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Javier Herreros de Tejada Ibáñez. Historia de España. 2º de Bachillerato IES Ruiz Gijón (Utrera).

La Segunda República (1931-1936).


El cambio de régimen se realizó pacíficamente el 14 de abril de 1931, tras la celebración de las elecciones
municipales el día 12 y el triunfo de las candidaturas republicano-socialistas en las grandes urbes. Se proclamó
la República en las principales ciudades españolas. El conde de Romanones, ministro de Estado, recomendó
al rey abandonar España y negoció el traspaso del gobierno al Comité revolucionario. El Gral. Sanjurjo, jefe de
la Guardia Civil, comunicó a Alfonso XIII que no contaba con su apoyo. El rey tomó el camino del exilio.
El Gobierno provisional. La constitución de 1931.
Un Gobierno provisional, presidido por el conservador Niceto Alcalá-Zamora, asumió pacíficamente el poder: lo
integraban representantes del PSOE, del Partido Radical, Acción Republicana y catalanistas. Era un abanico
representativo de la clase obrera y de la clase media, la pequeña burguesía.
Las fuerzas políticas contrarias al nuevo régimen eran la jerarquía de la Iglesia, los partidos confesionales
católicos, carlistas y el amplio sector de grandes propietarios, los “agrarios”. En mayo, una pastoral del cardenal
Segura, arzobispo de Toledo, criticaba duramente el nuevo régimen y pedía el voto para la derecha
antirrepublicana. Se produjo una reacción anticlerical que llevó a la quema de conventos e iglesias.
Las elecciones constituyentes se celebraron en junio, con una participación de más del 70% del censo y una
campaña muy viva. La conjunción republicano-socialista obtuvo una aplastante mayoría en casi todas las
provincias, con excepción del País Vasco y Navarra, donde triunfaron el PNV y los carlistas. Esto explica la
rapidez y el consenso en la elaboración y la aprobación de la nueva Constitución republicana y la legislación
reformista del primer bienio. Las fuerzas que dominaban las Cortes eran el PSOE, el P. Radical, el P. Radical-
Socialista, ERC y la Agrupación al Servicio de la República. La derecha conservadora tuvo una representación
exigua. El Congreso, estaba muy inclinado a la izquierda. Junto a los líderes de los principales partidos (Largo
Caballero, Lerroux, Azaña, etc.) había un grupo de intelectuales muy influyentes en la opinión pública
(Unamuno, Ortega y Gasset o Marañón).
La nueva constitución fue aprobada en diciembre de 1931 con una rotunda declaración de la soberanía popular
y los derechos democráticos básicos: Estado democrático, laico con cámara única, un Gobierno responsable
ante ella y un presidente de la República que durante su mandato de 6 años tenía la facultad de disolverla dos
veces. Establecía el sufragio universal, incluidas las mujeres. Su carácter social se refleja en los artículos que
subordinan el derecho de propiedad al interés público. Reconocía los derechos y libertades democráticas
básicas- religiosa, expresión, asociación, reunión y manifestación-. Establecía nuevos símbolos -bandera
tricolor y blasón- y una rigurosa separación de poderes y garantías de los derechos ciudadanos. Establecía un
Estado integral, reconociendo la autonomía municipal y la posibilidad de promulgación de estatutos de
autonomía. Reconocía la cooficialidad de las lenguas de las nacionalidades con el castellano. Era un texto que
representaba las aspiraciones de las clases trabajadoras y las clases medias radicalizadas. Por ello, no se
reconocieron en ella los sectores más conservadores de la sociedad.
El bienio republicano-socialista o azañista (1931-1933).
Durante este periodo se plantearon un conjunto de reformas estructurales que pretendían la modernización
social y política de España. Limitaban los privilegios históricos de las élites y respondían a las expectativas de
cambio democrático de las clases medias y el movimiento obrero.
La reforma educativa basada en la secularización, la coeducación, la gratuidad y la escuela pública. La
disolución de los Jesuitas y la prohibición de la enseñanza a las congregaciones religiosas fueron un foco de
enfrentamiento con los católicos. Se incrementó el gasto público y había cerca de 10.000 nuevas escuelas
primarias en 1933. Se aumentó el sueldo de los maestros, se reformó sus planes de estudio para atajar el
analfabetismo (40%). Otras medidas sociales fueron la secularización de los cementerios, la legalización del
divorcio y el matrimonio civil, etc.
La reforma militar trataba de modernizar el Ejército, sus numerosos mandos (de 22.000 oficiales sobraban
7.000), la escasa formación de los soldados y el anticuado material le había hecho perder la capacidad técnica.
Javier Herreros de Tejada Ibáñez. Historia de España. 2º de Bachillerato IES Ruiz Gijón (Utrera).
Azaña, ministro de la Guerra, ofreció a los oficiales la jubilación anticipada con el sueldo íntegro. Otras medidas
fueron la supresión de la Ley de Jurisdicciones (1906) y el cierre de la Academia General de Zaragoza dirigida
por Franco. Se limitó la primacía de los militares africanistas y se prestigiaron las armas de Artillería e
Ingenieros. Se creó la Guardia de Asalto, una fuerza leal, especialmente entrenada como policía local.
La reforma agraria buscaba una distribución más justa de la propiedad y una mayor productividad, para lo que
era urgente aprobar una ley que expropiara grandes fincas y las repartiera entre campesinos sin tierra. El
proyecto chocaba con la resistencia de los latifundistas y los partidos de derecha y centro, estancándose su
discusión en el Congreso. Las tensiones sociales en la España rural empujaban a conceder satisfacciones
inmediatas: jornada laboral de 8 horas, prolongación de los contratos de arrendamientos de tierras, para evitar
abusos, y laboreo forzoso de tierras allí donde hubiera braceros en paro. En agosto de 1932, el fracaso del
golpe monárquico, la “Sanjurjada”, fortaleció a Azaña. Lo aprovechó para aprobar la Ley de Bases de la
Reforma Agraria (septiembre de 1932). El Instituto de Reforma Agraria (IRA) empezó a aplicarla en 14
provincias, autorizando la expropiación con indemnización de latifundios mal explotados. Solamente 12.000
familias se llegaron a asentar en dos años.
Las leyes laborales promulgadas por el ministro de Trabajo, Largo Caballero. La ley de Jurados mixtos
establecía la negociación entre patronos y obreros y otras competencias. Hizo descender la conflictividad
crónica buscando la UGT, el consenso con la patronal frente al radicalismo de la CNT y el PCE. Supuso un
incremento de las rentas de trabajo y del nivel de los salarios que suavizó el impacto de la crisis general y la
gran depresión en la clase trabajadora.
Los estatutos de autonomía. La constitución definía a España como Estado “integral” con opción a la autonomía
para una o varias provincias limítrofes por decisión de dos tercios de los electores o ayuntamientos con la
posterior aprobación del Parlamento. En 1932, Azaña forzó la aprobación del Estatuto de Cataluña. En el País
Vasco, PNV y tradicionalistas sacaron adelante el Estatuto de Estella que fue rechazado por su carácter
confesional por la oposición y el gobierno central. En Galicia, la redacción comenzó en 1932 con el anteproyecto
impulsado por la ORGA, aunque no fue aprobado hasta junio de 1936.
Debido al atraso económico de España respecto a otros países europeos, nuestro país tardó más en acusar el
golpe de la crisis de 1929. Su reducido grado de integración en la economía mundial le ahorró la primera
acometida, pero no las posteriores. Con el cambio de régimen, España debió soportar una constante evasión
de capitales y los trastornos de la devaluación de la peseta. El paro no cesaba de crecer, hasta los 650.000 en
1933; y empujados por la crisis retornaban los emigrantes que había perdido su trabajo. El gobierno desarrolló
un programa económico contenido en la emisión de Deuda pública y en el control del déficit presupuestario. En
Hacienda, se promovió una reforma fiscal que introducía el impuesto sobre la renta y se reformó el Banco de
España para tener mayor control de la política monetaria.
La República tuvo como principal problema el tener que dar respuesta a las exigencias revolucionarias desde
una posición meramente reformista. De ahí que la conflictividad fuera en aumento, entre el desengaño de los
proletarios y la intransigencia de los patronos, reacios a cualquier reforma. Partidarios de la acción directa y la
revolución social, la CNT entendía que sus aspiraciones no podían triunfar dentro de la legalidad de una
república burguesa. Protagonizó una oleada de huelgas y ocupaciones con desórdenes públicos que
deterioraron la imagen del gobierno. Uno de los más graves fue en enero de 1933 en Casas Viejas, donde
jornaleros anarquistas proclamaron el comunismo libertario, sitiando el cuartel de la Guardia Civil. Se produjo
una matanza de campesinos. Se radicalizó la CNT bajo el control de la FAI y la UGT dirigida por Largo Caballero.
Se produjo un gran desgaste del gobierno republicano-socialista. Del malestar católico nació en 1933 la
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), dirigida por Gil-Robles, con la finalidad de reformar
la constitución republicana. Tras el fracaso de la “Sanjurjada” los ultramonárquicos habían fundado Renovación
Española cuyos líderes, Calvo Sotelo y Goicochea, sostenían que los problemas de España solo podían
solucionarse por la fuerza con la intervención del Ejército. La Comunión Tradicionalista, movimiento carlista de
ultraderecha, estableció una estrategia conjunta contra la República. En octubre de 1933 se fundaba Falange
Española por el hijo del dictador. Se manifestó contraria a la República. Por su ideario nacionalista y su
anticomunismo arrastró a sectores universitarios de derechas.
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Las movilizaciones de la derecha y la agitación obrera desgastaron gravemente a los gobiernos de Azaña, que
perdieron las elecciones municipales de abril de 1933. Al PSOE le resultaba incómodo apoyar una política
liberal, alejada del marxismo, y respaldar la represión gubernamental para frenar las revueltas campesinas. El
gobierno se resquebrajaba. En septiembre de 1933, Alcalá-Zamora destituyó a Azaña y se convocaron
elecciones para noviembre.
El bienio radical-cedista, derechista o “negro” (1933-1936).
Con la abstención de los anarquistas y la elevada participación de los católicos, los españoles -incluidas, por
primera vez, las mujeres- acudieron a las elecciones, cuando la crisis económica alcanzó su mayor intensidad.
La agitación social, la miseria, el desencanto del reformismo azañista y la división de las izquierdas dieron un
giro a la República. La derecha obtuvo un triunfo indiscutible, compartido con el centro del Partido Radical de
Lerroux. A pesar de ser la CEDA el grupo con mayor número de diputados, el presidente Alcalá-Zamora llamó
a Lerroux a formar gobierno, tratando de evitar una mayor radicalización.
En la derecha crecía la admiración por los regímenes fascistas (Hitler tomó el poder en Alemania). Los
sucesivos gobiernos suspendieron o anularon las reformas llevadas a cabo en el periodo anterior, al mismo
tiempo que los patronos rebajaban los salarios y las mejoras logradas por los trabajadores en los dos años
precedentes. Se produjo una vuelta atrás en todos los terrenos. Todo ello llevó a la radicalización de los líderes
del PSOE y la UGT cuya disconformidad se acrecentaba con el derechismo del gobierno de la República y la
actitud de revancha de los empresarios. La CNT declaró una huelga general entre los jornaleros que paralizó
la recogida de las cosechas en junio de 1934 y llevó al encarcelamiento de miles de jornaleros. En Cataluña,
donde gobernaba ERC, en marzo de 1934, el Parlamento catalán había aprobado la Ley de Contratos de Cultivo
que favorecía a los campesinos arrendatarios (“rabasaires”). Los dueños de las tierras, con el apoyo de la Lliga
y la CEDA en Madrid, consiguieron a los 3 meses declarar inconstitucional la ley. También en el País Vasco se
produjo un enfrentamiento por el estatuto del vino (desgravación por su consumo) que se consideró una
injerencia de la Hacienda central y un ataque al Concierto Económico vigente.
El ascenso del nazismo en Alemania y la política represiva antiobrera del canciller Dolffus en Austria hacían
aumentar el temor de los que en España emparentaban estos movimientos con la CEDA. El 1 de octubre, la
CEDA exigió colocar a 3 ministros en el gobierno de Lerroux. Las ejecutivas del PSOE y UGT lo consideraron
una agresión contra la República, y enviaron a toda España la orden de huelga general revolucionaria, que tuvo
carácter de insurrección en lugares de Cataluña, el País Vasco y Asturias. En Cataluña, Companys, presidente
de la Generalitat, proclamó el 6 de octubre el Estado Catalán de la República Federal Española. La falta de
apoyo del anarcosindicalismo y del catalanismo conservador hizo fracasar el levantamiento. En Barcelona, el
Gral. Batet dominó rápidamente la situación y se anuló la autonomía catalana. En el País Vasco, la huelga
obrera apenas llegó a la ocupación de algunos ayuntamientos y la formación de comités. La “Revolución de
Asturias”, protagonizada por la Alianza Obrera, llevó a violentos combates, tras la toma de fábricas de armas y
la ocupación de Oviedo por los obreros en armas. La rebelión apenas duró 10 días y fue aplastada por unidades
militares venidas de Marruecos al mando de los generales López Ochoa y Franco. Las consecuencias fueron
importantes. La represión fue durísima, con cerca de 3.000 muertos y 30.000 encarcelados. Fueron detenidos
importantes políticos de la izquierda, como Largo Caballero o Azaña. Fue nombrado Gil-Robles ministro de
Guerra, quien nombró a Franco jefe de Estado Mayor. La CEDA incrementó su poder e influencia y preparó un
proyecto de reforma constitucional que presentó en las Cortes en 1935 con medidas como la restricción de las
autonomías, la anulación del divorcio y la anulación de las medidas sociales. Se limitaron las actividades de los
partidos de izquierda y se estableció la censura previa.
Debilitado el gobierno por numerosos escándalos, especialmente el del “estraperlo”, y por la oposición política,
Alcalá-Zamora disolvió por segunda vez las Cortes y convocó elecciones para febrero de 1936.
El Frente Popular.
En estas elecciones la derecha se presentó dividida (CEDA, Bloque Nacional, P. Radical y FE-JONS). En
cambio, las fuerzas republicanas, nacionalistas y de izquierda se coaligaron en el Frente Popular, cuyo
programa consistía básicamente volver a las reformas del primer bienio y promulgar una amnistía para los
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represaliados de 1934. Pretendía una alianza de todas las fuerzas democráticas, burguesas y obreras frente al
fascismo. El programa del Frente Popular era socialdemócrata reformista y, entre otros objetivos sociales,
exigía: amnistía total para los insurrectos de 1934; reposición en sus puestos de todos los trabajadores y
empleados públicos despedidos por causas políticas; continuación de la reforma agraria; arrendamientos
menores y mayor seguridad para los arrendatarios; reducción de los impuestos; protección de los pequeños
productores y empresarios; estímulo a la producción; ampliación de las Obras Públicas; restauración de toda la
legislación social de 1931-1933; aumento de salarios; construcción de viviendas sociales; extensión de la
educación a todos los niveles.
La victoria del Frente Popular fue arrolladora, salvo en algunas zonas del interior agrario. El 18 de febrero,
Alcalá-Zamora encargó la formación de Gobierno a Manuel Azaña, quien empezó aplicar el programa con 4
ejes principales: la continuación de la reforma agraria, la intensificación de la política educativa, la amnistía de
los presos políticos, el restablecimiento de la Generalitat y el impulso definitivo a los estatutos del País Vasco
y Galicia, paralizados en el bienio anterior por la derecha.
El 7 de abril, Alcalá-Zamora fue destituido de la presidencia de la República, siendo elegido Manuel Azaña. Los
diputados de la derecha no participaron en la elección. El consenso constitucional no existía. La presidencia de
Gobierno la asumió el republicano y nacionalista gallego Casares Quiroga. Pero ni Azaña ni Casares Quiroga
pudieron evitar el deterioro del orden público. A la derecha del arco político aumentaron los atentados y acciones
violentas de la Falange. Esto llevo a la detención y encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera. También
los tradicionalistas, fuertes en Navarra, estaban entrenando unidades paramilitares (los requetés).
A la izquierda de arco político también se daba una fuerte radicalización, principalmente en sectores del PSOE
y, sobre todo, entre los anarcosindicalistas. En el PSOE se había producido una división interna, entre el sector
radical partidario de una revolución, encabezado por Largo Caballero, y el sector moderado socialdemócrata y
reformista, liderado por Indalecio Prieto. En mayo de 1936, en un Congreso en Zaragoza, la CNT confirmó su
posición revolucionaria y antirrepublicana con un programa de confiscación de todos los bienes productivos, la
organización colectiva de la propiedad y la creación de comunas libres. España, como toda Europa, se
encontraba muy radicalizada, pero además existía un sector del Ejército progolpista: la Unión Militar Española
(UME).
En julio de 1936 se produjeron dos atentados muy destacados. Por una parte, fue asesinado por un falangista
el teniente José Castillo, oficial de la Guardia de Asalto. Como respuesta a ese crimen fue asesinado José
Calvo Sotelo, diputado monárquico de Renovación Española. Este atentado produjo un gran impacto emocional
en la derecha política. Desde el momento en que se proclamó la República, una parte del ejército mostró
abiertamente su hostilidad al nuevo régimen. Entre las distintas conspiraciones contra la República, destaca lo
ocurrido la noche electoral de febrero del 36. Cuando se supo el triunfo electoral del Frente Popular, el general
Franco, jefe del Estado Mayor, propuso la declaración del estado de guerra, cosa que no se produjo por la
negativa del ministro de Guerra y del director general de la Guarda Civil. Los generales menos adictos al
régimen republicano fueron enviados a capitanías poco importantes o a las insulares: Franco, a Canarias;
Goded, a Mallorca. Nadie sospechó que el Gral. Mola, antimonárquico y destinado en Pamplona, se entendería
con los carlistas navarros. Grupos de generales, por una parte, políticos de la extrema derecha carlista,
falangista y alfonsinos, por otra, planificaban la insurrección contra la República. El general Mola preparó una
red golpista, que obtuvo la confianza de todos los golpistas. El golpe tendría lugar el 18 de julio.

Javier Herreros de Tejada Ibáñez. Historia de España. 2º de Bachillerato IES Ruiz Gijón (Utrera).
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Sublevación militar y Guerra Civil (1396-1939).
Tras la victoria electoral del Frente Popular, en febrero de 1936, se intensificó la conspiración de grupos militares
y sectores de la derecha contra al Gobierno de la República. A partir del mes de abril, el general Mola, desde
Pamplona, preparó como “general director” la red golpista más consistente.
La sublevación de julio de 1936.
Bajo la coordinación de Emilio Mola, el 17 de julio se produjo la sublevación de la guarnición militar de Melilla y
al día siguiente en numerosas ciudades de toda España. Tras la sospechosa muerte del general Balmes en
Las Palmas, y con el pretexto del funeral, Franco acudió a Las Palmas, donde le esperaba el Dragon Rapide
que lo trasladó a Tetuán. El golpe militar suponía la declaración del estado de guerra, lo que implicaba la
destitución de las autoridades civiles; aplicación del Código de justicia Militar y la suspensión de todas las
garantías constitucionales, es decir, la aplicación de los usos de la guerra y de los métodos militares: ejecución
inmediata de cualquier opositor al golpe, como así fue en efecto.
El levantamiento fracasó en las principales ciudades, especialmente en Madrid, Barcelona y los grandes
núcleos industriales del Norte, por la reacción armada de las organizaciones sindicales y de izquierda, que se
organizaran en “milicias”, y la fidelidad al Gobierno de gran parte del Ejército y las fuerzas de seguridad; todo
ello ocasionó que el levantamiento se convirtiera en una guerra civil que duró casi tres años. En las regiones
donde la derecha era fuerte, zonas rurales, como Castilla, León, Galicia, Baleares, Canarias o Navarra, el golpe
contra la II República triunfó sin apenas problemas. La decisión de los oficiales conjurados y el apoyo de
activistas de derecha hizo triunfar el alzamiento en Zaragoza, Sevilla, Oviedo, Toledo, Granada y Córdoba,
aprovechándose de la sorpresa y la lenta respuesta de las fuerzas leales al Gobierno. No obstante, la República,
una vez eliminados los focos de sublevados de Madrid, Barcelona y San Sebastián, consiguió mantener la
porción más importante del territorio español y la fidelidad de buena parte de la Guardia Civil y del Ejército,
especialmente la Armada y la Aviación. La inmediata ayuda exterior de Italia y Alemania a los sublevados fue
un factor esencial en la propagación de la lucha y su conversión en guerra civil. Durante este tiempo convivieron
en España dos sociedades enfrentadas con rasgos muy diferentes.
La dimensión internacional de la guerra.
Es uno de los aspectos más importantes estudiado por la historiografía sobre la guerra civil española. Para
muchos historiadores, la Guerra Civil constituyó un capítulo precedente de la II Guerra Mundial. A comienzos
del conflicto en la Sociedad de Naciones (SDN) se constituyó un Comité Internacional de No Intervención, que
resultó absolutamente ineficaz para evitar la presencia extranjera en la guerra. Los apoyos a ambos bandos,
en síntesis, presentan los siguientes aspectos:
Alemania, Italia y Portugal apoyaron con unidades militares, recursos y financiación al ejército franquista. Por
parte de la Alemania nazi, la Legión Cóndor, formada por soldados y oficiales muy cualificados y con armamento
de nuevo tipo, prestó un gran ayuda a Franco. La marina alemana hostigó sistemáticamente la costa de las
zonas leales y colaboró activamente en algunas ofensivas, como la ocupación de Málaga en febrero de 1937.
La Italia fascista apoyó desde el primer momento con el envío de aviones para facilitar el paso del estrecho de
Gibraltar y, posteriormente, envío el Cuerpo de Tropas Voluntarias, que llegó a integrar más de 80.000 soldados
regulares. También colaboró con la Aviación Legionaria. Otras unidades menores fueron las remitidas por
Portugal (Legión Viriato) y alguna unidad de voluntarios irlandeses.
La II República se benefició del apoyo de un voluntariado internacional que alcanzó cerca de 50.000
combatientes: las Brigadas Internacionales auspiciada por la III Internacional (Komintern). Tuvo grandes
dificultades para adquirir suministros y pertrechos militares debido a la apolítica de no intervención de las
democracias occidentales y al cierre de fronteras. Financió esos recursos mediante riguroso pago a la URSS y
Francia con divisas y reservas de oro del Banco de España. De acuerdo con su estrategia político-militar, el
Gobierno republicano propuso en la SDN la retirada de combatientes extranjeros de ambos bandos en

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septiembre de 1938. En noviembre de ese año, las Brigadas Internacionales se despidieron de España con un
desfile en Barcelona.
Las operaciones militares.
De julio a diciembre de 1936 se produjo una gran expansión de las fuerzas rebeldes, que llegaron a ocupar
aproximadamente la mitad del territorio a finales de año. La ofensiva del ejército franquista (táctica de columnas)
se dirigió desde el sur hasta Madrid, ocupando Extremadura y levantando el sitio al Alcázar de Toledo. Por el
norte, el avance desde Navarra se dirigió simultáneamente hacia el País Vasco, ocupando Irún y San Sebastián
(13 de septiembre), y hacia Madrid por Somosierra. Tras el fracaso franquista en la ofensiva sobre Madrid, se
consolidaban los frentes.
La campaña del norte (1937). En febrero, las tropas italianas del general Roatta comenzaron su intervención
en la guerra con la conquista de Málaga. En el centro tuvieron lugar las batallas del Jarama y Guadalajara,
sendos fracasos en el intento de cercar Madrid. Franco orientó su estrategia hacia el frente norte, donde los
nacionalistas vascos (PNV) organizaron con otras fuerzas políticas su propio ejército popular. En marzo, el Gral.
Mola inició la definitiva ofensiva sobre Vizcaya, concentrando 40.000 soldados, españoles y marroquíes en la
vanguardia e italianos como reserva. Aviones alemanes, a las órdenes de Franco, bombardearon Guernica en
abril. Con toda su área industrial intacta, Bilbao cayó el 19 de junio en manos de las brigadas navarras y los
batallones nacionalistas vascos capitularon en Santoña. En el centro, el ejército republicano desencadenó
fuertes ofensivas destinadas infructuosamente a debilitar los avances franquistas en el norte, atrayendo su
atención hacia el centro (Brunete, en julio) y hacia Aragón (Belchite, en agosto). En pocos días, Cantabria y
Asturias quedaron bajo el dominio de los franquistas (octubre).
Las ofensivas en Aragón (1938). Tras la caída del frente norte, el suministro bélico de los republicanos
bloqueado por la actitud de Francia, que, como otras naciones, había firmado el pacto de no intervención,
dependía de los envíos intermitentes de la URSS. A principios del 1938, Franco orientó la guerra hacia el
Mediterráneo, a través del valle del Ebro, y, tras la batalla de Teruel, llegaron los franquistas en abril a Castellón,
quedando dividido en dos el territorio republicano. En julio el general Rojo, inició una contraofensiva que dio
lugar a la batalla del Ebro, la más larga y sangrienta de toda la guerra. Durante 4 meses, las dos fuerzas se
masacraron entre sí hasta quedar totalmente destrozadas las mejores tropas republicanas.
La caída de Cataluña y el fin de la guerra (1939). Tras la victoria del Ebro, Franco, a principios de 1939, avanzó
sobre Cataluña, defendida por un ejército maltrecho y bajo de moral. Tarragona y Barcelona cayeron en enero,
Girona cayó en febrero, desapareciendo el frente de Cataluña y numerosos españoles, fieles a la República,
se exiliaron. La negociación con el Gobierno de Burgos estaba condenada al fracaso. El coronel Segismundo
Casado, partidario de la rendición frente a la actitud del PCE, encabezó un golpe de estado contra la República,
al frente de un “Consejo de Defensa” y puso fin a la resistencia, ordenando la rendición de Madrid, donde
entraron las tropas franquistas el 28 de marzo. El 1 de abril terminó la guerra.
La evolución política en ambos bandos.
Las ejecuciones sumarias en retaguardia fueron uno de los aspectos más atroces de la contienda civil. Como
en todas las guerras civiles, en la represión se mezclaban odios personales y sectarismos ideológicos. Los
historiadores tienes grandes dificultades para establecer el número real de víctimas. Tuvo diferente carácter en
las dos zonas: mientras en la zona leal a la República el “Terror Rojo” fue “selectivo” (las víctimas eran
fundamentalmente clérigos, patronos y políticos destacados de la derecha antirrepublicana), en el bando
rebelde, el “terror Blanco” fue masivo como lo exigía la estrategia militar de avanzar dejando una retaguardia
“limpia” de enemigos. Los asesinados se contaban por miles, incluso en provincias en las que triunfó la rebelión
sin apenas oposición.
El bando republicano. La insurrección provocó la inmediata dimisión del Gobierno presidido por Casares
Quiroga, y el presidente de la República Manuel Azaña encargó la formación de un nuevo gobierno a Diego
Martínez Barrio, el cual dimitió a las pocas horas, formando el siguiente Gobierno el profesor José Giral. Hasta

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el fin de la guerra, las instituciones republicanas siguieron funcionando sobre la base de la pluralidad y con la
Constitución de 1931 en vigor. El 5 de septiembre de 1936, Azaña encargó formar gobierno a Francisco Largo
Caballero, líder de la izquierda del PSOE, quien encabezó una amplísima coalición con nacionalistas vascos y
catalanes, partidos republicanos, PSOE y PCE. Unos días más tarde se integraron en el Gobierno 4 ministros
anarquistas. Una medida notable fue la aprobación del Estatuto de Autonomía del País Vasco el 1 de octubre.
A principios de noviembre el gobierno abandonó Madrid, gravemente amenazado por las columnas del sur,
trasladándose a Valencia. Madrid quedó bajo la autoridad de una Junta de Defensa dirigida por el general Miaja,
que obtuvo una gran victoria moral a hacer fracasar los intentos del ejército franquista de tomar la capital. El
Gobierno de Largo Caballero acometió las principales reformas políticas y militares en los meses siguientes:
fueron incautadas y nacionalizadas industrias de los partidarios de la sublevación; continuó la reforma agraria
y la expropiación de fincas abandonadas, cedidas en usufructo perpetuo a sus cultivadores; se nacionalizaron
industrias básicas, como CAMPSA o la red ferroviaria, y se estableció el control estatal sobre la banca. Creció
mucho la influencia del PCE, cuyo política buscaba la alianza del proletariado con los sectores de la mediana
burguesía, pequeños empresarios y campesinos, con el lema de “Primero ganar la guerra”, mientras otras
fuerzas (CNT-FAI o POUM) entendían que había que tomar medidas revolucionarias y colectivizadoras para
poder contar con el apoyo popular que llevase a la victoria: el proceso de colectivizaciones de empresas y de
explotaciones agrarias fue impulsado por los sindicatos campesinos y afectó a cerca de 3 millones de hectáreas
en extensas zonas de Aragón, Levante y Andalucía y a más de 150.000 familias. Los enfrentamientos entre las
corrientes de izquierda estallaron abiertamente en mayo de 1937, con combates en Barcelona. A partir de esa
fecha de crisis, el Gobierno republicano pasó a estar dirigido por el doctor Juan Negrín, del PSOE, partidario
de la máxima unidad de las fuerzas republicanas y apoyado por el PCE. Tras la caída del frente norte en octubre
de 1937 y las derrotas de 1938 las esperanzas republicanas estaban en quiebra. Por otro lado, la política de
concesiones y “apaciguamiento” mantenida por Gran Bretaña y Francia frente a Hitler se concretó en el Pacto
de Múnich (octubre del 38), con la cesión de Checoslovaquia, gesto que hacía temer a la República española.
Negrín propuso resistir a toda costa (“Resistir es vencer”) y plateó trece puntos para la paz que presentó ante
la SDN. Sin embargo, otro sector, en el que figuraban militares profesionales (Casado), socialistas (Besteiro) y
combatientes anarquistas (Mera) se inclinó por la rendición ante Franco. Esto llevó a los combates internos en
Madrid ya citados, una vez conocida la caída de Barcelona, y al hundimiento de la resistencia republicana en
el Centro y Levante.
El bando franquista. La muerte de general Sanjurjo, en julio de 1936, cuando se dirigía a Burgos para encabezar
la rebelión, puso en primer plano la figura del general Franco a la que solamente podían hacer sombra figuras
como Mola, quien también fallecería en accidente de aviación en junio de 1937. Primeramente, se creó una
Junta Técnica en Burgos, presidida por el general Cabanellas. En septiembre, una reunión de generales nombró
al general Franco generalísimo y jefe de un nuevo Estado aún sin definir. En los meses siguientes, Franco -
nombrado interlocutor privilegiado por Mussolini y Hitler y jefe incontestable de las tropas marroquíes- logró
hacerse con la jefatura política y militar del nuevo Estado. Franco aglutinó tras de sí a la Falange, los
monárquicos alfonsinos y carlistas y la CEDA. En febrero de 1937 estableció como himno nacional la Marcha
Real y a finales de mes se constituyó en jefe nacional del Partido Único que, con el nombre de Falange Española
Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS), surgía para agrupar políticamente a toda la España rebelde
a la República. El Decreto de Unificación, inspirado por Serrano Suñer, establecía las bases de un Estado
totalitario disolviendo todos los demás partidos y organizaciones políticas. En julio de ese año, la casi totalidad
de los obispos firmó una pastoral apoyando resueltamente el bando franquista y denominando Cruzada a la
Guerra Civil. En enero de 1938 se constituyó el primer Gobierno del nuevo Estado que constituía un agregado
de las fuerzas conservadoras, a base de tradicionalistas, falangistas y, sobre todo, militares. Fueron abolidas
todas las medidas sociales aprobadas en la República: derogación de la reforma agraria y de la legislación
laboral, depuración de funcionarios, restablecimiento de las prebendas de la Iglesia, y abolición de las leyes
educativas, de sufragio, divorcio, etc. La vida social pasó a estar regida por una férrea censura y la prohibición
de toda expresión de pensamiento contrario a los postulados del integrismo católico, con lo que la España
franquista daba un salto atrás hacia etapas anteriores al liberalismo.

Javier Herreros de Tejada Ibáñez. Historia de España. 2º de Bachillerato IES Ruiz Gijón (Utrera).
Las consecuencias de la Guerra Civil.
Demográficas. La guerra supuso una sangría poblacional muy importante. Por un lado, el impacto en pérdidas
humanas fue muy considerable. Se estima que las víctimas de la contienda superaron el medio millón de
personas, incluyendo muertos en combate y represaliados en la retaguardia. Además, habría que contabilizar
los ejecutados por los vencedores tras la guerra, que no bajarían de 50.000 personas. A estas hay que sumar,
al menos, 300.000 personas exiladas. En cuanto al poblamiento, hay que señalar que en los años de la
posguerra se produjo un estancamiento e incluso un retroceso de la población urbana.
Económicas. Los años cuarenta fueron los “años del hambre”. La destrucción de recursos económicos e
infraestructuras es de muy difícil cálculo. En todo caso, superó el 25% del PIB. La cabaña ganadera se redujo
en la guerra en un 60 %, mientras la producción agrícola bajó un 25% aproximadamente. La Hacienda Púbica
estaba arruinada y sin reservas financieras. La inflación multiplicó por diez el índice de precios en la década
siguiente a la guerra. Se produjo un estancamiento económico durante toda la década; no se recuperó el nivel
de renta de 1935 hasta ya entrados los años 50. Por otra parte, España no pudo beneficiarse de las ayudas
estadounidenses para la reconstrucción del Plan Marshall de 1947 por el tipo de régimen dictatorial y el
consiguiente aislamiento internacional que provocó la dictadura de Franco.
Políticas y culturales. Se estableció una dictadura militar que se prolongaría durante casi cuarenta años, con
la pérdida de libertades políticas y la persecución de cualquier tipo de disidencia. La Ley de
Responsabilidades políticas (1939) envío a cárceles y campos de concentración a todos los combatientes en
el bando republicano que no se exiliaron, calculándose que todavía en 1945 permanecían encarcelados a
consecuencia de la guerra unos 100.000 españoles. En muchos casos sus condenas incluían trabajos
forzados (construcción de vías férreas y carreteras, reconstrucción de obras públicas, edificación del Valle de
los Caídos, etc.). El régimen era, sobre todo, un estado policial. El aislamiento cultural y científico de España
fue otra consecuencia. La mayor parte de las fuerzas de la cultura fueron aniquiladas o se marcharon al exilio.
Un 90% de los intelectuales se exiliaron, casi al completo las generaciones del 27 y del 36. En cuanto a la
política exterior, el carácter dictatorial del régimen franquista llevó a España a una situación de compromiso
con los regímenes fascistas que duró hasta 1942. Después, a una fase de aislamiento que se recrudeció en
1946 por la condena de la ONU al régimen y la retirada de embajadores. Este aislamiento duró hasta los
acuerdos de 1953 con EE.UU. y el Vaticano.

Javier Herreros de Tejada Ibáñez. Historia de España. 2º de Bachillerato IES Ruiz Gijón (Utrera).

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