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La falaz prosperidad.

d Qué hicimos los Peruanos con el dinero


que nos cay6 del Cielo y qué nos empuj6
al desastre de 1879?

CARIOS COMR.ERAS

on Jorge Basadre, nuestro insigne historiador de la Repüblica,


nos leg6 no s610 sus obras monumentales, sino también una se-
rie de frases y sentencias, popularizadas råpidamente a través
de textos escolares, universitarios y periodfsticos, y convertidas eficaz•
mente en imågenes verosfmiles del pasado del pafs. La conciencia histori-
ca del peruano se ha nutrido, asf, de vocablos e ideas como "la Repüblica
aristocråtica", "el Perü legal y el Pemi profundo" o la "promesa de la Vida
peruana". La conocida era del guano que vivi6 nuestro pafs entre 1850
—cuando gobernaba el buen don Ram6n Castilla— y 1880 —cuando
Chile nos arrebat6, entre otras cosas, el guano de las islas— fue bautiza-
da por él como la época de "la prosperidad falaz".
Ciertamente, parecfamos pr6speros. No hubo por entonces Estado
alguno en An-xérica Latina cuyos ingresos Ilegaran a ser tan elevados
como los del Pert. Incluso pafses de mayor poblaci6n y territorio, como
México, podfan mirar con asombro nuestros fabulosos ingresos fiscales.
Desde entonces, los peruanos hemos guardado un recuerdo amargo
del episodio del guano. De él hemos hecho nuestra gran oportunidad
perdida. Si en algün momento el Pert pareci6 tenerlo todo a su favor
para lograr el desarrollo econ6mico e ingresar al grupo de los pafses exi-
tosos, ése habrfa Sido el periodo guanero. Pero, es también esta idea
una ilusi6n retrospectiva que hemos querido inventarnos para justifi-
car la fobia a instituciones como el Estado y la elite civilista del pafs?
estamos pidiendo demasiado al bendito guano?
Durante un buen tiempo los economistas senalaron que la pobreza
de los pafses se convertfa a menudo en un cfrculo vicioso: como eran paf-
ses pobres y no disponfan de capital para modernizar y potenciar su eco-
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nomfa, y como no podfan hacerlo, entonces eran pobres. Sin embargo, el


Pert del siglo XIXha representado para tal esquema de los requisitos del
desarrollo un auténtico desafio, y también un desmentido. Durante varias
décadas el Perü dispuso de un ingreso de dinero que, literalmente, era
cafdo del cielo. Ese dinero, ademås, iba en su porci6n mås importante a
las manos del propio Estado. Es decir, a la instituciån que, al menos so-
bre el papel, representaba el interés cornün de la naci6n y por ende de-
bfa darle el uso mås provechoso para la felicidad püblica. Segün los cui-
dadosos estimados de Shane Hunt —economista norteamericano a quien
debemos importantes trabajos sobre nuestra historia econ6mica—, el
Estado peruano retuvo un promedio de 65% del valor de las ventas del
fertilizante, 10 que en cifras contantes y sonantes represent6 durante el
ciclo guanero unos 90 millones de libras esterlinas 0 450 millones de so-
les, al cambio de la época.
Sin duda era una suma enorme. Es dificil formarnos hoy una idea
cabal de tal monto, cuando la inflaci6n, la devaluaci6n —incluso de divi-
sas como el d61ar y la libra esterlina— y los cambios en la canasta de
consumo vuelven cualquier intento de actualizaci6n un acto estéril.
Båstenos decir que para 1850, esa suma representaba aproximadamen-
te noventa veces el presupuesto de la Repüblica y que superaba larga-
mente el valor del oro y la plata extrafdos de las minas del pafs durante
toda la época del Virreinato. La pregunta que nos obsesiona y que ha Sido
encarada de diversos modos por los historiadores es en qué se invirti6 0
gast6 semejante caudal y por qué éste no garantiz6 para el Perü un futu-
ro mejor que el amargo despertar que tuvimos después de la guerra perdi-
da contra los chilenos,
Una primera consideraci6n que deberfamos hacer —a fin de no juz-
gar con inmerecida dureza a los hombres de aquella época— es que esa
masa de dinero no Ileg6 de golpe, como quien gana una loterfa, sino que
se trat6 de un flujo irregular y por 10 mismo de un curso muy dificil de
predecir. iQuién podia adivinar, en 1850 6 1860, cuånto tiempo durarfa
nuestro monopolio del guano? En esas condiciones era dificultoso tra-
zar planes de largo plazo. Tom6 varios afios caer en la cuenta de que no
eståbamos ante un auge breve y coyuntural; cuando nos dimos cuenta,
Ios pesimistas sostenfan que ya era demasiado tarde.

Ad6nde fue el dinero

Como respuestas al uso de la fortuna obtenida por el guano, existen una


serie de imågenes entre los estudiantes y la poblaci6n en general, las
que en parte provienen de la prédica —hablada y escrita— de los histo-
riadores y demås cientfficos sociales que se han aventurado en el tema.
154 CARLOS CONTRERAS

Creo que la principal de ellas es que el dinero fue derrochado irresponsa-


blemente (valga la redundancia) por el mismo Estado y la elite que 10
controlaba. Un consumismo euf6rico de perfumes y licores europeos,
vestidos de lujo versallesco, muebles de estilo de toda la dinastfa de los
luises, pianos de cola, viajes de cuento; en fin, fiestas de leyenda y fran-
cachelas a granel habrfan terminado con la fortuna con que durante
milenios las aves del litoral habfan querido bendecir a este pais.
También hubo inversi6n en obras, si no juiciosas, al menos sf tangi-
bles: los modernos vapores para la marina nacional, el alumbrado a gas
en las calles de Lima, los primeros ferrocarriles y la abolici6n de impues-
tos e instituciones odiados, como el del tributo indfgena y la esclavitud,
que destacan los manuales escolares. Pero incluso en estos casos, los tra-
bajos de los historiadores juzgan que se trat6 de malas inversiones. Nadie
reniega, hasta donde sé, de la liberaci6n de los indios del tributo y de los
negros de la esclavitud; el tener las calles de la capital iluminadas, podfa
ser un lujo innecesario para la época, pero al fin, ipase!; embarcaciones
modernas y mejor armamento para las fuerzas armadas pueden provo-
car mås de un comentario antimilitarista; pero es en Otros dos ramos de
gasto que la cultura historica peruana se ha ensanado.
Uno es la consolidaci6n de la deuda interna. Un proceso Ilevado ade-
lante durante los gobiernos de Castilla y Echenique, en el inicio de la era
del guano, por el cual el Estado persigui6 dos metas:

1. Sanear el crédito de la naci6n a fin de hacer contratar futuros prés-


tamos, para 10 cual debfa reconocerse y cumplirse con el pago de los
intereses de la deuda contrafda en tiempos anteriores con distingui-
dos y atribulados hijos del pais.

2. Crear mediante dicha transferencia de fondos (la amortizaci6n de la


deuda) una clase potentada que, con el dinero en las manos, em-
prendiera aquella tarea para la cual el Estado no estaba preparado,
ni ide016gica ni materialmente: hacer inversiones productivas, como
modernizar la agricultura y la minerfa, y fundar industrias.

El obra de los ferrocarriles. Sobre ellos existe el consenso


Otro, la
que se trat6 de una mala elecci6n de inversi6n (véanse los trabajos de
Hunt y del historiador Heraclio Bonilla). De un lado, porque su cons-
trucci6n -—desde el hombre que hizo los planos (el controvertido Enri-
que Meiggs) hasta el tapiz que cubri6 los asientos de los vagones— fue
realizada con materiales extranjeros. En consecuencia, esta obra fara6ni-
ca no estimu16 la economfa interna. De Otro, porque las rutas de las lf-
neas parecieron trazadas por enemigos del pafs, ya que s610 prepararon
la fuga de nuestras riquezas agropecuarias y mineras hacia el exterior,
PROSPERDAD 155

Las imågenes provocadas

La consecuencia de estas imågenes de nuestro pasado ha Sido provocar


en los peruanos una actitud de condena al Estado y la elite que —real o
presuntamente— ocup6 esta instituci6n. Es que la moraleja, de tanto
reiterarse, aparece prfstina y clara: el Estado, cuando rico, no supo
administrar la fortuna. Cuando invirti6, 10 hizo mal. Pidi6 ayuda a la
elite, que no hizo Otra cosa que entrar a saco y actuar s610 en busca del
beneficio propio y no del nacional. Condena en bloque a la clase candi-
data a burguesfa industrial (y que no Ileg6 a serlo porque, con todo el
capital en sus manos, ni para eso sirvi6, segün Heraclio Bonilla) y a
"su" Estado.
Trabajos mås o menos recientes, o no tan recientes pero insuficien-
temente conocidos, han servido, no obstante, para corregir esa imagen.
Por ejemplo, la del consumo suntuoso y sensual en ciudades como Lima.
Habrfa que estudiar con detalle las importaciones de la época para ave-
riguar la verdad acerca de esos torrentes de champanes, perfumes y pia-
nos de cola en el pais, pero parece que ni aün comprobando estos gastos
se hubiera agotado siquiera una parte significativa de la renta guanera.
La mayor parte no tuvo un uso tan oprobioso. Sirvi6 para fortalecer el
aparato estatal, haciendo efectiva la presencia de la Repüblica en buena
partc del territorio, que hasta entonces no podia considerarse efectiva-
mente integrado al pais. Implantar autoridades civiles, judiciales y mili-
tares en el centenar de provincias que en esos tiempos componfan el Pert
consumi6 la mitad de los recursos guaneros. Hoy podemos decir que gra-
cias a ello pudimos mantener 10 que de regi6n selvåtica conservamos,
frente a las pretensiones de nuestros vecinos amaz6nicos. La segunda ta-
jada importante se invirti6 en obras püblicas, entre las que desc0116 la de
los ferrocarriles (véase recuadro 1 al final del capftulo). No qued6 mucho,
pues, para el consumo suntuario.
De otro lado, due realmente mala la polftica de consolidaci6n de la
deuda? Creo que el proyecto en sf era bueno. Como los ingresos del guano
iban a parar al tesoro püblico, resultaba que la prosperidad era para el
Estado, no para los particulares. Un Estado rico en medio de ciudadanos
pobres resultaba un absurdo, ya que el Estado no existe para sf mismo.
La riqueza debfa ser transferida a los particulares, pero ibajo qué for-
mas? La inversi6n en obras de infraestructura econ6mica (vfas férreas,
puertos, etc.) fue una formula a la que se ech6 mano. La abolici6n de
impuestos, como el tributo indfgena, el diezmo agrario y el que afectaba
la exportaci6n minera, fue otro procedimiento también usado por los
gobiernos peruanos de entonces. Pero Castilla y Echenique pensaron
que la transferencia —que también obedecfa a un criterio de justicia
para quienes eran acreedores del Estado--— a la clase presuntamente mås
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apta para convertirse en una burguesfa emprendedora, podfa ser el puente


mås promisorio para el progreso econåmico.
La "consolidaci6n de la deuda interna" naci6 con esta idea. El serio
estudio realizado por Alfonso Quiroz, en su libro La Deuda Defraudada,
mostr6 que la corrupci6n se hizo presente en el proceso, aprobando re-
conocimientos de deuda fraudulentos, pero asimismo sugiri6 que alguna
parte del dinero de la consolidaci6n tuvo una aplicaci6n positiva para el
saneamiento y la modernizaci6n de la agricultura de la costa (véase re-
cuadro 2).
También parece un exceso la condena al proyecto de los ferrocarri-
les, que encontr6 en Manuel Pardo ----el hombre püblico mås importan-
te del Perü entre 1865 y la guerra con Chile-— a uno de sus principales
propulsores. Estaba él en 10 cierto cuando sefialaba que sin vias de comu-
nicaci6n no habfa mercado interno ni integraci6n nacional posible. El
ferrocarril estaba llamado a dar valor a tierras que no 10 tenfan ante la
imposibilidad de comercializar las cosechas. Si las primeras rutas unieron
centros mineros y agrarios con puertos, se debfa a que en ellos la deman-
da de un medio de transporte eficaz era mås urgente. El plan de articular
toda la sierra con Ifneas férreas tenfa como fin potenciar no solamente las
åreas de exportaci6n, sino también conseguir la integraci6n del mercado
nacional. La via central, por ejemplo, debfa comunicar el Callao con la
zona minera de Cerro de Pasco; pero también la capital de la Repüblica
con el valle del Mantaro (Jauja, Huancayo), Huancavelica y Ayacucho.
La agricultura y ganaderfa de esas regiones podfa asi encontrar un mer-
cado en ella. Posteriormente, Otra Ifnea unirfa Ayacucho con Cusco. Es
comprensible que se optara por comenzar con 10 mås urgente y lucrativo,
puesto que se corrfa el riesgo que los vagones transiten vacfos, como suce-
di6 mås tarde con la Ifnea Huancayo-Huancavelica, inaugurada en 1926.
Lamentablemente, el enorme costo de construir Ifneas férreas en la
cordillera de los Andes, junto con la falencia de la renta guanera en los
anos finales de aquella edad dorada, dejaron dichos proyectos inconclu-
sos. Cuando esta116 la guerra de 1879, el ferrocarril central solamente
Ilegaba hasta Chicla, un recorrido de apenas 100 ki16metros.

La experiencia del guano

fa116 entonces? Creo, en primer lugar, que nuestras propias ex-


pectativas, levantadas por los mismos trabajos hist6ricos. La experiencia
del guano en el Pert no muestra tanto la ineficacia del Estado ni la ma-
como la cuesti6n de que el desarrollo
la calidad de la burguesfa peruana,
no era entonces, como hoy, un asunto principalmente de dinero. El gua-
no dio 10 que podfa dar, quizås un punto menos. No pidamos peras al
LA PROSPERDAD 157

Olmo ni capitalismo a 10 que era una mera economfa de renta. Eran refor-
mas en el régimen de propiedad y en el aparato de ingresos fiscales 10 que
se necesitaba.
La desamortizaci6n de la tierra, por ejemplo. Un proceso Ilevado
adelante en Europa y algunos pafses latinoamericanos, por el cual se
abolieron las ataduras "feudales" que congelaban la tierra en manos de
instituciones de antiguo régimen, como la iglesia, los clanes terratenien-
tes y las comunidades campesinas. La inversi6n en la agricultura deman-
daba 10 que hoy la economfa llama bajos "costos de transacci6n" y de-
rechos de propiedad claramente definidos. Nada de ello existi6 en el Penl
de la era del guano y el siglo XIX se despidi6 sin que reformas efectivas
en tal materia siquiera se hubieran iniciado en el Pert. aué podfan ha-
cer los ferrocarriles atravesando punas y quebradas donde las estrategias
econ6micas se guiaban por una tradici6n colonial y no por el aprovecha-
miento del mercado?
Otro ejemplo: las reformas fiscales que universalicen social y terri-
torialmente las contribuciones. Las reformas fiscales se ubican en la base
de todo proceso de progreso econ61nico. Ellas deben servir no solamente
para nutrir de ingresos al Estado, sino ademås para uniformar el merca-
do y extenderlo. Las finanzas peruanas del siglo XIX no s610 no cumplfan
este rol, sino que ademås provocaban el fen6meno de crear dependencia
de las provincias respecto de las transferencias de fondos del tesoro cen-
tral, fomentando el clientelismo polftico.
El guano tuvo un efecto pernicioso entre nosotros, al hacer creer y
sentir a nuestros antepasados que tales reformas no eran urgentes ni
quizås necesarias. "Sacrificar el dfa de hoy por el de mafiana", le pareci6
a un destacado congresista de la época una "doctrina ex6tica". Tal fue la
falacia de la era del guano.
En una de sus obras, Nicolås Maquiavelo, fino analista politico del
siglo WI, evoc6 un imaginario diålogo entre Creso, el rey de Lidia, y S6-
crates, el fi16sofo griego de la antigüedad. Mostrando sus inmensas exis-
tencias de oro, le pregunt6 el rey al sabio qué tan poderoso 10 juzgaba, a
la vista de semejante riqueza. Respondi6 éste que en verdad no 10 juzga-
ba muy poderoso porque el mundo se dominaba con hierro y no con oro, y
otro con mås hierro que él podia quitarle su oro.
Los infructuosos esfuerzos de la generaciån de Manuel Pardo por
querer convertir el guano en ferrocarriles, demostraron qué dificil era
convertir el oro en hierro. Y otro pafs, con mås hierro, Ileg6 a quitarnos
el oro.
El desenlace de nuestro apogeo del guano termin6, en efecto, con la
funesta guerra de 1879. Se trata de una conexi6n que rara vez suele ha-
cerse, ya que Otro de los mitos mås manidos de la historia peruana es que
frente a la Guerra del Pacffico, el Pert fue una vfctima mås o menos ino-
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cente. Una naci6n arrastrada a una guerra que no nos concernfa (ya que
no teniamos ningün problema de lfmites con Chile) y a la que acudimos
s610 por cumplir con la palabra empefiada. No fue asf y creo que es bueno
quitarnos la venda de los Ojos y aceptar la tesis de una corresponsabilidad
peruana en el estallido de la Guerra del Pacifico.

La competencia del salitre

En una comisi6n francesa contratada por el gobierno peruano rea-


1853,
liz6 mediciones de las existencias de guano, en los principales yacimien-
tos del pafs, y concluy6 que al ritmo de las exportaciones de ese momento
tendrfamos unos 25 anos mås de gracia. Pero ya a inicios del ano 1860
apareci6 la competencia del salitre en el mercado mundial de los fertili-
zantes. Sin embargo, podia considerarse que los peruanos eståbamos real-
mente bendecidos por la mano de Dios, ya que también disponfamos de
salitre y en grandes cantidades. iSi comenzaba a agotarse el guano, ya
tenfamos al salitre para reemplazarlo! Los ricos yacimientos de salitre del
extremo sur comenzaron a ser explotados por empresas peruanas y ex-
tranjeras. El problema era que los dos bienes, guano y salitre, eran susti-
tutos y por 10 mismo su competencia periudicaba su precio en el merca-
do. El Perü debfa resolver adecuadamente esa situaci6n.
Un serio obståculo para ello era que, a diferencia del guano, no tenfa-
mos monopolio del salitre, ya que éste también existfa en el litoral boli-
viano, donde era explotado por empresas chilenas y de algunas naciones
europeas. El gobierno de Manuel Pardo (1872-1876) trat6 de neutralizar
dicha competencia e inici6 negociaciones con el gobierno boliviano, a fin
de que se cancelasen los contratos con los chilenos y se entregase la con-
cesiön a empresas peruanas o amigas del Perü. Bolivia pidi6 a cambio un
tratado de alianza defensiva, puesto que era previsible la animosidad de
Chile contra dicha maniobra. Asf, se procedi6 a firmar el Tratado de 1873.
Paralelamente a estas negociaciones, el gobierno peruano decret6, en
1875, la estatizaci6n de las salitreras, medida que significaba el desalojo
de las empresas privadas (varias de ellas extranjeras) del negocio. El es-
quema estaba asf preparado para que el Estado peruano recuperase el
monopolio mundial de los fertilizantes.
Sin embargo, no se aquilatö suficientemente la previsible reacci6n
de los empresarios particulares afectados con la expropiaci6n ni la de sus
gobiernos —en el caso de los extranjeros— ni la del propio Estado chile-
no. Lo primero hizo que la indemnizaci6n a pagar fuese elevada. La crisis
economica mundial desatada en 1873 y 10 abultado de la deuda externa
peruana, a rafz de la construcci6n de las Ifneas férreas, trajeron consigo
que el Estado peruano careciera de fondos suficientes para cancelar las
LA FALAZ PROSPERDAD 159

indemnizaciones, de modo que la expropiaci6n de las salitreras avanz6


muy lentamente. En 1878, dado el diffcil clima polftico del pafs, Ileg6 a
pensarse en dar marcha atrås y revertir la estatizaci6n.
En cuanto a Chile, si bien se habfa previsto que mirarfa con malos
Ojos el intento peruano de restaurar su monopolio de los fertilizantes, no
se calcu16 que estarfa dispuesto a embarcarse en una guerra. Andaba en
problemas limftrofes con Argentina y bien entretenido estarfa en dicho
asunto como para mirar al norte. La crisis de 1873 habfa provocado, sin
embargo, la disminuci6n de las exportaciones chilenas y su gobierno vio
recortados hasta el agobio sus ingresos fiscales. El asunto del salitre
comenz6 a ser avizorado por su clase dirigente como una soluci6n posible
para sus alicafdas finanzas. Aün al precio de aceptar alguna pérdida
territorial, decidi6 resolver pacfficamente su diferendo de lfmites con

Argentina.
El Estado boliviano atravesaba similares problemas fiscales. Con su
minerfa postrada desde la época de la Independencia y sin una vigorosa
economfa interna, no vefa mås posibilidades que aprovechar los buenos
precios que empezaba a cobrar el salitre en el mercado mundial, producto
que por azar de la naturaleza existfa en su desértico y olvidado litoral
(véase recuadro 3). Por ello procedi6 a imponer a las empresas salitreras,
a finales de 1878, el fatfdico impuesto de diez centavos por cada quintal
exportado de su territorio.
Dada esta situaci6n, el salitre ubicado en la faja fronteriza entre
Pert, Bolivia y Chile era algo asf como una suculenta pierna de pollo en
medio de tres estados hambrientos. Las circunstancias para que los tres
pafses resolvieran pacfficamente el negocio prometido, mediante acuer-
dos comerciales o cuotas de producci6n (como la OPEP o la APEC de nues-
tros dfas) no estaban, lamentablemente, dadas. Ello hubiera significado
contar con aparatos estatales consolidados, aparatos fiscales menos de-
pendientes de las exportaciones primarias y un sistema internacional
que presionase a favor de los arreglos pacfficos. Visto a mås de un siglo de
distancia, podemos concluir que la guerra era inevitable. A ella march6
el Pert, con plena conciencia de su clase dirigente y con el apoyo de la
poblaci6n que pudo enterarse de los acontecimientos. Asf 10 demuestran
los peri6dicos de los primeros meses de 1879. El entusiasmo tenfa que ver
con la gran promesa econ6mica que un triunfo hubiera trafdo consigo:
medio siglo mås de apogeo, aunque fuera "falaz".

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