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EL BOOM DEL GUANO

A mediados del siglo XIX, Europa atravesaba por una crisis económica sin precedentes, donde a
la par del crecimiento industrial, se produjo una explosión demográfica que ocasionó la
escasez de trabajo y la escasez de alimentos a causa de la poca producción de la tierra a
debido a su sobre explotación. La migración en masa y la violencia no se hicieron esperar.

Ante tal caos que se estaba produciendo, era necesario buscar una solución. Por un lado, las
potencias se lanzaron a la expansión colonial, invadiendo y repartiéndose inmensos territorios
de África, Asia y Oceanía, y por otro, diversos científicos emprendieron la búsqueda de un
abono tan poderoso que pueda devolverle a las tierras europeas su fertilidad. La solución fue
hallada en la explotación del guano de las islas peruanas.

Su demanda fue tanta, que jamás en la historia marítima se ha transportado un producto cuyo
tonelaje iguale al del guano, ni el trigo, el té, el oro o el tráfico de esclavos se le puede
comparar; fueron miles los barcos que llevaron millones de toneladas de guano peruano por
los océanos rumbo a Europa, Estados Unidos, China, Japón y gran parte del mundo. Si bien su
explotación benefició al Estado en su calidad de propietario, quienes se
beneficiaron realmente fueron los capitalistas extranjeros como Anthony Gibbs y Auguste
Dreyfus y un puñado de capitalistas peruanos agrupados en la Compañía Nacional de
Consignatarios del Guano. Las exigencias del mercado internacional convirtieron al Perú en un
país monoproductor y monoexportador con una mentalidad rentista, acostumbrado a
depender del crédito externo en lugar de depender de los logros de sus inversiones.

IMPORTANCIA ECONÓMICA

La falta de un sistema eficiente de contabilidad por parte del Estado imposibilita conocer con
exactitud el monto recaudado durante los 40 años que duró el Boom Guanero (1840-1880),
pero los cálculos más serios estiman en 814 millones de pesos los ingresos totales del guano
(11 mil millones de dólares de 1990), de los cuales, el 60% pararon a poder del Estado
peruano, un 30% cubrieron los costos de explotación y comercialización de los intermediarios y
el 10% restante correspondió al pago de los consignatarios.

Del total de dinero recaudado por el Estado peruano –según datos del historiador económico
Shanen Hunt, los gastos se distribuyeron de la siguiente manera: 7% para la abolición del
tributo indígena y la manumisión de los esclavos, 29% para expandir y mantener a la
burocracia civil, 25% para el mantenimiento de las FF.AA. y para expandir la burocracia
militar, 8% para el pago de la deuda externa, 11% para el pago de la deuda interna y 20% para
la construcción de los ferrocarriles. Como se puede apreciar, poco fue lo que se destinó al
desarrollo interno del país, por el contrario, gran parte del dinero se fue en el incremento de la
burocracia civil y militar, pues la inversión en armamento fue mínima, especialmente desde el
gobierno de Pardo, lo que fue decisivo para la derrota ante Chile. Es que, al tener el Estado
dinero en abundancia, pudo al fin honrar sus deudas, la interna y la externa.

Además hubo dinero suficiente para solventar la supresión del tributo indígena y la
manumisión de los esclavos negros, pagándose casi 8 millones de pesos por la libertad de 26
mil esclavos, cuando sólo existían aproximadamente 16 mil. En cuanto a los ferrocarriles, se
construyeron más por imitación que por necesidad, más para satisfacer las demandas del
mercado internacional que para lograr la integración del país.
LA CORRUPCIÓN

Y si de mal uso del dinero se trata, la Corrupción merece una mención aparte. Fue el período
más corrupto de nuestra historia: Desde los consignatarios que inflaban los costos y
subvaluaban las ventas en perjuicio del Estado, hasta el fraude en el pago de la deuda interna y
la manumisión de los esclavos, donde los supuestos afectados falsificaban documentos hasta
con la firma de San Martín, para salir beneficiados, pasando por los sobornos y extorsiones
hacia el Estado y sus funcionarios por parte de Dreyfus y de Henry Meiggs –prófugo de la
justicia en EE.UU. por el delito de estafa- que habría recurrido a malas artes para poder
construir sus ferrocarriles, que muy poco beneficiaron a la sociedad y no olvidar la
escandalosa Ley de Consolidación, que habiendo sido creada por Castilla para que el Estado
honre sus deudas, la displicencia de su sucesor Rufino Echenique, la convirtió en un festín
para los corruptos; pues no sólo se pagaron exorbitantes sumas de dinero, sino que se
aceptaron –con total certeza- documentos falsificados para salir irregularmente beneficiados,
entre ellos muchos parientes, amigos y allegados de Echenique. Tal vez no robó, pero dejó
que robaran descaradamente, lo que le costó su salida a inicios de 1855 -a sólo dos años de
haber juramentado- debido a una revolución encabezada por su predecesor Castilla. Tal
corrupción fue posible porque el Estado no tenía la posibilidad de contar con funcionarios
suficientes y suficientemente honestos para realizar un efectivo control de las operaciones
económicas sin ceder a las presiones y caer en la corrupción.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Como se puede ver, la corrupción no es cosa de hoy. Tiene un largo arraigo en nuestra historia.
Y no es que esté todo perdido. Hay mucho que hacer para revertir esta situación, que van
desde lo evidentemente punitivo, hasta la formación de nuevos ciudadanos, con valores, que
crean que la viveza criolla no es una virtud sino una tara que debemos desterrar.

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