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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

(Universidad del Perú, Decana de América)


ÁREA DE HUMANIDADES, CIENCIAS JURÍDICAS Y SOCIALES
FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIA POLÍTICA
PREGRADO

Nuestras fuerzas desarmadas

Curso:

Análisis político

Autor:

Ruiz Ludeña Antonio Gabriel - 21020431

Docente:

Juan Antonio Bazán Chávez

Lima - Perú
2023
Nuestras fuerzas desarmadas
Antonio Gabriel Ruiz Ludeña
Hoy en día sufrimos una crisis de inseguridad en el país. El crimen organizado ha
tomado posesión de nuestras calles y jirones. El Perú es un feudo más de las bandas
organizadas a nivel internacional. La acción delictiva cada vez crece en las
estadísticas y mapas de focalización del delito. Sin embargo, por más de una serie de
esfuerzos entre declaraciones de estados de emergencias, controles de identidad,
mayor presencia policial hasta, incluso, un mayor despliegue de operativos, la
incidencia delictiva persiste y, incluso, se agrava cada vez más con mayor violencia.
Ante esta situación, entonces, nos preguntamos legítimamente: ¿cuál es pues la
verdadera causal del problema por el cual no se puede prevalecer el principio de
autoridad y orden en nuestro país? Y la respuesta se encuentra en aquel sector de la
sociedad peruana, llamada: Los caviares.

Antonio Gramsci, en su obra Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el


Estado moderno, nos enseña sobre la definición de una nueva categoría para los
saberes de la disciplina de la ciencia política: Hegemonía. Donde, en principio, hace
una diferenciación entre el concepto de dominación y hegemonía antes de desarrollar
su pensamiento. Mientras que, describe así Gramsci, el primero se refiere al poder de
la fuerza y la coacción que hace presente una determinada clase política que ocupa
los sillones del Estado, como dirigentes del aparato de gobierno; el segundo, hace
referencia al poder sobre la cultura y la moral que yace en la sociedad civil capaz de
desarrollar aquello que puede hacer unir bajo una sola dirección a una población: el
consentimiento. La hegemonía, en términos gramscianos, es, por tanto, el poder sobre
el sentido común. Sin embargo, y en contraste con el poder de la dominación (donde
el poder se demuestra y se manifiesta a partir de una fuerza física ordenada por una
disposición legal y/o coactiva), el poder por la hegemonía se libra, no por las armas ni
por las manos, sino por el lenguaje. Las palabras, el verbo y el discurso son los
instrumentos por los cuales se combate a un orden legalmente establecido para
derrocarlo y, posteriormente, imponer uno nuevo sobre las bases de su propia
ideología. Esta estrategia, no está más lejos de la realidad, y es que, en el Perú, aquel
sector, al cual hemos mencionado bajo el nombre de los caviares, ha implementado
sobre la marcha una tremenda campaña discursiva de deslegitimación contra de las
fuerzas del orden (armadas y policiales) en nuestro país. Aquellos, habrían aplicado
gramscianamente la estrategia del discurso político como un arte (y a la vez como una
técnica) para crear aquello que Gramsci acuñó como la contrahegemonía. Es decir, la
lucha por el lenguaje contra el orden o régimen establecido.
Esta lucha de deslegitimación a fin de mermar la confianza y la credibilidad de la
policía con la sociedad es un proceso que viene cocinándose hace más de dos
décadas atrás. Esto respondería propiamente a aquel fenómeno del posmodernismo,
donde se busca destruir las instituciones de la modernidad, como son las fuerzas
armadas y policiales, para tener como fin último el cambio de un régimen de orden
social-comunista. De esta manera, una vez hayan consolidado perfectamente una
cultura de la anomia y ausencia de respeto contra las instituciones del orden y del
principio de autoridad, se crearía el ambiente perfecto para armar el caos y el discurso
revolucionario y no tener impedimento de acción o fuerza coactiva que les impida
tomar las primeras instituciones del Estado y garantizar, así, su revolución al “cambio
social”. Un ejemplo de esto, lo vimos en los primeros meses del año 2023, cuando los
caviares utilizaron toda su maquinaria mediática y empezaron a relativizar los hechos,
alegando “abuso de autoridad” o, y por ir al extremo, acusando a la policía de causar
la muerte de las personas fallecidas habidas en la agitación de la turba. En el año
2020, en el mes de noviembre, la prensa, manejada por los grupos de presión del
“progresismo social” de nuestro país, acusó, sin investigación previa ni sentencia
judicial emitida, a la policía y al gobierno de ese entonces de ser los autores
inmediatos de la muerte de dos jóvenes. Es decir, para ellos si una turba de
delincuentes quiere tomar una de las mayores instituciones del Estado, como es el
congreso, la policía no debe hacer su trabajo -de defender y proteger- para que no
ingresen a las instalaciones de uno de los recintos más sagrados de toda democracia.
En otras palabras, la policía está atada de manos.

Estos hechos de vandalismo y agresión contra la autoridad, indudablemente, no son


lícitos ni legítimos en ningún lugar del mundo. Ni aquí ni en Pekín. Sin embargo, a
través del lenguaje, empleado por los conductores de los programas de televisión,
radio y demás medios de comunicación; legitimaron las protestas y, por el contrario,
deslegitimaron el accionar y defensa de los policías y, peor aún, de la institución
policial. El poder del lenguaje es tan fuerte que incluso ha escalado la doctrina y la
costumbre en la consciencia de nuestros magistrados y operadores de justicia al
hecho que un policía ya no puede usar su arma de reglamento porque sino termina
enjuiciado y sentenciado, por el mero hecho de defenderse o, por último, hacer su
trabajo y cumplir la ley. Esa es la razón por la cual el crimen se ha apoderado en
nuestras calles. El delincuente sabe que la policía ya no tiene poder. Sabe que son
nuestras fuerzas desarmadas.

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