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4.

MELANIE KLEIN

Y LA TEORÍA KLEINIANA CONTEMPORÁNEA

Ahora que ha desaparecido mi escalera,


debo acostarme donde todas las escaleras empiezan,
en la sucia trapería del corazón.
W. B. Ytats

Si odias a una persona, odias algo en ella que es


parte de ti mismo. Lo que no es parte de nosotros
mismos no nos molesta.
Hermann Hesse

Melanie Klein (1882-1960) ha tenido más impacto en el psicoanálisis


contemporáneo que cualquier otro escritor psicoanalítico desde Freud.
La intención de Klein, que ella reafirmó continuamente durante su
larga y productiva carrera, no era más que validar y extender las hipó­
tesis de Freud a través de la observación directa y del trabajo clínico
con niños.1 Pero sus descubrimientos llevaron a una visión de la psi­
que, que, en muchos aspectos básicos, resultó notablemente diferente
de la de Freud.

1. Las teorías de Freud sobre la vida psíquica temprana habían sido inferidas a partir
de una extrapolación y proyección de su trabajo con pacientes neuróticos adultos al
ámbito de la infancia. El mismo Freud nunca dio tratamiento a niños. En el caso de
«Juanito», Freud ofreció interpretaciones psicoanalíticas al padre del niño, que fun­
cionaba como una suerte de analista informal de su hijo.

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MAS ALLA DE FREUD

Klein hizo enormes aportaciones al psicoanálisis. Al mismo


tiempo, y de acuerdo a lo afirmado por su biógrafo, Phillys Gross-
kurth, el psicoanálisis parece haber salvado a Klein. La primera etapa
de la adultez de Melanie Reizes Klein en Viena estuvo dominada por
una sofocante relación con su madre y por un matrimonio conflicti­
vo y profundamente insatisfactorio. Ella sufrió severas depresiones y
parecía haberse deteriorado rápidamente hasta un nivel de invalidez
psicológica cuando, en 1914, descubrió el trabajo de Freud sobre
los sueños. Según ella misma dijera al respecto, «me di cuenta inme­
diatamente de que era aquello a lo que había aspirado por lo menos
durante los años en que había tenido tantas ganas de encontrar
algo que me satisficiera intelectual y cmocionalmcnte» (citado en
Grosskurth, 1986, p. 69).
Habiéndose mudado a Budapest, Klein entró en 1914 en psico­
análisis con Sandor Ferenczi, uno de los más allegados e influyentes
discípulos de Freud, y comenzó a escribir ensayos psicoanalíticos sobre
sus observaciones y su trabajo clínico con niños (al comienzo, sus dos
hijos y su hija) en 1919. Su trabajo captó rápidamente el interés de
Karl Abraham, otra figura clave en las décadas tempranas del psicoa­
nálisis. Abraham la invitó a Berlín, donde tuvo un breve análisis con
él antes de la prematura muerte del analista en 1925. En 1926, Klein
fue invitada por Ernest Jones, traductor y biógrafo de Freud, para que
se trasladara a Inglaterra (el interés de Jones en Klein se debía en parte
a su expectativa de que analizara a sus hijos), donde vivió y desarrolló
su controvertida labor hasta su muerte en 1960.
En los últimos años de la década de 1920, Klein y sus seguidores
habían comenzado ya a experimentar choques con la línea freudiana
más tradicional, dividiendo el mundo psicoanalítico entre la «escuela
de Londres» y la «escuela de Viena». Las primeras cuestiones en las que
difirieron Klein y Anna Freud tenían que ver con problemas del aná­
lisis infantil. Klein asumió la posición de que los niños podían ser ana­
lizados de manera muy semejante a los adultos por cuanto su juego
podía interpretarse de la misma manera en que se interpretaban las
asociaciones libres de un adulto en análisis. Anna Freud argumentaba
en contra que los niños pequeños no pueden ser analizados porque su
yo, débil y sin desarrollo, no puede manejar interpretaciones profún-

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MELANIE KlEJN Y LA TEORÍA KLE1N1ANA CONTEMPORANEA

das de conflicto instintivo. Ella recomendaba en lugar del análisis un


enfoque cuasi educacional de los niños con problemas emocionales.
Poco después de que Sigmund Freud y su hija Anna abandona­
ran Viena y se mudaran a Londres en 1938, logrando escapar a último
momento de los nazis, la batalla entre los kieinianos y los freud ¡anos
(seguidores de Anna) culminó en una serie de injuriosas discusiones en
el seno de la British Psychoanalytical Socicty en torno a lo que se había
convertido, con el tiempo, en un gran espectro de diferencias tanto
teóricas cuanto técnicas. El resultado fue una escisión de la British
Psychoanalytical Socicty en dos grupos diferentes que existen todavía en
la actualidad. (Un tercer grupo, los independientes, se formó en torno
a las aportaciones de Fairbairn y Winnicott.) El cisma interno de la
British Psychoanalytical Socicty derivó en una profunda escisión en la
comunidad psicoanalítica internacional contemporánea que divide a
kieinianos y freudianos en lo ideológico, lo político, lo educacional y
lo clínico.
Hasta la década de 1980, la ideología dominante dentro del psi­
coanálisis estadounidense era la psicología freudiana del yo, que, tal
como señalamos en el capítulo 2, fue ampliamente plasmada por el
trabajo de Anna Freud. El cisma entre los freudianos (de Anna) y los
kieinianos en el seno de la British Psychoanalytical Socicty trajo como
resultado una persistente antipatía de la tradición estadounidense con­
tra las aportaciones de Klein. En consecuencia, los psicoanalistas esta­
dounidenses ignoraron o rechazaron en forma sumaria la teoría kleinia-
na, y los autores kieinianos quedaron también aislados de los desarrollos
que se producían en otras tradiciones teóricas.2
Las lealtades políticas y el uso común de términos técnicos pue­
den dificultar una captación clara de qué tan diferente es la compren­
sión ldeiniana de la psique respecto de la de Freud.
Sigmund Freud consideraba que el conflicto neurótico central
está relacionado con secretos y auto-engaños. Según Freud, el núcleo

2. Los recientes esfuerzos de Elizabcth Bott-Spillius han producido un considerable


adelanto en el conocimiento y la comprensión de la teoría ldeiniana por parte de quie­
nes se encuentran fuera del mundo psicoanalftico kleiniano.

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MAS ALIA DE FRF.UD

de ese conflicto se forma en la culminación de la vida sexual infantil,


en la fase edípica, durante la cual el niño de cinco o seis años lucha con
intensos y peligrosos deseos incestuosos. Klein se interesó en procesos
más tempranos. Ella descubrió lo que consideró una evidencia de que
las hipótesis de Freud sobre el niño mayor (de cinco a seis años) po­
dían aplicarse a niños mucho más pequeños (de dos a tres años), c
incluso a los infantes. Al extender las teorías de Freud a fases más
tempranas de desarrollo, Klein argumentó que tanto las fantasías de
unión incestuosa (Complejo de Edipo) cuanto las de terroríficos auto-
castigos (superyó) están presentes desde una edad muy temprana,
aunque en formas más «primitivas» y atemorizado ras. No obstante,
leer a Klein como si sólo extendiese a Freud hacia atrás en el tiempo
de desarrollo sería ignorar la enorme diferencia que existe entre la
forma en que Freud vio la psique y la forma en que Klein llegó a verla.
En ella, la elaboración de conflictos edípicos en la psique del infante
comenzó a asumir una cualidad muy diferente del drama edípico des­
crito por Freud.
Los pacientes de Freud eran adultos, con vidas coherentes, aun
cuando estuviesen conflictuadas y atormentadas. Los pacientes de
Klein durante las décadas de 1920 y 1930, los que más influenciaron
el desarrollo de su pensamiento, fueron niños, muchos de ellos extre­
madamente perturbados y aterrorizados. Los pacientes de Freud eran
neuróticos. Él consideraba la psicosis como una patología inaccesible
para el tratamiento analítico porque el total retraimiento emocional
que implicaba hacía imposible una transferencia de deseos y temores
edípicos reprimidos a la persona del analista. Durante las décadas de
1930 y 1960, Klein y sus seguidores aplicaron a pacientes psicóticos
adultos técnicas y comprensiones obtenidas a partir del trabajo con
niños pequeños. Klein interpretó el retraimiento y el extraño compor­
tamiento del psicótico como un esfuerzo desesperado por resguardarse
de los terrores de los que ella había sido testigo en el juego de los niños.
Para Freud, la psique adquiere, por el conflicto cdípico, estruc­
turas estables y coherentes con nichos ocultos y propósitos ilícitos. De
un modo cada vez más dramático, aunque no declarado, Klein susti­
tuyó la visión de Freud por una descripción de la psique en continuo
cambio, una caleidoscópica corriente de primitivas y fantasmagóricas

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Meunie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

imágenes, fantasías y terrores. Para Klein, la psique, y no sólo la del


niño pequeño, sino también la del adulto, sigue siendo siempre ines­
table, fluida, en constante rechazo de ansiedades psicóticas. Para
Freud, cada uno de nosotros lucha con deseos bestiales, con temores
de castigo y con la culpa. Para Klein, cada uno de nosotros lucha con
los profundos terrores de aniquilación (ansiedad paranoide) y de aban­
dono total (ansiedad depresiva).
Los temas que habían creado la divergencia temprana entre
Melanie Klein y Anna Freud en torno a la accesibilidad de la psique
del niño para la interpretación analítica habían tenido una notable
persistencia. Klein llegó a ver la psique adulta de la misma manera que
entendía el psiquismo infantil: acosada por profundos terrores seme­
jantes a los del psicótico, inestable, dinámica y fluida, y siempre sensi­
ble a interpretaciones analíticas «profundas». La tradición psicológica
del yo (que hemos seguido en el capítulo 2) se basa en una visión que
presenta la mente adulta como altamente estructurada y estable, estra­
tificada en capas de capacidades y defensas del yo. Según los psicólo­
gos del yo, interpretaciones profundas del conflicto intra-psíquico sólo
pueden resultar a partir de un trabajo interpretativo que analice capa
por capa yendo desde la superficie hacia la profundidad. Los kleinia-
nos, en cambio, tienden a considerar que la psicología del yo se centra
en dimensiones superficiales de la vida emocional. Los psicólogos del
yo tienden a considerar que los kleinianos son interpretativos en extre­
mo y que abruman a sus pacientes con conceptos para ellos imposibles
de comprender o de utilizar (Greenson, 1974). Sólo en los últimos
años se ha iniciado un acercamiento entre los autores kleinianos con­
temporáneos y algunos escritores estadounidenses que han surgido de
la tradición de la psicología del yo (Schafcr, 1994).
La más importante y aceptable contribución de Klein al desarro­
llo del pensamiento psicoanalítico fue su descripción de lo que ella
denominó posición «esquizo-paranoide» y posición «depresiva». Para
captar aquello a lo que Klein hace referencia con estas dos posiciones
se requiere una apreciación de varias características básicas de su teo­
ría. Consideremos, pues, un caso de experiencia clínica y la forma en
que podría entenderse en términos kleinianos, en particular con res­
pecto a las posiciones esquizo-paranoide y depresiva.

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MAS allA de Freud

La posición esquizo-paranoide

Después de haber estado varios años en análisis, Rachel, una


camarera de alrededor de veinticinco años, recordaba en forma muy
vivida una experiencia en la que no había pensado por años, pero que
había dominado su vida de infancia tanto en la vigilia cuanto en el
sueño. Por lejos que se remontara al pasado en el recuerdo, no encon­
traba época en que no se hubiese sentido atormentada por dos imáge­
nes vividas e intensas, así como por la relación entre ambas. No podía
recordar si esas imágenes habían comenzado como partes de un sueño
y habían ocupado después su fantasía en vigilia o si habían comenzado
como un sueño diurno e infiltrado más tarde su vida onírica. La pri­
mera imagen era de flores pequeñas y sumamente delicadas. La segun­
da era de enormes figuras de forma humana, amenazantes, sin rasgos
particulares y compuestos sólo de excrementos. Ambas imágenes esta­
ban relacionadas entre sí de un modo que ella no entendía, pero que se
sentía impulsada a resolver de alguna manera. Solía pensar en las flores
y después en las figuras de excremento, nuevamente en las flores y una
vez más en las figuras de excremento.
Las imágenes eran tan opuestas como pudiese imaginarse, si bien
Rachel sentía que estaban unidas. Quería fusionarlas, integrarlas de
alguna manera, pero no podía imaginarse cómo hacerlo. Era como si
hubiese una fuerza magnética que las arrastrara una hacia la otra, pero
otra fuerza aún más grande, como de imanes del mismo polo, que las
mantuviese separadas. En ese sentimiento de imposibilidad de fusio­
narlas era central su pavor de que tal integración resultase en la des­
trucción de las delicadas y vulnerables flores. Ellas quedarían sumergi­
das y sepultadas para siempre bajo las masivas y ominosas figuras
fecales. El anhelo de fusionar esas dos imágenes solía retornar una y
otra vez con gran urgencia, tanto en la vigilia cuanto en el sueño, pero
nunca podía resolver la tensión que planteaba su intensa polaridad.
El drama de estas dos imágenes se convirtió en el tema central y
organizador del análisis de Rachel y, según llegó a entenderse, conte­
nía y representaba gran parte de la información acerca de la estructu­
ra de su mundo subjetivo. Ella había tenido una infancia absoluta­
mente desdichada, comenzando con una serie de experiencias que,

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Melanje Klein y la teoría klein lana contemporánea

probablemente, habrían destruido por completo a alguien con menos


inteligencia y menos capacidades innatas que Rachel.
El padre de Rachel había muerto durante su primer año de vida y
su madre se había debilitado en forma progresiva, tanto física cuanto
mentalmente, tornándose incapaz de atenderla. Una prima de su madre
llevó consigo a Rachel a un área rural. Esta madre sustituta era notable
por su incoherencia. Cuidaba de Rachel y, a veces, parecía tener afecto
hacia ella pero, en otros momentos, solía volverse contra ella de una
forma despiadada y paranoide. Había en los recuerdos de Rachel una
amplia evidencia como para sugerir que esa madre sustituta era esqui­
zofrénica. Poco amparo podía ofrecer el esposo de la mujer, alcohólico
crónico. A veces, era emocional mente accesible y cariñoso, pero las más
. de las veces estaba distante o simplemente ausente de la casa.
En el análisis, Rachel comenzó a tomar consciencia de que las dos
imágenes, las flores y los personajes de excremento, eran tan importan­
tes porque representaban de una forma compacta, pero extremada­
mente vivida, la calidad experiencial de su vida, especialmente de su
infancia, pero también de su vida adulta. Era como si tuviese dos expe­
riencias muy distintas que no tuviesen virtualmente nada que ver una
con la otra.
Durante un buen tiempo sintió un peso oscuro y ominoso sobre
sí misma y sobre los demás. Sentía que estaba llena de una inquietan­
te destructividad, de un odio que se dirigía hacia todo el mundo,
incluyéndola a ella misma, y que no tenía límites; un odio que, si se lo
dejara actuar, la destruiría tanto a ella misma cuanto a todos los que la
rodeaban. En ese mundo de inmundicia experimentaba que también
los demás la odiaban y amenazaban. Todo era claro y coherente. No
había salvación ni escape posible. No había sorpresas. El odio que sen­
tía en el mundo que la rodeaba estaba profundamente relacionado con
la experiencia que tenía de su propia naturaleza interior.
Otras veces, en momentos aislados y circunscritos con algunos
de sus conocidos (verdaderos amigos no tenía), y especialmente cuan­
do escuchaba música o leía poesía, Rachel tenía una experiencia
totalmente distinta. El sentimiento general de desolación y oscuridad
solía retirarse y ella tenía una sensación de calidez tanto sobre sí
misma cuanto hacia la otra persona, así como de la otra persona hacia

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MAS ALLA DE FrJEUD

ella (esas otras personas eran a menudo poetas y compositores muer­


tos hacía mucho tiempo). Las experiencias con la poesía y la música
tenían una relativa coherencia con ello: podían ser evocadas por ella
y parecían ser una base confiable sobre la cual ella había desarrollado
y configurado, con el correr del tiempo, relaciones con poetas y com­
positores. Cuando estas experiencias se daban en relación con gente
concreta, parecían emocionantes pero peligrosas, totalmente impre-
decibles. Era muy importante no esperarlas ni, menos aún, intentar
que se dieran.
Las imágenes de las flores y de las figuras de excremento eran
cristalizaciones de esos dos modos generales en los que se daba la
experiencia de Rachel, de esos dos mundos tan notablemente dife­
rentes en los que ella vivía. Anhelaba unirlos, ¡luminar la oscuridad,
tener un sentimiento más grande de continuidad, sentir que las cone­
xiones positivas y los momentos de afecto podían ser una característi­
ca consistente de sus relaciones con personas reales y vivientes. Pero
hacerlo, contar realmente con otra persona para algo importante, con­
tar con eso, intentar que sucediese, entrañaba el riesgo de ser decep­
cionada provocando en ella una explosión de furia y odio. Integrar esas
dos experiencias diferentes amenazaba destruir incluso los haces de
luz que disipaban por momentos su oscuridad. Así, parecía crucial
conservar lo más separadas posible las buenas experiencias de las
malas, los sentimientos de amor de los de odio. Para ella era esencial
experimentar que los momentos de conexión con otros eran arbitra­
rios y circunscritos, que no tenían nada que ver con la sensación gene­
ral de distancia, de desconfianza y de malevolencia que experimenta­
ba entre ella y los demás.

En términos klcinianos, la naturaleza de estas dos imágenes y su


relación recíproca, centrales para las luchas personales de esta joven
con carencias tan extremas, refleja una organización universal de la
experiencia (la posición esquizo-paranoide) que todos nosotros com­
partimos en nuestros primeros meses y años de vida y que mantene­
mos también, por lo menos en forma episódica, a lo largo de toda
nuestra vida. Klein infirió su comprensión de la manera en que se
organizan las experiencias a partir de las formulaciones de Freud, en

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Melanie Klein y la teoría klejnlana contemporánea

particular de su concepto de pulsión instintiva y de la teoría de las dos


pulsiones, pero aplicó los conceptos de Frcud a su manera.
Como hemos señalado en el capítulo 1, la idea de Freud del
impulso instintivo era un concepto fronterizo entre lo físico y lo psí­
quico. Según su descripción, el impulso comenzaba en una acumula­
ción de sustancias en los tejidos somáticos, fuera de la psique, sustan­
cias que generaban entonces una tensión en la psique, una «exigencia
de trabajo para la psique». Se descubrían así, en forma «accidental»,
«objetos» en el mundo exterior, rales como el pecho durante el ama­
mantamiento, que eran hallados útiles para eliminar la tensión libidi-
nal de la pulsión, y, de ese modo, los objetos eran relacionados asocia­
tivamente con el impulso.
Klein nunca se apartó del lenguaje de la teoría de los instintos de
Freud. Todas sus contribuciones tienen origen y marco en los postula­
dos de Freud de las energías libidinales y agresivas como el combusti­
ble básico de la psique, y de la gratificación o la defensa respecto de los
impulsos libidinales y agresivos como el drama subyacente a la vida
psíquica. No obstante, las formulaciones de Klein alteraron en forma
marcada estos elementos constitutivos conceptuales.
Para Freud, el impulso instintivo estaba separado y podía distin­
guirse tanto de la psique de la que demanda gratificación cuanto del
objeto con el que se asocia por accidental hallazgo. Klein extendió gra­
dualmente el concepto de impulso hacia los dos extremos, tanto en
función de la fuente de la cual surge cuanto en función del objetivo
hacia el cual se dirige.
El impulso instintivo de Klein, aunque inseno en la experiencia
somática, era mucho más complejo y personal. Ella veía los impulsos
libidinales y agresivos no como tensiones aisladas, sino como modali­
dades completas de experimentarse a sí mismo como «bueno» (en los
dos sentidos de amar y ser amado) o «malo» (tanto odiado cuanto des­
tructivo). Y aunque la libido y la agresión son expresadas como partes
y sustancias del cuerpo, son, según Klein, producto y reflejo de orga­
nizaciones más complejas de experiencias y de sensaciones del self.
Para Freud, el objetivo del impulso era la descarga; el objeto era
el medio accidentalmente descubierto para alcanzar ese fin. Klein veía
los objetos incorporados en la experiencia del impulso en cuanto tal.

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MAS ALLÁ DE F RE LID

Sentir sed, aun antes de beber, era anhelar de alguna manera vaga e
incoativa el objeto de esa sed. El objeto de deseo estaba para ella implí­
cito en la experiencia de deseo en cuanto tal. El impulso libidinal de
amar y de proteger contenía en sí mismo una imagen de un objeto
amable y amoroso: el impulso agresivo de odiar y destruir contenía en
sí mismo una imagen de un objeto odiado y odioso. Así lo veía Klein.
La concepción de Freud acerca de la operación del modelo estruc­
tural evoca la imagen de un yo cohesivo e integrado que se ocupa ora
con un específico impulso libidinal, ora con un específico impulso
agresivo. La concepción de Klein de la experiencia temprana evoca la
imagen de un yo discontinuo, que vacila entre una orientación amo­
rosa hacia otras personas amorosas y dignas de ser amadas y una orien­
tación de odio hacia otras personas que odian y son dignas de odio.
Las flores y los personajes fecales de Rachel no son meros vehículos de
descarga libidinal y agresiva, sino que representan relaciones más com­
plejas entre un tipo particular de self y un tipo particular de otro.
Aunque Klein mantuvo la terminología de Freud, su comprensión de
la sustancia básica de la psique había cambiado de impulsos a relacio­
nes, conduciendo, así, a una visión muy diferente del drama subya­
cente a la vida psíquica.
Klein describió la experiencia del infante como compuesta por dos
estados fuertemente polarizados, en dramático contraste tanto por la
organización conceptual cuanto por el tono emocional. Las imágenes
paradigmáticas de esos estados implican al infante puesto al pecho. En
un estado, el infante se siente bañado de amor. Un «pecho bueno»,
lleno de maravilloso alimento y de amor transformador, lo llena con
leche que sostiene su vida y lo envuelve de amorosa protección. A su
vez, él ama el «pecho bueno» y está profundamente agradecido por sus
servicios de protección. Otras veces, el infante se siente perseguido y en
sufrimiento. Su panza está vacía y el hambre lo ataca desde dentro. El
«pecho malo», odioso y malevolente, le ha dado leche mala que lo está
envenenando desde dentro; y, ahora, lo ha abandonado. Odia al «pecho
malo» y está lleno de fantasías de represalia intensamente destructivas.
Es importante recordar que esta concepción, escrita en un lengua­
je adulto, hace suposiciones acerca de experiencias de infantes que aún
no saben hablar; intenta, pues, cruzar una frontera que nunca podemos

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Mielan ie Klein y la teoría klejniana contemporAnea

cruzar del todo. Klein y sus colaboradores asumieron siempre que lo que
estaban describiendo en términos verbales más o menos claros se refería
a experiencias del niño que, probablemente, no eran claras ni verbales
sino amorfas y fantasmagóricas, a cierta distancia de aquello que los
adultos son capaces de recordar o experimentar como tales.
Klein consideraba que el mundo dividido que describía estaba ya
formado mucho antes de toda capacidad para cualquier tipo de verifi­
cación en la realidad. El infante cree que sus fantasías, tanto de amor
cuanto de odio, tienen un impacto real y poderoso en sus objetos: su
amor por el «pecho bueno» tiene un efecto protector y fortalecedor y
su odio por el «pecho malo» tiene una destructividad aniquiladora. Es
precisamente por la omnipotencia con la que el infante experimenta
sus impulsos que este mundo es un lugar extremadamente peligroso y
que siempre es muchísimo lo que está en juego.
La ecuanimidad emocional, en esta organización más temprana
de la experiencia, depende de la capacidad del infante para mantener
separados estos dos mundos. Para que el pecho bueno sea un refugio
seguro debe poder distinguírselo claramente de la malevolencia del
pecho malo. La furia del niño contra el pecho malo, expresada en fuer­
tes fantasías de destrucción, es experimentada por el infante como algo
real, como causante de un daño real. Es crucial que la furia destructi­
va permanezca contenida dentro de la relación con el objeto malo.
Toda confusión entre el objeto malo y el objeto bueno puede resultar
en una aniquilación del segundo, lo que sería catastrófico porque la
pérdida del pecho bueno dejaría al niño sin protección ni amparo fren­
te a la malevolencia del pecho malo.
Klein designó esta primera organización de la experiencia como po­
sición esquizo-paranoide. Paranoide se refiere a la central ansiedad de per­
secución, al temor de una malevolencia invasiva proveniente de fuera.
Las figuras de excremento amenazan superar y contaminar toda bondad,
tanto en las flores cuanto en el amor de Rachel por ellas. Esquizo(ide)
remite a la defensa central: la disociación, la vigilante separación del amo­
roso y amado pecho bueno respecto del odioso y odiado pecho malo.
Para Rachel es urgentemente necesario mantener las flores separadas de
los personajes fecales y segregar el odio que ella siente contra estos últi­
mos del amor con el cual preserva a las flores en actitud protectora.

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MAS ALLA DE FREUD

Pero ¿por qué utiliza Klein el término posición? Freud había deli­
neado una progresión de fases psicosexuales centradas en diferentes
objetivos libidinales que se desarrollaban en una secuencia de madu­
ración. Klein propuso, en cambio, una organización de la experiencia
(tanto de la realidad exterior cuanto de la interior) y una posición fren­
te al mundo. El mundo bifurcado en bueno y malo no era para ella una
fase de desarrollo que hubiese que atravesar. Era una forma fundamen­
tal de configurar la experiencia y una estrategia para situarse uno mismo
o, más exactamente, para situar diferentes versiones de uno mismo en
relación con diferentes tipos de otros.
Klein atribuyó la posición esquizo-paranoide a la urgente necesi­
dad de defenderse contra las ansiedades de persecución generadas por
el instinto de muerte. Todos los demás teóricos psicoanalíticos impor­
tantes, fuera de Klein, trataron la noción freudiana de instinto de
muerte como una especulación biológica, casi mitológica, pero Klein
la introdujo en el centro de su teoría. Apoyándose en su trabajo con
niños perturbados y pacientes psicóticos, describió el estado psíquico
del recién nacido en función de la ansiedad por una aniquilación inmi­
nente, que proviene de la sensación de la fuerza brutal y destructiva de
su propia agresión dirigida contra sí mismo. El problema más inme­
diato y persistente a lo largo de la propia vida pasa a ser la necesidad
de escapar de esta ansiedad paranoide, de esta sensación de que la pro­
pia existencia se encuentra amenazada.
El asediado yo primitivo proyecta una porción de esos impulsos
autodestructivos hacia fuera de las fronteras del sclf> creando así el
«pecho malo»*. Es un tanto menos peligroso sentir que la malevolencia
está situada fuera de uno mismo, en un objeto del que se puede esca­
par, y no dentro de uno mismo, de donde no hay escape. Una parte de
lo que ha quedado de la pulsión agresiva es dirigida hacia este male­
volente objeto externo. Así, a partir de la fuerza destructiva del instin­
to de muerte se ha creado una relación con el objeto malo original a
fin de contener las amenazas que entraña ese instinto. Hay un pecho
malevolente que intenta destruirme y yo estoy intentando escapar de
él a la vez que destruirlo.
Vivir en un mundo sólo lleno de malevolencia sería intolerable,
de modo que el infante proyecta rápidamente hacia el mundo exterior

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Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

impulsos amorosos contenidos en el narcisismo primario, creando así


el «pecho bueno». Una parte del remanente de la pulsión libidinal es
dirigida hacia esc amoroso objeto externo. Así, a partir de la fuerza
amorosa del instinto libidinal se ha creado una relación con el objeto
bueno original, a fin de servir de contrapartida al objeto malo y de
refugio frente a la amenaza que este implica. Hay, por tanto, un pecho
bueno que me ama y me protege y al que a mi vez amo y protejo.
En esta concepción generada por las originales formulaciones de
Klein, las flores y los personajes de excremento se entenderían como
derivados proyectivos de las mismas pulsiones constitucionales libidi­
nal y agresiva. El entorno, aunque secundario en tal perspectiva, no
carece de importancia, porque el buen desempeño parcntal puede cal­
mar las ansiedades de persecución disminuyendo así los temores para-
noides frente a objetos malos y fortaleciendo la relación con objetos
buenos. La malevolencia de la posición esquizo-paranoide comienza
con la agresión constitucional; un entorno bueno puede aminorar sus
terrores. En la visión original de Klein, el poder de los personajes de
excremento refleja una pulsión agresiva constitucionalmente fuerte;
privaciones provenientes del entorno serían incapaces de domesticar
en medida suficiente la destructividad y de fortalecer los frágiles recur­
sos libidinales representados por las flores.3

La POSICION DEPRESIVA

Según el sentir de Klein, hay en el establecimiento de los patrones


de experiencia una tendencia inherente hacia la integración que fomen­
ta en el infante un sentimiento de objeto íntegro, ni del todo bueno ni

3. En algunas aplicaciones contemporáneas de Klein (por ejemplo, Aron, 1995;


Mitchcll, 1988), la «bondad» y «maldad» del pecho se atribuyen, a diferencia de la
concepción intra-psíquica de Klein, a gratificaciones y privaciones reales. Por ejemplo,
las flores y los personajes de excremento podrían entenderse, al menos en parte, como
un producto inicial de un tratamiento realmente amoroso y protector, y de otro cruel
y abusivo, por parte de quienes tenían a Rachel a su cuidado.

163
MAS ALLA DE FREUD

del todo malo, aunque algunas veces bueno y otras veces malo. El
pecho bueno y el pecho malo comienzan a entenderse no como expe­
riencias separadas e incompatibles, sino como características diferentes
de la madre como otro ser más complejo, con subjetividad propia.
Este paso de la experiencia de los otros separados en buenos y
malos a la experiencia de los otros como objetos integrales es una gran
ganancia. La ansiedad paranoide disminuye: el sufrimiento y la frustra­
ción que uno experimenta no tiene su causa en la pura malevolencia y
maldad, sino en la falibilidad y la inconsistencia. Cuando la amenaza de
persecución decrece, se reduce la necesidad de velar por la separación: el
infante se experimenta a sí mismo como más durable, menos en peligro
de ser aplastado y contaminado por fuerzas externas o internas.
Pero las ganancias implicadas en el abandono de la posición
esquizo-paranoide están acompañadas de nuevos y diferentes terrores.
Según Klein, el problema central de la vida es el manejo y la conten­
ción de la agresión. En la posición esquizo-paranoide, la agresión se
contiene en la relación de odio con el pecho malo, mantenida a una
distancia segura de la relación de amor con el pecho bueno. Cuando
el niño comienza a reunir las experiencias de bondad y maldad en una
relación ambivalente (de amor a la vez que de odio) con un objeto
entero, se hace pedazos la ecuanimidad que ofrecía la posición esquizo-
paranoide. Ahora, no se destruye sólo el pecho malo (dejando intacto
y protegido el pecho bueno): es la madre entera, que decepciona o
falla al infante generando el sufrimiento del anhelo insatisfecho, la
frustración, la desesperación, la que resulta destruida en las fantasías
de odio del infante. El objeto entero (tanto la madre exterior cuanto
el correspondiente objeto interior en su totalidad), ahora destruido en
las furiosas fantasías del infante, es el proveedor único de bienestar al
igual que de frustración. Al destruir el objeto frustrante en su totali­
dad, el infante elimina a su protector y refugio, despoblando así su
mundo y aniquilando su propio interior. Klein denominó el intenso
terror y la culpa generados por el daño infligido a los objetos de amor
del niño por su propia destructividad como ansiedad depresiva, y la
organización de la experiencia en la que el niño se relaciona, tanto
con amor cuanto con odio, hacia objetos enteros como la posición
depresiva.

164
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

En la posición csquizo-paranoide, el problema de la destructivi­


dad inherence al ser humano se resuelve mediante proyección, resul­
tando en una ominosa sensación de persecución, de peligro provenien­
te de otros. En la posición depresiva, más integrada y más adelantada
en el desarrollo, la poderosa fuerza de la inherente destructividad del ser
humano genera un pavor ante el impacto de la propia furia del niño en
aquellos a quienes ama. Klein describió el estado del infante que se
imagina la furiosa destrucción de la madre frustrante como un pro­
fundo remordimiento. El objeto frustrante entero que ha sido destrui­
do es al mismo tiempo el objeto amado frente al cual el niño siente
una profunda gratitud e interés. A partir de ese amor e interés se gene­
ran fantasías de reparación (provenientes de los instintos libidinales),
en un esfuerzo desesperado por reparar el daño, por hacer que la
madre esté nuevamente entera.
La creencia del niño en su propia capacidad de reparación es cru­
cial para la aptitud para cargar con la posición depresiva. Para ser capaz
de conservar enteros sus objetos, el niño tiene que creer que su amor
es más fuerte que su odio, que puede deshacer los estragos de su des­
tructividad. Klein consideraba crucial el equilibrio constitucional entre
la pulsión libidinal y la agresiva. (Teóricos posteriores, entre ellos D. W.
Winnicott, subrayaron la importancia de una madre real que sobreviva
a la destructividad del infante, que regrese y mantenga unida la expe­
riencia del infante.) En la mejor de las circunstancias, los ciclos de
amor, frustración, destrucción por odio y reparación profundizan la
capacidad del infante de permanecer relacionado a objetos enteros, de
sentir que sus capacidades reparadoras pueden equilibrar y compen­
sar su destructividad.
Pero, aún en la mejor de las circunstancias, esta no es una solu­
ción estática y concluyente. Según la visión de Klein, todos estamos
sometidos, en forma de fantasía inconsciente (y a veces consciente), a
una intensa y furiosa destructividad contra otros, hecho que experi­
mentamos como fuente de toda frustración, decepción y sufrimiento
físico y psíquico. La perpetua destructividad hacia los que queremos
representa una fuente continua de ansiedad depresiva y de culpa, así
como una interminable necesidad de reparar los daños. En tiempos
especialmente difíciles, la destructividad se torna demasiado grande,

165
MAS ALLA DE FREUD

amenazando con borrar el mundo objeta! entero sin dejar sobrevi­


vientes. En puntos semejantes, una retirada a la posición esquizo-para-
noide ofrece una seguridad temporaria. El otro frustrante ya no se
experimenta entonces como objeto entero sino como objeto malo. En
alguna otra parte hay también un objeto bueno que no nos causaría
semejante dolor. La destructividad del niño queda, así, nuevamente
contenida en la relación con el objeto malo, y el niño puede descansar
(por un tiempo) seguro de que allá fuera hay objetos buenos que están
seguros frente a la destructividad de su furia.
Lo que resulta tan problemático en la posición depresiva es que
el objeto entero es irreemplazable, condición esta que crea lo que el
infante experimenta como una deplorable dependencia. Una solución
alternativa al sufrimiento de la ansiedad depresiva es la defensa ma­
niaca-, en la que se niega mágicamente la unicidad del objeto amado y,
de ese modo, también la propia dependencia de él. ¿Quién necesita a
esa otra persona en modo alguno? Es fácil obtener madres/padres/per­
sonas amantes: todos son lo mismo, ninguno tiene características
exclusivas. Al desdibujar la distinción de los otros, colocándolos en
una categoría general, se recupera una sensación de consuelo, necesa­
riamente temporario e ilusorio, frente a la intensa e ineludible depen­
dencia que se tiene del otro, y una sensación de poder sobre los pro­
pios objetos.
Klein retrata el estado de relativa salud mental no como un nivel
de desarrollo que cabe alcanzar y mantener, sino como una posición
continuamente perdida y reconquistada. Como el amor y el odio se
generan perpetuamente en la experiencia, la ansiedad depresiva es una
característica constante y central de la existencia humana. En momen­
tos de gran pérdida, rechazo, frustración, se dan en forma inevitable
retiradas a la seguridad que ofrecen la disociación propia de la posición
esquizo-paranoide y la defensa maníaca.
En circunstancias no ideales, el niño experimenta que su furia es
más fuerte que su amor reparador. No puede mantener la integración
de amor y odio hacia el otro, que es a veces amoroso y a veces odioso.
Los personajes fecales aplastarán y sepultarán las delicadas flores. A
pesar de los horrores persecutorios de la posición esquizo-paranoide, la
disociación ofrece la única posibilidad de mantener algún espacio de

166
Melanie Klein y la teoría kleinlana contemporánea

amor y seguridad. Para las personas que se encuentran en esa posición,


el bien y el mal están claramente separados. Tienen unos pocos ami­
gos (a veces sólo en la imaginación), todos buenos, y enemigos com­
pletamente malos. Cuando los amigos decepcionan revelan instantá­
neamente que siempre habían sido sólo malos. Las relaciones con
aliados de confianza no pueden ser oscurecidas ni siquiera por una
sombra de duda, porque tal duda abriría la puerta a una inevitable e
inexorable contaminación.
Las flores y los personajes de excremento sólo pueden integrarse
si Rachel puede creer que las flores emergerán de debajo de los excre­
mentos. Sólo el creer en las propias capacidades de reparación, en que
el propio amor puede sobrevivir a la propia destructividad, hace posi­
ble la integración de amor y odio en formas de relación más ricas y
complejas. En la posición esquizo-paranoide, el amor es puro, pero
escaso y frágil. En la posición depresiva, el amor, atenuado por ciclos
de odio destructivo y de reparación, es más profundo, más real, más
resistente, pero requiere creer que los excrementos, más que sepultar
todo signo de vida, fertilizarán un crecimiento nuevo y más fuerte.

El siguiente sueño de un paciente en psicoanálisis puede consi­


derarse como una representación de la transición de una organización
esquizo-paranoide más o menos estable a la capacidad de tolerar ansie­
dad depresiva. Este hombre de edad mediana había estado casado por
más de una década con una mujer a la que idolatraba y con la que
nunca había reñido, a pesar de que tenía constantes batallas con jefes
de trabajo y otras figuras en su vida a las que consideraba malevolen­
tes y contrarias a él. También idealizaba a su analista. Ocasionales
explosiones de intensa furia, precipitadas por ciertos sentimientos de
traición por parte del analista, eran olvidadas rápidamente, y el analis­
ta quedaba reinstaurado como una figura completamente benigna y
maravillosa. La semana antes de que relatara el sueño que sigue,
habiendo estado ya por varios años en análisis y después de muchos
meses de interpretaciones acerca de su tendencia a disociar en él amor
y odio, relató con considerable emoción la primera pelea real que
había tenido con su mujer. «Perdí completamente mi templo [tempU\,
quiero decir, mis estribos \temper\»t dijo. He aquí el sueño:

167
MAS ALLA DE FREUD

Me encuentro deambulando en una vieja casa que me produce una


sensación de gran familiaridad. Noto que hay una habitación ocul­
ta entre dos pisos y me doy cuenta de que no he estado en ella desde
hace mucho, mucho tiempo. Cuando entro veo una gran pecera
con hermosos y exóticos peces tropicales. Recuerdo que había ins­
talado y llenado la pecera hace muchos años, pero que lo había olvi­
dado. Sorprendente-mente, los peces habían sobrevivido y real­
mente habían prosperado. Estaba muy emocionado y pensó que
deberían tener mucha hambre después de todos estos años. Retiré
de un estante cercano lo que pensé que era una caja de alimento
para peces y comencé a espolvorearlo en el agua. De pronto, los
peces comenzaron a parecer enfermos. Miré más de cerca la caja y
me di cuenta de que era una caja de sal. Eran peces de agua dulce
y la sal era mortal para ellos. Comencé entonces a correr frenética­
mente intentando hacer algo para salvarlos. Vi allí cerca otra pecera.
Comencé a recoger los peces y a pasarlos a la otra pecera. Algunos
de ellos parecían muertos y otros parecían poder sobrevivir. Era
difícil decir cómo iba a resultar eso y desperté en un estado de gran
ansiedad.

En el marco del concepto kleiniano de la posición depresiva,


este sueño expresa la ansiedad depresiva de alguien que está aterrori­
zado por su propia rabia y por lo que ella pueda causar a los que ama.
El paciente tendía a disociar sus relaciones en puramente buenas y
puramente malas, protegiendo, así, a los que amaba de su propia
furia, de la cual temía que no sobrevivieran. Sólo en forma reciente
había comenzado a reunir su amor y su odio, permitiéndose contener
y expresar frustración y rabia hacia quienes también amaba. Esto le
hizo sentirse a la vez muy culpable y ansioso: estaba confundido acer­
ca de sus dos dimensiones interiores y acerca de cuál de las dos era
más fuerte: el amor o el odio. Este movimiento había enriquecido
tanto sus relaciones cuanto el sentimiento de su propia vida interior,
pero estaba aterrorizado de que, si abandonaba la compulsiva ideali­
zación que hacía de su mujer y de su analista —su devoción por sus
templos—, no sería capaz de mantener las relaciones a través del amor
y de la reparación.

168
MELAN1E Klein Y LA TEORÍA KLEJNIANA CONTEMPORANEA

En esta lectura del sueño, los peces son objetos enteros, sepul­
tados en su experiencia inconsciente y olvidados hace tiempo. Él
evita su profunda confusión acerca de sus capacidades de mantener
vivos sus objetos mediante una disociación crónica de las relaciones
en dos plantas: la planta de los ídolos reverenciados y la de los odia­
dos enemigos. Entre esas dos plantas se encuentran, en un plano
oculto, los delicados peces, a los que olvida. Ahora, después de meses
de trabajo interpretativo sobre su estrategia de disociación, vuelve a
localizar un lugar en su experiencia donde existe una vida más com­
pleja, aunque frágil. Pero este solo reconocimiento de un tipo dife­
rente de objeto, de un amor por otro que no es como un dios, sino
extremadamente vulnerable, lo enfrenta cara a cara con un terror
sobre su propia capacidad de mantener y alimentar el amor.
¿Aniquilará su destructividad (aunque no intencional) los objetos, o
será capaz de reparar el daño que les ha hecho? El veredicto no ha
sido dado aún al final del sueño (y siguió de hecho sin dictarse por
muchos meses más de análisis).

Sexualidad

En ningún otro aspecto se muestra en forma tan clara la diferen­


cia entre la visión de Klein y la de Freud, de la cual ella partió, que en
el ámbito de la sexualidad, elemento central de las teorías del desarro­
llo y de la psicopatología de Freud. En el marco freudiano, la sexuali­
dad tiene que ver con placer, poder y temor. Para la mujer, la relación
sexual significa, en los niveles más profundos del inconsciente, una
forma de obtener posesión del pene del padre en compensación por la
injuria narcisista de su propio sentimiento de castración. Ella anhela
quedar embarazada como un signo de posesión del padre y del pene
del que carece y como un triunfo sobre su rival, la madre. Para el hom­
bre, la relación sexual significa, en los niveles más profundos del
inconsciente, la posesión definitiva de la madre, el triunfo sobre el
padre y la prueba de que no ha sido castrado por causa de sus ambi­
ciones sexuales. Dejar embarazada a una mujer es una demostración de
la propia no castración, de la propia potencia.

169
MAS ALLA de Freud

En c! marco de Klein, la sexualidad tiene que ver con amor, con


destructividad y con reparación. Según su concepción, los hombres y
las mujeres están profundamente preocupados por el equilibrio entre
su capacidad de amar y de odiar, por mantener en vida sus objetos,
tanto sus relaciones con otros como objetos reales cuanto sus objetos
interiores, su sentimiento interior de bondad y vitalidad. Klein veía la
relación sexual como una arena altamente dramática en la que se expo­
nen y ponen en juego tanto el propio impacto en el otro cuanto la cali­
dad de la propia esencia. La aptitud para excitar y satisfacer al otro
representa las propias capacidades de reparación; el dar alegría y placer
sugiere que el propio amor es más fuerte que el propio odio. La capa­
cidad de ser excitado y satisfecho por el otro sugiere que uno está vivo,
que los propios objetos interiores se encuentran en estado floreciente.
El embarazo es tremendamente importante en este marco, no
como equivalente simbólico del pene o de la potencia, sino como una
reflexión sobre el estado del propio mundo objeta! interno. La fertili­
dad, tanto para el hombre cuanto para la mujer, sugiere vitalidad inte­
rior, una experiencia interna de que uno se ha mantenido en vida y en
flor. La infertilidad, tanto para el hombre cuanto para la mujer, se ve
como un estado que despierta temores, no de castración, sino de
muerte interior, de una falta de amor para reparar y sostener conexio­
nes importantes con otros, de que el propio selfsca. incapaz de mante­
ner en vida y de alimentar relaciones. Para Freud, la creación artística
era una forma sublimada de placeres corporales. Para Klein, tanto la
creatividad cuanto los placeres del cuerpo eran palestras en las que se
expresa la lucha humana central entre amor, odio y reparación.

Envidia

Uno de los conceptos más importantes de Klein, el de envidia,


file introducido en forma relativamente tardía en su vida, pero llegó a
constituir una característica importante en el desarrollo del pensa­
miento klciniano después de la muerte de la autora.
La comprensión de Klein acerca de la envida puede captarse de
la mejor manera comparando la envidia con la codicia. Como es típi-

170
Meianie Klein y la teoría klfjniana contemporánea

co en Klein, el prototipo lo ofrece el infante junto al pecho materno.


Según la descripción de Klein, los infantes son criaturas intensamente
necesitadas. Se sienten terriblemente dependientes del pecho para su
alimentación, seguridad y placer. Según la representación de Klein, el
infante experimenta el pecho mismo como algo extraordinariamente
pleno y poderoso. En momentos de más recelo, el infante piensa que
el pecho se guarda para sí su maravillosa sustancia, la buena leche,
gozando del poder que tiene sobre él en lugar de permitirle un acceso
continuo y total a sus recursos.4
La avidez oral es una respuesta al desvalimiento del infante fren­
te al pecho. El niño está lleno de impulsos por apropiarse completa­
mente del pecho para sus propias necesidades, por agotarlo. La inten­
ción no es destruirlo, pero sí poseerlo y controlarlo. El granjero del
cuento de la gallina de los huevos de oro, una alegoría clásica de la
codicia, no tiene intención de lastimar a su gallina sino que la quiere.
Pero no puede quedarse con la entrega de un único huevo de oro cada
mañana y mata a la gallina en un esfuerzo por obtener acceso a los
recursos del animal y control sobre ellos. En forma similar, la avidez
del infante no es destructiva en sus intenciones para con el pecho, sino
que expresa su resentimiento por recibir su premio sólo gota a gota.
Así, la codicia se vuelve despiadada en su avidez.
La envidia es una respuesta diferente a la misma situación. El in­
fante envidioso no quiere ya acceder a un bien y poseerlo, sino que está
resuelto a arruinarlo. No puede tolerar la misma existencia de algo tan
poderoso e importante, capaz de causar una diferencia tan enorme en su
experiencia, pero que permanece fuera de su control. Antes querría des­
truir el bien que seguir indefensamente dependiente de él. La sola exis­
tencia de la bondad despierta una envidia intolerable, de la cual sólo es
posible escapar con la destrucción imaginaria de la misma bondad.

4. El material clínico del que se extrae tal hipótesis puede ser el frecuente reclamo de
ciertos pacientes de que el analista podría haberle dado fácilmente en la primera sesión
todas las interpretaciones hechas durante años de análisis pero que, en lugar de ello,
las fue entregando gradualmente para mantener su poder y su control económico
sobre el paciente. Algunos analistas creen también pretenciosamente en esta fantasía.

171
MAS ALLA DE FREUD

La envidia es el más destructivo de los procesos mentales primi­


tivos. Todos los otros odios y actitudes destructivas que caracterizan la
vida en la posición esquizo-paranoide quedan contenidos en la rela­
ción con el pecho malo. A través de la disociación, el pecho bueno
queda protegido como un refugio y una fuente de consuelo. En cam­
bio, la característica extraordinaria y exclusiva de la envidia consiste en
que no se trata de una reacción a la frustración o al sufrimiento, sino a
la gratificación y al placer. Así, la envidia deshace la disociación, cruza
la brecha que separa el bien del mal y contamina las fuentes más puras
de amor y de refugio. La envidia destruye la esperanza.
Con su tendencia a asignar el origen de todos los procesos psico­
lógicos importantes a factores constitucionales, Klein atribuyó la envi­
dia a una pulsión agresiva innata inusualmente fuerte. Su descripción
del daño causado por la envidia puede colocarse también en un marco
causal diferente y considerarse como la respuesta del niño a un desem­
peño parental dramáticamente incoherente, en que se alienta constan­
temente la esperanza de sensibilidad y amor pero, con enorme fre­
cuencia, se la decepciona en forma cruel (véase Mitchell, 1988).
El concepto kleiniano de envidia llegó a ser una poderosa herra­
mienta clínica para comprender a pacientes con la patología más seve­
ra e inaccesible, aquellos que tienen gran dificultad para utilizar lo que
el psicoanálisis puede ofrecer. Freud había descrito la reacción terapéu­
tica negativa en la que el psicoanálisis no sólo no mejora al paciente,
sino que lo empeora. Desde la perspectiva de Freud, el problema era
la culpa edípica: a raíz de los deseos incestuosos y parricidas, estos
pacientes no sentían que mereciesen una vida mejor. Es ilustrativo,
acerca de la diferencia entre Freud y Klein, que esta última haya situa­
do las raíces de la reacción terapéutica negativa no en la culpa por
impulsos sexuales y agresivos, sino en la destrucción envidiosa del
pecho bueno, la destrucción de todo sentimiento de bondad en el
mundo exterior que pudiese ser una ayuda. A pesar de anhelar ayuda,
estos pacientes no pueden tolerar la posibilidad de que un analista sea
capaz de ayudarles. Creer que el analista pudiese poseer realmente
algo importante para ellos, algo buscado con tanta desesperación, los
sume en un sentimiento de envidioso desvalimiento que no pueden
soportar. El único modo de no sentirse a merced del analista es des-

172
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

truir el valor que ¿1 tiene para ofrecer, muy especialmente el valor de


sus interpretaciones. Esta destrucción envidiosa de las interpretacio­
nes opera en un todo continuo que va de la desvalorización directa y
agresiva a la coincidencia aparente, en la que nunca se toman real­
mente en consideración las interpretaciones ni se les permite llegar a
tener impacto.
Una expresión dramática y literal de este proceso suelen realizar,
a veces, pacientes con trastornos relacionados con el comer. Jane, que
había buscado el psicoanálisis como ayuda para enfrentar, entre otros
síntomas problemáticos, su bulimia, describió su considerable ansie­
dad después de una sesión en la cual había sentido que se había esta­
blecido un importante contacto con el analista y que este le había dado
algo útil. La incomodidad que sentía la llevó a comprar una gigantes­
ca bolsa de galletas, que devoró con avidez, induciendo a continuación
el vómito. Su experiencia al hacerlo fue sepultar lo que el analista le
había dado bajo la pegajosa masa de galletas y expulsar después el con­
tenido entero. Las interpretaciones habían sido destruidas y evacuadas.
Sólo con la experiencia del interior limpio y vacío se había aliviado la
ansiedad que le había generado la sesión.

Identificación proyectiva

Un segundo concepto, introducido por Klein en el período tardío


de su vida, que llegó a ocupar un lugar central en la subsiguiente for­
mación teórica kleiniana, es la identificación proyectiva. Proyección es un
término ucilizado por Frcud para designar la expulsión imaginaria de
impulsos indeseados: lo que no podía experimentarse en el sclfse expe­
rimentaba como si estuviese presente en otras personas, ajenas al sclf.
Klein extendió este concepto de una forma característica. Según
sugirió, lo que se proyecta en la identificación proyectiva no son sim­
plemente impulsos separados, sino una parte del mismo sclf: por ejem­
plo, no sólo impulsos agresivos sino un sclfmalo, al que se sitúa ahora
en otra persona. Desde el momento en que lo proyectado es un seg­
mento del sclf se mantiene una conexión con lo expulsado a través de
una identificación inconsciente. El contenido psíquico proyectado no

173
MAS ALLA DE FrEUD

se ha ido sin más: la persona lucha por mantener una cierta conexión
y un cierto control sobre tal contenido.
Consideremos las siguientes tipologías comunes: la persona que
siente que la sociedad moderna está repleta de sexualidad y que dedi­
ca su vida a la detección y obstrucción de la obscenidad así como a
investigar, descubrir y controlar todo lo promiscuo; la persona que
siente que la violencia en el cine es la peor plaga de la vida contempo­
ránea y que no puede parar de hablar, a menudo en términos sangui­
narios, acerca de quienes difunden ese vicio; la persona que está enor­
memente sensibilizada por los sufrimientos y necesidades de los demás
y que dedica su vida a aliviar las penas de los que sufren. Todas ellas
sugieren el proceso que Klein consideró como identificación proyecti-
va. Una experiencia determinada, no simplemente un impulso sino
una dimensión genérica de la relación humana, no se registra dentro
de las fronteras de uno mismo, sino que se experimenta de forma dra­
máticamente destacada en otros, donde se convierte en objeto de gran
atención, preocupación y esfuerzos de control.5

WlLFRED BlON Y EL PENSAMIENTO KLEIN 1ANO CONTEMPORÁNEO

Las ideas de Klein tuvieron un enorme impacto tanto en sus here­


deros teóricos explícitos cuanto en la formación de la base de diferentes
teorías de relaciones objétales como las de Fairbarin y Winnicott, así
como también, en general, y sin que se atribuyesen a la misma Melanie
Klein, en muchas innovaciones y sutiles transformaciones del pensa­
miento psicoanalítico contemporáneo. Los conceptos de Klein, desig­
nados explícitamente en la reflexión teórica como «kieinianos», han sido

5. Sullivan describió este proceso en forma notablemente similar (aunque en un len­


guaje muy diferente) en la operación de seguridad que él denominó ideales engañosos.
En estos, uno coloca considerable distancia entre uno mismo y los propios impulsos
no reconocidos (por ejemplo, sentimientos agresivos) poniéndose en un plano de
superioridad moral (por ejemplo, ingresando a una sociedad anti-violencia) y opo­
niéndose así a esos mismos impulsos en los demás.

174
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

extendidos e interpretados de manera tan fundamental a través de las


aportaciones de Wilfrcd Bion que el pensamiento klciniano contempo­
ráneo se designa de manera más exacta como kleiniano-bioniano.
Bion (1897-1979) fue un analizando y estudiante de Klein, cuyos
propios conceptos germinales fueron moldeados por su trabajo con
pacientes esquizofrénicos. Bion se había criado en la India colonial y
había pasado por los combates de tanques en el norte de Africa duran­
te la Segunda Guerra Mundial. Vivió en Inglaterra la mayor parte de
su vida pero residió en Estados Unidos desde 1968 hasta poco antes de
su muerte. Bion estaba insatisfecho con la manera formulista en la que
muchos clínicos aplicaban los conceptos psicoanalíticos (incluyendo
los conceptos kleinianos) y desarrolló un particular interés por inten­
tar explorar y comunicar la densa textura y el carácter extremadamen­
te elusivo de la experiencia.
Finalmente, los escritos de Bion derivaron en una dirección algo
mística y atrajeron a un grupo de adherentes. Sin embargo, algunos de
sus conceptos básicos tenían una aplicación más general al pensa­
miento ldeiniano y tuvieron un amplio impacto en los kleinianos con­
temporáneos. Los escritos de Bion son extremadamente opacos y
extraños, tal vez (junto con los de Lacan, que trataremos en el capítu­
lo 7), los más difíciles de todos los grandes autores psicoanalíticos. Pero
ninguna introducción a Klein sería completa sin una consideración de
varias aportaciones básicas de Bion, en particular sus extensiones de la
teoría tardía de Klein sobre la envidia y la identificación proyectiva.
En la formulación de Klein sobre la envidia se hace referencia a
un ataque a un objeto; en el caso del paradigma original del infante
puesto al pecho de la madre, el niño destruye el pecho y arruina su
contenido. Los esfuerzos tempranos de Bion para captar los orígenes y
la naturaleza del pensamiento y del lenguaje esquizofrénico, tan impac­
tante en su fragmentación y aparente sinsentido, le hicieron sentir que
existía una conexión entre la fragmentación esquizofrénica y el tipo de
ataques envidiosos descritos por Klein, si bien lo que resultaba ataca­
do no era solamente el objeto mismo sino la parte de la propia psique
infantil que estaba conectada con el objeto y con la realidad en gene­
ral. Según Bion, el infante envidioso experimenta todo su nexo con el
objeto como algo insoportablemente doloroso, razón por la cual no

175
MAS ALLA de Freud

ataca solamente al pecho, sino también a las propias capacidades men­


tales que lo conectan con el pecho. No hay tan sólo un ataque imagi­
nario contra el objeto al que hace trizas, sino también un ataque con­
tra el propio aparato de percepción y conocimiento del infante, que
destruye su capacidad de percibir y entender la realidad en general, su
capacidad de establecer conexiones significativas con otros. Para Bion,
la envidia pasó a ser una suerte de crastorno psicológico autoinmune,
un ataque de la psique contra sí misma.

Las dos breves imágenes oníricas que siguen sugieren las expe­
riencias y procesos que Bion estuvo tratando de alcanzar en sus for­
mulaciones a propósito de la destrucción de la mente y del significado
por acción de la envidia.
Jim, un paciente analítico de edad mediana, relató un sueño en
el que alguien estaba mirando dentro de su oído. Entonces, él mismo
miró de alguna manera dentro de su propio oído y vio espacios en los
que el tejido estaba cubierto de ampollas sangrientas, ulcerado.
La semana siguiente, relató una bastante típica conversación
telefónica con su hermano ante la que había reaccionado en forma
no característica. Su hermano, que tenía una actitud continuamente
crítica frente a él, contra su familia, contra su manera de vivir, pero
que siempre profesaba un gran amor por él en lo sentimental, le
informó en la referida conversación telefónica que, en un par de días
más, iría a la ciudad de Jim. Era su propósito pasar casi todo el tiem­
po con viejos amigos con los que había hecho amistad a través de
Jim. No invitó a Jim a participar de esos encuentros, pero quería
concertar una breve visita a Jim en compañía de sus hijos. Jim se
püso furioso y comenzó a expresar su dolor y resentimiento. Su her­
mano respondió en tono seco: «no estés tan centrado en ti mismo»,
dijo estar escandalizado de que pensara que se trataba de algo que
tuviese que ver en forma personal con él, y enumeró varias razones
prácticas para que el viaje se organizara de esa manera. Basándose en
esa lista de razones, acusó en forma recurrente a Jim de que estaba
«muerto» y expresó su complacencia por que, aunque en forma total­
mente injustificada, Jim estuviese aún lo suficientemente vivo como
para enfadarse.

176
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

La actitud del hermano para con Jim era característica del lugar
que Jim ocupaba en general en la familia, y había sido plasmada en
gran medida por la manera en que la madre de ambos solía tratar a
Jim. Por lo común, él respondía a tales conversaciones con confusión y
embotamiento, sintiéndose enormemente incompetente. Pero, según
relató, esa vez había estallado con furia ante el fuerte «doble mensaje»
de su hermano.
Su sentimiento crónico de sí mismo era el de estar profundamen­
te lastimado, de ser incapaz de pensar, de entender o de actuar en forma
efectiva en el mundo. La imagen del sueño sugería la noción de Bion de
que su experiencia de sí mismo provenía de ataques dirigidos contra su
propio psiquismo. Tales ataques eran una reacción, a la vez que una pro­
tección, frente a vínculos insoportables con otras personas significativas,
en los que se veía implicado en forma dolorosa y sin esperanza alguna.
Otro paciente, esta vez una mujer que había estado ya en análi­
sis durante tres años, relató un sueño en el que estaba caminando por
un jardín tomando fotografías con una cámara sin película fotográfica
que estaba aprendiendo a utilizar. La mujer sentía que estaba vacía
y que sólo era valiosa a través de lazos desesperados con hombres a los
que solía entregarse en forma esclavizante. Siguiendo una vez más a
Bion, se podría considerar esta imagen onírica como una representa­
ción de su sensación de no retener experiencia alguna, de registrar acon­
tecimientos sin asignarles valor o significado, de vaciar sus propias fun­
ciones mentales. Es interesante que, en la misma sesión en la que relató
ese sueño que sugería también la posibilidad de algo nuevo y diferente,
la mujer preguntó al analista si una naturaleza muerta de flores que
había sobre la pared del despacho era una compra reciente. La pintura
(recordemos el jardín en el sueño) había estado allí todo el tiempo sin
que la paciente la registrara ni la retuviera hasta ese momento.

Bion describió una de las modalidades principales en las que la


mente ataca sus propios procesos como ataques a la conexión, modali­
dad esta en la que se destruyen todos los nexos entre las cosas, los pen­
samientos, los sentimientos y las personas. Un paciente al que podía
considerarse en buena medida como víctima de un ataque tal era un
cantante de considerable talento cuya carrera se estaba viendo afecta-

177
MAS ALLA DE FREUD

da porque, a pesar uc cantar cada nota con destreza y belleza tonal, no


podía conectar las notas en frases musicales.
Hemos señalado que, en la formulación original de Klein, la
identificación proyectiva es una fantasía en la que se experimenta cier­
to segmento del descolocado en otra persona, segmento con el cual el
selfsigue identificado y al que intenta controlar. Bion se interesó en el
impacto que la identificación proyectiva, como acontecimiento que
tiene lugar en la mente de una persona, tenía en la persona hacia la
cual se hacía la proyección. Su teoría se desarrolló a partir de expe­
riencias del trabajo clínico con pacientes muy perturbados, en el que
Bion se descubrió teniendo él mismo intensos sentimientos que pare­
cían corresponder a la vida afectiva de los pacientes. Así, comenzó a
sospechar que, realmente, el analista se convierte en receptáculo para
contenidos mentales originalmente situados en la experiencia del
paciente. Un evento que ocurre en la psique del paciente, y por el cual
un segmento del selfse figura resituado en el analista, se traduce así de
alguna manera en una experiencia real para el analista.
Al teorizar acerca de los orígenes de la identificación proyectiva,
Bion imaginó al infante como un ser lleno de sensaciones perturbado­
ras que no puede organizar ni controlar. El infante proyecta este con­
tenido psíquico desorganizado a la madre, en un esfuerzo por escapar
de la ansiedad que ese contenido le produce. La madre, que recibe el
contenido en un ensueño que se desarrolla con soltura, es sensible al
mismo y, en cierto sentido, organiza la experiencia en lugar del infan­
te, que la introyecta después en una forma que le resulta ya soportable.
Una madre que no esté en sintonía con su infante es incapaz de con­
tener y procesar las identificaciones proyectivas del infante, dejándolo,
así, a merced de su fragmentaria y terrorífica experiencia. Bion comen­
zó a sospechar que una experiencia semejante opera en la relación
entre el paciente y el analista. Extendiendo el concepto de Klein de la
identificación proyectiva, Bion le dio carácter interpersonal, transfor­
mándolo de una fantasía que ocurre en la mente de una única perso­
na a un complejo acontecimiento reladonal que se da en la psique de
dos personas.
La comprensión bioniana de la identificación proyectiva ha sido
utilizada de diferentes maneras. Un uso de características un tanto fan-

178
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

tasmagóricas asume como hecho seguro una forma de telepatía en la


que cierto contenido de la mente del infante se transfiere simplemen­
te a la mente de la madre, o de la mente del paciente a la del analista.
Se podría considerar asimismo la identificación proyectiva en cone­
xión con los fenómenos de la intuición y del contagio afectivo. Hay
madres que están en gran sintonía con los estados afectivos de sus
infantes y parecen tener la capacidad de percibir lo que el infante está
sintiendo, lo que necesita, respondiendo de una manera que lo orga­
niza y calma al mismo tiempo. Otras madres parecen no atinar nunca,
no ajustarse nunca al estado y al ritmo del infante, que termina en gran
frustración y ansiedad. ¿Qué pasa en tales situaciones?
Los afectos son contagiosos. (Recordemos que Sullivan conside­
raba la existencia de un «nexo cmpático» por el cual se comunican los
afectos, en especial entre madre e infante.) La emoción o el entusias­
mo de una persona puede suscitar emoción o entusiasmo en otros. La
ansiedad de una persona puede poner los nervios de punta a los demás.
La depresión de una persona puede deprimir a otras. Los afectos de los
infantes son particularmente contagiosos. Pocas cosas hay que alegren
tanto como la sonrisa de alegría pura de un infante; y pocas cosas afli­
gen tanto como un infante que sufre. Cuando las personas están en
sintonía mutua, la resonancia afectiva opera como un diapasón que
vibra espontáneamente a la correspondiente frecuencia tonal. La sin­
tonía afectiva parece ser una característica intrínseca de la intimidad
humana y, tal vez, es un mecanismo de supervivencia altamente adap-
tativo en la relación entre padres e hijos, cuyos estados afectivos nece­
sitan conocerse sin recurrir al lenguaje.
La visión de Bion de la identificación proyectiva en la relación
entre infante y madre puede comprenderse en es te contexto. El estado
afectivo del infante, particularmente del infante que sufre, es captado
por la madre que tiene recursos para procesar ese sufrimiento así como
para calmar al infante y calmarse a sí misma.6 El infante experimenta,

6. La investigación reciente sobre la infancia ha descubierto una poderosa tendencia


hacia el contagio afectivo entre madres e infantes (Stern, 1985; Tronick / Adamson,
1980).

179
MAS ALLA DE FREUD

absorbe las capacidades organizativas de la madre y, con el tiempo, se


identifica con ellas. Aun cuando Bion supuso que hay de parte del
infante una intención de comunicación —hecho que parece difícil de
verificar experimentalmente—, su perspectiva puede utilizarse aun sin
hacer tal suposición.

La situación analítica

Las formulaciones de Klein, particularmente en la forma en que


fueron enmendadas por Bion, crearon una visión muy diferente de la
situación analítica respecto de la de Frcud. Para este último, el pacien­
te y el analista tienen papeles bien definidos y experiencias claramen­
te separadas. El paciente necesita recordar y la asociación libre es la
actividad a través de la cual se ponen de manifiesto enlaces con recuer­
dos cruciales. El analista escucha las asociaciones desde una prudente
distancia y da al paciente interpretaciones que conectan las asociacio­
nes del paciente con los recuerdos que hay que recuperar y reconstruir.
Las interpretaciones son de índole informativa y tienen por propósito
revelar las resistencias del paciente ante sus propios recuerdos, alterar
la organización de la experiencia en la mente del paciente. En forma
periódica surgen transferencias como resistencias desesperadas al tra­
bajo de la memoria.
Los analistas kleinianos utilizan todos los mismos términos para
describir la situación analítica, pero el sentido básico de lo que sucede
en la misma es muy diferente. El paciente y el analista están entrelaza­
dos en forma mucho más fundamental que en la visión de Frcud. No
es como si el paciente revelara simplemente los contenidos de su
mente a un observador generalmente neutral (salvo en los casos en que
la contratransferencia lo aparta de la neutralidad), sino que experi­
menta la misma situación analítica en función de sus relaciones objé­
tales primitivas. A veces, el analista es un pecho bueno, capaz de pro­
ducir transformaciones mágicas; sus interpretaciones son leche buena,
protectora, nutritiva, reconstituyente. A veces, el analista es un pecho
malo, mortífero y destructivo; sus interpretaciones son ponzoñosas y,
si se las ingiere, lo destruyen a uno desde dentro. En esta concepción,

180
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

la transferencia no es una resistencia o un apartamiento respecto de la


línea de base de la posición observadora del analista. En forma nece­
saria e inevitable, el paciente experimenta al analista y sus interpreta­
ciones a través de las organizaciones inconscientes de su propia expe­
riencia, con intensas y profundas esperanzas a la vez que con idénticos
temores.
Para Freud, la experiencia del analista en la situación analítica es
de relativa distancia. El analista utiliza sus propias asociaciones, cons­
cientes e inconscientes, para entender las asociaciones del paciente.
Pero a no ser que el analista esté captando en forma distorsionada al
paciente por asuntos sin resolver de su propio pasado (contratransfe­
rencia), su experiencia afectiva con el paciente será relativamente calma.
Klein describe la experiencia del analista en términos similares a
los de Freud. Pero Bion, al otorgar al concepto de identificación pro-
yectiva un sentido interpersonal, considera que la experiencia afectiva
del analista está implicada en forma mucho más central en las luchas del
paciente. El analista descubre en sí mismo la resonancia y la presencia
de intensas ansiedades y perturbadores estados psíquicos. Siempre están
en juego la propia ansiedad depresiva del analista y su necesidad de
realizar reparaciones, hechos psíquicos propios que sin duda lo impul­
saron a asumir una profesión en la que, primariamente, se ofrece
«ayuda». La sistemática destrucción envidiosa, por parte del paciente,
de las interpretaciones (ojalá reparadoras) del analista es inevitable y
perturba profundamente al analista. Para Freud, el psicoanálisis era
una arena en la que una persona observa e interpreta la experiencia
afectiva de otra persona desde una prudente distancia. En la perspec­
tiva kleiniana contemporánea, el psicoanálisis es una arena en la que
dos personas luchan por organizar y hallar sentido a la vida afectiva del
paciente, vida afectiva en la que el analista se ve introducido en forma
tan inevitable cuanto útil.
Heinrich Racker y Thomas Ogdcn aplicaron la interpersonaliza­
ción de la identificación proycctiva realizada por Bion a las complejas
interacciones entre analizando y analista. Racker, psicoanalista argen­
tino (1910-1961) que escribió una serie de brillantes artículos sobre
el proceso psicoanalítico, se concentró en extender los conceptos de
Klein en un estudio de la transferencia y la contratransferencia, antici-

181
MAS ALLA DE FREUD

pando notablemente muchas características de las innovaciones más


recientes del pensamiento psicoanalftico, en que la relación analítica se
comprende cada vez más en términos diádicos (véase capítulo 9).
Racker enfatizó la importancia y la utilidad de las identificaciones del
analista con las proyecciones del paciente, es decir, las versiones del self
y del objeto que el paciente experimenta proyectadas en el analista.
Racker (1968) retrató al analista (sin distinción respecto de otras per­
sonas) como alguien que lucha con dinámicas similares a las del pacien­
te: ansiedad persecutoria y depresiva y una necesidad de reparar. Él
argumentó contra lo que denominó «el mito de la situación analítica»,
la suposición de que el «análisis es una interacción entre una persona
enferma y una sana». Racker subrayó la inserción del analista y su par­
ticipación en el proceso analítico:

La verdad es que se trata de una interacción entre dos persona­


lidades en las cuales el yo se encuentra bajo la presión del ello,
del superyó y del mundo exterior: cada una de esas dos perso­
nalidades tiene sus dependencias internas y externas, sus ansie­
dades y sus defensas patológicas; cada una es asimismo un niño
frente a sus padres internos; y cada una de esas personalidades
enteras —la del analizando y la del analista— responde a cada
evento de la situación analítica, (p. 132)

Es justamente por tener ansiedades y conflictos similares a los del


paciente que el analista es capaz de identificarse con las proyecciones
que el paciente hace sobre él y de utilizar tales identificaciones para
entenderlo.
El psicoanalista estadounidense Thomas Ogden ha escrito una
serie de libros extremadamente ricos y originales sobre la naturaleza de
la psique y sobre el proceso analítico en los que se esfuerza por inte­
grar el pensamiento kleiniano con otras contribuciones, particular­
mente las de Winnicott. Ogden, en forma similar a Racker, ilustra
cómo la fantasía del paciente que proyecta segmentos del selfsobre el
analista lo lleva a tratar realmente al analista de una forma provocati­
va, compatible con la fantasía. Probablemente, un paciente con una
fantasía inconsciente que coloca una furia tremenda en el analista tra-

182
Melanif. Klein y m teoría kleiniana contemíorAnea

tará al analista como si fuese peligroso y malo, hecho que probable­


mente provocará también irritación y tal vez sadismo en este último.
La fantasía intra-psíquica del paciente pasa a ser una forma de tran­
sacción interpersonal que suscita intensas experiencias en el analista,
cuya contratransfcrcncia ofrece claves para las fantasías inconscientes
del paciente.
En un esfuerzo por purificar al analista como receptáculo de las
proyecciones del paciente, Bion recomendó que el analista procure
mantener una disciplina de acuerdo con la cual se acerque a cada
sesión «sin memoria ni deseo». En este sentido, su noción del com­
portamiento ideal del analista es una extensión del principio clásico
de neutralidad y anonimato. A diferencia de Bion, Racker y Ogden
creen que, probablemente, las proyecciones del paciente no se reci­
ben con independencia de las ansiedades, conflictos y anhelos pro­
pios del analista, sino más bien a través de ellos. En tal sentido, su
noción de la inevitable participación del analista en el proceso analí­
tico es más coherente con la perspectiva interactiva del psicoanálisis
interpersonal.
Las formulaciones de Bion respecto de los ataques contra el
sentido y contra las conexiones y sobre la identificación proyectiva
han ofrecido poderosos instrumentos clínicos para el trabajo analíti­
co, particularmente para el tratamiento de pacientes muy perturba­
dos. Ogden sugirió que la característica más difícil de este tipo de
trabajo es comprender y manejar la contratransferencia, los intensos
sentimientos de desesperación, terror, rabia, anhelo, etc., que susci­
tan pacientes con perturbaciones profundas. Las formulaciones de
Bion ofrecen un marco para que los analistas toleren y, de hecho, se
fascinen con sus propias reacciones frente a tales pacientes estable­
ciendo las siguientes suposiciones: el aparente sinsentido de las
comunicaciones es generado por una destrucción activa del sentido;
la aparente desesperanza y desconexión es generada por un intento
activo de destruir toda esperanza y conexión; los sentimientos agó­
nicos que se generan por un contacto sostenido con tales personas
son el producto de los primitivos esfuerzos de su parte por comuni­
car y compartir sus torturados estados psíquicos. Lo que parece
desorganizado y sin sentido se organiza y adquiere sentido, primero

183
MAS ALLA DE FREUD

en la experiencia del analista y, a través de las interpretaciones que


este último va haciendo con el tiempo, también en la del paciente.
Betty Joscph, siguiendo a Bion, ha tenido asimismo un gran
impacto en la técnica, argumentando contra la tendencia kleiniana
temprana de hacer continuas interpretaciones de la «experiencia pri­
mitiva» en el lenguaje simbólico de las partes del cuerpo. Klein supo­
nía que tales interpretaciones podían establecer un contacto directo
e inmediato con la corriente de la fantasía inconsciente del paciente.
Joseph sostiene la probabilidad de que el paciente sólo se relacione
con esas interpretaciones en la forma de una presentación intelectual
y recomienda, por eso, que el analista sea menos activo, que luche
por más tiempo con la confusión y sólo organice en forma gradual la
identificación proyectiva del paciente, haciendo así interpretaciones
lo más precisas posibles, siempre en un lenguaje afín a la experiencia
del paciente. Lo más importante es, según ella, la forma de conexión
y desconexión entre paciente y analista en el aquí y ahora de la rela­
ción analítica.

Estas nociones kleinianas contemporáneas demostraron ser úti­


les para un analista en su esfuerzo por encontrar sentido a su difícil
experiencia clínica con George, un hombre de edad mediana extre­
madamente distante y aislado, que había estado por varios años en
psicoanálisis, después de un breve análisis previo que le había pareci­
do totalmente inútil. Nunca había tenido relaciones sexuales de nin­
gún tipo con otra persona. Se masturbaba ocasionalmente con fantasí­
as de estar mirando a otras personas manteniendo relaciones sexuales.
Así, incluso en sus fantasías estaba separado de un contacto real con
otras personas.
En las sesiones solía brindar descripciones prosaicas de sus ruti­
nas cotidianas y expresaba un tibio y ocasional anhelo de algo diferente.
Unos pocos débiles esfuerzos por implicarse con mujeres habían termi­
nado en nada cuando ellas se pusieron visiblemente impacientes frente
a su pasividad y aparente falta de interés sexual.
El analista halló «matador» el trabajo con George. Solía pasar
sesiones luchando con un abrumador agotamiento. Hacía diferentes
cosas para permanecer alerta y en contacto: planteaba preguntas, for-

184
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

mulaba interpretaciones y, en ocasiones, se descubría a sí mismo urgien­


do con sutileza un enfoque más activo de la vida. George acompañaba
esos bienintencionados esfuerzos por ayudarle, pero el tratamiento
no parecía ir a ninguna parte. La respuesta de George a las interpre­
taciones del analista consistían a menudo en golpearse la cabeza con
el dedo mientras decía: «en mi cabeza, lo que dice me parece lógico».
El analista se sentía atrapado «en un mar de pegamento», luchando por
conseguir aire. Estando con George se descubría una y otra vez pen­
sando en el poema «Richard Cory», de Edwin Arlington Robinson,
sobre el tranquilo «gentUman de pies a cabeza», que «una calma
noche de verano, / había llegado a casa y se había abierto la cabeza de
un balazo».
Consideremos la experiencia de este analista desde la perspectiva
kleiniana. Se puede pensar que George estaba respondiendo a los
esfuerzos de ayuda del analista con una intensa destrucción por envi­
dia. Al golpearse la cabeza con el dedo y decir «en mi cabeza, lo que
dice me parece lógico», estaba queriendo decir: no puedo tolerar la
posibilidad de que pueda darme algo que pudiese tener realmente una
importancia profunda para mí; trato sus palabras como ideas vacías,
trivializo y de ese modo expulso y destruyo tanto sus ideas cuanto mi
propia mente, que las contiene; no hago estallar mi cerebro en una
explosión súbita, sino a través de una destrucción sutil y constante del
sentido y de la posibilidad de esperanza; y, en el mismo proceso, lo
destruyo a usted y toda fe que tenga usted en su propia capacidad de
amor y reparación.
También se podría pensar que, en cierto sentido, George estaba
provocando esperanza en el analista, induciéndolo a seguir intentando
ayudarle como una forma de que el analista contuviese el segmento
más temido de su experiencia: la parte que todavía estaba viva en él. A
través de las dimensiones comunicativas de la identificación proyecti-
va, el analista pudo tener una noción directa de la experiencia que
tenía el paciente, tanto de su situación de muerte cuanto de una deses­
perada y agitada esperanza, continuamente aplastada.
Cuando el analista comenzó a utilizar esta experiencia hecha en
la contratransferencia para generar hipótesis acerca de la organización
de la experiencia de George, este trajo al análisis el siguiente sueño:

185
MAS ALLA DE FREUD

Yo estaba viviendo en una espaciosa vivienda (el escenario es la


ciudad de Nueva York, donde el espacio es algo sumamente pre­
cioso.) Pero sólo estaba utilizando una pequeña porción de la
misma. El frente del piso era como una vitrina de mueblería con
tres o cuatro grandes ambientes bellos y bien decorados pero sin
utilizar. Yo estaba viviendo detrás de una puerta clausurada, en un
pequeño ambiente de la parte trasera.

La sesión en la que se relató este sueño y se lo interpretó con rela­


ción a la vacía existencia del paciente y los ocultos destellos de vida que
había en él fue la más vivaz de un cierto período de tiempo, pero estu­
vo seguida de un retorno a la familiar monotonía. El analista pregun­
tó a George acerca de su experiencia entre las sesiones, a lo que Georgc
respondió: «Oh, nunca retengo aquello de lo que hablamos. Cuando
me voy, sólo bajo el volumen. A veces bajo el volumen incluso cuan­
do estoy aquí».
Desde una perspectiva kleiniana contemporánea, el trabajo, en
este caso, no se centra en la utilización de las asociaciones del pacien­
te para generar interpretaciones con el propósito de levantar las repre­
siones a través de reconstrucción y comprensión. El trabajo se centra
en la experiencia del mismo analista en su contratransferencia como
vehículo para captar los diferentes segmentos del selfdel paciente, así
como el uso que el paciente hace de otros para mantener un equili­
brio estático.

Hasta hace poco, el psicoanálisis kleiniano era un mundo cerra­


do en sí mismo. La tendencia a hacer frecuentes «interpretaciones pro­
fundas», la densidad del lenguaje técnico, las imaginativas presuncio­
nes acerca de la psique del infante y el continuo énfasis en la agresión
infantil colocaban el enfoque kleiniano aparte de las otras escuelas, en
particular de la psicología del yo y del psicoanálisis interpersonal. En
parte por influencia de Joseph, ha habido en la literatura kleiniana
reciente un marcado desplazamiento de las reconstrucciones imagina­
tivas de la infancia, del lenguaje arcano y de las interpretaciones extre­
mas de la agresión hacia un mayor énfasis en la relación de trans­
ferencia con el analista en un lenguaje accesible al paciente. Esto ha

186
Melanie Klein y la teoría kleiniana contemporánea

acercado mucho la visión kleiniana contemporánea de la situación


analítica tanto a !a de los interpersonalistas, con su insistencia en el aquí
y ahora de la relación analítica, cuanto a la psicología freudiana del yo,
con su cuidadoso énfasis en un análisis gradual de las defensas. (Para
un tratamiento de lo que respecta al acercamiento actual entre las tra­
diciones kleiniana contemporánea y de la psicología del yo, véase
Schafer, 1994.)
Klein construyó lentamente sus teorías a partir de su trabajo clí­
nico en las trincheras, sin interesarse realmente por las corrientes inte­
lectuales que la rodeaban. Pero generó un modo de pensar acerca de
la psique y del selfque, de hecho, refleja en forma coherente muchos
de los temas que caracterizan la cultura contemporánea, asociados a
menudo con el término pos¡modernismo: el dcscentramiento respecto
del re^singular, la dispersión de la subjetividad y el énfasis en la con-
textualización de la experiencia. Los modelos de psique elaborados por
Freud son estáticos, estratificados y estructurados. En cambio, la
visión de Klein sobre la psique es fluida, perpetuamente fracturada y
caleidoscópica. Además, Klein logró actualizar poco a poco el reservo-
rio de los símbolos psicoanalíticos. El enfoque freudiano del simbolis­
mo dio a los intérpretes de la literatura, la historia y la antropología
herramientas para acceder a los subyacentes temas darwinianos de la
sexualidad y la agresión. Klein amplió la paleta de símbolos a temas de
interioridad y exterioridad, vida y muerte, florecimiento y merma,
haciendo así posible pintar sobre la tela interpretativa temas más con­
temporáneos tanto para el análisis individual cuanto para los movi­
mientos sociales de nuestro tiempo.

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