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En la sombra de la democracia: Hayek y los liberales

Athenian Stranger

«Pero examinemos esta cuestión más a fondo, tanto más cuanto que

no se trata de una bagatela, sino de lo que ha de ser la regla de

nuestra vida».

Platón. La República, 352D.

Raros son los tiempos que vivimos y, a la vez, iguales que siempre. El hombre

sigue soñando con la constitución perfecta y lo que se encuentra por todos lados

es desencanto con los regímenes políticos. Hoy nos encontramos dos modelos de

despotismo: en primer lugar, el despotismo autoritario que siempre ha estado con

nosotros a lo largo de nuestra historia y, en segundo lugar, el despotismo

democrático.

En este ensayo no miraremos al autoritarismo, imagen hostil donde las haya, sino

que desplazaremos la mirada hacia la democracia y a su relación con la libertad.

Si bien la democracia tiende a ser un régimen mejor que el autoritarismo y un

refugio para las libertades, esto no siempre es así. A veces nos obsesionamos con

los modelos políticos, pero ¿no debería ser más importante el producto que

emana de un sistema político que el sistema en sí? Lo que buscamos es un

régimen que nos permita obtener mayores niveles de libertad y de prosperidad. Si

1
ese estado de las cosas deseado, en el que se defiende la dignidad de todas las

personas, lo dieran la anarquía, el socialismo o la democracia liberal, sin duda

deberíamos defenderlos. Sea cual sea el modelo que lo dé.

Nuestra propuesta es que la democracia liberal es el régimen que proporciona las

mejores condiciones de vida. Sin embargo, lo que cada vez más se escucha en

Occidente, a gritos tan altos que ensordecen, es que lo importante es lo de

«democracia», pero que lo de «liberal» no lo es tanto. Así, el nuevo tirano

aparece en la escena proclamándose como el más democrático y la encarnación

viva del espíritu del pueblo. Larga es la sombra que generan estos déspotas por

Iberoamérica y en muchas otras partes del mundo. Nuestra misión es demoler

este falaz y peligroso argumento de que el liberalismo no es lo relevante; de

hecho, afirmaremos que sin el liberalismo la democracia no puede existir a largo

plazo. Explicaremos que es el mismo abandono de las ideas liberales lo que nos

lleva por el camino de la corrupción, la desafección política y el desastre.

Este ensayo viene a rescatar el contrato de la humanidad con lo mejor que tiene y

a volver a poner a la persona sobre el escenario de la libertad, sin el cual no

existen sus grandes hazañas. Para ello, utilizaremos la visión de Hayek y la de

otros liberales anteriores a él para comprender la relación entre libertad y

democracia en estos tiempos modernos.

2
Liberalismo y democracia

La relación entre el liberalismo y la democracia siempre ha sido interesante.

¿Acaso no es poder elegir a tus propios gobernantes una libertad? La fusión de

ambos conceptos nos ha dado la democracia liberal. Pero siempre merece la pena

pararse a comprender que la democracia, aunque sea una buena forma de

gobierno, siempre tiene el peligro de degenerar. Los atenienses fueron los

primeros en inventarla y los primeros en verla corromperse.

Liberalismo y democracia, ¿cuál es la diferencia entre ambos conceptos? Según

Hayek, el liberalismo trata de limitar el poder coactivo del gobierno. Inicialmente da

igual si este poder es democrático o no.1 Hayek se enfrenta así al demócrata

dogmático, que piensa que el único límite que debe tener el gobierno ha de ser la

opinión mayoritaria. Nos quedaremos, entonces, con dos personajes para lo que

nos queda de este ensayo: el demócrata bueno ―el liberal― y el demócrata malo

―el dogmático―. La democracia es el mecanismo con el que elegimos a los que

mandan, mientras que el liberalismo trata de limitar el poder del que manda con

independencia del mecanismo se utilice. El demócrata dogmático limitaría a los

reyes y a los poderes aristocráticos, mientras que el liberal, además de a los

anteriores, limitaría también a la democracia, especialmente cuando cualquiera de

ellos tratase de vulnerar la libertad y los derechos de los individuos. El demócrata

1
Friedrich A. Hayek. Los Fundamentos de La Libertad. Traducción de José Vicente

Torrente, Madrid: Unión Editorial, 2019, p. 141.

3
dogmático no cree que deba haber limitación alguna de los poderes de una

mayoría. Para ilustrar esta tensión con más profundidad, Hayek utiliza una cita de

Ortega y Gasset que merece la pena compartir en su totalidad:

La democracia responde a esta pregunta: ¿quién debe ejercer el

poder público? La respuesta es: el ejercicio del poder público

corresponde a la colectividad de los ciudadanos. Pero en esa

pregunta no se habla de qué extensión deba tener el poder público.

Se trata solo de determinar el sujeto a quien compete el mando. La

democracia propone que mandemos todos, es decir, que todos

intervengamos soberanamente en los “hechos sociales”. El

liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta: quienquiera

que ejerza el poder público, ¿cuáles deben ser los límites de este?

La respuesta suena así: el poder público, ejérzalo un autócrata o el

pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen

derechos previos a toda injerencia del Estado.2

De la cita anterior se deriva que el poder del Estado debe estar limitado, pues solo

así se puede garantizar su no injerencia en aquellos derechos que le preceden. Se

desplaza por estas líneas un espíritu muy Tocquevilliano. Para el autor francés, el

nuevo despotismo sería democrático. En su gran obra La Democracia en América

―probablemente el mejor trabajo jamás escrito sobre la democracia―, Tocqueville

2
p. 142.

4
plasmó su interés en las ventajas y desventajas del sistema democrático. Cuando

compara el despotismo clásico de los autócratas con el nuevo despotismo de las

asambleas, Tocqueville nos advierte de que no deberíamos sentirnos demasiado

orgullosos de nosotros mismos, de nuestras supuestas moderneces y de nuestra

sensación de liberación de la historia. ¿Por qué? Por el problema de la

omnipotencia:

Ahora bien, si se admite que un individuo revestido de omnipotencia

puede abusar de ella contra sus adversarios, ¿por qué no admitir la

misma cosa de la mayoría? En mi opinión, solo veo a Dios que

pueda ser revestido de la omnipotencia sin inconveniente.3

Hayek sigue los pasos de Tocqueville cuando considera la importancia de limitar el

poder público. Podemos considerar al autor austríaco como un demócrata liberal

que se enfrenta a tres tipos de argumentos expuestos por los demócratas

dogmáticos:4

3
Alexis de Tocqueville. La democracia en América. Traducción de Eduardo Nolla. Madrid:

Trotta, 2018, p. 450.

4
Friedrich A. Hayek. Los Fundamentos de La Libertad. Traducción de José Vicente

Torrente, Madrid: Unión Editorial, 2019, pp. 147-149.

5
1. Los dogmáticos argumentan que la democracia es el único sistema

de gobierno que permite un cambio pacífico de poder. El liberalismo

está, sin duda, de acuerdo con este argumento. Las guerras ―sobre

todo las civiles― que se producen para hacerse con el poder político

son las peores circunstancias para defender los derechos de las

personas. Tal y como Mises decía en su obra Liberalismo, la

democracia tiene la gran ventaja de que permite que se compita

poder el poder pacíficamente.

2. El segundo argumento afirma que la democracia ofrece la mejor

garantía para defender los derechos del individuo. Hayek no estará

de acuerdo del todo con este argumento. Es decir, siempre y cuando

la democracia sea liberal, sí será un régimen que defienda los

derechos individuales. Sin embargo, si hablamos de una democracia

iliberal, entonces no será el caso y con excusas del colectivo o del

interés del Estado se pueden acometer los peores atropellos y

violaciones a los derechos de la persona.

3. El tercer argumento establece que las elecciones políticas permiten

elegir a los mejores para gobernar. Aunque podemos no estar del

todo de acuerdo en este punto, debemos de conceder que no se

tienen los mismos problemas que en una monarquía absoluta

hereditaria en la que el sucesor sea un incompetente. Como las

elecciones introducen un elemento competitivo, favorecen la

educación política de la mayoría, tal y como decía Tocqueville. Lo

6
importante en este punto no es que los políticos sean los mejores

candidatos posibles ―de hecho, no suelen serlo―, sino que

acostumbramos a una población a pensar en la cosa pública y así se

incentiva a que se informen.

Ni Platón ni autores más modernos como Byran Caplan están de acuerdo con el

último argumento, sea porque la mayoría no puede ser tan racional y estudiosa

como diría el ateniense o porque los costes de informarse son demasiado altos

para el individuo.5 Lo esencial es que los ciudadanos tendrán que pensar en lo

público.

Constant y Tocqueville, al igual que muchos liberales del siglo XIX, tenían el temor

de que la población acabara cediendo cada vez más competencias al gobierno.

De que llegáramos a un estado de las cosas en el que los ciudadanos dejaran de

preocuparse por la política y se dedicasen exclusivamente a sus asuntos privados.

Constant lo decía de la siguiente manera:

El peligro de la libertad moderna es que, absortos en el disfrute de

nuestra independencia privada y en la prosecución de nuestros

5
Bryan Caplan. The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies -

New Edition. REV-Revised, Princeton University Press, 2007. JSTOR,

https://doi.org/10.2307/j.ctvcm4gf2. Accessed 27 June 2023.

7
intereses particulares, renunciemos con demasiada facilidad a

nuestro derecho a participar en el poder político.

Los depositarios de la autoridad no dejarán de exhortarnos para que

así hagamos. ¡Están dispuestos a ahorrarnos todo tipo de

penalidades menos las de obedecer y pagar! Nos dirán: «¿Cuál es,

en última instancia, el fin de todos tus esfuerzos, el motivo de tus

trabajos, el objeto de tus esperanzas? ¿No es la felicidad? Pues

bien, déjanos ocuparnos de esa felicidad y nosotros te la daremos».

No señores, no les dejemos. Por mucho interés que se tomen,

pidamos a la autoridad que se mantenga en sus límites. Que ella sea

justa y nosotros nos ocuparemos de ser felices.6

La única manera de evitarlo era con una ciudadanía que se asociaba y que se

preocupaba por la cosa pública. La libertad no puede enseñarse leyendo libros, se

tiene que vivir, se tiene que practicar. Tocqueville lo precisa de la siguiente

manera:

Resulta difícil concebir cómo unos hombres que han renunciado

enteramente al hábito de dirigirse a sí mismos podrían llegar a elegir

bien a los que deben dirigirlos, y no cabe hacer creer que de los

6
Benjamin Constant. La libertad de los modernos. Traducción de Ángel Rivero. Madrid:

Alianza Editorial S.A, 2019, p.105.

8
sufragios de un pueblo de criados pueda alguna vez salir un

gobierno liberal, energético y sabio.7

Es decir, si no tenemos una ciudadanía acostumbrada y preocupada por su

libertad, será muy difícil que las urnas den buenos resultados. No es un tema de

ideología política, sino de amar la libertad. Pero ¿qué era la libertad para

Tocqueville?

Es un sentimiento individual, particular, intransmisible, que

representa lo humano porque es indefinible, incompleta,

autobiográfica, siempre por hacer, por definir apostando,

arriesgando, equivocándose, siempre volviendo a empezar.8

Eduardo Nolla ―el traductor de la edición crítica de Tocqueville― hace referencia

a la importancia de la libertad como un nuevo comienzo en Tocqueville, como algo

que hay que hacer y rehacer todos los días. Por eso, solo los ciudadanos que se

preocupan por sus asuntos locales, que se asocian y que practican esta libertad

podrán ser los mejores votantes en un sistema democrático.

7
Alexis de Tocqueville. La democracia en América. Traducción de Eduardo Nolla. Madrid:

Trotta, 2018, p. 1160.

8
p. 107.

9
La opinión mayoritaria

La crítica fundamental de Platón a la democracia radica en que es el régimen del

reino de la opinión.9 Para Platón, la opinión es un tipo de conocimiento defectuoso

y de segunda clase, algo mejor que la ignorancia, pero mucho peor que el

conocimiento real. Si nos acordamos de la caverna platónica, recordaremos que

los prisioneros están atados viendo las sombras de los objetos reales en la pared.

Es decir, confunden la opinión que tienen ―el reflejo de las cosas reales― con el

conocimiento ―las cosas como realmente son―. Tanto para Platón como para

Hayek, nadie puede saberlo todo, lo que hace que la opinión sea necesaria para la

vida en sociedad. Sin embargo, para Hayek, la opinión es algo más favorable:

Las opiniones y deseos de la gente se forman por individuos que

actúan de acuerdo con sus propias ideas y aprovechan lo que otros

han aprendido en sus experiencias personales. La opinión no

progresaría de no existir ciertos seres que saben más que el resto y

se hallan en mejor posición para convencer. Como normalmente

desconocemos quién es el más sabio, abandonamos la decisión a un

proceso que no controlamos y que pertenece siempre a una minoría

9
Will Ogilvie Vega de Seoane. «Platón y la democracia: Una relación complicada». Revista

Fe y Libertad, vol. 4, n.º 2, diciembre de 2021, pp. 77-94, doi:10.55614/27093824.v4i2.111.

10
que obra de manera diferente a la mayoría. Así, a fin de cuentas, la

mayoría aprende a actuar mejor.10

Estos son los filósofos reyes de Hayek. Esta minoría pensante nunca mandará

directamente, como sí ocurre con Platón, pero guiará la opinión pública, y eso no

es poco en una democracia. Además, permitir que una minoría piense distinto

requiere de una tolerancia por parte de la mayoría propia del liberalismo. De

hecho, no es aventurado decir que la minoría pensante será quien realmente

mande, aunque sea de manera indirecta. ¿No es la opinión pública la que

dictamina lo que ocurre en las urnas y presiona a los representantes día a día? Si

Tocqueville veía en las asociaciones las semillas de la libertad moderna era

porque convencían a la mayoría a través de la persuasión y no de la fuerza. Hayek

sigue los mismos pasos. Sus pensadores, al igual que las asociaciones de

Tocqueville, deben tratar de persuadir a la mayoría.

Sin faltar a la agencia de los mandatarios, en una democracia, los políticos actúan

dentro de lo considerado como aceptable por las mayorías. Ningún político podrá

ser exitoso si no actúa dentro de este marco en su sociedad. Entontes, ¿cómo

10
Friedrich A. Hayek. Los Fundamentos de La Libertad. Traducción de José Vicente

Torrente. Madrid: Unión Editorial, 2019, pp. 150-151.

11
conseguimos progresar en el cambio de ideas? Para Hayek, esta es la tarea de la

filosofía política:

La directa influencia de la filosofía política en los negocios corrientes

puede ser despreciable. Sin embargo, cuando sus ideas llegan a ser

propiedad común, a través de la obra de historiadores, publicistas,

maestros, escritores e intelectuales, generalmente constituyen la

guía efectiva de procesos de desarrollo.11

Podemos decir que Hayek tiene una visión anti-materialista del cambio social. No

son las condiciones económicas lo que definen a una sociedad, sino sus mores,

como dirían Rousseau y Tocqueville. Es decir, las costumbres entendidas de una

manera amplia, incluido «todo el estado moral e intelectual de un pueblo».12

Mientras que Tocqueville piensa que las mores son el motor que explica la

realidad social y política de un grupo, Hayek va un paso más allá explicando cómo

se modifican esas costumbres: con los pensadores. Ellos son los que provocan

ese cambio en el corazón de las personas. Este proceso coloca al filósofo en un

lugar complicado con respecto a la democracia porque solo podrá serle útil si la

cuestiona en una discusión realmente abierta, si se convierte ―como diría

Platón― en un tábano que genera incomodidad. Tanto Hayek como Platón están
11
p. 154.

12
Alexis de Tocqueville. La democracia en América. Traducción de Eduardo Nolla. Madrid:

Trotta, 2018, p. 500.

12
realmente diciendo lo mismo, esta incomodidad es la que hacía que el filósofo se

desentendiera de la cosa pública en la obra de Platón. Para Hayek, «a menudo,

dentro de su tarea, el filósofo político sirve mejor a la democracia oponiéndose a la

voluntad de la mayoría».13 Es, por tanto, la labor del pensador exponerle a su

sociedad las paradojas y los antagonismos que existen entre distintos valores que

son deseados, por ejemplo, entre la libertad y la igualdad.

Platón había comprendido que aquellos que realmente pensaban siempre

correrían el riesgo de ser aplastados por la mayoría. Podríamos argumentar que lo

más trágico de La República no es que la mayoría de la humanidad viva en la

caverna, sino el recibimiento que se le hace al filósofo cuando ha conseguido salir

de la caverna y ver la realidad. La razón es que cuando regresa a intentar salvar a

sus compañeros en la oscuridad puede ocurrirle lo siguiente:

Y si cuando no distingue aún nada, y antes de que sus ojos hayan

recobrado su aptitud, lo que no podría suceder sin pasar mucho

tiempo, tuviese precisión de discutir con los otros prisioneros sobre

estas sombras, ¿no daría lugar a que éstos se rieran, diciendo que

por haber salido de la caverna había perdido la vista, y no añadirían

además, que sería de parte de ellos una locura el querer abandonar

13
Friedrich A. Hayek. Los Fundamentos de La Libertad. Traducción de José Vicente

Torrente. Madrid: Unión Editorial, 2019, p. 156.

13
el lugar en que estaban, y que si alguno intentara sacarlos de allí y

llevarlos al exterior sería preciso coger y matarle?

-Sin duda.14

¡Cuánto más de cierto tiene esto en las ciencias sociales! Hayek estará de

acuerdo: solo aquel que realmente dice lo que piensa y que no tiene miedo es

capaz de ayudar a cambiar las ideas predominantes de una época. Vemos el

fracaso de este proceso en la cancelación o corrección política, términos que

parecen modernos, pero que son tan viejos como la humanidad. La caverna sigue

cancelando. Siempre ha sido muy peligroso pensar distinto a la tribu y solamente

el liberalismo defiende al distinto. Sin el distinto, sin una minoría con ideas

alternativas, no progresa el conocimiento.

Hayek crítica a esos «intelectuales» que piensan que las mayorías pueden hacer

lo que quieran. Es decir, critica a los demócratas dogmáticos que dicen que la

voluntad de pueblo no debe tener límites. No son más que demagogos, ya que

solo una democracia con límites en su poder puede mantenerse en el tiempo:

El viejo liberal es mucho más amigo de la democracia que el

demócrata dogmático, puesto que se preocupa de preservar las

condiciones que permiten el funcionamiento de la democracia. No es

14
Platón. La República. 517a.

14
“antidemocrático” tratar de persuadir a la mayoría de la existencia de

límites más allá de los cuales su acción deja de ser benéfica y de la

observancia de principios que están más allá de toda la voluntad

mayoritaria.15

Lo que dice Hayek es algo que desgraciadamente ya hemos visto y no se trata de

izquierda o derecha política. Una democracia puede elegir a un líder autoritario

que la acaba destruyendo, como es el caso no solo de Hitler, sino del Chavismo

en Venezuela. Sin duda, la mayoría querría poder deshacerse de ellos una vez

que estos se han instaurado en el poder, pero el mecanismo pacífico para

deshacerse de ellos ya no existe. Salvo los amigos del tirano, ―si es que así se

puede llamar a los lacayos del despotismo― toda la sociedad sufrirá las

consecuencias. Este es el caso en el que una mayoría se oprime a sí misma.

Haríamos bien en tener la humildad intelectual como para saber que esto puede

pasar en cualquier democracia cuando hay una gran crisis y un «gran líder» viene

a salvarnos a todos. Esto es lo que pasa cuando la democracia naufraga. Fracasa

cuando no tiene límites. De hecho, para Platón, la tiranía es el régimen que sigue

a la desintegración de la democracia y lo hace precisamente por este problema.

15
Friedrich A. Hayek. Los Fundamentos de La Libertad. Traducción de José Vicente

Torrente. Madrid: Unión Editorial, 2019, p. 158.

15
Esta es la razón por la que hay que tener un nomos más elevado que sirva para

anclar a la propia democracia. Sin que sea el tema de este ensayo, Hayek tiene

claro que, desde un punto de vista histórico, primero un pueblo tiene unas leyes

que emanan de sus costumbres, de sus órdenes espontáneos y luego se crea el

Estado. Es decir, es una crítica al derecho positivo que quiere que el Estado sea el

inventor de la ley, cuando esta solo puede ser descubierta.16 Lo mencionamos

porque es un problema íntimamente unido a la idea de que el gobierno puede

hacer lo que se le antoje. No hay duda de que precisamente esto es lo que

defienden muchos de los demócratas.

La democracia caprichosa se remonta a la primera democracia del mundo. De

hecho, Sófocles ya reflexiona muy profundamente sobre los decretos despóticos

en Antígona, una de las más supremas obras de teatro de la civilización

Occidental. En la obra, Antígona ―la protagonista― quiere enterrar a Polinices,

uno de sus hermanos que ha muerto en batalla. Esto lo prohíbe Creonte, el rey de

Tebas, en su primer decreto. Lo prohíbe porque Polinices se había enfrentado a la

ciudad y, por tanto, quiere que su cadáver se descomponga para que todo el

mundo lo vea.

16
Friedrich, A. Hayek. Law, Legislation and Liberty. London: Routledge Classics, 2013,

Kindle, p. 116.

16
Nuestra protagonista tiene sus lealtades enfrentadas. Como ciudadana, debe

cumplir el decreto del rey, pero como hermana tiene la obligación de enterrar a

Polinices para que su alma descanse en paz. Este es uno de los temas

fundamentales y recurrentes en las tragedias griegas: la división de lealtades y las

tensiones entre las obligaciones personales y las cívicas. El grito de Antígona es

que ni si quiera un rey puede inventarse un decreto que va en contra los dioses:

No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive

con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No

pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un

mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de

los dioses. Estas leyes no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y

nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas

de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno.17

Es difícil encontrar una visión más liberal de las leyes que esto. La ira de Antígona

viene porque ella entiende, como Hayek, que las leyes son previas al Estado. No

lo dirá de esta manera, pero ese es el problema. Como lo ha ordenado el rey, será

legal que el cuerpo de Polinices se pudra, pero será tremendamente injusto y

barbárico. Al final de la obra, los dioses, de manera indirecta, se acabarán

vengando y Creonte perderá todo lo que quiere. Acabará enterrando el cadáver de

17
Sófocles. Tragedias. Traducción de Assela Alamillo. Madrid: Editorial Gredos, S.A. 1981, p.265.

17
Polinices junto al de Antígona, el de su hijo y el de su esposa. Los tres últimos se

habrán suicidado.

Antígona fue estrenada en el 441 a. C., sin embargo, no encontramos estos

problemas solamente en la ficción griega. Para el año 404 a. C., los ciudadanos

atenienses habrán perdido la Guerra del Peloponeso. Según Tucídides, la guerra

se perdió por culpa de los demagogos que poblaban la despótica asamblea

ateniense. En ese mismo momento en el que los atenienses pensaron que una

mayoría podía decidir lo que se le antojase, sin ningún tipo de límites, comenzó la

degeneración.18 Ya lo decía Aristóteles: «cuando las leyes dejan de ser supremas,

aparecen los demagogos».19

¿Son estos los deseos de la mayoría?

Si hoy le preguntáramos a un ciudadano cualquiera de un régimen

democrático si la voluntad de la mayoría está dando los resultados

esperados, probablemente la desilusión sería predominante. ¿De dónde

viene este desencanto con la democracia?

18
p. 346.

19
Aristóteles. Política, 1292a.

18
En las democracias reales, hemos creado una maquinaria que lleva a cabo

determinadas políticas en nombre de una mayoría, pero que, como dice Hayek,

realmente no es así. De hecho, la mayoría de personas pensarían que lo que se

vende como mayoritario no es del interés de todos.20 Por ejemplo, la mayoría de

los ciudadanos estaría de acuerdo en que el gobierno debería garantizar la paz y

la seguridad. Pero los mandatarios, que siempre quieren más poder, no tardarán

en dar mensajes como «los pensionistas deberían cobrar más», no dirán que
Microsoft Office User 24/7/23 10:31
Eliminado: », no
subirán los impuestos al resto para poder costearlo. Afirman: «Hay que invertir

más dinero en educación», pidiendo un mayor esfuerzo al contribuyente sin

realmente ver cómo se está gastando. Son ejemplos demagógicos en los que los

políticos de turno visten de mayoritarias decisiones que pueden no ir en favor del

interés general de la población. Lo que realmente pasa, y está oculto al ojo de la

población, es que los políticos están otorgando privilegios a intereses especiales

en el nombre del bienestar de todos.

Si una parte fundamental de la educación de una persona consiste en aprender a

limitar nuestros propios deseos y, como dice Hayek, someternos a reglas de

conducta generales y justas,21 entonces podemos decir que lo mismo debería de

suceder con las mayorías. De lo contrario, nos arriesgamos a confundir la justicia

20
Friedrich, A. Hayek. Law, Legislation and Liberty. London: Routledge Classics, 2013,

Kindle, p. 350.

21
Idem.

19
con cualquier capricho que pueda tener la mayoría. No es necesario ser un

historiador para entender que la mayoría se ha equivocado muchas veces en el

pasado. Por ejemplo, si la mayoría quiere quitarles la propiedad a los judíos, ¿es

legítimo porque la mayoría lo desea? ¿Es el hecho de ser mayoría lo que

realmente otorga justicia? Esto nos pone en rumbo a la cacería de brujas y la

servidumbre.

Pero esta es la consecuencia de pensar que una mayoría no puede ser

arbitraria, como dice Hayek, una idea profundamente equivocada, pero muy

aceptada hoy en día.22 Todas las decisiones pueden ser arbitrarias si no se

basan en reglas generales, ya sea que el que decide sea una persona o

una mayoría. Las personas pueden ser caprichosas e injustas actuando en

singular o en plural. Solo una aplicación de reglas generales puede prevenir

la arbitrariedad. Por ejemplo, el asesinato es un acto que produce un

rechazo general de una población, por lo que su castigo debe de ser una

regla general para todo el que lo cometa. No tiene ni nombre, ni apellidos,

ni color de piel, lo importante es el acto y el hecho de que su castigo sea

conocido y, por tanto, previsible ―como diría Hobbes―. Todo lo anterior

hace que esa ley sea más justa. Es decir, no es una ley para un caso

particular, sino general. Es lo contrario de cuando se «vota sobre medidas

particulares para el beneficio ―y muchas veces a expensas― de

22
p. 351.

20
desconocidos».23 Por desgracia, esto es lo que provoca muchos de los

problemas que tienen las democracias modernas. Democracias sin

limitaciones que pueden dar privilegios a determinados grupos. No pasa

mucho tiempo hasta que los propios grupos privilegiados son los que

empiezan a influir en la política y, tarde o temprano, capturan el Estado.

Camino al despotismo

En ese estado de las cosas en el que los políticos dependen de grupos de interés,

las minorías organizadas no tienen que hacer el más mínimo esfuerzo en

persuadir a la mayoría. Basta con que le retiren el apoyo al político de turno.24 ¿No

es así como funcionan muchos sindicatos? No es usando el diálogo con la

sociedad y tratando de convencer sobre la justicia de sus demandas, sino

ejerciendo presión política con amenazas de huelga y vulneraciones a las

libertades del resto de ciudadanos.

Por supuesto, los políticos cederán ante grupos de interés, sean empresas,

sindicatos u otros actores políticos, pero venderán esta cesión como si fuera un

beneficio para el país. ¿No seguimos oyendo muchas veces hablar del

proteccionismo utilizando esta técnica? «Defender lo nuestro, a nuestros

23
p. 352.

24
p. 353.

21
trabajadores, a nuestro producto». Hacer esto a través de la violencia del Estado

beneficia al empresario protegido y a sus empleados, pero desde luego que va

contra el interés general de la sociedad. Todos acabarán pagando más por un

producto de peor calidad. Si uno quiere consumir el producto nacional o local ―no

hay nada de malo en ello―, se debe de hacer libremente, por elección individual,

no bajo la sombra de la violencia del Estado. El interés de la mayoría ha sido

corrompido de nuevo con demagogia porque el Estado puede disponer y crear

monopolios según sus caprichos.

Lo triste es que nadie inundará las redes sociales ni los medios de comunicación

porque paguen 10 céntimos más por una Coca Cola, con lo que el político puede

beneficiar a los suyos con un bajo coste social. Pero cuando esto pasa en una

industria, las empresas y grupos de interés rápidamente comprenderán que es

muy beneficioso meter dinero en política. Así extraerán muchos privilegios de ello.

El capitalismo no es culpable aquí, como no se cansan de decir los demagogos,

sino el socialismo, ya que es el poder del Estado el que está dando estos injustos

privilegios. De hecho, es solamente el gobierno el que puede dar privilegios. La

consecuencia será una sociedad más pobre y mercantilista, llevada por servidores

de intereses especiales, y con empresas que son corruptoras y víctimas a la vez.

Corruptas por comprar a los políticos, víctimas porque no les quedará más

remedio. Será demasiado caro no invertir en comprar políticos si las demás

empresas lo hacen, lo que provocará una corrupción más generalizada.

22
No es esto un problema exclusivo de la democracia, es un problema de un poder

político sin límites; es decir, de cualquier orden político sin liberalismo. Ya sean

reyes, aristocracias o democracias, corrupto y débil será este Estado.25 Volvemos

a la ley del más fuerte, al estado de naturaleza de Hobbes o Bastiat, en el que

todos tratan de degenerar las leyes en su propio beneficio. Una vez que este es el

terreno de juego, la sociedad estará terriblemente politizada y el gobierno seguirá

creciendo. ¿Cómo puede ser que siga creciendo este terrible monstruo?

Sencillamente porque cuanto más grande sea el Estado, más privilegios podrá dar

y, por tanto, más incentivos habrá para que siga creciendo a expensas de su

gente.

«¡Hay que proteger a los ganaderos de una competición injusta!». «¡Hay

que nacionalizar la industria!». Estos eslóganes buenistas siempre

esconden a los que pagarán por estas medidas: la mayoría silenciosa. Y es

así como un gobierno que debería servir a sus ciudadanos acabará

sirviéndose a sí mismo y a los que puedan capturarlo. En una sociedad

donde la gente tendrá cada vez menos seguridad, serán más pobres y

miserables. Puedo seguir con esta descripción, pero creo que Rousseau lo

dijo de una manera mucho más poética:

Del seno de estos desórdenes y revoluciones, el despotismo,

levantando por grados su odiosa cabeza y devorando cuanto


25
p. 354.

23
percibiera de bueno y de sano en todas las partes del Estado,

llegaría en fin a pisotear las leyes y el pueblo y a establecerse sobre

las ruinas de la república. Los tiempos que precedieran a esta última

mudanza serían tiempos de trastornos y, calamidades; mas al cabo

todo sería devorado por el monstruo, y los pueblos ya no tendrían ni

jefes ni leyes, sino tiranos. Desde este instante dejaría de hablarse

de costumbres y de virtud, porque donde reina el despotismo, cui ex

honesto nulla est spes, no sufre ningún otro amo; tan pronto como

habla, no hay probidad ni deber alguno que deba ser consultado, y la

más ciega obediencia es la única virtud que les queda a los

esclavos.26

Cuidémonos, por tanto, del demócrata dogmático que nos canta como las sirenas

a Odiseo. Es la melodía de una canción que promete conducir a la libertad

cuando, en realidad, nos está poniendo las más férreas cadenas y anclándonos en

las profundidades del despotismo.

Si Rousseau pensaba que siempre tendríamos que estar en guardia de intereses

privados que tomaran la política, Hayek hace una aportación importantísima a la

26
Jean-Jacques Rousseau. Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.

Traducción de Ángel Pumarega. Madrid: Calpe, p. 47.

24
tradición liberal. Lo hace añadiendo que cuanto más grande sea el Estado, más

jugoso será para estos intereses privados. Es, por tanto, esencial un retorno a un

Estado en el que la mayoría tenga límites como el respeto a la propiedad privada.

De hecho, solo en un Estado mínimo podríamos tener un acuerdo más general

entre personas diversas. Probablemente no satisfaga a todos, pero es un mínimo

desde el cual todos los ciudadanos tendrán una mejor oportunidad de construir

sus vidas libremente. Por eso, Hayek dice que el poder coactivo debe descansar

en la opinión mayoritaria y que, por tanto, no debería ampliarse más allá de donde

hay un acuerdo entre todos.27 La mayoría debe estar, como cualquier poder

político, limitada, controlada. Así, llegue quien llegue, no le abrirá las puertas al

despotismo de nuevo. Esto exige también una vigilancia constante, siendo el

corazón humano siempre corruptible.

Nos quejamos de la corrupción política y pocas veces nos paramos a pensar en

mecanismos para ponerle fin o, por lo menos, reducirla. La aportación de Hayek

es esencial en este sentido. La única manera de hacerlo es limitando el poder del

gobierno democrático. Si permitimos que el Estado vaya asumiendo cada vez más

funciones que le quita a la sociedad, tarde o temprano será presa de la ferocidad

de la corrupción. Además, se acaba infantilizando a los ciudadanos hasta

27
Friedrich, A. Hayek. Law, Legislation and Liberty. London: Routledge Classics, 2013,

Kindle, p. 350.

25
reducirlos a simples cortesanos de la mayoría, como diría Tocqueville.28 El Estado

debe intervenir solo en aquellas áreas donde sean necesario y donde los

ciudadanos no puedan llegar con sus propios esfuerzos. Solo así permitimos que

la mayoría de la gente viva mejor sin corruptelas y demagogos enmascarando el

interés privado de determinados grupos como si fuera el interés general de la

sociedad. Muchos proponen «más democracia» como si ello fuera a reducir la

corrupción, pero solamente en una sociedad donde el gobierno no pueda dar

privilegios podremos salir de este círculo vicioso.

Cabe añadir que una de las causas fundamentales del declive viene por el hecho

de haber convertido a la mayoría política en una nueva deidad que nunca se

equivoca y que tiene derecho a todo. Si el gobierno puede hacer todo lo que

desea, lucharemos entre todos por tratar de tomar las riendas del leviatán en

nuestro propio beneficio. Destruyéndonos a todos, seremos como los hombres de

Odiseo esperando a ser devorados por el cíclope. No hace falta que tengamos la

sagacidad del héroe para saber que la solución es tan sencilla como no meternos

en la cueva del cíclope.

28
P. 464.

26
Reflexiones finales

Como hemos argumentado en estas páginas, la tradición liberal ha estado

profundamente preocupada por los excesos de una democracia sin límites. En el

caso de Hayek, no solo en Camino a la servidumbre, sino durante toda su vida.

Tocqueville, Constant y Hayek comparten la desconfianza en el poder. Dicha

preocupación es el temperamento principal de una persona que ama la libertad. Le

da igual que esté en manos de uno, en manos de unos pocos, o en manos de una

mayoría. Le da igual que lo tenga Calígula o una mayoría despótica ateniense a

finales de la Guerra del Peloponeso.

Por mucho que sigamos teniendo que temer a los dictadores de turno, el ser

humano debería cuidarse siempre de la tiranía. Haríamos bien en dejar de

obsesionarnos por el tipo de gobierno y comenzar a considerar la importancia del

resultado que nos dan los tipos de gobierno. Si queremos mejorar las condiciones

de todos es imperativo que limitemos las decisiones que pueden tomar las

mayorías. Tocqueville estaba en lo cierto cuando dijo que:

La omnipotencia me parece en sí misma una cosa mala y peligrosa.

Creo que su ejercicio está por encima de las fuerzas del hombre y

solo veo a Dios que pueda ser todopoderoso sin peligro, porque su

sabiduría y justicia son siempre iguales a su poder. No hay en la

Tierra autoridad tan respetable en sí misma o revestida de un

derecho tan sagrado que yo quiera dejarla actuar sin control y

27
dominar sin obstáculos. Así pues, cuando veo conceder el derecho y

la facultad de hacerlo todo a un poder cualquiera, llámese pueblo o

rey, democracia o aristocracia, ejérzase en una monarquía o en una

república, digo: ahí está el germen de la tiranía, y trato de ir a vivir

bajo otras leyes.29

Omnipotencia y justicia. El poder absoluto es algo demasiado peligroso en las

manos del hombre y su peligro crece a medida que aumenta su poder. A la justicia

podremos aproximarnos si nos cuidamos de no agrandar el poder. Si Tocqueville

estaba en lo cierto y solo Dios puede ser omnipotente y justo a la misma vez,

¿puede ser que sea un malabarismo imposible para los parlamentos de los

mortales?

Se dice que en los comienzos de la humanidad, Adán y Eva fueron expulsados del

jardín del Edén porque, en su orgullo, quisieron igualarse a Dios. ¿No es poético

que caigamos continuamente en el despotismo, que no hace más que traer

miseria y sufrimiento, por no tener la humildad de limitar el poder de los

parlamentos? Orgullo y humildad son polos opuestos. De todo lo anterior se

desprende que el futuro de la humanidad depende de nuestra capacidad para

29
Alexis de Tocqueville. La democracia en América. Traducción de Eduardo Nolla. Madrid:

Trotta, 2018, p. 460.

28
comprender la importancia de limitar el poder. Por muy imperfecta que sea esta

receta, no hemos encontrado una mejor para el florecimiento humano.

29

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