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CARIOS COMR.ERAS
Olmo ni capitalismo a 10 que era una mera economfa de renta. Eran refor-
mas en el régimen de propiedad y en el aparato de ingresos fiscales 10 que
se necesitaba.
La desamortizaci6n de la tierra, por ejemplo. Un proceso Ilevado
adelante en Europa y algunos pafses latinoamericanos, por el cual se
abolieron las ataduras "feudales" que congelaban la tierra en manos de
instituciones de antiguo régimen, como la iglesia, los clanes terratenien-
tes y las comunidades campesinas. La inversi6n en la agricultura deman-
daba 10 que hoy la economfa llama bajos "costos de transacci6n" y de-
rechos de propiedad claramente definidos. Nada de ello existi6 en el Penl
de la era del guano y el siglo XIX se despidi6 sin que reformas efectivas
en tal materia siquiera se hubieran iniciado en el Pert. aué podfan ha-
cer los ferrocarriles atravesando punas y quebradas donde las estrategias
econ6micas se guiaban por una tradici6n colonial y no por el aprovecha-
miento del mercado?
Otro ejemplo: las reformas fiscales que universalicen social y terri-
torialmente las contribuciones. Las reformas fiscales se ubican en la base
de todo proceso de progreso econ61nico. Ellas deben servir no solamente
para nutrir de ingresos al Estado, sino ademås para uniformar el merca-
do y extenderlo. Las finanzas peruanas del siglo XIX no s610 no cumplfan
este rol, sino que ademås provocaban el fen6meno de crear dependencia
de las provincias respecto de las transferencias de fondos del tesoro cen-
tral, fomentando el clientelismo polftico.
El guano tuvo un efecto pernicioso entre nosotros, al hacer creer y
sentir a nuestros antepasados que tales reformas no eran urgentes ni
quizås necesarias. "Sacrificar el dfa de hoy por el de mafiana", le pareci6
a un destacado congresista de la época una "doctrina ex6tica". Tal fue la
falacia de la era del guano.
En una de sus obras, Nicolås Maquiavelo, fino analista politico del
siglo WI, evoc6 un imaginario diålogo entre Creso, el rey de Lidia, y S6-
crates, el fi16sofo griego de la antigüedad. Mostrando sus inmensas exis-
tencias de oro, le pregunt6 el rey al sabio qué tan poderoso 10 juzgaba, a
la vista de semejante riqueza. Respondi6 éste que en verdad no 10 juzga-
ba muy poderoso porque el mundo se dominaba con hierro y no con oro, y
otro con mås hierro que él podia quitarle su oro.
Los infructuosos esfuerzos de la generaciån de Manuel Pardo por
querer convertir el guano en ferrocarriles, demostraron qué dificil era
convertir el oro en hierro. Y otro pafs, con mås hierro, Ileg6 a quitarnos
el oro.
El desenlace de nuestro apogeo del guano termin6, en efecto, con la
funesta guerra de 1879. Se trata de una conexi6n que rara vez suele ha-
cerse, ya que Otro de los mitos mås manidos de la historia peruana es que
frente a la Guerra del Pacffico, el Pert fue una vfctima mås o menos ino-
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cente. Una naci6n arrastrada a una guerra que no nos concernfa (ya que
no teniamos ningün problema de lfmites con Chile) y a la que acudimos
s610 por cumplir con la palabra empefiada. No fue asf y creo que es bueno
quitarnos la venda de los Ojos y aceptar la tesis de una corresponsabilidad
peruana en el estallido de la Guerra del Pacifico.
Argentina.
El Estado boliviano atravesaba similares problemas fiscales. Con su
minerfa postrada desde la época de la Independencia y sin una vigorosa
economfa interna, no vefa mås posibilidades que aprovechar los buenos
precios que empezaba a cobrar el salitre en el mercado mundial, producto
que por azar de la naturaleza existfa en su desértico y olvidado litoral
(véase recuadro 3). Por ello procedi6 a imponer a las empresas salitreras,
a finales de 1878, el fatfdico impuesto de diez centavos por cada quintal
exportado de su territorio.
Dada esta situaci6n, el salitre ubicado en la faja fronteriza entre
Pert, Bolivia y Chile era algo asf como una suculenta pierna de pollo en
medio de tres estados hambrientos. Las circunstancias para que los tres
pafses resolvieran pacfficamente el negocio prometido, mediante acuer-
dos comerciales o cuotas de producci6n (como la OPEP o la APEC de nues-
tros dfas) no estaban, lamentablemente, dadas. Ello hubiera significado
contar con aparatos estatales consolidados, aparatos fiscales menos de-
pendientes de las exportaciones primarias y un sistema internacional
que presionase a favor de los arreglos pacfficos. Visto a mås de un siglo de
distancia, podemos concluir que la guerra era inevitable. A ella march6
el Pert, con plena conciencia de su clase dirigente y con el apoyo de la
poblaci6n que pudo enterarse de los acontecimientos. Asf 10 demuestran
los peri6dicos de los primeros meses de 1879. El entusiasmo tenfa que ver
con la gran promesa econ6mica que un triunfo hubiera trafdo consigo:
medio siglo mås de apogeo, aunque fuera "falaz".