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POLITICS AND INTERNATIONAL AFFAIRS

Mg. Miguel capuñay reategui

EL PLAN MARSHALL. 6 DE JUNIO DE 1947

George Marshall. (1880-1959). Secretario de Estados entre 1947 y 1949.


Secretario de Defensa entre 1950 y 1951.
Programa de Recuperación económica, conocido como Plan Marshall

Discurso de George Marshall. Universidad de Harvard. 6 de Junio de 1947


No necesito decirles, señores, que la situación mundial es muy seria (…). Al
considerar lo que se precisa para la rehabilitación de Europa, la pérdida física de vida,
la destrucción visible de ciudades, factorías, minas y ferrocarriles, fueron
correctamente estimadas, pero se ha hecho obvio en los últimos meses que esta
destrucción visible era probablemente menos seria que la dislocación de toda la fábrica
de la economía europea (…). La verdad de la cuestión es que las necesidades de
Europa para los próximos tres o cuatro años en alimentos y otros productos esenciales
procedentes del exterior, principalmente de América, son tan superiores a su presente
capacidad de pago, que tienen que recibir una ayuda adicional sustancial o
enfrentarse con un deterioro económico, social y político de un carácter muy grave. El
remedio consiste en romper el círculo vicioso y restaurar la confianza de la gente
europea en el futuro económico de sus propios países y de Europa como un todo. El
fabricante y el granjero a lo largo y ancho de amplias áreas tiene que tener capacidad
y voluntad de cambiar sus productos por monedas cuyo valor continuo no esté
constantemente en cuestión.

Dejando a un lado el efecto desmoralizador sobre el ancho mundo y las posibilidades


de desórdenes resultantes de la desesperación de la gente afectada, las consecuencias
para la economía de los Estados Unidos parecen evidentes a todos. Es lógico que los
Estados Unidos hagan cuanto esté en su poder para ayudar a volver a una salud
económica normal en el mundo, sin la cual no cabe estabilidad política ni paz segura.
Nuestra política no va dirigida contra ningún país, ni ninguna doctrina, sino contra
el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Su objetivo debe ser la vuelta a la
vida de una economía operante en el mundo, de forma que permita la aparición de
condiciones políticas y sociales en las que puedan existir instituciones libres. Tal
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ayuda, a mi modo de ver, no debe llevarse a cabo en pedazos a medida que se


desarrollen las crisis. Cualquier ayuda que este Gobierno pueda prestar en el futuro
debe procurar una cura antes que un simple paliativo. Cualquier gobierno que esté
dispuesto a ayudar en la tarea de la recuperación, encontrará, estoy seguro de ello,
plena cooperación por parte del Gobierno de los Estados Unidos. Cualquier gobierno
que maniobre para bloquear la recuperación de otros países no puede esperar apoyo de
nosotros. Más aún, los gobiernos, partidos políticos o grupos que traten de perpetuar
la miseria humana al objeto de aprovecharse de ella políticamente o de otra manera,
encontrarán la oposición de los Estados Unidos. Es ya evidente que, antes de que el
Gobierno de los Estados Unidos pueda ir mucho más lejos en sus esfuerzos para
aliviar la situación y ayudar a situar al mundo entero en su camino hacia la
reconstrucción, tiene que haber algún acuerdo entre los países de Europa en cuanto a
lo que requiere la situación y a la parte que estos países mismos tomarán en orden a
dar el adecuado efecto a cualquier acción que pueda ser emprendida por este Gobierno.
No resultaría ni conveniente ni eficaz para este Gobierno intentar montar
unilateralmente un programa encaminado a poner a Europa de pie económicamente.
Este es el asunto de los europeos. La iniciativa, pienso yo, tiene que venir de Europa.
El papel de este país debe consistir en una ayuda amistosa en la elaboración de un
programa europeo y un ulterior apoyo a dicho programa en la medida en que pueda
ser práctico para nosotros hacerlo. El programa debería ser un programa combinado,
aceptado por un buen número de naciones europeas, si no por todas. Parte esencial de
cualquier acción afortunada por parte de los Estados Unidos es que el pueblo de
América comprenda, por su parte el carácter del problema y los remedios a aplicar. La
pasión política y los prejuicios no deben intervenir. Con previsión, y con la voluntad
de nuestro pueblo de enfrentarse con la ingente responsabilidad que la historia ha
puesto claramente sobre nuestro país, las dificultades que he subrayado pueden ser
superadas, y lo serán.
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EL BREXIT: UN DESAFÍO PARA TODO


EL CONTINENTE
Stephen Booth, codirector de Open Europe
Traducción: Estefanía Pipino
14/3/2016

Todas las naciones tienen su propia versión de la historia y lo mismo sucede con la visión
que cada Estado miembro de la UE tiene de su lugar en Europa y de su pertenencia a ella.
A riesgo de incurrir en una generalización indiscriminada, el Reino Unido, a diferencia de
muchos de sus socios continentales, nunca ha considerado el “proyecto europeo” como un
sustituto del Estado nación. Factores como su geografía, su larga tradición de democracia
parlamentaria, la diferente forma en que se vivió la Segunda Guerra Mundial y su
perspectiva global han contribuido a mantener la ambivalencia británica hacia la
integración europea. Por otra parte, el Reino Unido ha estado al frente de muchos de los
grandes logros de la UE. Fue el principal impulsor del desarrollo del mercado único y de
las ampliaciones, que han traído prosperidad, libertad y democracia a gran parte de
Europa.

El quid del debate actual sobre la relación del Reino Unido con la UE se remonta al
Tratado de Maastricht. Dicho acuerdo fijaba el camino a la unión económica y monetaria,
y también concedía al Reino Unido la exclusión voluntaria. Se produjeron discusiones a
nivel nacional sobre si el Reino Unido podría o debería eventualmente unirse, aunque este
debate ya ha sido zanjado y ningún político mayoritario apoyaría ahora la unión a la
moneda única. Mientras tanto, la UE continuaba su desarrollo con nuevos tratados y
ampliaciones. Durante todo este tiempo, la premisa de la “unión cada vez más estrecha”
no sufrió ningún desafío, unirse al euro constituye una obligación para todos los nuevos
Estados miembros, sólo Dinamarca y el Reino Unido tienen cláusulas formales de
exclusión y los resultados incómodos en los referendos simplemente se pasaban por alto.

La diferencia entre la zona euro y el resto de la UE quedó patente como resultado de la


crisis de la moneda única y las medidas tomadas para rescatarla. Nadie puede predecir el
destino final del euro, pero la actual dirección –si bien renqueante– hacia una mayor
integración económica y política plantea una pregunta fundamental y existencial para el
resto de la UE: ¿cuáles deberían ser los cimientos y el cemento que una a los Estados
miembros? Los dos candidatos evidentes son la moneda única y el mercado único.
Independientemente del referéndum de este año en el Reino Unido, el resultado final de la
batalla entre estas visiones contrapuestas sobre el futuro de la UE será el que podría
determinar la permanencia o no a largo plazo del Reino Unido en la UE.

Es por esto que los objetivos estratégicos más importantes de las negociaciones
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de David Cameron con la UE eran sus exigencias para ser excluido de esta “unión cada
vez más estrecha” y obtener salvaguardas para aquellos Estados que no formasen parte de
la Eurozona. El lenguaje propuesto por la “unión cada vez más estrecha” para el nuevo
acuerdo entre el Reino Unido y la UE ha resultado ser una aclaración bastante útil de la
posición del Reino Unido en la UE y, en su interpretación más fuerte, podría ser un paso
en la dirección a una UE más flexible con multitud de monedas y sistemas. El hecho de
que la UE tendrá que compaginar dos categorías de Estados, donde en uno se estaría
sujeto a las condiciones de la “unión cada vez más estrecha” y en otro no, podría forzar el
cambio. Por ejemplo, el acuerdo sugiere que el Reino Unido podría estar sujeto a
condiciones específicas dentro de las normas financieras de la UE que reflejasen que ha
abandonado la unión bancaria de la UE y rechazado una mayor integración en esta zona.

El hecho de que la UE se haya mostrado poco dispuesta, llegados a este punto, a mantener
un debate más fundamental sobre la necesidad de acometer reformas estructurales más
amplias, se debe en gran medida a los desacuerdos existentes entre los miembros de la
Eurozona sobre el grado (exacto) de integración al que debería apuntar la moneda única y,
por tanto, sobre cómo se diferenciarían los derechos y responsabilidades de los Estados
miembros no pertenecientes a la Eurozona, como el Reino Unido. Dado que estas
cuestiones permanecen en gran parte sin resolver, poder saber en qué proporción las
negociaciones del Reino Unido serán un punto de inflexión es algo necesariamente
incierto.

Aquellos que se inclinan hacia votar “abandonar” temen que, tras el referéndum, las
concesiones prometidas al Reino Unido se dejen de lado y que continúe el proceso de
integración progresiva en la UE. Otros argumentan que el acuerdo establecería claramente
la exclusiva relación semiseparada del Reino Unido con la UE y reflejaría que, para el
Reino Unido, el culmen de la integración europea ya habría pasado, una posición que
establecería el punto de salida de cualquier negociación de futuros tratados europeos para
una mayor integración de la Eurozona, que podrían comenzar entre 2017 y 2020.
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Las Cuatro Libertades


Con el desarrollo del mercado común en la UE, se establecieron lo que comúnmente se
denominan “Las cuatro libertades”. Estas consisten en la libre circulación de bienes,
servicios, capital y personas entre los países miembros. (Lea, 2016; Busch y Matthes, 2016).

De este modo, cualquier empresa puede vender sus productos a lo largo y ancho de la
unión sin ser penalizada, ofrecer servicios (por ejemplo, financieros o de banca entre
muchos otros) mientras que los ciudadanos pueden moverse libremente entre países al
igual que los bienes de capital (Lea, 2016). Tal grado de integración hace inevitable que
tanto Reino Unido como la UE vayan a tener que afrontar toda una serie de efectos
colaterales al Brexit en los próximos años, si no décadas.

En primer lugar, el libre movimiento de bienes dejaría de ser aplicable a los británicos por
lo que se establecerían tarifas (aranceles, contingentes) a las importaciones en ambos
sentidos (de Reino Unido a UE y viceversa). Consecuentemente, los precios de las
importaciones ascenderían, no solo para aquellas provenientes de la UE sino para las
provenientes de países con los que la unión tiene tratados especiales, en tanto que Reino
Unido ya no sería miembro. En el peor de los casos, se pondría inicio a un enfrentamiento
en términos comerciales de resultado y perjuicios desconocidos (Lea, 2016).

No solo las existencias de tarifas a las importaciones limitarían el comercio. Al no verse


afectado por la legislación europea, los productos británicos no tendrían por qué seguir los
estándares establecidos desde Bruselas. Si bien, en un primer momento ambos bloques
parten de una misma regulación, conforme avance el tiempo, estas leyes divergirán unas
de otras. Manufacturas, productos químicos, productos agrícolas o medidas técnicas, entre
otros, se encontrarían fuera de lo requerido para poder ser vendidas a otros países, lo que
tendrá una incidencia directa en las empresas de la mayoría de sectores productivos.

Por otro lado, si Reino Unido llega a un acuerdo con la UE, ésta le exigirá toda una serie de
normas de origen para poder trazar la procedencia de productos, comprobar si vienen de
terceros países y añadirles un arancel si procediera.

Cabe la opción de que este país se beneficie de la salida a través de renegociar y reducir las
barreras al comercio con países distintos a los de la UE. Sin embargo, ya no podrá acogerse
a los tratados negociados por la unión con los que se establecen preferencias comerciales
con ciertas naciones y podría darse la circunstancia de que la unión presionase a estas para
beneficiar a la UE antes que Reino Unido. Aunque no intercediese la posición negociadora
británica se habría visto mermada con la salida y difícilmente sería capaz de obtener tratos
tan beneficiosos como los de la UE con naciones externas a la unión (Busch y
Matthes,2016).
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No debemos olvidar que en las últimas décadas la Unión Europea ha adquirido


experiencia en la negociación de tratados comerciales, un aspecto que puede habérsele
atrofiado a los países miembros individualmente (Lea, 2016).

Si hablamos de la libre circulación de servicios, cabe destacar que estamos hablando de un


país cuyo sector financiero y de banca se sitúa como uno de los más relevantes a nivel
global y el principal en Europa (Pringford y Whyte, 2014). En este campo, Reino Unido
tendría algo más de poder de negociación si bien no son pocas las empresas que están
trasladando sus sedes a otros países europeos y reorganizando sus inversiones a largo
plazo en este país (New York Times, 2017). Dada la relevancia de la City Londinense en
este aspecto, trataremos en posteriores apartados el efecto concreto que sufrirá este centro
financiero mundial.

La libre circulación de personas en relación con la inmigración, ha sido utilizada como uno
de los principales argumentos a favor del Brexit. Reino Unido retomaría la soberanía
necesaria para decidir su propia política migratoria y de asilo político. Como ejemplo
representativo, no tendría que acceder a acoger su correspondiente cuota de refugiados
establecida por la UE.

En contraposición, no podrían beneficiarse a nivel turístico de este libre movimiento, pues


se limitaría el flujo de ciudadanos británicos, así como el tiempo máximo de estancia.

Por último, la libre circulación de capital llevaría, como con el resto de casos, a iniciar un
proceso de divergencia entre la nueva legislación británica y la europea. Los mercados de
capital se verán menos integrados.

En este sentido, la inversión directa extranjera se vería limitada por todas las trabas que la
ruptura supone. Consecuentemente, esto tendrá un efecto negativo en la producción y en
el empleo, lo que a su vez puede repercutir en la productividad reduciendo a la
competitividad.

Para las empresas multinacionales, se plantea el dilema de cómo restructurar sus sedes
europeas y cómo vender en Reino Unido, si mediante exportación, lo que se encarece con
el Brexit y las inevitables barreras al comercio, o a través de la producción en el propio
país, lo que puede reducir la competitividad de la compañía en cuestión, al verse limitada
a un mercado más cerrado con barreras hacia la UE. En este sentido, se espera que, en
vista de que el mercado de la UE es significativamente más amplio que el de Reino Unido,
el flujo de empresas que se trasladan se dirigirá hacia Europa (Busch y Matthes, 2016).

Por su parte, aquellas firmas cuyo negocio se encuentra ligado a la distribución o


producción optarían por permanecer en la UE, puesto que todo lo relativo a mover
mercancías por las fronteras se simplifica, los estándares aplicables se extienden a
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multitud de países y todo esto se materializa en un ahorro de tiempo y medios que


aumenta la productividad y sencillez de los procesos productivos y comerciales.

No obstante, debemos tener en cuenta que Reino Unido es el principal receptor y a su vez
es la fuente más importante de inversión directa extranjera en la UE, en tanto este país
acoge a la mitad de las sedes principales de empresas que no son de la UE (Busch y
Matthes, 2016).

En cierto sentido, esto dota de mayor capacidad de negociación a los británicos en este
campo, y les ofrece una posición fuerte de cara a Estados Unidos puesto que muchas
compañías norte-americanas se aventuran a invertir en Europa a través de Reino Unido
estableciendo normalmente en Londres sus oficinas centrales.

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