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En este texto, Comfort estudia la criminología del poder y su

influencia en la modificación de las sociedades.

Según sus propias palabras:

Es una cuestión de gran importancia en cualquier estudio


sociológico del gobierno moderno evaluar los motivos que
realmente llevan a los individuos a presentarse a cargos
públicos.

El estatus de los mecanismos de poder como medio de
autoexpresión para los delincuentes y para sus impulsos
agresivos limita efectivamente el uso del Estado como medio de
cambio social.

De ahí su deducción:

La sociología moderna defiende enfáticamente la concepción


libertaria‒anarquista más que la totalitaria‒institucional para
el cambio social, aunque lo hace de manera crítica.
Alex Comfort

DELINCUENCIA Y PODER

Un estudio de la psicología de la dominación


Título original: Authority and delincuency.
An study of the psychology of power

Traducción y edición digital: C. Carretero

Difunde: Confederación Sindical Solidaridad Obrera

http://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/biblioteca.html
CONTENIDO

PREFACIO

INTRODUCCIÓN

I. DELINCUENCIA EN LA MODERNA GOBERNANZA

I. CONSIDERACIONES GENERALES

II. TIPOS DE LIDERAZGO

III. PERSONALIDADES ABERRANTES EN EL GOBIERNO

IV. LA GUERRA Y LOS CUERPOS DE ÉLITE

II. EL ESTADO Y EL COMPORTAMIENTO HUMANO

V. FUNCIONES DEL ESTADO

VI. EL PODER Y LA NATURALEZA HUMANA

VII. REMEDIOS

CONCLUSIÓN

Acerca del autor


PREFACIO

No he alterado este libro, ni para modernizar sus ideas


psiquiátricas ni para acoger acontecimientos posteriores. La
relación entre el poder y la delincuencia ha cambiado
notablemente poco: en Estados Unidos la interpenetración del
gobierno y el crimen organizado, especialmente a través de los
'servicios de seguridad', es ahora casi institucional: agentes
secretos oficiales, agentes provocadores, agentes 'mimados' y
soldados de la fortuna son intercambiables e indistinguibles. La
contratación e instalación de matones, desde Pinochet hasta
los líderes de las insurgencias de derecha e izquierda, se ha
convertido en un instrumento general de la política de las
grandes potencias. Con esta excepción, que apenas es nueva,
pero que ahora es más prominente que antes, me parece que
la mayor parte de lo que escribí originalmente sigue siendo
aplicable. En Gran Bretaña, estamos viendo la conversión
constante de una policía civil en un escuadrón de matones
paramilitares, con la adopción de medidas policiales
"coloniales" contra manifestantes, sindicalistas y minorías.
Queda por ver si se permitirá que esto continúe o será
revertido. En el lado positivo, más de nosotros ahora estamos
reconociendo las interacciones de la oficina y la psicopatología,
y estamos sacando conclusiones políticas. Espero que este libro
ya viejo pueda reabrir el debate.

ALEX COMFORT, 1988


INTRODUCCIÓN

I. En 1948, la conferencia de Beirut de la Organización de las


Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura inició un plan de
investigación internacional a gran escala1 para proporcionar
información sobre las causas de los odios y tensiones
internacionales e intranacionales. Entre los objetivos
específicos se encontraba el estudio de los métodos por los
cuales se estableció el fascismo y las causas que podrían
conducir a la presencia de elementos psicopáticos o criminales
en el gobierno de los estados.

La psiquiatría y la antropología social no existen desde hace


un siglo como disciplinas independientes. En ese tiempo ya han
provocado una mayor revolución en la autoconciencia humana
que cualquier otra rama del descubrimiento. El trabajo de
Freud y sus sucesores por sí solo ha alterado nuestra
evaluación de nosotros mismos al menos tan radicalmente
como lo hizo el descubrimiento de la evolución. Sin embargo, el
crecimiento de la idea de que el método experimental se
puede aplicar directamente a cuestiones de comportamiento
humano, social e individual, ha sido gradual, y gran parte de su
implicación revolucionaria ha sido enmascarada por esta
lentitud de crecimiento.

1 O Klineberg, Lancet, 1949, II, 851.


Una vez que la sociedad occidental apreció las posibilidades
del método científico, aplicó la investigación científica a la
mayoría de sus problemas pendientes. El siglo XIX vio el inicio
de esta aplicación a la tecnología y la medicina, con resultados
familiares para todos. El conservadurismo y la desgana fueron
superados en estos campos por las manifiestas ventajas
económicas y personales, y porque, si bien la ciencia alteraba
profundamente los patrones de vida y comportamiento, lo
hacía sin que las alteraciones fueran detectadas o predichas
hasta que se produjeron. El progreso científico provocó la
aparición, primero de la clase media tecnológica y luego del
proletariado industrial. Al hacerlo, sentó las bases de una
revolución política y social generalizada: este proceso, sin
embargo, no fue reconocido hasta que estuvo más allá de la
prevención. Además, los cambios se produjeron
principalmente en la distribución y la competencia por el poder
político y económico, más que en nuestra estimación del
gobierno y la sociedad mismos. Las creencias básicas de los
cartistas y de sus oponentes acerca de la función del gobierno y
los métodos de alterar la conducta humana eran muy similares.
La tecnología dio nuevos recursos y nuevas armas a las formas
establecidas de gobierno e industria sin cuestionar esos
métodos.

La psiquiatría se desarrolló en este contexto como una


consecuencia de la medicina. En el momento en que fue
llamada deliberadamente por la sociedad institucional para
proporcionar respuestas a problemas específicos, como los del
crimen, la moral y el comportamiento, ya había crecido por
derecho propio a una estatura que la colocó más allá de la
represión institucional. Su posición en la sociedad actual ha
sido alcanzada en gran parte por sus propios esfuerzos, y sin
ningún intento consciente de hacer otra cosa que tratar a los
individuos enfermos e inadaptados. Antes de que su plena
importancia social fuera reconocida, ya había establecido
principios tan llenos de implicaciones revolucionarias para la
tradición ortodoxa de gobierno como lo fueron los de la
tecnología para el patrón de vida tradicional.

El Proyecto Tensiones de la Unesco, aunque fue desarrollado


principalmente por sociólogos, debe su apoyo a los gobiernos
representados en la ONU. Tenemos aquí, por tanto, un ejemplo
de psiquiatría social que actúa bajo la supervisión y por
invitación de los gobiernos establecidos. Si un trabajo de este
tipo ha de continuar, impone un nuevo tipo de obligación a los
sociólogos. Los mecanismos de gobierno y la conducta de los
individuos con autoridad son parte del campo que se está
estudiando, y los investigadores nunca han elaborado
conscientemente las relaciones exactas que pueden o deben
existir entre los estados modernos y las ciencias sociales. Algo
parecido se ha intentado en criminología, el primer campo
donde la psiquiatría fue invocada por el Estado, y ya existe una
clara división entre los trabajadores que aceptan la ley y su
administración por su valor nominal, y aquellos cuyo enfoque
es principalmente experimental y crítico.

Es sólo en los últimos años que las autoridades judiciales,


administrativas y ejecutivas han convocado formalmente a la
psiquiatría para intervenir en el problema de la delincuencia,
abriéndose paso en el proceso penal y judicial desde el
exterior, modificando la opinión pública y lanzando luz, sobre
problemas de delincuencia en el curso de estudios puramente
médicos, y la invitación formal llega cuando una generación de
abogados, comisionados de prisiones y legisladores ha crecido
en la tradición intelectual que han creado los estudios sociales.
Por lo tanto, la psiquiatría pone en contacto con el derecho una
tradición propia, que trasciende las concepciones
preconcebidas del derecho y el gobierno que provienen de la
tradición precientífica de la sociedad.

El intento de establecer la criminología como una rama


distinta del conocimiento encuentra dificultades inmediatas. La
conducta antisocial y la delincuencia, en el sentido de actitudes
perjudiciales para el bienestar de los demás, son entidades
psiquiátricas: el delito, en cambio, es una concepción arbitraria
que abarca tanto la delincuencia agresiva, como el asesinato o
la violación, como las acciones cuya importancia es
predominantemente administrativa, como la compra de
alcohol después de la hora de cierre. Dado que el alcance del
delito depende directamente de la legislación, puede
modificarse en cualquier momento para adoptar cualquier
patrón de comportamiento. En las condiciones modernas, es
muy posible que el psiquiatra criminal se enfrente a la tarea de
reformar a un individuo cuyo conflicto con la sociedad surge de
un alto desarrollo de la sociabilidad en lugar de uno bajo. La
negativa a participar en la persecución de una minoría racial, o
en la destrucción militar de poblaciones civiles, han figurado
recientemente como crímenes en las sociedades occidentales
civilizadas. En estas condiciones, la tradición independiente del
psiquiatra debe llevarlo a decidir en qué punto la psicopatía del
individuo excede a la de la sociedad, qué debe intentar
fortalecer y con qué criterios. Quizás más importante es la
creciente conciencia de que, por grande que sea el valor de
molestia del criminal en la sociedad urbana, el patrón
centralizado de gobierno depende hoy para su función
continua de un suministro de individuos cuyas personalidades y
actitudes no difieren de ninguna manera de los de los
delincuentes psicopáticos admitidos. La sociedad, lejos de
penalizar la conducta antisocial per se, selecciona las formas, a
menudo indistinguibles que castigará, y las formas que debe
fomentar en virtud de sus esquemas. El psicópata egocéntrico
que estafa en el campo financiero es punible; si sus actividades
son políticas, goza de inmunidad y estima, y puede participar
en la determinación de las leyes.

II. A pesar, por tanto, del alcance y la seriedad de la


delincuencia como problema social, su aspecto más grave para
la humanidad actual es la prevalencia de la acción delictiva por
parte de personas inmunes a la censura y de los gobiernos
establecidos. La importación de la ciencia al estudio del crimen
es un paso irreversible, y su resultado sólo puede ser la
supresión de la ciencia misma o la remodelación radical de
nuestras ideas de gobierno y regulación del comportamiento.
El presente estudio es un intento de señalar algunas de las
moralejas y especulaciones que podemos extraer de los
resultados existentes. La desconfianza de los trabajadores
científicos por la expresión de opiniones políticas está bien
fundada, pero su mantenimiento en la actualidad es cada vez
más precario. Parte de esta perturbación surge de los peligros
para la integridad científica cuando la ciencia se aplica a sujetos
con carga emocional en presencia de hechos insuficientes. En
estas condiciones, el sociólogo sólo puede aceptar el consejo
de East2 de ser fiel a las normas científicas y ganarse el respeto
de sus colegas. Pero debe llegarse a un punto en el futuro
cercano en el que la posibilidad de suspender el juicio sobre las
cuestiones planteadas por la autoridad, el poder y el gobierno
debe ceder ante un conjunto de hechos acumulativo. No
debemos comprometernos prematuramente, pero el
compromiso no puede posponerse indefinidamente mediante
la aquiescencia de los patrones tradicionales. La psicología
social ya está invitada a opinar sobre temas como el control de
la industria por parte de los trabajadores y la selección de
personal para puestos de responsabilidad. Puede cumplir con
estas tareas sólo si está dispuesto a emprender, y ya ha
realizado, el estudio sistemático en términos de hecho de la
mecánica de la sociedad política occidental. Esta no es en
ningún sentido la transformación política de la ciencia. Es la
sustitución de lo tradicional y lo empírico en el pensamiento
político por el mismo estudio minucioso de los hechos que ha
desplazado el empirismo de la magia en la medicina y la
intuición en la biología. Por tanto, es el fin y el digno resultado
de una sociología basada en la razón.

III. El objeto de este estudio es relacionar los elementos del


comportamiento de los gobiernos modernos que se asimilan al
equivalente internacional de la delincuencia con aquellos con
los que ya estamos en parte familiarizados en los individuos. La
sociedad a lo largo de su historia ha tratado el crimen como
algo hostil a ella misma, que debe ser abolido mediante el
castigo o la prevención. Al mismo tiempo, ha delimitado
arbitrariamente la conducta delictiva, dependiendo en mayor o

2 N. East, Society and the criminal, 1949. H.M.S.O., London.


menor medida de la presencia en sí misma de potenciales
delincuentes. Ninguna sociedad basada en el poder
centralizado ha podido prescindir de grandes grupos de
personas cuya composición no es en absoluto diferente a la de
los delincuentes punibles: ha abolido los verdugos privados,
pero ha tolerado los públicos. Algunos de estos mecanismos se
examinarán aquí. Si bien siempre ha existido una tolerancia de
este tipo, su estudio en la actualidad adquiere urgencia debido
al alarmante aumento de los actos delictivos por parte de los
Estados y los órganos de poder durante los últimos cincuenta
años. Ahora es posible que un puñado de pacientes mentales
acabe con la historia humana, y los gobiernos de las potencias
atómicas han amenazado repetidamente y se están
preparando activamente para hacerlo si sienten que su
posición está amenazada. Esta es una nueva situación. Nos deja
poco tiempo.

Si se nos pregunta hasta qué punto el gobierno en la


sociedad urbana moderna tiende a seleccionar psicópatas, y
hasta qué punto tal selección, si existe, es responsable de
graves males o peligros sociales, solo podemos responder que
la evidencia experimental es actualmente inadecuada para dar
una respuesta concluyente. La psicología social del gobierno
está en su infancia, a pesar de las responsabilidades que le
imponen los acontecimientos. Estudios preliminares como los
de Lasswell, Bartlett y otros sugieren que se puede argumentar
la existencia de personas delincuentes o potencialmente
delincuentes en el poder en las sociedades democráticas.
Existe un caso bastante sólido para estudiar el papel de la
centralización en la producción de tales trastornos de
conducta, y para el carácter básicamente psicopático, en
términos de ciertos estándares definidos de salud, en torno al
impulso para asegurar el poder y el liderazgo. Un caso de este
tipo presentado en el momento actual podría suscitar una
refutación igualmente convincente. El atractivo de sus
conclusiones para otros tipos de psicópatas no
gubernamentales es un motivo adicional de cautela.

Sin embargo, los escritores científicos de sociología, así como


el público, asumen con demasiada frecuencia que las
tradiciones y “estilos de vida” que son, o parecen, antagónicas
a la tiranía y el desgobierno, están necesariamente libres de
estos defectos, y prevalecerá automáticamente a pesar de la
presión de otras fuerzas. La declaración de los líderes nazis de
que emplearían conscientemente los mecanismos de la
democracia para subvertirla, muestra una profunda
comprensión de las realidades políticas. El hecho de que la
democracia tenga ventajas en comparación con las tiranías no
significa que éstas, o cualquier otra forma de autoridad
centralizada, deban recibir necesariamente la aprobación de
los estudios sociales, para aplicarse a la modificación
consciente de la sociedad. Es para avanzar en estos problemas,
a los que en la actualidad debemos prestar una atención
especial, por lo que se ha escrito este libro. Lo que importa en
este momento no es tanto la psicología de los delincuentes en
el cargo como nuestra voluntad de desobedecerlos y resistirlos
en nuestro propio interés y el del hombre; pero posiblemente
lo hagamos más eficazmente si los entendemos, y podemos
salvarnos de perder el tiempo en medidas reformistas que, por
su estructura, contienen las semillas de la delincuencia
autoritaria en sí mismas.
Al preparar la edición de bolsillo de este libro, he revisado
ligeramente el texto de la edición de 1950, aunque no la
bibliografía, que explica la prevalencia de citas de fuentes
antiguas. Tampoco he ampliado las posibilidades
psicoanalíticas del asunto (lo que habría necesitado un libro
nuevo). Por lo tanto, el lector está leyendo lo que escribí sobre
este tema hace casi 20 años, menos los pasajes que ahora creo
que estaban equivocados, y algunas reflexiones más e
ilustraciones más recientes. No he alterado ningún pasaje para
mejorar mis propias conclusiones, ni he alterado la línea
argumental del texto original. Es necesario volver a leer un
libro antiguo para ver dónde estaba mal y dónde sigue siendo
relevante.

ALEX COMFORT. 1970


I. DELINCUENCIA EN EL GOBIERNO MODERNO

Aún menos diferentes de los criminales abiertos


son aquellos criminales latentes, en altos cargos, a
quienes la sociedad venera como sus jefes.

Lombroso.
I. CONSIDERACIONES GENERALES

1. Crimen y delincuencia

El delito es la violación deliberada, mediante la amenaza de


castigo, de una disposición que sostiene la ley. Cualquier acto u
omisión que implique un castigo es un delito. "La gran regla
principal del derecho penal es que nada es un delito a menos
que esté claramente prohibido por la ley" 3. Las limitaciones y
obligaciones de la psicología criminal y la psiquiatría, tal como
las aplican los penalistas administrativos, surgen de esta
definición jurídica, ya que prescribe sus términos de referencia
y arroja la red allí donde debe extraer su material.

La delincuencia, en cambio, no es una concepción reconocida


por la ley. Es un nombre que los psicopatólogos dan a aquellas
formas de trastornos de la conducta que se manifiestan en
lesiones a otros o a la sociedad.

Necesitamos una clara apreciación de esta distinción para


cualquier estudio del lugar que ocupan los individuos
delincuentes en la sociedad. Crimen y delincuencia serían
sinónimos únicamente en una sociedad en la que todas las
formas de conducta antisocial fuesen punibles por ley y donde

3 R. v. Jones: 2 Ld. Raym., Pág. 1013.


nunca se haya promulgado ninguna ley que prohíba las
acciones privadas, inofensivas o beneficiosas. En general, las
leyes de los países civilizados afirman, y presumiblemente han
intentado hacer realidad tal situación, con reserva, que la ley
debería castigar una acción solo si perjudica a la comunidad en
general, y los daños privados deberían repararse mediante
procedimientos civiles. Los juristas del último siglo en este país
aceptaron esto como un ideal practicable en condiciones de
justicia y buen gobierno. El énfasis de gran parte del derecho
continental al mismo tiempo, estaba en la amplitud del código
de prohibiciones específicas, fuera de los límites de los cuales
el individuo no podía incurrir en un castigo legal: la ley en
Inglaterra se basaba en la mayor renuencia a restringir el juicio
personal a menos hasta que debiera surgir una causa pública
grave. Sanciones penales en apoyo de mejores condiciones de
empleo y contra la utilización explotadora de los trabajadores
industriales o de esclavos, fueron promulgadas en su momento
a este respecto. El utilitarismo legal dio a la legislatura un
mayor sentido de confianza en el poder de tales prohibiciones
específicas para alterar la sociedad o mantener su forma
existente, y la oposición fue superada gradualmente.

La idea actual del crimen, sin embargo, no refleja ningún


sistema aceptado de derecho natural. La antropología nos ha
mostrado marcadas similitudes en el patrón de estándares
humanos en varios tipos de cultura, pero también nos ha
mostrado el condicionamiento cultural de un gran número de
creencias que determinan si una acción debe ser considerada
antisocial. En determinadas condiciones culturales, el
canibalismo, el parricidio o el infanticidio se han considerado
no sólo inocentes sino necesarios. Las actitudes sociales que
determinan las leyes que rigen los delitos contra la persona, la
propiedad y la ética sexual anteceden en siglos a la sanción
legal. En comunidades más pequeñas y sociales, las sanciones
de castigo son reemplazadas o reforzadas por la sanción de
desaprobación pública. En gran medida, el cuerpo más antiguo
de derecho penal, que existía antes de la transformación
industrial de las sociedades occidentales y la extensión de la
cultura urbana centralizada, era una ley basada en la mayoría:
de grupos dominantes, de la religión cristiana, de la cultura, de
las tradiciones de conducta que se desarrollaron en la
transición de la sociedad desde la Edad Media. La ley no
coincidía plenamente con las costumbres, ya que contenía
elementos introducidos por los gobernantes para preservar su
propia posición; tampoco coincidía con las costumbres que
varios grupos de presión deseaban o intentaban imponer a la
sociedad. La larga sucesión de intentos de llevar el adulterio y
la fornicación al alcance de la justicia penal registra la larga
variación de las normas que difieren de las prácticas de la
mayoría 4.

El derecho penal de las sociedades preindustriales tendía a


ser un compromiso entre las normas éticas y las costumbres de
gobernantes y gobernados, y conservaba cierta identidad, si no
entre delito y delincuencia, al menos entre delito y conducta
socialmente inaceptable. El racionalismo y la religión de los
siglos XVIII y XIX esperaban que esta asociación continuara.
Estas esperanzas apenas se han realizado. Por un lado, el
patrón uniforme de las costumbres regionales decayó con
sorprendente rapidez con el crecimiento de las ciudades; por

4 G. May: El control social de la expresión sexual, Allen & Unwin, 1993.


otro lado, la centralización del gobierno amplió el alcance del
derecho puramente administrativo, apoyado por sanciones
penales, hasta el punto que ahora ha alcanzado. El objeto de
las nuevas leyes no era la aplicación de las costumbres, sino el
mantenimiento de la "sociedad" y su subsistencia de acuerdo
con la política y las creencias de los legisladores.

Por lo tanto, podemos dividir los delitos modernos en delitos


contra las antiguas costumbres de la propiedad, la sexualidad y
la persona, y delitos contra la política y los métodos
centralizados de los legisladores. Los estándares por los cuales
se juzga la delincuencia son personales del psicopatólogo que
emite el juicio. Para él, la delincuencia puede significar una
conducta demostrablemente perjudicial para los demás, o solo
una conducta que, al violar las costumbres y las creencias,
pone al perpetrador en conflicto con su entorno. La segunda
definición incluiría muchos tipos de excentricidad que no
tienen contenido social, y es mejor abandonarlos. Sin embargo,
está claro que la delincuencia no se limita en modo alguno a los
a los delincuentes. Bentham había reconocido desde hacía
mucho tiempo la existencia de "delitos imaginarios" que no
tienen ningún significado social más allá de lo que adquieren
por el prejuicio, el error o el ascetismo de la época. Tales
delitos han existido en todas las culturas, siendo un ejemplo de
ello la actitud de la ley inglesa hacia la homosexualidad entre
adultos que consienten. El psiquiatra podría reconciliar a esos
delincuentes con la ortodoxia como un medio para aliviar sus
conflictos, incluso cuando él y ellos estén convencidos de la
irracionalidad de la ley. Mucho más importante es el
reconocimiento de que de dos delincuentes por lo demás
idénticos, ambos involucrados en una conducta perjudicial para
los demás, uno puede ser encarcelado y el otro subsumido.

La uniformidad de detección y castigo nunca ha existido en la


sociedad humana, y las culturas anteriores han tolerado más y
más privilegios económicos y políticos que la nuestra. El
estafador poderoso, el barón ladrón, el eclesiástico carnal y
otros delincuentes aceptados y honrados han sido una
característica de todos los períodos históricos. Estos individuos
se convierten fácilmente en líderes de grupos y naciones en los
que su delincuencia de 'pez gordo' criminal establecido, puede
dirigirse contra enemigos externos, con frecuencia en beneficio
del estatus económico y político del grupo que apoya al
delincuente. Hasta cierto punto, también, el poder de la
persecución doméstica al mal gobierno ha limitado los recursos
que el tirano, local o nacional, tenía a su disposición, por la
resistencia de sus súbditos y por la competencia de otros. Las
sociedades primitivas se dividen con bastante facilidad en dos
grupos, uno que se ajusta a este patrón, con un modo de vida
belicoso, depredador y, a menudo, aunque no invariablemente,
tiránico, y otro en el que la dirección es predominantemente
pacífica y social. Los factores familiares, económicos y
culturales juegan un papel importante en la determinación de
tales tradiciones grupales. En muchos casos es posible hablar
de culturas "centradas en el poder" o "centradas en la vida".

La historia de las culturas más complejas muestra un


comportamiento similar. En las civilizaciones occidentales
unificadas, ambos elementos son demostrables, aunque la
historia convencional dedica más espacio a las accidentadas
carreras de grupos agresivos que han moldeado las
instituciones políticas por la fuerza que a la influencia cultural y
gradual de los no agresivos, que han dejado su huella.
principalmente por asimilación e influencia. También existen
patrones similares dentro de las culturas individuales, y con el
crecimiento de la autoridad centralizada hay una migración de
los dos tipos principales de delincuentes históricos, el tirano
potencial y el secuaz potencial, hacia la sociedad urbana que es
el foco del gobierno. Algo de la división entre la ley,
instrumento de la autoridad, y las costumbres, producto del
lento desarrollo más que de la acción individual, pueden correr
paralela a la antítesis entre Ciudad y Corte, por una parte, y
sociedad rural, por otra.

En nuestra propia cultura, y en las circunstancias en las que


ha ido creciendo el estudio psicológico de la delincuencia, nos
encontramos ante un producto de este proceso que difiere de
las fases anteriores. Ahora tenemos que lidiar menos con el
delincuente cuyo éxito y energía silencian la oposición que con
la incorporación generalizada de patrones de conducta
delictivos en la estructura y el mecanismo actual de la
sociedad. La autoridad económica y política se ha vuelto
coextensiva con la civilización, y la civilización ha crecido, desde
la revolución industrial, en gran parte a expensas de los
elementos "centrados en la vida". Ley y administración, con sus
rápidos cambios frente a los acontecimientos y los cambios en
el equilibrio del poder político, han tendido a reemplazar la
tradición y las costumbres. Las tiranías que han alarmado y
escandalizado al liberalismo occidental en los últimos años han
tenido poderes generales más amplios que los que disfrutan
los jefes locales en las comunidades pequeñas, porque no han
estado limitados por la costumbre y han adquirido medios para
moldear y alterar las costumbres y creencias en una escala sin
precedentes. Tenemos que reconocer que las culturas urbanas
centralizadas, incluida la nuestra, han llegado a clasificar en
detalle tipos de delincuencia individual, de otro modo
indistinguibles, que toleran o recompensan por un lado, y
reprueban y castigan por otro. El alcance de las leyes que
definen el delito ya no está estrictamente limitado por las
costumbres de la sociedad o de sus grupos predominantes,
mientras que la sociedad misma, aunque se siente amenazada
por el aumento del delito individual, ha pasado a depender
para su existencia del tipo de ciudadano del que cabe esperar
acciones delictivas.

En una sociedad así, el criminal tiende a ser el independiente,


el delincuente sin licencia, al que le ha faltado la habilidad, la
suerte o la oportunidad de expresar su delincuencia dentro de
la estructura de autoridad.

2. El delincuente como ciudadano

La conclusión general de la mayoría de los estudios


modernos es que los individuos antisociales se hacen en la
infancia. Si alguna sociedad se encuentra fabricándolos en
cantidades inusualmente grandes, es probable que el aumento
se deba a factores en el patrón de vida comunitaria que actúen
adversamente sobre la familia o sobre las costumbres de
educación que adoptan los padres. En algún momento, ya sea
en la infancia o después de ella, el individuo discapacitado de
esta manera, se enfrenta al problema de su relación con el
resto de la sociedad. Algunas culturas poseen mayores poderes
de asimilación de estas personas que otras. El poder de
asimilación de nuestra propia cultura, medido en términos de
ajuste final y "curación", es comparativamente bajo. Pero de
ninguna manera todos esos delincuentes potenciales se
convierten automáticamente en enemigos de la sociedad.
Paralelamente a la dificultad que encuentran las sociedades
centralizadas para reajustar a los individuos aberrantes, está su
notable poder de absorberlos inalterados.

La elección que enfrenta el individuo delincuente no es entre


luchar contra la sociedad y ser remodelado por sus
costumbres. Es entre encontrar una salida entre una
delincuencia que está sancionada y otra que no. El factor
principal que hace que cualquier acto manifiesto sea
'delincuente' es la afirmación en él del derecho del actor a
comportarse sin tener en cuenta a los demás. Puede hacerlo
mediante robo o asesinato, y asumir las consecuencias, o
puede encontrar un lugar en el patrón social que lo autorice,
dentro de ciertos límites, a hacer que su acción sea
irreprochable. Las oportunidades para este tipo de
delincuencia aceptada y aceptable se encuentran casi por
completo dentro del patrón del poder. Si los delincuentes
ocupan un lugar social obvio en regímenes como el de la
Alemania nazi, también tienen un lugar preponderante en el
patrón de cualquier comunidad donde la coerción es una parte
aceptada de las instituciones sociales. La "elección" en sí
misma es, por supuesto, casi totalmente fortuita. El forajido
está hecho en gran parte por sus oportunidades, sus contactos
y por el accidente de incumplir la ley al principio de su carrera.
Si la conducta del sujeto afecta la propiedad, es poco probable
que pueda expresarla de forma tolerada. Si afecta
principalmente a las relaciones personales, es muy posible que
pueda hacerlo.

Una vez hecha la elección inicial, el hombre que encuentra la


manera de hacer que sus tendencias antisociales sean clave en
la sociedad puede hacerlo de dos maneras. Si posee alguna
capacidad para la autodisciplina, hay muchas ocupaciones en la
sociedad moderna, casi todas ellas relacionadas con el lado
ejecutivo del poder, que confieren una licencia limitada para
infligir dolor o autoridad arbitraria, y estas ocupaciones son de
un tipo indispensable para el patrón de vida actual. O el
impulso anormal puede nutrirse en privado hasta que se llegue
al punto en el que el individuo, como un legislador o líder de
opinión, pueda inscribirlo él mismo en la vida de su cultura. La
maquinaria del poder es en sí misma en gran medida un
mecanismo mediante el cual esto puede tener lugar.

El problema más grave de la criminología moderna es, se


podría insistir con razón, el del delincuente indispensable y
autorizado. La existencia de este tipo de delincuencia nacional
e individual, y el poder que ejercen los psicópatas sobre las
actitudes nacionales, es hoy una amenaza más grave para la
seguridad que un delito tipificado. En algunos casos, como en
el apogeo del gangsterismo de Chicago o en la Alemania nazi,
existe un intercambio reconocible entre los dos: en las
democracias, el énfasis público está en el delito tipificado, pero
la mayor amenaza para la supervivencia reside en el otro. Esta
amenaza se extiende tanto a los beneficios culturales y
económicos de la sociedad centralizada como al futuro de la
ciencia. Por tanto, cuando se invoca deliberadamente la
psiquiatría científica, como se hace hoy, para tratar con el
crimen, inevitablemente debemos involucrarnos ampliamente
en el estudio de las formas no criminalizadas de delincuencia
de las que han llegado a depender los patrones de la sociedad
centralizada, ya que tanto la demanda como la oferta de
delincuentes pueden considerarse productos de esa sociedad.
El criminal convencido representa, en esta medida, no tanto un
subproducto eliminable de nuestra cultura como un excedente
divergente de una de sus manufacturas.

3. La delincuencia como salida emocional

Además de la función que los delincuentes activos y los


delincuentes potenciales pueden desempeñar en las
instituciones de las sociedades modernas, tienen, en su forma
de forajidos y criminales, una segunda función que bien puede
resultar aún más importante. Reiwald 5 (1949) ha llamado la
atención sobre la focalización de una gran parte de la agresión
frustrada y reprimida de los públicos civilizados, en el criminal y
su castigo. Divide los crímenes en "satisfactorios" e
"insatisfactorios": el crimen "satisfactorio" está cargado de
emoción y proporciona argumentos para una gran cantidad de
literatura criminal y policial: el asesinato, las historias de
detectives, los asuntos de delincuencia sexual, y los informes
del periódico dominical, son los principales delitos
satisfactorios. La malversación, el fraude y las
"manipulaciones" de todo tipo son emocionalmente
5 P. Reiwald, Society and its Criminals (Heinemann, Londres, 1949).
"insatisfactorios"; no concuerdan con ninguna de las fuentes
de culpa más importantes en nuestras mentes. El castigo del
criminal, especialmente del criminal "satisfactorio" y más o
menos atávico, descarga la culpa del lector y del espectador,
por lo que en esta medida es "necesitado" para la sociedad.
Reiwald duda de que las sociedades modernas puedan
renunciar a esta forma particular de proyección sin encontrar
otras más destructivas.

La visión conservadora del castigo y de la ley acepta las


pretensiones intencionales y disuasorias de los códigos penales
modernos en su valor nominal y, al hacerlo, ciertamente
subestima los elementos rituales y mágicos en el desarrollo de
actitudes públicas hacia el crimen. Muchas de las
sorprendentes discrepancias entre las intenciones profesas de
la ley y los métodos que adopta se deben a supervivencias de
este tipo. El infractor de la ley en las sociedades primitivas
tiene un estatus mágico distintivo. De hecho, el criminal cede a
los impulsos que la mayoría de los miembros de su cultura
tienen en sus fantasías, y que son una fuente de culpa. Al
hacerlo, se ofrece a sí mismo como víctima sacrificada en
nombre de los miembros de la sociedad menos impulsivos o
mejor reprimidos, que le están debidamente agradecidos. En
este sentido, la idea del condenado como salvador y exorcista
precede mucho a su uso en el simbolismo cristiano. Se ha
afirmado y negado que el castigo, tal como lo entendemos, es
desconocido en la mayoría de las culturas primitivas: la
exculpación de un criminal, que puede tomar la forma de un
suicidio, es menos una pena que un exorcismo con efecto
limpiador para toda la sociedad. En este sentido, el criminal
puede incluso ser aplaudido por haber cumplido el cargo de
chivo expiatorio de los criminales en pensamiento.

Residuos primitivos de este tipo están indudablemente


presentes en la ley moderna, aunque no siempre son fáciles de
desenredar. Reiwald señala la práctica que persistió hasta el
siglo pasado en Inglaterra de disfrazar al condenado como un
animal (envolviéndolo en una piel de vaca) y la tendencia de los
estados civilizados a tratar juicios y ejecuciones como una
forma de fiesta. Incluso el medicine-hat (sombrero medicinal)
que el juez inglés moderno se colocó hasta hace poco en la
cabeza para pronunciar sentencia de muerte tiene una historia
antropológica larga y distinguida. La actitud interesada,
admiradora u orgiástica del público hacia sus enemigos legales
es al menos tan ambivalente como la de cualquier cultura
primitiva. Tales vínculos con el criminal como benefactor
público establecen una posible pista para otra forma de
delincuencia tolerada, la del rey primitivo exigente o tiránico.
Él, como el condenado, es una figura mágica, a quien se le
permite la licencia, y que es asesinado para los beneficios
rituales de toda la comunidad al final de su mandato. El rey y el
malhechor condenado son, en algunos momentos de la historia
social, intercambiables. La transición de la matanza del rey al
gobierno parece haber sido por medio de una etapa en la que
el suplente ejecutado en lugar del rey era, de hecho, un
infractor de la ley condenado. En palabras de Reiwald, «el
criminal busca una satisfacción instintiva desenfrenada sin
tener en cuenta la comunidad. Exactamente el mismo rasgo
caracteriza al padre tribal. Es su posición la que busca asumir el
criminal, que ignora los tabúes sociales, y por eso el
inconsciente puede atribuirle un significado tan exaltado.
Aparte de cualquier consideración analítica o histórica,
parece bastante claro que en las culturas jerarquizadas
modernas el infractor de la ley y el gobernante ocupan de
hecho extremos opuestos de un eje emocional único. Ambos
son chivos expiatorios de las pulsiones no declaradas del
individuo: ambos reciben una medida detectable de tolerancia
en las incomodidades y lesiones que pueden infligir a la
comunidad en virtud de su cargo. Parece bien fundada la
sugerencia de Reiwald de que parte de la actitud de las
sociedades hacia el crimen surge de la necesidad de
mantenerlo y de lograr una descarga emocional con el castigo.
En el caso de los gobernantes opresores, todo el proceso es
más consciente. La tolerancia de un tirano, a pesar de sus
infracciones, a menudo ha surgido del hecho de que
proporciona un foco para las fantasías agresivas en el público,
ya sea que se identifiquen con él o reaccionen con odio hacia
él. Los gobiernos democráticos, como los criminales en las
sociedades democráticas, también sirven como chivos
expiatorios públicos. Los gobernantes nos liberan de nuestras
insatisfacciones con nuestra irresponsabilidad, mientras que el
castigo a los criminales y la desaprobación que les mostramos
descargan nuestro malestar por los impulsos que nos
identifican con el asesino o el delincuente sexual. Sin mucho
más conocimiento fáctico, no es prudente llevar demasiado
lejos las concepciones de este tipo, pero los trabajos modernos
sobre el psicosimbolismo y la historia de la interacción entre el
rey‒víctima y el criminal-víctima son demasiado sugerentes
para ser completamente ignorados. Desde el punto de vista de
la sociedad, las dos funciones pueden converger. Desde su
propio punto de vista como individuos, gobernante y criminal
pueden representar la división entre quienes buscan expresar
agresión en desafío a la sociedad, aceptando el castigo que eso
implica y, en ocasiones, de manera activa, aunque
inconsciente, lo desean; y aquellos que buscan expresar
impulsos agresivos similares convirtiéndose ellos mismos en
controladores o guardianes de la conciencia de la sociedad, y
modificándola a su propio patrón.

4. Las formas de delincuencia tolerada

Los delincuentes tolerados aparecen en dos niveles distintos


en las culturas jerarquizadas. Pueden alcanzar y controlar la
maquinaria del poder ejecutivo y político, como legisladores y
gobernantes. También pueden encontrarse, y en general
tienden a ser más numerosos, en la maquinaria de aplicación
que interviene entre el legislador y el ciudadano. Nosotros
debemos nuestro conocimiento actual a la presencia y el papel
de estos delincuentes tolerados, y de su capacidad para hacer
daño, al surgimiento de los estados totalitarios, pero la
reaparición de la delincuencia y la tiranía militar como políticas
socialmente aceptadas en los estados civilizados ha llevado, y
debe conducir, a un escrutinio de mecanismos similares dentro
de las democracias sociales.

La democracia social surgió como un sistema


conscientemente determinado, para limitar el posible abuso de
poder por parte de los representantes. Los poderes de los
propios delegados fueron creados por el abandono público del
gobierno responsable. En términos de la teoría liberal, por lo
tanto, la democracia debería contener amplias salvaguardias
contra la adquisición de poder por parte de individuos o grupos
delincuentes. La Constitución de los Estados Unidos se
enmarcó con este objetivo deliberado en mente. Sin embargo,
las salvaguardias proporcionadas por las constituciones y las
teorías de gobierno dejan fuera de cuenta los efectos mucho
mayores sobre la sociedad de fuerzas económicas y sociales
que los teóricos no estaban en condiciones de prever. La
democracia está expuesta a los peligros a los que se han
enfrentado otras sociedades, por la ambición de individuos sin
escrúpulos y por la concentración excesiva del poder, pero
conlleva sus propios riesgos. La gama de aspirantes al poder
político en una monarquía se limita al círculo de los líderes
militares y la nobleza, que podrían aspirar al éxito como
usurpadores: cuanto más amplia sea la calificación para el
cargo, mayor será la competencia. Las sociedades
democráticas, especialmente en su forma centralizada, ofrecen
la perspectiva de entrar en los asuntos públicos a muchas
personalidades agresivas cuyas ambiciones de otro modo
podrían limitarse a los asuntos locales. El control real, además,
que los gobernantes elegidos ejercen sobre la vida de los
ciudadanos comunes, es más efectivo y completo que el que
podrían contemplar los antiguos monarcas, y el hecho de la
delegación limita en cierta medida la resistencia del público a
tal control. Con el crecimiento de la sociedad urbana y la
extensión del alcance de la administración, los responsables
políticos han adquirido recursos de fuerza y persuasión que
encuentran muy poca resistencia organizada, excepto en
épocas de recesión económica o pobreza generalizada.

Al mismo tiempo, la concentración de la población y de las


funciones políticas en las ciudades ha llevado a un aumento
gradual del tamaño y la extensión de la maquinaria de
imposición. Estas organizaciones adquieren gradualmente una
función autónoma, que puede estar libre del control de los
responsables políticos y del público por igual. La policía urbana
ha tenido un papel importante en los conflictos en torno a los
partidos políticos y en la instauración de dictaduras. Cabe
recordar que la Constitución romana impuso controles
especiales y deliberados sobre el uso del ejército mediante la
distinción que trazó entre imperium domi e imperium militae,
siendo los comandantes militares normalmente despojados de
autoridad dentro de los límites de la ciudad. La secuencia única
de emperadores psicópatas que figuran en la historia romana
posterior debe su poder en casi todos los casos a la acción
independiente de las unidades de represión del ejército (la
guardia imperial), que a menudo fueron reclutados o apoyados
por mercenarios extranjeros. En este caso, el represivo era
física y literalmente un grupo externo, ajeno a las costumbres y
actitudes de la sociedad romana. La aparición en el ejecutivo
de aspirantes lo suficientemente poderosos y ambiciosos como
para desmembrar la autoridad central llevó al colapso de este
sistema.

Mientras tanto, la teoría liberal de las democracias


occidentales ha ejercido poca o ninguna influencia sobre el
patrón de su crecimiento biológico. La centralización ha
producido cambios importantes, muchos de ellos perjudiciales,
en el estatus de la familia y en la seguridad del individuo, que
no han sido neutralizados por los avances técnicos. Halliday 6 ha
llamado la atención sobre la creciente importancia de la

6 J‒ Halliday, Lancet, 10 de agosto de 1946.


ansiedad culturalmente inherente en tales sociedades. La
evidencia histórica extraída del destino de las
ciudades‒culturas más antiguas que han superado sus bases
biológicas está lejos de ser tranquilizadora. En la nuestra se
puede identificar una tendencia creciente a que el miedo, la
inseguridad y la orientación hacia la guerra se conviertan en
rasgos permanentes de tales culturas. Mumford7 ha
presentado una imagen alarmantemente realista de los
procesos de desintegración en los agregados urbanos; en estas
condiciones, los procesos psicopáticos y las actitudes se
vuelven pandemias: la culpa y sus proyecciones en la agresión
militar pueden volverse aún más prominentes en las culturas
democráticas y tradicionalmente pacíficas que en otras que
tienen menos escrúpulos. Los efectos de la bomba atómica
sobre la conciencia estadounidense moderna han sido más
marcados que los de la derrota militar sobre los alemanes. Las
salvaguardias liberales de la democracia moderna se ven cada
vez más obligadas a enfrentarse a factores que nunca pasaron
por la cabeza de sus inventores. Los totalitarismos que
denuncian los liberales modernos, y sobre los que
frecuentemente proyectan su propia culpa e inseguridad, son
el producto final de procesos similares en culturas cuya
resistencia ha sido rebajada por la tradición o las
circunstancias.

En las oligarquías aristocráticas, el personal del gobierno era


reclutado por herencia dentro de la casta gobernante y recibía
accesiones ocasionales desde abajo a través de matrimonios
mixtos y la aparición de nuevos nobles hechos a sí mismos. El

7 L. Mumford. La cultura de las ciudades, Seeker & Warburg, 1938.


gobierno era una función entre muchas que desempeñaba esta
clase. En las democracias centralizadas, el gobierno es una
ocupación que generalmente excluye otras formas de
actividad. Por lo tanto, debe competir con otras ocupaciones
de igual dignidad y estatus en el personal que requiere. El
liderazgo de un partido político moderno no ofrece incentivos
económicos o intelectuales que sean superiores a los
proporcionados por la tecnología, las profesiones o los grados
administrativos más altos de los servicios civiles; su atractivo
para un individuo determinado probablemente dependa
principalmente de qué tan alto valora el poder de modificar la
vida de los demás. En el pasado, la maquinaria judicial, la
policía y los servicios penitenciarios han mantenido su
compromiso debido al grado de seguridad personal asociado
con el empleo en el gobierno. La policía y el ejército fueron
durante muchos años las únicas ocupaciones establecidas y
pensionables a las que los trabajadores podían acceder
fácilmente8. Este ya no es el caso. El aumento de la seguridad
social y el aumento del nivel de vida de los trabajadores
industriales han anulado en gran medida su atractivo. En
comparación con otros empleos, los servicios judiciales ofrecen
una remuneración deficiente y una disciplina más severa. Aquí,
como en la legislatura, es probable que la elección deliberada
juegue un papel cada vez más importante en la contratación.
Por lo tanto, en las sociedades centralizadas existe una
tendencia a que el personal de estas ocupaciones se extraiga
cada vez más de aquellos cuya principal preocupación es el
deseo de autoridad, de poderes de control y de dirección sobre
8 En la Inglaterra de antes de la guerra, el 70% de los funcionarios penitenciarios
fueron reclutados en las Fuerzas Armadas. (Rep. HM Prison Commiss., 1939‒1941).
Presumiblemente, la mayoría de ellos eran ex‒regulares.
los demás. En el caso de los posibles políticos, estos impulsos
pueden surgir de un sentido social muy desarrollado; también
pueden surgir de inadaptación y un impulso profundamente
arraigado hacia la autoafirmación y el dominio. En las
democracias, el mecanismo de elección y del sistema de
partido, se interpone entre el individuo que desea un cargo y el
cargo que desea, lo que implica la necesidad de inducir a
grandes electorados de diversa inteligencia a apoyar al
candidato en las urnas. En tal proceso, la integridad y el
altruismo pueden estar en desventaja frente a la astucia y la
resuelta ambición. Además, mientras que el altruismo y el
idealismo social pueden encontrar salidas en otros campos,
como la investigación científica, la medicina, la religión o el
servicio social, todos los cuales tienen un prestigio intelectual y
social satisfactorio, la centralización del poder atrae
inevitablemente hacia la función administrativa a aquellos para
quienes el poder es un fin en sí mismo. El deseo de éxito a
través de la riqueza o a través de la fama y la estima se
atienden más adecuadamente en otras esferas de la sociedad,
y aunque el poder político puede ser abordado por esas otras
vías, sigue siendo el atributo predominante del gobierno en las
culturas urbanas modernas.

Consideraciones de este tipo a menudo se consideran un


riesgo más que un hecho en la psicología de la política inglesa
en la actualidad. El número de hombres ambiciosos y sin
escrúpulos en cualquier parlamento contemporáneo
probablemente no sea mayor que en períodos anteriores
cuando existían antecedentes diferentes. Sin embargo, pueden
causar mucho más daño. Otros factores, además de los de la
política de partidos, pueden en cualquier momento intervenir
para traer al poder, a través de los canales electorales, a
personas o grupos psicopáticos que exhibirán una conducta
delictiva, ya sea como un fin buscado desde hace mucho
tiempo, o por la ansiedad y la frustración públicas, o por la
influencia deteriorante que el poder, el aislamiento y la crisis
pueden ejercer sobre individuos inestables. Los estándares de
los miembros del Parlamento británico y del público
experimentaron cambios reconocibles durante la depresión de
entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial. Contra
tales cambios, y contra el estrés impuesto por el gobierno
moderno sobre individuos inicialmente sociales, es poco
probable que las salvaguardas institucionales resulten
efectivas. No es cierto que el Parlamento sea una conspiración
de cínicos egoístas y sin principios, empeñados únicamente en
permanecer en el cargo. Por otra parte, si se supone que es así,
y los políticos individuales lo son, se predecirá correctamente
su comportamiento en nueve de cada diez ocasiones.

Además, sea lo que sea que podamos considerar como el


estándar normal de integridad privada, y por más que los
políticos ingleses defiendan plenamente este estándar, existe
una clara división entre las cualidades privadas y la política
pública. Es característico de la psicopatía política actual que las
políticas públicas extremadamente delincuentes puedan
coexistir con un buen reajuste privado. La sugerencia de que
quienes ordenan fraudes públicos, masacres o deportaciones
deben necesariamente ser criminales o sádicos en sus
relaciones privadas no tiene apoyo en la teoría ni en la
observación. Cuando las acciones son reconociblemente
psicopáticas, la normalidad de sus perpetradores en otros
campos no es más relevante que el ajuste superficial que los
criminales muestran con frecuencia fuera de su trastorno de
conducta específico, o la vida civilizada de quienes tienen
fantasías extremadamente anormales. El problema es que aquí
se pueden realizar las fantasías. Parece claro que la intensa
tensión y las demás incidencias del cargo político moderno
tienen un efecto observable al evocar la conducta delictiva en
personas que probablemente no la exhibirían de otro modo. Es
discutible si Hitler habría sido un delincuente activo si no
hubiera podido obtener el cargo, a pesar de su constitución
manifiestamente anormal.

Un carácter muy característico ‒de hecho, definitorio‒ de los


delincuentes persistentes es su desconcertante falta de
educación por la experiencia, que conduce no sólo a la
repetición del delito sino a los detalles que llevaron a su
detección y arresto. En otras palabras, su comportamiento es
compulsivo. Existe una ineducabilidad análoga en el gobierno
entre los defensores de políticas "fuertes". La experiencia y la
argumentación no impidieron que los sucesivos hombres
"fuertes" británicos (no todos de un mismo partido) repitieran
en Palestina, Chipre, India y Suez las mismas actitudes y errores
que les hicieron perder Irlanda; ni los marxistas de repetir las
aberraciones de los zares. Las razones son idénticas en los dos
casos: estos son ejemplos de comportamiento estereotipado,
las acciones se realizan por la satisfacción emocional inmediata
que brindan, no por sus supuestos propósitos. Otras
características son la confianza injustificada en uno mismo, el
desprecio total por los demás y la sustitución de objetivos
vagos como el prestigio o la venganza por ganancias concretas,
que, aunque no elevadas, están al menos centradas en la
realidad. En los objetivos a largo plazo ‒la ventaja nacional o la
victoria de una ideología casi siempre dan lugar a la
abrumadora catexis9 de una acción "fuerte" para las personas
en el poder‒ de la política, se persiste obstinadamente para
mantener la ilusión de propósito, bajo el disfraz de mantener la
ley y el orden. Para el hombre "fuerte", como para el ladrón
persistente, no tiene sentido argumentar que el crimen no
paga: es el acto, no la política o la cosa robada, lo que es el
verdadero motivo. Él 'les mostrará', independientemente de si
vale la pena hacerlo o no.

Al discutir estos fenómenos en su contexto contemporáneo,


se puede hacer referencia a la historia, pero razones obvias
impiden la publicación de historias de casos o estimaciones de
personas vivas. En cualquier caso, debe desalentarse el
diagnóstico a largo plazo de anomalía mental en una persona a
la que se conoce sólo a través de sus comunicados y
declaraciones. Pero difícilmente podemos dejar de ver la
relevancia de la clasificación psiquiátrica en la escena política
de los últimos veinte años. El hecho de que existan personas
anormales y adquieran poder dentro del sistema político no es
en sí mismo una condena del sistema. Lo mismo se aplica a
otros campos de actividad. Los juicios importantes sobre los
que debemos basar nuestra estimación del Estado moderno
son, en primer lugar, si atrae a los psicópatas de forma
selectiva; segundo, si el impulso al poder es en sí mismo una
manifestación de delincuencia en algunos o en todos los que lo
manifiestan; y tercero, si los patrones institucionales aumentan
y fomentan un énfasis de anormalidad en los titulares del

9 Según Freud cathexis hace referencia a un concepto económico. La catexis hace que
cierta energía psíquica se halle unida a una representación o grupo de representaciones,
una parte del cuerpo, un objeto etc. N. e. d.
Estado. Para responder a estas preguntas debemos considerar
el problema desde su otro aspecto y examinar los tipos de
liderazgo que existen en las democracias modernas y su
compatibilidad con actitudes sociales estables.
II. TIPOS DE LIDERAZGO

1. Liderazgo y dominio

En agrupaciones relativamente simples, las formas de


liderazgo natural asociadas con la actividad política son
indistinguibles de las que ocurren en otros campos. Son parte
esencial de todas las relaciones humanas en las que los
individuos, basándose en su experiencia y su autoestima,
adoptan actitudes de dominio o sumisión entre sí. La
estimación que hace el individuo de sus propias reservas de
energía física y mental modifica continuamente el estado que
reclama, y da forma al cuerpo de experiencia que, a su vez,
determina su conducta futura. Estos patrones primitivos
probablemente son continuación del tipo de dominio social
que existe entre los animales.

Los trastornos de conducta antisocial ocurren


ocasionalmente entre animales normalmente sociables,
especialmente en cautiverio. “Las lesiones graves como
resultado de los combates son raras. Ocasionalmente, uno
puede encontrarse con un ratón pícaro que morderá a todos
los demás machos en una jaula y les causará lesiones graves.
Los otros nunca parecen tomar represalias, y el pícaro puede
ser reconocido por el hecho de que es el único ratón ileso... El
pícaro suele ser sacrificado”. 10

En comunidades altamente centralizadas, la adquisición de


poder político depende de factores distintos de los que
determinan la jerarquía puramente social. El gobierno
centralizado exige atributos especializados, y muchos, si no
todos, de los elementos que capacitan a un hombre para el
liderazgo en un grupo local requieren más fuerza para
colocarlo en el ejecutivo (gobierno) que en el legislativo en el
sistema de partidos. Ha habido una profunda división y
delegación de funciones en las ciudades, con la
correspondiente limitación de la aspiración individual a uno, o
posiblemente unos pocos, de muchos patrones de dominio.
Sólo ciertos tipos de conocimiento intelectual se manifiestan
en el éxito político, los demás son absorbidos por la tecnología,
el arte, el aprendizaje, la educación y otras profesiones. La
superioridad física es un activo mayor para el atleta, o el oficial
de control que para el político. La capacitación especial, es un
factor potente en la elección ocupacional y el éxito juega poco
en la determinación del resultado de las elecciones, pues la
clase dominante hereditaria ha sido desplazada.

Parece razonable suponer que, si bien los tipos de criterio de


liderazgo que se utilizan en la selección de oficiales del ejército
o personal clave son similares a los que determinan el poder y
el estatus en grupos simples, no son los factores que afectan
predominantemente la elección de los gobiernos. El gobierno
en las comunidades urbanas es un grupo en sí mismo: los

10 PA Gorer y PJ Ewers en El cuidado y manejo de animales de laboratorio de AN


Worden (Bailliere, Tindall y Cox, Londres, 1949).
legisladores se influyen entre sí mediante contactos
personales, pero los factores normales de la psicología
dinámica, que regulan el estatus en las relaciones ordinarias,
no se aplican al proceso de elección por control remoto.
Dependen del contacto, las impresiones físicas y la interacción
personal. La legislatura tiende a convertirse en uno de varios
grupos cerrados, que tiene relaciones dinámicas individuales
dentro de sí misma, pero interactúa con el electorado
principalmente a través de canales mecánicos de la publicidad.

Esta relación, o falta de relación, es una de las realidades


fundamentales del gobierno centralizado. Los gobernantes y
los gobernados tienen sus propias jerarquías de grupo, pero las
relaciones del público con su gobierno son las de un grupo que
enfrenta un estereotipo, y las relaciones del gobierno con su
público son las de un grupo que se enfrenta a una multitud.
Esta multitud puede ser la audiencia física de la reunión
masiva, la conferencia y la concentración ante el dictador, o la
multitud fragmentada que escucha individualmente la radio o
lee individualmente las declaraciones de la prensa. En el primer
caso, los patrones de liderazgo más antiguos conservan su
influencia, reforzados por el mito del liderazgo; en el segundo,
el individuo no se enfrenta a individuos pormenorizados, sino a
un grupo externo, separado del grupo de vecinos o colegas y
que conforma su propia órbita dinámica. Los criterios de
liderazgo psicológico y biológico pueden ser válidos en una
unidad militar, un barrio o una fábrica, pero no son
transmisibles por cable ni impresos. El problema de lograr el
dominio se convierte en el de crear la ilusión de ciertos
atributos, una ilusión que puede ser fácilmente destruida si
gobernador y gobernado se encuentran una vez a nivel
personal: el político puede compararse con el actor que, desde
una silla de ruedas o un cama de sanatorio, se hace pasar por
el hombre de acción, el héroe de la telenovela, y del que los
radioescuchas adivinan sus atributos físicos. Tales técnicas
ofrecen un atractivo inmediato para aquellos que deben
simular lo que no poseen.

El individuo que posee atributos concretos de liderazgo


natural los expresa en aquellos campos donde sólo es
adecuada la actuación en la realidad: es el sublíder, la persona
que protege al líder mítico de los contactos personales
mediante los cuales su liderazgo puede ser desmentido. El
liderazgo político en las grandes organizaciones unitarias es
esencialmente un liderazgo no probado por los contactos
dinámicos que determinan el dominio dentro del grupo.

Los estudios sobre el liderazgo en las sociedades modernas


pueden abordar uno de estos dos patrones, o una confusión de
ambos. Los líderes han sido clasificados como representantes
de masas, combatientes de masas y exponentes de masas
(Conway) o como institucionales, dominantes y persuasivos
(Bartlett). Estas categorías son más bien técnicas de liderazgo,
una o todas de las cuales pueden ser empleadas por individuos
dentro del grupo o por gobiernos frente a su público.

El líder institucional, como individuo biológicamente


enérgico, predomina probablemente en el ejecutivo, aunque
también en otras capacidades: el dominante está presente en
el ejecutivo y el legislativo; cuanto más capaz es de resistir las
pruebas de contacto personal, más probabilidades tiene de
obtener el lado ejecutivo del gobierno; la persuasión, el
impacto del poder de "venderse a sí mismo", es un rasgo
conspicuo de la vida política democrática. El totalitarismo
impone otros énfasis, pero su patrón parece ser similar.

Es posible inferir mientras las unidades políticas son


pequeñas, que la política no es una ocupación exclusiva y que
los contactos personales entre gobernantes y gobernados
existen en el nivel normal de la psicología dinámica. Los
atributos de liderazgo del tipo reconocido por las pruebas
psicométricas predominan en la determinación del estatus
dentro de cualquier patrón de privilegio que exista. Donde el
gobierno es una función en gran parte autónoma, llevada a
cabo por políticos a tiempo completo, donde el tamaño de la
unidad política excede un valor límite, y donde la precedencia
no depende del contacto cara a cara, el 'líder natural' está en
una clara desventaja en comparación con el candidato que
posee ambiciones en lugar de los atributos del liderazgo. El
poder histriónico, el acceso a ayudas técnicas y consejos de
expertos, y la canalización deliberada o accidental de los
sentimientos de la multitud son mucho más importantes para
determinar el cargo que la capacidad de mandar, inspirar
confianza a nivel personal o ganar una reputación de previsión.

2. Atributos físicos

Las características físicas figuran en gran medida en los


mecanismos normales de dominación, ya que desempeñan un
papel importante en la determinación de las impresiones
iniciales y pueden dictar la actitud tanto de su poseedor como
de sus semejantes. Se han establecido asociaciones entre baja
estatura y agresividad; entre altura y realización como líder.
Existen correlaciones obvias entre la apariencia y la energía
física. Consideraciones de este tipo influyeron en el temprano
enfoque criminológico de los tipos "degenerados". En estudios
como el de Gowin 11, las diferencias de estatura, aunque no
muy grandes entre varios grupos, “sugieren que en ciertos
tipos de liderazgo y jefatura, la participación de la fuerza física,
la altura y el peso son importantes para determinar los roles de
dominio” 12. Atributos físicos como la barba, que pueden
significar identificarse con, o extrañeza de costumbres
comunales, pueden influir en los empleadores contra un
individuo, e incluso predisponerlo al delito 13, mientras que para
el criminal que quiere evadir el reconocimiento, ciertos tipos
de peculiaridad física son graves hándicaps14.

El atractivo personal y el físico pueden desempeñar un papel


importante sobre la influencia en reuniones y comités. En las
condiciones modernas, son características electorales menos
significativas que las idiosincrasias. Las necesidades del político
democrático son casi totalmente opuestas a las del criminal:
debe asegurarse un reconocimiento inmediato. Incluso la
malicia de los caricaturistas oponentes es una valiosa fuente de
publicidad. Es difícil concebir al Sr. Neville Chamberlain sin su
paraguas, al Sr. Eden sin su sombrero, o al Sr. Churchill sin su
cigarro y sus individualidades de pronunciación. El atractivo
11 E B Gowin, 1915.
12 Kimball Young, Manual de psicología social, Routledge & Kegan Paul, 1946.
13 H. von Hentig, The Criminal and His Victim, Yale University Press, 1948: citando
a PV Young, The Pilgrims of Russian Town, 1932.
14 ibíd.
público del Sr. Morrison, el Sr. Bevin y Sir Stafford Cripps en el
pasado, o del Sr. Wilson y el Sr. Brown en el presente en la
administración laborista se ha visto reforzada por la facilidad
con la que pueden ser caricaturizados por sus oponentes o por
sus seguidores. El líder político que desea permanecer en la
imaginación del público puede ser alto o bajo, delgado o gordo,
pero debe ser recordable y no puede permitirse una viñeta
detractora diaria en las caricaturas de prensa. Con el
advenimiento de la radio y la posibilidad de un acercamiento
verbal directo a las masas electorales, la voz y la comunicación
se vuelven aún más importantes. En los últimos meses, ha
habido casos de reputación seriamente dañada de la noche a la
mañana por una acción peatonal poco convincente. A
diferencia de la reunión de masas, la transmisión discrimina
contra la retórica (la audiencia está en el tono emocional
equivocado para recibirla) y contra el discurso sobreeducado,
que puede identificarse con el esnobismo o el oficialismo. El
habla regional, la idiosincrasia moderada y el poder de
transmitir la impresión de admirar a la audiencia con
confidencias internas, sin condescendencia, juegan un papel
cada vez más importante en el mantenimiento de los políticos
en el afecto del público. Con un cambio en el temperamento
público, tales técnicas pueden ser rápidamente reemplazadas:
la "charla familiar" habría sido tan inútil para la Alemania de
1930 como los desvaríos de Hitler lo serían para una audiencia
inglesa moderna. En este sentido, la voz reemplaza al físico y la
apariencia como fuente de reacción inicial; puede, al igual que
la palabra impresa, producir una ilusión que puede ser
perjudicada por una apariencia personal imprudente. Se
informa que Stalin escribió sobre su primer encuentro con
Lenin:
Tenía la esperanza de ver al águila montañesa de nuestro
partido, el gran hombre, grande tanto física como
políticamente. Me había imaginado a Lenin como un
gigante, majestuoso e imponente. Cuán grande fue mi
decepción al ver a un hombre de apariencia común, por
debajo de la estatura promedio, de ninguna manera
distinguible de los mortales comunes 15.

El líder político puede, en definitiva, arriesgarse a las pruebas


impuestas por otras formas de dominio social y contacto
personal sólo si posee o puede simular características que
tengan validez psíquica general y que puedan superar la media
de su público, de lo contrario, fracasará, por muy magistral que
sea, en cumplir las expectativas que el prestigio ha creado.
Debe ser capaz de superar no a los mejores hombres de un
grupo limitado, sino a los mejores hombres reunidos de una
serie de grupos, de gran extensión y variedad. Debe
impresionar lo suficiente a judíos y gentiles, afiliados y libres,
hombres y mujeres, como para asegurar sus votos; y las
impresiones iniciales pueden hacer ganar o perder mucho. En
estas condiciones, la tendencia a retirarse detrás de una
guardia pretoriana, con el uso de técnicas sofisticadas, o en el
estudio del sentimiento público actual e irracional, es casi
irresistible. 'Todas las cámaras corrompen: las cámaras de
televisión corrompen absolutamente'. El líder natural puede
encontrar espacio para sus talentos en una activa vida de
grupo; el individuo que tiene deseos en lugar de calificaciones
para el liderazgo puede encontrar compensaciones por lo que

15 Isaac Deutscher, Stalin, 1949.


le falta sólo en el método centralizado de promoción y
gobierno.

En la práctica, por mucho que el candidato desee ser


memorable, la práctica de la política democrática conduce a un
cambio curioso y bastante característico en la superficie
externa, si no en la personalidad subyacente de las personas,
después de haber pasado unos meses en la Cámara de los
Comunes, o en uno de los Consejos más grandes del país. Cada
vez es más difícil distinguirlos: adquieren una similitud cerúlea
que es bastante sorprendente: todos podrían ser hermanos.

Este "síndrome del sastre" es patognomónico: voz demasiado


fuerte, vestimenta demasiado particular y una conducta
artificial tan característica que casi siempre es posible en una
plataforma política identificar al candidato a simple vista. Los
líderes sindicales de éxito experimentan una transformación
muy similar, aunque carecen de la extraña apariencia de
mejillas sonrosadas y la afectación del discurso que
caracterizan al diputado.

La impresión general es la de un actor hecho para actuar,


pero visto fuera del escenario; tienen una cualidad zombi que
el público de la clase trabajadora reconoce rápidamente; el
público de la clase media quizás menos. En otras palabras, no
son personas.
3. Liderazgo en el ejecutivo

El tamaño del ejecutivo en las sociedades jerarquizadas


dificulta la diferenciación con otros grupos, como las finanzas y
la industria, con los que se superpone. En los Estados Unidos,
donde la industria está en manos privadas, se ha estimado que
el ejecutivo en el gobierno incluye entre el 4 y el 10 por ciento
de la población ocupada. La mayor parte de este personal se
emplea en la organización y el mantenimiento de archivos.
Mumford ha enfatizado el creciente gasto de tiempo en las
sociedades urbanas en el mantenimiento de registros y cuentas
documentales, y ese gran número de personas retiradas de la
actividad creativa y productiva, puede contribuir a la “creciente
frustración de los impulsos creativos y biológicos” mencionada
por Halliday como una fuente de neurosis psicosocial 16, aunque
el ocio y los intereses culturales compensan algunos de los
inconvenientes del trabajo de oficina. Sin embargo, los efectos
de tal especialización deben desempeñar un papel en la
determinación del comportamiento de una cultura en la que
está tan extendida: los trabajadores administrativos de las
empresas y el gobierno constituyen un grupo electoral
importante, solo superado en número por los trabajadores
industriales y técnicos..

Aparte de esta función electoral, los grupos ejecutivos más


importantes, desde el punto de vista de la estructura
gubernamental, son los administradores profesionales, los
agentes de información pública y los agentes judiciales. Estos
grupos tienden, como hemos visto, a actuar como

16 Halliday, J., 1946, op. cit.


amortiguadores entre legisladores y electores. Al mismo
tiempo, conservan una considerable iniciativa política propia.
Kimball Young17 distingue entre el funcionario superior
encargado de formular políticas, que puede parecerse al
legislador y el funcionario ejecutivo inferior, y el subordinado,
para quien los principales atractivos del servicio público son el
orden, la rutina y la seguridad en lugar de la iniciativa directa.

Al igual que las agencias judiciales, el Servicio Civil


institucional y las agencias de información intervienen entre el
legislador y el electorado. El primero tiene una jerarquía
propia, que exige ciertas características definidas: sus
miembros directivos, que pueden no haber pasado por los
rangos inferiores de la maquinaria, se parecen a los
legisladores, aunque están libres de responsabilidad electoral
directa. Su posición como implementadores de políticas
entorpece, hasta cierto punto, el lado competitivo de sus
contactos con el legislador real, que está en desventaja debido
a la ignorancia del mecanismo administrativo detallado. Por lo
tanto, no compiten directamente por el liderazgo nacional,
aunque pueden convertirse en objeto de celos sustanciales a
los ojos de sus ministros responsables. Esta interacción de
personalidades se ha desarrollado mejor en la ficción 18 que en
los estudios psicológicos formales.

Las agencias de comunicación son de mayor importancia, ya


que son el principal medio por el cual el legislador electo se
dirige a su público. En estas agencias el prejuicio y la actitud del
público están representados y deliberadamente modificados.
17 Op. cit.
18 Nigel Balchin, The Small Back Room, 1945, por ejemplo.
El objeto de emitir información desde cualquier ministerio es,
por supuesto, el mismo que el objeto de "redactar" una
patente medicinal. Es seleccionar noticias favorables y
presentarlas en consecuencia.... Con la baja moralidad que
observó Grocio como característica de la guerra, la selección de
información puede, por supuesto, equivaler a una selección
con la intención de defraudar.... Lo que no está tan
generalizado es que sus autores crean que la mayoría de las
principales consignas de propaganda sean, en principio, y a
menudo de forma persistente, en sustancia y en esencia
verdaderas.

En los individuos, los estándares normales de veracidad


suelen ir acompañados de elocuencia persuasiva de la lengua o
la pluma. Las personas con tal equipamiento descubren pronto
que para ellos decir la verdad no es esencial para la felicidad. Y
esos hombres pueden encontrarse en el ejercicio de sus
talentos en el escenario político o en el periodismo
remunerado. La maquinaria de la propaganda política puede
estar influenciada, o incluso dirigida y alimentada, por hombres
de ese carácter. Probablemente lo sea a menudo. Pero estos
hombres rara vez deciden la política. Son los poseedores de
artes que administran las convicciones de otros. Los dedicados
a difundir la propaganda política son hombres honesta y
profundamente convencidos de la necesidad de su misión, por
muy equivocada o fantástica que esa misión pueda parecerles
a otros19.

19 Ranyard West, Conscience and Society, Methuen, 1942.


La enorme expansión del arte de vender en las sociedades
modernas tiene su componente político. La idea del
colaborador como un fenómeno de tiempos de guerra no tiene
su esencia en el hecho de la colaboración; en sentido figurado,
puede realizarse por un masoquista que se solaza en la derrota,
pero es la contraparte del tiempo de guerra del estado normal
del ejecutivo. El vendedor, más preocupado por la técnica de
venta que por el mérito del artículo vendido, ocupa ya un lugar
definido en el patrón de la función administrativa.

Los estudios estadounidenses sobre los principales


"impulsos" motivadores de los consumidores y sobre la
estructura psicológica óptima del vendedor se transfieren
corporalmente al campo de la publicidad política. Durante y
después de la guerra, se han empleado cada vez más
profesionales consultores para vender la política. El control del
mecenazgo literario y artístico por agencias del gobierno
pueden extender esta función ejecutiva al arte, la ficción, el
cine y la prensa. En los órdenes totalitarios, ese control se
vuelve rápidamente absoluto: en el nuestro, tanto el patrocinio
oficial como el independiente coexisten, y no hay dificultades
financieras decisivas asociadas a la obra literaria disidente,
incluso en tiempos de guerra. La prensa puede, y actúa, en
algunas circunstancias para paliar u obstaculizar las políticas
delictivas haciéndolas públicas. Emerson estaba justificado
parcialmente al describir la democracia demagógica como "el
gobierno de los matones atemperado por los editores". Sin
embargo, el político democrático ha llegado a depender en
gran medida de la publicidad mediante la representación y la
dirección teatral, el maquillaje y el entrenamiento de la
elocución, lo que le permiten competir con actores y locutores
profesionales ante una audiencia crítica.

4. Incentivos en la política: la política como ocupación


condenada

El prestigio social siempre ha sido un fuerte incentivo para


buscar cargos políticos. Parece que hoy esto es menos cierto.
De hecho, hay indicios de que el descrédito atribuido a los
políticos en la antigua China y en la Francia moderna es más
frecuente ahora que nunca en este país.

La mayoría de las sociedades han considerado ciertas


ocupaciones como de mala reputación, incluso si fueran
necesarias. Las ramas del ejecutivo judicial a menudo han caído
bajo una nube de este tipo. Los antiguos rabinos clasificaban a
los recaudadores de impuestos como ladrones20, al lado de los
conductores de asnos, los barberos, los marineros y los
comerciantes. El prestigio del ejército profesional cayó de la
misma manera durante los primeros años del presente siglo.
Oficios cuya práctica se suponía que hacía a los hombres
inmorales (actores, cantantes, bailarines), afeminados
(tejedores, que perseguían una ocupación femenina),
deshonestos (molineros, quienes, bajo el feudalismo,
disfrutaban de derechos de los señores de la mansión que los
convertían en personas impopulares) o que implicaban matar

20 Enciclopedia judía, XII, 69.


(carniceros e incluso pescadores) han sido igualmente
desaprobados en varias ocasiones, y sus practicantes
incurrieron en discapacidades21. Los verdugos siempre han sido
el mejor ejemplo de una ocupación condenada. La aceptación
del oficio de verdugo en la mayoría de los períodos de la
historia debe haber implicado pobreza o una inclinación
personal morbosa22.

El sentimiento de que la gobernanza de un partido es un


asunto de cuchilladas y la política, un "negocio sucio",
aclimatado durante mucho tiempo en Francia, se está
volviendo igualmente evidente en Gran Bretaña; quizás el
cambio sea oportuno. Puede convertirse fácilmente en el
dominio particular de un partido, o tomar una forma de apatía
en lugar de disgusto (¿qué puede hacer un hombre contra el
sistema?). Pero la opinión francesa desde el escándalo de
Stavisky23 y, en menor medida, la opinión estadounidense
durante el período de Tammany Hall 24 y los zares políticos, ha
sido lo suficientemente hostil a la política, como ocupación,
para que los hombres honestos lo piensen dos veces antes de
presentarse a un cargo. La vida política inglesa ha sido
salvaguardada de las peores sospechas al estar libre del

21 Véanse referencias en H. von Hentig, op cit.


22 Vea el brillante desarrollo de este tema en un contexto moderno por Arnold Zweig,
The Axe oj Wandsbeck.
23 El affaire Stavisky (1933) es el nombre dado a una crisis política francesa acontecida
a consecuencia de la muerte de Alexandre stavisky, el bello Sascha, un conocido
estafador de origen ruso bien relacionado con la clase política dirigente. N. e. d.
24 Con el nombre de Tammany Hall se conoce la maquinaria política del Partido
Demócrata de EE UU para que los inmigrantes, principalmente irlandeses, participaran
en la política estadounidense desde las décadas de 1790 hasta1960, actuando como una
red de influencias o de clientelismo político. N. e. d.
soborno financiero directo, pero la ganancia es, al menos en
parte, un objetivo centrado en la realidad, y uno está mejor
con Creso que con Hitler.

El sentimiento antipolítico más marcado es probablemente el


de los ejércitos desmovilizados que buscan un chivo expiatorio.

Siniestros fusileros rompieron filas,


Chasqueando sus bayonetas para cargar contra la multitud,
Por fin, los chicos habían encontrado un trabajo cómodo.
Escuché a la prensa amarilla gruñir y chillar,
Y con mis confiables bombarderos me volví
y fuimos a sacar a esos Junkers del Parlamento 25.

El elemento de prestigio se desvanece considerablemente de


la vida política cuando se generalizan actitudes de este tipo.
Pueden resultar en una desviación gradual de la inteligencia de
la política hacia otros campos de actividad, o pueden
transmitirse como consejos de padre a hijo. Los gobiernos
inteligentes o populares pueden hacer mucho para
rehabilitarse, como el New Deal rehabilitó la política
estadounidense, pero un escándalo o una decepción pueden
fácilmente revertir la posición. El rasgo más sorprendente de
esta desilusión es la rareza con la que se expresa a sí misma
con una acción positiva o desobediencia directa.

Claramente, es una cuestión de gran importancia en


cualquier estudio sociológico del gobierno moderno evaluar los
motivos que realmente llevan a los individuos a presentarse a
cargos públicos. Los incentivos que ofrece la vida política ya no

25 Siegfried Sassoon.
incluyen la riqueza ni el prestigio de tiempos pasados. Por lo
tanto, es probable que un individuo se convierta en candidato
porque tiene un fuerte sentido social y un deseo de poner fin a
los abusos y beneficiar a su país, o porque desea el poder y sus
satisfacciones y ha fallado para lograrlos mediante el
mecanismo normal de dominación. En algunos casos, los
incentivos están separados, en otros pueden fusionarse, y la
ideología suele ser una excusa racionalizada para la ambición.
Las convicciones públicas fuertes pueden ser en sí mismas
producto de anormalidades: pocos líderes pueden haber
superado a Adolf Hitler en su sentido de misión. Otros pueden
desear el poder como un vehículo para la venganza (sobre el
sistema que les dejó rencores familiares, sobre la sociedad que
se negó a darles el reconocimiento social que deseaban) o
debido al complejo que les conduce a la fundación de
sociedades para la prevención de algo. No todas estas
actitudes son anormales ni, a la larga, perjudiciales: las
sociedades progresan a través de sus miembros menos
conformistas. El sistema de elección centralizado, sin embargo,
trabaja contra los hombres de principios y los moderados, y
contra los atributos de liderazgo que dependen de los
contactos cara a cara. El líder racional puede, en última
instancia, tener una probabilidad cada vez menor contra el
escalador decidido y el psicópata que refleja la actitud de la
multitud frustrada, o que vive sus propios fallos de adaptación.

El poder político ofrece magníficas plataformas al actor de


representación inconsciente desde la infancia: para gritar
desafío a los antiguos compañeros de escuela cuyas manos ya
no pueden torcer su brazo, para alcanzar el premio en una
prueba más, para lanzar aún más demonios al infierno antes de
que llegue el ajuste de cuentas final, para burlarse de más
ancianos y niñeras26.

Ésta puede ser la principal razón de la creciente


preocupación de los gobiernos durante el último siglo por la
política exterior más que por la interna. Es más fácil de
dramatizar; de hecho, es el campo ideal para la terapia de
grupo. La solución de problemas domésticos concretos suele
requerir del conocimiento experto y la previsión inteligente, y
el éxito o el fracaso en el desempeño son evidentes de manera
concreta. Pero las cuestiones de política exterior son cada vez
más imaginarias: cuestiones creadas para que puedan ser
dramatizadas, crisis que requieren actos sensacionales de
habilidad política personal, amenazas de un tipo
emocionalmente satisfactorio a la libertad o la existencia, el
asunto, en otras palabras, de la película y del cómic. La función
de la política exterior más moderna es la dramatización. Se
lleva a cabo bajo un curioso entendimiento tácito incluso entre
los oponentes ideológicos más amargados, ya que cada uno
depende del otro. No tiene relación con la resolución de
problemas reales, pues las recurrentes y prolongadas
inferencias no están conducidas con la intención de resolver
nada, sino que dramatizan a los participantes y satisfacen su
sentido de liderazgo sin exigirles conocimiento, juicio,
previsión, o incluso la necesidad de afrontar un ajuste de
cuentas. La insistencia de tales líderes en la posesión de armas
nucleares es parte integral del uso que le dan a las
oportunidades de la política exterior; haciendo que sus salidas
y entradas sean más sensacionales, aumentan la tensión

26 Ranyard West, Psicología y orden mundial (Penguin Books, J945).


dramática de su actuación, así como el pillo callejero, tiene una
placentera habilidad en asustar al burgués y a todos los demás.

Es mucho menos la puesta en práctica de planes de


conquista o dominación económica clarividentes y testarudos
como estas manifestaciones al estilo de Walter Mitty las que
hacen que la situación contemporánea sea tan singularmente
peligrosa, porque mientras ningún tirano en su sano juicio verá
con favor un plan para poner fin a la historia humana, el
político moderno puede hacerlo: solo necesita una amenaza de
cierto calibre para satisfacer su propio sentido de importancia
y permitirse competir con el superhéroe y la ficción espacial,
pero al mismo tiempo con los soldados de plomo y lo
imaginario. Las bombas de las que obtiene una satisfacción tan
profunda en sus fantasías están siendo producidas por una
minoría de técnicos que no están interesados o no reconocen
la inestabilidad del dedo en el gatillo.
III. PERSONALIDADES ABERRANTES EN EL GOBIERNO

1. Estructura del personaje

La estructura de la Cámara legislativa y sus tradiciones


ofrecen algunas salvaguardias contra los individuos
psicopáticos en el cargo, aunque no muchas. La psicosis real es
a este respecto, una causa posible, pero no la más peligrosa, de
alteración mental. Sería extremadamente difícil para un
diputado extremadamente loco o engañoso ocultar su estado
mental en las condiciones del debate de los Comunes; los
métodos parlamentarios también proporcionan un campo
restringido para la prueba de cualidades personales, que
probablemente sea tan minuciosa como cualquier prueba de
aptitud o liderazgo. El parecido anormal a Hitler tiene, por
tanto, muchas más posibilidades de hacer daño en el ejecutivo
que en el legislativo mientras este sistema perdure. El
Congreso, que carece de la estrecha intimidad de los Comunes,
es una prueba menos escrutadora: las legislaturas sin tradición
de debate ordenado no ofrecen ninguna. Al evaluar los tipos de
trastornos mentales que pueden pasar desapercibidos en la
política y los riesgos que presentan, debemos tener en cuenta
el tipo de legislatura en cuestión. Debe recordarse que incluso
el trastorno de carácter severo no siempre es reconocible bajo
un exterior amable. El delincuente apolítico se enfrenta, y a
menudo resuelve, el problema de mantener las apariencias en
las condiciones de la vida cotidiana. Los mayores peligros
psicológicos de la democracia parlamentaria son
probablemente los prejuicios, el deseo de violencia o de
sufrimiento, y las neurosis de situación lo suficientemente
arraigadas en la personalidad como para aparecer sólo bajo
estrés y acompañadas de plausibilidad o fuerza de carácter. Las
decisiones tomadas en privado, o de forma personal, como en
condiciones de guerra, son las más propensas a estar teñidas
de tales actitudes, ocurriendo en personalidades que
probablemente serían adecuadas en cualquier contexto
ordinario de poder; el daño proviene de las enormes
repercusiones que tales decisiones, hechas por un ministro de
un estado moderno, pueden tener27.

El ejecutivo impone pruebas más severas al participante,


pero brinda menos protección contra anomalías una vez que se
alcanza el estado. Siempre que el sujeto realice sus funciones,
es poco probable que sea expulsado por motivos de
peculiaridad personal.

El directivo también puede asesorar al gobierno en calidad de


experto, y así desarmar las críticas. Un número considerable de
crímenes de guerra se han originado bajo presiones del
ejecutivo, a menudo de un solo miembro, respaldado por la
seguridad de expertos que eran necesarios, aunque
deplorables.

27 La aceptación del genocidio como política nacional “militar”... se hizo bajo la presión
de la guerra, sin debate público de ningún tipo; y no fue obra de cretinos morales como
Hitler y Goering... sino de hombres tan concienzudos y rectos como el secretario Henry
L. Stimson.... Incluso hoy, al parecer, una gran parte de nuestros ciudadanos
(estadounidenses) no ha percibido plenamente lo que implicaba esta decisión». Lewis
Mumford (World Review, 1949, 9, 14: The Moral Implications of the Atom Bomb.)
Más recientemente, hemos visto la publicación de datos
científicos falsificados por parte de expertos de un “lobby”
ansiosos por razones políticas de evitar cualquier restricción al
desarrollo de armas atómicas. Es evidente que los generales
psicopáticos pueden tener un éxito sorprendente entre sus
tropas28; igualmente, los oficiales de policía psicopáticos
pueden obtener un gran crédito por su asiduidad en castigar el
crimen y mantener la ley. Siempre que la conciencia de los
legisladores tienda a ir en contra del curso que les impone el
“realismo”, es probable que se deje al ejecutivo a su suerte y se
le imponga hacer lo que sea necesario sin publicidad indebida;
y mediante un proceso del mismo tipo, la tarea dudosa se
delega dentro del ejecutivo a su miembro menos escrupuloso.
Pocos miembros del parlamento que apoyan la pena capital
desearían que el criminal fuera colgado de su propia aldaba;
menos aún desearían involucrarse en las políticas militares que
votan como necesidades lamentables. Todos mostramos una
tendencia a sentarnos "con una pinza de ropa en la nariz para
evitar el hedor de los procesos que mantenemos vivos"29.
Además, la legislatura a menudo ignora los detalles físicos
exactos de las políticas que está votando.

Cualquier clasificación de delincuencia pública debe incluir la


mayoría, si no todas, de las manifestaciones conocidas de
trastornos de conducta, ya que la conducta delictiva puede
surgir en una amplia variedad de condiciones. En este libro me
he apegado deliberadamente a la clasificación obsoleta y en

28 El célebre discurso del general Patton a sus tropas, reimpreso por la revista
estadounidense Politics (1945), es un documento psicológico de sumo interés:
desafortunadamente su fraseología y contenido hacen imposible citar el texto.
29 George Orwell.
gran medida sin sentido utilizada por los escritores de libros
antiguos sobre delincuencia, no porque la acepte, sino porque
deseo preservar la equivalencia entre la tipología de cargos y la
tipología legendaria de enemigos de la sociedad. Las categorías
de Norwood East30 son tan buenas como cualquiera para este
fin, a pesar de que no hacen ningún intento de cuadrar con
otras ramas del conocimiento biológico o psicológico.
Seleccioné a Norwood East como bateador de salida en lo
referente a lo que llamaríamos el establecimiento psiquiátrico
liberal. Él fue un destacado defensor de la psiquiatría penal
basada en la opinión (sin duda todavía válida) de que no todos
los delincuentes, y menos aún todos los criminales, pueden ser
reconocidos como mentalmente anormales. Según East, el
individuo "ni cuerdo, ni loco" es nuestro mayor problema. Sin
embargo, algunos patrones definidos de desequilibrio son
fuentes particularmente comunes de comportamiento
antisocial. Las psicosis orgánicas, debido a su aparición lenta en
personas previamente normales, adquieren fácilmente
importancia social; la esquizofrenia, en sus formas más
extremas, es poco probable que sea compatible con la
actividad política, aunque puede ocurrir en profetas religiosos
o predicadores que ejerzan una amplia influencia. Las psicosis
maníaco‒depresivas son compatibles con la participación
activa e influyente en la vida pública; pueden afectar el juicio,
especialmente en sus formas más leves, sin ser reconocidas por
el paciente o sus colegas, y se ha afirmado que la depresión
cíclica en las altas esferas ha causado el fracaso de ciertas
campañas. Los patrones paranoicos, histéricos y obsesivos
también pueden tener una importancia pública obvia: sin

30 Norwood East, Society and the Criminal, HMSO, 1949.


embargo, lo más significativo en términos de política moderna
son las variedades de personalidad psicopática y algunas de las
neurosis, que no equivalen a psicosis. Incluso el deficiente
mental que es en gran medida el secuaz ideal, y el "inmoral", si
están bien presentados, tienden a ocupar posiciones
características en la estructura de la sociedad.
Desafortunadamente, todas las categorías de los criminólogos
a la antigua son tan reconocibles en el establishment mismo
como en la escuela o en Brixton.

Mientras que el “sicópata inadecuado”, pueda derivar hacia


el crimen, es menos probable que lo haga en un cargo, ya que
la desviación es un medio poco satisfactorio de promoción en
una sociedad competitiva. Donde adquiere responsabilidades,
como en un tercio neutral entre oponentes agresivos que se
anulan uno a otro, como puede ocurrir en las elecciones
sindicales o nacionales, puede alcanzar cierta popularidad con
un carácter fácil, afable y superficialmente sociable, cuya
placidez y embotamiento emocional pueden confundirse con
profundidad. Incapaz de afrontar las crisis o la incomodidad
entre colegas, de los que depende y por los que puede sentirse
halagado, puede reaccionar ante la emergencia con frenéticos
esfuerzos por establecer el control o con la agresión del conejo
acorralado. Algunos de estos personajes han pasado por el
escenario político en los últimos años, y su tiempo de
supervivencia en los órdenes democráticos es probablemente
más largo que en los tiránicos, ya que carecen de la
previsibilidad de un secuaz sano.

El "egocéntrico agresivo" es una figura mucho más típica en


la lucha política. La antisocialidad de estos sujetos es tanto una
cuestión de actitud como de comportamiento manifiesto: son
engreídos, ambiciosos, dominantes e intolerantes.

No es meramente una cuestión de grado lo que aquí


separa lo normal de lo anormal, sino el hecho de que la
inestabilidad emocional y la incapacidad de sacar provecho
de la experiencia hacen que la conducta de la personalidad
psicopática egocéntrica agresiva sea impredecible, poco
confiable y a menudo peligrosa. Las cualidades que
requieren una guía firme para lograr el éxito son
incontrolables y actúan perjudicialmente para el hombre y
la sociedad31.

Pueden ser incluso más peligrosos si son parcialmente


dirigidos. Los individuos de este tipo que poseen cierto control
y una buena inteligencia gravitan fácilmente en posiciones de
dominio: son los jefes inherentes, para quienes el estatus de
líder indiscutido es un fin importante en la vida. Otros casos
pueden ser predominantemente adquisitivos y llegar a puestos
de responsabilidad en los negocios, siempre que su descuido y
su estimación acrítica de sus propios poderes no los involucre
en problemas. El advenimiento de un orden totalitario amplía
enormemente la gama de comportamientos desordenados de
este tipo que son compatibles con altos cargos públicos: el
egocéntrico que puede adaptarse lo suficiente a un egocéntrico
superior y más exitoso es probable que sea valorado por su
franqueza, ausencia de sentimentalismo y actitud agresiva
hacia los inferiores.

31 Norwood East, op. cit., 1949.


Las personalidades “éticas aberrantes”, otra categoría de
desesperación diagnóstica, caracterizada por una ausencia
total o un grave deterioro de la responsabilidad moral, que
puede ir acompañada de una inteligencia aguda y un exterior
superficialmente racional y plausible, hacen criminales
peligrosos y decididos, pero tienden en general a actuar solos,
y es más probable que emerjan como figuras políticas en la
cresta de una ola de violencia revolucionaria que a través de
los canales normales de elección. El mero desprecio de las
normas morales no es causa suficiente para incluir a un
individuo en este grupo, y el genuino imbécil moral es
aparentemente poco común. Algunos al menos son el
resultado de psicosis orgánicas; otros se han considerado
constitucionalmente anormales. Han ocurrido casos en los que
tales personas han alcanzado un cargo hereditario o incluso
electivo; el emperador Calígula ha sido diagnosticado así por
algunos especialistas.

De estos tipos, que son categorías reconocibles, aunque no


muy esclarecedoras, los agresivos y codiciosos son, con mucho,
los más propensos a planear y alcanzar altos cargos. La medida
en que puedan hacerlo dependerá del patrón de la sociedad.
Durante las primeras fases del industrialismo, el psicópata
predominantemente adquisitivo encontró un amplio margen
en la expansión de la industria, el comercio y las finanzas. Su
surgimiento fue, de hecho, la señal para la aprobación primero
de leyes diseñadas para salvaguardar a sus víctimas financieras
y luego de leyes que controlan las condiciones del empleo
industrial. En este sentido, la mayor oportunidad de
delincuencia adquisitiva en sociedades centralizadas ha
acelerado la extensión del control político. Los cambios en las
instituciones y en la situación económica de Gran Bretaña ya
han reducido en gran medida esta oportunidad. Los
delincuentes decididos del tipo adquisitivo probablemente
encuentren una salida más agradable en el crimen o cuasi
crimen, y es poco probable que las recompensas financieras de
la política los atraigan. Sin embargo, cuando, como suele ser el
caso, el éxito financiero es un medio más que un fin en sí
mismo, y su búsqueda está motivada por el deseo de disfrutar
del poder y la seguridad que acompañan a la riqueza. Se ha
visto que el poder en su forma totalitaria proporciona
recompensas adecuadas tanto a la vanidad como a la avaricia:
las medallas de Goering y su colección de cuadros pertenecían
propiamente a la búsqueda de la ostentación más que a la
codicia del avaro. La rapiña por sí misma (cleptomanía) es
probablemente una forma de delincuencia relativamente poco
común.

En la sociedad inglesa de la posguerra, es probable que los


psicópatas de poder del tipo adquisitivo prosperasen al margen
del gobierno, por sus contactos, más que dentro de él como
legisladores. En Estados Unidos, se mantiene el patrón anterior
de competencia empresarial, y el psicópata egocéntrico ha
proporcionado el modelo para un mito nacional generalizado
del éxito. En virtud de su estatus de héroe, estos individuos
pueden intervenir en la política para salvaguardar sus intereses
o satisfacer sus ambiciones con mayor facilidad que en Gran
Bretaña, donde gozan de una actitud pública menos reverente.

El otro infractor principal contra la propiedad obtiene al


menos tanta satisfacción del uso de su ingenio como de las
recompensas que le brinda. La democracia urbana centralizada
ha atraído las técnicas de propaganda electoral y las loas de la
publicidad comercial a una proximidad muy íntima32. Si bien es
poco probable que la codicia impulse a un individuo al
Parlamento, donde sus ingresos pueden en realidad reducirse,
así como sus oportunidades de aumentarlos, el delincuente de
confianza es tanto una figura de la democracia urbana como de
la sociedad del hampa. En las comunidades rurales, el truco de
la confianza es necesariamente la reserva del pícaro itinerante.
Solo puede convertirse en una ocupación sedentaria en
grandes agregados sociales, que proporcionan tanto ocultación
como suministro de víctimas. El delincuente de confianza
depende más de su víctima que de cualquier otro tipo de
criminal: sólo puede actuar si tiene acceso a los crédulos, los
codiciosos, los desconcertados y los inseguros. Estas
características son prominentes en el electorado urbano: si
bien el estafador criminal depende de la credulidad y el dolor
para ganarse la vida, su contraparte política depende en gran
medida de la existencia de un sentido de inseguridad y del
deseo del público de designar a un funcionario de confianza.
De las elecciones en Gran Bretaña entre 1918 y 1940, al menos
cuatro se decidieron por medios que se parecen mucho a los
del tramposo criminal. Estos incluyeron la difusión de rumores
que afectaban la seguridad de los ahorros, la falsificación de
documentos, que luego se divulgaron para influir en la opinión
pública, y la promesa de obtener ganancias financieras
directas. Desde el lado psiquiátrico, se ha observado un
paralelo similar.

32 Para una descripción breve y esclarecedora de la psicología aplicada de la publicidad


y los anunciantes, véase MA Blosser en Psychology in Human Affairs de JS Gray
(McGraw Hill, Nueva York, 1946).
Si bien hay muchos delincuentes habituales que se
especializan en utilizar el correo para defraudar, hay muchos
otros que han sido condenados por este delito y que no son
esencialmente diferentes en su estructura psicológica del
candidato promedio a un cargo público. Las promesas de
inventores excesivamente optimistas, promotores de acciones
mineras y un gran número de intermediarios son del mismo
tono que las de los candidatos al Congreso o Gobernadores
que obtienen votos sobre la base de promesas que nunca
podrán cumplir 33.

Las mentiras siempre han sido moneda de cambio política. Si


Suez nos indignó, o fingimos estarlo por el caso Profumo, eso
fue una medida de la creciente insistencia pública en el control.
La psicopatología y la injusticia de Suez fueron de hecho quizás
más aceptables que la rectitud que condujo a la expulsión de
John Profumo, el virtual asesinato de Stephen Ward o el
probable asesinato real de otro testigo potencial contra los
pilares de la integridad política.

El deseo de violencia personal encuentra poca salida directa


en las actividades de los legisladores democráticos modernos
por muy violento que sea su comportamiento público. En las
sociedades agresivas primitivas, el dominio pasa fácilmente a
quienes poseen fuerza, iniciativa, determinación sin escrúpulos
y confianza en sí mismos. De tal material fueron la mayoría de
usurpadores exitosos y fracasados. La ascendencia de estos
individuos tiene varios paralelos en las sociedades animales.

33 JG Wilson y MJ Pescor, Problemas de psiquiatría carcelaria, P‒ 71 ‒ 1939.


En las aves de corral domésticas 34 y entre los ratones en
cautiverio, existe evidencia de que la dominancia depende de
factores hormonales, y un elemento puede ascender en la
jerarquía social si se le ponen inyecciones. Un efecto de la
centralización ha sido eliminar a los individuos biológicamente
potentes y dominantes del lado legislativo o judicial de la
sociedad. Las oportunidades para las demostraciones de
iniciativa puramente físicas o para la gratificación por el amor a
la violencia personal deben estar estrictamente limitadas para
los ministros del gabinete. Los líderes nacionales a nivel
legislativo son cada vez más civiles, no combatientes militares;
y eventos como el asedio de Sidney Street (en 1911, cuando
Winston Churchill, entonces ministro del Interior, supervisó
personalmente el uso de un arma de campaña contra hombres
armados, presuntamente anarquistas, asediados en una casa
en el este de Londres) son cada vez más competencia de la
policía o del ejército y no todos los que albergan tales fantasías
pueden encontrar la oportunidad de actuar como líderes de
guerra en el bombardeo indiscriminado de civiles. Cuando
existe una preocupación por la violencia en los legisladores
civiles, es más probable que sea del tipo fantasía, cuya
realización, en el genocidio, guerra indiscriminada o
persecución, es más grave para la sociedad que el
comportamiento del agresor individual. Sin embargo, la
maquinaria de represión, junto con las fuerzas armadas, sigue
siendo la única salida socialmente legítima para una aventura
agresiva.

34 WC Allee, Science, núm. 95, pág. 289. 1942. WG Allee y N. Collins, Endocrinology,
No. 27, p. 87. 1940.
Esta relación también, en condiciones democráticas, ha sido
apreciada desde el lado psiquiátrico. La alta incidencia de
delitos de los agentes de policía estadounidenses mencionada
por varios criminólogos no es tan evidente en Inglaterra, y
debe relacionarse con su contacto con el inframundo, sus
oportunidades y tentaciones, y la necesidad de realismo en la
aplicación de la ley que hace que el mantenimiento de una
franja cuasi criminal por parte de la policía sea inevitable.
Nuestra policía no son, como cuerpo, hombres "violentos",
sino todo lo contrario. La selección de la ocupación en la que el
poder coercitivo sea necesario o tolerado puede, sin embargo,
ser una marca del delincuente social.

La fuerza policial y las filas de los funcionarios de prisiones


atraen a muchos personajes aberrantes porque proporcionan
canales legales para conductas que infligen dolor y ejercen el
poder, y porque estas mismas posiciones confieren a sus
poseedores un alto grado de inmunidad: esto a su vez provoca
disposiciones psicopáticas a volverse cada vez más
desorganizado... Es incorrecto limitar el grupo (de imbéciles
morales) al criminal. A menudo se olvida que muchas de
nuestras vocaciones legítimas requieren una falta de
sensibilidad emocional. Los prototipos son el verdugo o el
oficial que azota a un prisionero. Sin embargo, estos son solo
los casos más repugnantes, aquellos que no pueden ocultarse
fácilmente detrás de la pantalla de los medios justificados por
el fin35.

35 H. von Hentig, The Criminal and His Victim, 1948.


En el caso de las mujeres funcionarias de prisiones, la
correlación posiblemente sea aún más próxima36. La fase
terminal de tal proceso tal vez pueda encontrarse en los
registros del juicio de Belsen37.

En el moderno sistema penitenciario de este país como,


sobre todo, en los campos de concentración, los delincuentes
activos (sensu strictu) son fácilmente reclutados para la
maquinaria policial como "fiadores" de la ley38.

El deseo de violencia y de infligir dolor o destrucción,


encuentra su expresión a través de la fantasía del delincuente,
que busca un cargo como medio para realizar su fantasía, y
que, una vez en el cargo, sucumbe a la oportunidad y la
racionalización; y en la práctica entre el personal de guerra y
de represión. Entre las fantasías de agresión, otros factores
pueden jugar su papel. Tales impulsos destructivos no pocas
veces coinciden con, o son proyecciones de, un conflicto
psíquico interno que puede implicar un profundo sentimiento
de culpa; y su realización en la práctica, aunque sea
racionalizada, puede acentuar esa culpa. Cierto número de
personas, entre ellas muchas cuya inestabilidad se expresa en
la ambición, pueden manifestar tal culpabilidad como un
profundo deseo inconsciente de castigo. Flügel39 ha generado

36 F. Monahan, citado por H. von Hentig, ibid.


37 Este juicio fue el proceso llevado a cabo por tribunales británicos contra el personal
nazi que dirigió el campo de concentración de Bergen-Belsen durante la Segunda Guerra
Mundial, donde murieron más de 50.000 prisioneros. N. e. d.
38 E. Lingens‒Reiner, Prisoners of Fear, Gollancz, 1949; R. Phillips (editor) The Belsen
Trial (War Grimes Trials) Depositions, 1949; W. McCartney Las paredes tienen boca,
Gollancz, 1936.
39 JC Flügel, Man: Morals and Society, 1945.
fuertes argumentos a favor de la existencia de tal deseo, que
puede estar presente incluso en aquellos cuya conducta social
y rectitud no les lleva a esperar un castigo por parte de la
sociedad. Si bien el castigo en la prisión satisface tal necesidad
en el delincuente criminal, no es necesariamente un alivio final
de su conflicto, como tampoco la repetición de cualquier otra
compulsión neurótica alivia la neurosis subyacente: en el
legislador no criminal o no delincuente, sin embargo, es posible
que precipite decisiones de tipo catastrófico y doloroso, en las
que el individuo y la sociedad que gobierna son castigados
juntos. El profundo sentimiento de agresión y culpa que
subyace en gran parte del comportamiento de los líderes nazis
puede explicar en parte la atracción de un Gotterdammerung
(Ocaso de los dioses) total e irrevocable. Fuerzas de un tipo
similar también pueden desempeñar un papel en la
determinación de la elección de la guerra o del sometimiento
nacional por parte de líderes políticos menos obviamente
psicopáticos.

El delincuente de fantasía ha encontrado un nuevo campo en


los servicios ejecutivos que diseñan y manejan la propaganda
en tiempos de guerra. La propaganda de odio, en forma de
relatos despectivos y atroces de un grupo enemigo y de sus
fechorías, se encuentra en todas las culturas: en su forma
moderna, ha llegado a desempeñar un papel importante en las
campañas políticas en tiempos de paz y en la guerra, donde la
técnica de la propaganda de atrocidades es muy utilizada.
Consiste en contar sucesos horribles, y especialmente sádicos,
que pueden ser verdaderos o falsos, pero que se presentan
principalmente en una forma que evoca estimulación sexual
más que simple miedo o disgusto. Esta estimulación de
respuestas reprimidas da lugar a una sensación de culpa más
que de desaprobación, y el pensamiento culpable se proyecta
entonces contra el enemigo público. Un estudio de la mayor
parte de esta propaganda, y de la respuesta pública a ella,
muestra la ira civilizada contra la barbarie y la fascinación y el
deseo de ser componentes fuertes de su eficacia. La
propaganda de atrocidades juega un papel sugestivo
considerable en la producción de ciertos tipos de delincuencia,
tanto en los civiles como en el ejército. Un número de fantasías
de la primera guerra mundial, tales como la “fábrica de
cadáveres” fueron hechas realidad por los combatientes de la
Segunda Guerra Mundial.

Los psicóticos paranoicos y prepsicóticos ocupan una


posición especial en la política centralizada, porque su
tendencia a proyectar sus quejas contra cuerpos externos,
como minorías raciales, instituciones y naciones, provoca una
profunda simpatía en las mentes de los electorados ansiosos y
frustrados. El pre‒paranoico puede ser indistinguible del
quejica: hasta qué punto es probable que alcance un cargo
dependerá de la dirección en la que sistematice su
resentimiento. Si lo proyecta contra un cuerpo como los judíos
o la policía, puede convertirse en el centro de un pogromo o un
motín: si sus enemigos imaginarios tienen más de una validez
como figuras de miedo y disgusto, puede llegar lejos. La
paranoia dirigida contra las figuras públicas en general puede
conducir a una teoría conspirativa de la historia, un
pensamiento aleccionador para quienes se preocupan, como
en este ensayo, por la delincuencia pública. El paranoico
muestra una marcada tendencia a discutir sus opiniones, hacer
propaganda en su favor y adquirir adeptos. La mayoría de los
casos de folie a deux (delirio sicótico compartido) representan
compartir un rencor paranoide. Este proceso se ve favorecido
por la gradualidad con la que el engaño va más allá de los
límites de la razón; por la habilidad con la que puede ser
argumentado por la presencia de una base real en la mayoría
de los casos; por el muro de la parte anormal de la mente hacia
otros campos de la actividad mental y por la tendencia del
paranoico a actuar reclutando verdaderos acusadores
mediante la tendencia a "sacudir su cara entre los puños de la
gente". En política, los paranoicos que llegan a un cargo en su
juventud, son particularmente peligrosos, ya que a menudo se
engañan más y más con la edad, y el público y sus colegas
pueden crecer con sus prejuicios sobre la base de la tolerancia.
Actitudes estrictamente paranoicas hacia los judíos, los
comunistas o los alemanes se han observado en los estadistas
democráticos de nuestro tiempo, al margen de las
proyecciones públicas de resentimiento contra estos grupos. El
difunto Sr. Forestall saltó por una ventana perseguido por
comunistas imaginarios y el difunto Joseph Stalin murió
rodeado de conspiradores tanto imaginarios como reales.

Es bastante obvio que es poco probable que los paranoicos


extremos sean miembros aceptables de partidos que persiguen
políticas basadas en intereses propios u objetivos sociales, o en
los más disciplinados partidos revolucionarios. En algunos
casos, pueden ser utilizados, ya que su preocupación le da una
manija a cualquier colega astuto que desee manipularlos. Sin
embargo, los síntomas paranoicos leves no son infrecuentes en
los psicópatas agresivos, ya que surgen naturalmente de la
resistencia de la sociedad al impacto de estas personas, y esta
peligrosa combinación ha explicado algunas de las acciones
antisociales más graves de los gobiernos.

Un promotor de empresa de edad avanzada que había


ocupado un cargo en el Gabinete de uno de los Gobiernos fue
acusado de asesinato. Su historial inmediato antes del crimen
había incluido una quiebra y una acción por difamación, pero
no tenía antecedentes penales y no se sospechaba de su
cordura. En el curso del juicio, pareció que había sobornado a
dos matones para que engañaran y asesinaran a un joven del
que estaba celoso, los celos se referían a una mujer de
mediana edad con la que la víctima se había reunido sólo tres
veces. No se propuso ninguna defensa de la locura, pero el
examen psiquiátrico posterior reveló todo un sistema de
delirios insanos, algunos de ellos de larga data. En la vida
política y comercial, el hombre había sido grosero,
contundente, autoritario y desconfiado, pero aparentemente
sus colegas lo habían aceptado. Durante su juicio se mantuvo
confiado, ingenioso y perfectamente capaz de organizar su
defensa, como había hecho durante el crimen40.

El interés de este caso radica en la extensión del trastorno


mental no reconocido. Si este hombre hubiera permanecido en
la política y hubiera alcanzado un alto cargo, o si sus ideas
paranoicas hubieran dado un giro contra un enemigo nacional
en lugar de personal, su estado mental nunca habría sido
cuestionado.

Las psicopatías adictivas han influido de vez en cuando en la


política. Se dice que la jerarquía nazi contenía varios
40 E. Ponsonby, Falsehood in Wartime, 1936.
morfinómanos. El alcoholismo, que es la única adicción
tolerada por la sociedad a pesar de sus marcados efectos sobre
rendimiento y comportamiento social, es también el único
factor adictivo importante en la discusión de la política inglesa.
Durante el siglo XVIII y principios del XIX, la embriaguez entre
los legisladores fue parte de una tolerancia social más general,
que disminuyó mucho a medida que avanzaba el siglo. En la
actualidad, el uso de alcohol entre los legisladores
probablemente no sea diferente de su uso entre los altos
ejecutivos de empresas. En un momento en el que se debate
sobre la marihuana, no es irrelevante señalar que en nuestra
cultura la mayoría de las decisiones comerciales y políticas se
toman 'bajo la influencia' del alcohol, es decir, en entornos
donde se ha consumido suficiente alcohol para ejercer efectos
medibles. No está claro si esto hace daño o no. La embriaguez
pública hasta el punto de la incapacidad apenas se tolera,
aunque ha ocurrido, pero desde el punto de vista del gobierno,
la asociación del entretenimiento a gran escala con la
diplomacia conserva una importancia considerable. En la
atmósfera altamente cargada de maniobras internacionales, el
alcohol puede ser tanto un arma deliberada como una
influencia accidental. El hombre moderno en una situación
responsable, y a menudo abrumadora, usa el alcohol como
fuente de alivio, mientras que su contraparte del siglo XVIII lo
usaba como fuente de convivencia. Los primeros ministros
ahora lo complementan, sin duda, con barbitúricos,
tranquilizantes, antihistamínicos y benzedrina. Las carreras
interrumpidas por el alcoholismo están lejos de ser raras en la
política democrática. Tanto el demasiado consciente como el
demasiado sociable pueden contraerlo: en muchos casos el
énfasis está menos en la inestabilidad personal que en las
tensiones enormes del gobierno centralizado, de las que es
menos probable que sean conscientes los egocéntricos y los
cínicos. El alcoholismo puede resultar un medio de eliminar a
los legisladores más concienzudos. También ofrece riesgos
peculiares para el exitoso representante de la izquierda que no
puede hacer frente a la generosa hospitalidad calculada. El
alcoholismo moderado persistente, debido a que no se
detecta, es probable que afecte a personas demasiado
concienzudas y es más pronunciado en tiempos de crisis, es la
adicción manifiesta que es más probable que ejerza una
influencia directa en los asuntos públicos. Entre el personal de
las fuerzas del orden, el alcohol juega un papel importante en
el cambio de la conducta individual de formas de agresión
toleradas a no toleradas, tanto en ejércitos de ocupación,
tropas de élite y ocasionalmente en la policía. Los elementos
de control que permiten al psicópata mantener su
comportamiento dentro del patrón tolerado son los primeros
en sucumbir a la intoxicación.

Otros patrones de delincuencia

La delincuencia tolerada en la guerra se considerará por


separado, ya que la guerra es, con mucho, la actividad
psicopática más importante de los estados modernos. Sin
embargo, es importante darse cuenta de la tendencia que los
gobiernos centralizados modernos parecen exhibir hacia la
economía de guerra permanente frente a enemigos externos,
como una expresión natural de sus actitudes públicas; y la
proyección de culpa y resentimiento, puede ser
deliberadamente centrada en grupos externos para desviar los
canales revolucionarios y como reacción a la presión
económica. La guerra es la condición en la que el gobierno
centralizado se encuentra más plenamente al control, más
seguro en su autoridad y más fácilmente capaz de obtener una
lealtad pública indiscutible. La unidad de propósito, real o
ficticia, que resulta de la defensa o el ataque es una
experiencia tan embriagadora para la autoridad como lo es
para un público cansado del aislamiento y la falta de objetivos
de la asocialidad urbana. Para tales sociedades, la guerra
puede ser una liberación de la culpa y la tensión. Cuanto más
marcada es la tendencia a incorporar en la vida métodos y
actitudes de guerra en tiempos de paz, mayor es la demanda
de psicópatas cívicos encumbrados. La demanda en tiempos de
guerra de individuos dispuestos a apuñalar por la espalda,
falsificar y seducir a los agentes enemigos, tiene su paralelo en
tiempos de paz. El personal de espionaje, y posiblemente
también el personal técnico y de investigación que se dedica
deliberadamente a la elaboración de la destrucción masiva, cae
en esta categoría. En casos extremos (me vienen a la mente
Beria en la Rusia de Stalin y la CIA) se puede obtener un núcleo
duro paranoico, bastante más allá del control político,
flanqueado por una gran fuerza de delincuentes en los
márgenes, informantes y agentes dobles, triples o cuádruples
que pueden guarnecer a sus superiores mediante el espionaje
o el asesinato. Los grados de psicopatía presentes dependerán
de la medida en que estas personas actúen bajo la influencia
de un doble estándar sistematizado, de responsabilidad en el
hogar y agresión hacia el enemigo lícito, y de la medida en que
su elección de empleo sea el resultado de factores de su
personalidad anterior. En condiciones de "guerra fría", el
individuo paranoico, empleado como torpedo, espía o
propagandista, también puede adquirir importancia; su estado
de ánimo coincide con la sospecha y la tensión generales.
Naturalmente, nosotros creamos a Lee Harvey Oswalds41.

2. Gangsterismo

El término "gangsterismo político" es, en términos generales,


una descripción inexacta de la delincuencia social en su
contexto moderno. El gangsterismo en su forma observable
guarda poca relación con los patrones de gobierno. La mayoría
de los estudios sobre las bandas estadounidenses muestran
que se parecen a las sociedades primitivas depredadoras,
siguiendo a algunas de ellas en sus patrones dinámicos
normales de liderazgo, aunque modificados por la interrelación
con la sociedad de la que se alimentan. “Cada pandilla, a su
vez, está estratificada; el jefe vive según los estándares que le
imponen sus admiradores y seguidores. Debe cumplir con sus
expectativas; es mejor para él ser un león muerto que un perro
vivo42. Las relaciones de los gánsteres con el gobierno y la
aplicación de la ley en los Estados Unidos muestran que este
intercambio con el medio ambiente opera en ambas
direcciones. Las interacciones entre el gangsterismo y la
política también se notaron ocasionalmente en el ascenso del
partido nazi y en los movimientos de resistencia, como los
41 El presunto asesino de JF Kennedy. N. e. d.
42 H. von Hentig, op. cit.
maquisards y el IRA. La protección de las bandas bien
organizadas por parte de agentes de la ley, su intromisión en
las elecciones locales y nacionales, e incluso el alistamiento en
las maquinarias de campañas presidenciales o de partido, ha
sido producto de condiciones locales en los Estados Unidos que
nunca se han reproducido en Inglaterra.

Los gánsteres generalmente entran en el patrón de la


delincuencia tolerada, si es que lo hacen, en virtud de su
condición de delincuentes agresivos individuales, en lugar de
como cuerpos organizados, y al hacerlo, comúnmente
transfieren lealtad al Estado. Es más exacto decir que los
organismos encargados de hacer cumplir la ley mediante
actividades políticas deshonestas o violentas desvían hacia sí a
individuos que de otro modo podrían haber expresado sus
anomalías en el crimen organizado. Las fuerzas sociales que
producen gánsteres también producen delincuentes sociales.
Al igual que los gánsteres que, en Chicago, compraron su
entrada al poder para promover las actividades de su pandilla,
estos posibles gánsteres pueden obtener un grado peligroso de
protección por parte de la ley institucional, pero el criminal que
se introduce en la política está, por el carácter obviamente
inaceptable de sus actividades conductuales, en una posición
mucho menos segura.

La equiparación del fascismo o el nazismo con el crimen


organizado tiene, por tanto, un elemento de verdad, pero poco
valor psicológico. El gángster es un delincuente que acepta o
crea una organización para ayudarse, pero sigue siendo un
delincuente inaceptable públicamente. Su hostilidad hacia la
sociedad limita su incorporación a cualquier actividad delictiva
que no sea la más brutal. Puede comprar poder, o asegurarlo
en su calidad de exponente contratado por la violencia, pero el
régimen establecido depende de su propia maquinaria de
imposición, y su alcance se limita a la provisión de una máquina
rival que puede ser utilizada por revolucionarios o partidos
paracriminales. Si ingresa temprano en un cuerpo así y
asciende al poder con él, su posición es idéntica a la del "brazo
fuerte" institucional. El gangsterismo en las democracias es una
alternativa al Estado; en los órdenes totalitarios parece ser
absorbido por el Estado o practicado por disidentes que se han
caído de la maquinaria institucional.

3. Investigación de los grupos gobernantes

Hasta ahora hemos hablado de los factores que se pueden


esperar que operen en el gobierno moderno. Es evidente que
es necesaria una investigación de la medida en que afectan de
hecho a nuestra propia sociedad antes de aceptar las
especulaciones mismas. La evidencia que hemos utilizado
proviene de una gran cantidad de fuentes, pero hasta ahora no
existe un estudio autorizado de las personalidades de los
individuos gobernantes, en el que podamos confiar, o que sea
en absoluto comparable con el gran número de estudios sobre
criminales o delincuentes aislados mentalmente trastornados.

Las dificultades prácticas de verificar cualquier hipótesis


sobre la criminología del poder son abrumadoras. Es
relativamente fácil estudiar la mentalidad de cualquier tipo de
delincuente que no esté en un cargo público. Los infractores de
la ley encarcelados, o los casos psiquiátricos remitidos a las
clínicas, proporcionan material de estudio que es
relativamente dócil o está relativamente indefenso. Como la
psiquiatría penal ha descubierto repetidamente a su coste, no
se puede obtener una estimación adecuada de las fuerzas
detrás de la conducta, mediante el estudio de las acciones del
acusado, los registros judiciales o incluso el relato del
delincuente sobre sí mismo, a menos que estos se
complementen con una entrevista, y preferiblemente
mediante un estudio personal prolongado. El estudio personal
es, sin embargo, una fuente de información sobre los líderes
políticos y ejecutivos modernos que la forma de sociedad
actual limita de forma muy efectiva. Además, el delincuente
criminal suele ser inidentificable a partir de su historial o es
declarado culpable y sentenciado, por lo que el psiquiatra
puede citar su caso sin riesgo grave de consecuencias legales.
Con el político, no sólo es inadecuado realizar conjeturas de
largo alcance sobre su motivación basándose en declaraciones
o política pública, sino que es poco probable que cualquier
imputación de anormalidad caiga dentro de la definición legal
de interés público. Por esta razón, me he visto obligado a evitar
documentar este estudio a partir de eventos contemporáneos.
Los únicos datos completos y que se pueden citar se refieren a
los líderes de guerra nazis, que eran ciertamente psicopáticos
en un grado que limita el uso de los registros extraídos de sus
juicios, para discutir sociedades menos trastornadas. Sería
bastante injustificado sacar conclusiones ilimitadas sobre la
política en Inglaterra a partir de la conducta de un régimen
excepcionalmente psicopático. Es posible que en Estados
Unidos, donde el anonimato se puede preservar más
fácilmente al tratar con un grupo más numeroso y diverso de
gobernantes, y donde la difamación se interpreta de manera
diferente, los sociólogos podrían encontrar más fácil
documentar su trabajo.

Se ha anunciado al menos un intento serio de estudiar la


relación de la anormalidad con el liderazgo político en relación
con el Proyecto Tensiones de la UNESCO. La Conferencia de
Beirut instruyó este Proyecto “para estudiar e informar sobre
las técnicas y dispositivos utilizados para provocar el fascismo
en Italia y Alemania...” con el fin de ayudar al reconocimiento
temprano de tales movimientos en el futuro... y recomendó
"que los resultados de este estudio reciban una amplia
publicidad". También se anuncia un trabajo “del que
esperamos conocer la forma en que líderes de diferentes
países han ascendido a puestos importantes, y cómo algunos
individuos llegan a ser líderes que posteriormente son
diagnosticados como psicopáticos”43. Los resultados de este
trabajo, políticos y científicos, pueden resultar importantes,
aunque aún no se han anunciado sus alcances y métodos.

43 O. Klineberg, Lancet, 1949, II 851.


IV. GUERRA Y CUERPOS DE ÉLITE

1. Sociología de la guerra

La guerra es, con mucho, el tipo de delincuencia grupal más


importante en las sociedades contemporáneas. Es tanto una
institución como una entidad psicopatológica, pero en la
actualidad ha llegado a asumir permanencia en las culturas
urbanas centralizadas y atraviesa su historia institucional.
Como patrón de agresión sostenida y resistencia contra un
grupo extranjero execrado, ha asumido un lugar permanente
en las formas de vida y las técnicas de gobierno en estas
culturas. Ha llegado a cumplir la definición que la caricatura de
Daumier atribuía al catecismo militar prusiano:

¿Qué es la paz?

La paz es el período de preparación para la guerra.

Las culturas belicosas siempre han existido en tiempos


históricos, pero sus ataques a sus vecinos fueron dictados en
gran parte por ventajas a corto plazo, como el botín, el imperio
o la gratificación del orgullo nacional. Desde el punto de vista
del individuo en la tradición de su cultura,
la agresividad individual surge de interacciones
tempranas, asociadas con condicionamientos personales,
sociales o culturales, y las instituciones de guerra pueden
ofrecer a una persona una salida para los motivos agresivos
construidos en sus primeros años44.

Si bien estos elementos aún influyen en la agresividad


nacional, han sido complementados, si no reemplazados, por la
importancia que como medio de gobierno la vida jerarquizada
da a la guerra. Para el individuo cuyos incentivos se han ido
reduciendo gradualmente por delegación, y que ya no puede
competir por el liderazgo o la competencia en un grupo
circunscrito, la falta de objetivo y la falta de estatus son
ansiedades continuas. Al describir la fuente de la enfermedad
psicosomática en la Inglaterra moderna, Halliday45 relaciona el
crecimiento de la ansiedad

con la creciente separación de las raíces externas en la


tierra; creciente desprecio por los patrones biológicos;
creciente frustración de la creatividad manipuladora;
creciente rapidez de cambio en la sociedad; aumento de la
estandarización y represión de la expresión individual;
disminución del sentido de objetivo y dirección.

y continúa:

Solo, quizás, en tiempos de guerra y bajo un liderazgo


inspirador, las masas recuperaron algún sentido de
propósito y dirección.

44 Kimball Young, op. cit., pág. 340.


45 J. Halliday, Lancet, 10 de agosto de 1946.
La gran ciudad y el grupo administrativo grande y
conveniente imponen la soledad y reducen la variedad de
actividades sociales que el individuo puede emprender para y
por sí mismo, al menos tanto como aumentan el alcance total
de la experiencia. El músico aficionado que podría tocar con
sus amigos no puede competir con los recursos y el talento
agrupados del entretenimiento profesional. Algo análogo
ocurre en los patrones de dominación social. La guerra es la
única actividad nacional sobreviviente en la que la oportunidad
de brillar se combina con una total indulgencia por el
comportamiento agresivo y con una invitación al individuo a
participar. Casi todas las demás actividades comunales tienen
lugar a través de una cadena de delegación tan larga que su
final se pierde de la vista del individuo; sólo en la guerra se
aprecia su esfuerzo y su capacidad: ninguna delegación se
interpone entre el soldado y el enemigo, o entre el público civil
y sus tareas de 'permanecer en el lugar' o ' ir a ella'. El sentido
de propósito y unidad que la guerra crea artificialmente es,
para las culturas urbanas, una droga adictiva. Considerada con
miedo, puede ser aceptada con alivio y vista en retrospectiva
con pesar. Proporciona una experiencia personal tanto de
liberación emocional como de cohesión social que puede
superar los horrores del individuo. Las grandes operaciones son
realizadas por líderes divinos e infalibles, contra objetivos
expresados en estereotipos que se repiten constantemente y
se comprenden fácilmente. Actitudes operativas como la
'rendición incondicional' o las 'represalias masivas', derivadas
de líderes exhibicionistas, reemplazan el pensamiento
inteligente. La emoción y la excitación basadas en el miedo y la
agresión física se mantienen en un tono alto: la violencia de las
películas, el espectáculo de gladiadores y la carrera de autos
suicidas, adicciones estándar de las culturas asociales que
proporcionan una liberación limitada de los deseos agresivos
no pueden competir con la violencia de la guerra. Los
problemas pueden archivarse y reemplazarse con acciones o
gestos apropiados. Se recrea el ambiente de la guardería, con
sus seguridades e inseguridades, de estar en manos de los que
mejor saben. El miedo y el odio genuinos a la guerra en estas
condiciones no pueden ocultar sus satisfacciones. El ciudadano
se encuentra en la misma situación frente a los actos
prohibidos de agresión que el niño al que de repente se le deja
correr por la habitación prohibida, o el adolescente reprimido
que de repente accede a la satisfacción sexual. Después de una
orgía así, volver a la realidad es tan doloroso como continuar
en peligro.

Esta ambivalencia hace que la amenaza de guerra y la


promesa de guerra sean dos de las fuerzas políticas más
importantes de nuestra época. Reaccionando con igual fuerza
sobre los legisladores, pues la guerra, consciente o
inconscientemente, es para ellos una suspensión de las
dificultades y de los conflictos; mientras continúe, las
demandas y agitaciones dejan de ser peligrosas, se mantienen
la confianza y la solidaridad, se identifica a la oposición con el
enemigo y el aspecto dramático de las acciones públicas se
incrementa más allá de todo lo precedente en tiempos de paz.
Proporciona una distorsión de la realidad en la que los
impulsos anormales pueden pasar como normales y las ideas
irracionales logran una aceptación incondicional. Simplifica el
poder y su administración a una serie de actitudes
indiscutibles.
Es esencialmente el civil socialmente inadaptado quien es
más feliz en tiempos de guerra: sus problemas se archivan, las
dificultades de sus relaciones personales se superan: el criminal
puede redimirse al alistar su delincuencia en el lado popular; el
paranoico se enfrenta a un enemigo a quien otros se acercan
como él mismo a reconocer y vilipendiar. El individuo normal
encuentra toda su vida desorganizada, su familia dividida, su
libertad restringida y sus protestas son consideradas como una
traición. La guerra es esencialmente en la sociedad, el patio de
recreo del psicópata. La mayoría intermedia experimenta
ambos aspectos de la guerra, y en sociedades como la nuestra,
que tradicionalmente condenan la violencia personal, la culpa
como reacción a la guerra está muy extendida. La mayoría de
los participantes aceptan la versión demasiado simplificada de
los problemas, a menudo después de una intensa lucha mental,
porque no ven otra alternativa; sin embargo, no aceptan la
institución de la guerra o sus implicaciones. No se puede
permitir que el público que aclama las victorias vea películas
demasiado realistas de entrenamiento de comando, o su moral
se verá afectada. Se debe mantener una ficción de violencia
controlada y discriminada. El gobierno en la guerra está
siempre perplejo por la dificultad de asegurar, en órdenes
democráticos, que la resolución o el júbilo no se conviertan en
repugnancia y en órdenes totalitarias; que las emociones
despertadas no se conviertan en una resistencia agresiva a las
estimulaciones. La administración democrática de la guerra
tiene que conducir el caballo a la batalla sin permitirle que
huela demasiada sangre; el dictador debe asegurarse de que
los linchadores no linchen a los instigadores tan bien como a
las víctimas o en lugar de a ellas.
Los movimientos revolucionarios subsisten proyectando
males sociales, como la guerra, sobre el grupo gobernante:
dado un cambio de instituciones, la guerra desaparecerá. Los
gobiernos pueden emplear los mismos métodos: la guerra se
identifica con Hitler o Napoleón, o con una nación o grupo, y la
derrota de este enemigo es el camino hacia la paz permanente.
La sociología ha subrayado con razón la función de la guerra
como punto de encuentro de los impulsos agresivos de la
sociedad en su conjunto, y la importancia de la estereotipia46,
la proyección, los mitos grupales y la hostilidad hacia los
extranjeros y la agresividad individual. Si bien la orientación
hacia la guerra de las sociedades modernas es sin duda el
resultado de esos factores, no sería realista minimizar el papel
de los gobiernos. De hecho, pocos o ninguno de los actos
delictivos más desastrosos de las naciones en los últimos años
son, en última instancia, el resultado de aumentos
espontáneos de agresión pública. La actitud de la sociedad
centralizada hacia la guerra es siempre ambivalente, pero las
manifestaciones de las tendencias bélicas están
predominantemente bajo el control de los gobiernos. Ni el
exterminio alemán de judíos ni la masacre aliada de
poblaciones civiles enemigas, que se han citado como las dos
manifestaciones de delincuencia grupal más generalizadas y
graves de la segunda guerra mundial, fueron espontáneas. En
el caso de los judíos, el sentimiento espontáneo fue inflamado,
intensificado y mantenido artificialmente por el grupo
legislativo; en el caso de la política de bombardeo
indiscriminado, la propaganda intensiva no logró acallar todas

46 Las estereotipias son movimientos, posturas o voces repetitivos o ritualizados si un


fin determinado. N. e. d.
las dudas públicas sobre su necesidad y moralidad 47. La
elaborada racionalización pública de ambas acciones se llevó a
cabo a través de los canales oficiales de comunicación. El
sentimiento público contra la guerra fue tradicionalmente
fuerte en Gran Bretaña y Estados Unidos, y no estuvo en
absoluto ausente en Alemania. En muchos casos se requirió un
elaborado engaño para reconciliar la opinión pública con la
participación; el incidente de Pear Harbor fue manipulado así, y
el cambio en la opinión pública estadounidense entre 1940 y
1941 se debió sin duda en parte a la presión activa del
gobierno. Una notable excepción fue la imposición de la guerra
al gobierno británico en 1939 por una reacción pública
espontánea, que tuvo como origen la sospecha generalizada de
complicidad entre la derecha británica y la ideología nazi.

Si las guerras contemporáneas fueran en esencia, tanto como


en el fondo, la expresión directa de agresiones proyectadas por
el público urbano, no deberíamos esperar encontrar
racionalizaciones tan elaboradas como las que Hitler, o
nosotros mismos empleamos, excepto como medios de aliviar
la culpa de quienes las ofrecen. Mientras que el revolucionario
sobreestima el papel de los diplomáticos intrigantes, el
sociólogo puede fácilmente subestimar el papel que juegan los
gobiernos y los individuos dentro de ellos. La sustitución de
Hitler por otro líder menos paranoico, incluso un exponente de
la misma ideología, podría haber producido un marcado
cambio en el patrón de la historia. Al evaluar la causa de la

47 Una encuesta de Gallup en mayo de 1941 mostró sólo una mayoría de 53 a 38 por
ciento a favor de los bombardeos indiscriminados como represalia; estas cifras mostraron
una fuerte correlación positiva entre la experiencia de los ataques aéreos y la
desaprobación de las represalias. (Informado, Noticias Crónica, Ma y segundo, 194,1).
guerra, es imposible pasar por alto el papel que juegan la
elección consciente, las actividades económicas como las de las
empresas de armamento y los “lobbies” financieros, y el uso
deliberado de la guerra como medio de distracción del
gobierno.

Con la excepción de actividades como el expolio o el saqueo


de territorios ocupados, la delincuencia en tiempos de guerra y
los "crímenes de guerra" se originan, de hecho, más
comúnmente por la delincuencia individual específica de los
grupos gobernantes que por el comportamiento de las masas.
Las manifestaciones de masas como las de los primeros días de
la guerra franco‒prusiana han sido relativamente poco
frecuentes incluso en países totalitarios sin una deliberada
gestión escénica. Sus principales consecuencias han sido la
delincuencia limitada como el maltrato a los presos, los
linchamientos o el simple delito civil. Existe abundante
evidencia de que una gran parte de las poblaciones civiles y
combatientes conservan intactas la mayoría de sus actitudes
civilizadas hacia sus semejantes en cualquier caso en que haya
contacto directo 48. En el caso de los japoneses, gran parte de la
barbarie exhibida hacia los prisioneros pertenecía a una
tradición cultural totalmente diferente a la de Europa
occidental, y no era mayor que la barbarie existente de la
disciplina dentro del propio grupo militar. Casi todos los actos
más reprobables de la Segunda Guerra Mundial fueron
cometidos por órdenes superiores o por cuerpos de élite
encargados de hacer cumplir la ley, seleccionados por

48 Las citas recopiladas por Catlin, et al., Proporcionan pruebas impresionantes sobre
este punto. G. Catlin, V. Brittain y S. Hodges, Above All Nations (Gollancz, Londres,
1945).
gobernantes institucionales y adoctrinados para realizarlos. En
algunos casos, la autoridad proviene de un líder tipo
proveniente de una multitud, y la psicología de tales acciones
se asemeja mucho a lo que se ha estudiado en los
linchamientos en tiempos de paz. En otros, la delincuencia es la
ejecución planificada de un patrón individual de fantasía. La
política antisemita de Hitler fue un ejemplo de este tipo. Jung
(1958) 49 ofrece una imagen sorprendente de cómo el
"Proyecto Manhattan" se convirtió en otro, a causa de la
ansiedad de los jefes de la armada estadounidense por temor a
que la guerra terminara antes de que las armas atómicas
pudieran probarse en la población.

Existe evidencia documental que relaciona la mayoría de los


crímenes de guerra premeditados e indiscriminados con la
invención y planificación de psicópatas individuales en un
cargo. El papel de la proyección grupal y la estereotipia es
mayor en producir aquiescencia en los niveles inferiores de la
cadena de mando. En algunos casos, la falta efectiva de
contacto cuerpo a cuerpo ayuda a este proceso: pocos
combatientes habituales aceptarían una orden de masacrar a
civiles por medios que impliquen contacto directo, pero
muchos serían capaces de aceptar formas de guerra
indiscriminada que no destruyan el estereotipo ni trastornen la
seguridad de la racionalización 50. En otros casos, el
consentimiento se limita al consentimiento no participante,
mientras que los hechos reales se llevan a cabo en privado por

49 AT Harris, Bombardeo ofensivo (Collins, Londres, 1947).


50 Jungk R. (1958) Más brillante que mil soles.
el seleccionado grupo de élite, parte de cuya función es la de
perpetuar la aquiescencia del público por el terrorismo.

En nuestra propia sociedad, el combatiente y el público


suelen opinar que el elemento de riesgo personal equivale a
una expiación por una delincuencia específica. Sólo después de
cinco o seis años se puede criticar, digamos, el bombardeo
aéreo indiscriminado, sin evocar la hostilidad violenta de
quienes señalan el heroísmo y las graves pérdidas de las
fuerzas aéreas involucradas. Si el exterminio de los judíos por
parte de la Gestapo hubiera implicado algún elemento de
riesgo personal, es dudoso que se pudiera haber producido una
tan marcada indignación pública.

La reacción inglesa, especialmente entre los civiles


bombardeados, fue mucho mayor y más hostil cuando los
ataques se llevaron a cabo con bombas volantes sin piloto que
cuando las vulnerables tripulaciones aéreas lanzaban bombas
de forma ortodoxa. Ideas expiatorias primitivas de este tipo
juegan un papel notable en el mantenimiento de la
aquiescencia en los países democráticos. Se sabe que los
pacifistas abandonan actitudes racionales profundamente
arraigadas o motivadas para compartir inconscientemente los
peligros de una guerra que desaprueban; otros cortejan
deliberadamente el castigo o la incomodidad para mantener el
respeto por sí mismos en compañía de soldados en servicio. La
extrema aprensión que ha provocado la bomba atómica en
Inglaterra y Estados Unidos se debe casi con certeza a un
sentimiento expiatorio semejante, racionalizado como miedo a
las consecuencias físicas. Parece haber una diferencia de tipo
entre la reacción de los rusos, a quienes la bomba pudo haber
tenido la intención de intimidar, y la de sus fabricantes, a
quienes ha logrado intimidar con más fuerza.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la psiquiatría como


ciencia entró en contacto directo con estos problemas, ya que
fue invocada como un arma deliberada, para seleccionar al
personal militar, asesorar sobre la moral e idear medios para
desmoralizar al enemigo. “El psicólogo militar no está obligado
a teorizar sobre las causas de la guerra. Es un elemento de la
sociedad que se ocupa del enjuiciamiento de la eficacia de la
guerra, y debe operar bajo el supuesto de que la guerra es, o
será, un hecho consumado... En la conducción de la guerra
psicológica, el psicólogo no necesita intentar cultivar nuevas
desconfianzas..., en cambio, simplemente selecciona los
miedos y propósitos existentes. En cualquier nación, solo tiene
que avivar ciertas llamas y sofocar otras para que el fuego arda
donde él quiere”51. La psiquiatría la practican los seres
humanos, que comparten las actitudes de su tiempo; es
también una disciplina racional por sí misma. En general, se
siente mucho más cómoda desmoralizando al enemigo y
exponiendo sus irracionalidades que cooperando con la
política. La cuestión de los estándares de normalidad se
agudizaron: el grado de aceptación cultural de la guerra como
institución se refleja en cierta medida en la tendencia de la
medicina militar alemana a estudiar la personalidad del
candidato a oficial, mientras que la de la psiquiatría
estadounidense se encaminó a seleccionar las aptitudes.
Mientras los métodos de la psicología se aplicaron
conscientemente para la selección de escuadrones de
51 GL Fahey y MM Mintz en Psicología en Asuntos Humanos de JS Gray (McGrawHill
Nueva York, 1946).
exterminio y de los guardias de los campos de prisioneros, no
sabemos si la selección de aptitudes de este tipo pudo haber
tenido lugar dentro de la estructura del partido nazi. En
general, los rasgos del buen oficial en cualquier ejército, a
pesar de las acusaciones de los pacifistas, son muy similares a
los del líder social en otras categorías de la vida. Los ejércitos
carecen de los intensos rasgos psicopáticos grupales de las
poblaciones civiles en tiempos de guerra: forman una
comunidad de peligro compartido, donde el estatus está
determinado por reglas simples y donde gran parte del
aislamiento y el estrés de la vida civil se rompe. La última
guerra produjo muchos ejemplos de lo que se ha denominado
grupos "paraprimitivos", basados en el compañerismo y la
finalidad, en los que se diluyeron las diferencias normales de
rango. El sentido de responsabilidad que el oficial sentía por la
vida de sus hombres es algo de lo que carecen notoriamente
las jerarquías políticas civiles. Pocos o ningún líder político
podrían escribir con sinceridad

Porque amar es terrible, preferimos


la libertad de nuestros crímenes...52

Una característica de esta tendencia, reflejada una y otra vez


en el desarrollo de lenguajes privados y fraseología común, es
la creciente separación del soldado del civil. El soldado se ve a
sí mismo alternativamente como defensor, chivo expiatorio y
víctima del público de casa y de la administración doméstica. La
guerra total, al imponer un contraste menos violento entre los
grupos que el que había entre Inglaterra en la Primera Guerra

52 FT Prince, soldados bañándose.


Mundial y las trincheras de Flandes, ha reducido ligeramente
esta tendencia, pero conserva una gran importancia política al
crear un sentimiento de descontento en bloque, y para
determinar el cambio de gobierno al final de las hostilidades.

No hay nada en el estudio del ejército civil moderno que


sugiera que sea un grupo delincuente o brutalizado a nivel
social. Los efectos más graves del servicio militar parecen estar
en las actitudes sexuales y familiares, y el daño se refleja más
en la próxima generación que en quienes lo sufren, aunque
también éstos experimentan serias dificultades de adaptación.
Comandantes de tales ejércitos en general, han experimentado
más dificultades para prevenir la confraternización que para
prevenir estallidos de agresión provocada individualmente. Los
ejércitos altamente politizados pueden considerarse como
reforzadores de las élites, pero también pierden fácilmente
algunos de sus estereotipos cuando están en contacto con
poblaciones enemigas. Una ocupación hostil sostenida de un
territorio relativamente poco agresivo presenta serias
dificultades administrativas al alto mando. Produce
rápidamente asimilación, por encuentros sexuales, reducción
de la brecha entre vencedor y vencido y pérdida del espíritu de
lucha. Los francotiradores y los movimientos de resistencia, si
bien socavan la moral, pueden, en esta medida, facilitar
realmente la tarea psicológica de la potencia ocupante.

Se verá a partir de estas consideraciones que las energías


agresivas de civilizaciones y personas frustradas son
responsables de la delincuencia en tiempos de guerra mucho
más al permitir que los asesinos potenciales se aseguren los
cargos y la obediencia que a través de estallidos directos de
violencia. «La terreur d'aujourdhui a ses bureaux»53 (el terror
de hoy a los despachos), el ciudadano individual contribuye a él
principalmente mediante la obediencia y la falta de protesta
consciente o efectiva. La obediencia social y la conformidad
son, en general, bastante menos prominentes en las
comunidades urbanas centralizadas que en las comunidades
rurales primitivas civilizadas. La comunidad urbana conserva y
se ajusta a sus propias costumbres, pero estas no están ni tan
bien tejidas ni son tan universalmente respetadas como en
otros tipos de sociedad: en lo que se refiere a actitudes sociales
y políticas éstas han sido ampliamente modificadas por el
cambio rápido de la vida, y son cada vez más externas al
individuo. El hombre primitivo tiende en general a conformarse
activamente: el ciudadano urbano civilizado combina una
actitud de aquiescencia hacia el ejecutivo con una apatía hacia
los estándares públicos que se expresa en cinismo o en la
convicción de que 'ellos' (el grupo legislativo y su flanco
ejecutivo) no puede ser resistidos eficazmente por sus propios
esfuerzos. La obediencia a la ley, al mismo tiempo, carece de
las características activas que encontramos en sociedades
donde la ley y las costumbres coinciden. El delincuente es cada
vez menos considerado con animosidad personal: el individuo
inconforme, incluso cuando sea groseramente criminal, tiene
un tinte de heroísmo considerablemente más fuerte que en
cualquier período anterior de la historia inglesa con cualquier
gobierno en el cargo. En el pasado, el nombre y la función han
sido predominantemente militares. La élite militar, vista
históricamente, se difumina en castas hereditarias militares y
gobernantes por un lado, en los grupos tecnológicos ‒equipos

53 Albert Camus.
de investigación, artesanos‒ y en las unidades de comando
semiautónomas de la guerra moderna. Las tropas de élite
militar, nacionales o mercenarias, tienen una larga relación
histórica con la aplicación de la ley y la seguridad. Las élites de
represión domésticas, aunque existieron sobre una base
semimilitar en Esparta, en la Roma Imperial y en otras
sociedades, son un desarrollo relativamente reciente en
Europa Occidental, que comenzaron a tomar forma en el siglo
XIX.

Las unidades de élite militar han mostrado dos líneas


principales de tradición: una tradición de destreza y
desempeño, y una tradición de obediencia. Algunos, como las
tripulaciones de los pequeños buques de guerra que operan de
forma independiente, o los Chindit, se han desarrollado en los
últimos años en patrones indistinguibles de los grupos de
'camaradería', y han tendido a comportarse como pequeñas
sociedades primitivas ad hoc: la tradición de la élite represiva,
sin embargo, está generalmente, por la naturaleza de sus
actividades, concentrada en una obediencia incondicional. La
principal fuerza de cohesión de estos órganos es, en
condiciones modernas, el rechazo común de la responsabilidad
por las órdenes que ejecutan.

La existencia de este tipo de organización, y de esta actitud


de responsabilidad transferida, es particularmente importante
en el mecanismo de delincuencia grupal. Hemos visto que, las
políticas delincuentes del grupo legislativo se originan
comúnmente al nivel de la fantasía. Al considerar la
delincuencia ordinaria, las barreras entre el deseo y la acción
aparecen en dos puntos: cuando el individuo busca racionalizar
su acción meditada, y cuando se enfrenta al acto físico que
medita. Como todos sabemos, existe una barrera definida
entre la fantasía delincuente y la actuación delincuente. La
mayoría de las personas normales bien podrían meditar actos
que dudarían en cometer, incluso mientras los aplauden en
otros. El legislador no está llamado a poner en práctica sus
propias políticas; tanto en la concepción como en la ejecución
por parte de otros, su impacto en su propia experiencia es más
de fantasía que de acción. La importancia de los cuerpos de
élite represivos con un gobierno de clase dominante, está
presente con la simpatía por figuras parecidas a Robin Hood,
pero rara vez se extiende tanto entre las clases que tengan algo
que perder con el desorden público. Los individuos no pueden
poner a prueba las cualidades de liderazgo de sus gobernantes,
ya que el ejecutivo se protege de las comparaciones (los trata
cada vez más según las líneas de pensamiento características
que encontramos reservadas para los grupos externos) en
estereotipos hostiles o amistosos, como un 'ellos' externo de
quien el individuo depende para necesidades elementales,
pero por quien no necesita tener respeto moral.

La aquiescencia con las políticas delictivas es en parte un


reflejo de este sentido de impotencia. El sujeto es tratado
como alguien individual, y de forma aislada, por toda la
organización de propaganda e imposición. A menos que se vea
abrumadoramente amenazado por la política propuesta, e
incluso cuando lo esté, carece de la energía personal y cultural
para discrepar. En tiempos de guerra, parte de esta
aquiescencia es la aceptación de la interpretación oficial de la
guerra: el ciudadano accede a consentir y acuerda culpar al
enemigo público de lo ocurrido. Una vez que esto ocurre, a
menudo después de un evento particular que fija la proyección
contra el enemigo, el efecto de estímulo de la guerra se hace
evidente: el sentimiento grupal de la nación, el sentido de
propósito y liderazgo, la liberación de la ansiedad por la crisis
en la guerra real, todo ello tienden a hacer el rechazo del
compromiso cada vez más dificultoso 54. Se puede persistir por
dificultades e incluso a pesar de una derrota segura: el
consentimiento una vez asegurado gana fuerza con la marcha
de los acontecimientos. Hasta qué punto los legisladores
pueden presumirlo dependerá de la medida en que se haya
creado la situación de guerra antes de que comiencen las
hostilidades reales: la Alemania nazi lo aseguró con todo un
repertorio de tiranía política, hasta el punto en el que incluso la
desaprobación tácita de las acciones de los delincuentes fueron
mínimas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En
Gran Bretaña, el público que aceptó la bomba atómica en 1946
habría sido menos probable que la aceptara en 1940, y habría
retenido su rechazo a cualquier forma de guerra indiscriminada
en 1936 por una gran mayoría.

2. El cuerpo de élite

Un cuerpo de élite implica un grupo con habilidades


especiales y, como tal cuerpo se encuentra al otro lado de la
barrera de los engaños. También puede justificar acciones que

54 La mayoría de los hombres... Llegó a aceptar la vida militar con reservas. Otros
encontraron un ajuste imposible, y, a pesar de un examen psiquiátrico preinducido,
rasgos de inadaptación demostraron que exigían su liberación, o, si se rebelaron
demasiado agresivamente, obtuvieron el compromiso con una institución penal o
psiquiátrica.'‒ GL Fahey y MM Mintz (1946), op. cit.
se consideran desfavorables en términos de tradición de
obediencia leal.

Los grupos militares comúnmente han estado orgullosos con


su tradición en el desempeño de la lealtad, mediante un
énfasis exagerado en su dependencia de las órdenes "sin
razonar el porqué". Es posible que obtengan fácilmente algo
muy parecido a la satisfacción por las consecuencias de un
error cometido en la administración civil. Incluso entre las
tropas en tiempo de guerra, los efectos físicos de la mala
gestión por parte de los "cascos de bronce" o los civiles
producen resentimiento antes que motín. La fantasía de la
guerra no tiene en cuenta la estimación de objetivos o
consecuencias, ya que el soldado debe obedecer órdenes que
sabe que son desastrosas y morir víctima de su tradición de
devoción, cosa que todavía tiene fuerza en los ejércitos.

Los nuevos tipos de élites, la policía política o las SS,


muestran una implementación adicional de esta actitud. La
delincuencia fuera del patrón tradicional ("leyes de guerra",
"conducta militar") probablemente no sería aceptable para los
ejércitos con el patrón anterior. La asimilación de la ley por las
nuevas élites no tiene una tradición comparable. Sin embargo,
tiene una tradición aún más completa de responsabilidad
abrogada que su contraparte militar. Su función es cumplir las
órdenes sin cuestionarlas, con el mismo espíritu con que las
llevaron a cabo las tropas de guardaespaldas extranjeros bajo
el Imperio Romano, sin referencia a las costumbres de la
comunidad y sin respeto de la persona. Los que dan órdenes a
tal cuerpo son una conciencia exteriorizada. Allí donde la
fuerza de la élite está altamente politizada, esta obediencia
puede ser la faceta de un fanatismo generalizado. Incluso en
este caso, sin embargo, el comportamiento de los miembros
particulares tiende a subsistir en dos niveles diferentes, uno
para el uso diario en asuntos personales, derivado de los
estándares individuales, y el otro asociado con la capacidad
oficial, donde la tradición del deber es una respuesta completa
a todas las críticas, desde dentro o desde fuera. La valoración
que hace el responsable de las órdenes que da, se ve
embotada por el hecho de que está separado de su ejecución
física, la del ejecutor por el hecho de que no es responsable de
ellas. La élite ejecutora se encuentra al otro lado de la barrera
entre la intención y la acción. El político se libra del dolor de su
decisión y el ejecutor de la responsabilidad. Entre los dos, las
dos barreras normales que se interponen entre el motivo y el
acto se pasan por alto o se sobrepasan.

Lo mismo se aplica a las élites científicas y técnicas civiles


creadas por los gobiernos para llevar a cabo investigaciones
sobre armas y proyectos similares. Reclutadas entre hombres
que han elegido conscientemente la ciencia en lugar de la
política como actividad; que cultivan una aversión defensiva a
adoptar actitudes públicas y que pueden ser alentados a
cultivarla aún más, estas élites corren sobre el esprit de corps,
el interés inherente de resolver los problemas técnicos y, en el
caso de los altos mandos, la forma del secreto, el estatus de
experto y la hábil administración de la adulación colman su
deseo de prestigio. Los políticos de los países democráticos han
encontrado fáciles de manejar a los científicos con uno u otro
de estos enfoques, incluso alentando su desprecio por la
"política" y su ilusión de imparcialidad divina. Los efectos del
cargo en los trabajadores científicos no difieren de sus efectos
en otros: hay una selección progresiva hacia la cima de los
'responsables' entre los buscadores de audiencia y los hombres
que pueden ser manipulados a través de su amour propre en la
mayoría de los proyectos oficiales en Gran Bretaña y en los
Estados Unidos. La creencia pública de que los expertos
oficiales están fiscalizados, haciendo lo que se les dice, es muy
exagerada: los gobiernos parecen canalizar el asesoramiento
que reciben de los expertos y se aseguran de que coincida con
una política predeterminada, mucho más seleccionando
asesores conocidos por su ideología... que intentando sobornar
o coaccionar a los independientes. En asuntos tales como el
daño probable de las pruebas nucleares, o el valor de una
política particular publicitada electoralmente, lo más común es
que no necesiten más que omitir a los científicos conocidos por
ser críticos de la lista de nombres que deben ser consultados.

Incluso en sociedades que no dependen de la coacción


directa a su público local por la policía política o las tropas, la
centralización ha llevado a un aumento en el número de
grupos de élite irresponsables o potencialmente insensatos.
Incluso propuestas inocuas que se defienden fácilmente por
otros motivos, como la formación por parte del Gobierno de su
propio personal de investigación en física atómica a partir del
aprendizaje de los adolescentes, ya son fuertes en esos grupos.
La ciencia médica y la psiquiatría podrían fácilmente presentar
riesgos similares. El número total de seres humanos que han
adoptado la abrogación institucional de responsabilidad de una
forma u otra sin duda ha aumentado en los últimos veinte
años, y este proceso es probablemente un factor más
importante en el crecimiento del totalitarismo que el 'control'
puramente económico o administrativo. Allí donde estas élites
contienen delincuentes potenciales, y especialmente donde los
atraen o los seleccionan, las fantasías y actitudes delictivas
pueden muy fácilmente 'retroalimentarse' desde el ejecutivo
superior a la legislatura, liberándose así los autores de la
responsabilidad de ponerlas en práctica.

El estudio psicológico de las fuerzas del orden aún no está


completamente desarrollado 55. Se ha realizado un trabajo
considerable, a menudo a instancias del Estado, sobre la moral
y la psicología militares. El reclutamiento de un civil para el
ejército es probablemente similar en efecto a la migración de
un civil a una de las máquinas de hacer cumplir la ley. Implica el
crecimiento de un patrón psiquiátrico familiar, la 'proyección'
en superiores inmediatos y remotos del poder normativo del
padre, que, en el individuo independiente, es 'introyectado'; en
otras palabras, la conciencia se exterioriza. El proceso puede
aligerar mucho la carga que algunos individuos tienen que
soportar; otros, cuya introyección es más completa y cuyo uso
de sus normas está más sujeto a la crítica consciente, pueden
desarrollar sentimientos de culpa. Dado que aquellos a quienes
no les gusta delegar su libertad de juicio en otros parecen, al
menos en nuestra propia sociedad, quebrantarse o perder la
“eficiencia operativa” con mayor facilidad, la psiquiatría militar
puede verse obligada a restaurar la proyección y aún el
cuestionamiento de la razón. Los juicios por crímenes de
guerra han arrojado una luz bastante dudosa sobre la cuestión
de la responsabilidad por las órdenes. En la maquinaria del

55 Con mucho, la mejor descripción de una máquina de imposición de este tipo en


acción, desde el punto de vista de la psicología dinámica, es la de E. Lingens‒Reiner,
Prisoners of Fear, Gollancz, 1949, que trata de la mentalidad y el comportamiento de la
concentración. guardias del campo y "fiadores" como los ve un prisionero.
gobierno y la ley, la valoración de esta responsabilidad es
bastante más cínica que la expresada por los Tribunales de
Crímenes de Guerra. Pocos gobiernos estarían en desacuerdo
con la opinión del juez defensor en el juicio de Belsen (cuando
éste felicitó a los oficiales defensores por el desempeño de un
deber desagradable) de que la base de toda disciplina es la
obediencia incondicional a las órdenes. Pocos observadores
tendrían el valor de sugerir que un oficial que había intentado
evitar el uso de la bomba atómica advirtiendo al enemigo que
se acercaba habría podido alegar el tipo de responsabilidad
humana que se esperaba que exhibiera Kraemer. La tarea
inmediata de quienes crean una élite irresponsable es
estabilizar la aceptación individual de su conciencia externa y la
dirección de sus impulsos agresivos y resentidos contra el
enemigo (la "figura paterna malvada"). Si este sistema se
rompe, la fuerza paterna, orientadora, protectora e impulsora
de la autoridad puede convertirse en el objeto de estos
resentimientos. Tal cambio, si bien es el primer paso hacia un
movimiento racional para desplazar o resistir al gobierno
delincuente, es previsiblemente desagradable para quienes
dependen del ejecutivo para llevar a cabo sus planes y
fantasías56.

3. Actitud de la psiquiatría social

Las sociedades jerarquizadas, entonces, han eliminado al


menos uno de los obstáculos más importantes a la acción
delictiva de los legisladores y los ejecutores, con la creación de
56 Véase E. Simmel en S. Lorand, Psychoanalysis Today, Allen & Unwin, 1949.
una legislatura que puede promover sus fantasías sin
presenciar sus efectos, y unos ejecutores que abdican de toda
responsabilidad por lo que hacen en respuesta a órdenes
superiores. El principal obstáculo residual a la delincuencia a
gran escala es la supervivencia de los estándares individuales,
que son cada vez más vulnerables a la propaganda y al impacto
en una sociedad que tiene pocas oportunidades de
socialización. Tenemos aquí la contraparte del cambio que se
ha producido en el liderazgo y la selección, y los efectos de
ambos procesos son aditivos. Si bien estos riesgos son reales,
tenemos que enfrentarlos a la extrema vulnerabilidad de todo
el aparato social del que dependen la resistencia individual y la
pérdida de moral comunitaria. La fuerza de la maquinaria de
represión es en gran medida una fachada, que impresiona al
individuo principalmente porque la enfrenta solo, y los
observadores políticos en las democracias sobrestiman
uniformemente el poder del Estado para resistir los cambios en
la opinión pública. Por lo tanto, al abordar la delincuencia
social, la psiquiatría no debe temer que esté desafiando un
proceso histórico inevitable.

En cualquier estudio psicológico del mundo actual, puede


parecer que predominan los énfasis irracionales y destructivos.
Hay, sin embargo, abundantes pruebas del dinamismo y la
persistencia de la sociabilidad, de los impulsos individuales
hacia la cooperación, la integración y la salud social. Las
instituciones irracionales son seguras sólo mientras puedan
satisfacer o desviar el lado constructivo del pensamiento y la
actitud del público; una vez que las irracionalidades se
detectan, incluso si no se comprenden conscientemente, como
amenazas a la seguridad del hogar, la libertad personal o la
vida individual, el tejido de las instituciones se ve
inmediatamente amenazado. Mientras la protesta adopte
formas explícitamente políticas, dentro del mecanismo de la
democracia, su poder de efectuar un cambio real está limitado
por los factores que hemos discutido. Una vez que se
manifiesta como resentimiento público, desilusión o
desobediencia, y se hace suficientemente fuerte y resistente a
la propaganda, el mecanismo de imposición, que está diseñado
para coaccionar a los individuos activos en lugar de a las
mayorías pasivas, se desarma en gran medida. Parece poco
probable que algún gobierno existente en la actualidad pueda
superar una pérdida de confianza tan generalizada en el país.
En lo que respecta a los aspectos puramente destructivos de la
revolución, el ídolo que, mediante el reclutamiento o la
exhortación, puede reprimir a la oposición o acallar las dudas
de un público para el que su deidad aún no es sospechosa,
tiene pies de barro, una vez que su poder y su importancia se
ve desafiada por las actitudes más que por los partidos. El
grado de delincuencia social que es posible en cualquier
sociedad, incluida la nuestra, es función del grado de
aquiescencia que los delincuentes puedan conseguir de su
público. Además del temperamento del público en general, la
actitud de grupos específicos puede resultar una barrera
decisiva para una política irracional. Los trabajadores
científicos y técnicos ocupan una posición vital en la sociedad
moderna, al igual que los grupos de trabajadores de servicios
públicos en el transporte, la producción y la minería. La
concepción de la huelga general, que jugó un papel importante
en el pensamiento socialista temprano, era sociológicamente
sólida. Su eficacia política se ha visto reducida más por el
desarrollo del sindicalismo en un patrón jerarquizado similar y
aliado al del Estado, que por cualquier poder inherente de los
gobiernos para hacer frente eficazmente al rechazo público. A
medida que los estados modernos han intentado reforzar sus
fuerzas policiales y militares mediante la selección y el
adoctrinamiento, también han intentado extender garantías
similares de lealtad a otros grupos. Este proceso es
particularmente obvio en relación con la ciencia militar. Una
salvaguardia importante contra las políticas nacionales
delincuentes se pone en peligro cuando los trabajadores
científicos consienten en externalizar su conciencia o cooperan
con la autoridad en condiciones que están fuera de su propio
control.

La sociología y la psiquiatría, dado que se ocupan


específicamente de las sociedades y las actitudes humanas,
tienen la obligación particular de escudriñar las condiciones en
las que cooperan con la autoridad establecida. Bien podría
sostenerse que los avances en la estructura de la sociedad
dependen de la responsabilidad personal de los profesionales
en estas materias más que de la de cualquier otro grupo. Si las
ciencias sociales se convirtieran en una nueva arma de
imposición, la oportunidad de la época actual bien podría
haberse perdido por un período indefinido.
II. EL ESTADO Y EL COMPORTAMIENTO HUMANO

No hay leyes que vinculen sobre el tema de


agredir a la persona o violar la conciencia.

BLACKSTONE
V. FUNCIONES DEL ESTADO

1. Concepciones de gobierno

Hemos crecido con el Estado. Ha existido en todas las


sociedades occidentales civilizadas de las que tenemos
conocimiento, y los intentos de descubrir el primer punto en el
que apareció el gobierno en la sociedad humana nos llevan
más allá del registro histórico y nos llevan a un campo de
inferencias y conjeturas. De hecho, la búsqueda de tal
comienzo plantea una pregunta que no estamos en
condiciones de responder: las sociedades primitivas que
existen con un mínimo de gobierno a menudo parecen
representar una etapa alta de desarrollo en respuesta a las
condiciones locales, más que una etapa en la evolución de
sociedades más complicadas. Todavía no conocemos lo
suficiente de la sociedad que existe entre los primates57 para
poder sacar conclusiones de su comportamiento, y es dudoso
hasta qué punto las observaciones sobre animales inferiores
nos ayudarían a comprender el comportamiento más complejo
de los hombres.

Cada período de la historia ha tenido sus ideas características


sobre la función del Estado. De hecho, estas teorías y sus
57 Véase S. Zuckerman, The Social Life of Monkeys and Apes (Ke gan Paul, 1932); GH
Seward, Sexo y orden social (MoGraw Hill, 1946).
consecuencias son la base de nuestra clasificación histórica. La
institución precedió a los intentos de justificarla; muchas de
estas teorías son las racionalizaciones de hombres que
reconocieron su utilidad o no vieron forma de prescindir de sus
defectos. El Estado los precedió, y ha alterado profundamente
las opiniones. En nuestro siglo, ha emprendido un vasto campo
nuevo de actividad organizativa y de planificación, y la teoría se
ha expandido para acoger el cambio.

La mayoría de los filósofos del Estado han comenzado su


argumento a partir de un hipotético "estado natural", sobre el
cual se ha impuesto el gobierno con el crecimiento de la
civilización. La filosofía del Estado precedió a la tradición
cristiana, pero desde que la influencia de los filósofos griegos
estuvo mucho tiempo sumergida y reapareció en el
Renacimiento para moldear la democracia liberal moderna, el
pensamiento político ha experimentado una serie de
fluctuaciones basadas en su estimación del hombre. Lo que
tiene en común la tradición democrática es su creencia de que
el Estado es un mecanismo mediante el cual la conducta
humana puede modificarse.

Los cambios en el pensamiento político son cambios en


nuestras suposiciones sobre la naturaleza y los impulsos de los
individuos. Para Hobbes, las culturas sin poder son
impensables, porque la autoridad es la única garantía de
seguridad. Para Locke, el hombre es social y posee una ética
biológica instintiva, según la cual “nadie debe dañar a otro en
su vida, salud, libertad o posesiones”: hay aquellos en quienes
este patrón es defectuoso, y el Estado es la unión de la mayoría
sociable para reprimirlos. Así, en el estado natural, un hombre
adquiere un poder sobre otro... pero sólo para retribuir... en la
medida en que la razón y la conciencia dicten lo que es
proporcional a la transgresión58. Para Rousseau, un intenso
odio personal a la coerción y una profunda convicción de la
bondad innata del hombre no eran motivos para rechazar el
Estado, sino para distribuirlo por partes lo más ampliamente
posible, si los hombres tienden a ser innatamente buenos, y
han sido traicionados por aquellos a quienes, en su generosa
inocencia, designaron para representarlos, entonces cuanto
más amplia sea la participación en el gobierno, mayor será la
protección de la comunidad contra los individuos anormales y
agresivos ‒'Quien se niegue a obedecer la voluntad general
será obligado a hacerlo por el conjunto'59.

Estos tres filósofos han sido citados ampliamente en


nuestro tiempo, aunque no todos por la misma gente.
Hobbes, luchando con el eterno problema de cómo usar la
fuerza para la preservación de la paz en lugar de la
perpetuación de la guerra, tiende a ser citado por el
político práctico que se enfrenta hoy al mismo problema en
la mayor escala que este mundo puede proporcionar.
Locke... es favorecido por los abogados; mientras que la
pasión ardiente de Rousseau y las abstracciones
metafísicas han hecho de sus resonantes epigramas y
paradojas la inspiración a la vez del idealista social y de una
escuela filosófica que ha tomado el mismo título60.

58 Locke, Second Treatise of Government, citado por Ranyard West, Conscience and
Society, 1942.
59 Rousseau, Social Contract, p. 18.
60 Ranyard West, op. cit.
Muy diferente es la vista de la ortodoxia católica, de que el
hombre, después de haber rechazado el gobierno de Dios,
necesita estar sujeto al gobierno del hombre, aunque sólo sea
para mantener unida a la sociedad, mientras que el mayor
drama de la vida humana, el ejercicio religioso, es realizado.
Para ellos, el Estado, que tiene el derecho de alterar la
conducta humana, excepto por la coerción más cruda, da lugar
a la influencia de la Iglesia; los dos pueden cooperar, pero la
autoridad civil no es más que el guardaespaldas de la Iglesia.
Las leyes y las instituciones no pueden regenerar a quienes
padecen enfermedades espirituales. Para Milton, en una
tradición cristiana diferente, el Estado es designado por el
individuo como un medio para asegurar su propia buena
conducta, como el Dr. Johnson, quien por temor a la locura,
tenía grilletes en su casa para que sus amigos pudieran evitar
que hiciera travesuras.

Todas estas teorías, con sus elementos de verdad, han


modificado las actitudes hacia el Estado y las formas de
gobierno sin alterar radicalmente el tipo de actividad que el
Estado de hecho realiza. Al estudiar las vidas de sus autores,
podemos rastrear las fuentes de sus énfasis y conjeturas, pero
sus puntos de vista sobre el hombre eran, en el fondo, puntos
de vista conjeturales. Tenían un conocimiento limitado de las
sociedades fuera de su propia tradición, compartían un
acuerdo moral considerable que pertenecía a la costumbre
intelectual de Europa y adoptaron una visión superficial de los
motivos humanos. El hecho de que los individuos pudieran
desear activamente el dolor, el castigo o dificultades
infructuosas no era un concepto con el que estuvieran
familiarizados.
En la actualidad estamos tratando con nuevas filosofías del
Estado, pero la mayoría de ellas son, expansiones o
combinaciones de las ideas expuestas por Hobbes, Locke y
Rousseau, o por sus predecesores y sucesores. Ni el marxismo
ni el fascismo aportan nada fundamentalmente nuevo a la
controversia, por mucho que enfaticen el cambio en la forma y
el alcance del Estado. Es dudoso que haya algo nuevo que
agregar. La revolución en el pensamiento político no proviene
de una nueva percepción de los problemas, sino del hecho de
que se está haciendo posible verificar las diversas conjeturas
que los pensadores más antiguos hicieron en su tratamiento
del hombre. Aún no se vislumbra un acuerdo universal entre
los psicólogos sobre el material fáctico, pero todo el tema ya
ha pasado del campo de la mera opinión al campo de la
investigación experimental.

El énfasis del público también ha cambiado. La opinión


anterior se centraba principalmente en la ley y el gobierno para
proteger las personas y su propiedad de los delincuentes
individuales, privados o públicos. La opinión moderna muestra
una creciente preocupación por la protección de las personas
contra las actividades de los Estados. El individuo de hoy está
mucho menos amenazado por el gangsterismo local que por la
agresión, tiranía o supresión de derechos que realizan los
gobiernos de otros países o del propio. La opinión pública
británica tiene un modus vivendi de larga data con el poder, al
que considera sin malicia ni entusiasmo, y nos resulta difícil
ponernos en la piel de países menos seguros y más
frecuentemente invadidos o dominados. Las denuncias al
Estado en Inglaterra son generalmente denuncias a un partido
en particular por parte de sus oponentes, y presuponen que,
siempre que los denunciantes estuviesen en el cargo, el Estado
sería una institución beneficiosa. A pesar de este enfoque
autocomplaciente, es difícil a la luz del conocimiento moderno
mirar los procesos de gobierno democrático con tanto
optimismo como lo hicieron nuestros padres. Desde que
comenzamos a estudiar el Estado como parte de la sociedad,
más que como una función teórica, no hemos podido excluir
consideraciones de salud pública, tanto mental como física: el
gobierno institucional hoy en día es parte de un patrón de
centralización en todos los campos de la vida, y no hay base
posible para la complacencia sobre el efecto total de este
patrón. El tipo de progreso previsto por el anterior
departamento liberal se basaba en factores tales como un
electorado informado, la ausencia de graves trastornos sociales
y mentales y el predominio de la razón sobre el prejuicio. Existe
un motivo considerable para dudar de si los órdenes urbanos
jerarquizados pueden cumplir estas condiciones a un nivel
puramente biológico y físico. Incluso las facultades de la ley
ortodoxa para reprimir el crimen se ven severamente probadas
por una sociedad que ha logrado socavar las costumbres más
antiguas sin proporcionar nada que las reemplace.

Al mismo tiempo, nuestro cuestionamiento de los supuestos


que antes se hacían sobre la función del Estado se ha
profundizado. Para los teóricos anteriores, los hombres eran
codiciosos o violentos por naturaleza o por depravación moral.
Nuestras ideas sobre la naturaleza humana se han vuelto
mucho menos rígidas. Tanto la "moral" social como la
irracionalidad parecen ser características integradas del
Hombre como primate. Sabemos que en la mayoría de los
casos de comportamiento antisocial, se pueden distinguir
trenes de causalidad inteligible. Cuanto más obvios se vuelven
estos trenes de causalidad, más fuerte es la necesidad de
reexaminar las actividades del Estado a la luz de sus supuestas
funciones. ¿En qué medida los estados modernos conducen,
de hecho, el comportamiento social? ¿En qué medida las leyes
sirven, en realidad, para modificar la conducta humana? La
estimación simple del gobierno como expresión de la voluntad
general sobre el orden moral se ha visto materialmente
sacudida por una serie de actos de delincuencia cometidos no
por los individuos sino por estados ostensiblemente civilizados.
La clara línea que divide la voluntad moral de la comunidad de
las actividades prohibidas de los delincuentes no puede resistir
el escrutinio de la psiquiatría moderna: tenemos demasiadas
pruebas de la similitud entre procesos de conducta moral e
inmoral, y de las tendencias para racionalizar nuestra conducta,
para que cualquier simple estimación sea posible.

2. La coerción como fuerza socializadora

Parte de nuestra tradición política es la creencia de que si


cualquier tipo de conducta resulta indeseable, puede
eliminarse, o al menos prevenirse eficazmente, mediante una
prohibición legal. La razón por la que tenemos menos
asesinatos que, por ejemplo, Córcega, o menos prostitución
que Francia o Japón, radica en el hecho de que tenemos
mejores leyes. Sorprendentemente, hay poca evidencia que
apoye este punto de vista. En primer lugar, la historia está llena
de intentos infructuosos de reprimir por ley determinadas
formas de conducta. Con un incentivo suficiente, y sin una
condena pública de la actuación prohibida, la severidad de la
pena tiene poco que ver con el resultado de tales intentos. Las
leyes que van en contra de las normas públicas aceptadas, o
que prohíben acciones que el público considera neutrales, casi
nunca se pueden hacer cumplir. La ley, al parecer, sólo es
eficaz para complementar las costumbres de la comunidad en
la que existe, no para formarlas. Kinsey y otros61 han declarado
que, según la legislación estadounidense vigente, uno de cada
tres ciudadanos varones podría ser encarcelado por su
conducta sexual, si se detectara y enjuiciara cada violación. Por
regla general, las leyes sólo reprimen el crimen si pueden
hacerlo reprimiendo a los criminales; la supresión del
gangsterismo en Estados Unidos fue posible en gran parte
porque las condiciones sociales que produjeron la oferta de
gángsters dejaron de repetirse. Es sumamente difícil estimar
hasta qué punto el miedo al castigo impide que las personas
cometan delitos; en muchos casos parece más bien modificar la
forma de la actividad antisocial que se elige. En segundo lugar,
el crecimiento de la autoridad y eficacia del Estado en muchos
órdenes ha sido superado por el crecimiento del crimen
individual. Con la eliminación del escrutinio público y las
costumbres locales que acompañaron el crecimiento de las
comunidades urbanas industriales, es casi seguro que ha
disminuido el número de individuos cuya conciencia social es lo
suficientemente fuerte como para ser complementada
efectivamente por la ley. Al mismo tiempo, un enorme
crecimiento del número de leyes administrativas ha producido

61 Kinsey, Pomeroy & Martin, Sexual behavior of the human male, 1948.
innumerables delitos que no tienen base en los estándares
cotidianos. El estigma público del enjuiciamiento se ha
reducido. En estas grandes comunidades es muy dudoso que
los cambios en las instituciones puedan alguna vez alterar
efectivamente el patrón de los acontecimientos. La historia y la
conducta están tan influenciadas por fuerzas biológicas y
sociales que su progreso está cada vez más fuera de control en
lo que respecta a los legisladores. Las leyes más antiguas
cristalizaban hasta cierto punto la voluntad del público en
general: las leyes modernas son menos capaces de hacerlo, ya
que la voluntad pública está menos definida y las
oportunidades para expresarla socialmente son reducidas. Por
primera vez en la historia, las leyes son efectivamente "hechas"
por el Estado, sin provocar ninguna respuesta marcada en los
estándares internos del individuo.

Cuando consideramos las acciones delictivas del propio


Estado, los 'crímenes de guerra' con los que estamos
familiarizados, la tradición liberal se dirige naturalmente a una
nueva aplicación del método que defendía en los asuntos
locales: los gobiernos deben ser puestos bajo el control y la
coerción de otro gobierno, el gobierno mundial, que puede
prevenir su mala conducta como el Estado local previene el
crimen. Este intento de llevar el patrón de jerarquización un
paso más allá no inspira confianza alguna a la luz de nuestro
estudio de los mecanismos que determinan la conducta.
Cuanto mayor sea el grado de poder y más amplia la brecha
entre gobernantes y gobernados, mayor será el atractivo del
cargo para aquellos que probablemente abusarán de él, y
menor será la respuesta que se puede esperar del individuo.
Los supergobiernos han tenido éxito, como lo tuvo la Iglesia
romana durante un tiempo, cuando podían apelar
directamente a las costumbres del público. El sentido público
social que trasciende las fronteras es un hecho y persiste, pero
hasta ahora no ha logrado contener a los gobiernos locales de
acciones agresivas. ¿Quién va a reprimir a la autoridad mundial
cuando también caiga en las manos equivocadas?

El posible papel de las máquinas informáticas que emiten


juicios reemplazando a la autoridad política es una idea menos
alarmante y menos tonta de lo que parece a primera vista. Una
de las principales funciones del gobierno y la administración es
la vinculación del juicio con la comunicación: esta es la función
ejercida por un policía cuando dirige el tráfico ‒sin su
intervención para decidir arbitrariamente qué vehículos deben
moverse en primer lugar, no existe una forma efectiva en la
que los conductores pueden coordinar sus intenciones, sin salir
y formar un comité. Si consideramos que los policías son
susceptibles, por la autoridad que se les confiere, de volverse
demasiado grandes para sus botas, podemos sustituirlos por
un dispositivo de juicio, por un semáforo, que incluso puede
tomar el número de licencia de quienes infringen sus órdenes,
y que no puede ser sobornado o inducido por sus defectos de
personalidad a abusar de su cargo. Recurrimos a la ley porque
aceptamos que en la mayoría de los contextos nadie es un juez
adecuado para su propio caso: por la misma razón, nuestros
empleadores usan un dispositivo mecánico para verificar
nuestra estimación sesgada de la hora en que comenzamos a
trabajar, aunque aún no hemos llegado a conseguir un
dispositivo similar para verificar la estimación sesgada de
nuestros empleadores sobre los salarios que pueden pagarnos.
Los dispositivos informáticos son capaces, en teoría, tanto de
establecer políticas ‒la conveniencia de cerrar una fábrica por
redundante‒ como de arbitrar; y siempre que las instrucciones
que se les den sean justas, lo harán justamente. De hecho,
podrían operar como constituciones mecánicas. El
inconveniente de la mayoría de las constituciones escritas
existentes es que siempre son eludidas por aquellos "animales
que son más iguales que los demás". Las Constituciones de los
Estados Unidos o la URSS, si realmente se pusieran en práctica,
darían una apariencia muy plausible de justicia pública. Una
computadora que implementara la Constitución de las
Naciones Unidas y la Declaración de Derechos Humanos,
cortando la electricidad de los estados transgresores, mejoraría
enormemente la conducta de los gobiernos existentes. Estas
ideas están más cerca de la sátira que de la posibilidad, pero no
pueden descartarse por completo. Las políticas que se
establecen ostensiblemente de acuerdo con una teoría
ideológica ya están de hecho determinadas, en gran medida,
por los resultados de dicha programación, que ni siquiera los
actores de la fantasía pueden ignorar por completo, y el
principio de reemplazar el juicio por la computación en los
casos en que esté sujeto a grandes sesgos personales es válido,
y lo escucharemos más.

Tenemos que reconocer que el gobierno psicopático es una


consecuencia básicamente normal de la ansiedad pública
actual. También es el interés creado más importante en la
continuación de la centralización. Si la conducta individual
debe ser regulada principalmente por leyes e instituciones, el
orden centralizado es abrumadoramente superior a los
patrones menos unificados. El fracaso del Estado en
desaparecer está implícito en sus supuestos. El aspecto
organizativo de su trabajo se confunde cada vez más
profundamente con lo represivo y lo regulativo. El crecimiento
de un público asocial, que depende de una dirección central
para realizar los estándares de los que carece, asegura que
nunca será el momento oportuno para que el público en
general regrese a sus funciones. La tentación es aguantar un
poco más, centralizar aún más, aunque solo sea para salvar la
situación inmediata. Incluso cuando los descubrimientos en
sociología entran en contacto con la legislatura, su
implementación es algo que debe posponerse hasta "después
de la victoria final" o "después del final de la emergencia". Las
culturas que gravitan hacia una emergencia crónica pueden
posponerlas indefinidamente. El momento de la revolución
nunca está maduro.
VI. EL PODER YLA NATURALEZA HUMANA

1. Normalidad

Al decidir sobre la 'normalidad' o no del deseo de poder,


corremos el riesgo de involucrarnos en una discusión similar a
la del 'estado natural'; la normalidad viene a implicar
fácilmente el patrón de conducta que encuentra la aprobación
del psiquiatra. Utilizando un argumento similar sobre la
"normalidad" de varias formas de conducta sexual,
rápidamente se hace evidente que los promedios estadísticos
no son comentarios sobre la conveniencia de un patrón de
conducta dado. Si por normalidad entendemos lo mismo que el
médico entiende por la palabra "salud", tenemos que darle
algún significado de función óptima. El significado de "óptimo",
a su vez, depende de nuestros estándares. El ciudadano
estadísticamente normal de las culturas contemporáneas sufre
un estado de ansiedad que no es en ningún sentido "óptimo".
Al discutir el abuso de poder, tenemos ciertos estándares
implícitos en la discusión: "normalidad" es el estatus de la
sociedad, vista por sus miembros individuales, que encuentra
la menor cantidad de tensiones destructivas y que funciona de
la manera más satisfactoria para sus miembros. Este tipo de
utilitarismo se basa en una visión bastante más amplia que la
del mayor bien inmediato para el mayor número: toma en
consideración la realización de las potencialidades humanas
como un todo, así como el crecimiento del control humano
sobre el universo y sobre los asuntos humanos. Al plantear
estas preguntas, debemos tener claro en nuestras mentes
exactamente qué preguntas se están haciendo. Hasta cierto
punto, podemos responder a la disputa sobre el estado
“natural” del hombre señalando sociedades que parecen
funcionar con un mínimo de fricción y de agresión, así como el
tipo de salud altamente “antinatural” de inmunidad a las
enfermedades epidémicas que existe en las culturas científicas.

La mejor imagen que podemos obtener de la condición


humana, vista por la ciencia, se remonta en esencia a Hobbes.
La vida humana, que, frente al universo físico, es
indiscutiblemente 'solitaria, pobre, desagradable, brutal y
corta' evoca los poderes humanos de adaptación para hacerla
sociable, cómoda, segura, culta y larga. El hombre aplica su
inteligencia para lograr el equilibrio con su entorno, no
abandonando sus valores sino modificando el entorno. Esta
aplicación da a toda la ciencia, incluida la psiquiatría y la
medicina social, sus términos de referencia. A diferencia de las
culturas religiosas anteriores, estamos en condiciones de hacer
de la vida misma y de la humanidad los principales estándares
de referencia. Si se argumenta que la mortalidad humana y la
escala de magnitud del universo hacen que las aspiraciones
humanas a la seguridad y el logro sean irrealizables, solo
podemos responder que la expectativa normal de vida no
afecta significativamente nuestro uso del término 'salud' en
medicina como un objetivo que hay que perseguir si no se
alcanza, y que todavía no es posible clasificar ningún logro
físico como permanentemente fuera del alcance de la ciencia.

2. Sociología del poder

La aparición del gobierno organizado en las sociedades


primitivas se ha relacionado con el auge de la caza como
actividad grupal y con la aparición de la propiedad privada. Es
casi seguro que esté relacionado con el desarrollo de la guerra
organizada. Una observación más interesante es la aparición
paralela de un gobierno organizado y de patrones de
comportamiento antisociales 62. Esto se puede interpretar de
dos maneras: si el Estado es el intento de la comunidad de
protegerse contra el desorden social y la desintegración, su
surgimiento puede considerarse como una respuesta a nuevas
tensiones y al colapso de formas más antiguas y simples de
ajuste individual. Sin embargo, también es posible que los
factores de estrés que produjeron la oferta de delincuentes
proporcionen la oferta de buscadores de poder.

Desafortunadamente, no se dispone de información


definitiva sobre el número relativo de anormales en la
sociedad primitiva y moderna. El porcentaje puede haber
sido menor entre los pueblos que vivían en la cultura de la
caza, porque era un tipo de sociedad en la que los seres

62 WF Ogbum y MF Nimkoff, A Handbook of Sociology (Kegan Paul, Londres,


1947). Véase también RH Lowie, Origin of the State.
humanos habían vivido durante cientos de miles de años y,
por lo tanto, probablemente habían logrado un ajuste
bastante satisfactorio... las anomalías que permanecen no
pueden considerarse problemas o amenazas. Cabe señalar
que las religiones de muchos grupos son tales que
socializan la conducta de aquellos que parecen tener
tendencias neuróticas 63.

Aún no se puede establecer un paralelo cercano entre la


imagen del ascenso del gobierno que derivamos de la
antropología social y la de los orígenes del deseo de poder que
derivamos del psicoanálisis. Parece probable que en el
momento en que cualquier cultura deja de ser capaz de
absorber a sus propios miembros anormales, la demanda de
coacción aparece de la mano con la aparición de individuos que
desean coaccionar.

Existe una gran cantidad de evidencia de que en culturas


donde la tarea principal se asemeja a la de la ciencia, en
mantener la vida y la sociedad frente a las dificultades
externas, la competencia por el poder representa una parte
extremadamente pequeña de la energía total de los individuos.
Este tipo de cohesión frente a una amenaza externa se produce
en nuestra propia sociedad. El deseo de aprobación y amor
también es demostrablemente una parte fundamental de la
estructura de los individuos. Desempeña un papel importante
en la determinación de los intentos deliberados de asegurar el
estatus. Los límites que determinan su expresión se basan en la
tarea autoproclamada de la cultura en cuestión, tal como se

63 WF Ogbum y MF Nimkoff, op. cit.


materializa en sus estándares. El guerrero es una figura
admirada para las tribus belicosas y el ladrón hábil para las
comunidades de cuatreros. En una evaluación completamente
superficial de los motivos, muchas formas de delincuencia son
medios indirectos de asegurarse el tipo de la aprobación que el
individuo desea; allí donde la sociedad, o la propia actitud del
individuo la niegan, el dinero puede comprarla o la posición
imponerla. La explicación psicoanalítica de la sociedad
comienza llamando la atención sobre el hecho de que es en la
aprobación o desaprobación de nuestros padres con quienes
primero experimentamos este deseo básico. La principal
contribución de Freud a la teoría de la sociedad fue mostrar la
interacción entre este deseo y el desarrollo sexual igualmente
fundamental en el individuo. A lo largo de la vida, los dos son
paralelos, y la distinción es aún menos clara en la niñez, cuando
la sexualidad no está ligada al patrón específico del
comportamiento reproductivo adulto. En la mayoría de las
sociedades humanas, como en las de algunos animales
superiores, el padre tiende a ocupar una posición especial
como fuente de aprobación, administrador de recompensas y
castigos, y fuente alternativa de placer y frustración. Él es
alternativamente admirado como modelo de fuerza, sabiduría
y éxito, y resentido como objeto de celos y barrera para las
ambiciones sexuales y no sexuales del niño. Hasta donde
podemos suponer, las primeras formas de jerarquía social bien
pueden haber sido una familia de familias basadas en la
posición dinámica de la paternidad.

Las sorprendentes diferencias entre las culturas "centradas


en el poder" y las "centradas en la vida" son muy análogas a las
diferencias entre los individuos que buscan el poder y los que
buscan la vida. Casi toda la evidencia existente sugiere que la
visión psicoanalítica de tales diferencias, que las atribuye a la
identificación con uno u otro padre, tiene un valor generalizado
en la interpretación de la conducta tanto cultural como
individual. En los casos más típicos, la sociedad "patriforme",
basada en los celos del padre, concentra sus prohibiciones en
el sexo y la desobediencia a la autoridad; la "matriforme"
contra las acciones que amenazan el suministro de alimentos64.
Tanto las sociedades civilizadas como las primitivas son
fácilmente divisibles entre estos dos tipos: entre los grupos
políticos modernos aparecen ocasionalmente sociedades
"patriformes" clásicas, en las que la muerte o la castración son
castigos típicos y la posicición de la mujer disminuye. La
Alemania nazi fue un ejemplo de ello. Con el crecimiento de la
centralización, sin embargo, posiblemente sea más exacto
describir las sociedades modernas como efectuando una
división entre individuos 'patriformes', que gravitan hacia el
gobierno y la imposición, y los individuos 'matriformes' que
ingresan a campos donde la cooperación, la producción, y la
creación son más importantes que el mando, la prohibición y la
coerción 65. Parece que hay una gran cantidad de pruebas,
tanto de la sociología como de la psiquiatría, de la opinión de
que el gobierno moderno puede seleccionar una sección
particular e inadaptada de la comunidad para reclutar a sus
miembros.

64 El trabajo detallado de Mead (M. Mead, Co‒operation and Competition Among


Primitive Peoples, McGraw Hill, Nueva York, 1937), deja claro que es posible una
clasificación mucho más complicada de los tipos de sociedades primitivas, pero la
distinción entre las culturas centradas en el poder y las centradas en la vida y los
elementos culturales es identificable en casi todas las sociedades primitivas.
65 Véase JC Flugel, Man, Morals and Society, 1945.
La cantidad de contenido sexual que encontremos en las
actitudes infantiles dependerá en cierta medida de nuestra
definición de sexualidad. El intento de expresar toda la
psicología dinámica en términos de la situación edípica es
probablemente una simplificación excesiva, aunque la parte
simbólica de esta situación (miedo a la castración, ansiedad por
el dimorfismo sexual) ciertamente parece ser la influencia
individual más importante para moldear los patrones de
pensamiento en la mayoría de las sociedades humanas, y la
evidencia de la literatura y la religión parecen fuertemente a
favor de Róheim y contra Malinowski 66 en este asunto. Sin
embargo, es demostrablemente cierto que los estándares
sociales se derivan directamente del ejemplo de los padres, y
que la "conciencia" se forma, al menos en el contenido, por
estos estándares junto con el deseo de obtener aprobación. El
sentido social independiente no surge por completo hasta la
adolescencia temprana, momento en el cual la actitud del niño
hacia sus semejantes ya está fijada en gran medida en términos
de su actitud hacia el padre. El deseo de poder parece ser, en
muchos casos, un intento de establecer el tipo de estatus que
tenía el padre y que el niño admiraba o envidiaba. El deseo de
obedecer es casi un componente igual de la pauta política, y
esto, a su vez, puede considerarse como una transferencia a la
vida adulta de un anhelo por la seguridad de la guardería con
sus estándares externos.

66 Géza Róheim fue un antropólogo y psicoanalista húngaro que aplicó al folklore los
planteamientos de Freud partiendo del supuesto de que los mitos y leyendas pueden
interpretarse con la misma metodología que los sueños.
Bronislaw Malinowski fue el fundador de la antropología social británica a partir de la
renovación metodológica basada en la experiencia personal del trabajo de campo, y en la
consideración funcional de la cultura.
La agresión, otro componente de la delincuencia adulta, no
es en modo alguno un elemento anormal o necesariamente
indeseable. La humanidad se mantiene mediante una actitud
"agresiva" hacia su "entorno", es decir, aquello que está fuera
de su propia imagen corporal; la agresión interpersonal en su
sentido más habitual es en raíz un deseo de reconocer y ser
reconocido para evitar ser ignorado o aislado. En esta medida,
al menos, "el odio es el precursor del amor". El sadismo en su
sentido técnico se basa con toda probabilidad en un impulso
primario de los mamíferos, en el que se combinan elementos
de agresión, la búsqueda de relaciones dinámicas y el deseo de
perseguir y capturar o de una fuerte estimulación de la piel
durante el apareamiento. El tipo de sadismo que se presenta
en la discusión de las atrocidades políticas y militares implica la
apropiación de este conjunto de reacciones por un mecanismo
neurótico: el deseo de infligir sufrimiento como medio o
sustituto de la normalidad sexual y socio‒sexual; relaciones
transferidas, en este caso, lejos de toda relevancia genital.

Freud consideraba el sadismo como un impulso primario que


se convierte en masoquismo, el deseo de sufrir o de
someterse, solo donde provoca una reacción de culpabilidad
en el sujeto. El estudio de la agresión en la sociedad apunta
algunas dificultades de este punto de vista: el deseo de sufrir
es probablemente más fundamental para el individuo de lo que
el propio Freud sospechaba. Freud ciertamente reconoció la
“disposición a sufrir dolor en la ruta tortuosa hacia el placer”
que contribuye a muchos de los patrones más complicados de
conducta que confunden las teorías simples de la historia social
humana con una búsqueda de la felicidad.
De todo esto, la mayoría de los intentos de identificar los
componentes del 'deseo de poder' se han concentrado en

(1) patrones simples de dominio;

(2) autoidentificación con el padre coercitivo y deseo de


imitar su estatus;

(3) el poder como un sustituto sexual, o como una forma de


compensación por no asegurar el estatus y el afecto en otra
parte;

(4) la actitud de las sociedades que ofrecen el poder político


como una actividad legítima y aprobada.

Esto conlleva su propia plática con el deseo de obediencia:

(1) como aceptación del dominio de otros;

(2) como una perpetuación de la conducta infantil y el deseo


de seguridad del estatus a través de la sumisión;

(3) como medio de reconciliar el sadismo con la


desaprobación y la resistencia que evoca;

(4) como un deber positivo, inculcado por la tradición.

Adler parece tratar el comportamiento de dominación como


un "impulso" primario; esto no es necesariamente
incompatible con la hipótesis de Freud de que se exhibe
originalmente en contextos sexuales del niño que él moldea.
Los estudios posfreudianos de Klein sobre bebés sugieren que
la voluntad de moldear su entorno y el comportamiento de los
demás de manera agresiva aparecen muy por delante del
pensamiento conceptual y están acompañados por el miedo a
hacerlo con demasiado éxito. Los patrones de conducta a los
que dan lugar estos procesos en los adultos son, en todo caso,
irracionales. Cualquier intento de aplicar ideas rígidas de
"normalidad" a estos patrones se topa con dificultades
inmediatas, ya sea que lo normal implique predominio o
conveniencia. Los patrones de dominación aparentemente son
separables de todos los tipos de relaciones en hombres y
animales, y el poder político solo explica algunos de ellos. La
identificación con el padre también es, en esencia, un patrón
normal; la deficiencia moral en diversas formas parece estar
asociada con una ausencia de seguridad en el hogar, y parece
que los énfasis anormales y dañinos solo ocurren cuando el
elemento de coerción y fuerza en el padre es excesivamente
prominente: la identificación en este caso puede tomar forma
de rebelión o de un deseo imperioso de infligir a otros el tipo
de autoritarismo del propio padre. En esta medida, las
sociedades "patriformes" coercitivas perpetúan su estructura
mediante relaciones familiares represivas. La asociación de la
conducta que inflige coerción y dolor con la sexualidad es sin
duda una neurosis en sus manifestaciones sociales.

Si definimos una neurosis como la repetición fija de una


conducta inapropiada en respuesta a un conflicto, es una que
la retención de las salidas sexuales en nuestra propia sociedad
parece propagar. El énfasis en la sociedad centralizada que
juega el papel más importante en la producción de militantes
tiranías políticas es probablemente el deseo de una
continuación de la conciencia exterior, parental, en la vida
adulta.

La tensión de la dependencia del juicio individual y la falta de


estatus que el adulto siente en la vida asocial jerarquizada son
causas prominentes de la obediencia ilimitada y masoquista
que exige el fascismo y que la democracia puede
ocasionalmente obtener67. La obediencia en las sociedades
modernas es más a menudo un vicio espantoso que una virtud
cristiana.

Lo sorprendente de estos elementos en el comportamiento


social es que cuanto mejor es el ajuste individual, más
fácilmente se absorben los patrones de vida ordinarios y
menos incentivos quedan para convertirlos en la base de un
impulso dominante para regular el comportamiento de los
demás.

La conexión más cercana entre el poder y la anormalidad se


encuentra en la naturaleza esencialmente improductiva y poco
creativa del impulso de regular mediante la prohibición. Este
impulso es casi siempre la expresión de una adaptación fallida,
más que exitosa. Tratamos de prohibir estas cosas que nos
inspiran sentimientos de culpa, resentimiento o celos: la
prohibición sustituye la participación. La prohibición de la
indecencia es una reserva de aquellos para quienes la
experiencia sexual es una fuente de culpa y disgusto: la
prohibición de la riqueza puede representar la reacción del
67 Véase E. Fromm, The Fear of Freedom, 1940.
hombre que ha sido privado de bienes e insultado por los
poseedores. Hasta cierto punto, la prohibición de la
delincuencia es la reacción de quienes tienen una identidad
enraizada con el delincuente. Como el Dr. Johnson, están
forjando sus propios grilletes.

La concepción optimista de la "naturaleza humana" en


psiquiatría, en la medida en que está unida y articulada, ha sido
bien planteada por Fleming:

El problema del educador no es tanto el de


'entrenamiento' hacia la iniciativa, la honestidad, y la
sinceridad emocional como favorecer oportunidades para
que estos atributos se revelen por sí mismos. El niño, el
adolescente o el adulto no es simplemente un "salvaje" o
una "bestia" cuyos impulsos antisociales hacia la
autoafirmación, la crueldad o la codicia requieren ser
refrenados; sino un ser humano, de naturaleza social ("un
hijo de Dios"), que es capaz de hacer tanto el bien como el
mal, pero que sólo puede encontrar satisfacción en el
"bien". En una atmósfera de frustración, agresión,
desánimo y negligencia, parecerá agresivo, cruel, antisocial
e inhibido; pero la eliminación de tales influencias resultará
en la revelación de una nueva criatura.

En los últimos veinte años se han recopilado abundantes


pruebas en este sentido a partir de experimentos sobre el
tratamiento situacional de niños problemáticos y (más
recientemente) de la observación de la reeducación de la
juventud nazificada y la rehabilitación de prisioneros de
guerra neuróticos. Los seres humanos son sociales. Ellos
necesitan dar afecto, ejercitar la responsabilidad, y adquirir
conocimiento; y ante la ausencia de frustraciones
impuestas y con la presencia complementaria del afecto, la
confianza y el ánimo paciente de grupos amistosos y
receptivos, se ha observado que han alcanzado virtudes
sociales cuyo florecimiento parecía imposible bajo otros
tipos de educación68.

He dicho en otra parte (Nature of Human Nature,


Weidenfeld, 1966) que el hombre, en términos de primates, no
es tanto un animal social propenso a ataques de agresión
irracional como un animal irracionalmente agresivo capaz de
ataques de sociabilidad. Sin embargo, esto hace poca
diferencia con el hecho de que el cultivo de estos poderes
sociales (que son básicos para los primates, ya que la agresión
irracional parece ser exclusivamente humana) depende del tipo
de enfoque que sugiere Fleming. Convertir la reforma de las
costumbres en sí misma en un vehículo de agresión es inútil y
perjudicial.

La violencia del contraste entre esta visión y la idea del


gobierno como un peso situado sobre los impulsos
delincuentes humanos para contenerlos no se suaviza por la
estrecha conexión entre el estímulo administrativo de grandes
agregados jerarquizados y la negación de precisamente esas
condiciones de desarrollo social y personal que defiende este
moderno cuerpo de experiencia. La sociedad jerarquizada no
proporciona estas condiciones ni a los gobernantes ni a los
gobernados, y las reacciones de ambos se combinan para

68 Fleming, Adolescence, pág. 210, 1948, Routledge y Kegan Paul.


amenazar con su colapso violento. La política en este contexto
se ve menos como una actividad delictiva de individuos
borrachos de poder ‒el estereotipo que atrae al revolucionario
profesional cuando está fuera del despacho ‒ que como una
actividad que no es rentable en sí misma, ya que sus
presupuestos contradicen sus propósitos. Casi todos sus
remedios agravan el tipo de comportamiento que pretenden
eliminar. Los elementos adictivos en los cargos políticos, que
Acton reconoció, bien podrían hacer que la sociología científica
no esté dispuesta a dar más que un apoyo cauteloso a las
medidas de descentralización que implican la elección de
individuos para cargos públicos. Prefiere tratar directamente
con el individuo, a través de la educación y la creación de
comunidades experimentales que cumplan los requisitos
establecidos por el estudio científico.
VII. REMEDIOS

1. Revolución

Esta es una época de revolucionarios desanimados. El patrón


del siglo XIX de violentos cambios sociales desde abajo exige la
atención total de los sociólogos serios sólo en aquellos países
que quedaron rezagados en el patrón de centralización: los
estados balcánicos, España e Italia, los estados comunistas y los
movimientos nacionalistas emergentes del Este. La revolución
en su significado original liberal y radical es una revolución en
favor de la centralización, más que en contra. Asume todos los
supuestos sobre la función del Estado existentes en la tradición
parlamentaria; de hecho, su objeto es la captura de las
instituciones para reparar agravios.

Parte del desconcierto de los cuerpos revolucionarios


ingleses de todas las complexiones proviene de la apreciación
de que la noción del siglo XIX de un dique en masa contra los
opresores de clase tenía poca realidad: las revoluciones que
han tenido éxito se han organizado invariablemente en torno a
un gobierno rival, un Órgano directivo estrechamente unido
que ha dependido del sentimiento popular para su apoyo, pero
que se ha preocupado principalmente de hacerse cargo del
mecanismo legislativo y ejecutivo existente. Otro factor
desfavorable es que el inevitable avance de la población
urbana hacia la insurrección descontenta, previsto por los
primeros socialistas, se ha detenido decisivamente en algunas
sociedades por la paliación de las peores características del
industrialismo y un marcado aumento del confort material. La
sociedad jerarquizada ya no proporciona invariablemente un
proletariado revolucionario militante. La principal amenaza a
esta estabilidad superficial proviene de la oscilación de auge a
recesión de las economías, pero las manifestaciones de
descontento, cuando aparecen, son dirigidas por toda la vida
social urbana hacia canales que conducen a agravamientos del
patrón de economía centralizada. Si los gobiernos demócratas
están violentamente postrados en estas condiciones, es más
por las formas extremas de jerarquía basadas en las
exageraciones de sus propias actitudes irracionales ‒fascismo,
nazismo, o comunismo totalitario 69. La revolución en estas
condiciones es generalmente una estabilización final del patrón
de la economía de guerra permanente como solución a las
dificultades pendientes. Al igual que la guerra, obtiene su
apoyo creando un sentido de propósito cívico y dirigiendo la
atención a enemigos estereotipados. La primera tarea de
cualquier administración revolucionaria es asegurar que el
cambio de control no trastorne seriamente el funcionamiento
detallado de la comunidad; la segunda es proveerse de un
cuerpo de represión capaz de interponerse entre ella y el
público en general.

69 Las referencias a la 'centralización', cuando se aplican al comunismo ruso, ahora me


parecen demasiado simplificadas, ya que esto implica una mezcla mucho más compleja
de tendencias centralizadoras y descentralizadoras de lo que pensaba anteriormente: el
punto principal sigue siendo justo, sin embargo, y no lo he alterado.
De los movimientos revolucionarios en Europa, solo los
anarquistas difieren de las ideas preconcebidas de la función
estatal que defienden los gobiernos existentes. Los primeros
teóricos del anarquismo, como William Godwin y Kropotkin,
anticipan con entusiasmo los hallazgos de la sociología en su
estimación del comportamiento humano y los medios para
modificar la conducta. La singularidad de la sugerencia de
Godwin de que un individuo libre no debería dignarse tocar en
una orquesta con director es menos obvia si la expresamos en
términos de la restricción del arte a los profesionales, que es
uno de los muchos tipos indirectos de vida en la sociedad
moderna. Godwin no previó la amplia disponibilidad de este
tipo de arte centralizado que la tecnología ha proporcionado, y
podría no haber aceptado su valor si lo hubiera previsto.
Kropotkin influyó profundamente en la biología humana con su
teoría de la ayuda mutua, propuesta como contraataque a las
conclusiones extraídas por las clases dominantes de la "lucha
por la existencia" darwiniana. Fue uno de los primeros
estudiosos sistemáticos de las comunidades animales y puede
ser considerado el fundador de la ecología social moderna.

La tendencia actual y visible hacia la organización


centralizada como requisito para el progreso tecnológico ponía
la balanza fuertemente en contra del ala anarquista del
movimiento radical. Como movimiento de masas potencial, el
anarquismo conservó su fuerza solo en España, donde se
estableció una comunidad anarquista durante la Guerra Civil, y
en Italia. Conserva sus planteamientos clásicos del siglo XIX
sólo en culturas donde el industrialismo no interrumpió por
completo el patrón de la vida rural comunal, y donde la idea de
la autosuficiencia local nunca ha parecido quimérica o
retrógrada.

Las fuerzas que moldean al revolucionario individual son al


menos tan complejas como las que moldean a los gobiernos.
Los psicópatas ansiosos de poder, los esquizofrénicos y los
teóricos que se refugian en esquemas utópicos, algunos al
menos, son personas que, en un contexto diferente, podrían
convertirse en gobernantes institucionales. Flügel70 ha
resumido el papel de las reacciones a la autoridad parental en
la producción de personas de este tipo.

Sin embargo, es tan infundado identificar todo pensamiento


revolucionario con psicopatía como detectar signos de locura
en todos los gobernantes institucionales. Las actitudes
irracionales que surjan en el curso de las revoluciones son
evocadas por defectos reales de la sociedad. La psiquiatría que
identifica a todo descontento con la sociedad como una
manifestación de mala salud, reclamando un "reajuste", niega
su propia vocación. Sugerencias de que las clases trabajadoras
golpean más que las profesionales debido a una disciplina
parental más brutal en sus hogares71 o que 'agitadores,
objetores de conciencia, fanáticos, publicistas y chiflados'72
caen automáticamente en la clase de antisociales psicópatas
inalterables, manifiestan una insensibilidad a las realidades que
la psiquiatría no puede permitirse. Todas las actividades
humanas tienen connotaciones si no orígenes inconscientes. Lo
que importa es nuestra capacidad para compararlos con
70 JC Flügel, El estudio psicoanalítico de la familia, 1938.
71 C. Burt, citado por Flügel, op. cit.
72 HS Hulbert, citado por Norwood East, op. cit.
precisión con la realidad. Podemos permitir al menos tanto
reconocimiento de la parte de los procesos inconscientes en la
psicología de la agitación social como en la psicología del
gobierno sin perder de vista el hecho de que el mérito de la
adaptación depende de las circunstancias a las que se le pide al
paciente que se adapte. La redirección de los impulsos
agresivos producidos por la vida asocial contra el patrón de la
asocialidad, más que contra los estereotipos externos, no es
más que la contraparte del mecanismo por el cual la
humanidad ha superado la viruela y el cólera, y es una salida
eminentemente aceptable para tales impulsos, siempre que
tome la forma de desobediencia racional y plenamente
consciente de individuos inteligentes hacia instituciones
irresponsables. Que el material de tal revolución existe es
evidente en la práctica clínica. Siempre que el psicólogo social
señala al individuo las razones de su incapacidad para
encontrar satisfacción en los patrones sociales existentes, está
realizando una obra de subversión obligatoria y enteramente
necesaria.

Encontramos las obligaciones revolucionarias de la


psiquiatría más fáciles de aceptar en el contexto del fascismo o
el comunismo que en nuestro propio sistema. Pocos, si es que
hay alguno, psicoterapeutas desearían 'reajustar' al SS o al líder
del comando de la muerte a su ocupación. Tanto la ciencia
como el público de órdenes jerarquizados subestiman su
propio poder para frenar la delincuencia grupal mediante la
acción individual. En repetidas ocasiones se ha sugerido que la
concentración del poder militar en manos del Estado
imposibilita la resistencia efectiva. En términos de la fantasía
accionista de los radicales del siglo XIX, esto es
indudablemente cierto, pero el estado de guerra centralizado
es probablemente más vulnerable a la desobediencia individual
que cualquier tipo de cultura anterior, debido a su
dependencia de la tecnología y la aquiescencia. Hemos visto el
precario equilibrio que mantienen esos estados cuando se
involucran en guerras o persecuciones civiles. Las guerras
defensivas y ofensivas llevadas a cabo por estados grandes, por
medio de ejércitos civiles, están totalmente a merced de la
moral individual, y las potencias militares dedican una inmensa
energía a su mantenimiento. La amenaza de dominación por
parte de enemigos externos ha contribuido en gran medida a
ocultar el hecho de que la guerra defensiva es en sí misma una
elección gubernamental consciente: la legislatura que tiene
que enfrentarse a un público completamente poco confiable es
probable que muestre una cautela diplomática similar a la de
los estados que no poseen una posibilidad razonable de resistir
la agresión con armas. En las condiciones actuales, donde la
guerra tanto defensiva como ofensiva es incompatible con la
supervivencia individual y nacional, tal actitud puede
considerarse como una valiosa salvaguardia.

Las campañas de públicos no organizados, contra el


estalinismo en Europa del Este, contra la persecución racial en
Sudáfrica, contra las armas nucleares en Gran Bretaña y
Alemania Occidental, se están convirtiendo en una
característica cada vez más extendida de la época. Se trata de
movimientos ad hoc, con poco o ningún "liderazgo", a menudo
fuertemente antipolíticos y que se expresan en desobediencia
directa, de un tipo que los líderes políticos de los partidos no
pueden explotar en su propio interés o hacerlos inofensivos.
De hecho, son parte de una reacción confluente, contra el
abuso de poder, por parte de personas que se han dado cuenta
de que sus vidas están amenazadas por la existencia de
delincuentes en el poder. En esta situación, incluso los
acérrimos antagonistas de la Guerra Fría, los líderes políticos
de los estados comunistas y anticomunistas, están
comenzando a reconocer una interdependencia mutua: tienen
un interés común en prevenir amenazas anárquicas a la ley y el
orden.

Llama la atención el poco entusiasmo que mostraron los


gobiernos occidentales por la idea de que el levantamiento
húngaro pudiera tener éxito. Mucho de esto probablemente se
debió al reconocimiento de que su fallo tendría un gran valor
propagandista para ennegrecer a quienes la reprimieron por la
fuerza; más, quizás, fue el resultado del sentimiento de
compañerismo con los represores, y la desagradable conciencia
de que tales demostraciones de independencia pública es
contagiosa y una amenaza para todo buen gobierno. En este
sentido, todos los gobiernos están del mismo lado: tienden a
ser miembros del mismo sindicato y a saber instintivamente
que deben apoyarse mutuamente, como antes las casas reales
se apoyaban contra el republicanismo independientemente de
sus querellas. Podemos esperar una unidad de sentimiento
similar ante los públicos recalcitrantes.

El logro de este estado de cosas es, de hecho, una


consecuencia casi inevitable de la difusión de la sociología
moderna en las democracias, y los cambios en la guerra y en el
estatus mundial de Gran Bretaña bien pueden acelerarlo. La
tolerancia de la guerra por parte del público británico ha
disminuido de un conflicto a otro, y aunque no podemos
sobreestimar la durabilidad del cambio, ni subestimar la
eficacia de la propaganda en un temor y aquiescencia
entusiastas, la actitud del progreso de un cambio
profundamente arraigado no siempre puede medirse por la
superficie de la opinión. Una estimación de la resistencia
efectiva a la guerra en Gran Bretaña hoy en día debería incluir
no solo a los objetores de conciencia, sino al grupo más grande
de objetores no de conciencia que se expresan con la
deserción, ya sea que profesen aceptar la guerra como
institución o no. Independientemente de cómo se puedan
racionalizar las necesidades de la guerra, el público
combatiente moderno exhibe manifestaciones de culpa e
inquietud que desmienten su consentimiento consciente.

Se ha sugerido que el crecimiento del sentido social puede


hacer que las naciones no sean aptas para resistir los ataques
de vecinos menos escrupulosos73. Sin embargo, el proceso no
puede revertirse. No podemos tenerlo de ambas maneras. O la
psicología social se dedica a cultivar actitudes positivas basadas
en la responsabilidad humana, sean cuales sean las
consecuencias, o debe dejar de existir como ciencia
independiente y aceptar un estatus puramente veterinario.
Con los efectos de la energía atómica, no podemos seleccionar
y rechazar ciertas consecuencias del conocimiento; sólo
podemos acomodarnos al patrón completo. La irrelevancia de
la victoria militar en términos de guerra total, y el
conocimiento de la naturaleza de las consecuencias de la
defensa en la vida económica y cultural, proporcionan motivos
adicionales para negarse a abandonar la lucha.

73 M. Mead en el Congreso Internacional de Salud Mental, 1948.


En gran medida, la idea de la indefensibilidad de las culturas
sociales es cierta sólo si pensamos en términos de defensas
militares e institucionales del tipo que defiende el Estado. Estas
culturas son muy resistentes a la interferencia externa, y esta
resistencia es tanto más eficaz porque no depende de la
organización. Las sociedades jerarquizadas como la nuestra no
tienen una defensa cultural en profundidad; su derrota es
siempre total. Una vez que se rompe la corteza de la
protección militar, el Estado ha agotado sus recursos y puede
considerar que es una obligación entregar el ejecutivo a los
vencedores en interés del orden público. Las sociedades
sociales dependen predominantemente para su integridad de
los patrones de vida y creencias de los individuos y los grupos
pequeños. Una de las debilidades esenciales de la asocialidad
es que no tiene defensas adecuadas contra los tiranos,
nacionales o extranjeros. Al inculcar patrones de vida que
pueden expresarse en la independencia y en la resistencia a la
autoridad central cuando esto parezca necesario, en realidad
estamos creando un público que es más capaz de cuidarse a sí
mismo que la sociedad de conformistas de la que depende la
defensa militar. Si la resistencia a la agresión externa por estos
medios implica la aceptación de la pérdida, el sufrimiento y un
retroceso parcial de la sociedad, se puede sostener que tales
riesgos no son mayores que los de una guerra defensiva exitosa
en la actualidad. Los rasgos de la vida nacional ‒soberanía
política, instituciones, el Estado mismo‒, que los líderes
militares pretenden defender, son menos importantes en la
escala de valores de la civilización que la socialidad, la
estabilidad y el juicio individual.
La sociología responsable debe reconocer, sin embargo, un
sentido de urgencia en la conducción de su propaganda: la
etapa de transición, en la que los individuos están disgustados
y desconfiados hacia el patrón existente, sin haber tenido
tiempo de formar uno nuevo estable, es particularmente
probable que produzca catástrofes. En vista del mecanismo por
el cual se forman las actitudes, la transición no puede ocupar
mucho menos que una generación, y si queremos estabilizar
nuestra cultura en el mundo moderno es evidente que
deberíamos dedicar más tiempo al trabajo práctico y educativo
fuera del patrón existente y basado en principios esenciales.

El que la revolución se produzca de forma repentina o


gradual es más una cuestión de circunstancias y eventos que
de elección. La 'revolución histórica' es por lo general sólo la
punta emergente de un proceso gradual de cambio de actitud.
Puede ser necesaria una acción decisiva, pero no como un
elemento de una revolución‒fantasía. La transición de la vida
asocial a la social tiene lugar de una forma más parecida al
término religioso 'transustanciación' en lugar de en las
barricadas, y cualquier violencia que ocurra es más probable
que provenga de los defensores de los viejos esquemas, que
siguen considerando la coacción institucional el medio de
'salvar la República', que de los propios revolucionarios.

Con mucho, la crítica más seria a la concepción ortodoxa y


marxista de la revolución, como afirman estudiosos críticos e
inteligentes de la sociedad, como Caudwell74, surge de la
magnitud del cambio que se espera que produzca tal

74 C. Caudwell, Ilusión y realidad, Estudios sobre una cultura moribunda, 1993 8 ‒


revolución por medio de métodos principalmente
institucionales. La deficiencia de trabajo de la teoría social
marxista, para una visión sociobiológica completa, es su
incapacidad para reconocer el papel que juegan los factores
inconscientes en la determinación del comportamiento
económico, así como lo contrario, y sobre todo su incapacidad
para llegar a un acuerdo con la psicopatología, que ha
distorsionado sus intenciones constructivas exactamente como
en otras sociedades, si no más. Los logros sociales y
económicos de la sociedad soviética que pretende haber
realizado el comunismo, a menudo se han hecho a pesar del
gobierno. El marxismo per se no tiene ninguna explicación para
las irracionalidades y 'cultos a la personalidad' que tanto han
obstaculizado su desarrollo lógico. Que los gobiernos
revolucionarios puedan infundir una nueva integración social
en sus públicos no está en duda: en esta medida, la evolución
modifica y mejora el ajuste individual en culturas donde la falta
de objetivos es causa de mala salud. Sin embargo, esto puede
ocurrir sin hacer referencia a los objetivos sociales. El nazismo
logró en gran medida revivir el sentimiento grupal alemán. Sin
embargo, los métodos de los revolucionarios son casi siempre
idénticos a los utilizados por los grupos gobernantes asociales
en tiempos de guerra: proyección, movilización del
resentimiento grupal contra estereotipos, y un nacionalismo
político o geográfico de clase o Estado75. Incluso cuando, como
en los primeros días internacionalistas del comunismo, la

75 «La miseria y la depresión generalizadas no provocan revoluciones por sí mismas.


Antes de que la revolución pueda ocurrir, la miseria de la gente debe ser explotada por
un pequeño grupo que se beneficiará con el cambio y que esté dispuesto a proporcionar
la dirección necesaria y a utilizar métodos extremos para lograr sus fines.'‒ WF Ogbum y
MF Nimkoff Manual de psicología social (Kegan Paul, 1946).
proyección se limitaba a un enemigo de clase, es difícil
reinterpretar las ideas revolucionarias marxistas en términos
que coincidan con el trabajo antropológico moderno. Shelley
estaba más cerca de la verdad en su autoanálisis del tiranicidio
y el asesinato del padre. Cualquier cambio fundamental en el
patrón de una cultura depende de cambios en la estructura del
carácter de sus miembros, tanto como causa como como
efecto. Se ha demostrado repetidamente que tales cambios
dependen menos de las instituciones públicas y políticas que
de fuerzas ambientales relativamente poco visibles en la niñez.
Sería perfectamente posible argumentar que los cambios de
comportamiento en una cultura dada debidos a un cambio en
el patrón de la alimentación infantil probablemente sean más
extensos que los que surgen de una revolución en la
distribución del poder económico y político.

Este punto de vista no sugiere que el cambio económico sea


impracticable, sino solo que debe llevarse a cabo dentro de un
tipo diferente de cambio social, y no simplemente adherido a
una cultura existente, y que está condicionado al
reconocimiento de las posibilidades psicopatológicas de la
autoridad. El adversario de la "revolución" hoy no es la
naturaleza humana, sino el desvío de la actividad política hacia
la promoción de personas ambiciosas y fantasiosas. Ninguna
revolución real puede producirse mediante la interacción de
agregaciones y proyecciones que constituyan casi la totalidad
del pensamiento político tradicional, tanto gubernamental
como revolucionario. El estatus de los mecanismos de poder
como medio de autoexpresión para los delincuentes y para sus
impulsos agresivos limita efectivamente su uso como medio de
cambio social basado en la investigación observacional.
En este sentido, la sociología moderna defiende
enfáticamente la concepción libertaria‒anarquista más que la
totalitaria‒institucional del cambio social, aunque lo hace de
manera crítica. El repudio de la autoridad puede surgir
igualmente de la madurez y la inmadurez, y en una proporción
de rebeldes es en sí mismo un rasgo psicopático. Pero los
principios básicos de muchos de los escritores anarquistas, la
socialidad humana fundamental, lo inadecuado de los medios
coercitivos para modificar los patrones culturales, el repudio de
la autoridad y la política para producir cambios sobre la
asunción de la responsabilidad personal por parte de los
individuos, la "ayuda mutua" o la "acción directa", tienen una
validez general que no dependen de las fuerzas inconscientes
que pueden haber impulsado a quienes están en el poder.

El anarquismo, aunque muestra algo de la fantasía de acción


que es común en el pensamiento radical del siglo XIX, se basa
no tanto en un futuro utópico como en un retorno a un
naturalismo primitivo que liberará a los hombres del Estado
político y la explotación económica. En este sentido, el
anarquismo tiene mucho en común con la mitología del
regreso a un pasado arcadiano76.

Sin embargo, la Edad de Oro, como el "estado natural", se ha


desvanecido de la vigencia del pensamiento social y de las
fantasías de acción con él. La profunda transformación de los
mitos originales de Godwin o Shelley a través del estudio
sistemático del hombre los ha alineado más con las realidades
de la experiencia. Como otros mitos, no son programas de

76 Kimball Young, op. cit.


acción, sino vislumbres de posibilidades a seguir o rechazar en
términos de realidad y experiencia. Si hay o hubo una Edad de
Oro, su existencia está en la mente humana más que en
sociedades concretas. En este sentido, el mito de la
sociabilidad humana, como el mito de la salud humana, es una
de las aspiraciones que la humanidad ha intentado
perpetuamente reconciliar con la realidad, primero mediante
la magia y la oración, luego mediante la acción empírica, y más
tarde aún mediante la investigación planificada de la ciencia
aplicada. Las revoluciones que dan crédito demasiado grande y
literal a sus mitos en el sentido histórico, y que apuntan a
retrocesos concretos en la sociedad, abandonando la
maquinaria y el progreso técnico, son contradicciones de la
tendencia de los valores humanos. Si la sociedad no se ajusta a
los requisitos conocidos del hombre, podemos modificarla en
una sola dirección, hacia un mayor control sobre nosotros
mismos y nuestro entorno. Este tipo de revolución contrasta
fuertemente con la política de los revolucionarios que desean
avanzar empíricamente y de los revolucionarios obsesionados
con un pasado en gran parte ilusorio.

Se ha sugerido una receta un tanto curiosa para "nuestro


actual descontento". Lamentablemente no se basa sobre
etiología científica, sino que es una manifestación de
psicopatología. Su plan es eliminar toda la estructura
industrial moderna y volver a la forma de sociedad
preindustrializada. Esto fue propuesto seriamente como
una línea de acción hace algunos años por Gandhi en la
India, y también encontró el favor del Estado Libre de
Irlanda. La vida, sin embargo, se establece en una pista de
tiempo unidimensional. Ni en el individuo ni en el grupo
puede retroceder, y en momentos de dificultad el impulso
de retroceso puede ir acompañado de nociones de fantasía
que conducen a dificultades aún mayores a quienes
intentan ponerlas en práctica 77.

Los sustitutos místicos y regresivos del Estado centralizado


desaparecieron de la corriente del pensamiento científico a
fines del siglo pasado. Los oponentes del enfoque institucional
en la actualidad se encuentran en este punto sobre un terreno
psicológicamente más seguro. En palabras de un anarquista del
siglo XX:

No somos una sociedad primitiva y no hay necesidad de


volvernos primitivos para asegurar lo esencial de la libertad
democrática. Queremos conservar todos nuestros triunfos
científicos e industriales: energía eléctrica, máquinas
herramienta, producción en masa y el resto. No nos
proponemos volver a la economía del telar manual y el
arado.... La verdad fundamental sobre la economía es que
los métodos e instrumentos de producción, utilizados libre
y justamente, son capaces de proporcionar a todo ser
humano un nivel de vida digno78.

La única perspectiva seria de desindustrialización radica en la


destrucción catastrófica de la sociedad occidental por la
guerra, el hambre o el agotamiento, y tal revolución devolvería
al gobierno indefinidamente a la jungla y al bacilo. Cualquier
intuición y posibilidad de progreso que tengamos ahora se la

77 Halliday, op. cit.


78 Herbert Read, Al infierno con la cultura, 1943.
debemos a la ciencia y a la compleja máquina social que la ha
producido.

Durante muchos años se ha advertido al público de los países


occidentales sobre el próximo siglo. La ciencia, han dicho los
profetas, destruirá al hombre. Será aniquilado por bombas
atómicas (productos de una ciencia no regenerada), o será
conducido en sociedades parecidas a las hormigas cuyos
gobernantes (gracias a la ciencia) pueden espiarlo por
televisión, influenciarlo por ondas o lavar su cerebro y
reemplazarlo, proyectos todos curiosamente familiares para un
oyente médico. Más respetablemente, el hombre simplemente
se morirá de hambre debido a la superpoblación, o se volverá
tonto por no propagar una aristocracia intelectual. Mientras
haya tiempo, que vuelva atrás; que abandone la ciencia y
vuelva al sentido común, a las deidades tribales y al pasado. En
esta receta, los reaccionarios tradicionalistas y los
revolucionarios "de vuelta a la naturaleza" están igualmente
firmes e igualmente irracionalmente unidos.

Nuestra generación, ciertamente, está calificada para


reconocer el peligro. Ha visto lo que puede hacer un Hitler, y
todavía vive sabiendo que un puñado de psicópatas podría
poner fin a la historia de la humanidad. Pero al reconocer el
peligro no necesitamos perder nuestro sentido de la
proporción; y deberíamos saber a estas alturas que las fuerzas
con más probabilidades de traducir tales amenazas en realidad
son, en primer lugar, el miedo paranoico y, en segundo lugar, la
convicción de que el futuro no nos depara nada. Es posible que
necesitemos advertencias, pero la predicción de la fatalidad a
través de la ciencia debe verse como una tontería, y sus
duendes como parte de una fauna psiconeurótica, si no
psicótica. Los peligros para la humanidad son, como siempre,
graves; pero en ningún momento el hombre ha estado en
mejores condiciones para lidiar con ellos. La verdadera defensa
no es volver a nada, sino seguir adelante, no menos
conocimiento y libertad, sino más. Ésta es una tarea que la
medicina y la ciencia no pueden permitirse descuidar. Cuanto
más rápido sea el cambio en nuestras sociedades, mayor será
la necesidad de prever y prepararse.

Una parte del futuro político del hombre ya está siendo


influida por la ciencia en un sentido opuesto al profetizado por
los pesimistas. En el pasado, las sociedades que sacaban su
dinámica de ideologías rígidas y conformidades no se vieron
seriamente obstaculizadas por ellas para imponerse al mundo y
a sus vecinos. En algunos aspectos, estas 'culturas acorazadas'
tenían una ventaja: perdieron su arte, su literatura y su
capacidad de disfrute, pero no su eficiencia competitiva. Pero
una vez que la tecnología científica se convierta en la principal
cualificación que permita a una sociedad competir, es probable
que esta situación cambie. En un mundo así, las ideologías
traerán consecuencias inmediatas y evidentes. La relatividad
puede ser un concepto filosófico, pero si es erróneo debemos
alterar el diseño de nuestro equipo electrónico. Por tanto, una
sociedad puede tener que elegir entre "hamburguesas"
genéticas y no carne de res, o entre economía "comunista" y
no producción. Además, la eficiencia competitiva continua de
una cultura neotécnica dependerá de las actitudes de los
hombres que produce: sus líderes dependen cada vez más,
incluso en las políticas delictivas, de psicólogos cuya formación
necesariamente pondrá en cuestión el estado mental de los
líderes y los ingenieros, quienes, si sus máquinas van a dejar el
suelo, serán incapaces de aceptar el dogma de que 2 = 3. Sin
embargo por mucho que permitamos, como debemos, el poder
humano del doble pensamiento, que afecta a los científicos
tanto como (algunos dirían más que) a sus semejantes, el
continuo crecimiento del estudio analítico a propósito de la
naturaleza debe dar lugar a un estudio más analítico de
nosotros mismos, de la sociedad y de las pretensiones de los
futuros líderes o gobernantes.

El hombre del siglo XXI tendrá sus propios problemas. Puede


mirar hacia atrás a la nuestra como una época de desigualdad e
ideología, en la que las sociedades aún delegaban autoridad a
personas esencialmente agresivas; como la edad en la que fue
posible primero controlar la enfermedad y el hambre y luego
(aplicando los mismos métodos de pensamiento) controlar los
aspectos antisociales, irracionales e incoordinados de la
conducta humana que obstruían la aplicación del
conocimiento; y posiblemente como la edad de oro de la
ciencia en general. Dado que el progreso exponencial del
conocimiento difícilmente puede continuar indefinidamente
sin una pausa, nuestros nietos pueden pasar el siglo XXI
respirando y permitiendo que la civilización se ponga al día con
el progreso práctico e intelectual logrado en el tiempo de lucha
y excitación que precedió eso. Pero si leen nuestra literatura,
tendrán menos respeto por los Jeremías y los Jonás que
predijeron el juicio que por los Esdras que instaron a sus
contemporáneos a reconstruir el Templo.

Si la palabra 'anarquismo', como nombre para el intento de


efectuar cambios desde lo centralizado e institucional hacia la
sociedad social y 'orientada a la vida', tiene implicaciones
irracionales o sugiere una ideología preconcebida, ya sea del
hombre o de la sociedad, los intelectuales modernos pueden
dudar en aceptarlo. Ninguna rama de la ciencia puede darse el
lujo de aliarse con la fantasía revolucionaria, con ideas de
conducta humana emocionalmente determinadas, o con
actitudes psicopáticas. Por otro lado, las alternativas sugeridas
‒Civilización biotecnológica, (Mumford); Sociedad
paraprimitiva (GR Taylor)‒ tienen pocas ventajas más allá de su
novedad, y no reconocen ninguna de las deudas que tenemos
con los pioneros.

La intervención de la sociología en los asuntos modernos


tiende a propagar una forma de anarquismo, pero es un
anarquismo basado en la investigación observacional, que
tiene poco en común con la vieja teoría revolucionaria, aparte
de sus objetivos. Se basa en estándares de evaluación científica
a los que los elementos propagandistas y de acción del
pensamiento revolucionario del siglo XIX son sumamente
hostiles. También es experimental y tentativo en lugar de
dogmático y mesiánico. Como teoría de la evolución, reconoce
el proceso revolucionario como aquel al que no se pueden
imponer límites; una revolución de este tipo no es un solo acto
de reparación o venganza seguido de una edad de oro, sino
una actividad humana continua cuyo objetivo retrocede a
medida que avanza el progreso.

El concepto específicamente "anarquista" más relevante hoy


en día es el de acción directa, combatividad constructiva: eludir
y desafiar, cuando sea necesario, los "canales habituales",
tanto por organización ad hoc como en formas puramente
demostrativas o negativas.

2. Los incentivos

La sociedad jerarquizada ha desarrollado una teoría de los


incentivos al menos tan rígida como su teoría del gobierno. El
industrialismo en sus primeras etapas produjo tal desorden en
el patrón de vida existente que sus estudiosos bien pueden
haber confundido un estado altamente anormal con un estado
de cosas típico. Muchas de las presuposiciones de nuestra
cultura se remontan a la creencia de que ningún hombre
trabajará sin el miedo a la pobreza, exactamente como su
política asume que ningún hombre será sociable excepto bajo
presión.

Los incentivos sociales en varias culturas se ven afectados


por demasiados elementos, incluidos crudos factores físicos
como el clima, para que la generalización sea posible. La
sociedad industrial, que carece de datos precisos, proporciona
solo tres fuerzas impulsoras principales: lucro, poder y miedo, y
una gran cantidad de sus dificultades han surgido a partir de
estos supuestos. Incluso en nuestra propia sociedad actual, las
ganancias sustentadas por el miedo a la indigencia no son una
fuerza tan poderosa como creían sus teóricos; la adquisición
per sé, sólo se practica por obsesivos del tipo avaro o
coleccionista. Los elementos genuinamente incentivadores
como fuente de trabajo y de delincuencia son probablemente
el estatus, la seguridad o las facilidades que brindan, más que
la ventaja económica inmediata. El poder como incentivo ya lo
hemos comentado. El miedo es, con mucho, la fuerza cohesiva
más importante en las sociedades centralizadas modernas. Es
el medio más conveniente para influir en la conducta cuando
deja de existir un terreno común entre el legislador y el
público, y puede capitalizar la confusión y la agresión que
hacen inútiles enfoques más positivos. Lamentablemente,
también agrava las dificultades que crean la confusión y la
agresión.

El miedo, mantenido por grupos legisladores y comerciales


como principal técnica de persuasión, ya se ha convertido en
nuestro medio de gobierno más importante. Esto es tan cierto
al nivel de "sangre, sudor y lágrimas" como al nivel de olor
corporal y estreñimiento. Las multitudes, como los bueyes, son
dirigidas más fácilmente por ruidos fuertes. El ciudadano
moderno vive bajo un aluvión de amenazas dirigidas a su
seguridad, su independencia, su sexualidad y su deseo de
mantener un estatus competitivo. Este continuo alboroto se
mezcla con la inseguridad inherente a la vida asocial, y con su
fenomenal velocidad y congestión, para jugar un papel
importante en la producción de estados de ansiedad
individuales y, en su contraparte, la crisis política, social o
económica crónica que los detentadores del poder dramatizan
para mantenerse. Estas crisis periódicas se reflejan
estadísticamente en la tasa de suicidios y accidentes, y en la
incidencia de afecciones físicas como la perforación de úlcera
péptica. Nos hemos aclimatado demasiado al ruido continuo, la
inseguridad y el movimiento de la jerarquización para ser
plenamente conscientes de sus efectos, pero estos parecen
incluir una simpatotonía observable, una disposición continua
para 'luchar o huir' frente a tráfico, maquinaria, discursos
políticos, guerras, recesiones y amenazas. Cualquier retirada
temporal de estos estímulos deja un silencio antinatural, como
el que notamos cuando se detiene un reloj.

El fracaso del mecanismo de incentivación en la industria ha


provocado mucho estudio. El comunismo ruso, aunque explota
plenamente el miedo y los privilegios como incentivos, muestra
una mejor comprensión del comportamiento humano al
complementarlos con apelaciones a la sociabilidad y un
elemento real de responsabilidad colectiva. Las dificultades con
las que se encuentra hoy la democracia social se deben en gran
medida a que descuida este requisito humano básico. Los
incentivos positivos más importantes son probablemente la
sociabilidad y el sentido de interdependencia, seguidos de la
emulación, expresada en patrones de dominio de competencia
en lugar de poder, el disfrute de la ocupación creativa, el deseo
de aprobación social y el logro de un estatus seguro. Dado que
los incentivos económicos ortodoxos no han logrado reconciliar
a los individuos con la ausencia de tales recompensas, los
gobiernos centralizados se ven obligados a depender de la
coerción y el reclutamiento directo de trabajo. En este caso,
nuevamente, las técnicas de gobierno en tiempos de guerra
tienden a incorporarse cada vez más a la vida en tiempos de
paz.

El problema del trabajo repetitivo, sólo puede superarse


mediante el reconocimiento de los hechos y una reafirmación
definitiva de los valores. Existe un incentivo para aceptar una
reducción en el estándar de las comodidades físicas si podemos
obtener una mayor estabilidad personal al hacerlo. Algunas de
las ocupaciones insatisfactorias al menos, podrían reducirse
por este medio, otras mediante una aplicación más decidida de
la tecnología.

La extensión de la responsabilidad local y del control de los


trabajadores en la industria también son medios para superar
la frustración individual.

La manufactura principal de una comunidad social civilizada


es la vida individual satisfactoria, y frente a ella las
adquisiciones administrativas, como la productividad, el
estatus y la eficiencia, son completamente secundarias. Si el
sindicalismo, o los otros tipos de soluciones económicas que
ofrece la teoría política, son respuestas a estos problemas, solo
se puede determinar mediante la experimentación.

La idea de que los seres humanos sólo funcionan si se les


obliga a hacerlo es un producto del sistema que se basa en ese
supuesto; no se aplica a la camaradería del grupo, la sociedad
primitiva o la unidad de investigación científica. Ningún
psicólogo ha determinado todavía las formas de coerción
externa, distintas de la coerción física, que proporcione los
incentivos de Freud, Lister o Pasteur.

El destino de nuestra cultura es hacernos subestimarnos a


nosotros mismos.
3. Castigo

Los incentivos negativos son del mismo tipo. La controversia


que todavía se libra sobre los medios para tratar con los
delincuentes gira en torno a la eficacia y la conveniencia del
castigo, pero el castigo en sí mismo es más complejo que la
simple influencia del tortazo por la desobediencia o el terrón
de azúcar por la obediencia que solemos aceptar
tradicionalmente. En primer lugar, el castigo puede ser
disuasorio, diseñado para inspirar miedo en los demás en lugar
de reformar al delincuente; puede ser reformador, una medida
obligatoria de la psicoterapia; puede ser retributivo y satisfacer
los impulsos de la sociedad hacia la venganza y la expiación. A
esta complicación tenemos que añadir el hecho de que ahora
sabemos que el castigo puede ser un deseo activo y puede
resultar en sí mismo una fuente de satisfacción más que de
malestar para el individuo.

Desde el advenimiento de la psiquiatría penal, el castigo


como medio para tratar con los delincuentes ha llegado a
existir en dos niveles. Por un lado, tenemos el intento de
racionalizar los métodos penales legales y administrativos
existentes; por otro, las cárceles y los tribunales tal como son.
Los intentos para aplicar la ciencia a la prevención y cura de la
delincuencia, si son intentos institucionales y oficiales, tienen
que ser injertados en un sistema que supone que la mala
conducta social es el resultado de una elección deliberada y
maliciosa, y que tal elección es mejor disuadirla o alterarla por
el confinamiento junto a otros delincuentes, bajo condiciones
de miseria y holgazanería, y bajo una disciplina diseñada para
socavar el respeto por uno mismo y la sociabilidad. El enorme
progreso que se ha logrado en algunos tipos de instituciones
penitenciarias es siempre algo agregado o fijado a este patrón
más antiguo. Las tendencias irracionales y delictivas entre los
legisladores y los desajustes personales que dan lugar a
demandas de mayores azotes y disciplinas más severas,
obstaculizan perpetuamente los intentos de los penalistas más
progresistas y mejor informados de hacer efectivas sus ideas.
Los debates de las Cámaras sobre la pena de muerte son una
lectura deprimente.

De hecho, ya no es posible seguir a la escuela conservadora


de penalistas, que toman la ley y el castigo por su valor
nominal como mecanismos intencionados para reprimir la
delincuencia, sin echar un vistazo a todo el campo de
investigación reciente sobre la delincuencia. Precisamente así
como hay motivos para sospechar que el poder es
principalmente un mecanismo para descargar la agresión, hay
razones para inferir una motivación agresiva e inconsciente
generalizada en el derecho penal que hace que cualquier
intento de tratar sus objetos profesados como reales sea un
sinsentido. Desde que Westermarck señaló que ninguna
cultura podría considerar su actitud hacia la delincuencia como
racional hasta que toda religión primitiva haya sido eliminada
de sus métodos para tratar con los infractores, la estimación
del valor nominal de la ley y el castigo en las sociedades
occidentales se ha vuelto cada vez más discordante con la
investigación experimental y observacional.
La evidencia más contundente del rechazo del castigo como
medio de modificar la conducta proviene de la experiencia de
campo obtenida en experimentos con delincuentes, niños
normales y anormales e incluso reincidentes crónicos que han
agotado el repertorio de sanciones legales79. Un trabajo de
este tipo muestra la sorprendente unanimidad de respuesta en
todos estos grupos al tipo de enfoque social no indignante, no
oficial que se basa en la rehabilitación de actitudes sociales
positivas por la acción de lo que los teólogos cristianos han
llamado caridad, y lo que podemos llamar solidaridad humana.
Este enfoque no implica en modo alguno una predilección por
el delincuente o un descuido del daño que pueda hacer. Sin
embargo, está empíricamente justificado por una larga
tradición de experiencia humana, que la teoría política ha
tendido a despreciar, y teóricamente justificado por el
conocimiento de los mecanismos que forman la conducta. El
sentimentalismo, al cual los intentos de reforma penal no han
sido inmunes, es en esencia una concentración del sentimiento
en las sensaciones placenteras producidas por una acción o
una creencia más que en su verdad o idoneidad; son condenas
que se aplican no sólo a la sobretolerancia de los reformadores
a la conducta antisocial, sino a la mayoría de las políticas de
castigo institucional, eminentemente inadecuadas para sus
supuestos objetivos.

Ninguna sociedad, por utópica que sea, es probable que


elimine por completo las causas de la delincuencia. Sin

79 Ver WD Wills, The Hawkspur Experiment, Allen & Unwin, 1941; Eliminar el castigo
en el tratamiento residencial de personas problemáticas. Niños y jóvenes, serie
psicológica y social, 1946; y M. Paneth, Branch Street, Gollancz, 1945. Ver también
referencias a Wehrli, Osborne, Kellerhals y varios otros en P. Riewald, op. cit.
embargo, podemos rechazar elementos de la sociedad que
reconocemos que las favorecen. El mecanismo de restricción
que opera con mayor eficacia es el que obstaculizan las
sociedades institucionales centralizadas: la interacción de la
opinión pública y los estándares sociales intoyectados. El único
caso en el que el crimen trae consecuencias inevitables para el
criminal es cuando ocurre en un grupo del cual no hay escape
satisfactorio por la violación de los estándares universales.
Nuestra falta de experiencia de la fuerza de la opinión pública
en las ciudades nos hace estar demasiado dispuestos a
subestimarla. Las sanciones finales de la comunidad, como el
ostracismo y la excomunión, son probablemente más
poderosas que cualquier forma de castigo institucional. Se
puede imponer la restitución, la expiación o incluso el
destierro. Hasta qué punto estas reacciones en la sociedad son
propiamente "castigos" es una cuestión de terminología.

East (op. Cit.) Escribe:

El crítico de sillón que se opone al elemento retributivo


en el castigo a veces parece olvidar que tiene un significado
biológico profundamente arraigado. En una sociedad culta
puede ser necesario, y ventajoso si conserva una relación
correcta entre la vileza del delito y la severidad del
reconocimiento...

Quizás sea justo señalar el gran número de tales críticos en la


literatura psicológica moderna: muchos de ellos tienen una
amplia experiencia personal con los delincuentes y la
psiquiatría penal. El punto crucial parece ser la determinación
de la función que se pretende realizar con el castigo si no es
disuasivo ni reformador. Si bien no podemos subestimar la
importancia de los "actos rituales" en la vida humana, el
carácter "ritual" del castigo retributivo (multa o prisión
punitiva) debería sin duda suscitar una mayor resistencia en las
mentes racionales que las ideas de restitución (devolver lo
sustraído) o reforma y disuasión. El origen de esta resistencia
está en la vaguedad del propósito que se está cumpliendo y en
el trasfondo claramente preferencial de la mayoría de la
abogacía por la retribución. Si se trata de la expresión de una
solemne execración por comportamiento antisocial, es difícil
ver por qué tal expresión debe tomar las formas que la ley
defiende como apropiadas.

A pesar de los argumentos tradicionales, existe


indudablemente un espíritu justificado de escepticismo hacia el
castigo ortodoxo en el pensamiento y la literatura psiquiátricos
modernos, que seguramente se reflejará eventualmente en la
sociedad. Este escepticismo ciertamente no surge totalmente,
ni siquiera en un grado mayor, de una tendencia a “preferir el
delincuente a la sociedad”: una parte de él puede deberse a
sobreestimar el problema mental en la causa del delito, pero
con mucho la mayor parte proviene de la comprensión de los
mecanismos por los cuales se mantiene la cohesión en las
sociedades, y el descubrimiento en la experiencia clínica de
que los enfoques positivos del niño y del adulto delincuente
ofrecen un alcance mucho más amplio para el cambio de
actitud. Las principales críticas al castigo promovido por el
patrón institucional son su selectividad hacia ciertos tipos de
comportamiento antisocial, su carácter predominantemente
mágico, su ineficacia en términos estadísticos, sus métodos
absolutamente no constructivos y su uso como un sustituto
barato de la reconstrucción de la sociedad. Incluso los intentos
de los estados centralizados de desarrollar un lado más
constructivo de tal sistema penal, por inteligentes que sean en
ocasiones, implican riesgos administrativos reales de poder
estabilizar a la población carcelaria como un grupo
permanentemente desfavorecido de proveedores de mano de
obra barata. Incluso los penalistas más conservadores han
llegado a considerar el castigo en general, y la mezcla de
despersonalización, soledad, aburrimiento e intimidación que
caracterizan a la prisión, como un último recurso, que debiera
ser reemplazado por consejos, tratamiento, rehabilitación o
expedientes de libertad condicional, siempre que sea posible.
Aparte de cualquier teoría del castigo, su práctica en las
comunidades centralizadas todavía muestra tan poco respeto
por el sentido común, la investigación o sus propias intenciones
profesadas que las defensas del sistema en términos de
conocimiento moderno son difíciles de tomar en serio. Quizás
sea comprensible que ninguno de los miembros más ilustrados
de la Comisión de Prisiones, por mucho tiempo que hayan
pasado como funcionarios o administradores de la prisión,
tenga una experiencia de primera mano del encarcelamiento
"desde el lado receptor". Las referencias de East80 a la dieta
carcelaria "blanda y fácilmente asimilable" son una medida,
quizás, de la separación entre la teoría y los hechos.

Al abandonar la concepción del crimen como algo elegido a


sangre fría por el criminal por su valor de perjuicio para la
sociedad, como algo que debe ser erradicado mediante el
castigo o ser evitado mediante resistencia moral, tenemos que

80 East, op. cit.


establecer distinciones entre objetivos generales y política
inmediata. Este autor, tomaría el punto de vista de Forel, de
que uno de los objetivos es la sustitución total del castigo por
actitudes sociales positivas y por la remodelación a través de la
sociedad81. Por otro lado, si la desconfianza psiquiátrica
general sobre la penalización diera lugar a un éxodo general de
los psiquiatras del servicio penitenciario institutional, tanto la
sociedad como el criminal podrían sufrir. East 82, a pesar de sus
limitaciones, nos prestó un valioso servicio al hacernos
comprender las dificultades del funcionario acosado en cuya
puerta se encuentran apostados los criminales, no en un futuro
hipotético, sino en la actualidad a diario. Es a la presión de los
psiquiatras que están en contacto real con los mecanismos de
la ley, así como de los de fuera del sistema, a lo que debemos
los experimentos de rehabilitación social positiva que se han
emprendido: sería lamentable si estos se retirasen.

La reforma de la criminología y la modificación por las


relaciones sociales son complementarias, y cada una apelará a
diferentes personalidades como campo de actividad elegido:
no podemos separar las dos, o nos encontraremos
rehabilitando delincuentes sin tener una sociedad normal en la
que puedan desarrollar las actitudes que enseñamos. Es un
hecho interesante que hasta ahora se hayan creado más
grupos "sociales" experimentales en el proceso de tratamiento
de la delincuencia que en el contexto de la vida diaria.

81 «Hoy en día existe una respuesta inequívoca a la pregunta: ¿Qué puede sustituirse a la
agresión en el derecho penal? La no violencia y el autogobierno como medios
educativos. ' (P. Reiwald, op. Cit.)
82 East, op. cit.
4. Planificación en términos sociales

Un estudio que critique los modos de vida existentes


provocará en el lector una demanda muy razonable de
alternativas al menos tan concretas como las críticas. Si tal
libro no contiene nada parecido a un programa festivo,
ciertamente decepcionará a algunas personas. Sin embargo,
debería quedar claro que la crítica fundamental a la sociedad
moderna es su falta de crecimiento orgánico y la ausencia de
campo para la biología y la iniciativa humanas normales. Seguir
este tipo de análisis con un programa institucional detallado
sería ilógico. La sociología apunta a las formas en que los seres
humanos pueden lograr comportamientos seguros y
satisfactorios, pero una condición de este tipo de estabilidad es
la capacidad de los individuos y grupos para crear sus propias
instituciones sin demasiada presión externa. Evidentemente,
podemos discutir los patrones deseables de la industria, la
economía y la vida política, pero las formas que surjan
realmente de una concepción social de la sociedad dependerán
del experimento, el temperamento y las condiciones
nacionales y locales y los objetos que las comunidades
particulares tengan a la vista83.

En la medida en que tengamos distintas sugerencias que


ofrecer, serán medios para realizar las condiciones para este

83 Ver GR Taylor, Condiciones de felicidad, Bodley Head, 1949; L. Mumford, The


Condition of Man, Seeker & Warburg, 1944.
tipo de experimento. Al menos podemos contemplar las
siguientes:

(1) Medidas para aumentar la conciencia pública sobre el


estado de la sociedad y los resultados de la investigación en
psicología social humana. El enfoque aquí es educativo, a
través de la explicación de la mecánica de problemas
específicos como la guerra o la neurosis social, a través de la
formación de psicólogos especialistas, sociólogos y médicos, y
un intento particularmente decidido de hacer sentir las ideas
modernas entre los grupos educadores: los maestros,
profesores, estudiantes, urbanistas, escritores, etc. Incluso los
políticos institucionales, aunque no son el material más
prometedor, pueden ser alcanzados de esta forma.

(2) Experimentos fundamentales sobre la vida comunitaria y


el control de los recursos. Éstos tienen un valor de
demostración desproporcionado con su tamaño. A menudo
están abiertos a las críticas de que dependen de la sociedad a
la que están atacando, pero es difícil ver por qué no deberían
hacerlo. Es probable que un aumento generalizado de
experimentos espontáneos de este tipo resulte un serio
competidor del aparato institucional menos satisfactorio e
influya en él tanto como la rehabilitación experimental ha
influido en la criminología. Sólo en la práctica diaria se pueden
resolver los problemas cotidianos.

(3) Presión específica, hacia la desintegración controlada de


los agregados de las grandes ciudades, mayor control de los
trabajadores en la industria, con descentralización de grandes
unidades.
(4) Propaganda concentrada para introducir la sociabilidad en
el lugar donde tiene lugar la formación del carácter, la familia y
la escuela. El valor de este tipo de instrucción ha sido probado
por el sorprendente cambio en la educación y las ideas de
disciplina de los padres durante los últimos veinte años. Los
fracasos que engloban a la familia moderna son hoy mucho
más producto de instituciones como la guerra y la vida en la
ciudad que de la persistente ignorancia y severidad de los
padres, aunque claramente queda mucho por hacer. Corremos
el riesgo de involucrarnos en un proceso circular: las actitudes
de los niños pueden estar firmemente fijadas hacia el séptimo
u octavo año: las presiones de la vida asocial desorganizan a los
padres y los hogares y, a su vez, producen nuevos suministros
de futuros padres discapacitados. El niño solo se puede
estabilizar a través de los padres y el padre ya es adulto.

Aunque ciertamente es más fácil crear sociabilidad mediante


la crianza que reconstruir las actitudes de los adultos, no hay
base para asumir que los adultos no pueden ser reeducados.
Los principales problemas de la extensión de la infancia
sensible y sociable surgen de factores sociales como la
vivienda, la guerra, el servicio militar obligatorio y la
inseguridad. Por lo tanto, parte del trabajo de la orientación
infantil es centrar la atención de los adultos en estos
obstáculos, con la esperanza de que la comprensión de lo que
implica pueda conducir a una acción eficaz.

(5) Psiquiatría individual. Al tratar al individuo, no podemos


dejar escapar la oportunidad de indicarle las causas sociales y
personales de su enfermedad. La tarea del ajuste no es la
recreación de la moral centralizada y la aquiescencia, sino la
construcción de una moral basada en la resistencia a las malas
instituciones y la determinación positiva de experimentar en la
vida social para que puedan ser reemplazadas. Ésta es la parte
más específicamente revolucionaria de nuestro trabajo. Puede
que implique no sólo terapia individual, sino también medidas
de propaganda que podamos emprender escribiendo,
hablando y viviendo. Puede implicar una actividad
específicamente revolucionaria, como el fomento de la
resistencia directa a la autoridad delictiva y la retirada del
apoyo científico a proyectos que impliquen el secreto, la
supresión de información y el abuso de tecnología con fines
bélicos.

(6) 'Un buen gobierno es un mal gobierno con un susto


infernal': en última instancia, solo hay una salvaguarda efectiva
contra la psicopatología y la delincuencia en el cargo, y es la
resistencia pública sensata, eficaz, respaldada por una voluntad
individual disciplinada a desobedecer donde sea necesario. La
irracionalidad de los públicos se ha sobrestimado en lugar de
subestimado. Frente a una intensa propaganda y publicidad, la
reserva general de sociabilidad y la capacidad de acción
coherente del público inglés, y probablemente de otros
públicos, sigue siendo más alta de lo que la mayoría de los
sociólogos han parecido dispuestos a admitir. Los hombres
ciertamente están sujetos a las mismas fuerzas inconscientes
que los liderazgos, pero retienen como individuos una
comprensión mucho más firme de los objetivos centrados en la
realidad: trabajo, alimentación, supervivencia, el derecho a una
vida familiar ininterrumpida. Por ellos lucharán. El tono
antipolítico cada vez más combativo de la opinión pública tanto
en Europa occidental como oriental refleja esta voluntad. El
principal problema tal vez sea evitar que se desvíe hacia los
"canales habituales".

A principios de siglo, la opinión pública inglesa aclamó una


guerra de agresión y apedreó a quienes se oponían a ella. Hoy
en día, las guerras, incluso si se describen como 'acciones
profilácticas' y se llevan a cabo bajo la cobertura de las
Naciones Unidas, enfrentan una oposición pública creciente
que puede ser engañada con éxito pero no puede descartarse,
mientras que el intento de lanzar una guerra colonial a la
antigua en Egipto fue derrotado por un estallido sin
precedentes de ordenada oposición pública.

Ésta es la técnica mediante la cual los detentadores del poder


pueden ser controlados; de hecho, en un futuro previsible,
podría ser mejor dejarlos donde están, sujetos a la existencia
de un público completamente combativo, ya que, como la
Monarquía británica, podrían luego actuar como llenadores de
vacío, para ocupar y neutralizar posiciones que ocuparían otros
si no lo hicieran.

La presión directa a través del mecanismo de los partidos


parlamentarios no figura en esta lista de objetivos. Hay quienes
sentirán que tal omisión es perversa. Pero es dudoso, por los
motivos que se han expuesto en este libro, que valga la pena
intentar avanzar a través del patrón institucional, si un enfoque
más revolucionario no es válido en sí mismo.

En todos nuestros contactos con el patrón jerarquizado


corremos el riesgo de ser incorporados a él, de convertirnos en
un departamento profiláctico. Esto no significa que los
psicólogos sociales deban negarse a dar consejos o a participar
en los servicios de salud, sino que deben ser conscientes de la
independencia científica de su disciplina y negarse a
comprometerla. Algunas actividades de nuestra sociedad son
tan adversas a esta disciplina que difícilmente podemos
retenerla al aceptarlas. Otros, según nuestro criterio individual,
pueden parecer útiles como paliativos. La medicina tiene
siempre el deber específico de reducir el sufrimiento humano,
y no admitir que la salud pública se convierta en la aceptación
pasiva de la enfermedad pública.

5. Gobierno mundial

En el prefacio de este estudio se hizo referencia al intento de


los sociólogos de la UNESCO de emplear la maquinaria de ese
organismo para promover los estudios sociales. Se señaló que
los intentos de este tipo deben plantear inevitablemente
nuevos problemas en relación entre la investigación y los
organismos patrocinados por el gobierno.

Los intereses de la Organización de las Naciones Unidas y de


los defensores de la autoridad mundial han sido expresados
por West84:

Dentro de las sociedades establecidas, los hombres


necesitan leyes administradas externamente, no porque

84 Ranyard West, Psychology and World Order, 1945.


sus conciencias sean débiles, sino porque sus prejuicios son
fuertes, mientras que fuera de sus sociedades establecidas
los hombres necesitan leyes administradas externamente
por ambas razones.... Difícilmente podemos repetir con
demasiada frecuencia que el orden se basa en la fuerza. La
Autoridad Mundial siempre debe ser capaz de concentrarse
en cualquier punto... con fuerza suficiente para repeler con
certeza cualquier desafío a su orden y autoridad.

Se verá que las afirmaciones hechas para el gobierno mundial


surgen y son idénticas a las que se hacen para el gobierno
nacional, tanto en sus supuestos como en sus corolarios. El
atractivo de este tipo de argumentos para psicólogos y
sociólogos es difícil de explicar. Aparte de las suposiciones
sobre el lugar de la coerción en el mantenimiento de la
sociabilidad, la evidencia que relaciona la centralización con la
selección de delincuentes para los cargos debería ser suficiente
por sí sola para hacernos críticos ante cualquier organización
en la que se confiera un poder sin precedentes a individuos
extraídos, ni siquiera de partidos, como en el caso de los
estados nacionales, sino de un consejo de gobiernos, entre
cuyos miembros ya han operado factores psicopáticos de
selección.

Parte del atractivo de tal tesis proviene de la confusión en las


mentes de muchos científicos entre la muy deseable
administración de los recursos por parte de organismos ad hoc
y el ejercicio central del “poder”, en su sentido político, con el
derecho a actuar fantasiosamente en los asuntos públicos. Una
confusión bastante similar existió en el movimiento socialista
temprano, y fue en gran parte responsable del fracaso en
tratar eficazmente el crecimiento de patrones totalitarios
dentro de la ideología socialista. A pesar de las inevitables
acusaciones de nacionalismo a las que debe enfrentarse tal
punto de vista, sólo podemos aceptar los supuestos y la política
de un gobierno mundial sacrificando todo el conjunto de
pruebas sobre motivación de la conducta social y sobre la
naturaleza del poder centralizado, que la antropología y la
psicología social han proporcionado en el último medio siglo. El
argumento de que la coacción implícita en el gobierno mundial
estaría dirigida a las comunidades, en lugar de a las personas a
cuya conducta se aplican estos descubrimientos, puede
responderse adecuadamente preguntando cómo se puede
coaccionar a una comunidad sin coartar a sus miembros. Las
Naciones Unidas ya se han mostrado hostiles a los intentos de
los pueblos de "ir de espaldas" a sus gobiernos, y es dudoso
que esta desgana surja enteramente de cuestiones de
procedimiento. El 'Gobierno mundial ', siempre que se asemeje
al gobierno nacional, está abierto al comentario hecho
recientemente en una reunión que discutió la validez de una
Conferencia Cumbre: “¿Cuál es la ventaja de poner a los cuatro
fulanos más importantes del mundo alrededor de una mesa si
no pueden hablar con sentido común por separado?”

Parece, de hecho, como si el concepto de gobierno


institucional mundial, a pesar de todo su atractivo para quienes
aceptan la auto-importancia del Estado en la sociedad
nacional, es una inversión directa del proceso que requerimos.
Hemos sugerido que la delincuencia de los estados surge en
dos niveles: en la psicopatía de los públicos y en la psicopatía
de los individuos que expresan su propia agresión y la de su
cultura a través del mecanismo del poder. La restricción que
puede prevenir eficazmente la acción delictiva de los estados
debe aplicarse a los individuos que utilizan directamente la
política y a los sujetos que los apoyan. Dicha moderación sólo
puede aplicarse a un nivel, el del individuo, que al alejarse de
las actitudes delictivas socava el apoyo social que reciben y las
vuelve impotentes si logra hacerse lo suficientemente
numeroso y combativo con los individuos cuyos deseos se
imponen sobre la sociedad a través de su aquiescencia o
cooperación.
CONCLUSIÓN

Para los teóricos políticos occidentales, la palabra "gobierno"


siempre ha cubierto realmente dos funciones bastante
dispares pero asociadas arbitrariamente: una organización para
la planificación y ejecución de operaciones sociales, esquemas
económicos y utilidades; y un conjunto de instituciones que
permiten a las personas con mentalidad de poder dramatizar y
llevar a cabo sus deseos a través de operaciones sociales,
generalmente en detrimento de la intención constructiva.

Con el avance de la ciencia, el vínculo se ha aflojado


progresivamente. La mayoría de las funciones sociales llevadas
a cabo por los gobernantes ahora son asuntos de distintas
habilidades. Las consideraciones y métodos que los gobiernan
son las consideraciones de la ciencia: los proyectos se
planifican en términos de hechos, las cuestiones de duda son
resueltas por la investigación y el éxito juzgado por los
resultados. El 'gobierno' todavía se aferra precariamente a la
tarea de coordinar estos proyectos, pero esto también está
pasando del campo del juicio político al de la computadora
electrónica. Cada vez más, la otra función del poder político
está perdiendo la cobertura del propósito constructivo que
tenía antes. Se está convirtiendo en un recorrido ferroviario no
para la comunidad sino para divertir a los conductores de
locomotoras aficionados y no cualificados, que obstruyen sus
funciones útiles con sus payasadas y accidentes escénicos para
hacer la vida más interesante. Los proyectos se retrasan
porque no pueden explotarse para el prestigio personal o
dramatizarse para producir crisis. La ciencia del mundo está
obligada a basarse en prioridades dictadas por las necesidades
emocionales de sus líderes, con o sin las consideraciones
adicionales de ideología y lucro privado. Estos están
íntimamente vinculados, porque la virulencia de la avaricia
comercial o individual en las sociedades capitalistas es el
resultado tanto de la búsqueda de poder y la
auto‒dramatización como de la codicia ordinaria, y difiere poco
en última expresión del abuso de la ideología con el mismo
propósito.

En la actualidad, con mucho, la mayor parte de los recursos


técnicos y científicos del mundo se desvía hacia proyectos que
no tienen una función coherente más allá de la puesta en
práctica de fantasías centradas en el poder. Los gobiernos del
mundo dedican una cantidad correspondiente de su tiempo a
consideraciones fantásticas que inmiscuyen constantemente
en los proyectos constructivos que controlan; de hecho, es una
broma estándar de la Universidad entre los investigadores que
para asegurarse un apoyo realmente enérgico del Gabinete
uno debe encontrar una aplicación destructiva para su
investigación o un medio de unirla a la vanidad personal de un
ministro. Vastos e importantes proyectos sociales y científicos
continúan tanto en los países comunistas como en los no
comunistas con el apoyo de fondos públicos, pero la iniciativa y
la dirección de estos vienen por regla general de quienes no
tienen cargos públicos, ya que los legisladores no tienen los
conocimientos necesarios para lanzarlos. De hecho, está
comenzando a sospecharse que la actividad humana
socialmente valiosa no cesaría si los legisladores no estuvieran
presentes.

Es con esta concepción que podemos terminar


adecuadamente un examen de los patrones delictivos en la
sociedad humana. Si deseamos encontrar actitudes
responsables y sociales, es quizás en las vidas de los individuos,
en la amplia corriente de sus diversas culturas y prejuicios
donde deberíamos mirar, más que en los líderes que contienen
o flotan en la superficie de esas culturas. El impulso de la
sociabilidad, distorsionado por muchas formas de sinrazón y
moldeado por el estrés en muchos patrones destructivos y no
deseados, sigue siendo el hilo más claramente discernible en
las culturas humanas.

Los asesinatos y los odios se dirigen consistentemente no a


hombres reconocibles, sino a efigies creadas por la estereotipia
y el miedo, y es el disfraz de espantapájaros que se coloca
sobre estos otros individuos humanos mediante procesos
psicopáticos en la mente de sus atacantes lo que nos
preocupamos de desnudar, exponiendo la carne humana y el
rostro humano que los subyace. Una vez vista y asimilada esa
carne a la nuestra, compartiremos en un grado más consciente
la solidaridad de especie que exhiben la mayoría de los
animales sociales.

Se apela al hombre para que se guíe en sus actos, no sólo


por el amor, que es siempre personal, o en el mejor de los
casos tribal, sino por la percepción de su unicidad con cada
ser humano. En la práctica de la ayuda mutua, que
podemos rastrear hasta los primeros comienzos de la
evolución, encontramos así el origen positivo e indudable
de nuestras concepciones éticas; y podemos afirmar que en
el progreso ético del hombre ha tenido el protagonismo el
apoyo mutuo, no la lucha mutua.

PETER KROPOTKIN

Ningún intento de alterar la sociedad conlleva una certeza


histórica de éxito. El progreso no es inevitable, depende de la
suerte y el esfuerzo. Aquellos que están deprimidos por la
debilidad de los recursos de la razón frente a la propaganda
centralizada y la irracionalidad pública pueden sentirse
alentados por la idea de que, aunque un colapso de nuestra
cultura a través de una guerra retrasaría un logro científico en
un siglo, si no más, la ciencia misma es cada vez más
indestructible. Los tiranos ejecutan personas o reprimen
enseñanzas, y las guerras destruyen equipos e instalaciones,
pero no tenemos registro histórico de que cualquiera de estas
fuerzas supliera con éxito el conocimiento o erradicase la idea
del método científico. Si nuestras deducciones en sociología
son correctas, sus fuerzas continuarán operando y, en última
instancia, serán reconocidas, aunque en sociedades que las
rechacen, en secreto. Allí donde estamos en lo cierto, tenemos
la "naturaleza humana" de nuestro lado. El revolucionario
fantasioso y el progresista de sillón pueden necesitar recordar
que Ricketts y Prowaczek perdieron la vida en el estudio del
tifus, y que las actitudes sociales son sustancialmente más
peligrosas de manejar que los microorganismos. Sin embargo,
ni la medicina ni la sociología se sentirán intimidadas por los
riesgos laborales que pueden correr. Las recompensas de
ambas son demasiado concretas y las obligaciones de
perseguirlas demasiado obvias. El único Estado al que debemos
temer es el estado de aceptación que convierte la bacteriología
en guerra biológica y los estudios sociales en una herramienta
de propaganda y disuasión. De nuestras propias reservas de
sociabilidad y responsabilidad como científicos depende
nuestra resistencia a este tipo de desvío. Para cultivar estas
cualidades en los demás, debemos comenzar por exhibirlas
nosotros mismos.

En este objetivo de liberación individual, se encierran


muchos hilos. Hemos criticado los incentivos de la asocialidad,
sus castigos, su concepción de poder y gobierno; también
hemos citado una pequeña parte de la evidencia que relaciona
la forma de las sociedades, y su orientación libre o coercitiva,
con los patrones que existen en la familia y que se mantienen
por las costumbres de las relaciones entre padres e hijos o
entre adultos dentro de la órbita reproductiva. Los escritores
religiosos a veces desafían el poder de los sistemas humanistas
para producir un mecanismo de incentivos tan poderoso en sus
resultados sobre la vida personal como la visión sobrenatural
de la vida. Podemos buscar razonablemente este mecanismo
dentro de las actividades humanas de amar y hacer el hogar;
estos son los determinantes clave del patrón cultural y la
fuente de profundas reservas de energía psíquica en los
individuos que nuestra propia cultura no utiliza y obstruye por
su orientación sexual, económica y social.
Puede que pase mucho tiempo antes de que el trabajo de
la mayoría de la gente pueda convertirse en una
experiencia creativa y espontánea. Dado que las
dificultades tecnológicas son menores, el amor parecería
ofrecer un campo para un desarrollo más temprano y
rápido de la espontaneidad, de los valores positivos
individualizados y de la libertad interior. Como dice Fromm
(1940)85, la persona que realmente ama a los demás
también se ama a sí misma; ama la vida. Por lo tanto, se
diferencia de la persona frustrada y destructiva que desea
restringir a los demás y destruir sus valores mientras se
niega y se castiga también a sí mismo. También se
diferencia de la persona que no se atreve a ser él mismo,
sino a ser sólo lo que se espera de él, y que obliga a los
demás a la misma conformidad... En este estado peligroso
en el desarrollo de la forma de vida democrática, puede ser
que esta parte salve al todo86.

La psiquiatría social construye la familia sobre la base del


amor libre de culpa y responsable, a la vez en lo sexual y lo
personal: los elementos coercitivos y asociales, expresados hoy
en el poder y la delincuencia militar, la obstaculizan y la
destruyen. Quizás encontremos aquí el punto de división entre
los elementos culturales que hemos llamado centrados en la
vida y los centrados en el poder. Son, en el fondo, el impulso
del amor y la espontaneidad por un lado y el impulso de la
coerción, la autoridad y la culpa por el otro.

85 E. Fromm, El miedo a la libertad (Kegan Paul, 1940).


86 JK Folsom, La familia y la sociedad democrática (Routledge & Kegan Paul, 1949).
ALEX COMFORT (1920-2000) fue un hombre de múltiples
facetas, con seguridad más conocido y valorado como científico
que como escritor. Una de sus obras más conocidas es The Joy
of Sex (El placer del sexo, según una de las últimas ediciones,
aunque al parecer ha tenido otras traducciones).

Su militancia anarquista y pacifista es el hilo conductor de


muchos de sus libros, y es de agradecer que vea la revolución
sexual como una parte (primordial, hay que decir) de la social.

Comfort, además de en el comportamiento sexual, era


experto en biología y en siquiatría, y en concreto se le
consideró una eminencia en gerontología, ya que dedicó gran
parte de su vida al estudio del envejecimiento; dos obras suyas
recogen esta temática: La biología de la senescencia y Una
buena edad. En sus estudios, Comfort observa a las personas
mayores como una clase oprimida, por lo que trata de
combatir todos los acomodos políticos, sociales y morales que
contribuyen a esa situación. Otras obras suyas destacables son:
El comportamiento sexual en la sociedad y Autoridad y
delincuencia en el Estado moderno (traducida aquí como
Autoridad y delincuencia. Un estudio psicológico del poder).

Comfort se educó en el Trinity College, en Cambridge, y en el


London Hospital; en los años 40, tuvo una gran actividad en el
mundo británico, en el grupo en torno a la publicación
Freedom, uno de los más importantes del pasado siglo, junto a
otros anarquistas como Marie Louise Berneri, Nicholas Walter,
Herbert Read, Vernon Richards o George Woodcok. Comfort
fue un “beligerante pacifista”, y son muy conocidas sus
disputas con George Orwell sobre la intervención en la
Segunda Guerra Mundial. Se le atribuye una frase muy bella,
una especie de imperativo que el anarquista puede hacerse a sí
mismo, acerca de la obligación de dejar este mundo con menos
dolor del que había cuando lo encontró.

Biografía extraída de Reflexiones desde Anarres:

http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com/2012/09/alex-
comfort-1920-2000-fue-un-hombre-de.html

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