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Mucha es la preocupación de algunos padres cuando se dan cuenta que sus hijos no
pueden acompañar y responder a las demandas de la escuela. Esta situación los lleva a
tomar diferentes decisiones, intentando “resolver el problema”.
Cuando llegan a la consulta y les pregunto cuál es la situación que los trae y no tardan
en enuncian: “Mi hijo tiene un problema, le cuesta el colegio.”
Ahora veamos, qué nos pasa a nosotros los adultos, si por un momento nos colocamos
en el mismo lugar que colocamos al niño.
Este niño tiene un problema, es verdad. Resulta que va a un colegio que nunca le
preguntó lo que le interesa, que le exige aprender cosas que a él no le sirven, que
organiza los tiempos sin tener en cuenta sus necesidades, que los métodos que usa para
enseñar no tienen en cuenta su manera particular de aprender, que no lo considera
emocionalmente, que solo busca llegar a las metas sin importar costo, que lo amenaza
con repetir si no hace lo que este exige, que usa métodos manipulativos para dirigir su
conducta, que lo mira más como hombre del mañana que como lo que es en el presente,
un niño.
Este niño tiene un problema, es verdad. Resulta que sus padres le muestran el amor
mandándolo a un colegio doble escolaridad y cuando no llega le contratan una maestra
particular para que siga intentado en casa, lo llevan a la psicopedagoga para que aprenda
mejor, que en ningún momento lo miran a los ojos y sienten el dolor y la angustia que él
está sintiendo, que está lleno de juguetes pero también de exigencia por el peso que
carga al tener que convertirse en el niño que sus padres anhelan.
Podría seguir, pero creo que es suficiente. ¿Cómo nos sentimos y cómo reaccionamos
cuando por un momento damos vuelta la torta y nos colocamos en el mismo lugar que
colocamos a los niños? ¿Qué sienten en este momento? ¿Enojo, Tristeza, Vergüenza,
miedo? Reconozcan qué sienten. Eso mismo siente el niño, o todo junto.
Basta ya, abrir el corazón es lo único que nos toca hacer si no queremos seguir
lastimando a nuestros niños.
Los educadores tenemos que priorizar lo que el sistema no prioriza, sino somos
cómplices y actores del daño. Nos toca decidir dejar de enseñar contenidos vacíos y
abrir espacios blandos donde la naturaleza interior tenga lugar para desplegarse y
manifestarse. Esto permitirá que los niños perciban un poco de aroma a justicia y amor.
Hoy están enojados con el afuera, mamá, papá, docentes y tienen motivos para hacerlo.
Nunca les dimos espacio para que ellos descubran qué desean aprender, qué les gusta,
cuáles son sus pasiones, sueños, que los motiva, qué les interesa, que ellos se pongan las
metas y que aprendan a pensar qué podrían hacer para conseguirlas, cuáles son sus
propuestas. Ni consideramos sus necesidades genuinas. En ningún momento nos
ponemos en el rol de aprendices, ni nos tomamos el tiempo para descubrir los talentos
naturales que ellos traen, ni ayudamos a que los mismos se desplieguen y expandan. NO
LOS RESPETAMOS.
Hoy nos toca mirarnos a nosotros mismos, dejar de presionar a los niños, cuestionar lo
que hasta ahora no cuestionamos y crear un sistema educativo capaz de educar con
amor, libertad y respeto.
Esto no será posible si no aprendemos a mirarlos como niños y no como hombres del
mañana. Lo primero que nos toca, es reconocer lo irrespetuosas que son las formas que
creamos para ellos. Formas que no saben respetar el derecho que tiene un niño a ser lo
que es: UN HERMOSO NIÑO.