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El arte de fotografiar la verdad

Belén Rodríguez

Universidad Nacional de Asunción

Facultad de Arquitectura, Diseño y Arte

Instituto Superior de Arte Dra. Olga Blinder

Carrera de Artes Visuales

Ética I

7º semestre

Asunción, Paraguay

Mayo, 2019
El arte de fotografiar la verdad

El 8 de junio de 1972 en la Guerra de Vietnam, el fotógrafo Nick Ut


toma la famosa foto premiada con un Premio Pulitzer de la niña Phan
Thị Kim Phúc corriendo desnuda por una carretera, quemada por el
napalm.

Walter Benjamín decía que la fotografía surgió para dejar constancia de momentos
irrepetibles; según el teórico de la imagen y la comunicación Lorenzo Vilches, el
fotoperiodismo es “una actividad artística e informativa, de crónica social y memoria
histórica”1, entiéndase entonces el fotoperiodismo como el arte de retratar la historia.

En esa historia de la humanidad existe una enorme cantidad de fotografías


emblemáticas dignas de tomar como ejemplo para representar el fotoperiodismo, pero
ésta fotografía en especifica es mencionada por Susan Sontag en su libro Sobre la
fotografía; para Sontag fotografiar es en sí un acto de no intervención, pues según cita en
su texto “parte del horror de las proezas del fotoperiodismo contemporáneo tan
memorables (…) situaciones en las cuales el fotógrafo debe optar entre una fotografía y
una vida, optar por la fotografía”2, pues en acto de intervención no solo no capturaría la
acción, sino se perdería ese acto que quizás pueda ser determinante en algún aspecto de
la historia.

1
Javier Olivero http://www.javierolivero.com/uprc-editorial-fotoensayo-fotoperiodismo.pdf junio/19
2
Susan Sontag, Sobre la fotografía, México, Alfaguara p.28
Aquí podría plantearse si ¿basta la buena intención para actuar bien?, porque el
fotoperiodista debe tener noción al menos de que la fotografía podría incluso en ese caso,
contar otra historia sobre la Guerra de Vietnam, y tomar la decisión entre fotografiar ese
momento y quizás salvar la vida de miles de personas ya que esa foto podría haber
supuesto el fin de la guerra, o correr a socorrer y salvarla solo a ella. En ese caso, el
fotógrafo debía decidir entre dos formas de obrar bien, aunque solo en intención haya
deseado ayudar a la pequeña, es el acto de la no acción en este caso la razón de que esa
fotografía sea el ícono que supone en esta época. Entonces, en muchos casos quizás no es
suficiente la intención para actuar bien, pero en muchos casos la no acción puede volverse
una acción positiva.

Por ello, el relativismo moral aplicado al fotógrafo podría dejar patente que su
elección, lo que él consideraba bueno en ese momento (tomar la fotografía) no debería
ser tomado como una manera de juzgar el acto, porque no existe ninguna postura moral
que pueda ser objetiva y aplicarse a la circunstancia para determinar la manera correcta
en que debe o no actuar el fotoperiodista.

Porque las normas morales cambian con el tiempo, en ese momento, véase la
historia, era otro cuento el relato de los acontecimientos, y las normas morales de aquel
entonces en occidente quizás determinaran correcto el actuar de los soldados americanos,
hoy eso sería algo moralmente inaceptable según consenso común. Y lo mismo podría
decirse del fotoperiodista, quizás en aquel tiempo el hecho de no socorrer a la niña no
hubiera tomado el cariz de hoy, donde se tiene constancia de los actos atroces acaecidos
contra el pueblo de la niña, hoy quizás moralmente muchas personas condenen el accionar
del fotoperiodista.

Pensar entonces no solo en el accionar, sino en la relación entre el arte y ética,


entre el fotógrafo y los elementos que componen su obra, en este caso, bien la foto podría
tener un cariz persuasivo, disuasivo, ya que el fotoperiodista no puede tener más que un
enfoque personal y por ello le sería imposible ser totalmente objetivo, por ello, podría ser
honesto, pero objetivo no. Por ende, lo que el fotoperiodista considera bueno, malo o
moralmente censurable, debería ser parte de su construcción de la libertad.
Ese libre albedrio que el arte propicia en los artistas, en la mirada del fotógrafo,
debería formar parte de la esencia artística, libre de censuras morales o la dualidad
occidentalista como ser el bien y el mal, el artista debería poder exponer su arte a expensas
de lo que la sociedad considere censurable, porque ¿quién más que un artista puede
mostrar la realidad por más cruda y deshumanizada que sea?

Porque el arte es una necesidad del ser humano, por ejemplo, las fotografías
perpetúan la historia, recrean miradas, instigan, disuaden, dejan constancia de la
existencia del ser humano, es la manera de exteriorizar sentimientos, plasmarlos,
atraparlos, sentirlos, y aunque podría ser simplemente un lujo que adorne la vida sigue
siendo testimonio, en ese caso del poder adquisitivo de su dueño.

Retomando al artista y su capacidad de mostrar realidades, el fotoperiodista no


solo es un artista que captura una escena para perpetuarla y provocar emociones, porque
también captura verdades, verdades suyas, porque el fotógrafo selecciona y encuadra,
podría solo haber seleccionado el encuadre dónde un soldado americano recarga su arma,
y esa sería la verdad suya; por ello el fotoperiodista lleva consigo una carga ética y moral
que quizás condiciona el encuadre y el click.

A fin de cuentas, fotografiar la verdad es un acto que lleva consigo un bagaje que
no solo incluye la cámara o los lentes, fotografiar la verdad es hacer un encuadre honesto,
es cargar también con la moral y elegir en un solo instante muchas veces, aquello que
puede cambiar la historia. Quizás muchas fotografías relatan mentiras, pero siempre son
retazos de la realidad, es por ello que el fotoperiodista es el artista cuyo arte debe ser
siempre el testimonio de la verdad.

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