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Algunas consideraciones
sobre psicoanálisis y cine*
Simón Brainsky ·•
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que el mito nos lleve al pasado, a algún even
to original que ha sido transcrito fantasiosa
mente a medida que pasa por la memoria
colectiva; más bien nos lleva hacia delante;
hacia algo que pasará, que tiene que pasar''.
julian Barnes
Una historia del mundo en diez y medio
* Este trabajo es el primer capítulo del libro Psicoandlisis y cine. Pantalla de ilusiones, publicado
por el Grupo Editorial Norma, Bogotá (2000). Derechos de publicación parcial cedidos.
**
El doctor Brainsky falleció en enero de este año, 2005.
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mas y mensajes tengan una relación estrecha aunque cada uno conserve
siempre su especificidad.
En este capítulo intentaré plantear algunos aspectos de esta interrela
ción, exponiendo hipótesis psicoanalíticas ejemplificadas con productos
cinematográficos. Examino ciertas inter�cciones entre el psicoanálisis, ya
parte de la cultura, y la actitud del espectador de cine. Así mismo comento
la facilidad poética del artista para llegar a su inconsciente y la contrasto
con el laborioso camino que el psicoa
. nalista, creador artesanal, debe reco
rrer en el mismo sentido. Hago observaciones sobre semejanzas entre el
fenómeno del soñar y el cine y expongo varias concepciones de la metapsi
cología de Freud, una de las armazones esenciales en las que se sustentan las
hipótesis del psicoanálisis. Las acompaño con ejemplos tomados de películas.
Las concepciones básicas de Freud, particularmente las que se relacio
nan con la noción de lo inconsciente, con el conflicto y con los sueños,
ejercen una influencia importante sobre la producción cinematográfica y su
capacidad de plasmar visualmente, en la pantalla, nuestros deseos, nuestras
frustraciones, nuestro pasado (contenido siempre en el presente) y nuestras
pesadillas.
dades que se presentan en un día elige aquellas que serán más propicias para
lo que la psicología del soñante necesita expresar en término de deseos y
frustraciones. El sueño, para Freud, es la realización simbólica y disfrazada
de deseos reprimidos, pero estos deseos comprenden mucho de lo tenebro
so que hay agazapado en nuestro interior (Brainsky, 1986).
Los restos diurnos corresponden a menudo a situaciones aparente
mente triviales pero, en esta combinación de lo reprimido y de la cotidiani
dad simple, se revelan y realizan nuestras realidades íntimas y nuestras pa
siones más recónditas. Esta exitosa mezcla se observa también en muchas
obras de arte, en la literatura y en el cine.
Así los cuentos de Ray mond Carver expresan a través de incidentes
diarios la presencia efectiva o inminente del abandono, de la derrota y de la
muerte. En las seis novelas de Jane Austen parecería no suceder nada distin
to de los hechos del ciclo de una vida rural apacible. Mas allá de este vehí
culo expresivo se mueve toda la gama de las pasiones humanas, vistas con
una ironía suave: la muerte, el amor, la codicia, la envidia, el sentido común
y sus innumerables combinaciones, son los verdaderos motores de las vici
situdes de sus protagonistas. Roben Altman trabaja con frecuencia situa
ciones corrientes no necesariamente dramáticas en sí mismas como por ejem
plo la celebración de una boda. En la descripción de la ceremonia nos revela
las profundidades psicológicas y a veces abismales de sus protagonistas.
Ingmar Bergman, en Escenas de la vidti conyugal, nos hace vivir las experien
cias del amor y el odio violentamente condensados en la vida diaria de una
pareja cualquiera. Stanley Tucci y Campbell Scott, en Big Night, muestran
cómo, a través de la salvaguarda de lo 3parentememe pequeíío (en este caso la
estética purista de sus platos de comida italiana), se expresa la defensa de un
estilo especial de vida ligado a una ética.
Algo similar sucede en la situación psicoanalítica. Los contenidos del
paciente en psicoanálisis pueden sonar a veces inanes y monótonos. El reen
cuentro emocional y tempestuoso de las propias experiencias vitales que se
dan dentro de la relación entre el psicoanalista y el paciente (la transferen
cia) rescata para ambos, el vivenciarlas, tales experiencias de la monotonía,
de lo aburrido. En la medida en que el cine transporta al presente las fanta
sías y recuerdos de la niñez y nos lleva, a su vez, al pasado, recuperamos en
el aquí y ahora posibilidades más auténticas y profundas de padecer y gozar
la vida misma.
El recuerdo del sueño, llamado contenido manifiesto, es alterado por
la elaboración onírica, cuya función censora y expresiva a la vez transfor
ma lo más cercano a lo que realmente soñamos en lo que recordamos. Los
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singulares del cineasta o del espectador, sino más bien propias del vínculo
mismo. Los rituales con los cuales nos preparamos para la experiencia mági
ca que nos transporta a otros mundos, de los que además hacemos parte,
tienen mucho de estos fenómenos transicionales; de la misma manera que
los actos ceremoniosos con los cuales nos alistamos para el dormir preparan
el ingreso al teatro interno y nuestro encuentro con los personajes que habi
tan nuestro mundo interior (Brainsky, 1997). Este pasaje corresponde al
pasadizo preconsciente, descrito por Freud. Cecilia, la maravillosa protago
nista de La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen, huye de su realidad
agobiante y busca a través de la fantasía otras realidades en el cine. Prepara
su ingreso, como lo hacemos todos, en el pasillo ubicado entre la puerta de
entrada y la sala de proyecciones. Allí ella (y nosotros) compra chocolates o
palomitas de maíz y al ingerirlas está, a través de la incorporación oral,
abriendo las puertas de ingreso a un mundo maravilloso y terrible, cercano
a los deseos y temores de nuestro propio inconsciente.
La teoría pulsional
deseo sexual por su marido, de quien está enamorada, y sólo logra sentir
satisfacción en relaciones sórdidas de burdel. Tras esta situación se escon
den sus propias necesidades masoquistas de castigo y muerte.
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débil mental que ha cometido, sin querer, un grave delito. En este momen
to se derrumba el pudor superyoico del científico. Enfrenta el asedio, des
truye uno a uno los adversarios y señala con fruición: "los acabé a todos".
En el contexto de la poética de la violencia, en la que trabaja inmerso Pec
kinpah, el protagonista se encuentra a sí mismo, gracias a la posibilidad de
demoler la barrera superyoica y permitirse, por tanto, el surgimiento del
guerrero primitivo feroz.
Del punto de vista estructural se deriva lo objeta!, que inicialmente
Freud consideró como la característica menos importante de los instintos,
ya que el objeto sería fácilmente intercambiable. Poco a poco esta minusva
lorización relativa del objeto ha venido modificándose radicalmente en la
teoría y en la práctica psicoanalíticas. Se define el objeto como la vivencia
yoica de todo lo que es el no yo. La palabra tiene resonancias mecanicistas;
el concepto, empero, corresponde a la hermosa noción de que el prójimo, el
otro, está siempre presente, en forma parcial o total, dentro y fuera de
nosotros. No se concibe de otra manera el desarrollo del ser humano. En el
interior del hombre se lleva a cabo una continua dramatización relaciona
da. Esta influye indudablemente sobre los procesos biológicos y sociales y
es, a su vez, influida por éstos, en un interjuego constante (Brainsky, 1986).
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ciona también con la atemporalidad y la ubicuidad propias del proceso
primario y del principio del placer (Brainsky, 1997).
En Thelma .Y Louise, de Ridley Scott, las heroínas huyen de su propia
rutina cotidiana, en busca de algún tipo de expansión y de realización exis
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tencial. En el transcurso del proceso matan a un violador, conocen la amis
tad y el amor, se reconocen como individuos y ante la persecución de la
policía se lanzan a un abismo. La película termina y la cámara se detiene en
el momento en que el auto está suspendido sobre el precipicio. En este
momento y en este espacio, ubicados entre el principio del placer y el de
realidad, nacen el miro y la leyenda de Thelma y Louise.
En Bonnie y Clyde de Arthur Penn, los protagonistas, gansgsters popu
listas, son acribillados por los agentes de la ley. Sus cuerpos se desplazan de
un sitio a otro en el interior de un vehículo (espacio de transición entre
placer y realidad), en una especie de baile mortal, en cuya poesía plástica se
vuelven inmortales. Su muerte, así vista, convierte la vida de un par de
criminales en una saga de protesta con la que se identifica fácilmente el
hombre común.
Lawrence Durrell crea en El cuarteto de Alejandría una ciudad presente
en términos espaciales, virtual y fluctuante en una visión circular. Cuatro
personajes centrales, Justine, Balthasar, Mountolive y Clea, sirven de pasa
porte para penetrar a una leyenda en la que el amor es traición, la conspira-
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centero. Por otra parte, los elementos alfa, materia prima e instrumento del
pensar, permiten configurar una barrera que diferencia el adentro del afue
ra, el tiempo del espacio, el yo del no-yo. Los elementos alfa estructuran la
función del pensamiento puesto que, además de cualquier otra considera
ción, determinan y son determinados por la tolerancia a un cierto monto
de dolor físico y a la frustración. No existe una función beta.
Al comienzo de la vida el bebé, presa de estímulos extremadamente
angustiosos y desestructurantes, proyecta lo que Bion llama el "terror sin
nombre" en la madre. Ésta, si es madura y tiene a su haber la función de
reverie (ensoñación), procesa y metaboliza los terrores del niño a través de
su propio pensamiento y devuelve, aminoradas, las agonías al niño; presta,
por así decirlo, sus elementos alfa al niño. Si la madre es fría, remota o
indiferente no llevará a cabo la función de reverie, con lo cual lo que torna al
niño son sus propios terrores incrementados y carentes ahora de cualquier
sentido vital. Este proceso negativo se da en la fabricación del pensamiento
psicótico.
La pantalla del cine nos permite proyectar en ella nuestros propiÓs
terrores, angustias, deseos, recuerdos y fantasmas. Establecemos con ella y
con los personajes, con los cuales nos topamos en el hermoso ejercicio de
vivenciar el cine, una relación compleja y vital que nos influencia profunda
mente y cambia con frecuencia nuestro propio destino. A su vez, no somos
pasivos al mirar y en el interior de nosotros mismos modificamos el rumbo
o ratificamos el destino de los personajes de una película. Proyectamos ele
mentos beta, anteriores al pensamiento, y la pantalla cinematográfica, a
manera de una especie de madre estética, nos devuelve elementos de pensa
miento alfa que nos permiten asumir el dolor catártico de la experiencia,
pensar racionalmente y elaborar intelectualmente lo que estamos viven
ciando. Por otra parte, proyectamos nuestro pensamiento alfa y de esta
manera sopesamos con una cierta distancia la fenomenología y la dinámica
de aquello que estamos observando, escuchando y leyendo. Somos inevita
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les alfa nos otorga la condición de partícipes y cocreadores de la obra de arte
en general y del cine en particular. La obra, gracias a nosotros sus usuarios,
continúa viva y en proceso de transformación perenne.