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Violencia patriarcal al interior de las organizaciones políticas

Melissa Sepúlveda Alvarado

Últimamente han salido a la luz pública casos de acoso sexual dentro de las organizaciones
políticas de la izquierda del territorio. Esta situación lejos de ser un acontecimiento nuevo, son
hechos repetitivos a lo largo de la historia militante de las mujeres. Debido a la lucha y denuncia
incansable de compañeras feministas es que hoy este y otros tipos de violencia patriarcal hacen
ruido.

Más allá de las sanciones que se ejecuten a quienes ejercen este tipo de conductas, es
importante analizar profundamente las causas, superando la generalidad de achacárselas al
patriarcado y sistematizando las experiencias para juntas ir construyendo alternativas de
autodefensa. La capacidad que tengamos de erradicar este tipo de prácticas depende
directamente de la capacidad que tengamos de identificarlas y de comprender sus dimensiones.

El separatismo es un aspecto fundamental de la lucha feminista y es posible desarrollar


esta estrategia también en espacios mixtos, pues en parte se trata de abandonar las premisas del
patriarcado en torno a la organización de las mujeres que intentaré exponer en este texto.

El acceso al cuerpo de la mujer y la sexualización de las mujeres en el espacio público

Nunca es fácil reconocer íntima o públicamente que hemos sido objeto de violencia sexual,
es más, muchas de las situaciones que hace un tiempo nos parecían de lo más natural, hoy las
cuestionamos profundamente, pues nos hemos hecho conscientes de que el patriarcado opera
justamente ahí, en lo que se ha validado como “natural”.

El hombre cree (consciente o inconscientemente) que puede acceder al cuerpo de la


mujer. Esta afirmación se ha traspasado de diferentes formas de generación en generación, tanto
en hombres como en mujeres, creando todo lo que hoy denominamos “cultura de la violación”. La
organización política se estructura bajo similares ordenamientos culturales que la sociedad
patriarcal en general y si no estamos conscientes de esto, no es posible plantear un ordenamiento
distinto. El acoso y abuso sexual dentro las organizaciones políticas responden al mismo problema
de la “cultura de la violación”, es un continuo de violencia, y no existe una distancia radical entre
la insistencia de un beso rechazado y la penetración no consentida. Son particularmente
problemáticos los ambientes festivos, “carretes” donde comparten militantes, el uso de drogas y
alcohol parecieran justificar toda conducta. La desinhibición de los psicotrópicos destapan de
manera más brutal la primera afirmación: “El hombre puede acceder al cuerpo de la mujer”, es
entonces cuando el baile se transforma en acoso y el dormir al lado de un “compañero” se
convierte en abuso.

Este tipo de conductas afortunadamente están siendo ampliamente rechazadas en los


espacios organizativos, sin embargo, lo que está detrás del acceso irrestricto al cuerpo de la mujer
es un terreno que es más difícil de problematizar. La incorporación de la mujer al espacio público
lejos de emanciparla y hacerla co-constructora de la sociedad, dentro de la sociedad patriarcal, la
ha mantenido en un lugar específico: la reproducción, por ende, la sexualidad. Por ejemplo, en el
trabajo, los temas que rodean a las mujeres son: vestimenta y maquillaje en función de la
conquista, crítica descarnada a las relaciones sexo-afectivas que establecen, cómo el éxito en sus
trabajos responde a esas relaciones sexo-afectivas, conflictos entre mujeres a raíz de relaciones
con hombres, etc. Podemos denominar a este fenómeno “Sexualización de las mujeres en el
espacio público”. Algo similar ocurre dentro de las organizaciones políticas, las mujeres seguimos
siendo relegadas al ámbito sexual, temas que habitualmente son considerados de orden
“personal” y no “político”. Desde el feminismo afirmamos que lo personal es político, por lo tanto
debe ser tema a tratar dentro de las organizaciones. Somos violentadas al ingreso de una
organización cuando la primera reacción que genera tu llegada son mensajes a tu teléfono o redes
sociales para “ir por una cerveza a conversar de política”, en las formas de saludo, cuando a través
de redes sociales recibimos opiniones no consultadas sobre nuestros cuerpos, nuestra vestimenta,
etc., cuando los hombres de la organización comentan entre ellos sobre las características físicas
de las compañeras, cuando tenemos una pareja dentro de la organización y se asume que él ya
influenció todas tus reflexiones políticas, algo que incluso algunos denominan “cuadrársela en la
cama”.

Hostilidad y manipulación entre mujeres militantes

La violencia patriarcal no es sólo ejercida por bio-hombres, desafortunadamente el boicot


a nuestras pretensiones revolucionarias feministas muchas veces viene desde nosotras mismas. Es
así como muchas veces lejos de construir redes de sororidad, hemos hecho de la organización un
lugar aún más hostil para otras compañeras, a raíz de problemas por relaciones sexo-afectivas,
rumores que no fuimos capaces de confrontar en el momento preciso, conflictos no resueltos, etc.

Por otra parte, no podemos negar que el área de las emociones es fundante de nuestra
praxis militante tanto de mujeres como de hombres. La negación sistemática de las emociones por
parte de la izquierda, buscando racionalidad y cientificidad absoluta para el análisis de la realidad,
oscurece nuestras habilidades políticas y hace que la manipulación sea invisible a nuestros ojos.
Lamentablemente hemos visto como mujeres que ostentan cargos o antigüedad militante utilizan
la admiración y respeto de sus compañeras a través de la manipulación emocional para ponerlas a
su favor frente a situaciones conflictivas, poniendo a mujeres en contra de otras mujeres,
promoviendo la violencia patriarcal entre mujeres. Son situaciones complejas de tratar, sin
embargo, podemos afirmar que la confrontación es una herramienta feminista clave y desde una
óptica constructiva permite allanar el camino para la sororidad.

¡Ojo! Ninguna está libre de cometer este tipo de conductas, pues justamente lo que nos
enseñó el patriarcado desde pequeñas es a odiarnos entre mujeres, lo que no podemos dejar de
lado es la autocrítica y la revisión sincera de nuestras prácticas.

Homo-lesbo-transfobia en las organizaciones

¿Cuántas militantes LGTBI (Lesbianas, gays, trans, bisexuales, intersexo) hay en tu


organización? Es la primera pregunta que debemos hacernos para analizar este punto. Las
organizaciones políticas de la izquierda representan un espacio hostil para mujeres y personas
LGTBI. No se requieren agresiones intencionadas o groseras, la invisibilización de las demandas a
la hora de discutir política, la utilización de lenguaje poco inclusivo o francamente discriminatorio
en documentos, la masculinización de los espacios organizativos donde hay un prototipo de
militante ideal que es “masculino” implican anular las posibilidades de que personas LGTBI se
desarrollen dentro de las organizaciones de izquierda. Ese militante prototipo que se ha
construido, y que por lo tanto es posible de-construir, es incapaz de callar en una asamblea para
permitir la expresión de las voces más débiles, pues quiere ganar su posición a toda costa, es
incapaz de dar un paso al costado para promover que sean mujeres y LGTBI quienes asuman
cargos de coordinación, que les permita crecer como militantes e imprimir su óptica en las
prioridades de la organización. Ese militante prototipo se autodefine como heterosexual cada vez
que es interpelado por el feminismo y es incapaz de reflexionar sobre la heterosexualidad como
régimen político y desconoce que autoproclamarse heterosexual, lejos de ser sólo la decisión de
mantener relaciones sexo-afectivas con quien desee, es una defensa al régimen que mantiene la
superioridad de hombres sobre mujeres en la relación patriarcal binaria. Tal definición sólo busca
afirmar aquella masculinidad irrestricta que asegura la posición de privilegios que el patriarcado
les entrega.

Es fundamental que cada militante de manera individual y colectiva pueda revisar cuan
integradora es su praxis dentro de la organización, pues la masculinización de la política se expresa
de múltiples formas. Somos todos y todas responsables de transformar las organizaciones, no es
justo exigirles a estes militantes que realicen constantemente un ejercicio de resistencia estoico
como tuvo que hacer Lemebel dentro del partido comunista.

Familia, relaciones de pareja y maternidad

La falta de interés de la política de la izquierda en hacerse cargo de las relaciones


interpersonales permite que ese terreno esté completamente al arbitrio de los diferentes sistemas
de dominación que interseccionalmente se articulan. Invisible a los análisis del capital-trabajo se
consolidan las relaciones de poder más allá de lo económico y con estructuras sociales que las
hacen indispensable para la sociedad, como es el caso de la familia. La familia, nuestro primer
espacio de socialización, funciona como escuela del sometimiento, primero el padre, luego el
Estado, es decir la familia es un pequeño Estado. Lo que ocurre en las organizaciones políticas,
hasta ahora incapaces de politizar esta área de la vida, es que se replican esas estructuras de
dominación y es evidente cuando hay dos o más miembros de una familia en una organización.
Particularmente las “hermanas menores de” sufren constantemente la invalidación de sus
reflexiones políticas de la misma manera como ocurre en casa, tanto por ser mujeres como por
ser menores.

Por otra parte es muy frecuente que se desarrollen relaciones de pareja en las
organizaciones políticas, lo que muchas veces constituye un problema a la hora de construir una
organización antipatriarcal. Hemos sido testigo de casos de extorsión emocional ligados a cargos
de coordinación o frente a la ruptura de la pareja típicamente es el hombre quien continúa
militando, quien tiene más redes dentro de la organización, tiene mayor sentido de pertenencia,
pues en las organizaciones masculinizadas lógicamente las compañeras habitualmente nos
sentimos incómodas, fuera de lugar, aún menos parte fundante y fundamental del espacio.

La llegada de un nuevo o nueva integrante a las familias militantes son otro gran ejemplo
de cómo la lógica de la familia patriarcal se impone frente al deseo de militancia y participación. Es
la mujer quien queda en casa realizando las tareas domésticas y de cuidado, el hombre continúa
con plena participación dentro de la organización. La falta de prioridad a la discusión sobre crianza
colectiva ha impedido avances para que los espacios de militancia permitan compatibilizar las
tareas del cuidado con la crianza de niños y niñas. Esto implica reflexionar sobre un terreno
incómodo, las hasta ahora incuestionables “decisiones personales”; familia, parejas, infancia,
implica entre todas y todos repensar los vínculos afectivos, la gestión del cuidado, reconocer que
estamos siendo incoherentes en nuestra praxis, que debemos cambiar radicalmente la forma de
organizar la sociedad, ¡uf! No es fácil entrar en esas arenas, pero es una tarea fundamental. No
sólo el sindicato o el espacio educativo es nuestro espacio de inserción política, lo es cada lugar en
el que nos desenvolvemos: familia, amistades, organizaciones, trabajo, todos los días, toda la
semana.

Violencia simbólica en la praxis política

La violencia simbólica atraviesa todos los campos antes descritos, sin embargo, creo
importante destacar algunas cosas que son habituales, pues es la cotidianidad masculinizada la
que va mermando nuestra incorporación y es la responsable de que generalmente las mujeres
tengamos un pie dentro y otro fuera de las organizaciones políticas.

Son las asambleas o espacios de resolución política donde levantar la voz es la forma de
defender tu postura, es decir, “el que grita más fuerte gana”, lejos de la construcción colectiva
enriquecida que pueda generar el encuentro de perspectivas diferentes prevalece la lógica de la
competencia, del más fuerte, de la satisfacción ególatra de ganar una posición, donde tienen
cabida todo tipo de expresiones e ironías, muchas veces homo-lesbo-transfóbicas. Y si bien es una
conducta mayoritariamente ejercida por hombres, mujeres que hemos sido formadas en estos
espacios masculinizados hemos aprendido a hacer valer nuestra voz de esta manera.

Otra situación frecuente en las organizaciones de la izquierda es la construcción de redes


de poder entre hombres, no son formales, se dan a través de la inserción de militantes por
amiguismos, en la discusión y definición política dentro de espacios informales que luego
repercuten en la organización, y que se expresa ampliamente en el enfrentamiento de las
situaciones de acoso sexual. Entre ellos se protegen, inmediatamente instalan un manto de duda
frente a la denuncia de una compañera, ponen el tiempo a su favor dilatando los procesos (tiempo
en el cual las compañeras se aíslan y se alejan), en general ellos están más integrados a las
organizaciones, poseen cargos, tienen amistades.

Incluso en la reciente incorporación de paridad en los cargos de coordinación política


podemos ver que son los compañeros quienes definen los tiempos y prioridades de la
organización, dónde se realizan las reuniones, cómo se darán las discusiones, en definitiva ellos “la
llevan”. Muchos se preguntan ¿por qué las compañeras no denuncian estas situaciones o imponen
radicalmente una manera diferente de hacer las cosas?, no es tan fácil combatir 5000 años de
historia patriarcal, mi pregunta es ¿Están dispuestos compañeros a dar un paso al costado para
que nosotras ocupemos un lugar fundamental dentro de la organización política, aún más, para
que la liberación de la mujer ocupe un lugar fundamental en la lucha revolucionaria?

Podemos afirmar que las organizaciones políticas de la izquierda hoy no son espacios
seguros para las mujeres, por lo que muchas compañeras están optando por alejarse de ellas y
construir organizaciones exclusivamente de mujeres. Otras compañeras están dando la batalla al
interior de sus organizaciones, sin afirmar que uno u otro es el camino correcto, este documento
tiene la intención de contribuir a nuestra formación militante como feministas revolucionarias, sea
donde sea estemos desarrollando nuestra praxis violeta.

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