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Últimamente han salido a la luz pública casos de acoso sexual dentro de las organizaciones
políticas de la izquierda del territorio. Esta situación lejos de ser un acontecimiento nuevo, son
hechos repetitivos a lo largo de la historia militante de las mujeres. Debido a la lucha y denuncia
incansable de compañeras feministas es que hoy este y otros tipos de violencia patriarcal hacen
ruido.
Más allá de las sanciones que se ejecuten a quienes ejercen este tipo de conductas, es
importante analizar profundamente las causas, superando la generalidad de achacárselas al
patriarcado y sistematizando las experiencias para juntas ir construyendo alternativas de
autodefensa. La capacidad que tengamos de erradicar este tipo de prácticas depende
directamente de la capacidad que tengamos de identificarlas y de comprender sus dimensiones.
Nunca es fácil reconocer íntima o públicamente que hemos sido objeto de violencia sexual,
es más, muchas de las situaciones que hace un tiempo nos parecían de lo más natural, hoy las
cuestionamos profundamente, pues nos hemos hecho conscientes de que el patriarcado opera
justamente ahí, en lo que se ha validado como “natural”.
Por otra parte, no podemos negar que el área de las emociones es fundante de nuestra
praxis militante tanto de mujeres como de hombres. La negación sistemática de las emociones por
parte de la izquierda, buscando racionalidad y cientificidad absoluta para el análisis de la realidad,
oscurece nuestras habilidades políticas y hace que la manipulación sea invisible a nuestros ojos.
Lamentablemente hemos visto como mujeres que ostentan cargos o antigüedad militante utilizan
la admiración y respeto de sus compañeras a través de la manipulación emocional para ponerlas a
su favor frente a situaciones conflictivas, poniendo a mujeres en contra de otras mujeres,
promoviendo la violencia patriarcal entre mujeres. Son situaciones complejas de tratar, sin
embargo, podemos afirmar que la confrontación es una herramienta feminista clave y desde una
óptica constructiva permite allanar el camino para la sororidad.
¡Ojo! Ninguna está libre de cometer este tipo de conductas, pues justamente lo que nos
enseñó el patriarcado desde pequeñas es a odiarnos entre mujeres, lo que no podemos dejar de
lado es la autocrítica y la revisión sincera de nuestras prácticas.
Es fundamental que cada militante de manera individual y colectiva pueda revisar cuan
integradora es su praxis dentro de la organización, pues la masculinización de la política se expresa
de múltiples formas. Somos todos y todas responsables de transformar las organizaciones, no es
justo exigirles a estes militantes que realicen constantemente un ejercicio de resistencia estoico
como tuvo que hacer Lemebel dentro del partido comunista.
Por otra parte es muy frecuente que se desarrollen relaciones de pareja en las
organizaciones políticas, lo que muchas veces constituye un problema a la hora de construir una
organización antipatriarcal. Hemos sido testigo de casos de extorsión emocional ligados a cargos
de coordinación o frente a la ruptura de la pareja típicamente es el hombre quien continúa
militando, quien tiene más redes dentro de la organización, tiene mayor sentido de pertenencia,
pues en las organizaciones masculinizadas lógicamente las compañeras habitualmente nos
sentimos incómodas, fuera de lugar, aún menos parte fundante y fundamental del espacio.
La llegada de un nuevo o nueva integrante a las familias militantes son otro gran ejemplo
de cómo la lógica de la familia patriarcal se impone frente al deseo de militancia y participación. Es
la mujer quien queda en casa realizando las tareas domésticas y de cuidado, el hombre continúa
con plena participación dentro de la organización. La falta de prioridad a la discusión sobre crianza
colectiva ha impedido avances para que los espacios de militancia permitan compatibilizar las
tareas del cuidado con la crianza de niños y niñas. Esto implica reflexionar sobre un terreno
incómodo, las hasta ahora incuestionables “decisiones personales”; familia, parejas, infancia,
implica entre todas y todos repensar los vínculos afectivos, la gestión del cuidado, reconocer que
estamos siendo incoherentes en nuestra praxis, que debemos cambiar radicalmente la forma de
organizar la sociedad, ¡uf! No es fácil entrar en esas arenas, pero es una tarea fundamental. No
sólo el sindicato o el espacio educativo es nuestro espacio de inserción política, lo es cada lugar en
el que nos desenvolvemos: familia, amistades, organizaciones, trabajo, todos los días, toda la
semana.
La violencia simbólica atraviesa todos los campos antes descritos, sin embargo, creo
importante destacar algunas cosas que son habituales, pues es la cotidianidad masculinizada la
que va mermando nuestra incorporación y es la responsable de que generalmente las mujeres
tengamos un pie dentro y otro fuera de las organizaciones políticas.
Son las asambleas o espacios de resolución política donde levantar la voz es la forma de
defender tu postura, es decir, “el que grita más fuerte gana”, lejos de la construcción colectiva
enriquecida que pueda generar el encuentro de perspectivas diferentes prevalece la lógica de la
competencia, del más fuerte, de la satisfacción ególatra de ganar una posición, donde tienen
cabida todo tipo de expresiones e ironías, muchas veces homo-lesbo-transfóbicas. Y si bien es una
conducta mayoritariamente ejercida por hombres, mujeres que hemos sido formadas en estos
espacios masculinizados hemos aprendido a hacer valer nuestra voz de esta manera.
Podemos afirmar que las organizaciones políticas de la izquierda hoy no son espacios
seguros para las mujeres, por lo que muchas compañeras están optando por alejarse de ellas y
construir organizaciones exclusivamente de mujeres. Otras compañeras están dando la batalla al
interior de sus organizaciones, sin afirmar que uno u otro es el camino correcto, este documento
tiene la intención de contribuir a nuestra formación militante como feministas revolucionarias, sea
donde sea estemos desarrollando nuestra praxis violeta.