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Universidad Pedagógica Nacional

Licenciatura en Filosofía
Est. Viviana Chacón Mora
Prof. Maximiliano Prada
Seminario de Filosofía Medieval
Ponencia: La trinitate, San Agustin. Conocimiento del alma
10/03/2023

Conocimiento del alma

La presente ponencia sobre La Trinitate de San Agustin, Libro X del Cap. I al VIII aborda
el conocimiento del alma. Donde trataremos de responder ¿cómo se conoce el alma? Es
necesario decir que a pesar de que en algunos capítulos no se habla directamente del
cómo, se hace implícito tanto en la búsqueda del conocerse a sí mismo y en al amor por
el saber.

I. Amor del alma estudiosa.

En primera medida encontramos la premisa de, no podemos amar lo que


desconocemos. Esto implica que sí algo desconocemos pues también conocemos; cómo
bien ya se ha prescrito en el Trinitate sólo podemos amar lo que conocemos. Sin embargo,
también se puede desconocer algo o ignorar, pero según San Agustín, “Todo amor del
alma estudiosa, es decir, ansiosa de saber lo que ignora, no es amor de cosa ignorada, sino
conocida, y por ello suspira conocer lo que ignora” (De Trin. X. I. 3)

Es decir, según San Agustín: “Tener impresa en el alma una ligera noción de la
ciencia” (De Trin. X. I. 1) permite que no desconozcamos, sino que por medio de la
percepción sensible, como el sentido del oído que se vuelve una fuente de sonido imprime
en el alma la noticia de lo que se oye. Entonces, lo desconocido no se puede amar, porque
lo absoluto se ignora, bajo ningún concepto se puede amar.

Por medio del objeto percibido de la realidad se puede llegar al querer y desear
conocer más profundamente el significado del signo. (Con signo nos referimos aquí a una
cosa que se usa para significar algo). Según lo anterior, podríamos considerar que es parte

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importante la percepción sensible para llegar a desear el conocimiento de algo y a su vez
es también un paso al conocimiento así se ignore.

Podemos amar lo conocido aunque la imagen y la forma que tengamos de esta sea
distinta a cuando entramos en detalle del objeto conocido. Esto también se puede llamar
amar la semejanza de algo que creemos conocer, porque “ya le era conocida en esta
semejanza” (De Trin. X. II. 4). Por tal motivo, sólo podemos amar lo que conocemos
porque está impreso en el alma y al estarlo pues se asemeja a imágenes que podemos
llegar a tener sobre algo.

Lo anterior hace que se construya un conocimiento sobre la palabra que ha emitido


un sonido, sin embargo, no es esto un pleno conocimiento, pero permite que el alma
busque lo que resta de este. Por ejemplo, el hecho de no conocer una palabra como
oruborus y tampoco su significado, hace que igualmente se esté emitiendo algo conocido
más no desconocido y se quiera preguntar sobre esta, puede ser que ignore su significado
pero no que es un signo o “desea conocer el objeto designado por dicho signo” (De Trin.
X. I. 2).

Amar aquí es el conocer o intuir las razones del ser y la belleza de la ciencia y esta
contiene las nociones de los signos. El objeto del alma que es la impresión que tenemos
de dichos signos nos impulsa a la búsqueda del conocer lo que ya conocemos por medio
de la memoria, hago referencia a esto en cuanto a la tripartita del alma, amar y conocer.
Es decir que sin alma no podríamos tener impreso lo ya conocido y poder amar dicho
conocer y seguir profundizando en este. “El alma ve, conoce y ama este útil y bello ideal,
y todo aquel que inquiere el significado de las palabras que ignora, se esfuerza en cuanto
puede perfeccionarse en dicha ciencia” (De Trin. X. I. 2).

Para concluir, lo que ignoramos no es que sea desconocido, sino que se ama el saber y
por ende “parece aman lo ignoto aquellos que ansían conocer lo ignorado” (De Trin. X.
II. 4). Así que es parte intrínseca del alma para retener las impresiones de los signos,
sonidos y palabras que nos permiten a su vez comunicarnos.

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II. La mente que desea conocerse a sí misma

En el capítulo anterior se refiere a los que “anhelan conocer realidades fuera de sí” (De
Trin. X. II. 4). En cambio en este capítulo precisa sobre cuando la mente anhela conocerse
a sí misma.

¿Qué ama la mente cuándo busca conocerse así misma? Pues, sólo se ama lo conocido y
el querer conocerse es porque en cierta forma se considera desconocida para sí misma;
En medio de esto se afirma que ama, ya que el amor es el que tiene una intención de
conocer, pero se pregunta ¿qué ama?

Quizá, ama la semejanza que de esta hay, no se ama así misma sino la idea que tiene
de ella. Por lo que amaría esta ficción y “el amar esta ficción se amaría antes de
conocerse”. (De Trin. X. III. 5)de modo que, ¿qué conoce? Pues conoce más a los ojos
ajenos que a los propios. Dícese entonces que sí este es el afán de conocerse a sí, pues no
es necesario tener este afán, ya que la única manera de verse a sí mismo a los ojos es
frente a un espejo y esto sólo puede llegar a conocer lo corpóreo, por lo que de este modo
no se conocerá o encontrará a sí. Por tanto, “más en las cosas incorpóreas no es dable
emplear un medio parecido: la mente no puede verse en un espejo” (De Trin. X. III. 5)

Lo anterior es decible en cuanto al conocimiento del alma y es que diferente al


capítulo anterior, aquí se conoce por medio de la misma alma, que no se puede conocer
tan sólo por medio de lo corpóreo ya que la mente no la podemos ver reflejada en un
espejo. Esta búsqueda, por último, de conocerse a sí mismo en parte sabe que conoce pero
que ignora también otras cosas, veamos según San Agustín: “Además, cuando se busca
para conocerse, conoce su búsqueda. Luego ya se conoce. Es por consiguiente, imposible
un desconocimiento absoluto del yo, porque, si sabe que no sabe, se conoce, y se ignora
que se ignora (…)” (De Trin. X. III. 5)

De acuerdo con lo anterior, el alma conoce e ignora al mismo tiempo, sin embargo,
se dice que: “es un absurdo afirmar que el alma toda no sabe lo que sabe” (De Trin. X.
IV. 5) por lo que el alma conoce totalmente porque está presente (toda) en sí misma,
porque afirma su grandeza y también la búsqueda del conocimiento que de ella misma es.
“Pero, cuando se habla de ella, se habla del alma toda. Además, si conoce que no se ha
encontrado totalmente, conoce su grandeza total” (De Trin. X. IV. 5)

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III. Errores del conocerse a sí mismo.

Es pertinente la pregunta que se hace aquí sobre, ¿para qué se manda a conocerse?
Y la respuesta que se da a esto es “con el fin de que piense en sí y viva conforme a su
naturaleza” (De Trin. X. V. 7) este pensarse a sí conlleva a ser moderados, como exige la
esencia que es más noble, que es Dios.

En relación con el conocerse a sí mismo a partir de la esencia es queriendo asemejarse a


Dios por sí misma y no a EL “porque ni puede abastecerse a sí misma ni la contenta bien
alguno, distanciada de Aquel que es el único suficiente” (De Trin. X. V. 7). Por otro lado
esta la semejanza con las imágenes con cierto fervor y amor que se cree de esta misma
naturaleza y la realidad.

IV Naturaleza del alma

Hay opiniones de algunos filósofos sobre la naturaleza del alma, hay quienes piensan que
el alma es cuerpo, otros dicen que la mente o el alma vale más que el cuerpo. Se creía en
las partes del cuerpo como el corazón, el cerebro, la sangre, etc. Sin embargo, no
atendieron a la escritura sagrada donde dice: “ Te alabo, Señor, con todo mi corazón” ”
(De Trin. X. VII. 9). Y creían que la parte del corazón era el alma.

También hay quienes afirman que el alma es substancia vital e incorpórea y afirma San
Agustin que: “En todas estas sentencias ve cualquiera que el alma es substancia y no es
corpórea” (De Trin. X. VII. 10). Y no es la mente alma corpórea sino que la mente busca
el conocimiento y dirige el cuerpo, su búsqueda tanto de Dios como en las partes del alma.

Segundo, la mente al buscarse y encontrarse piensa con amor y esta familiarizada con los
objetos. Pero también piensa tanto lo sensible como lo corpóreo, por lo que está no es
capaz de pensar por sí misma, sino que necesita de las imágenes y tampoco se separa de
estas. Esto lo llama San Agustín inmundicia, ya que para pensarse se tiene que creer en
la imagen.

Para concluir se dice que hay que despojarse de lo que se le añade, por ejemplo, imágenes.
La manera de encontrarla es en la intimidad y no en las cosas sensibles que se encuentran
afuera, la mente es entonces también un elemento que se permite ver por medio del alma,
ya que se dice que las imágenes son depositadas en el alma y a través de este se piensa la
mente. San Agustin dice: “Estos vestigios se han como impreso en la memoria al
momento de percibir estas cosas corporales y externas” (De Trin. X. VII. 10) y sugiere

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que para conocerla se debe “conózcase, pues, a sí misma y no se busque como ausente;”
(De Trin. X. VII. 10) ya que siempre se ha conocido, sólo que se ha confundido por
medio, por ejemplo, de la voluntad vagabunda. Así que el conocer y el conocerse a sí
mismo, no ha estado afuera y tampoco su búsqueda implique que este ausente, sino que
al tener depositada en el alma como lo decimos antes, en creer más en algunas imágenes
y pensar que estas adquieren total realidad sobre la mente, pues se busca más en el exterior
que en la intimidad de esta.

Bibliografía.

San Agustín, Obras de San Agustín Tomo V Tratado de la santísima Trinidad. Ed.
Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. MCMLVI

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