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reactivar el silencio
Este último término es común en el discurso
religioso: se dice que Dios, creador y controlador
del mundo, nos permite el libre albedrío y por
tanto no interviene para salvarnos de las
posibles consecuencias catastróficas de nuestras
acciones y decisiones. Esto, a pesar de que Dios,
según la mayoría de las creencias, dictaba leyes
muy específicas a sus fieles, de cuyo
cumplimiento –especialmente en los grandes
monoteísmos– dependería la salvación o el
castigo eterno.
pausa
Tiempo restante -1:24
reactivar el silencio
Este último término es común en el discurso
religioso: se dice que Dios, creador y controlador
del mundo, nos permite el libre albedrío y por
tanto no interviene para salvarnos de las
posibles consecuencias catastróficas de nuestras
acciones y decisiones. Esto, a pesar de que Dios,
según la mayoría de las creencias, dictaba leyes
muy específicas a sus fieles, de cuyo
cumplimiento –especialmente en los grandes
monoteísmos– dependería la salvación o el
castigo eterno.
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Este último término es común en el discurso
religioso: se dice que Dios, creador y controlador
del mundo, nos permite el libre albedrío y por
tanto no interviene para salvarnos de las
posibles consecuencias catastróficas de nuestras
acciones y decisiones. Esto, a pesar de que Dios,
según la mayoría de las creencias, dictaba leyes
muy específicas a sus fieles, de cuyo
cumplimiento –especialmente en los grandes
monoteísmos– dependería la salvación o el
castigo eterno.
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religioso: se dice que Dios, creador y controlador
del mundo, nos permite el libre albedrío y por
tanto no interviene para salvarnos de las
posibles consecuencias catastróficas de nuestras
acciones y decisiones. Esto, a pesar de que Dios,
según la mayoría de las creencias, dictaba leyes
muy específicas a sus fieles, de cuyo
cumplimiento –especialmente en los grandes
monoteísmos– dependería la salvación o el
castigo eterno.
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Este último término es común en el discurso
religioso: se dice que Dios, creador y controlador
del mundo, nos permite el libre albedrío y por
tanto no interviene para salvarnos de las
posibles consecuencias catastróficas de nuestras
acciones y decisiones. Esto, a pesar de que Dios,
según la mayoría de las creencias, dictaba leyes
muy específicas a sus fieles, de cuyo
cumplimiento –especialmente en los grandes
monoteísmos– dependería la salvación o el
castigo eterno.