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La profesión de policía

Autor: Manuel Martín Fernández


Madrid, CIS, 1990, págs. 12-21
ISBN: 9788474761375
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1:.! Manuel Martín Fernández

poderosos (ya que dada la tecnología y el coste económico preciso,


no podían mantenerlo por sí mismos), tenían que sufrir una dismi-
nución proporcional de su seguridad interior y, por tanto, un au-
mento de In represión.

PO LIC IA Y CONTROL SOCIAL

El uso del término control social es relativamente reciente, pues fue


utilizado por primera vez en 1901 por el sociólogo norteamericano
E. Ross, pero su sentido y la importancia que su contenido implica
se puede remontar a la misma aparición del hombre social. Sin em-
bargo, fue desde el psicoanálisis d·esde donde mejor se comprendió
la magnitud de la fuerza condicionante del control social en toda la
vida, tanto colectiva como individual. El psicoanálisis ejerció en to-
das las ciencias sociales y sobre la misma sociedad un impacto re-
volucionario. Atacó una serie de valores fuertemente establecidos en
la sociedad occidental. Así, cuestionó, por ejemplo, que las relacio-
nes sexuales aparentemente satisfactorias fuesen en realidad gratifi-
cantes para la pareja (especialmente para la mujer); también negó el
sentido formativo atribuido al autoritarismo de los padres y educa-
dores; o la virtud de la sumisión externa del niño que esconde, según
esta corriente, el odio hacia su padre. El psicoanálisis, pues, vino a
demostrar que había muchas contradicciones entre las apariencias
externas y las realidades psicológicas internas. Una de estas contra-
dicciones la constituiría el concepto de control social. Freud en nin-
gún momento intentó elaborar una teoría axiológica ni entrar en el
terreno de la moralidad o de la inmoralidad. A pesar de esto, al
analizar a lo largo de su obra la concepción del control social que
se desprende del mismo, entra en crisis todo el sistema de valores
morales vigentes en su época, y que en gran parte sigue influyendo
en la actualidad. Según él, el control social ejercido por la colectivi-
dad es de tal intensidad que difícilmente nadie se sustraerá a él, pues
los principales mecanismos con que se ejerce se desarrollan en la
psique de sus propios miembros. Así y todo la sociedad tiene mu-
chos mecanismos punitivos para evitar la desviación individual de
entre los que el sistema penal es una ínfima parte.
El psicoanálisis pone en duda la necesidad de que el sistema penal
regule algunos aspectos de la ética o de la moral. Así denunció la
La policía como organización y control social 13

injusticia de ciertas leyes arbitrarias o excesivas (como las derivadas


de los tabúes sexuales de su época). Sin embargo, también defendió
que el ser humano tenía que admitir ciertas limitaciones debidas a
la realidad. Es decir, Freud no propugnaba la desaparición de la
reacción legal, ni la pasiva aceptación de las diferentes realidades
individuales, pues la misma condición humana hacía necesario el
establecimiento de los adecuados mecanismos de defensa social. Pero,
aquello realmente eficaz se encuentra únicamente en las personas
próximas al sujeto. La sociedad en definitiva se mantiene cohesio-
nada por la desexualización de la libido individual y no por la exis-
tencia de las normas legales. La sociedad proporciona al sujeto cier-
tas satisfacciones psíquicas, especialmente seguridad e integración, a
cambio de la renuncia o auto-control de determinados instintos tí-
picos del ser humano. Desde esta perspectiva, la utilidad de los sis-
temas más eficaces para conseguir la integración del sujeto y prevenir
cualquier desviación se hace evidente cuando nos referimos a la prin-
cipal herramienta de control social directo: la policía.
Una rápida visión de la evolución del concepto de control social
deja una pregunta sin respuesta: ¿Quién ejerce en realidad el control
social, la colectividad o las instituciones de poder? Parece que, cada
vez más, el control social sea ejercido de arriba a abajo. Ni en plena
época absolutista, el monarca podía disponer de herramientas de
control y manipulación tan poderosas como puede tener ahora cual-
quier alto funcionario bien situado. En algunos casos el control ha
dejado de ser control social en el sentido clásico del término, con-
virtiéndose en control de la sociedad por parte de quien tenga el
poder suficiente para hacerlo.
Tq_d2_el--ªP-•u:atO-p.oliciaLestá...&.Qn.dici~P-Or la ri!uacióJLEOlí-
ticf<Ie ca da mofuen.ro_,_ Aunqüe el régimen --püliu co sea dlíerente y
- Ccimbiesubstancralmeme la legislación, e incluso el mismo modelo de
sociedad, la visión que el poder tiene de la policía suele ser invaria-
blemente el de una herramienta de control a su servicio. No nos
estamos refiriendo en concreto al poder gubernamental, sino a que
cualquier clase social, institución o grupo que en algún momento
haya podido disponer de su propio cuerpo policial, lo ha utilizado
para multiplicar o conservar su eficacia de control. La policía ha sido
tradicionalmente, pues, un instrumento de represión y control al
servicio de la clase o grupo dominante (sea social, religioso, econó-
mico, político o de cualquier tipo). Cada ~rupo ha intentado man-
~er el_~ontrol_ total de sus controla<l_:§res, .,es d~sir,: d(sij~.
14 Manuel Martín Fernández

Esta ha sido vista como una forma de guardia pretoriana a la que se


exige una gran fidelidad y que se utiliza para el control político y
social, así como las funciones estéticas limitadas (en definitiva para
un papel decorativo que a la vez simboliza el poder de aquel a quien
sirve).
Como se ha dicho muchas veces, la policía es la ultima ratio del
control social, entendiendo por tal el que ejerce únicamente una
parte de la sociedad (aquella que detenta el poder). La sociedad tiene
muchos mecanismos de control social de gran eficacia. La policía (o
las instituciones que antes hubiesen asumido esta función) surgen
precisamente para limitar ese control social adaptándolo a los inte-
reses de las clases dominantes. Esto hará que uno de los esfuerzos
del Estado sea conseguir el monopolio del uso de la fuerza. Sólo se
tolerará la ruptura de este monopolio por parte de las clases o gru-
pos que sustenten aquel Estado: el Ejército, la Iglesia, los nobles,
los oligarcas económicos, el partido dominante o todos ellos con-
juntamente. Se reprimirá cualquier intento de romper este monopo-
lio por parte de otros elementos o personas distintos de los men-
cionados. Así se prohíbe el duelo privado cuando la nobleza empieza
a declinar como poder básico del Estado, o se neutraliza cualquier
cuerpo policial creado por iniciativa popular.
No sucede esto cuando la iniciativa es de los que llamamos po-
deres fácticos del Estado, tanto económicos (policías privadas de
todo tipo) como ideológicos o de partido (centurias o milicias), por
no hablar de las religiosas o militares. Estos grupos han podido a lo
largo de la historia disponer de sus propios aparatos policiales, mien-
tras han sido grupos fundamentales para la sustentación del régimen.
Cuando dejan de serlo pierden automáticamente esta facultad que el
Estado, celoso de su monopolio, recupera. Para la policía del Estado,
estos grupos afectos o sustentadores de los regímenes gozan de una
casi total impunidad (jurisdicciones especiales, personas aforadas), y
escapan a la actuación policial la mayoría de los delitos cometidos
por ellos. En unos casos, la legislación ampara los abusos y explo-
taciones de las clases dominantes, en otros, es sencillamente el apa-
rato policial el que no está concebido para reprimirlos. La policía
está concebida para el control de minorías, marginados y disidentes
políticos o de clase, y no para reprimir los delitos cometidos por la
clase a quien sirve. Por otra parte, sólo las personas afectas al régi-
men pueden gozar libremente de sus derechos, y recurren a la policía
si éstos son vulnerados, pues las clases menos favorecidas, a veces,
La policía como organización y control social 15

no lo consiguen ni con la propia vida (mientras se maten entre ellos).


Cumpliendo la ley, las clases dominantes salen tan beneficiadas como
perjudicadas las oprimidas que las cumplen. La policía garantiza el
orden social indispensable para el mantenimiento de la situación.
La permanencia de la institución policial está, pues, garantizada
sea cual sea el régimen político imperante. No así los cuerpos poli-
ciales concretos, muy influenciados por los vaivenes de la política.
Cada régimen político puede crear su propio cuerpo policial, ya sea
formando un nuevo cuerpo o modificando radicalmente los existen-
tes (aunque esto implique cambiar toda la plantilla). Esto hará que
cada cuerpo policial sea adicto al régimen o sistema político que lo
ha creado o potenciado (generalmente no al partido sino al régimen
o sistema), fracasando los intentos de los regímenes opuestos, cuan-
do conquistan el poder, de integrarlos o destruir sus esencias. Los
cuerpos policiales, como cualquier organización, tienen una inercia
propia que los hace sobrevivir a los que intentan modificarlos desde
el exterior. Sus elementos básicos no desaparecen hasta que varían
las circunstancias sociales que los sustentaban. El poder tiende a
utilizar la policía en su propio provecho. En general, se confunde el
orden público con el control político y de clase social. Desde esta
perspectiva, es lógico que el Estado, fuertemente centralizado, con-
centre en manos de los gobernadores civiles las competencias sobre
Orden Público. Se intenta constantemente hacer depender de los
gobernadores todas las fuerzas policiales (incluso las locales y auto-
nómicas), viéndose con desconfianza la asunción de competencias
policiales por parte de entidades diferentes del gobierno central. La
policía, por su parte, asume la ética de la clase dominante a la ~
s irve y tieni:teíííQefeéill)lemente a la con~rvación del ordeu.J?..úblicp
~~uid-q::-e1!&@íer Cambio es_vrvÍ<f~O.,!llO directamente amenaza-
dor por la .E.oJicí.!:. Esta situación hace que no solameñre el poder
Ü tihcea la policía, sino también que la policía utilice el poder. Esta
interrelación entre la policía y el poder es consustancial a la misma
institución policial.
Sin embargo, la pretensión de cada Administración de poseer su
propia herramienta de control y de materialización de su poder, hace
que no se pueda hablar de la policía, pues en realidad hay tantas
como cuerpos policiales. Cada uno de los cuerpos policiales tiene
sus propias perspectivas, concepciones policiales y distintas filosofías
de actuación. Se puede decir que responde a modelos policiales di-
ferentes e incluso antagónicos. En España, en materia policial, hay
16 Manuel Martín Femández

unas constantes que se van repitiendo a través de los distintos regí-


menes políticos. Por una parte, el mantenimiento de una multiplici-
dad de cuerpos policiales, que resultan potenciados en la práctica
según los controles que sobre ellos ejerce el gobierno central. A ello
se tiene que añadir la constante superposición e indefinición de fun-
ciones de todos esos cuerpos policiales. Para el gobierno esta mul-
tiplicidad de policías evita la excesiva concentración de poder en
manos de un solo Cuerpo y permite, por otra parte, un control
mutuo de los controladores, pero siempre desde la óptica del ejecu-
tivo. Incluso desde el ámbito ineludible de la policía judicial se sigue
manteniendo ésta como una función policial que se reparte entre di-
versos cuerpos, con lo que en realidad se evita que el poder judicial dis-
ponga de un cuerpo policial propio, pues funcionalmente los tiene to-
dos teóricamente, pero jerárquicamente todos dependen del ejecutivo.
El gobierno potencia en la práctica una inconcreta jerarquización
de los diferentes cuerpos policiales, de tal manera que unos tengan
prioridad por encima de otros según la supuesta importancia y la
temática del servicio. Es significativo, en este sentido, que esta po-
tenciación se dé en función del control que el gobierno ejerce sobre
ellos. De hecho, se imponen limitaciones, drásticas en la práctica, a
aquellos cuerpos policiales que el gobierno central no controla di-
rectamente. Modernamente el franquismo potenció que la Policía
Nacional se concentrara en grandes cuarteles dispuestos para ser uti-
lizados allí donde hiciese falta para restablecer el orden público. La
Guardia Civil, por otra parte, estaba distribuida en pequeñas unida-
des destinadas al ámbito rural, que permitían el control total del
territorio. Lo más importante de las tareas encomendadas a la Guar-
dia Civil era su servicio de información, así como la represión de la
pequeña delincuencia marginal del ámbito rural. Los otros cuerpos
provinciales o locales fueron relegados a la persecución de las infrac-
ciones administrativas municipales y, en la práctica, para poco más
que para tareas subalternas.
Sin embargo, la indefinición de funciones ptovoca numerosos y
. frecuentes confljctos de c ompetencias entre los difereñt~~~~s
policiales que son_ resueltos puntualmente. Este exceso de cuerpos
policiales hace que, a pesar de haber más policías porcentualmente
que en la mayoría de los países avanzados, ninguno de los cuerpos
pueda conseguir plenamente sus objetivos. Por otra parte la unifica-
ción es muy difícil dadas las diferentes perspectivas policiales que
representan cada uno de ellos. La esencia de la Guardia Civil con-
La polida como organización y control social 17

figura un modelo policial relativamente incompatible con la poten-


ciación del modelo representado por las policías municipales, por
ejemplo. - -
La~lieías)ocal _¿_op. l~.e~~ ~nos comprometidos con
e poder cent:ral ;f menos aparentemente, y fos más próximos :nos
vei!pos..aC:C-at a ocaligad~ Este hecho ha representado e~ ta eráctica
su alejamiento de tareasct: responsaoi_!Kla<I.Ji. gobicrno ~entral ha
vis!o-e tos..:.c~P.._~_:on_d~c;gnfu!!_z~pues el menor controlejercido
directamente sobre ellos ha sido la causa fundameñtal e que 'se
int:eñt'iSe permaneñfemente hmitar sus atribuciones; as(como coó r-
dinart~~~ ·ta su~..i~m.r..qtffa ,I:kJos goberQadores ci-
viles, infravalorar sus:-füñcion~s y otros fenómenos similares .. Los
cuerpos policiales más descentralizados pueden presentar problemas
al gobierno en relación a su control directo.
Las tensiones entre cuerpos son muchas veces potenciadas por el
mismo poder, sin embargo persiste el actual modelo fragmentado y
solapado en el cual cuando aparecen conflictos de competencias son
rápidamente reprimidos pero no solucionados. Cada miembro de un
cuerpo determinado tiene una visión fragmentada de la función po-
licial, condicionada por su pertenencia a ese cuerpo. No existe co-
municación real entre los diferentes cuerpos. Unicamente se da esta
comunicación, y unos ciertos intentos de coordinación, en las cúpu-
las de los cuerpos policiales, o incluso entre los políticos responsa-
bles de cada colectivo, pero falla la auténtica interrelación y comu-
nicación entre las bases de los diferentes cuerpos policiales.
El deseo de control de la policía, muy por encima del que sería
razonable esperar respecto a cualquier cuerpo funcionarial, hace que
desde sus inicios la policía fuese concebida de manera militarizada.
La militarización es una herramienta básica de control de la policía.
Es la estructura que permite un mayor y más eficaz control de sus
integrantes. Esta militarización no consiste únicamente en recurrir a
militares en activo para hacer tareas policiales, ya sean encuadrados
en diferentes cuerpos policiales o directamente desde el mismo ejér-
cito. La militarización consiste en una impregnación de las estruc-
turas policiales con los valores, disciplina, simbología, burocracia y
demás elementos característicos del ejército . Frecuentemente las fuer-
zas de orden público son vistas como constitutivas de las fuerzas
armadas. Esto es debido a que la defensa del orden público se con-
sidera una función básica para la defensa nacional. Desde esta pers-
pectiva se identifica la seguridad nacional con la seguridad del régi-
18 Manuel Martín Fernández

men dominante. La estructura militarizada es muy útil para el poder,


que, además, confunde frecuentemente las tareas policiales y las mi-
litares. Sin embargo, la idea de entender la tarea policial como una
guerra contra el enemigo interior (marginados, inadaptados, subver-
sivos) se da frecuentemente. Está muy extendida en amplias capas
de la sociedad la idea de que las tareas policiales no son más que
una especialización de las tareas militares.
Esta interrelación entre la policía y el ejército es más indiscutible
cuando se hace referencia concreta a uno de los cuerpos policiales:
la Guardia Civil. Esta institución tiene una relación con el ejército
que hace difícil su diferenciación. De hecho tiene en líneas generales
un gran prestigio dentro del ejército. Pero esto no quiere decir que
sea acertado identificar la policía con el ejército a pesar de que las
dos funciones se confunden constantemente a nivel popular. Incluso
cuando la policía queda desbordada por los acontecimientos, encuen-
tra automáticamente apoyo del ejército; sin embargo, son hechos
coyunturales, y no se puede inducir de ellos que policía y ejército
sean dos aspectos de la misma función.
Pero este uso de la militarización presenta diversos problemas.
El modelo militar es autoritario y jerárquico. Se pone la disciplina
y la antigüedad por encima de la técnica y de la profesionalidad. No
se sigue un modelo profesional, asumiéndose por los propios pro-
fesionales toda la simbología militar (uniformes, bandas de cornetas,
emblemas, saludos, jerarquías entre ellos) así como la terminología
y la exaltación de valores como el honor y similares.
La militarización no se da únicamente en los cuerpos uniforma-
dos, sino que todas las estructuras policiales están impregnadas de
los valores militares, su concepción general, la disciplina, o la misma
simbología externa. Los mismos profesionales de la policía han te-
nido tradicionalmente, aunque afortunadamente esta situación va
cambiando, una concepción de la policía como una función especia-
lizada del ejército, hasta el punto de no vivir como intrusismo pro-
fesional la saturación de mandos procedentes de la milicia. También
los cuerpos policiales más lejanos del poder central se encuentran
militarizados, tanto por lo que hace referencia a sus mandos como
a sus estructuras. Este recurso a la militarización ha sido tradicio-
nalmente un elemento idóneo para conseguir el control de los gru-
pos considerados básicos para la sustentación del régimen, así como
para luchar contra la conflictividad laboral y la combatividad social.
En este contexto no es de extrañar la permanencia de esta militari-
La polida como organización y control social 19

zación de la policía a lo largo de los diferentes regímenes políticos,


desde el franquismo a la democracia, igual que durante el absolutis-
mo o la república. Sin embargo, la confusión entre esa visión militar
con la jerarquía, disciplina, simbología, etc., propia de toda organi-
zación profesional hace que algunas personas propugnen movimien-
tos asamblearios aún más nefastos que la militarización que tratan
de combatir.
No hay una auténtica tradición policial e1.1 nuestro _eaís; en com-
paraci_2_n~a pOTicía (feütrospaíses avanzados se encuentra muy
retrasa~ Eso hace que la _E2licía no -1!~ ~vida.....s9..mo_u~a auténtica ...
·pr~!esl,?n p_or .J2.s.. ~ismos policías ni .tampoco .por el resto de !.a
soCiedad, o al menos no lo es en 'é'"l mrsmo senttélo que en el resto
de los páíse'SC!e n~estro entorno cultural. En España el desarrollo de
la profesión po licial fue muy diferente al del resto de las profesiones:
no se dio el proceso gremial típico de las profesiones clásicas; no se
desarrolló ningún colegio profesional que defendiese los intereses
profesionales de sus colegiados; la aparición de los sindicatos no
afectó prácticamente a la policía hasta fechas muy recientes.
Esta escasa conciencia profesional de nuestra policía se hace pa-
tente en el poco interés que generalmente caracteriza a la mayoría
de los policías para actualizar sus conocimientos profesionales más
allá de lo establecido institucionalmente. Esto hace que a veces se
vean desbordados y superados por los teóricamente «aficionados» a
los que tienen que perseguir. La escasa capacidad de adaptación a
las nuevas técnicas delictivas es una consecuencia lógica de la rigidez
de la estructura policial y de ese desinterés. En los inicios de la
transición democrática hubo gran reticencia a que los policías hicie-
ran pleno uso de sus derechos civiles. Las disidencias de opinión
fueron reprimidas; se entorpeció tanto como se pudo su sindicación;
no se concedió fácilmente su derecho de expresión. Fueron consi-
derados, en definitiva, una especie de ciudadanos de segunda cate-
goría. En el transfondo de estas actitudes se podría encontrar una
generalizada concepción militarizada de la policía. Por otro lado,
todo conato de profesionalización era visto con desconfianza bajo la
sospecha de corporativismo, sin comprender que ambos conceptos
son inseparables. Ello lleva a que incluso en la actualidad las edicio-
nes de libros profesionales sean escasísimas; que la suscripción o
lectura habitual de revistas profesionales sea muy limitada, y que
apenas se asista a seminarios o jornadas técnicas al margen de la
institución.
20 Manuel Martín Fernández

Tampoco podemos olvidar que en ocasiones se ha utilizado la


policía por parte del poder para tareas vividas tradicionalmente como
lesivas para los intereses de la mayoría de la población, especialmen-
te la represión de la disidencia respecto al poder establecido. Esto
podría haber producido que toda la institución fuera vivida con re-
celo en un permanente aislamiento social. ~e Ja sensación de~
la policía se encuentra aislada, incomprendida e incomprensible en
relación al resto de la sociedad q,ue la vive como una herramiema-
qe coñtrol y no de serv.icio. Esto repercute directamente en la eii"-=""
cacia policial, ¡mes el Jitado de integración de un cuerpo policial
marca su capacidad de responder a las necesidades reales de la pobla.::
ción .
. _ gstt ~!amiento social~.junto con el tradicional carácter co!lser-,
vador de la policía (ya que la propia función comporta la conserva-
' éión del oi"den establecido), podría nacer que el cambio sociaf nÜse
produzca en la policía al mismo ritmo que en el resto de la sociedad.
Cualqúier cambio brusco del orden social es vivido por la poflcíi"
~e-ntatorio COntra r; s esencias tradicionales de su función. E~
- si'tuaci6n es potenciada por el mismo poder, a quien resulta más útiL
que la policía vigile la moral pública según los patrones de la clase
~orñmañte q_ue n~ que adapte automáticamente su actuación a_ la
realidad social del momento. La policía, conceptualizada como he-
rramienta de control social directo e inmediato, representa la insti-
tución fundamental para quien tenga vocación de monopolio del
control social. Esta situación se repite a lo largo de la historia y va
configurando la policía actual.
~ historia_de cualquier_institución condiciona de manera deci-
siva su posterior evolución, y por tantÓ es ñecesario conocer-esta-
hj_s.!_Ori~ para_comprender su situación actual, En relación a la policía;-
su análisis tiene que hacer referencia a todo un proceso profesional
que permitirá comprobar que no se puede hablar en propiedad de
la policía sino que en la realidad son las policías. No hay una sino
varias a lo largo de la historia y frecuentemente con funciones su-
perpuestas. Son lo que J. M. de Miguel denomina «las policías inco-
municadas y solapadas de nuestro paÍS >> .
La perspectiva con la que se analiza la evolución de la profesión
policial en este trabajo es primordialmente sociológica. No es sufi-
ciente con hacer un estudio histórico de la policía, ni un dossier de
jurisprudencia con incidencia policial. Las normas, los reglamentos,
los mismos hechos históricos sólo sirven desde esta perspectiva como
l.tl policía como organización y control social 21

posibles elementos clarificadores para entender la evolución socio-


profesional de la policía y la posible militarización utilizada en su
desarrollo histórico. La relación cronológica de los hechos más sig-
nificativos policialmente, así como de los acontecimientos políticos
simultáneos, sirve especialmente de base ilustrativa sobre el desarro-
llo de la policía en relación a la evolución social correspondiente.

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