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¿Habeas data, o qué? ¿Derecho "a la verdad", o qué?

Bidart Campos, Germán J.

Publicado en: LA LEY 1999-A, 212

Fallo Comentado: Corte Suprema de Justicia de la Nación (CS) ~ 1998/10/15 ~ Urteaga,


Facundo R. c. Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.

1. Ya la pluralidad de enfoques acumulados en el fallo de la Corte recaído en el pedido de


Aguiar de Lapacó en la causa "Suárez Mason", del 13 de agosto de 1998, nos introdujo
una diversidad de interrogantes sobre dos cuestiones --como mínimo--: a) una, si en
relación con las personas desaparecidas entre 1975 y 1983 existe un "derecho" de sus
familiares a conocer "la verdad" sobre lo ocurrido, que implica un "derecho" a conocer "los
datos" existentes; b) otra, si tal "derecho a la verdad" y/o "derecho a conocer los datos"
tiene o no afinidad con el objeto que a la "garantía" (innominada) del habeas data le
atribuye el art. 43 de la Constitución; y todavía más: b') si la garantía del habeas data es
la vía procesal a utilizar en el caso, o si corresponde emplear otra clase de proceso (1).

El voto del juez Boggiano en el caso antes citado trajo alusión cierta al habeas data del
art. 43 constitucional(2).

2. Una vez que, por mayoría, la Corte no admitió en ese caso que un proceso penal en el
que la acción penal estaba extinguida prestara marco para averiguar lo ocurrido con
personas desaparecidas, el mismo tribunal tuvo ocasión de viabilizar después una
pretensión análoga en un proceso donde el actor la había propuesto mediante una acción
de habeas data (3).

Todo ello multiplica, con mucho interés doctrinario y práctico, la investigación sobre el
tema en debate, al que sucintamente le aportaremos algunos comentarios. Nos resulta
realmente novedoso, y confesamos que de no haber sido abordado en las mencionadas
sentencias recientes, seguramente no se nos hubiera ocurrido imaginarlo. Por ello, lo que
diremos ha de tomarse como una reflexión provisoria, sujeta a ulteriores escarceos.

3. Ante todo --y ello ya lo pensamos a raíz del caso "Aguiar de Lapacó"-- proponemos esta
hipótesis: puede ser que si la garantía (innominada) del habeas data del art. 43 presta
cobertura a un supuesto "derecho a la verdad" (a conocer la verdad y los datos), este
derecho no necesariamente deba siempre postularse y reconocerse mediante la acción y el
proceso amparistas del habeas data, sino que también admita canalizarse por un cauce
procesal distinto (por ej., en un proceso penal como el que, por estar extinguida la acción
penal, dio ocasión a la sentencia negatoria del caso "Aguiar de Lapacó") (4).

4. En segundo lugar, creemos que tanto del citado caso como del que ahora nos sirve de
base ("Urteaga c. Estado nacional - Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas", del
15 de octubre de 1998 --La Ley, 25/11/98, p. 3--) se desprende una premisa básica: es la
que exige que tanto la criminología cuanto el derecho penal y el proceso penal --ahora,
por el caso "Urteaga", también otro tipo de procesos-- tomen muy en cuenta a la víctima
del delito, a los derechos que le fueron violados, al bien jurídico penalmente tutelado, y a
los derechos de su familia.

Lo recién dicho requiere una breve explicación: si hay un "derecho" a saber o conocer la
verdad y los datos existentes acerca de personas desaparecidas, y si mediante alguna vía
procesal --cualquiera sea-- ese derecho puede ser propuesto judicialmente para merecer
reconocimiento, el punto central de tal derecho y de su respectiva vía procesal se sitúa en
la persona que fue víctima de un delito, con proyección indudable hacia los familiares de la
víctima desaparecida.

5. Ahora, un tercer problema: cuando el mismo art. 43 en su último párrafo dedicado al


tradicional habeas corpus lo hace viable en el caso de desaparición de personas, bien cabe
proponer que el habeas corpus será la garantía a usar para localizar y liberar a personas
desaparecidas cuando, temporalmente, haya posibilidad y expectativa de ubicarlas, pero
ya no una vez que, transcurridos muchos años desde la desaparición, lo primordial es
saber qué pasó, y no tanto propender a encontrarlas para dejarlas en libertad (5).

6. Un cuarto tema: siempre partiendo del supuesto "derecho" a conocer la verdad y los
datos acerca de la víctima desaparecida, parecería que a ese tal derecho convergieran
otros derechos o, acaso, si se prefiere, algunos bienes jurídicos muy relacionados; por
ejemplo, el derecho a la identidad personal y familiar (para así legitimar a parientes de la
víctima a efectos de pretender el "derecho" a la verdad y a los datos), tal como en el caso
"Urteaga" lo sugirió el voto del juez Bossert en su consid. 18 (6).

7. A esta altura nos sorprende lo que quizá sea lo más sugestivo, que se nos ocurre así. Si
alguna vinculación --de más cerca o más lejos-- se traba entre el derecho a conocer la
verdad y los datos, y la garantía del habeas data, resulta innegable una profunda
diferencia entre los bienes y derechos que clásica y habitualmente se tutelan con la
garantía del habeas data, y este derecho a la verdad y a los datos que se pretenden
conocer respecto de víctimas desaparecidas. Veamos.

En verdad, la doctrina y el derecho comparado en materia de habeas data arrancan del


derecho personal a conocer los propios datos obrantes en registros o bancos de datos y,
de ahí en más, y una vez conocidos, a modificarlos, rectificarlos, ampliarlos, proteger los
datos sensibles, suprimirlos, actualizarlos, impedir divulgación, etcétera. Pues bien, no es
fácil resumir en un vocablo único el concepto del bien jurídico y de los derechos a los que
el habeas data cubre en estos supuestos, pero más o menos descubrimos coincidencias en
algo fundamental: es la autodeterminación informativa, o la libertad informática, o la
privacidad de los datos, lo que se quiere controlar y defender (7). Diríamos que en torno
de ese objetivo el habeas data busca, en determinados casos y circunstancias, que ciertos
datos queden reservados y que no se hagan públicos.

8. ¿Cuál es la notoria diferencia que se acusa respecto del "derecho" a la verdad y a los
datos acerca de víctimas desaparecidas? Pues no parece caber duda de que, a tenor de
los casos "Aguiar de Lapacó" y "Urteaga", muy lejos de querer mantener en reserva
ciertos datos personales, lo pretendido ha sido y es todo lo contrario: que se informe
públicamente y que se sepa públicamente qué fue lo que ocurrió con la víctima
desaparecida. La "verdad" y los "datos" a los que se quiere acceder no habrán de
reservarse y silenciarse, sino --a la inversa-- descubrirse y darse a publicidad (8).

Es bastante y es mucho. ¿Tiene ello incidencia para postular que, dada la diferencia de
objetivos, ya no ha de ser el clásico habeas data una de las posibles vías procesales
mediante la cual requerir los datos de la víctima desaparecida para saber la verdad de lo
que le aconteció? (9).

9. Contestamos negativamente: que el habeas data haya surgido y funcione habitual y


normalmente como garantía para preservar la autodeterminación informativa y la
privacidad de datos personales no alcanza para agotar su funcionamiento en esa
dirección; toda garantía constitucional debe ser tan elástica cuanto la realidad de una
situación determinada lo demande; y ello a efectos de que rinda su efecto tutelar respecto
del derecho que a través de esa misma garantía se pretende. Como en tantas otras cosas,
nada de rigideces, estrangulamientos, reduccionismos, ni cosa semejante. Las garantías
deben holgarse y si, acaso, nunca antes nos imaginamos que íbamos a precisar alegar un
"derecho" a la verdad y a los datos de víctimas desaparecidas, ahora que se hizo necesario
hay que buscar con aperturismo y activismo procesal y judicial la mejor vía conducente --
en cada caso-- para que haya una --o más-- garantías a disposición de quien invoca aquel
derecho. Si las garantías no sirven para el fin por el cual existen, no sirven para nada. Y
esto no es tolerable ni admisible.

10. El fallo del caso "Urteaga", con la variedad de posturas que coincidieron en la solución
favorable a lo requerido por el promotor del habeas data, da testimonio de que, por una
senda procesal o por otra, se pudo "garantizar" el "derecho" invocado (deparar una vía
procesal garantista que diera satisfacción eficaz a la tutela judicial efectiva).

No hemos de silenciar la invocación al iura novit curia para cambiar el nomen iuris de la
acción articulada por la demanda con la denominación de habeas data, lo que demuestra
que cuando un tribunal quiere deparar tutela eficaz al justiciable no se ata ritualmente a
palabras o nombres, apela a su activismo, y encuentra el carril por donde hacer transcurrir
la pretensión.

Fácil sería cerrar la puerta alegando que la acción intentada no es admisible en el


supuesto de autos, o que ha de acudirse a otra clase de proceso, o cosa parecida. Tales
escurrimientos judiciales traducen una débil --o ausente-- voluntad de encauzar los
procesos por los rieles objetivamente debidos, más allá del nomen iuris usado por las
partes. ¿O es que carece de sentido y aplicación el viejísimo axioma de que los jueces no
quedan vinculados por el derecho que las partes no le invocan o que le invocan mal? En
materia de derecho aplicable (sea el referido a la garantía procesal intentada, o al que rige
la cuestión de fondo) el juez es independiente de lo que afirman o callan las partes; lo que
no puede hacer el juez es cambiar, alterar o sustituir la pretensión y el objeto del proceso.
En "Urteaga" quedó bien a las claras lo que podía hacer e hizo bien la Corte, y lo que no
podía hacer y no hizo (resolver algo que no se le había pedido).

11. Coincidentemente, esta indagación acerca de cuál tipo de proceso corresponde brindar
como garantía al derecho que es objeto de la pretensión, y de cuál es, en rigor, ese
derecho --nominado o innominado, explícito o implícito-- proyecta consecuencias en
materia de legitimación; en efecto, si lo más común es interpretar que el habeas data
innominado de nuestro art. 43 legitima solamente al titular de los datos, en el caso
"Urteaga" debía de algún modo --por vía de habeas data o por otra diferente-- decidirse si
lo que se quería conocer, saber y hacer público podía ser demandado por un hermano de
la víctima desaparecida. Si había un "derecho" a la verdad y a conocer los datos de una
persona presuntamente muerta, no era sensato afirmar que la legitimación había
desparecido porque su investidura sólo capacita a quien es titular de "sus" propios datos
personales (y la víctima desparecida carecía, por ende, de legitimación); había de
prolongarse excepcionalmente en el caso la legitimación a favor de sus familiares. Y es acá
donde derechos que hacen al vínculo parental coadyuvan a apuntalar el derecho a la
verdad y a conocer los datos, como ya lo dijimos en el párrafo 6 del texto (10).

12. Haciendo un alto, ¿qué podemos colocar en el centro del problema? Buena pregunta a
la que intentamos dar respuesta. La acción se enderezaba directamente a un objetivo
puntual: conocer datos, conocer la verdad; lo que después de conocida pudiera derivarse
hacia otros requerimientos, no venía al caso. Tal vez a alguien le podrá parecer un
objetivo muy abstracto: conocer por conocer, pero, ¿para qué? pues aunque más no
fuera, para paliar el dolor familiar, para saber qué le ocurrió a la víctima, acaso dónde se
hallan sus restos, etc. En esto no hay nada abstracto, hay un "derecho" a la verdad, un
derecho a acceder a datos e informaciones que den noticia de la verdad (la trágica verdad
de los desaparecidos por terrorismo de Estado).

No estamos tan lejos, en cuanto a "conocer", del habeas data clásico, con el que el titular
de sus datos canaliza procesalmente su derecho a saber qué datos suyos constan en un
registro o banco; después, según lo que ese conocimiento le aporte, podrá reclamar
modificaciones, actualizaciones, supresiones, reservas, etc. Pero primero debe y quiere
"conocer". Acá, en el caso de víctimas desaparecidas, también, aunque más no sea para
saber la verdad, una verdad que ha permanecido oculta y que se quiere hacer pública,
para que la sepa no sólo la familia sino la sociedad toda, como modo de pacificar
recuerdos tenebrosos y de desenmascarar violaciones a derechos humanos. Nuevamente,
en vez de ocultar o reservar datos que no están destinados a hacerse públicos, en
"Urteaga" se quería ponerlos al alcance de todos --en primer lugar, de quien como
hermano de la víctima promovió la acción--.

13. Si "habeas data" significa "tiene tus datos" o "eres dueño de tus datos", "tener" los
datos es conocerlos. ¿Para qué "tenerlos"? En el habeas data clásico, podrá ser para
corregir, poner al día, exigir la confidencialidad, etc. Siempre parece vislumbrarse la
autodeterminación informativa y la privacidad. Y vuelve la diferencia con el caso de la
víctima desaparecida: la autodeterminación que requiere conocer los datos no será para
reservarlos, para "tenerlos en la privacidad", sino para saber la verdad, lo que le aconteció
a la víctima, y para que lo que indebidamente se mantuvo oculto habiendo debido
saberse, se haga público, aunque sea tardíamente.

¿Hay algo abstracto en la pretensión? Por el contrario, hay algo bien concreto.

14. Como salpicando los matices doctrinarios, intercalamos ahora una muy lúcida
aseveración del juez Petracchi en el consid. 8° de su voto; cuando él se decide por la
procedencia de la vía procesal del habeas data --y no por la genérica del amparo común
previsto en el párr. 1° del art. 43-- observa que al requerirse datos de la víctima
desaparecida no se está impugnando un acto lesivo que sea arbitrario o ilegal, sino
simplemente solicitando el acceso a datos. O sea, otra vez, saber la verdad, conocer
cuanto se refiere a la desaparición mediante la información pertinente.

Asimismo, el citado voto de Petracchi en el consid. 8° retoma algo que en el párr. 5° ya


adelantamos: tampoco sería viable la acción de habeas corpus del art. 43, párr. 4°,
porque no se reclama la liberación de una persona, sino conocer sus datos obrantes en los
registros oficiales. En todo caso, la lesión que da base a la acción es la que, por carencia
de datos, se infiere a lo que llamamos el derecho a conocer la verdad. De ser así, el "tener
los datos" (los "míos") ya parece configurar por sí mismo el bien jurídico o el derecho
dignos de tutela garantista; en el habeas data clásico, ese "tenerlos" busca conservarlos
en la privacidad y la autodeterminación (también cuando se intenta corregirlos, ampliarlos,
cancelarlos, etc.), mientras en la hipótesis de víctimas desaparecidas el "tener los datos"
agota su objetivo en saber y conocer la verdad, no para reservarla en la intimidad, sino
para hacerla pública.

Las alusiones que en su voto efectúa el juez Vázquez al derecho a la intimidad (consid. 9°)
no nos parecen, por ende, directamente enlazadas al problema del caso "Urteaga", en el
que la obtención de información no propendía a resguardar la intimidad de una persona
muerta ni trasladaba a ese fin la legitimación a sus familiares(11). En el célebre caso
"Ponzetti de Balbín" (La Ley, 1985-B, 120) no podemos reconocer que se estuviera
tutelando, al tiempo de la sentencia, la intimidad de quien ya había fallecido (como si un
muerto siguiera titularizando derechos); se trataba de conferir legitimación a sus deudos
para alegar que la intimidad de Balbín fue violada mientras él vivía, cuando se hallaba
moribundo) --CS, fallos: 306:1892--.

15. No es ridículo que, frente al supuesto derecho a la verdad y a acceder a los datos
(conocerlos), imaginemos ahora que hay perfiles bastante próximos a los del derecho "a la
información". Buscar, recibir y difundir información es hoy un contenido nuevo de un
derecho viejo, cual es el derecho de libre expresión y comunicación. ¿Habrá en el caso
"Urteaga" alguna arista con afinidad al derecho a la información, si es que conocer la
verdad y los datos supone conseguir la información que haga accesibles esos datos
verdaderos?

La respuesta afirmativa no parece ofrecer duda (12). Lo que sí hemos de aclarar es que
procurar mediante habeas data la información que era necesaria en el caso para satisfacer
el derecho a la verdad y a los datos está muy, pero muy lejos de permitir la suposición de
que en cualquier caso en que se pretenda garantizar judicialmente el derecho a la
información haya que hacerlo siempre a través del habeas data. Ello sería una
identificación equivocada entre la garantía del habeas data y el derecho a informarse que,
además, generalizaría la confusión que estamos intentando disipar. O sea, no queremos
que se confunda y equipare tal o cual garantía procesal con tal o cual derecho que le
puede servir de base pretensora.

Con esto retrocedemos a la idea ya esbozada antes: aunque es verdad que algunas
garantías están articuladas constitucionalmente para proteger determinados derechos (el
habeas corpus para la libertad física, el amparo para los demás derechos, el habeas data
para la autodeterminación informativa, etc.) no es verdad --en cambio-- hacer de ese
aserto la siguiente derivación: a) cada garantía sirve solamente y en todos los casos para
el derecho al cual está destinada; b) cada derecho solamente se puede pretender
judicialmente a través de la garantía específica que la constitución le depara.

Esta conclusión harto errada por su rigidez y su dogmatismo implica desconocer que
según cada caso y sus circunstancias una garantía puede ser idónea y utilizable para
tutelar un derecho distinto a aquél para el cual ha sido genéricamente pensada y
establecida; a su vez, un derecho que tiene adjudicada una determinada garantía puede
ser que en un caso y según sus circunstancias requiera protegerse a través de una vía
procesal diferente.

16. Tal elasticidad podría ser, quizá, una buena lección a extraer del caso "Urteaga", al
menos porque --más allá de las disparidades en los votos que coincidieron en tutelar un
derecho (¿a la verdad, a los datos, a la información, etc.?)-- nos hace pensar y proponer
que: a) el habeas data habría sido una de las garantías posibles para proteger aquel
derecho; b) ese mismo derecho podría tal vez reconocerse mediante otra clase de proceso
(¿el amparo genérico del art. 43, párr. 1°?), o a tenor de nuestra personal opinión
también en un proceso penal con la acción penal extinguida (como pensamos que pudo y
debió ser en el caso "Aguiar de Lapacó"); c) con cualesquiera de las opciones disponibles,
lo trascendente para la tutela judicial efectiva es despojarse de rigideces y
encasillamientos inamovibles, y de ahí en más empeñarse en captar bien cuál es el objeto
de la pretensión que el justiciable propone con su acción, qué derecho está comprometido
o se relaciona con esa pretensión, y cuál es la mejor ruta procesal para sustanciar la
causa, haya o no una garantía específica, coincida o no esa garantía con el derecho para
el que genéricamente ha sido pensada y regulada, etcétera.

Todo esto, ¿por qué? Porque el destino servicial del sistema de derechos y del sistema
garantista exige que cada caso, con su perfil y sus peculiaridades, encuentre un cauce
procesal apto para que, mediante una interpretación holgada de los derechos, de las
garantías y de la legitimación procesal del justiciable pretensor, se haga verdad real la
tutela judicial eficaz a través de una sentencia que encuentre la solución objetivamente
justa de ese caso según sus ya referidas circunstancias.

17. Dijimos antes (párr. 4°) que en "Urteaga" no aparecía --al menos en un primer plano--
un acto gravemente lesivo con arbitrariedad o ilegalidad, como es requisito para el amparo
tradicionalmente genérico del art. 43, párr. 1°. Con todo, y siempre deambulando entre
proposiciones dudosas que estimulan a seguir pensando, nos interrogamos: ¿la omisión
pertinaz, prolongada e ininterrumpida en dar publicidad la desaparición de personas y la
forma que revistió en cada caso, no revestiría de alguna manera cierto carácter semejante
al acto gravemente lesivo --por omisión-- de un derecho (el de los deudos a saber la
verdad y tener datos)?.

Si se contestara en forma afirmativa, no por eso resultaría imprescindible aseverar que en


vez del habeas data propuesto por el hermano de la víctima hubo de ser procedente el
amparo genérico del art. 43 párrafo primero.

Lo importante --insistimos-- ha sido captar que lo que pedía el hermano de la víctima, más
allá de su encuadre jurídico como pretensión y como derecho, hacía pie en el sistema de
derechos de la Constitución y necesitaba encontrar en el sistema garantista un carril
procesal --también con alternativas por uno u otro-- a través del cual sustanciar la causa
para arribar a la sentencia. Y la sentencia fue objetivamente justa en su solución,
fundamentada en un arco interpretativo que, precisamente, es el que acicatea esta
pluralidad de enfoques que estamos desmenuzando. Pero, además, ha sido decisivo el
punto de la legitimación procesal del actor porque, de habérsele denegado, hubiera
quedado detrás del telón todo lo demás: el sistema de derechos y el sistema de garantías.
La llave que abrió la puerta y dio curso al caso fue, exitosamente, el reconocimiento de
que familiares directos de víctimas desaparecidas deben tener y tienen acceso a la justicia
para conocer la verdad.

18. Ya que hincamos el bisturí en el sistema de derechos y garantías, ha resultado


auspicioso que algunos votos no se hayan quedado solamente en el nivel de la
Constitución, sino que hayan apelado a la vez a normas internacionales de derechos
humanos que están incorporadas a nuestro ordenamiento interno. Así, el consid. 11 del
voto del doctor Fayt colaciona la Convención Interamericana sobre Desaparición de
Forzada de Personas, con jerarquía constitucional a raíz de la ley 24.820 (Adla, LVII-C,
2893), y se vale de ella para diseñar el binomio "derechos-obligaciones", en orden a lo que
para el caso venía a reforzar el plexo constitucional desde el derecho internacional.

El voto de los doctores Belluscio y López, por su lado, trae alusiones al derecho
internacional humanitario en los Convenios de Ginebra, en forma similar al voto del doctor
Bossert.

19. Cuando se pasa revista a estas normas internacionales y se sitúan en su marco las
obligaciones --internas e internacionales-- de nuestro Estado, se aprecian con suficiente
nitidez las violaciones y los incumplimientos en ocasión de la desaparición de las víctimas,
lo que prolonga hacia delante una serie de efectos como para --a lo mejor-- percatarse de
lo que sugeríamos al comienzo de nuestro párr. 17: que muchos de los derechos tenidos
en cuenta por la Convención sobre Desaparición Forzada de Personas y por los Convenios
de Ginebra fueron vulnerados por omisiones estatales, entre las que una pudo haber sido
el ocultamiento y la falta de información veraz sobre el destino de esas víctimas
desaparecidas.

20. Un tema que salpica la sabrosa serie de argumentos aparece en el voto de los jueces
Nazareno y Moliné O'Connor cuando, en el consid. 13 afirman que lo que se está
interpretando es una constitución ("la" Constitución), para inferir de tal aserto, verdadero
por cierto, que esa interpretación ha de ser elástica y amplia, efectuada --diríamos
nosotros-- con activismo judicial. Eso está bien, pero a renglón seguido viene una
añadidura que, de algún modo, se combina con el consid. 5° del voto del doctor Vázquez,
y que no compartimos.

Parecería que la flexibilidad interpretativa de la Constitución se limitara temporariamente


al período previo a la reglamentación legal del habeas data. ¿Y después? Vázquez dice que
a falta de esa reglamentación, y hasta tanto el Congreso la dicte, le corresponde
"provisoriamente" a los jueces determinar las características con que el derecho habrá de
desarrollarse.

No nos gusta nada tal concepto, porque de él cabe inducir que si la ley restringiera en el
futuro la amplitud que ahora --sin ley-- se le asigna jurisprudencialmente al habeas data,
esa amplitud ya no podría tener curso. Y lo que es peor, parecería que la ley también
puede ponerle cortapisas a la interpretación que los jueces pueden y deben hacer
directamente de la Constitución. Otra vez, cuando decimos que, cuando la Constitución
deja espacio suficiente, la ley no está habilitada a recortarlo, y aunque haya ley los jueces
deberán prescindir de la ley que acaso estrangule lo que ahora una interpretación flexible
ha creído descubrir en el art. 43 de la Constitución.

Nada de provisoriedad, entonces, en la interpretación judicial de la Constitución. Al revés,


será la ley la que deberá adecuarse a los márgenes amplios que la jurisprudencia deja
trazados mientras no hay ley.

Especial para La Ley. Derechos reservados (ley 11.723).

(1) De reconocerse ontológicamente entidad de derecho subjetivo al derecho a la verdad,


parece útil vincularlo a la relación que la filosofía tiene con el conocimiento de la verdad,
para lo cual recordamos que la reciente encíclica "Fides et ratio", de Juan Pablo II, en su
apart. 3° expresa que "de modos y formas diversas, muestra (la filosofía) que el deseo de
verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre".

En su dictamen al caso "Aguiar de Lapacó" (LA LEY, 1998-E, 215), la Procuración General
de la Nación dijo que "el sistema de justicia debe colaborar en la reelaboración social de
un conflicto de enorme trascendencia y requiere una respuesta más: "la verdad" (ver el
dictamen en Revista del Ministerio Público Fiscal, octubre 1998).

Más allá de que tanto en el caso "Aguiar de Lapacó" como en el que ahora comentamos
en nuestra nota ("Urteaga") se descubra que la pretensión articulada podía tener (o tenía)
asidero en el "derecho a la verdad", nadie negará lo siguiente: en todo proceso penal
también se busca conocer la verdad, porque saber si una conducta es o no es delictuosa,
y en caso afirmativo saber quién es el autor, guarda estrecho nexo con la verdad, y ello
aunque se diga que el objeto del proceso penal tiene, a partir de ahí, una finalidad propia
que trasciende a tal conocimiento de la verdad; asimismo, todo proceso judicial busca
acceder a la verdad, tanto mediante la prueba como en la selección del derecho aplicable;
dígalo si no --como ejemplo-- el juicio de filiación que al pretender hacer coincidir la
filiación "legal" con la filiación biológica de una persona se empeña en que la primera
"legalice" la verdad de la segunda.

(2) En cuanto a lo que decimos en el texto acerca de cuál vía garantista conduce a
conocer la verdad de la desaparición de personas, remitimos a la nota con que
comentamos el fallo en LA LEY, 1998-E, 218.

(3) Para el caso "Suárez Mason", ver la nota de MORELLO, Augusto M., en LA LEY,
30/11/98, Suplemento de Jurisprudencia Penal, p. 1 ("Los contenidos de la pretensión
procesal penal y de la garantía del 'habeas data'"), y para el caso "Urteaga", la de
BIANCHI, Alberto B., en el Suplemento de Jurisprudencia de Derecho Administrativo del 27
de noviembre de 1998 ("El habeas data como medio de protección del derecho a la
información objetiva en un valioso fallo de la Corte Suprema").

(4) Para dilucidar estas alternativas, téngase en cuenta lo que decimos en las anteriores
notas 1 y 2.

(5) Conocer la verdad acerca de la desaparición de personas mediante la acción de habeas


data y mediante la acción de habeas corpus pone algo de común en las dos garantías,
pero también algo diferente, porque el habeas corpus busca proteger la libertad corporal y
el habeas data no. Lo señalan muy bien los votos del juez Petracchi (consid. 8°) y del juez
Bossert (consid. 24).

(6) El doctor Petracchi, por su parte, hace en el consid. 14 de su voto una relación con la
intimidad y la vida privada de la familia de la víctima desaparecida, en la medida que
ignorar información acerca de su destino restringe arbitrariamente la posibilidad de ejercer
derechos tan privados como el del duelo o el de enterrar a los propios muertos.

(7) Un desarrollo de estos aspectos viene expuesto en el voto del doctor Fayt (consids. 7°,
8° y 9°) y en el del doctor Petracchi (consid. 10).

(8) Véase el consid. 11 del voto del juez Fayt.

(9) Véase el consid. 12 del voto del juez Petracchi.

(10) Ver la precedente nota 6.

(11) Hay distancia entre aseverar que la negativa a informar acerca de la víctima
desaparecida afecta la vida privada de la familia que ve recortado su derecho al duelo y al
entierro (consid. 14 del voto del doctor Petracchi), y la referencia que efectúa el juez
Vázquez al derecho a la intimidad de las personas que mueren (consid. 9° de su voto),
porque los muertos no prolongan los derechos que titularizaron en vida, ni siquiera como
subsistentes en la memoria de sus deudos; los derechos de éstos podrán estar
concatenados a los que fueron de la persona fallecida, pero serán derechos de quienes
siguen viviendo, que se les reconocen en virtud del vínculo parental con el difunto. Eso, y
sólo eso.

(12) En el habeas data clásico, el acceso del titular a sus propios datos registrados es, de
alguna manera, un derecho a informarse respecto de esos datos. Es claro que sin estar
primero informado de cuáles son, se hace imposible todo lo que a partir de allí se pueda
pretender: rectificar, actualizar, suprimir, reservar, etc., de forma que en el primer
contenido del bien jurídico que el habeas data procura tutelar se sitúa algo que tiene
mucho que ver con el derecho a informarse, aun cuando la característica que acá cobra no
se identifica con el derecho a buscar, recibir y transmitir información como parte del
derecho a la libertad de expresión, que tiene más bien un perfil institucional de
comunicación social.

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