Está en la página 1de 11

PERFIL IDEOLÓGICO Y REVOLUCIONARIO DEL GENERAL ELOY

ALFARO

Sitio: MOODLE ULEAM Imprimido por: DAVID EZEQUIEL GARZON VARGAS


Curso: EDUCACIÓN VIRTUAL 2022 / CÁTEDRA ALFARO -- T -- 20232-2 Día: viernes, 6 de octubre de 2023, 14:22
PERFIL IDEOLÓGICO Y REVOLUCIONARIO DEL GENERAL ELOY
Libro:
ALFARO
Tabla de contenidos

1. PERFIL IDEOLÓGICO Y REVOLUCIONARIO DEL GENERAL ELOY ALFARO

2. LAS OBRAS DE ALFARO


1. PERFIL IDEOLÓGICO Y REVOLUCIONARIO DEL GENERAL ELOY
ALFARO

Revolución es ese espacio de tiempo en que los sueños y anhelos de un pueblo se condensan en liderazgos colectivos para reinventar los
fundamentos que los definen e identifican, para escribir las páginas más significativas de su historia. Llegamos al centésimo aniversario del
asesinato del General Eloy Alfaro Delgado, lo hacemos, como dijera Néstor Kirchner “sin rencores, pero con memoria”, convencidos de que su
aporte es chispa que flamea en la historia y nos revela caminos de progreso y buen vivir, convencidos de que el futuro es construcción
cotidiana.

Sobre los pasos e ideales de los patriotas liberales que transformaron la institucionalidad del país arribamos hoy, al quinto aniversario de la
revolución ciudadana, coro plural de integración, que es cosecha del espíritu progresista que condensó en Eloy Alfaro Delgado el liderazgo
renovador de un pueblo que siembra su futuro.

La Revolución Liberal de 1895, uno de los capítulos más importantes y trascendentes de nuestra historia, nos invita a la construcción de un
Estado diferente, y es la proclama sobre la cual nos reconocemos hoy, como un “Estado Constitucional de Derechos y Justicia, social,
democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”. Fue Alfaro precursor de la educación laica, de los derechos
civiles, de la inclusión de la mujer en la esfera pública, de la integración nacional y el derecho de los pueblos a la autodeterminación de su futuro.
Eloy Alfaro marcó y cambió el rumbo de la historia de nuestro Ecuador; fue, como lo define su amigo y coideario Juan Montalvo: “El agente más
activo y eficaz de la revolución… más que bueno, ciego en su bondad, más que generoso, pródigo, se vino a tierra con revoluciones costeadas
por él en Manabí, con levantar caídos, socorrer necesitados y dar de comer y beber a ingratos que no merecían ni el agua, ni el fuego” La lucha
de Alfaro resume la cotidiana lucha de un pueblo por tejer su historia. Sus detractores son hoy los detractores de esta transformación profunda
que la revolución ciudadana ha emprendido en nuestra patria. Es por ese motivo que, en el marco del Centésimo Aniversario del asesinato del
General Eloy Alfaro Delgado, “el Viejo Luchador”, hemos querido saludar su memoria y entregar esta publicación que nos acerca a su
pensamiento político y social. Juan Paz y Miño Cepeda nos enfrenta a un documento compuesto por dos partes, en la primera hace un estudio
histórico del contexto social, político y económico en medio del cual se gestó la Revolución Liberal, definiendo los cuatro pilares del período
Alfarista en el Ecuador; en tanto que, en la segunda nos regala una recopilación de los mensajes de Alfaro y algunos otros documentos de los
Registros Oficiales de la época. Así, tras enmarcar el movimiento liberal en el momento socio-político, como la tendencia más progresista de
aquel momento histórico, fundamentado en un paradigma de modernización económica, como describe Paz y Miño “confiaban en las virtudes
del mercado libre, en el crecimiento de la agroexportación, la potenciación minera y la dinamización de las importaciones. Se interesaron por el
desarrollo manufacturero e industrial…” Eloy Alfaro: Pensamiento y Políticas Sociales. La lucha liberal Alfarista, cuyo propósito fue “transformar
radicalmente la sociedad heredada de la colonia y superar la organización tradicionalista de la sociedad”, es analizada, por Paz y Miño, en esta
obra a partir de cuatro dimensiones; desde la promoción de la economía liberal, hacia las transformaciones jurídico-políticas, los cambios
ideológico-culturales y, finalmente, las políticas sociales.

La Revolución Liberal fue en esencia un proyecto renovador y progresista, las Constituciones de 1897 y 1906, consagraron y garantizaron los
derechos de carácter civil y político; al tiempo que permitieron la transformación de las estructuras caducas del viejo estado, separándolo de la
iglesia para, de este modo permitir la consolidación de la libertad de consciencia, opinión y cultos. En el campo del desarrollo económico, Alfaro,
“dictó una ley para proteger y promover las industrias ecuatorianas, alentó el comercio, incentivó la agroexportación del cacao, desarrolló a la
banca…, impulsó la obra pública mediante la construcción o habilitación de carreteras, puentes, provisión de infraestructuras y, sobre todo, se
empeño en la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito que, concluido en 1908, no solo integró a las regiones más importantes del Ecuador,
sino que permitió mercantilizar la tierra, ampliar el trabajo asalariado, desarrollar el comercio menor y el intercambio regional”, señala el autor.
En el campo de las políticas sociales Paz y Miño aborda el aporte de la Revolución Liberal en la promoción del empleo como consecuencia del
desarrollo de las manufacturas y la industria nacional, la promoción de las agroexportaciones, así como la obra pública en infraestructura y
educación. En un segundo momento aborda el aporte del liberalismo para transformar la economía campesina y abolir las formas de explotación
laboral en las haciendas de la costa y la sierra. “Alfaro fomentó la inclusión de la mujer en los sistemas de educación y su participación laboral en
las oficinas estatales; y, por su puesto la más importante y trascendental de las transformaciones, impulsadas por el período liberal, la institución
de la educación pública, laica, universal y gratuita, impartida por el Estado, lo que demandó, como señala Paz y Miño “ejecutar una serie de
políticas, ante todo, destinar fondos, reformar los presupuestos estatales, garantizando los ingresos que sostuvieran tanto la creación de
instituciones, cuanto la dotación de los recursos materiales necesarios y la provisión de maestros adecuados”. La educación laica es, sin lugar a
dudas, la más grande herencia y factor de transformación que la Revolución Liberal le heredó a nuestro Ecuador.

En el centésimo aniversario del brutal asesinato del General Eloy Alfaro Delgado, renovamos nuestro compromiso firme y levantamos la
proclama por mantener vigente el espíritu de la revolución que demanda libertad, equidad, garantía de derechos, democracia y desarrollo
humano; pues el espíritu revolucionario Alfarista demanda de nosotros garantizar los derechos individuales y colectivos hacia la construcción de
una sociedad plural, incluyente y solidaria. Porque hoy, más que nunca Alfarista, lo que se dice Alfarista es el tiempo caminado y compartido en
esta revolución ciudadana que nos revela, sin modelos ni recetas, otro Ecuador posible. Una vez concluidas las luchas por la independencia, la
antigua Hispanoamérica se subdividió en una veintena de Estados Nacionales que comenzaron su vida como repúblicas soberanas. En las nuevas
repúblicas había que configurar a las funciones e instituciones estatales de un modo distinto al de la época colonial. Era necesario dar forma al
constitucionalismo y expedir las leyes en acuerdo con las Constituciones dictadas. Y se precisaba, con urgencia, atender la situación económica,
derrumbada o seriamente afectada por las guerras de la emancipación. En tales condiciones, también comenzaron a definirse los distintos
intereses en sociedades que hasta hace poco estuvieron divididas jerárquicamente entre castas y económicamente entre clases con múltiples
actividades, entre las que contrastaban los propietarios de tierras frente a los campesinos e indios sometidos a condiciones serviles y de
endeudamiento personal a través de una serie de mecanismos. La liberación del monopolio español y la búsqueda de relaciones económicas con
las potencias europeas y con los otros países americanos, progresivamente fortalecieron los nuevos negocios de exportación e importación,
renovaron la explotación de minas, movilizaron los primeros capitales que permitieron el aparecimiento de los bancos y atrajeron las incipientes
inversiones de capital extranjero. Muy pocos sectores de empresa incursionaron en la manufactura y mucho menos en la industria, actividades
que prácticamente aparecen a fines del siglo XIX y en la mayoría de repúblicas latinoamericanas solo bien entrado el siglo XX. Estas
configuraciones sociales fueron la base para la diferenciación ideológica y política entre dos tendencias que aparecieron con la fundación de las
repúblicas latinoamericanas y que predominaron en las luchas por el poder: conservadores y liberales. Por lo general, los conservadores
representaron los intereses agrarios, de los terratenientes tradicionales, así como los de las jerarquías católicas, también terratenientes. Aspiraban
a mantener el orden social existente, defendían la propiedad privada de las haciendas, fincas y estancias, eran resistentes a la abolición de la
esclavitud y de la servidumbre campesina o el endeudamiento y la tributación indígenas, sectores de los que aprovechaban para la acumulación
de sus rentas. Desconfiaban del aperturismo económico tendiendo a cierto proteccionismo, e incluso descalificaban como plebeyos a los
negocios vinculados al comercio y la banca, si bien hubo terratenientes que incursionaron en ellos.

Consideraban que la autoridad centralista y unitaria debía imponerse con firmeza para garantizar la precaria institucionalidad. Eran partidarios de
democracias restringidas, en las que el voto solo correspondería a las elites educadas y ricas. Defendían a la Iglesia, tanto como a los valores y las
prácticas católicas más tradicionales y cerradas. A su vez, los liberales representaron la tendencia más progresista de la época. Observaron al
desarrollo capitalista europeo y norteamericano como paradigma de la modernización económica, confiaban en las virtualidades del mercado
libre, en el crecimiento de la agroexportación, la potenciación minera y la dinamización de las importaciones. Se interesaron por el desarrollo
manufacturero e industrial y, en general, representaron los intereses de las burguesías emergentes latinoamericanas. Eran partidarios del
federalismo, participaban de la extensión de los derechos y las libertades ciudadanas, confiaron en el fortalecimiento de las instituciones
republicanas. Ante todo buscaron la separación del Estado y la Iglesia, así como la secularización de la cultura y privilegiaron el laicismo. Pero sus
aspiraciones ideológicas chocaron frecuentemente con las realidades de los intereses oligárquicos de las mismas burguesías incipientes, pues
ellas estuvieron estrechamente ligadas con las familias terratenientes. Siendo las señaladas las principales características que diferenciaron a los
conservadores y a los liberales, en América Latina el impulso social por la implantación de regímenes liberales duraderos arrancó en la segunda
mitad del siglo XIX. En México, Argentina, Brasil o Chile lograron afirmarse tempranamente las reformas liberales, pero en los países andinos esas
medidas tardaron. Específicamente en Ecuador, los inicios de la vida republicana en 1830, una vez que el país se separó de la Gran Colombia
para constituirse en Estado plenamente soberano, coincidieron con el predominio del sector conservador en el poder, identificado con la Iglesia,
los grandes hacendados serranos y el caudillismo militarista de Juan José Flores (1830-1835 y 1839-1845), el primer presidente del país.

Pero siguió una evolución casi pendular, pues en el intermedio “floreanista”, gobernó el liberal guayaquileño Vicente Rocafuerte (1835-1839) y
tras la “Revolución Marcista” de 1845, que movilizó las reacciones políticas contra Flores y particularmente los intereses de los ascendentes
empresarios y agroexportadores costeños, tras un lustro de gobernantes civiles se sucedieron los caudillismos liberales y militaristas de José
María Urbina (1851- 1856) e Ignacio Robles (1856-1859), tras los cuales se impuso el caudillo y fanático conservador Gabriel García Moreno
(1861- 1865 y 1869-1875). Asesinado García Moreno, el conservadorismo perdió a su máxima figura, sin encontrar otra que pudiera reemplazarla
con igual vigor, energía y capacidad constructiva. Porque el garcianismo, más allá de su conservador proyecto político e ideológico identificado
con un catolicismo radical, que convirtió a la Iglesia en un aparato del Estado para el control de la educación y la cultura dominante, promovió el
crecimiento económico, fortaleció a los agroexportadores y comerciantes, impulsó el nacimiento de los bancos y logró el adelanto material del
país con una serie de obras y servicios públicos. Se hizo del poder el caudillo general Ignacio de Veintemilla (1876-1883) cuyo corrupto gobierno
aprovechó del apoyo conservador o liberal a conveniencia. Ese accionar gubernamental articuló la resistencia y la oposición. Pero a Veintemilla
sucedió entre 1883-1895 una fase presidencial de hombres identificados con el “Progresismo”, que al decir de los liberales radicales no eran más
que “termicatólicos”, esto es conservadores que fungían de tolerantes con el propio liberalismo, pero que continuaban con el dominio de ese
sector político “retrógrado” y “tradicional”. Fue entonces que, bajo el gobierno del último “progresista”, el presidente Luis Cordero (1892-1895),
se produjo el episodio calificado como “venta de la Bandera”, que motivó la definitiva explosión popular. El 5 de junio de 1895, congregado el
pueblo en la ciudad de Guayaquil y considerando “Que las ideas liberales son las que están más en armonía con la civilización y el progreso
modernos y que son ellas las llamadas a hacer la felicidad de la República” decidió desconocer al gobierno y “Nombrar para Jefe Supremo de la
República y General en Jefe del Ejército al benemérito General don Eloy Alfaro”. El acta fue suscrita por cerca de 16.000 personas. Se había
iniciado la Revolución Liberal Ecuatoriana.
Una vez concluidas las luchas por la independencia, la antigua Hispanoamérica se subdividió en una veintena de Estados Nacionales que
comenzaron su vida como repúblicas soberanas. En las nuevas repúblicas había que configurar a las funciones e instituciones estatales de un
modo distinto al de la época colonial. Era necesario dar forma al constitucionalismo y expedir las leyes en acuerdo con las Constituciones
dictadas. Y se precisaba, con urgencia, atender la situación económica, derrumbada o seriamente afectada por las guerras de la emancipación. En
tales condiciones, también comenzaron a definirse los distintos intereses en sociedades que hasta hace poco estuvieron divididas
jerárquicamente entre castas y económicamente entre clases con múltiples actividades, entre las que contrastaban los propietarios de tierras
frente a los campesinos e indios sometidos a condiciones serviles y de endeudamiento personal a través de una serie de mecanismos. La
liberación del monopolio español y la búsqueda de relaciones económicas con las potencias europeas y con los otros países americanos,
progresivamente fortalecieron los nuevos negocios de exportación e importación, renovaron la explotación de minas, movilizaron los primeros
capitales que permitieron el aparecimiento de los bancos y atrajeron las incipientes inversiones de capital extranjero.

Muy pocos sectores de empresa incursionaron en la manufactura y mucho menos en la industria, actividades que prácticamente aparecen a
fines del siglo XIX y en la mayoría de repúblicas latinoamericanas solo bien entrado el siglo XX. Estas configuraciones sociales fueron la base para
la diferenciación ideológica y política entre dos tendencias que aparecieron con la fundación de las repúblicas latinoamericanas y que
predominaron en las luchas por el poder: conservadores y liberales. Por lo general, los conservadores representaron los intereses agrarios, de los
terratenientes tradicionales, así como los de las jerarquías católicas, también terratenientes. Aspiraban a mantener el orden social existente,
defendían la propiedad privada de las haciendas, fincas y estancias, eran resistentes a la abolición de la esclavitud y de la servidumbre campesina
o el endeudamiento y la tributación indígenas, sectores de los que aprovechaban para la acumulación de sus rentas. Desconfiaban del
aperturismo económico tendiendo a cierto proteccionismo, e incluso descalificaban como plebeyos a los negocios vinculados al comercio y la
banca, si bien hubo terratenientes que incursionaron en ellos. Consideraban que la autoridad centralista y unitaria debía imponerse con firmeza
para garantizar la precaria institucionalidad. Eran partidarios de democracias restringidas, en las que el voto solo correspondería a las elites
educadas y ricas. Defendían a la Iglesia, tanto como a los valores y las prácticas católicas más tradicionales y cerradas. A su vez, los liberales
representaron la tendencia más progresista de la época. Observaron al desarrollo capitalista europeo y norteamericano como paradigma de la
modernización económica, confiaban en las virtualidades del mercado libre, en el crecimiento de la agroexportación, la potenciación minera y la
dinamización de las importaciones. Se interesaron por el desarrollo manufacturero e industrial y, en general, representaron los intereses de las
burguesías emergentes latinoamericanas. Eran partidarios del federalismo, participaban de la extensión de los derechos y las libertades
ciudadanas, confiaron en el fortalecimiento de las instituciones republicanas. Ante todo, buscaron la separación del Estado y la Iglesia, así como
la secularización de la cultura y privilegiaron el laicismo. Pero sus aspiraciones ideológicas chocaron frecuentemente con las realidades de los
intereses oligárquicos de las mismas burguesías incipientes, pues ellas estuvieron estrechamente ligadas con las familias terratenientes. Siendo
las señaladas las principales características que diferenciaron a los conservadores y a los liberales, en América Latina el impulso social por la
implantación de regímenes liberales duraderos arrancó en la segunda mitad del siglo XIX.

En México, Argentina, Brasil o Chile lograron afirmarse tempranamente las reformas liberales, pero en los países andinos esas medidas tardaron.
Específicamente en Ecuador, los inicios de la vida republicana en 1830, una vez que el país se separó de la Gran Colombia para constituirse en
Estado plenamente soberano, coincidieron con el predominio del sector conservador en el poder, identificado con la Iglesia, los grandes
hacendados serranos y el caudillismo militarista de Juan José Flores (1830-1835 y 1839-1845), el primer presidente del país. Pero siguió una
evolución casi pendular, pues en el intermedio “floreanista”, gobernó el liberal guayaquileño Vicente Rocafuerte (1835-1839) y tras la “Revolución
Marcista” de 1845, que movilizó las reacciones políticas contra Flores y particularmente los intereses de los ascendentes empresarios y
agroexportadores costeños, tras un lustro de gobernantes civiles se sucedieron los caudillismos liberales y militaristas de José María Urbina
(1851- 1856) e Ignacio Robles (1856-1859), tras los cuales se impuso el caudillo y fanático conservador Gabriel García Moreno (1861- 1865 y
1869-1875). Asesinado García Moreno, el conservadorismo perdió a su máxima figura, sin encontrar otra que pudiera reemplazarla con igual
vigor, energía y capacidad constructiva. Porque el garcianismo, más allá de su conservador proyecto político e ideológico identificado con un
catolicismo radical, que convirtió a la Iglesia en un aparato del Estado para el control de la educación y la cultura dominante, promovió el
crecimiento económico, fortaleció a los agroexportadores y comerciantes, impulsó el nacimiento de los bancos y logró el adelanto material del
país con una serie de obras y servicios públicos. Se hizo del poder el caudillo general Ignacio de Veintemilla (1876-1883) cuyo corrupto gobierno
aprovechó del apoyo conservador o liberal a conveniencia. Ese accionar gubernamental articuló la resistencia y la oposición. Pero a Veintemilla
sucedió entre 1883-1895 una fase presidencial de hombres identificados con el “Progresismo”, que al decir de los liberales radicales no eran más
que “termicatólicos”, esto es conservadores que fungían de tolerantes con el propio liberalismo, pero que continuaban con el dominio de ese
sector político “retrógrado” y “tradicional”. Fue entonces que, bajo el gobierno del último “progresista”, el presidente Luis Cordero (1892-1895),
se produjo el episodio calificado como “venta de la Bandera”, que motivó la definitiva explosión popular. El 5 de junio de 1895, congregado el
pueblo en la ciudad de Guayaquil y considerando “Que las ideas liberales son las que están más en armonía con la civilización y el progreso
modernos y que son ellas las llamadas a hacer la felicidad de la República” decidió desconocer al gobierno y “Nombrar para Jefe Supremo de la
República y General en Jefe del Ejército al benemérito General don Eloy Alfaro”. El acta fue suscrita por cerca de 16.000 personas.

Se había iniciado la Revolución Liberal Ecuatoriana. Ese pronunciamiento formó parte del ascenso del liberalismo en América Latina, que desde
mediados del siglo XIX luchaba por alcanzar el poder e imponer sus ideales en el Estado. El “Decálogo Liberal” de los radicales ecuatorianos,
publicado en aquella época, proponía: 1. Decreto de manos muertas; 2. Supresión de Conventos; 3. Supresión de Monasterios; 4. Enseñanza laica
y obligatoria; 5. Libertad de los indios; 6. Abolición del Concordato; 7. Secularización eclesiástica; 8. Expulsión del clero extranjero; 9. Ejército
fuerte y bien remunerado; 10. Ferrocarril al Pacífico. Alfaro inició la campaña militar y política sobre los Andes, apoyado en las montoneras
guerrilleras, la movilización de pequeños y medianos hacendados, campesinos, conciertos y jornaleros, capas urbanas bajas, indios serranos,
capas medias, intelectuales radicales y mujeres comprometidas con la lucha liberal. Fue la más impresionante movilización popular, después de
las campañas por la Independencia, a inicios del siglo XIX. Agroexportadores costeños y las incipientes burguesías comercial-financieras,
deseaban, ante todo, afirmar su estupenda incorporación al mercado mundial, en cuya base estaba la monoproducción del cacao. Y, además,
imponer su dirección en la conducción política y económica del Estado, para promocionar sus intereses. Carecían de afanes sociales
reformadores y aunque mayoritariamente se identificaban con el liberalismo, sólo por la imposición popular apoyaron el ascenso de Eloy Alfaro,
cuyo “radicalismo” temían.

Es que Don Eloy demostraba haberse respaldado en amplios sectores populares, de manera que el “alfarismo” expresaba todo un conjunto de
ideales y necesidades de reforma y transformación de la sociedad ecuatoriana. Alfaro gobernó entre 1895-1901 y luego entre 1906-1911. El
general Leónidas Plaza, su adversario político, lo hizo entre 1901- 1905 y Lizardo García en un corto período entre 1905-1906, porque fue
derrocado. Ambos representaron al sector de los liberales “moderados”, más cercanos a los intereses de los agroexportadores, las burguesías
costeñas y los hacendados serranos, que a cualquier proyecto social transformador. Sin embargo, entre 1895 y 1911 el desafío revolucionario se
impuso. Gracias al liberalismo en el poder fue posible, entre otros cambios, separar Estado e Iglesia, reordenar los aparatos públicos,
institucionalizar el régimen y la legislación de carácter civil (matrimonio, divorcio, registro civil), secularizar la sociedad, introducir la educación
laica, modernizar las comunicaciones incluyendo la construcción del ferrocarril entre Guayaquil y Quito, y promocionar, en algunos aspectos, a
las capas medias, la condición de la mujer y la movilización de los trabajadores y masas populares. Pero la Revolución Liberal no podía avanzar
más allá de sus límites históricos, por lo que no fue posible una amplia reforma agraria, ni la abierta industrialización del país, así como tampoco
una revolucionaria democratización de la sociedad sobre bases igualitarias. La postergación de soluciones ideales frustró a las mismas bases del
alfarismo; y la dominación de las nuevas capas oligárquicas emergidas con el liberalismo, liquidó el proyecto “radical”, que murió definitivamente
con el asesinato de Eloy Alfaro el 28 de enero de 1912, un episodio que el historiador Alfredo Pareja Diezcanseco bautizó como “la hoguera
bárbara”.

La Revolución Liberal Ecuatoriana, originada en el pronunciamiento popular del 5 de junio de 1895, tuvo dos fases claramente marcadas: la
radical, entre 1895-1912 y la moderada, entre 1912-1925. Durante la primera fase, el caudillo indiscutible fue Eloy Alfaro Delgado (1842-1912).
Manabita de origen (nació en Montecristi), desde muy joven se vinculó a la causa del militar liberal José María Urbina, pero progresivamente se
convirtió en un líder indiscutible de la tendencia. Después viajó por los distintos países de América Latina e incluso por los Estados Unidos,
estrechando amistades liberales, solidarizándose con la causa internacional mutua y comprometiéndose con la lucha por el derrocamiento de los
gobiernos conservadores. En vísperas de la revolución ecuatoriana, trazó planes con José Martí y otros patriotas cubanos para respaldar su
independencia frente a España. Con Joaquín Crespo (Venezuela), José Santos Zelaya (Nicaragua) y Juan de Dios Uribe (Colombia), Alfaro
suscribió el “Pacto de Amapala” por el que todos se ayudarían en beneficio de la causa liberal. Apenas llegado al poder, Alfaro quiso concretar su
internacionalismo liberal, para lo cual revivió la romántica idea de rehacer la Gran Colombia soñada por Simón Bolívar, invitando a Colombia y
Venezuela para discutir el proyecto. Además, intentó el envío de un batallón de veteranos guerrilleros para apoyar la lucha independista de
Cuba, sin descartar una solicitud dirigida a la reina María Cristina para que otorgue la emancipación política a la isla. Fue solidario con la causa
de Venezuela contra el expansionismo inglés en la Guayana Esequiva. Y convocó a un Congreso Internacional que se realizó en México en 1896,
que apenas pudo reunir unos cuantos países por la oposición levantada por los Estados Unidos a la realización del mismo. Dicho Congreso, sin
embargo, hizo una concluyente declaración contra la manipulación interesada de la Doctrina Monroe por parte de los Estados Unidos y abogó
por sujetarla a un verdadero derecho continental, que respete la soberanía de los países. El prestigio de Eloy Alfaro había crecido no solo por ser
consecuente con el liberalismo, por haber participado en revueltas y batallas por conseguir la toma del poder, sino también por su identificación
con las causas de los países hispanoamericanos.

Como bien afirma el historiador ecuatoriano Alfredo Pareja: Alfaro era, cada vez más, un ciudadano de América. Ilustres amigos en todos los
países del continente esperaban su triunfo como causa propia. La revolución liberal era un fenómeno, de totalidad americana, de
complementación de la Independencia. Y uno de los más grandes caudillos de la América mestiza y moderna, no haya duda, Eloy Alfaro. De
manera que, llegado al Ecuador a los pocos días del pronunciamiento del 5 de junio, Eloy Alfaro tenía ganado un prestigio nacional y americano,
que actuó en forma decisiva al momento de colocar al frente de la revolución a una personalidad capaz de conducirlo. Porque mientras los
patricios guayaquileños habían tenido en miras colocar a una figura capaz de promover sus propios intereses oligárquicos, fue el pueblo
guayaquileño el que impuso el nombre de Eloy Alfaro. Fue Alfaro, entonces, quien organizó, desde Guayaquil, las armas con las que se dirigiría
hasta Quito para derrotar a las fuerzas del gobierno de Vicente Lucio Salazar, vicepresidente en ejercicio del poder ejecutivo, tras la separación
del presidente Luis Cordero. La inevitable guerra civil resultó sangrienta, pues confrontó a las “montoneras” o guerrillas alfaristas contra el
ejército nacional del Estado. A favor de Alfaro se unieron campesinos y montubios costeños y distintos sectores indígenas en la Sierra. Además,
el liberalismo despertó el fervor de una serie de intelectuales, profesionales y sectores de capas medias. De manera que la revolución liberal
contaba con una amplia base social, que era una fuerza arrolladora frente a la del gobierno, tan solo defensor de sí mismo y de aquellas
oligarquías regionales minoritarias que lo sustentaban. Finalmente, los montoneros vencieron. Eloy Alfaro quedó como Jefe Supremo y la
asamblea que se reunió después lo proclamó presidente. Visto desde una perspectiva de largo plazo, el liberalismo triunfante significaba la
culminación de un proceso típico del siglo XIX histórico, que no coincide necesariamente con el cronológico.

Porque desde 1830, cuando Ecuador, al separarse de la Gran Colombia, inició su vida como república soberana, caracterizó a su evolución
política la lucha o confrontación entre dos tendencias cada vez más visibles: la conservadora y la liberal. Ambas tendencias tuvieron matices y
líderes o caudillos en torno a los cuales se agruparon los partidarios. Pero, en lo de fondo, los liberales enfrentaron a los conservadores con el
propósito de transformar radicalmente la sociedad heredada de la colonia y superar la organización tradicionalista de la sociedad. La Revolución
Liberal de 1895 representaba, por consiguiente, la culminación de las luchas bipartidistas del siglo XIX. El radicalismo imprimió sobre ella su lado
social y popular, que no es el que representó el liberalismo moderado, mejor identificado con los intereses de las clases dominantes de Costa y
Sierra, concentradas en una elite de hacendados, comerciantes, banqueros e incipientes manufactureros. La Revolución Liberal respondió a las
estructuras y condiciones del siglo XIX, por más que sus acciones e influencia se prolongaron hasta 1925 (año que marca el fin del siglo XIX
histórico), cuando la Revolución Juliana (9 de julio de 1925) acabó con el Estado Liberal e introdujo al Ecuador en el siglo XX histórico. A Eloy
Alfaro tocó la tarea histórica de iniciar y afirmar el lado radical del liberalismo.

Ese radicalismo trató de promover a los sectores populares, cambiar las condiciones de vida y trabajo de la población indígena, responder a las
demandas de los montubios y campesinos, interesarse por la situación de los trabajadores y obreros nacientes en el país. En las condiciones de
la época, ejecutar un programa transformador para beneficio de los sectores citados era un desafío confrontado con las poderosas clases que
continuaban hegemonizando el Estado oligárquico-terrateniente. La resistencia de estas elites del poder económico son las que finalmente
minaron la realización plena del programa radical. Pero, a pesar de las limitaciones que afectaron al programa radical, los gobiernos de Eloy
Alfaro -el primero entre 1895-1901 y el segundo entre 1906-1911 lograron una serie de transformaciones para beneficio del Ecuador que hoy
son ampliamente reconocidas en la vida nacional. Las más importantes transformaciones del alfarismo pueden circunscribirse a cuatro grandes
órdenes en la trayectoria ecuatoriana: la promoción de la economía liberal, las transformaciones jurídico-políticas, los cambios ideológico-
culturales y las políticas sociales.

BIBLIOGRAFÍA Alfaro, E. (2012). Narraciones históricas. Quito, Ecuador: Corporación Editora Nacional. Recuperado de:
https://elibro.net/es/ereader/uleam/80223 file:///Users/karlaespinoza/Downloads/2_libro_eloy_alfaro_ultima_version-1.pdf

https://images.app.goo.gl/11wfmCo4P8aFWw3p7 https://images.app.goo.gl/v9W4ka76eaBrAw2GA
https://images.app.goo.gl/NufcZeLdtHzDJrgD9 https://images.app.goo.gl/ktpywJupwFiF5bUA8
2. LAS OBRAS DE ALFARO

Las obras de Alfaro

Eloy Alfaro fue importante y reconocido político de nacionalidad ecuatoriana quien fue uno de los principales representantes de la libertad y la
democracia en el Ecuador, considerado por ello como uno de los más importantes líderes nacionales.

Eloy Alfaro fue presidente Constitucional de la República del Ecuador en dos periodos comprendidos entre los años 1897 a 1901 y 1906 a 1911.

El viejo luchador, como se le denomina a Eloy Alfaro Delgado, tenía varios objetivos para realizarlos durante su presidencia, y en base a estos
realizó grandes obras importantes que transformaron la realidad del país. A continuación, un listado se sus mayores y más importantes obras:

Lista de obras más importantes

1. Construcción del ferrocarril, que unió la sierra con la costa (Quito-Guayaquil).

2. Construcción del Colegio Nacional Mejía en Quito.

3. Construcción de la Escuela de Bellas Artes.

4. Fundó el Colegio de capacitación para militares, conocido actualmente como "Colegio Militar Eloy Alfaro".

5. Fundó el Colegio Manuela Cañizares.

6. Fundó el normal Juan Montalvo.

7. Fundo escuelas normales para indígenas.

8. Fundó escuelas nocturnas.

9. Mejoró y organizó al Ejército Ecuatoriano.

10. Reorganizó el desaparecido conservatorio de música.

11. Decretó el derecho al voto para las mujeres ecuatorianas.

12. Abolió algunas contribuciones del pueblo indígena.

13. Impulsó la incorporación de la mujer a la vida pública.

14. Organizó de mejor manera la enseñanza universitaria.

15. Desapareció privilegios militares y eclesiásticos.

16. Justicia para los indígenas.

17. Separación de la Iglesia Católica del Estado.

18. La implementación del laicismo y la expansión del sistema educativo.

19. Incorporación de las mujeres a las instituciones públicas.

20. Nacionalización de las haciendas de la Iglesia.

21. Levantó un monumento al insigne escritor y amigo Don Juan Montalvo en su ciudad natal.

22. En su gobierno se encontraron los restos mortales del General Mariscal de Ayacucho Antonio José́ de Sucre los mismos que fueron
llevados a la catedral Metropolitana de Quito.

23. Mejoró la recaudación fiscal.

Siglo XX: la Revolución Liberal y el Estado laico en el Ecuador


Juanpch. (2015) Principales obras del General Eloy Alfaro en su gobierno. Recuperado de.
http://www.forosecuador.ec/forum/ecuador/educaci%C3%B3n-y-ciencia/12612-obras-de-eloy-alfaro-resumen-de-principales-obras-durante-su-
presidencia

Instauración del laicismo y sus principios

El laicismo en el Ecuador: Aspectos históricos.

Las razones científicas de la elección, nacional residen en que quizá no hay otra República latinoamericana que haya vivido, como el Ecuador, la
«experiencia laica». Su vigencia oficial y constitucional, apenas sin resquicios durante casi tres cuartos de siglo, ha logrado cristalizar y encarnar
en la conciencia colectiva una serie de postulados indiscutibles, tenidos como conquistas históricas que la altura de los tiempos no permite
cuestionar.

El laicismo ha nacido en un conjunto de fuerzas oponiendo estados todavía débiles cuyo poder apenas si acababa de nacer, y una Iglesia fuerte,
uniendo el poder temporal a la autoridad espiritual.

Hemos visto panorámicamente el desarrollo paulatino, pero implacable de una concepción del hombre y de la realidad, en quiebra con el modo
cristiano de existencia humana. Su último epígono en un momento dado llegó a ser el laicismo; actualmente ya no lo es: la idea siguió
evolucionando, y a continuación del laicismo, sus dos últimos productos son el socialismo y el marxismo. Sea como sea, ahora nos interesa
establecer el nexo que une el progresivo despliegue histórico localizado en Europa con la aparición del liberalismo laicista en el Ecuador.

La llegada del liberalismo al mando de la nación ecuatoriana en 1895 ¿estuvo preparada por una maduración ideológica de las minorías
cultivadas, o, por el contrario, su explicación la hemos de buscar en circunstancias históricas extrínsecas a la dialéctica de las ideas y a su dominio
en las mentes?

El laicismo en el Ecuador como concepto central de la reforma educativa que surge de la revolución liberal de 1895 y se despliega en las dos
primeras décadas del siglo XX. En tal contexto, se analizan las imbricaciones entre las concepciones de “educación laica” y “educación pública”,
presentes en los marcos legales y el nuevo aparato educativo, así como las polémicas acerca de los niveles de secularización del nuevo sistema
escolar y la perpetuación de formas sacralizadas de representación. Se identifica la apropiación del laicismo en el discurso pedagógico del
maestro normalista y en la consolidación de su identidad social y profesional.

En el Ecuador ha predominado una perspectiva reivindicativa del laicismo, que fue fraguada, en realidad, en el contexto de la década de 1940,
ante la decisión de la Asamblea Constituyente de 1947 de restaurar el subsidio oficial a la enseñanza religiosa que había sido suspendido en
1906 por el Estado liberal. En ese marco, los sectores que abrazaron el laicismo hicieron importantes declaraciones y publicaron numerosas obras
académicas dirigidas a defender la educación laica, resaltar su rol en el fortalecimiento de la identidad y la soberanía nacionales; así como
también su papel modernizador del Estado y la sociedad. De otro lado, a esas alturas el laicismo ya era el sello de identidad de incontables
personajes de la intelectualidad y la política, orgullosos de pertenecer a verdaderos linajes familiares de maestros y maestras laicas, herederos de
las clases medias emergentes tributarias de la revolución liberal. Hasta 1951, fecha de celebración de los 50 años de creación de las primeras
normales laicas, que también dio lugar a un importante relato conmemorativo, se creó el escenario para la construcción de una mitología y una
genealogía del laicismo que, salvo contadas excepciones, ha articulado hasta el presente la comprensión e interpretación de la historia de la
educación ecuatoriana de la primera mitad del siglo XX

Las acciones iniciales de mayor contenido simbólico fueron la creación en 1897 del Colegio Mejía, que será uno de los pocos baluartes de la
enseñanza secundaria laica en todo el periodo, y el establecimiento de las primeras normales laicas en 1901, varias de las cuales fueron
suspendidas en años posteriores por falta de recursos y maestros. Hasta la oficialización de la enseñanza laica en 1906, no existían más de 30
normalistas egresados. Los informes de los ministros del ramo deploraban el bajo presupuesto y la improvisación observada en el conjunto de la
reforma; además de la desarticulación estructural del sistema educativo que impedía unificar cualquier política. Esta primera etapa se cierra con
el asesinato del líder legendario de la revolución liberal, Eloy Alfaro, aquejado para entonces por su impopularidad y las inevitables tensiones
sociales que provocó su revolución al movilizar las bases populares contra los grupos oligárquicos, y al mismo tiempo, crear contradictorias e
insostenibles alianzas tanto con las minorías de terratenientes como con sectores de la burguesía, el ejército y tendencias opuestas dentro del
propio liberalismo.

Luego de la muerte del caudillo, la reforma pierde su impulso revolucionario, pero entra en una etapa de relativa institucionalización con la
contratación en 1913 de la primera misión alemana, portadora del método herbartiano, a la que se le encarga la dirección de la formación
docente a nivel nacional hasta el arribo de una siguiente misión en 1921. La llegada de esta última misión, particularmente, ha sido consagrada
por la mitología laica como el hito principal de la reforma educativa y el más representativo para el laicismo, en tanto se considera que los
principios herbartianos guardaban total consonancia con el ideario laico de la modernización y el progreso. De hecho, detrás de este discurso, lo
que estaba en juego era la identidad de los docentes formados con la segunda misión alemana, que crearon el relato celebratorio de la
trayectoria normalista ecuatoriana en el cincuentenario de fundación al que nos hemos referido al principio.

Eloy Alfaro Vida política y laicismo

LA ASIMILACIÓN DE LO PÚBLICO A LO LAICO

La Constitución de 1897 que siguió al golpe de estado liberal de 1895, no solo que no incorporó artículos referidos a la secularización, sino que,
bajo la influencia de una mayoría liberal moderada, mantuvo al catolicismo como religión oficial con exclusión de otros cultos. En el acápite de
“garantías”, no obstante, se logró incluir un reconocimiento a las creencias religiosas y la obligación del Estado de respetar sus expresiones,
medida que fue duramente rechazada por la jerarquía eclesiástica con el pretexto de que constituía una amenaza para la unidad nacional. Una
reforma trascendental adoptada también en 1897 fue la descentralización del aparato escolar que privó de varias atribuciones al Ministerio de
Instrucción. Sus impulsadores no se imaginaron, en ese entonces, que esta medida crearía en lo posterior las condiciones para la continuidad del
modelo corporativo de la educación católica dentro del marco liberal.

UN LIBERALISMO NO LAICISTA

A la línea liberal estatista se opuso en la Asamblea de 1906 un liberalismo concentrado en la defensa de la tolerancia y la libertad de conciencia,
principios a los cuales, contrariamente a lo sucedido con la tendencia opuesta, debió subordinarse el laicismo. Esta posición representada por
José Peralta, ministro y hombre de confianza de Eloy Alfaro fue determinante en la discusión acerca del carácter del sistema educativo laico. En el
pensamiento tolerante de Peralta, el laicismo militante no ocupó un lugar central ni decisivo, pese a que él se había declarado crítico del papel
del clero, al que insistentemente calificaba de “nefasto”. En un opúsculo titulado La cuestión religiosa y el poder público en el Ecuador22, escrito
en respuesta al rechazo de que fue objeto por su apoyo al establecimiento del Patronato, Peralta sostenía:

“Ayer combatí sin tregua los abusos de la clerecía y las aberraciones del ultramontanismo; y hoy con igual tesón defiendo la libertad de
conciencia para los ecuatorianos católicos. Si no lo hiciera así, no fuera liberal, no sostendría mi bandera, no cumpliría mi deber”

LOS SIGNIFICADOS DEL LAICISMO ENTRE LOS MAESTROS LAICOS

En la etapa que se abre luego del asesinato de Eloy Alfaro (1912), el entusiasmo revolucionario se debilita y con él pierde impulso el apoyo oficial
a la reforma educativa laica, golpeada además por el contexto de crisis económica que preanuncia el ocaso del liberalismo de fines de los años
20. Sin embargo, es en ese mismo escenario donde emerge el actor social que va a impulsar el proyecto educativo laicista desde un sentido de
apropiación distinto al imperante en el discurso político. Se trata de las primeras promociones de normalistas que empiezan a figurar en el
escenario público como agentes activos de la reforma educativa laica

En ese medio docente no solo se difundió un “nuevo fermento laico de nacionalidad” en reemplazo de la identidad nacional católica, como lo
señala Gabriela Ossenbach, sino que se gestó un tipo de discurso laicista estructurado por el paradigma positivista, convertido para entonces en
uno de los principales ejes articuladores del saber pedagógico gestado por el normalismo. El exponente más ilustrado en este campo fue el
pedagogo catalán Fernando Pons, contactado por el mismo Alfaro durante su exilio en Costa Rica, cuando aquel fungía de catedrático de la
Escuela Normal. En el Ecuador, Pons dirigió la Normal de Varones entre 1906-1908, justo en medio del clima de tensiones desatado por la
secularización de la enseñanza. Su defensa de la educación laica constituye la expresión más importante del laicismo militante de la etapa
alfarista.

EL NUEVO DIOS DEL LAICISMO COMO DISPOSITIVO JERÁRQUICO Y MORAL

Las representaciones de una niñez escolarizada subordinada al maestro y al mundo adulto fueron ampliamente difundidas a través de los textos
escolares para la enseñanza primaria. En ellos se reveló la voluntad del laicismo por exhibir los fundamentos morales de un nuevo tipo de
ordenamiento social y político, que debía partir de la reforma de la infancia. El texto denominado El Lector Ecuatoriano38, constituye un ejemplo
vívido de la claudicación del laicismo ante la necesidad de apelar a una matriz religiosa y a estructuras jerárquicas como referentes del orden
moral e incluso disciplinario que se estableció por la vía de la instrucción pública. El Lector Ecuatoriano fue elaborado por connotados
intelectuales liberales y constituyó un compendio de lecturas dedicado a fomentar la moral, la virtud y el patriotismo, a partir de familiarizar a los
niños con ciertos conceptos fundamentales del nuevo ideario laico. Entre los títulos de los capítulos sorprende encontrar las menciones a Dios y
a la religión presidiendo el texto, seguidas de los temas alusivos a la Patria, la libertad, el hogar y otros relativos a los roles sociales de hombres,
mujeres, jóvenes, soldados, ancianos, pobres obreros, etc. Solo al final se incluyen también lecturas referidas a la escuela laica, la práctica de
valores y antivalores, y los símbolos nacionales.
Terán R. (2016). Laicismo y educación pública en el discurso liberal ecuatoriano (1897-1920). Recuperado de.
http://www.scielo.org.co/pdf/hisca/v12n30/0122-8803-hisca-12-30-81.pdf

También podría gustarte