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Protocolo Mosquera-Selaya
Como Colombia había firmado con Ecuador en 1856 un tratado de ayuda mutua, el Perú
temió la intervención de aquel país en el conflicto y envió a Bogotá como ministro
plenipotenciario a Buenaventura Seoane, con la misión de obtener su neutralidad.
Seoane se reunió con el presidente colombiano Mariano Ospina y logró su objetivo;
además, se contactó con el general Tomás Cipriano de Mosquera, entonces gobernador
del estado colombiano del Cauca, de quien se decía que acudiría en auxilio del
Ecuador. El 16 de septiembre de 1859, se celebró un convenio secreto entre el
general Mosquera y el secretario de Seoane, de apellido Selaya. Por este “Protocolo
Mosquera-Selaya”, el Perú se comprometía a suministrar a Mosquera recursos bélicos
y económicos, para que pudiera llevar adelante la independencia del Cauca y su
confederación con las provincias ecuatorianas, con excepción de las provincias de
Guayaquil, Manabi y Loja, que pasarían a poder del Perú. Es probable que este
convenio lo realizaran los representantes peruanos solo con la intención de
neutralizar a Mosquera de una posible intervención a favor de Ecuador; lo cierto es
que nunca se puso en práctica.56
Pintura anónima del siglo XIX, que representa la toma de Guayaquil por parte del
ejército peruano en 1860.
Los representantes de Castilla y Franco, señores Manuel Morales y Nicolás Estrada
respectivamente, suscribieron el Tratado de Mapasingue, el 25 de enero de 1860, en
la pequeña localidad del mismo nombre. Bajo los términos de este tratado, se
restablecieron las buenas relaciones entre ambas repúblicas; asimismo, el Ecuador
declaró nula la venta de territorios peruanos a los acreedores británicos,
reconoció la validez de la Real Cédula de 1802 y el uti possidetis de 1810 y sobre
la base de ello convino en demarcar sus límites, comprometiéndose a integrar una
comisión bipartita con el Perú; se reservó también su derecho a comprobar sus
títulos sobre los territorios de Quijos y Canelos dentro del plazo de dos años,
pasados los cuales, si no llegaba a presentar la documentación que contradijese a
la del Perú, caducaría su acción.
Así culminó esta guerra, en la que no hubo grandes encuentros bélicos, ya que al
Perú solo le bastó desplegar su poderío para obtener las satisfacciones de parte de
Ecuador.
Guerra a los traidores y a los bandidos, guerra a los bárbaros opresores de las
desgraciadas provincias litorales, guerra, guerra sin tregua a los enemigos de la
patria.
García Moreno, que había permanecido algún tiempo en el Perú, conocía perfectamente
el poder militar de que disponía Ramón Castilla; por lo tanto consideraba que era
indispensable hacer un esfuerzo supremo para poder enfrentarse al Perú. Puso al
servicio de su patria toda su capacidad y toda su energía, y el país en su
totalidad lo apoyó, pues era inmensa la reacción contra el tratado de Mapasingue. A
pesar de ser un terrible enemigo de Juan José Flores, quien se hallaba en el Perú,
fue llamado por García Moreno para que prestara sus servicios al Ecuador y así unir
más todas las voluntades. El 27 de mayo de 1860, aclamado fervorosamente, entró
Flores a Quito, después de haber permanecido en el ostracismo quince años.
Juan José Flores fue nombrado jefe del ejército. Algo más de un mes duraron los dos
caudillos en reorganizarlo. Marcharon sobre Guayaquil y el 24 de septiembre de 1860
el ejército de Quito lo ocupó. El jefe supremo de Guayaquil, general Guillermo
Franco, salió en fuga, embarcándose hacia Perú; al entrar a Guayaquil, García
Moreno y Juan José Flores se informaron de que Franco, antes de partir, había hecho
firmar a civiles y militares una petición al gobierno del Perú, a fin de que
incorporara a ese país la provincia de Guayas.
Artículo VI. Los gobiernos del Ecuador y del Perú rectificarán los límites de sus
respectivos territorios, nombrando dentro del término de dos años, contados desde
ratificación y canje del presente tratado, una comisión mixta que, con arreglo a
las observaciones que hiciere y a los comprobantes que se le presenten por ambas
partes, señale los límites de las dos repúblicas.
Entre tanto éstas aceptan por tales límites los que emanan del uti possidetis,
reconocido en el artículo 5° del tratado del 22 de septiembre de 1829 entre
Colombia y Perú, y que tenían los antiguos Virreinatos del Perú y Santa Fe,
conforme a la Real Cédula de 15 de julio de 1802.
Sin embargo, a menos de dos años de la firma de este tratado, el gobierno
ecuatoriano del presidente Gabriel García Moreno, luego de derrocar al gobierno de
Franco en Guayaquil y unificar el país bajo su mando, procedió a desaprobar el
tratado, declarándolo “insubsistente” (1861); solo ratificó lo concerniente a la
derogación del convenio con los británicos (1862). Debido al descontento de la
población peruana hacia el gobierno de Castilla, ya muy desgastado tras 8 años en
el poder, no se intentó en obligar al Ecuador a respetar el tratado por la vía
militar, pues habría sido una medida muy impopular dentro del Perú.
Por su parte, el Congreso peruano, ya bajo el gobierno del mariscal Miguel de San
Román, también desaprobó el tratado (1863). Las razones de los legisladores
peruanos se basaban en el hecho de que se hubiese firmado un tratado con el jefe de
una facción política ecuatoriana instalada en el departamento del Guayas y no con
un gobierno legal que representara a todo el Ecuador; asimismo, observaron que una
de sus cláusulas, aquella que daba a Ecuador un plazo de dos años para sustentar
sus derechos sobre Quijos y Canelos, era perjudicial a los intereses del Perú, que
siempre sostuvo su posesión de dichos territorios.59