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El ictus es una urgencia médica que requiere una intervención diagnóstica y terapéutica
inmediata. La isquemia tarda varias horas en desarrollarse y este tiempo, denominado
ventana terapéutica, supone una oportunidad para evitar o minimizar el daño cerebral (The
European Consensus, 1996; AHA, 1994).
Los estudios han demostrado que si en las 6-12 primeras horas se consigue bloquear los
procesos metabólicos que conllevan a la muerte neuronal se reduce el área de necrosis y
como consecuencia la morbi-mortalidad.
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La cefalea y los vómitos son más frecuentes en los ACV hemorrágicos aunque también
pueden aparecer, con incidencia variable, en los ACV aterotrombóticos, sobre todo en los
del territorio vertebrobasilar y los cardioembólicos. En cualquier caso los síntomas focales
deficitarios orientan a la localización del territorio vascular y topográfica de la lesión y la
historia debe de ayudar a excluir otros procesos que cursan con déficits neurológicos tales
como TCE, crisis epilépticas o hipoglucemia.
El examen físico inicial ha de incluir una valoración de las funciones vitales: función
respiratoria, ritmo cardíaco, TA, temperatura y saturación de oxígeno, si es factible. Será
preciso una evaluación exacta de las funciones neurológicas para lo que se realizará una
exploración neurológica, valorando los siguientes aspectos:
1. Funciones mentales:
o Nivel de conciencia, se puede utilizar la escala de Glasgow.
o Orientación en espacio y tiempo.
o Lenguaje: se valorará la compresión, la respuesta a órdenes sencillas y la
expresión. Se indicará al paciente que nombre objetos como un lápiz o un
reloj y luego que indique para qué sirven.
2. Pares craneales: su alteración es frecuente en las lesiones de tronco. La desviación
conjugada de la mirada y a menudo de la cabeza es un signo localizador. En las
lesiones hemisféricas el paciente mira hacia el lado de la lesión mientras que en las
lesiones de tronco la desviación es hacia el lado hemipléjico, es decir, contrario a la
lesión.
3. Déficit motor: generalmente uni y contralateral a la lesión cerebral. Puede ser
completa (plejia) o incompleta (paresia). Se caracteriza por pérdida de fuerza,
alteración del tono y signo de Babinski.
4. Déficit sensitivo: contralateral en las lesiones hemisféricas y alterno en las de tronco
(afectación facial del lado de la lesión y hemicorporal contralateral a la lesión)
5. Alteraciones cerebelosas: tales como ataxia, incoordinación e hipotonía.
Una vez que se ha establecido la sospecha clínica de ictus y se ha realizado una valoración
inicial es preciso remitir al hospital con la mayor prontitud posible a todos los pacientes con
excepción de los que sufran demencia u otros procesos graves en estadios evolucionados
con deterioro funcional importante, donde la valoración ha de ser individualizada.
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Hipertensión arterial: Es muy frecuente en la fase aguda del ictus. Puede ser consecuencia
del propio estrés del proceso, de la hipertensión intracraneal, del dolor o, incluso, ser la
respuesta fisiológica para mantener la presión de perfusión. En la mayoría de los pacientes
la hipertensión no debe ser tratada (Broderick J, 1993). Un descenso brusco puede
deteriorar el estado neurológico y aumentar el área de isquemia ya que el flujo en la zona
crítica de penumbra depende pasivamente de la presión arterial media (Lisk DR, 1993). Por
el contrario la hipotensión es excepcional en el ictus por lo que su presencia ha de hacernos
sospechar otras patologías: IAM, tromboembolismo pulmonar, hemorragia digestiva,
sepsis, disección de aorta.
Cuando las cifras de TA están por encima de 220/120 mmHg en dos determinaciones,
separadas 10-15 minutos, debe instaurarse tratamiento antihipertensivo si se sospecha
infarto cerebral (Powers WJ, 1993; Hacke W, 2000). Otras indicaciones para tratar la TA
elevada son la coexistencia de insuficiencia cardiaca, angina de pecho y/o encefalopatía
hipertensiva, aún estando por debajo de los límites anteriores. En los ictus hemorrágicos la
TA límite es más baja y se aconseja tratamiento con TA sistólica de 190 mmHg o mayor
(Dandapani BK, 1995).
Es preferible la vía oral, el fármaco de elección es el Captopril a dosis de 6.25– 12.5 mg. Si
fuese necesaria la administración por vía endovenosa, es de elección el Labetalol (1-5
mg/min en infusión continua o bien un bolo de 10-20 mg cada 20 minutos). En aquellos
casos en los que esté contraindicado se puede utilizar Enalapril (1 mg en bolo seguido de 1-
5 mg/ 6 horas según respuesta). No es aconsejable el uso de antagonistas del calcio
(Nifedipino oral) por el descenso brusco de la TA que puede ocasionar.
Glucosa: La hiperglucemia inicial parece estar relacionada con un peor pronóstico (Weir
CJ, 1997), por lo tanto, en pacientes con isquemia cerebral, no se aconseja la
administración de sueros glucosados, salvo en situación de hipoglucemia. De ser necesario
se usará una solución fisiológica isotónica, evitando la sobrecarga de volumen.
Temperatura: La hipertermia parece tener un efecto negativo sobre el pronóstico del ictus
isquémico, aunque en algunas ocasiones es un indicador de infarto cerebral extenso
(Boysen G, 2001; Castillo J, 1998). Es preciso descartar un proceso infeccioso
concomitante.
Se aconseja iniciar tratamiento con temperatura axilar mayor de 37.5ºC. Se puede utilizar el
Paracetamol (500 mg v.o.) o el Metamizol, ambos se pueden administrar por vía
endovenosa si no es posible la vía oral.
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Tratamiento antitrombótico
Contribuye a la restitución del flujo a través del control de la progresión del trombo. Sólo
hay estudios publicados con Ácido acetil salicílico (AAS) como antiagregante en la fase
aguda del ictus. El AAS (300 mg/ 24 horas) tiene un efecto antiagregante inmediato y ha
demostrado beneficio administrado en las primeras 48 horas tras el ictus isquémico,
reduciendo la mortalidad y la recurrencia de eventos a los 6 meses independientemente de
la etiología (IST, 1997; CAST, 1997; Chen ZM, 2000).
No se dispone de estudios sobre el tratamiento con Clopidogrel en la fase aguda del ictus,
aunque es un fármaco efectivo en prevención secundaria y podría añadirse en una segunda
fase al tratamiento inicial con AAS (CAPRIE, 1996). La asociación de AAS con
clopidogrel aumenta de forma significativa el riesgo de hemorragia digestiva. Se
recomienda Clopidogrel en fase aguda en pacientes alérgicos a AAS y en los que lo
tomaban previamente.
Para recomendar la doble antiagregación con AAS y Clopidogrel en la fase aguda del ictus
es preciso realizar más estudios que los existentes (Meyer DM, 2008). La administración de
AAS en dosis de 100-300 mg aporta beneficio en cualquier evento isquémico
independientemente de la etiología, se aconseja utilizar la antiagregación en los siguientes
casos:
Tratamiento anticoagulante
Ulcus activo
HTA no controlada
Hemorragia cerebral
Retinopatía hemorrágica
Nefropatía severa
Punción lumbar reciente
Cirugía del sistema nervioso central reciente
Endocarditis bacteriana
Se puede utilizar la heparina sódica e.v., que se inicia a una dosis total diaria de 400
UI/Kg/día, en perfusión continúa, y sin administrar bolo al inicio del tratamiento. El
objetivo terapéutico es conseguir un TPA próximo a dos veces el tiempo control.
Tratamiento trombolítico
Estatinas
No se debe suspender el tratamiento con estatinas en los pacientes que las estén tomando
antes de su ingreso, ya que su retirada empeora el pronóstico (Blanco M, 2007). El uso de
Atorvastatina a dosis altas previene eventos isquémicos en pacientes con ACV o AIT
previos sin cardiopatía conocida, por lo que parece indicada en la prevención secundaria de
ictus (Amarenco P, 2006).
El uso de estatinas en fase aguda es más controvertido. En el estudio MIRACL que incluyó
pacientes con síndrome coronario agudo, se observó un riesgo alto de ACV que se
relacionó con el tamaño del infarto y la magnitud de los parámetros inflamatorios. La
incidencia de ACV fue mayor en los pacientes del grupo placebo que en los tratados con
estatinas (Schwartz GG, 2001). Aunque el uso de estatinas en fase aguda del síndrome
coronario agudo parece reducir el riesgo de ictus, este estudio no fue diseñado para esta
finalidad, por lo que no es aconsejable extrapolar los resultados. Un estudio reciente
demostró que dosis altas de Simvastatina en fase aguda del ictus mejora algunos parámetros
a partir del tercer día pero también se observa un aumento de mortalidad y de infecciones
no significativo. De momento no hay evidencias suficientes para recomendar el uso de
estatinas en la fase aguda del ictus y es necesario realizar estudios más amplios para
obtener conclusiones definitivas (Montaner J, 2008).
Tratamiento neuroprotector: Por el momento no hay datos suficientes que avalen su uso
rutinario en el tratamiento del infarto cerebral.
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Puede conducir a la herniación cerebral con compresión del tronco, es la principal causa de
muerte durante la primera semana y suele ponerse de manifiesto entre el tercer y el quinto
día.
Existen unas medidas generales que pueden contribuir a reducir el edema: mantener la
cabecera elevada a 30º, restringir el aporte de líquidos evitando las soluciones
hiperosmolares y tratar la hipoxia, hipercapnia e hipertermia (Schneider Gh, 1993).
Crisis epiléptica
Suelen ser parciales, con o sin generalización. La recurrencia es baja en los casos en que
aparecen precozmente y mayor en los que aparecen tardíamente. Es controvertido si su
presencia empeora o no el pronóstico. Las hemorragias lobares, los infartos isquémicos
embólicos y las hemorragias subaracnoideas son los procesos con mayor riesgo de
presentar crisis en la fase aguda.
Complicaciones psiquiátricas
No hay evidencias sobre los beneficios del tratamiento psicológico aislado en la depresión
postictus (Roth EJ, 1998). Si bien no hay estudios concluyentes, los pacientes con ictus no
debieran de recibir tratamiento antidepresivo de forma preventiva. Por el contrario, si existe
un diagnóstico claro de depresión o labilidad emocional ha de instaurarse tratamiento
farmacológico (House A, 2000; Gill D, 2003).
Puede aparecer cuando existen lesiones que afectan a la vía espinotalámica o su conexión
con la corteza. Se trata de un dolor urente, paroxístico, es frecuente la hiperalgesia (dolor
desproporcionado al estímulo) y la alodinia (dolor producido por estímulos no dolorosos).
Se acompaña de trastorno sensitivo disociado con alteración de la sensibilidad termo-
algésica y conservación de la táctil. Suele afectar áreas pequeñas de un hemicuerpo.
Neumonía
Es una causa importante de muerte en los pacientes con ictus (responsable de un 15-25% de
ellas). La mayoría están causadas por broncoaspiración, en pacientes con bajo nivel de
conciencia o alteración del reflejo de deglución.
Si la disfagia es leve se indicará una dieta blanda y será aconsejable una serie de medidas
que pueden reducir el riesgo de aspiración: mantener la posición de sentado a 45º durante la
alimentación, flexionar o rotar el cuello para facilitar la deglución, restringir el tamaño del
bolo a una cucharada de café, evitar la administración de líquidos o utilizar espesantes
alimentarios. En aquellos casos en los que exista disfagia moderada/grave se colocará
inicialmente una sonda nasogástrica para alimentación enteral. Transcurridos unos días
puede que recupere la función deglutoria en cuyo caso se puede retirar la sonda. En
aquellos en los que persistan alteraciones importantes del reflejo deglutorio y teniendo en
cuenta la esperanza de vida del paciente se puede proceder a la colocación de una sonda de
gastrostomía.
Infección urinaria
La retención urinaria es frecuente en la fase inicial tras un ACV por lo que es frecuente la
colocación de catéteres, lo que a su vez aumenta el riesgo de infecciones urinarias. Se debe
intentar retirar la sonda lo antes posible con el objetivo de disminuir el riesgo de infección.
En los casos en los que se precisen sondas permanentes se aconseja antibioterapia
profiláctica con quinolonas, previa al recambio de la sonda, iniciándola unas horas antes y
manteniéndola durante 3-5 días. Alternativamente se puede utilizar Fosfomicina en
monodosis. El sondaje intermitente no ha demostrado reducción del riesgo, por lo que no se
aconseja.
Úlceras de decúbito
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