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PSICOANÁLISIS FREUD I • TITULAR PROF. DR.

OSVALDO DELGADO • TEÓRICO 2006

PSICOANÁLISIS FREUD ‐ CÁTEDRA I (049)


TITULAR PROFESOR DR. OSVALDO DELGADO

TEÓRICO 22 – 1º DE NOVIMBRE DE 2006

Vamos a comenzar con “Análisis terminable e interminable” que es un texto de una


complejidad enorme, crucial no sólo para Freud sino para todo el posfreudismo, porque
allí aparece formulado el problema del final de análisis. Problema que será retomado por
varios posfreudianos y, desde mi perspectiva, del mejor modo por Jacques Lacan,
psicoanalista que trabajarán en próximas materias. Este problema lo llevó a Lacan a
formular una proposición llamada “Proposición del 9 de octubre de 1967”, en la que crea
el dispositivo del pase, para verificar si un análisis fue concluido o no, y si ha advenido o
no un nuevo analista.
Hay dos cosas, a tener en cuenta para leer el texto freudiano. Primero, leer en la
introducción un recorte que hace Strachey acerca de un comentario de Freud respecto a
un paciente. En la página 217 de “Análisis terminable e interminable” dice:

[…] Su enigma está casi totalmente resuelto; se siente perfectamente bien y su


manera de ser ha cambiado por completo; de los síntomas subsiste todavía un resto.
Comienzo a comprender que el carácter en apariencia interminable {Endlosigkeit} de
la cura es algo acorde a ley y depende de la trasferencia. Espero que ese resto no
menoscabe el éxito práctico. En mis manos estaba continuar la cura, pero vislumbré
que ese es un compromiso que los propios enfermos desean, y por eso mismo el
médico no debe entrar en él.

O sea, el analista no debe satisfacer la demanda por parte de los neuróticos, de que el
análisis sea interminable. Y continúa: “La conclusión asintótica de la cura a mí me resulta
en esencia indiferente; decepciona más bien a los profanos. En todo caso, mantendré un
ojo vigilante sobre este hombre”.
Freud formula un análisis en el que hay un resto, subsiste un resto de los síntomas, y el

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problema fundamental se va a jugar respecto a la cuestión transferencial. ¿Qué hacer con


la transferencia en el final de análisis?
Con este problema, aparece la formulación de Freud acerca del límite de la interpretación.
Lo trabajo en “La enseñanza de una decepción”, de mi libro La subversión freudiana y sus
consecuencias; Freud aparece decepcionado respecto al poder de la interpretación en
relación con puntos que aparecen resistentes a ella. Dice Freud en la página 236:

[…] El paciente escucha, sí, la nueva, pero no hay eco alguno. […] Uno ha aumentado
el saber del paciente, sin alterar nada en él. […] Opino que es posible hacer
experiencias análogas se dan esclarecimientos sexuales a niños. […] Los niños saben
ahora algo que antes ignoraban, pero no atinan a nada con las nuevas noticias que
les regalaron. Uno se convence de que ni siquiera están prontos a sacrificar tan
rápido aquellas teorías sexuales –uno diría: naturales– que ellos han formado […].

Quiere decir que la interpretación no implica acrecentar un saber para resolver el síntoma;
tampoco se trata de otorgar un sentido. Se trata de otra cosa. Es lo que trabajó en “Tres
ensayos...”, acerca de que en el ser humano no hay deseo de saber sobre la castración, es
más, es por el rechazo a encontrarse con la castración del otro materno que aparecen las
teorías sexuales infantiles: teorías orales, anales, la teoría sádica del encuentro sexual
como una lucha de cuerpos, con violencia, fijación anal, etcétera. Esto implica que las
teorías sexuales infantiles implican también un modo de satisfacción con relación a una
zona erógena.
Entonces, en la interpretación, de lo que se trata es de conmover el “no quiero saber de
la castración” y hacer caer la satisfacción llamada teoría sexual infantil.
Hay que tener en claro que las teorías sexuales infantiles, no son sólo algo de la niñez,
alguien puede tener 80 años y vivir los vínculos amorosos de acuerdo a una teoría sexual
infantil: el neurótico se relaciona con el partenaire amoroso a partir de una teoría sexual
infantil; la neurosis es ser un niño que vive el lazo amoroso de acuerdo a una teoría sexual
infantil.
¿Qué es una interpretación, ya que no se trata de acrecentar un saber? Muchos
posfreudianos dicen que Freud en su modo de interpretación acrecentaba el sentido; sin

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embargo, la clave freudiana sobre la interpretación –que no del todo explícitamente


retomó Lacan–, está en el libro del chiste cuando se refiere al disparate, los chistes
disparatados, es el modelo paradigmático de la interpretación psicoanalítica. En la época
de Freud, de Lacan y en la actualidad una interpretación debe ser como un chiste de
disparate.
En una nota agregada en 1912 al “El chiste y su relación con lo inconsciente”, Freud dice
refiriéndose al chiste disparate, en la página 133 sostiene:

El efecto de estos ejemplos extremos se debe a que despiertan la expectativa del


chiste, de suerte que uno se empeña en hallar el sentido escondido tras el disparate.
Pero no se lo encuentra; son efectivamente un disparate.

Es caída del sentido. Un análisis concluye cuando ya no se aspira a encontrar el sentido de


un disparate; del disparate que es uno, porque la vida es un disparate.
Con esta introducción, nos introducimos en “Análisis terminable e interminable”. Es un
texto que tiene ocho capítulos y que voy a dividir en dos partes: la primera, que va del
capítulo I al VI, en los que Freud trabaja lo relativo a qué es un final de análisis, cómo se
concluye un análisis; y la segunda, que incluye el capítulo VII y VIII, hace un pasaje a la
formación del analista, cuál es la relación que hay entre el final de análisis y el
advenimiento de un nuevo analista. Porque, no se adviene analista por la línea del saber:
estudiando psicoanálisis, Freud, Lacan. Es algo que hay que hacer, pero donde se adviene
analista es en un análisis. Por lo tanto, si alguien no se analiza, no se ha analizado, ahí no
hay un analista, aunque pueda tener títulos y estudios en cantidad. Pero no es una
formalidad curricular.
Entonces, del capítulo I al VI inclusive: cómo se termina un análisis; y en los capítulos VII y
VIII: cómo se articula el problema del final de análisis con el advenimiento de un analista
nuevo. Estas dos partes se articulan en un párrafo de la página 251:

[…] Uno no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas en
favor de una normalidad esquemática, ni demandará que los «analizados a fondo»
no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna índole.

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No se trata de que la meta sea alcanzar una normalidad esquemática o ideal de acuerdo a
alguna cultura, ni la eliminación de las pasiones, ni la eliminación del conflicto. Este es el
articulador central. Los análisis tienen un límite ya que por más análisis que hagamos
queda lo que Freud llama una roca de base (páginas 221, 252 y 253)
¿Cuál es la roca de base, lo que no puede concluirse que siempre queda un resto? En las
mujeres la envidia del pene, en los varones una modalidad que se sostiene de la amenaza
de castración, o sea, la revuelta como protesta masculina a quedar en posición pasiva
respecto a otro hombre, incluso el propio analista: deberle la curación al analista, dejaría
al sujeto en una posición pasiva y se revelan de esto.
Ahora, es cierto –como Freud mismo lo dice–, que lo que aparece como protesta
masculina a quedar en posición pasiva (como límite del análisis de los varones), es una
cuestión respecto a otros varones; pero puede, al mismo tiempo, tomar gustoso la
posición pasiva respecto a la mujer. Página 254:

La designación «protesta masculina» no debe inducir al error de suponer que la


desautorización del varón recaiga sobre la actitud pasiva, sobre el aspecto por así
decir de lo social de la feminidad. Lo contradice la observación, fácil de corroborar,
de que tales hombres suelen exhibir una conducta masoquista hacia la mujer, una
lisa y llana servidumbre. El hombre sólo se defiende de la pasividad frente al hombre,
no de la pasividad en general. En otras palabras: la «protesta masculina» no es de
hecho otra cosa que una angustia de castración.

O sea, que puede tomar una posición de servidumbre y pasividad en el lazo con una
mujer, y al mismo tiempo, estar tomados por la protesta masculina respecto a otro
hombre.
Ahora bien, tenemos la roca de base de la castración: en las mujeres la envidia del pene,
en los varones la revuelta contra la actitud pasiva; y recuerden el complejo de castración
tal como lo hemos trabajado, teniendo el Edipo como operador, el complejo de
castración vela, encubre, oculta, rechaza la castración estructural, el encuentro con la
castración en el otro materno. ¿Por qué?

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Las dos respuestas son rechazo de la castración estructural.


Por un lado, una mujer –para decirlo sencillo– en tanto envidia del pene, rechaza saber
que el hombre, aun teniendo el instrumento fálico, está castrado tanto como ella. No es
que la posesión del instrumento fálico implique no estar afectado por la castración; está
afectado por la castración tanto como la mujer.
Por otro lado, en el varón la revuelta contra la pasividad por otro hombre, también es un
rechazo a la castración, porque para poder creer que el otro lo va a tomar como objeto
pasivo para su goce, para poder creer que el otro lo está amenazando de la castración,
necesita rechazar que ese otro también está castrado.
Por lo tanto, hay que diferenciar complejo de castración de castración estructural.
El complejo de castración puede implicar la dimensión de la amenaza de castración por
prohibición paterna, edípica; pero la prohibición edípica con la amenaza de castración
permite al neurótico la construcción de la creencia de que podría alcanzar el objeto
perdido si no estuviera prohibido por el padre. Cuando en verdad, el objeto perdido está
perdido por estructura, lo que se perdió como primera experiencia de satisfacción es
irrecuperable. Este es un nombre de la castración estructural, o sea, que el objeto
prohibido es imposible de recuperar. El padre al prohibir la madre funda la creencia
neurótica de que si no fuera por la prohibición, podría alcanzar el objeto prohibido.
Recuerden que no hay satisfacción plena de la pulsión, pero no es por prohibición sino
por un obstáculo interno para la satisfacción absoluta. Siempre hay una distancia entre
los que buscamos y lo que hallamos, siempre hay un agujero. ¿Por qué? Porque el objeto
está perdido. La prohibición y la amenaza de castración hace creer que sería posible la
satisfacción plena de la pulsión.
Respecto a esto, dentro de los primeros seis capítulos, Freud trabaja las dos grandes
resistencias estructurales para la conclusión de un análisis, páginas 221, 252, 253 y la cita
de la página 254.
Es el problema de estas dos resistencias estructurales lo que se anticipa en “Más allá del
principio de placer”. Y, en la “Addenda” de “Inhibición, síntoma y angustia” ubica tres
resistencias yoicas, más la resistencia del ello y la del superyó.
La resistencia del superyó se presenta como reacción terapéutica negativa frente a un

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peligro. Del mismo modo, la resistencia del ello, se presenta como una repetición
estereotipada de los mecanismos de defensa, se trata de la fijación en el núcleo del yo –el
ello–, ante un peligro.
La resistencia del superyó (como reacción terapéutica negativa) y la resistencia del ello
(como respuesta estereotipada de los mecanismos de defensa), son dos modos de
rechazo por el encuentro con ese peligro.
¿Cuál es el peligro que se juega en el análisis mismo? Porque la cura misma pasa a ser el
encuentro con un peligro, es más, la cura debe ser eso: el encuentro con la castración, la
angustia ante la castración –lo voy a nombrar de diferentes maneras– que tiene que ver
con diferentes modalidades de presentación, pero que remiten siempre a una sola y
misma cosa. El nombre freudiano en “Inhibición, síntoma y angustia” es la castración en la
madre y el advenir falo –por la equivalencia simbólica– no sólo da al sujeto un lugar para
la libidinización, el narcisismo primario; sino que además es un modo de taponar la
castración en la madre. Además, el peligro es la pérdida de la satisfacción paradójica del
síntoma (necesidad de castigo).
En los pacientes varones –como dice Masotta– es abandonar la posición de ser el salame
de mamá, a poner en juego lo que tiene entre las piernas.
¿Cuál es el peligro? Entonces, decíamos el encuentro con la castración que también es el
encuentro con el deseo femenino. El encuentro con la castración es que la vida no tiene
un sentido, es un disparate. El encuentro con la castración es que no existe el lugar de ese
sujeto que sabe sobre mi padecimiento, es una suposición, lo único que sabe es a partir
de que hablo y asocio libremente, puede escuchar algo de eso. El encuentro con la
castración es un modo de ateísmo, no existe un padre que nos cuide y nos preserve. Son
diferentes nombres.
Cuando el análisis pone en juego el encuentro con este peligro, como resistencia del
superyó –reacción terapéutica negativa–, el analista es un personaje extraño que le dirige
al sujeto duras y crueles palabras; lo castiga, lo golpea con sus interpretaciones, no está
interpretando, sino que lo está golpeando con el látigo de su palabra; y obtiene
satisfacción de ser castigado –“Pegan a un niño”–, obtiene la creencia de que hay un otro
poderoso.

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La resistencia del ello como respuesta estereotipada, también es una respuesta ante este
peligro: el sujeto se defiende del peligro del encuentro con la castración y, al mismo
tiempo, pone en juego un modo de satisfacción que no quiere perder.
¿Qué quiere decir también encuentro con la castración? La caída de la necesidad de
castigo en el núcleo del síntoma, implica conservar un modo de satisfacción masoquista y,
al mismo tiempo, un taponamiento de la castración. Milan Kundera le dedicó una novela
que se llama La insoportable levedad del ser. El mejor modo de no darnos cuenta que
somos un disparate y que la vida es un disparate sin sentido es el estado de sufrimiento
neurótico. Ahí donde, por ejemplo, gozosamente sufre una decepción amorosa, padecer
da una consistencia que le asegura que la vida no es un disparate. Entonces, padeciendo
goza del padecimiento y rechaza el encuentro con ser un disparate.
¿Cuál es, por lo tanto, el núcleo mismo de lo que sería la conclusión de un análisis? Está
en las páginas 229, 230 y 246, ese es el núcleo del texto:

[…] Pero, ¿es efectivamente así? ¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de
producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo,
y cuya neo‐creación constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el
no analizado?

Primera cuestión. Atravesar la experiencia de análisis produce un efecto en la economía


del sujeto que genera un estado que no preexistía de manera espontánea. Hay una
diferencia radical entre una persona analizada y otra no analizada. No se trata de que
alguien analizado se transforme en un sobre adaptado a la norma de la cultura o a la
ideología de una época; ni se trata que carezca de conflictos o pasiones.
Entonces, ¿qué quiere decir un estado que nunca preexistió y no puede existir
espontáneamente? –Freud no lo dice aquí, lo digo yo con la lectura de su obra–; quiere
decir que hubo un encuentro con la castración en ese otro, hubo un encuentro con que la
vida es un disparate.
Y en el ámbito de la dimensión pulsional ¿de qué se trata ese estado que nunca preexistió?
Si decíamos que desde “Tres ensayos...” el neurótico es aquel que no quiere saber sobre
la castración y construye teorías sexuales infantiles; un analizado implica que ha habido

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una conmoción respecto a vivir de acuerdo a esas teorías. No hay deseo de saber sobre la
castración, no es algo que está en las características de las virtudes de los seres humanos,
querer saber sobre el disparate; es un forzamiento que hace el analista.
¿Dónde está entonces en el ámbito de la pulsión lo que debe implicar radicalmente un
análisis y su final? Vamos a la página 246:

[…] Uno tiene toda la impresión de que la inclinación al conflicto es algo particular,
algo nuevo que viene a sumarse a la situación, independientemente de la cantidad
de libido. Y semejante inclinación al conflicto, que aparece de manera independiente,
difícilmente se pueda reducir a otra cosa que a la injerencia de un fragmento de
agresión libre.

El problema de un fragmento pulsional no ligado a un representante psíquico. Estamos en


el núcleo y, el núcleo del núcleo es este pequeño párrafo, en la 230:

[…] La rectificación, con posterioridad {nachträglich}, del proceso represivo originario,


la cual pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la
operación genuina de la terapia analítica.

Despejo primero una confusión que podría presentarse. Pese a los empeños en algunos
momentos por parte de Freud de forzar querer hacer consciente, recuperar la represión
primaria, tiene que quedar claro que lo reprimido primordial es irrecuperable. Sí se puede
“recuperar” (entre comillas), interpretar los efectos de la represión secundaria o
propiamente dicha; pero la represión primaria, lo primordialmente reprimido, ese saber
radicalmente olvidado, ese representante psíquico primero caído en el fondo es
irrecuperable. Que sea irrecuperable es que la represión primaria no se puede atravesar,
no se puede recuperar lo que la represión primaria reprime.
Podemos decir que la represión primaria es otro nombre de la castración estructural, en
el sentido de que hay un agujero de sentido, un agujero imposible de recuperar, un
agujero en el saber.
Al mismo tiempo, la operación analítica lleva al sujeto a ir al encuentro con la castración,

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al encuentro con que la represión primaria que no es posible levantar; que se encuentre
con eso le cambia la vida para siempre porque hubo un encuentro con esa imposibilidad,
con que hay un agujero en el sentido. A su vez, encontrarse con eso implica afectar el
modo de satisfacción pulsional.
Ir al encuentro de la represión primaria como saber imposible de recuperar, como ese
agujero estructural en el sentido, como ese olvido estructural, conmociona el modo de
satisfacción pulsional que llamamos teoría sexual infantil. No es lo mismo vivir de acuerdo
a las teorías sexuales infantiles que rechazan la castración, que llevar al sujeto al
encuentro con la represión primaria y por lo tanto la conmoción de las teorías sexuales
infantiles que le permitían satisfacerse (oral, analmente, etcétera) y, al mismo, tiempo
taponar la castración. Ir al encuentro de la represión primaria hace caer el valor
obturante de la teoría sexual y conmueve la satisfacción pulsional que uno tiene con la
teoría sexual.
Poner término al hiperpoder del factor cuantitativo es conmover el modo de fijación.
Pero subsiste un problema porque, una cosa, es la pulsión que se satisface siendo un niño
golpeado en la vida que puede adquirir diferentes figuras pero la pulsión allí está ligada al
deseo, a un guión, a una trama; y otra cosa, es el resto pulsional de agresión libre –como
lo dice Freud–, no ligado al representante psíquico.
Para decirlo en los términos de este texto y los anteriores: hay un resto pulsional que ni
siquiera se liga en la reacción terapéutica negativa (como resistencia del superyó), ni
siquiera se liga como resistencia del ello (masoquismo erógeno, como pegan a un niño).
Detrás de las resistencias estructurales tenemos algo más que es pulsión no ligada.
En la resistencia del superyó la pulsión está ligada, se presenta como sentimiento
inconsciente de culpa, satisfacción superyoica, la hipermoralidad, etcétera. En la
resistencia del ello, también: masoquismo femenino, pegan a un niño como equivalentes.
Detrás de estas dos grandes resistencias estructurales, el problema mayor: es el
fragmento de agresión libre, una pulsión que insiste y no está ligada.
En los capítulos VII y VIII, trabaja la relación entre la formación del analista y el final de
análisis, la relación entre el problema de la conclusión de un análisis y el advenimiento de
un nuevo analista. Lo encuentran en las páginas 250, 253 y 254, en estas dos últimas

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retoma de un modo crucial lo que estuvimos trabajando de los primeros capítulos.


Freud se pregunta, en la página 250, ¿cómo adviene alguien analista? Y plantea dos cosas.
La primera, es cuando se logra instilar en un sujeto la firme convicción en la existencia del
inconsciente. La segunda, es que Freud se pregunta por la aptitud del analista que implica
una conmoción de los mecanismos de defensa. ¿Por qué?
Recuerdan que los mecanismos de defensa se asientan en la resistencia del ello, y que eso
se relaciona con “pegan a un niño” y con el masoquismo femenino. Por lo tanto, si no hay
conmoción de los mecanismos de defensa, alguien puede ocupar el lugar del analista
dirigiendo las curas desde sus propios mecanismos de defensa, y si es así, lo que hace es
un ejercicio del poder de su lugar de analista.
Dice Freud que a veces, nos encontramos con saldos lamentables del análisis de los
analistas, que implican que no han sido conmovidos los mecanismos de defensa como
respuesta estereotipada, y por lo tanto ese sujeto –aun teniendo la instilación de la
convicción en la existencia del inconsciente–, puede ocupar el lugar de analista
profesionalmente, pero dirigir la cura desde sus propios mecanismos de defensa, desde
sus propios modos de satisfacción pulsional, desde su propio inconsciente o desde sus
propios ideales, ahí no habría analista.
Vamos al último párrafo con el que elegí cerrar el teórico, es crucial. En las páginas 253 y
254:

[…] A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos
psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la «roca de
base» y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo
psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso
subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un
hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad.

En principio, pongan entre comillas lo biológico, se trata de una metáfora. ¿Qué quiere
decir? Para machos y hembras hay en común la desautorización de la feminidad, cuestión
que trabajamos cuando veíamos que en Freud hay dos teorías de lo femenino.
Una explícita al final del complejo de Edipo, en “La organización genital infantil”, “Sobre la

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sexualidad femenina”, la conferencia “La feminidad”, etcétera.


Pero había otra teoría, que no tenía nada que ver con la lógica fálica, que encontramos en
“El tabú de la virginidad”, en “El malestar en la cultura”, en el último capítulo de
“Psicología de las masas y análisis del yo”, y en “Análisis terminable e interminable”.
Hombres y mujeres –en el campo de la neurosis– rechazan lo femenino en tanto es –tal
como lo formula Freud en “El tabú de la virginidad”– lo radicalmente otro, lo
radicalmente ajeno, lo que no pertenece al significado fálico. Desautorizar y desestimar la
feminidad, es el otro nombre paradigmático del rechazo a la castración, esto por parte de
varones y mujeres. Incluso, que alguien tenga cuerpo de mujer y que, además, le gusten
los varones, no quiere decir que no haya ahí un rechazo a la feminidad como
desautorización. Freud no se está refiriendo a homosexualidad.
O sea, tenemos una histérica a la que le gustan los hombres, pero a las histéricas también
le gustan las mujeres –no necesariamente en la vía del lazo amoroso homosexual, aunque
pueda ser–, porque se preguntan ¿qué es una mujer?, ¿qué tiene esa otra? La envidia del
pene como roca de base, que puede presentarse de muchas maneras en la vida de una
mujer, es creer que el varón no está castrado, es la desestimación de la feminidad.
Desde un varón, menospreciar a una mujer, idealizarla, tomarla como un semejante,
también es rechazo de la feminidad. Y lo femenino, es con lo que hay que saber
arreglárselas, para poder concluir un análisis.
Hasta la próxima semana.

Bibliografía trabajada
Freud, S., (1937) Análisis terminable e interminable. Obras completas. Tomo XXIII. Buenos Aires:
Amorrortu. 1989.

Bibliografía citada
Delgado, O., La enseñanza de una decepción. La subversión freudiana y sus consecuencias. Buenos
Aires. JVE ediciones. 2005.
Freud, S., (1905) Tres ensayos de teoría sexual. Obras completas. Tomo VII. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1905) El chiste y su relación con lo inconsciente. Obras completas. Tomo VIII. Buenos

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Aires. Amorrortu. 1993.


Freud, S., (1918 [1917]) El tabú de la virginidad. Obras completas. Tomo XI. Buenos Aires.
Amorrortu. 1988.
Freud, S., (1919) «Pegan a un niño». Contribución al conocimiento de la génesis de las
perversiones sexuales. Obras completas. Tomo XVII. Buenos Aires. Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1920) Más allá del principio de placer. Obras completas. Tomo XVIII. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1921) Psicología de las masas y análisis del yo. Obras completas. Tomo XVIII. Buenos
Aires. Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1923) La organización genital infantil. Obras completas. Tomo XIX. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1926 [1925]) Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas. Tomo XX. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1930 [1929]) El malestar en la cultura. Obras completas. Tomo XXI. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1931) Sobre la sexualidad femenina. Obras completas. Tomo XXI. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1933 [1932]) “33ª conferencia. La feminidad. Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis. Obras completas. Tomo XXII. Buenos Aires. Amorrortu. 1989.
Lacan, J., (1967) Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela. Sobre
el psicoanalista de la Escuela. Otros escritos. Buenos Aires. Paidós. 2012.

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