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UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

ESCUELA PROFESIONAL DE CIENCIA POLÍTICA

ANÁLISIS POLÍTICO
Docente:
Jorge Alfredo Rafael Ortiz Sotelo
Título

Autores:
Human Vargas, Daniel’s
Rojas Tenorio, Luis Aaron

SEMESTRE 2023-II
Marco Teórico:

El siguiente marco teórico aborda dos componentes fundamentales para


comprender la geopolítica del narcotráfico. El primer componente se centra en el
narcotráfico como fenómeno económico, mientras que el segundo se enfoca en la retórica
de la "guerra contra el narcotráfico" como elemento geopolítico.

En relación al narcotráfico como fenómeno económico, María Cecilia Toro destaca


tres procesos: a) producción del narcótico, b) distribución ilegal a nivel interno e
internacional, y c) consumo. Este fenómeno se asemeja a una empresa transnacional
descentralizada a escala global, aprovechando las herramientas del mundo globalizado
(Jorge Chabat, 2015). En la historia del Perú, específicamente en el tráfico de cocaína, se
puede rastrear desde fines del siglo XIX, siendo proveedor de materia prima para la
industria farmacéutica y con fines industriales en Alemania y Estados Unidos,
respectivamente, según Paul Gutemberg.

El segundo componente es la retórica de la "guerra contra el narcotráfico", esta ha


sido utilizada en Estados Unidos y otros países para justificar el uso de la fuerza militar
contra el tráfico de drogas. Este discurso argumenta que el narcotráfico es una amenaza
existencial que solo puede ser vencida mediante una respuesta militar contundente. Sin
embargo, ha sido criticado por exagerar la amenaza, militarizar la lucha contra el
narcotráfico, aumentar la violencia y represión, y desplazar otros problemas igualmente
relevantes a nivel nacional e internacional.

La complejidad aumenta cuando las empresas transnacionales, como los carteles de


narcotráfico, tienen un impacto significativo en la configuración geopolítica de ciertas áreas.
Según Benavides (2022), los Gobiernos deben reconocer los espacios fronterizos no solo
como lugares de intercambio y comercio ilícito, sino también como escenarios donde se
llevan a cabo diversas actividades ilegales que afectan la seguridad y economía de los
países. Este enfoque refleja una nueva realidad geopolítica, desafiando las estructuras
tradicionales de poder estatal, ya que los territorios ahora se ven influenciados por
operaciones ilegales que afectan la dinámica geopolítica y la seguridad internacional (Eissa,
2005).

En la década de 1990, la comunidad internacional reconoció que el narcotráfico era


una amenaza global, ya que las organizaciones criminales se habían transformado en
empresas transnacionales. En efecto, el mercado de las drogas mueve anualmente 500 mil
millones de dólares, lo que lo convierte en un negocio multimillonario (Nestares, 2004). Esto
se relaciona con otras formas de crimen internacional, como se mencionó anteriormente.
Por ello, se buscan implementar políticas para desarticular las redes de traficantes a nivel
mundial, mediante la confiscación de sus bienes y la creación de grupos e iniciativas de
cooperación internacional que prevengan el narcotráfico, así como aquello relacionado a
este cáncer. En Latinoamérica, se ha dado prioridad a las políticas de represión del
narcotráfico sobre las políticas sociales, lo que ha llevado a un mayor apoyo a la guerra
militar en la región. Esta preocupación se refleja en el nombramiento del Director de la
Oficina de la Política Nacional para el Control de Drogas con rango de gabinete y su
integración al Consejo Nacional de Seguridad durante el gobierno de Bill Clinton. De esta
forma, los Estados Unidos han buscado que las Fuerzas Armadas Latinoamericanas se
involucren cada vez más en la lucha contra el narcotráfico en forma directa (Eissa, 2005, p.
14). En adición, el gobierno norteamericano ha logrado, mediante colaboraciones
interestatales, implementar un plan de acción a través de la La Administración de Control de
Drogas​(DEA), el caso más visible fue en Colombia donde se destacó inicialmente la lucha
contra los grupos poderosos de Medellín y Cali, cuyas organizaciones fueron
desmanteladas y sus líderes eliminados o puestos tras las rejas. Después llegó el Plan
Colombia, un controvertido y costoso proyecto respaldado por la gestión de George W.
Bush, que abordaba tanto aspectos militares como de contrainsurgencia, además de
estrategias de interrupción y eliminación (Márquez, 2013). Muy a pesar de esta articulación,
la presencia de la DEA en territorio Latinoamericano ha sido duramente criticada. Una de
las más grandes críticas se da debido a la violación de la soberanía, es decir, las acciones
de la DEA a veces se llevan a cabo sin coordinación o autorización adecuada de los
gobiernos locales. Como por ejemplo, lo sucedido en Guatemala, cuando varios agentes de
la DEA comandaron a las fuerzas policiales, militares y judiciales de Guatemala para una
cacería aérea en La Reforma, una aldea al oriente de ese país donde se pretendía capturar
a seis jerarcas del Cártel de los Lorenzana, uno de los más poderosos del área y aliado a
cárteles como el de Sinaloa. No obstante, el operativo falló tras un escape de información e
implicó la huída del grupo de líderes criminales (Eisele, 2020).
En el escenario peruano, la lucha contra el narcotráfico ha sido ardua, dado que el
Perú es uno de los países que cumple con los principales requisitos para que el narcotráfico
prolifere. Es Fernández (2016) quien informa que el país históricamente se ha vinculado con
el tráfico de drogas, esto tiene relación con el surgimiento de espacios propicios para la
siembra y cultivo de enervantes en los que intervienen elementos geográficos que
posibilitan el entramado de las redes criminales (p. 235). El inicio del narcotráfico en Perú se
remonta a la expansión de los cultivos de coca en la región andina. Las condiciones
geográficas y socioeconómicas de ciertas zonas del país facilitaron el cultivo de la hoja de
coca. En un principio, su producción era principalmente local y tenía usos tradicionales. Sin
embargo, con el tiempo, la demanda internacional de cocaína llevó al surgimiento de una
industria ilegal que ha representado desafíos significativos para el país. Esto ha colocado al
Perú como el segundo productor mundial de hoja de coca según un reporte de la World
Drug Report (2008). Además, según la Fundación Friedrich Ebert (2008), las acciones y
concurrencia de las organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico parecen estar
estrechamente relacionadas con el mercado internacional, particularmente con los grupos
provenientes de México y Colombia que son los que coordinan el ingreso de la droga tanto
al territorio de EE.UU., como a diversos países de Europa (p. 2). Toda esta situación ha
generado críticas, principalmente contra la administración pública, dado que, según Cotler
(1999), esta a demostrado ser incapaz, puesto que su diseño de planes y ejecución ha sido
ineficaz dado que ha carecido de apoyo político y de recursos económicos para contar con
cuadros técnicos estables y relativamente autónomas, y de una organización que permitiera
ejecutar de manera coherente planes y proyectos a mediano y largo plazo (p. 149).
Adicionalmente, la falta de una dirección política coherente llevó a entidades públicas a
diseñar programas aislados y con personal no calificado, compitiendo por recursos limitados
provenientes principalmente de la cooperación internacional. Además, profesionales
especializados en el tema de drogas eran desplazados a otras posiciones, lo que resultaba
en una pérdida de recursos humanos para la administración pública. El aumento constante
en la producción, tráfico y consumo de drogas contrastaba con la baja cantidad de grandes
traficantes y oficiales encarcelados, mientras la mayoría de los detenidos eran pequeños
traficantes y vendedores. Esto se atribuía a la falta de voluntad política para abordar el
problema y la ausencia de una entidad centralizada bajo la dirección de una figura política
de alto rango, preferiblemente con un trasfondo militar. Por último, la corrupción extendida e
impune entre altos funcionarios, militares, autoridades judiciales, policiales y penitenciarias
se señaló como un factor clave que impedía la respuesta efectiva del Estado a este
problema (Cotler, 1999).

La influencia de la política exterior de Estados Unidos en la agenda nacional del


Perú ha sido un tema recurrente que ha moldeado decisiones y discursos políticos a lo largo
de la historia del país. Este alineamiento estratégico ha tenido un impacto significativo en
varios aspectos de la agenda nacional peruana, particularmente en relación con la
seguridad interna y la orientación de políticas públicas. La lucha contra el narcotráfico, en
particular, ha sido un punto crucial en la agenda peruana, en gran parte debido a las
presiones y preocupaciones de Estados Unidos. Los esfuerzos por erradicar los cultivos de
coca, reducir la producción de drogas ilícitas y combatir el tráfico de estupefacientes han
sido áreas prioritarias impulsadas en parte por la influencia de la política exterior
estadounidense y su enfoque en la llamada "guerra contra las drogas". En este sentido,
Cotler (1999) destaca que durante el gobierno de Fujimori, las relaciones entre el gobierno
peruano y Estados Unidos en lo que respecta a la lucha contra el narcotráfico fueron una
parte crucial de su relación bilateral. La cooperación en esta área fue un punto de
convergencia y colaboración entre ambos países. Estados Unidos consideraba a Perú como
uno de los países clave en la producción de cocaína y, por ende, en la lucha contra las
drogas ilícitas. En este sentido, la administración de Fujimori implementó políticas agresivas
para erradicar los cultivos de coca, reducir la producción de drogas y combatir el tráfico de
estupefacientes. Esta postura se alineaba con los intereses estadounidenses, ya que
coincidía con su enfoque en la "guerra contra las drogas" y su preocupación por la
producción y el tráfico de drogas desde América Latina hacia Estados Unidos. De esta
forma, en 1992, las Fuerzas Armadas y el Servicio de Inteligencia peruanos fueron
asignados para combatir tanto la subversión como el narcotráfico. Esta estrategia coincidió
con el interés del gobierno peruano en eliminar el financiamiento de la subversión y
fortalecer el poder estatal en la selva. Pero no es hasta 1994 que se emite El Plan Nacional
de Prevención y Control de Drogas 1994-2000, el que reflejó un enfoque integral que
abordaba aspectos histórico-culturales, económicos, legales e internacionales del problema
de las drogas. El Plan destacaba la necesidad de coordinar acciones de interdicción,
desarrollo alternativo, prevención y tratamiento de dependientes, y acciones internacionales.
A pesar de los esfuerzos del gobierno peruano, críticos argumentaron que la corrupción, la
falta de coordinación y las ambivalencias en la sociedad contribuyeron al problema de las
drogas. En resumen, según Cotler, el Plan proyectaba fortalecer al Estado para reprimir el
tráfico ilícito de drogas y promover el desarrollo alternativo, con el propósito de reducir en
50% los cultivos ilegales en los seis años siguientes, convocando a la unidad nacional para
enfrentar la amenaza de las drogas (p. 235).

El Plan promovió el restablecimiento de relaciones entre Perú y organismos


internacionales. Estados Unidos se reintegró al Grupo de Apoyo y el Perú firmó acuerdos de
cooperación con organismos multilaterales en 1993. La ONU renovó su colaboración en el
Proyecto del Alto Huallaga y AID ofreció treinta millones de dólares durante cinco años para
impulsar el desarrollo alternativo en zonas cocaleras. A pesar de esto, el gobierno peruano
consideró esta contribución insuficiente y buscó más apoyo internacional. En 1994, Perú
suscribió un nuevo Convenio Antidrogas con Estados Unidos, comprometiéndose a
controlar el comercio ilegal de precursores y erradicar plantaciones de coca. Sin embargo,
en 1995, las relaciones entre ambos países se complicaron nuevamente. Estados Unidos
condicionó la certificación de seguridad nacional a Perú, Bolivia, Colombia y Paraguay, ya
que no redujeron las áreas de producción de coca. Aunque se reconocieron avances en
reformas económicas y lucha contra las drogas, no hubo exigencias perentorias, excepto
para Bolivia y Colombia en temas específicos. En este contexto, la represión policial en
Perú desmanteló redes de traficantes con la colaboración de la DEA y el gobierno
colombiano. Se detuvieron miles de personas relacionadas con el narcotráfico, y los
decomisos de drogas aumentaron significativamente. Estas acciones provocaron una caída
en los precios de la coca y la cocaína, reduciendo el cultivo de coca en Perú
considerablemente. A pesar de los éxitos en la reducción del cultivo de coca, surgieron
desafíos. Las actividades ilegales se adaptaron, desplazando el tráfico aéreo por vías
fluviales y cambiando las rutas y mercados de la droga. Esto llevó a tensiones entre Perú y
Estados Unidos debido a un aumento en los precios de la coca y los estupefacientes. La
disminución de los ingresos de los productores de coca del Alto Huallaga llevó a una crisis
económica en la región. La población se desplazó en busca de empleo, y se observó un
incremento en la delincuencia. A pesar de esto, la persecución militar redujo
considerablemente la actividad subversiva, evitando un rebrote de la violencia (Cotler 1999).

Por otro lado, aproximándonos a la actualidad, durante el gobierno de Ollanta


Humala, se establece Estrategia Nacional de Lucha Contra las Drogas (2012-2016),
promueve el cambio de actitudes de la población hacia un desarrollo y vida lícita sin la
influencia de la economía y las actividades delictivas del narcotráfico. Para tal fin fomenta el
esfuerzo conjunto de la población, sus organizaciones y autoridades, con el apoyo del
gobierno nacional, gobierno regional y gobiernos locales, con énfasis en el desarrollo del
capital social de los ámbitos de intervención, asimismo incorporando el aporte de la
cooperación internacional y la inversión privada, con el objetivo de lograr un desarrollo
integral con inclusión social, que prioriza la gestión ambiental y el aprovechamiento racional
de los recursos naturales (ENLCD 2012-2016, p. 43). Se reforzaron las acciones de
interdicción para reducir la producción y el tráfico de drogas, con la participación activa de
las fuerzas de seguridad y la implementación de estrategias de control en las zonas críticas.
Además, se establecieron programas de desarrollo económico y social en las regiones
afectadas por el narcotráfico. Estos programas buscaban proporcionar alternativas
sostenibles a los cultivos ilícitos, fomentando actividades agrícolas legales y otros proyectos
productivos (Stöckli, 2014).
Finalmente, el narcotráfico no opera únicamente corrompiendo al Estado, sino que el
Estado, en ocasiones, se corrompe a sí mismo utilizando el narcotráfico para sus propios
intereses. Esto puede incluir desde el aprovechamiento de fondos provenientes del
narcotráfico hasta el uso de esa actividad ilegal como un medio para ejercer control o
influencia en ciertas regiones. Para Soberón (2014), existe una permeabilidad del Estado a
la alta criminalidad asociada al narcotráfico y en las prácticas corruptas que involucran a
diversos sectores sociales y al poder político. Se subraya la influencia del narcotráfico en
áreas donde la ausencia del Estado de derecho es evidente, promoviendo la corrupción. La
producción de coca forma parte de la economía local en zonas como el Vraem, donde
programas sociales son necesarios debido a la concentración de pobreza. Además,
menciona que el crecimiento económico basado en la minería ha dejado sectores
desatendidos y ha impulsado la economía ilegal del narcotráfico. En ese sentido, se puede
constatar la existencia de una infiltración del narcotráfico en el ámbito político y la
incapacidad del sistema judicial para enfrentar estructuras criminales complejas.
En síntesis, el narcotráfico ha trascendido el ámbito de un simple negocio ilegal para
convertirse en una fuerza que influye en la geopolítica, la seguridad nacional y la sociedad
en general de países como Perú. Este fenómeno no solo se centra en la producción y
distribución de drogas, sino que abarca un entramado complejo que involucra la influencia
sobre territorios estratégicos, la corrupción estatal y la participación de actores
transnacionales. La lucha contra el narcotráfico ha sido abordada desde diversas
perspectivas, desde enfoques militares hasta estrategias de desarrollo alternativo. No
obstante, se ha evidenciado que las políticas basadas únicamente en la represión han
llevado a un aumento de la violencia y la corrupción, sin atacar las raíces profundas del
problema. La influencia de los Estados Unidos en la política exterior de países como Perú
ha moldeado las agendas nacionales y ha llevado a la implementación de estrategias
alineadas con los intereses estadounidenses en la llamada "guerra contra las drogas". Sin
embargo, esta influencia también ha sido motivo de controversia, especialmente en cuanto
a la violación de la soberanía y las críticas sobre la efectividad de las estrategias
implementadas.

En conclusión, el narcotráfico no solo representa un desafío económico, sino que


también influye en la geopolítica y la sociedad en general. Las respuestas a este fenómeno
deben ser integrales, abordando las raíces profundas del problema y considerando las
complejidades geopolíticas y socioeconómicas involucradas. La crítica a las estrategias
tradicionales, especialmente aquellas que involucran la militarización, señala la necesidad
de enfoques más equilibrados y sostenibles para combatir eficazmente el narcotráfico en la
era actual. Además, también revela la permeabilidad del Estado a la corrupción y la
complejidad de enfrentar estructuras criminales profundamente arraigadas en la sociedad.
La falta de una respuesta integral y coordinada ha llevado a la persistencia de este
problema y ha generado efectos sociales y económicos adversos en las regiones afectadas.
En este sentido, abordar el narcotráfico no solo implica medidas de represión, sino también
un enfoque multidimensional que incluya programas de desarrollo social y económico,
combate a la corrupción, fortalecimiento institucional y cooperación internacional efectiva.

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