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Poesía Oscar Todtmann editores
Trigésimo tercer libro

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TERCER LIBRO
DE LOS ENTUSIASMOS

Luis Gerardo Mármol Bosch

Oscar Todtmann editores


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Por una poética de la pregunta
A propósito del Tercer libro de los entusiasmos

Luis Gerardo Mármol Bosch en más de una oportunidad ha dicho


que titulará toda su obra con la palabra Entusiasmos. Por eso quiero
traer a cuento dos fragmentos de una conversación con el autor
publicada –hace varios años ya– en la revista Poesía: «he pensado
dar el nombre de Entusiasmos al conjunto de mi obra poética, un
poco a la manera de Baudelaire, Whitman, Pound, Guillén o Juarroz.
El término ‘entusiasmo’ no debiera tomarse por una suerte de manía
o euforia más o menos incontrolada o banal, monocromática y mo-
nocorde. Esta palabra griega podría traducirse más o menos literal-
mente como «estar en Dios». Es inconmensurable la cifra de estados
o movimientos del alma y del espíritu que el rapto anima o desenca-
dena. ¿Cómo podría entenderse una palabra como ‘entusiasmo’ de
manera unívoca?».
«No me interesa la poesía sino como arte y oficio tradicional. Como
conocimiento tradicional, vale decir, ciencia sagrada. Como el cami-
no de la interioridad, que es el significado primigenio de la palabra
esoterismo. Más aún, estoy convencido de algo que a más de uno le
resultará una contradicción ofensiva (un escándalo, diría San Pablo),
cuando no un ridículo juego de palabras: quienes actúan de acuerdo
con el verdadero espíritu tradicional son los más innovadores, los
más originales. La explicación de la aparente paradoja es de una sen-
cillez pasmosa: sólo quien tiene acceso al conocimiento tradicional
puede, a su vez, conocerse a sí mismo».
La poesía de Mármol Bosch hace de la pregunta –y todos los ecos
que suscita– su principal medio expresivo. En el campo de la retórica
se suele hablar de una figura llamada erotema y tiene que ver con el
arte de inquirir constantemente para obtener el conocimiento bus-
cado. Bien puede decirse que en este rasgo–muy mayéutico, presente

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en los textos sagrados y los Diálogos platónicos– se asientan sus li-
bros hasta ahora editados –Sueño de un día, Purgatorio, Entusiasmos,
ahora El tercer libro de los entusiasmos– y buena parte de su obra
(ocho libros inéditos y otro más en proceso de composición).
Las preguntas que emanan de su poesía vienen a ser una suerte de
principio axial. Así el poeta abarca una amplia variedad de registros:
desde la síntesis aforística, la contestación, la glosa y la conversación,
hasta el poema de largo aliento, en ocasiones muy cercano al mo-
nólogo interior. Y más que las preguntas, Mármol Bosch se adentra
en sus preguntas, las más entrañables, las que llevan dentro de sí
muchos asentimientos, exclamaciones y desarrollos de considerable
prominencia metafórica, siempre con una dicción líricamente hon-
da, sensorial, analógica. El poema, para Mármol Bosch, más que el
desarrollo de una exclamación, como lo proponía Paul Valéry, suele
encerrar preguntas que van ramificándose y expandiéndose. Un pa-
saje de El tercer libro de los entusiasmos lo hace evidente: «¿Quién
hace preguntas/cuando celebran sus bodas el Cielo y la Tierra?»
Insisto: las repercusiones de sus preguntas le sirven de basso conti-
nuo y punto de gravitación. Vale ahora recordar un verso de Entu-
siasmos: «¿Cómo puede hacerse el entusiasmo tantas preguntas?».
Este particular motivo impregna buena parte de una poesía que se
las juega entre los estados más exaltados y cierto tono melancólico,
bluesy. Bien puede aparecer a la hora de hacer una meditación de los
árboles y el mar (dos de sus paisajes imaginales preferidos), el amor
carnal y divino, la charla con el amigo que se cruza en el camino y el
poeta leído, al que necesita decirle algo. Esta vertiente se asoma con
claridad en El tercer libro de los entusiasmos cuando Mármol Bosch
dialoga con la más antigua poesía china y otro poeta y matemático
muy admirado por él: Omar Khayam. Ante la muy eventual extrañe-
za –¡todavía!–de ciertos lectores por la combinación de estas voca-
ciones en un creador, habría que recordar las palabras de Saint-John

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Perse cuando ganó el Premio Nobel en 1960. El científico y el poeta,
enfatizaba el antillano, «sostienen la misma interrogación sobre un
mismo abismo, y únicamente difieren sus modos de investigación».
Por esta vía ocurren asentimientos y epifanías ante los paisajes más
frecuentados por el poeta. También puede ocurrir que las pregun-
tas cesan, le abren paso a profundas comprensiones interiores y en
una bella vuelta paradójica se pueden convertir en exclamaciones y
afirmaciones. Ya lo apuntó Santos López en la addenda que le hace
a Entusiasmos: la poesía de Mármol Bosch expresa «un madurado
lenguaje del alma». Se trata de un poeta que busca y vive, así lo ha
dicho López, «el arrebato de la luz».
De repasar algunas de las preguntas que recorren El tercer libro de
los entusiasmos, por ejemplo, es posible ver que siempre encierran
muchos misterios. El poema los va desplegando en el discurrir de
sus imágenes: «¿Podremos decir que el mundo derrota a la historia,
finalmente,/si andamos por un barrio que es nuestra alma?». Más
adelante reincide: «¿Cómo olvidar la lección del giróvago,/el que ha-
bita el Templo que es todos los templos?».Por este camino es posible
entrever que el leit motiv de la pregunta le abre paso a la agudeza del
epigrama y las contemplaciones de la naturaleza: «¿No es el Amor
más que el firmamento?», «¿Es también la mar el brillo de una fle-
cha?», «¿De qué color es el fuego que acariciamos?».
Y en estos avances el poeta comienza a tantear el terreno del mito.
Lo noto particularmente en tres ocasiones: «¿Eres Parsifal u Odiseo?
/¡Vaya pregunta! ¿No podrías ser ambos?», «¿Por qué el laúd de Or-
feo amansa las fieras/y a la vez las excita?», «¿Qué tinajas de piedra,
blancas como cúpulas, como la luz del día, /guardan el agua de Pro-
teo?»
Los rasgos anteriormente evocados, decía más arriba, se asoman
con nitidez ya desde Sueño de un día y particularmente en «Canción
báquica de la serenidad de la tierra». Aquí Mármol Bosch comienza

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a darle forma a su camino en la poesía con una dicción sutilmente
lúcida y de largo aliento que no reniega de las expresiones culturales
más populares, ni de los tesoros que hay en el cancionero venezolano.
No es azar que manifieste en las notas eruditas de El tercer libro de
los entusiasmos su cercanía con Luis Felipe Ramón y Rivera.
Hay en la poesía de Mármol Bosch momentos de una embriaguez
claramente dionisíaca, pero ese vino al que tanto alude y que dice
probar es también otro; impregnado de sabiduría metafísica, se
va destilando de manera dosificada en muchos de sus poemas. En
muchas ocasiones, de hecho, la voz del poeta pareciera sugerir que
va cantando mientras liba y camina: pareciera, por momentos,
adentrarse en profundos monólogos interiores (en el fondo está si-
guiendo la máxima de Antonio Machado: «Quien habla solo espera
hablar a Dios un día»). Este sentido de ir cantando un tanto em-
briagado por los caminos hace recordar un poema de Friedrich von
Schiller: «El paseo».

Alejandro Sebastiani Verlezza

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Hacer nacer árboles en llanuras sin sombra,
sólo por el don del canto.
Pero, ¿qué silencio es más hondo:
el de la llanura como palo de rosas
o el del pájaro?
¿Qué cuerda del laúd del mundo nos habla?
¿Realmente perdimos el secreto de las siete cuerdas?
Basta, tal vez,
dormirse bajo las estrellas de otro mundo:
así dijo uno de los poetas inocentes.
Las bacantes decían que los ojos de Orfeo
mezclaban en su filtro azul las flechas del sol
con las caricias de la luna.
Relatores de sueños divinos así lo revelan.
Y nosotros queremos que los ojos nuestros
sean como lo desconocido,
o como el alimento de la eternidad.
Y el relator, también inocente, nos ha dicho
que al despertar de uno de tales sueños, sumidos aún en la tiniebla,
un luminoso laúd brilla, solo.
¿Siempre podremos verlo?
Iniciarse en los misterios de Dionysos, y no ser Dionysos
es tal vez imposible,
pero no todos son descuartizados como Orfeo.
Mira la acacia amarilla, sí,
pero debes, a tu lado, tener un leopardo,
aquel que custodia los pámpanos.

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HACIA LA CUAL MI PENSAMIENTO VUELA

Otra cara, aún, del dulce desierto.

¿Cómo no añoras, es verdad, el azul de las cumbres?


Pero he aquí otra cara, de rosada luz, del dulce desierto.
¿Por qué cargar con el peso de palabras almibaradas?
Cada uno de los mensajeros se arrodilla ante el fundamento grave y
[noble.

No hay, en verdad, tanta tierra hecha de hojas negras.


Si el agua brota aquí, secretamente,
cada pájaro solo se alimenta y se abruma en el tembladeral.
Trinitarias, acacias, los árboles que insisten,
y claro está, toda la zarza que puede amarnos,
inmersas en la luz rosada,
nos aparejan a una tierra que sólo hace palabras su ofrenda
con el gesto de Ruth.
¿Hay recompensas, aquí, después de un pensamiento?

No brillan aquí falsamente la onda y el oro.


Tampoco muere, al parecer, la santa impaciencia.
Con soles y tristura
se olvida nuestra juventud, pero al mirarnos de súbito
nos mirarán iguales a ella.
Si cada palabra es un terrón, la tierra del dulce desierto apresa
con el silencio rosa y naranja,
los hechos de la ciudad al parecer inconsolable.

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Más allá otros árboles, que no conocen el otoño,
dan alimento a su ventalle
de un río que, como tantos, soporta nuestras inmundicias,
y aún así, provoca sentarse a su orilla.

Cuando el ansia de cielo nos enferma


-porque el héroe se niega a envejecer-
se aprende a respirar.
Horcas y vientos de la ciudad insondable,
y las puertas por donde escapa el oro hilado.
Hasta aprender al fin
que es siempre el cielo lo que se respira.

Podríamos decir, como muchos quizá,


que estamos cansados de ver hermosas vistas tan mareantes,
y ya basta,
nada más queremos para nosotros.
¿Pero no es acaso hermoso cualquier paisaje?
Después de algunos años, platicas con hombres como aquella tierra,
entre tanta pobreza,
y un fin se alcanza.
Ya nada nos impide bajar hasta las aguas.

Ahora es ya, ciertamente.


Pero no me he sentido súbitamente dichoso
por dejar de aplazarlo todo
para un futuro con certeza imposible.
Y sin embargo, es mucho hallar los fastos del héroe envejecido
cuando las almas buscan agua de cobre.

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No claudicamos en verdad, no hay que engañarse,
pero, ¿a quién no asombra oír su voz cascada?
¿No nos han dicho hombres festivos
que la voz es lo único que sobrevive después de la muerte?
Y la pregunta que más apremia y abruma:
¿quién diría que, justo aquí, estaríamos tan lejos
de los mares de sol cándido?
Piel de ocaso postrero y ojos claros,
¿se encogen de hombros los amigos de triste mirada?
Frente a un mar como hembra y licor,
un mar con crepúsculos de vientre inolvidable,
un deplorable cementerio:
nada de un Templo a Minerva, estable tesoro,
sino un cementerio mísero y feo.
Las ruinas, las matas de tabaco de flores tumefactas,
las grandes casas pobres, pero no marginales,
la pesca feliz, pero condolida:
¿un completo extraño soy?
¿No miras,
y aún más, no respiras, no escuchas ya como tus amigos,
como este mundo mismo, esplendor desolado?
Hombres locuaces de puertos pesarosos: cada palabra es un terrón.
¿Mas no es hermoso cualquier paisaje,
silencio rosa y naranja?
Se aprende a respirar,
¿y qué amor, el más atrevido de todos,
se conquista como fruto, como ofrenda?

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Quien desea abolir el tiempo
e ignora las ofrendas ante el Bosque Sagrado,
es alcanzado y herido por el tiempo,
sin piedad.
Ya nada nos impide bajar hasta las aguas.

Un completo extraño soy,


un extraño que ama las flores
y jamás podría repudiarlas.
Pero cómo quiero también
que algún día lleven caracoles a mi tumba.

¿Quién busca,
en medio de estos feos cementerios alzados frente a un mar
[esplendente
caballos de crin blanca capaces de arrojarnos a la mar con ellos?
Fue este el paisaje que nos acogió
cuando, de pronto, dejamos de ser jóvenes,
pero no hay que engañarse:
no viajamos hasta aquí para perdernos.
Con soles y tristura
olvidamos de súbito el río herido de inmundicia que aún tiene
[nombre de pomares
y su blanca paloma:
allá nos veremos con la luz del día.
Una misa en la madrugada
es el misterio de los ojos de roble,
destello de la luz de las batallas.
¿Es que los hombres más puros nacen en ciudades inconsolables?

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Como al bailar, se emula a los pájaros.
Los héroes celestes que todo lo hicieron con la potencia de su danza,
¿dejaron aquí sólo rabia?
Muere el día. Un ocaso trigueño ronda el plexo del sol.
Parece que aquí
el don de vida no pasa a las flores, sino a rudas conchas de mar.
Este sol se enrosca como en el vientre, agua de cobre,
las ruinas de la edad y el esplendor del alma.
¿Qué raza de hombres cree en cielos así?
Sol de cobre, caminos del agua,
son las palabras corrientes;
y los oídos del que ya viejo sale del mar son traspasados
con otro sol indiano,
cuando el oro de los árboles, los costados de grana,
dejan al fin conocer el afán de cortejos
del golfo luminoso, hondo y sereno.

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ARMANDO CON SU BOLSA DE CEREZAS

¿Podremos decir que el mundo derrota a la historia, finalmente,


si andamos por un barrio que es nuestra alma?
Sí podemos,
porque entonces el barrio es el mundo.
¿Qué hay en el cielo y en el aire
cuando comemos una fruta?
No será ahora como la anciana que come ciruelas
y mira el cielo blanco, la nieve sobre el árbol y sobre el suelo,
y el estruendo de los pájaros que se sacuden
sobre el árbol desnudo;
pero, ¿no es igual el consuelo?

De todo árbol nace el epitalamio.


La oculta ciudad, el hueso indestructible de nuestra columna,
el que guarda esa porción de médula donde el alma se asienta,
es la flor del cerezo;
pero, ¿lejos del mundo?
Lejos de los hombres huecos, tal vez.
Lejos sin duda del poder;
pero, ¿lejos del mundo?
¿Cómo podríamos, si estamos frente al mar?
Y si el mar fue lugar por excelencia del Encuentro,
si allí estuvo, como nunca, el Amado,
¿por qué nos dicen que un día ya no existirá?
¿Qué dices tú?

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Prados habrá, sin duda,
y muy singulares fuentes de agua.
La uva es guardián del alma
y la ciruela, quizás, como la amada;
pero el Agua es la ciencia absoluta.
¿No habrá un racimo de cerezas frente al cántaro de agua?
Más allá o más acá de nuestra ciencia
estamos siempre flotando.
Nos cernimos hacia arriba y hacia abajo, siempre,
abatidos por grandes mazos.
No hay que maravillarse de lo sucedido en una ocasión remota, nos dicen,
sino de que esto a diario suceda:
el mejor vino lo guardan
para el final de la boda.

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RUBAI

Por elección o por necesidad


mi vino es ámbar, prístina ciudad.
La diosa de la aurora y de la tarde
cual flor de flamboyán, es su deidad.

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¿Hay algo como el azul del día
sobre unas flores de color naranja?

¿El color del crimen no es, en cientos de lugares,


la vestidura de los perfectos?

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PRAYER IS AN ENDLESS CHAIN

¿Qué son realmente las estrellas fijas?


La turquesa del firmamento, un mar aún más espeso,
nos envuelve ciertamente,
pero también somos su corazón y su fuente.
Canciones del éxtasis,
lo que de pronto rememoramos es aquí y ahora.

¿Es estar fuera del mundo


o ser uno con él?
La súbita sensación, lo que rememoramos y es aquí y ahora
¿o incluso algo diferente?;
un pequeño sismo, que también sobrepasa
al que elige, al mismo tiempo, las alegrías de este mundo
y la paz del otro;
el que es, al mismo tiempo, un místico
y un iniciado,
el que a nada quiere renunciar.

¿Qué pensamientos van allende el sol?


O aún más, ¿qué suspiros?
Castañas de la bruma, zafiro;
preludio, ¿cielo único?, como el agua marina
o el dorado licor en nuestra sangre.
No hay presentimientos como los de un manglar.
¿Será siempre el Juicio un cisne,
un laúd en el sepulcro?
¿Estamos en sus cuerdas crucificados,
o más bien son peldaños

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como los entrevistos cuando en mitad de la luz
cerramos los ojos?
¿Es la aterida estrella matutina la luz de las batallas?

Cuerda de arco, cuerda de laúd,


la imponderable fuerza de la flecha que abate
¿no son todas mujer?
Aún en mitad de la neblina se evoca
como aquí, que se presiente el mar
incluso dentro de las montañas.
Como la mujer que baila en torno a ti,
y está en el origen de todo.
Océano del cielo. Más bien río. ¿Pájaro y ventisca?

¡Cierra los ojos y respira!


¿No es respirar, acaso, más sutil que ver?
Sí, pero sólo el oído puede ir más hondo.
Estar cerca del reino ancestral, sin ser niño ni viejo: he allí un reto.
Donde danza aquella mujer,
nunca iremos sin afinar nuestro oído.
Allí, cuya última piel pulsan los árboles,
allí, donde tiene lugar el desposorio incomparable.
¿Por qué la moneda que ella trajo, la más franca,
no era aceptada?
¿Por qué tuvo que volver al cielo con su cuita
para que la moneda fuera reconocida,
y sólo entonces, al venir aquí por vez segunda, lo fue?
¿Aún está vedado preguntar por su nombre?
¿Hay siempre un cisne que nos interroga?

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¿Cuánto tiempo ha pasado
para descubrir que tenemos
no sólo un pájaro en la frente
sino una piedra lunar?

Flores blancas de savia púrpura


no importa cuán pequeñas,
en medio de la turquesa del firmamento:
escalas u oleadas, ¿cómo contempla el austero?
¿No era su reino el de la luz y el fuego de oro
pórtico de las estrellas fijas?
¿No es acaso nuestro dedo más pequeño
el dedo del cielo?
Ojos abiertos en la piedra u olíbano,
siete son. ¿Algún pájaro los tiene?

En la turquesa de este día aparece la luna,


que era igual al sol
hasta que el ala del Mensajero la cubriera.
A cualquier hora sobreviene el éxtasis,
¿pero muchos son, o es uno solo?
¿Quién lo revela?
¿El ave atada a nuestro cuello, quizás,
cuyos ojos son el libro,
la que descubre las estrellas fijas en el cielo nocturno,
templo clausurado?
¿En cuál hueso indestructible
dicen que permanece el alma?

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Mira la luz:
¿no está dentro de ella la ciudad oculta?
Luz es la ciudad oculta.
Difícil es saber cuáles son estas aguas.
Aquí, rocío de perlas, ¿cuál es ya el corazón?

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INTENTO COMPRENDER A KHAYAM
(Diálogo con Santos López)

Las jarras hoy llenas de vino,


¿están hechas siempre de nuestras cenizas,
y aún del hueso indestructible
de nosotros los ardientes?

Mis cenizas quiero que las arrojen al mar,


en Carmen de Uria o Naiguatá;
¿cómo buscarlas allí para hacer una jarra?
Quien quiera puede acercarse,
recoger un poco de agua, de esa misma agua,
y echarla al barro del Alfarero.
Y también una piedra, un hueso
que en su entraña recogen arcilla de Luz,
la ciudad indestructible.

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TÁNGARA

Un templo rojo y negro, resplandeciente,


¿es una niña que en las temibles calles de la madrugada
se me aparece y me dice:
yo te amo, te protejo?

El Pico de Plata que en la mañana de los pinos llenos de agua


viene a silbar conmigo y de pronto se para al lado del azulejo,
¿me dice que, por fin, puedo hablar con la niña?

Bien conoce el recinto celeste la tángara rojinegra.


Es Dionysos nuestra garganta, y no sólo por el beber.
Sangre de toro, terciopelo que asoma,
¿vuelas al norte, y pareces quedarte?
¿A dónde viaja, para ser rey,
aquél cuya caza se oculta a las miradas familiares?

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EN MANOS DEL ESPÍRITU

«Toda obra es una Venus de Milo».

Así lo creía,
pero ahora no sé.

Y además,
¿realmente importa?

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LA PALABRA Y EL DESEO

Los ojos abiertos en la piedra.

¿Quién está preparado para el milagro,


que irrumpe
cuando así lo quiere?

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INTENTO COMPRENDER A KHAYAM, OTRA VEZ

¿Es toda flor la blanca mano de Moisés,


Omar ?
Mucho intento no ser un lotófago.
Ellas guardan, también, mil gracias del Amado.

Que brote, sí, un mareante olor a vino de nuestra tumba,


negro, blanco, rojo vino.
A nadie agobiarán allí las dos caras.
Que brote ese aroma también de mi tumba, que puede ser una
[tumba de agua,
serena incluso para los amantes, con todo su estruendo y su vaivén.
¿No se convierte el agua en vino, siempre?

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CUJÍ

No hay flor más sutil que un laúd.


¿Quién asciende de la tierra al cielo
sin el paso por los mundos?
No hay luces o siemprevivas doradas
sino otra flor dentro.
¿No habla el Espíritu en almenas?
¿El sol te ilumina, o tú iluminas al sol?
Sólo el íntimo no ve en esto blasfemia.

¿Realmente perdimos el misterio de las siete cuerdas?


Igual en tierra arrasada o vergel:
el que más resiste, el más sutil,
¿quién como tú va de la purificación al Paraíso?
También tu sombra nos inflama de deseos
¿Cuánta agua cae de las sutiles frondas?
¿Y para qué?
¿Qué es mejor que un árbol pequeño para el amor?
Conozco ya la púrpura a ras del suelo,
y el aire de estos sotos es algo inaudito.
¿La diosa de la tarde está escondida?
Cuántos estambres, cuántos emisarios:
vino y cuerdas de seda, las de la música de la amada,
dice el santo que toman por sibarita;
y esperamos la aparición de la falena azul
aunque nos sorprende, al mediodía saturado,
la lengua de la isla muy al Norte, donde estuvo el Centro.
Cualquier corriente de agua es un pájaro,
tal vez, un colibrí.

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La fronda sutil llega hasta el suelo, y camina por él.
¿Quién desliza sus dedos por los siete cielos,
la flor con otra flor dentro, la almena,
el laúd rojiblanco con las puntas doradas?

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Los pájaros no suelen volar cuando llueve,
pero acabo de ver un zamuro
volando bajo la lluvia.
Se posó en una antena
y bajó las alas como baja los brazos un hierofante.
Cayó un relámpago
y un trueno nos sobrecogió.
El zamuro descendió a ras del tejado
con las alas siempre bajas.
¿Un fuego de naranja
es el ámbar de Tasnim?

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ICOR

Mira el color de tu sangre


y mira el color de la de ellos.
¿Ahora entiendes
por qué los ángeles se arrodillaron ante Adán?

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LA VIRGEN DEL ÁRBOL SECO
(Petrus Christus)

¿Quién es maestro de las sagradas entrañas


sino aquel que deposita, con sus ojos exhaustos,
sus ilusiones a los pies de un niño que nace?
Todo el cielo, volcado en los abrojos,
es el miraje de la Natividad.
¿Cómo pueden los abrojos mostrar un arco iris?
Son los magos, los magos,
lo que a la postre descubrimos.
Hojas de oro recubren nuestra desnudez.

Aún siguiendo la Estrella


cada mago es una estrella.
Esto que miramos, ¿son ramas del árbol seco
o sus raíces que se hunden en el aire?
Cada estrella es un fruto.

Madera y viento, mujer.


¿Dónde comienza una escalera? ¿Dónde termina?
¿Desciende acaso del lugar donde las almas se arremolinan y
forman pájaros?
Hasta el ápice del monte sólo hay sacrificio
y árboles ya sin hojas, nuestra auténtica madre.
De allí nace el Árbol.
Árbol del rocío dulce, de la sangre nacido.

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Aquí se colocan piedras
y derramamos aceite sobre ellas;
¿pero en verdad el paisaje
importa más que el hombre que lo habita o procura?
¿Quién nos podrá responder?

Cardo santo, elíxir de los magos,


miel en las puertas del cielo:
la comida de los Elegidos
es veneno para el resto.
Pero ellos, los magos,
que bien pueden volar de un sitio a otro en un instante,
proclamando su grandeza,
podrían morir por un exceso de dicha.
Ellos, que desde su abismo no dejan de probar a los hombres,
¿podrán verse impedidos de andar?

¿Cómo olvidar la lección del giróvago,


el que habita el Templo que es todos los templos?
Mayor es el Océano que la espuma.
Mayor es el arrobo, mayor la admiración
que la manía del secreto.
¿No es el Amor más que el firmamento?

Cardo estrellado, blanco y púrpura.


¿Por qué dicen que el mar no existe ya?
¿En dónde más pudo nacer este árbol de blanca savia?
¿No deja dulces las aguas amargas
apenas arrojado sobre ellas?

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Y ya sin sombra, ¿no es un corazón?
Uno quisiera conocer
si es de hombre aún, o de animal,
hermano de la Estrella.
¿Y dónde hunde sus raíces, entonces?
¿Allí donde las almas se agrupan y forman pájaros?

La tiniebla más honda no es tenebrosa.


Fuego negro, tiniebla de cristal, tiniebla de seda,
¿cómo brillas tanto, hija de tu Hijo
de allí salida, quien la alumbra de veras?
¿Estas son hojas o frutos de oro?
Más que sólo cubrir la desnudez
nuestras caravanas, o tal vez los navíos, procuran ya
la primera luz de los abrojos,
el don del héroe envejecido.

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MELANCHOLY GALLIARD

¿No eran las flores de la Jacaranda y el cielo blanco


una señal incomparable?
Ahora nos sepultan, una tarde cualquiera,
y aún no somos viejos.
Nos dejan, quizás, un poco de decencia,
lo que nuestros mayores han dicho que es la felicidad.

Aún persiste el sueño de la fuente iluminada


ocupando el centro de un espacio abierto.
Los senderos hasta ella
nunca son, al parecer, los primeros que elegimos.
Hemos elegido el bosque sagrado.
Y aún así
¿qué inopinados senderos nos llevan hasta ella?
¿Y cuánto tiempo, cuánta vida se consumirá?

¿Qué son realmente las estrellas fijas?


Preguntamos, andando por el bosque sagrado,
menesterosos.
¿Es estar más allá del mundo
o ser uno con él?
Otra cosa se recuerda:
ojos de muselina, humano resplandor,
un mediodía mujer,
algo difícil de ponderar.

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Es un monte, y no un cono de sombra
lo que la tierra arrastra tras de sí.
¿Eres Parsifal u Odiseo?
¡Vaya pregunta! ¿No podrías ser ambos?
Siempre hubo miel en tus ojos.
«Tu mirada es, también, secretamente verde»,
dice quien te ama.
A nada has querido renunciar.
Has llegado a creer que el más puro es el más deseoso.
Hay, en verdad, la sublime vía de la renuncia,
pero todo, en suma,
¿no ha de emprender su vuelta como ofrenda?

La luz ciega siempre. También la luz otoñal.


Pero los suspiros que arranca, ¿no son los más puros?
Brutal, áspero, y también lo más bello,
es el tronco de un árbol.

Entre el instante y la historia, el devenir,


¿qué es más poderoso?
¿Y por qué preguntamos esto?
¿No se iluminan el uno al otro?
¿No debemos, para conocer mejor la revelación,
regresar, otro día y a otra hora,
al lugar donde ella fue?
¿Cómo has olvidado
que en cada hora del día y de la noche
puede sobrevenir de un modo distinto el éxtasis?
Al regresar, un día radiante de Julio, y aún con pocas flores,
la Jacaranda vuelve a ser lo que había sido.
¿Y no era ya esto, y también lo que después sentimos?

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Ahora mis anteojos, la piel de la garganta que cuelga
y la sorpresa de volver a ser delgado,
me dejan adivinar cómo seré de viejo.
¿Páginas coloridas de días descoloridos?
El otro bosque, el que está en todos nuestros sueños de una casa,
¿no rodea nuestra tumba, allá en el patio?

Hay bellas tángaras que vuelan,


puertas que son ataúdes
pero abren o cierran templos como códices.
Tras un tiempo impreciso, pero casi siempre largo,
abre aquel monte un cielo con luna diurna, su otro semblante tal vez,
rama dorada, como el Ángel de la Anunciación.
¿Acaso me pide que permanezca quieto
el que guarda el secreto de mi palabra?
«Yo, que por el Más Alto designio soy señor del cambio,
te digo que permanezcas quieto.
Al invocarme verás un ahondamiento del negro al rojo
y todo el espanto, vana musaraña, que se disipa».

Y aquí, en este instante,


una fronda sutil, un laberinto, el véspero,
cielos de Jacaranda, no tan blancos ya,
loores del solsticio.
Una granada de diez mil ojos, un vestíbulo
y una Anunciación en llamas:
¿de dónde sale tanta luz,
en aquel recinto bajo tierra?
«Como el cielo en todas sus partes», dice la inscripción.
Nocturno amoroso, vino del cielo, ojos iluminados o cadencia rota,
manto de Jacaranda o azul naciendo de la negrura,
¿qué hombros cubre? ¿No hace más dulce incluso al Rostro Supremo?
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De Occidente a Oriente, del Septentrión al Mediodía, del Nadir al Cenit,
y el nocturno amoroso: ¿cuántas estrellas fijas vislumbras?
¿Y cuánta luz habremos de alcanzar durante la vejez?
No seguiremos viendo de soslayo nuestro anhelo:
cuanto hemos hecho
es lo que a los hombres permite llegar al centro de aquella plaza,
pese a las noches de dolor salvaje.
«No basta con la luz del rostro,
que es, o parece, siempre ocasional», dirán algunos;
y dirán que toda fatiga y toda abrasión,
acompañan también a los que logran la conquista mayor.
Esto parece indudable, pero tras un momento, uno pregunta:
¿acaso aquella risa, y aquella música,
no enlazan las cuatro edades del hombre?
He aquí un umbral.
De todas nuestras fiestas, ¿cuáles recordamos más?
¿Aquéllas en las participamos?
¿Aquéllas que sólo contemplamos?
La piedra y la puerta, el tronco de un árbol
¿qué océanos abren?
En el vientre y en la coronilla nos anegan,
en la noche sagrada,
cuando los cantos de ranas nos dicen
que hemos llegado al centro de la plaza iluminada.

42
¿Qué mujer dirá que su matriz es la superficie del orbe?
Y, sin embargo ¿no es en la noche cuando se renace, se nace incluso?
He allí la otra mujer: ¿cuál reina, de las dos? ¿Cuál es sacerdotisa?
Sobre la piel del orbe se enciende la llama, siempre en voz baja,
y el que celebra sabe que en el leño, lanza y vientre, duerme el
[aliento grana,
el vuelo osado de la plegaria.

43
DIÁLOGO CON ZHAO ZHOU

Detrás de los árboles negros


la franja del amanecer.

44
El Espíritu podrá levantarte después de que la muerte te haya
vomitado a sus pies
y decirte: A partir de ahora seré yo quien te vomite
en los días terriblemente tristes.

El Espíritu podrá sacarte del hormiguero al que fuiste arrojado


siendo un niño mínimo, indefenso;

pero, ¿quién puede alcanzar la Iluminación si no ríe?

45
A LA SOMBRA DE LOS MAESTROS VERDADEROS
(Tercer asedio a Khayam, y otras cosas)

Algunos han enterrado a sus muertos en cántaros de arcilla


como si los hombres fuésemos manuscritos.
¿Lo somos? ¿Lo seremos?

¿No es mejor usar el aceite de cedro


para encender o perfumar la hoguera donde arderemos,
para que el humo nacido de nuestra hoguera perfume cielo y tierra?
¿No es mejor, antes que ser enterrado en un cántaro,
ser el cántaro mismo?

¿Debe el mago mermar a favor del ermitaño, el hombre amoroso?


Esto no es un sacrificio, porque el mago conoce el vino.
¿No fueron hechos los cántaros para el vino,
más que para los manuscritos?
Nada existe, en el Cielo y en la Tierra, sin un libro;
pero, ¿qué cosa es mayor?
Si apenas la copa es el rostro de Aquel, que nadie verá,
¿habrá gestos, que ya no palabras, para el licor?

46
ALLEMANDE

¿Qué diapasón hay en tus senos?


Hundo allí el rostro y oigo tu piel, y quizás la piel del mundo.
No son tus latidos, no: es algo anterior a ellos.
¿Por qué el sonido que escucho al poner mis oídos sobre un caracol
es casi igual?

Un durazno vesperal, un bochorno dorado;


la savia del melocotonero vuelve el cuerpo luminoso:
así me han dicho.
Yo respiro tu piel,
algo, según parece, tan inefable como oír.

Es verdad: la nota fundamental está en todas partes.


Pero yo, necio, no esperaba encontrarla allí.
Dices que habitas el cuarto final de la casa.
Pero, ¡niña!, ¡si justamente eso es el mundo!
La penumbra que estremece al infante que topa con el Verbo
(allí estaba del todo: no se lo presentía),
fue siempre una piedra de ojos abiertos.
¿No se halla completa ahora, cuando acoge nuestro lecho?

A través de todas las cuerdas:


¡que así se disipen los sobretonos!
De la flor del melocotonero o las flores del ciruelo,
¿de cuál nos vamos a alimentar? ¿Y cuándo será?
¿No hemos vivido mucho ya? ¿Qué fantasía nos apresa?
Segundos hay sin calendario, como dice mi hermano,
y yo hundo mi rostro allí.

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¿Cómo ha de oler el esmalte?
Cada estría de tus senos es hierro de vitrales.
Quien tiene tu pezón entre el pulgar y el índice, como se estruja un
[ grano de café,
sabe o cree que el Cielo de la luna es el de las estrellas fijas.
Hay un solo Cielo.
¿Cómo podrán nuestros oídos privarse del tacto que va a morir?

(Pero no es sólo tu pezón entre el pulgar y el índice:


es la palma de mi mano rodeando tu seno
y yo creyendo morir.
¿Quién piensa en música entonces? )

¿Por qué el laúd de Orfeo amansa las fieras


y a la vez las excita?
Porque suena y se oye agua, y aire también:
así tus cabellos confundidos con las tiras de tu blusa
cuando la luz abruma tu torso.
Aún así, no hay blusa como tu piel y sus caminos,
ni puede.
Tampoco papel o pergamino:
hay que escribir sobre ti, sobre tu piel primero;
escribirte, me dicen al oído.

48
LA FIESTA INNOMBRABLE

Abrir castillos

Por dondequiera, en hojas, tu albedrío


hasta en el mar creciendo tu corona
y en cada hoja la estación de gloria

abre un castillo al ciervo del estío.


Y el más celeste junio vuelve y perdona
llamas al viento, nieve a la memoria

José Lezama Lima

Abrir castillos al ciervo del estío


es hermosa obsesión.
El estallido de un bucare, el de un araguaney:
sol sobre los muslos de la diosa
pero también frontera, coyunda entre uno y otro Paraíso;
el amor es uno solo.

Abrazar con las cejas es cándido, y fatiga.


¿Cuántos alcanzan, sin abandonar su cuerpo
la visión que sólo tras dejar el cuerpo es cosa común?
¿Sólo la mujer tiene una casa inmensa en los oídos?

49
Aguas del sol, araguaney:
¿una voz de torrente y duraznos
es don del alma contemplativa?
No conozco las flores de durazno,
pero me han dicho que con el agua huyen, que corren siempre,
y es casi imposible hallar la gruta al pie del torrente.
La voz podemos hacerla nuestra, nuestra voz:
lo único, nos dicen, que permanece intacto después de la muerte.
¿Quién ha de morir, falena azul?
Tú eres el invisible regato,
el rostro anochecido,
pero este cielo es el único azul incandescente.
Cielo y araguaney, sol sobre los muslos de la diosa,
¿qué piélagos respiro?
Pero el púrpura azurado, ¿asciende o desciende?
¿Dónde está nuestro rostro?
Uva, estrella nocturna, guardián del alma:
son plaza fuerte las constelaciones, luz de la otra mitad
tras la invisible corriente.
A veces, entre felices y abatidos,
pensamos que todo es un castillo,
porque ante la súbita visión de cualquier cosa se realiza lo
indescriptible.
Pero tal vez no es así,
tal vez hay una grieta en el arca,
y merced a ello, rodeando los tesoros de la visión,
recibimos palabras.

¡Quién soñara con vino!


El agua es mayor que el vino, ciertamente,
pero su ciencia verdadera no la podemos conocer,

50
si no hemos conocido la del vino.
Tan sólo aquí el azul es incandescente.
Este sol y sus aguas, los montes, el azul anegado,
¿nos elevan al fin? ¿Nos anclan aquí como nunca? ¿Qué es esto?
Amores de cóndor, ¿qué son?
¿Somos o seremos caparazones de chicharra
porque las aguas del sol fatigamos
abriendo murallas del Misterio?
Vino, aliento y tiempo, ¿una sola palabra? Difícil es saber.
Primero se conoce el vino.
Misterio y Vino tienen la misma cifra.

51
II

Otra vez

¿Qué vino ofrendan las buganvilias?


Y el lirio invisible y amarillo en su entraña, ¿cuántos rostros evoca?
¿Por eso las llamamos trinitarias?

El calor del sol se hace vino, con el jugo de la vid,


no sólo en la Edad de Oro.
Para el mundo creado,
la Edad de Oro no es un recuerdo.
Singular cosa es nuestra alma.

Habitar susurros como velámenes es el cuerpo glorioso, Joseíto:


¿cuál es su edad?
Meter las manos en el costado
en mitad de la luz que arrulla, incluso nace de las piedras,
ojos abiertos, peces o agua luminosa,
parece cosa de otro lugar, un desierto más y menos áspero.
Colinas peladas, trinitarias y su luz eucarística,
tierra rosada incluso, e hilos de agua,
nos aparejan a las frías provincias: una Anunciación frágil, femenil,
y el León, fuera de la cueva, a los pies del mensajero.
Tú lo supiste, porque adivinabas en el rosa de los terrones
el consuelo del cuerpo triste,
mientras decías:
Códice el aire en su miniado pliego.

52
III

Misterios

Ya en tus oídos y en sus golpes duros


golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de Apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.

José Lezama Lima

¿De qué color es el fuego que acariciamos?


¿Quién lo dice: nuestro amor o la hiena?
La hiena, el vidente profundo, sabe quizás mejor que ninguno
cómo podemos, al mismo tiempo, durar y arder.
La sabana nocturna y calcinada, donde brillan sus ojos,
¿es tal vez como los paisajes que en los éxtasis con nuestra amada
[entrevemos?

Un día nos destina a la sal, nuestra única Isis:


no hay cantares de gesta como los suyos.
Pero en las playas donde resucitamos, ¿hay espejismos?
Sólo son puertas abiertas, quizá.
¿Qué tinajas de piedra, blancas como cúpulas, como la luz del día,
guardan el agua de Proteo?
Muros invisibles,
¿no circundan la mar que está detrás de los desiertos?
¿Damos con un mundo que se mueve,
agua de veras mujer?
53
Dicen los fuegos: la imagen de una persona muerta
nunca es vista cavando la tierra.

¿De qué color es aquel fuego, Joseíto?


El vino ha de convertirse en agua, nuevamente.
Pero los ojos infantiles, ciegos por el agua y por el cielo,
rondan o recuerdan el color de aquel fuego, marfil o flor de jacaranda,
puerta vesperal.
Los ojos ciegos por el agua y por el cielo
son los que más quieren pintar la luz,
pero aún somos muy niños para escucharla.
De todo árbol nace el epitalamio.
¿Dónde está nuestro rostro?
Si apenas la copa es el rostro de Aquel, que nadie verá,
si ya ante el pavimento de zafiro a sus pies se tiembla por la vida,
¿habrá gestos, que ya no palabras, para el licor?
Sólo podría decirse que es la llamada verídica.
La copa es el rostro de Aquel, nos han dicho.
La música de los espejismos es burbuja
en la música del vino, pleamar,
siempre menor y mayor.
No hay que maravillarse de lo sucedido en una ocasión remota, nos dicen,
sino de que esto a diario suceda:
el mejor vino lo guardan
para el final de la boda.

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POMAGÁS

¿Esta púrpura no es la de San Bernardo,


el que al fin tomó el lugar de Beatriz?
¿Saben ya
para qué se preparan nuestros ojos?

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Agua parpadeante, Ojo que guardas
Bajo un velo de llama tanto sueño

Paul Valery, El Cementerio Marino


(Trad. Jorge Guillén)

Del tardo mediodía,


del prolongado mediodía y sus azotes,
¿no hay huellas en este resol, pulso de la cortina de nubes?
¿Se sueñan a sí mismos?
¿No es este resol el rostro o los muchos rostros detrás?
¿Qué aguas estamos mirando?

La compasión que canta, la compasión que cuenta,


agua de veras mujer.
¡Y la que canta es la más áspera!
¿En dónde está la luz que se respira?
La tierra clara y el agua que es ya sólo fuego,
¿harán que olvidemos nuestros ríos de vino?
¿Y cómo podrían?

Alguien preguntará: el mejor de los entusiasmos, ¿no es siempre nostalgia?


Y esto es así
incluso, o sobre todo,
para aquel que a nada quiere renunciar.
La tierra clara, piel de la tierra,
la que limpia las manos al tocarla,
nuestra piel, oro-azur, pero también vino y esmeralda
son, finalmente, otra manera de la luz,
por la cual vemos todo lo que puede verse.
La piel del agua, trémula,
¿canta cuando se mira el fondo, y si no, cuenta?
¿Canta cuando en el fondo se mira, blanco,

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el vuelo del buitre, su piel?
De blanca piedra en su cerebro
nace, nos dicen, la leche de las mujeres.

«¿Podrá la piel del mar tener estigmas?, canta el sol inocente.


¿Cómo despierta, sin palabras, la memoria?
¿Qué arena no está hecha de joyas?
En toda orilla están las islas divinas,
y hasta un hilo de agua sucio y mancillado, que allí desemboca,
nos da, si a pie lo atraviesas
frescas noticias de la soledad divina.
Nace el mundo: una flor se enraiza en el agua.
Así dicen quienes la han visto rodar por el cielo.
Este buitre es el loco, el bufón, la sabiduría divina.
¿Es también la mar el brillo de una flecha?
La luz al Norte, ¡cuántos estigmas señala!
El mar es hijo del mayor de los laberintos:
por eso uno se pregunta si ha de existir por siempre.
¿Y por él no se viaja hasta los santos lugares?
La flor de las aguas es todas las flores,
la de mil pétalos y más;
y uno, tan torpe dibujante y tan necio danzando,
¿no anda siempre como si dibujara?
Hay un canto firme, una sagrada obstinación, en cada giro.

El mar abraza al elegido, y lo hala.


Sólo tras larga súplica lo retorna.
¿No está el perdón escrito sobre la arena, con blancos guijarros
dentro de una fortaleza de arena, hecha por una niña?
El agua borra la escritura, no el perdón.
Antes de partir, debo sentarme sobre el agua.

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URAPE PURPÚREO

Tan sólo aquí el azul es incandescente.

De tanto que se respira, se presiente el mar,


creemos que el urape es almendrón o uva de playa, y así lo soñamos.
Pero su flor, su orquídea, que llaman aquí la orquídea del pobre,
es, a un tiempo, el estigma terreno, impronunciable cristal del estío,
y la fresca, sutil Anunciación del véspero.

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EL HÁLITO Y EL CIELO
(Colonia Tovar)

acariciarte, sólo acariciarte,


muralla encendida sobre el cielo

Alejandro SebastianiVerlezza

¡Cuántos pinos renegridos!


¡Cuánta agua puede recoger el tronco de un árbol,
de seguro venida del mar!

Y aquellas flores sorpresivas, azufre rojo, ¿sólo las hay en la


[montaña?
(Los más viejos dicen que son el hálito de las narices del sol)
¿Cómo es posible? En verdad sólo puede haber música o alegría
si a la montaña van cualquier pájaro y cualquier viento,
venidos de cualquier lugar.
La lluvia no puede evitar
que el más sutil de los instrumentos suene.

¡Cómo nos dolían las sienes


al llegar o irnos de allí!
¿Pueden ya vencer nuestras náuseas
el hálito y el cielo,
los suelos de hebras y frutos de pino,
el ocaso tras las redes sutiles
y la sombra del bardo que ha llegado
hasta un insólito lugar que, sin embargo, reconoce?
La niebla enseñoreada

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de donde salen pájaros como heráldica,
vestidura es ya
de aquel cuya herida fue curada por la lanza que la causó.
Vellón o almendra de negra sangre,
¿el mirar que suspende los otros sentidos?
¿El alma, puente y bisagra, gozne de fuego?

¿Toda piel es escritura? ¿O copia alguna geometría del Edén?


Aquí no contrapuntean las estaciones.
¿Pero desde aquí no se mira casi toda la bóveda celeste?
Así son los mapas en nuestra piel.
Ni el árbol ni la estrella son de Oriente u Occidente,
muchos de ellos hacen ya las veces del olivo.
¿Qué aspersión, qué Leteos se insinúan
sobre el árbol, lo más noble y lo más áspero?
El cielo es otro cielo
cuando a cualquier hora lo miramos detrás de un pino.
Así buscan los habitantes de la noche las flores blancas.
¿Cuándo no se renace de noche?
El viento afilado busca los gallos
aún desde ahora,
cuando el poniente sopla azafrán en pinos llenos de agua.
¿Viento y árboles son en verdad lo mismo?

Hay una Mazurka tenue, que no desaparece,


y el humo de las casas curiosas,
u otras flores, las pomposas hortensias y su niebla.
El mohín, el rezongo nostálgico,
nuestra rebelde cabellera, ya vieja y húmeda,
hierro y bronce, que a la larga en nuestra piel se adivinan,
el aliento y el cielo:

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la estrella del tiempo dorado fue un valle.
He aquí la estaca donde atan los corceles,
o fugaz, algún treno de hierro:
la esencia y el aliento, la espada,
¿como tu piel ostenta marcas de la roja estrella polar?
De cara a este mundo nos asedia una veleta, su gallo y sus flechas,
como la última mirada.
Grato escozor, ¿lirismo indócil quizá?

Tiene ocho trazos la vasija de bronce.


Y su ademán de hierro, sus limaduras, la hiel con que lo forjan,
¿darán a tu rostro la belleza
del otoño canicular,
del raro otoño en mitad del verano?
Su eólico bronce te dice cómo guerrear sin odio,
o la roja estrella polar en nuestra piel.
¿Puede ya nuestra cabeza latir a este ritmo?
Pura es la atmósfera, de agua y cielo tamizado de canela y salmón.
Aquí y en otra parte, émulos de la consorte del fuego,
Ariel y su séquito disipan todo espejismo.
¡No son aquí aprisionados!
Frotan el silbo y algún aguaviento la cabellera del pinar,
y ahí están, haciendo polvo vanas efigies.
Aún se forjan o blanden espadas (¿cuáles?),
que para nuestro asombro serán maestros, los más íntimos incluso.

¡No sólo árbol y viento,


también árbol y seda son lo mismo!
Y un abismo es un carruaje, al parecer.
Padre has sido de veras, y siguiendo los pájaros,
lo eres aún ahora, y eres mucho más.

61
La cruda música del mundo te persigue, te inquiere,
laberinto es flor innombrada, hortensia o cabellera de pino,
¿somos entonces como los forjadores,
incapaces ya de escuchar el ruido que hacen?
¿Por eso los miramos, a los árboles?
También el trueno es un cuenco vacío:
así estoy mirando pinos
y recogiendo sobre mí el aura celeste,
el orvallo sobre mi cabellera.
¿Por eso los miramos?

No hallo la copa aquí. ¿Podrá un varón sostenerla?


Una llaga ya prístina, tal vez ya cicatriz,
en el plexo del sol, carro y caballos, es la piedra angular;
justo a la mitad, donde se oculta tu amor.
Esto se sabe. ¿Podrá tu amor decirnos cómo sostenerla?
Sol y trueno los miras, tiempo ha que tus sienes están despejadas,
reconoces los giros del mundo, por fin,
brasa parecen las hebras de pino,
se forja en el suelo tu música interior:
el fuego y el hierro nunca están, en verdad, separados.
Lo sabes viendo este sol del ocaso
(¿qué nueva púrpura descubre sobre aquellas flores?),
pero aún más, ¡mira tus propios ojos!

A Federico Ferro

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Tan sólo tiempo puede ofrecer la vida,
centrífuga ilusión:
Así decía yo.

Pero ahora, por fortuna, no lo sé.

63
SUSPIROS

Cerré los ojos tendido en el lecho.


Era de día y miraba la ventana: esto suelo hacerlo.
Al cerrar mis ojos,
se hizo dentro de ellos el índigo imposible, la esmeralda incomparable.
¿Hay algún templo clausurado, ventana o vidriera como mis ojos cerrados,
como los colores que dentro de ellos se forman?
Por causa del amor, entonces dije:
Amor sin límites, ¡cómo me has maltratado!
Y el índigo y su costado, la esmeralda,
continuaban allí, sin mudanza,
tan quietos, tan en silencio como mi respiración,
como el plexo del sol olvidado.
Algo tan inaudito que al tocarnos
(y siempre nos toca por vez primera)
ni siquiera sabemos llamarlo dulzura.
¿Son aguas que se mueven otra vez,
es el viento disolviendo los hielos
o es el lago que se aquieta al pie del monte?
La boca es un corazón, un párvulo sol:
se alimenta y exclama.
¿Quién hace preguntas
cuando celebran sus bodas el Cielo y la Tierra?

64
SOBRE UN VERSO DE QIAN QI

La bruma azul del otoño


apenas puedo imaginarla.
Pero el celeste azafrán de un bucare
se me antoja ya un pórtico de la más áspera desnudez.
Los huesos también comienzan a hablar
como hojas crepitando.

No hay vino por las hojas calcinadas,


nomás aspirar el olor, adivinando al fin nuestro semblante,
y el silencio de los hombros.

En tierras donde nunca se escucha un solo acorde,


¡cómo combaten de pronto
las moscas de este ardiente otoño, la carcoma
que dibuja sobre nosotros un estro de rutas,
los colores de la soledad!
Y si velocísima, como en cualquier lugar, es la huida del tiempo,
mucho más velozmente están verdes los árboles otra vez.
¿Es esto aún más cruel que en otros lugares?
Al pie del bucare se divisa la gruta,
y más allá de las alteraciones implacables,
de la gordura y los ojos tristes,
mi casa no está vacía.

Como quien camina por una acera soleada


teniendo a su flanco una iluminada arquitectura,
como en mi niñez,
¿hay algo más breve que el alma rebosada?

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Creo dormirme en el otro mundo.
Dejan los labios el vino y nos saturan
los melancólicos idilios,
la naturaleza que se oye, se mira, se huele,
nos quita siempre las palabras, o casi;
sobre todo, se respira.
Y gruñimos como el forjador, viento y madeja de seda,
aún sólo contemplando.
Dios habla con la misma frecuencia que lo hacen los árboles,
dicen las ráfagas sorpresivas.
Pero, ¿cómo y por qué suena el sonido?
¿Pulsan el éter los árboles siempre?

Nueve cielos, nueve manantiales,


¿hay sombra y eco a sus pies?
La danza de Teseo, ¿qué pájaros la danzan?
Las estaciones del sol, cuervos y el sol de los venados,
los diez soles del poniente,
un solo giro son,
más lento o veloz, según nuestra visión.
Pero el aire, ¿de qué se impregna,
cuando pasa entre las cuerdas del laúd?
Las roncas vestiduras de la tierra,
olas pertinaces, pájaros que son uno solo
(¿qué son, sino un árbol, las palabras?)
y respirar, algo tan inefable como oír,
férreas oleadas, que únicamente la soledad revela,
bruma solar, añiles y tristura:
¿me entreno así
para entrar en los territorios de la muerte?
¿Qué pájaros danzan, aquí,

66
la danza de las grullas?
Nombra sus nobles trazos el laberinto:
un espejo quizás, remolinos de agua celeste.
Cierro los ojos como si volara.
Como dicen los augures,
el calor del sol se convertía en vino
con el jugo de la vid, en la Edad de Oro.
¿Y ahora no es así?
Pequeño loto del corazón, el oído,
la voz que crepita, amorosa por el pesar,
¿no era para ellos lo mismo «quietud» que «golondrina»?
¿Viento y árboles son en verdad lo mismo?
¿Es la octava cuerda, la que buscan los árboles?

Ninguna estrella fija es ignorada por los muros, las frondas,


y el azulejo sobre el bucare.
Los muros se alzan como danzan los pájaros y los peces remotos.
¿Me caigo? ¿Alzo vuelo?
El áspero canto de la tierra,
la quietud del equinoccio,
el amargo zafiro que nos hace sentir, aún mayor, nuestro peso:
lo que miramos pesa tanto como lo que se desconoce, el cielo o el
[otoño, largo tigre,
la armonía áspera, la cítara que, nos dicen, es la templanza.
¿Pero cómo ha de serlo
si es el mismo vientre del cielo que besa y nos besa?
Cuerdas que son árboles.
¿Somos como los forjadores,
incapaces ya de escuchar el ruido que hacen?
¿Por eso los miramos, a los árboles?
Algún osado ha dicho

67
que son lo mismo la lira y la hoguera.
También han dicho
que el otoño es la juventud,
y no parece juego, ni aporía.
Pero aquí las hojas caen en medio de la insolación feroz
y casi de inmediato
están verdes los árboles otra vez.
La danza es la ciencia de los elementos, la física terrestre:
así lo creen algunos;
y uno, que danza con tanta torpeza
quisiera, cuando los labios balbucean un himno,
ser adivino, realmente.
Ahí está la falena azul, en la tarde calcinada:
mariposas somos siempre, falena azul,
y este mundo, pese a ser el más bajo de todos,
cuán bello es, cuán milagroso.
¿Pero quién dice esto, quiénes son ya las chamizas,
las mansas vestiduras de la tierra o nosotros?

Abrazar con las cejas es cándido, y fatiga.


Respiro.
Respiro y oigo.
¿Qué monzón juvenil, qué piélagos respiro?
Vuelo de pájaros, y el misterio del oído.
Estos días azules y este sol de la infancia:
así decía el verso que se halló en los bolsillos de un maestro,
al morir.
Azul y azafrán, ¿es la sal y la miel?
¿Cuál de las dos mujeres reina? ¿Cuál es sacerdotisa?
Pero sólo el viento revela agitación y fragancia.
Aire de cobre quizás,

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que sólo parece castaño en las mañanitas o en mitad del amor desabrido.
Nadie como un pájaro sobrelleva un reborde de sol.
¿Qué trópico hizo del otoño
cristal y osado fuego, pórtico del templo clausurado?

69
CUARTO ASEDIO

¿no aprecias el olor


de lengua derramada
como si la palabra
fuese cáscara
de una pulpa cotidiana?

Franklin Hurtado, Sal

La palabra es siempre cáscara de algo,


pero hay entrañas abrasadas
que sólo toleran el vino.
Y morimos por ello.

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CHANSON TRISTE

«También una mujer puede mirar como un prado después de una


[tempestad»,
pienso mientras hundo mi rostro en tus senos;
¿qué me importa a mí el mundo, si tengo tus senos?
¿En qué plazas matutinas, bajo qué aire frío gozo
la piel de manos y brazos y el jerez de tu lengua;
y más allá de cualquier momento
tus ojos, tu pelo liso, esmaltes de penumbra,
y el rostro como carne de avellana?
Nadie, dentro de su propio cuerpo,
sabe lo que otro siente.
Eso es posible sólo después de la muerte. ¿Qué me has hecho?

¿Cómo se puede andar por un prado


apenas termina de llover?
Y sin embargo,
¿hay en el mundo algo que brille o perfume más?
«Tu mirada es también secretamente verde», me dices.
Yo sólo quiero tener los mismos ojos, para todo y todos.
¿Pero quién puede temperar bien?
¿Quién ajusta los temperamentos
de uno que elige la paz del otro mundo
y las alegrías de éste?
¿Quién tempera mis ojos, y los nuestros,
y me pone a cantar
con mis temperamentos?
Tú eres bienvenida, siempre.
Dicen que mi llama, la llama azul, es triste.
Y yo digo: imagina que el mar arde: así te amo.
71
Muy pocos saben ver campanas u oírlas como tú,
consorte del fuego, corazón,
demorando en un bosque que creímos indescifrable.

Mi frente aún está virgen para ti.


¿Cómo un hombre vestido de blanco tendrá semejante consorte?
He aquí mi ojo, mi hendidura: tómala.
No sólo nacer aquí:
sobre todo, nacer de ti es una fiesta innombrable.
Quien cierra sus ojos o penetra algunos templos,
mira colores que no imaginaba.
Contigo no lo creí posible,
pero, ¿no estoy naciendo acaso?
¿Bajo qué luz he de mirar este bosque?
¿Nubes de tormenta y arrebol?
Cuando hablaba con mis ancestros, delante del sol,
los colores que aparecían dentro de mis ojos cerrados
daban forma a una rosa amarilla y rosada.
¿Cómo es que ahora la misma rosa aparece al evocarte?
¿Cómo es que ahora tú eres esa rosa?

«¿Y acaso son música la campana y el biombo?»,


pregunta el hombre sabio,
¿pero has de preguntarle eso al trueno, a su áspero canto,
con el que han dicho que el Cielo anuncia su presencia?
Tú respondes que sí, trueno y ciruela, así, sencillamente,
y miras siempre, calamitosa,
la piedra que dejaste al bajar a la tierra
mientras le ofrendamos a la divinidad que habita en nuestras bocas:
¿qué ínsulas habrás de conocer?
Mi llama salada vigila cuestas,

72
sol y maderas de orilla.
¿Podré, yo también,
llevar algo de tu aire en mis pulmones?

El cielo es otro cielo


cuando a cualquier hora lo miramos detrás de un pino.
También tus rizos ocultan el cielo.
¿Qué son, sino un árbol, las palabras?
Viento y madeja de seda, quizás.
¿Y la llama salada, que apronta el jerez, el esmalte,
el árbol de tu lengua?
Velarán mis cenizas, (y el agua irá a dar al barro del alfarero)
estos mares, los mares, sístole y diástole - ¿gruta o bosque
indescifrable?-,
tu corazón, el mío propio, el de todos.

Ciprés y trueno, un atabal celeste,


no has de irte y volver: estás aquí.
Agua estancada y estrella fugaz,
sol como las voces de los crisantemos.
Esta grieta en mi frente,
¿lo es porque la tomas
o porque puedo mirar hacia adentro?
El sol entre los ojos se deja mirar;
el indecible entusiasmo
o tú, que me quitas el aliento
cuando te pones delante de mí.
Soy el mismo que llagaba la penumbra.
Inconmovible como es esta llama,
¿no haría un himno de este madrigal?

73
No hay aflicción que no nos amiste,
que no acabe, por brutal o prolongada,
más que haciéndonos poner los ojos uno en el otro.
Corrimos por la calle, caminamos por la calle,
lavamos nuestro rostro con el agua de la calle.
Otras miradas son estas charcas:
prados mórbidos hay
y la fija omnisciencia del que aún siendo niño es ya nostálgico.
Unos dicen que ojos y fuente son lo mismo,
otros dicen que ojos y fuego:
¿cuál de los dos escogería el niño?

La llama azul es también llama.


Mejor es recordar.
Un ciprés entrevisto en la plaza donde te beso,
¿desde cuándo me evoca?
Mírame en él si quieres,
pero sólo si miras, detrás de él, el cielo después de la lluvia,
un cielo de vivos, no de muertos,
como lo miro yo detrás de tus cabellos.

74
QUINTO ASEDIO

¿El vino es amargo por ser nuestra vida, Omar?


Grana y verde miran los niños,
y blanco que se esconde.

75
RUBAI

¿Quién, como el Cielo, deja su azul franja


sobre unas flores de color naranja;
color del crimen, del Iluminado,
de las flores que crecen en la zanja?

76
OTRA VEZ

Marzo feroz. Valles y colinas como tizones,


y esplendor por doquier: bucares, araguaneyes, cañafístolas.
¿Cómo insistimos, o qué insiste por nosotros?

También hay árboles de corta cabellera,


de frutos ásperos, o los que se renuevan, un cedazo del sol,
y los siempre verdes, los que soportan toda mudanza.
Hay un dorado secreto en la nuez, la vasija,
una mujer ígnea.
Ninguna yegua infatigable puede entrar allí,
no importa cuán bella o blanca sea,
ni cuánto brillen sus crines.

La calina que nos atemoriza,


y es, al cabo de un tiempo, como nuestros visajes,
¿no es la ofrenda de un monte que se deja remontar,
una alcanzable frontera del cielo?
(En algunos lugares, es agua de mar)
¿Qué pájaros remontan el monte?

El olor a quema, a tierra tostada, ¡cómo sosiega!


Aún si quisiera dar fin a su dolor,
¿de qué le sirve a uno morir antes de tiempo?,
pienso al aspirar el humo, muy hondamente.
Viento de quema, paz del verano.
Los reverberos del bambú
que se alza sobre una mugrosa colina,
la criba del alba:

77
signos, y también luz, hay que sólo se oyen.
Pero podemos comprender,
y aprendemos a amar lo que creímos intolerable.

El Cielo nunca anda a tientas.


En nuestra médula, allí donde recordamos al Cielo,
¿sabemos que al hablarle, el aire se hace tierra?
Pero no es aire ni tierra: es otra esencia.
¿Quién puede leer lo escrito en nuestra piedra angular,
la vértebra elegida,
allí en nuestra columna?
Allí está la sabiduría del Juicio.

Fuego de canícula, interior.


La miel, ¿es o no la madre del olvido?
Esta luz cotidiana, prisma de ámbar, trae de vuelta
la dulzura de chamizas y lagartijas;
y al alba realenga
los ademanes de la bruma,
el sol que sólo puede mirarse, con ojos humanos, detrás de ella,
o las colinas de cabellos chamuscados.
La luz de unos árboles completamente grises
¿puede iluminarnos?
¿También esto es salir de las tinieblas?
Así parece, y estas son cosas muy sencillas.
Como veo, así hablo.
Ojalá algún día hablemos como escuchamos.

¿Hubo puertas en el tiempo dorado?


Un piso para el baile, un campo de batalla, son rudos.
No es el tumulto de los visitantes, aún los más elevados,

78
o la bellísima bruma cobalto, la calina del anochecer sobre los montes.
Es otra, que aún en la alborada de flacos bambúes nos ronda:
agua de mar o cielos de quema,
o mientras caminamos, las maderas del aire de la luna,
como dijo un poeta que olvidó su don.
Sales de un trajinado litoral ahúman
el misterio del vuelo implume, y la cosecha de la calígine.

¿Quién, desde hace siglos, toma una nuez en la mano


y recuerda el tiempo dorado?
Luz es la ciudad oculta.
¿Hay ciudades, ocultas o no, que no sean mujeres?
Pero hay que saber mirar el ígneo secreto.

El hierro y el fuego nunca están, en verdad, separados;


pero sus hijos debemos vivir en laberintos.
Una mínima semilla, un reposo insondable,
entregados al tiempo, el mayor de los laberintos, el hijo del Hierro.
¿Una caracola también aquí, cubierta de polvo?
¿Qué sacrificio haremos cuya virtud alienta, despeja los albores,
cuyo secreto escapa, chiva montaraz, por la colinas resecas
y nos deja las picaduras de las avispas
que de tan viejos, tan llenos de resabios, nos parecen dulces?

Pero la fría criba del alba,


los bambúes que sólo de viejos aprendimos a amar,
flauta y atabal, al mismo tiempo hombre y mujer,
¿no pueden, acaso, devolvernos el recto corazón?
Ámbar de huellas, arpegios de ámbar,
negros árboles y amanecer.

79
El corazón, agua entre dos barrancos,
agua que corre al fondo de un abismo,
sabe ya que a uno,
la mujer al fondo de la vasija, si bien está todavía oculta,
no le es esquiva.

80
LEJANÍA

Lodo fragante y rocas descubrimos


como la mínima criatura
que arrastra al sol en sus brazos;
como el nuevo, el último corazón.
Y los ríos que ya no se ven, ¿en dónde siguen corriendo?
Aún Más Allá hay alfoces, donde se precipitan,
porque la luz del corazón, en donde sea,
vive del aire limpio.

Madejas de niebla y la visión abismada;


siempre es oscuro lo que nos depura.
¿Y el viento? Es leña, es espesura,
y pese a todo, el viento es un pez, ¡quién lo diría!
Se deja el llano, y llega el agua lustral:
¿cómo ha de ser cuando estemos más alto?
Esto es muy simple, dirán. ¿Quién no lo conoce?
Pero todo, en realidad,
depende del recuerdo que se persiga.
La tarde y los montes son antípodas del verano solsticial,
que afana los ditirambos.
Nunca serán como otros
la espuma purísima, los riachuelos,
el agua nacida de la nevada de la noche que pasó,
que ahora corre por esa hoja tan verde como por un tobogán
hasta las manos en pos del buen recuerdo.

81
¿Cómo se transfigura la inocencia?
Un hombre entre puro y engreído pensaba:
«el árbol es la vegetación de la tierra,
la nieve es la vegetación del cielo,
he aquí el misterio que hace rey a un hombre».
Y los pájaros que a la montaña vienen de cualquier lugar,
¿cuántos colores tienen?
Sólo gracias a ellos es mayor su ciencia,
y sobre todo su piedad.
¿Cuándo fue de otra manera?
Hay un Arco Iris sobre fondo de oro, cubrecuello celeste, Juicio y Paraíso,
y en fin,
es rojo el oro y la madreperla.

¿Habrá luz que no tenga olor a tierra o agua?


¿Rojo el oro y la madreperla, quizás?
Hay quienes no hablan, realmente,
sino hasta después de morir.
¿Una palabra es muerta cuando es dicha o sólo comienza a vivir
[aquel día?
¿Quién puede saberlo?
No hay camino para el ansia de volver a ti.
¿Niños muertos al nacer hemos de ser
y que el varón más puro, que conoció los estigmas,
nos preste sus ojos?
¿Quién puede saberlo? ¿Tú, Dios mío?

¿Quién arroja hierba en la dirección de la luna nueva?


Aquellos juncos con los que limpiamos nuestro rostro,
¿están antes o después de estos montes? ¿Aún aquí?

82
Aquí la niebla y la gloxinia, el lirio morado de los páramos,
pudieron dar a la luz una antorcha, un épico relato.
¿Cómo sostienes una copa, varón?
Aquel que traspasaron nos lo ha señalado.

Agua del buen recuerdo, Eunoe,


¿a qué criatura se asemeja tu don?
Aquí todos los árboles son del dulce rocío, al parecer.
¿Qué mínima criatura empuja pesos muertos?
Más Allá, nada se pierde, al parecer.
Ser el pastor de los pájaros, y no ser ciego,
¿ es otro don del lirio cárdeno?

¿Qué sabemos, aquí, de campos sometidos a la siega?


Un campo segado es el don de lenguas,
pero aquí, ¿qué conocemos?
Aquellos abismos.
Cerros verde oscurísimo, grises,
el buen recuerdo se hace nubes, neblina,
¿qué Padre se cernía, qué Padre buscaba en aquellos abismos la luz
[del corazón?
¿qué Padre Seráfico sabe ahora que aquella niebla
y la motas de polvo que la luz entrando por la ventana de su cuarto
[revelaba,
baile en torno al Único Cuerpo,
son una sola cosa?

¿Quién hace,
cómo se hace música el miraje?
Esta criatura también arrastra al sol,
fruto lejano.

83
No se hace preguntas, como uno.
Tampoco nos las hacemos, cuando hablamos hacia adentro,
o por nosotros lo hacen los ojos como un árbol.
¿Cuándo hemos dejado de buscar palabras?
Mira el cielo como pétalos, igual que siempre,
tú que ya eres viejo.
No hay misterio mayor que la inocencia,
¿cuántas veces se habrá dicho esto?
¿Qué es nuestra médula: mar o río?

Pájaros hay que remontan cualquier altura;


pero, ¿quién habla de nostalgia bienaventurada
como un monte y sus valles?
Nutrir a los dioses y hacer del hombre un dios
sería don de una llama imposible de ver
aquí, entre barrancos,
salvo como pétalos, y toda la púrpura.
Mojan la cara los abismos,
nada como el vértigo para que se afirme la humana medida,
para que traiga de vuelta rizos y rostros,
lo que comenzó cuando aún éramos niños
la niebla, música del más allá,
la emoción humana, pero inconmensurable, tiempo breve del amor.
Hay miradas que aún nos derrotan,
que aún nos obligan a bajar la nuestra;
y hay cuerpos caudalosos, ciruelas,
que no sabemos si sólo se presienten,
si hemos de presentirlos como los ríos que tiene que haber aquí,
en un monte oprimido de lluvia y neblina:
¿en dónde siguen corriendo?

84
Sol sobre un prado cuando acabó de llover,
nostalgia bienaventurada:
que toda penumbra, también la que doblega ilusiones,
sea un lirio cárdeno.

Espero al ciervo de la aurora:


¿será siempre el elegido del abandono?
¿Y es necesario, siempre, ver morir algún amor?

A punto de morir al nacer, ¿por qué me dejaron con vida?


Como estos montes, ¿sigo sin hacer cambios,
o cambio sin que se note?
Hay cavernas que también son montes.
Y si cambio con mayor vehemencia,
¿a qué latidos me aparejo?
Otros pájaros avisto, la playa
donde van a morir nuestras dulces melodías.

¿En qué se convierten nuestros tesoros?


¿Triste colina seca, hormiguero, caño turbio?
La niebla y el mismo báculo por cuya virtud se esfuman,
pico de plata rojinegro,
señalan, fieles, la caverna que es también un monte.
Antes de cualquier diluvio, subiendo al cielo en vida,
dicen que tus palabras, pico de plata rojinegro
dan protección a mi espina dorsal,
y me sorprendo.
¿Entrar en la casa de la lluvia?
¿Y cuándo volverá la palabra?
¿Por qué los que abren caminos
tienen un nudo en la garganta siempre?

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Si he recibido un filo con el que abro un sendero,
al igual que muchos,
¿podré al fin hablar como nieve herida de pájaros,
(porque hablo ya como la playa donde van a morir nuestras melodías)
y sobre todo, como la palma inaudita, que no conoce el otoño?

86
87
88
Anotaciones del autor

1- En torno al poema inicial del libro (sin título)


Cuando digo «uno de los poetas inocentes», estoy hablando de Vi-
cente Gerbasi, quien, imprecando a su padre, le dijo: Tú estabas dor-
mido bajo las estrellas de otro mundo.
Hay dos versos que debo a Eduard Schure y a su inolvidable biogra-
fía de Orfeo. Estos versos son, a un tiempo, glosa y cita textual.

El primero dice así:

Las bacantes decían que los ojos de Orfeo


mezclaban en su filtro azul las flechas del sol
con las caricias de la luna.

El segundo dice así:

Y el relator, también inocente, nos ha dicho


que al despertar de uno de tales sueños, sumidos aún en la tiniebla,
un luminoso laúd brilla, solo.

2- Armando con su bolsa de cerezas fue escrito a partir de una


foto tomada por la poeta venezolana Hebe Muñoz.
Nuestro hermano Armando Rojas Guardia fue invitado a un festi-
val de poesía en Génova y su amiga Hebe, que vive en Italia, lo retrató
de perfil en una vieja y noble iglesia, sentado y recibiendo la luz des-
de su flanco izquierdo, sobre un bellísimo suelo que, como en todo
templo auténtico, figura un laberinto, imagen de la peregrinación a
nuestro propio centro. En algunos de estos templos, recorrer en su
totalidad el laberinto trazado sobre el suelo valía tanto como un via-
je a los santos lugares.

89
En las manos de Armando hay una bolsa de cerezas compradas
en el mercado local y comidas después con fruición. La luz que lle-
ga desde la izquierda deja entreverlas. Puede parecer fácil comparar
esta bolsa de cerezas con la rama dorada, pero la comparación es jus-
ta. Se trata, aquí, de una rama roja. Todavía no se ponen de acuerdo
los alquimistas sobre este tema: ¿cuál de estos dos colores simboliza
una realidad más elevada? ¿Qué es mayor: el oro o el rubí?
Armando está, como siempre, vestido como lo que es: un monje
laico. Así lo ha dicho sin cesar.

3-He dedicado dos poemas al motivo de las flores naranja, ambos


breves: el primero es en verso libre y el segundo es una cuarteta, es-
crita a la manera de las Rubaiyat de Khayam, empleando endecasí-
labos. Esta lleva por título Rubai, porque se trata de una cuarteta
individual (Rubaiyat es el plural de Rubai).
Una luminosa mañana decembrina, yendo hacia el centro por la
autopista Valle-Coche pude ver, a la altura del Estadio Universita-
rio, un grupo de pequeños arbustos de la misma especie, creciendo
en una zanja al borde de la carretera. Casi no tenían hojas, todo era
flores de un naranja incomparable, y había muchas. Y aún más: ese
cielo decembrino que los caraqueños conocemos bien dejaba su azul
también único en el cuerpo de cada flor.
Pensé luego que el color naranja está, desde tiempos muy antiguos,
asociado al delito, e ignoro por qué. Es el color de los reos, de los
criminales. Y por eso el Buda lo escogió, por eso eligió vestirse de
ese color cuando cambió su vida de príncipe por el camino ascéti-
co, primer paso hacia la Iluminación. Lo hizo así para subrayar su
condición de marginado. ¿Y cómo no recordar, por otra parte, las lu-
minosas palabras que ha escrito Armando Rojas Guardia acerca del
carácter siempre marginal (y marginado) del verdadero cristiano?
Muchos otros lo han dicho y escrito antes, y de seguro lo dirán y

90
escribirán después, pero me gusta particularmente recordar las pa-
labras de Armando.
Aún en diversos lugares del mundo se viste a los delincuentes con
uniformes color naranja. Aún hoy los monjes budistas visten de na-
ranja. El color del crimen es el color del Iluminado. Color del Centro,
de la Vía Regia.
Pero estos, me parece, son símbolos, ideas, cosas humanas. ¿Sabe
algo de esto la naturaleza? Yo sólo vi la Gracia más alta sobre aque-
llas flores, que nada al parecer saben de estas cosas. Ellas mismas
eran la más alta Gracia. Por eso, más que el color del crimen o del
Iluminado, es el color de las flores que crecen en la zanja. No hay
trobar clus mayor que la inocencia.

4-En torno a Tángara


Tángara es el nombre más extendido, en América Latina, para de-
signar un pájaro también conocido como Toche negro o Sangre de
Toro, nombre que no me termina de gustar. Se distinguen dos es-
pecies: el Sangre de Toro Encendido (Ramphocelus dimidiatus) y el
Sangre de Toro Apagado (Ramphocelus carbo). Este último es, de los
dos, mi predilecto. Aquí en Venezuela preferimos llamarlo Pico de
Plata. Esta subespecie, el Ramphocelus carbo venezuelensis, es el pá-
jaro más bello del mundo. No sólo aparece en este poema: lo hace y lo
hará en otros, divino mensajero de la transformación, nuncio celeste.

5-En torno a Allemande


La Allemande a la que me refiero es la de la Partita para Clave nú-
mero 4 en Re mayor, BWV 828, de Johann Sebastian Bach. Las seis
partitas de Bach, BWV 825-830, son consideradas por algunos la
cima absoluta de la música para clave. En particular, la Allemande
de la número 4 es una obra maestra incomparable. Una versión que
recomiendo con particular entusiasmo es la de Trevor Pinnock: jus-

91
tamente a partir de esa música, en esa específica versión, escribí este
poema. Puede hallarse en https://youtu.be/p9Tiu4EEodw. Aunque
toda la partita es maravillosa, si quiere escucharse específicamente
la Allemande hay que adelantar hasta 6:36.

6-En torno a Suspiros


Los colores y figuras que se forman cuando cerramos los ojos (y
que suelen persistir si súbitamente los abrimos) me han fascinado
desde niño. Su nombre científico es Fosfenos, palabra que no dice
mucho, o nada dice, desde el punto de vista poético. He cerrado los
ojos y he podido contemplar cosas de belleza insólita más de una
vez, y hace mucho tiempo que quería escribir sobre eso, pero no es
nada sencillo: ¿qué decir, en verdad, y cómo decirlo? Me atrevo al fin,
ahora, cuando estoy en la juventud de la madurez.
Siempre han sido para mí una suerte de soporte para la medita-
ción. Cierro los ojos y a veces, cuando aparecen, entro en sosiego di-
fícil de nombrar. No me distraigo ni me da sueño y puedo alcanzar el
Edén, por instantes desde luego, y a veces por más tiempo.
De esto, o de algo como esto, quise dejar testimonio en el poema
Suspiros.
Hay quienes dicen, no obstante, que estos son caminos erróneos,
graves obstáculos en el sendero de la Iluminación. En El Secreto de
la Flor de Oro, se dice: «Además, no se debe caer en el mundo fasci-
nante. El mundo fascinante es donde las cinco clases de demonios os-
curos hacen de las suyas». Y más adelante, el comentarista del texto
repite que tales caminos deben evitarse del todo, «a fin de que uno
llegue al espacio de la fuerza y no a la caverna de la fantasía. Éste
es el mundo de los demonios». Y agrega: «Tal es, por ejemplo, el caso
cuando uno se sume en la meditación y ve aparecer llamas de luz o co-
lores abigarrados, o ve Bodhisatvas o dioses que se aproximan, u otras
fantasías similares».

92
Estas parecen objeciones serias, pero mi corazón humildemente
me dice que estos fosfenos, o muchos de ellos, son auténticos man-
dalas. Un mandala es un gran aliado para la meditación, nunca un
obstáculo. Se puede incluso prescindir de ellos cuando ya no se los
necesite; pero son un apoyo, no un obstáculo.
Una mosca, de lejos, parece una abeja: eso dije hace algún tiempo.
Cosas que son una la opuesta de la otra pueden parecer lo mismo, si
se contemplan de lejos. Algo así dirían quienes nos adversan, quienes
piensan que estos bellísimos colores y figuras pueden lucir como un
soporte para la meditación, cuando en realidad son un desvío, una
gran trampa.
Pero también una abeja, de lejos, parece una mosca. Una abeja lu-
minosa puede, si se la contempla de lejos, verse como una sucia mos-
ca. Elijo escuchar a mi corazón, y seguirlo: estos fosfenos no parecen
fantasías sino auténticos, espontáneos mandalas. Lo mismo pasa,
por ejemplo, cuando confunden el Entusiasmo, una experiencia in-
tegradora incomparable, con los estados psicóticos, que son la ver-
dadera desintegración. ¿Acaso San Juan de la Cruz fue un psicótico?

7- Los orígenes de Sobre un verso de Qian Qi hay que hallarlos


en La Canción de la Tierra (Das lied von der Erde) de Gustav Mahler.
El verso al que aludo es el verso inicial del poema puesto en música
para el segundo movimiento, el tiempo lento de la obra, escrito para
contralto (o barítono) solista y gran orquesta. Lleva por título El So-
litario en Otoño (Der Einsame im Herbst). La traducción alemana de
los poemas chinos fue realizada por Hans Bethge y es muy libre, muy
poco fiel, pero esto no interesa dado el inmenso valor de la música
de Mahler. Por otra parte, la poca fidelidad de la traducción ha dado
no poco trabajo a los exegetas que han dedicado tiempo y esfuerzos
a identificar los textos originales. Así, por ejemplo, El Solitario en
Otoño se adjudica a un poeta de nombre Chang-Tsi. Las pesquisas

93
dieron su fruto y se dio con el original, que como ya se ha dicho di-
fiere sensiblemente de la traducción de Bethge: su autor es el poeta
Qian Qi, y esta es, según parece, la manera fonéticamente correcta
del nombre, en lugar de Chang-Tsi. La fonética china difiere mucho
de la occidental, de ahí la enorme variabilidad en la traducción de
los nombres: antiguamente se decía Pekín, hoy se dice Beijing; anti-
guamente se le daba el nombre de Li Po, o bien Li Tai Po, a la figura
máxima de la poesía china: hoy se le llama Li Bai; el gran poeta Bai
Juyí era antes conocido como Po-Chü-I, y al poeta Mong-Kao-Jen se
le llama, hoy día, Meng Haoran, o Men Haoyan.
Estos son mis modelos. Quiera Dios que no los deshonre. Este poe-
ma es mi propia canción de la tierra.

8- En torno a Chanson Triste.


El caso de Henri Duparc (1848-1933) es uno de los más singulares
dentro de la historia de la así llamada música clásica. Fue discípulo
aventajado de César Franck, quien dijo de él en una ocasión: «este joven
es la mentalidad mejor organizada de la generación actual.» Su fama
se basa, apenas, en diecisiete melodías para canto y piano, escritas casi
siempre sobre textos de grandes poetas (Baudelaire, Goethe, Thomas
Moore, Theophile Gautier, Armand Sully-Prudhomme). Muchos con-
sideran este puñado de melodías como la cima del género dentro de
la música francesa. Todas fueron escritas antes de los 35 años. A esa
edad se vio atacado por una muy extraña enfermedad nerviosa, que
le impidió por completo componer en lo sucesivo. Para colmo de ma-
les, quedó completamente ciego algún tiempo después, víctima de un
severo glaucoma. Pasó sus últimos cincuenta años (vivió hasta los 85)
con la trágica seguridad de vivir como encerrado entre muros, soste-
nido tan sólo por una fe y una espiritualidad excepcionales. Él mismo
escribió: «la pérdida de la vista y la privación de todo cuanto ha sido mi
vida –la música y el dibujo; la música, sobre todo- es para mí una pena

94
tal que sólo Dios podía consolarme por ello, dándoseme entero: esto es
lo que Él ha hecho y, lejos de quejarme, lo doy gracias. Las alegrías de la
música son muy poca cosa si se las compara con la paz que Él nos da. Y
entonces, los ojos del alma ven cosas de un plano mucho más elevado
que los ojos del cuerpo».
Una obra exigua y magistral le ha valido la inmortalidad. Su caso es,
en esto, comparable al del gran cuentista venezolano Julio Garmendia.
Chanson Triste data de 1868: Duparc tenía apenas veinte años
cuando la compuso y es, para mí, su más perfecta composición y una
de las cumbres de la melodía francesa. Recomiendo con absoluto
amor la versión de Jessye Norman con Dalton Baldwin al piano. Pue-
de hallarse en https://www.youtube.com/watch?v=J__f-Xq5Gqo.
Me gusta escribir poemas que son glosas de canciones y otras com-
posiciones musicales que amo. En este caso, no obstante, no sé si
«glosa» sería la expresión adecuada. Han sido el espíritu y la atmós-
fera de la canción, más que alguna idea particular, los que me han
hecho llevar adelante este intento.

9- Lejanía es una suerte de glosa de una de las canciones venezola-


nas más bellas, un vals andino que así se llama y fue escrito por Luis
Felipe Ramón y Rivera, el gran amigo de Juan Liscano y cofundador
del Instituto Nacional del Folklore. Esa canción me da en el centro
del alma. Todo, o buena parte de lo que siempre he querido decir
en poesía fue dicho ya por Ramón y Rivera, quien es autor de letra y
música, en esa canción.  A mí no me queda sino glosar.

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Índice

Hacer nacer árboles en llanuras sin sombra, 13


HACIA LA CUAL MI PENSAMIENTO VUELA 14
ARMANDO CON SU BOLSA DE CEREZAS 19
RUBAI 21
PRAYER IS AN ENDLESS CHAIN 23
INTENTO COMPRENDER A KHAYAM 27
(Diálogo con Santos López)
TÁNGARA 28
EN MANOS DEL ESPÍRITU 29
LA PALABRA Y EL DESEO 30
INTENTO COMPRENDER A KHAYAM, OTRA VEZ 31
CUJÍ 32
Los pájaros no suelen volar cuando llueve 34
ICOR 35
LA VIRGEN DEL ÁRBOL SECO 36
(Petrus Christus)
MELANCHOLY GALLIARD 39
DIÁLOGO CON ZHAO ZHOU 44
A LA SOMBRA DE LOS MAESTROS VERDADEROS 46
(Tercer asedio a Khayam, y otras cosas)
ALLEMANDE 47
LA FIESTA INNOMBRABLE 49
I Abrir castillos 50
II Otra vez 52
III Misterios 53
POMAGÁS 55

96
URAPE PURPÚREO 58
EL HÁLITO Y EL CIELO 59
(Colonia Tovar)
Tan sólo tiempo puede ofrecer la vida 63
SUSPIROS 64
SOBRE UN VERSO DE QIAN QI 65
CUARTO ASEDIO 70
CHANSON TRISTE 71
QUINTO ASEDIO 75
RUBAI 76
OTRA VEZ 77
LEJANÍA 81
Anotaciones del autor 89

97
Fotografía: Vasco Szinetar

Luis Gerardo Mármol. Poeta venezolano (Caracas, 1966). PhD en


Matemáticas por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es
profesor de pregrado y postgrado en el Departamento de Matemá-
ticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar (USB), del
cual ha sido Jefe, y así mismo fue miembro del Consejo Editorial de
Equinoccio, casa editora de esta universidad. Dentro del área de las
matemáticas, su obra, de reconocimiento internacional, aparece en
publicaciones científicas especializadas en Italia, Suiza, Eslovaquia,
Turquía, Egipto y Colombia. Ha sido árbitro de diversas revistas den-
tro de su especialidad, Además de esto, colabora para Mathematical
Reviews y MathScinet, división de la American Mathematical Society.

98
En poesía ha publicado Sueño de un día (Editorial Eclepsidra, 1997) y
Purgatorio (Eclepsidra, 2012). Su tercer poemario, Entusiasmos, apa-
reció en el segundo semestre del 2016, bajo el sello editorial Kalathos.
Textos suyos han sido incluidos en la Antología de la poesía latinoa-
mericana del siglo XXI, El turno y la transición (compilación de Julio
Ortega, Siglo XXI Editores, México, 1997), en El salmo fugitivo: antolo-
gía de la poesía religiosa latinoamericana (Leopoldo Cervantes-Ortiz,
editor; Editorial Clie, México, 2009) y en Tramas cruzadas, destinos
comunes (Común Presencia Editores, Bogotá, 2014), así como en al-
gunas revistas impresas y en medios electrónicos dentro y fuera de
su país. Es director asociado de Editorial Eclepsidra.

99
He pensado dar el nombre de Entusiasmos al conjunto de mi obra
poética, un poco a la manera de Baudelaire, Whitman, Pound,
Guillén o Juarroz. El término ‘entusiasmo’ no debiera tomarse por
una suerte de manía o euforia más o menos incontrolada o banal,
monocromática y monocorde. Esta palabra griega podría traducirse
más o menos literalmente como «estar en Dios». Es inconmensurable
la cifra de estados o movimientos del alma y del espíritu que el rapto
anima o desencadena. ¿Cómo podría entenderse una palabra como
‘entusiasmo’ de manera unívoca?
No me interesa la poesía sino como arte y oficio tradicional. Como
conocimiento tradicional, vale decir, ciencia sagrada. Como el
camino de la interioridad, que es el significado primigenio de la
palabra esoterismo. Más aún, estoy convencido de algo que a más
de uno le resultará una contradicción ofensiva (un escándalo,
diría San Pablo), cuando no un ridículo juego de palabras: quienes
actúan de acuerdo con el verdadero espíritu tradicional son los
más innovadores, los más originales. La explicación de la aparente
paradoja es de una sencillez pasmosa: sólo quien tiene acceso al
conocimiento tradicional puede, a su vez, conocerse a sí mismo.

Luis Gerardo Mármol Bosch

100
101
102
1° En medio del blanco
Kira Kariakin

2° Limones en almíbar
Jacqueline Goldberg

3° 102 poetas
Jamming
Compilación

4° Daño oculto
Georgina Ramírez

5° Sin mover los labios


Alfredo Chacón

6° Fragmentos naranja
José Antonio Parra

7° Íntimo, el espejo
Graciela Yáñez Vicentini

8° 39 grados de cielo en la tierra


Hernán Zamora

9° Caracas mortal
Claudia Noguera Penso

103
10° Roto todo silencio
Edda Armas
Edición especial en honor a los 40 años de vida poética de la autora.
Primera edición, Imprenta Universitaria, UCV, 1975.

11° Sombra de Paraíso


Claudia Sierich

12° La corteza no basta


Sandy Juhasz

13° La espera imposible


Cecilia Ortiz

14° Cuerpo en la orilla


Flavia PesciFeltri

15° Vigilia en la desmesura


Héctor Aníbal Caldera

16° Tiempo añil


Karla Castro

17° Viaje Desnudo


Tina Oliveira

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18° Beber de la sombra
Poesía reunida 1986-2017
Víctor Fuenmayor

19° Salmos de la penuria


Samuel González-Seijas

20° Doble viaje


Adriana Gibbs

21° Tatuajes criminales rusos


FedosySantaella

22° El beso del arcángel


Ana María Hurtado
Leonardo Torres

23° Partir
Alejandro SebastianiVerlezza

24° Labios del viento


Nubia González

25° Voz de fondo


ChristianeDimitriades

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26° El Sol de la ceguera
Kira Kariakin

27° Orfeado insilio


Hernán Zamora

28° hacer daño


Carlos Egaña

29° El barco invisible


FedosySantaella

30° Ojo de la sombra


Luis Ignacio Betancourt

31° los gozos del sueño


María Antonieta Flores

32° trazos en fuga


Flavia Pesci Feltri

33° La fuerza de las cosas


Elisabetta Balasso

34° Tercer libro de los entusiasmos


Luis Gerardo Mármol Bosch

106
35° Salomario
Toda la poesía
Alfredo Chacón

*
Ser al decir
Alfredo Chacón
En esta obra ensayística el autor analiza
las implicaciones y consecuencias del pensamiento de
la poesía ejercido por José Lezama Lima,
Octavio Paz, Ida Gramko, Tomás Segovia, Haroldo de Campos,
Rafael Cadenas y Alfredo Silva Estrada.

107
Tercer libro de los entusiasmos
Luis Gerardo Mármol Bosch

Dirección editorial: Luna Benítez


Coordinación editorial: Kira Kariakin
Diseño: CarstenTodtmann / Pascual Estrada
Promoción editorial/rrss: María Verónica Marcano
Fotografía del autor: Vasco Szinetar
Colección Trigésimo tercer libro
©De esta edición OT editores, C.A.
© Luis Gerardo Mármol Bosch
Todos los derechos reservados
Caracas, Venezuela, 2021

El diseño de la colección es un homenaje al diseñador gráfico


Emil Ludwig Weiß creador de la imagen de los libros Insel Bücherei.

Oscar Todtmann editores apoya los derechos de autor.


Los derechos de autor motivan la creatividad, estimulan diversas
voces, promueven la libertad de expresión y son creadores de
una vibrante cultura. Nuestra gratitud por adquirir ediciones
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