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INFANCIA
INDICE
Nota: Una parte de estes apuntes están extraídos del libro de Nuria Prat y Marisa del Rio.
“Desarrollo Socioafectivo” (2009) Barcelona, España: Editorial Altamar.
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No existe una teoría única o dominante desde la cual abordar la afectividad. Al tratar
de estudiarla nos encontramos con conductas muy variadas, como son los conceptos
de dependencia, hostilidad, miedo, agresión, ira, ternura, amor, pasión,
identificación, ... que están motivadas por emociones y sentimientos. Podemos
definir la AFECTIVIDAD o vida afectiva como los estados que nos afectan
agradable o desagradablemente.
Los estados afectivos, aunque a veces son difíciles de delimitar, se clasifican en:
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* DOMINANTE: La vida del recién nacido está bajo la dependencia del afecto.
PREGUNTA EXAMEN
Durante los seis primeros meses de vida existe una BIPOLARIDAD en los
estados afectivos que domina sensiblemente en número e intensidad. Es decir, habría
por una parte un polo positivo asociado a un estado de PLACER, AGRADO y un polo
negativo relacionado con un estado de DOLOR y DESAGRADO.
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El desarrollo emocional es modulado por el contexto familiar y más tarde por los
iguales. El lenguaje juega un papel decisivo ya que permite nuevas formas de expresión
de sus sentimientos. Uno de los aspectos fundamentales en la infancia es la progresiva
toma de conciencia de las EMOCIONES que supone la comprensión emocional y de sus
causas (reconocimiento de expresiones faciales, saber inferir emociones de los otros...).
Durante los dos primeros meses de vida las expresiones emocionales del bebé no se
muestran sistemáticamente adecuadas a la situación o estímulo (por ejemplo, sonríen
dormidos, reaccionan con sorpresa ante lo nuevo y familiar...). Los bebés comienzan a
diferenciar expresiones emocionales de los demás sobre el segundo mes cuando
orientan su atención a las partes internas de las caras, pero no está claro que respondan
verdaderamente al significado emocional de las expresiones de sus cuidadores. Es entre
el cuarto y séptimo mes de vida cuando empiezan a asociar el significado emocional
con las diferentes expresiones faciales, es decir, las interpretan adecuadamente. Ante la
alegría, responden con alegría, expresión motriz y miradas, ante la cólera responden con
expresión de cólera y se quedan quietos y la tristeza de la madre genera llanto, succión...
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Para concluir podemos afirmar que durante los dos primeros años de vida las
emociones se van haciendo más selectivas y diferenciadas entre sí y a su vez se
manifiestan con mayor rapidez, intensidad y duración.
EL TEMOR
Los niños pequeños temen muchas más cosas que los bebés y que los mayores.
El periodo crucial para los temores específicos de los niños cuando su desarrollo es
normal es de 2 a 6 años; la razón está en que tiene mayor capacidad que los bebés para
captar el peligro y menos que los mayores para darse cuenta de que no se trata de
amenazas personales.
Los estímulos del temor se le presentan al niño repentinamente y de modo
inesperado. Los niños tienen pocas posibilidades de adaptarse a ellos; a medida que
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Hay temores más «típicos» de unas edades que otros, pero esto no implica que
todos los niños de determinada edad tengan los mismos temores. De unos niños a otros
hay grandes variaciones, no sólo en calidad, sino también en cantidad. La variedad
procede no sólo de las diferencias del desarrollo mental y físico, sino también de sus
experiencias individuales. Asimismo, son distintas sus respuestas, que dependen no sólo
de los estímulos, sino de las circunstancias que le han rodeado y de las condiciones en
que se encontrara el niño en ese momento. Hurlock (1982) destaca como factores que
condicionan las variaciones en los temores de los niños, entre otros, los siguientes:
1. Inteligencia: los niños precoces suelen tener los temores de los niños
mayores; mientras que los retrasados, los tienen de los más pequeños. P. e., la
mayoría de niños de 3 años tienen temores determinados por la situación,
mientras que los niños precoces de esa edad suelen tener temores
generalizados e imaginarios.
2. Sexo: es más frecuente que las niñas muestren más temor que los chicos.
3. Posición socioeconómica: los de clase Inferior suelen tener más temores que
los de clase media y alta.
4. Condiciones físicas: cuando no son buenas, los niños responden con más
temor.
5. Contactos sociales: cuando se está con otros que tienen temor, éste se
contagia.
6. Posición ordinal: los hijos primeros suelen tener más temores que los
siguientes, tal vez porque han estado más sobreprotegidos.
7. Personalidad: los niños inseguros tienen más temores, también los
extrovertidos suelen aprender más temores que los Introvertidos al imitar
más.
LA IRA
Es una emoción que se expresa con frecuencia en los niños ya que suelen
descubrir que con ella obtienen la atención de los mayores y, con frecuencia, lo que
desean. La frecuencia e intensidad con que los niños experimentan la ira varía de unos a
otros.
cuando alguien se interfiere en sus posesiones, les coge sus juguetes o no les
deja jugar;
cuando cometen errores en lo que tratan de hacer, etc.
cuando los juguetes u otros instrumentos no funcionan como desean;
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Respuestas airadas
CELOS
1. En el hogar, la venida de un nuevo bebé puede hacer que se sienta alejado del
que ocupaba hasta entonces el centro de atención. Igualmente puede ocurrir
cuando alguno de los hijos es preferido por los padres.
2. En la escuela aparecen o porque llevan ya situaciones de celos creadas en la
familia o porque surgen allí por actuaciones desiguales con los niños. Un
clima de Igualdad, cariño y equilibrio es lo que más ayuda a superar este
problema.
3. Situaciones en las que los niños se ven privados de cosas que tienen otros y
que desearían. Estos celos proceden de la envidia.
La conducta del niño celoso puede ser muy diversa. Se pueden distinguir las:
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En los niños más pequeños las respuestas suelen ser directas y agresivas
mientras que en los mayores son más variadas e indirectas.
AFLICCIÓN
A medida que crece el niño puede sentir más aflicción porque se le resguarda
menos y puede tener más experiencias y porque va teniendo más memoria.
Las reacciones del niño pueden ser abiertas o inhibidas.
La expresión abierta característica es el llanto; la inhibida consiste en un estado
generalizado de apatía, pérdida de apetito, insomnio, indiferencia general, etc. Puede
conducir a la ansiedad.
CURIOSIDAD
El niño curioso:
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AFECTO
Hemos de comenzar afirmando que las emociones se aprenden, y por ello se pueden
enseñar de una forma sistemática.
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Aprender a gestionar las emociones de manera que ello nos permita conseguir
mejores niveles de desarrollo personal y social.
Desarrollar el autoconocimiento, la autoestima y la autonomía personal.
Desarrollar la capacidad de relacionarse con otros de manera satisfactoria.
Desarrollar la sensibilidad respecto a las necesidades de los otros.
Desarrollar estrategias de resolución de conflictos.
LA COMPETENCIA PERSONAL
La competencia personal se entiende como todo lo que afecta a la relación con uno mismo.
Tiene las siguientes características:
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LA COMPETENCIA SOCIAL
La competencia social es el modo de relacionarnos con los demás. Sus características son:
Los padres que educan o entrenan emocionalmente a sus hijos/as se caracterizan por mostrar
una conciencia muy elevada de sus propios estados afectivos y de los de las personas con las
que se relacionan. Consideran que todas las emociones son útiles, y valoran las emociones
negativas de los niños/as como una excelente oportunidad para intimar con ellos, para
ayudarles a identificar sus sentimientos y a manejarlos. Reconocer esto es una liberación para
los padres que piensan que la cólera del niño/a es un reto a su autoridad o que el miedo y la
tristeza evidencian su incompetencia parental.
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Al valorar las emociones negativas de sus hijos/as son más pacientes, dedican tiempo a
escuchar al niño/a que tiene miedo o rabia, a consolar al niño/a que expresa tristeza, etc…
Además, los padres de este grupo manifiestan una gran capacidad para empatizar y para
imaginar la situación desde la perspectiva del niño/a, lo que les permite comprender su
frustración o su miedo. La clave es pensar que los niños/as, como todos los demás, TIENEN
RAZONES para sus emociones, tanto si las pueden articular como si no. Al comprobar que
los padres comprenden sus sentimientos, los niños/as se sienten más tranquilos y seguros de sí
mismos.
A diferencia de los padres que practican el laissez faire, éstos ponen límites a la conducta. El
niño/a debe comprender que ciertas conductas no son aceptables, bien porque son
perjudiciales para él o para los demás o porque son inmorales y no éticas (“es normal que te
sientas celoso o enfadado, pero no debes insultar o pegar”). El siguiente paso, después de
escuchar empáticamente, nombrar y poner los límites, es ayudar al niño/a a identificar
sus objetivos y a explorar estrategias para solucionar el problema.
En las investigaciones realizadas por Gottman, Katz y Hooven (1996) la conciencia de los
padres sobre sus propias emociones y este tipo de educación emocional se relacionó con
menor frecuencia de rabietas en sus hijos/as, menor ansiedad, menos problemas de conducta,
mayor competencia social, mejor rendimiento académico y menor vulnerabilidad a las
enfermedades. Eisenberg corrobora gran parte de los datos de Gottman. Los padres que
aceptan las emociones de sus hijos/as, hablan con ellos sobre sus estados afectivos y les
ayudan a solucionar el problema; es más probable que los hijos/as sean más empáticos, más
capaces de regular sus emociones, más competentes socialmente y más aceptados por sus
compañeros.
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De entre todas las necesidades interpersonales, el apego (vínculo afectivo con las
personas que satisfacen las necesidades emocionales y cuidados más básicos) responde
a la necesidad afectiva más fuerte y estable a lo largo del ciclo vital. A pesar de que
siempre se ha reconocido la importancia de los vínculos afectivos con los progenitores o
quienes les sustituyen, las diferencias se han establecido a la hora de explicar cómo y
porqué los niños/as se vinculan a sus progenitores.
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Antes del siglo XX la mayor parte de las teorías hacían hincapié en causas
biológicas para explicar los trastornos del comportamiento. Los trabajos de Freud
ayudan a modificar este planteamiento. Para este médico, ciertos trastornos serían
causados por acontecimientos psicológicos.
Freud se interesó especialmente, por experiencias psicológicas de la niñez que parecían
estar relacionadas con síntomas posteriores tales como la ceguera o parálisis para los
cuales no existiría una causa física clara. Dichos problemas parecían aliviarse cuando el
paciente expresaba sus emociones sobre experiencias pasadas.
Por lo tanto, Freud, lleva a cabo la primera tentativa sistemática moderna para
comprender los trastornos mentales desde un punto de vista psicológico.
Impulsos o pulsiones: Instinto que hace tender al organismo a su fin. Tienen su origen
en una excitación corporal y su finalidad es suprimir o reducir el estado de tensión y
conseguir la satisfacción.
Ansiedad: Señal de alarma que recibe el “Yo” de que un impulso inaceptable del “Ello”
está tratando de hacerse consciente. A medida que esta señal se hace consciente el “Yo”
crea mecanismos de defensa para enfrentarse a la ansiedad. Los síntomas que surgen de
los mecanismos de defensa son una especie de solución intermedia entre los impulsos
que buscan expresarse y las exigencias del “Yo”.
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el aparato psíquico. Estas instancias son autónomas con objetivos y funciones diferentes
pero a su vez interdependientes, y provocan que nuestra personalidad sea conflictiva, de
ahí que tengamos que armonizar las tres instancias. Cuando un individuo llega a dicho
punto podemos afirmar que ha conseguido la MADUREZ PSICOLÓGICA.
Como vemos el inconsciente comprende tanto contenidos que nunca han sido
conscientes como aquellos que hemos reprimido y que sí han sido conscientes en su
momento.
El YO: Tiene en cuenta las necesidades e impulsos del “Ello” y las restricciones
del “Súper yo”, podríamos decir que resuelve la lucha entre “Ello” y “Súper yo”. Es una
instancia mediadora que realiza una labor de coordinación entre “Ello” y “Súper yo”. Su
misión es adaptarnos a la realidad, entrando en contacto previamente con ella. Posee dos
funciones:
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El “Súper Yo” está regido por el PRINCIPIO MORAL o del deber: cuyo objetivo es
acercarse a la realización del deber (realizar lo que se considera moralmente como
bueno).
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En este estadio oral el mundo del bebé gira alrededor de la boca. Al comienzo el
niño/a pequeño succiona impelido por la necesidad de alimentarse; poco después
chupará los objetos para obtener placer independientemente de la alimentación. Esta
relación entre la alimentación y las sensaciones placenteras, queda gráficamente descrita
en las siguientes palabras de Freud:
“Quien vea a un niño/a saciado adormecerse en el pecho materno con sus
mejillas sonrosadas y una sonrisa beatífica, no podrá menos que decirse que este
cuadro sigue siendo un prototipo de la expresión de la satisfacción sexual a lo largo de
la vida”. (Freud, La sexualidad infantil).
Aproximadamente a los dos años, la atención del niño/a y de las personas que lo
cuidan pasa a centrarse en el control de esfínteres. Los padres instruyen a los
niños/aspara que hagan sus necesidades en el lugar correcto y desaprueban o castigan su
comportamiento cuando no lo hacen así. Este estadio anal, de los dos a los tres años, se
caracteriza pues por la centración en las sensaciones ligadas con la retención y
expulsión de las heces. Al igual que la zona erógena del período anterior estaba
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relacionada con la boca, ahora la región libidinal la componen la cavidad anal, los
músculos de los esfínteres y los músculos del sistema urinario.
De acuerdo con Freud, los niños/as perciben sus heces en tanto que constituyen
algo propio y asociado con la estimulación placentera que se produce en la zona del ano
cuando se defeca. Además, experimentan nuevas sensaciones relacionadas con la
contracción muscular de los esfínteres y su posterior relajación. Igualmente, se daría el
caso de niños/as que se resisten a defecar cuando se lo piden los adultos como forma de
manifestar que son ellos los que controlan estos materiales de desecho. Es decir, esta
resistencia encubriría una primera proclamación de independencia.
No resulta extraño que, como apuntamos antes, este momento coincida con la
aparición del yo ya que las demandas paternas en relación con la higiene suponen un
intento de introducir al niño/a en las costumbres de la sociedad y, por tanto, su
aceptación implica un compromiso entre los propios gustos y las exigencias de la
realidad y la civilización.
Hacemos mal en ignorar enteramente la vida sexual de los niño/as. Según mi
experiencia, los niños/as son capaces de todas las actividades mentales y muchas de las
físicas. Así como los órganos genitales externos y las dos glándulas reproductoras no
representan todo el aparato sexual del hombre, tampoco su vida sexual se inicia en el
comienzo de la pubertad, como podría parecer al observador desprevenido. Freud,
1898. La sexualidad en la etiología de la neurosis.
No empezar el aprendizaje del control de esfínteres antes de tiempo, sino esperar a que
el niño/a haya logrado cierta madurez fisiológica y emocional suficiente; (no antes de
los 2 años)
No ser exigentes, impositivos, impacientes o dominantes, sino pacientes y afectivos,
acompañándole en sus avances y retrocesos (unas veces pedirá el orinal y otras lo hará
todavía “encima”)
Nunca humillar o ridiculizarlo “si se le escapó”… porque eso tendrá efectos muy
contraproducentes en su autoconcepto y autoestima.
No exigirle una excesiva limpieza en esta etapa.
Zona erógena: Cavidad anal, músculos de los esfínteres y del sistema urinario
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Además, las madres reconocen de forma innata las necesidades de las crías,
dando lugar a un ajuste espontáneo y recíproco.
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Por tanto, la Teoría del APEGO de Bowlby mantiene la existencia de que los
vínculos afectivos son ORIGINALES, NO APRENDIDOS y PRIMARIOS. Los seres
humanos estamos preprogramados biológicamente para establecer vínculos afectivos e
interaccionar con las personas que finalmente se orienta en una figura específica.
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Entre los doce y dieciocho meses la creciente autonomía del niño/a modifica las
intervenciones de la madre, que fija límites mediante prohibiciones, a través del gesto y
la voz (movimiento negativo con la cabeza y la verbalización del concepto “no”).
Cuando el bebé realiza ese gesto NEGATIVO, sobre todo con la cabeza, surge el
TERCER ORGANIZADOR de la psique. Ésta es quizá la primera abstracción que
efectúa el niño/a, imitando el gesto que hace su madre. En un principio tiene el valor de
gesto materno, y luego adquiere todo el significado de oposición al mundo exterior. El
niño/a se encuentra en conflicto entre el apego hacia su madre y su temor a transgredir
normas y perderla, por ello el “NO” significa la abstracción de un rechazo o negación.
Es el inicio de la comunicación verbal manifestada en el segundo año por un período de
testarudez característico.
1. La EDAD a la que ocurre la pérdida de afecto: los efectos son más nocivos si el
vínculo afectivo se rompe después de los SEIS primeros meses de vida, que es
cuando el apego está constituido. Podemos afirmar que entre los seis meses y los
tres años se encuentra el período más crítico.
2. La DURACIÓN de la privación (parcial o total): si la privación ocurre durante el
período crítico y dura poco (menos de CINCO meses), es lo que denominamos
CARENCIA PARCIAL, y el niño/a al recuperar la figura materna recupera también
la situación afectiva de equilibrio. Esta carencia origina en el bebé DEPRESION
ANACLÍTICA de la que hablaremos más tarde.
Si por el contrario la separación dura más de CINCO meses es lo que designamos
CARENCIA TOTAL, cuyos síntomas no se hacen esperar, y desencadena el
síndrome del HOSPITALISMO.
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Spitz descubre que los niños/as que padecen este trastorno tenían una
experiencia en común: en cierto momento, entre el sexto y el octavo mes de vida, todos
ellos fueron privados de la madre durante un período prácticamente ininterrumpido de
tres meses (antes de la separación la madre tenía su hijo a su cargo).
La sintomatología y la expresión facial de esos niños/as recordaba a la que se
encuentra en los adultos que padecen depresión. Durante dos tres meses presentan
retraso del crecimiento, llanto y mayor vulnerabilidad a las enfermedades. Pasado este
tiempo, quedan con el rostro inexpresivo, faltos de interés por el mundo exterior. A este
cuadro sintomatológico se le llama DEPRESIÓN ANACLÍTICA.
Cuando el niño/a que padece dicho estado permanece privado de su madre sin
que le proporcionen un sustituto aceptable, para un período que dura más de TRES,
meses hasta los cinco meses, se inicia entonces un empeoramiento del estado del
infante. Spitz encontró que después de tres meses de separación, existe un período
TRANSITORIO de unos dos meses, durante los cuales todos los síntomas se hacen más
marcados y se consolidan. Por el contrario, si durante este período de TRANSICIÓN
(entre los tres y cinco meses que dura la separación), regresa la madre, la mayor parte de
los niños/as mejoran. Es decir, hay mejoría cuando el objeto amoroso retorna dentro del
período de tres a cinco meses que dura la separación (aunque es dudoso que la mejoría
sea completa).
Sin embargo, cuando la separación excede de CINCO MESES la sintomatología
cambia y parece fundirse con el síndrome que Spitz define como HOSPITALISMO.
Una condición necesaria para el desarrollo de la depresión anaclítica es que el
niño/a antes de la separación haya tenido buenas relaciones con su madre.
Primer mes: Los niños/as se vuelven llorones, exigentes, tienden a asirse al observador,
cuando éste logra hacer contacto con ellos.
Segundo mes: El lloriqueo puede cambiar a gemidos. Inicio de pérdida de peso y
detención en el Índice de desarrollo.
Tercer mes: Los niños/as se niegan al contacto, yacen postrados en las cunas la mayor
parte del tiempo, aparece el insomnio y prosigue la pérdida de peso. Hay tendencia a
contraer enfermedades intercurrentes. Retraso motor generalizado, en el lenguaje e
intelectual. Mayor tasa de mortalidad. Inicio de rigidez facial.
Después del tercer mes: Rigidez facial firmemente establecida, gemidos, aumento del
retraso motor y letargo. El Índice de desarrollo sigue disminuyendo (el I. de D. se eleva
de nuevo si la separación no dura más de tres meses).
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Cuando la privación es total, las cosas varían del todo. Si se priva a los niños/as durante
el primer año, de todas las relaciones de objeto, por períodos que duren más de CINCO
meses, surgirá un mayor empeoramiento que es en parte irreversible. La naturaleza de la
relación madre e hijo/a, si la hubo, anterior a la privación parece tener escasa influencia
en el curso de la enfermedad.
Los niño/as, separados de sus madres después del tercer mes de vida, pasaban por las
etapas de empeoramiento progresivo, características de la privación parcial, antes
descritas. Los síntomas de la D. A. seguían unos a otros en rápida sucesión, y pronto,
después de un breve período de tres meses (los niños/as tienen seis meses), aparecía un
nuevo cuadro clínico: el retraso motor se hacía evidente por completo, los bebés se
volvían más pasivos yaciendo postrados boca arriba en sus camas. No lograban
alcanzar la etapa del control motriz requerida para darse vuelta en la posición que
tenían, hasta quedar boca abajo. El rostro se tornaba inexpresivo, la coordinación ocular
era defectuosa y en los tests los niños/as mostraban un descenso progresivo del Índice
de desarrollo. Al final del segundo año de vida, el promedio de su Índice de desarrollo,
se detenía en el 45% de lo normal. A la edad de cuatro años, salvo escasas excepciones,
estos niños/as no podían sentarse, estar de pie, andar o hablar. A ello se añaden las
cifras de mortalidad tan elevadas que presentaban (Casa cuna: 55 niños/as muertos al
año).
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Boris Cyrulnik
Nació en el seno de una familia judía. Su padre fue ebanista que se alistó en la legión.
Durante la Ocupación, sus padres le confiaron a una pensión para evitar ser detenido por
los alemanes, pensión que lo terminó trasladando a la Asistencia Pública francesa.
Posteriormente, fue adoptado por una institutriz bordelesa, Marguerite Ferge, que lo
escondió en su casa, en Rue Adrien Baysselance. Pero, durante una redada policial, fue
llevado por la policía con otros judíos a la sinagoga de Burdeos. Llegó a esconderse en
los baños, evitando otras redadas, pues la policía conducía a los judíos a la estación de
Saint Jean para ser deportados. Un día que se encontraba fuera de la sinagoga, una
enfermera lo llevó oculto en una camioneta. Después comenzó a trabajar como mozo de
granja con un nombre falso, Jean Laborde, poco antes de la Liberación de Francia. Sus
padres, deportados, murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Tras la contienda fue
recogido por una tía en París. Estas experiencias lo motivaron para estudiar psiquiatría.
Estudió medicina en París y más tarde, conducido por el deseo de revaluar los
acontecimientos de su propia vida, empezó a estudiar psicoanálisis y posteriormente
neuropsiquiatría. Dedicó su carrera sobre todo al tratamiento de niños traumatizados.
Concepto de resilencia
La resiliencia se define como la capacidad de los seres humanos para adaptarse
positivamente a situaciones adversas. Sin embargo, el concepto ha experimentado
importantes cambios desde la década de los 60. En un principio, se interpretó como una
condición innata, luego se enfocó en los factores no sólo individuales, sino que también
familiares, comunitarios y, actualmente, culturales. Los investigadores del siglo XXI
entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural, que responde a tres
modelos que la explican: un modelo «compensatorio», otro «de protección» y por
último uno «de desafío».
Resiliencia viene del término latín resilio, «volver atrás, volver de un salto, resaltar,
rebotar». El término se adaptó al uso en psicología y otras ciencias sociales para
referirse a las personas que a pesar de sufrir situaciones estresantes no son afectadas
psicológicamente por ellas.
Boris Cyrulnik divulgó este concepto que extrajo de los escritos de John Bowlby. Es un
término que se toma de la resistencia de los materiales que se doblan sin romperse para
recuperar la situación o forma original. Por ejemplo un arco que se dobla para lanzar
una flecha, o los juncos bajo la fuerza del viento. Cuando un sujeto o grupo es capaz de
hacerlo, se dice que tiene una resiliencia adecuada y puede sobreponerse
a contratiempos o incluso resultar fortalecido por estos. Actualmente, la resiliencia se
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En líneas generales puede decirse que las situaciones que el niño/a perciba como
amenazantes activan las conductas de apego (enfermedades, caídas, discusiones con
otros niño/as, separaciones breves, pérdidas, etc.).
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El desarrollo del apego desde el nacimiento a los seis años sigue las siguientes
etapas:
a. El niño/a manifiesta preferencia por los miembros de la propia especie, sin
llegar a establecer diferencias entre quienes interactúan con él.
Los niños/as ponen de manifiesto claras preferencias por los estímulos sociales
(rostro humano, voz humana, temperatura humana, etc.). En los primeros días después
de nacimiento aprenden a reconocer algunos aspectos perceptivos de quienes le cuidan
(voz, olor, características perceptivas del rostro, etc.) y también algunos indicios que
anteceden o siguen a escenas concretas como la alimentación.
Pero se trata del reconocimiento de la recurrencia de algún elemento del
estímulo (postura que se adopta para la mamada, rasgo del rostro de la madre, etc.) sin
que el niño/a tenga un reconocimiento global de la persona. Este reconocimiento de la
recurrencia de algunos estímulos tiene pocas consecuencias conductuales, dado que
aceptan de igual forma los cuidados de diferentes personas, siempre que su
comportamiento sea adecuado.
Durante este período la actividad del niño/a está fundamentalmente regulada por
ritmos biológicos a los que se adaptan los adultos.
La mayor parte de los autores alargan esta fase hasta el tercer mes de vida del
niño.
b. Preferencia por la interacción con los adultos que le cuidan normalmente,
pero sin rechazar a los desconocidos.
Los niños/as discriminan con claridad entre unas personas y otras (no solo
algunos rasgos aislados) y manifiestan clara preferencia por interactuar con los que
normalmente les cuidan. Han sido descritas numerosas conductas diferenciales para con
los propios y los extraños durante este período: les sonríen más, interrumpen su llanto,
se aproximan más, tienen más contactos corporales, etc.
Esta habilidad para reconocer perceptivamente a las figuras de apego y
diferenciar entre propios y extraños, expresada claramente en conductas, la adquieren
entre los tres o cinco meses.
La interacción se hace más flexible (menos dependiente de ritmos biológicos y
respuestas reflejas), extensa y adaptada a los ofrecimientos y respuestas del adulto en la
interacción cara a cara.
En este período, sin embargo, el niño/a no rechaza aún los cuidados que le
ofrecen los desconocidos. Basta que éstos tengan la destreza suficiente para atender a
las demandas del niño/a para que éste acepte sus cuidados. El niño/a puede ser separado
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locomoción y antes de que la madre pueda tener otro niño/a, dos hechos críticos que
impulsan al niño/a a vivir más independientemente de la madre.
A partir del año o año y medio, el miedo a los desconocidos, se manifiesta en
conductas menos claras, caracterizadas por cierta reserva, cautela y aproximación
progresiva pero este sistema está presente también a lo largo de todo el ciclo vital.
Otra cuestión discutida es la universalidad de este tipo de reacción: ¿Todos los
niños/as reaccionan con miedo a extraños durante algún período de su vida? Los
resultados de las investigaciones son aparentemente contradictorios porque dependen
directamente del tipo de procedimiento utilizado. Si el desconocido es quién controla el
encuentro con el niño/a (con una aproximación inesperada, rápida, fría, que acaba en
contacto físico que se le impone al niño/a, que permanece en un lugar fijo sin la
presencia de la madre), los resultados confirman la universalidad de la reacción Si, por
el contrario, es el niño/a el que controla el encuentro (el extraño es visto llegar, se
aproxima lentamente, es más pasivo, interactúa con la madre que está presente, etc.),
entonces es posible que el niño/a no sólo no reaccione con miedo, sino que llegue a
mostrar curiosidad y conducta positiva hacia el desconocido.
Por nuestra parte creemos que la indudable importancia de las variables
situaciones no pone en cuestión la validez de este constructo, sino que más bien
confirma su valor, al poner de manifiesto que este sistema de miedo al desconocido no
actúa mecánicamente. El niño/a reacciona de esta forma cuando se siente amenazado.
Si, por el contrario, es el niño/a el que controla la situación, puede incluso sentirse
atraído por el extraño e interactúa con él poniendo en juego su sistema afiliativo.
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Las fases de protesta, ambivalencia y adaptación que siguen los niños/as cuando
son separados de sus figuras de apego, demuestran bien claramente que el sistema de
apego sigue activo.
Los conflictos afectivos más importantes durante este período son los
producidos por las situaciones de separación, el deseo de participar en la intimidad de
los padres y las rivalidades fraternales.
Lo que hoy sabemos al respecto puede ser resumido en los siguientes criterios:
Estas funciones son, en nuestro medio, cada vez más compartidas por la madre
y el padre, de forma que es difícil reconocer un rol específico a uno u otro. El rol
desempeñado en los cuidados del niño/a depende, cada vez más, de circunstancias
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sistema de apego que permanecen bastante estables a lo largo del tiempo, aunque el
grado de estabilidad de estos estilos y el período en el cual se consolidarían es discutido.
AINSWORTH y colaboradores (1978) desarrollaron un procedimiento breve y
sistemático para evaluar la calidad o seguridad del vínculo niño/a-figura de apego en los
dos primeros años de vida. Se trata de observar cómo organiza el niño/a su conducta en
relación con la figura materna a lo largo de una serie de ocho episodios (en los que el
niño/a tiene que pasar por separaciones breves y reencuentros con su madre y/o una
persona desconocida) más o menos estresantes de breve duración. La evaluación de la
calidad del vínculo se basa en los siguientes criterios: la ansiedad por la separación de la
figura de apego, la reacción del niño/a en el reencuentro, la utilización de la figura de
apego como base de exploración y la reacción e interacción del niño/a con una mujer
desconocida. El registro y análisis de la conducta infantil a lo largo de esta prueba
permite situar a los niños/asen una de estas tres grandes categorías que representan los
tres patrones básicos:
padres disponibles y sensibles APEGO SEGURO Estos niños/as en presencia de la figura de apego exploran
activamente el entorno. En ausencia de la madre la exploración decae y la angustia por
la separación es evidente, aunque puede mostrarse en diferentes grados. Cuando la
madre vuelve el niño/a muestra señales de alegría y activa sus conductas de apego hacia
ella, pero, ya que los niños/as de este grupo son fácilmente consolados y reconfortados
por la figura de apego, después de un breve momento de inseguridad recuperan la
exploración. Entre el 65% y 70% de los niños/as se sitúan en esta categoría.
padres contradictorios
APEGO ANSIOSO AMBIVALENTE En estos niños/as a exploración del
entorno en presencia de la madre es baja o nula, no se alejan de ella. Cuando la madre se
va, la ansiedad por la separación es muy intensa. En el reencuentro con la figura de
apego los niños/as de este grupo se muestran ambivalentes: por una parte buscan y
procuran mantener la proximidad y el contacto con ella, pero, a la vez, sobre todo
cuando la madre inicia un contacto, muestran oposición. A diferencia del grupo anterior,
estos niños/as son difícilmente consolados por la madre o cuidadora tras la experiencia
de separación.
Se trata de niños/as que ponen de manifiesto de forma clara su inseguridad en las
relaciones de apego. La proporción de niños/as que se sitúan en este patrón oscila entre
el 10% y 15%.
padres no receptivos y no sensibles APEGO EVITATIVO Aproximadamente un 20% de los niños/as de un año se
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Por ejemplo, en la resolución de un conflicto entre dos niños o niñas que se pelean por
un juguete, según cuál sea la intervención de la educadora o el educador se está
influyendo de una manera u otra en el desarrollo afectivo de estos pequeños. Así, se les
puede ayudar a aceptar la frustración de no tener siempre lo que desean y enseñarles a
contener sus emociones y a compartir los objetos de juego; pero también se podrá
fomentar su dependencia de las personas adultas, si la intervención del educador o la
educadora nunca permite que las niñas o niños intenten, en primer lugar, resolver por
ellos mismos sus conflictos.
En la misma línea, cuando un niño o niña llora porque su madre se va, la reacción
inicial -especialmente en las primeras prácticas que realizan los y las futuras educadoras
infantiles- es coger al pequeño en brazos, abrazarle y consolarle casi indefinidamente.
Esta actuación, aunque en principio parezca la correcta, contribuye a potenciar la
dependencia hacia la persona adulta. Una forma de proceder más adecuada consistiría
en acogerle y abrazarle, pero ofreciéndole la posibilidad de que observe a los demás
niños y niñas, que vea todos los juguetes que tiene para jugar, y mostrarle cómo puede
divertirse, aprender y disfrutar en la escuela. Con esta actuación se favorece la
autonomía, la participación y la integración en el grupo.
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¡Tenlo en cuenta!
Las niñas y niños que tienen malas experiencias en la escuela infantil abordan el paso a
la escuela primaria con mayores dificultades que los que la han vivido de una manera
más positiva y relajada.
Si como hemos dicho, todas las actividades con los niños y niñas se fundamentan en la
relación afectiva, al programarlas se deberán precisar cuáles son los componentes
relacionados con el desarrollo afectivo que se van a trabajar.
Nos podemos centrar en los dos tipos de actividades que integran la mayoría de
actuaciones en educación infantil:
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simbólico, pues tal como hemos ido viendo, el tiempo que los niños y niñas dedican
a este juego -tanto en actividades planificadas como pueden ser los rincones, como
en el juego libre- constituye un espacio privilegiado de ensayo de emociones propias
y ajenas. En el módulo EL JUEGO INFANTIL Y SU METODOLOGÍA profundizarás en las
diferentes actividades de juego infantil y podrás apreciar la trascendencia de este
hecho.
Como todas las actividades están planificadas con una intencionalidad, en la redacción
de sus objetivos deberán aparecer aquellos que están relacionados con los componentes
afectivos y, como consecuencia, también se reflejarán en los indicadores de la
evaluación.
Fig. 1.11.
El componente afectivo es fundamental en cualquier manifestación de juego infantil .
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Documento 1.10
o La varita mágica. Dentro de una bolsa o caja se meterán diversas láminas con el
dibujo de caras de niños y niñas en las que se expresen diferentes emociones. El
educador o educadora, que tendrá una varita mágica en sus manos, sacará una
lámina al azar y tocará a los pequeños con la varita. Según los vaya tocando, los
niños y niñas del grupo irán transformando sus caras mostrando la expresión de la
emoción que haya salido anteriormente.
Teniendo en cuenta esto, es necesario plantearse cómo se debería realizar una adecuada
incorporación a la escuela infantil para que ésta pueda ser vivida de la mejor manera
posible por los tres protagonistas implicados: el niño o la niña, la familia y también las
educadoras y educadores.
o Para las madres y los padres, en general, dejar a su hijo o hija en la escuela con unas
personas a las que apenas conocen también es angustiante. Se requiere mucha
confianza en las educadoras y los educadores que se van a ocupar del pequeño y
asumir una cierta capacidad de separación.
o Finalmente, y aunque de un modo diferente a lo que ocurre con los niños y los
padres, el periodo de adaptación también es básico para educadoras y educadores,
porque facilita el conocimiento de cada uno de los niños, sus hábitos para comer y
para dormir, sus necesidades, sus reacciones ante la dificultad y la frustración, etc.
También permite ir estableciendo las pautas de funcionamiento diarias, las rutinas
adaptadas a aquel grupo en concreto de niños y niñas.
No hay una única estrategia válida que se pueda estandarizar para todos los niños o
niñas, pues cada uno tiene unas necesidades y una capacidad de adaptación diferente y,
por lo tanto, requerirá su propio tiempo. En cualquier caso, la planificación del periodo
de adaptación necesita que las familias colaboren y, si es posible, que se impliquen y
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El periodo de adaptación se inicia en los contactos previos que el centro establece con
las familias antes de la incorporación del pequeño, en forma de reuniones de grupo con
otras familias y de entrevistas individualizadas.
o Merienda en la escuela del grupo de niños y niñas con las familias y las educadoras
y educadores unos días antes de empezar el curso. Así, el pequeño conoce el
espacio, su clase, el patio y a los que serán sus compañeros y compañeras. También
la madre y el padre van adquiriendo confianza y perdiendo miedo. A las educadoras
y educadores este encuentro les permite observar diferentes reacciones de los niños
y las niñas, y las respuestas de las familias ante posibles conflictos.
o Acompañamiento inicial. Una vez empieza el curso, los primeros días la madre o el
padre acompañan a su hija o hijo al aula y pueden quedarse con él durante todo el
tiempo. La duración de este acompañamiento inicial puede variar, pero acostumbra a
ser alrededor de una hora. Por lo tanto, estos primeros días los niños y niñas no se
quedan a comer.
¡Tenlo en cuenta!
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Posibles dificultades
Sin lugar a dudas, la adaptación es un proceso complejo durante el cual pueden surgir
dificultades.
Algunas de las más habituales son las siguientes:
decidir sobre lo que se hace en la escuela en relación a su hijo o a los demás niños y
niñas. Debe quedar claro el rol de cada uno y, en el caso de que se produzcan
interferencias, hay que decírselo a las personas que corresponda de manera asertiva.
Por otro lado, es importante tener en cuenta que para los niños y niñas de 3 años, pasar
al segundo ciclo e incorporarse a la escuela de los mayores requiere también una
adaptación. Se rompe el lazo afectivo con su escuela y con su educadora; además,
pasan de ser los mayores de una escuela -generalmente pequeña- a ser los más
pequeños de un centro de educación infantil y primaria mucho mayor. En estas
circunstancias, será adecuado contemplar también un periodo de adaptación a esta
nueva realidad a la que los niños y niñas deberán ir entrando de forma progresiva.
¡Tenlo en cuenta!
No hay que olvidar que la adaptación es un proceso progresivo y que cada niña o niño
tiene su propio ritmo. Esto significa que no dura ni unos días ni una semana, sino que
tiene una duración variable, que en algunos casos puede prolongarse todo et primer
trimestre o incluso más.
Sea cual sea la opción de adaptación elegida, llegará el momento en que la madre o el
padre se marcharán y la criatura se quedará con sus compañeros y su educadora. Si bien
depende de cada caso, para todos los niños y niñas este momento conlleva dificultades,
y para algunos, se trata de una situación bastante angustiosa. Teniendo en cuenta esto,
¿cómo podemos organizar estos primeros momentos?, ¿cómo debemos actuar con las
niñas o los niños que presenten un mayor desconsuelo?
Una premisa importante a tener en cuenta es si se trata de niñas o niños que ya asistían
a la escuela durante el curso anterior o si son nuevos. Si se trata de pequeños veteranos,
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De todas maneras, hay que tener presente que, durante este periodo, el acompañamiento
a aquellas niñas y niños que se muestran más angustiados no debe crear un exceso de
dependencia. Es decir, al pequeño hay que abrazarle y consolarle si lo necesita, pero
también hay que permitirle que explore el entorno. Por lo tanto, si lo sentamos en
nuestro regazo, es importante que pueda ver qué ocurre a su alrededor: lo que hacen sus
compañeras y compañeros que ya están más adaptados, cómo juegan, se relacionan
entre ellos, cantan o hasta se pelean.
¡Tenlo en cuenta!
Poder cumplir con una adaptación flexible y a medida de cada niña o niño permite que
el vínculo entre éste y su educador o educadora se establezca de forma adecuada. Este
es un aspecto que, como hemos visto a lo largo de la unidad, es básico para un
adecuado desarrollo afectivo.
Fig. 1.12.
El periodo de adaptación en muchas ocasiones es difícil de
gestionar tanto por parte de la escuela como de la familia.
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Tal como hemos visto en las teorías de Piaget, Wallon, Freud y Bowlby, a lo largo de su
desarrollo afectivo, el niño o la niña pasa por diferentes etapas y debe adaptarse a una
serie de cambios, que a menudo va superando a través de crisis y conflictos. De esta
manera, va modelando su forma de ser y relacionarse y forjando su personalidad.
Estos cambios pueden comportar ciertas dificultades y sufrimiento, pero forman parte
del proceso evolutivo por el que tienen que pasar los niños y niñas. Aunque también es
cierto que, en ocasiones, cuando estos conflictos puedan superar al pequeño o a su
familia, es recomendable acudir a una intervención especializada.
Frecuentemente, estos cambios se asocian a los celos, aunque pueden tener otras causas,
como la pérdida de un familiar, un cambio en las relaciones familiares, etc. Por regla
general, los celos se producen por alguna circunstancia que conlleve una vivencia de
pérdida de la afectividad y la atención recibida hasta aquel momento. En este sentido,
pueden ser causa de celos el nacimiento de un nuevo hermano, una segunda pareja de
uno de los cónyuges, la llegada a la vivienda familiar de un abuelo que necesita
cuidados especiales o la enfermedad de algún miembro de la familia.
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En cualquier caso, sea cual sea la causa, hay que tener claro que cuando una niña o un
niño está celoso es una criatura que sufre y que está angustiada.
¡Tenlo en cuenta!
En algunos casos, cuando los celos afectan de forma importante la autoestima del niño o
la niña, su rendimiento escolar y sus relaciones sociales y afectivas, éstos pueden ser
considerados patológicos y requieren un tratamiento especializado. Sin embargo, en la
mayor parte de casos, los celos son una respuesta evolutiva normal a ciertos cambios del
entorno del niño y forman parte de la vida del ser humano.
De todas las causas que se han citado, probablemente la más frecuente es que los celos
aparezcan con el nacimiento de un hermano o hermana. El pequeño se siente como un
príncipe destronado y piensa que para volver a recuperar la atención de su madre y su
padre ha de comportarse como su hermano menor. Las conductas que manifiesta,
propias de niños más pequeños, se explican por este intento de recuperar el trono
perdido.
Según el lugar que ocupe la hija o el hijo entre los hermanos (primogénito, mediano,
último...), si éstos son del mismo sexo o no, y según la forma en que los padres reciban
al nuevo bebé y le atiendan a él, la conducta de celos se manifestará de forma diferente:
la desobediencia, el retraimiento, los cambios en la alimentación y en el sueño, la
agresividad, las rabietas y las conductas de fastidio hacia el bebé (despertarlo cuando
duerme, quitarle los juguetes o el chupete...), son comportamientos que pueden
manifestar celos. El pequeño presenta estas formas de conducta, aunque sean negativas,
porque así llama la atención de sus cuidadores y con ello recupera su identidad.
En cualquier caso, es importante dejar claro que es conveniente que el niño o niña pueda
expresar los celos. Si los celos son reprimidos o se ridiculiza al niño o niña que los
manifiesta, pueden llegar a convertirse en patológicos.
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El niño o la niña debe ir aprendiendo que no todas las personas necesitan los mismos
cuidados y que la afectividad es ¡limitada. Por ejemplo, Laura tiene 4 años, y un día,
mientras su mamá cambia los pañales a su hermano pequeño Eduardo, le dice: "¿Mamá,
por qué le cuidas más a él? Ya no estás conmigo, siempre estás con Eduardo." La madre
le explica que el bebé necesita que le cambie el pañal. Y añade: "Sin embargo, cuando
tú y yo leemos los cuentos que tanto te gustan, Eduardo está durmiendo y yo estoy
contigo."
o Que los hermanos se lleven 2-3 años, porque así la criatura podrá entender mejor lo
que ocurre.
o La primera vez que vaya a ver a su hermanito o hermanita al hospital, sería mejor
que el bebé no estuviera en brazos de su madre.
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Fig. 1.13.
No debes olvidar que una criatura celosa
es una criatura que sufre.
Finalmente, también hay que tener en cuenta que a menudo los celos no aparecen en el
momento del nacimiento del hermano ni durante los primeros meses, ya que los bebés,
si no son especialmente llorones y difíciles, pasan muchas horas durmiendo y "molestan
poco". En cambio, alrededor del año, cuando sus manifestaciones se hacen más
evidentes y empiezan a andar, es como si le quitaran tiempo al hijo mayor y es entonces
cuando este manifiesta los celos reclamando la atención de padres y educadores de
forma mucho más evidente.
También es importante recalcar que los celos también puede sentirlos el hermano
pequeño hacia los hermanos y hermanas mayores.
Las rabietas, las pataletas y los berrinches son muy frecuentes en la primera infancia.
Constituyen una parte normal del desarrollo del niño o la niña de 1 a 3 años, y tienen
tendencia a desaparecer hacia los 4. Se trata de comportamientos coléricos (llorar,
gritar, echarse al suelo, dar patadas, quitarse la ropa...) mediante los cuales manifiestan
su frustración por la incapacidad de hacer o conseguir algo que desean.
A estas edades, los niños y niñas, cuando quieren una cosa, la quieren inmediatamente,
no tienen espera. Si no consiguen lo que pretenden, bien sea porque eso es realmente
imposible-por ejemplo, Marta quiere que llueva para poder estrenar las botas de agua
nuevas y hace un sol radiante-, o porque los padres no acceden a ello -Javier, a las 9 de
la noche, quiere salir a la calle para ir a ver a la abuela-, aparece la pataleta o la rabieta.
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hambre; que se sienta incómoda porque, por ejemplo, hace rato que no se le ha
cambiado el pañal; o que esté enferma.
En muchos casos, el miedo a crearle traumas al niño o la niña si se le niega algo que
desea mucho, el intentar suplir o compensar con el hijo o hija aquellas carencias que los
progenitores tuvieron en su infancia o las pocas ganas de complicarse la vida, son
algunas de las razones que llevan a muchas personas adultas a ceder ante los deseos y
demandas del pequeño, sobre todo cuando las rabietas tienen lugar en espacios públicos.
La experiencia de estar con un hijo que está montando el numerito en la calle o en una
tienda, mientras todo el mundo está mirando y observando todo lo que hace la criatura,
es realmente incómoda. Muchas veces esta incomodidad aumenta por los comentarios
de la gente sobre lo que ocurre. "¿Has visto cómo trata al niño? Pobre criatura... si sólo
quería un caramelo". O bien: "A esta niña habría que darle mano dura... ¡Qué poca
educación! Las madres de hoy en día no saben cómo llevarlos rectos".
Esto en el mejor de los casos, pues, con intención de ayudar, hay personas que
intervienen, dificultando aún más la resolución del conflicto. En momentos así, muchos
padres optan por no ejercer su autoridad, por miedo a ser tachados de duros o
indiferentes, y acaban accediendo a la demanda del niño o la niña, que nota que en estas
situaciones sus padres son más vulnerables y repetirá la rabieta en el futuro.
o Hay que intentar evitar las situaciones y circunstancias que pueden ser fuente de
frustración o que facilitan la aparición de rabietas, como hambre, sueño, exceso de
actividad, etc.
o Se deben mantener las normas para que el niño o la niña tenga claro dónde están los
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o Se debe avisar al niño o la niña, con tiempo, cuando vaya a producirse un cambio en
una actividad rutinaria, para que pueda prepararse y hacerse a la idea.
Hay que mantener la calma, sin gritar ni zarandear a la criatura. No soluciona nada y
constituye un mal ejemplo. Al gritarle y al perder los nervios, se le está ofreciendo un
modelo incorrecto para resolver conflictos y se le trata con agresividad.
o No se ha de intentar razonar en el mismo momento, ya que probablemente no
escuchará.
o No hay que darle otra cosa que sepamos que le gusta para que se calle, ya que lo
pediría en cada rabieta.
o A veces, se puede utilizar la técnica de tiempo fuera, dejándole solo, para que se
calme, en un espacio sin peligros durante unos minutos, por ejemplo, en su
habitación. A modo orientativo, se calcula un minuto por año de edad.
o Una vez la rabieta ha finalizado, no se le debe castigar ni gritar, sino darle seguridad
y afecto, aunque tampoco en exceso, y hacerle pensar y razonar sobre lo que ha
pasado.
En resumen, ante las rabietas, que son inevitables en estas primeras edades, no hay que
preocuparse en exceso. Aunque bien es verdad que no hay una receta que sirva para
cualquier niño o cualquier situación, en líneas generales se podría decir que:
Si bien los celos son una manifestación debida al sentimiento de pérdida de la atención
y el afecto que les proporcionan sus padres, existen otras circunstancias que conllevan
la vivencia de pérdida en la pequeña infancia.
Para los niños que duermen con chupete o se consuelan con él, un momento que a veces
les resulta difícil es cuando tienen que dejarlo. A partir de los dos años, la mayoría de
pediatras ya aconsejan su retirada. Según la dependencia que tengan, esta pérdida les
resultará más o menos dificultosa.
Las formas de "perder" el chupete y también cualquier otro objeto que pueda crear
dependencia, como por ejemplo el osito para dormir cuando son algo mayores, pueden
ser varias: dárselo a los Reyes Magos, tirarlo a la basura y hacer un pastel para
celebrarlo u otras muy diversas que a la madre o el padre se les ocurran.
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Fig. 1.14.
El pequeño vive la retirada del chupete como una pérdida.
Conviene ser consciente de que la pérdida del chupete comporta la aparición de estas
dificultades. Hay que ser consecuente y no retroceder volviéndole a dar el chupete,
aunque la criatura lo reclame insistentemente, pues, generalmente, al cabo de pocos días
se adaptará al nuevo cambio.
Conxita Larrull explica en un cuento sobre cómo dar la noticia a un niño o una niña tras
la muerte de alguien querido: "Se tiene que buscar el momento más adecuado, sin
esperar a que pase mucho tiempo. También depende de la edad. A los 3 años todavía no
se entiende el concepto de la muerte y que es para siempre. A partir de los 6 ya se tiene
una noción de lo que representa.
Fig. 1.15.
Las educadoras y educadores infantiles deben estar preparados para gestionar adecuadamente
situaciones difíciles en la vida de los pequeños.
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Se les tiene que hablar sin rodeos... También se les debe dejar claro que no le verán nunca más:
físicamente, para evitar fantasías. Y finalmente se les tiene que abrir una puerta de
esperanza.
Es importante que siempre que sea posible los niños y niñas puedan despedirse de la
persona querida. En hospitalizaciones de enfermos terminales no es adecuado
engañarles diciéndoles que se van a curar. Los educadores y educadoras infantiles deben
estar preparados para responder a preguntas que puedan surgir por parte de los niños y
niñas sobre estas cuestiones y para apoyar a los padres en momentos de enfermedad
grave y duelo.
Otro momento delicado puede ser la pérdida de un futuro hermano o hermana debido a
un aborto. Si este tiene lugar en los primeros meses, en la mayoría de los casos todavía
no saben que su madre está embarazada, pero cuando se producen en estados avanzados
de gestación, cuando ya toda la familia espera el nacimiento del bebé y probablemente
este ya tenga nombre, el niño o la niña también necesitará una explicación adecuada
para poder elaborar el duelo correspondiente.
Los niños o niñas adoptados, según la edad en la que se produzca la adopción y las
vivencias anteriores que hayan tenido, pueden presentar: dificultades, más o menos
importantes, a nivel afectivo. En un inicio pueden mostrarse distantes o irritables, y
poco comunicativos no sólo verbalmente. Sin entrar en profundidad en esta cuestión,
cabe comentar que hay que tener presente que el cambio que supone la adopción
también requiere un tiempo de adaptación.
Las hospitalizaciones largas o repetitivas, tanto del mismo niño o niña como de un
hermano o de los padres, a causa de enfermedades importantes, también conllevan
dificultades que se pueden manifestar en forma de cambios en la afectividad. Tener que
estar fuera del entorno familiar, en un espacio extraño y asociado al malestar y al dolor,
puede provocar que los niños y niñas pasen por momentos de miedo, angustia y
soledad, y que las familias, por el mismo sufrimiento, adopten actitudes
sobreprotectoras y a veces intenten negar la realidad a la que deberá enfrentarse el
pequeño durante la estancia en el hospital.
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