justicia implica redistribuir en
favor de los que lo tienen peor, en este caso de las mujeres, y significa reconocer la
diferencia. Una diferencia significativa es que los varones no engendran ni amamantan.

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Habrá que legislar para no suprimir esta diferencia, mas bien protegerla, de manera real,
sin que suponga pérdidas tanto en el estatus como en el empleo de las mujeres. Habrá
que otorgar permisos de paternidad a los padres, que no puedan ser trasladados a las
madres, que puedan ejercerlos durante un periodo que permita la incorporación
progresiva de las madres al trabajo remunerado, ocupándose ellos personalmente del
cuidado del bebé. Habrá que otorgar derechos especiales a los hogares monoparentales, y
a las formas de familia menos frecuentes (dos hombres o dos mujeres), pero no por ello
no subsidiarias de protección.
La justicia social es una propuesta que exige renuncias. Los bienes y oportunidades
que poseemos son limitados, y para igualarnos en derechos hay que ceder en privilegios.
A todos nos parece claro que sin aumentar los impuestos a los que tienen más no
conseguiremos dar a los que tienen menos. En la misma medida, si no hay colaboración
de los varones, es imposible la equidad. A ellos les toca ceder, arremangarse (disculpas a
los que ya lo hacen), dejarse de mirar a sí mismos y sus necesidades, y mirar más para
los lados, donde siempre tienen a una mujer valiosa que labra en silencio la trama que les
sostiene.

Justicia social a través del empoderamiento

El poder, como el tener, pueden ser aspectos dinamizadores del ser humano. Todo
reside en el “cómo”. ¿Cómo se ejerce el poder? ¿Se centraliza o se reparte? ¿Es
consciente el poderoso? En este caso, los varones han atesorado más poder, han
dominado la escena. La clave del cambio social pasa por la toma de conciencia de ellos,
es cierto, pero también por la toma de postura de ellas.
El empoderamiento de las mujeres pobres puede ser la verdadera raíz del cambio
social. En esta cuestión, como dice el Informe “El progreso de las mujeres en el mundo”,
elaborado por ONU-mujeres, veinte años después de la IV Conferencia Mundial sobre la
mujer, lograr la igualdad de género es un objetivo consensuado por todos, y el
empoderamiento de las mujeres es un anhelo de organizaciones de base, sindicatos y
empresas. Añade además que la igualdad sustantiva de hombres y mujeres requiere
transformar las instituciones económicas y sociales, incluyendo creencias, normas y
actitudes, desde los hogares a los mercados, desde las comunidades a las instituciones
políticas nacionales y mundiales2. Hemos de precisar, desde lo expuesto en el primer
capítulo, que la igualdad de género aquí planteada es equiparable a la igualdad de
oportunidades.
Pero, ¿qué es esto de empoderar? Si buscamos en el diccionario de la RAE el término
empoderar, nos remite a otro: Apoderar, y este se define, entre otros, como “hacerse

18
dueño de algo, hacerse poderoso o fuerte”. Aunque se habla de Paulo Freire como el
origen de la filosofía del empoderamiento, y de fondo así es, el término fue empleado
por primera vez por Bárbara Solomon en su libro Black Empowerment: Social Work in
Oppressed Communities, de 1976. En él se define el concepto como un proceso
mediante el que las personas que pertenecen a una categoría social, estigmatizadas
durante toda su vida, pueden ser ayudadas a desarrollar y mejorar habilidades en el
ejercicio de la influencia interpersonal y el desempeño de roles sociales valiosos.
En relación a las mujeres, se empieza a hablar de empoderamiento a mediados de los
80, y lo hace una red de grupos de mujeres denominada DAWN (Mujeres para el
desarrollo alternativo para una nueva era), refiriéndose al proceso por el que las mujeres
acceden al control de los recursos materiales y simbólicos y refuerzan sus capacidades y
protagonismo en todos los ámbitos. Implica tanto el cambio individual como la acción
colectiva de las mujeres. Tiene que ver con la emancipación y la liberación, con hacerse
“sujeto”, en la sociedad y en la familia, en lo público y en lo privado.
Marcela Lagarde plantea cuestiones esenciales sobre el empoderamiento: Las mujeres
se transforman, cambia su subjetividad, amplían su visión del mundo y de la vida,
aumentan sus capacidades y habilidades y su incidencia, adquieren seguridad y fortaleza,
es decir un conjunto de poderes vitales generalizados al internalizar su potencia vital.
Las mujeres deciden, por voluntad propia, salir del sometimiento, poner en marcha sus
recursos, desarrollan acciones en primera persona y por la propia vida. La fuerza para
ello nace de la colectividad, las mujeres juntas logran emanciparse, empoderarse. La
dimensión práctica del empoderamiento es lograr que las mujeres no flaqueemos, que no
seamos víctimas de chantajes, de hostilidades emocionales o ideológicas, que nos
protejamos de la violencia, que enfrentemos los retos y profundicemos en nuestras
convicciones. La “impotencia aprendida” de las mujeres debe ser superada. La
autovaloración, el reconocimiento de la capacidad de interlocución, de pacto, de
visibilidad, de incidencia, son el primer paso para lograr los objetivos, sin esperar a que
otros nos empoderen3.

Supeditar, ¿hasta cuando?

A lo largo de la historia colectiva, pero también de nuestras historias personales, las


mujeres hemos supeditado el “ser feminista”, y el empoderamiento propio, a otras
causas. Si el feminismo es parte del trabajo por la justicia, la emancipación de las
mujeres se conseguirá cuando hayamos conseguido la nueva sociedad, más igual y más
justa, como una consecuencia de ello. Sin embargo, que las mujeres participen más, que
hayan conseguido igualdad de derechos ciudadanos no ha implicado que se haya

19
erradicado el patriarcado. Véase el ejemplo inicial, que no entiende de sutilezas.
No es infrecuente que en las revoluciones políticas en las que las mujeres han tomado
parte activa luchando codo con codo al lado de los hombres, una vez alcanzada la
victoria, su causa quede relegada al olvido. La excusa es que no se puede desestabilizar
lo conseguido. La causa de las mujeres pasa a segundo lugar, por unos motivos o por
otros. Ya vimos el ejemplo del voto femenino en España, y los intereses creados en torno
a él.
Existe esa excusa de la postergación en organizaciones tan queridas como la Iglesia
Católica donde las mujeres hoy no pueden acceder al servicio del sacerdocio, y donde las
directrices son marcadas en ámbitos en los que no hay mujeres, aunque se las escuche.
Las que queremos a la Iglesia decimos “ya llegará”, lo primero es conseguir otras
transformaciones, y asumimos que esto será lento.
Consecuencia concreta de la supeditación del feminismo a otras causas es que en la
vida diaria, si tengo que priorizar, el feminismo queda en un segundo lugar y de esta
manera me traiciono un poco. Lecturas, reuniones, experiencias y reflexiones
compartidas de mujeres, pueden quedar para otro momento.
El feminismo, o lo que es lo mismo, la propuesta de igualdad de oportunidades y
derechos de las mujeres, se considera algo accesorio, a veces irrelevante, o incluso una
lucha irreal. El pasado no está tan lejos. La reciente película “Sufragistas”, de Sarah
Gavron, cuenta la historia de mujeres que perdían todo: Familia, estatus, salud,
libertad… incluso la vida, por defender la igualdad de derechos. Hoy arriesgamos
poquito. Nos conformamos y nos convencen de que la desigualdad no nos concierne,
solo es cosa de los pobres o de determinadas etnias o culturas (¡lo cual ya bastaría para
despertarnos!)

Empoderamiento y cambio social

Los datos que aparecen en el Informe ya citado de la ONU, y en cualquiera que


describa la situación de las mujeres hoy, pese a estar formulados en positivo, siguen
alarmando. A grandes rasgos, se sigue diciendo desde hace décadas que muchas mujeres
trabajan en el negocio familiar y no son remuneradas por ello, que muchas mujeres
perciben un salario diferente al de los hombres por un trabajo del mismo valor, que las
mujeres tienen menos probabilidades de cobrar una pensión en casi todos los países, que
las mujeres trabajan más que los hombres, realizando casi dos veces y media la cantidad
de trabajo doméstico y de cuidados no remunerados.
La doble discriminación, la debida a ser pobre y mujer, se mantiene informe tras
informe. La brecha entre las mujeres ricas y las pobres sigue siendo tan amplia como que

20
en Sierra Leona una mujer tiene una probabilidad 100 veces mayor de morir durante el
parto que una mujer en Canadá, y una mujer que vive en una zona rural tiene una
probabilidad inferior, en un 38%, de contar con la ayuda de un profesional médico, en
relación a las mujeres que viven en las ciudades. El peso de las políticas de austeridad
aplicadas en diferentes países ha repercutido mayoritariamente en niñas y mujeres.
Ante estas situaciones, el feminismo no es algo opcional, o de categoría inferior. La
defensa de su causa requiere estudio, presencias y compromisos. La discriminación
contra las mujeres está en la raíz de los funcionamientos injustos, no solo es una
consecuencia de la injusticia, sino también una causa. Abarca el modo de relacionarme y
de estar en el mundo.
El cambio hacia esa sociedad más justa que todos y todas queremos pasa por el
empoderamiento de las mujeres. Empoderarse es un proceso que se realiza de dentro a
fuera. Nadie empodera a nadie. Es cada una, desde su propia determinación y toma de
conciencia, la que ha de tomar las riendas, el poder sobre su vida, saliendo de toda forma
de sometimientos.
El empoderamiento supone ahondar en el sentido de la propia vida, fortalecer la
autoestima, tomar conciencia de las propias capacidades y posibilidades frente a tantas
voces internas y externas que quieren acallar la propia valía y determinación. Significa
dar algunos pasos ya para cumplir los sueños, el proyecto de persona lograda que cada
mujer aspira a ser.
Mi experiencia me dice que las mujeres empoderadas son apreciadas, pero no siempre
son queridas como compañeras de viaje (trabajo, proyecto de familia…) Estas mujeres
mantienen una orientación clara por la coherencia, y no siempre dicen sí. Hay que estar
dispuesta a la soledad y más. Es difícil ser disidente sin ser lastimada.
La utopía de la sociedad humanizada pasa por el empoderamiento de quien ahora no
las tiene todas consigo. Entre otros colectivos, y en la base de la construcción social
están las mujeres. El camino pasa por ganar autoridad, conseguir independencia, y en
definitiva, lograr construir la propia identidad de mujer, contra viento y marea, y sin
tardanza o excusas.

1. Para leer más: https://revistas.ucm.es/index.php/INFE/article/viewFile/41149/


39361, consultado en julio 2018.
2. http://www.unwomen.org/es/digital-library/publications/2015/4/progress-of-the-
worlds-women-2015, consultado en julio 2018.
3. Ideas extraídas, adaptadas e inspiradas por LAGARDE DE LOS RÍOS, M. El feminismo
en mi vida. Hitos, claves y topías. Cuadernos inacabados, 65. Madrid, Librería

21
Mujeres – horas y HORAS la editorial feminista, 2014, pp. 99-132.

22
3
Derecho de ciudadanía para las mujeres
Ética y feminismo

Mari Ángeles trabaja en la Asociación del Barrio, también en la Hermandad del


Santo, en una escuela de Padres y Madres, y en un grupo de formación de adultos.
Hace diez años no sabía leer. Ahora lee en la misa dominical. Se atreve a crear
algunos textos que forman parte de los dípticos en los que se anuncian las
actividades. Es madre de tres hijos y abuela de cuatro nietos. Su escasa pensión y
las limpiezas a domicilio, ayudan a todo el que lo necesita. No acude a muchas
manifestaciones, pero está dispuesta a hablar con el alcalde de turno cuando sus
vecinas o sus hijos tienen algún problema. ¡Posee tantas cualidades! ¿Y si hubiera
tenido otras oportunidades?

Las mujeres son ciudadanas, con derechos y deberes iguales a los varones. O al menos
así debe ser. Si los ciudadanos y ciudadanas son los miembros activos de un Estado, hay
que estudiar cuáles son las condiciones de las mujeres en el mundo para saber si es una
realidad hoy para todas. El resultado del empoderamiento y el consecuente cambio social
es que las mujeres deberían ser ciudadanas de pleno derecho, con pleno reconocimiento.
Pero, ¿de qué concepto de ciudadanía partimos? Tal como ocurre cuando hablamos de
la justicia, ser ciudadanas hoy implica entender la ciudadanía como ciudadanía social, es
decir que no solo se trata de gozar de derechos civiles y políticos, sino también sociales,
y que estos sean para todas, aquí y más allá. La ciudadanía implica extender el punto de
vista y lanzar una propuesta ética. Una ética que tenga en cuenta el ejercicio y defensa de
los derechos, y que anime a la responsabilidad.
El feminismo apunta a una ética que ha de desarrollarse en dos planos: Lo estructural
y lo personal. A lo largo de la historia, para defender los valores en los que creemos,
aplastados por el orden social de lo inconsistente, utilizamos la palabra, el grito, la
manifestación, la acción. Es imprescindible esta protesta, aunque ahora se propugne que
la transformación estructural no importa, que suena a Marx y a confusamente
revolucionario. El mal estructural existe, así como el personal. Hemos de escudriñar las

23
entrañas, allí donde está entretejido el bien y el mal, donde es tan posible auto-
engañarse. En lo estructural y en lo personal hemos de pensar para construir
pensamiento.
En el texto que sigue ahondaremos en el concepto de ciudadanía, así como en algunas
claves éticas que aporta el feminismo para la sociedad del siglo XXI.

Ser “sujeto” para ser ciudadana

La Antigua Grecia, origen de la democracia, era una sociedad patriarcal. A lo largo del
siglo VIII antes de Cristo, se establecieron dos grandes grupos: El círculo de los
ciudadanos que excluía a extranjeros y esclavos, y el club de los hombres, que excluía a
las mujeres. La posibilidad de participar en el poder político, criterio de ciudadanía,
situaba a las mujeres fuera, no podrían nunca convertirse en ciudadanas. En la cuna de
nuestra civilización, en el origen de la política, los varones disponían, mientras las
mujeres ejercían lo que con ironía llamamos “las labores propias de su sexo y
condición”.
Desde entonces hasta el momento actual, la batalla por los derechos, por lograr ser
ciudadanas de pleno derecho, ha sido larga, accidentada y tortuosa. Lo peor es que la
costumbre de “no contar” en lo público, ha atravesado nuestra piel. Aún nos sentimos
como “pez en el agua” en el ámbito privado, mientras que en la esfera pública aparecen
todas las inseguridades.
Recordando a Adela Cortina1, proponemos la idea de ciudadanía como un concepto
mediador que integra las exigencias de la justicia y el sentimiento de pertenencia, que
propone superar el egoísmo individualista y tener en cuenta que el mundo es esa Aldea
Global, de la que todos somos partícipes y responsables. Se trata de ser ciudadanas
cosmopolitas, de satisfacer entre todos los ideales de la justicia y no tanto los deseos
psicológicos más o menos caprichosos.
¿Cómo llegan las mujeres a conquistar la ciudadanía? No solo desde la legislación o la
mirada externa sino tomando conciencia de su propia autonomía, de su “ser sujeto”,
capaz de participar y responsabilizarse de las tareas que están más allá de la propia casa
o de la crianza de los hijos. No somos dependientes de otros, no somos esclavas,
pensamos y decidimos autónomamente, y así actuamos siguiendo la estela de tantas
mujeres en la historia.
La “cosa pública” ya no es una tarea exclusiva de ellos. Nos pertenece. Nos incumbe.
Las mujeres estamos ahí, solo que a menudo cuestionadas. A veces, si estamos muy
implicadas, nos preguntan si es que no tenemos familia (pregunta que no se le ocurriría
al interlocutor si hablara con un hombre). La participación plena en la política y en los

24
servicios públicos supone rupturas y sinsabores en los ámbitos privados, o sacrificios de
tiempos de ocio, o necesidad de demostrar que se puede con todo.
Este “ser sujeto” que es el punto de partida para la ciudadanía plena requiere romper
cadenas que tienen forma de acusaciones más o menos latentes de los demás sobre el
abandono de deberes domésticos o de la dedicación a los hijos, maridos o progenitores.
Otras veces no hace falta que nadie nos recrimine, que ya tenemos el sentimiento de
culpa bien grabado en las entrañas, para que no volemos más allá de lo preciso. Todas
nos debatimos interiormente y a veces caemos por ello fácilmente en la trampa de los
chantajes emocionales. Es difícil mantener el tipo y no echarse atrás.
La culpabilidad a la que me refiero no es la que nace de la responsabilidad no
cumplida, imaginando que es libremente elegida, que tiene sentido de llamada de
atención. Esta es útil y positiva para reconocer lo que nos de-construye. Sin embargo hay
un sentimiento de culpa que es irracional, que nace de las creencias, de lo imbuido
automáticamente, adjunto al rol de género, y que injustamente pesa en nosotras. Este
sentimiento hay que cuestionarlo para desactivarlo.
Nos acompaña también cuando toca cuidar a nuestros mayores. Si hay varones en la
familia, ellos no lo sienten igual. Para nosotras es una obligación de primera categoría.
Trataremos de hacer lo imposible por llegar a todo, pero si un día hay que sacrificar algo,
corre de nuestra cuenta. Lo hacemos sin pensar en que todos los hijos (varones y
mujeres) tienen la misma responsabilidad. Lo hacemos más allá de nuestra
responsabilidad equilibrada de hijas. Por amor, sí, pero también por tranquilizar una
conciencia que incorporó en el origen culpas injustificadas.
Llegamos a ser responsables cuando tomamos decisiones en libertad, cuando hemos
desvelado los condicionantes exteriores, pero también internos que obstaculizan el
ejercicio de la libertad. Tarea compleja, pero necesaria. Solo la responsabilidad nos hace
sujetos, seres plenos. Y ser “sujeto” es imprescindible para ser ciudadanos y ciudadanas.

La red de mujeres como espacio de ciudadanía

Las mujeres han trabajado codo a codo con los varones en los movimientos de
solidaridad y en las revoluciones políticas. Pero a veces, ha ocurrido, que eran las que
llevaban la “sopa” a los que pensaban, realizaban los discursos o luchaban en la
trinchera, sin tener ningún reconocimiento. Es decir, que las condiciones de igualdad no
siempre han existido ni siquiera cuando varones y mujeres defendían las mismas ideas
de libertad y justicia. Hoy, esta situación no nos resulta tan desconocida. Ocultas en otras
trincheras, las mujeres aportan a los varones, más de lo que sale a la luz.
Pero no es todo negativo, hemos avanzado, sobre todo simbólicamente. Como signo

25
de los tiempos, surge una nueva ciudadanía, la que anuncian las mujeres que cooperan y
se coordinan en torno a una causa. Han conseguido el derecho de participación, elemento
crucial de ciudadanía. Mientras seguimos enfrascadas en dialécticas, está llegando el
tiempo de hacer surgir una voz nueva, un llamado a la sororidad universal.
Un ejemplo interesante es la Red Internacional de Mujeres de Negro (Women in
Black), nacida del conflicto de Oriente Próximo. Son mujeres pacifistas que nacieron en
Israel en 1988, de la mano de Hagar Rublev, para protestar contra la violación de los
derechos humanos del ejército israelí en los territorios palestinos. En la Guerra del Golfo
(1990), reactivaron sus protestas. A esta Red se unieron las mujeres de la ex-Yugoslavia
(Mujeres de Negro de Belgrado) para oponerse a la limpieza étnica y a la guerra de los
Balcanes. Esta red ha llegado hasta Afganistán, entre otros lugares, denunciando las
injusticias y reclamando la paz en los conflictos armados.
Surgen grupos de mujeres allí donde hay necesidades, donde se trata de proteger la
dignidad de todo ser humano, donde se intentan recuperar los valores. Se organizan para
salir adelante, siempre aportando cualidad en los modos. Algunos ejemplos más:
• La organización SEWA que opera en la India como un microbanco que ayuda a las
mujeres a saldar sus deudas y montar un negocio. Ela Bhatt, abogada, fue su primera
presidenta. Hoy tienen 95 cooperativas en diferentes sectores: agricultura, comercio,
artesanía, textil, servicios.
• Cada noche en Etiopía, un grupo de mujeres se reúne a ambos lados de la carretera
que conecta a la región de Fiultu con Somalia y enciende hogueras visibles a lo lejos.
Cocinan platos para vender a los viajeros, y se las conoce como “Luz en la noche”
(ILCAWO).
• La mayoría de las mujeres ugandesas no cuentan con títulos de propiedad sobre sus
tierras que les sirvan de garantía para solicitar préstamos, pero la iniciativa de
Agricultura Alimentaria en Uganda es un banco de mujeres que apoya a mujeres.
Son propietarias del banco, y así tienen créditos y reparten entre todas los beneficios.
• En Marruecos, Túnez, Yemen y Palestina, a través del programa Esperanza
(AMAL), están apoyando el liderazgo de las mujeres para que luchen contra las
mentalidades conservadoras que les restringen al encierro en los hogares sin darles
espacio para la participación en lo público.
• La Asociación Mujer Tejedora de Desarrollo (AMUTED) en la zona rural de
Guatemala, trabaja en la formación de lideresas, que adquieren conocimientos en
participación política y derechos de las mujeres, experiencia que a su vez replican en
diferentes aldeas.

Aquí y allá, mientras queda mucho camino, hemos conocido cooperativas de mujeres,
talleres de mujeres, asociaciones en defensa de la paz, la justicia y los derechos,

26
pequeñas iniciativas que desde la base, tratan de arrancar a las mujeres del círculo
vicioso de la pobreza y de la “no presencia”.
Es verdad que habría que hacer un monumento a toda persona que realiza una
actividad que contribuye a preservar, aumentar y potenciar la vida humana. De esto
saben mucho las mujeres. En los rincones de cada barrio, en los bancos de cada iglesia,
en los institutos y colegios, en cualquier lugar donde se alivia y se cura, por allí, andan
las mujeres. Deberíamos hacer una mención especial a esta forma de contribuir al
mundo, y nombrar a cada mujer “ciudadana ejemplar”.
Las mujeres han de elegir cómo quieren contribuir a la historia de la humanidad, y
desarrollar sus potencialidades en las mismas condiciones que los varones. Han de tener
las mismas oportunidades, cuestión no lograda en la práctica, menos aún en los países
más desfavorecidos. Hay que seguir reivindicando la igualdad que proteja la diferencia.
Las propias mujeres hemos de profundizar en nuestras heridas de “género” y recuperar
el sentido: Somos sujetos, y como tales hemos de tomar nuestra responsabilidad
plenamente. Tenemos que construir respuestas concretas que atraviesen la culpa
irracional, el miedo, las creencias limitantes y los prejuicios.

De la conquista de la ciudadanía a la construcción ética

¿Se puede hablar de una ética feminista? ¿Es más bien que el feminismo suscita
supuestos éticos o una forma de hacer ética? Nos inclinamos por el segundo
planteamiento. El concepto de ciudadanía, nutrido por los principios de justicia y
autonomía, invita a repensar la aportación que realiza el feminismo a la ética, a través de
tres claves que desentrañamos: La mujer como sujeto moral, la dimensión ética del
cuidado y la nueva forma de entender las relaciones sin supremacías.
El feminismo es un movimiento que se hace posible por el cambio de valores en el
pensamiento de la Ilustración. A mediados del siglo XVIII, la luz de la razón disipa las
tinieblas, el individuo se constituye en sujeto moral autónomo y los ciudadanos son
libres e iguales ante la ley. Ética y política no se pueden escindir, estamos en el plano
estructural de la ética. El “deber ser” tiene consecuencias políticas y viceversa. Es
emblemática la Revolución Francesa con su lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”.
Solo que esta revolución tenía que ver con los hombres (varones). Las mujeres no tienen
el estatuto de ciudadanas, tampoco en el siglo de las Luces. Las primeras luchas de las
mujeres en aquella época desencadenan la prohibición de que asistan a las asambleas
políticas. Muchas mujeres fueron encarceladas y ejecutadas. Olimpia de Gouges, que
formula la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, es guillotinada
en 1793.

27
La ética que nace de la Ilustración es una ética de la justicia, que separa el ámbito
público, sujeto a pensamiento y regulación, del ámbito privado. Como sabemos, las
mujeres estaban ubicadas en lo doméstico, lo privado. Recordemos a Rousseau y su ideal
femenino… Un panorama desalentador. Pero el feminismo destapa la incongruencia
patente. Identifica los mecanismos sociales y culturales que subordinan a las mujeres. No
es la ley de la naturaleza, ni ningún dios el que quiere a una mujer invisible, sino la
construcción social que discrimina a las mujeres. En la defensa de la justicia y la
autonomía, las mujeres son sujetos morales de igual consideración que los varones. Es
esta la primera clave ética que aporta el feminismo.
Posteriormente, el desarrollo del feminismo ha dado lugar a posturas críticas frente a
todo tipo de ética y filosofía, identificados como productos de un pensamiento patriarcal.
También hay feminismos que ensalzan las características identificadas como femeninas,
y hacen teoría de ellas. Entre ellas está la destacada aportación de Carol Gilligan, que en
1982 escribe In a Different Voice, un texto que establece un debate con Lawrence
Kohlberg. Este estudia el desarrollo moral según el pensamiento ilustrado estableciendo
criterios de justicia para el ámbito público y criterios de vida buena para el ámbito
privado. Kohlberg desvela una desigualdad de género. Las mujeres obtienen bajas
puntuaciones en desarrollo moral si este se identifica con la ley y la justicia2.
Gilligan se apoya en la teoría psicoanalítica de N. Chodorow y establece que hombres
y mujeres no tienen por naturaleza códigos morales diferenciados sino que la formación
de las identidades masculina y femenina está propiciada por experiencias surgidas en el
marco de las relaciones parentales. Además, Gilligan atribuye el resultado de Kohlberg a
que su colega no tiene en cuenta valores como la responsabilidad por el otro, la relación,
la solidaridad, que pertenecen al ámbito doméstico. Así surge la llamada ética del
cuidado, identificada como ética feminista, no en contraposición a la ética de la justicia,
sino como ética esencial, que ha de ser tenida en cuenta3.
Carol Gilligan y sus seguidoras hablan del cuidado desde el punto de vista ético. El
cuidado se entiende como opción de estar en relación con los demás como persona que
cuida. Cuidar pasa a ser una responsabilidad ética que emerge de las mujeres, pero no
por ello las relega a posiciones subordinadas. Sentimientos y relación, son la vida moral
para Nel Noddings, que considera el cuidado como más propio de la experiencia
femenina y que se convierte en cuidado del otro. Sara Ruddick afirma que proporcionar
cuidados suscita un auténtico y verdadero pensamiento materno donde razón y
sentimiento se unen. La conexión de la ética del amor con la ética de la obligación es la
propuesta de Annette Baier. El cuidado materno como modelo de transformación social
es lo que plantea Virginia Held, que dice que ocuparse de un niño es transformar la
cultura y la realidad social creando personas que se transforman a sí mismas y a la
sociedad que les rodea4.

28
Más allá de los puntos de partida cuestionables de todas estas filosofías, la segunda
aportación ética del feminismo tiene que ver con la recuperación del valor del cuidado,
de la responsabilidad por el otro, de la solidaridad, del amor, provenientes de la
experiencia de las mujeres, que puede ser formulada en clave ética para toda la
humanidad.
Podemos añadir una tercera clave ética que aporta el feminismo que promueve
relaciones de interdependencia y de corresponsabilidad uniéndose a las corrientes que
cuestionan el ejercicio de poder como dominio sobre otro, el poder “sobre” frente al
poder “con”. Cuando el feminismo habla del patriarcado como elemento clave de los
análisis de género, está denunciando una situación de dominación de los hombres sobre
las mujeres a lo largo de la historia. Ya sea en la sexualidad, en el apoyo emocional que
refuerza a los varones, en lo laboral, de una manera patente o subliminal, han existido y
existen relaciones desiguales entre hombres y mujeres a favor de los primeros. El
feminismo descubre este patrón, desentraña sus orígenes y propone relaciones sin
supremacías, en sororidad, es decir, en hermandad, como modo de estar y de construir
los espacios de relación.
Hoy, podemos utilizar un mismo lenguaje ético para varones y mujeres. La ética del
cuidado no es “la ética feminista”, tal y como la ética de la justicia no representa los
valores patriarcales. La ética clama por la justicia y la autonomía. La ética reclama
también el cuidado de los otros seres humanos. La ética implica la responsabilidad
compartida, el poder cooperativo en la búsqueda del bien común. Principios sí, que no se
oponen al mundo relacional. La responsabilidad pública no evita el compromiso de
cuidado en las relaciones concretas y próximas. El ámbito de lo doméstico no exime del
compromiso público. La ética así entendida es tarea de todos los seres humanos, mejor
repartida, sin evasiones (de unos y otras), sin desmerecimientos.

Valores pisoteados en el cuerpo de las mujeres

En lo concreto y lo cotidiano se descubre que la vida humana y la dignidad están


siendo violadas, metafórica y realmente. Son masacrados los valores en los cuerpos-
mentes que los habitan. Es un mal estructural, es decir, que está metido en la socio-
cultura. Pero también es personal. Del corazón de cada cual nacen víctimas y verdugos.
Es una situación desesperante, me dice Verónica. El padre de mis hijos me obliga a
que le busque ayudas y me insulta y me pega cuando le digo que no. Mis hijos están
desquiciados. Él apenas tiene pensión, y me pasa algo de vez en cuando, aunque
oficialmente digo que sí, que me la pasa. Yo no tengo trabajo ni posibilidades de
encontrarlo. Tampoco quiero denunciarlo, me haría la vida imposible y algunos de

29
mis hijos no lo entenderían… No quiero darle otra oportunidad, pero todos lo
esperan.

Hay prisiones de celdas, rejas, guardias y condenas. Hay otras prisiones sin muros ni
barrotes visibles. Son cárceles vivientes, castigos perpetuos, callejones sin salida, donde
las lágrimas no son consoladas, y a las palabras les cuesta trabajo generar esperanza.
La vida real de muchas mujeres es así. Aquí cerca, allí lejos. Y a pesar de las leyes y la
justicia, de la presión social y de los mecanismos de protección especial, esto es lo que
se siente, se padece y se soporta. A veces incluso con una sonrisa, poniendo buena cara,
esperando un día más, buscando y mendigando un gesto de cariño.
Cuando la libertad de esta mujer es pisoteada, cuesta ver el sentido. Desfigurado y roto
el camino, ¿cómo alcanzar la plenitud con tantas trabas para ser quien se es? Es el varón
que oprime a esta mujer y es el sistema perverso que mantiene en la pobreza a tantos. La
mirada al sistema es imprescindible. Hay que transformar políticamente el mundo, si no,
“los de abajo” vivirán para siempre en el infierno.
Se lo doy todo. Estoy pendiente de él. Le hago todos los favores que puedo. Yo le
cuento todo, le pido opinión para todo, hago todos los planes con él. Y mira lo que él
me da. No es justo. Se pasa todo el día y no me llama. No cuenta conmigo. Sin
preguntarme, hace sus planes. Me siento un cero a la izquierda, ninguneada. A su
lado, no soy nada.

Es popular decir que las mujeres “lo entregan todo”, afectivamente hablando.
Tenemos fama de servidoras, cuidadoras, dispuestas y generosas. Ya no es como antes,
no tenemos las “zapatillas preparadas” para que él se sienta cómodo al llegar a casa.
Pero, ¿ha desaparecido del todo un espíritu de servicio convertido en servilismo? Este
servilismo puede penetrar también las relaciones sexuales (que forman parte de la
afectividad íntima), porque “hay que dar gusto” no vaya a ser que piensen que somos
“estrechas” o que vayan a buscar fuera lo que no tienen aquí.
La generosidad, la entrega, el servicio, el cuidado no están enfundados en cuerpo de
mujer. No son de las mujeres, no las caracterizan, no son femeninos. Son valores de
humanidad que se hacen vida en lo cotidiano, pugnando a menudo con la utilidad, el
interés, la individualidad y la eficacia, que también son valores. Se “pierde tiempo”
cuando se cuida una relación, cuando se hace un favor. Pero esto cambia las cosas,
también cambia el mundo y lo hace más bello. “El tiempo perdido por la rosa”, que decía
aquel, hace que la rosa sea tan importante.
Existen trampas a cada paso. Una mujer, tras la apariencia de darlo todo puede
esconder el deseo de atrapar, de atar al otro, de hacerle sentir en deuda. Puede ser
también que quien recibe, amparado en hacer de la recepción una virtud, se crea con el

30
derecho a recibirlo todo y a esforzarse poco, porque ya da bastante en el trabajo, en la
“dura vida”. Los hechos, que son amores, significan tiempo y energía gastados
“inútilmente” en construir espacios de calor y de color.
Habrá que organizarse para que todos podamos cuidar, para que todas podamos
ejercer nuestras profesiones y disfrutar ociosas. Varones y mujeres están llamados a
hacer renuncias para cultivar la mutualidad. Cada vez que matamos la verdad con
visiones interesadas revestidas de servicio y de generosidad, de falsas justicias y
libertades, estamos violentando al ser humano, perdiéndole el respeto, destruyendo lo
mejor de las relaciones, “aprovechándonos” del otro, de la otra.

Con los ojos abiertos

Decir “valores” es decir ética, y decir “ética” es hablar de comportamiento humano, de


ideas y de opciones, de lo que atrae con pasión al corazón, y de lo que organiza la propia
vida. Ética y proyecto de vida están en conexión. Felicidad humana y la escala
imaginaria a la que nos agarramos para conseguirla –los valores–, tiene que ver con ser
plenamente hombres y mujeres, seres humanos, en definitiva. Los valores, los ideales
que llenan de sentido la existencia, nos conducen a ser aquello para lo que hemos sido
creados.
Los cuerpos de las mujeres siguen siendo violados, y sus mentes violentadas por
varones. La violación “física” es solo la punta del iceberg de la inconsciencia de los
límites, de la enfermedad del poder. En el sistema androcéntrico y patriarcal, importa
poco si el control y la conquista es de un país o de una mujer. La guerra y el afán de
dominio, la devastación de la tierra, la violación y vejación de las mujeres, están en
relación, son resultado de la misma dinámica pervertida. Los valores, los ideales, la ética
están siendo masacrados.
Los actos humanos tienen relevancia ética, cualquiera que sea el ámbito en el que
tengan lugar, personal o estructural, público o privado. Todo está interconectado. Hablar
de justicia, libertad, solidaridad… es hablar de los “motores” que nos llevan a la
armonía, al equilibrio, a la eternidad. Los ojos han de estar muy abiertos para ser
plenamente conscientes. Estamos en el centro del sentido de la vida. Hemos de
reivindicar al mismo tiempo la acción pública y la revolución del corazón.
La crisis económica que hemos atravesado y que no está concluida, es la punta del
iceberg de un proceso de cambios más profundos, de un cambio de paradigma, en un
mundo donde “nos las prometíamos tan felices”, y que parece fracasar, en el que había
triunfado un sistema único de pensamiento y un patrón monolítico de relaciones, donde
el utilitarismo y lo cuantificable han sido (aún son) los amos implacables.

31
Este patrón socio-cultural está en decadencia, en crisis. No sirve para toda la
humanidad ni está forjando mejores personas del futuro. La crisis económica traduce una
crisis mayor. Los valores imperantes, que giran en torno al quantum, no están generando
más felicidad. Es evidente que la economía de mercado, en un capitalismo que se ha
vuelto salvaje, nos derrumba, con más sufrimiento para los más débiles. Si necesitamos
unos patrones nuevos de conducta, más solidarios y humanizadores, no los vamos a
encontrar en el consumo, producto del sistema neoliberal. No es la ferocidad del tener la
que va a recuperar la ética más humana.
Confiamos en que aún es tiempo de renacer. Resurgiremos desde los valores que nos
hacen auténticamente personas: Desde el ser más que desde el tener; desde la calidad y
calidez de cada pequeña acción, frente a lo mucho, a la cantidad, a lo que sobra, a lo que
nos hace ricos y pobres, a lo amontonable; desde el hacer colectivo y la solidaridad
frente al éxito individual; desde la libertad y la verdad frente a la esclavitud y las
mentiras. En definitiva, desde el encuentro personal que nos hace diversos y diversas sin
cosificarnos, que nos sitúa frente a frente pero no enfrentados, codo con codo, mano con
mano, mirando juntos en una misma dirección. Con los ojos abiertos, atravesamos los
prejuicios.

1. Cfr. en ideas de CORTINA, A., Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la
ciudadanía. Madrid, Alianza, 1997.
2. Ideas inspiradas en SERRET, E. en www.debatefeminista.cieg.unam.mx/wp-
content/uploads/2016/03/articulos/021_06.pdf, consultado en octubre 2018.
3. Ibíd.

4. Cfr. ALONSO, M., El cuidado, un imperativo para la bioética. Madrid, UPCO,


2011, pp. 29-30.

32
Parte II

33
Amor y libertad con ojos de mujer

Buscando mis amores,


iré por esos montes y riberas
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras
y pasaré los fuertes y fronteras.
San Juan de la Cruz
(Cántico Espiritual)

Hemos recorrido la perspectiva del feminismo con claves éticas de justicia, libertad,
solidaridad y sororidad, como elementos de valor para construir un mundo más humano.
Así entendido y pegado a la realidad cotidiana cercana y universal, el feminismo no ha
de ser un arma arrojadiza, un argumento para esgrimir batalla. Esta mirada feminista es
específica y concreta. Busca desvelar, integrar y proponer.
Construida esta base, me adentro en los vericuetos de las relaciones personales, en
concreto en las relaciones de pareja, especialmente cuando están construidas por hombre
y mujer, ya que es el terreno más explorado para mí, sin excluir otras posibilidades. La
mirada es extrapolable. Nos situamos en ese lugar de atracción y pasión, de
contradicción también, donde se vive el conflicto y la plenitud, allí donde se juega tanto
la felicidad humana.
La relación amorosa, la pareja, es lugar de realización de los seres humanos. Desde
ella se pone en marcha la dinámica familiar y social en nuestro contexto. Es fuente, o así
anhelamos, de la comunicación más profunda. Es el jardín especialmente delicado donde
las malas hierbas han de ponerse a raya. Es el espacio donde más se confunden los
sentimientos y donde se puede construir el más bello de los paraísos o el más horrible de
los infiernos.

34
4
El amor en ti y en mí
Significados del amor y perspectiva de género

Me duele ver a parejas que se pelean, que no se entienden, que dejan de hablarse o
que no saben dialogar y que sufren tanto por ello. Hombres y mujeres que
confunden el deseo con el amor o que no dan la importancia merecida al misterio
que tienen entre las manos. Me duelen las separaciones, las rupturas, aunque a
veces sean lo menos malo en el camino para afrontar el futuro que ya no es posible
en común. Me duele más no lograr el milagro del amor, que la muerte que pueda
truncarlo; me duele que llegue la muerte y no nos pille culminando el amor. Me
duele, cómo no, también la muerte que se lleva tanto.

Tal vez esta reflexión encierra la motivación para adentrarme en las relaciones, para
penetrar en lo que hay ahí, intentando comprender y buscando claves que me hagan más
digna amante en la aventura de la vida. Tal vez es el dolor el que me impulsa. La certeza
de lo no logrado. Si el feminismo es el producto de la búsqueda de la justicia, se trata
ahora de perseguir otro ideal, el del amor, analizándolo con los ojos del feminismo.
El intento, la búsqueda, la apuesta por construir espacios amorosos, el que parece
inevitable querer y deseo de ser querida, es la forma que tenemos los humanos de
vincularnos. Cuando hablo del amor entiendo que hay un tipo de cariño, de querer, que
mueve los hilos de las relaciones, que provoca hermanamiento y que genera lazos. Existe
también el amor a una tarea, a un ideal, a las personas a las que nos dedicamos con la
profesión, el voluntariado o en la familia/grupos. Imprescindibles ambos, pero no es este
el amor al que me refiero. El que centra la atención de este estudio es el amor entre dos
en la intimidad más íntima.
La mirada que penetra aspira a ser feminista, conectada con la equidad. Espero que
esta exploración me ofrezca a mí misma y a otras personas sedientas, la posibilidad de
ser más humanas y también más capaces de humanizar cualquier relación. En las
siguientes páginas nos sumergimos en el amor, en sus brazos cálidos y arrulladores, pero
también lo cuestionaremos, sin conformarnos.

35
Pero, ¿qué es el amor?

Decíamos que el amor al que nos referimos es el amor de pareja, ese que lleva consigo
la intimidad íntima, ese que no separa cuerpo de espíritu, ese que, aunque parezca
mentira, se produce pocas veces en la vida, porque tejerlo exige tal cantidad de energía,
tal implicación personal, que los años que pasamos por aquí no son suficientes para
llevarlo a cabo en plenitud.
El amor íntimo tiene corazón, es cabeza y es manos. Es decir, es sentimiento, pero
también es pensamiento y es acción. Es claro su componente emocional, pero no existe
sin argumentos, sin reflexión, sin procesar lo que mueve al corazón. El amor tiene
razones, se da razones. El amor es “manos” porque no es posible sin traducirse en obras,
en acciones concretas por y con la persona amada. Tiempo y energía puestas en la
relación. El amor es dinámico, no se gasta, se multiplica, se llena de matices… si me
atrevo a caminar por su senda.
El amor, de alguna forma, no se puede poseer, no habla de control ni de certeza total.
Como dice G. K. Gibran, “el amor no tiene más deseo que el de alcanzar su plenitud”…
“como gavillas de trigo os aprieta contra su corazón, os apalea para desnudaros, os
trilla para liberaros de vuestra paja, os muele hasta dejaros blancos, os amasa hasta
dejaros livianos; y luego, os mete en su fuego sagrado, y os transforma en pan místico
para el banquete divino”1. Es una forma poética de decir que el amor es el proceso que
nos libera de lo accesorio, que nos enfrenta a lo esencial, abrazados en otro, en otra,
abiertas a la transformación.
Este amor al estilo de un fuego que hornea, nos conduce a una idea menos poética,
más estudiosa, la de Boris Cyrulnik, en su libro El amor que nos cura, que habla de la
relación amorosa como medio para redefinir el sentido del dolor, y colaborar en la
resiliencia, entendida esta como capacidad auto-terapéutica de las personas frente al
sufrimiento psíquico o moral. El amor de pareja se convierte en una segunda oportunidad
(la primera estuvo en la relación con los padres), una posibilidad de reconstrucción de
heridas y traumas.
El autor señala que cuando se llega a la edad de emparejarse, uno se presenta tal y
como le gustaría ser, pero el compromiso se realiza con lo que se es. Ese “se es”
significa que tenemos un estilo afectivo propio que se ha ido generando a través de la
propia historia. El amor consiste en dos personas que asocian sus deseos en el acto
sexual y conjugan sus estilos afectivos en la vida cotidiana, pero al mismo tiempo, en el
encuentro amoroso van modificándose mutuamente, al estilo de Gibran, en ese fuego que
hace pan.
Cyrulnik habla del encuentro amoroso como un desvío, en el que cada cual ha de
modificar su trayectoria para llegar al otro y darle al otro la seguridad, la confianza

36
suficiente para la interpenetración, el derecho de entrar en el cuerpo y en el alma que
puede conducir a un lugar mejor, pero también a la derrota. Cuando se forma una pareja
tiene que surgir a un tiempo el deseo y la voluntad de establecer un vínculo2.
E. Rojas, en El amor, la gran oportunidad, dice que la aparición del hecho afectivo va
a estar tamizado por nuestra instalación personal (nuestro decorado exterior o
coyuntura), y por nuestro sistema de interpretación de la realidad (nuestro decorado
interior o estructura). De esta mezcla nacen las diferentes reacciones afectivas3.
Entiendo que la manera en que genero los vínculos amorosos habla de mí, de mis
heridas, de mi experiencia vital. Me vinculo a otro ser tal como mi historia personal me
ha enseñado, y desde el momento presente, desde mi coyuntura concreta, que va
cambiando a lo largo del tiempo. Esto me lleva a elegir a una persona u otra, y a que una
relación amorosa resulte exitosa en un momento de la vida y no en otro.
Es a través de la relación amorosa como encuentro la posibilidad de transformación. Si
percibo la confianza y la aceptación de mi ser tal como es, más allá de mi carta de
presentación, empezaré a caminar para lograr ser como deseo ser. No es fácil hallar esta
aceptación. Beret, Francisco Javier Álvarez Beret, actual compositor de canciones, de 20
años, que mi hija me revela a través de internet, me ayuda a descubrir esta certeza de una
forma luminosa. “Ojalá si te aceptasen por primera vez y entendiesen que es que todos
merecemos bien”… Eso dice la canción de título “Ojalá”, digna de ser escuchada y así
captar cuánto de bueno traen las nuevas generaciones.
“Hay tantos con quien estar pero no con quien ser”, dice Beret. Incluso aunque una se
vaya aceptando a sí misma, el otro puede seguir insistiendo en no relacionarse con quien
eres en realidad. Eso no es amar, aunque se diga “te quiero” cientos de veces. Más bien a
veces parece querer decir: “Te quiero como yo quiero que seas, deja ya de ser como
eres”. Junto con mi voluntad de cambio, la aceptación radical del imperfecto presente y
de mi historia personal, es el “puente de plata” que el otro me tiende para seguir
avanzando.
Por otra parte, me doy cuenta de que ese “tal como se es” se descubre a menudo en la
relación amorosa. Me identifico tanto con quien deseo ser que no me doy cuenta que no
lo he logrado aún. Y lo mejor es que no haberlo logrado también merece la pena ser
bendecido y abrazado. La relación amorosa que genera vínculo es un medio de
autoconocimiento, un alambique en el que irse purificando, un torno en el que el propio
barro va modelándose hasta conseguir la figura deseada. Esa figura deseada no es otra
cosa que la expresión de mis valores más profundos. El amor íntimo abraza el presente
que somos tanto o más que lo que quizá nunca llegaremos a ser, pero que necesitamos
mantener al frente, y que también forma parte de nuestro ser.

37
El amor es un arte

Para Erich Fromm (1956), el amor es un arte4, por lo que requiere conocimiento y
esfuerzo. Es sentimiento y es voluntad. No es una sensación placentera, una tensión que
busca alivio o algo que encontrar si tenemos suerte. Del pensamiento de Fromm es
preciso señalar varios aspectos. En primer lugar, el autor considera que el amor es la
respuesta al problema de la existencia humana. El ser humano tiene conciencia de sí
mismo, y como tal, de que está desvalido frente a las fuerzas de la naturaleza, de su
morir con independencia de su voluntad, de su soledad. Por ello trata de hacer lo
imposible por trascender la propia individualidad, uniéndose a otras personas. Sin
embargo, el amor no es cualquier forma de buscar esta unión. Hay uniones simbióticas
en las que más que amor hay dependencia. Frente a ello, hay otra forma de unión, lo que
Fromm llama el amor maduro, que es un poder que atraviesa las barreras de lo individual
sin borrar la propia identidad.
Fromm plantea errores en la concepción del amor. El primero es que para la mayoría
de la gente el problema del amor no es amar sino ser amado, para ello, en nuestra
sociedad, los hombres tratan de tener éxito y poder, y las mujeres hacerse atractivas. El
segundo error sobre el amor es confundirlo con un objeto, sin tener en cuenta que es una
facultad. De este modo, se trata de encontrar el objeto adecuado para amarlo, el mejor
disponible en el mercado teniendo en cuenta los valores de la sociedad contemporánea.
El tercer error tiene que ver con confundir enamorarse con amar o “permanecer
enamorado”. El milagro inicial de la intimidad compartida aderezada con la atracción
sexual, ese que nos saca de las casillas de la razón en el momento de comenzar una
relación, no es igual a amarse intensamente, aunque la percepción lo muestre así.
Ortega dice que el amor es activo y me mueve a salir de mí, ya que amar es empeñarse
en que el otro exista, en que en lo que dependa de nosotros, tenga vida. Fromm también
habla del amor en este sentido como una actividad, entendida esta como uso de la
energía, no el resultado de una compulsión, de un afecto pasivo, sino más bien como un
dar. Y ese dar no es un sacrificio sino el acto en el que experimento toda mi riqueza, mi
fuerza, mi vitalidad y mi poder. No es un poder para dominar o ser dominado, sino un
poder que produce amor, que hace al otro dador, y entre ambos comparten la alegría.
Presupone que las personas que se aman han superado la dependencia, el narcisismo, el
deseo de acumular, o de explotar.
Para Fromm el amor así entendido no se da sin cuidado (preocupación activa por la
vida y crecimiento de lo que amamos), responsabilidad (dando respuesta a las
necesidades psíquicas expresadas o no de otro ser humano), respeto (la persona amada
crece y se desarrolla, no para servirme, no como yo necesito, sino como ella es) y
conocimiento (no se puede amar sin conocer al otro, a la otra). Estas cuatro actitudes que

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E. Fromm exige al amor pertenecen al ser adulto que ha adquirido humildad y que ha
renunciado al sueño de la omnipotencia siendo capaz de trascender de sí mismo para ver
más allá.
Despejados los errores que rodean al concepto del amor, intuimos que el amor es la
posibilidad de amar, de salir de una misma atravesando las diferentes etapas del amor sin
confundir la facultad de amar con las circunstancias del amor. Amar es darse, activarse
hacia otro ser, preocupándose por él, asumiendo su verdad y queriendo conocerla cada
día un poco más, sin necesidad de dominar, haciendo del amor un cauce privilegiado de
respuesta a la necesidad existencial de relación de ser humano. “Soy, amando”,
podríamos decir, animada por la reciprocidad en el amor.
Amar es un arte, sí, y como tal tiene mucho de creativo, de generador de espacios
posibilitadores de sintonía. Es otra necesidad esencial del ser humano, la de la
creatividad. La que ama siempre está inventando, buscando, proponiendo. La que ama se
sienta cada día delante del cuadro, no siempre produce trazos, a veces contempla,
escucha, siente. Otras mueve el pincel y crea, ejecuta, está inspirada. La que ama, se
corrige también, cambia, retoca. Ahí está, siempre aprendiendo. A veces se aleja para
mirar de nuevo con otra perspectiva, sin olvidar ni tener presente el cuadro. Una obra de
arte lleva su tiempo, se sabe cuando comienza pero no a donde llevará. Tiene algo de
misterio, tal vez porque penetra en lo más radical del ser humano.

¿De qué está hecho el amor?

Robert Sternberg5, psicólogo estadounidense, propone la teoría triangular del amor.


Para él hay tres componentes que caracterizan una relación interpersonal: Intimidad,
pasión y compromiso. La intimidad trata de los sentimientos que promueven el vínculo,
la conexión, la comunicación profunda hecha de autorrevelación. La pasión es el intenso
deseo de unión con el otro, el deseo sexual que se acompaña de excitación psicológica.
El compromiso es la decisión de amar a la otra persona y mantener ese amor, en los
momentos buenos y en los que no lo son.
Según Sternberg, las diferentes etapas o tipos de relación se pueden explicar
combinando estos elementos. Si hay uno solo de ellos, es difícil que se mantenga la
relación, mientras que si se dan los tres, será duradera. Los diferentes tipos de relación
serán los siguientes: 1) El cariño, que caracteriza las verdaderas amistades, que es
vínculo y cercanía, pero no pasión física ni compromiso. 2) El encaprichamiento, o amor
a primera vista, sin intimidad ni compromiso. 3) El amor vacío, en el que existe una
unión por compromiso, pero no hay pasión ni intimidad. 4) El amor romántico, donde
hay cariño y pasión, pero no compromiso de estar juntos. 5) El amor sociable, que se

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encuentra en parejas donde hay cariño y compromiso, pero la pasión está ausente. 6) El
amor loco, que se da en relaciones en las que el compromiso es motivado por la pasión
sin el ingrediente estabilizante de la intimidad. 7) El amor consumado, que es la forma
completa del amor, tiene los tres ingredientes, es difícil de alcanzar y de mantener.
Desde mi experiencia, y la de otras mujeres, el amor íntimo está hecho de cuatro
elementos: 1) Afecto-Cuidado, 2) Compenetración, 3) Compromiso entre dos, 4)
Apertura a ser más que dos. El primero, el afecto-cuidado, se trata del cariño que existe
en cualquier relación de amistad, añadiendo ese estar pendiente, ese cuidado, esencial
para las relaciones. Preocupación por lo que al otro le preocupa, apoyo con gestos y
palabras. Esta condición nunca se puede obviar, es signo de un respeto máximo que la
confianza creciente y el tiempo que pasa no rompe. Donde hay confianza “no da asco”,
contrariamente a lo que el refrán dice. El cariño va necesariamente unido al cuidado, si
no solo será una expresión superficial, carente de profundidad. Ternura sí, pero con
cuidado del ser amado.
El segundo elemento es la compenetración como la posibilidad de vivir el deseo
sexual, vivirlo a tope y vivirlo de manera trascendente, más allá de los propios límites
corporales, en una experiencia de vivir-con, vivir-en, que despoja del individualismo y
transporta a un lugar donde somos dos que nos entendemos, cómplices en el camino de
la vida. Esta mirada añade a la pasión erótica la posibilidad de mirar en la dirección que
señala la flecha del deseo. Deseo y conexión en la comunicación al máximo nivel, van
de la mano, se compenetran, se dan de comer. El cuerpo y la mente se cohesionan, se
intercambian con el otro. Las máximas aspiraciones se conectan atravesando el silencio
de la soledad. Se percibe lo que trasciende. La excitación sexual y su satisfacción, que de
por sí tienen su espacio, se abren a algo más. Sabemos que esta manera de entender la
comunicación profunda-deseo-intimidad, es muy particular, pero es la experiencia de
muchas mujeres.
El compromiso incluye exclusividad y fidelidad, permanencia en la dificultad,
búsqueda del bien del otro, perdón y agradecimiento. Más allá de que existan “papeles”
que lo corroboren, o que sea socialmente reconocido, el amor íntimo sabe que es
imposible llamarse amor sin este último requisito. El universo que descubren dos que se
aman es exclusivo, o sea podríamos decir que anhela seguirse explorando y tejiendo con
dedicación, desea no ser interferido, sus barandillas son la confianza y la seguridad,
exige concentración y atención, es un espacio de búsqueda unitario que procura no ser
traicionado.
Por último, la exclusividad no es una puerta cerrada sino que permite la apertura al
exterior. Desde la seguridad del amor estamos dispuestos a ser comunidad, a abrirnos al
mundo, a repartirnos en el mundo. Esta apertura no ha de entenderse siempre como
procreación sino como misión que no encierra en sí mismos a los que se aman. Amamos

40
a más personas, y vamos con ellas “en nuestra cabellera”, evocando algún verso de Pablo
Neruda. Queremos dar cariño y cuidado a otros. Nos comprometemos con otros
proyectos y personas. El compromiso es llamada a ser más que dos. Lo expresa de
manera hermosa Mario Benedetti cuando dice: “si te quiero es porque sos mi amor mi
cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.
El amor, con estos cuatro ingredientes, modificado de Sternberg, redimensionado en
sus significados, no es fácil encontrarlo, pero lo buscamos. Esta manera de entender el
amor no es estandarizable, no necesita fórmulas magistrales, no tiene que acomodarse a
un patrón. Hoy estamos abiertas a uniones de otro tipo, dos mujeres, dos hombres que se
hacen pareja, mujer y hombre que se unen sin vivir juntos, o parejas que conviven sin
casarse. Es el encuentro de dos potenciales libertades. Atravesamos el mundo conocido
para adentrarnos en otro lugar y dejar de mirar con recelo a otras formas de amor. El
amor, en estos casos, no es menos amor, no deja de ser exigente, sigue apelando a la
plenitud y ha de atravesar la dificultad, ¡enorme!, de no ser, en muchos casos,
socialmente aceptado. El amor sin hijos y con fórmulas abiertas incluso sin inventar, sin
lo que todos entendíamos antaño como un proyecto común, también es amor y no es
fácil. No es de segunda categoría. A veces, los que se aman se auto-censuran, es decir
que en el fondo no aceptan lo que viven como lícito, tal vez influidos por el ambiente
hostil. Con ello tampoco se abren a la aceptación de los demás, se esconden en la
clandestinidad. No ser “lo normal” y poner en duda la credibilidad del propio amor es
una doble tortura que provoca sufrimiento y desgaste.

Amor y deseo

Deseo es el movimiento afectivo hacia algo que se apetece, según la RAE, y la libido
o deseo sexual, podría ser el movimiento afectivo hacia alguien que atrae poniendo en
juego la sexualidad (con o sin genitalidad). Por ello, es fácil identificar el amor íntimo
con el deseo sexual, y aunque el amor y el deseo van de la mano en las relaciones de
pareja, no son lo mismo.
José Ortega y Gasset en Estudios sobre el amor (1926)6 hace referencia a Santo
Tomás, que recogiendo la tradición griega habla de amor y de odio como dos formas del
apetito. Observemos que a lo largo de la historia ha existido esta identificación parca
entre amor y deseo. El amor, según Ortega, sería el deseo de algo bueno en cuanto
bueno, y el odio una repulsión de lo malo en cuanto a tal. Pero el amor, así presentado,
se queda corto.
La sexualidad, y el deseo sexual han sido objeto de control social y esta necesidad
tiene que ver con la identificación de que la pulsión sexual podía ser mortal al

41
desencadenar violencia y conflicto con otros miembros del grupo en la búsqueda de
parejas sexuales. Por ello, toda sociedad ha intentado hacer coincidir sexualidad, placer,
amor y seguridad colectiva. La sexualidad amenaza al orden social, pertenece a la
existencia pretécnica del hombre, es antinstitucional, contradice el orden racional,
desafía la voluntad, es un modo de estar en el mundo opuesto a lo que la inteligencia
técnica le procura al hombre, perteneciendo más al juego, a la poesía, a la fiesta, y no al
afán de transformar el mundo7.
Ciertamente hablamos de una experiencia que conecta con lo más instintivo, que está
presente en lo que nos hace sobrevivir como especie, la reproducción, pero existe sin
ella. Como seres sociales que somos, lo hemos sometido a normas sociales que han ido
transformándose a lo largo de la historia. No hace tantos años, y aún en algunas culturas,
casarse por conveniencia era lo adecuado, después surgía o no el deseo sexual y el amor.
No existe pues, lo naturalmente bueno, sino lo culturalmente establecido en cada
momento.
La situación, como dice Fuchs, sacude siempre a la ética, y el contexto actual inscribe
el deseo sexual en un nuevo paradigma del que podemos extraer aprendizajes que
cuestionan la manera primitiva de entender el deseo. Hoy en día satisfacerlo se ha
convertido en un objeto más de consumo, especialmente, decimos, entre la juventud. La
desinhibición que provocan las drogas, empezando por la más socializada, el alcohol, y
la desacralización del cuerpo como vivencia independiente de la mente y del corazón,
hacen que estemos presenciando la separación explícita de deseo sexual y amor.
No le falta razón a E. Fuchs cuando dice que tal vez hoy existe otro sometimiento de
la sexualidad que tiene que ver con la necesidad de verbalizarlo todo acerca de la
sexualidad para arrancarla de antiguas opresiones y la exigencia del éxito sexual que
hace del activismo del placer una dimensión religiosa. La nueva moral del placer puede
ser otra expresión más de la sociedad capitalista liberal8.
Criticamos esta forma actual de vivir el deseo pero no hemos de olvidar que los
burdeles y prostíbulos han estado llenos de varones a lo largo de la historia. ¿Eso no era
un paréntesis que los hombres se daban/se dan a sí mismos para satisfacer el deseo
sexual apartado de otras parcelas del ser humano? Desde que el hombre está sobre la
Tierra, el manejo del deseo sexual no siempre ha sido constructivo y luminoso, pero lo
que está socialmente admitido por los adultos, que son los jefes de la sociedad, llama
menos la atención y no hace llevarse “las manos a la cabeza”. Al menos, en los jóvenes
de hoy, el encuentro sexual se produce en condiciones de hipotética igualdad. Asistimos
a un momento en que ellos se lamentan (también) de que ellas no se quieren
comprometer, y las relaciones sexuales a veces no van más allá de vivir el deseo
puntualmente. No se trata de emitir un juicio sobre ello, sino simplemente señalar que
esta manera de comportarse supone una ruptura con la concepción que teníamos de ser

42
humano que vive la sexualidad y el deseo sexual integrado en una relación socialmente
bendecida.

Más amor, más deseo, más amor

En estos tiempos hemos aprendido que el deseo sexual no puede ser entendido como
amenaza, no es ese monstruo al que hay que atar en corto porque conduce a los actos
más violentos, no es el ciclón que desata el desorden social. Más estudiado y
comprendido, menos enigmático, resulta educable, canalizable, y expresable. Desde un
punto de vista ético, no deja de estar sometido a los valores, y es cierto que los valores
están influidos por el contexto-cultura, pero como sujetos responsables que somos, el
discernimiento exige procesar los valores, hacerlos pasar por la interioridad y elegir lo
más libremente posible. Como cualquier movimiento interior, requiere ser modulado por
el ser humano que piensa, siente y decide.
El deseo sexual hoy no ha de verse ligado al amor ni ha de inscribirse en lo
reglamentado. Pero exaltarlo desmedidamente o consumirlo sin más parece una forma
reactiva de salir del pasado angosto. Entre las viejas y las nuevas opresiones, hemos de
encontrar una nueva forma de inscribir el deseo en la dimensión de ser humanos
conscientes y libres. Aunque deseo y amor no están obligados a darse la mano, ¿podría
ser la relación amorosa íntima un modo de vivir el deseo en plenitud? Es una opción.
La sexualidad, como vivencia, inscribe al deseo sexual y siempre la llevamos puesta al
ser una faceta más de la afectividad. Cada cual la vivimos como somos, y así el deseo
sexual. Algunos lo identifican con una necesidad fisiológica que una vez satisfecha no
tiene más. Quizá a ello se refería Ortega cuando dice que el deseo invita a la posesión y
muere cuando se satisface, es pasivo e invita a sentirse el centro de gravitación.
Para otros, sigue siendo un elemento a reprimir concebido como negativo en sí mismo.
Tal vez por ello impregna las relaciones ambiguas, erotizando todo lo que toca, con un
toque de sí pero no. Como otras vivencias intensas, el modo de vivir el deseo es un
espejo más en el que me miro y descubro quién soy.
Amor y deseo sexual se confunden porque cuando una persona me atrae, me gusta, se
despiertan en mí las ganas de estar con ella toda entera, siento el impulso que me lleva
hacia ella, todas mis energías se disponen para ella, y a menudo, creo que la quiero,
confundo el amor con el deseo. Es una potente sensación. ¿Le doy rienda suelta? ¿Me
detengo? ¿Me planteo algo más, o no? ¿Es el deseo el impulso que me invita a entrar en
el terreno del amor? Si la energía libidinosa me alienta para seguir caminando a la
búsqueda de más elementos, si se conjuga mi sentir con el del otro, entonces, deseo y
amor empiezan a danzar, entrelazándose.

43
Algunas elegimos vivir el deseo sexual integrado en el amor, de una manera que nos
parece profunda y penetrante, como energía que canalizamos en el espacio donde se
conjuga la relación amorosa. Se explaya en el amor íntimo. El deseo puede ser
redimensionado y potenciado, poniéndose al servicio de la relación. Se aprende a
estimular cuando se entrelaza con la palabra, cuando se le da el tiempo necesario para la
sincronía, sin acelerarse ni perder la pista, centrados en la admiración mutua, en el
compartir y el construir. El deseo sexual educado sabe dónde y cuándo no tiene cabida,
se retira sin demasiados aspavientos y así le concedemos la importancia justa. No lo es
todo, y sin embargo es.
Si no tomo conciencia, si no nombro lo que siento como lo que es, me será difícil
manejarlo con autenticidad, es fácil que me equivoque. Puedo no querer buscarle el
sentido a lo que me pasa, es una opción seguirlo sin más. No es raro que los más
miedosos no quieran hablar de ello, como si el deseo no fuera razonable. Palabra y razón
están en estrecha relación. Sin embargo, las menos temerosas preferimos la libertad que
da la verdad. Ser libre entre los brazos del deseo es aprehenderlo, mirarlo cara a cara y
llamar al deseo, deseo, que no amor.
Cuando el deseo se satisface una y otra vez en una relación amorosa concreta, puede
adquirir otros destellos. Parece que invita a amar más y el amor alimenta el deseo. Parece
más gobernable, más amable, más conocido. Se empieza a ver a la persona que hay
detrás más dibujada, más real, más querible o no. A veces, ha de pasar una etapa larga en
la que el deseo se desmelena para reconocer lo que hay de verdad. ¿Quién es este con
quién deseo? ¿En qué consiste nuestra relación? ¿Me interesa seguir adelante? A veces
es necesario atravesar este momento porque antes vivo un tanto obnubilada, no
inconsciente. Seguir el impulso temporalmente es una etapa. Pasa y no me invita a la
nostalgia. Confío en que a la vuelta de la esquina hay algo por descubrir más
enriquecedor.
Para algunas, que nos movemos en la necesidad de trascender, el deseo sexual como
otros deseos, siendo energía que me mueve y me sacude, me evoca a ese otro deseo con
mayúsculas del que hablaba San Agustín, el deseo que eleva a Dios, dinamismo que
anticipa lo que no vemos, que abre la capacidad de saciarnos, que provoca el
desasimiento de los límites espacio-temporales. Los deseos, los anhelos, son rasgos del
infinito sembrados en el corazón del ser humano. Es posible, tal vez sublimando,
aproximar el deseo sexual a un deseo de este calado, eco de otro deseo, aliento del más
allá.
Si esto es posible, se abre la puerta a comprender el deseo sexual como parte del ser
humano que anhela y desea, que busca la plenitud y no la tiene, que no se basta a sí
mismo, que siente atracción y percibe en sí la apertura de los cauces para alcanzarla.
Entenderlo así da la oportunidad de ejercitarnos en el deseo, aprender a reconocerlo, a

44
admitirlo, a canalizarlo. Inscrito en la relación amorosa es privilegiado para algunas
personas.
Esta mirada está a años luz del deseo que persigue ser consumido aquí y ahora como
quien siente hambre y coge lo primero que tiene a mano para saciarla. Está lejos del
deseo que se equipara a una necesidad fisiológica o de algo temible que requiere darle
forma social de contrato para domesticarlo.
Ortega dice que no hay nada tan fecundo en nuestra vida íntima como el sentimiento
amoroso, y de él nacen deseos, pensamientos, voliciones y actos. No es claro que el
deseo sexual nace del sentimiento amoroso pero, efectivamente, tal vez no hay nada en
la intimidad más íntima del ser humano tan creativo y productivo como el amor. El
deseo sexual puede encontrar en la relación amorosa la más maravillosa de las
expresiones.
Como del resto de emociones que siento, del deseo sexual puedo ser dueña.
Experimentarlo en soledad o en compañía. Vivirlo evocando una mirada más allá. Puedo
elegir hacer poética su experiencia o consumirlo sin detenerme. Cuando el amor y el
deseo se dan juntos, el amor abarca al deseo, lo trasciende, aprovechando su impulso, lo
moldea imprimiéndole el carácter íntimo-relacional. El amor, como dice Ortega, saca al
deseo del propio yo.

Fantasías y pecados que perturban el amor

El amor es ilusión donde se proyecta la fantasía (adquirida socialmente) de que es


posible la unión y comprensión plena. No es posible, ciertamente. Tendríamos que ser
dioses, y no lo somos. A los que somos del amor nos da satisfacción conocer en
profundidad a un ser humano, aprender a descifrar sus necesidades reales en medio del
bosque de las conveniencias, del caos de los caprichos producto del egoísmo reconocido
o no. Y en el mismo camino, descubrirnos, desenmascararnos.
Amar es adentrarse en el mundo del otro, con deseo y empeño, con ánimo de verdad,
de comunión. Pero nunca será total, entre otras cosas, porque ni a mí misma me conozco
completamente, y entonces, ¿cómo aspirar a conocer a otro o a que otro me conozca del
todo? La realidad concreta exige rebajar expectativas, dejar a un lado las fantasías
irracionales, asumir y asumirse con humildad mirando con ternura la limitación y no por
ello culpar ni culparse. Por otra parte, hay trampas en ese deseo de conocimiento total.
Es la tentación del control no reconocida. Cuanto más sé de ti, más te puedo controlar,
más estás en mis manos.
Y es que el amor íntimo al que me refiero es un lugar al que vamos tal como somos.
Eso sí, con la disposición al cambio, cimbreando la cintura alegremente, con apertura a

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seguir puliendo nuestra figura. Es el lugar donde se entremezclan nuestras emociones
más íntimas. Allí llevamos el orgullo, la vanidad, el mirarse el ombligo, la pereza, el
deseo de control, las inseguridades y miedos… Sí, aparece el mal como elemento que
amenaza la naturaleza vincular del amor, que pugna por romperla, de manera evidente o
de forma más sutil.
La traición al otro y la mentira quedan fácilmente al descubierto, pero hay otra forma
que puede ser igual de dañina, la que se produce, a veces inconscientemente, cuando la
persona se cree con el derecho a utilizar el amor para su provecho y el encuentro con el
ser amado para rellenar sus vacíos por una parte, y al mismo tiempo vomitar todas las
miserias. Es una pena, porque el amor “utilizado”, automáticamente deja de ser amor.
Cuando la otra persona se convierte en el espacio donde vierto mis desperdicios, y al
mismo tiempo la fruta que exprimo y de la que extraigo su jugo, el amor se cosifica y se
disuelve. La línea es muy estrecha pero perceptible entre lo que es confianza plena y lo
que es abuso de la confianza que despersonaliza al otro.
Tan terrible como gritar al otro es despreciarle de forma exquisita, no admitiendo su
penetración en mi corazón, no admitiendo la palabra ni la confrontación. El espacio del
amor no es solo el espacio donde estoy en zapatillas, ni es un lugar en el que uno es el
protagonista y otra la escuchante. No es donde recibo placer como un derecho o me
ofrezco al placer como una puta. Actor y espectador son igualmente culpables de la
muerte del amor. El amor es sagrado, y nunca utilizable, y esto no quiere ser una
expresión estéticamente bella que uno se queda a gusto cuando la escribe o la lee. Cada
día habría que meditarla. Es la columna vertebral del amor.
Cuando me descubro a mí misma buscando siempre parejas exigentes, que me ponen
entre la espada y la pared, tal vez no hago sino dar de comer a mi ego. Tal vez no cargo
con mis miserias y sigo al amor sino que busco una perfección inalcanzable y deseo
vencerme a mí misma una y otra vez, ocultándome en falsos deseos de procurar el bien
del otro. Es estupendo tratar de superarse día a día, pero a veces, en la elección de mis
parejas puedo ocultar un sentimiento neurótico de culpa, una necesidad de doblegarme
una y otra vez y de no admitirme nada más que si logro “ser buena”. Sutilezas de una
trampa más, sedosa e invisible.
El potente deseo sexual puede ser un elemento de dominación. Y así, también se
convierte en una terrible perturbación. Es curioso cómo los grandes dictadores de la
historia eran seductores, querían rodearse de mujeres, ser vistos como hombres que no
pertenecían a nadie y que tenían a muchas mujeres adulándoles. También es cierto que
las mujeres de estos dictadores podían ser tan psicópatas como ellos y someterse a
múltiples vejaciones. En otro capítulo ahondaremos en ello. Sin llegar a tanto, en todas
las relaciones puede instrumentalizarse el deseo, que sea todo lo contrario al amor,
elemento de control sobre el otro más que de liberación. El espejo referido, donde cada

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cuál se descubre, vuelve a hacerse patente.
En definitiva, si busco el amor, y así somos todos los seres humanos, si en el amor
íntimo escasamente alcanzable pongo todo mi empeño, es porque tiene ingredientes de
plenitud, sabor de eternidad, aspiración a lo más profundo y más alto. En él y por él, y si
no hacemos trampas, nos convertimos en personas más dispuestas para el amor
entregado y fraterno. Si se me permite una metáfora, puede ser el espejo amigo donde
Dios se mira cada mañana, y el lecho cálido donde descansa cada noche.

Pinceladas de género narrativas y visuales

En la visión que he presentado del amor ya hay una perspectiva de género, hasta en el
uso de los términos él y ella que nunca están repartidos aleatoriamente en el discurso.
Sin embargo, subrayemos con algunos ejemplos, extraídos del cine y la literatura, los
estereotipos de los que no estamos liberados varones y mujeres en cuanto a la vivencia
del amor se refiere.
En la película Antes del amanecer, perteneciente a una trilogía estupenda del director
Richard Linklater, una pareja habla del amor. Para el protagonista masculino lo
importante en la vida es lograr hacer algo original, importante, tener éxito de alguna
manera. Para ella, en cambio, el amor es lo más importante, en ello pone todas las
energías. En un momento llega a decir algo así como que si existe Dios, está en medio de
ti y de mí que nos amamos, en ese espacio que es el nosotros. Preciosa expresión que
ojalá sea una aspiración real.
A lo largo de la trilogía, esta pareja se quiere, cada cual lo expresa a su manera,
reflejando muy bien lo que todos atribuimos a los roles masculino y femenino. Ella
dándose mil explicaciones del amor, él con menos palabras, ajustándose a la realidad.
Ella buscando siempre algo más. Él, pegándose a lo concreto, también en lo sexual.
Ambos son espejos en los que muchas parejas podrían verse reflejadas. Un tópico se
expresa: Las mujeres somos más espirituales y damos más humanidad a la relación,
mientras que ellos son el soporte, lo que da seguridad. ¿No podríamos cuestionar estas
atribuciones? Lo masculino o femenino pierde consistencia en favor de lo humano. Tal
vez es cuestionable, lo estamos viviendo ya, la diferencia en cómo entienden el amor
ellos y ellas, aspirando a ir encontrando las cualidades que hacen que las relaciones sean
más fecundas: Trascendencia y realidad, palabra y acción, vértigo y seguridad, son
vertientes en equilibrio, pueden formar parte de la relación amorosa humana y
humanizada.
En La mujer habitada, novela de Gioconda Belli, medita así la protagonista: “Era casi
una maldición, pensó, aferrarse así al amor. Y tan femenino. Cómo harían los hombres,

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(…) para apartar esas preocupaciones de su vida cotidiana. Al menos para no perder la
concentración, no sentir que la tierra se movía bajo sus pies cuando los afectos no
andaban bien. Ellos parecían tener el poder de compartimentar la vida íntima,
encerrarla en diques sólidos, inconmovibles, que impedían se les contaminara el resto
de la existencia. Para las mujeres, en cambio, el amor parecía ser el eje del sistema
solar. Una desviación y se desataba el deshielo, la inundación, la tormenta, el caos”. En
otro momento se pregunta: “¿Por qué les costaría a los hombres reconocer la
necesidad, la importancia histórica del amor?”9.
A lo largo de la novela, la protagonista se ve a sí misma como moderna Penélope que
espera a un hombre que se siente con el derecho a tener un oasis, un lugar donde una
mujer le espere. Se da cuenta de la trampa en la que anda metida, ya que además, para no
ser acusada de posesiva o dominante, no se permite hacer preguntas a su amante.
Esta descripción de la mujer que ama resulta demasiado familiar. ¿Podremos
desmontarla? Tal vez podemos, las mujeres, dar importancia a la relación amorosa, pero
también a otras relaciones o aspectos de la vida. Podemos empezar a pensar que ellos
también lo pasan mal cuando no funciona el amor, aunque lo digan menos. Además,
nosotras ya no tenemos que esperar a nadie, podemos organizar nuestra vida y vivir
como oasis deseado pero sin dependencia, el encuentro amoroso. Podemos hacernos
preguntas y pedir ser abrazadas en nuestros interrogantes. Si no nos abrazan con nuestros
interrogantes, es mejor sacudirse el polvo de los pies. Pero tampoco podemos vivir en la
eterna desconfianza, el camino se camina o no es posible descubrir lo que hay después.
En El Velo Pintado, película de John Curran, el protagonista masculino escoge a una
mujer que lo atrae físicamente para que lo acompañe en la vida, proyectando sobre ella
cualidades que ella no posee y que él espera. Es un hombre altruista, médico, que se cree
con el derecho de tener a alguien que lo siga y acompañe, también venerándole, de
alguna manera. Ella, a su vez, vive de un engaño entendiendo el amor solo desde el
punto de vista del deseo y del romanticismo. Ambos están en una trampa, se utilizan y
no se admiten. Solo más tarde ambos se dan cuenta de que amarse es otra cosa. Cuando
se reconocen como personas completas, que no necesitan complementarse, con sus
errores y sus virtudes, comienza la verdadera relación amorosa. Entonces, y no antes, el
amor lo inunda todo.
La vida cotidiana está llena de detalles que proyectan una imagen de la mujer que
ama, así como la del hombre que ama. Están cargadas del peso de una historia en la que
los comportamientos se han aprendido y donde los prejuicios menguan la libertad de
pensamiento. Desde la asunción de que somos diferentes, hombres y mujeres podemos
construir relaciones donde se expresen las cualidades del amor, también en el amor
íntimo. El amor en el ámbito de la pareja puede ser cuidadoso, generoso, creativo,
auténtico, libre, buscador de lo profundo, constructor de la humanidad del otro

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mutuamente. Estas cualidades del amor, así como su significatividad esencial en la
existencia humana, tienen múltiples modos de darse a conocer entre dos. Nada es más de
ella que de él si abrimos la mente y dejamos la comodidad de los moldes.

1. GIBRAN, G. K., El profeta. Barcelona, Pomaire, 1976, pp. 20-21.


2. Cfr. CYRULNIK, B., El amor que nos cura. Barcelona, Gedisa, 2006, p. 20; pp. 91-
93.
3 Cfr. ROJAS, E., El amor, la gran oportunidad. Madrid, Planeta, 2011, p. 21.

4. Cfr. FROMM, E., El arte de amar. Barcelona, Paidós, 1988, pp. 13-45. Siempre que
se habla de Fromm, la inspiración es de la lectura de las páginas citadas.
5. Para precisar, es consultado en https://psicologiaymente.com/pareja/teoria-
triangular-amor-sternberg, en octubre 2018.
6. Cfr. ORTEGA y GASSET, J., Estudios sobre el amor. Madrid, Alianza, 1991, pp. 13-
21.
7. Cfr. FUCHS, E., Deseo y ternura. Fuentes e historia de una ética cristiana de la
sexualidad y del matrimonio. Bilbao, Desclée De Brouwer, 1995, pp. 13-16.
8. Cfr. FUCHS, E., op. cit., p. 231.
9. BELLI, G., La mujer habitada. Barcelona, Emecé, 1996, pp. 167 y 269.

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5
Amor libre
Cómo ser libre y seguir amando si eres mujer hoy

¿Qué significa para las mujeres la libertad? ¿Somos libres o es una conquista
pendiente? ¿En la misma medida que los hombres? ¿Qué nos ata y que nos libera?
¿Dónde están nuestras cadenas invisibles? ¿Necesitamos que los hombres nos
protejan, nos den seguridad a cambio de darles cuidados? ¿Podemos alzar hoy, sin
temor, nuestra voz de mujeres libres? ¿Es que amor y libertad no son conjugables
como una única expresión, especialmente para las mujeres, aunque tantos siglos de
historia señalen errores de concepción?

Estas son algunas preguntas que me surgen cuando me planteo la cuestión de la


libertad, la libertad de las mujeres, la libertad en la relación con los hombres, y en
concreto, en las relaciones más íntimas.
Salta a la vista que las mujeres somos seres completos, que las mujeres no
necesitamos nada que no esté en nosotras mismas, que el proyecto de vida de cada una
no puede supeditarse a nadie, y que disponer de músculos menos potentes que los
varones no nos hace más vulnerables, necesitadas de protección (al menos no más que
cualquier ser humano) si sabemos usar la inteligencia y entrenar capacidades que a veces
hemos dejado que se oxiden.
En las ideas más primarias del amor pareciera que el que ama ha de sacrificar su
libertad, y que a más sometimiento, más amor, o sea que amor y libertad son polos en
contraposición. De ahí que permanezca la tradición de hacer despedidas de solteros y
solteras, como símbolo de despedida de los “bueyes sueltos” que se someten al yugo de
acatar normas, de estar unidos a otras, que además recibe el público reconocimiento que
hace que sea más difícil de trasgredir. Hasta el momento de firmar se ve que la cosa era
de prueba.
Pero el amor o es libre, intencionadamente libre en todo momento o no es amor. La
unión de dos no es la esclavitud. No es posible el sometimiento, ni la convención como
atadura, ni las trampas emocionales de las que el amor libre escapará una y otra vez. Las

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páginas que siguen plantean un recorrido por esta dimensión imprescindible del amor,
desde el punto de partida diferente para hombres y mujeres, afrontando la necesaria
liberación de los mitos del amor romántico, desvelando los micromachismos que
aprisionan, intentando distinguir seguridad psicológica de dependencia. Hablaremos, en
definitiva de las sutilezas en las relaciones, que atrapan y no dejan volar, siempre desde
la perspectiva y la experiencia de las mujeres.
En este marco, el amor libre no significa que apostemos específicamente por un amor
a-convencional o un amor sin compromiso. La libertad es condición para el amor, en
cualquiera de sus posibilidades, por eso amar siempre exigirá plantearse la libertad. Por
eso proclamamos el amor libre, el amor con este rasgo inseparable.

Hombres y mujeres, diferentes puntos de partida para amar

Desde la teoría feminista neofreudiana1, Nancy Chodorow afirma que el aprendizaje


para sentirse varón o mujer parte de la más tierna infancia y del apego que el niño siente
por sus padres. Los niños y niñas tienen tendencia a sentirse vinculados emocionalmente
con la madre, que es la que suele ejercer la influencia dominante en los primeros
momentos de la vida. Chodorow explica que este apego se rompe de manera diferente
para los niños y las niñas. La niña se separa de la madre diciendo algo así como “yo no
soy mi madre, pero soy como ella”, mientras que el niño debe aceptar que “yo no soy mi
madre, pero tampoco soy como ella”.
La identidad masculina se generaría por la separación, facilitada cuando ellos
identifican que son diferentes a la madre. En cambio en las niñas, el vínculo se rompe
más tarde, pues son iguales a la madre. De esta manera, niños y niñas desarrollan unas
características peculiares en su psicología y modos de relacionarse: Mayor tendencia a la
independencia en ellos, más posibilidad de generar lazos en ellas. Ellos son más
individualistas. Ellas más facilitadoras, más cooperadoras, más corresponsables.
Cabe esperar en este caso que los niños se sienten cómodos consigo mismos, aprenden
a sentirse orgullosos, experimentan la necesidad de triunfar. ¿Cuáles son sus tentaciones,
cuando caen en los brazos del amor? Tal vez el miedo a depender. Necesitan su espacio,
su separación. Parece que tengan que cortar pronto los hilos cuando las cosas van bien,
por si acaso se quedan demasiado “pillados”. Es posible que sientan que peligra su
identidad si establecen relaciones demasiado estrechas. Necesitan reconocerse en su
mismidad, se pueden sentir amenazados por los lazos amorosos.
Las mujeres aprendimos a sentirnos pronto inseguras. Esa construcción personal tan
entrelazada con la de la madre nos ha hecho sentir el miedo a la soledad con más fuerza
que lo experimentan ellos. Tal vez este miedo, unido al rol de cuidado y servicio que

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tenemos adjudicado, se ha convertido en el impulso que ha hecho que construyamos
relaciones no tan gratificantes. ¿Cuál es nuestra amenaza? No decir lo que queremos,
supeditarnos al otro, temer la ruptura. Nuestras necesidades han quedado escondidas,
sumergidas bajo las exigencias de los varones y del rol social. Reconocer nuestra
mismidad es una tarea a conquistar, lo necesitamos igual que ellos, pero nuestro punto de
partida es diferente.
Una posible lectura de estas impresiones es que los hombres son más libres y las
mujeres más amantes. Pero, ¿no será un estereotipo más? ¿Algo que decimos cuando nos
frustramos en la relación? Es cierto que nuestra psicología se ha modelado de manera
diferente pero puede ser que la transmisión cultural de esta forma sofisticada de
desigualdad funcione en el trasfondo y nos traicione, ahondando más la brecha, la
posibilidad de resolver los conflictos. ¿Podemos decir que es cierto que ellos son menos
dependientes que nosotras? Y nosotras, ¿amamos más que ellos? No puedo dar una
respuesta afirmativa, pero si decir que las razones que nos damos para afrontar los
conflictos tienen que ver con estos imaginarios.
Teresa Forcades, defiende que la mujer no necesita una relación con el hombre que la
complete o la complemente, y entiendo que viceversa funciona igual, pero parece que no
haga falta decirlo. Para lograr nuestra realización personal tendremos pues que salir de
las ideas ilusorias de género y trascenderlas. Para Forcades, llegar a ser persona es: “…
avanzar más allá de los procesos infantiles de individuación que tienden a reducir
nuestro ser personal a los estereotipos de género de la ‘feminidad’ (una supuesta
capacidad para ‘amar’ que excede nuestra capacidad de ser ‘libres’) o de la
‘masculinidad’ (una supuesta capacidad de ‘ser libres’ que excede nuestra capacidad
para ‘amar’)”2.
Llamadas a ser libres y a amar, la realidad de hoy, en las mujeres de aquí, es que
tenemos la misma necesidad de autonomía que los hombres, nuestros iguales. ¿Pero la
ejercemos? No existimos sin relación, y las relaciones son tramas de interdependencia.
Nuestra identidad ha estado entretejida con el resto de los seres humanos, con la bondad
que esto supone y con el riesgo que significa: Podemos disolvernos, no llegar a saber
quiénes somos.
En nosotras, esta tendencia a la creación de redes, ha sido más real, más indispensable,
más configuradora de la forma de vivir. Ambos, varones y mujeres tenemos las mismas
necesidades, pero lo hemos resuelto, psicológica y culturalmente, de modo diferente, y
mayoritariamente sacrificando la autonomía de las mujeres.
Muchas me dirán que se sienten contentas con esto, que esa es la vida mejor, la que se
comparte, la que se vive en comunión, la que supone ceder terreno a mi autonomía para
que otros se sientan cuidados y sostenidos. La cuestión es si se nos ha dado otra opción,

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si se nos ha preguntado por lo que necesitamos, si ha habido consenso en los
planteamientos. Esa pregunta es la que me parece que puede hacer el feminismo hoy.
Ayudar a ver, proponer elecciones libres (lo que supone ser consciente de que la libertad
está condicionada), salir de los estereotipos de género y empezar a hablar de ti y de mí
como personas libres que se aman.
Por si teníamos poco, un factor que ha configurado nuestras vidas, al menos las de las
mujeres hoy maduras, ha sido la religión. Si no hemos tenido oportunidad de discernir el
mensaje liberador del Evangelio, a lo mejor nos hemos quedado con la idea de sacrificio
ciego y siempre, de sometimiento, que en nada tiene que ver con Jesús, el de Nazaret.
Los lenguajes sobre Dios que han permeado nuestra conciencia, han sido de índole
patriarcal. Al menos los primeros años de nuestra vida, esos tan importantes, no nos
hemos empapado de la amorosa presencia de ese Misterio. Hemos sido nosotras las que
hemos estado en las iglesias, escuchando las predicaciones, y asumiendo un mensaje que
en nada favorecía nuestra autoestima, ya un poquito mermada por la educación al uso.
Construir la propia libertad, como esa posibilidad de ser más allá de los
condicionantes externos (que son más claros de ver) y los internos, es francamente
difícil. No podemos cambiar aspectos como la familia en la que nacemos, la cultura en la
que estamos inmersos, las experiencias pasadas, los miedos e inclinaciones, cuyo origen
está en la infancia remota y en las heridas que allí se produjeron. La ausencia de
determinantes de la libertad es imposible, pero al menos, podemos intentar con cada
decisión, librar esta batalla, romper alguna cadena, conquistar un nuevo territorio,
arrancárselo al fatalismo, al determinismo y a la desesperanza.

Liberarse del mito del amor romántico

Viendo con mi sobrina una película de vampiros, de esa saga de Crepúsculo que ha
estado tan de moda y que tan enamorada ha tenido a la gente joven, especialmente a las
chicas, he sentido cierto escalofrío. La “peli” está muy entretenida, pero si me detengo
un momento a pensar, hay algo repelente, presente en esta como en tantas películas
clásicas. Pienso en la propuesta de relación mujer-hombre, carente de libertad por un
hipotético amor que anula la personalidad. Me cuesta pensar que las chicas del siglo XXI
se traguen esta historia, romántica y denigrante, pero doy fe que se la tragan y con gusto.
En la película, él, Edward Cullen, es frío (como buen vampiro), fuerte y rápido (eso
les caracteriza también), desea “chupar la sangre”, y de manera ambivalente proteger a la
mujer “humana” y desvalida de la que se enamora; y ella, Bella Swan, cueste lo que
cueste, lo único que quiere es estar a su lado, advertida de que él puede hacerle mucho
daño, pero tan subyugada y atraída por él que su proyecto de vida es tan solo él.

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Las mujeres queremos decir adiós al mito del amor romántico. Es el primer paso para
amar y ser libres. No somos princesas desvalidas y ellos no son príncipes salvadores. No
estamos esperando esto de nadie. No necesitamos a toda costa hacer pareja. No somos
medias naranjas. El amor íntimo, aún siendo espacio de plenitud no es la única
aspiración de la vida y en cualquier caso no nos convierte en la mitad de nadie. No
vamos a la caza del hombre. No tenemos que conquistarlos para ser felices ni dejarnos
conquistar como si fuéramos trofeos. No tenemos que aparentar, ni ser perfectas, ni
mantener la boca cerrada para vivir una historia de amor. Hemos dejado de ser adictas al
romanticismo que nos enseñaron los cuentos, el cine, las novelas, las canciones. Ya no
suspiramos por ellos. Se acabó ese capítulo en nuestras historias, no sin atravesarlo
dolorosamente de una u otra manera, y cometer errores de desconocimiento y de falta de
crítica.
Madame Bovary, escrita en 1857 por Gustave Flaubert, es una crítica a la sociedad
burguesa del siglo XIX y fue muy polémica en su tiempo. Llevada al cine en diversas
ocasiones, entre otras por Sophie Barthes en 2014, cuenta la historia de una mujer infeliz
en la que los sueños que se le han transmitido en torno al matrimonio y a la vida de
casada, chocan con la realidad brutalmente. Pero ella no se resigna. En realidad, ninguno
de los hombres con los que trata de calmar su inquietud, ama realmente a Emma Bovary.
Cada uno se aprovecha de ella a su manera: La utilizan como florero o sexualmente o
como posibilidad de enriquecimiento. Tampoco ella encuentra la manera de canalizar su
rebeldía a la búsqueda de la felicidad. Persigue en el fondo un amor romántico y un ideal
de buena vida burgués que no consigue y que la desespera hasta la tragedia.
Hoy no nos basta con la rebeldía hacia lo convencional para, de todas formas, estar
atrapadas en los brazos enredosos de amores no correspondidos o inauténticos. Hemos
de atravesar todas estas fronteras.
Sí, hemos de someter a crítica lo que nos rodea: Costumbres, patrones de conducta,
ideas sobre lo que está bien y mal. También si nos hemos acomodado a lo “no
convencional”, que puede ser una máscara más. Parece una tarea inacabada en la que
cuesta trabajo abrirse paso libremente. Si me miro a mí misma, ¡cuántas veces he soñado
con que soy cuidada, protegida, cobijada por un ser imaginario! ¡Cuántas veces he
pensado en que alguien me consolara, me diera seguridad, me ayudara a decidir, o mejor
que me dijera lo correcto! Pero lo cierto es que solo abriéndome paso en medio de la
incertidumbre y tomando mis propias decisiones he sido verdaderamente yo. Solo
dibujándome en medio de la soledad he podido percibir el crecimiento de mi ser
acompañado por las personas que me han querido, que han sido hombres y mujeres, no
el producto de un estatus (casada) ni de una persona única en la que haya depositado el
peso de mi vida.
Esto no quiere decir que cuando vivimos el amor no le demos un cierto romanticismo.

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Es decir, hacer cosas bonitas, un viaje lejos del mundanal ruido, preparar un encuentro,
cenar a la luz de las velas, o sorprender al otro con una carta de amor, una rosa o un
regalo inesperado, son pequeños alicientes para mantener la llama y salir de la rutina. A
esto, claro está, no es a lo que nos referimos. El amor romántico no es cuidar los detalles
y las caricias de todo tipo en la relación.

El amor no es un idilio

El amor no es un idilio porque la realidad está cargada de momentos duros, de


espacios desérticos, no todo es un camino de rosas, aunque tratemos de sembrar rosas
durante todo el camino que dura la existencia compartida. El amor no es pura atracción
sexual, magnificada novelescamente, interesante pero no central, y en cualquier caso un
elemento sobre el que se puede actuar, tanto a su favor como no, que se puede activar y
cuyo influjo no es de ninguna manera incontrolable.
“Sembrar rosas” en los espacios a veces desolados de las relaciones requiere empeño y
creatividad, dedicación, para que en un momento inesperado una chispa encienda de
nuevo las luces apagadas del deseo. Pero no supone que tengamos que estar siempre
adulando, complaciendo o alimentando a narcisos que necesitan construir su autoestima
en base a los demás.
Por otra parte, son falsas las ilusiones de que la persona amada solo te mira a ti, solo tú
le atraes, eres su centro o moriría por ti, son eso, falsas, y estupendo que sean así. La
posibilidad de una relación más exclusiva, en medio de otras que también son nutritivas,
se construye, no es espontanea, navega en la incertidumbre, se decide y se consigue, no
como una atadura sino desde lo gratificante de una relación recíproca, con elementos
reservados, pactados solo para esa relación, y así, es una relación correspondida, única e
irrepetible.
Para seguir enfrentando espejismos, recordamos a otra madame, en este caso Madame
Butterfly, que en la bella y famosa ópera de G. Puccini, cuenta la historia de una mujer,
Cio-Cio-San, que procede de una familia que entra en decadencia y obliga a sus mujeres
a convertirse en geishas para poder mantenerse. En estas lides conoce al teniente
Pinkerton que se encapricha de ella aun sabiendo que volverá a Estados Unidos y se
casará con una mujer de su misma cultura y condición. La “butterfly” se enemista con su
familia, deja su religión y se casa con Pinkerton. Él se va, pero ella siempre le espera,
cree que volverá con ella y que reconocerá a su hijo, fruto de su relación. Al cabo de los
años, Pinkerton vuelve a Japón con su esposa estadounidense y por supuesto no reanuda
su relación con Cio-Cio-San. La vida de Butterfly se convierte en una eterna espera, un
amor ilusorio, todo el sentido de su vida es algo irreal y es lo que la mantiene viva. El fin
trágico no deja de ser sino la expresión de lo que significa no mirar de frente, idealizar y

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magnificar un sentimiento, a una persona y un escenario de vida, despreciando lo que
una misma es. ¡Pobre mariposa, cuya desgracia enternece! Darían ganas de salir al
escenario y decir: ¡Basta de sufrimiento inútil! Los comentarios generales que oigo al
salir de esta obra son que “eso es el amor”. Y me digo una y mil veces: No, eso no es en
ningún caso el amor sino una confusa parodia, el mito del amor romántico hecho teatro.
No hay parejas ideales, no hay una persona para cada cual, sino encuentros en un
momento de la historia en el que dos, encajamos. No hay flechazo o este es tan pasajero
y múltiple a lo largo de la vida, que no tiene consistencia. Hay más bien decisión, lo más
libre posible de crecer, caminar, vivir, disfrutarse, amarse, compartirse, descubrir juntos
lo que esta corta estancia terrenal nos permita. Sabiendo que no es lo ideal, que no
existe, puede ser lo mejor, y en cualquier caso, puede ser potenciador de lo mejor de mí,
de los dos en este momento de la historia.

El amor, ¿es para siempre?

Las uniones afectivas no son a menudo para toda la vida. Siempre albergamos la
esperanza de que la nuestra así lo sea. Decía G. Moustaki, bellamente cantando:
Les amours finissent un jour,
Les amants ne s’aiment qu’un temps,
Mais nous deux, c’était différent:
On aurait pu s’aimer longtemps, longtemps, longtemps.

Es decir, que aun sabiendo que la pasión va modificándose, que el invierno aparece en
las relaciones con la costumbre, que las personas con las que compartimos la vida y/o el
amor no son lo que esperamos, nos gustaría que durara, que fuera posible, que fuera
ideal, que no se acabara.
Un amor en el que no hay firma de papeles de por medio, tampoco está exento de
estos contratiempos. Que perdure no es sino un producto de lo que queramos que ocurra.
La tendencia a no moverse del estado en que se está, de la persona con la que se
comparte, no puede ocultar la verdad del amor. Siempre habremos de tener preparadas
las zapatillas de correr, de salir, de desprenderse, si de repente me doy cuenta que no
avanzo, que vivo en una cárcel o en un infierno, que lo que creía ideal no es sino un trato
desigual y discriminatorio, cuando no, violento.
No es para fiarse todo lo que se ve. Parejas que nos parecen perfectas viven
acomodadas a un estatus, a la costumbre, a lo conveniente. A algunas, esta estabilidad
nos puede parecer inhumana por no someterse al viento de la autocrítica. Incluso aunque
lo que mantenga a una pareja se llame algo tan importante como “hijos e hijas”, por los

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que a veces hemos sacrificado las aspiraciones más hondas de encontrar un amor más
pleno. Se puede vivir sin amor verdadero, solo por el proyecto familia. Es la
domesticación social la que actúa y el deseo de no hacer sufrir a terceras personas que en
cualquier caso perciben y aprenden lo que se masca en lo cotidiano. Se puede aprender a
sobrevivir también dependiendo emocionalmente de la seguridad que los otros me dan.
Se puede permanecer estática con el corazón entrampado siguiendo el curso de la vida en
común, sin decirse nunca la verdad.
A veces tardamos años en decir adiós a una relación que no nos construye, que
sabemos que se fundó en el mito del amor romántico, pero lo descubrimos después.
Estamos confusas, tenemos hijos e hijas, no sabemos si son crisis pasajeras o definitivas,
los alrededores temen nuestras rupturas incluso por no cargar con nuestra soledad,
nosotras mismas tenemos miedo al estatus de mujer “separada”, a que se nos tache de
caprichosas, de superficiales, de que no aguantamos nada. Tenemos miedo a
enfrentarnos a la familia, a que lleguen las vacaciones y ya no estén nuestros amigos de
siempre, que siguen siendo parejas. Tenemos miedo a que mientras trabajamos
entregadas a una causa no tengamos quien nos ayude a cuidar a los hijos e hijas.
Tenemos mucho miedo a sentirnos eternamente culpables y a transmitirlo.
Lo que nos han vendido del amor, o sea un mito, ha sido sobre todo en perjuicio claro
para las mujeres. No hay un amor único salvo que yo lo elija y nunca es mi mitad sino
mi compañero. No hay un amor ciego, que no ve la verdad, que no mira de frente, que
me descentra de todo lo demás. No hay amor para siempre si no lo decido yo, no nace
por generación espontánea sino que se construye día a día. No hay amor que lo aguante
todo, sin condiciones, porque no es digno dejarse pisotear.

Liberarse del mito de la mujer-belleza, mujer-deseable, mujer-objeto

La desigualdad persiste y penetra en las relaciones amorosas porque vivimos insertos


en un una sociedad que mediatiza todo lo que toca. El mito de mujer icono del deseo,
penetra a través de la inocente “ventana” que cada día acompaña nuestro descanso o los
quehaceres cotidianos: La televisión.
Si recorremos las casas más humildes de cualquier barrio, nos encontramos que no
falta en ninguna casa, ni siquiera en las chabolas. A veces son grandes pantallas siempre
encendidas en las que los niños y niñas ven anuncios, tragan lo que se tercie sin un
acompañamiento crítico. Las gentes más jovencillas se adhieren a las novelas. Aunque
haya escasez, hay “tele”. La publicidad se mete así en cada rincón del hogar, en toda
gestión cotidiana, modelando pensamientos, provocando sentimientos. Amuebla la
cabeza y el corazón.

57
Perdiendo centralidad en la comunicación, pero muy importante aún, la “tele” puede
ser la máquina más fácil de adquirir como dispensadora de alienación. Hoy día, internet
y las redes sociales son la otra gran puerta de entrada del universo donde todo cabe, y su
multiplicada accesibilidad a través del móvil, resulta mucho menos controlable.
Observar en uno u otro medio los anuncios, de qué hablan, qué imágenes utilizan, qué
valores defienden, que miel en los labios nos hacen degustar, es un ejercicio interesante.
Se ensalzan los valores del dinero, la buena vida, el placer o el escaso esfuerzo. Los
grandes artistas del marketing, son preciados magos de las grandes empresas, que
enganchan con el público a través de iconos, que a su vez alimentan un tipo de
consumidor, en un terrible círculo vicioso. Los eslóganes encienden deseos que
confundimos con necesidades básicas, y nos empujan a perpetuar esquemas de relación,
patrones de conducta de mujeres y hombres que creemos ideales.
Internet o la tele, también la radio, la prensa, o simplemente pasear por la calle, viendo
los escaparates, relacionándonos en las cafeterías o bares, están aprovechando la
oportunidad. El consumo es necesario, pero su “ismo” está al tanto, devorador e
implacable. Los medios de comunicación son los altavoces de la sociedad, civilizada y
moderna, que puede caminar hacia algún lugar en el que prevalece el más fuerte, el que
más tiene o el que más puede, si no se le pone freno/crítica. Lo peor es la inconsciencia,
y también la inconsistencia. Se nos acaba pegando que “todo vale” si me satisface, el “si
puedo por qué no”, si lo deseo por qué no ir a por ello.
Las mujeres no quedan bien paradas, no salimos nada favorecidas, y en pleno siglo
XXI nos quedamos impasibles ante lo que ven nuestros ojos. ¿No debíamos estar en la
ansiada sociedad igualitaria? La imagen de la mujer sigue siendo “utilizada” como
seductora para consumir, como objeto de conquista, como elemento fundamental de lo
doméstico, que hace su efecto provocando que ellas consideren que para “ser algo” han
de adoptar patrones similares. Ellos conducen los mejores coches, ellas son felices si la
ropa queda muy limpia. Y como si fuera un avance, ellas son estupendas si en todo son
iguales que ellos.
Pero no se trata solo de los anuncios, que algunos, por cierto, son magistrales y
respetuosos. Se trata de los programas, los del corazón, que a través de la gente
pseudofamosa nos devuelven superficialidad, cotilleo, hasta nos proponen participar de
lo más ruin del ser humano: Insultos, calumnias, desacreditaciones. Y los programas
ganan audiencia cuanta más “carne” se pone en el asador. La mujer-objeto suele estar en
el centro de las actuaciones.
El futbol de los hombres, es un gran negocio, además de un deporte. Ahora también
los futbolistas son “imagen” de un club. Una imagen que se vende, que se relaciona
también con el mundo de las apuestas (algo asombroso que sea legal en un medio de
comunicación), y que se convierte en el centro de atención de radio y televisión, de la

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conversación o del ocio. Un nuevo “opio del pueblo”, que entretiene y sirve para
desembarazarse de las emociones más arcaicas.
No solo es legal que los futbolistas, imagen en la que muchos niños se miran, puedan
inducir a la ludopatía, sino que no está prohibido que se anuncien los servicios sexuales
en las páginas de los periódicos. Hoy día ocupan poco lugar, ya que la mayoría de estos
negocios utiliza la vía de internet, pero hace pocos años, la prensa escrita obtenía
grandes beneficios a costa de anuncios de mujeres exuberantes que prometen la
satisfacción sexual al mejor precio. Como si las mujeres fueran mercancía. Vejatorio
para las mujeres. Injustificable para la dirección de los periódicos. Asombroso que se sea
legal que se puedan editar con la misma libertad que se publica una esquela mortuoria.
Liberarse de los mitos de mujer-belleza, mujer-deseable, mujer-objeto, tiene mucho
que ver con la crítica a lo que se ofrece a través de los medios de comunicación y las
redes sociales, apoyándonos en lo que de constructivo nos aportan, pero denunciando
todo aquello que sigue inoculando presión sobre las mujeres para que sean una imagen
más que un cerebro, siempre al servicio del patriarcado que aún persiste, soterrada y
explícitamente.

Patriarcado y libertad

Para hablar del amor libre es necesario poner nombre a lo que está ocurriendo.
Nombrar es el primer paso para ser consciente, y consecuentemente, para ser más libre.
El mito del amor romántico al que quisiéramos renunciar es parte de la cultura en la que
vivimos, esa que sigue amparando un lenguaje desigual para hombres y mujeres como
muestra de la cultura machista. El feminismo nos ha invitado a desvelar los términos
reales en que está escrito el mundo, sus leyes, sus formas de organización. Fue necesario
para conseguir el voto, lo sigue siendo para gritar ante la situación de injusticia que
sufren muchas mujeres en el mundo, lo es para despertar las conciencias dormidas y
poner nombres, rompiendo las cadenas que nos oprimen.
El término patriarcado, articulador de la teoría feminista, está definido en la Real
Academia Española como una organización primitiva en que la autoridad es ejercida por
el varón, jefe de cada familia. No se recoge la definición generada por la teoría feminista
que tiene que ver con la hegemonía masculina en las sociedades antiguas y modernas.
El patriarcado tiene que ver con el patrón cultural y social que perdura tanto en la vida
en la pública y que penetra hasta el corazón de las relaciones personales. Cuando el
machismo no es explícito, tanto que muchos, engañados, lo consideran ya superado, la
forma de dominación sutil de los hombres sobre las mujeres permanece en forma de
micromachismos.

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El psicoterapeuta argentino Luis Bonino (1990) fue quien acuñó este término por
primera vez. Con él quería señalar aquellas conductas de los hombres que sobreponen su
autoridad por encima de la de las mujeres. Algunos ejemplos de micromachismo
aparecen en las diferencias utilizadas en la manera de hablar, desde el camarero que nos
dice: “¿Qué quieres, guapa?”, mientras a los hombres les dice: “¿Qué quiere, señor?”.
No es nada, apenas un regalo para el oído, que por lo mismo hace sonreír como si fuera
inofensivo.
El micromachismo se manifiesta cuando a las mujeres nos cuesta trabajo que nos
dejen cederles el paso a ellos. No nos dan la mano, sino besos. Recibimos alabanzas si
llevamos la cara pintada y nos subimos en enormes zapatos de tacón, incomodísimos,
mientras que ellos no tienen la exigencia social de la incomodidad para lo mismo. A
ellos se les entrega la cuenta a la hora de pagar, dando por hecho que se hacen cargo de
la economía. A nosotras se nos llama señoritas o señoras, como si todas no fuéramos
señoras de entrada, independientemente de nuestro estado civil. Las chicas no pagan en
las discotecas, con lo que actúan de cebo para los chicos, para el negocio, lo que las
cosifica, aunque aparentemente les sea beneficioso. Hay más detalles, como que en el
trabajo nos llamen a nosotras por el nombre y a ellos por el apellido, o que nos
propongan diferentes uniformes sin dejarnos usar pantalones. Todo esto no siempre pasa,
pero no negaremos que sigue pasando, que todas podemos extraer ejemplos de la vida
cotidiana.
También es micromachismo la imagen sexualizada de las mujeres en los medios de
comunicación a la que nos hemos referido o la publicidad sexista que ofrece objetos
domésticos para regalar a ella. No es sensato que se vendan prendas con relleno para
niñas que ya son movidas a desear otro cuerpo. Sigue persistiendo la idea de “inteligente
como papá”, “bonita como mamá”, aunque anuncios como este ya no soportan lo
políticamente correcto.
El lenguaje sigue siendo sexista con la preponderancia de los masculinos en el plural,
del uso de la palabra “hombre”, como señal de la humanidad, y de las diferentes
expresiones sobre la exaltación de los atributos masculinos asociados a algo muy bueno,
y todo lo contrario para las categorías femeninas.
El micromachismo se muestra en las tareas que dejamos de hacer las mujeres, como
colgar un cuadro, abrir un bote o llevar el coche al taller. Ellos muestran que no “se les
caen los anillos” por cambiar al bebé o planchar la ropa, aunque muchos aún pueden
espetar que lo hacen por ayudarnos.
La diferencia de mujeres y hombres no ha de ser anulada, incluso en lo que se refiere a
la maternidad, en lo que comporta al cuerpo y sus peculiaridades como esta que es
estrictamente de las mujeres. La discriminación va de que la diferencia mujer/hombre da
lugar a un diferente trato, a una diferente responsabilidad en las tareas domésticas, a una

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diferente concepción social siempre en detrimento de las mujeres. Esto es lo que ha de
convertirse en objeto de crítica y de reflexión. El gran problema de la perpetuación del
machismo ocurre cuando los propios varones que ya están sensibilizados consideran
todo esto “exageraciones”, o sea, que dejan de usar la lupa cuando se sienten satisfechos
por lo majos que se creen.

Micromachismos en las relaciones de pareja

Bonino dice que los micromachismos son “tiranías cotidianas, un tipo de violencia
blanda e invisible, de baja intensidad”. Las lecturas realizadas de los artículos de
Bonino3, como muestran los párrafos siguientes, resultan de mucha utilidad para ir al
meollo del asunto, ahora que ya está tan desprestigiado socialmente, que no abolido, el
abuso de la fuerza contra las mujeres. Hemos avanzado considerablemente en la igualdad
en el trabajo y en el reparto de tareas domésticas y de cuidado de los hijos e hijas. A
pesar de los progresos, existe desigualdad, muchas veces sin tener conciencia de ello.
Hace falta someter a crítica, conocer de qué van los malestares de las mujeres en las
relaciones, producto de mecanismos de poder que oprimen la libertad de ellas y que son
el origen del fracaso en las relaciones y de muchas rupturas.
Para empezar, el añadido “micro”, dice Bonino, se refiere a la imperceptibilidad de la
dominación, no a que sea pequeño. Sin duda sigue existiendo pero pasa desapercibido, es
tolerado. Es menos denunciable porque se trata de sutilezas. Lo cierto es que en cuanto
levantamos la voz para subrayarlo se nos dice que somos muy susceptibles. Es un
indicador de lo que ocurre en realidad: Que la dominación patriarcal se adapta a
diferentes formas en los diferentes momentos históricos. El micromachismo da fe de que
en nuestra cultura occidental y de primer mundo, se puede legislar protegiendo la
igualdad de oportunidades, pero aún presenta rasgos machistas.
Según Bonino, el micromachismo en las relaciones tiene que ver con el desequilibrio
en la recepción de los cuidados y la escucha (ellos reciben más), con el victimismo
cuando surgen problemas o desacuerdos (ellos se quejan como si fueran la diana de
hipotéticos dardos lanzados por ellas). Tiene que ver con la necesidad excesiva de
reconocimiento (ellos necesitan más sentirse importantes) y con las autojustificaciones
ante los comportamientos que puedan ser criticados por ellas, cerrando el paso al diálogo
sincero.
Las mujeres complacen más, a menudo sin reciprocidad en las parejas, donan su
energía sin medida a la pareja-varón reportándoles la confianza que necesitan para
presentarse al mundo. Este fenómeno no es bidireccional. Las mujeres enseñan y esperan
pacientes a que ellos aprendan, que realicen las tareas domésticas sin que nadie se lo

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diga, que eduquen a los hijos e hijas, que tiren de la relación igual que tiramos nosotras,
que proporcionen el cuidado y la caricia emocional en la misma medida.
Así expresa lo que ocurre en la relación, de una manera más teórica, Marcela Lagarde:
Los hombres son el sujeto del amor y del eros, de ahí su centralidad y su jerarquía
erótico-amorosa que es el fundamento de su paternidad y de la posición suprema
familiar, clánica, de linaje y comunitaria; de ahí emanan gratificaciones y cuidados
afectivos, sexuales y eróticos, es vía de acceso al trabajo personal, gratuito, es la
materia de poderes personales y de autoestima, de estatus, prestigio y ascenso
jerárquico. Todo ello constituye un sólido soporte personal para cada hombre y
para su vida cotidiana. La supremacía genérica de los hombres y su poder de
dominio subyacen a cualquier experiencia. Son estructurales. El amor de las
mujeres a los hombres como debe ser, implica su apoyo incondicional e incrementa
posibilidades de dominio personal y directo, así como genérico, de los hombres
sobre las mujeres. Los hombres son el sujeto del amor y de la sexualidad… las
mujeres son el objeto…4

Nos hemos conformado con que nos lo reconozcan. Con que nos digan que lo
hacemos muy bien, que somos excelentes cuidadoras y amantes, y que lo hacemos
mucho mejor que ellos. Nosotras seguimos instaladas en la vanidad, dejando que nos
consuelen regalándonos un reconocimiento que es “pan para hoy y hambre para
mañana”. No nos podemos consolar, no nos podemos quedar en lo que nos conforta y
nos da calor momentáneo. Es una trampa envuelta en sedosa compostura. Con nuestro
rol de género bien asumido, estamos dispuestas a cuidar siempre, con disponibilidad
absoluta, tendentes a hacer renuncias y ceder, y con facilidad para sentirnos culpables si
algo no funciona. Como dice Lagarde, los hombres son amados casi siempre, y si no lo
son, no salen de su asombro y actúan con despecho, mientras que las mujeres desean ser
amadas y aman a pesar de los pesares5.

Las desigualdad en la relación y sus sutiles argucias

Siguiendo a Bonino y sus reflexiones, cuando las mujeres queremos conseguir algo
nos hemos acostumbrado a utilizar la “mano izquierda”, y se nos acusa de ser más
retorcidas, quizá por esta maniobra defensiva. Como si no tuviéramos legitimidad para
usar la mano derecha, es decir, para plantear abiertamente nuestros desacuerdos.
El machismo “micro” tiene que ver con el uso de la manipulación, que usan ambos, él
para mantener su posición de ventaja, su preponderancia; ella para defenderse y poder
mantener la dignidad. La manipulación acota la libertad y traiciona la autenticidad. Por

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eso queremos reconocerla, descubrir los mecanismos de abuso, incluso blando de ellos
hacia ellas, que tienen que ver con modos adquiridos, con roles de género que perduran
en el tiempo y que a veces son imperceptibles. Tiene su gravedad por sí misma, y
además no olvidemos que el micromachismo puede ser el caldo de cultivo de la
violencia contra las mujeres.
El privilegio de género ha hecho que históricamente los hombres estén por encima de
las mujeres, por lo que ellos llevan mal que las mujeres puedan hacerles sombra. De
alguna manera buscan el dominio, en muchos casos sin darse cuenta, a veces poseyendo
la intimidad de las mujeres, su placer, o a veces ignorando el proyecto vital de ellas,
cuáles son sus aspiraciones y los cambios y progresos que quieren hacer en su vida, y
cómo les comprometen a ellos.
Debatir abiertamente se ha convertido en una ardua tarea para las mujeres, por lo que
todo planteamiento nuevo en la pareja se produce con “pies de plomo”, o con la “mano
izquierda” que dice Bonino, plenamente activa. Si surge cualquier duda que genere mal
ambiente o tensión, una retirada a tiempo es la mejor solución para no cargar con la
culpa milenaria que las mujeres están acostumbradas a soportar.
Cuando los varones utilizan el “no me apoyas” y el “no me comprendes”, se
comportan como chantajistas emocionales, aunque no lo sepan. De igual manera, el
patriarcado en forma de micromachismo, aparece sutilmente cuando acabamos una
conversación con ellos y nos sentimos locas, tontas o despreciables. ¿Qué ha pasado?
Seguramente algo imperceptible. Más allá de lo explícito, y de nuestra tendencia a
machacar la propia estima, algo ha sucedido, no sabemos qué: Una palabra, un tono, una
valoración, un juicio. No es infrecuente la sensación final de que lo nuestro es menos
importante, de que la opinión de ellos es la valiosa y la nuestra despreciable.
Pero también puede ocurrir el silencio, la no palabra, con la que ellos marcan a
menudo de qué hay que hablar y de qué no. Se puede acabar discutiendo de otra cosa,
casi sin darnos cuenta. Nuestra manera de ser, considerada inadecuada, se convierte en el
centro de la conversación, desviando el asunto de la discusión. No deja de ser un método
de dominación: El sutil empleo del silencio o del “silenciador”.
También puede emplearse el lenguaje del cuerpo, el uso del acto sexual, como manera
de borrar el poder de las palabras o no palabras, como si todo pudiera quedar escondido
detrás. Como ya mostré, muchas mujeres vivimos el abrazo sexual como acto de
plenitud que simboliza una comunión, o el intento de la misma. Es una frustración
cuando se rompe la promesa de integralidad, cuando la palabra (símbolo de la razón por
excelencia), y el lenguaje corporal (símbolo de la emoción), caminan sin encontrarse.
Bonino, que lo ha estudiado en profundidad, dice que en las mujeres, la persistencia en
el tiempo de estos elementos en la relación hace que realicen un sobreesfuerzo físico y

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psíquico, que desarrollen mecanismos de adaptación para no gastarse, evitando los
conflictos, disminuyendo la capacidad crítica, la protesta, que de entrada sienten
deslegitimada. En ellas crece la sensación de incompetencia, el malestar difuso. Es cierto
que sobre todo ello se puede sobrevolar, relativizando, agarrándose a lo bueno, pero
quién sabe a qué precio, tal vez generando un agujero vacío lleno de lágrimas
injustamente acalladas.
Mientras hombres y mujeres no estemos atentos a estos matices en nuestra forma de
relacionarnos, hacemos peligrar las relaciones que se van llenando de “minas” hasta
convertirse en un lugar de hastío, de cansancio, donde el diálogo, más allá de lo
necesario, se vuelve poco gratificante y oscurece el horizonte.
Bonino propone que las mujeres aprendan a tener conciencia de lo que supone el
micromachismo y que aprendan a resistirse, a desmontarlo. Da un truco para los
hombres, para que descubran en qué medida participan de él, con algunas preguntas
como: ¿Lo que vale para ella vale para mí? o ¿cómo he logrado salirme con la mía? Tal
vez para ayudarles a pensar en que lo pequeño y sutil es lo que da valor a lo que
tenemos, y que es más difícil ver los errores desde la postura de dominio que desde la de
sumisión.
Tal vez, ellas y ellos, todas y todos nosotros hemos de identificar el patrón de género
como elemento que sigue actuando en la desigualdad, en el ejercicio no colaborativo del
poder. El micromachismo es perverso, y no será abolido mientras ellos no se abran a la
toma de conciencia, al necesario cambio.
No es momento de desprestigiar a los hombres, ni de formarnos una mala imagen de
ellos, sino de penetrar con la mirada perspicaz y abrirse a una verdad un poco mayor que
nos haga libres, capaces de relaciones más plenas. Sin libertad y sin verdad, hablaremos
de relación amistosa con “derecho a roce”, pero no de amor.

Amor y dependencia

El amor libre se construye día a día, nutriéndolo, mimándolo, despojándolo de


injusticia, introduciendo en la relación amorosa la clave ética. Pareciera imposible pero
no lo es. El amor que quiere ser libre sabe de vertientes escarpadas, y una de ellas es
amar y no depender. Sentirse segura y no atrapada. El amor verdadero desea saber soltar,
aprender a estar lejos, saber estar sin.
Walter Riso6, popular escritor, habla de apego en las relaciones, haciendo notar que
hay dos tipos de apego. El apego biológico (attachment), cumple una función adaptativa,
y coincide con el apego del que habla Bowlby. Pero hay otro tipo de apego que puede
convertirse en una vinculación obsesiva, insistente hacia una persona, idea o cosa. Es

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más que apego, adicción, dependencia emocional y una causa muy importante de
sufrimiento psicológico.
La conocida teoría del apego de J. Bowlby se refiere a la tendencia de los seres
humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas y explica las intensas
reacciones emocionales cuando estos lazos se ven amenazados o se rompen. Esta
tendencia proviene de la necesidad que tenemos de protección y seguridad, se desarrolla
a una edad temprana, se dirige a pocas personas y tiende a perdurar a lo largo del ciclo
vital. Generar estos apegos es una conducta normal que se produce en niños/niñas y
también en las personas adultas. Son necesarios para sobrevivir. Para los niños y niñas,
en concreto, los padres y madres proporcionan la base segura desde la que explorar el
mundo, y esta relación de seguridad determina su capacidad para establecer relaciones
adultas sanas. Sin apego, o sea, sin fuertes lazos emocionales nos convertiríamos en
seres defensivos, hipervigilantes, traumatizados. Por lo tanto los necesitamos para el
normal desarrollo y desenvolvimiento social. Necesitamos sentirnos protegidos y
seguros, también en la edad adulta.
Amar y depender no son la misma cosa, ni la dependencia es la consecuencia lógica de
amar. Las que amamos no estamos abocadas a la cautividad del apego insano. El amor
auténtico no genera dependencia sino que procura la libertad. Es cierto que para
entregarnos al amor necesitamos sentirnos seguras, confiadas, pero no existe la
seguridad afectiva absoluta, siempre nos movemos en la incertidumbre. Esa seguridad
“de mínimos” es equiparable al apego sano en la edad adulta.
El amor vivido en medio de la inseguridad constante es una tortura, aunque haya
personas que desean vivir sin tener nada definido, y quizá logren que les vaya bien,
como hay otras que huyendo de la dependencia mantienen varias relaciones sin unirse
completamente a ninguna. Parece que en el aquí y el ahora de la relación, si queremos
llamarla amorosa, cierta seguridad es imprescindible, porque sin ella no hay donde
apoyarse. Por eso, desear la ratificación, escapar de la permanente cuerda floja en la que
a veces nos sentimos, criticar la ambigüedad que ensombrece la experiencia amorosa, no
es dependencia. Dar, abrirse, o sea amar, supone aventura pero no vacío. Se confunde la
necesidad de seguridad con la dependencia emocional pero la primera es lícita,
imprescindible, exigible. La segunda es una trampa y se puede convertir en patología.
El punto de vista feminista pretende liberar al amor de ataduras con forma amorosa,
pero no renuncia a amar. Cuando se logra el amor que es cariño-cuidado,
compenetración, compromiso y apertura, tal como hemos descrito, es fácil pensar que
sin la persona amada, la vida tal vez no es vida. Sin embargo, el amor nos amasa, nos
prepara, nos capacita, y la faceta de apertura siempre presente en el amor entre dos
permite vivir sin la persona amada, aunque suene contradictorio, y así el amor da fe de
su trascendencia.

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Seguridad de mínimos

Proporcionar seguridad en las relaciones forma parte del cuidado del otro. Dejar ser y
hacer sentir el apoyo. No amarrar pero sostener. No me sentiré segura si noto distancia
afectiva, si no percibo empatía, si noto el miedo del otro a involucrarse en mi vida, en mi
cuidado o en mi felicidad. Cuando a una persona se le tacha de dependiente en una
relación, hay que mirar bien. A veces es necesario reconocer con dolor que no se puede
querer a quien no te quiere y que la vida es posible y mucho más nutritiva sin esa
relación, pero llegar a esa conclusión pasa por el riesgo de intentar construir la pareja
con ella.
La seguridad emocional nos la proporcionamos unos a otros con gestos y palabras que
buscan una sana afirmación de lo que intuimos: Nos amamos y no lo damos por
sobrentendido. Cada cual construye su vida con muchos más ingredientes, pero ambos
procuran, energéticamente (es decir dedicando tiempo y creatividad), aportar a la vida en
común. En esta lógica, uno no se apoya más en la otra, porque la hundiría. El apoyo es
recíproco, el cuidado es recíproco, no valen medias tintas ni excusas. Cada cual va
descubriendo lo que necesita, lo modula, lo pide, y está dispuesto a dar lo que necesita la
otra. Los modos se van acoplando. Se busca la mutualidad, se construye una red en la
relación.
Si a veces las líneas son tan confusas, ¿se puede realmente deslindar el amor de la
dependencia?, ¿dónde acaba la necesidad de seguridad y comienza la dependencia
emocional? Tal vez cuando la red pasa a ser una tela de araña. La red es ligera y no
atrapa, la tela de araña es pegajosa y es una trampa.
La dependencia emocional en ocasiones es explícita, sale por todos los poros de la
relación, es evidente para el que mira desde fuera. En otras ocasiones es muy sutil, se
disfraza y vive acomodada, socializada, discretamente envuelta en la convivencia sin
salir a la luz hasta que un acontecimiento traumático o imprevisible descubre que aquello
no era amor sino dependencia.
Para concretar, podemos decir que la telaraña que atrapa en las relaciones puede
materializarse en la sensación de incapacidad de algunas personas para desarrollarse sin
la otra. El extremo de este atrapamiento sería la imposibilidad de separarse de quién
crees que no te conviene, incluso de quién te provoca un daño objetivable.
Hay personas que no hacen nada en la vida sin su pareja y se acostumbran a vivir
enredadas, como esos árboles en los que trepan otras plantas, en los que apenas se
distingue dónde están las ramas de uno y de otro. La imagen de los árboles que se
confunden es romántica, puede embaucar, pero es tramposa. Lo cierto es que somos dos.
Dos carnes, dos pensamientos, dos caminos, dos vidas, que se intersectan en algunos
puntos. Para algunos, esos puntos son la necesidad de criterios comunes, de un ideal.

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Para otros se trata de compartir la intimidad con exclusividad. Para unos es el
compromiso de convivencia y de hijos e hijas. Para algunos más, la vida, en su
cotidianeidad, que se puede compartir, junto a las tareas y los sueños. Para muchos, es
una mezcla de todas estas cuestiones, muy importantes todas ellas, pero que no implican
fundirse sino darse la mano y mirarse a los ojos, teniendo claro que el vínculo es fuerte,
tanto por lo que se teje en común, como por lo que cada uno/una va desarrollando por su
cuenta y trae a la relación.
La dependencia, llevada al extremo, se da cuando no te separas de quien te trata mal,
en las personas que Riso llama adictas afectivamente, que tendrían estas características:
Pese al mal trato, la dependencia aumenta con los meses y con los años. La ausencia de
contacto con la pareja produce un síndrome de abstinencia (semejante al de cualquier
otra droga). Se tiene deseo de dejarlo pero los intentos son infructuosos. Se invierte una
enorme cantidad de tiempo y esfuerzo para poder estar con la otra persona, a cualquier
precio y por encima de todo. Se reduce el normal desarrollo social, laboral y recreativo
debido a la relación. Se sigue alimentando el vínculo a pesar de tener consciencia de las
graves repercusiones psicológicas para la salud. Energéticamente se agotan7.
No depender exige estar atentas. Podemos no llegar a estas situaciones extremas pero
todas percibimos lo fácil que es desear aquello que nos provoca satisfacción, ya sea
porque ahuyenta la soledad, porque nos autoafirma, porque nos da placer sexual, o
cualquier otra experiencia gratificante. Este “sentir gusto” actúa de refuerzo y puede
hacernos menos libres. ¡Qué difícil es cuestionar el amor, reconocer la dependencia!
Enmascaramos la falta de libertad. Por eso, parece necesario detenerse de vez en cuando
al borde del camino y hacerse preguntas. Parece sano también saber separarse.
Es cierto que las reglas explícitas o implícitas en las relaciones de pareja, existen, y
eso no supone coartar la libertad. Difícilmente se acepta (ella, por ejemplo) en la
relación heterosexual, que el otro pase un fin de semana o unas vacaciones con otra.
Difícilmente se acepta, aun en las relaciones abiertas, que se establezca una profunda
relación afectiva con alguien que no sea el miembro de la pareja. Hay unos mínimos,
dichos o no, que permiten fiarse, confiarse, entregarse, desvivirse. Especialmente en
estos tiempos en que se trabaja a kilómetros de distancia, en que el tiempo compartido
escasea, y nos debemos en exceso a tantas parcelas de supuesta autorrealización que
pueden dificultar lo común.
Necesitamos, todos y todas, sentir seguridad en nuestra relación, y lo contrario, no es
humano. No es exigible la confianza ciega. Todos nosotros, la vida misma, se sostiene en
la fragilidad existencial, y en ese contexto, también la vida relacional. Necesitamos
amortiguadores de la incertidumbre. Algunas personas son más capaces de transmitir la
seguridad necesaria al otro, por ser más expresivas tal vez, por ser más cuidadoras, por
buscar lo que hace bien a lo común. Y así, aunque no estén siempre presentes

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físicamente, lo están a través de las palabras, gestos, detalles. Otras personas, en cambio,
dicen menos, ratifican menos con palabras lo que sienten. Presuponemos la buena
intención, pero lo cierto es que en estos casos, la “contraparte” puede sufrir, buscar y
pedir de cualquier modo lo que no tiene y necesita, como cualquier ser humano:
Seguridad psicológica mínima para saber que no se desfonda sin causa.

Discernimiento y libertad

Ante las dificultades para ser libre, se diría que los seres humanos solo atisbamos a la
libertad, que es un muro demasiado empinado. Pareciera que la existencia solo tiene
lugar en libertad “condicional”, y aún así no nos resistimos a descubrir las rutas de
acceso al amor libre, a conquistar ese escaso margen de libertad del que queremos ser
dueñas, también en el amor.
Solo desde la verdad se puede ser más libre y amar mejor. La verdad que es desnudez
y aceptación. A veces no sabremos ni cómo empezar. Pero solo cuando dejo caer mis
ropajes, mis capas protectoras, mis defensas, solo cuando me reconozco en mi grandeza
y mi pequeñez, comienza el camino de la libertad. Hay que estar dispuesta a sangrar, a
asumir que duele perder la imagen. No soy lo que creo que soy, y sin embargo la
consciencia de lo que hay concede el sabor de la paz.
La relación amorosa es un camino de descubrimiento de la verdad, sobre todo cuando
tú me aceptas tal como soy y me miras con pleno reconocimiento y con absoluta bondad,
y así puedo dar un paso más en el camino que ya he comenzado rompiendo mis barreras.
Puedo probar a crecer más allá de los disfraces de mujer ideal, solo siendo yo, corriente e
imperfecta. Empezar en mí, acabar en ti, y viceversa, en eternos senderos de ida y vuelta,
mientras se cuece el nosotros, recíprocamente construido, la colina serena desde la que
mirar más allá de nuestros límites.
¿Cómo encontrar la verdad? El discernimiento es la posibilidad, ese descubrir la
mezcla de motivos (los que decimos y los que no, los aparentes y los ocultos) que
impulsan al ser humano en una u otra dirección ante la encrucijada de la decisión.
Decidimos, o eso intentamos, en consonancia con aquello que es más genuino de cada
cual, y así, tomamos un camino y dejamos otros. En el amor íntimo, donde se entrega
tanta pasión y energía, allí donde se desnuda el corazón humano, aparecen encrucijadas,
momentos críticos donde hay que decidir. Es en la relación amorosa donde descubro uno
de los más profundos planteamientos sobre la libertad.
Tanto para elegir a una persona como compañera de camino, como para persistir con
ella o para romper, hemos de discernir, descubrir lo que es mejor. Pero la exigencia de la
libertad va más allá, es vivir en estado de discernimiento. Decía Ignacio de Loyola,

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maestro del discernimiento, cada día mientras iba de un lugar a otro, para evitar el
activismo sin sentido: “¿A dónde voy a qué?”, y quizá estas cinco palabras pueden
servir como guía también cuando somos pareja. Invitan a no perder el norte del amor, a
vivirlo en lo cotidiano y concreto sabiendo que en lo pequeño nos lo jugamos todo, pero
también, invitan a no perder la pista del infinito, de la aspiración a lo eterno, de lo
trascendente del amor, atravesando las barreras del presente y llegando más allá incluso
de la temporalidad de la vida. Mientras amamos, nos preguntamos por el sentido vital.
Y, ¿qué hacer para vivir en estado de discernimiento? Entender mejor el amor, qué es
para mí, cómo lo vivo y lo expreso en mutualidad, es el primer paso. Después, en cada
recodo del camino, me iré encontrando con cuestionamientos que tienen que ver con la
respuesta que damos (el otro y yo) ante las diferentes situaciones que nos plantea la vida
y la propia relación. Descubriré los condicionantes externos (presiones ambientales,
cultura, educación, conveniencias de todo tipo) que penetran en la relación. Pondré en
claro los condicionantes internos, que tampoco están exentos de lo educativo y cultural
convertidos en ideas irracionales y en diferentes formas de manifestar el amor, de vivir el
deseo, de afrontar la dependencia y los sentimientos que surgen entremezclados con el
amor.
Somos menos libres de lo que suponemos. En nuestro contexto, por lo general, no se
conciertan matrimonios, pero cuando dos personas se unen se eligen sin darse cuenta de
que se someten a los valores sociales que les animan8. Como decía la frase célebre de J.
Ortega y Gasset, “yo soy yo y mis circunstancias”, y es que las elecciones de la vida, aún
las no coaccionadas, están condicionadas, por experiencias y sentimientos, por
acontecimientos, por un conjunto de circunstancias que nacen de nuestros alrededores y
de nosotros mismos reaccionando ante la vida.
Ser libre en las relaciones amorosas exige discernir, y por tanto despejar los velos de
la irrealidad. A veces, las decepciones son simplemente descubrimientos de que el amor
no es lo que nos vendieron, y toca liberarse de los mitos y mirar a la persona que
tenemos delante con ojos de realidad. A veces hay que trabajarse determinado aspecto de
la personalidad que se convierte en una dificultad para la relación y no culpar, ni
culparse, perdonar y perdonarse. A veces hay que expresar, pedir lo que se necesita y
dialogar más. A veces hay que desvelar el patriarcado presente como una importante losa
que no deja que fluya la relación, con su injusticia y su abuso de poder.
Para ser mujeres libres, este último aspecto es especialmente importante, y en él
necesitamos la colaboración de ellos, sabiendo que ellos, desde una postura de
privilegio, no lo perciben igual. Habremos de nombrar lo que a nuestro alrededor es un
patrón que minusvalora o trata injustamente a las mujeres. Hemos de detectar lo que
oprime, lo que doblega, lo que no considera, lo que ignora, lo que con apariencia de
halago es una relegación al plano de lo que no cuenta. Detrás de una aparente

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consideración positiva, como que somos bellas, puede haber una falta de reconocimiento
de que somos inteligentes. Detrás del encumbramiento de nuestra ternura puede haber
una demanda a que no seamos críticas. Detrás del aliento que recibimos para ser madres
y del reconocimiento a este papel, puede estar la necesidad de ellos, de que seamos
maternales, maternalistas o eternas consoladoras en un plano de asimetría que nos
desautoriza permanentemente.
Es necesario y urgente hacer una tarea que tiene que ver con nombrar, con sacar a la
luz lo que siguen siendo elementos del sistema patriarcal, en lo concreto de todas las
situaciones de la vida, ya sea en el trabajo, en la calle, en la escuela, en la iglesia o en la
familia y la pareja. Nada hace más esclava que lo que invisiblemente ata, que la verdad
que no se quiere ver, que la comodidad de no poner nombres, y así cerrar los ojos. Sin
verdad, las cadenas persisten. Iluminar, poner verdad en el corazón, es tarea de la mujer
que discierne.
Desde este escudriñar hemos descubierto que las mujeres no somos princesas
preciosas, abrazadas y protegidas bajo el ala del varón, que no necesitamos su
aprobación para existir, que podemos manifestar el desacuerdo sin sentirnos culpables,
que ya no velamos porque el castillo (hogar-relación) sea perfecto. No somos las hadas
que procuramos felicidad por doquier, no somos las míticas mujeres de silueta
embaucadora que con solo un batir de ojos seductores consiguen lo que quieren o las
mujeres-víctima que con lágrimas y tristezas se arrastran por la vida y hacen exclamar:
¡Pobrecilla, con lo buena que es, cuánto se sacrifica!
La libertad tiene que ver con que cuando creíamos que algo no podía cambiar, aún así
puede cambiar. Pequeños movimientos en los gestos, unas cuantas palabras oportunas y
atinadas de desacuerdo, algunos silencios evocadores, y sobre todo ello, el firme
convencimiento de que no salvaremos a nadie, ni somos dueñas de la felicidad ajena,
pero sí y sobre todo, de la nuestra.
Me diré a mí misma que soy libre cuando en mis relaciones logro ser asertiva, afirmar
mis derechos, o ser consciente de ellos y usarlos, cuando gobierno mis emociones en
función de los valores, cuando genero relaciones de libertad a mi alrededor, y la gente
que me rodea no “se engancha” de mí, ni yo de ella, y gozamos de la mutua compañía,
tan enriquecedora.
Puedo concluir que soy libre si me he planteado todas estas cuestiones y sigo adelante,
tratando de dar una respuesta. Ser libre exige ejercer la responsabilidad sobre la propia
vida, sobre mi vida de relación íntima, también, y aunque me duela. La libertad me exige
discernimiento, el ejercicio de desvelar los prejuicios y las ataduras interiores, que al ser
propias son menos identificables porque se han anudado a nuestra personalidad,
condicionada por la educación sexista.

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La libertad interior tan preciada, nos hace capaces de preguntar al acabar cada día si
hemos dominado el miedo a ser rechazadas por defender nuestras ideas. Es la que
ejercemos cuando manifestamos sin acritud un criterio. Aquella que nos lleva a leer, a
estudiar para crecer en argumentos sobre las verdades que intuimos. La libertad que dice
“soy yo”, y hago lo que elijo, y elijo lo que hago, poniéndole mi impronta creativa, mi
especialidad y mi toque maestro, más allá de las críticas externas y superando mis
inseguridades internas.
Martín Descalzo decía que para disfrutar la libertad hay que tener un proyecto de vida
propio que es la suma de cuatro factores: La realidad de nuestra naturaleza, las
circunstancias personales y sociales en las que vivimos, la luz de la meta ideal que nos
hemos propuesto y el esfuerzo constante por conseguirlo. Si falla cualquiera de estos
factores, la vida será esclava e incompleta9. Me sumo a su punto de vista, y me siento
llamada a ser una mujer libre que construye su proyecto de vida, que cada día conquista
con esfuerzo y renuncia, su libertad.

1. Cfr. en lo escuchado a Teresa Forcades en sus charlas sobre la mujer, el amor y la


libertad. Se puede leer más, entre otros, en
av.celarg.org.ve/Recomendaciones/TeresaForcadesLalibertadfeminista.pdf,
consultado en agosto 2016.
2. Cf. FORCADES, T., Hacia una sociedad de iguales, en Iglesia viva nº 239, julio-
diciembre 2009, p. 21.
3. Cfr. https://www.joaquimmontaner.net/Saco/dipity_mens/micromachismos_0.pdf,
artículo publicado en la Revista La Cibeles, Nº 2 del Ayuntamiento de Madrid en
noviembre de 2004.

4. LAGARDE DE LOS RÍOS, M., El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías. México
D. F., Instituto de las Mujeres de Ciudad de México, 2012, p. 44.
5. Cfr. LAGARDE DE LOS RÍOS, M., op. cit., p. 44.
6. Cfr. RISO, W., ¿Amar o depender? Planeta, Barcelona, 2016 (4º edición, la
primera en 2008), pp. 26-27.
7. Cfr. RISO, W., op. cit., pp. 26-186.
8. CYRULNIK, B., op. cit, p. 91.
9. Cfr. MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para el amor. Salamanca, Sígueme, 2004,
p. 77.

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6
Las razones del corazón
Inteligencia emocional y feminismo

Sara ha realizado varios cursos sobre Inteligencia Emocional. Ese esfuerzo, y la


lectura y reflexión sobre su vida, han sido determinantes a la hora de aprender a
canalizar sus emociones. Antes era consciente de su revolución interior aunque no
sabía poner nombres. Ahora sabe decir lo que le pasa, sabe por qué se descoloca y
se entristece, aunque no está segura de si le sirve para mucho… No se siente
valorada así, tal como es. Se da cuenta de que comprender la vorágine del corazón y
expresarla, no siempre encuentra en su interlocutor ausencia de juicio moralizante.
Es consciente de que en la práctica, las razones del corazón no son tan apreciadas
como las de la razón más racional.

La intensidad de la relación amorosa hace que surjan emociones de todo tipo, que
como tales son difíciles de controlar. Si somos capaces de reconocerlas, nombrarlas y
encauzarlas, sirven de aprendizaje para el autoconocimiento, el mutuo conocimiento y el
desarrollo de una vida compartida más sustanciosa, sana y feliz. La parte más subjetiva
de las emociones son los sentimientos, o sea, lo que se piensa sobre lo que se
experimenta. Este procesar la emoción provoca a menudo sufrimiento, ya que introduce
nuestra valoración sobre lo que nos pasa. Emoción, sentimientos. No hay vida sin ellos y
gracias a ellos nos apasionamos y nos movemos.
La cuestión a plantear es si algunas emociones/sentimientos pueden hacernos menos
libres en el amor. No tanto la emoción como lo que hagamos con ella. El amor, decimos,
o es libre o es otra cosa. Por eso interesa sacar las emociones de las sombras y dialogar
sobre ellas tal y como creemos que es posible hacer entre dos que se aman. Cargarlas de
moralidad, es decir, catalogarlas como buenas o malas, eludirlas, reprimirlas,
tergiversarlas, puede envenenar las relaciones hasta destruirlas.
Añadiremos también que hemos descubierto la importancia de las emociones y de
gestionarlas adecuadamente pero en la vida real aún no damos suficiente valor a lo que
el corazón dice, a la intuición y a la emoción, a la verdad que proyectan sobre las

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personas y la vida, a la posibilidad de dejar que esta energía fluya y sea motor aliado de
los valores. Las emociones surgen, no son fruto de la voluntad. No juzgarlas y
aprovecharlas como fuente de conocimiento es todo un reto. En la relación amorosa, las
emociones diversas se entrelazan con el amor y el deseo, a veces atrapan y aplastan. Pero
también, generan el fuego necesario para seguir ardiendo.

¿Qué es lo que la razón no entiende?

En las últimas décadas hemos oído hablar de inteligencia emocional y su importancia


para los logros personales, de tal manera que se convierte en un ingrediente a trabajar en
cursos, seminarios, jornadas, para aplicar en todos los ambientes, ya sea laboral, personal
o social, tal como relata el ejemplo de entrada.
Conviene recordar que según Daniel Goleman, el conocido propagador de tal término,
la inteligencia emocional es la capacidad de una persona de manejar con competencia
una serie de habilidades estrechamente relacionadas con las actitudes, tales como la
conciencia de uno mismo, la capacidad para identificar, expresar y controlar los
sentimientos, la habilidad para controlar los impulsos y posponer la gratificación, la
capacidad de controlar las sensaciones de tensión y ansiedad, la capacidad para conocer
la diferencia entre sentimientos y acciones, y la adopción de las mejores decisiones
emocionales controlando el impulso a actuar. De esta manera, el coeficiente intelectual
no es la garantía de éxito en la vida. La forma de gestionar las emociones condiciona la
relación social y la posibilidad del logro profesional y personal.
Los expertos en el estudio de las “matemáticas del corazón” hacen referencia a los
mecanismos psicológicos a través de los cuales, las emociones influencian el
procesamiento de la información, las percepciones y la misma salud. Es muy interesante
explorar la relación entre cerebro y corazón, la potencia que tienen las emociones para
condicionar el pensamiento, y cómo en sentido contrario la influencia no es tan fuerte,
no hay tantas conexiones. Por más que pongamos empeño en ello. Es una cuestión
biológicamente limitada.
Cuando hablamos de las razones del corazón, queremos decir que en las emociones
reside una gran fuente de sabiduría. Desvelan nuestro yo oculto. Nos muestran las
heridas de nuestro pasado. Son indicadores de los surcos y aristas de la personalidad.
Emociones y algo más. La lectura de ellas, lo que interpretamos. Tenemos la posibilidad
de conocernos a través de ellas. Queremos llegar a expresarlas adecuadamente y pedir
que no se nos juzgue, también cuando se trata de celos, rabia, tristeza, miedo o
inseguridad, o sea de emociones nada placenteras.
La inteligencia emocional está conectada con lo que los sabios espirituales nos

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refieren como “el poso” que queda en nosotros, por ejemplo, tras tomar una decisión.
Ese poso, que no es exactamente racional pero que tiene mucho de razonable. Ese fondo
de bondad, de serenidad, que queda en nosotros al adentrarnos en los caminos de la vida
respondiendo a aquello para lo que creemos que hemos sido creados. En esa “certeza
incierta” o “incertidumbre alumbrada”, habla lo más plenamente humano, ese ser que
vamos dibujando con aciertos y errores, tomando decisiones y leyendo lo que pasa en
nosotros y en el mundo. Es el corazón sabio, que penetra hasta el fondo del ser, es el
corazón inteligente emocionalmente.
Las razones del corazón invaden el territorio de lo puramente racional, lo dotan de
brillo, tienen que ver con lo espiritual, con lo trascendente. Tienen que ver con otro
modo de acceder al conocimiento más directo, pero no por ello menos real. Emociones,
sentimientos y también lo que se intuye, y la energía que hace que salga lo mejor de cada
cual, lo que tiene que ver con los valores (que no son ideas puras, sino que requieren
nuestra adherencia afectiva). La fuerza que impulsa y proyecta al ser humano, que no
puede ser pura racionalidad. De estas razones nacen la esperanza contra toda esperanza,
la confianza en la vida, la posibilidad de que nazca lo mejor cuando ya no tengo fuerzas
para entregar más. Son razones que no siempre la razón intelectiva entiende.
Las razones del corazón no tienen el crédito que se merecen. Por eso, en el campo de
la medicina hay quien solo cree en la medicina basada en la evidencia y sabe todas las
escalas para categorizar síndromes y aplicar tratamientos, pero se descoloca ante el ser
humano que sufre. Por eso, en el terreno de la gestión o la política, triunfan las mujeres
que no tienen en cuenta las emociones y se comportan como sus iguales hiperracionales.
Por eso, de momento, parece pesar más una forma de procesar el conocimiento que tiene
más que ver con la certeza matemática que con las matemáticas del corazón. Se
consideran, las razones del corazón, algo exotérico, exótico, interesante como “florero”
en la exposición de las ideas. Las mujeres feministas (no las que actúan como patriarcas
del mundo) son portadoras en muchos casos de estas razones, y lo cierto es que las
razones que la cabeza del todo no entiende, recordando a B. Pascal, son relegadas a
segundo plano cuando se trata de hacer ciencia, gobernar, planear, generar pensamiento.
Los datos hablan, aunque estén cambiando poco a poco, a trancas y barrancas.
Hombres y mujeres, somos diferentes en esta cuestión. Según los estudios, hay
diferencias entre los cerebros de varones y mujeres que provocan un diferente manejo de
las emociones. Existen diferencias biológicas, esas permiten poco margen de actuación,
pero es claro que la educación recibida y condicionada culturalmente es también
responsable de la expresión de dichas diferencias (los típicos “no llores, que es de
niñas”, “sé fuerte, como un machote”, “tienes que ser comprensiva y tierna, como se
espera de ti, mujer” y tantos “etcéteras”).
Hemos estudiado que el cuerpo calloso es más voluminoso en las mujeres y el

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hipocampo es de mayor tamaño en los varones. Por eso, el modo de procesar la
información y el mecanismo de la memoria funcionan de diferente manera, y en las
mujeres lo emocional y lo racional se encuentran más unidos. Posiblemente esta realidad
vaya transformándose en el futuro porque la biología se deja influir por la cultura y
¿quién sabe cómo se definirán los varones y mujeres, en lo emocional, en el próximo
siglo?
Por último, la adquisición de la inteligencia emocional provoca tomar las riendas de
una misma, y esto a su vez tiene que ver con la formación del espíritu crítico.Dice Elsa
Punset: “Muchas personas pasan la vida entera al dictado de las verdades de los demás
y al final pierden la capacidad de saber quiénes son ellas de verdad y qué desean
aportar al mundo. No son ya capaces de escuchar lo que les dicta el corazón y la
intuición… Han sido entrenados desde la infancia para aprender sin cuestionar”1. La
libertad a la que aspiramos nos exige ampliar la conciencia y mirar cara a cara a ese
corazón que late. El deber ser, esa voz con la que damos respuesta responsable a la
libertad, no puede obviar por más tiempo las razones del corazón.

El miedo y su alargada sombra

Hablaremos de algunas emociones y sentimientos que se entrelazan con la pasión


amorosa, que se despiertan, al parecer, con el fuego lento del abrazo íntimo. De todas
ellas, la más primaria es el miedo. Emoción que, si no la atravesamos, proyecta una
alargada sombra sobre la relación, dibujando en la imaginación escenarios
fantasmagóricos, condicionando el avance en el camino común. Lo peor es cuando quien
lo sufre se cree las falsas ilusiones que ha creado el miedo, y narra su historia y actúa
absorbido por la cobardía.
Miedo a querer demasiado. Miedo a no ser deseada. Miedo a que amar me atrape.
Miedo a perder lo que ahora disfruto. Miedo a no ser lo mejor para el otro. Miedo a no
ser correspondida. Miedo a hacer el ridículo. Miedo a no estar a la altura. Miedo a ser
engañada. Miedo a…
De la larga lista de posibles rostros del miedo, destacamos tres que trataremos de
desmitificar:
1. El miedo al demasiado amor: En realidad es miedo a perder la independencia, a
sentirse condicionado, a sentirse atrapado en una relación. Pero el amor, si es tal, no
es una tela de araña, no es una trampa, no es una atadura. Tal vez, el miedo real es a
depender, a que nuestras vidas no sean capaces de existir sin el otro. La tarea es el
cuestionamiento de la libertad, día a día, para que el amor nunca sea demasiado,
crezca más y mejor, vivido como despliegue de ambos, capaces de disfrutar otros

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espacios de construcción.
2. El miedo a la pérdida: Este miedo está en la base de sentimientos más complejos,
como los celos. El amor, en su existencia, tejido sobre nuestra fragilidad, se diría que
está sometido a las tempestades de las circunstancias. No queremos perder lo que nos
da disfrute y sentido. El miedo al engaño o la mentira también puede ser miedo a
tenerte habiéndote perdido. Sin embargo, un amor asentado en la libertad, que es
constructivo para ambos, que busca la felicidad del otro en la reciprocidad, es difícil
que naufrague.
3. El miedo a lo que los demás dicen: Las relaciones de pareja son miradas,
curioseadas, diríamos por el resto de la sociedad. Cuando son convencionales y
socialmente admitidas y cuando no. Si el miedo al qué dirán se cuela en la relación,
puede condicionar la vida de ambos, su proyección, su realización. Solo el amor
creativo rompe los malos augurios y encuentra los modos de no dejarse oprimir por
la mirada que mata.
4. El miedo a la soledad: El miedo al vacío, tan difícil de gestionar, hace que se
prolonguen relaciones que ya no son de amor, sino de conveniencia, o de
mantenimiento del proyecto común que el deber obliga. Es difícil detener la
imaginación que dice que tu cama estará vacía, que tus rutinas, saludos,
complicidades, juegos que solo entre dos se conocen, ya no existirán. El
convencimiento de que somos solos, solas, aunque no lo estemos, puede ayudar. La
práctica de momentos de soledad certifica que es posible vivir lo que se teme sin
naufragar.
El miedo es un monstruo que pierde fuerza si lo nombramos, si lo desenmascaramos.
Tal vez, para amar hay que tener valor, que es lo mismo que decir que hay que atravesar
el miedo sin negarlo. Con Mario Benedetti, penetro en el miedo con su verso A ras de
sueño, en este fragmento:
Hay que amar con valor, para salvarse.
Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos.
Hay que despilfarrar en una noche
–que pueden ser mil y una– el universo,
sin augurios, sin planes, sin temblores,
sin convenios, sin votos, con olvido,
desnudos cuerpo y alma, disponibles
para ser otro y otra a ras de sueño2.

Tal vez sirve ejercitarse viviendo centrados en el presente y sin aventurar o proyectar
augurios inciertos en la imaginación proclive. Es difícil, pero no imposible, amar como
si el infinito estuviera presente en el instante. Tal vez el amor es también plenitud en el

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ahora, que sin desprenderse del futuro no anticipa ansioso la jugada.

Celos-inseguridad-baja autoestima

El siguiente testimonio es recogido en el Centro de Escucha3, relatado por una mujer


que quiere mejorar la relación con su pareja:
Me siento incómoda, bueno, estoy sufriendo. Antes él no quería la vida íntima en
exclusividad conmigo, o sea, trataba de crear ese vínculo emocional con otras
mujeres, respetando, eso sí, la intimidad sexual, que solo compartía conmigo.
Estuvimos de acuerdo, implícitamente. En su amistad con otras mujeres compartía
experiencias, palabras y muestras de cariño de lo más diverso. Me he negado a
espiarle, o sea, a mirarle conversaciones en el móvil y cosas por el estilo. Pero es
verdad que me he sentido mal, incómoda, en el centro del estómago una especie de
dolor sordo, viendo que necesita todas estas relaciones. Deseosa de ser una buena
chica, tolerante, confiada, que apostaba por el amor, a pesar de estas señales, por lo
menos un tanto equívocas, he seguido adelante. La relación ha crecido, y ahora
estos juegos se me hacen más llevaderos, lo acepto como algo que parte de
insatisfacciones del otro. Yo no lo entiendo igual para mí. Mantengo muchas
amistades, pero son sobre todo amigas, mujeres. Dudo muchas veces, ¿no seré
suficiente para él?, ¿no seré buena? Me siento triste, avergonzada y culpable,
porque tengo celos.

A veces, surgen los celos, comunes en las relaciones de pareja, como sentimiento que
tiene que ver con la falta de libertad en el amor, no tanto por su existencia en sí (tienen
un origen tan complejo que arrancarlos de raíz puede ser una lucha sin cuartel), sino por
la forma de gestionarlos ya que una manera de darles cauce puede ser tratando de
controlar al otro, de limitar su vida. Son sentimientos complejos y normalmente, están
fundados, es decir, hay algo en la manera de vivir las relaciones, o en las situaciones que
se van planteando a lo largo de la vida, que los provoca.
Los celos son una emoción/sentimiento, sancionados socialmente. A quien siente celos
se le mira con cierto menosprecio, como si no estuviera a la altura en este mundo
moderno y tolerante. Pareciera que dan como cierta superioridad al celado, cierto
protagonismo, importancia, lo que hace más difícil mostrar comprensión y ayuda hacia
el celoso/a.
Los celos pueden ser puntuales, nacer en una relación concreta y no en otra. Su base es
el miedo, no el amor, esto es claro. Pero el miedo a perder algo es lícito, se gesta en el
lecho de la inseguridad. Ya decíamos que la seguridad es una red que se teje, y a veces la

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incertidumbre es demasiada. Sabemos que la relación donde nos sentimos a gusto está
amenazada por la vida misma y sus avatares despiadados. Si se siente la amenaza de la
pérdida debido al interés de alguno de los miembros por otra persona, y sabiendo todo lo
que se ha invertido en el amor, el dolor psicológico puede ser profundo. Perder el amor
no nos gusta. La crisis, el cambio, el vacío, la soledad afectiva que se vislumbran no son
plato de gusto. Los celos proporcionan este tipo de mirada.
Para hablar de los celos, Martínez Silva nos ilustra con su estudio pormenorizado4. El
autor señala algunas cuestiones cruciales. Pueden ser “normales” o también llamados
competitivos, y pueden ser patológicos. Los celos patológicos, a su vez, pueden ser
neuróticos o delirantes. En los primeros, la vivencia de los celos se une a la ansiedad y al
deseo intenso de protección, apareciendo una gran angustia, hipersensibilidad y
susceptibilidad. También existen los celos delirantes, cuando el celoso vive como real lo
que solo es imaginario. No existe un hecho desencadenante, un indicio, sencillamente se
toma como verdad lo que pasa por la imaginación, por ejemplo, la esposa va a la compra
y el marido cree que efectivamente está metida en la cama del vecino, sin que haya
ninguna señal que apunte a ello. En ambos casos (celos neuróticos y delirantes) estamos
hablando de celotipia o patología de los celos.
Según Martínez Silva, los celos son universales, y de hecho, si una persona no siente
celos ante el interés de uno de los miembros de la pareja por un tercero, se puede pensar
que la relación no importa mucho. Tanto la sospecha continua como la dejadez continua
son una amenaza para el amor. Los celos son “la compleja reacción negativa ante la
relación sexual o emocional, ya sea real, imaginada o anticipada, de su pareja afectiva
con otra persona”. En la definición que nos presenta, hemos de fijarnos en que también
la relación emocional, no solo la sexual se puede vivir como amenaza. Al menos para las
mujeres es así, dada la importancia que le damos a este aspecto de la vivencia íntima. En
los hombres, parece que pesa más la posible relación sexual de la pareja con otro, dando
menos importancia a la intimidad emocional.
Existen, como vemos, diferencias hombre-mujer en la experiencia de los celos que
tienen que ver con los patrones tradicionales de género. Las mujeres pueden
experimentar más dependencia de la relación afectiva, se sienten más comprometidas
con la relación, velan más por la permanencia, tienen la idea preconcebida de que es en
la pareja donde se realizan, por tanto van a experimentar celos, tal vez con más
frecuencia. Sin embargo, los hombres cuando tienen celos, y se unen otros factores,
como el alcohol, son más peligrosos, ya que son el motor de las muertes violentas de las
mujeres, sus parejas sentimentales.
El autor nos muestra cómo los celos son una emoción social, ligada a las situaciones
interpersonales, y pueden cumplir, según la perspectiva, la misión de regular las
relaciones, limitando los deseos de la persona que podría cambiar de pareja o generar

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múltiples relaciones infieles, perjudicando la cohesión del grupo. Los celos, en este
sentido, pueden desempeñar un papel protector. Siguiendo la teoría del apego, cumplen
la función de mantener la relación y la sensación de seguridad que aportan. Sirven para
llamar la atención sobre el interés del otro. Se dan más si uno de los miembros de la
pareja tiene una intensa vida social, de fama y éxito, con múltiples relaciones.
Una pincelada psicoanalítica explica que los celos “normales” tienen un carácter
competencial, es decir, el fundamento es la pérdida de un objeto de amor asociado a la
herida narcisista que implica la misma. El yo no acepta dejar de ser amado. En el fondo
está el complejo de Edipo y el enfrentamiento con un hermano rival que en la infancia
desplazó el amor exclusivo de la madre5. Los celos tienen así una lógica, es de sentido
común sentir celos si nos quitan lo que nos da placer o alimento, esto es, el nacimiento
de un hermano en la infancia o la aparición de otra persona en la edad adulta que va a
restarte tiempo o energía compartida con la persona amada.
Volviendo a otro testimonio del Centro de Escucha, vemos otra posibilidad de sentir
celos, incluso cuando la relación ya se da por terminada:
Me siento traicionada. Nos hemos separado. En realidad no estábamos bien, no nos
comunicábamos apenas, salvo en lo que se refiere al contacto sexual. Hasta que no
he puesto en cuestión que estábamos demasiado parados, sin avanzar, la cosa se ha
mantenido, con la tranquilidad que da la normalidad. Cuando dije: “¿qué nos
pasa?”, se ha provocado la ruptura. Yo discutí con mi familia por él, lo elegí a él, y
luché por él, y ahora… Al mes siguiente de separarnos, él ya está con otra mujer.
Viaja con ella, hace todo lo que yo hubiera deseado hacer… Yo se lo pedía, pero
entonces no le apetecía… En fin… Ya no quiero estar con él, no. Pero me duele la
injusticia, y que haya pasado página tan rápido.

Aunque los celos pueden estar unidos al deseo de control, de poseer al otro, de
dominarlo, y por tanto de convertirlo en objeto, no se dan siempre celos unidos a deseo
de poseer. A veces, podríamos decir que la emoción es más primaria, se une al
sentimiento de amenaza de pérdida ante una posibilidad real de que se nos quite tiempo,
dedicación y energía. Así mismo, y aunque la envidia se considera habitualmente un
sentimiento cercano a los celos, no son lo mismo celos y envidia. Esta última supone
desear lo que el otro tiene. Pueden existir celos y no desear nada del otro, pero es posible
como ocurre en el testimonio, que se dé cierta envidia, provocada por algo que ocurre
que se vive como injusto, y que lleva a desear lo que otra persona tiene en este caso.
Los celos, si no se censuran, si se habla de ellos, amigablemente, desdramatizando, si
no se deja que obstruyan la comunicación con el juicio, se diluyen con facilidad. Nacen
en la relación y no sin ella, por lo que cómo se comporte la otra persona viene a ser
fundamental para disminuir el sufrimiento que generan. Los celos desencadenan en

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quien los padece una serie de sentimientos: Culpa, vergüenza, menosprecio hacia una
misma. La pareja del celoso tiende a un comportamiento defensivo en el que se miden
los gestos y palabras, con tendencia a la sumisión y a la ocultación para no generar
disputas, con lo que está servido el círculo de la desconfianza. Es más fácil manejarlos si
se pueden dialogar, quitándoles el aguijón, ayudando a ver mejor, incluso en clave de
humor. Como todo sentimiento, el modo de afrontarlo es lo que genera el mal mayor, o
por el contrario la oportunidad de crecer.

Orgullo-vanidad-egoísmo en la relación íntima

Si los celos pueden estar vinculados a una autoestima baja, en el polo opuesto está el
orgullo-vanidad-egoísmo, sentimiento que nace de una hipotética seguridad tan fuerte en
uno mismo que se pasa de rosca. El orgulloso es fácilmente egoísta, se convierte en el
centro de la relación, la acapara, entrampando el amor. El centro de su vida es él, o su
forma de ver las cosas, que viene a ser lo mismo. Las decisiones se toman en función de
sus intereses y casi nunca pregunta: ¿Qué quieres o necesitas tú? Sobre todo porque no
está dispuesto a asumirlo, pero también porque no ve la pregunta, no le nace. El orgullo-
vanidad, es difícil de manejar, y si se canaliza con la satisfacción del interés propio, lo
que es habitual, entorpece la relación recíproca, la ahoga, la inhabilita. Esta manera de
darle cauce, a veces imperceptible, es una forma de micromachismo, tal como hemos
descrito.
El siguiente testimonio del Centro de Escucha es de una mujer, también, que no sabe
cómo abordar esta dificultad con su pareja:
Estoy atrancada en mi relación. No se baja del carro. Le he reconocido que no ha
sido correcto mi comportamiento, he levantado la voz, no venía a cuento. Estoy
molesta por su falta de detalles para conmigo, no me pregunta nunca cómo estoy,
qué hago, no me llama si está fuera… y he estallado diciéndole que así no sigo.
Además se me ha ocurrido llevarle la contraria en varios planteamientos de la casa.
Se lo toma mal, como si fuera perfecto, como si le estuviera presionando, como si él
lo hiciera todo bien, y no quiere hablarlo, en realidad dice que sí, pero se limita a
callarse, oírme y decir que lo deje ya. No es posible avanzar más. Su postura es de
piedra. Nunca le he oído reconocer que hace algo mal. Nunca es nunca. ¡Qué
tremendo! Quiere arreglarlo todo en la cama y yo no quiero cama si no me
encuentro bien. Entonces viene lo peor, se siente menospreciado, como si le
castigara, sin entender que no viene a cuento el sexo en este momento. Si no
disimulo siento una catástrofe sobre mí, me lo hará pagar, ¡uf, qué orgulloso!,
necesitará vengarse y seguir mirándose el ombligo un poco más.

80
Desde el orgullo, la interpretación de la realidad es dogmática, siempre tal como la ve
el orgulloso, siempre en su favor, desde su criterio que parece ser más valioso que el de
los demás. No hay puntos de vista compartidos, si cede es por pura operatividad, no
porque crea que vale la pena discutir las razones de los demás, las suyas son las mejores,
de hecho son las únicas.
El orgulloso ha construido esta máscara empujado por el mismo cuestionamiento de la
autoestima que hace el celoso, pero salvaguardándose, y puede llegar a estar tan cegado
por sí mismo que nunca es capaz de reconocer este sentimiento, aunque generalmente
intuye que algo no marcha bien en su modo de enfocar la vida y las relaciones.
Lo peor de todo no es el orgullo en sí. Como decíamos de los celos, la cuestión está en
el abordaje, con la dificultad que supone la ceguera con la que camina el orgullo. Hay
quien construye discursos enrevesados y tortuosos, escondiendo el sentimiento en una
especie de mitificación de sí mismo. La gran mujer o el gran hombre que se dibujan en el
horizonte son algo así como la representación del bien o de cualquier otro valor.
Todos experimentamos orgullo-vanidad, tratando de hacernos valer y de que no nos
hieran, nos ponemos un poco por encima, o lo intentamos, en los conflictos, discusiones
o diferentes desacuerdos de la vida. Orgullo y rabia van de la mano, por lo que el enfado
estará siempre presente. Lo peor es no reconocerlo, especialmente porque el orgullo
negado es un serio obstáculo para el perdón, y el perdón es absolutamente necesario para
construir una vida de relación. Perdonar del todo es no llevar cuenta, no dejar que la
dinámica del juicio o el castigo penetre en la relación, abrir el punto de vista, relativizar
el poder de lo malo y siempre mirar al otro en positivo.
Este grupo de sentimientos, cuando no son afrontados, se convierten en fuente de
desdicha para la pareja. Hay quien, como vemos en el testimonio, por pura vanidad, no
admite un no por respuesta ante la intimidad sexual en un momento dado, ya que
considera ese no como gesto de no aprecio, como desvalorización, como rechazo social,
y se enfada y se duele. Se considera castigado. Si se encuentra con una pareja
complaciente, que no quiere generar más conflicto, la hipocresía avanza, y con ella la
falta de libertad.
La arrogancia o vanalidad también es una manifestación del miedo, el miedo a sentirse
débil y no capaz de resolver la vida por uno mismo. Como decíamos con los celos, el
orgullo ha de ser puesto en claro, y tal vez desenmascarado cuidadosamente, pues detrás
del orgullo-vanidad, podemos encontrarnos con sorpresa a un ser muy frágil
emocionalmente, que ha construido sus defensas en base a esta mirada más potente sobre
sí mismo/a. A veces, son otras personas, con sus intereses, las que encumbran al
orgulloso, le dejan crecerse, no se atreven a contradecirle, e incluso les viene bien tener
al lado a una persona con esta aparente seguridad. Si un día, desde el amor, logramos
dejar caer esta máscara, la relación crecerá, y quien padece de orgullo empezará a ser

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más sí mismo.
A este respecto, José Luis Martín Descalzo, hablando del amor y el egoísmo señala
dos ideas muy interesantes: En primer lugar que el dilema radical del ser humano es
saber si mi vida se alimenta de amor o de egoísmo, si está volcada hacia mí como mi
propio ídolo o si tengo mi alma volcada hacia fuera… Es sugerente replantearse las
relaciones desde este discernimiento. Y añade que el egoísmo puede vestirse de amor
cuando atrapamos, cuando queremos ser queridos, cuando vemos al otro como un
amplificador de nuestro yo, como aquel que nos da su aprobación, ampliando nuestra
silueta… En definitiva, cuando instrumentalizamos al otro, muchas veces de un modo
sutil, a menudo disfrazado de lo contrario6.

Afán de poseer, chantaje emocional y deseo de control

El poder, no es necesariamente una faceta del ser humano negativa. La falta de


conciencia de que lo tenemos, o su mal uso (el abuso), provocan la asimetría y la
instrumentalización de los otros. La relación íntima no se escapa, sobre todo en los
momentos de conflicto, donde sale lo mejor y lo peor. Los tres aspectos del titular
suponen el uso inadecuado del poder en la relación. Ya hemos hablado algo de ello en
relación a los micromachismos, pero conviene incidir un poco más, dado que es fácil
confundirse, creer que porque compartimos tanto, todo vale.
Estas desviaciones del amor pueden ser producto de los celos, del orgullo o del
egoísmo más puro, y son un atentado a la libertad en la relación, la pueden convertir en
una cárcel. Las falsas creencias también tienen mucho que ver en este asunto, por
ejemplo la idea de que las personas pueden pertenecerse unas a otras, con la consiguiente
cosificación de las relaciones. O la idea de que el valor de una misma es dado por los
demás, motivo por el que nos aferramos a un hombre. En La canción de Salomón, novela
de Toni Morrison, se escribe este párrafo dedicado a una mujer que vive obsesionada por
un antiguo amor:
Crees que porque él no te quiere no vales nada. Crees que porque no te necesita
tiene razón, que la opinión que tiene de ti es la acertada. Crees que si se deshace de
ti es porque no eres sino basura. Crees que te pertenece porque tú quieres
pertenecerle a él… Mala palabra esa de “pertenecer”. Sobre todo cuando se aplica
a alguien a quien se quiere. El amor no debe ser así. ¿Has visto alguna vez cómo las
nubes aman a la montaña? La rodean, a veces la ocultan totalmente. Pero, ¿sabes?,
cuando llegas a lo alto, ¿qué ves? La cima. Las nubes no pueden cubrirla. Las
cumbres las atraviesan porque las nubes la dejan, no la envuelven. Dejan que surja
enhiesta, libre de trabas, sin nada que la esconda o la constriña… No se puede

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poseer a un ser humano. No se puede perder lo que no se posee. Supón que fuera
tuyo. ¿Serías capaz de amar a alguien que sin ti no fuera absolutamente nada? ¿Te
gustaría una persona así?… Le estás haciendo entrega de tu vida entera… Si tan
poco significa para ti que estás dispuesta a darla, a regalársela, ¿cómo quieres que
él le dé ningún valor? Él no puede apreciarla en más de lo que tú la aprecias”7.

Elocuente, y evidentemente escrito por una mujer que sabe lo que íntimamente han
sufrido las mujeres. Las relaciones amorosas son un intercambio permanente de dar,
recibir. Es necesario el equilibrio. Nadie quiere que el otro viva encadenado a ti, que sea
sumiso, que se mantenga indiferente esperando mi iniciativa. Nadie desea tener al lado a
un muñeco, que hago con él lo que quiero, al antojo de mis deseos. Tampoco queremos
lo contrario, que el otro se aproveche de nuestra buena voluntad, de nuestro deseo de
agradar, de nuestro amor incondicional, especialmente en el caso de las mujeres, que
deseamos cuidar, satisfacer este deseo aprendido ancestralmente, contagiado de
generación en generación. Mientras nos vamos curando, la ansiada reciprocidad es
necesaria para que la relación funcione.
Una forma de controlar, de dominar en la relación, es el chantaje emocional ya
vislumbrado al hablar de micromachismo. No es sino un ejercicio inadecuado del poder,
manipulativo. El equilibrio se rompe y se ejerce presión sobre el otro, tergiversando la
verdad para conseguir los objetivos deseados y satisfacer el propio ego. Utilizar el
chantaje emocional es una estrategia que dificulta la expresión de la libertad en la pareja.
Si cada vez que planteo un problema, un deseo o una dificultad, la otra persona se
muestra triste hasta el llanto, enfadada y recrimina que no se le cuida lo suficiente, que
se malgasta el tiempo común, o que soy inadecuada, es como si me atara de pies y
manos. Presentarse como una víctima es una forma habitual de chantaje emocional, es
una invitación a la sumisión. Lo más extremo en el chantaje es poner encima de la mesa
lo que hago por ti, a fin de que tú no me incomodes, que te des cuenta que no puedes
quejarte. En aras de un amor mal entendido, se pide al otro/ a la otra que corte sus alas.
Por último, el amor no trata de controlar, por muy buena concepción que se tenga de
una misma y de lo que está bien hecho, por más que surja a menudo la
maternalidad/paternalidad, el deseo de decir cómo hacer las cosas, como quien enseña a
un niño o una niña. Es necesario dejar margen para el error, para lo imprevisto, para que
el otro haga lo que le parezca mejor aunque yo no esté de acuerdo. Es necesario no
regañar ni darse por regañado/a.
Empezar a no controlar va desde lo más burdo, que es no decir al otro lo que tiene que
hacer hasta la actitud de humildad que supone aceptar que no sabemos lo que siente el
otro con exactitud. Somos dos y no uno dividido en dos mitades. Dos experiencias, dos
libertades que optan por compartir la vida, la amistad y la intimidad. Querer controlarlo

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todo es una forma de inseguridad que muestra un apego insano.
No controlarlo todo, entonces, significa que no somos adivinas, que lo que
imaginamos puede no ser la verdad, que no hemos de enorgullecernos por anticipar
cómo reaccionará el otro, que hemos de vivir sin poner etiquetas, libres de prejuicios que
condenan al otro a que se hagan realidad los malos presagios. El diálogo es clave, no
solo la intuición. No somos maestros/as del amor, sino aprendices de nuestro amor. No
podemos sentar cátedra ni generalizar. Dos parejas no son iguales, dos experiencias de
amor tienen cosas en común pero también peculiaridades. No se puede decir esto es lo
que vale, sino más bien, esto nos vale a nosotros, o tan solo, humildemente, “esto me
vale a mí”. El deseo de control forma parte de la dependencia afectiva más que del amor.
Las mujeres deseamos irnos haciendo a nosotras mismas e ir descubriendo nuestra
libertad. Estamos aprendiendo a reconocer lo que sentimos, a gobernarlo, a buscar el
origen de los malestares emocionales, a dar por buenos nuestros criterios, y a ir eligiendo
lo que mejor responde a la mujer que queremos ser. Por eso sabemos que la necesidad de
control tiene algo que ver con la tela de la araña, y tratamos de que la reivindicada
mutualidad y seguridad sea posible sin controlar al otro, sin controlarlo todo. Además, el
amor que quiere ser tal, parte de la concepción de que el otro ser no me pertenece y de
que yo no soy más o menos porque el otro me quiera o manifieste su amor de una u otra
manera. El amor que quiere ser tal, se cuestiona y nunca se permite abusar del poder
mediante el chantaje emocional.

Sentimiento de abandono que provoca la ruptura

Cuando las mujeres amamos, deseamos no depender, esa es la clave feminista que
rompe con las cadenas del pasado. Ellos han heredado socialmente una conciencia de
independencia que les facilita las cosas. A nosotras se nos enseñó a cuidar, a proteger, a
que nuestra vida tenga sentido en función de los demás. Por eso, quizá, invertimos tanto
en las relaciones amorosas, y por eso nos sentimos abandonadas, no entendemos los
comportamientos desapegados y desagradecidos de ellos, nos duelen, y nos agotan.
Ellos y nosotras pedimos que la relación nos proporcione elementos diferentes que
tienen que ver con el rol que se nos asignó. Nos comportamos de manera distinta ante la
vida y sus aconteceres, y ambos queremos llegar a un encaje, dando licitud a las
necesidades del otro, de la otra. Lo que ya no toleraramos más es la injusticia, el
sacrificio de una en función del otro, como si ceder y dar fuera lo que identifica a las
mujeres. Para que la relación funcione, las voces de cada uno/a han de oírse, las
necesidades conjugarse, respetando los ritmos, no vale solo lo que me vale a mí, la
gracia es construirlo juntos.

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Las mujeres podemos sentirnos abandonadas en las relaciones de pareja. Para ello no
es necesario ser una “mujer desechada” de la India (así se llaman en un estudio de la
Universidad Lincoln, de Reino Unido), que es engañada para casarse, abandonada,
maltratada y usurpada de la dote. Los casos de mujeres abandonas en el mundo y a lo
largo de la historia son excesivos. Generalmente ellos son bígamos o polígamos y
encuentran otra/s pareja/s, forman otra/s familia/s, y no se atreven a decirlo.
Se da la sutileza del abandono, incluso sin romper la relación. Para nosotras, algunos
signos son: Cuando se deja de invertir tiempo en la relación, injustamente, en relación a
otras parcelas o personas de la vida. Cuando nos dicen que no hacen falta palabras para
profundizar. Cuando se pasan por alto los detalles pequeños, los juegos y cariños solo
conocidos entre dos. Cuando no se busca la novedad y no se explora lo que hay fuera de
la zona de confort. Cuando en aras de la confianza se pierden las formas, la compostura
normal, educada y social. Cuando se da por dicho, por hecho, el “te quiero”. Cuando se
deja de dar reconocimiento a la otra, cuando no se nombran sus valías, sus progresos.
Cuando los cansancios sirven para justificar la falta de energía en la relación.
A veces, esta sensación de abandono, que no es tenida en cuenta, da lugar a la ruptura.
La mayoría de las demandas de nulidad, separación o divorcio son presentadas de mutuo
acuerdo en este país, según datos del Instituto de la Mujer, pero cuando la presenta uno
de los cónyuges, lo hacen mucho más las mujeres (en 2016, 22.822 las mujeres, 12.558
los hombres, y 64.438 ambos). Parece que es cierto que los hombres lo pasan peor tras
las rupturas amorosas, tal vez porque se sienten heridos en su orgullo y porque están
acostumbrados a ser cuidados, más que a cuidar. También les ocurre si fallece la mujer,
enseguida buscan otra persona para llenar el hueco.
Parece también que las mujeres tenemos más resortes, más apertura a la comunicación
con otras personas y a la búsqueda de soluciones. No en vano el terreno de la intimidad
ha sido nuestro lugar, asignado culturalmente, y ahí sabemos de sobra progresar
adecuadamente, buscar ayuda y a menudo salir airosas, reconociendo que ya no
volveríamos a reanudar una relación que en el fondo no nos satisfacía.
Herederas de “ser para los demás”, podemos decir que estamos aprendiendo a hacer
algunas piruetas interesantes: No tolerar la violencia de ningún tipo y separarnos al
mínimo indicio. Poner en claro las relaciones sin sustancia, con inmediatez y valentía,
diciendo “qué está pasando entre nosotros”, aunque la respuesta a esa pregunta sea difícil
y provoque conflicto y a menudo un final. Ser capaces de vivir solas, independientes,
cuidándonos a nosotras mismas, sin amarguras, sin quejas ni lamentos, sin estatus
protector, abiertas a las preguntas y a la interpelación.
Evocando a V. Frankl cuando propone que elijamos la manera de vivir las cosas, que
es nuestra parcela de libertad que nadie nos puede arrebatar, ante lo que no se puede
cambiar, me pregunto cuántas veces hemos tratado de consolarnos con la primera parte

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de esta frase, cuando algo no funciona, intentando vivirlo mejor, vivirlo resignadamente,
sabiendo que nos provoca un enorme sufrimiento que tendemos a minimizar. Cuando los
caminos se pueden cambiar, y eso a veces no se ve a la primera, no nos podemos
consolar con vivir lo mejor posible situaciones infernales, de desentendimiento, de
desamor, agotadas las posibilidades de reconstrucción.
A veces, la libertad no es posible en la pareja. A veces, hemos de poner fin a las
relaciones insanas en las que llevamos siglos de silencio sometido. Basta ya de que nos
hieran, por aguantar y seguir creyendo en un amor ideal que nos metieron en la cabeza y
nos usurpa la libertad. No podemos permitir más que el ser amado nos robe las sonrisas,
nos incremente las lágrimas, nos entristezca en lo profundo. Basta de ser todo para ellos
y basta también de esperar eternamente a que suceda lo mismo en la otra dirección.
Basta de ser cuidadoras y no recibir cuidado. Los pactos sobre los límites de la relación
son eso, pactos, consensos. Las infidelidades reales y sutiles, que son la ruptura
permanente de estos pactos, son injustificables. Podemos perdonar pero no lo
toleraremos todo. Que no nos engañen, si no se parten la vida con nosotras no nos vamos
a conformar.
Los hechos, todos los hechos hablan y dicen la verdad del amor. Lo que pasa y no
pasa cada día es la realidad. No puedo cerrar los ojos. Basta de tantos silencios, que
necesitamos palabras. Basta ya de autocastigarnos, de pensar que tenemos la culpa de lo
que no funciona. Basta ya de indiferencias, de repetir lo que nos gusta y no ser
escuchadas, basta de mendigar una y otra vez lo que necesito, basta de que nosotras
queramos abrasarnos y ellos se conformen con pequeños fueguecitos como de cerilla. Se
encienden y se apagan, y aquí paz y después gloria. A veces, la relación es una jaula en
la que damos vueltas como ratones atrapados, y no hay más remedio que salir de ella
para rehacer la vida.

1. Punset, E. Brújula para navegantes emocionales. Madrid, Aguilar, 2008, p. 195.


2. BENEDETTI, M., Antología poética. Madrid, Alianza, 1999, p. 78.
3. Centro de Escucha San Camilo de Ciudad Real.
4. Cfr. MARTÍNEZ SELVA, J. M., Celos. Claves para comprenderlos y superarlos.
Paidós. Barcelona, 2013, pp. 16-79.
5. Affectio Societatis Vol. 10, No 18/ junio/ 2013, p. 5 ISSN 0123-8884, en
http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis, consultada
en febrero 2018.

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6. MARTÍN DESCALZO, J. L., Razones para el amor. Sígueme. Salamanca 2002, pp.
17-19.
7. MORRISON, T., La canción de Salomón. Debolsillo, Barcelona, 2001, pp. 393-394.

87
7
La violencia contra las mujeres
¿Por qué un hombre mata a una mujer en nombre del
amor?

No es sensato, no es lógico, no parece ni real, pero es cierto. Hoy un hombre agrede


a una mujer, y la mata, y esta noticia, que no es novedad, está presente en todas las
latitudes, en todos los contextos, en todos los estatus sociales. La violencia de
género es la imagen más visible y dramática de que algo no está funcionando con
cordura y humanidad en este modelo de sociedad en la que nos desenvolvemos.

Demasiados ejemplos de violencia vividos en carne de mujer. Demasiados cuerpos


rotos, demasiadas mentes hundidas, demasiadas heridas, demasiada muerte. Cuando esto
ocurre en la pareja y en la familia, el drama es aún mayor. El amor está por medio, ¿o tal
vez no es amor? A lo largo de las siguientes páginas veremos que este hecho, de amor no
tiene nada.
La violencia contra las mujeres, en pleno siglo XXI, es una lacra que nos avergüenza,
un mal que combatir, una perversión de lo humano que hunde sus raíces en un modelo
social basado en el sometimiento de un alguien (varón generalmente) sobre otro alguien
(mujer, generalmente), hiriendo, dañando y quitando la vida, si es preciso. ¿Qué
podemos hacer para evitarlo? Al menos tenemos que conocer, prevenir, gritar a los
cuatro vientos, tomar medidas económicas, judiciales, sociales, sanitarias, apoyar a las
víctimas y empujar otro modelo de relación y de sociedad. Al menos tenemos que
desvelar que la violencia y el amor no pueden convivir juntos, que en el amor no cabe,
no se conjuga, no concuerda ningún tipo de violencia.
El punto de vista feminista aporta una luz a este respecto ya que explica que la
violencia de género ejercida por los varones sobre las mujeres es un mecanismo de
control social que pretende la subordinación de las segundas respecto de los primeros.
Mientras sigan existiendo crímenes y vejaciones hacia las mujeres, podemos decir con
rigor que el feminismo tiene sentido.

88
Para aclararnos

Se define violencia de género como un tipo de violencia física o psicológica ejercida


contra cualquier persona sobre la base de su sexo, que impacta de manera negativa sobre
su identidad y bienestar social, físico y/o psicológico. Con el apellido “de género”,
distinguimos la violencia común de aquella en la que existe de base un patrón de
dominio o sometimiento de un sexo sobre el otro. La violencia de género afecta
prioritariamente a las mujeres de todas las edades y todas las culturas. Este término sería
equivalente al de violencia machista, más usado quizá en los medios de comunicación.
Sin embargo, hemos de considerar también los ataques homofóbicos dentro de la
violencia de género. Esto es, los actos violentos desde cualquier persona hacia aquellas
personas o grupos homosexuales, lesbianas, bisexuales o transgéneros. El término
violencia de género es más amplio y más adecuado para definir el problema.
Hablar entonces de violencia contra las mujeres no es exactamente sinónimo, ya que
no toda agresión que sufre una mujer es consecuencia del citado patrón social. Las
Naciones Unidas, en 1993, ratificaron la Declaración sobre la eliminación de la violencia
contra la mujer, definiendo “violencia contra la mujer” como todo acto de violencia
basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un
daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de
tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en
la vida pública como en la privada (Asamblea General de la ONU. Resolución 48/104,
20 de diciembre de 1993).
Esta noticia puede ayudar a pensar: “Una mujer, abogada, ha sido atacada por un
hombre al que ella no quería defender. Puede tratarse de un nuevo caso de violencia de
género”. Esta agresión, sin más datos, podría no ser considerada estrictamente como
violencia de género, a no ser que se demuestre que es su condición de mujer la que hace
que se produzca tal atentado. Lo que es cierto es que cada día podemos certificar cómo la
violencia contra las mujeres es violencia de género, en la mayoría de los casos, ya que el
que la víctima sea mujer y no hombre, no es casual. El patrón de dominio subyace, sea
cual sea la condición social de la víctima y la excusa del agresor.
La violencia de pareja es un término que se ha equiparado con la violencia de género,
ya que la mayor parte de las agresiones y maltrato que sufren las mujeres se producen a
manos de sus parejas o ex-parejas. Claramente, la violencia de género no se circunscribe
a las relaciones de pareja. La violencia de género incluye violaciones, prostitución
forzada, aborto selectivo en función del sexo, infanticidio femenino, tráfico de personas,
explotación laboral, prácticas de ablación del clítoris, junto a los ataques homofóbicos ya
citados.
La violencia doméstica o intrafamiliar es la violencia que se produce en el ámbito de

89
la convivencia familiar. Mayoritariamente es del varón sobre la mujer, pero no es
exclusivamente así. Puede ser de cualquiera de ellos hacia el otro, o sobre los ancianos o
los niños.
Para concluir, conviene aclarar el concepto de “violencia”. Según la OMS, este
término incluye el uso intencional de fuerza, poder físico o amenazas, en contra de uno
mismo, otra persona, o en contra de un grupo o comunidad, cuyo resultado desemboca
con alta probabilidad en lesiones, muerte, secuelas psicológicas o mal comportamiento.
El maltrato psicológico, el acoso o la manipulación son, por tanto, también formas de
violencia. Existe evidencia de que la violencia se aprende, y aunque influyen factores
temperamentales, para muchos individuos está subordinada a un conjunto de normas
socioculturales y expectativas en cuanto al rol.
Reivindicamos el término violencia contra las mujeres, ya que dice a las claras lo
que está sucediendo: Que en el hogar, en la calle o en los conflictos armados, las mujeres
y las niñas están siendo víctimas principales de la violencia, y que esto supone una
flagrante violación de los derechos humanos, con la gravedad de que ha alcanzado
proporciones pandémicas.

Tipos y datos de violencia de género1

En la película Mustang (2015), de la directora Deniz Gamze Ergüeven, de origen


turco, se relata cómo son las cosas para las cinco hermanas que sueñan con la libertad y
el amor, y se encuentran sometidas a la tradición, representada por los padres, que les
obligan a dejar la escuela y las preparan para ser madres, esposas, amas de casa,
arreglándoles las bodas. Les obligan a cambiar de vestuario, para proteger su castidad,
no provocar a los hombres y seguir los patrones establecidos. Sufren otro tipo de
vejaciones, como la violación por otros miembros de la familia, pero a través de sexo
anal, para que el himen quede íntegro.
La película refleja con insistencia en qué consiste la opresión del sistema patriarcal
que genera violencia, desde la más tierna infancia. Nos sirve para introducir los tipos de
violencia de género con algunos datos significativos a nivel mundial:
• Violencia ejercida por un compañero sentimental: Es cualquier conducta por
parte de la pareja actual o una anterior o por el cónyuge que causa daño físico, sexual
o psicológico. Es la forma más habitual de violencia sufrida por las mujeres a nivel
mundial. Una de cada 3 mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual,
principalmente por parte de un compañero sentimental. En algunos países, hasta el
70% de las mujeres ha sufrido este tipo de violencia. En 2012, una de cada dos
mujeres asesinadas, lo ha sido por su compañero sentimental o un miembro de su

90
familia. En el caso de los hombres estas circunstancias se dieron en uno de cada 20
hombres asesinados.
• Violencia sexual y acoso: La violencia sexual es todo acto sexual, la tentativa de
consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o el
uso de la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, sea cual
fuere su relación con la víctima y sean cuales fueren sus circunstancias. Los actos de
violencia sexual pueden ser: Avances sexuales no deseados o acoso sexual,
incluido el hecho de pedir sexo a cambio de favores; violación, que puede producirse
dentro de la pareja habitual o por extraños, y que ocurre también durante los
conflictos armados; abusos sexuales a niños y niñas; convivencia o matrimonio
forzado, incluido el matrimonio infantil. 120 millones de niñas en el mundo ha
sufrido relaciones sexuales forzadas. Un tercio de las adolescentes de algunos de los
países estudiados refieren que su primera relación sexual fue forzada. El 45-55% de
las mujeres de la UE ha sufrido ciberacoso desde los 15 años. En 37 países no se
juzga a los violadores si están casados o si después se casan con las víctimas.
• Trata de seres humanos: Es la adquisición y explotación de personas a través de
medios tales como la fuerza, el fraude, la coerción o el engaño. Millones de mujeres
y de niñas continúan atrapadas en las redes de la trata, muchas de las cuales además
son explotadas sexualmente. El 71% de las víctimas de trata son mujeres y niñas.
Tres de cada cuatro mujeres víctimas de trata son utilizadas en la explotación sexual.
• Mutilación genital femenina: Incluye procedimientos que alteran o causan
intencionadamente lesiones en los órganos genitales femeninos por motivos no
médicos. Además de dolor físico y psicológico extremo, la práctica conlleva muchos
riesgos sanitarios, entre ellos la muerte. 200 millones de mujeres han sido sometidas
en la actualidad a esta práctica en 30 países de los que se tienen datos (Unicef 2016).
La mayoría de estas prácticas se producen antes de los 5 años de edad.
• Matrimonio infantil: Implica poner fin a la educación de una niña, a su vocación y
a su derecho a elegir la vida que quiera. Estas niñas tienen más riesgo de sufrir
violencia por parte de su compañero íntimo, en comparación con las niñas de la
misma edad que se casan más mayores. Casi 750 millones de mujeres que viven hoy
se casaron antes de los 18 años. Una de cada siete vive en pareja antes de los 15 años
en África Central y Occidental.
Algunos datos más matizados nos recuerdan que:
• Las mujeres que han sufrido maltrato físico o sexual por parte de sus compañeros
sentimentales, tienen más del doble de posibilidades de tener un aborto, casi el doble
de sufrir depresión y 1,5 veces más posibilidades de contraer VIH en algunas
regiones, en relación a las mujeres que no han sufrido esta violencia.

91
• El aborto selectivo es otra forma de violencia contra las mujeres, menos nombrada.
Han desaparecido 60 millones de niñas, principalmente en Asia, como resultado del
aborto selectivo.
• Entre los 15 y los 44 años de edad, los actos de violencia contra las mujeres les
causan más muertes y discapacidades que el cáncer, la malaria, los accidentes de
tráfico y la guerra, juntos.
• Determinadas características de las mujeres como la orientación sexual, la
discapacidad o la etnicidad, y algunos factores como las crisis humanitarias,
incluidas las situaciones de conflicto y post-conflicto, pueden aumentar la
vulnerabilidad de las mujeres ante la violencia.
• 246 millones de niñas y niños sufren violencia relacionada con el entorno escolar
cada año, una de cada cuatro niñas no se siente segura utilizando los aseos escolares
en algunas regiones del mundo. Aunque no hay datos precisos, las pruebas señalan
que las niñas en edad escolar están en situación de mayor riesgo de sufrir violencia
sexual, acoso y explotación. Además de las graves consecuencias sobre su salud
psicológica, sexual y reproductiva, este hecho es un impedimento de envergadura
para lograr la escolarización universal y el derecho a la educación de las niñas.
Tal vez sería útil aprender de memoria estos datos, sencillos, que la página ONU-
Mujeres actualiza periódicamente, así como las diferentes formas de violencia, para que
toda mujer/niña y todo hombre/niño pueda decir la verdad sobre esta realidad injusta.

¿En qué consiste la violencia contra las mujeres?

Describiremos en qué consiste, concretamente, la violencia contra las mujeres,


características y ejemplos de la misma, siguiendo un estudio realizado por la OMS en
2005 sobre la salud de la mujer y la violencia, e introduciendo algunos testimonios:

En la sala de Urgencias, después de una atención de rutina, Marisa me confiesa:


“Mi novio me pega. Al principio mentí, y dije que eran golpes por un accidente. Los
moratones me delatan. Lo estoy pasando mal. Ni como, ni duermo. Le quiero aún y
no sé qué hacer”.
Una mujer que ahora tiene 70, me explica llorando cómo su marido le pegaba al
volver a casa, con una copa de más, cómo la tiraba al suelo, cómo le daba
puñetazos y patadas… me dice que siente odio en su corazón, que no puede
perdonarle, que sigue viviendo con él porque no quiere romper la familia. “Ahora es
mayor, todo esto pasó, y tengo que tragar y seguir. Si mi madre me hubiera
apoyado, lo hubiera dejado, pero mi madre me dijo que aguantara, y aquí estoy”.

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Una mujer, gitana, a la que visito frecuentemente, nunca dice nada, solo me explica
sus dolores del cuerpo, asume que forma parte de la vida ser maltratada, defenderá
a su hombre, y se irá entristeciendo y enfermando, sin que nadie sepa por qué. Se
percibe que sabe que esto que sucede no es justo, no está bien.

• Violencia física: Es la acción realizada voluntariamente que provoca daño o lesiones


físicas en las mujeres que las sufren. Incluye el uso de la fuerza física o de objetos
para atentar contra la integridad física y contra la misma vida. La OMS, en 2005,
definió violencia física en función de la siguiente lista: Haber sido abofeteada o
habérsele arrojado algún objeto que pudiera herirla; haber sido empujada o si le
habían tirado del cabello; golpeada con el puño u otra cosa que pudiera herirla;
golpeada con el pie, arrastrada o había recibido una paliza; estrangulada o quemada a
propósito; amenazada con una pistola, un cuchillo u otra arma o se había utilizado
cualquiera de estas armas contra ella.

En un viaje a Ecuador, hablé con algunas mujeres, confidencialmente. Me resultó


desgarrador conocer la experiencia de varias mujeres que desde los 11 y 12 años
habían sufrido violaciones, por personas conocidas de su familia… Con una de ellas
me seguí escribiendo, cartas de esas que ya no recordamos, con las orillas en rojo y
azul, esos sobres especiales para avión. Esto es lo que me confesó Doris: “Abusó de
mí. Yo me enamoré como una tonta, creí que era el hombre de mi vida, que me
sacaría del horror que viví en mi casa, donde mi propio padre me violó y donde me
sentía atemorizada permanentemente, sin encontrar en mi madre el apoyo que
necesitaba. El que fue mi marido me alejó de allí, pero el segundo infierno no tardó
en llegar. Pronto me encontré de nuevo abandonada, lastimada en el cuerpo y en el
corazón. Prefería morirme”. A esta mujer le cuesta mucho rehacer su vida, se siente
rota. “Yo confiaba ciegamente en él –me decía–, a pesar que ya me decían mis
amigas que tenía otras mujeres, y que se aprovecharía de mí”.
Otra mujer, con 16 años, muestra lesiones en sus brazos por cortes que se
autoinflige. Ha sido violada, reiteradamente, por la pareja de su madre. Nadie la
creía. ¿Cuánto dolor llevará en el alma? Vive con el miedo y la rabia en el cuerpo, y
también con el sentimiento de culpa, como es frecuente en otras víctimas de los
abusos sexuales.

• Violencia sexual: Es cualquier atentado contra la libertad sexual que afecte a su


integridad física o afectiva, por el que se le obliga a soportar o realizar actos de
naturaleza sexual, empleando coacción, manipulación o uso de la fuerza. La
violencia sexual, en el mismo estudio de la OMS, se definió en función de tres de
estos comportamientos: Ser obligada a tener relaciones sexuales en contra de su

93
voluntad; tener relaciones sexuales por temor a lo que pudiera hacer su pareja; ser
obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o humillante.

En el barrio que visitamos todos los martes, Juana me dice: “Mi marido me ha
insultado, me llama tonta, sin más ni más, y no es un apelativo cariñoso. Me dice
que la comida está para tirar a la basura, y que a ver si me arreglo más o me va a
dejar. El otro día me puso en evidencia en medio de los vecinos. Me grita y después
me pide perdón. Estoy harta, no puedo más”.
Otra mujer, en la consulta, me dice que su pareja la persigue por todas partes, la
asusta, colgándose de una cuerda, le hace sentir una calamidad y estar todo el día
alerta, sin comer ni dormir. Viene a casa alterado y no la deja en paz. “No es que
me pegue –dice–, es que me insulta, me desprecia, me enreda, me confunde”.

• Violencia psicológica: Es una acción en general verbal que provoca alteración de la


autoestima y bienestar de las mujeres y disminución de la capacidad de decisión, así
como induce a que las mujeres se sientan culpables. Los actos específicos de
maltrato psíquico infligido por la pareja que se incluyen en el citado estudio son: Ser
insultada o hacer a la mujer sentirse mal sobre ella misma; ser humillada delante de
los demás; ser intimidada o asustada a propósito (por ejemplo, por una pareja que
grita y tira cosas); ser amenazada con daños físicos (de forma directa o indirecta,
mediante la amenaza de herir a alguien importante para la mujer).

A la consulta viene Maribel, madre de una hija de 20 años que sale con un chico.
Están siempre de peleas y tiene continuas crisis de ansiedad. Lo peor es que, según
relata la madre, la tiene controlada, tiene que saber dónde está en todo momento.
Ella ha dejado de ver a sus amigas y mucho más a sus amigos de antes. Lo del móvil
es una obsesión… “No sé qué tengo que hacer. Está muy ciega por este chico. Yo
creo que esto es violencia de género, aunque no le pegue, y quiero que veas a mi
hija, que te cuente, a ver si nos pueden ayudar”.
Mi amiga Ana dice que su marido está preocupado por ella, que no le gusta verle
hablar con otros hombres, que cree que la va a perder. “Está obsesionado, me mira
el móvil, me pregunta todo el rato de dónde vengo. Con lo majo que es, pero se
enfada si no estoy siempre con él, todo lo tengo que hacer con su consentimiento. Yo
controlo esta situación y creo que lo llevo bien, pero no me lo esperaba. Me halaga
y me decepciona a la vez, me siento querida y al mismo tiempo como que
desconfía”.

• Comportamiento dominante del hombre en relación a su pareja mujer: En


realidad, todos los anteriores son también comportamientos dominantes, pero se

94
habla aquí de todo aquello que específicamente tiene que ver con la prohibición o
impedimento de que las mujeres puedan desarrollarse en las diferentes facetas de la
vida. Así, se incluyen en este apartado: Impedirle ver a sus amigas; limitar el
contacto con su familia carnal; insistir en saber dónde está en todo momento;
ignorarla o tratarla con indiferencia; enojarse con ella si habla con otros hombres;
acusarla constantemente de serle infiel; controlar su acceso a la atención para la
salud o a los recursos económicos.

Podríamos nombrar otros tipos de violencia contra las mujeres, como la violencia
económica (desigual acceso a los recursos económicos y/o propiedades compartidas),
estructural (barreras intangibles que impiden a las mujeres acceder a los derechos
básicos), política (cuando los hombres se rigen por el doble código de legitimar alguna
forma de violencia y al mismo tiempo combatir otras formas), espiritual (destrucción de
las creencias culturales o religiosas de las mujeres), simbólica (perpetuación de los
mecanismos socializadores e ideología de género tradicional) o social (atribuir un menor
valor a la posición social de las mujeres)2.
En España, en la ley 1/2017 de 17 de marzo, que modifica la ley 16/2003, de 8 de
abril, de Prevención y Protección Integral de las Mujeres Contra la Violencia de Género,
quedan incluidas todas las manifestaciones de violencia ejercidas sobre las mujeres por
el hecho de serlo que impliquen o puedan implicar daños o sufrimientos de naturaleza
física, sexual, psicológica o económica, incluidas las amenazas, coacción o intimidación
o privación arbitraria de libertad en la vida pública o privada. Se incluyen además, las
conductas que tengan por objeto mantener a las mujeres en la sumisión, ya sea forzando
su voluntad y su consentimiento o impidiendo el ejercicio de su legítima libertad de
decisión en cualquier ámbito de su vida personal.
En el artículo 3 se definen las formas de violencia de género como: Violencia física,
violencia psicológica, violencia sexual y abusos sexuales, violencia económica, y así
mismo se recogen diferentes manifestaciones de la violencia como: Violencia en la
pareja o ex-pareja, o el acoso en el ámbito laboral con sus diferentes tipologías, la trata
de mujeres y niñas, la explotación sexual, la violencia contra los derechos sexuales y
reproductivos, el matrimonio a edad temprana, concertado o forzado, la mutilación
genital y el feminicidio.
En definitiva, la violencia física, que provoca una agresión visible externamente, es
fácil de reconocer si quien la sufre no se empeña en negarla, a veces asustada u oprimida
por la dominación del hombre. Pero a menudo los daños no son tan evidentes. Incluso
quien los sufre está tan acostumbrada a los malos modos, a los comportamientos
agresivos, que disculpa, minimiza o justifica que un hombre tenga un momento de
descontrol. Pero la violencia contra las mujeres no es un hecho puntual ni anecdótico.

95
Por desgracia, forma parte de la cotidianeidad. Aprender a reconocerla y nombrarla
como tal, es una forma de evitar que la espiral de dolor continúe hasta la tragedia.

Abuso de poder del hombre sobre la mujer

Me detengo a estudiar la relación entre el poder y el género, ya que el tema que


subyace a la violencia contra las mujeres es el abuso del poder sobre otro, en este caso
una mujer con la que se vive, se convive o teóricamente se ama. En el capítulo sobre
inteligencia emocional ya hemos iniciado este aspecto, desde un sentimiento que existe o
puede existir en ambos. Ahora damos un paso más. El deseo de poseer que no se
controla, si es del hombre respecto a la mujer, se convierte fácilmente en violencia.
El diccionario de la RAE define abusar como hacer uso excesivo, injusto o indebido
de algo o de alguien. Distingue varios tipos de abuso: Abuso de autoridad, el que comete
un superior que se excede en el ejercicio de sus atribuciones; abuso de confianza, que
consiste en engañar o perjudicar a alguien que por inexperiencia, afecto o descuido le ha
dado crédito; abuso de derecho como ejercicio de un derecho en sentido contrario a su
finalidad propia y con perjuicio ajeno; abuso de posición dominante, que en el derecho
de la competencia, se refiere a actuación comercial prohibida que se prevale de una
situación de ventaja; abuso de superioridad, que es el abuso que consiste en el
aprovechamiento por la desproporción de fuerza o número; abuso sexual, delito
consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona
sin violencia o intimidación.
Es preciso acotar que el artículo del Código Penal que hace referencia al abuso sexual,
considera este delito diferente al de agresión sexual, que conlleva violencia. Está claro
que a fecha de hoy, la ley española ha quedado obsoleta y tiene un claro tinte patriarcal,
y que el Pacto de Estado contra la violencia de género, siguiendo el Convenio de
Estambul3, dará a luz una propuesta más justa. Esta es nuestra esperanza.
Como ya hemos visto, si extraemos características de varios tipos de abuso,
obtenemos lo que antes denominamos comportamiento dominante de un hombre en
relación a su pareja mujer. El abuso que se comete por razón de que uno es el hombre y
otra la mujer, o mejor dicho, porque uno ejerce algún tipo de poder excesivo por la
fuerza, la intimidación o el engaño, sobre otra persona que tiene menos fuerza física
(teóricamente), confía, se somete o no se revela por miedo, prevaleciendo una posición
de desigualdad, con o sin agresión física o sexual, es en definitiva, un abuso de género.
En “La noche temática”, programa de Televisión Española, se emitió el 23 de mayo de
2015, un documental de José Bourgarel, La sexualité des tyrans, en el que se analiza la
relación entre el poder y la sexualidad a través de los dictadores más conocidos de la

96
historia del siglo XX: B. Mussolini, A. Hitler, I. Stalin y Mao Zedong.
Podemos decir que el abuso de poder que ejercen en lo político también se extiende a
su vida privada. Mussolini “consume mujeres”, tiene muchas mujeres a sus disposición,
como si cuantas más mujeres conquistara más viril se considerara y más energía tuviera
para la ambición política. Una vez satisfecho su deseo, las “despacha”. Tiene una mujer
oficial, Rachele, con la que está casado 30 años, que es la representación de la perfecta
mamma italiana y mientras tanto dispone de numerosas amantes. Entre ellas destaca
Clara Petacci, por la influencia política que ejerce sobre él, y que él nunca reconocerá.
Hitler, en cambio, tuvo escasas relaciones. La primera con su sobrina y la segunda con
Eva Braun, la mujer más importante de su vida, con la que se casó justo antes de
suicidarse, y cuya presencia no toleraba en todo lo que se relacionara con la política,
dejándole sin papel alguno. Se ha dicho de Hitler que era un inválido afectivo que sin
embargo se rodeaba de mujeres muy guapas y que le satisfacía que lo piropearan. Le
gustaba mostrarse como el hombre siempre libre, no casado, con un gran poder seductor
sobre las mujeres. A diferencia de Mussolini, no es el cuerpo lo que expone como
símbolo, sino la palabra, construyendo su comunidad a través de la emoción. Hitler es el
ejemplo de quien pone la sexualidad y su energía al servicio del poder.
Stalin también vivirá solo para la política, invirtiendo la libido en el poder, pero era
muy desconfiado y necesitaba ser reconfortado permanentemente. Su forma de gozar era
dominar. Seducía a las mujeres de sus colegas para manipularlos. Como buen psicópata,
era duro con los demás y muy sensible consigo mismo. El más claro ejemplo es la
muerte (por suicidio no reconocido) de la más importante mujer de su vida, Nadezha
Aliluyeva. Stalin se preguntaba cómo podría haberle hecho esto a él, dejarle solo, y
nunca pensaba que él y sus actuaciones con el pueblo ruso eran la causa de su dolor.
Por último, Mao Zedong tuvo varias esposas, concubinas y amantes, y a todas las
trataba como objetos, aprovechándose de las personas y desechándolas cuando ya no le
servían. Abandonó a su primera y segunda mujer, repudió a la tercera que acabó en un
psiquiátrico, y la cuarta mujer, Jiang Qing, le sirvió para hacer el trabajo sucio de su
régimen. Mientras se promulgaba la igualdad de hombres y mujeres, a él le buscaban
concubinas para pasar el rato al más puro estilo del imperio chino tradicional. La doble
moral era practicada por este tirano, que pretendía que el pueblo invirtiera la energía en
el trabajo mientras él absorbía la energía de las mujeres disponiendo de ellas según se le
antojaba.
¿Cómo se vería la historia del lado de las mujeres abusadas, subyugadas de una
manera o de otra, forzadas, abandonadas, humilladas, traicionadas, ignoradas, dejadas de
lado en el gobierno, utilizadas e incitadas al suicidio? Ojalá pudieran contarlas, pero
todas murieron demasiado pronto. Muchas de ellas quizá nos sorprenderían dando la
razón a quien las sometió, o convirtiéndose en tiranas a su vez.

97
En 2014 se produjo en Nigeria el secuestro de más de 200 niñas, entre 12 y 17 años
por el grupo terrorista Boko Haram. Hoy sabemos que 82 niñas han sido liberadas.
Muchas han sido obligadas a casarse, han dado a luz. ¿Qué ha sido de sus vidas, rotas?
Violadas, privadas de su niñez, abusadas, coaccionadas, utilizadas por los varones.
Condicionadas para siempre, ¿volverán a estudiar?, ¿volverán a sentirse personas? Se
sospecha que algunas de ellas han sido vendidas en las redes de trata en países vecinos
como Chad y Camerún o utilizadas como terroristas suicidas en algún atentado. Lo cierto
es que 113 siguen en paradero desconocido y quizá nunca más volvamos a saber de ellas.
Muchas hoy dan testimonios de lo buena que es su vida, han hecho alianza con sus
secuestradores, defienden su misma causa, y esta es quizá la peor consecuencia del
abuso de poder: La anulación total de la otra persona, de su libertad, de su sentido
crítico, quebrantar sus cimientos hasta convertirla en feliz súbdita.
Responsables de millones de muertos y de torturados, estamos prevenidos para que no
resurjan dictadores. Pero siguen surgiendo dictaduras y políticas terroristas que aniquilan
la libertad de otros seres humanos. A pequeña escala, hemos de revisar también lo que
ocurre cuando ellos están en posiciones de poder institucional. ¿Se da algún rasgo de
abuso en cómo se relacionan con las mujeres de su entorno y con sus propias parejas? Si
al patriarcado subyacente se le añade un rol explícito de poder, existe más peligro,
hemos de prestar atención, mujeres y hombres.

¿Cómo explicar la violencia contra las mujeres?

Ha quedado claro que la violencia contra las mujeres es aquella que se dirige a las
mujeres por el hecho de serlo, y que en la base de la violencia está el abuso de poder del
hombre que considera a la mujer carente de derechos, de libertad frente a él. Esta
dinámica del poder, está presente en las actitudes violentas.
En la obra de E. Bosch, V. A. Ferrer, V. Ferreiro y C. Navarro, se expone un modelo
piramidal explicativo de cinco escalones hacia la violencia4. En él se plantea un primer
escalón que es el patriarcado, o sea el poder detentado por los varones históricamente
en la familia y en las instituciones importantes, en las que las mujeres han presentado un
papel de subordinación. En este modelo social, se atribuyen diferentes papeles a las
mujeres y a los varones, y se describe la masculinidad y feminidad con sus
características opuestas. Las mujeres tendrían, en este esquema, más capacidad intuitiva
y afectiva, y menos capacidad racional, siendo además más manipuladoras y peligrosas,
ya que con la exhibición de su sexualidad pueden seducir a los hombres.
El amor en el patriarcado es entendido como que el hombre merece más, por lo que se
apropia de los cuidados y cariños de una mujer. A su vez, se siente con la autoridad y

98
seguridad que necesitan para seguir ejerciendo el poder. El hombre entonces se apropia
del trabajo doméstico de la mujer y también de su dedicación emocional. Las
consecuencias para las mujeres es el exceso de responsabilidad, la obligación, sin tener
conciencia de ello, de que tenemos que darlo todo a los demás, especialmente a ellos y a
los hijos e hijas.
Sobre este caldo de cultivo, es decir sobre los estereotipos así construidos en relación
a los hombres y las mujeres, que en el fondo no hacen sino señalar la inferioridad y
subordinación de las segundas, la violencia, también distorsionada en su concepción, se
va a convertir en una forma de solucionar los conflictos.
El segundo escalón se trata de los procesos de socialización diferencial, sobre los que
ya hicimos referencia. En la forma de llegar a ser hombre o mujer está el hecho de que la
violencia se considera algo característico de ellos, mientras que las mujeres están
centradas en la vida afectiva y de cuidado. En este sentido, lo que se denomina “cultura
del honor”, legitima imaginariamente a los hombres para cometer actos violentos en
defensa de lo que consideran que es suyo, que les pertenece, o para afirmarse frente a sus
iguales.
El tercer escalón son las expectativas de control, es decir, las conductas destinadas a
controlar a las mujeres, que se producen en aquellos hombres que no cuestionan las
creencias y estereotipos, que no se sitúan en una postura crítica frente al patriarcado, que
no se desmarcan del uso de la violencia como solución. En este caso tratarán de
mantener su postura de privilegio, del modo que sea. Las ideologías de género, es decir,
el conjunto de creencias sobre los roles de hombres y mujeres y de las relaciones entre
ellos, sirven de legitimadoras para que ellos, en un determinado momento de conflicto,
se sientan hipotéticamente obligados a ejercer su dominio, así como que las mujeres
adopten una postura subordinada y dependiente.
En el cuarto escalón se sitúan los eventos desencadenantes. Cualquier situación que
provoca estrés, frustración, como puede ser el nacimiento de un hijo, el desempleo, una
enfermedad o una discusión de la vida diaria. En este sentido, el abuso de alcohol y otras
drogas pueden ser elementos desinhibidores, pero no constituyen la causa de la violencia
sino su facilitación. También, determinados rasgos de la personalidad, como la carencia
de habilidades sociales y de control de las emociones, pueden ser elementos que ayudan
a la conducta violenta. En este sentido, decimos que los celos patológicos, más
peligrosos en los hombres, unidos a esa cultura del honor a la que hacíamos referencia,
pueden ser el motor de una agresión de cualquier orden hacia la mujer.
En este escalón, los hombres tienen que afirmarse, sometiendo, tal vez por el
sentimiento de su propia fragilidad, puesto al descubierto por un acontecimiento
concreto, estresante. Necesitan demostrar su hombría. Se sienten impotentes.

99
El quinto escalón es el estallido de la violencia en sus diversas formas, que como
sabemos conducen a la muerte en numerosos casos (en España, según las cifras
registradas desde hace 10 años, unas 50 mujeres mueren al año por esta causa).
Un reflejo cinematográfico de la violencia en la pareja, atravesando estos escalones, se
refleja ilustrativamente en la película Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín, de 2003. En ella
se ve cómo él muestra ese comportamiento ambiguo que tanto confunde, sus
declaraciones de amor, sus frases impactantes, sus apelativos cariñosos, los regalos, el
“no puedo vivir sin ti”. El entorno juega un papel muy significativo: La familia vive un
pacto de silencio. Las personas, amigas, que dicen lo que la protagonista no quiere oír,
no son escuchadas. La víctima tarda mucho tiempo en reconocer el maltrato, atrapada
por el sexo y por el mito del amor romántico, unido a tanta idea irracional. El agresor
necesita tener el control, y es más agresivo cuando siente que ella se emancipa, cuando
tiene otros intereses. La humilla, le hace sentir de menos, la controla, la agrede… Todo
para conseguir responder al juego de las expectativas ilusorias: “Te lo doy todo y tú a
mí”, con tal de mantener lo que cree que posee.

Penetrando en las razones de la sinrazón

En la escalada de violencia en la pareja, los mitos del amor romántico, construidos


como una forma de control del patriarcado, son el substrato. Las ideas citadas en relación
a que la felicidad solo se encuentra en relación a otra persona, que el amor es todo, o que
por el amor hay que aguantar lo que sea y justificarlo todo, son comunes. Por eso,
algunas víctimas tienen tantas dificultades en salir de la relación abusiva. Maltratador y
víctima están “pillados” y en el enganche insano sabemos que ellas sufren las peores
consecuencias.
Hasta lograr nombrar el maltrato y la violencia como tal y combatirlo puede existir un
periodo en el que se buscan excusas de cualquier tipo para mantenerse unidos. El miedo
al vacío se hace insoportable. Desde dentro, las mujeres se repiten pensamientos
engañosos como “en el fondo me quiere”, “controlo la situación”, “el equilibrio entre
ventajas y desventajas me es favorable”, “los demás dicen que somos tal para cual”.
Pensamientos que empujan a no romper las tramas insostenibles de acoso psicológico
y/o físico que atentan contra nuestra dignidad. No es fácil reconocerlo y a veces el
proceso de reunir las fortalezas necesarias para dar un paso definitivo es largo y tortuoso.
A través de las leyendas que transmite el cine y las novelas, se nos ha servido una
especie de asociación entre el deseo sexual y la violencia, que creo que no favorece la
visión del amor libre. Así, las tendencias sadomasoquistas estarían justificadas siempre
que impere el consentimiento, que sean concebidas como juego. Sin embargo, nada más
lejos del amor y del deseo que hemos presentado. La violencia en el ámbito de la

100
relación de pareja no es producto del deseo y nada tiene que ver con el amor. La
violencia está en el espíritu del violento. La agresividad no es deseo. Por más que la
experiencia del deseo sea intensa, enajenante en el sentido de que centra completamente
la atención, no es agresión, no tiene porqué convertirse en violencia. El deseo ligado al
amor no es lo que mueve a quién quiere manipular o poseer o dominar a otro de
cualquier forma.
Rita Laura Segato, en La guerra contra las mujeres5, explica cómo ha penetrado el
patriarcado hasta el extremo en la sociedad, hoy día ligado a una esfera paraestatal, en la
que se concentra una enorme riqueza y que sigue sus propias normas, más allá de las
leyes. En ese mundo paralelo, sin el control de los Estados, el patriarcado permanece
incombustible, ya que es la estructura más arcaica y mantenida de la humanidad, origen
de todas las desigualdades. A este nivel, el cuerpo de las mujeres es considerado la
primera colonia, la primera propiedad.
La autora estudia las muertes de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, en el estado
de Chihuahua, en la frontera norte de México, unidas al neoliberalismo feroz que asoló
los márgenes de la frontera con EEUU. La gran frontera del tráfico de cuerpos y del
tráfico de droga. Desde 1993 hasta nuestros días, se secuestra a mujeres jóvenes, se las
tortura, se las viola, se las mutila, se las mata, se culpa a personas inocentes, mientras los
autores, vinculados con grandes propietarios, permanecen impunes.
El uso y abuso del cuerpo de estas mujeres pretende, según Segato, aniquilar la
voluntad de la víctima. La violación, dada la función de la sexualidad, tiene una alto
contenido simbólico como dominación física y moral de las mujeres. Violar es el acto de
apropiar. Además, supone lanzar un mensaje a los pares: La mujer violada es el ritual
iniciático para pertenecer al grupo. La muerte de las mujeres es la señal máxima del
dominio.
El feminicidio hunde así sus raíces en el significado de territorio atribuido al cuerpo de
la mujer. Y qué mejor cuerpo, refiere la autora, que el de la mujer pobre, mestiza, hija y
hermana de otros pobres y mestizos. Las mujeres, en esta forma de guerra, se han
convertido en un objetivo estratégico.
La relación entre violencia, patriarcado, negocios al margen de la ley que mueven más
economía que la que está controlada estatalmente, indica que existen causas estructurales
en la violencia de género que también hay que abordar.

1. Datos visitados en la página de ONU-mujeres en abril de 2018.


2. BOSCH, E.; FERRER, V. A.; FERREIRO, V. y NAVARRO, C., La violencia contra las
mujeres. El amor como coartada. Barcelona, Anthropos, 2013, p. 247.

101
3. El Convenio de Estambul es el texto internacional considerado el marco jurídico
más completo en materia de violencia contra las mujeres y las niñas. En él se
considera violación la penetración no consentida con carácter sexual del cuerpo de
otra persona, haya o no violencia.

4. BOSCH, E.; FERRER, V. A.; FERREIRO, V. y NAVARRO, C., La violencia contra las
mujeres. El amor como coartada. Barcelona, Anthropos, 2013, p. 262-293.
5. SEGATO, R. L., La guerra contra las mujeres. Madrid, Traficantes de sueños, 2016,
pp. 33-57.

102
Epílogo
La ilusión-esperanza o la dinámica de la fuente

No podría finalizar este recorrido sin hacer mención a una emoción/sentimiento, que
proporcione un rayo de luz ante las dificultades. Hablar de la parte luminosa de la vida,
descubrir su poder, es el mejor antídoto contra la oscuridad que a veces se cierne sobre el
corazón.
Propongo ilusión, que no sea falsa. Una ilusión conectada con la esperanza que tiene
que ver con la experiencia mística de la mujer y hombre sedientos, que buscan y
persiguen la plenitud, también y sobre todo en el amor. Certeramente lo expresa el
poema de San Juan de la Cruz titulado Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios
por fe1, en los siguientes fragmentos:
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.
En esta noche oscura de la vida,
que bien sé yo por fe la fonte,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé pues no lo tiene,
mas sé que todo origen della viene,
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della,
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche…

¡Cuánta belleza inspirada! Caminar en la incertidumbre de la vida y del amor, no es


fácil. Sin embargo, nos guía la confianza de que hay un agua para saciarnos, vida para
ser vivida, amor para ser compartido, de mejor calidad que el que disfrutamos en el
presente.

103
¿Qué sería mi vida sin la ilusión con la que voy de la mano? El diccionario de la RAE,
en una primera acepción, dice que ilusión es “concepto, imagen o representación sin
verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por el engaño de los
sentidos”.
Reconozco que fui una niña y adolescente ilusionada, como “con zapatos nuevos”, que
se ha creído todos los cuentos de hadas, pensando que la felicidad era cumplir los sueños
idílicos. Opiniones engañosas. Empezando por las pequeñas traiciones, y acabando por
la misma muerte que en mi familia se presentó temprano, aquellas primeras ilusiones se
me fueron haciendo pedazos. Tal vez, entonces, las ilusiones eran nubes espumosas en
las que cabalgar para poder atravesar el valle misterioso de los primeros años con un
poco menos de inseguridad.
¡Cuántas veces nos hacemos ilusiones engañosas, de las cosas o de las personas,
imaginando que una amistad o un compañero, lo sería siempre y en todo lugar, que no
era posible el desamor, o que si eras buena con él, la vida te recompensaría! Qué sabio se
mostraba F. Quevedo, apoyándose en los autores griegos y curioso precursor de los
psicólogos actuales que hablan de las ideas irracionales, cuando decía: No son las cosas
mismas las que al hombre alborotan y espantan, sino las opiniones engañosas que tiene
el hombre de las mismas cosas… Por esto, cuantas veces tu seso turbaren ilusiones,
culparás a tus propias opiniones y no a las cosas mismas, ya propias, ya ajenas…
No es descabellado relacionar la ilusión con la esperanza, porque la segunda acepción
de la palabra ilusión, tiene que ver con la “esperanza cuyo cumplimiento parece
especialmente atractivo”. Sin ilusión sería solo una máquina, algo inerte, vacío, sin
sentido. Quizá aún sigue repiqueteando con sus fantasías la niña que hay en mí. Canta
cada mañana al ritmo de los vencejos de primavera, sin dejar de escuchar, mientras tenga
oído, los sonidos de la vida que se abre paso alrededor en señal de resurrección. Esa niña
ahora consciente, es imprescindible, porque sigue asombrándose, quedándose
boquiabierta por las margaritas del campo, ahora, eligiendo lo que es.
Las mujeres, que somos seres capaces de la maternidad, seamos o no madres, sabemos
lo que significa esperar con ilusión, dejar que se acelere el corazón, esperar otra vez
porque la anterior no pudo ser plena, y volver a esperar porque quizá esta vez tampoco.
A veces acallamos la ilusión, para protegernos, esperando para no sentirnos defraudadas,
para que no nos hieran otra vez, para que los malos espíritus no se den cuenta de que
llevamos fuego por dentro, capaz de encender mil hogueras. Los ojos nos brillan.
Cualquiera salvo los ciegos del alma, se daría cuenta de que vivimos con la niña
imprescindible aún asomada a las ventanas del mundo.
¿De dónde nace esta ilusión, que es esperanza a la vez, para las mujeres? El mucho
tiempo sin voces, en la soledad de la mujer sola, me hace pensar que hay una fuente. Sí,
creo en la fuente como opción de vida. Esa fuente de la vitalidad, que mana y corre, y

104
que está ahí, aunque sea de noche. En los buenos momentos, en los días alegres de sol,
cuando las circunstancias son propicias, la fuente es visible, como una catarata. El agua
cae y te moja, y es evidente el sentido. Desborda por todas partes, empuja, llena, y
arranca nueva ilusión.
En los días grises, tristes, o ante las adversidades, la fuente parece que esté seca, que
haya desaparecido, que no haya existido jamás. No soy capaz de percibir su música, no
hay luz ni flores, no hay nada. En esos momentos, necesito que alguien me recuerde que
la fuente está. Que me den testimonio los que la están viendo. A veces, tal vez puedo
recordar que estuve allí, que la fuente no deja de manar, inagotable, insistente,
permanece y está, aunque yo no la vea. Tal vez entonces incluso es más cierta porque es
más necesaria, y sean mis ojos los que están vendados o enceguecidos.
“Lo que embellece al desierto, dijo el principito, es que esconde un pozo en cualquier
parte”… “Lo que me emociona tanto de este principito es su fidelidad por una flor, es
la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara”…2. Ambas
ideas del maravilloso libro, me recuerdan que sea de día o de noche, hay belleza porque
hay sentido, aunque a veces esté escondido. El amor en pareja, en cualquiera de sus
estaciones, si pasa por el tamiz de la no posesión, si es libre, nos hace resplandecer,
porque el otro, de alguna manera, brilla en mí y viceversa.
Las mujeres junto a los niños, que en tantos países son los porteadores del agua, saben
bien que hay fuente, aunque es de noche. De la fuente, pequeña, discreta y comunitaria,
depende el guiso de ese día, el agua para beber y lavarse. Después tienen que seguir con
el duro día, pero primero hay que caminar a la fuente. En estos tiempos maduros, en los
que vamos avanzando a trompicones, con desilusiones y corazones rotos, mantenemos la
secreta esperanza de que, imperceptiblemente tal vez, caminamos hacia la fuente, hacia
una fuente mayor que nos dará el agua que nos sacie, esta vez sí, porque la esperanza ha
cambiado de dirección y ansía otro agua.
Las mujeres, seres comunitarios por excelencia, hemos cambiado el destino de la
flecha lanzada por la ilusión. No perdemos la ilusión, solo que ahora la ponemos en otras
cosas más justas y necesarias: Compartir un proyecto. Generar pensamientos
alternativos. Amar con menos cadenas. Educar sin proyectar los fracasos. Disfrutar más
de la Creación en todos los sentidos. Nos llamarán ilusas, cuando creemos en cambiar la
historia en esta generación y avanzar en un mundo con cargas más repartidas
igualitariamente, sin violencias ni opresiones.
Las mujeres sabemos de la sed de la justicia, del deseo de coherencia, de la vida en
igualdad y con sentido, de sortear obstáculos y de sentirnos solidarias con las mujeres
más oprimidas de la tierra, y con ellas van todos los que sufren. Nos estamos poniendo
en pie cada mañana, con un dolor aquí, con un remiendo por allá, y estamos trabajando

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cada día, en tareas pequeñas y grandes, para que sea posible una humanidad más plena.
La tercera acepción de la palabra ilusión es “viva complacencia en una persona, una
cosa, una tarea…” y eso es quizá lo que podemos aportar, la llama encendida de la
ilusión, que ya no es vana, porque no está puesta en los cuentos de hadas, en las
princesas felices, en los sueños que se nos transmitieron en la infancia para preservar un
sistema en el que las mujeres están ocultas, o sometidas, o confundidas en la ilusión falsa
de que el amor a un varón nos completa o la maternidad es lo único que puede
realizarnos plenamente.
La ilusión como esperanza, me hace pedir hoy un deseo para todas las mujeres y
hombres que atraviesan dificultades y sufrimiento: Pongámonos en pie con la certeza de
que encontraremos la fuente. Utilizando lo que nos queda de niñas capaces de asombro y
de verdad, pero ahora sin dejar que el contenido de la ilusión sea lo que mandan los
cánones del patriarcado. También en el amor, pongámonos en pie, hay amor de buena
calidad, es posible, no tiraremos la toalla.
Buscaremos la fuente, el sentido, la plenitud, mujeres y hombres, aunque a veces sea
de noche, en los trasiegos del amor.

1. Recogido en Obras Completas de San Juan de la Cruz. 6º edición, Madrid,


Editorial de Espiritualidad, 2009, p. 78.
2. DE SAINT-EXUPÉRY, A., El Principito, Salamandra, Barcelona 2006, p. 78. (El
original en francés es de 1946).

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Acerca de la autora

Rosa María Belda es en la actualidad médico de familia y profesora colaboradora del


Centro de Humanización de la Salud de los Religiosos Camilos. Coordina el Centro de
Escucha San Camilo de Ciudad Real, participa en el Grupo de Mujeres y Teología de
Ciudad Real y desarrolla tareas de voluntariado en Cáritas, institución en la que ha
desempeñado tareas de dirección durante 15 años.
Es máster en bioética. Ha publicado entre otros: Mujeres, gritos de sed, semillas de
esperanza; Gestión con Corazón y Toma de Decisiones, del proceso interior a la práctica
ética.

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