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UNA
Si bien educación, práctica educativa hubo desde el inicio de la humanidad, nos detendremos
en un momento histórico particular que elevó la categoría educación a instrumento de
programa de gobierno, este último entendido en su acepción más amplia, y ese momento es la
modernidad.
MODERNIDAD
La Escuela durante parte del siglo XIX y durante el siglo XX fue el instrumento básico de lo que
se conoce como el “programa de la modernidad”
Características
Racionalidad del mundo natural. La naturaleza está regida por un orden racional
inherente a ella misma. Hay principios y leyes de su funcionamiento que pueden ser
conocidos, lo cual le permite al hombre explicar y predecir el comportamiento de la
misma. La posibilidad de predicción y de explicación de la naturaleza permite su
dominio.
fuera de la mirada del estado. Así, la esfera pública se refiere a aquellos aspectos de la
soberanía del individuo que fueron delegados a un tercero para que sea posible la
convivencia social, mientras que la esfera privada corresponde a aquellos aspectos de
la soberanía que no se enajenan.
Estado que le garantiza derechos, pero también le reclama deberes. Esta reducción del
individuo a la condición de ciudadano del Estado-Nación supone un principio de exclusión
ya que la condición de ciudadanía está siempre restringida a las personas que tienen esa
condición. El Estado-Nación define los criterios de inclusión y exclusión al hacer, por
ejemplo, la distinción entre habitante y ciudadano.
Como veníamos señalando, la ciudadanía se refiere a un conjunto de derechos y
obligaciones. Pero además también plantea una dimensión comunitaria ya que traduce la
idea de pertenecer a una comunidad, de compartir una historia, una experiencia, un
porvenir que generalmente se asoció con la condición de pertenencia a una nacionalidad.
Esta concepción de ciudadanía tiene también su correlato en un concepto de identidad
propio de la modernidad, referido a un territorio y que es, en casi todos los casos,
monolingüística. Los Estados- Nación tomaron como expresa tarea la construcción de una
identidad nacional, que tomó forma por encima de las diferencias étnicas o culturales que
afectaban a su población. Para esto demandaron a los ciudadanos el monopolio de lealtad
y afinidad incompatible con otras identidades no incluidas en la definición de la propia
nación.
grupo social y ocupacional.” Así hace alusión a la acción del Estado en la construcción y
dirección de escuelas normales a lo largo y ancho del país diseñadas para preparar al
personal docente dentro del nivel medio o secundario, significando esta elección de nivel
una opción en la búsqueda de conformación de “maestros patrioteros” más que
profesionales de alta formación científico – técnica.
El aparato de instrucción pública y su peso sociocultural delinearon la visión de la
educación como proceso de socialización o endoculturación, transmisor de patrones de
comportamiento, pensamiento y valoración, y a la escuela como un hipersistema capaz de
consolidar matrices ideológicas sin gran consistencia lógica pero dotadas de una gran
carga afectiva.
Al principio del trabajo enunciamos una definición de cultura que además de
representar las relaciones de producción, contribuye a reproducirlas, transformarlas e
inventar otras. El aspecto más dinámico del campo cultural quedaba y/o queda obturado
cuando no hay posibilidad de ruptura, de re-creación, cuando tanto la cultura como la
educación se piensan como transmisión de las generaciones adultas a las generaciones
jóvenes, sin fracturas, sin intermediaciones, sin antagonismos y el otro se identifica como
imagen especular de un “deber ser”.
En ese “deber ser” abrevaban las tendencias del pensamiento normalizador. Este ha
colaborado con la tendencia a manejarse a través de “modelos” a los cuales los sujetos
deberían adaptarse dentro del enfoque socializador y disciplinario. Ello ha dificultado
perceptualmente la observación y la aceptación de las diferencias o de lo distinto. En tal
caso, lo diferente es tratado como el “desvío” del modelo, cuestión muy problemática
cuando se trata de la acción escolar que trata con poblaciones socialmente heterogéneas.
Ello ha contribuido a fomentar la idea de “una escuela ilusoria”, y se consolida una
escuela cargada de símbolos abstractos, rituales y rutinas homogeneizadoras. El problema
estriba en que la homogeneidad social, cultural e interindividual no existe, y al distanciarse
de lo “distinto” se pierde el diálogo de la pedagogía, que supone siempre una relación entre
sujetos diferentes.
La escuela
La Escuela durante parte del siglo XIX y del siglo XX fue el instrumento básico de lo
que llamamos “programa de la modernidad”.
En relación al último postulado del programa de la Modernidad, y su caracterización de
emancipatorio, en tanto que libera al individuo de la ignorancia, queríamos señalar que los
modernos caracterizaban tanto a la visión religiosa de la vida como a la tradición y a las
costumbres de ignorancia que velaba el uso autónomo de la razón. Es por eso que
consideraron a la escuela como el espacio donde librar su guerra contra el oscurantismo.
Al decir de Juan Carlos Tedesco, “el avance de la escuela como institución obligatoria
y universal provocó una ruptura profunda con las pautas que regían la socialización
primaria familiar y la socialización que brindaba la comunidad de origen. Así, la escuela
tuvo que conquistar, generalmente en forma conflictiva, un espacio de de acción
pedagógica que estaba ocupado por otras instituciones.”
Este cambio implicaba una modificación importante en los contenidos del mensaje
socializador, ya que la escuela estaba llamada a difundir los valores seculares, los
principios republicanos y cierta visión racional de la realidad que reflejaba el orden cultural
que regía en los ámbitos más dinámicos de la sociedad global. Pero el cambio también
implicaba una modificación en el carácter de las instituciones que producían y transmitían
cultura. Al contrario de las instituciones socializadoras tradicionales como la familia y la
Iglesia, la escuela representaba la acción del Estado y, en ese sentido, su organización y
su oferta de contenidos culturales eran decididas independientemente de las demandas
particulares de cada sector.
Esto nos permite apreciar que la escuela constituyó desde su origen, un ámbito
relativamente artificial de socialización cultural, y que la validez de la escuela no radica en
su adecuación a la cultura externa sino en el significado social de los contenidos que ella
transmite. Podríamos decir que la escuela sarmientina, era una escuela que se proponía
difundir contenidos, pautas de conducta, valores y actitudes que estaban lejos de los
valores y pautas culturales de la población que atendía. Podríamos señalar dos efectos de
este carácter contracultural de la escuela, como en primer término, imponer la voluntad
hegemónica de los sectores que lideraban el proceso de modernización capitalista y sus
Area Transdepartamental de Formación Docente
UNA
Síntesis
Hemos así visto cómo durante el período de la Modernidad, se construyó una narrativa
que sostiene que la expansión del sistema escolar moderno es la única manera, y la mejor,
de ilustrar al pueblo y democratizar las sociedades. Así, la noción de inclusión fue y es uno
de los principios fundantes de la escuela moderna. La emergencia de la institución escolar
tuvo mucho que ver con la búsqueda de un método que asegurara la replicación y la
uniformidad de una cierta experiencia educativa para un conjunto más grande de la
población. Proponemos detenernos un momento en esta equivalencia discursiva entre
inclusión y homogeneización para analizar si podría ser de otro modo. El movimiento de
inclusión supone la integración en un “nosotros” determinado, ya sea la comunidad
nacional o un grupo particular, clase social, minorías étnicas, “niños en riesgo”, etc. Este
“nosotros” siempre implica un “ellos” que puede ser pensado como complementario o
amenazante, o aún pasar desapercibido para la mayoría de las personas. Es decir, la
inclusión en una identidad determinada supone la exclusión de otros, la definición de una
frontera o límite más allá de la cual comienza la otredad. Un elemento central para definir la
inclusión y la exclusión es cómo se conceptualizan la identidad y la diferencia, y cómo y a
través de qué mecanismos y técnicas se establecen y operan los límites entre ellas.
Todas las identidades se establecen en relación con una serie de diferencias que están
socialmente reconocidas. La diferencia provee la medida contra la cual un ser puede
afirmar su carácter distintivo y su solidez. El terreno en el cual afirma este carácter único
es, sin embargo, inseguro y resbaladizo. Aunque no puede desechar a la diferencia para
poder ser, la identidad tiende a convertir la diferencia en una total otredad para poder así
asegurar su propia certidumbre (Connolly, 1991). Así, “la identidad está en una relación
compleja, política, con las diferencias que busca fijar e involucra una violencia constitutiva
(una relación de poder), a través de la constitución de esas diferencias. Connolly subraya
que la diferencia puede ser pensada como una identidad distinta que es complementaria,
negativa o amenazante, o rechazada al plano de lo impensable e invisible, y que todas
esas opciones son siempre políticas, tienen efectos de poder y son efecto de relaciones de
poder.
Así, identidad y diferencia, tanto como inclusión y exclusión, no son conceptos
opuestos sino mutuamente imbricados y pueden ser tratados como un concepto singular
que funciona como un doblez habilitando y desalentando prácticas. La diferencia o la
exclusión no sólo existen dentro de las identidades que incluyen sino que de hecho se
producen en la misma operación.
En el caso de los principios educativos modernos, la equivalencia entre igualdad y
homogeneización produjo como resultado el congelamiento de las diferencias como
amenaza o como deficiencia. Lo mismo y lo otro dejaron de ser conceptos móviles y
contingentes para aparecer como propiedades ontológicas de los grupos y de los seres
humanos, incuestionables e inamovibles. Si nuestra identidad es que seamos todos
iguales, y ella se define no sólo por la abstracción legal de nivelarnos y equipararnos a
todos los ciudadanos sino también porque todos nos conduzcamos de la misma manera,
hablemos el mismo lenguaje, tengamos los mismos héroes y aprendamos las mismas
cosas, entonces quien o quienes persistan en afirmar su diversidad serán percibidos como
un peligro para esta identidad colectiva, o como sujetos inferiores que aún no han
alcanzado nuestro grado de civilización. Podríamos concluir quizás que estos principios,
organización y modos de razonamiento de la escuela moderna serían parte del problema
antes que la solución.