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Resume las reformas impulsadas durante el bienio reformista de la República y aclara de

dónde procedían las principales resistencias a dichas reformas.


La primera etapa de la Segunda Republica, entre 1931 y 1933, se caracterizó por el afán de reformas.
El gobierno provisional, durante el periodo constituyente, ya abordó con diversas disposiciones los
que consideraba problemas más acuciantes; una vez aprobada la Constitución en diciembre de 1931
el gobierno presidido por Azaña y formado por republicanos de izquierda, socialistas y nacionalistas
catalanes y gallegos, en la línea de lo ya iniciado, impulsó un ambicioso programa de reformas.
En el plano sociolaboral se aprobaron reformas para mejorar las condiciones de los trabajadores.
Además de establecer la semana laboral de 40 horas, la Ley de Jurados Mixtos creó comités de
trabajadores y empresarios con funciones de arbitraje vinculante, la Ley de Asociaciones Obreras
reguló los sindicatos y con la Ley de Contratos de Trabajo se potenció la negociación colectiva.
Estas disposiciones en la línea del sindicalismo socialista de UGT suscitaron la oposición tanto de
los patronos y empresarios como de la CNT, más partidaria de la acción revolucionaria.
En el campo se implantó la jornada de ocho horas, el Decreto de Laboreo Forzoso obligó a los
terratenientes a cultivar sus tierras y el Decreto de Términos Municipales priorizó la contratación de
jornaleros locales. La reforma agraria fue el proyecto de mayor envergadura. Pretendía acabar con la
miseria del campesinado y modernizar la economía. La Ley de Reforma Agraria de 1932 se basaba
en expropiar con indemnización (salvo a Grandes de España) los latifundios mal explotados y
repartir tierras entre campesinos. Para su ejecución se creó el Instituto de Reforma Agraria. La falta
de medios, la complejidad del proceso y la resistencia de los terratenientes hicieron muy lenta su
aplicación, decepcionando a un campesinado que, en ocasiones, ocupó fincas ilegalmente.
La política educativa y cultural trató de garantizar el derecho a la educación y que esta fuese liberal y
laica, lo que levantó la oposición de la Iglesia y los católicos más conservadores. El mayor esfuerzo
se centró en la enseñanza primaria que sería pública, mixta, obligatoria y gratuita. Se puso en marcha
un ambicioso proyecto para crear miles de escuelas y plazas de maestros con mejores sueldos,
aunque por problemas económicos no se llevó a cabo todo lo previsto. Uno de los instrumentos más
eficaces de divulgación cultural en el medio rural fueron las Misiones Pedagógicas.
En política autonómica, frenada la proclamada República Catalana, se redactó un proyecto de
Estatuto para Cataluña que, modificado en parte, fue aprobado por las Cortes en 1932. La Generalitat
como gobierno autónomo contaba con amplias competencias. Más problemática resultó la
tramitación del Estatuto para el País Vasco y Navarra ya que el proyecto, tradicionalista y poco
democrático, fue rechazado por las Cortes. La concesión de autonomías suscitó la oposición de la
derecha y especialmente del Ejército al considerar que la unidad de la patria estaba amenazada.
Con la reforma del Ejército se pretendió reducirlo, profesionalizarlo y someterlo al poder civil. Se
exigió juramento de fidelidad a la República (o si no, el retiro remunerado), fue derogada la Ley de
Jurisdicciones, se revisaron los ascensos de la dictadura de Primo de Rivera y se clausuró la
Academia General Militar de Zaragoza. Las medidas provocaron el descontento de un sector del
Ejército. Como nueva fuerza de orden público se creó la Guardia de Asalto.
En materia religiosa se desarrollaron los principios secularizadores de la Constitución tratando de
limitar la influencia social de la Iglesia. Se permitió el divorcio y el matrimonio civil, se suprimió el
presupuesto al culto y clero, se prohibió a las órdenes religiosas la enseñanza y las actividades
económicas, se secularizaron los cementerios, se eliminaron símbolos religiosos en edificios públicos
y se disolvió la Compañía de Jesús. La cuestión religiosa creó al régimen sus mayores enemigos ya
que la jerarquía eclesiástica se opuso a la República y movilizó a la opinión católica en su contra.
En definitiva, las reformas dividieron a la sociedad española. Encontraron la oposición de la Iglesia,
Ejército, terratenientes, organizaciones patronales y, en general, sectores católicos y conservadores.
En 1932 el general Sanjurjo intentó ya un golpe de Estado. Por contra, los sectores radicales de la
izquierda quedaron desencatandos por su limitado alcance. Cuando en las elecciones de noviembre
de 1933 se impuso el centro-derecha se paralizaron o rectificaron la gran mayoría de estas reformas.

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