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VIDA Y OBRA DE SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ

Juana Inés Ramírez de Asbaje (o Asuaje), mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz,
nació en la Alquería de San Miguel Nepantla, actual Estado de México, posiblemente en
1651, aunque también se maneja el año de 1648. Esta fecha de 1648 se introdujo en la
década de los 50 del siglo pasado1 como probable, debido al descubrimiento de un acta de
bautizo de una niña Inés, fechada en diciembre de ese año. No obstante, su primer biógrafo,
el P. Diego Calleja, afirmaba que nació el 12 de noviembre de 16512.

Con datos más ciertos, podemos afirmar que murió en la Ciudad de México el 17 de abril
de 1695, durante una epidemia que por aquellos años aquejó a la capital de la Nueva
España, resultado colateral de una de las proverbiales inundaciones de que fue víctima la
Ciudad de México3.

Como quiera que sea, esta mujer habría de convertirse en la poeta mexicana más
reconocida de la literatura mexicana durante tres siglos, pese a que a finales del siglo XVIII
y el XIX casi no fue muy apreciada, pero hoy en día representa, sin duda, una de las figuras
más importantes del período novohispano.

Juana Inés, vista por Sor Juana

En su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, escrita en 1691, Sor Juana se refiere a los
“beneficios” 8 que Dios le otorgó, es decir, a sus dones como poeta y a su sed de saber,
además de la forma cómo fue acrecentándose esa sed y esos dones, en un impulso que ella
misma considera fuera de su voluntad.

Cuenta a Sor Filotea (pseudónimo del Obispo de Puebla, Don Manuel Fernández de Santa
Cruz, quien tuvo amistad e intercambio epistolar con Sor Juana), que “desde que me rayó la
primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni
ajenas reprensiones ―que he tenido muchas―, ni propias reflejas que he hecho no pocas,
han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí [...]”9.

Sor Juana ofrece una amplia explicación para ilustrar que su amor a las letras ―el acto de
leer, de conocer, de razonar y comparar, así como de escribir sobre todas las materias de las
que aprendía― fue una vocación irresistible y que le llevaba incluso a posponer o eliminar
las recompensas usuales en un niño.

Así, relata su “primera travesura” a los tres años, al querer engañar a la maestra de su
hermana, quien asistía a la escuela “amiga” de su pueblo, pidiéndole que le enseñara a leer
a petición de su propia madre. Más adelante habla de su autodisciplina al privarse

del queso porque “oí decir que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de saber que el
de comer, siendo éste tan poderoso en los niños” 10.
Una vez que Juana aprende a leer se sumerge en los libros de la biblioteca de su abuelo y de
manera autodidacta estudia y memoriza tal cúmulo de datos que después, ya en México, su
sapiencia habría de despertar admiración. Por cierto, no sobra la anécdota de haberle
sugerido a su madre vestirla de hombre (“mudarla de traje”) para acudir a la Universidad,
cosa que no le estaba permitido por su condición de mujer. Ya desde entonces se muestra
que esta afición sería más grande que la obediencia a otros mandatos, pues afirma: “yo
despiqué de leer muchos libros, varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni
reprensiones a estorbarlo [...]”11.

Aunque ella no menciona explícitamente las circunstancias en las que fue enviada a la
Ciudad de México (o Méjico como solía ella misma escribir), el P. Diego Calleja, en la
biografía editada en las obras póstumas de la poeta, sí consigna que Juana fue enviada a
casa de unos parientes ―los Mata, tíos maternos―. Entre las anécdotas de esta fase en casa
de sus parientes, cuenta Sor Juana que solía recortar sus cabellos como un reto para fijarse
metas de aprendizaje, de donde viene su clásica máxima: “no me parecía razón que
estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias”15. Sabemos por
Calleja que hacia los trece años es enviada a la Corte de los Virreyes de Mancera, a “donde
entró con título de muy querida de la Señora Virreina”16 y en donde también tuvo ocasión
de lucir su precoz erudición.

En la Comedia Los Empeños de una Casa, obra en tres cuadros (actos) de las llamadas “de
capa y espada”, el personaje principal, Doña Leonor ―que algunos biógrafos y analistas de
la obra de Sor Juana, como Alfonso Méndez Plancarte, el primer compilador de su obra
completa, coinciden que muestra parte de su personalidad― podemos ver su paso por la
Corte Virreinal.

Leonor declara: “Inclinéme a los estudios/ desde mis primeros años /con tan ardientes
desvelos.... / que reduje a tiempo breve/ fatigas de mucho espacio [...]”17.

Ahí mismo describe que “era hermosa” y blanco de todas las atenciones, pues era discreta e
“industriosa”; es decir, extrapolando un poco el sentido, que solía escribir mucho y disertar
con tino, lo cual le granjeó la admiración de no pocas personas. Añade que “[...] no
acertaba a amar a alguno/ viéndome amada de tantos”. De esta forma, podemos imaginar lo
que Sor Juana misma sentía al verse tan halagada, admirada y solicitada en esos años.

En la Corte permanecería hasta 1667, fecha en que decide ingresar primero en el Convento
de las Carmelitas Descalzas y, tras una grave enfermedad y un período de regreso a la
Corte, profesar primero como novicia, y en 1669 como religiosa, en el Convento de San
Jerónimo, el que sería su casa los siguientes 27 años.

in detenerse en esos tiempos de la Corte, Sor Juana habla de esta decisión en la Respuesta:

Entréme religiosa porque aunque conocía que tenía el estado de las cosas (de las accesorias hablo,
no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al
matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la
seguridad que deseaba de mi salvación [...]18.
Describe el itinerario de su formación intelectual ya en el Convento de San Jerónimo,
formación autodidacta que supuso trabajos y no pocos desvelos al combinar la vida de
comunidad con el estudio solitario:

[...] lo que sí pudiera ser descargo mío es el sumo trabajo no sólo de carecer de maestro, sino de
condiscípulos con quienes conferir y ejercitar lo estudiado, teniendo sólo por maestro a un libro
mudo, por condiscípulo un tintero y en vez de explicación y ejercicio, muchos estorbos, no sólo los
de mis religiosas obligaciones (que éstas ya se sabe cuán útil y provechosamente gastan el tiempo)
sino de aquellas cosas accesorias de una comunidad [...] 19.

De esta forma Juana se adentra en diversas materias, desde la lógica, la retórica y la


gramática, hasta la música, astronomía y arquitectura, sin olvidar la historia y el derecho.
Materias diversas (artes liberales, como se les llamaba entonces) cuyo estudio, pensaba ella,
le preparan a comprender mejor los pasajes de las Escrituras. Pareciera extraño que haya
tenido acceso a libros que usualmente no eran del dominio público en esa época y que haya
podido poseerlos en su propia celda conventual20.

T ESI S
QUE PRESENTA

MARÍA DEL ROSARIO AVILÉS SÁNCHEZ


PARA OBTENER EL GRADO DE:

DOCTORA EN HISTORIA DEL PENSAMIENTO

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