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ERNESTO CARDENAL

Aproximación a la vida y obra de

Ensayo monográfico

ÍNDICE
Introducción

A este ensayo monográfico sobre la vida y la obra del poeta, sacerdote y revolucionario
nicaragüense lo hemos abordado considerando que resulta imposible –o errático, por
fragmentario- tomar y analizar por separado las diferentes facetas y aspectos de una
biografía, y más aún si se trata de una biografía “creadora” como lo es esta. De hacerlo
así, se diluirían profundamente las conexiones explícitas e implícitas que existen entre
los diferentes e infinitos “nodos” que conforman la experiencia total del ser humano.
Por este motivo, el presente trabajo presenta una visión panorámica de los hechos y
obras (siendo consciente, siempre, de su inevitable parcialidad) intentando mantener y
haciendo visibles las relaciones intrínsecas entre las “partes” que, como hemos dicho,
son inherentes a cada vida y accionar particular.

Dicho esto, también queremos señalar que la centralidad de este trabajo (producto,
justamente, de una consigna en la cual se exige abordar la vida y obra de un escritor
“rupturista”) está ubicada en la dirección “herética” que ha asumido Ernesto Cardenal
en los caminos que ha transitado con mayor peso: el cristianismo, el marxismo
revolucionario y la literatura.

En esta misma línea, Borgeson, uno de los estudiosos de su obra que se encarga de
darla a conocer en los Estados Unidos en los años setenta, señala que

... como marxista, Cardenal es hereje; y como sacerdote católico, está al filo de
otra herejía, pues rechaza la noción de la incompatibilidad de fe cristiana y
política socialista (y la Iglesia lo ha castigado). En poética, también discrepa
con circunscripciones tradicionalistas, en su rechazo de la metáfora y su
inclusión de lo común y corriente dentro del arte verbal. Creer y crear, política y
fe en Dios no están reñidos para Cardenal: contrariamente, insiste en que el
uno lleva ineludiblemente a lo otro. Así, estas vertientes marcan toda su obra
definitiva. (Borgeson en Angulo, 2014:9)

En este sentido, lo valioso y llamativo del caso resulta ser el posicionamiento crítico
permanente de Ernesto Cardenal frente a lo dado, lo instituido. Los efectos de
mantener tal grado de conflictividad se agravan aún más en estos tres ámbitos -de
profunda implicancia ideológica- al ser espacios en donde la tradición y la ortodoxia
juegan un rol avasallante y opresor de tal magnitud que, el accionar disidente, lleva
comúnmente a la “marginación”: ya sea en la forma de la condena eclesiástica ad
divinis (como la que le fue impuesta a principio de los ochenta), de la persecución
política (como la que sufrió a partir de los años cincuenta por la dictadura somocista y
desde mediados de los noventa por el régimen orteguista), o de la indiferencia de la
institución literaria (como la que sufre desde casi siempre y que lo ha llevado a
reconocer irónicamente que tal vez sea el poeta menos premiado de la lengua
castellana).

Honrando esta actitud, y con el pulso nuestro atento a los avatares actuales de sus
días en el Hospital Vivian Pella y en su casa en Nicaragua en donde espera,
posiblemente, el acto de la distracción total, anticipamos con los versos siguientes, la
fantástica obra del poeta y místico revolucionario Ernesto Cardenal:

Todo lo que es pues es verdad.

Poema.

Las cosas existen en forma de palabra.


Los “llamados” de la infancia

El poeta y sacerdote tercermundista Ernesto Cardenal, pariente de José Coronel


Urtecho –una de las máximas figuras de la literatura nicaragüense- e hijo del
matrimonio conformado por Rodolfo Cardenal y Esmeralda Martínez – uno de los
matrimonios más “importantes" del país-, nació el 10 de enero de 1925 en la
denominada Casa de los Leones, una lujosa mansión ubicada en la ciudad de Granada
(Nicaragua). Poco tiempo después, el grupo familiar se trasladó a León (Nicaragua),
ciudad natal de su padre, donde Ernesto pasó varios años de su niñez (Mañú Iragui,
1990). De allí, «recuerda principalmente sus vivencias en torno a la casa de ‘las cuatro
esquinas’, que fuera habitada por Rubén Darío, y del paso cotidiano por el lado de una
casa donde se hallaba recluido el gran poeta loco nicaragüense Alfonso Cortés» (Ídem,
p. 11), a quien, a la edad de ocho años, dijo haber visto encadenado «al fondo de un
corredor sombrío […] con una cadena atada a una viga del techo» (Cardenal, 2015); y
sobre el que, muchos años más tarde, escribirá un ensayo desmitificando la
interpretación “estereotipada” de una crítica que pretendía ver en su obra una matriz
monovalente, afincada exclusivamente en su “locura”.

En 1935, Ernesto Cardenal ingresó en el Colegio Centro América de los Jesuitas


donde realizó la totalidad del bachillerato. Por aquellas épocas, se sabe, ya existía en
él la doble vocación que lo acompañará toda su vida (que bien podremos decir, por
más intrincado que suene, que son tres y que, a la vez, las tres son “una” –formando
una trinidad sugerente-): el llamado “de Dios” y el “de la poesía”, a los que se le puede
añadir -dada su relevancia biográfica, estética, ética...- el “de la vida conyugal”
(materializado únicamente en sus incontables enamoramientos); por esto, en definitiva,
es que afirmamos que se trata de una sola vocación, y que no es otra que la del Amor
(en mayúscula, por su obvia dimensión sacra), como él mismo y sus críticos se
encargarán de señalar con frecuencia. De este modo, al investigar sobre la primera
parte de su biografía, nos encontramos, por un lado, con que a una edad muy
temprana ya compone sus primeros versos, como recuerda en una entrevista
concedida a Silvina Friera (2013): «mi primer recuerdo no es escribiendo, es haciendo
un poema antes de poder escribir. Lo decía de memoria, creo que tendría unos seis
años. Así empezó la humanidad y así también empezó mi poesía en la infancia» (párr.
5); por otra parte, como el propio poeta lo señala en Vida perdida, nos hallamos con
que su natural inclinación religiosa era, para él mismo, una verdad ineludible, pero que,
a la vez, debió ser develada poco a poco, como el siguiente fragmento lo manifiesta:

Al llegar a mi casa, mi abuelita Agustina, con la que yo siempre tenía lecturas


en común y a la que muchas veces leía en voz alta, me preguntó qué libro traía
en la mano. Al mostrarle yo a San Juan de la Cruz me dijo que ella creía que yo
tenía vocación y que debía entrar a una orden religiosa (seguramente el que yo
estuviera yendo a misa todos los días influyó en que dijera eso).

Inmediatamente sentí dentro de mí que debía preguntarle a qué orden religiosa


debía entrar y que lo que ella me iba a decir sería la respuesta de Dios.

Le pregunté entonces: “¿Y a qué orden debo entrar?” Su respuesta fue sin
vacilar: “Trapense como Thomas Merton”. Una convicción me fulminó
repentinamente como un rayo: yo debía ser trapense. (p.61)

En tercer lugar, como ya lo hemos mencionado, será el «amor a las muchachas»


un elemento crucial tanto en la biografía del poeta como en su misma labor literaria,
tanto juvenil como de madurez –siendo sus enamoradas el correlato explícito de una
numerosa parte su obra-:

La poesía era, pues, una planta cultivada en su entorno vital. Nada extraño,
entonces, que desde pequeño se sintiera atraído por ella […] Y nada extraño,
tampoco, que escribiera poemas, ya desde su adolescencia, lógicamente
amorosos […] Estaba para ese entonces terminando su bachillerato y vivía y
sufría por estar enamorado. De esa efervescencia vital nacieron los primeros
poemas de Cardenal […] [, de los que luego abjuraría por su] excesivo
surrealismo y subjetivismo […] unido a [un] tono de grandiosidad y exuberancia
verbal, un poco a lo Neruda y su indudable barroquismo, [que] lo convertían en
el polo opuesto al credo poético que [...] [profesaría] en años posteriores.
(Mañú Iragui, 1990:12)

Para ilustrar esta vertiente de su poesía, citamos a continuación uno de sus


Epigramas, en donde el referente llega incluso a “especificarse” con el nombre de una
mujer real que conoció el poeta:

Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.

Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.

Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,

un día se divulgará tal vez por toda Hispanoamérica…

Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias,

otras soñaran con este amor que no fue para ellas.

Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,

(escritos para conquistarte a ti) despiertan

en otras parejas enamoradas que los lean

los besos que en ti no despertó el poeta.

(Epigramas en Cardenal, 2014:17)

A su vez, sobre esta aparente existencia de una cierta unidad amatoria en todas
sus «vocaciones» o «inclinaciones», el mismo Cardenal indica el modo en que, en su
temprana juventud, la pretensión de una vida conyugal se entremezcla, de un modo
bastante confuso y tumultuoso, con su llamado al sacerdocio y su producción lírica:

Yo había tenido muchos enamoramientos. Unos fueron correspondidos, y otros


–tal vez los más- no lo fueron. Éstos últimos han predominado más en mi
poesía, no sólo por más numerosos sino sobre todo porque inspira mucho más
el amor desdichado que el amor feliz; y esto ha sido así en la poesía mundial.

Cuando en mi vida aparecía un amor correspondido, o uno que yo tal vez


equivocadamente me imaginaba que lo sería, y me veía ya cerca del
matrimonio, sentía una gran zozobra, yo diría más bien pánico: el hecho de que
si me casaba se cancelaba para siempre la posibilidad de una entrega a Dios,
mediante votos, en la vida religiosa […] Y es que yo sentía una atracción
irresistible a la unión conyugal […] Al mismo tiempo sentía dentro de mí, no con
atracción sino con repulsión más bien, un llamado irreprimible a una entrega
total a Dios en la vida religiosa […] Yo era perseguido por Dios, y lo sabía.
(Cardenal, 2012:14)
«Un nuevo ismo en el frondoso nomenclátor del
vanguardismo»

Quien huye del mal gusto cae en el hielo

Pablo Neruda

Retomando la biografía del poeta, en 1942 la Universidad de Nicaragua se encontraba


clausurada por la dictadura de Somoza, razón por la cual Cardenal viajó a México para
cursar sus estudios de filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM), de los que se graduará en el año 1947. Es en este país donde publicó
sus primeros poemas en diferentes revistas literarias.

Sobre aquellas épocas de estudiante universitario, existen testimonios que nos


muestran al joven poeta como un asiduo invitado a fiestas en las que se lo solía
encontrar «víctima de los excesos alcohólicos […] tambaleante, más melancólico que
extrovertido, con una náusea incontenible que era mucho más que una reminiscencia
del existencialismo que por entonces comenzaba a llegarnos de Europa» (Cantón,
1968 en Mañú Iragui, 1990:13). De esto, podemos señalar un aspecto interesante a ser
considerado en algún tipo de reflexión psicologista, o bien, historicista –en el caso de
ser entendido como un producto propio de la sociedad moderna y su estructura
alienante-, en analogía a la figura de San Francisco de Asís, de quien se dice que, en
su juventud, fue dominado por un impulso de voluptuosidad desbordante que,
posteriormente, será sofrenado gracias a una conversión espiritual, lo que le permitirá
escapar a esa realidad contingente y nauseabunda, tal como la presenta Jean Paul
Sartre en la obra aludida.
Por otro lado, fue en la UNAM donde presentó su tesis Ansias y Lengua de la
Nueva Poesía de Nicaragua que circulará de manera precaria y casi confidencial en la
propia universidad mexicana, y que, tiempo después, se transformará en la
Introducción a su antología de la Nueva Poesía Nicaragüense, publicada en 1949
(Mañu Iragui, 1990). De esta Introducción, parece relevante “mostrar” el
posicionamiento crítico que asumió el escritor frente al panorama poético que se
presentaba, en aquel entonces, en los países de habla hispana:

Cardenal se rebela contra dos corrientes poéticas […]: la representada por


Juan Ramón Jiménez (“excesivamente enrarecida y aérea” [...] “con un invisible
puritanismo estético de la poesía pura, desinfectada”) y, por otro lado, la de
Pablo Neruda (“poesía ciega y mineral, de subsuelo, de lomosa composición
química, de raíces, poesía atrofiada y de topo”). (Mañú Iragui, 1990:13)

Al respecto, Mañú Iragui (1990) indica que tal reacción frente a ambas poéticas es
producto de una insuficiente perspectiva que le impedía apreciar adecuadamente el
mérito literario de los poetas de su propia generación, cuya pretendida “mayoría de
edad” -que suponía ya alcanzada-, en realidad, “llegará” años después, cuando se
logre el contacto con los nuevos escritores angloamericanos (la new american poetry),
pero, sobre todo, con su principal maestro, Ezra Pound. Dirá más tarde el poeta, en
una entrevista realizada por el escritor uruguayo Mario Benedetti (2010), que «la mayor
parte de la América Latina [recibió] la influencia de Francia; [mientras que] nosotros,
después de haber sentido, con Darío, esa influencia, tuvimos la norteamericana»
(párr.11).

Sobre esta influencia, el poeta afirmará con rotundidad que fue Pound quien les
hizo ver que en la poesía «cabe todo; que no existen temas o elementos que sean
propios de la prosa, y otros que sean propios de la poesía» (Cardenal, E. en Angulo,
2014:7). Por esto mismo, sostiene, es posible hacer ingresar en el poema datos
estadísticos, editoriales de un periódico, noticias, anécdotas, documentos, entre otras
cosas (Ídem), como se observa en el siguiente poema del poeta pinolero:

¡La mar del sur! ¡La mar del sur!

Gil González partió de San Lúcar con tres naos

a la mar del sur.


A descubrir el estrecho de la mar del sur.

DC quintales de bizcocho

LIIII fanegas de garbanzos

LII arrobas de alcaparras

L pipas de agua

XXXVIII botas de vino blanco de San Lúcar

pasas, almendras, sal, aceitunas, carne salada

Chinchorros para pescar, brazas de cordeles

anzuelos, cadenas, hilo para las velas,

alquitrán, hierro, acero, madera para hacer navíos,

ballestas, pólvora, arpones, barrenas, escoplos,

hachas para cortar árboles, candelas,

sillas de montar, ornamentos sagrados,

3 cartas de marear…

A las cinco y media de la mañana partieron las naos.

Gil González presentó a Pedrarias en Panamá la cédula real

para que le entregara los navíos de Balboa

“todos los nabyos e fustas del dicho Vasco Núñez

para hazer el dicho descubrimiento”

(la Especería.)

y Pedrarias tomó la dicha Cédula en sus manos

y la besó y la puso sobre su cabeza y dijo

que la obedecía e la obedecía


con el mayor acatamiento que podía e devýa

(El estrecho dudoso, en Cardenal, 2014:234)

Después de su graduación en la UNAM, Cardenal realizó un posgrado sobre


literatura norteamericana en la Universidad de Columbia, Nueva York (Estados Unidos),
donde había estudiado el que, años después, sería su guía espiritual y amigo, Thomas
Merton. Es aquí donde conoció en profundidad a Pound y, bajo su influencia, expresa
Mañú Iragui (1990), dejó de ser «un poeta lírico [y] pasa a ser [un] poeta épico o lírico-
colectivo [que escribe] poemas de largo aliento, basados en textos ajenos en autores y
épocas; extensos y bellos documentales de pueblos y hechos históricos diferentes,
pero unidos en una misma voz, en una misma misión» (p.14). De este modo, a partir de
1949, comenzó a escribir una poesía que Coronel Urtecho denominará como
exteriorista - «un nuevo ismo en el frondoso nomenclator del vanguardismo» (Veiravé,
1975:95)- para hacer referencia a «una tendencia en la poesía de Nicaragua, donde la
propia obra y las reflexiones de Cardenal se instauran, incluso en contra de su mismo
rechazo frente a ‘ismos’, escuelas y otras consideraciones estetizantes» (Angulo,
2012:8).

En la introducción al primer tomo de la Poesía completa de Cardenal, Angulo


(2014) –retomando la voz del poeta- explica que

… “el exteriorismo es la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el
mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico
de la poesía.” Para Cardenal, no obstante, “el exteriorismo es tan antiguo como
Homero y la poesía bíblica (y), en realidad, es lo que ha constituido la gran
poesía de todos los tiempos”. [El subrayado es original] (Angulo, 2014:9)

En añadidura con lo anterior, Paul Borgeson (1984) señala que se trata de una
«corriente que prioriza lo concreto a la abstracción de la metáfora, algo parecido a la
antipoesía [El subrayado es nuestro]» (citado por Angulo, 2014:8)

Este tipo de poesía, que ha sido definido, también, como una poesía “de las cosas
exteriores, objetivas, reales, verdaderas, concretas”» (Cardenal, E. en Veiravé,
1975:95), significó y significa para Cardenal, no un “lugar de trabajo” o zona “poética”
estable en la cual es posible desplegar y situar cómodamente la totalidad de su obra,
sino que –como en el caso de todos los grandes innovadores- esta “dirección
vanguardista” «se re-define a sí misma, en la obra que la justifica (o la niega)» (Ibídem,
96). Sobre esta imposibilidad de “encasillar” la obra del poeta –y al poeta mismo- la
escritora compatriota de Cardenal, Gioconda Belli, señala que «Ernesto elude las
posibilidades de atraparlo con lazos de palabras» (Belli, 2012:25)

Con respecto a esto último, se puede indicar que, en sus inicios, la obra
cardenaliana se “apropió” de los principios estéticos propuestos por la nueva corriente
angloamericana autoproclamada ‘Imagist’. El principal instrumento del que va a hacer
uso –adaptándolo de una manera personal- es aquel posible de ser denominado como
“imagen figurativa”. Sobre esta, Veiravé (1975) indica que se trata de un modo de “re-
elaborar” la realidad en el plano del poema -propio del “nuevo realismo”-, que consiste
en abordar elementos de la experiencia cotidiana para, a partir de una construcción
objetiva y de una composición gráfico-visual particular (el poema), lograr una relación
de proximidad y contigüidad con la “cosa exterior”. Como expresaría Ezra Pound, su
maestro en lo que concierne al ejercicio lírico, lo que se debe pretender es “representar
el objeto (fijo o en movimiento) ante la imaginación visual”.

Aun así, esta “incorporación de la realidad” a la poesía no se realiza de manera


“directa” como sucedía (o se pretendía) en las obras de cuño “naturalista”. Por el
contrario, en el caso de la obra de Cardenal –y de los demás poetas exterioristas- el
objetivo es lograr integrar las partes en un “orbe lingüístico” de mayores dimensiones
semánticas y fónicas; y, como producto de este “préstamo”, la palabra resultaría
“traducida” -a medida que “cambia” la situación política o histórica en la cual esa
palabra resultaba “cotidiana” o habitual- y pierde su sentido “inmediato” (Veiravé,
1975:98).

La conceptualización de ‘imagen figurativa’ que hemos mencionado dos párrafos


antes, «es el punto de partida de la poesía exteriorista de Cardenal en cuanto esa
imagen no se realiza en el terreno metafórico sino en una percepción de la realidad en
contigüidad con el ojo que ve o imagina» (Veiravé, 19975:96). Por consiguiente, es
importante “reconocer” la existencia de la idea de que es posible “verter” los hechos
reales en el poema -como si se tratara de visiones reales o percepciones inmediatas
(Ídem)- en tanto “permite” hacer una lectura crítica de la obra partiendo de la dicotomía
-superada (?)- verdad/falsedad.

Por otra parte, luego de esta primera influencia (más que profunda) de Ezra
Pound, «la poesía de Cardenal cumple un proceso de evolución que lo aleja […] y lo
ubica en un terreno propio, singular y original, en el cual predominan la imagen objetiva
y la imagen histórica traducida» (Ibídem, 97). A su vez, más allá de las propias
declaraciones del poeta, quien se considera un “secuaz” de los grandes poetas
norteamericanos, adherimos a lo expresado por Paul Borgeson (1984) –que retoma, a
su vez, una idea del poeta cubano Fernández Retamar- cuando explica que

… quien sugiere que Cardenal meramente imita a Pound olvida que la


expresión poética se ajusta a lo que se ha de expresar (ya que tiende a darle
su propia existencia), y que la técnica que Cardenal desarrolló partió de su
propia ideología, sus experimentos poéticos anteriores a la influencia
norteamericana y sus propios temas, por no decir nada de su herencia como
hispánico y como nicaragüense. Retamar lo expresa bien al decir que Cardenal
“hace, en cierta forma, con respecto a la gran poesía anglosajona reciente, lo
que Darío hizo con respecto a la gran poesía francesa de su momento, es
decir, la aclimata en nuestra poesía, en nuestra lengua» (p.36)

Con respecto al previamente mencionado proceso evolutivo que persigue la


poética de Cardenal, se puede afirmar que

… [él] introduce otro uso de la realidad en su lenguaje poético [utilizando] la


escritura con destinatario y la escritura directa e informaciones objetivas y
verificables […] mediante un desplazamiento de la imagen en el tiempo. Este
desplazamiento del tiempo histórico al tiempo imaginario crea, a su vez, una
dimensión mítica, en la cual se cruzan permanentemente el pasado con el
presente, el pasado legendario con el presente histórico. A través de la imagen-
figurativa que fluctúa en ese tiempo inmemorial aparece, en la participación del
lector activo, el ojo imaginativo como perceptor de las traducciones que el
poeta arma en el texto sobre la base de crónicas, textos bíblicos, documentos,
contratos, telegramas o libros del pasado precolombino o simplemente
informaciones periodísticas.

La cosa exterior es contemplada en un principio y revertida hacia el fondo de la


conciencia de donde la extrae el poema en el tiempo. Pero cuando ese tiempo
se apropia de su universalidad mediante el camino de la revelación, se produce
un cambio que modifica sustancialmente la perspectiva de una imagen que es
objetiva (y que por lo tanto se asienta, dolorosamente, en su propia realidad
histórica) […] [De este modo, se hace posible] dar nueva vida, no solamente a
la escritura del pasado, sino a la del presente [a la manera del “Make it New” de
Pound]. (Ibídem, 97)

Tomando en cuenta lo expuesto con anterioridad, se hace posible decir que la


poesía de Cardenal conforma lo que podríamos denominar como un ‘documento de
documentos’ que tiene, como una de sus funciones principales, la de revisar o poner en
cuestión la legitimidad, los grados de aceptación, la normalidad, la pasividad o
inocencia, de dichos documentos, pasados y presentes. Esto –creemos- sucede en la
medida en que, justamente, el poeta es un poeta, y no un periodista o un arqueólogo:
retomando, matizadamente, aquello que definió Jakobson hace varios decenios como
‘literariedad’, se hace posible deducir que, una vez que los documentos aludidos son
ubicados deliberadamente por el poeta en un nuevo contexto -el literario-, estos
discursos transparentes e inobjetables en tanto discursos, dejan de ser meros puentes
informativos. En consecuencia, pasan a ser una ‘sustancia verbal’ que se presenta ante
un lector –por moderno, necesariamente activo- que los palpa, de manera casi
obscena, en sus infinitas -pero disimuladas- aristas (gramaticales, políticas, de género,
ideológicas, religiosas, etc.) y los desdobla y viola, de la mano del poeta, en cada una
de sus múltiples redes de significación, sacando a la luz sentidos e implicaciones de
todo tipo que antes se hallaban ocultos, cuando eran mirados por el ‘ojo autómata’.

No es casual, viéndolo de esta forma, que los discursos que violenta Cardenal
sean aquellos que él mismo, recurrentemente, condena de forma explícita:

¿No has leído, amor mío, en Novedades:

CENTINELA DE LA PAZ, GENIO DEL TRABAJO

PALADÍN DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA

DEFENSOR DEL CATOLICISMO EN AMÉRICA

EL PROTECTOR DEL PUEBLO

EL BENEFACTOR…?

Le saquean al pueblo su lenguaje.


Y falsifican las palabras del pueblo.

(Exactamente como el dinero del pueblo.)

Por eso los poetas pulimos tanto un poema.

Y por eso son importantes mis poemas de amor.

(Epigramas, en Cardenal, 2014:29)

“He is a bandido”, decía Somoza, “a bandolero”.

Y Sandino nunca tuvo propiedades.

Que traducido al español quiere decir:

Somoza le llamaba a Sandino bandolero.

Y Sandino nunca tuvo propiedades.

Y Moncada le llamaba bandido en los banquetes

Y Sandino en las montañas no tenía sal

(Hora 0, en Cardenal, 2014:42)

En 1949, Ernesto Cardenal recibió una beca del gobierno español y permanece
cerca de un año en Madrid estudiando e investigando. Después, realizó un corto
itinerario por Francia e Italia, y en 1950 retornó a Nicaragua

… con los apuntes de nuevos poemas, Postales europeas y otros. Entre ellos
hay uno de especial significado para Venezuela. Se trata de Vuelta a América,
un breve poema […] basado en fragmentos epistolares, documentos y
episodios de la vida de Simón Bolívar durante su estadía en Europa, y
precisamente cuando se está gestando en su ánimo la gran cruzada liberadora
de América. Algo similar, mutatis mutandis, debió ocurrir también en el alma de
Cardenal en esos momentos, pues su regreso a Nicaragua marca el comienzo
de una etapa de lucha no solo intelectual-poética, sino activa, decididamente
antisomocista. (Mañú Iragui, 1990:14)

Por esta misma época comenzó con sus trabajos escultóricos, y algunas
producciones fueron exhibidas en los Estados Unidos.
La actitud “epigramática”

En 1952, Ernesto Cardenal fundó una editorial, El hilo azul, dedicada exclusivamente a
la publicación de poesía estadounidense; regentó una librería con Coronel Urtecho que
funcionaba, al mismo tiempo, como lugar de reunión para poetas y opositores al
régimen somocista; y ganó el premio del Managua Centenary con su poema Con
Walker en Nicaragua.

Dicho esto, se hace preciso realizar una breve descripción de la situación


nicaragüense de aquel entonces. Mañú Iragui (1990) señala que, para esa época,
quien mantenía efectivamente el poder en el país desde 1936 era Anastasio Somoza,
apoyado por las fuerzas de la Guardia Nacional y el Congreso, y mantenido en el
gobierno gracias a elecciones abiertamente fraudulentas. En 1951 es reelecto para otro
período presidencial de seis años, pero, en 1956 -antes de concluir su mandato- fue
asesinado. De todos modos, el poder siguió creciendo en manos de su familia, y con el
apoyo del intervencionismo norteamericano, hasta el triunfo de la Revolución
Sandinista en 1979. Así lo presenta Cardenal en su poema Hora 0:

Como le dije a Sumner Welles el sonofabithc de Roosevelt:

“Somoza is a sonofabitch

but he’s ours

Esclavo de los extranjeros

y tirano de su pueblo

impuesto por la intervención

y mantenido por la no intervención:

SOMOZA FOREVER

(Hora 0 en Cardenal, 2014:51)

Por estas fechas (entre 1950 y 1957), Cardenal escribió sus Epigramas y los fue
publicando de manera clandestina.

Nuestros poemas no se pueden publicar todavía.

Circulan de mano en mano, manuscritos

(Epigramas en Cardenal, 2014:27)

Sobre el sub-género epigramático, dirá Cardenal que «la gran poesía latina fue la
creada por los epigramistas, a los cuales él sigue, y no por Horacio o Virgilio, tan
divulgados» (Mañú Iragui, 1990:25). A su vez, más allá de su amplia valoración del
epigrama, es importante reconocer en esta elección del género lo que la crítica
cardenaliana ha dado en llamar “actitud epigramática”. Esta consiste en el
reconocimiento de una inconformidad constante en la conciencia del escritor en cuanto
a su contexto vital. Pero, a pesar de que esta “actitud”, similar al ethos del escritor
satírico, es plenamente reconocible en sus Epigramas, también se puede hallar en el
resto de su obra, en tanto la “denuncia” siempre conlleva un sentimiento de
“superioridad” moral frente a lo “degradado”, a la vez que, del mismo modo que la
sátira, la cuota –a veces imperceptible o, incluso, inexistente- de humor permite, como
expresaba Mijaíl Bajtín, “destronar” o “desautorizar” todo aquello que se nos presenta
como imperturbable, desde su posición dominante, hegemónica, y así posibilitar un
accionar redentor o, incluso, revolucionario.

Hemos deseado siempre más allá de lo deseado

Somos Somoza deseando más y más haciendas

More More More

(Coplas a la muerte de Merton, en Cardenal, 2014²:100)

A modo de ejemplo, podemos ver, en estos versos del poema Coplas a la muerte
de Merton, como Cardenal, de manera solapada -ya que el “centro” del poema es la
reflexión en torno a la idea de la ‘muerte’- introduce la figura abusiva de Somoza,
calificándolo como un sujeto de una codicia insaciable. La figura peyorativa se
construye en la medida en que el contexto poético elabora un discurso valorativo en
torno a la sencillez, la trascendencia, del monje fallecido, que “negativiza” la búsqueda
del dictador, a la vez que, desde el mismo poema, y desde el hipotexto con el cual
mantiene una evidente relación intertextual, se condena a los “ingenuos” que persiguen
a la felicidad a través de la obtención de bienes materiales y, por eso mismo, efímeros.
Esta consideración del contexto es importante en tanto se genera un pathos propicio
para la comunicación del mensaje de Cardenal, es decir, para poder dialogar con la
conciencia del persuadere posible del poema, el sujeto consumidor, que, en su vida
habitual –y en su propia conciencia cotidiana- no condena en absoluto la “cruzada
consumidora” en la que se ve inmerso.

Sobre estos poemas, cabe decir que: unos son amorosos, inspirados en varios
enamoramientos que el mismo poeta comenta y “devela” en sus Memorias; algunos,
son políticos, y su correlato es la coyuntura político-dictatorial en la que está inmersa
Nicaragua y gran parte de Centroamérica; otros, los más, confunden o hacen confundir
ambas dimensiones -porque ambos, dictador y mujer, son igualmente tiranos (Mañú
Iragui, 1990:26)-, como se puede observar en el fragmento siguiente:

Me contaron que estabas enamorada de otro

y entonces me fui a mi cuarto

y escribí ese artículo contra el Gobierno

por el que estoy preso.

(Epigramas en Cardenal, 2014:19)

Algunos de estos epigramas, que circularán por el extranjero bajo la firma de


«Anónimo Nicaragüense», fueron publicados por Pablo Neruda en La Gaceta de Chile.
En simultáneo a su escritura epigramática, Cardenal tradujo, también, una colección de
epigramas latinos (de los poetas Catulo y Marcial).

Con respecto a Epigramas, como bien señala Mañú Iragui (1990), no es exacto
afirmar que se trata de «los primeros poemas que escribió Cardenal; sin embargo, […]
él considera que éstos son los que inician su obra poética. Incluso, deja bien claro que
él fue el primer poeta de su país en atacar a Somoza con versos» (p.25). Esto se
encuentra en consonancia con lo que propone Veiravé (1975) cuando sostiene que
Cardenal «ha ofrecido con cuidado sus frutos ya sazonados [y que] nos ha dado lo que
él ha querido darnos» (p.66).

Por otra parte, al fijar la atención sobre el hálito de censura que se perfila
constantemente -como una sombra acechante- sobre la primera parte de la obra de
Cardenal, Veiravé (1975) sostiene que se podría hablar de una ‘poesía-oculta’ o
‘fragmentaria’ que «nace de una realidad signada por la situación política de Nicaragua
que lo obliga, desde el principio, a escribir “el poema” con limitaciones» (p.65). Sobre
esta idea, conviene advertir que, anteriormente, el autor propone la hipótesis de
considerar a la poesía de Cardenal como «una obra [total] en crecimiento y que su
ordenamiento ha sido posterior a la génesis cronológica, [porque “sus partes” se
publicaron de manera] dispersa […] en revistas literarias o suplementos y cuadernos de
escasa circulación» (Ídem).

Con respecto a su activa participación en la lucha antisomocista, el poeta se afilió


al movimiento de jóvenes opositores que se denominó Unidad Nacional de Acción
Popular (UNAP) y, en 1954 intervino en la frustrada Rebelión de Abril. «El plan […]
consistía en capturar durante la noche al dictador en su propio palacio, y allí mismo
asumir el poder. El papel de Cardenal debía ser vigilar y confirmar el retorno de
Somoza al Palacio después de asistir a una fiesta en la Embajada norteamericana»
(Mañú Iragui, 1990:15). No obstante, la conspiración fue descubierta y muchos de sus
miembros fueron apresados, torturados horriblemente y ejecutados en gran número.
Por este motivo,

… abril adquiere en la poesía de Cardenal una proyección singular; estará


ligado no sólo a la revolución histórica sino también a la conversión del ser
humano y será un símbolo de la transformación vital de la naturaliza. Las
“quemas de los campos”, predominantes en ese mes, evocan la destrucción y
la muerte. Mientras que el mes de mayo, con sus malinches –flor nacional de
Nicaragua- en flor, indicará el nacimiento del amor. (Mañú Iragui, 1990:26).

De aquel acontecimiento, el poeta recuerda -en la entrevista concedida al poeta


oriental (2010)- lo sucedido a algunos de sus compañeros “amotinados”:
El principal dirigente era Adolfo Báez Bone, que fue torturado en una forma
horrorosa. Parece que le cortaron el pene, y que Tachito Somoza, el actual
presidente, se manchó de sangre mientras lo interrogaba, y debido a eso tuvo
durante mucho tiempo una especie de obsesión con respecto a la sangre.
Estaba siempre queriéndose cambiar las camisas, que las sentía manchadas, y
lavándose las manos; eso lo cuento en Hora 0. Otro de los líderes era el padre
de una muchacha que yo amaba; a ese le cortaron la lengua antes de matarlo,
porque le dijo insultos a Somoza mientras este lo interrogaba. Otro, que había
sido compañero mío y que menciono también en Hora 0, fue quemado vivo.
(p.4)

Por otro lado, a uno de ellos también le dedicó un lugar especial –y exquisito-
entre sus Epigramas:

«Epitafio para la tumba de Adolfo Báez Bone»

Te mataron y no nos dijeron dónde enterraron tu cuerpo,

pero desde entonces todo el territorio nacional es tu sepulcro;

o más bien: en cada palmo del territorio nacional en que

no está tu cuerpo, tú resucitaste.

Creyeron que te mataban con una orden de ¡fuego!

Creyeron que te enterraban

y lo que hacían era enterrar una semilla.

(Epigramas en Cardenal, 2014:25)

En 1956 publicó su extenso poema Hora 0 que circulará clandestinamente entre


amigos -al igual que sus Epigramas-. Este texto, «de clara raíz política y tono
combativo, inspirado en la figura del general Sandino y constituido en un beligerante
ataque a las dictaduras, se convirtió en una proclama histórica de singular
trascendencia» (Arias Solís, s.f.). Del mismo modo, y con la misma rotundidad, Mario
Benedetti (1972) afirma que se trata de los poemas «más vigorosos y eficaces que ha
dado la poesía política en América Latina […] [no obstante,] Hora 0 no es un poema del
odio, sino una serena radiografía de la vergüenza».

Por otro lado, la obra tuvo tal repercusión en los medios literarios de América, que
«el mismo Neruda, el gran pontífice poético de habla española de la época, se lo
solicitó para su publicación» (Mañu Iragui, 1990:15).

Dentro de este texto, se combinan elementos relativos a la conspiración de abril


-de reciente suceso-, a la campaña de Sandino contra los ‘marines’ norteamericanos y
a la interferencia estadounidense en la economía y la política centroamericana –de
larguísima data-: tres momentos históricos que afectan profundamente a su propia
nación (Mañu Iragui, 1990).

La “primera conversión”

Cuando me sobrepongo,

la figura del ave me revela

que no es lo que supongo,

sino un barco de vela


que por el cielo solitario vuela.

Francisco Luis Bernárdez

Ese mismo año (1956), el poeta decidió ingresar al Monasterio de Nuestra Señora de
Gethsemani, en Kentucky (Estados Unidos), a la edad de treinta años, cuando dice
haber sido «tocado por una fuerza interna y espiritual, misteriosa, […] que Cardenal
menciona como su ‘primera conversión’» (Mañú Iragui, 1990:15). En Vida perdida
escribe el poeta:

Cuando yo volé de Nicaragüa a los Estados Unidos para ingresar al monasterio


trapense de Gethsemany, Kentucky, iba conmigo en el avión un tío mío; él bajó
en El Salvador para cambiar de avión, y cuando yo me despedí de él me
despedí de lo último que me ligaba con el mundo, y ya quedé a solas con Dios.
[…] Al bajarse mi tío Alejandro sentí que Dios me decía: “Bueno ya estamos
solos, veniste a buscarme y aquí me tienes”. Fue como si de pronto ya todo el
universo se llenara de Dios. (Cardenal, 2012:4)

De aquella “primera experiencia” de los E.E.U.U., el poeta recuerda en sus


Memorias (2012) que, al llegar al aeropuerto de Miami, «las muchachas circulaban en
shorts, lo que para un latinoamericano era novedoso. Una gran cantidad de anuncios y
letreros para mí no tenían sentido y eran como cosa de locura: “Beba...” “Fume...”
“Compre...” “Coma...” [El subrayado es nuestro]» (p.7).

Resulta relevante esta anécdota de Cardenal en la medida que empieza a


bosquejar cuál va a ser la lectura que él mismo hará -y que se verá reflejado
claramente en su obra- acerca del ‘estilo de vida’ que propone la sociedad capitalista
-mercantilizada y cosificadora-, cuyo máximo exponente es, justamente, el país
norteamericano. Con respecto a esto, un elemento fundamental en la poética de
Cardenal es la presencia abrumadora (con aparente voluntad de ser tal) de mensajes
propios del discurso ‘propagandístico’, que son los que anegan el campo visual y
sonoro de los sujetos reales hasta llegar a ocupar un lugar central en la experiencia
total de los individuos que participan de esta sociedad de consumo. Por supuesto, esta
experiencia no se reduce únicamente a la geografía estadounidense, sino que, la
creciente globalización de su cultura y de su respectiva idiosincrasia, parece haberse
extendido –a través de sus emisarios comerciales- a los otros territorios en donde su
influencia ha sido profunda. En el siguiente poema, podemos ver cómo la misma
Managua del poeta se presenta invadida del modo en que lo hemos indicado:

Y la estrella roja de una torre de radio

en el cielo crepuscular de Managua

es tan bonita como Venus

y un anuncio ESSO es como la luna

Las lucecitas rojas de los automóviles son místicas

(El alma es como una muchacha besuqueada detrás de un auto

TACA BUNGE KLM SINGER

MENNEN HTM GOMEZ NORGE

RPM SFM OPTICA SELECTA

proclaman la gloria de Dios!

(Bésame bajo los anuncios luminosos oh Dios)

Kodak TROPICAL RADIO F & C REYES

en muchos colores

deletrean tu Nombre

(Managua 6:30 PM en Cardenal, 2014:171)

Siguiendo con esta misma línea de análisis, la actitud del poeta frente a esta
presencia insoportable no es solo de desesperación o de excitación psicopática -como
lo manifiesta esta abundancia hiperbólica de mensajes publicitarios-, sino que, esa
mima sensación de asco, se trastoca en una posición beligerante, en franco conflicto
con esta forma deshumanizada que adquiere la cotidianeidad del siglo XX:

Él de smoking negro y ella con la orquídea

(su silueta impresionantemente nueva... atrevida y elegante

VISITE A SU AGENTE FORD)

O el Pontiac amarillo en verde pasto

Y junto a él el eterno picnic

Y Ella con camisa a cuadros en la cubierta del yate

Anteojos negros y sonrisa llena de sol

El pelo levantado por el viento el agua verde-azul

¿Pero sabes tú que no existe Ella? No existe Ella.

¡Puta pintarrajeada

La Publicidad!

[El subrayado es nuestro]

(La noche, en Cardenal, 2014:175)

En el monasterio tuvo como maestro al poeta Thomas Merton, autor del best-
seller autobiográfico La montaña de los siete círculos (que, justamente, narra su propia
‘conversión’), con quien trabó una profunda amistad.

Por normas de la Trapa, Cardenal debió renunciar a escribir poesía, pero esto no
supuso en modo alguno una contrariedad para él, sino, más bien, una decisión:

… sentía la necesidad de estar completamente indiferente a todo […] había


escogido un estado de indiferencia, ese estado que San Juan de la Cruz
considera la condición imprescindible para la posesión de Dios: el vaciarse de
todo, la nada (como él la llama), el renunciar a todo para poseer el Todo […]
aquel que quiera alcanzar la unión mística, tiene que escoger este camino de
negación. (Benedetti, 2010:3)

Durante aquellos años siguió desarrollando, simultáneamente, sus dotes de


escultor con trabajos en barro. Por este motivo, y por sus apuntes poéticos, Merton dirá
que Cardenal «era una de esas raras vocaciones donde se combinaban en forma clara
y segura los dones del contemplativo y del artista» (Mañú Iraguin, 1990:16).
Transcribimos a continuación unos fragmentos del libro Gethsemany, Ky, que recogen
algunas de las impresiones de aquellos días, y que sirven como representaciones de la
actitud –polémicamente- evasiva que significó su ingreso a la Orden:

Me despierta en la celda el largo tren de carga

que se oye venir desde lejos en la noche

y va pasando y pasando, y pitando, y parece

que no va a acabar nunca de pasar.

Vagones y vagones y vagones que van chocando.

Yo me vuelvo a dormir y va todavía pasando,

jadeando, allá en la lejanía, y todavía pitando,

y entre sueños me pregunto por qué hay trenes todavía,

y a quién llevan carga los trenes, qué carga llevarán,

y de dónde vienen los vagones, y hacia dónde van.

[…]

Un perro ladra lejos

detrás del bosque negro.

Y le contesta otro perro

detrás de otro bosque


más lejos...

[…]

Como latas de cerveza vacías y colillas

de cigarrillos apagados, han sido mis días.

Como figuras que pasan por una pantalla de televisión

y desaparecen, así ha pasado mi vida.

(Gethsemany, Ky, en Cardenal, 2014:61)

Anteriormente se hizo referencia al carácter “polémicamente evasivo” de aquel


enclaustramiento místico. Sobre esto, es posible indicar que existen posiciones
encontradas a la hora de definir o valorar la “búsqueda” de Cardenal en la Trapa: por
un lado, la misma reclusión conlleva la obvia sensación de estar frente a un típico caso
de intento de “escapar” del mundo terreno, como puede deducirse directamente del
siguiente pasaje del primer volumen de sus Memorias (Cardenal, 2012) si tenemos en
cuenta a la orden en particular en la que ingresa el poeta: «Siendo yo novicio de
Merton él me preguntó con ingenua curiosidad si él era muy conocido afuera. No dijo
“afuera” sino “abajo”, que es como a veces los trapenses se referían al mundo» (p.46);
por otra parte, esta lectura coexiste con una interpretación contraria sobre este ingreso
a la orden en cuanto se considera que es Thomas Merton quien, justamente, le
descubre «un nuevo modo de pensar basado en que la contemplación no se sitúa fuera
del mundo sino en y por el mundo y lo contemplativo no debe de ningún modo ser
ajeno a los problemas sociales y políticos» (Crespo Martínez, 2012: párr.10), lo que
habría radicalizado su opción política socialista.

Por razones de salud, en el año 1959 debió transferirse al Monasterio Benedictino


de Cuernavaca, México, donde permanecerá dos años. Allí escribió sus «poemas de
reminiscencia de la trapa» ([Ernesto Cardenal], s.f.) que se publicaran bajo el título de
Gethsemany, Ky, y un libro en prosa de meditaciones contemplativas titulado Vida en el
amor. En el primero, se incluyen veintinueve poemas referidos a sus años de novicio,
realizados a partir de ciertos «apuntes» tomados en aquella época, ya que, como
dijimos, por ser la Trapa una orden anti literaria, en ella no se le permitió escribir «para
publicar». Sobre esta obra, el poeta dirá que, antes que poemas en sentido estricto,
son «más bien apuntes de poemas, [y que] no tienen otro valor que el de ser un
testimonio de la poesía indecible de esos días, que fueron los más felices y bellos de
mi vida» (Cardenal, cit. Por Benedetti, 1972).

La experiencia de la vida monástica trapense representa, en la dimensión de


poética de su obra,

… el apego definitivo a la sencillez, a la llaneza, a despojarse de todo lo


accesorio, como si la poesía hubiera hecho, al estilo benedictino, su propio voto
de pobreza. Y a la vez se enriqueció con una savia que representa una
renovación profunda: la fuerza y la presencia del amor que desde siempre
impregna, de una u otra forma, todas sus obras. […] cambia también la
perspectiva del poeta es sus escritos: el horizonte está ahora en el futuro, en lo
trascendente, aunque los hechos o documentos manejados provengan del
pasado. Bajo la dirección de Merton, Cardenal aprendió a ver el mundo de otra
forma, sin ningún conflicto con su propia espiritualidad, y sin que ésta estuviera
separada de ninguna preocupación humana, por muy profana que en
apariencia fuera. (Mañú Iragui, 1990:16)

En el período que representa su estadía en el monasterio de Cuernavaca,


prosiguió su labor como creador literario y escribió el extenso poema histórico-mítico El
estrecho dudoso. Este canto retoma el acontecimiento del descubrimiento, la conquista
y la colonización de Centroamérica (Mañú Iragui, 1990). A la manera de un poema
épico, se exponen las vicisitudes vividas por los conquistadores desde el momento del
“descubrimiento” del territorio que actualmente pertenece al Estado nicaragüense. En
esta “epopeya”, que bien podríamos llamar, también, “anti-epopeya”, si consideramos
que este género se distingue por narrar las “hazañas” de los “héroes legendarios” de
una nación”. Esto es así en razón de que, las “peripecias” de los protagonistas están
abarrotadas de lo que comúnmente se denominan “anti-valores”, es decir, actitudes
censurables moralmente: el conjunto del poema es la historia de la traición, la codicia,
el abuso y el fraude en pos de la consecución del poder, representado en la idea de “el
estrecho dudoso”; aquel “famoso”, pero inexistente, pasaje que supuestamente
comunicaría al Mar del Norte con el del Sur (el Atlántico con el Pacífico) y que fue tan
anhelado por la corona española; pero que solo “existe”, actualmente, gracias al
artificio de la humanidad:

Oh Doña Juana Doña Juana

¡El Canal para la Especería!

El canal de Panamá-

¿En eso acabaron todos los sueños

de la Especería?

(El Estrecho dudoso, en Cardenal, 2014:261)

Con respecto a los conquistadores mencionados en el texto, una de las figuras más
importantes resulta ser la de Pedro Arias Dávila (Pedrarias), gobernador y capitán
general de Castilla de Oro (territorio que hoy pertenece a Nicaragua, Costa Rica,
Panamá y Colombia) y de la provincia de Nicaragua, desde 1513 hasta su muerte en
1531. En él se localizan todas las miserias humanas que fundamentaron el accionar
conquistador y tiránico, lo que torna enormemente sugerente el siguiente pasaje del
poema en donde se describe el lugar de su entierro (la “capital” del país):

Y ya tenía noventa años y no moría nunca

ni iba a Castilla. Estaba tullido y enfermo

y gobernaba con mano de hierro (monopolios

Robos, sobornos, prisiones, espionaje, elecciones fraudulentas…)

y no moría –se metía en un ataúd todos los años

y hacía que le cantaran el Oficio de Réquiem.

Murió de 90 años.

Fue enterrado en La Merced junto a Hernández de Córdoba.

En la Catedral enterrada de un enterrado León


o hundido bajo el agua ¿León viejo dónde está?

Hay ladrillos, ruinas rojas, en la orilla.

Los pescadores dicen que han visto torres bajo el agua

en las tardes serenas.

Y han oído campanas.

Campanas tocando solas movidas por las olas

La capital de Nicaragua está allí espectral

bajo el agua.

(El Estrecho dudoso, en Cardenal, 2014:258)


Solentiname

Tiempo más tarde, estudió teología en un seminario de La Ceja, Colombia, donde


también continuó publicando obras como Salmos y Oración por Marilyn Monroe, y
comenzó a escribir los textos que después conformarían su libro Homenaje a los indios
americanos.

Este nuevo destino tuvo que ver con el proyecto de la comunidad contemplativa
que, en el Monasterio de Gethsemany, había elaborado conjuntamente con Merton.
Como indica en una de sus memorias, su guía espiritual le habría dicho que, en caso
de que las autoridades de la orden no lo dejaran salir a él del monasterio, Ernesto
habría de estudiar para el sacerdocio en un seminario y realizar dicha fundación por su
cuenta (Cardenal, 2012).

Finalmente, Cardenal se ordenó sacerdote en Managua en el año 1965 y, pocos


meses después, un 13 de febrero de 1966, se dirigió a la isla de Solentiname «para
establecer […] una comunidad contemplativa ‘sui generis’ […] una especie de ‘comuna’
al estilo de los hippies, pero dedicada al trabajo, la meditación y la práctica cabal del
Evangelio» (Mañú Iragui, 1990:17).

En 1966 fundó dicha comunidad en el archipiélago. En ella se fomentaba el


desarrollo de cooperativas, se creó una escuela de pintura primitiva (pintura de los
pueblos aborígenes de la zona que no poseían conocimiento teórico del arte) que sería
muy apreciada en todo el país y en el extranjero, se conformó un movimiento poético
entre los campesinos, y se realizó un trabajo de concientización a base del Evangelio
interpretado revolucionariamente.

Sobre esta fundación de una comunidad contemplativa y en relación con lo que


mencionamos anteriormente acerca de la influencia ideológica que supuso el poeta
trapense Thomas Merton, Cardenal expresa en su obra Lo que fue Solentiname: Carta
al pueblo de Nicaragua que

… contemplación quiere decir unión con Dios. [Y] pronto nos dimos
cuenta que esa unión con Dios nos llevaba en primer lugar a la unión con los
campesinos muy pobres y abandonados, que vivían dispersos en las riberas
del archipiélago. La contemplación también nos llevó después a un compromiso
político: la contemplación nos llevó a la revolución; y así tenía que ser, si no,
hubiera sido falsa. Mi antiguo maestro […] inspirador y director espiritual de esa
fundación, me había dicho que en América Latina el contemplativo no podía
estar ajeno a las luchas políticas. (Castro Martínez, 2012: párr.15)

En los primeros años de permanencia en la comunidad, Cardenal publicó su obra


Homenaje a los Indios Americanos. En este libro, según Mañú Iragui (1990), «se
conjugan los valores poéticos con las mejores manifestaciones de solidaridad humana,
sumados a una penetrante nostalgia por un mundo casi evangélico» (p.18).

Por otra parte, la labor de Cardenal en la comunidad no se redujo solamente a al


ejercicio estético y creativo, sino que también cumplía con la función de sacerdote:

… los domingos, en lugar de la tradicional homilía, se efectuaba un diálogo


sobre el texto evangélico […] en el que participaban los diferentes miembros
asistentes [que, con el tiempo, aumentaron] hasta englobar a la gran mayoría
de cuantos habitaban en todas las islas del archipiélago. (Mañú Iragui, 1990:19)

En estos diálogos, Castro Martínez (2012) indica que son los campesinos mismos
quienes, con admirable sencillez y profundidad teológica, comienzan a comprender el
mensaje revolucionario esencial de los evangelios, que es el anuncio del reino de Dios
y que no es otra cosa que el establecimiento en la tierra de una sociedad justa, sin
explotación humana, con todos los bienes comunes, como la sociedad originaria de los
primeros cristianos.

Posteriormente, con estas conversaciones se conformarían los dos volúmenes de


El Evangelio de Solentiname, «una de las primeras manifestaciones concretas de la
llamada Teología de la Liberación» (Ídem).

Para tener una idea cabal acerca de lo que se dialogaba en aquellas reuniones en
torno al Evangelio, se transcriben a continuación algunas reflexiones extraídas de una
grabación fílmica, de 1978, de aquellas misas guerrilleras:

CARDENAL: «Apártense de mí, ustedes que están bajo maldición. Váyanse al


fuego eterno que está preparado para el Diablo y sus ángeles. Pues tuve
hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve
como forastero, y no me dieron alojamiento; me faltó ropa, y ustedes no me la
dieron; estuve enfermo y en la cárcel, y ustedes no me vinieron a visitar.

«Y entonces ellos le dirán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, con sed, o
como forastero, falto de ropas, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos? Y
el rey les contestará: En verdad les digo, que todo lo que no hicieron por una de
estas personas, por más humildes que sean, tampoco por mí lo hicieron.

«Luego, estos irán al castigo eterno, y los que resultaron justos irán a la vida
eterna»

Ahora, lo interesante, es que él se presenta como ‘el pueblo’ […] al que se le


ayudó, o no se le ayudó. Vamos a ver si tiene algo que comentar del hecho
este, de que se presenta a Cristo como el proletario, Dios, y ‘juez de las
naciones’, al mismo tiempo.

HOMBRE 1: Se presenta, también, como un verdadero guerrillero, porque se


presenta como hambriento, como también lo hemos estado nosotros; se
presenta como preso, como lo hemos estado nosotros […] Se presenta de
todas estas formas que nosotros hemos sufrido.

CARDENAL: Como el pueblo, en general.

HOMBRE 2: Se presenta, según lo veo yo, como la primera persona que da


prédicas revolucionarias al mundo.

CARDENAL: Se puede decir, entonces, que con Cristo empezó el pensamiento


revolucionario –que después fue haciéndose científico, como lo conocemos
ahora-. Cristo hablaba en esta forma bien sencilla, para el pueblo […]

HOMBRE 3: Yo creo que ese momento del que habla el Evangelio, no es un


momento futuro […] sino que es un momento presente […] Ya que en este
momento sabemos que se está separando a los opresores de los oprimidos […]
No vamos a esperar mil años para que los buenos estén de un lado, y los
malos del otro. Sino que ese momento lo estamos viviendo ahora: nosotros
tenemos identificados a los malos. Son aquellos que están dándole hambre,
desnudez, falta de educación, represión, al pueblo.

CARDENAL: Es cierto lo que dice el compañero. Hay otro pasaje del Evangelio
en donde Cristo dice que «el Juicio ya ha comenzado» […] Donde quiera que
haya revolución, ya ha empezado el Juicio. Todas estas armas que se ven acá
en esta misa son, para Cristo –que es pobre-, armas para darle ropa al que no
tiene, darle educación […], darle comida […]. Para darle todo al que no tiene
nada.

[…]
Lo más interesante de todo esto, es que Cristo se revela como ‘el pueblo’. Hay
muchos cristianos que no saben que Cristo es ‘el pueblo’. Aquel por el que
luchan los revolucionarios.

HOMBRE 4: El dictador Somoza, en sus discursos, habla de Dios. Y habla de


Justicia. Parece que estuviéramos hablando de dos Dioses diferentes, pero no
es así. El pueblo ha rescatado a su Dios […] ha encontrado a Dios en su choza
[…] Nosotros no podemos creer que Dios está en un templo donde se ven
riquezas; donde el cáliz, de resplandor y belleza, es humillante. Nuestro Dios
hemos de buscarlo en nuestra choza, en nuestros campos, junto a nosotros.

En 1968, Cardenal escribió Coplas a la muerte de Merton. Su maestro había


fallecido ese año estando en Asia con motivo de una reunión entre varios líderes
espirituales de diferentes religiones. Su muerte, como puede apreciarse en el siguiente
fragmento del poema, supuso un gran dolor para el poeta nicaragüense que, a pesar
de esto, creó un texto con un sesgo curiosamente humorístico –sin perder, por ello, el
tono conmovedor de la elegía-:

Tu muerte más bien divertida Merton

(¿o absurda como un koan?)

tu muerte marca General Electric

y el cadáver a USA en un avión del Army

con el humor tan tuyo te habrás reído

vos Merton ya sin cadáver muerto de risa

también yo

[…]

Hoy tecleo con alegría esta palabra muerte

Morir no es como el choque de un auto o

como un cortocircuito
nos hemos ido muriendo toda la vida

Contenida en nuestra vida

¿cómo el gusano en la manzana? no

como el gusano sino

la madurez!

(Coplas a la muerte de Thomas Merton en Cardenal, 2014²:99)

Mañú Iragui (1990) define y analiza de una manera sucinta este grandioso poema
del sacerdote nica:

Complejo y profundo, además de extenso, en el poema citado Cardenal


enfrenta el tema de la muerte, que sabe transformarlo en el tema de la vida. A
la luz de estas realidades, todas las cosas y avatares del mundo moderno
pierden su disfraz cotidiano y adquieren una fisonomía peculiar, auténtica.
Desde el punto de vista formal, este poema sintetiza todas las técnicas poéticas
utilizadas por Cardenal en sus numerosas obras. (p.18)

La “segunda conversión”

Más que nunca creo que la lucha en pro del


socialismo latinoamericano debe enfrentar
el horror cotidiano

Julio Cortázar

En 1970 visitó Cuba al ser invitado para formar parte de un jurado del premio de poesía
“Casa de las Américas” y comenzó a tomar apuntes sobre la experiencia revolucionaria
cubana; más adelante, retornará a la isla para entrevistarse con Fidel Castro. En
aquellos viajes quedó convencido del gran valor que poseía el proyecto de la Cuba
socialista y de que «el socialismo se identificaba en el camino con el triunfo del
Evangelio, y que practicar la religión, en América Latina, era hacer la Revolución»
(Mañú Iragui, 1990:19); además, comprendió que era «el marxismo [el] único camino
para la verdadera transformación social» (Castro Martínez, 2012: párr.14). Siguiendo
con esta línea de equiparación Religión/Revolución, Cardenal escribió lo siguiente en
su texto Respuesta a las preguntas de los estudiantes de letras:

Las ideas cristianas son las mismas de [sic] liberación de América Latina, y una
sociedad en la que se viva el Evangelio tiene que ser una sociedad socialista.
Dice San Lucas (cap.3, v.11) que cuando la gente le preguntó a Juan Bautista
lo que debían hacer, él contestó: “El que tiene dos túnicas debe dar una al que
no tiene ninguna, y el que tiene comida debe compartirla con el que no la
tiene.” [sic] Estas exigencias del Evangelio son incompatibles con el capitalismo
y son idénticas a las del socialismo.

[Considero que el marxismo y el cristianismo] tienen unos objetivos comunes.


Lo cual no quiere decir que sean lo mismo. Hay una diferencia: que los
cristianos creen en la trascendencia y una [sic] vida tras la muerte, y los
marxistas no. Pero esto no quiere decir que las ideologías sean opuestas
ni que tengan que estar en pugna. Los cristianos no tienen por qué ser
anticomunistas si éstos no son antirreligiosos, y los comunistas no tienen por
qué ser anticristianos si los cristianos son revolucionarios. (Borgeson,
1979.:635).

Estas impresiones que recogió en sus visitas, y lo que él mismo denominará


posteriormente como su segunda conversión (aquel abrazo al socialismo), son
plasmadas claramente en el libro En Cuba que publica en 1972.

Ese mismo año viajó a conocer otros procesos revolucionarios como el caso de
Perú y Chile, y se contactó con grupos radicales cristianos en Nueva York, experiencia
que también plasmaría en su libro Viaje a Nueva York.

A principios de 1976, la dirigencia del Frente Sandinista de Liberación Nacional


(en adelante, FSLN) lo envió a Roma a las sesiones celebradas por el tribunal Russell
con el objetivo de juzgar las violaciones a los Derechos Humanos en América Latina.

En 1977 se inició la primera ofensiva insurreccional en la que participaron jóvenes


guerrilleros pertenecientes a la comuna de Solentiname, quienes se encargaron de
asaltar el cuartel San Carlos. Sumado a esto, “la dictadura somocista [ya] no veía con
buenos ojos cuanto sucedía en Solentiname. Tampoco le agradaban los viajes de
Cardenal, en abierta campaña en pro de la Revolución y en contra del régimen de su
país. [Por estos motivos] lo declararon persona no grata y lo condenaron como traidor a
la patria” (Mañú Iragui, 1990:20). A su vez, la guardia somocista destruyó la comunidad
y Cardenal, que se exilió junto a otros en Costa Rica, fue condenado en ausencia a
varios años de prisión. Poco tiempo después, se dio la gran batalla de Nicaragua, que
originaría la caída de Somoza y el triunfo de la Revolución en 1979.

Con el triunfo de la revolución sandinista, Cardenal fue nombrado Ministro de


Cultura, cargo que desempeñaría hasta 1988 y desde el cual patrocinó talleres
populares de poesía y teatro, y combatió –con una eficacia reconocida mundialmente-
contra el analfabetismo de su país junto a otras figuras destacadas de la revolución
sandinista, como lo fue su hermano Fernando Cardenal; pero, también, este fue el
cargo que le generó sus conflictos (hasta hace, apenas, unos meses) con el Vaticano, a
quien él mismo considera “una caricatura del cristianismo verdadero”. Con respecto a
esta situación, resulta muy significativa una anécdota por demás conocida: en el año
1983, el Papa Juan Pablo II llegó en avión a Nicaragua y, ni bien había descendido del
mismo–y ante las cámaras de todas las televisiones del mundo-, con su dedo índice en
posición admonitoria, reprendió y humilló a Cardenal, quien se encontraba arrodillado
frente a él, condenándolo por su apoyo a la causa sandinista y por haber mezclado la
religión con la misión profana de la política. Como bien señala Castro Martínez (2012),
«el verdadero motivo de la visita […] [no había sido] otro que un intento de acabar con
la revolución y desprestigiar al nuevo gobierno» (párr.23), pero esta no tuvo, de ningún
modo, el efecto esperado.
¿El fin de la utopía?

Al mismo tiempo que se ocupaba de este cargo ministerial, Cardenal escribió algunos
poemas, por lo general, más breves que los anteriores, a causa de las circunstancias
propias de su trabajo, como él mismo afirmaría. Un grupo de estos textos conforman el
Cántico cósmico, que se publicó en 1989 y que, paradójicamente, un año más tarde
sería «mandado a recoger y quemar […] por un oscuro funcionario del gobierno de
Violeta de Chamorro, quien asumió la presidencia en 1990. Las razones alegadas por
los denunciantes fueron que el libro suponía varias “amenazas y riesgos contra la moral
y las buenas costumbres”»; a la manera de un “excelente”, ejemplar y anacrónico
inquisidor medieval. Por este motivo, a continuación citamos algunos versos de esta
obra con el fin de comprender la gravedad de estas “amenazas”:

“Estamos crucificados en el sexo” dijo Lawrence (D.H.)

no sé en qué contexto. Yo tengo el mío.

San Agustín pasó noches llorando

por lo que no volvería a gozar más.

Jerónimo anciano: las bailarinas romanas

que vio en su juventud. Por lo que

se puso a traducir los libros de la Biblia como loco

(Nostalgia del Paraíso, en Cardenal, 2013:138)

“El tiempo es hambre y el espacio es frío”

dijo Alfonso Cortés. ¿Qué quiso decir?

El hambre se siente con el tiempo. Como


si uno no come los tres tiempos al día.

El espacio nos separa. Es soledad y frío.

En el espacio-tiempo somos

como esos niños durmiendo en la calle

envueltos en periódicos en la gran ciudad

con hambre y frío.

(Canción del espacio tiempo, en Cardenal, 2013:89)

En 1994, Cardenal abandonó el FSLN definitivamente cuando el gobierno de


Daniel Ortega (máxima autoridad del gobierno revolucionario) comenzó a comportarse
del mismo modo autoritario que la tiranía depuesta por ellos. Al mismo tiempo, adhirió
al MRS (Movimiento Renovador Sandinista), «una de las dos ramas en las que se
dividió el antiguo Frente […] que estaba representado por los “sandinistas ilustrados”
liderados por el novelista Sergio Ramírez, y que contaba entre sus fundadores con […]
Gioconda Belli» (Castro Martínez, 2012: párr.25).

Esta nueva situación política –el viraje del líder revolucionario hacia la
instauración de una “nueva dictadura” en el país centroamericano- es condenada hasta
el día de hoy y públicamente por Cardenal. En una entrevista de hace solamente dos
años, el poeta expresó que le alegra saber que «el mundo entero se esté enterando de
que soy un perseguido político en Nicaragua. Perseguido por el Gobierno [sic] de
Daniel Ortega y su mujer (Rosario Murillo], que son dueños de todo el país, hasta de la
justicia, de la Policía y del Ejército» y concluye diciendo «no te puedo decir más,
porque esta es una dictadura» (Cardenal, 2017: párr.3).

Hace tan solo unos pocos meses, el poeta fue galardonado por la Academia de
Ciencias de Nicaragua en razón del aporte que la literatura cardenaliana ha significado
para el mundo científico; como respuesta, Cardenal agradeció manifestando que la
ciencia nos lleva a todo, «hasta a conocer a Dios». A su vez, leyó un fragmento de uno
de los poemas que actualmente está “trabajando”, cuyo título es Con las puertas
cerradas:

El infinito es un Dios que abraza y me ha abrazado.


No es una idea sino una realidad biológica

(Con las puertas cerradas, en González, 2019:párr.12)

Por otra parte, de modo que podamos tener una idea más certera acerca de la
importancia de la obra de Ernesto Cardenal dentro del panorama mundial de la
literatura, mencionamos que entre los premios recibidos a lo largo de su prolífica vida
se pueden contar el Premio de la Paz del Comercio Alemán (1980), el Premio
Iberoamericano de poesía Pablo Neruda (2009), el Premio Reina Sofía de Poesía
Iberoamericana (2012), el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña (2014), la
Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, y el Premio Mario Benedetti (2018). A
su vez, en el año 2005 fue nominado al Premio Nobel de Literatura, premio que
finalmente no se le concedió.
CONCLUSIÓN

El diccionario de la RAE indica que un ‘hereje’ es una «persona que disiente o se


aparta de la doctrina o normas de una institución, una organización, una academia,
etc.». Por nuestra parte, a sabiendas del contenido tautológico de nuestra siguiente
afirmación, sostenemos que un ‘hereje’ es «toda aquella persona que piense y
(necesariamente) actúe como Ernesto Cardenal». Más allá de la broma que supone lo
anterior, es preciso reconocer la exacta verdad del enunciado: no abundan individuos,
en la historia de la humanidad, que hayan transitado sus vidas con tal irreverencia; y
aún más, con tal vocación “herética”.

En primer lugar, se halla su condición sacerdotal, razón suficiente para


mantenerse al margen de las ideologías políticas (o, más precisamente, de las
ideologías políticas marxistas); para condenar el pensamiento científico por “corto de
vista”; para sustraerse de los comentarios procaces acerca de la sexualidad humana;
para encaramarse “cómodamente” frente al atrio enchapado en oro; etc. Pero no
sucede de esta manera: Cardenal se asume como cristiano y como marxista, negando
su falsa oposición y reconociendo sus vastas similitudes; se fascina con los estudios y
los avances de la ciencia, los incluye sacralizadamente en sus textos como en los
siguientes versos:

Ay, Segunda Ley

cuya ecuación está grabada como epitafio

en un cementerio de Viena,

en mármol blanco:

S=k log W

en la tumba de Ludwig Boltzmann (1844-1906).

(Como las olas, Cardenal, 2013:394)

Además, se atreve a decir que «la ciencia es una forma más directa de llegar a
Dios que la religión»; arremete el pudor monástico-puritano de la ortodoxia católica con
sus poemas:

La flor del hombre y la flor de la mujer se juntan

y derrama la flor masculina su polen blanco.

[…]

Un ser que se abre y otro que penetra.

(La danza de los astros, 2013:322)

Señala que «debe permitirse casarse a los sacerdotes que quieran» (Borgeson,
1979:632); y condena las riquezas materiales de la Iglesia.

En segundo lugar, su militancia de izquierda, su adhesión a la prédica marxista –


históricamente de espaldas, enemistado con el catolicismo-, no le impide practicar su
religión, negando su carácter “opiáceo” para con los pueblos mediante la re-lectura de
los Evangelios y la escritura de los Salmos; ubicándose como un exégeta de las
Sagradas Escrituras que los analiza en pleno siglo veinte con la lente de la
reivindicación proletaria:

Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano

ni delata a su compañero de colegio

Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales

ni escucha sus radios

ni cree en sus eslogans

Será como un árbol plantado junto a una fuente

(Salmo I, Cardenal, 2014:71)

Y en tercer lugar se halla su herejía literaria, su labor de vanguardia, rupturista.


Cardenal es un poeta y ensayista que se evade de las clasificaciones (por lo menos
para aquellos que no pecan de ingenuidad intelectual) porque, como bien las definía
Wilhem Dilthey, estas nos sirven para darle un “cierto orden” al mundo, pero no sirven
de nada –e incurrimos en un gravísimo error- si creemos que se corresponden
verdaderamente con los fenómenos de la existencia; y Ernesto Cardenal, y su obra,
son fenómenos de la existencia, excesivamente complejos y heteróclitos en su
composición. De esta manera, la obra poética (lo más importante de su obra total) se
nos escurre entre los dedos cuando pretendemos asirla completamente: ¿poesía
exteriorista?, ¿vanguardista?, ¿mística?, ¿comprometida?, ¿marxista?, ¿científica?
Todo es cierto para describirla, pero nada es bastante como para definirla, excepto, tal
vez, sus propias palabras, que, al menos, nos manifiestan el objetivo que tuvo en su
labor creativa el autor (aunque Eagleton se empeñe en sostener la orfandad del texto
literario): para Cardenal, el elemento fundamental que da sentido a la poesía, en
general, y a su obra, en particular, es el Amor (en mayúscula, por su obvia dimensión
sacra, como sostuvimos al inicio de este trabajo), capaz de cambiar/salvar el mundo;
pero el Amor exige comunicación, y la comunicación entre los hombres se da sobre
todo a través de la palabra; y, de ahí, se desprende la necesidad y el objetivo de toda la
poesía (Borgeson, 1979). Pero, si el mundo se cambia/salva desde abajo, desde los
pueblos oprimidos –como afirma Paulo Freire- ¿cómo es posible otorgarles un mensaje
a través de la poesía, tradicionalmente tan hermética, etérea, privativa de las clases
culturalmente dominantes, completamente vedada a las capas populares? Es simple –
pero riesgoso-: consiste en el ejercicio de una última herejía: «escribir una poesía que
se entienda», como expresó en varias oportunidades el condenable heresiarca nicoya.
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