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Palabras clave
Delimitación conceptual
Síndrome y espeficidad causal
o Equilibración del balance narcisista
o Control de la angustia
o El factor sexual
o Trastornos del apego
o Autonomía/dependencia
Correlación entre síntoma y estructura psíquica
¿Relación con la anorexia infantil?
Relativismo del papel de la madre e importancia del ideal de
género
El cuerpo desvestido
Fetichización de la delgadez: el cuerpo fragmentado
La fantasmática sexual y el sentimiento de vulnerabilidad
corporal
Histeria y anorexia/bulimia
Psicoterapia y subtipos de anorexia: resistencias al cambio.
El superyó narcisista
Introducción
Pensamos que las diversas propuestas que se han dado para la delimitación
conceptual del cuadro: enfermedad psicosomática (Deutsch, 1940; Blitzer, 1961;
Sperling, en Wilson, 1983; Strauss, 1987), trastorno del comportamiento
alimentario (DSM-IV), patología del peso o fobia al peso (Crisp, 1970; Kalucy,
1977; Hall, 1986), desregulación del balance narcisista (Jeammet, 1991), se
refieren a distintos niveles de análisis del cuadro:
3.- Los síntomas: la pérdida de peso, la alteración del juicio sobre la imagen
corporal, la desnutrición a la que conduce tal pérdida como responsables de la
afectación corporal y del riesgo de muerte.
Marty y col (1992) también utilizan esta idea como una pieza clave en su
concepción sobre las enfermedades psicosomáticas: fallas en la constitución del
aparato psíquico, una debilidad del preconsciente que al no proveer el enlace
representacional impediría la tramitación del afecto por vía psíquica. El registro de
las sensaciones corporales se hallaría alterado por condiciones que pueden variar
entre: 1) un cuerpo excesivamente narcisizado por la madre con una imposibilidad
de reconocimiento de los límites corporales propios y ajenos, base de frecuentes
expresiones tales como: "me siento llena, atascada, invadida, ahogada"; 2) un
cuerpo deficientemente libidinizado, no semantizado que se expresa a través de
frases como " estoy vacía, no llego al fondo, no conozco mi límite".
De manera que gran parte de los síntomas psíquicos como -por ejemplo: la
tendencia obsesiva en torno a temas vinculados con la alimentación, los estados
distímicos, la irritabilidad, el aislamiento social y el vaciamiento mental- los
tenemos que correlacionar muy estrechamente con los efectos de un estado de
gran desequilibrio metabólico que la mente trata de regular. Es decir, que si bien
el síntoma es por lo general ego-sintónico, y las pacientes anoréxicas/bulímias son
reacias al tratamiento y desean controlar la ingesta, los efectos del cuerpo en
riesgo despiertan los sistemas de alarma psíquicos como lo pone en evidencia la
experiencia de los varones que no tenían otra motivación para la privación de
alimentos que participar en un experimento humano.
El continuo de la anorexia/bulimia
El caso de Ellen West referido por Binswanger en 1945 -uno de los casos
psiquiátricos descrito con más detalle y que más comentarios ha merecido. Se
trataba de una anoréxica purgativa, con evolución a la bulimia y síntomas de gran
aparatosidad que terminó suicidándose; fue diagnosticada como histeria por un
primer analista, de simple melancolía por Kraepelin, esquizofrenia simple por
Bleuler y Binswanger, una constitución psicopática de desarrollo progresivo por
otro psiquiatra, y algo endógeno endocrino parecido a una psicósis endógena por
Zutt (Chinchilla, 1994; Ruiz Lázaro, 1999).
Si comparamos el caso de Ellen West con los datos aportados por un trabajo
reciente de Goldner y col. (1999), de evaluación dimensional de 136 casos -
abarcando el abanico completo de trastornos de la alimentación- que describen
tres agrupamientos: 18.4% con altos puntajes en rasgos psicopáticos, neuróticos e
impulsivos, diagnosticados como trastornos borderlines; 49.3% con algunos
rasgos compulsivos y dificultades interpersonales; y 32.4% de personalidades que
no se diferencian de otras consideradas como normales por el grupo control. Nos
encontramos ante el hecho que en los casos actuales, ese 18.4% de patología
severa asociada mantendría la presencia del trastorno anoréxico/bulímico en una
proporción aproximada a cómo venía apareciendo hasta el presente. El resto
tendría que ver con nuevos factores que agregan aún más interrogantes a un
trastorno que continúa catalogándose de enigmático.
Ante los datos clínicos que muestran un espectro tan amplio de cuadros -
neuróticos, psicóticos y borderlines en los cuales la anorexia/bulimia puede estar
presente- son muchos los autores que consideran la anorexia/bulimia como un
síndrome. Las diversas causas suelen dividirse entre las de órden individual,
familiar y culturales (Risen, 1982; Selvini Palazzoli, 1999). ¿Tratándose de un
síndrome que admite causas variadas podemos, no obstante, delimitar una
especificidad de la estructura y de la dinámica del síntoma?
1.- Formas de equilibración del balance narcisista por medio del patrón
estético de belleza actual
Claramente el inicio es a partir del comienzo de una dieta para perder peso.
En estos casos, que son la mayoría de los que se presentan en la actualidad, la
motivación prevalente es la ganancia narcisista que se espera obtener mejorando
la silueta. El grueso de la literatura actual explica la prevalencia de 10 a 1 de este
trastorno en las mujeres a partir de la cultura de la delgadez imperante (Garner y
col., 1983)
Factores de cronicidad
Muchas pacientes sufren este cuadro en forma crónica por décadas con
recurrentes ingresos hospitalarios, lo que conduce a pensar en la existencia de
importantes factores de mantenimiento del trastorno tanto de orden biológico como
psicológico. El cambio de los patrones nutricionales persiste a pesar de la
normalización de la ingesta como quedó comprobado en los trabajos de Keys en
1950, y de Garfinkel y Kaplan en 1985. A su vez, aunque la motivación inicial no
haya sido narcisista, una vez instalado el cuadro encuentra un soporte de
mantenimiento en el formato que la cultura idealiza para la identidad femenina
actual: un cuerpo delgado con aspecto adolescente que aporta una fuerte
ganancia narcisista interpersonal. Por otra parte, el probarse la capacidad de
alcanzar y mantener un estado físico que la mayoría de las mujeres aspiran les
otorga una autovaloración que sostiene el balance intrapsíquico.
Anna Freud (1946) fue la primera en llamar la atención sobre los aspectos
evolutivos y postuló una línea de desarrollo desde el lactante a la alimentación
racional. Esta postura se continúa en los trabajos de Chatoor y col.(1984;1985);
Chatoor y Egan, (1987); Chatoor, (1989), autores que explican el trastorno en
base a la teoría del proceso de separación-individuación de Mahler.
Las madres de los infantes con anorexia nerviosa infantil carecían claramente
de intercambio recíproco comparadas con el grupo de control, parecían más
autodirigidas y controladoras, tal como evidenciaba la desatención a las señales
del infante, o el caso omiso que hacían a dichas señales. Madres e infantes
parecían estar descompasados entre sí durante las interacciones, además, el
afecto negativo de enfado, frustración y tristeza por parte de las madres era
captado por parte del infante. A pesar de la carencia de empatía de capacidades
para leer y responder a las claves que les proporcionaban los infantes, no
obstante, eran madres con deseos de ser buenas madres y con altas expectativas
hacia ellas mismas. Muy angustiadas ante el comportamiento oposicionista del
infante, se sentían muy inseguras para cambiar estas conductas, incómodas con
sus sentimientos negativos, tendiendo a erigir defensas ante su emergencia
directa. Muy pocas admitían tener sentimientos de enfado y frustración intensos
que las llevaban a la pérdida del control y, a veces, hasta a hacerle daño al bebé.
Los sentimientos de culpa posteriores las conducían a incrementar los esfuerzos
por ser "buenas madres" y poner límites a las demandas y conductas provocativas
de los hijos. Ocasionalmente el enfado creciente las paralizaba, o las llevaba a
alimentarlos y castigarlos por la fuerza. Estos incidentes las sumían en un estado
depresivo por ser "muy malas madres", lo que las impulsaba a recomenzar el
ciclo, compensando al infante y siendo extremadamente amorosas e indulgentes.
Se convertían en base a esta dinámica en madres inconsistentes y extremas en
sus respuestas, que terminaban gobernadas por sus propios estados de ánimo y
no por las señales que emitían los infantes.
Otro grupo de madres relataba intensos conflictos con sus propias madres,
recordaban sus propias batallas por la comida, o por el dinero en la etapa adulta, o
bien, se trataba de información recibida a través del relato oral de sus propias
madres. Querían ser mejores madres de lo que habían sido las suyas, pero sus
propios conflictos con la autonomía y el control en las relaciones con sus madres
se reactivaban cuando sus infantes entraban en el período asertivo.
Necesitaríamos estudios por sexo para poder establecer si son las niñas las
que padecen ya en la temprana infancia una mayor prevalencia de anorexia sobre
los varones, para otorgar fundamento a esta hipótesis tan ampliamente sostenida
(Kestemberg, 1976; Palazzoli, 1974; Escrivá, 1999).
Los pocos estudios de control como son los de Halmi (1978) y Hall (1983),
sobre las afirmaciones acerca de la peculiar hiperpreocupación de las familias
acerca de la dieta y la apariencia sostenidas por Dally, 1969; Bruch, 1973; Selvini-
Palazzoli, 1978, no los corroboran. Por el contrario, la comparación entre 58
madres de anoréxicas y 204 madres control (de chicas de secundaria) muestran
que la historia familiar de preocupación por el peso y la silueta es tan común en
las familias control como en las de pacientes anoréxicas (Hall, 1986, p.75)
Por nuestra parte, pensamos que habría que tener en cuenta cuál es la
articulación que se establece entre la fantasmática procesada en la infancia
y el impacto de las consecuencias de una puesta en acto de la sexualidad
por parte de la adolescente, así como el descubrimiento de la violencia
asociada con la sexualidad. Pensar si esta articulación no remodela la
dinámica infantil de manera tal que el fantasma de escena primaria sádica
deja ya de ser sólo una teoría infantil sobre la sexualidad adulta para
convertirse en amenaza real y, por lo tanto, en factor traumático. Debiéramos
reflexionar sobre el hecho que la fantasía de escena primaria tiene un formato
estable, un guión repetitivo: la victimización de la madre. El sadismo presente en
la escena, se considera aportado por el sujeto niño/a dueño del deseo sexual que
pone en marcha el fantasma. Indistintamente del sexo, se suele interpretar que
este sadismo es producto de los celos y de la situación de tercero/a excluido del
niño/a. Ambos se sienten excluidos de la madre por el padre. El padre sería el
agente separador. Pero ¿por qué la madre es atacada, dañada, ensangrentada,
tantas veces años después en el fantasma de la adolescente? ¿Por qué en la niña
en el perído de la latencia la fantasía de un hombre oscuro que la ataca de noche
se considera su fantasma sexual inconsciente normal? ¿Cuál es la incidencia en
los niños/a de los formatos permanentes de violencia doméstica, televisiva,
verbal, escrita, que observan sobre el papel femenino en la sexualidad? ¿Se
podría pensar en una amalgama de escenarios adultos, impulsos infantiles y
el modelo de hombre fuerte y agresivo, formato de género, como elementos
básicos en la construcción del fantasma sexual?
El cuerpo desvestido
Histeria y anorexia/bulimia
"Me siento muy mal, sólo tengo ganas de llorar y no veo nada bueno en
ningún sentido. Creo que todo me va mal: mi casa es un desastre porque mi
abuela está enferma, mi madre no se ocupa de nada, se enfada con mi padre y
yo me siento responsable de todo esto; mi hermana creo que ha elejido la
carrera incorrecta porque le fue muy mal en selectividad y ahora no sabe qué
hacer y yo me siento responsable. Estoy gorda, no consigo hacer el régimen
porque en algunos momentos me dan unas ganas bestiales de comer y no soy
capaz de controlarme, además no me va nada bien en los estudios, me siento
torpe y yo soy responsable de ésto. Por último con David, no estoy bien, porque
yo, con mi afán de responsabilidad apenas salgo de mi casa, él no ha ido a la
playa por quedarse conmigo pero ahora me agobia con que está aburrido, que no
tiene nada que hacer y que yo no quiero hacer nada. Todos los que me rodean
tienen problemas, y yo también los tengo, pero mi gran problema es que me
siento responsable de todos ellos, intento solventarlos pero es imposible, no
están a mi alcance y me siento a morir. No sé lo que quiero, pero siento mucha
pena por dentro, y quiero llorar. Cuando pienso en cómo soy me odio, no me gusta
mi forma de ser, me gustaría ser como la gente normal, ir a lo mío y no intentar ser
la madre del mundo o la que siempre tiene que dar las respuestas o decir la
verdad, seguramente no lo haga, pero yo lo creo, que es aún peor. Hay otra cosa
que me duele, que es menos importante que tener problemas, pero que no puedo
sorportar: la hipocresía de la gente. Me irrita saber que hay gente que se alegra de
que las cosas ahora no nos vayan bien y lo que más me duele es que algunas y
algunos dicen ser nuestros amigos".
Carmen (26 años). Anorexia a los 20 años con sintomatología desde los 16
años, varios ingresos hospitalarios. Antecedentes de dificultades alimenticias y
vómitos en la infancia . El relato materno es que cuando el esposo estaba ausente
por motivos de trabajo ella se angustiaba mucho y recuerda el momento en que
Carmen viéndola angustiada vomitó por primera vez. También relata que a los 4
años la escuchó decir: ¡ya me he salido con la mía! Carmen sostiene que siempre
le han dado todo lo que ha querido. Lo que más le angustia es sentirse rechazada
y excluida de la relación con su madre. No quería ir al colegio sólo quería estar
con su madre quien la hace su confidente de las quejas sobre su esposo " ¡si no
fuera por ti hija mía que sería de mí". A los 11 años la mandaron interna a un
colegio: «No estaba acostumbrada a estar separada de mis padres. Mi madre me
hacía la comida que yo quería. Yo comía muy mal y en este colegio me obligaban
a comer, la echaba de menos, mi madre me hacía la comida que yo quería. En el
colegio tiraba la comida, no comía y vomitaba, y pude con ella» (se refiere a una
monja muy estricta).
d) Síntoma como intento de control imaginario
Construcción de la identidad
De manera que el reto técnico que se presenta es cómo generar una relación
terapéutica en que la paciente mantenga algún grado de control sobre la relación -
por medio de la distancia u otros recursos- y, al mismo tiempo, generar
condiciones que le permitan el reconocimiento de la profunda necesidad de
contacto afectivo y de autocomprensión que padece (Herscovici, 1993).
Es bastante frecuente que la batalla por la autonomía comience por
dificultades en torno al encuadre -cambios de horarios y de sesiones- que
efectivamente son usados para poner a prueba tal condición de control por su
parte (Stern, 1992). La cuestión es cuánto uno se deja usar para esos propósitos
sin forzar a la paciente a que repare en la función que como analista se está
cumpliendo. Un verdadero reto contratranferencial pues la impersonalidad, la
devaluación implícita de la importancia del analista, puede inducir sentimientos de
desinterés o no compromiso, similares a los que ha tenido en su experiencia de
niña con sus padres o, por el contrario, una batalla y un forzamiento que son
sentidos como intentos de control sobre ella. Teniendo esto en cuenta es posible
evitar actuar movido por la contratransferencia en forma complementaria, siendo
necesario por el contrario una más vívida apreciación y reconocimiento de la
fuerza del deseo de control que le es esencial a la paciente para mantener su
frágil cohesión del self.
Interpretaciones transferenciales
La competitividad puede ser tan generalizada que todas las mujeres son
valoradas de acuerdo a este parámero. Se suelen quejar de que los médicos y
terapeutas - ya sean hombres o mujeres- sólo quieren "cebarlas", "ponerlas como
un cerdo", y la analista mujer como "otra mujer" ante la cual la paciente tiene que
sentirse más delgada, será reprochada con una rudeza y hostilidad extra. El
reproche es en parte una manera de poner a la analista a distancia de la central y
dolorosísima preocupación que es su autovaloración, que desconoce en su
extensión e importancia. Pelea por su delgadez en una desesperada y solitaria
lucha contra el mundo -su familia, sus amigos/as, y su terapeuta. La desconfianza
y reticencia es la regla y debemos entenderla como la extrema sensibilidad de la
paciente para defender el ser la única que pone las reglas para la constitución de
esa identidad tan ansiada y tan extraviada que persigue. Tolerar esta distancia y
déficit de alianza, así como una infinita paciencia para esperar el momento del
encuentro, sin reproches ni culpabilización por nuestra parte, son herramientas
terapéuticas imprescindibles. Bruch sostiene que el objetivo fundamental es
ayudar a estas chicas a encontrar un sentido propio para sí mismas y una
autonomía que les permita darse cuenta de sus estados de ánimo e impulsos.
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